Memoria histórica
y testimonio
Historical Memory and Testimony
*
Universidad Nacional de Colombia
Sede Bogotá
* mbfi
[email protected]
Recepción: 24 de julio de 2006. Aprobación: 9 de abril de 2007
*
º
*
*
-
*
-
*
. -
[]
A partir del hecho demostrado por el psicoanálisis de que padecemos
de memoria –del carácter traumático que en muchas ocasiones toma el
objeto de la memoria y de la ineficacia del recurso del olvido, sin pasar
antes por la rememoración y la escritura– este escrito plantea la pregunta
de si la tarea del historiador tiene que ver con el testimonio en el sentido
que da Agamben a este término. El objeto de la memoria que resulta
insoportable, que retorna generando violencia, es aquel que redujo al
sujeto y a los grupos sociales a la condición de objeto. ¿Dar cuenta de este
proceso es un reto de la historia? Retomando el ejemplo de la masacre
de las bananeras y de la discusión que sobre su aparición en la novela
realiza el historiador Posada Carbó se trata de ilustrar este problema.
Palabras clave: memoria, testimonio, duelo, objeto, pulsión.
A b s t r ac t
Starting from the fact, demonstrated by psychoanalysis, that we are
affected by our memory; from the traumatic character that our memory
takes in many occasions and considering the lack of effectiveness of
forgetting as a protection mechanism, without going through the processed
of re-remembering and writing the traumatic events; this text poses the
question whether the historian’s task has to do with bearing witness as
understood by Agamben theories. The object of the unbearable memory,
of the memory that returns generating outbursts of violence, is in itself the
fact that diminished the individual and the social group to the condition
of objects. Is the challenge of history to deal with this process? I try to
illustrate this argument taking the example of the banana plantation
massacre in Colombia and based on the postulates of the historian Posada
Carbó about the reasons for its appearance in Colombian novels.
Keywords: Memory, Bear Witness, Testimony, Mourning, Object, Instinct.
*
*
i a prox i m ación a los conflictos colectivos ha estado centrada en
la lectura de algunas de las novelas que han sido las más familiares
para los colombianos, lectura realizada desde elementos del psicoanálisis. Todas ellas, partiendo de María, pasando por La vorágine y las de
Álvaro Mutis, hasta llegar a las primeras obras de García Márquez, incluida
Cien años de soledad, y La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, todas
ellas nos presentan dramas subjetivos inscritos en los conflictos colectivos
que de la manera más álgida ha vivido el país desde finales del siglo .
La pregunta que intentaré abordar aquí es por las particularidades de
la memoria que en ellas se despliega y por sus efectos, ligados a los duelos,
a la violencia y al testimonio.
Lo primero y más evidente, es que se trata de escritura. La relación de
ésta con la memoria ha sido señalada desde la antigüedad, pero fue Freud
1
quien de manera más rotunda consideró la memoria como escritura y no
como un mero medio auxiliar para la misma. Más precisamente, para Freud
el inconsciente está constituido por huellas mnémicas, escrituras múltiples,
formas variadas de inscripción que obedecen a la compulsión, a la repetición, a lógicas distintas, sujetas a constantes transliteraciones. Podemos
decir que el sujeto padece de memoria (en los distintos sentidos de esta
expresión). Desde muy temprano, la práctica clínica le muestra a Freud que
sus pacientes sufren de reminiscencias, que hay una memoria que no deja
de retornar, a veces de manera explícita, velada otras, y que constituyen la
parte significante de sus síntomas, de sus sueños y fantasías. Pero si bien
su malestar está atado a la memoria, esto no nos permite deslizarnos rápidamente a suponer que con el olvido advendrá el bienestar. Las relaciones
entre memoria y olvido en el psicoanálisis no son de oposición. Muchas
veces, los olvidos más cotidianos y anodinos en apariencia, son la forma
de expresión de otra cosa que se manifiesta como memoria disfrazada e
insistente en ellos. Otras, como en los llamados “recuerdos encubridores”,
recordamos reiterativamente cosas insignificantes, recuerdos que son la
expresión de una transacción entre lo que se quiere olvidar, lo reprimido
y la defensa que se opone contra ello. La represión, siendo un intento de
olvido, es la forma más lograda de persistencia de la memoria, lleva en su
seno la potencia del retorno de lo reprimido, generalmente por las vías más
dolorosas del conflicto.
1.
Belén del Rocío Moreno, “El objeto de la memoria y el olvido”, Desde el Jardín
de Freud 4, Memoria, olvido, perdón, venganza (Bogotá, 2004): 16-33.
*
º
*
*
-
[]
[]
En su artículo “El objeto de la memoria y el olvido”, Belén del Rocío
Moreno, valiéndose de la lectura del libro de Jorge Semprún La escritura
o la vida, en el cual el autor aborda su experiencia como prisionero en un
campo de concentración durante la segunda guerra mundial, desentraña
lo que para el psicoanálisis constituye el objeto de la memoria y del olvido,
diferenciando tres formas, una de las cuales retomaremos aquí: “He aquí
la primera modalidad del objeto con relación a los asuntos de la memoria
y el olvido: lo inolvidable es la presencia real del objeto pulsional. Desde
luego que esa memoria no es la que después se despliega en el relato, sino
2
la que muda arraiga en el cuerpo”. Esta “presencia real del objeto” deja
sin recursos al sujeto, lo desborda, ni las palabras ni las imágenes le resultan suficientes para nombrar lo que con frecuencia se presenta con la
inefable experiencia del horror en que ha quedado a merced del goce del
Otro, reducido a la vez a la pura condición de objeto de ese goce. Como lo
señala la autora, es el propio cuerpo el que sirve de soporte a estas huellas.
Podemos decir que aquí el sujeto se encuentra en la más profunda soledad
e impotencia, lejos del amparo que la Ley fundamental le brinda, la de la
prohibición del asesinato y del incesto. Ésta tiene la función de regular,
de mediatizar ese encuentro, de hacerlo imposible. Del amparo de la Ley
que ha hecho imposible el objeto es que ha surgido el sujeto, precisamente como efecto de esa pérdida; al tiempo se regula sus relaciones con los
otros. Se entiende entonces por qué este reencuentro real con el objeto tiene
ese carácter tan traumático, es como si aquello de lo que se deshizo en el
proceso de su constitución retornara ahora, haciéndole perder entonces su
condición de sujeto. En esta experiencia se encuentra ante lo imposible, de
donde resulta el efecto traumático de estas vivencias y la indeleble huella
que ellas dejan. Podríamos decir que estrictamente la memoria que repite
insistentemente este mal encuentro, no es del sujeto, sino del objeto, ya que
en ella el sujeto es destituido de su condición de tal. Este encuentro puede
darse bajo cualquiera de los modos privilegiados de la pulsión: la mirada
que nos devuelve la de la muerte y en la que, como le ocurrió a Semprún,
los ojos desorbitados de los soldados aliados que lo encuentran luego de
haber sido liberado del campo de concentración, le revelan que esa muerte
reflejada en sus miradas atónicas no es más que la que ya lo habitaba a él
desde hacía tiempo; la voz, que regresa en los susurros entrecortados de
las voces de los moribundos, sus últimos cantos; lo anal, que insiste en el
2.
Moreno 16.
*
*
fétido olor que tomaban los cuerpos de sus compañeros más preciados en
los días previos a la muerte; e incluso el objeto oral, cuya presencia le hacía
imposible disfrutar de una buena comida cuando, muchos días después
de haber salido de ese infierno, no puede saborearla pues el retorno de esa
memoria hace que las viandas se le antojen ahora pequeños mendrugos
como los de la dieta del cautiverio.
Se trata de una memoria mortificante, muda, sin posibilidad de articularse en el relato. Por lo tanto, podemos plantear que es una memoria fuera
de la historia, no es una “memoria histórica”, sino más bien, “una memoria
que pide historia”. Ya anotábamos que se trata, incluso, de memoria del
objeto en tanto el sujeto quedó reducido a la dimensión de tal. Ante ella, el
sujeto pierde con frecuencia todas sus referencias (espaciales, temporales,
parentales, etc.), lo que hace imposible pensarla como memoria histórica,
pero tampoco lo es si admitimos, con la gran mayoría de los especialistas,
que la historia está ligada al relato. Por sí misma, esta memoria no permite
que el sujeto arme con ella un texto (el texto de una teoría sexual infantil,
por ejemplo; el de un síntoma o el de un sueño, que en estos casos se limita
a la repetitiva aparición real del objeto, la pesadilla).
Lo que retorna en esta memoria es eso que desubjetivó al sujeto, que
produjo su destitución subjetiva, el encuentro que lo dejó reducido a aquello
que el filósofo Giorgio Agamben llama la nuda vida. En sus reflexiones, este
autor va al centro de lo que fue el conflicto de la segunda guerra mundial: el
lager, el campo de concentración, y allí, a lo que, retomando una expresión
de Primo Levi, llama “el ‘nervio’ del campo, el umbral fatal que todos los
3
deportados están a punto de atravesar en cualquier momento” y que nadie
quería ver, ni siquiera sus compañeros de cautiverio. Es lo que en algunos
campos de concentración denominaron el musulmán, por los movimientos
rítmicos y continuos de los cuerpos de estos prisioneros, que les recordaban
los de los grupos árabes en oración. Se trataba de individuos ya sin nombre
que habían perdido todo contacto con la realidad exterior pero que tampoco
daban muestras de estar refugiados en un mundo interno, habían perdido
hasta la sensibilidad corporal. De ellos ha dicho Levi que:
(…) no tienen historia; (...) son ellos, los Muselmannër, los hundidos,
el nervio del campo, ellos, la masa anónima, continuamente renovada y
siempre idéntica (...) demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se
3.
Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo. Homo
Sacer III (Valencia: Pre-Textos, 2000) 52.
*
º
*
*
-
[]
duda en llamar muerte a su muerte, frente a la cual no albergan temor
4
porque están demasiado cansados para comprenderla.
[]
¿Cómo recoger el testimonio de aquellos millones que murieron en los
campos si es imposible retornar de la muerte? Quien la ha visto de frente
no ha regresado para contarlo, y los que regresaron volvieron mudos; “son
ellos, los ‘musulmanes’, los hundidos, los testigos integrales, aquellos cuya
5
declaración habría podido tener un significado general”. El musulmán, el
testigo integral, representa el lugar en que la palabra le ha sido arrebatada al
viviente, dejando de él un puro cuerpo, un mero organismo desprovisto de
historia. ¿No podría entenderse ésta, la historia, como todo aquello que hace
6
habitable una vida? Según Agamben, con el musulmán asistimos a uno de
los últimos y más terribles resultados de lo que Foucault llamó el biopoder:
un cuerpo deshabitado, sin sujeto, desubjetivado. Podríamos decir, desde
el psicoanálisis, que la experiencia a la que fue sometido el musulmán fue
la del forzamiento de un retorno, el retorno imposible del objeto real que
al perderse constituyó al sujeto, violencia redoblada por cuanto desde ella
misma queda privado de la posibilidad de dar cuenta de esto, de testimoniar. Tal vez todo sujeto, a lo largo de su vida, no hace más que intentar dar
testimonio del proceso de “desubjetivación” que lo constituyó, de la relación
con este objeto perdido, que además media su relación con los otros. Pero
si nuestra vida es en parte la serie de estos intentos, hay que subrayar que
ellos se articulan en torno a un objeto que ahora tiene un estatuto diferente,
particular: el de objeto perdido y, por esto, objeto entonces del deseo; no
como en el caso del musulmán, en el que se trata de un reencuentro con
el objeto real. Justamente esa presencia masiva de ese objeto real le impide
desear, tal como si la falta que lo constituye, al ser obturada, le obstruyera la
4.
5.
6.
Primo Levi, Si esto es un hombre (Barcelona: Muchnik, 1987) 96. Citado en:
Agamben 44.
Primo Levi, Los hundidos y los salvados (Barcelona: Muchnik, 1989). Citado en:
Agamben 33.
De hecho, cuando los expertos en historia de la antigüedad se dan a la tarea
de recoger todos esos fragmentos, ruinas, reliquias, todos esos objetos ¿no
es su desafío el de hacerlos hablar? ¿No intenta el historiador reintroducir al
sujeto allí donde solamente cuenta con el objeto? Incluso en los casos en que
trabaja sobre archivos, sobre textos escritos ¿no es su tarea la de recuperar a los
sujetos de esa escritura, de desentrañar la forma como esos textos habitaban y
constituían a los sujetos que los escribieron?
*
*
posibilidad de constituir un objeto imaginario, anhelado, soñado, un objeto
del deseo. Por esto el musulmán daba esa impresión de no añorar nada, ni
siquiera la muerte.
Si ni los muertos, ni el musulmán pueden dar testimonio, ¿quién contará
la historia del campo? Los sobrevivientes como Semprún, Levi, Bettelheim,
Améry y tantos otros, hablan “por delegación: testimonian de un testimonio
7
que falta”. En ese sentido, siempre habrá una laguna en su testimonio, ésta es
8
solidaria con la laguna de la lengua, pero lejos de invalidar por esto el testimonio, justamente este impasse es lo que lo constituye: el testimonio implica
la participación de por lo menos dos sujetos “el primero, el superviviente,
puede hablar pero no tiene nada interesante que decir y, el segundo, el que
‘ha visto a la Gorgona’, el que ‘ha tocado fondo’, tiene mucho que decir pero
no puede hablar. ¿Cuál de los dos es el que testimonia? ¿Quién es el sujeto
9
del testimonio?”. Agamben plantea entonces que “el sujeto del testimonio
10
es aquel que testimonia de una desubjetivación”, de la que fue objeto el
musulmán, claro, reducido como quedó a la condición de no-hombre, pero
también de la que es objeto el sobreviviente, el que habla, ya que al dar
testimonio por delegación, quien realmente testimoniaría desde él, sería el
no-hombre, que habla a través suyo, perdiendo en este acto su condición de
sujeto para pasar a ser tan sólo el que presta su voz, a ser objeto voz, acto en
el cual, paradójicamente, el no-hombre testimoniaría por él. De aquí que
para el autor, los hombres son hombres en la medida en que dan testimonio
11
del no-hombre, es esto lo que nos constituye como tales.
7.
Agamben 34. Es necesario anotar aquí que Semprún parece intentar situarse en
el lugar del testigo integral; para esto, asume que realmente él vivió la muerte en
el campo y que fue de allí de donde regresó.
8.
Aunque Agamben se opone a considerar lo ocurrido en los campos de
concentración como algo indecible, atributo que considera “privilegio de la
mística”, sin embargo no deja escapar la existencia estructural de esa laguna
en la lengua, el hecho de que lo ocurrido allí es innombrable, lo cual no lo
lleva a deponer su mirada ni a callar.
9. Agamben 126.
10. Agamben 127.
11. Algunas articulaciones con el psicoanálisis pueden surgir aquí: ¿Es el sujeto,
dando testimonio del no-hombre (no-hombre que lo constituye en el acto de
testimoniar), algo del orden del sujeto del inconsciente constituido por y en la
pérdida del objeto del deseo? La relación de extimidad que mantiene con este
objeto encuentra también algunas analogías en el planteamiento de Agamben,
quien señala que en el testimonio se está dentro y fuera a la vez. Por otro
*
º
*
*
-
[]
[]
Si el testimonio es otra cosa distinta a mero archivo, puedo afirmar
que la memoria que en él está implicada, es trascendida y, en cierta forma,
siempre es colectiva. Incluso en el sujeto que da testimonio de él mismo,
hay siempre una escisión, una cesura que lo constituye; para Agamben,
ésta está planteada de múltiples maneras: entre el viviente y el hablante,
vida y logos, sentido y sin sentido, hombre y no-hombre, y en la articulación entre imposibilidad y posibilidad de decir. “El sujeto del testimonio
está constitutivamente escindido, no tiene otra consistencia que la que le
dan esa desconexión y esa separación y, sin embargo, no es reductible a
12
ellas”.
Tomemos como ejemplo un caso que ha tenido un lugar especial en
la historia de Colombia, el de la masacre de las bananeras. En su artículo
13
“La novela como historia: Cien años de soledad y las bananeras”, Eduardo
Posada Carbó toma el caso de la obra de García Márquez, y critica el uso
de la novela como fuente histórica, aunque reconoce que “puede servir para
14
entender el sentido del pasado colombiano”. Termina afirmando que en
el caso específico de la huelga de 1928, “la percepción colombiana de las
bananeras comenzó a parecerse no a la ‘Colombia que vivimos’ sino a la
15
‘historia escrita’ por el novelista”.
El punto central de su discusión gira en torno a la cifra de muertos. Se
sorprendió por la respuesta de García Márquez en un documental de la
televisión británica, en el que reconocía que el número de muertos fue no16
tablemente inferior, “35 o 17”, pero no los 3.000 que inscribió en la novela.
A esto se suma el hecho de que en la versión del libro, a la masacre siguió el
más cerrado silencio que terminó por imponer la historia oficial de que allí
12.
13.
14.
15.
16.
lado, la función del superviviente, quien da testimonio “por delegación”, tiene
algunos nexos con la función del acompañante en el duelo, planteada por Jean
Allouch en su texto Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, con lo que
de paso, si se acepta que algo del orden del testimonio le atañe al historiador, se
plantearía entonces una relación entre el duelo y la función de aquél, subrayada
en el artículo de Francisco Ortega, “La ética de la historia: una imposible
memoria de lo que olvida”, Desde el Jardín de Freud 4 Memoria, olvido, perdón,
venganza (Bogotá, 2004): 102-119.
Agamben 158.
Eduardo Posada Carbó, “La novela como historia: Cien años de soledad y las
bananeras”, Boletín Cultural y Bibliográfico 35.48 (Bogotá, 1998): 3-19.
Posada Carbó 19.
Posada Carbó 19.
Posada Carbó 3.
*
*
no hubo muertos. Luego del éxito de su novela, “la leyenda ha sido adoptada
17
como historia”.
El problema que quiero señalar aquí no es ciertamente el del número
de muertos, que tampoco, según la novela, fue de 3.000; fueron más: 3.000
es una aproximación. En el momento en que su bisabuela trata de sacar
a José Arcadio Segundo del refugio en que se ha convertido el cuarto de
Melquíades, sumido en el desciframiento de los pergaminos y en la maraña
de pelos, con sus dientes recubiertos ya de lama verde, este testigo logra, por
18
fin, precisar la cifra exacta: “Tres mil cuatrocientos ocho” gritaba.
Lo que me interesa es que nos aproximemos al problema del testimonio
en estos dos textos. Si bien es cierto que el ensayo de Posada Carbó no es una
investigación sobre las bananeras, que su pretensión es la de cuestionar el
uso de la novela como referencia histórica, no dejan de aparecer en su escrito
elementos que vale la pena destacar para lo que aquí nos concierne. Centrado
en el problema de la cifra, documenta muy bien el texto. Señala que:
(…) si por un momento se deja de lado el episodio del 6 de diciembre
[justamente el de la masacre] y los sucesos inmediatamente posteriores,
el resultado final de la huelga no parecería sugerir la presencia de un régimen represivo y dictatorial, como lo llamaron algunas publicaciones. La
censura de prensa pudo haber prevalecido en la zona bananera después
del 6 de diciembre hasta el estado de sitio, el 14 de marzo siguiente. Pero
fuera de la zona los periódicos continuaron atacando al gobierno y al
ejército, sin aparentes limitaciones. Se subraya siempre la detención de
600 personas, quienes fueron sometidas a acusaciones criminales ante
la justicia militar en enero de 1929. De ese número, sin embargo, sólo
31 huelguistas fueron condenados a penas entre 2 y 25 años de prisión.
Más aún: todos ellos fueron dejados en libertad nueve meses más tarde
19
tras el debate parlamentario que lideró Jorge Eliécer Gaitán.
El párrafo anterior incluye cuatro notas a pie de página con las referencias de las respectivas fuentes.
Sin embargo, lego como soy en asuntos de historia, llama mi atención
el esfuerzo del autor por demostrar que de lo que se trataba era de una gran
17. Posada Carbó 4.
18. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, 11ª. ed (Bogotá: Oveja Negra,
1983) 264.
19. Posada Carbó. 9.
*
º
*
*
-
[]
[]
debilidad del gobierno, la cual, en ningún momento, permitiría suponer un
régimen represivo, como si la represión no fuera una herramienta socorrida
justamente por los gobiernos débiles, como si los 600 detenidos que reseña,
“sometidos a acusaciones criminales” no fueran una muestra de represión,
como si la detención y las acusaciones criminales a huelguistas no fueran
señales de injusticia, tal vez porque sólo se condenó a 31 de ellos, y tuvieron
que soltar al resto, lo cual, lejos de corroborar el atropello a que estaban
siendo sometidos al ser detenidos e imputados injustamente, ¡para él es signo
de que allí no había represión! Tal vez porque son otros los parámetros que
tiene de ella, y nos los deja saber cuando afirma: “Los historiadores y críticos literarios en busca de gobiernos represivos deberían cruzar la frontera
y examinar el régimen de Juan Vicente Gómez: en Colombia no existía La
Rotunda –la famosa cárcel donde Gómez enviaba a sus oponentes, donde
20
además se les ‘engrillaba’”.
Como uno de los responsables de haber magnificado los atropellos del
ejército, Posada Carbó señala a Jorge Eliécer Gaitán, quien con sus debates
en el Congreso adquirió invaluable prestigio: “Gaitán, después de todo,
estaba motivado por intereses políticos y partidistas; razones para exagerar no le faltaban. Sus diatribas remiten a la retórica insultante de ese gran
21
panfletario liberal que había sido José María Vargas Vila”. Es muy probable
que, como lo señala el autor, Gaitán hubiera sobredimensionado los hechos,
pero lo que llama mi atención es que no plantea lo mismo para el general
Cortés Vargas, quien comandó la masacre y quien luego escribió un libro
en el que da cuenta de los sucesos. Como si a éste, directamente implicado,
no le sobraran motivos para tergiversarlos. Se queja, más bien, de que los
historiadores no consulten suficientemente los textos del general, y anota,
como elemento a su favor, que “antes de encargarse del comando del ejército
en la costa, Cortés Vargas había sido director del departamento de historia
en el estado mayor general del ejército (entre 1920 y 1926). Durante este
22
periodo publicó un libro en tres volúmenes (...)”.
Para el autor, lo menos que se ha sido es injusto con el general, al
dibujarlo tal como lo hace la obra de García Márquez, como un militar
sanguinario, siguiendo en esto la presentación que de él hiciera Gaitán
junto con un buen número de líderes sindicales y de izquierda. Es cierto
20. Posada Carbó 10.
21. Posada Carbó 11.
22. Posada Carbó 12.
*
*
que la noche del 5 de diciembre en la plaza de Ciénaga se reunían entre 1.500
y 4.000 personas. El general “no tuvo reparo alguno frente al curso de la
acción: en la noche del 5 de diciembre recibió las noticias del decreto que
le confería poderes de estado de sitio; preparó a las tropas para enfrentar
la multitud; a la 1:30 de la madrugada, después del golpe de tambores, uno
de sus subalternos les dio cinco minutos a los huelguistas para que aban23
donaran la plaza; entonces dio la orden: ‘Fuego’”. Esta descripción de los
hechos es tomada por Posada Carbó del texto del propio general Cortés
Vargas, Los sucesos de las bananeras, y merece el siguiente comentario del
historiador: “La forma como Cortés Vargas describió tal decisión, despia24
dadamente, parece indicar, en efecto, cierta ingenuidad”. Tal vez, para no
repetir la supuesta ingenuidad del general, el autor, en varias partes de su
artículo, se cuida muy bien de escribir la palabra masacre entre comillas,
25
lo mismo que el vocablo represión. No deja uno de preguntarse ¿cuántos
muertos se requerirán para levantar esas comillas? ¿Aun los 47 que admite
el general no nos permiten utilizar el término masacre o el de matanza?
Estas palabras ciertamente convocan horror, intentan atrapar algo de eso
innombrable vivido por los sujetos reunidos esa noche en la plaza de Ciénaga, independientemente de cuántos fueran; intentan, como creo que lo
hace buena parte de la novela de García Márquez, dar testimonio; por eso,
para reducir su efecto, Posada Carbó las utiliza aquí tras las sutiles rejas
de unas comillas.
Independientemente del estado de consternación política y social que se
vivía en la zona en esos momentos, el cual es profusamente documentado
por Posada Carbó, el hecho de que a una muchedumbre de más de 1.500
personas que protestan, reunidos en una plaza, luego de largas horas, se le
de cinco minutos para desocuparla, y cumplido este término se enuncie la
orden: “Fuego”, procediendo en consecuencia, no merece mayores comentarios del autor, aparte de decir que esta orden es “sin lugar a dudas, cues26
tionable y debe ser sometida al juicio de la historia”. De nuevo el recurso,
invocado aquí por un historiador, al infinitamente postergado juicio que
sabemos nunca llega. Ya anotábamos que el testimonio del mismo general
es calificado de “despiadado” y, ¡justamente por eso, “ingenuo”!
23.
24.
25.
26.
Posada Carbó 12.
Posada Carbó 12.
Posada Carbó 7 y 18.
Posada Carbó 16.
*
º
*
*
-
[]
[]
Estos silencios no son anodinos; en el artículo no se dice ni una palabra
sobre el objeto o, en términos de Agamben, sobre la nuda vida. No hay
ninguna referencia al objeto en disputa, a lo que, de un lado, demandaban
los huelguistas, o, del otro, al objeto de la producción de la United Fruit
Company y a sus modos, ni a los trabajadores como objeto dentro de la
misma compañía, ni a las víctimas.
Aunque el ensayo intenta esquivar el objeto, no lo logra de manera definitiva, ya que bajo el disfraz de la cifra en discusión, hay que tener siempre
presente que lo que ella cuenta son cadáveres, es decir, la más radical condición de objeto a la que un ser humano es rebajado, el puro desecho, la última
manifestación de la nuda vida. García Márquez, de manera muy lúcida, nos
señala que el objeto en cuestión eran los mismos trabajadores despojados
de su condición de hombres: la imagen imborrable que –como retorno del
objeto real de la memoria– acosa sin cesar a José Arcadio Segundo Buendía,
es la de su despertar en medio de un vagón de tren colmado de arrumes de
cadáveres, apilados, no de cualquier manera: su disposición permitía colegir
que quienes los ubicaron allí tuvieron el cuidado de ordenarlos de manera
idéntica a como se apilaba el banano de desecho dentro de los vagones del
tren. Este hecho no es intrascendente, señala que se ha establecido una
equivalencia entre el objeto de exportación y el cuerpo de los trabajadores,
la ecuación banano = cadáveres.
27
En otro artículo he señalado cómo ecuaciones similares se encuentran
en La vorágine de José Eustasio Rivera y en Amirbar de Álvaro Mutis. En
ellas, los restos mortales son equivalentes al caucho y al oro, tesoros en
torno a los cuales gira la economía pulsional de estas novelas y que hallan
su correlato en la economía extractiva dominante en nuestro país en esos
momentos. De igual tenor es la presencia actual de otro objeto, otro tesoro
en la sociedad colombiana: la coca. Del sufrimiento que en torno a él vivimos
también dan testimonio algunas novelas contemporáneas.
Atada al testimonio y a la memoria, la cuestión de las cifras no es irrelevante. Para ilustrarlo, baste señalar que el papel sobre el que escriben sus
diarios tanto Arturo Cova, como Maqroll el Gaviero en La vorágine y en
La nieve del almirante, respectivamente, son libros de cuentas y formas
contables, y que tanto en Cien años de soledad, como en El coronel no tiene
27. Mario Bernardo Figueroa, “Carta al coronel que no tiene quien le escriba: entre
el diario y las cuentas del otro”, Desde el Jardín de Freud 1 (Bogotá, 2001): 122138.
*
*
quien le escriba, es posible también encontrar elementos que señalan que
es de contabilidad de lo que se trata. Pero no aquella amañada, en la que se
registraban las cifras alteradas de las hipotecas que pesaban sobre las vidas
de los caucheros, las facturas de aduana, las del Diario Oficial que espera el
coronel o de la libretica de cuentas de Úrsula, sino que, sobre estos soportes,
los héroes de estas novelas van escribiendo otras cuentas; no ya las de la
contabilidad del caucho, el banano, la madera o el oro, sino las de las vidas
de las víctimas y los sufrimientos que padecieron en las respectivas formas
de explotación de las que fueron objeto. La escritura del diario, de los pergaminos o pasquines, incluso de la hojarasca, es un intento de dar testimonio
de aquellos que no tenían ya ni un nombre para inscribir sobre sus tumbas,
inexistentes, además, en la casi totalidad de los casos. Esa ausencia de cifras,
de nombres, de sepulturas... de memoria intenta, en últimas, ser suplida
gracias a la dimensión de testimonio implícita en las novelas, elementos
28
indispensables para realizar los duelos y poner coto a la violencia.
Muchos años de agobio pasó José Arcadio Segundo tratando de dar con
la cifra exacta del número de muertos, buscando librarse así, al nombrarla,
del retorno de eso innombrable. Ese intento era solidario con el de descifrar
por fin los manuscritos en que estaba escrito el destino de Macondo. La
novela, en este sentido, como bien lo señaló Ernesto Volkening, constituye
29
“un triunfo sobre el olvido”. Nada nos permite suponer que la cifra por fin
revelada a José Arcadio Segundo fuera la de la realidad. ¿De dónde podría él,
testigo en el vagón del tren, acosado por el delirio, reconstruirla durante años
de encierro en el cuarto de Melquíades? Fue el delirio el que se la entregó, y
es fácil suponer, entonces, que ella distaba mucho de la realidad, pero tal vez
su triunfo radica en que se aproximaba a lo real, a la única forma de tratar
de hacer pasar, mediante el doble recurso de fantasía y escritura, algo que
diera testimonio de lo innombrable. Jorge Semprún, otro sobreviviente de los
campos de concentración de la segunda guerra mundial, dice: “Necesitaría
varias vidas para poder contar toda esa muerte. Contar toda esa muerte
30
hasta el final, tarea infinita”. Pero sabe que tiene que hacerlo, a pesar de
que “se necesitarían horas, temporadas enteras, la eternidad del relato para
28. Figueroa 122.
29. Ernesto Volkening, Gabriel García Márquez: un triunfo sobre el olvido (Bogotá:
Arango Editores, 1998).
30. Jorge Semprún, La escritura o la vida 3ª. ed. (Barcelona: Tusquets Editores,
2002) 48.
*
º
*
*
-
[]
31
[]
poder dar cuenta de una forma aproximada”. Así, llega a la conclusión de
que “sólo alcanzarán esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos
que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de
creación. O de recreación. Únicamente el artificio de un relato dominado
32
conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio”.
Este señalamiento de Semprún proporciona interesantes elementos para
la reflexión de aquellos interesados en que la memoria deje de presentarse
bajo la forma de ese objeto real traumático que, al no poder ser dicho, busca
en las otras formas de la memoria, las de los objetos imaginarios y simbólicos, una manera de escribirse, invaluable recurso a la hora de realizar los
duelos, en el momento de encontrar un límite a la venganza que reclama
33
memoria. Tal vez el historiador no esté ajeno a esta labor de la cultura.
No se trata de pedirle que utilice los mismos elementos de la literatura, que
convierta la forma del relato histórico en relato novelado, que se sirva de
la fantasía de igual manera que el literato; pero creo que vale la pena preguntarse si hay algo en la tarea del historiador de eso que Agamben llama
“testimonio”, es decir, de transmitir mediante su investigación, esa verdad
de aquellos sujetos desubjetivados. Si admitiéramos que la labor del historiador tiene algo que ver con la del testigo, debe, entonces, cuidar muy bien
su testimonio, en parte no le pertenece a él, sino a sujetos, comunidades
y sociedades que han quedado sin palabra. Vale la pena preguntarse si su
intento de hacer pasar memoria y olvido a la historia, no implica lidiar con
eso innombrable, si en aras de la verdad no debe cuidar, además del recurso
a las fuentes y al método, el del lenguaje, al que irremediablemente tiene que
apelar; cuestionarnos si acaso el historiador no busca hacer pasar algo de
eso olvidado o desfigurado y, allí, en esa tarea, todo el tono de un artículo,
y hasta el uso de unas comillas puede traicionar la verdad que debe incluir
el testimonio.
31. Semprún 25.
32. Semprún 25.
33. Sobre al papel de la escritura en el duelo y la venganza ver: Mario Bernardo
Figueroa, “El duelo en el duelo. La persecución y la venganza”, Desde el Jardín
de Freud 4, Memoria, olvido, perdón, venganza (Bogotá, 2004): 34-55.
*
*
obr as cita das
Agamben, Giorgio. Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo. Homo Sacer
III. Valencia: Pre-Textos, 2000.
Figueroa, Mario Bernardo. “Carta al coronel que no tiene quien le escriba: entre el
diario y las cuentas del otro”. Desde el Jardín de Freud 1 (Bogotá, 2001).
Figueroa, Mario Bernardo. “El duelo en el duelo. La persecución y la venganza”. Desde el Jardín de Freud 4. Memoria, olvido, perdón, venganza (Bogotá, 2004).
García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. 11ª ed. Bogotá: Oveja Negra, 1983.
Moreno, Belén del Rocío. “El objeto de la memoria y el olvido”. Desde el Jardín de
Freud 4. Memoria, olvido, perdón, venganza (Bogotá, 2004).
Ortega, Francisco. “La ética de la historia: una imposible memoria de lo que olvida”. Desde el Jardín de Freud 4. Memoria, olvido, perdón, venganza (Bogotá,
2004).
Posada Carbó, Eduardo. “La novela como historia: Cien años de soledad y las bananeras”. Boletín Cultural y Bibliográfico 35.48 (Bogotá, 1998).
Semprún, Jorge. La escritura o la vida. 3ª ed. Barcelona: Tusquets Editores, 2002.
Volkening, Ernesto. Gabriel García Márquez: un triunfo sobre el olvido. Bogotá:
Arango Editores, 1998.
*
º
*
*
-
[]