Intervención Psicoeducativa en el Aula con TDAH
Psychoeducation Management in the Attention-deficit
Hyperactivity Disorder (ADHD) Classroom
José Luis Galve Manzano
Colectivo para la Investigación y Desarrollos Educativos Aplicados
Resumen. Trataremos de mantener un equilibrio entre lo que se tiene que hacer, lo que se
suele hacer, y lo que se puede hacer. En TDAH, como alumnado con necesidad específica
de apoyo educativo procede la determinación de posibles necesidades educativas, así como
la adopción de medidas extraordinarias, si así procediese. Fases de la atención al alumnado:
a) detección de dificultades; b) traducción de dichas dificultades en términos de necesidades educativas; y c) diseño de la respuesta educativa en función de dichas necesidades. Esta
problemática se ha venido abordando desde diferentes enfoques de intervención (médico,
psicoeducativo o psicopedagógico, y “combinado”). Deben recibir atención tanto dentro
como fuera del aula (enfoque multidisciplinar) con intervenciones desde las perspectivas
médica, psicológica y psicopedagógica; beneficiándose con el empleo de las técnicas de los
enfoques conductuales y cognitivos. Debe tenerse en cuenta el estilo de enseñanza-aprendizaje. Cobra especial importancia la formación de docentes, y de padres, así como la intervención directa con el alumnado. Desde el punto de vista de la intervención, hay que abordar los ámbitos: comportamental, de los aprendizajes, emocional y social.
Palabras clave: TDAH, atención a la diversidad, enfoques de intervención, perspectivas de
intervención, ámbitos de intervención TDAH.
Abstract. We will try to keep a balance between what should be done, what is usually done,
and what can be done. If we consider ADHD students as having specific support needs, we
can determine possible educational needs and take extraordinary measures if necessary.
These needs will be attended to by taking three different steps: a) detection of difficulties;
b) expression of such a difficulty in terms of educational needs c) design of the educational response in terms of these needs. This problem has been addressed from the different
points of view about intervention (medical, psychoeducational or psychopedagogical, and
“combined”, “interactionist” or eclectic). It should receive attention both within and outside
the classroom (multidisciplinary approach) with interventions from the following perspectives: medical, psychological and psychopedagogical. Thus, this problem will benefit from
the use of cognitive behavioral approaches. The style of teaching and learning should
always be taken into account. Training is particularly important for teachers and parents, as
well as direct intervention with the students. From the point of view of intervention, we must
address the following areas: behavioral, of learning, emotional and social.
Key words: ADHD, attention to diversity, approaches to intervention, perspectives of intervention, areas of ADHD intervention.
La correspondencia sobre este artículo debe enviarse a los E-mail:
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Psicología Educativa
Vol. 15, n.° 2, 2009 - Págs. 87-106
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INTERVENCIÓN PSICOEDUCATIVA EN EL AULA CON TDAH
Introducción
Sin duda es uno de los muchos temas que preocupan en el mundo educativo, pero no deja de ser uno
más de las muchas demandas de intervención que
tienen los profesionales de la educación (profesores,
orientadores, etc), no siendo una demanda nueva,
pues desde los orígenes de la escuela han estado los
alumnos con este perfil. Han estado sin tipificar, o
diagnosticar al menos como en la actualidad.
Cuando me propusieron este trabajo, la primera
duda que me surgió fue: ¿cuento lo que ya viene en
los manuales y en la mayoría de las experiencias
publicadas?, o ¿cuento lo que realmente pasa en el
ámbito educativo con los alumnos con TDAH?.
Después del bombardeo bibliográfico y formativo
sobre el tema, cabe preguntarse: ¿qué puede ser de
interés para los participantes en este tipo de jornadas?. Considerados los TDAH como alumnos con
necesidades educativas, o mejor dicho, “alumnado
con necesidad específica de apoyo educativo”, cabe
preguntarse: ¿se les atiende de forma diferenciada
de los demás alumnos, y sobre todo, con respecto a
los demás alumnos con necesidades específicas
(acnees), ¿los TDAH, son algo nuevo o siempre han
existido en la escuela?. Desde esta postura vamos a
tratar de mantener un equilibrio entre lo que se tiene
que hacer, lo que se suele hacer, y lo que se puede
hacer.
En la mayoría de los manuales, monografías y
estudios publicados sobre el tema existe bastante
coincidencia en lo que se tiene que hacer en el ámbito educativo, pero rara vez se consideran o se tienen
en cuenta los contextos en los que se realiza la labor
docente en estos centros, y que sin duda mediatiza la
intervención, ya que una cosa es la teoría y otra muy
distinta las circunstancias en las que se desarrolla la
práctica educativa cotidiana.
En general, los estudios experimentales o de
investigación en este campo adolecen de las posibilidades de generalización de ese modelo de intervención, ya que se hacen en un contexto que podríamos
denominar de “laboratorio”, donde todas las partes
(profesores, padres, alumnos,..) están dispuestas a
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implicarse y se dan las circunstancias para desarrollar esa actividad, más bien como un estudio o trabajo piloto “controlado”.
Por otro lado, es uno de los “temas monográficos”
de la última década, y nos tememos que pueda pasar
como en la década de los ochenta con la dislexia, o
en los noventa con las habilidades sociales y la
mejora de la inteligencia; donde estos temas fueron
“quemados” fundamentalmente por dos motivos. El
primero por la falta de formación de los agentes
implicados en dar solución a esta temática y, en
segundo lugar, por las dificultades contextuales, ya
que existía y existe una gran dificultad horaria para
abordar esta problemática en el contexto horario disponible en un centro educativo. Igual que pasa con
otras muchas temáticas de este estilo, que requieren
intervención clínica y pedagógica simultánea y
coordinada.
Pero además, la experiencia nos dicta que el
alumnado con déficits en la capacidad atencional y
de autocontrol, no tiene por qué ser necesariamente
TDAH, y que no necesariamente a unos y a otros,
les implicarán deterioro en su vida académica, social
o familiar. Por tanto, no todos podrán ser diagnosticados como TDAH, si no que algunos serán alumnos/as con problemas o dificultades en las áreas de
atención y autocontrol; del mismo modo, estos
alumnos –como cualquier otro alumno/a- pueden
beneficiarse de las mismas estrategias cognitivoconductuales que se utilizan en los alumnos con
TDAH. Dicho de otra forma, el hecho de ser un tdah
no necesariamente predice un fracaso escolar, aunque suelen tener una evolución adaptativa costosa en
todos los aspectos.
Centrándonos en la intervención desde el ámbito
educativo, procedería conocer cómo se organiza la
atención a la diversidad desde la acción tutorial.
Según nuestro modo de ver, la función tutorial, en
lo que se refiere a la atención a la diversidad, consiste en un proceso, en el que básicamente, se
empieza a actuar cuando se detecta “algún mal funcionamiento” de un alumno/a concreto. Lo primero
es lo que puede ser denominado como de detección
y consulta. Esto es útil para conocer de primera
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mano, a través del tutor/a o a través del profesorado
que con él comparte la responsabilidad de la atención de un grupo de alumnos, la existencia de uno
que presenta características diferenciales, que
hacen difícil que rinda satisfactoriamente en la
escuela. En una primera fase, se empieza a analizar
las características de ese alumnado concreto (reuniendo información, consultando a los otros profesores, a la familia, o incluso recibiendo información
de los servicios externos a través de los padres,…)
con la intención de plantear alguna hipótesis que
explique la razón de las dificultades detectadas.
Esta fase podría esquematizarse de la siguiente
forma (Trallero, 2008):
Tras esto comienza una segunda fase, es la fase de
constatación de necesidades educativas y toma de
decisión, en la que el tutor/a y el equipo de profesores del curso en cuestión deben adoptar medidas de
carácter ordinario (que afectan fundamentalmente a
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los principios pedagógicos, metodológicos y de organización), aquellas que están a su alcance y que
comprometen exclusivamente a ellos, pero cuya
adopción de nuevo puede ser consultada y discutida
con otros especialistas u orientadores.
Si las medidas ordinarias propuestas y llevadas a
cabo surten un efecto positivo, si las hipótesis planteadas eran correctas y las dificultades pueden darse
por controladas, entonces pueden seguir el mismo
proceso de enseñanza-aprendizaje que con el resto
de sus compañeros. Pero, si por el contrario, no se ha
conseguido el éxito, se debe entrar en la tercera fase,
que es la fase de determinación de posibles necesidades educativas especiales y la adopción de medidas extraordinarias, en la que el protagonismo se
comparte con el orientador/a, que es el responsable
de la evaluación psicopedagógica que llevará o no a
la constatación de tales necesidades, con la consiguiente obligación de que sea adaptado el currículo
de manera significativa.
Tras tomar conciencia de las dificultades, que a
veces entraña a tutores y profesorado en general, el
abordar sistemáticamente un gran número de casos
de alumnos que por una razón o por otra “no funcionan” con normalidad en el aula, utilizamos desde
hace tiempo un instrumento que denominado protocolo de determinación de necesidades educativas
(Galve y Trallero, 2003), con la intención de contribuir a la toma de conciencia por el profesorado
ordinario de la responsabilidad que comporta la
existencia de alumnos con dificultades, y en la adopción de medidas al respecto.
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Entendemos que responsabilizarse de un problema y tomar medidas al respecto exige como mínimo
lo siguiente:
– Ser capaz de definir el problema.
– Plantearse hipótesis acerca de las causas que lo
motivan.
– Plantearse medidas para solucionar el problema partiendo de sus causas.
– Valorar la viabilidad de esas medidas.
– Calibrar las repercusiones positivas y negativas
de las mismas.
Este proceso, pretende ser una mera reflexión
observacional por parte de los profesores con la
finalidad de realizar una aproximación sucesiva a
la respuesta educativa necesaria para ese alumnado. Para ello se sugiere seguir el siguiente procedimiento:
1º Realizar una primera aproximación al caso:
definición lo más explícita y objetiva del problema, del ámbito o ámbitos en los que se produce.
2º Formular una primera hipótesis acerca del posible origen del problema a partir de la observación, conocimiento de antecedentes,... sin
despreciar factores contextuales, como posibles
causas de las dificultades observadas, y/o que
pudieran estar en la actualidad agravando o
minimizando las dificultades observadas.
3º Realizar una primera valoración de las posibilidades de atención en el entorno normalizado,
con o sin medidas extras, tras valorar el problema de manera contextualizada.
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4º Analizar las posibles medidas ordinarias que
pudieran ser eficaces a nivel de centro y aula,
y las repercusiones en la misma, es decir, los
beneficios y perjuicios que pudieran ocasionar
al resto.
5º Reflexionar sobre los resultados de las medidas adoptadas anteriormente, y la coincidencia
o no con las que se presumen eficaces.
6º Analizar las medidas excepcionales a adoptar,
con indicación de los componentes curriculares que podrían verse afectados, lo que viene
a ser un “prediseño” de Adaptción Curricular
Individual (ACI).
A partir de este momento, entraría en juego la
actuación del servicio de orientación; pero teniendo
en cuenta que cuando se trata de alumnos con necesidades especiales, se tiende a confundir el carácter
de algunas de ellas. Son varias las instituciones que
inciden por lo general en la intervención de esta
temática; y sobre todo, en los de menor edad, realizando a veces tareas muy parecidas, pero con finalidades diferentes y complementarias. Así por ejemplo, puede darse la paradoja de que las instituciones
sanitarias, educativas y sociales podrían estar atendiendo a la vez al mismo alumno/a en sus respectivos servicios sin que, por lo menos en teoría, se
solapasen las actuaciones ni mucho menos se coordinen.
Deberíamos considerar al menos en teoría, porque en la práctica resulta francamente difícil delimitar, cuáles de las necesidades presentes son de carácter educativo y cuáles rehabilitador, pero realizar ese
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esfuerzo de discernir entre unas y otras es parte del
trabajo del orientador, cuya función diagnóstica consiste en dictaminar necesidades estrictamente educativas, especiales o no. O lo que es lo mismo, necesidades que afectan a la adecuada implementación del
currículo ordinario, formando parte activa y fundamental del proceso de atención a la diversidad, que
resumimos en tres fases: a) detección de dificultades; b) traducción de dichas dificultades en términos
de necesidades educativas; y c) diseño de la respuesta educativa en función de dichas necesidades.
El orientador escolar, cuyo perfil profesional,
recordemos, puede ser el de psicólogo, pedagogo o
psicopedagogo, ni tiene, ni debe, ni puede ejercer
como psicólogo clínico, neurólogo o pediatra. Debe
limitarse a realizar su función, concluir sus evaluaciones con la determinación de necesidades educativas, que de ser especiales supondrán la propuesta de
medidas también especiales.
Partiendo de todo esto veremos con posterioridad
cómo la intervención con TDAH requiere normalmente la coordinación con los servicios educativos y
de los servicios externos (públicos o privados). Es
preciso recordar esto cuando se trata de la temática
que nos ocupa, ya que no es cuestión baladí. Si no,
intenten responderse a las siguientes preguntas:
“¿resulta imprescindible saber si el alumno/a X
padece un Trastorno por Déficit de Atención con o
sin Hiperactividad para ser atendido adecuadamente en el ámbito escolar?; ¿podríamos medicarle?, y en caso afirmativo, ¿bajo qué pautas o condicionantes?. ¿Hasta qué punto son sus dificultades lectoescritoras o de aprendizaje en general, la
causa de su conducta hiperactiva, inatenta, impulsiva,…?, o viceversa. ¿Es hiperactivo porque es
inatento? o … “
La cuestión es intentar solventar los problemas
que, procedentes del ámbito personal, socio-familiar
o académico, están interfiriendo en el desarrollo del
alumno/a, de ahí que el diseño de un análisis funcional y las propuestas de intervención en la escuela, se
puedan ver completadas con otras sugerencias que
vayan más allá que el derivar a otros servicios, fundamentalmente sanitarios, en los que apoyarse y a
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los que prestar apoyo, aunque como ocurre en muchas ocasiones, y ésta es un buen ejemplo, no se suelan atender debidamente por la falta de coordinación
entre estos servicios.
El informe, por supuesto, debe incluir propuestas
de intervención, y en este caso lo debe hacer de una
manera amplia. En la práctica cotidiana, estas propuestas en los informes psicopedagógicos suelen ser
meras pinceladas, no más que sugerencias que puedan servir de guía para la elaboración de la adaptación curricular o un programa de intervención individual posterior, que será competencia del equipo
docente que atiende al alumno/a en concreto, y coordinados por el tutor/a. Pero se han preguntado alguna vez: ¿por qué ocurre esto?, o sea, ¿a qué es debido que la intervención desde lo indicado en el
informe sea “una mera enumeración”, más que
una propuesta de intervención?.
Breve conceptualización
En este apartado no pretendemos hacer una conceptualización, ni siquiera una descripción de la sintomatología o las características de TDAH, ya que
no es el objetivo de este trabajo. Sin embargo si
vemos necesario hacer una breve enumeración para
guiar después la propuesta de intervención pedagógica, situando este trabajo en un contexto más global.
Por lo general, se admite que el Trastorno por
Déficit de Atención con o sin Hiperactividad
(TDAH) es el término que se utiliza en la actualidad
para describir una situación, temporal aunque habitualmente crónica, de inadaptación o desajuste al
medio social, a causa de la interacción de una
característica congénita, denominado Déficit de
Atención Sostenida e Hiperactividad, con los sistemas de valores, actitudes y hábitos de comportamiento de los restantes miembros de la familia,
escuela o sociedad en general. El trastorno por
déficit de atención con o sin hiperactividad, es un
trastorno que se inicia en la infancia y se caracteriza por dificultades para mantener la atención, hipe-
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ractividad o exceso de movimiento e impulsividad o
dificultades en el control de los impulsos.
Las características principales del alumnado con
TDAH son las siguientes:
a) Déficit de atención: presentando escasa atención sostenida, o persistencia en la realización
de tareas. Dicho de otra forma, dificultades
para mantener la atención durante períodos de
tiempo razonables.
b) Hiperactividad-hiperkinesia: suelen presentar una excesiva movilidad, inquietud constante, infatigables, y aparentemente innecesaria
para lograr los fines que desean. Esto afecta en
gran medida a sus aprendizajes, sobre todo los
que implican un componente cognitivo por el
déficit en atención sostenida. Con frecuencia
también muestran impulsividad.
c) Retrasos en habilidades cognitivas: Suelen
carecer de habilidades en estrategias de solución de problemas, manifestando mucha
menos fluidez y flexibilidad cognitiva, tratando de resolver la situación o tarea de forma
rápida y poco reflexiva. Con frecuencia, muestran una memoria a corto plazo disminuida,
afectando frecuentemente a la comprensión de
instrucciones y a su ejecución.
d) Deficiencia en el control de las emociones:
suelen mostrase como alumnos menos “maduros”, infantiles, rápidamente alterables, y
fácilmente frustrables por los acontecimientos.
e) Torpeza motriz: suelen mostrar dificultades
en motricidad fina.
f) Memorización: suelen presentar dificultades
en tareas que impliquen memoria de trabajo y
memoria a largo plazo.
g) Variabilidad o inconsistencia temporal:
aparecen fluctuaciones constantes en su rendimiento, yendo desde completar sus tareas de
una manera rápida y correctamente, a realizarla de una manera pobre, con poca precisión, y
con relativa incorrección.
h) Problemas de rendimiento académico: con
frecuencia aparecen retrasos y fracasos escolaPsicología Educativa
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res, ya que las carencias anteriores conllevan
aprendizajes incompletos y/o incorrectos de
habilidades básicas para un adecuado rendimiento académico.
i) Problemas de adaptación social: fundamentalmente por el déficit en la adquisición de
habilidades cognitivas que les permitan regular su comportamiento.
j) Déficits de autoconcepto, autoestima y asertividad: como consecuencia de la acumulación crónica de frustraciones y castigos, que
suelen ir en su mayor parte dirigidos a su persona, más que a su comportamiento inadecuado, debido al modelo socio-educativo de nuestra cultura.
k) Problemas emocionales: con frecuencia, suelen mostrar indicadores de ansiedad y estrés,
junto a escasa asertividad y bajo autoconcepto
y autoestima.
Esto, en gran medida, suele estar generado o
potenciado por las demandas o presiones de su contexto socio-familiar y/o educativo.
A modo de síntesis, podríamos decir que esta sintomatología suele aparecer desde el inicio de su
escolaridad, con cambios atencionales frecuentes y
excesiva actividad motora, continuando estos indicadores de forma evolutiva, teniendo una consistencia temporal a lo largo de su escolaridad, sobretodo
si no se ha hecho una intervención específica.
Aunque también hay que tener en cuenta que estas
manifestaciones conductuales se atenúan con la
edad, sobre todo a partir de la adolescencia.
Enfoques para la intervención
En los últimos tiempos esta problemática se ha
venido abordando desde diferentes enfoques de
intervención, con diferentes tratamientos enfocados
sobre todo a disminuir la sintomatología.
Tipos de enfoques:
a) Enfoque médico. Básicamente sostiene la existencia de factores neurológicos, genéticos,
metabólicos,... como base del trastorno. InterCopyright 2009 by the Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
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viniendo fundamentalmente a través de medicación psicoestimulante. Sigue siendo un tema
controvertido, pero que al no ser el objeto de
este trabajo no vamos a entrar en ello.
b) Enfoque psicoeducativo o psicopedagógico.
Sostiene que es un comportamiento aprendido
y provocado por sus interacciones con el contexto (familiar y escolar). La intervención
suele enmarcarse en los diferentes contextos en
los que vive el alumno/a, o sea, en el ámbito
socio-familiar junto con el ámbito educativo.
c) Enfoque “combinado”, “interaccionista” o
ecléctico. Sostiene que es consecuencia de la
interacción entre el contexto y las condiciones
propias del alumno/a. La intervención integraría las dos propuestas anteriores (uso de medicación junto a técnicas psicológicas, preferentemente de enfoque cognitivo-conductual).
De todos los enfoques existen estudios con resultados que los avalan y los contradicen, por lo que
siendo un tanto escépticos se podría decir que no se
conocen realmente su eficacia y eficiencia.
Consideramos que el alumnado con TDAH debe
recibir atención tanto dentro como fuera del aula, lo
que conllevaría un enfoque multidisciplinar con
intervenciones desde la perspectiva médica (con la
prescripción farmacológica, si así lo precisase), desde
la perspectiva psicológica (con utilización de técnicas
de manejo de conducta, de autocontrol, de habilidades de comunicación y de interacción,..), y desde la
perspectiva psicopedagógica (para minimizar los
retrasos en sus aprendizajes y potenciar la adquisición
de competencias académicas en el ritmo de lo esperable para cualquier otro alumno/a de su edad y nivel).
Pero aquí surge el gran dilema: ¿cómo se coordina
esto?, ¿quién es el responsable de esa coordinación?, ¿con qué recursos se puede contar?...
¿Qué consideramos necesario para la intervención en el ámbito educativo?
Creemos que aquí está parte de la solución al problema. Si consideramos que lo lógico sería un
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modelo combinado, esto requiere una coordinación
entre servicios externos (unidades de salud mental
de Sanidad, servicios sociales de Bienestar Social,
incluso IMSERSO, –téngase en cuenta que cada
comunidad autónoma estos servicios tienen una
denominación y una configuración que se pueden
organizar y denominar de forma diferente-) y servicios internos (propios del sistema educativo –que a
su vez en cada comunidad autónoma funcionan y
están configurados de forma diferente-). Igualmente
cabría considerar cuál sería la coordinación con los
gabinetes o centros privados de tratamiento.
Circunscribiéndonos en un primer momento al
mundo educativo, aquí existe una gran dificultad
para abordar la problemática de este alumnado –al
igual que pasa con otros muchos problemas de esta
índole- ya que la formación de los profesionales
educativos en este caso concreto suele ser bastante
deficitaria, pero es que además no se dispone de
recursos técnicos ni materiales –existiendo bajos
presupuestos para orientación, escasez de horarios
para atención específica, multitud de objetivos a
abordar, dispersión de tareas,...-.
Si nos circunscribimos al ámbito de los profesores, podemos afirmar de forma rotunda que en sus
planes de formación inicial no reciben una formación básica para abordar las necesidades del alumnado con una problemática especial.
Si nos circunscribimos al ámbito de la orientación, las perspectivas no son mucho mejores, ya que
la formación inicial tampoco les da herramientas
para este abordaje, pero además se ve agravado
desde dos puntos de vista: uno el legal, ya que los
servicios de orientación no pueden hacer abordaje
terapéutico, quedando reglamentado legalmente
para el ámbito sanitario –unidades de salud mental–.
Y otro formativo, ya que el perfil formativo del
orientador puede de psicólogo, pedagogo o psicopedagogo, condicionando su formación inicial la perspectiva de abordaje de estos casos.
Por otro lado, es necesario hacer un adecuado
análisis funcional de conducta, ya que mediante
este procedimiento se podrán identificar las situaciones en las que se muestra una conducta concreta
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(variables estimulares antecedentes), las características objetivas de cada comportamiento en cuestión,
o sea, las conductas-problema (de una forma operativa y funcional, y teniendo en cuenta su intensidad
y frecuencia), y valorando sus componentes motor,
emocional y cognitivo, que conllevan unas consecuencias positivas o negativas para el que lo hace, y
unas contingencias de reforzamiento (siempre, casi
siempre, a menudo, nunca,..). Y todo esto, teniendo
en cuenta la historia de aprendizaje previa, los factores disposicionales del medio y los factores disposicionales del alumno/a.
¿El por qué de todo esto?, ¿cuál es su utilidad?
Podemos decir que, sobre todo, para explicar fundamentalmente a los “adultos” cómo se producen
determinados comportamientos y cómo se mantienen. Si se consigue que lo “entiendan” esto facilitará, sin duda, la intervención para el cambio y la educación, que es lo que se pretende con dicha intervención.
Propuestas metodológicas para la intervención en
el ámbito educativo con profesores y con padres
Llegados aquí, cabe preguntarse: ¿con qué enfoque se puede o debe intervenir en el ámbito educativo?, ¿teniendo en cuenta el contexto, qué podemos aplicar?, ¿qué requisitos requiere este tipo de
intervención?, ¿quiénes estarán implicados?...
Pues bien, desde el ámbito psicoeducativo, podemos hablar de diferentes enfoques o corrientes:
a) Enfoque Conductual, cuyo objetivo principal
de tratamiento es la formación de padres y
profesores en conocimientos generales y procedimientos, que en su gran mayoría derivan
de los principios del condicionamiento operante (técnicas de modificación de conducta),
con el fin de comprender y dirigir mejor los
problemas de comportamiento en casa y en el
colegio (Weiss y Hetchtman, 1992). De esta
forma, el comportamiento del alumno/a se va
conformando en función de las consecuencias
que le siguen. Este aspecto es bastante imporPsicología Educativa
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tante ya que el trastorno a menudo se asocia
con alteraciones en la interacción entre padres
e hijos.
b) Enfoque Cognitiva, cuyo objetivo principal
de tratamiento es enseñarles técnicas de autocontrol y resolución de problemas, debido a
que el déficit de autocontrol se considera
como un aspecto central en este tipo de trastornos. Las técnicas o procedimientos más utilizados son: técnicas para aumentar la autorregulación, administración de autorrecompensas y autoinstrucciones (Meichembaum y
Goodman, 1971).
c) Enfoque Cognitivo-conductual, que comparte
y combina los objetivos y procedimientos de
los dos enfoques anteriores.
Dentro del enfoque conductual, y respecto a las
técnicas de modificación de conducta, a modo de
síntesis podemos decir lo siguiente:
La modificación de conducta constituye un conjunto de técnicas de intervención educativa, que se
fundamentan en los principios de la teoría del
aprendizaje, y cuya finalidad principal es “cambiar
la frecuencia o intensidad con que una persona
exhibe una determinada conducta”. Se ha constatado que la modificación de conducta es especialmente aplicable a los alumnos de educación infantil y
primer ciclo de primaria, si bien es aplicable a lo
largo de toda la enseñanza primeria, incluso en los
inicios de la secundaria, donde hemos constatado
que los acuerdos de conducta son eficaces. Además,
a estos alumnos “pequeños” aún no se les puede
aplicar técnicas de autorregulación de forma sistemática, ya que no suelen tener el desarrollo cognitivo necesario; otra consideración es que el alumnado
necesita de una ayuda o guía externa, preferentemente del profesor o terapeuta, para que le guíe en
la valoración de cuáles son las conductas adecuadas
en la escuela. Entre las técnicas que cabe utilizar
están el manejo de contingencias, el reforzamiento
diferencial, el moldeamiento, la atenuación de
ayudas, el modelado, la práctica negativa, el aislamiento (tiempo sin reforzadores), la restricción de
estímulos, la saciedad de estímulo, el coste de res-
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puesta, el contrato de conducta o acuerdo de conducta con economía de fichas y/o coste de respuestas.
También es recomendable el uso del refuerzo verbal como técnica para incrementar o potenciar una
determinada respuesta en el alumno/a (positivo
–estímulo o suceso ambiental cuya aparición, como
consecuencia de cierta respuesta, aumenta la probabilidad de aparición o de mantenimiento de ésta
en el futuro- y negativo –estímulo o suceso ambiental cuya retirada, como consecuencia de cierta respuesta, aumenta la probabilidad de aparición o
mantenimiento de ésta en el futuro), para reforzar e
incrementar la conducta realizada (la alabanza o
felicitación, debe conllevar el refuerzo verbal con
frases como “fenomenal”, “lo estás haciendo estupendamente”, “sigue así”, “muy bien, “buen trabajo”, “estupendo”, “lo has hecho fenomenal”, y junto
a la descripción de la conducta positiva; así mismo
es eficaz el manejo de contingencias y los contratos de economía de fichas y/o coste de respuestas.
De la misma manera las técnicas de modificación de
conducta sirven para reducir o eliminar conductas
no deseadas, para ello se dispone de técnicas como
el aislamiento y el costo de respuesta. Otra consideración a tener en cuenta es que el refuerzo pierde eficacia cuando no se describe la conducta positiva, o
sea, lo que ha hecho bien, ya que a veces el alumno/a no suele ser consciente de ello, o cuando se
hace referencia a una conducta negativa que sucedió
con anterioridad, por ejemplo, si se dice al alumno/a
“muy bien, es la primera vez que terminas los deberes en clase”, “es la primera vez que traes los deberes de casa”, “ya es hora que traigas todos los materiales”, “por una vez lo tienes todo,...”. En cuanto a
la extinción se pretende reducir la frecuencia o
intensidad de una conducta; pero hay que tener en
cuenta que la retirada absoluta de reforzadores que
mantengan una respuesta determinada hará perder a
ésta su valor funcional, consiguiendo la extinción
progresiva de dicha conducta. Así pues, la extinción,
consiste en retirar cualquier tipo de atención ante
una conducta no deseada por parte del alumno/a;
siendo esta técnica útil para reducir conductas inadeCopyright 2009 by the Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
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cuadas que los alumnos realizan esperando una respuesta por parte del profesor.
Como ya hemos indicado, el refuerzo consiste en
conceder al alumno/a una recompensa cuando realiza una conducta adecuada. Normalmente, esta
recompensa suele ser un elemento material reforzante para el alumno/a o un privilegio (por ejemplo
borrar la pizarra, recoger cinco minutos antes, controlar la organización de algo en clase, etc.). Para ser
eficaces, estos privilegios deben ser motivadores
para los alumnos e incluso suponer un reto o un estímulo para presentar un buen comportamiento;
deben presentarse inmediatamente después de la
realización de la conducta positiva (pierden eficacia
progresivamente cuando se alejan temporalmente de
la realización de la conducta); y deben ser variados,
para evitar que pierdan atractivo para los alumnos.
La técnica contraria al refuerzo sería el coste de respuesta (o pérdida de privilegios), que consiste en
retirar al alumno/a un refuerzo (por ejemplo, reducir
unos minutos el patio) con el objetivo de reducir una
conducta no deseada. El costo de respuesta se rige
por los mismos principios de eficacia que el refuerzo.
Por último, cabe hacer algunas consideraciones
sobre el uso del castigo, que es un proceso cuya
finalidad es eliminar la frecuencia de aparición de
una respuesta determinada, consistente en la administración de un estímulo aversivo o en la retirada de
un estímulo apetitivo cada vez que se ejecuta la
misma. Existe dos tipos de castigo, el denominado
castigo positivo, que consiste en la presentación de
un estímulo aversivo (por ejemplo, un castigo físico,
una palabra desagradable, una copia de frases, una
mirada terrible, etc); y el castigo negativo, que consiste en la pérdida o retirada de un privilegio, ya sea
de un objeto agradable, o de una actividad apetitosa,
o de una situación concreta (por ejemplo, dejar sin
recreo, no dejar participar en una actividad, perder
algo que tiene, etc...). De todos es conocido los
inconvenientes del castigo, sin embargo, en algunos
contextos puede ser útil y necesario. Téngase en
cuenta que el uso general que se hace del castigo no
suele ser coincidente con cómo se usaría como técPsicología Educativa
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INTERVENCIÓN PSICOEDUCATIVA EN EL AULA CON TDAH
nica, o dicho de otra forma, se suele utilizar de
forma inadecuada para el fin que se debería perseguir.
b y c) Respecto a las técnicas cognitivo-conductuales.
A modo de síntesis podemos decir lo siguiente:
Las técnicas cognitivo-conductuales son una combinación de los principios anteriores con estrategias
de enfoque cognitivo. Desde este enfoque no sólo se
intenta eliminar o reforzar conductas, sino que además se trata de influir en el procesamiento cognitivo
del alumno/a para que en el futuro sea él quien autorregule su comportamiento, sin necesidad de la presencia de un adulto que aplique la administración de
refuerzos o retirada de los mismos. Estas técnicas son
especialmente útiles para alumnos a partir del segundo ciclo de educación primaria, ya que van adquiriendo un desarrollo madurativo suficiente como para
autorregular su comportamiento. Las estrategias cognitivo-conductuales más habituales son las autoinstrucciones y la autoevaluación reforzada.
El procedimiento de las autoinstrucciones de
Meichenbaum, consistentes en enseñar al alumno/a
a decirse a sí mismo qué es lo que tiene que hacer
para afrontar una tarea determinada, siguiendo una
secuencia de instrucciones. Estas secuencias
autoinstruccionales suelen constar de tres fases: planificación, automonitoreo, y autocomprobación. En
la práctica, el procedimiento a seguir básicamente
sería un entrenamiento auto-instruccional empleando tarjetas de auto-instrucciones. Las fases serían:
1. El profesor/terapeuta propone al alumno/a una
lista de frases referidas a su conducta problema. Dichas frases pretenden constituir un elemento de auto-control cognitivo.
2. Una vez que el alumno/a las acepta como razonables y aplicables a su situación, las memorizará.
3. Cuando el profesor/terapeuta ha comprobado
que las conoce de memoria se procederá a
efectuar una simulación de las diversas situaciones y el empleo de las frases citadas. Con
alumnos pequeños, el asesor utilizará técnicas
de modelado, según va verbalizando en voz
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alta las autoinstrucciones necesarias. En un
segundo momento, se le pedirá al alumno/a
que las verbalice en voz alta, después en voz
baja, y, por último, en silencio. Con alumnos
de más edad, no es tan necesario que el profesor/terapeuta actúe como modelo, pidiendo
directamente al alumno/a que lo haga como en
el caso anterior.
4. Posteriormente se supervisa el empleo de las
frases en las situaciones reales y los resultados
obtenidos por el interesado. Es importantísimo
que el profesor/terapeuta llame la atención del
alumno/a tanto respecto a las consecuencias
naturales de su nueva conducta, como de su
estado emocional cuando actúa de esta manera. Sólo cuando el alumno/a se percata de los
reforzadores naturales de este nuevo modo de
pensar cabe esperar un mantenimiento y una
generalización del procedimiento.
Estas técnicas no son exclusivas para TDAH, valdrían para potenciar los aprendizajes de cualquier
otro alumno/a. Existen diversos programas que
adaptan la secuencia autoinstruccional primitiva de
Meichenbaum y Goodman (1971) a alumnos de
diferentes edades; en estos programas suelen presentarse las autoinstrucciones en forma de apoyos
gráficos que recuerdan al alumno/a cada una de las
verbalizaciones que debe decirse a sí mismo. Estos
apoyos gráficos se emplean hasta que el alumno/a
finalmente interioriza las autoinstrucciones, y las
incluye en su propio repertorio de estrategias cognitivas (Miechenbaum, 1981; Miechenbaum y Goodman, 1969, 1971).
Consideramos que la intervención en TDAH se
debe realizar desde una doble perspectiva, desde la
intervención psicológica y desde la intervención
psicopedagógica.
Desde la perspectiva de la intervención psicológica, habría que considerar los siguientes elementos:
• Asesorar, y “formar-guiar” apoyando a los padres y profesores durante el proceso de ayuda al
hijo/alumno.
• Diseñar planes de acción específicos para cada
alumno/a, que incluyan al alumno/a TDAH, a
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sus padres y a ser posible a otros familiares, si
así se considera procedente, que convivan con él
habitualmente, así como a sus profesores y compañeros.
• Supervisar y/o aplicar el programa específico
de entrenamiento.
• Mantener contacto y colaboración con el resto
de profesionales implicados.
Desde la perspectiva de la intervención psicopedagógica, habría que tener muy en cuenta otra
serie de consideraciones previas antes de hablar de
técnicas y de formación. Nos referimos al estilo de
enseñanza-aprendizaje.
Previamente a las diferentes técnicas que se suelen emplear en el abordaje de estos casos, creemos
que procede realizar una reflexión sobre el estilo de
enseñanza-aprendizaje, lo cual equivale a hablar de
las condiciones del aula, que en su mayor parte son
impuestas por el profesor, y las maneras en que los
alumnos se desenvuelven en la misma. Los alumnos
poco a poco aprenden a preferir aquellas condiciones que tienen relación con sus éxitos, y a rechazar
aquellas otras ante las cuales fracasan, lo cual, unido
a sus creencias sobre su manera de ser, es decir,
aquello que hace que exista una cierta interpretación
de las circunstancias dadas, genera un modo de
comportarse habitualmente.
Desde nuestra perspectiva, el estilo de aprendizaje no debe ser confundido con las habilidades o destrezas que el alumno/a posee o dicen poseer; nos
referimos exclusivamente a cómo un alumno/a responde cuando tiene ante sí la posibilidad de hacer
las cosas de varias maneras diferentes, y a cómo responde ante los diferentes ambientes de aprendizaje a
que se ve sometido en la práctica escolar diaria, sin
posibilidad de elegir. En él caben tres dimensiones:
la cognitiva, la físico-ambiental y la socioafectiva y
motivacional.
La evaluación del estilo de aprendizaje de un
alumno/a en estos niveles se efectúa principalmente
a través del juicio del profesor, y como cada profesor manifiesta a su vez un estilo propio de enseñanza, diseñando en función de él un ambiente instruccional determinado, difícilmente sabrá qué haría su
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alumno/a en otras circunstancias; pero si ante los
diferentes tipos de interacciones educativas que se
dan en el aula, en función del estilo de enseñanza
establecido, la respuesta del alumno/a no es la adecuada, siempre le quedará al profesor el recurso de
cambiar tales circunstancias y probar si su comportamiento mejora.
Aquí radica la importancia de la evaluación de
estilos, educativo y de aprendizaje, en la posibilidad
de ponerlos frente a frente y constatar hasta qué
punto se están ofreciendo a los alumnos, y especialmente a aquellos que presentan dificultades de
aprendizaje, los ambientes y circunstancias más adecuadas. Al hacerlo debemos prestar atención a los
siguientes aspectos:
– ¿Cómo se enfrenta el alumno/a a los procesos
generales de enseñanza-aprendizaje?
– ¿Cómo se enfrenta a diversas tareas específicas?
– ¿Cómo se enfrenta a los diferentes tipos de
materiales?
– ¿Cómo responde ante los diferentes sistemas
de agrupamiento?
– ¿Cómo responde ante las ayudas que se le
prestan?
Para nosotros está claro que la escuela, tal y como
la conocemos, potencia unos determinados estilos
en detrimento de otros. Por ello, no debe resultarnos
extraño que aparezcan en la clase estilos de aprendizaje parecidos, pero, también otros diferentes a los
que hay que atender, potenciar, y si es preciso, modificar.
Unos sencillos instrumentos y una alta dosis de
honestidad son suficientes para la evaluación del
estilo propio y el de los alumnos. Por eso cabe preguntarse: ¿por qué esperar a que nos digan cómo
deberían cambiar nuestras clases y las dinámicas
con las que se desarrollan?
Como ya se ha dicho, consideramos que el objetivo de un programa de intervención requiere los
siguientes componentes:
a) Formación de docentes.
b) Formación de padres.
c) Intervención directa con el alumnado.
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INTERVENCIÓN PSICOEDUCATIVA EN EL AULA CON TDAH
Desde el punto de vista de la intervención, consideramos que hay que abordar los siguientes ámbitos:
a) Ámbito comportamental.
b) Ámbito de los aprendizajes.
c) Ámbito emocional.
d) Ámbito social.
a) Desde el punto de vista comportamental:
1. A partir del entrenamiento para la mejora de
las relaciones sociales, se deberán adquirir
habilidades cognitivas de solución de problemas interpersonales (“enseñar a pensar”), así como en habilidades de comunicación y en habilidades para regular y controlar las emociones (asertividad, autoestima, ansiedad, estrés, ira, frustración,
miedo,...) Controlar las “llamadas de atención”, dispensando una atención selectiva a
los alumnos con déficit en su comportamiento; para ello, se debe dispensar refuerzos ante conductas positivas, mostrarles
agrado, llamarlos a menudo a la mesa del
profesor para mostrarles una atención y
refuerzo verbal positivo, recorrer la clase
prestando la atención y refuerzo selectivo y
adecuado; observar cómo trabajan y valorar
sus evoluciones, ...
2. Facilitar el movimiento por el espacio del
aula, pero controlando que no resulte disruptivo para los demás compañeros, y sobre
todo, reforzar los comportamientos correctos. Facilitar la segmentación de tareas por
partes, de forma que pueda obtener éxitos
parciales que le lleven al global.
3. Las recriminaciones se le deben hacer en
privado. Aplicando sólo excepcionalmente
medidas disciplinarias (véase tabla 1 y 2*).
4. Entrenamiento en aspectos de control emocional, irritabilidad, agresividad, autoconcepto, autoestima, asertividad...
b) Desde el punto de vista de los aprendizajes:
Numerosas investigaciones han constatado en las
últimas décadas los efectos beneficiosos de las interPsicología Educativa
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venciones psicopedagógicas basadas en técnicas
conductuales y cognitivo-conductuales en la escuela
(una revisión exhaustiva de estos trabajos puede
encontrarse en el trabajo elaborado por Miranda,
Jarque y Tárraga, 2006). A continuación se exponen
brevemente las potencialidades y aspectos más positivos de este tipo de intervenciones:
Tanto las intervenciones conductuales como las
cognitivo-conductales se han mostrado consistentemente eficaces en la mejora de la adaptación escolar
en los estudiantes con TDAH. Las técnicas de modificación de conducta presentan buenos resultados a
corto plazo, ya que la aplicación sistemática adecuada de contingencias tras la conducta de los alumnos
produce la desaparición de conductas inadecuadas y
el reforzamiento de conductas deseadas. Igualmente, las estrategias cognitivo-conductuales son
positivas, ya que ayudan a los alumnos a controlar
por sí mismos su propia conducta, autorregulando su
comportamiento y autoevaluando si éste es o no adecuado.
Ambos tipos de intervenciones tienen la ventaja
de que apenas consumen tiempo para su correcta
aplicación; tan sólo las estrategias cognitivo-conductuales requieren dedicar algunas sesiones a la
enseñanza y práctica de las autoinstrucciones o de la
autoevaluación. Sin embargo, una vez que el alumno/a ha aprendido e interiorizado estas estrategias,
las aplica sistemáticamente sin apenas consumir
tiempo dedicado a los contenidos curriculares, ya
que estas estrategias se convierten en una rutina casi
automática en la que el alumno/a realiza los procedimientos autónomamente, con supervisión esporádica por parte del profesor. Este modo de funcionar
hace que ambos procedimientos sean “económicos”
en cuanto a consumo de tiempo, ya que invertir
algunas sesiones en enseñar al alumno/a a autorregular su comportamiento requiere mucho menos
tiempo que tener que interrumpir las clases continuamente para corregir la conducta del alumno/a.
Establecer una línea base en sus aprendizajes, y a
partir de ellas desarrollar la adquisición de competencias instrumentales básicas a través del dominio
de aquellos contenidos o conocimientos que aún no
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tienen adquiridos, y que como alumnos con necesidades educativas son susceptibles de programas de
trabajo individual o adaptaciones curriculares.
Desde el punto de vista de los déficits de atención
procedería diseñar intervenciones tendentes a la
mejora de la capacidad de atención, mediante el
entrenamiento en actividades en focalización y
mantenimiento de la atención. Así, para alumnos
pequeños se pueden realizar ejercicios de rompecabezas de letras y figuras geométricas sencillas, de
punteo, de reconocimiento de errores en dibujos
sencillos, de localización de dibujos repetidos.
Mientras que para alumnos más mayores se podrían
utilizar sopas de letras, de reproducción de figuras
mediante números, de reconocimiento de errores en
dibujos complejos, de crucigramas, de completar
frases o palabras.
Como pautas para abordar los déficits de atención
debe tenerse en cuenta el diseño de actividades cortas, atractivas y diversificadas, llegando a fragmentar en parte las tareas que sean más largas.
Asimismo, es útil la utilización de agendas o libretas de anotaciones para facilitarles la organización y
que vayan aprendiendo a planificar su actuación
dentro y fuera del aula. También hay que dispensarles una atención selectiva, sin que llegue a causar
rechazo por parte de sus compañeros, o que incite a
sus compañeros a seguir sus mismos pasos (negativos).
Otras actuaciones muy importantes son las de
facilitar la ayuda de especialistas dentro del centro
(si es que existen tales “especialistas”), así como la
de facilitar y promover la coordinación con especialistas externos al centro educativo. ¿Cómo y cuándo...?
Desde el punto de vista de la intervención pedagógica directa sobre el alumno/a con TDAH hay que
tener muy en cuenta que por sus característica suelen tener dificultades de comprensión de instrucciones, tanto orales como escritas, lo que conlleva respuestas erróneas, incompletas o incorrectas. Por
ello, el profesor debe tener en cuenta una serie de
consideraciones, como son: repetirle las instrucciones o enunciados un par de veces; a continuación
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pedirle que le repita lo que se le ha dicho o pedido.
Si la instrucción o tarea es por escrito debe pedirle
que le explique lo que se le pide, qué es lo que tiene
que hacer; a continuación preguntarle cómo va o
debe de hacerlo, explicando por qué lo va a hacer de
esa manera, para a continuación supervisar cómo lo
va haciendo y analizar con él el resultado.
El entrenamiento en autoinstrucciones verbales
conllevaría el uso de técnicas como modelado, guía
externa manifiesta, autoguía y autoinstrucciones
manifiestas. En el modelado, se le irán diciendo los
pasos a seguir, mediante unas instrucciones claras
(por parte del modelo, en este caso sería el propio
profesor) que el alumno/a deba seguir aplicando, es
lo que denominamos guía externa (repitiéndose el
alumno/a, mediante autoinstrucciones, las instrucciones que ha visto en el “profesor-modelo”), pasando a un mayor nivel de complejidad haciendo de sus
verbalizaciones una autoguía en voz alta, para después pasar a una fase de autoguía manifiesta atenuada (“cuchicheo”), para terminar con las autoinstrucciones encubiertas, momento en que el alumno/a
deberá realizar la tarea en silencio mientras se guía
por las instrucciones a través del pensamiento. Es lo
que sería un proceso en el que se va haciendo atenuación de ayudas.
En cuanto a la ubicación en el aula, habría que
controlar el espacio físico, teniéndole sentado, o
bien solo, o con un compañero con buen rendimiento y habilidades sociales. Preferentemente cerca del
profesor (aunque no pegado a su mesa, para evitar la
distracción), en una zona tranquila, lejos de puertas
y ventanas –manejo de contingencias-; se debe controlar la distancia entre las mesas (¡si el espacio lo
permite!), buscando en silencio “ambiental” cuando
el tipo de trabajo lo requiera y permita. Y sobre todo,
eliminar los posibles estímulos distractores (ya que
algunas clases son un collage de elementos distractivos colgados en sus paredes, que posibilitan la distracción de cualquier alumno/a, y de forma más
específica a los TDAH y a los alumnos con bajo rendimiento y/o fracaso escolar).
Otras consideraciones a tener en cuenta son que
hay que ser muy metódico y constante en la utilizaPsicología Educativa
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ción de los sistemas de reforzamiento, tratando de
reforzar el trabajo acabado y sobre todo el trabajo
bien acabado; hacer un constante feedback, para
informarle de sus mejoras; al menos en las situaciones iniciales hay que tratar de evitar los fracasos. Y a
la hora de diseñar el programa de intervención se
deben priorizar los aspectos alterados: atención,
razonamiento, comprensión, habilidades sociales,
memoria… Así pues, para que un programa educativo tenga éxito se debe adecuar las exigencias escolares a las capacidades y características del alumno/a,
partiendo de sus puntos fuertes para que empiece
obteniendo éxitos. Así mismo hay que mostrarle unas
reglas de funcionamiento claras y realistas, haciéndolas visibles para que las vean con facilidad y frecuencia; generar un ambiente de trabajo y orden dentro del aula, con uso frecuente de agenda para anotar
las actividades y tareas que se van a realizar.
c) Desde el punto de vista emocional:
1. Potenciar la asertividad, autoconcepto y
austoestima, favoreciendo la elaboración
objetiva de sus errores, sin hacerle sentirse
culpable o rechazado. Es importante posibilitar una retroalimentación positiva. Eliminar o reducir los niveles de ansiedad y
estrés.
2. Evitar valorar siempre negativamente al
alumno/a.
3. Generar expectativas de éxito futuro.
4. Permitir la retroalimentación de forma que
sea consciente de sus avances.
d) Desde el punto de vista social:
1. Ayudar al alumno/a a controlar su conducta
situando su ubicación en el aula próxima al
profesor.
2. Evitar una percepción, por parte de sus
compañeros, como una conducta agresiva
hacia ellos o como una conducta impulsiva
intencionada.
3. Evitar el etiquetaje moral (“eres malo”,
“eres...”, “eres...”) y ayudarles a interpretar
adecuadamente cada situación conflictiva.
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4. Favorecer que sus compañeros aprendan a
darle oportunidades para integrarse en el
juego y en otras dinámicas de la clase-aula,
y tratando de ignorar sus comportamientos
inadecuados.
5. Asesorar a los padres con información que
les sea útil para fomentar sus interacciones
positivas y su integración.
En conclusión, las técnicas de modificación de
conducta y las estrategias cognitivo-conductuales
son una herramienta eficaz para la mejora de la
adaptación escolar de los estudiantes con TDAH –al
igual que para cualquier otro alumno/a-, por lo que
su aplicación en el aula es muy recomendable. Estas
estrategias pueden iniciarse en el “aula de pedagogía
terapéutica” –dependiendo de la singularidad de la
organización de los apoyos en cada centro-, y posteriormente pueden generalizarse al resto de contextos
escolares, con una adecuada coordinación de todos
los implicados, ya que es importante que los alumnos perciban que las normas son claras y coherentes
en todas las aulas.
Pero cabe preguntarse: ¿es esto suficiente para
dar respuesta a la problemática de estos alumnos?,
¿tiene la “escuela actual” las condiciones para llevar estas teorías a cabo?, ¿es factible el abordaje
en el contexto actual de la escuela?.....
Otras consideraciones a tener en cuenta en el aula
serían las siguientes:
En los casos de hiperactividad se debe tener cierta flexibilidad cuando se vea que se levanta, y haya
ha terminado la actividad, mandarle a realizar “recados” o cualquier actividad que precise movimiento
para que pueda “soltar” energías. Asimismo, cuando
se vea que está inquieto sugerirle salir de clase y
darse una vuelta, esto bajará la tensión y volverá
más tranquilo, pero ¿qué ocurriría si al salir ocurriese un accidente”?. Esto está bien desde el punto
de vista terapéutico, pero choca con la parte legal.
En los casos de impulsividad, es aconsejable la
utilización del modelo de autoinstrucciones y del
sistema de autorregulación, desarrollando el entrenamiento en habilidades sociales (pero, ¿cuándo, en
qué espacio físico y temporal?), y sobre todo, no
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enfadarse con ellos sino proponerles alternativas
(estamos educando y formando).
Por último, por lo general en nuestro sistema educacional nos fijamos sobre todo en lo negativo.
Mirando fríamente, casi siempre, se observan en
estos alumnos algún aspecto positivo como espontaneidad, creatividad, sinceridad, innovación, energía,
buen humor, intuición, lealtad, etc.; pero ¿se utilizan
para favorecer sus aprendizajes?
A continuación esbozaremos de forma sintética
los componentes que consideramos necesarios en
las propuestas de formación de profesores y padres.
• Propuesta de plan de actuación con docentes:
1. Definición de objetivos, contenidos y procedimientos de la formación y de la intervención.
2. Conceptualización sobre aspectos diagnósticos, etiología, datos epidemiológicos,
evolución del trastorno, problemas y sintomatología asociada, estrategias de tratamiento, necesidades educativas y algunas
experiencias previas.
2. Entrenamiento en técnicas de modificación
de conducta: utilización de reforzadores
(sociales, materiales, verbales y no verbales), conocimiento del principio de
Premack, la ley del efecto, la ley del ejercicio, la ley de la disposición, sistema de economía de fichas y/o coste de respuestas,
tiempo fuera (aislamiento), extinción, y
otras técnicas de modificación de conducta.
4. Entrenamiento en técnicas cognitivo-conductuales: como autoinstrucciones, técnicas de autocontrol y técnicas de autoevaluación reforzada (Miechenbaum, 1981;
Miechenbaum y Goodman, 1969, 1971).
5. Entrenamiento en técnicas de resolución de
problemas: programas de habilidades de
interacción social (identificar el problema,
definirlo, explorar alternativas, actuar con
un plan y evaluar los logros alcanzados)
(Fernández, 2000; Vallés, 2008).
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6. Entrenamiento en habilidades sociales:
consistentes en habilidades para hacer preguntas, para escuchar, colaborar, buscar
ayuda, autorreforzarse, pedir disculpas, dar
las gracias, conversaciones, hacer y recibir
críticas y cumplidos, ofrecer ayuda y
expresión de sentimientos. (Goldstein,
Sprafkin y Klein, 1976; Goldstein, Sprafkin, Gershaw y Klein, 1989; Michelson,
Sugai, Wood y Kazdin, 1987; Monjas,
1996).
7. Entrenamiento en técnicas de reflexividadimpulsividad: para demora forzada, estrategias cognitivas de escudriñamiento y
análisis de detalles, autoinstrucciones,
modelado y reforzadores (Gargallo, 1996,
2000).
8. Estudio de casos (a través de dinámicas de
discusión de grupos, rol-playing, visualización de algunos materiales en video, autoaplicación de algunos materiales, etc.
(Galve, 2008, Planas, 2008).
9. Diseño de planes de trabajo individual o de
adaptaciones curriculares (Galve y
Trallero, 2003).
10. Evaluación, seguimiento y feedback de la
formación. Seguimiento de la intervención.
• Propuesta de plan de actuación con padres
Algo similar se suele hacer con los padres, ya que
la escuela puede realizar funciones de formación a
padres de modo sistemático, mediante las escuelas
de padres, o de modo más puntual, mediante las
entrevistas con los especialistas en pedagogía terapéutica o con los psicopedagogos.
Esta formación debe basarse en explicar a los
padres mediante ejemplos prácticos diferentes técnicas de manejo del comportamiento en casa, aplicando las estrategias conductuales y cognitivo-conductuales expuestas anteriormente a situaciones familiares; enseñando procedimientos para ayudar a sus
hijos a completar las tareas escolares; o simplemente ofreciendo información sobre los síntomas y el
pronóstico del trastorno.
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Esta formación es crucial, dado que en muchas
ocasiones los padres no tienen un conocimiento profundo del TDAH, y en ocasiones esta formación no
es totalmente rigurosa, y proviene de fuentes no
científicas que pueden inducir a errores.
Igualmente, muchos padres desconocen que el
TDAH puede abordarse no sólo desde una perspectiva psicopedagógica, sino también desde un punto
de vista clínico-médico. Por ello, desde la escuela
debe informarse a los padres que es conveniente
consultar con los servicios médicos especializados
(médico de familia y posteriormente servicio de
neuropediatría), ya que en ocasiones estos servicios
proponen una intervención farmacológica que en
combinación con la intervención psicopedagógica
puede ofrecer resultados muy positivos.
De forma resumida, el programa a desarrollar
básicamente sería el siguiente:
1. Definición de objetivos, contenidos y procedimientos de la formación y de la intervención.
2. Conceptualización sobre aspectos diagnósticos, etiología, datos epidemiológicos, evolución del trastorno, problemas y sintomatología
asociada, estrategias de tratamiento, necesidades educativas y algunas experiencias previas.
3. Entrenamiento en técnicas conductuales y
cognitivo-conductuales.
4. Análisis funcional de las relaciones con los
hijos: entrenamiento en habilidades sociales y
resolución de problemas (ayuda con deberes
escolares). Implicación de los padres en el
aprendizaje de los hijos.
5. Evaluación y seguimiento de la formación.
Seguimiento de la intervención.
En cuanto a la metodología que con frecuencia se
ha usado, preferentemente ha sido mediante estudio
de casos, rol-playing, dinámicas de grupos, visualización de videos, autoaplicación de algunos materiales, lluvia de ideas, debates, etc. Todo ello se
puede dinamizar mediante técnicas de dinámica de
grupos. Cobra mucha importancia la preparación de
reuniones con padres; ya que una entrevista bien
dirigida puede conllevar una evolución adecuada del
proceso a seguir; y viceversa.
Psicología Educativa
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También es interesante realizar una tutoría guiada de padres, bien desde los servicios externos o
internos al centro educativo.
Pero, de nuevo nos surgen las mismas preguntas:
¿quién debe o puede o tiene que hacer esta formación?, ¿es esto suficiente para dar respuesta a la
problemática de estos alumnos?, ¿tiene la “escuela actual” las condiciones para llevar estas teorías
a cabo?, ¿es factible el abordaje en el contexto
actual de la escuela?.....
Discusión, propuestas y conclusiones
Desde estos enfoques existen estudios publicados,
en los que se trata de evidenciar la eficacia del tratamiento, pero desde nuestra perspectiva cabe una crítica, y es que son estudios que podríamos denominar de
“laboratorio”, donde las circunstancias y el contexto
están controlados, dándose los medios para su desarrollo; pero aquí viene la gran pregunta: ¿se puede
generalizar esta forma de actuar la contexto educativo general, o actual?; ¿en un centro, que exista,
uno, dos, tres casos, se puede poner en marcha este
tipo de estrategias de intervención?, en caso afirmativo, ¿con qué recursos, con qué profesionales se
puede contar, con qué costos, en qué tiempos,...?
A modo de ejemplo, se pueden nombrar los trabajos con tratamientos cognitivo-conductuales
(Abikoff, 1991; Baer y Nietzel, 1991; Calderón,
2001; Miranda, Presentación, Gargallo, Soriano, Gil
y Jarque, 1999; Miranda, Soriano, Presentación y
Gargallo, 2000), donde se han puesto de manifiesto
la eficacia de este tipo de intervenciones, aunque no
siempre los resultados han sido satisfactorios. Sólo
se suele observar una evolución positiva cuando se
abordan de forma simultánea los aspectos neurofisiológicos/clínicos, familiares, sociales y escolares.
Pero volvemos a decir, ¿son extrapolables al
contexto educativo actual en nuestro país?
Francamente, nuestra experiencia nos dice que no.
En diferentes estudios se constata que la intervención farmacológica tiene sus ventajas y limitaciones
para abordar a plenitud un cuadro aparentemente cróCopyright 2009 by the Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
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nico como el TDAH. El tratamiento psicoestimulante
aparece óptimo para tratar los síntomas centrales del
TDAH, sin embargo, parece deficiente a la hora de
tratar sus síntomas asociados, y en muchos casos
tiene otros efectos secundarios o colaterales. Por otro
lado, la intervención multicomponente sumada a la
medicación parece proporcionar un manejo más adecuado para tratar los síntomas asociados al TDAH y
mejorar el funcionamiento global en los alumnos en
edad escolar, pero es incapaz de manejar eficazmente
los síntomas centrales del desorden.
Finalmente los programas multicomponentes suelen conllevar mejoras significativas en el funcionamiento individual (autoestima, autoconfianza), así
como en la relación con padres, en competencia
social (habilidades sociales, relaciones interpersonales) y en el funcionamiento escolar (habilidades y
hábitos de estudio, actitud hacia los profesores), pero,
¿esto se puede hacer en cualquier centro educativo?
Creemos que no, con la actual formación del profesorado, junto a la organización y prioridades de los
centros educativos, lo que no se puede pedir a los
profesores de apoyo (por ejemplo, pedagogía terapéutica) es que sean la solución a todos los problemas de los alumnos con dificultades o necesidades,
pues por su formación, y por la problemática en
cada centro, su intervención está mediatizada; ni
tampoco a los orientadores ya que no pueden hacer
”terapias” a tenor de la normativa vigente [en
muchos casos, sería susceptible la ayuda de profesionales externos, llegando a una actuación combinada si en realidad existiese la coordinación o cumplimentación entre ayudas externas e internas].
Por último adjuntamos unos cuadros síntesis sobre
el grado de eficacia de las técnicas (tabla 1) que
hemos hablado con anterioridad, junto a otro que
valora la influencia del comportamiento de los educadores en la conducta de los alumnos/as (tabla 2).
Tabla 1. Grado de eficaciarelativa de cada uno de los recursos disponibles para el tratamiento de los problemas de relaciones sociales
Edad de los alumnos
Manejo de contingencias
Resistencia a la frustración
Demora de la gratificación
Reestructuración cognitiva
Auto—instrucciones
Habilidades previas solución problemas
Solución cognitiva problemas interpersonales —
Relajación
Comunicación asertiva
Reorganización ambiental
1-3
4-5
6-8
9-11
12-14
15-18
****
—
—
—
—
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Tabla 2. Influencia del comportamiento de los educadores en la conducta de los alumnos/as (*)
Procedimiento
Recriminación Pública
Recriminación Privada
Conversación particular elogiosa y estimulante
Elogio Público
Sarcasmo en Público
Sarcasmo en Particular
Reconocimiento Público de que el alumno/ª está mejorando
Manifestación Pública de que el alumno/ª está empeorando
Efecto %
Mejora
Efecto %
Indiferente
Efecto %
empeora
40
83
96
91
10
18
95
6
13
10
4
8
13
17
4
27
47
7
0
1
77
65
1
67
(*) Experiencias efectuadas por BRIGS. Tomado de Espinar Bellón, Andrés: Manual Técnico del tutor. Ed. Ágora. Málaga. 1989, pág 104.
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Manuscrito recibido: 25/09/2009
Revisión recibida: 13/10/2009
Manuscrito aceptado: 18/10/2009
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