Anales
de
Antropología
Volumen 52-I
Enero-junio 2018
eISSN 2448-6221
Presentación/Anales de Antropología 52-1 (2018): 7-11
A nales
7
de
A ntropología
Anales de Antropología 52-1 (2018): 7-11
www.revistas.unam.mx/index.php/antropologia
Presentación de la sección temática
In memoriam
Berta Cáceres (1972 - 2016), líder indígena del pueblo
Lenca (Honduras), cofundadora y coordinadora del
Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH). Luchadora incansable
por los derechos y el territorio del pueblo Lenca. Fue
asesinada en La Esperanza, Intibucá el 3 de marzo 2016,
después de haber logrado unificar la lucha de su pueblo
y parar el megaproyecto hidroeléctrico de Agua Zarca en
el río Gualcarque, río sagrado de los Lencas.
Fuiste y seguirás siendo un referente esencial en defensa
de los territorios, la espiritualidad, la cultura, la vida y
los derechos de los pueblos indígenas
“No basta comprender el mundo,
de lo que se trata, es de transformarlo”.
(Karl Marx 1845)
¿Por qué reunir en un número temático textos de
antropología crítica, de autoetnografía y de antropología
compartida? Porque las tres perspectivas tienen en común
el querer rebasar el marco clásico de la investigación
antropológica basada en el binomio investigador-informante. Las tres proponen reconocer un papel activo a los
actores indígenas en la propia definición y elaboración
del discurso etnográfico. En el momento actual, este
reencuentro, que llamamos “antropología ecuménica”
es más un proyecto que una realidad. Algunos lectores
podrán sorprenderse de ver utilizado en un contexto
antropológico un vocablo de raíz teológica: por ejemplo
el Concilio Ecuménico convocado en 1960 por el papa
Juan XXIII, que desembocó en la reforma litúrgica y en
la teología de la liberación. Los autores de este número
no pretendemos confirmar una doctrina o reorientarla
en un sentido determinado. Siguiendo la sugerencia de
Alcida Rita Ramos (ver su artículo en este número),
queremos ante todo ampliar la perspectiva antropológica
para incluir otras voces, las de los pueblos originarios,
sin la mediación obligada del antropólogo formado en
otra cultura. Para nosotros, el autoetnógrafo indígena
completa y cuestiona la “mirada lejana” del antropólogo,
sin descalificarla. Estamos conscientes de que el camino
por recorrer será largo, puesto que cuestiona el modo de
hacer y de ser.
DOI: http://dx.doi.org/10.22201/iia.24486221e.2018.1.62624
La idea de preparar un número de Anales de Antropología sobre esta temática nació en un simposio del IV
Congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología (México, 7-10 de octubre de 2015), donde
coincidimos antropólogos no indígenas con indígenas
no antropólogos, para conversar sobre nuestros quehaceres hoy. La experiencia de este “diálogo de saberes”
nos pareció bastante interesante como para formar un
“Grupo de trabajo sobre antropología propia” dentro de
la dicha asociación (Edwin Henao Conde, del pueblo
pijao de Colombia, es el coordinador). La respuesta al
proyecto de este número temático, desde varios puntos
de América Latina, fue alentadora. Si bien algunos participantes en el simposio no pudieron contribuir con textos, se juntaron aportes desde puntos tan diversos como
Perú, Brasil, Bolivia y México, incluso de antropólogos
indígenas.
¿Qué tienen en común la antropología crítica, la
autoetnografía y la antropología compartida que justifique su presencia en un mismo número? Fundamentalmente, el ser tres vías interesantes para sacar a la
antropología de su estado actual, que varios definen
como una mezcla de dispersión y de estancamiento. La
antropología crítica, que nació a principios de la década de 1970, resitúa a los pueblos indígenas dentro de la
dinámica sociopolítica de las sociedades pluriétnicas en
las que están inmersos. La autoetnografía y la antropología compartida son dos vías cercanas de reconocer a los
actores indígenas su voz en la elaboración del discurso
antropológico donde ocupaban exclusivamente el papel
de “objeto de estudio”.
La coyuntura actual en antropología se caracteriza,
según varios estudiosos, por cierto agotamiento de los
modelos clásicos que se usaron en el siglo pasado para
analizar los pueblos del mundo y sus culturas: culturalismo, funcionalismo y estructuralismo. La voluntad de
superar los límites de estos modelos ya dio lugar, en las
últimas décadas del siglo xx, a una corriente que se llamó
antropología crítica o militante, inspirada en el materialismo histórico. Al mismo tiempo, el proceso inédito de organización de los pueblos indígenas, mismo que les llevó
a reivindicaciones de autonomía política, les hizo rebasar
su estatuto tradicional de “informantes de antropólogos”
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para convertirse en co-investigadores y co-autores de los
estudios. En la Sierra Norte de Puebla (México), el autor
de estas líneas ha tenido (y tiene) la oportunidad de participar por más de tres décadas en un proceso semejante,
que se llamó en un primer tiempo antropología participativa y que se designa hoy, más adecuadamente, creo,
como antropología compartida. También presenciamos
hoy una situación nueva en la que estudiosos indígenas
producen sus propias descripciones e interpretaciones de
sus culturas: lo que Alcida Ramos llamó autoetnografía
(Ramos 2007) y antropólogos indígenas, antropología
propia (Edwin Henao Conde, com. pers. 2015).
Felipe [Cruz] Tuxá,1 del pueblo tuxá de Brasil, trata
de las transformaciones del escenario de la antropología
con la llegada de profesionistas indígenas, y pone el acento en cómo la viven éstos. Expresa lo difícil que fue para
él situarse en la tribu urbana de los antropólogos porque,
a diferencia de éstos cuando llegan a un pueblo indígena,
él no disponía de ningún manual, de ninguna monografía
para orientarse. Esta experiencia lo llevó a cuestionar
unos enunciados del discurso antropológico, elaborados
históricamente para un público que no incluía indígenas:
por ejemplo, cuando un académico declara sin sombra
de duda que no va a estudiar autores indígenas porque el
“pensamiento indígena tiende a perderse cuando se pasa
en el papel”.
En la segunda parte de su artículo, el autor reflexiona sobre su propia posición, como antropólogo indígena
cuando hace investigación de campo en su propia comunidad. En primer lugar, tuvo que cargar con el engaño
hecho por un investigador anterior (no indígena), que
traicionó su acuerdo con un curandero-chamán (pajé)
de no divulgar los secretos de una planta usada en los
rituales. En segundo lugar, el autor siente una contradicción entre la cercanía sociocultural con sus interlocutores y la distancia que se supone debe caracterizar estas
relaciones con los “informantes”, distancia materializada
por la presencia de una grabadora. Con todo, cree muy
factible la integración de antropólogos indígenas en la
producción del conocimiento antropológico, con tal de
que se les acoja, junto con sus ideas, con debido respeto.
Tres notas ilustran otras dimensiones de la autoetnografía. En la primera, Álvaro Rodrigo Zárate Huayta analiza las categorías cósmicas andinas, recuperadas desde
la memoria ancestral y desde rituales como la lectura
de la hoja de coca y la curación. Eso lo hace reflexionar
sobre la perennidad del ayllu y su significado en la Bolivia
actual donde, según el autor, el ayllu constituye la matriz de las Autonomías Indígenas Originario Campesinas
(AIOCs) y del propio Estado Plurinacional. Esta forma
originaria de democracia se manifiesta en diversos niveles, como democracia comunitaria (local), democracia
directa (asambleas, cabildos a nivel regional) y democra1
En los artículos académicos, los indígenas de Brasil acostumbran
usar como apellido el etnónimo de su grupo. Para cuestiones civiles y
de papeles usan su nombre portugués completo, y en la comunidad
el nombre indígena.
cia representativa (varias instituciones, del nivel municipal al nacional).
Por su parte, Aldegundo González Álvarez, del pueblo maseual (nahuat) de México, activista de la Unión de
Cooperativas Tosepan, se pregunta sobre el significado
profundo de la Danza de los Voladores (Koujpapataninij),
tal como se practica entre los maseualmej y totonaku de
la Sierra Norte de Puebla. En este ritual, que acompaña la
fiesta anual, cuatro danzantes se lanzan al aire desde
la cúspide de un tronco de aproximadamente veinte metros, amarrados por la cintura con un cable, y dan trece
vueltas antes de tocar suelo. Mientras tanto, un quinto
danzante, el “caporal” toca un tabor y una flauta a la vez
que baila en la cúspide. En este ritual, el autor descifra
una relación del pueblo maseual con el tiempo, con la
tierra y con el agua. Entre muchos símbolos, el tronco
es el Árbol de la Vida, mismo que aparece en los bordados de las blusas, y el ritmo del baile ritual evoca el
paso del Guajolote del Agua (Aueuejcho) que da el inicio
a las grandes lluvias. El autor resalta significado identitario-territorial de la danza en el contexto actual de la lucha
contra las empresas mineras e hidroeléctricas que quieren
invadir la región.
Francisco Apurinã, del pueblo apurinã de Brasil, nos
cuenta cómo su investigación fue suscitada por una afirmación, en ambiente universitario, sobre la supuesta “desaparición” de los chamanes (kusanaty) en su pueblo. Si
bien la práctica chamánica es menos visible que antes, el
autor, a través de entrevistas en profundidad, logra mostrar que las prácticas de curación, estrechamente ligadas
con la cosmología y la historia mítica del pueblo, siguen
muy presentes. Aparte de curar a los enfermos, los kusanaty actúan para defender a los apurinã de los maleficios
externos y de las influencias nefastas de los animales del
monte.
A la vez que surgía la autoetnografía, tomaban forma
novedosos procesos de cooperación entre los antropólogos y los pueblos originarios: se llamaron primero “antropología participativa” y, más recientemente “antropología
compartida”. Dos artículos analizan la relación entre el
antropólogo de fuera y varios miembros de la comunidad
local: ya no es de investigador a informante, como en la
práctica clásica, sino de co-investigadores y co-autores.
Luis Cayón relata cómo se desarrolló entre él y varios
miembros del pueblo makuna, en la Amazonia colombiana, una forma muy dialéctica de producción del conocimiento etnográfico. A fines de la década de 1990, las
condiciones creadas por el conflicto armado impedían el
trabajo de campo en esa zona. Se puso en marcha un
diálogo entre tres antropólogos de Bogotá y un grupo
selecto de makuna, a través de un maestro indígena,
Maximiliano, que traía a los primeros las respuestas de
los segundos, produciéndose una nutrida etnografía del
pueblo makuna. Después del año 2000, siendo ya posible el trabajo de campo, el antropólogo se involucró
con el grupo en la producción de un mapa, esencial para
la defensa de sus derechos territoriales y que a la vez revelaba dimensiones hasta entonces insospechadas de su
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cosmovisión. Relata el autor cómo a través de este proceso de antropología compartida, aprendieron los makuna
mucho sobre el mundo de los blancos (de la historia a la
tecnología) y él, sobre su visión única del cosmos.
El artículo de Beaucage y del Taller de Tradición
Oral Totamachilis, de San Miguel Tzinacapan (México)
sintetiza la trayectoria, igualmente compleja, de más
de cuarenta años de investigaciones en la Sierra Norte de
Puebla. A su regreso, varios años después de un estudio
de antropología social en la región, el antropólogo canadiense se encontró con un pueblo organizado: a nivel
regional, se consolidaba la Cooperativa Regional Tosepan
Titataniske alrededor de reivindicaciones socioeconómicas, mientras que en una comunidad indígena, San Miguel
Tzinacapan, el Taller tenía ya cinco años investigando
la tradición oral maseual. Desde 1984 hasta la fecha,
el antropólogo ha colaborado de forma casi continua
con ambos grupos. Con la Tosepan ha estado realizando
antropología crítica-militante, en función de las necesidades expresadas por la organización: en la última fase,
ha estado apoyando con sus estudios las reivindicaciones
territoriales del pueblo maseual frente a la invasión de las
mineras e hidroeléctricas. En cuanto a la antropología
compartida, el Taller la impuso de entrada al antropólogo como condición de colaboración. Tal como se estipulaba en un acuerdo escrito entre las partes, compartieron
tanto el diseño de las investigaciones etnográficas (sobre
la botánica, la zoología, la medicina y la toponimia maseual) como la interpretación de los datos y la elaboración de los textos finales (fase actual).
La relación entre las formas nuevas de conocimiento y
las luchas actuales de los pueblos originarios aparece explícitamente tanto en los estudios autoetnográficos como
en los de antropología compartida. Por ejemplo, no es por
casualidad que Felipe Tuxá escogiera como primer tema
de investigación de campo la desaparición de una isla
por la construcción de una represa en el territorio tuxá.
De igual forma, Aldegundo González Álvarez muestra
cómo la Danza de los Voladores encarna las múltiples
dimensiones de la territorialidad maseual, amenazada por
los megaproyectos. Mientras que Álvaro Rodrigo Zárate
Huayta (“Willka”) asienta el actual proyecto de las autonomías indígenas dentro del Estado Plurinacional
Boliviano en la cosmología andina. Lo mismo aparece
en los procesos de antropología compartida presentados
por Luis Cayón y Pierre Beaucage. El mapa donde está
plasmada toda la cosmología makuna es la base para la
defensa de su autonomía territorial, de la misma manera
que la lucha por el territorio maseual utiliza los estudios
etnohistóricos del Taller y los resultados de la etnografía
compartida realizada con Beaucage.
Fue precisamente esta misma necesidad de tomar en
cuenta las relaciones de poder entre los pueblos originarios y los grandes centros de poder económico y político
lo que motivó el surgimiento, hace cuarenta años, de la
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antropología que se llamó “crítica” o “militante”.2 Ésta
está todavía bien viva en el continente, como lo muestra en este número el artículo de Jacqueline Aparicio
Álvarez. En clara ruptura con las visiones estáticas de
las culturas indígenas, la autora analiza el surgimiento
y la consolidación de un movimiento de oposición a la
construcción de presas hidroeléctricas en la zona totonaca de la Sierra Norte de Puebla. Estrechamente relacionados con la explotación minera en gran escala en la
sierra alta vecina, estos megaproyectos significan el fin del
modo de subsistencia tradicional de miles de indígenas,
por la inundación de tres valles y la entubación del agua
para las turbinas. Este estudio ilustra la especificidad de
las luchas de los pueblos indígenas de Mesoamérica y
de los Andes. Incorporados (a fuerza) hace siglos en las estructuras sociopolíticas coloniales y republicanas, aprendieron a utilizarlas: como aquí, el poder municipal. Para
la investigadora, la adopción de esta estrategia supone que la organización indígena desarrolle una perspectiva
que abarque no solamente el escenario local o regional
sino las propias estrategias del gran capital, nacional e
internacional, y el funcionamiento del Estado. También
se requiere un trabajo de campo más largo que el ciclo
anual de la etnografía clásica; se necesitó una relación de
varios años entre la antropóloga y las comunidades totonacas de la zona para entender el proceso.
¿Qué impacto tendrá la autoetnografía sobre el
quehacer de los antropólogos? Hay quienes opinan que
la consolidación de la autoetnografía hace redundante
todo el proyecto antropológico incluyendo la antropología compartida y la antropología crítica o militante.
En otras palabras, si los indígenas ya pueden describir e
interpretar sus culturas, difundir sus estudios y defender
sus intereses en escenarios nacionales e internacionales,
qué necesidad hay de estudiosos externos que, a pesar de
muchos esfuerzos, no llegarán sino a comprenderlos muy
parcialmente.
Alcida Ramos, reflexionando sobre su propia trayectoria profesional concluye que el contexto actual pide un
“desprendimiento”, una “reflexión post-activista” (2008)
de parte de los antropólogos, para que los antropólogos indígenas tomen el relevo. Indudablemente corresponde a circunstancias definidas. La elaboración misma
de este número temático ha mostrado cómo la conformación de una antropología œcuménica que incluya a
investigadores indígenas y no indígenas, no es una cosa
fácil.
Para atenernos a las tres perspectivas presentes
aquí, la antropología crítica –antaño rechazada como
“no cientifica”– hoy tiene sus entradas en las publica2
Entre los textos fundadores, en América Latina, mencionemos solamente a Ribeiro (1968), Warman et al. (1970) y Varese (1971). El
movimiento también abarcó a muchos antropólogos especialistas de
África y Asia (Asad ed. 1975, Copans, coord. 1975),
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ciones del gremio. Tampoco la antropología compartida suscita tantos recelos, posiblemente porque entre los
coautores queda un antropólogo, al que se puede criticar
como a “uno de la familia”, de una familia en la que se
reconoce que puede haber diferencias de puntos de vista.
Pero los auto-etnógrafos indígenas no son de la familia.
A pesar de su familiaridad con el discurso etnográfico,
su referencia fundamental, la base de la legitimidad de su
discurso no es el citar los trabajos clásicos ni detallar su metodología de investigación. Es el poder decir: “Yo soy de
allá”. Esto, el antropólogo no-indígena no lo podrá decir
nunca. Se limitará a precisar cuántos meses o años lleva
haciendo “trabajo de campo”, hasta qué punto puede comunicar (o no) en el idioma nativo, etcétera.
Esta desigualdad causa en muchos antropólogos
contemporáneos un temor que los lleva a no querer dictaminar un texto escrito por un indígena, como lo hemos
podido constatar por el número excepcionalmente alto
de desistimientos en la evaluación de varios manuscritos
auto-etnográficos incluidos este número temático.3
El que vence este temor y acepta dictaminar lo hace
aplicando los mismos criterios que ha estado utilizando
para evaluar otros textos de este “género literario” que
es un artículo antropológico a principios del siglo xxi:
nivel de conocimiento de la documentación existente,
formulación de hipótesis, presentación sistemática de los
datos… Un artículo antropológico tiene que produccir
un efecto de demostración: la interpretación propuesta de
tal hecho socio-cultural tiene que aparecer como la más
plausible. Al no aplicar estos criterios profesionales comunes un dictaminador tendría la impresión de incurrir
en una actitud no condescendiente, sino racista.
Sin embargo, este formato de discurso no corresponde a la tradición indígena. Aquí, como lo mostramos
en nuestro artículo del presente número, la forma común
de presentar y explicar la costumbre es más bien el relato
(en nahuat tapouilis), tradicionalmente oral, ahora frecuentemente escrito. A diferencia del cuento (sanil) que
tiene como única finalidad divertir, el relato utiliza la forma narrativa para comunicar cosas importantes: cómo
nació el maíz o la música, o cómo comportarse en pareja.
No se quiere demostrar, sino persuadir y se aceptan variantes. El estatuto del que habla (tamatkej, “sabio”) es lo
que garantiza la veracidad del discurso.
El malentendido entre demostración y persuasión
persiste cuando el etnólogo indígena, leyendo una monografía sobre su pueblo de origen, nota diferencias con
su propia experiencia. Entonces, su reacción puede ser:
“Éste no entiende a mi pueblo. Para comprender, hay
que ser de allí como yo”. Cuando pasa de lector a autor,
podrá tener una reacción similar al recibir críticas de no
indígenas a sus textos etnográficos. Esto llevará algunos
autoetnógrafos a rechazar la legitimidad misma de una
3
Por supuesto, los manuscritos son anónimos. Pero es fácil suponer
el origen del autor por su estilo y sobre todo por la bibliografía muy
sobria, que se verá “escueta” frente a las nutridas listas de libros y
artículos que acostumbramos elaborar para dar clases.
mirada exterior sobre la cultura y a descalificar toda la
antropología como “discurso colonial”. El fenómeno no
es nuevo y aparece en Estados Unidos hace dos décadas, en un contexto similar, cuando jóvenes historiadores
indígenas se dieron como tarea reescribir la historia de
sus pueblos, desde luego muy tergiversada en la “historia
nacional” (Beaucage 2008).
Yo veo que se esboza una situación similar en la
antropología latinoamericana actual. Como lo expresa
Alcida Ramos en su artículo, un factor importante ha
sido la inclusión en las filas de la profesión de los que
considerábamos hasta hace poco como “nuestro objeto
de estudio”, y que ahora pueden combinar “su vivencia indígena con la apropiación de los instrumentos de
la disciplina permitirá superar viejos conceptos atávicos
cargados de desigualdad”. Entre esos “viejos conceptos
atávicos”, está la división dogmática entre el investigador
y “sus informantes”, que los relegaba al papel de proveedores de materia prima cultural que sólo podía ser elaborada y transformada por el antropólogo foráneo. Ahora
surgen situaciones inéditas, por ejemplo cuando un estudiante indígena, después de clase, puede tomar su celular
y llamar a su padre en la aldea para averiguar las reglas
matrimoniales que prevalecen en la etnia.
A un nivel más profundo, según la autora, la “apropiación de los instrumentos de la disciplina” por intelectuales indígenas puede desembocar sobre dos perspectivas.
Una es la de los “indígenas antropólogos” “equipados
con los conocimientos antropológicos combinados con
los suyos propios, [que] se proponen desarrollar una
antropología crítica”. La otra es la de los “antropólogos
indígenas […], antropólogos que tienen el privilegio de
ser indígenas, [y] tendrían como objetivo hacer antropologías propias o, si se quiere, autoetnografías”. En función
de nuestra experiencia en la elaboración de este número temático, yo añadiría una tercera posibilidad: que se
crean dos discursos paralelos, mutuamente excluyentes,
en la etnografía. Uno dominante, el de la antropología
hecha (como siempre) por no indígenas, que acepta la
contribución de autores indígenas a condición de que se
amolde perfectamente a la tradición científica occidental; otro, subordinado, excluido de los principales canales
de difusión del saber (libros, revistas) que encierre a toda
una generación de intelectuales indígenas en un discurso
propio, autorreferenciado, sin diálogo verdadero con el
primero. Desde luego, ésta no ha sido ni es la perspectiva
que nos ha guidado en la elaboración de este número
temático.
Mi propia experiencia en México me hace creer que
se pueden construir puentes. Tanto la antropología crítica/militante, como la antropología compartida y la autoetnografía tienen cabida en el diálogo amplio al que se
invita actualmente. Hay contextos en los que un grupo
indígena puede pedir el apoyo de un especialista foráneo
para realizar un estudio o para la formación de investigadores locales, y otros en los que su presencia no es
útil ni deseable. Con todo, las tres perspectivas, antropología crítica, antropología compartida y autoetnografía
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están bien “vivitas y coleando” hoy, como lo manifiestan los textos incluidos en este número. Lo que sí está
claro es que los antropólogos perdieron el monopolio
del discurso sobre lo indígena, monopolio que llegaba
a la inmunidad completa, puesto que las producciones
antropológicas nunca llegaban a los grupos estudiados.
Hoy, cualquier enunciado puede ser cuestionado por los
principales interesados… y ¡qué bueno que así sea!
Los artículos aquí presentados quieren ser contribuciones a lo que Alcida Ramos llama una “antropología
ecuménica” (ver su artículo), o sea una “conversación equilibrada entre profesionales indígenas y no indígenas”. El
objetivo de este diálogo de saberes sería provocar “una
espiral intelectual propicia a entendimientos o desentendimientos productivos, de tal manera que se asegure una
sobrevivencia digna para la antropología y, ante todo,
para los pueblos que la hicieron posible” (ibidem). Se
sabe de antemano que este diálogo incluirá polémicas,
pero se supone que debería estar exento de descalificaciones mutuas.
Referencias
Asad, T. (Ed.). (1975). Anthropology and the colonial encounter. London: Ithaca Press.
11
Beaucage, P. (2008). El retorno del indio. La historiografía indígena en Canadá en la segunda mitad del
siglo XX. Revista de Historia Social y de las Mentalidades 12 (1), 9-30.
Copans, J. (Coord.). (1975). Anthropologie et impérialisme. Paris: Maspéro.
Ramos, A. R. (2007). ¿Hay lugar aún para el trabajo de
campo etnográfico? Revista Colombiana de Antropología, 43, 231-261.
Ramos, A. R. (2008). Disengaging anthropology. En D.
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Ribeiro, D. (1968). O processo civilizatorio. Etapas da evolução sóciocultural. Rio de Janeiro: Ed. Civilizacão
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Varese, S. (1971). Relaciones interétnicas en la Selva de
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América del Sur. Bridgetown, Barbados.
Warman, A., Nolasco, M., Bonfil Batalla, G., Olivera, M. & Valencia, E. (1970). De eso que llaman
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