Filosofía Analítica
en
América Latina
1) Quizá la mejor manera de iniciar mi disquisición en torno a la utilidad, real o
aparente, de la así llamada ‘filosofía analítica’ en América Latina sea haciendo el
recordatorio de que si hay un problema con ella, éste en todo caso le atañe como a la
especie de un género, es decir, concierne a la filosofía en general y no nada más a
ella. Con el mismo derecho y la misma legitimidad con que se podría cuestionar la
pertinencia de la filosofía analítica en nuestro continente podríamos preguntar por la
utilidad, real o potencial, del existencialismo o de la fenomenología, por no citar
más que dos ejemplos de escuelas filosóficas relevantes. Así, pues, no deberíamos
olvidar que uno de los rasgos permanentes de la filosofía, tal como la conocemos,
desde que ésta hiciera su aparición, en las Islas Jónicas, allá por el siglo VII antes de
Cristo, ha sido su permanente necesidad de justificar su existencia. A diferencia de
lo que pasa con las diversas ciencias o inclusive con las actividades artísticas, la
filosofía siempre se ha visto forzada a enfrentar toda una variedad de acusaciones,
que van desde la inutilidad práctica total hasta su permanente alianza con las fuerzas
sociales retrógradas vigentes de su época. No estará de más observar, por otra parte,
que muchas de las críticas que se han elevado en su contra han provenido no de
papanatas ignorantes o de filisteos consumados sino de grandes humanistas y
pensadores de primera línea. No hay más que echarle un vistazo al espléndido texto
Elogio de la Locura o a las célebres Tesis sobre Feuerbach para confirmar lo que
digo. Como era de esperarse, muchas de estas líneas de crítica han dejado a los
profesionales de la filosofía más bien fríos y éstos en general no han sentido la
necesidad de responder a esta clase de ataques. Esto es hasta cierto punto
comprensible cuando las críticas son, llamémoslas así, ‘externas’. En relación con
éstas, no obstante, me parece que la actitud correcta es la siguiente: hay desde luego
que aceptar que en sí mismas no bastan para neutralizar o aniquilar la actividad
filosófica, pero cuando están bien planteadas y son interesantes llaman la atención
sobre diversas características de la filosofía que vale la pena considerar
cuidadosamente, aunque sea para caracterizarla y defenderla mejor. Es evidente, por
otra parte, que el asunto no termina allí, puesto que también desde el interior de la
filosofía, desde sus ámbitos más puros y técnicos, tanto antaño como en nuestros
tiempos, ha habido manifestaciones de insatisfacción, de decepción y de disgusto
con la actividad filosófica tal como la conocemos y se le ha practicado. No creo que
tengamos que ir muy lejos para dar ejemplos de casos así. Las filosofías de R.
Carnap, J. Austin y L. Wittgenstein son una clara muestra de lo que estoy diciendo y
me parece que difícilmente encontraríamos en nuestros días pensadores más
brillantes que éstos. Asimismo, no estará de más traer a la memoria que si hubo
algún grupo de pensadores distinguidos, de sólida formación científica y archi-
2
enemigos de la metafísica, usando en general ‘metafísica’ como sinónimo de
‘filosofía’, fue el de los positivistas lógicos. Es evidente, supongo, y por lo tanto no
entraré en los detalles de esta cuestión en particular, que el hecho de que la escuela
misma haya culminado en un fracaso no le resta importancia al dato mismo de su
orientación en algún sentido declaradamente anti-filosófica. Desde luego que no se
le puede conferir el mismo valor a las críticas externas que a éstas que podemos
denominar ‘internas’, pero lo que es claro es que si efectivamente la historia nos
enfrenta tanto con unas como con otras, el tema no puede ser simplemente ignorado,
sino que merece ser abordado detenidamente. En lo que sigue, por consiguiente,
discutiré rápidamente el tema general de la justificación o validación de la filosofía
y, posteriormente, me concentraré en el caso de la filosofía analítica.
2) Daré, pues, inicio a mi reflexión con una pregunta simple, a saber, ¿es ineludible
la filosofía? ¿No es imaginable una sociedad sin filosofía? Dando por supuesto que
la filosofía y la ciencia son diferentes, que por lo tanto independientemente de cómo
lo hagamos de todos modos siempre será relativamente fácil distinguir una de la
otra, y asumiendo también que la ciencia es imprescindible: ¿no resulta entonces
tentador deducir que con la ciencia nos basta, que la filosofía es de alguna manera
redundante y que en principio cualquier sociedad podría pasarse de ella sin
problemas? Es claro que los humanos no pueden vivir sin su tecnología (nosotros sin
agua caliente, sin luz, sin gasolina, etc., los antiguos sin rudimentarios aperos, sin
sus frágiles embarcaciones, sin sus sembradíos y así indefinidamente), pero a
primera vista al menos sí podríamos hacerlo sin que la reflexión filosófica permeara
nuestras vidas. Ahora bien ¿cómo hay que caracterizar a la filosofía, aparte de como
diferente de la imprescindible ciencia, para que podamos responder a nuestra
inquietud fundamental, a saber, si vale la pena o no, si tiene sentido o no, si es
importante o no seguir practicando la filosofía en general y la analítica en particular?
Después de todo hay multitud de problemas más agobiantes y urgentes que
elucubrar en torno a, por ejemplo, el tema de la naturaleza de los portadores de
verdad. Propongo entonces tentativamente la siguiente simple caracterización: la
filosofía es una reflexión abstracta y global sobre diversos aspectos de la cultura y
entiendo por ‘cultura’ el todo de las instituciones políticas, comerciales, legales,
educativas, militares, religiosas, etc., que conforman a una determinada sociedad.
Sugiero por lo tanto que, para los efectos de esta discusión particular, entendamos la
filosofía como una meditación, sistemática o no, sobre la vida humana en todos sus
aspectos, tal como ésta se desarrolla inserta en una u otra modalidad de cultura, en el
sentido amplio en que empleé la palabra. Naturalmente, es parte esencial de la
cultura en ese sentido el lenguaje de la cultura en cuestión.
3) Con base en lo que hemos dicho podemos desarrollar un cierto paralelismo que,
aunque no tiene sentido intentar llevarlo más allá de lo que es, a saber, un mero
parangón, de todos modos en cuanto tal puede resultarnos útil para pronunciarnos
sobre el carácter prescindible o imprescindible de la filosofía considerada in toto. El
3
referente del parangón lo constituye el contraste entre conciencia y auto-conciencia.
Desde este punto de vista, la filosofía puede ser entendida como la auto-conciencia
de la sociedad y la cultura de una época, una sociedad, una civilización. Esto es
importante porque si este pálido paralelismo resulta aceptable, de inmediato
podemos inferir que la filosofía no es para nosotros, homo loquens, una institución,
una clase de actividad, un especie particular de disquisición, prescindible o
superflua. Un animal puede carecer de auto-conciencia, de identidad personal, etc.,
pero no un ser que crea y usa el lenguaje, a través del cual configura su entorno
social, sus condiciones de vida, su pensamiento, su mundo. Se sigue que así como
para nosotros la auto-conciencia es fundamental, así también para la sociedad en su
conjunto la filosofía lo es. Así, pues, hay un sentido por lo menos en el que la
filosofía no está en entredicho. De manera natural, cualquier sociedad, tarde o
temprano, tenderá a desarrollar alguna clase de reflexión filosófica. Naturalmente,
las filosofías de las diversas culturas tenderán a corresponder a sus respectivas
ciencias y tecnologías, pero lo que es claro es que de todos modos siempre se
producirá de manera más o menos espontánea alguna clase de meditación (hecha
posible por el lenguaje) a la que llamamos ‘filosófica’, la cual revela entonces su
carácter de ineludible. Aceptado en aras de la argumentación este tosco cuadro,
podemos pasar a consideraciones un poco más puntuales y circunscritas.
4) La filosofía, sostuve, está esencialmente ligada a la cultura, en el sentido más
amplio, laxo y elástico de la noción, pero habría que añadir de inmediato que no hay
tal cosa como “La Cultura”. Lo que hay es una multitud de culturas que coexisten,
sobreponiéndose unas a otras y ejerciendo influencia unas en otras. Las causas de
estas influencias son múltiples y de lo más variado y no forma parte de nuestra labor
encontrarlas, clasificarlas, etc. El punto importante es que la diversidad cultural es
una realidad. De ahí que algo que a muchos (dentro de los cuales me incluyo) les
resulte particularmente repelente sea precisamente la idea de que no hay más que un
modelo cultural al cual todos los demás tendrían que ceñirse. En lo que a nosotros,
practicantes latinoamericanos de la filosofía concierne, la idea en cuestión es
rechazable por cuanto implica que entonces no hay más que un modo de entender la
filosofía, un modo de practicarla, un conjunto de temas seleccionados en zonas
culturales diferentes de la nuestra. Como descripción me parece el resultado de
graves incomprensiones y como ideal detestable. Veamos qué podemos decir para
no dejarnos atrapar en ella.
5) Soy de la opinión de que dado que la filosofía es un producto de su sociedad,
quienes la practican profesionalmente no pueden tener otro objetivo que el de servir
en o a sus respectivas sociedades. Nosotros en filosofía pretendemos servir con ideas
y con pensamientos. Ahora bien, este enfoque de manera natural nos permite
entender la vigencia o la caducidad de las escuelas filosóficas: en lo que podríamos
llamar el ‘maratón de las filosofías’, diversas escuelas o corrientes de pensamiento
de uno u otro modo, paulatina o rápidamente, se van rezagando en la competencia,
4
pero ello sucede precisamente porque son las que se van manifestando cada vez de
manera más obvia como inútiles para o en sus respectivas sociedades. En este
complejo proceso, diversas escuelas o tendencias o corrientes filosóficas van
quedando si no en el olvido sí totalmente superadas, convirtiéndose poco a poco en
momias filosóficas, esto es, en nuevas piezas para el museo de las ideas. La utilidad
es, pues, un desideratum crucial en relación con el valor de la filosofía. Pero
entonces ahora tenemos que preguntarnos: ¿cómo es útil o cómo puede ser útil la
filosofía? Probablemente lo más ridículo que podría responderse sería algo como
“efectuando análisis lógicos de oraciones” o “realizando deducciones
trascendentales” o “analizando conceptos” o “efectuando reducciones eidéticas”, etc.
Espero que se entienda que lo que quiero decir es simplemente que a una pregunta
general como la planteada no se puede responder dogmáticamente con una
caracterización propia de una escuela particular. La respuesta tiene también que ser
general. Así entendida y muy a grandes rasgos, a mí me parece que los beneficios
que aporta el trabajo filosófico son más bien cosas como el desarrollo de actitudes
críticas frente al tema que sea (la percepción, el estado, la familia, el aborto, los
números, etc.), la sistematización de nuestro pensamiento, el perfeccionamiento en
nuestras formas cotidianas de razonamiento (a través de la denuncia de falacias
recurrentes, por ejemplo), la exaltación de la imaginación, la gestación de nuevos
interrogantes e inquietudes intelectuales, el impulso de nuevas ideas en diversos
contextos científicos, la contribución de nuevos atisbos en los contextos
estrictamente filosóficos y cosas por el estilo. Lo que tenemos que determinar es qué
factores tienen que estar presentes para que podamos decidir si en nuestra sociedad
la filosofía en América Latina cumple o no cumple con su misión.
6) Como es obvio, normalmente, cada profesional de la filosofía trabaja en su
medio, pero dada la interconexión cultural que en la actualidad prevalece es
igualmente cierto que se nutre para su trabajo de multitud de productos que no son
engendrados en él (i.e., en su medio). Justamente por eso, así como podemos hablar
de transferencia de tecnología o de transferencias financieras, también podemos
hablar de transferencia de lo que podríamos llamar ‘mercancías filosóficas’ (temas,
terminologías, doctrinas, etc.). El dato cultural fuerte es que es un hecho que hay
países en los que la producción filosófica está en algún sentido más desarrollada que
en otros. Se efectúa entonces un fenómeno de sobreposición de las diversas
producciones filosóficas, generando un universo en el que ciertas esferas de
producción son o tienden a convertirse en parasitarias de otras. Esto es precisamente
lo que se produce cuando la sociedad filosófica de un país o de una región cultural
se limita a importar los productos filosóficos de otra. Podemos hablar entonces de
colonización cultural en su modalidad filosófica. Este fenómeno alcanza su cúspide
o su zenit cuando los miembros de la sociedad filosófica subordinada
deliberadamente eligen ese mecanismo o procedimiento de transferencia de
mercancías filosóficas como la única y desde luego la mejor forma de realizar su
trabajo. Este es el caso más patético y más lamentable, puesto que de hecho a la
5
larga equivale a una especie de auto-cancelación de actividad filosófica genuina, en
el sentido de propia, de original, de auto-repudio y de auto-negación. Lo que en ese
caso se hace es más o menos lo que en algunas ocasiones se ha hecho en diversos
lugares del mundo en relación con especies biológicas y que, ahora se sabe, tiene
resultados desastrosos. Me refiero a la introducción brutal de especies propias de
ciertas regiones en otras completamente diferentes. En general, lo que con ello se
produce son desastres ecológicos e incontenibles plagas, posteriormente casi
imposibles de corregir o erradicar. Y lo que quiero sostener es, mutatis mutandis,
que en filosofía se produce el mismo fenómeno. Dicho explícitamente: lo que la
total subordinación filosófica (sobre todo cuando se trata de la de peor calaña, esto
es, la de motu proprio), la colonización ideológica, la sumisión mental en relación
con las sociedades de filosofía de los países materialmente más avanzados generan
en los países en los que dicho fenómeno se da son auténticas plagas filosóficas. Esto
puede parecer no más que una metáfora, pero desde mi punto de vista tiene
implicaciones muy serias concernientes a la legitimidad, la autenticidad y la utilidad
de los subproductos elaborados en esas condiciones. Trataré de hacer ver por qué.
7) Pienso que dada nuestra caracterización de la filosofía, lo que salta a la vista es
que hay una profunda incomprensión en quien imagina que los productos filosóficos
son transferibles simpliciter, sin más. Para entender esto es conveniente ver por un
momento la filosofía como un producto comercial más, lo cual es lo que se quiera
menos erróneo. Desde este punto de vista tenemos lo que podemos denominar la
‘producción nacional’, las importaciones, realizadas en general sin aduanas y sin
impuestos, y, lo que debería ser nuestro objetivo último así entendidas las cosas,
esto es, la exportación de nuestros productos. Así, tenemos que en filosofía como en
tecnología o en ecología no todo es transferible, por lo que lo que debemos intentar
promover es ante todo el intercambio de bienes y no limitarnos torpemente y en una
actitud derrotista a la importación irrestricta de las mercancías filosóficas de
ultramar. El “laissez-faire, laissez passer”, el libre e irrestricto mercado en filosofía
no nos conviene, por la sencilla razón de que no estamos en las mismas condiciones
para competir. Desde este punto de vista, no hay ninguna diferencia esencial entre la
filosofía y los bienes de consumo usuales. Nosotros sabemos de entrada que
nuestros productos se enfrentarán a toda una batería de barreras proteccionistas
(empezando por la no traducción) frente a las cuales no podemos hacer nada, en
tanto que la inversa simplemente no vale. Sabemos a posteriori que dadas las
asimetrías en los ámbitos fundamentales de la vida (la economía, el armamento, los
bancos, etc.), en filosofía nosotros estamos en gran medida obligados a consumir los
productos de otras zonas culturales y ello independientemente de la calidad de los
productos de que se trate. Así, dado que también la filosofía tiene un mercado
(revistas, congresos, cursos, seminarios, conferencias, etc.), sabemos, por una parte,
que la producción de bienes filosóficos es de lo más variado y que va desde las
grandes contribuciones hasta los miles y miles de bodrios aburridos, repetitivos,
fácilmente rebatibles, nada interesantes ni aportativos pero que de todos modos
6
mucha gente se siente en la obligación de leer, de comentar y de tomar en cuenta
precisamente porque son productos “de importación”; por otra parte, sabemos
también que aunque haya productos filosóficos finos producidos en nuestros países,
de todos modos por situaciones ajenas al mundo de la filosofía dichos productos no
van a entrar en los grandes circuitos del mercado de las ideas salvo si lo hacen por
los canales que en los países o sociedades más avanzados tienen establecidos para
ello, es decir, en concordancia con las reglas que en ellos imponen (sus idiomas, sus
vocabularios, sus modos de plantear los problemas, que no sean demasiados, etc.).
No tiene ningún sentido negar la realidad de asimetrías estructurales inequitativas y,
por consiguiente, lo que son desventajas objetivas obvias. De ahí que, por un
sinnúmero de razones, tenemos que partir del hecho de que nuestra vida filosófica es
de producción y de enseñanza, con variantes según los países, en un marco de
dominación general en el que estamos subordinados. La pregunta aquí es: ¿cuál es la
actitud correcta frente a esa situación?
El problema principal se plantea cuando se está convencido de que la
producción filosófica nacional o continental debe limitarse o reducirse a practicar
obedientemente la filosofía en concordancia con las reglas internacionales para el
intercambio de mercancías impuestas por otros. En este caso eso significa que para
que podamos siquiera sentirnos practicantes serios de filosofía, profesionales de la
filosofía, lo que tenemos que hacer es no sólo leer en el idioma más universal, en
este caso obviamente el inglés (lo cual en sí mismo obviamente no es criticable),
sino dedicarnos a importar las temáticas de los filósofos de habla inglesa, comentar
su producción, adoptar de manera literal o casi el vocabulario que se emplee, las
formas de expresión usuales en los idiomas dominantes, esforzándonos por decir
algo entregado en bandeja de plata de manera que los miembros de comunidades
filosóficas más privilegiadas nos juzguen con condescendencia y lleguen, en el
mejor de los casos, a vernos como buenos alumnos, como muchachos decentes y,
eventualmente, pero muy rara vez, como pares. La ambición de muchos, desde esa
perspectiva, es (adaptando un dicho de Berkeley) “hablar con el vulgo, pero hacer
filosofía y pensar con el sabio”, denotando ‘el vulgo’ a sus colegas y ‘el sabio’ a los
colegas extranjeros. Pero ¿es esta una posición defendible siquiera en principio?
Mejor aún: ¿no es acaso indignante y hasta ofensivo que se le proponga, por así
decirlo, en voz alta?
8) Seamos realistas: la situación ideal de intercambio equitativo no se da y no se va a
dar. ¿Se sigue que la conducta razonable entonces es la del colonizado cultural
radical? Obviamente que no. Antes de decir algo en este sentido más positivo y
constructivo, quisiera intentar mostrar por qué la actitud del colonizado y del
sometido cultural convencido está a priori destinada al fracaso.
El primer problema con la actitud del profesional de la filosofía autoenmarcado en el contexto de la filosofía extranjera dominante es que éste
7
prácticamente reduce la labor de meditación filosófica a una tarea de traducción e
importación de temáticas. De ahí que el importador filosófico de entrada se autoincapacite para descubrir temas y acuñar nuevas terminologías. Al hablar de
“traducción” me refiero desde luego no a la labor de verter en un idioma un texto
escrito en otro, sino al fenómeno mismo de (por así decirlo) “pensar” en otro idioma
o, si se prefiere, por medio de un instrumental lingüístico ajeno y plantear
problemas, formula y discutir dificultades filosóficas en un idioma que no es el de
uno. Las consecuencias de esto son a la vez deplorables y palpables. Yo soy de la
opinión de que por no haber aprendido a plantear problemas en español, no hay una
filosofía de la mente que realmente nos convenga, puesto que todo lo que se discute
emana de los usos de ‘mind’ y no de ‘mente’, de ‘self’ y no de ‘yo’, usos que son
claramente distinguibles y que algunas diferencias importantes acarrearían si
sistemáticamente fueran tomados en cuenta. Para empezar, me permito traer a la
memoria el archi-ultra-recontra-reconocido hecho lingüístico de que nosotros
prácticamente (salvo en el caso del egotista irredimible) en español no empleamos el
pronombre personal ‘yo’. Dicho hecho, sostengo, no es desdeñable. Asimismo,
recordemos que nosotros en español no decimos cosas como ‘estar fuera de su
mente’ (to be out of one’s mind), ‘perdí mi mente’ (I lost my mind), ‘quitarnos un
peso de la mente’ (to have a load taken off one’s mind), ‘conocer mi mente’ (to
know one’s mind) y así indefinidamente. Así, pues, el problema con la filosofía
traducida es que, en un amplísimo número de casos, al momento de introducir a la
fuerza las formulaciones naturales de otros idiomas excluyendo a las que emergerían
de nuestro propio lenguaje natural, los tópicos y los planteamientos de inmediato
adquieren un sabor artificial y a menudo se vuelven no ya escurridizos sino hasta
incomprensibles o por lo menos completamente ajenos a lo que serían nuestros
planteamientos naturales y, por ende, a lo que serían nuestras genuinas
preocupaciones filosóficas. La situación es como si en lugar de consumir los
jitomates que producimos en México (de donde, permítaseme recordarlo, es oriunda
la palabra) se nos alentara a comer únicamente los jitomates importados de
California. Esto es un doble error, pues entre otras cosas si bien de menor tamaño y
menos intensamente rojos, los jitomates mexicanos son mucho más sápidos y
sabrosos que los americanos y combinan mejor con nuestros platillos y con nuestra
cocina en general. Yo pregunto: ¿no puede pasar lo mismo con otros productos,
aunque no sean de la tierra?¿Es ello lógicamente imposible? Mi experiencia
personal me indica lo contrario.
El gran efecto claramente negativo de la actitud de sometimiento cultural a la
que he aludido es el de estar operando todo el tiempo en favor del status quo de
inicio desventajoso para nosotros, esto es, perpetuándolo. A lo que se nos enseña es
a no pensar por nosotros mismos, a no tener ideas propias, a no resolver nuestros
problemas puesto que la filosofía es, como dijimos, una reflexión general sobre
distintos aspectos de la cultura. Esto quizá no sea demasiado difícil de ejemplificar.
8
9) Consideremos brevemente la filosofía política. En la actualidad, mucho de ésta
consiste en una defensa, abierta o velada, de la democracia, la cual queda a menudo
presentada como el sistema ideal, último, definitivo de gobierno y de organización
política. En ocasiones, este sistema es defendido por medio de argumentaciones
sumamente alambicadas, complejas, refinadas y sutiles (aunque no necesariamente
válidas y menos aún convincentes), a través de las cuales los procesos normalmente
asociados con la democracia son exaltados hasta los límites del fanatismo (en
verdad, yo creo que podemos en la actualidad hablar de un “democratismo
fanático”). No es mi interés, sin embargo, examinar a fondo aquí y ahora los pros y
los contras de dicho sistema político, sino que quiero considerarlo rápidamente para
ejemplificar lo que en mi opinión es un efecto filosófico y político negativo derivado
justamente de la sumisión en el ámbito de la producción de las ideas, a su vez
resultado (junto con muchos otros factores extra-filosóficos, desde luego) de la
“política” de transferencia e importación de pensamientos. Así, asumiendo que la
democracia es un sistema que en ciertos países efectivamente funciona, que deja
satisfechos a quienes viven bajo ella, etc., (lo cual también es debatible), nos
encontramos al estudiarla con que ésta presupone cosas como una población bien
alimentada, con una muy extendida y fuerte clase media, niveles aceptables de
educación general (digamos que, como en Francia por ejemplo, la población tenga
en un 98 por ciento el bachillerato), instituciones sólidas y no carcomidas por la
corrupción, etc., etc. Así presentada, inclusive si se le idealiza, lo más grotesco que
podría hacerse sería pretender implantar, por ejemplo, el modelo democrático
norteamericano, entre, digamos, los nambiquara del Matto Grosso! Es
intuitivamente obvio que la mera idea de importar del sistema democrático a una
realidad social tan diferente como la de los últimos habitantes de la selva amazónica
es abiertamente ridícula (aunque no falta el iluminado a quien se le haya ocurrido y
que de hecho lo haya propuesto). Ahora bien, entre las instituciones
gubernamentales de un país representativo de la democracia y la organización tribal
de los últimos pobladores de la Amazonia hay toda una gama de posibilidades que
deberían inducir a pensar que es altamente probable que la democracia estándar,
entendida de manera simplista o esquemática, sencillamente no sea el sistema de
gobierno mejor diseñado para la solución de los problemas de por lo menos algunas
sociedades latinoamericanas.1
Consideremos velozmente el caso de México. Por múltiples razones, que
obviamente no es el momento de considerar en detalle, el hecho es que en México
una gran parte de la población está muy rezagada en lo que a educación concierne,
desprotegida desde el punto de vista de la salud, de la seguridad personal, etc. El
problema es que no fue siempre así o por lo menos no como ahora. Desde luego que
1
De hecho, Venezuela me parece ejemplificar a las mil maravillas lo que estoy diciendo. Allá la democracia
era Carlos Andrés Pérez, con todo lo que éste significaba o acarreaba. Por lo tanto, es claro que no funcionaba
y que había que sustituirla por otro modelo, para lo cual se requería, entre otras cosas, imaginación y
valentía).
9
en la gestación de la situación actual entraron en juego innumerables factores, pero a
mi modo de ver forma parte de la explicación el hecho de que se forzó a México a
transitar en nombre de la democracia del sistema que durante lustros había más o
menos funcionado, esto es, el sistema presidencialista, al modelo parlamentarista y
partidista que ahora infecta la vida del país. Lo cierto es que el sistema
presidencialista mexicano funcionaba mejor que el sistema democrático actual,
porque cuando en México los límites de la democracia los marcaba la figura del
presidente de la República el país estaba más protegido y los ciudadanos vivían
mejor. O sea, que fue cuando tanto a los politólogos como a los pseudo-filósofos
políticos mexicanos (locutores de radio venidos a intelectuales) y desde luego a los
actores políticos mismos les pareció que lo mejor era simplemente copiar otros
modelos de organización política, implantar a toda costa el bipartidismo o algo
parecido, realzar la importancia de las cortes o cámaras, exaltar el procedimiento del
voto universal y secreto, etc., etc., haciéndole perder mucho de su poder al
presidente que México se fue “democratizando” y que entonces el país se fue a
pique y entró en el proceso de descomposición que ahora lo agobia. Esto era
relativamente fácil de prever: con una población con un nivel educacional bajo, un
ausentismo brutal durante las votaciones, falta de conciencia política,
manipulaciones y trampas en todos los procesos sociales importantes, represión en
nombre de la libertad, entrega casi total del patrimonio nacional, etc., lo único que
no se necesitaba en el país era la implantación de un modelo importado, el anglosajón en concreto, por exitoso que fuera o haya sido (lo cual es también asunto de
debate) en otros países y con otras sociedades. ¿Qué era lo que se requería entonces,
concentrándonos en el ámbito de la filosofía política? Tomarse la molestia de
generar las categorías políticas propias y por ende adecuadas, de hacer propuestas de
organización que emanaran de nuestra sociedad, de nuestros problemas concretos,
tomando en cuenta nuestros trasfondos culturales, nuestros rezagos en materia de
salud, de educación, de seguridad, etc. En cambio, los geniales importadores de
ideas lo único que supieron hacer fue copiar instituciones, modelos de resolución de
problemas, etc., e implantarlos o tratar de hacerlo. Pero debió habérseles ocurrido
que el mero trasplante categorial e institucional no funciona ni puede tener éxito y
eso es algo que se puede apreciar a corto plazo, casi de inmediato. La importación
de ideas sin un proceso serio y depurado de adaptación no sólo es pérdida de tiempo:
es profundamente dañina. Y, obviamente, la política y la filosofía política no son
una excepción y lo que pasa en ellas o con ellas pasa en otras áreas.
10) La filosofía es una actividad que pierde su sentido si no está en contacto directo
con su realidad circundante. O sea, la filosofía que vale la pena es la que le es útil,
vía la divulgación, la interacción y la estimulación, a los científicos, a los artistas, al
hombre de la calle con un mínimo de intereses intelectuales o con problemas
morales, a los matemáticos, etc., del lugar. La buena filosofía, a mi modo de ver, es
ante todo de naturaleza local. Cándidamente, con toda franqueza: ¿le importa a
alguien que su pequeño “paper” sea leído por algún John Smith de Salt Lake City o
10
en Memphis, Tennessee?¿Realmente le preocupa algo así? La pregunta sirve para
resaltar el hecho de que la filosofía tiene que emanar de la producción cultural en la
que está inmersa, puesto que ella misma es tanto un producto super-estructural como
una reflexión sobre la cultura. Y esto siempre es posible. En la actualidad hay en
nuestro medio comunidades científicas suficientemente desarrolladas como para
poder interactuar con ellas y producir una muy respetable filosofía de la ciencia. Lo
que no existe es la tradición de producir filosofía de la ciencia a partir de esas
fuentes, sino a partir de la filosofía de la ciencia ya establecida por gente que hizo
precisamente eso en su lugar de origen. Lo que no hay son los planteamientos
propios que despertarían en el científico local el interés por los enigmas filosóficos
que su disciplina pueda suscitar.
Tomemos otro caso. A menudo se importan, por ejemplo, problemas morales.
Considérese el tema del aborto. Es claro que en un lugar como Suiza la cuestión del
aborto puede dar lugar a un serio problema moral, pero ¿lo hace también en
Somalia?¿Es deshacerse de un producto que lleva en su seno el mismo problema
para una mujer que ya dio 10 o 15 veces a luz que para a una mujer que no ha tenido
hijos?¿Para una mujer de un país despoblado que para una de uno
sobrepoblado?¿Para una mujer bien nutrida y rolliza que para una pobre muerta de
hambre de 45 kilos?¿Y no es intuitivamente lo más absurdo pretender enfocar el
dilema moral como si fuera uno y el mismo en absolutamente todas las situaciones
posibles? Yo ni mucho menos quiero negar que el problema del aborto representa o
genera un problema moral real. Lo único que digo es que puede no hacerlo e
insistiría en que para entenderlo y enfrentarlo como un problema genuino hay que
plantearlo en los términos apropiados para cada situación y que lo más tonto que
puede hacerse sería simplemente pretender traspasar los planteamientos y las
argumentaciones de un contexto a otro, como si el cambio contextual no alterara su
status. Ejemplificando con mi propio punto de vista: yo puedo entender el problema
del aborto como un problema que genera malestar moral, arrepentimiento,
sentimientos de culpa, tristeza, problemas legales, etc., pero si me lo plantean en
términos de almas enzigotadas entonces, lo confieso, ya no me preocupa mucho y
hasta deja de parecerme un problema real, admitiendo desde luego que pueda haber
gente para la cual el problema así planteado sea precisamente el único modo
inteligible de formularlo.
11) Teniendo presente lo que hemos sostenido podemos ahora sí considerar el caso
específico de la mal llamada ‘filosofía analítica’. Aquí los problemas empiezan con
el apelativo mismo, por la sencilla razón de que en la actualidad éste no significa
prácticamente nada. Sobre este tópico en particular no ahondaré aquí y ahora, por la
simple razón de que lo que yo tenía que decir sobre sus orígenes y naturaleza lo dejé
plasmado tanto en mi artículo ‘¿Qué fue la Filosofía Analítica?’ como en mi libro
Filosofía Analítica: un panorama y no lo repetiré aquí. Como rasgos constantes pero
contingentes de dicha filosofía encontramos, inter alia, una fuerte vinculación con
11
la ciencia, el recurso al formalismo (lógico u otro), la aspiración a construir hipótesis
que más que de alto nivel yo diría que son de carácter proto-científico concernientes
a los aspectos de la realidad que se consideren, pero es obvio que estos rasgos no
son exclusivos, propiedad privada de la filosofía analítica. Para mí, ‘filosofía
analítica’ significa básicamente ‘filosofía’ en el sentido de que los temas de la
filosofía analítica son simplemente los temas clásicos de la filosofía occidental, esto
es, conforman un stock de dificultades intelectuales heredado, si bien
permanentemente redisfrazadas en los ropajes de las terminologías del momento.
Según yo, aunque admito de entrada que podría estar equivocado, la filosofía
analítica no ha aportado temáticas nuevas y por lo menos hasta donde yo logro ver la
única aportación realmente original y novedosa de los últimos tiempos (yo diría
siglos, pero para no comprometerme demasiado) que se le podría adscribir es la
constituida por las consideraciones de Wittgenstein en torno a la cuestión de lo que
es seguir una regla. Pero, dejando de lado esto, a mí me parece innegable que si
súbitamente hicieran su aparición ante nosotros Platón, Aristóteles, Sto. Tomás,
Leibniz, Kant o Mill, una vez que se hubieran familiarizado con los nuevos
vocabularios de inmediato reconocerían los enigmas, comprenderían qué es lo que
está en juego, cómo se replantearon ahora sus antiguas dificultades y podrían sin
mayores problemas reformular sus posiciones en las nuevas terminologías, así como
elevar sus respectivas objeciones. Confieso que medio me deleita y medio apena la
fantasiosa idea de un debate entre algún eminente filósofo “analítico”
contemporáneo cualquiera (Searle, Dennett, Fodor, Churchland, etc.) y, digamos,
Berkeley resucitado y actualizado, porque por más que me esfuerzo no veo cómo
podrían ganarle una discusión al gran inmaterialista. En otras palabras, la
especificidad de la filosofía analítica no proviene de temáticas especiales, sino más
bien de un enfoque particular, de un modo propio de lidiar con los enigmas de la
filosofía. Sin embargo, como dije, no intentaré aquí profundizar en esta cuestión.
12) Regresando a nuestro tema: ¿qué problemas específicos nos plantea aquí y ahora
la filosofía analítica? En concordancia con lo dicho, me parece que lo que habría que
decir es que exactamente los mismos que plantean la hermenéutica, el
existencialismo, la fenomenología, el marxismo o el tomismo. O sea, así como hay
poesía barata y poesía buena, música insulsa y música de calidad, etc., así también
hay filosofía analítica útil y filosofía analítica inútil. Lo que sostengo es que esta
última es básicamente la que no pasa de ser filosofía importada y traducida, en tanto
que la primera es el trabajo filosófico conectado con lo que son nuestras inquietudes
y problemáticas, esto es, el tratamiento de las dificultades filosóficas que se generan
en los contextos de nuestros matemáticos, nuestros físicos, nuestros politólogos, etc.,
realizado al modo como tradicionalmente se trabaja en filosofía analítica
formulables y en lo que es nuestro lenguaje natural. Esto tiene que ser matizado y
comprendido cabalmente, pues quisiera evitar hasta donde sea ello posible que se
me adscribieran puntos de vista ridículos: no estoy insinuando que no debamos leer
lo que se escribe en otros idiomas, ni que no participemos en los procesos de
12
intercambio académico con los profesionales de la filosofía de otros países.
Tampoco estoy exhortando a que no se envíen trabajos a revistas extranjeras y, por
ende, en inglés. No quiero comprometerme con posiciones absurdas y fácilmente
rebatibles. Estoy simplemente preconizando que se contextualice nuestra
producción, tal como lo hacen las comunidades filosóficas de muchos países en el
mundo, y que se trabaje en filosofía para la comunidad filosófica a la que uno
pertenece y, por ende, para las comunidades científica, religiosa, política, artística,
etc., de la zona cultural a al que uno pertenece. También en Finlandia, en Rusia, en
Portugal, en Italia, en Francia o, en América Latina, en Brasil, hay comunidades
filosóficas, muchas de ellas importantes, pero sus miembros escriben en sus propios
idiomas y no hay más que ir a las librerías en los respectivos países o ver sus listas
de revistas para darse una idea de ello. Si el filósofo analítico europeo continental no
tiene complejos frente al anglo-sajón ¿por qué el latinoamericano sí tendría que
tenerlos?
Preguntémonos ahora: ¿qué problemas plantea la filosofía analítica traducida?
A mi modo de ver, el gran problema de la mala filosofía analítica es su esterilidad
cultural, su carencia de sentido, su inefectividad para incidir de uno u otro modo en
la vida académica y extra-académica de la sociedad en que es producida, su carácter
de disciplina esotérica y de juego social excluyente o segregacionista. Dado que la
filosofía analítica es la más importante de las escuelas filosóficas en nuestro medio,
es natural que sea sobre ella sobre la que más recaiga la responsabilidad de hacer de
la filosofía una actividad socialmente inútil. Lo peor que le puede pasar a la
filosofía, a la analítica en particular, es convertirse en una manivela que puede girar
en un sentido o en otro y que no afecta en nada el funcionamiento de la maquinaria
en la que está inserta, esto es, en la gran maquinaria de la producción cultural de un
país. Pero hay que añadir a este aspecto negativo de la mala filosofía analítica otro
que más que negativo es francamente ridículo. Si no me equivoco, muy a menudo
están asociadas con la mala filosofía analítica diversas expectativas nunca hechas
explícitas, ciertas ilusiones nunca confesadas, algunos problemas serios con la autoimagen, una estrechez de miras formidable y una ignorancia pasmosa de las
condiciones en las que se desarrolla el mundo, filosófico u otro. Vayamos por partes,
pero seamos francos.
13) Hay quien ha considerado que un rasgo esencial de la filosofía analítica es que
es filosofía escrita en inglés. Quisiera rápidamente examinar críticamente este punto
de vista. Sin duda una de las expresiones más genuinas de la sumisión colonial
filosófica es la ansiedad, la necesidad de escribir y publicar en su lugar de origen en
un idioma que no es el de uno. Da la impresión de que quienes en su propio país
pretenden escribir sistemáticamente en un idioma diferente al suyo (y, más
concretamente, en inglés) a menudo se imaginan que es por casualidad o por mala
suerte que forman parte de la comunidad filosófica y lingüística de la que de hecho
forman parte pero que en realidad ellos, por así decirlo, merecerían pertenecer a otra
13
comunidad, es decir, a la del país avanzado de su elección. Si tuviéramos que
construir un diagnóstico del caso habría que ofrecer uno en términos de delirios o de
complejo de inferioridad o tal vez de mera fantasía narcisista sin mayor sustento.
Empero, sea ello como fuere, lo que los partidarios del Spanglish a través de esta
actitud y de estas ambiciones sí manifiestan es una ignorancia alarmante respecto a
(entre otras cosas) la naturaleza de su propia actividad y a cómo se maneja el mundo
y no parecen reparar en que, se auto-conciban como se auto-conciban, lo más
probable es que en esas otras comunidades a final de cuentas no sean realmente
tomados muy en serio. El emigrado filosófico las más de las veces no pasa de ser un
advenedizo en el otro mundo y sólo en muy raras ocasiones se le concede el status
de interlocutor real. Lo peor del caso es que eso es razonable y comprensible, porque
los profesionales de la filosofía de los países de avanzada con los que sueña
codearse hacen precisamente lo que yo preconizo para nosotros, es decir, se ocupan
de la filosofía hecha en su lenguaje, por los miembros de su comunidad, con miras a
resolver sus problemas, tal como ellos de manera natural se los plantearon. Es por
razones externas, debido a fenómenos como la globalización, los intercambios
académicos, los becarios en el extranjero, las invitaciones de ida y vuelta, etc., que
algunos buscan afanosamente que se les otorgue la oportunidad de publicar algo
allá, relegando entonces su centro filosófico vital real a un segundo plano. Y aquí
tenemos que distinguir dos casos diferentes, uno inatacable y el otro indefendible. El
inatacable es, en mi opinión, el caso de quien escribe en otro idioma cuando publica
en países en los que el idioma oficial es diferente al suyo. Yo en lo personal no
tendría nada qué objetar a dicha práctica salvo que desde mi perspectiva las
aportaciones que se hagan deberían estar dirigidas más que para beneficio de otros
para el de los miembros de la propia comunidad de uno. Pero dejando de lado ese
detalle no creo que haya nada más qué objetar. En cambio lo que sí me parece
inaceptable (y, siendo francos, odioso) es la pretensión de publicar en su propio país
en otro idioma, como si desesperadamente se estuvieran haciendo señales a colegas
de otro mundo y deliberadamente se intentara cortar toda comunicación con los del
mundo al que uno pertenece. En relación con esto, creo que sería bueno no
engañarse: en general, cuando en su propio país un miembro de alguna comunidad
filosófica que no es de las de punta escribe, digamos, en inglés, las más de las veces
la inmensa mayoría de los miembros de comunidades filosóficas más poderosas
prácticamente ni se ocupa de lo que publica o simplemente pasa desapercibido y su
trabajo muy rápidamente cae en el olvido. Como siempre, hay desde luego
excepciones, en cuyo caso lo que habría que decir es que esos sujetos no pertenecen
ya a nuestra comunidad, es decir, dejaron de pertenecer a ella. Y yo diría que, en
última instancia, es normal y comprensible que así suceda. Lo que hay que hacer es
justamente aprender de aquellos con los que uno se quiere medir: la filosofía viva es
la filosofía útil y ésta es la que es producida para el entorno en donde florece, en
función de las necesidades (teóricas y prácticas) reales en la que se gesta y en el
idioma en que el profesional de la filosofía de manera natural se expresa. Eso es lo
que los polacos, los alemanes, los franceses, los italianos, etc., hacen y, como dije,
14
creo que hacen bien. En cambio, la actitud propia del sometido cultural que aspira
con toda su alma a formar parte de los grupos filosóficos de otras zonas culturales,
aunque se le ubique en la retaguardia o en la periferia y sea totalmente
insignificante, quien cree que puede pertenecer a dichas comunidades sólo porque de
cuando en cuando escribe en su idioma, resulta realmente una figura patética.
Desafortunadamente, el problema tiene raíces profundas, como lo pone de relieve el
hecho de que conductas así están sistemáticamente reforzadas por políticas
educativas absurdas y que es menester combatir, como la que se practica en México,
en donde para ciertas evaluaciones un artículo en inglés vale tres artículos en
español, por ejemplo. Que políticas así son absurdas y contraproducentes salta a la
vista: en lugar de promover la liberación intelectual y el desarrollo cultural
promueven el sometimiento, puesto que si a través de un artículo se hiciera alguna
aportación importante a una determinada temática, quienes de inmediato y más
directamente se beneficiarían de dicha aportación serían los hablantes naturales de
ese otro idioma. Más contradictorios es difícil serlo.
14) Para efectos de esta intervención, quiero sugerir que la filosofía es una disciplina
y una actividad tal que para tener derecho a pronunciarse sobre ella con un mínimo
de autoridad hay que haberle dedicado no menos de 30 años de vida, por muchas
razones. Yo, con su venia, me voy a aventurar a pronunciarme al respecto y lo que
quiero decir es muy simple, a saber, que la buena filosofía es siempre
intelectualmente excitante. Infiero de ello que una característica fundamental de la
mala filosofía, de la escuela que sea, es que es declaradamente aburrida. Ese es
nuestro termómetro. Preguntémonos entonces: ¿a qué se debe que tan a menudo nos
topemos con la queja de que la filosofía analítica es aburrida? En otras palabras:
¿por qué hasta los mismos practicantes de dicha escuela la encuentran a menudo
soporífera, y lo peor del caso es que con razón? En mi opinión, la explicación última
consiste en que mucha gente interesada en filosofía no ve ni siente ninguna
conexión entre su vida y ciertos productos filosóficos. El ciudadano
latinoamericano, profesional de la filosofía o no, tiene derecho a productos
filosóficos consumibles directamente en su idioma, así como un niño tiene derecho a
productos lácteos de buena calidad adquiribles en la tienda de enfrente y no teniendo
que pagar para ellos con divisas. Desde mi perspectiva, el distanciamiento con la
filosofía analítica y la animadversión que genera se fundan en que en muchas
ocasiones lo que se nos entrega son productos filosóficos desconectados por
completo de nuestra vida local, en el sentido amplio de la expresión que incluye a
nuestros científicos, nuestros matemáticos, nuestras tradiciones, nuestros problemas
cotidianos, nuestras problemáticas ideológicas, etc. El colmo es que hasta los
ejemplos son importados! El resultado neto es que la filosofía analítica (o cualquier
otra) meramente traspasada de su hábitat natural a otro es un obstáculo para el
ejercicio libre del pensar, para el desarrollo de la imaginación y el ingenio, para la
gestación de planteamientos propios. Un último ejemplo para ilustrar lo que estoy
diciendo. Consideremos la famosa Teoría de las Descripciones. Se trata de una
15
teoría que versa en gran medida sobre el artículo definido ‘el’. Mi pregunta es: ¿es
una teoría, por así llamarla, translingüística, esto es, universal? Yo pienso que sí.
Pero entonces ¿cómo se expone y aplica en idiomas que, como el polaco y el ruso,
no tienen artículos, ni definidos ni indefinidos? Si los miembros de las comunidades
filosóficas polaca y rusa fueran como muchos latinoamericanos, ellos discutirían la
teoría importando el artículo. Pero no lo hacen: lo que hacen es parafrasear la teoría
de modo que en su idioma se pueda decir exactamente lo mismo que se dice en
inglés cuando se afirma ‘The present king of France is bald’. ¿Por qué si ellos
pueden hacer algo así nosotros no podríamos hacer lo equivalente?
15) Termino. Uno de los errores de comprensión más crasos que se puedan cometer
es pensar que la filosofía analítica es propiedad de los anglo-sajones. Esa me parece
una de las mayores barrabasadas con las que al día de hoy me he topado. Aparte de
incurrir en un error categorial casi risible, como si pudiera etiquetarse una actividad
humana como perteneciente a un país o a una sociedad, quien piensa así revela
padecer una miopía histórica asombrosa. Es como si en la época de Sócrates a algún
griego se le hubiera ocurrido afirmar que la filosofía sólo se podía hacer en griego,
que en la época de Sto. Tomás algún habitante de la Toscana hubiera dicho que la
filosofía sólo se podía redactar en latín o que en los tiempos de Kant un habitante de
Königsberg hubiera tajantemente afirmado que la filosofía sólo tiene sentido en
alemán. Probablemente no faltará el lunático que en la actualidad sostenga más o
menos lo mismo en relación con el inglés, pero el valor de su dicho es el mismo que
el de los ejemplos imaginarios mencionados. Por otra parte, si fuera un individuo de
habla inglesa quien sostuviera una tesis así, yo desde luego pensaría que su posición
es errada, petulante y propia de un gran ignorante, pero si quien lo sostuviera fuera
un hablante natural del español me parecería lo anterior y además una aberración
despreciable, una lamentable manifestación de auto-repudio y de vergüenza de sus
orígenes, un caso paradigmático de colonización y sometimiento cultural. Huelga
decirlo, con posiciones así llegamos al límite en nuestra capacidad de razonar. La
verdad es que tenemos que felicitarnos por el hecho de que una discusión así
concierna básicamente al inglés, esto es, un idioma relativamente fácil de
interiorizar, porque ¿cómo tendríamos que proceder si el idioma imperialista fuera el
chino y con quien nos topáramos fuera con quinta-columnista filosófico pro-chino?
Afortunadamente, como no todos pueden tener razón simultáneamente, infiero que
la tesis involucrada es totalmente falsa, además de tener rasgos en los que prefiero
no entrar. Lo que por nuestra parte podemos con certeza señalar es que en sus
orígenes la filosofía analítica no se escribía en inglés y si no lo era así en sus
orígenes no veo por qué tendría que serlo en nuestros días. De nuevo, sostener algo
así sería como si alguien dijera: el muralismo sólo puede ser mexicano, la música
sinfónica sólo puede ser alemana, la ópera sólo puede ser italiana, el teatro sólo
puede ser griego, y así ad nauseam. La verdad es que no me parece que valga la
pena siquiera considerar en serio semejante tesis, por lo que no me ocuparé más de
ella. Lo que en cambio sí tenemos que tener presente es que, en español, en inglés,
16
en ruso, en árabe o en el idioma que sea se puede generar tanto filosofía analítica de
calidad como filosofía analítica mediocre y aburrida. Esta última, aparte de aburrida,
se caracteriza por no pasar de ser una especie de escolástica analítica, en la que
proliferan las etiquetas, en la que se discuten multitud de temáticas baladíes,
sometidas a la moda filosófica en turno, en la jerigonza a la moda y, por decirlo de
algún modo, sin vida y, por ende, sin repercusiones en su entorno. Naturalmente,
una filosofía así es quizá lo único a lo que no quisiéramos dedicarle nuestra
existencia.