IMAGEN CORPORAL Y PSICOTERAPIA
Luis Botella García del Cid
FPCEE/SAAP Blanquerna. Universitat Ramon Llull. Barcelona
Emma Ribas Rabert y Jesús Benito Ruiz
Antiaging Group Barcelona. Clínica Tres Torres.
(Págs. 5-16)
This paper presents the results of a study that identifies the psychological profile of
patients requesting cosmetic surgery as well as the likely implications for
psychotherapeutic treatment with such patients.
Key words: cosmetic surgery, psychotherapeutic treatment, psychological profile
La definición más aceptada de “imagen corporal” es la ya clásica de Schilder
(1935): la imagen del cuerpo que nos formamos en nuestra mente, es decir la
apariencia que le atribuimos a nuestro cuerpo. La importancia de dicho constructo
ha sido puesta en evidencia en las últimas décadas en decenas de estudios –véase
una revisión en Cash & Pruzinsky (1990) y, en español, en Botella, Grañó, Gámiz
y Abey (2008). Algunos ejemplos de esta relevancia, ya comentados en otros
trabajos, son los siguientes:
• Entre las personas que se consideran menos atractivas se encuentra mayor
incidencia de fobia social, ansiedad social y locus de control externo.
• La satisfacción personal con el propio físico correlaciona con el grado de
ajuste social percibido.
• La falta de atractivo comporta un factor de riesgo para el desarrollo de
diferentes patologías mentales (incluida la esquizofrenia), así como una
complicación en el curso de su recuperación.
• El atractivo del paciente es considerado como uno de los factores que
contribuye al buen pronóstico de la psicoterapia.
• Los problemas y síntomas asociados a la imagen corporal o a la corporalidad
en general caracterizan a un buen número de patologías psicológicas
(incluyendo por supuesto los tan abordados trastornos alimentarios): la
hipocondría, los trastornos dismórficos corporales, las alucinaciones
somáticas propias de algunas formas de trastorno paranoide, los trastornos
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de identidad de género y las automutilaciones y autolesiones.
Además, en los últimos años se han descrito otras formas menos comunes
de patologías de la corporalidad tales como el Síndrome de Munchausen,
la adicción quirúrgica, la adicción a las transformaciones corporales
cosméticas (tatuajes, piercings, escarificaciones…), la adicción al ejercicio físico y la musculación (vigorexia) y la apotemnofilia (el deseo
obsesivo de que se ampute una parte del propio cuerpo, normalmente una
pierna, asociado a conductas parafílicas de excitación sexual con parejas
amputadas).
• Por otra parte, no hay prácticamente ningún trastorno psicopatológico sin
correlatos en la esfera de la corporalidad, y en algunos de ellos esos
correlatos son especialmente nucleares: el desagrado por el propio físico,
la falta de apetitos sensuales y las preocupaciones excesivas por el cuerpo
de los pacientes depresivos; las disfunciones corporales evidentes en los
trastornos sexuales; las alteraciones de la imagen corporal en la psicosis…
• Por lo que respecta a la influencia de lo físico en lo psicológico, son
evidentes los efectos traumáticos y en ocasiones emocionalmente
devastadores de la pérdida de funciones o de partes del cuerpo debida a
accidentes, cirugías invasivas o procesos patológicos –por ejemplo las
desfiguraciones accidentales por quemaduras, las amputaciones quirúrgicas o como resultado de accidentes, las deformidades debidas a patologías
genéticas o adquiridas…
Todo lo anterior nos lleva a plantear la seriedad e importancia de lo corporal
en la construcción de la identidad, en su patología y en su reconstrucción terapéutica. Como muy bien destacan Cash y Pruzinsky (1990) es evidente que el sentido
del self se basa en nuestra experiencia corporal; al fin y al cabo no nacemos con un
sentido del self, ¡pero sí inevitablemente con un cuerpo!
Ejemplos concretos de esta dialéctica demostrada en la investigación sobre
imagen corporal son algunos de los siguientes (véase Cash y Pruzinsky, 1990):
• La conducta de los demás hacia uno varía sustancialmente en función de
su atractivo percibido, en general en la línea de mayor agrado hacia
quienes son considerados atractivos y mayor desagrado hacia quienes no
lo son. Este efecto se ha demostrado incluso en situaciones en que parece
impensable que afecte el atractivo físico: los bebés más atractivos reciben
más atenciones no sólo del personal de la nursery sino incluso de sus
padres y madres; los niños y niñas más atractivos reciben mayores
atenciones de sus maestros y de sus compañeros de clase; los adultos más
atractivos evocan en los demás más conductas de complacencia, honestidad, auto-revelación y ayuda prosocial; en el entorno laboral el atractivo
discrimina favorablemente en cuanto a la probabilidad de ser contratado
y la evaluación de las tareas llevadas a cabo; incluso, sorprendentemente,
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en sistemas judiciales como los anglosajones, mucho más basados en
procesos de influencia social que los napoleónicos, el atractivo del
imputado ha demostrado influir en la sentencia.
El atractivo físico también ha demostrado tener consecuencias
discriminatorias en algunos casos; por ejemplo cuando las mujeres atractivas optan a puestos de trabajo tradicionalmente masculinos, son discriminadas negativamente. Otra consecuencia en ocasiones indeseable en
este caso es que las mujeres atractivas son más frecuentemente objeto de
aproximaciones erotizadas no bienvenidas por ellas. Además, tanto hombres como mujeres tienen tendencia a atribuir el éxito de las mujeres
atractivas a su atractivo en lugar de a sus capacidades.
En el caso de las mujeres la influencia mutua entre imagen corporal y
autoconcepto es especialmente relevante: la influencia de los aspectos
físicos de la construcción personal del self sobre el autoconcepto en
general ha demostrado ser mucho más determinante para las mujeres que
para los hombres –probablemente por una combinación de factores
biológicos y socioculturales. Esta mayor influencia, unida al hecho de que
el porcentaje de mujeres insatisfechas con su imagen corporal en prácticamente todos los estudios realizados hasta la fecha es mayor que el de
hombres insatisfechos (un 33% de mujeres por término medio respecto a
un 25% de hombres), hace que sea evidente que la relación de la mujer con
su cuerpo en cuanto a la construcción de su autoconcepto puede en muchos
casos ser problemática y causa de un cierto grado de malestar psicológico.
En estudios en que se manipulaba la variable “atractivo físico percibido”
(por ejemplo el clásico experimento de hacer creer a un hombre que habla
por teléfono con una mujer muy atractiva sin que sea así) se ha demostrado
que el efecto es claramente circular. En estos casos no sólo es el hombre
quién evalúa la conversación posterior como más interesante sólo por el
hecho de creer que habla con una mujer atractiva, sino que la mujer que
colabora en el estudio suele informar de lo mismo. Parece que el hecho de
ser tratado como si se fuese atractivo crea un contexto conversacional en
que es mucho más posible manifestar los aspectos más atractivos de uno
mismo –¡el Efecto Pigmalión en su demostración más literal!
El efecto contrario (inhibición conductual y relacional debida a la percepción de falta de atractivo) también se ha demostrado repetidamente. Por
ejemplo, los pacientes que solicitan cirugía estética en general han
desarrollado toda una serie de estrategias defensivas y evitativas de
algunas formas de contacto social que, de nuevo de forma circular, los
hacen ser considerados menos atractivos aún, y acaban configurando un
estilo de personalidad tímido, retraído y poco sociable, con las consiguientes consecuencias indeseables para su autoconcepto.
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•
Este patrón de retraimiento social es extremo en el caso de deformidades
congénitas o adquiridas, que en algunas situaciones llegan a comportar el
ostracismo o el auténtico escarnio social. No hace tanto que las personas
con ciertos tipos de deformidades eran consideradas fenómenos de feria,
y en algunas zonas del planeta aún lo son. Aún en pleno siglo XXI y con
todo nuestro trasfondo de posmodernidad y corrección política, una breve
excursión por Internet revela no sólo que no estamos muy lejos de las
“barracas de los monstruos” de siglos pasados sino que incluso las hemos
superado en perversidad y fetichismo decadente. Aunque ahora su ubicación no sea física sino hiperespacial eso más bien agrava el fenómeno al
democratizar la perversidad y ponerla al servicio de cualquiera.
• Ambos efectos –tanto el de fomento conductual y relacional del atractivo
como el de inhibición conductual y relacional de su falta– han demostrado
correlacionar no con el atractivo “objetivo” evaluado socialmente, sino
con la construcción personal de este. Así, las personas convencidas de su
atractivo y seguras de su físico y de su presentación social en general
actúan de forma que aumentan las posibilidades de ver ese atractivo
confirmado, mientras que las que están convencidas de resultar poco
agraciadas o desagradables actúan de forma que aumentan las posibilidades de verse relegadas a un segundo plano social. De nuevo nos encontramos ante una auténtica profecía de autocumplimiento.
Los resultados de nuestros estudios sobre correlatos percibidos de la imagen
corporal femenina (en este caso del peso) avalan este proceso de estereotipificación
social a partir del físico (Botella, Velázquez y Gómez, 2006). En uno de nuestros
estudios solicitamos a 41 participantes (adolescentes y adultos de ambos sexos) que
cumplimentasen una Rejilla de Constructos Personales a partir de la comparación
sistemática de nueve fotografías de modelos femeninas que variaban en cuanto a su
peso desde las claramente inferiores a lo normal, pasando por las que mostraban un
peso ideal y llegando a las que tenían cierto sobrepeso –aunque ni mucho menos
obesidad mórbida.
Nuestros resultados indicaron que, independientemente del sexo y la edad de
los sujetos de la muestra, todos ellos fueron capaces de atribuir características
psicosociales y de identidad (tales como el grado de realización personal,
profesionalidad o dinamismo) a las modelos cuyas fotografías se utilizaron como
elementos de la Rejilla en base exclusivamente a su peso corporal. A las modelos
que fueron calificadas de “gordas” se les atribuyeron en términos genéricos
características de poca realización personal, poca dedicación a la imagen, alta
sociabilidad, control bajo, poco dinamismo, formalidad elevada, poca
profesionalidad, poca dedicación al cuerpo, alta artificiosidad, poco atractivo, y (en
menor medida) elevada sinceridad, poca madurez y poca popularidad. De alguna
forma, nos encontramos ante el discurso de “las mujeres gordas como fracasadas y
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dejadas pero simpáticas”, frente al de “las mujeres delgadas o normales como
exitosas y atractivas pero menos simpáticas y sociables” –véase Botella, Velázquez
y Gómez (2006) para una discusión detallada del estudio.
En un segundo estudio (Botella, Grañó, Gámiz y Abey, 2008) diseñado para
analizar el efecto en dirección opuesta (es decir, la atribución de rasgos físicos en
función de dimensiones narrativas autodescriptivas puramente “psicológicas”),
solicitamos a 77 participantes (29 mujeres y 48 hombres de entre 19 y 45 años) que
leyesen tres descripciones narrativas diferentes. Ninguna de ellas hacía referencia
a ningún rasgo físico distintivo, y estaban redactadas de forma que ni siquiera era
posible estar seguro del sexo de su autor o autora. En esencia, una presentaba la
descripción de una persona segura de sí misma, satisfecha con su vida, con gustos
sofisticados y socialmente exitosa. La segunda presentaba la descripción de una
persona sencilla y natural que decía haber superado dificultades en la infancia hasta
llegar a aceptarse tal como era ahora y a no sobrevalorar lo superficial. La tercera
describía a alguien con un carácter sumamente firme y entregado sobre todo a la
consecución del éxito profesional aún a costa de las relaciones personales.
Tras haber leído las tres narrativas solicitamos a los participantes que evaluasen su agrado hacia cada una de las personas que describían (interés psicológico)
así como su posible deseo de conocerlas (atractivo psicológico). Les mostramos
luego tres retratos –fotografías sólo del rostro– de tres mujeres jóvenes que variaban
en su grado de atractivo físico: una de ellas mucho más atractiva que las otras dos.
Les pedimos entonces que evaluasen el atractivo de cada una de las tres modelos que
aparecían en los retratos (atractivo físico). Tras ello les dijimos que cada una de las
narrativas que habían leído correspondía a una de las mujeres de los retratos (lo cual
no era cierto, las narrativas habían sido redactadas por nosotros) y les solicitamos
que especificasen qué narrativa correspondía a cada una según su opinión (atribución de rasgos físicos según características psicológicas). Por último, les pedimos
que reevaluasen su agrado por cada una de las personas que describían las narrativas
ahora que les habían atribuido un rostro (interés general) así como su posible deseo
de conocerlas (atractivo general).
Por lo que respecta al interés psicológico, nuestros resultados indicaron que la
mejor evaluada fue la segunda narrativa (la de la persona sencilla y natural) con una
puntuación media de 3,13 y una desviación típica de 0,64 (en una escala Lickert de
0 a 4); además en este caso la evaluación hecha por las mujeres de la muestra era
significativamente superior a la que hacían los hombres. Las siguientes narrativas
en orden de preferencia fueron la primera (la de la persona sofisticada y exitosa) con
una puntuación media de 2,66 y una desviación típica de 0,85 y finalmente la tercera
(la de carácter firme y riguroso) con una puntuación media de 2,17 y una desviación
típica de 0,98 –en estos dos casos no se constataron diferencias de género. Las
diferencias de las medias de las tres evaluaciones fueron estadísticamente muy
significativas (p<0,001).
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En referencia al atractivo psicológico, la mejor evaluada fue la segunda
narrativa (la de la persona sencilla y natural) con una puntuación media de 1,83 y
una desviación típica de 0,38 (en la misma escala Lickert de 0 a 4); también en este
caso la evaluación hecha por las mujeres de la muestra era significativamente
superior a la que hacían los hombres. Las siguientes narrativas en orden de
preferencia fueron la primera (la de la persona sofisticada y exitosa) con una
puntuación media de 1,60 y una desviación típica de 0,59 y finalmente la tercera (la
de carácter firme y riguroso) con una puntuación media de 1,23 y una desviación
típica de 0,65 –en estos dos casos no se constataron diferencias de género. Las
diferencias de las medias de las tres evaluaciones fueron estadísticamente muy
significativas (p<0,001). Además en los tres casos relación entre el interés manifestado por la persona descrita en la narrativa y la evaluación de su atractivo antes de
atribuirle unos rasgos físicos determinados fue estadísticamente muy significativa
(p<0,001).
Por otra parte, los participantes establecieron diferencias entre las tres mujeres
que aparecían en las fotografías en cuanto a la evaluación de su atractivo pero sólo
entre la fotografía de la mujer más atractiva (puntuación media de 3,22 y desviación
típica de 0,85) y las otras dos (con una puntuación media de 1,49 y 1,43 y
desviaciones típicas de 0,93 y 0,92 respectivamente). Este patrón no se vio afectado
por la variable género. Lo interesante es que los participantes en el estudio
atribuyeron mayoritariamente la narrativa de la persona sofisticada y exitosa a la
foto de la mujer más atractiva de las tres. Las narrativas de la persona sencilla y
natural y la de carácter firme y riguroso se atribuyeron a las dos menos atractivas
también de forma mayoritaria, si bien en el patrón de atribución no fue tan unánime
como en el primer caso.
Todos estos datos arrojan luz sobre la conexión intrínseca que se establece
entre “lo físico” y “lo psicológico” en los procesos de construcción social del self
y a los que hacíamos referencia al mencionar la borrosidad de tal discriminación.
De hecho, el proceso puede ser más complejo de lo que parece y no deberse a un
simple estereotipo “irracional” o a una especie de esteticismo superficial, sino a una
auténtica profecía de autocumplimiento
Teniendo en cuenta todo lo antedicho, y en línea con nuestras investigaciones
anteriores, el objetivo del estudio que se presenta en este trabajo fue identificar
diferentes “patrones” o “perfiles” psicológicos entre los usuarios de los servicios de
una clínica de cirugía estética que solicitaban diferentes tipos de intervención
quirúrgica. Nuestra hipótesis fue que tras la aparente diversidad individual de las
demandas podía haber una cierta comunalidad interpersonal en lo tocante a la
imagen corporal y a cómo esta lleva a desear modificar quirúrgicamente aspectos
concretos de la corporalidad.
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MÉTODO
Participantes
Los participantes en este estudio fueron 130 pacientes que se sometieron a
una operación de cirugía estética evaluados antes y, 30 de ellos, después de dicha
operación. El grupo de pacientes estaba compuesto por 124 mujeres y 6 hombres
entre 18 y 70 años, con un promedio de 40,3 años y una desviación típica de 10,2
años. Se trataba de pacientes de un Centro especializado en Cirugía Estética
perteneciente a un prestigioso Instituto Médico de Barcelona que solicitaban un
amplio rango de intervenciones de cirugía estética como consecuencia de su
insatisfacción con diferentes aspectos de su imagen corporal que abarcaban las que
son clásicamente objeto de dichas operaciones.
Instrumentos
En este trabajo se aplicó la versión española del MBSRQ, que se considera el
más completo y multidimensional dicho cuestionario (véase Botella, Ribas y
Benito, en prensa).
La estructura de la versión española adaptada y validada por nosotros
mantiene los criterios de calidad en cuanto a sus propiedades psicométricas respecto
a la versión original, si bien difiere en algunos aspectos formales.
En primer lugar, en la versión española emergen cuatro factores, en lugar de
siete como en la versión original: (1) importancia subjetiva de la corporalidad (ISC);
(2) conductas orientadas a mantener la forma física (COMF); (3) atractivo físico
autoevaluado (AFA); y (4) cuidado del aspecto físico (CAF). Además, los ítems con
cargas factoriales significativas en estos cuatro factores configuran un cuestionario
más breve que el original. Así, si bien el original se componía de 69 ítems, la versión
española se reduce a 45. Esto hace además que la versión española conste sólo de
dos partes diferenciadas entre sí (no de tres como el original); una referida a
evaluación general de la imagen corporal y otra a la evaluación del grado de
satisfacción con varias áreas corporales por separado. La evaluación del peso
corporal por separado (tal como aparece en el cuestionario original) no resultó
cumplir los criterios de calidad psicométrica exigibles en la versión española.
En cuanto a los criterios de calidad de las propiedades psicométricas de la
versión española del MBSRQ utilizada en este trabajo, son los siguientes:
• Fiabilidad global (consistencia interna)=0,884.
• Fiabilidad del factor ISC=0,940.
• Fiabilidad del factor COMF=0,807.
• Fiabilidad del factor CAF=0,709.
• Fiabilidad del factor AFA=0,842.
• Validez predictiva (diferencias estudiantes-pacientes)=Diferencias
estadísticamente significativas en todos los factores excepto en el COMF.
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•
Validez predictiva (diferencias pre-post cirugía estética)=Diferencias
estadísticamente significativas en el factor AFA.
Procedimiento
El cuestionario se administró por primera vez en el momento en que se evaluó
la demanda quirúrgica de los pacientes y se volvió a administrar, tras haberse
sometido a la operación de cirugía estética de la que se tratase, después del período
necesario para que los efectos de la cirugía fuesen evidentes (entre 4 y 6 meses).
RESULTADOS
El análisis de los agrupamientos de los resultados de los pacientes en la
combinación de los factores del MBSRQ reveló los siguientes patrones:
Perfil A (32% del total de la muestra): Compuesto por (1) atribución de una
elevada importancia subjetiva a la corporalidad y (2) combinación elevada de (a)
conductas orientadas a mantener la forma física, (b) atractivo físico autoevaluado
y (c) cuidado del aspecto físico.
Perfil B (18% del total de la muestra): Compuesto por (1) atribución de una
elevada importancia subjetiva a la corporalidad y (2) combinación baja de (a)
conductas orientadas a mantener la forma física, (b) atractivo físico autoevaluado
y (c) cuidado del aspecto físico.
Perfil C (18% del total de la muestra): Compuesto por (1) atribución de una
reducida importancia subjetiva a la corporalidad y (2) combinación elevada de (a)
conductas orientadas a mantener la forma física, (b) atractivo físico autoevaluado
y (c) cuidado del aspecto físico.
Perfil D (32% del total de la muestra): Compuesto por (1) atribución de una
reducida importancia subjetiva de la corporalidad y (2) combinación baja de (a)
conductas orientadas a mantener la forma física, (b) atractivo físico autoevaluado
y (c) cuidado del aspecto físico.
EJEMPLOS DE CASO Y ORIENTACIONES TERAPÉUTICAS
GENERALES
El tipo de paciente que hemos descrito como Perfil A, se podría identificar
también como “preocupado/a, satisfecho/a y cuidado/a”. Su posición subjetiva
básica respecto a su imagen corporal y el cuidado físico se resume en la frase que
identifica sus puntuaciones al MBSRQ: “Me preocupa el físico, me gusto y me
cuido”. Se trata de un tipo de paciente que atribuye una importancia por encima de
la media a la preocupación por su aspecto físico, las conductas orientadas a
mantener la forma física, la preocupación por el peso y las dietas, la preocupación
por la salud y la enfermedad, y el atractivo autoevaluado de las diferentes áreas
corporales. Además de darle mayor importancia a estos aspectos, también lleva a
cabo más conductas orientadas al mantenimiento de su forma física, cuida su
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aspecto por encima de la media y evalúa su atractivo físico también por encima de
dicha media.
Es el caso, por ejemplo, de Angélica, una paciente de 55 años que solicitaba
terapia porque, a pesar de su excelente aspecto físico, propio de alguien de 10 años
menos, empezaba a acusar el paso del tiempo en pequeños detalles, algunos de los
cuales corregía sistemáticamente mediante cirugía. Sin embargo, otros más subjetivos tales como “sentir que envejecía”, tal como ella comentaba, eran menos
asequibles a una corrección puramente quirúrgica. Precisamente por la gran
importancia que atribuía a su imagen corporal, que en su caso constituía un
subsistema de constructos nucleares, la invalidación incipiente que anticipaba la
hacía sentir presa de la ansiedad y el sentimiento de amenaza a su autoestima.
Además, su reciente divorcio y el hecho de que se debiera a que su ex marido había
iniciado una relación con su secretaria (20 años más joven que ella) contribuía
marcadamente a su sensación de invalidación masiva e inminente.
La terapia con Angélica requirió un trabajo creativo de elaboración activa de
la construcción personal de la paciente en aspectos más allá de lo exclusivamente
corporal –aunque por supuesto sin ignorar ni invalidar dicho aspecto. Concretamente, Angélica redescubrió gracias a la terapia algunos talentos y competencias que
había olvidado (o más bien dejado sin cultivar en su momento). Concretamente,
Angélica tenía un talento musical destacable, y una pasión por el jazz al menos igual
de destacable. De acuerdo con su terapeuta decidió reprender una de sus aficiones:
tocar el bajo eléctrico. A consecuencia de su unión a un combo de aficionados que
se había formado en la escuela de música a la que asistía empezó a ampliar sus
horizontes y a redescubrir muchos aspectos de su vida y de sí misma que había
olvidado –entre ellos su indudable atractivo, que se le volvió a hacer evidente una
vez superado el golpe para su autoestima que representó el final de la historia de su
matrimonio.
El tipo de paciente que hemos descrito como Perfil B, se podría identificar
también como “preocupado/a, insatisfecho/a y descuidado/a”. Su posición subjetiva básica respecto a su imagen corporal y el cuidado físico se resume en la frase que
identifica sus puntuaciones al MBSRQ: “Me preocupa el físico pero no me gusto
y no me cuido”. Se trata de un tipo de paciente que atribuye una importancia por
encima de la media a la preocupación por su aspecto físico, las conductas orientadas
a mantener la forma física, la preocupación por el peso y las dietas, la preocupación
por la salud y la enfermedad, y el atractivo autoevaluado de las diferentes áreas
corporales. Sin embargo, a pesar de darle mayor importancia a estos aspectos, lleva
a cabo menos conductas orientadas al mantenimiento de su forma física, cuida su
aspecto por debajo de la media y evalúa su atractivo físico también por debajo de
dicha media.
Este era el caso, por ejemplo, de Bernadette. A sus 59 años aparentaba
bastantes más, y a pesar de haber sido una mujer sumamente atractiva hasta hacía
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tan solo 6 ó 7 años, una espiral de circunstancias adversas la había llevado a engordar
casi 20 kilos, descuidarse notablemente en su aspecto externo y envejecer considerablemente, hasta el punto de que algunas amistades de hacía años no la reconocían.
Dada su preocupación por el aspecto físico, su dejadez no hacía más que acentuar
los episodios existenciales que la habían llevado a esa misma dejadez, en una espiral
que se retroalimentaba peligrosamente. El estado de ánimo de Bernadette era
deprimido, ansioso y desesperanzado. En su caso la terapia comportó el trabajo
simultáneo con la prescripción de actividades que la sacasen de esa espiral de
autoinvalidación recursiva y con otras que le ayudasen a recuperar su autoestima en
lo corporal y su estado de salud y de bienestar anterior –concretamente la paciente
empezó un régimen bajo control médico y decidió renovar su vestuario así como su
imagen externa en general (peinado, cosmética, complementos). Demostrando de
nuevo la íntima conexión entre imagen corporal y bienestar psicológico, y para
sorpresa de quien pueda considerar tales actividades como algo simplemente
superficial, Bernadette obtuvo el empuje y la fuerza para salir de su estado deprimido
precisamente de la inyección de optimismo y autoeficacia que le produjo el ser
capaz de perder peso y verse más atractiva y cuidada al cambiar su imagen externa.
El tipo de paciente que hemos descrito como Perfil C, se podría identificar
también como “despreocupado/a, satisfecho/a y cuidado/a”. Su posición subjetiva
básica respecto a su imagen corporal y el cuidado físico se resume en la frase que
identifica sus puntuaciones al MBSRQ: “No me preocupa el físico pero me gusto
y me cuido”. Se trata de un tipo de paciente que atribuye una importancia por debajo
de la media a la preocupación por su aspecto físico, las conductas orientadas a
mantener la forma física, la preocupación por el peso y las dietas, la preocupación
por la salud y la enfermedad, y el atractivo autoevaluado de las diferentes áreas
corporales. Sin embargo, a pesar de darle menor importancia a estos aspectos, lleva
a cabo más conductas orientadas al mantenimiento de su forma física, cuida su
aspecto por encima de la media y evalúa su atractivo físico también por encima de
dicha media.
Este tipo de pacientes en psicoterapia no plantean especiales problemas desde
el punto de vista de imagen corporal, dado que para ellos no suele constituir un
aspecto nuclear de su identidad. Eso hace que sus demandas sean mucho más
centradas en aspectos propiamente psicológicos o relacionales que corporales, y
que su capacidad para reconstruir los aspectos de su imagen corporal que puedan
haber sido invalidados por su experiencia sea considerable.
Finalmente, el tipo de paciente que hemos descrito como Perfil D, se podría
identificar también como “despreocupado/a, insatisfecho/a y descuidado/a”. Su
posición subjetiva básica respecto a su imagen corporal y el cuidado físico se
resume en la frase que identifica sus puntuaciones al MBSRQ: “No me preocupa el
físico, no me gusto y no me cuido”. Se trata de un tipo de paciente que atribuye una
importancia por debajo de la media a la preocupación por su aspecto físico, las
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conductas orientadas a mantener la forma física, la preocupación por el peso y las
dietas, la preocupación por la salud y la enfermedad, y el atractivo autoevaluado de
las diferentes áreas corporales. Además de darle menor importancia a estos
aspectos, lleva a cabo menos conductas orientadas al mantenimiento de su forma
física, cuida su aspecto por debajo de la media y evalúa su atractivo físico también
por debajo de dicha media.
En los casos en que este tipo de pacientes plantea una demanda psicoterapéutica
resulta interesante analizar hasta qué punto su supuesta despreocupación responde
a una posición existencial asumida o a una defensa contra la invalidación social
debida a algún aspecto de su imagen corporal. Este era el caso, por ejemplo, de
Dunia, una estudiante de bellas artes de 35 años que consultaba por problemas de
ansiedad y depresión. Su aspecto externo era francamente descuidado y anticonvencional, hasta el punto de llamar la atención, pero según ella eso no le importaba.
Sin embargo, durante la terapia se hizo evidente que esa imagen externa le
dificultaba el acceso a determinadas relaciones que le interesaban, así como que
centraba la atención de los demás en ella hasta al punto de hacerla sentir incómoda.
Dunia de definía como muy tímida, y eso chocaba con la situación en la que se
encontraba muy a menudo siendo el centro de atención. Una vez aclarado el dilema
implicativo de Dunia que comportaba la paradoja de que para querer pasar
desapercibida tuviese que llamar la atención se pudo avanzar significativamente en
esta dirección con ella en terapia.
En resumen, los argumentos principales de este artículo radican en la necesidad de considerar los aspectos vinculados a la corporalidad de los pacientes en
psicoterapia como algo más que puramente estéticos y de incluirlos como parte del
tratamiento psicoterapéutico siempre que se considere conveniente. En la sociedad
en que vivimos la imagen corporal ha llegado a ocupar un papel lo bastante
preponderante como para que los problemas asociados a ella comporten un nivel
significativo de sufrimiento psicológico. La identificación de perfiles o sistemas de
constructos de pacientes con alteraciones de la imagen corporal pueden ayudar a
orientar el tratamiento más adecuado, si bien por supuesto no se puede ignorar la
naturaleza fuertemente subjetiva e individual de cada uno de estos problemas en
cada uno de nuestros pacientes.
Este artículo presenta los resultados de un estudio llevado a cabo para identificar
los perfiles psicológicos básicos de los pacientes que solicitan cirugía estética, así como
sus posibles implicaciones para el trabajo psicoterapéutico con tales pacientes.
Palabras clave: Cirugía estética, psicoterapia, perfiles psicológicos, perfiles psicológicos
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Referencias bibliográficas
BOTELLA, L., GRAÑÓ, N., GÁMIZ, M. y ABEY, M. (2008). La Presencia Ignorada del Cuerpo: Corporalidad
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Argentina de Clínica Psicológica.
BOTELLA, L., VELÁZQUEZ, P., y GÓMEZ, A.M. (2006). Género, cuerpo e identidad femenina: La construcción
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CASH, T.F., & PRUZINSKY, T. (Eds). (1990). Body images: Development, deviance, and change. New York: The
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SHILDER, P. (1935). The image and appearance of the human body. London: Kegan, Paul, Trench, & Trubner
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