Academia.eduAcademia.edu

Espiritualidad y teología

Tomo IV XI.

ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA Este trabajo lo presenté en un Seminario para profesores de la Facultad de Teología de la Universidad Católica pocas semanas antes de la beatificación del P. Alberto Hurtado (1994). Mi intención era enriquecer lo que se entiende por “espiritualidad”, vinculándola al quehacer teológico desde su raíz más íntima. La presentación desarrolla el supuesto de que toda buena teología es a la vez pastoral y espiritual. E stoy muy contento de estar con ustedes después de once años de ausencia de la Facultad de Teología. Pude leer con mucho interés algunas de las ponencias de este Seminario, que me gustaron mucho y aprendí enormemente de ellas. Comprendí a la vez que sería infiel a mi realidad actual de jesuita operario si tratase de ponerme al nivel de ustedes en cuanto a documentación, bibliografía, erudición, notas. Por este motivo modifiqué el título que se me propuso. En vez de “Teología espiritual y Pastoral” hablaré sencillamente de “Espiritualidad y Teología”, dejando al juicio de ustedes si alguna de las cosas que diga puedan o no servir a la teología. 225 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE El tema lo he dividido en tres partes: 1) Espiritualidad y espiritualidades: ¿de qué estamos hablando?. 2) Un breve núcleo de cómo yo veo la vida en el Espíritu. 3) Los desafíos que presenta la espiritualidad a la teología y a la pastoral hoy día. Espiritualidad y espiritualidades De partida, quiero decir que hay muchas maneras de describir o definir lo que es la espiritualidad, según sea la experiencia de la fe de sus autores y la situación vital, desde la cual escriben y para quienes escriben. Algunos manuales antiguos la definían como aquella parte de la teología que trata de la perfección cristiana y de los medios que conducen a ella. Dentro del conjunto de la teología, la conectaban con la dogmática y la moral1. Hoy día sigue habiendo diversidad de definiciones. Pero de una u otra forma todas introducen en la definición el vivir el llamamiento a seguir y trabajar con Cristo por el reinado de Dios, en la Iglesia, bajo la guía del Espíritu. Algunos recalcan polémicamente que Jesús no tenía ninguna espiritualidad, porque “el Espíritu le bastaba”2. Otros matizan este planteamiento, porque el Espíritu lo conducía en la línea de la espiritualidad del Dios lleno de compasión, tierno y misericordioso, en la línea de los grandes profetas (Jer 31, 20; Is 49, 15-16). Pero dejemos de lado esta empresa de enmarcar la espiritualidad en una definición única y universal. La considero imposible porque el Espíritu es por esencia el que no se somete a límites conceptuales ni de ninguna otra especie. En vez de ello, recordemos en pocas pinceladas la abundancia de las espiritualidades que hoy existen y las circunstancias de las cuales surgen. Porque espiritualidades en la Iglesia hay muchas. Lo que no puede ser de otra manera, si tenemos en cuenta la inmensidad del misterio de Cristo, vivido a través de las edades de la historia de la salvación. El esbozar su diversidad, su modo especial de nacer y sus circunstancias nos ayudará a comprender su raigambre histórica y su carácter fundamental de servicio a la Palabra de Dios y a la edificación del Pueblo de Dios que ellas tienen. 1 P. Pourrat, La Spiritualité chrétienne, Paris 1917, p. 7. 2 O. Boulnois, “Spiritualität oder christliches Leben im Geist?” Communio 23 (1994) p. 199. 226 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA Las espiritualidades se diversifican y diferencian entre sí por diversas razones, pero siempre en relación a algún misterio o aspecto de la vida y actuar de Jesucristo, dando así lugar a varios énfasis espirituales: la Encarnación, el nacimiento pobre en Belén, la vida oculta de Nazaret, el ayuno en el desierto, la proclamación de la Buena Noticia por pueblos y campos, el servicio a los pecadores, la curación de enfermos, la cercanía de Jesús a los niños, la eucaristía, la pasión, la muerte, la resurrección, el don del Espíritu pascual y la misión universal. Las fiestas del año litúrgico, los santuarios y devociones populares han contribuido a enriquecer esta diversificación de las espiritualidades. Las espiritualidades llamadas clásicas son las que se remontan a los fundadores de órdenes religiosas antiguas, como la benedictina, la franciscana, la carmelita, la ignaciana. Junto a éstas están las recientes que nacen de personas carismáticas y que han dado origen a movimientos eclesiales muy vivos en la Iglesia de hoy. Pienso en el Opus Dei, Schoenstatt, Cursillos, Neocatecúmenos, Oasis y otros por el estilo. La diversidad de los estados de vida da lugar a espiritualidades diferentes. San Francisco de Sales dice que la “vida devota”, que significa “vida de entrega a Dios y a los demás”, se diversifica según las condiciones y estados de vida de las personas, según sean casados, sacerdotes, militares, jueces, etc. Otro criterio diferenciador de espiritualidades proviene de la edad y el desarrollo de las personas: espiritualidad del niño, del adolescente, del adulto joven, del anciano. Hoy día se habla y escribe mucho sobre la espiritualidad de la segunda mitad de la vida. Al factor de las fases de la vida se puede añadir la buena y la mala salud de las personas. Porque es evidente que los seres enfermos o limitados, sobre todo si se trata de males crónicos, desarrollan formas de espiritualidad que les ayudan a llevar su cruz con alegría cristiana. El factor étnico, geográfico y cultural marca muy hondamente el modo de vivir el Evangelio. En Indonesia la espiritualidad cristiana asume rasgos de las grandes razas, las culturas y geografía de ese loco enjambre de islas: los javaneses, los malayos, los musulmanes. Pero está teñida y penetrada del toque misionero de los holandeses de la primera mitad del siglo XX, con su espíritu de familia, su fuerte capacidad organizativa y sus organizaciones parroquiales. También el entorno y los procesos sociopolíticos determinan grandemente el surgimiento, los rasgos y la modificación de nuevas espiritualidades. Me refiero, naturalmente, a procesos macizos, como los vividos en América Latina en el siglo XX y que, en nuestra patria 227 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE produjeron el quiebre institucional de los años 70. En respuesta a las voces del tiempo —pobreza, subdesarrollo, dependencia extrema—, la espiritualidad acentuó el carácter liberador del mensaje de Cristo. Nada de esto constituye una novedad, sino que ha sido así a lo largo de la historia de la Iglesia. Pensemos en la espiritualidad martirial de las persecuciones de los primeros siglos, y que reaparece cuando los cristianos son perseguidos en los tiempos actuales. La época bizantina imprime un rostro pantocrático, muy relacionado a su imagen del emperador, a todas las dimensiones de la vida espiritual y humana. El monaquismo misionero proveniente de Irlanda, junto con su celo evangelizador, enfatiza el rigor de la penitencia en los pueblos germánicos misionados por aquellos monjes. Y sin salirnos de nuestro territorio nacional, sabemos que es muy diversa la espiritualidad de gente de las poblaciones periféricas de Santiago, Valparaíso o Concepción, de la de los que han superado las barreras de la pobreza y viven la cultura del mundo de clase media profesional. El modo como se vive la Iglesia y la imagen o modelo que se tenga de ella incide y especifica la espiritualidad vigente, o tal vez emergente, de una generación en un tiempo dado. Una Iglesia de corte verticalista y autoritario, según el modelo de los reyes absolutos, tiende a proyectar una espiritualidad del orden, la ley y el cumplimiento eficiente, con desmedro de otros valores. Pero si el modelo de Iglesia es el “pueblo de Dios peregrino hacia la Patria”, la espiritualidad promoverá mucho más la escucha de los carismas diseminados por todo el pueblo. Cada época histórica tiene no sólo una sino varias espiritualidades, cada cual válida para las diversas “subculturas” espirituales. Porque nunca podemos vivir todos y al mismo tiempo el Evangelio según una modalidad única. La razón de ello es, por una parte, su riqueza infinita y, por otra, la diversidad tan grande de situaciones, de tiempos, lugares y personas que atravesamos. A veces sucede que una de estas sub-espiritualidades emerge como una estrella nova, que parece va a invadirlo todo, arrastrando y absorbiendo a las demás en su deslumbrante amanecer. La realidad —al menos la santiaguino-chilena en la que hay sectores muy propensos a dejarse deslumbrar por las corrientes espirituales nuevas— suele ser menos espectacular. Porque el astro nuevo es percibido en sólo algunos sectores y continúa habiendo 228 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA espacio y necesidad de las otras sub-espiritualidades más antiguas o más locales según un punto de vista étnico, cultural o geográfico. Espero que este primer vistazo al vasto campo de la espiritualidad nos permita apreciar la complejidad del tema. Quiero pasar ahora al punto siguiente, en que esbozaré un breve núcleo de principios de una espiritualidad para hoy día que servirá para la tercera parte de este trabajo, que trata de los desafíos que ofrece la actualidad pastoral a la espiritualidad. Breve núcleo de la vida en el Espíritu 1. Reafirmemos antes que nada que la vida espiritual es vida, es encuentro vital del hombre todo entero con su Dios. Esto significa que concierne a toda la persona, en todos sus niveles, profundidades y relaciones. No es sólo cosa de ideas, de adherir a “cosas sabidas”. Tampoco es cosa de puros sentimientos religiosos ni de sólo algunas “devociones”. Ni algo meramente cultual. Ni menos algo sólo cultural. Están muy bien y son necesarios los contenidos de la fe, los sentimientos, la cultura religiosa y las devociones. Pero de suyo estos aspectos no constituyen “toda la vida” sino aspectos particulares de la vida. La vida espiritual, por ser vida, no se limita a un sector de la persona, sino que la toma toda entera, en todas sus relaciones: a sí misma, a los demás, a Dios, al universo entero. 2. Es vida en el Espíritu. No es auto perfección ni auto conducción. El pelagianismo queda excluido. No es navegar a puerto guiándose por sólo mapas: mapas de catecismo, mapas de páginas de la Biblia, mapa de teología dogmática o moral. No es sólo letra, no es sólo ley, es más que ley. Aún el Evangelio, dice Sto. Tomás, sería tan Ley como la Alianza Antigua si no estuviera animado por el Espíritu Santo, vivido según el Espíritu. Esto encierra el presupuesto de que nosotros de alguna manera podamos percibir al Espíritu Santo. Y esto es así porque es vida del Espíritu en nosotros, en nuestro espíritu, que es capaz de algún modo de abrazar y ser abrazado por el Dios infinito. Si es verdad que nadie puede estar cierto de su estado de gracia, también es cierto que percibimos el Espíritu en nosotros —en nuestro corazón o conciencia— por sus signos y sus dones: coherencia con 229 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE Jesucristo y su Evangelio; fe, esperanza y amor; alegría, consuelo y paz; ánimo apostólico y espíritu pascual; confianza y sentido de la providencia; unidad del amor a Dios y al prójimo; sentido de Iglesia; postura positiva frente al mundo, a su bondad y a su posibilidad de salvación. También los remordimientos de conciencia y la percepción del pecado son voz y don del Espíritu Santo. Porque cuando no vivimos conformes a los impulsos del Espíritu, chirrean todos nuestros goznes, se nos producen por todas partes fricciones y estridencias. Esta es la postura de teólogos de la talla de Maurice de la Taille, Karl Rahner y otros muchos, en el surco de la gran tradición teológica dominica, de los místicos y de los Padres de la Iglesia. En torno a esta experimentabilidad de la conducción del Espíritu elabora Ignacio de Loyola su pedagogía y sus famosas reglas del discernimiento, que buscan hacernos más y más dóciles a los toques interiores del Espíritu para trabajar con Cristo por el reinado del Padre. 3. Es vida trinitaria centrada en Cristo. No basta definir la vida espiritual del cristiano mencionando sólo al Espíritu Santo, porque el Espíritu no anda suelto por ahí, sino que es el Espíritu del Padre y del Hijo. La vida según el Espíritu es vida trinitaria centrada en Cristo. El Evangelio nos invita a entrar en la unidad de la Trinidad: “Te pido que todos vivan unidos. Padre, como Tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros... Yo en ellos, y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta; así el mundo reconocerá que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí’ (Jn 17, 21 y 23). Por ser trinitaria, la vida en el Espíritu es recibir el amor del Padre por el Hijo en la fuerza del Don vivo que los une y que nos une con El y entre nosotros. La vida espiritual es vida trinitaria, pero de una Trinidad pascual, en la que el Hijo prosigue crucificado en sus hermanos los hombres y se ocupa en reinar, es decir, en vencer en el mundo el pecado, las potencias enemigas, la muerte y en comunicarnos su resurrección para hacernos pasar, junto con la creación entera, a la Casa paterna. 4. Expresada en categorías de misión, es vivir la vida en y con Cristo y, al igual que Cristo, ser enviado en misión por el Padre bajo la conducción del Espíritu. Es escuchar su llamado y responder. Es vivir toda la existencia en diálogo con la Trinidad: escuchar, responder, entusiasmarse, llenarse de ternura, quedarse mudo sin entender y volver a preguntar. El Espíritu que procede del Padre a través del Cristo pascual no sabe hacer otra cosa sino plasmar en nosotros a Cristo. Nos lleva a unirnos a Cristo por conocimiento amoroso 230 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA y operante, a cristificar todo nuestro ser y el mundo que nos rodea. Esto es lo único que el Espíritu sabe y puede hacer. En esto consiste la santidad. Por eso la fidelidad a la conducción del Espíritu nos mueve a suscitar en nosotros los sentimientos hondos de Cristo y a grabar sus rasgos en nosotros y en el mundo entorno (Fil 2, 3-11). 5. Es vida de comunión de los santos. En otras palabras, la santidad propia es solidaria con la de todos los demás. Uno no se santifica aisladamente, sin recibir el influjo santificador de otros y sin, a la vez, influir en la santificación de los demás. La acción del Espíritu nos mueve a alcanzar el “estado de hombre perfecto..., la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13). Esta perfección consiste en la perfección del amor a Dios y a los demás y no en la sola perfección propia. La razón es que el amor es una fuerza unitiva y aglutinadora de todos y de todo, porque el amor viene de Dios, que a todos nos ama y pretende reunimos en Él, formando un solo cuerpo, una sola hermandad divinizada, un mismo y común destino de inacabable felicidad. Quiero citarles a este propósito unas palabras del P. Carlos Hallet en un libro publicado hace algunos años: “Más bien que preocuparse de su perfección personal como tal, el cristiano buscará ante todo la perfección de la unidad en Dios, lo que cambia totalmente la perspectiva. En efecto, el que piensa en su propia perfección puede hacerlo de manera inmadura y egocéntrica. Podría aun estar buscando, sea por inseguridad psicológica o por contaminación con el ambiente competitivo o por una cierta vanidad espiritual, una perfección personal que se oponga a la de los otros... Esto iría contra la unidad y no es la perfección deseada por Jesús... Lo que cuenta para el hombre perfecto es que su propia perfección y la de los demás sea lograda como un todo, como la de seres humanos que participan de la unidad gloriosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los otros cuentan tanto como yo; y para mí, más que yo, porque el amor auténtico me vacía de mí mismo y me centra sobre los demás conforme al dinamismo del amor de Dios que suscita el anonadamiento del Hijo para salvar la humanidad”. No hay pues verdadera vida en el Espíritu sin solidaridad con todos los demás. Pero “los demás” es una categoría demasiado genérica, poco operativa. Por eso el evangelio habla del 231 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE prójimo (Lc 19, 29-37). Mi prójimo es aquel que me está cercano por diversas razones: por salirme al paso con una necesidad impostergable, como en la parábola del Samaritano; por vínculos de parentesco, como nuestros padres y hermanos; por cercanía geográfica, como los vecinos; por simpatía y amor profundo, como los amigos; por pertenencia a instituciones, como los colegas, los compatriotas, etc. Los medios de comunicación nos acercan a los necesitados —pensemos en Ruanda— y nos los convierten en prójimos para que los ayudemos en sus necesidades”3. 6. La vida espiritual es vida en la historia. Se desarrolla en las coordenadas del tiempo y de las culturas, es crecimiento con gradualidad, es avance por etapas, está ligada a la comunidad (comunidades) en que vivimos insertos. El llamado que nos hace Dios en Cristo por su Espíritu “se nos revela a cada uno sólo a través del desarrollo histórico de nuestra vida y de sus acontecimientos, y, por tanto, sólo gradualmente: en cierto sentido, de día en día” (Juan Pablo II, Christifideles Laici 58). Por lo mismo, la vida en el Espíritu atraviesa por momentos especialmente significativos y decisivos: la adolescencia y la juventud, la elección de camino de vida, los acontecimientos de la Iglesia y de la sociedad, que ritman y marcan mi existencia, la segunda mitad de la vida, la enfermedad, la proximidad de la muerte propia y la de los demás. 7. Es renuncia, abnegación de sí y conversión continua. Vivir según el Espíritu no es algo espontáneo y natural. Dentro de nosotros mismos y en torno nuestro militan fuerzas contrarias a la vida de Dios: el pecado personal y el pecado plasmado en las estructuras del mundo, las potencias enemigas, la muerte y los impulsos de muerte. Sabemos por triste experiencia la fuerza de nuestro egocentrismo, que tiende a acapararlo todo, destruyendo relaciones positivas con los demás. La vida en el Espíritu exige mucha renuncia y una continua conversión del corazón: “La renuncia, que se impone en el plano humano, es todavía más indispensable al nivel de la vida divina, a que se invita al hombre a participar. En efecto, los pensamientos de Dios no son los del hombre (Is 55, 8) y nuestros sentimientos a menudo son opuestos a los suyos. Allí donde el hombre piensa odio, Dios dice amor, perdón y 3 Carlos Hallet., La Perfección Cristiana Hoy, Universidad del Norte. Ediciones Universitarias (1999). 232 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA misericordia. Cuando el hombre dice “yo”, Dios piensa “tú, hijo mío”. La abnegación es condición para seguir a Jesús; “Si alguno quiere seguirme, que renuncie a sí mismo” (Mt 16, 24). Y la comparación de la vid nos advierte que los sarmientos deben ser podados para dar más fruto (Jn 15, 2)”4. Amar a Dios y al prójimo, el camino de la vida del Espíritu, supone pues la renuncia a todo lo que obstaculiza la presencia y acción de Dios en nosotros y el mundo; pide una continua conversión a los caminos de Dios. 8. Es no sólo saber sino hacer. El Espíritu que nos impele es el Espíritu creador y energético del Logos Jesucristo. En cuanto tal, no se limita a suscitar en nosotros sentimientos o ideas, sino que nos mueve a la acción. En palabras de Christifideles laici: “...no se trata sólo de saber lo que Dios quiere de nosotros... es necesario hacer... Y para actuar con fidelidad a la voluntad de Dios hay que ser capaz y hacerse cada vez más capaz. Desde luego con la gracia de Dios, que no falta nunca, pero también con la libre y responsable colaboración de cada uno de nosotros” (ChL 58). Aquí se juega la tensión entre la ortodoxia y la ortopraxis. Para que la vida según el Espíritu produzca frutos abundantes se ha de pasar del saber al hacer, de la doctrina a la práctica. Una vida espiritual que no da este paso es vida pseudo-espiritual, no lleva el sello del Espíritu creador, que busca con ahínco el bien de los que ama. 9. Esto conduce al tema de la necesidad de capacitarse humana y espiritualmente para actuar con ciencia y eficacia. Santa Teresa abominaba de los guías espirituales carentes de letras. La Iglesia insiste en la necesidad de una formación que sea integral y permanente (ChL 59-63). La espiritualidad desarrolla la integración y la unidad de vida. No hay dos vidas paralelas —la “espiritual” y la “secular”— sino una sola. El Espíritu quiere que fructifiquemos para Cristo con todo nuestro ser y en cada sector de nuestra actividad y existencia. Todos los 4 Hallet, Libro recién citado. 233 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE campos de la vida del cristiano son el “lugar histórico” para dar gloria a Dios por Jesucristo. No hay cosa más dañina a la vida espiritual que la ruptura de lo que Dios ha unido (GS 43). 10. Es vida que se alimenta con los medios clásicos. La Christifideles laici se refiere a la necesidad de emplear estos medios en la vida en el Espíritu: “...la escucha pronta y dócil de la Palabra de Dios y de la Iglesia, la oración filial y constante, la referencia a una sabia y amorosa dirección espiritual, la percepción en la fe de los dones y talentos recibidos y al mismo tiempo de las diversas situaciones sociales históricas en las que se está inmerso” (ChL 58). 11. Lugar principal cabe a la liturgia, en primer lugar la de los sacramentos, con la Eucaristía como centro y culmen. También la meditación diaria de la Escritura, el examen de conciencia, que es el modo de orar el día descubriendo los pasos de Dios en mi vida y dejarme conducir. Asimismo la catequesis, la formación doctrinal según los llamados y responsabilidades de cada cual y el cultivo y crecimiento en los valores humanos (AA 4). 12. La oración no es una actividad más, entre otras, de la vida espiritual. La oración refiere toda la persona a la Fuente de donde todo mana. De Él nos viene todo. Él nos da todo. Él nos ama primero. La oración es respuesta: es hablarle al que nos habla primero. Es adorar al único que nos puede saciar. Es servir al que nos lo da todo. Es un continuo diálogo de amor a su continuo darnos amor y dársenos como “El Amor”. “Como un amigo habla a otro amigo”, dice San Ignacio en los Ejercicios n° 54. Estos doce puntos nucleares de la vida según el Espíritu nos sirven para reflexionar acerca del paso siguiente, es decir, sobre las preguntas que la espiritualidad recibe del tiempo presente y que ella, a su vez, plantea a la teología. Preguntas de la espiritualidad a la teología Nuestro mundo está cansado de palabras y afirmaciones enfáticas que nada significan. Ante el bombardeo de la publicidad y la televisión, nos defendemos secretando anticuerpos 234 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA para no escuchar. O para escuchar sin comprometernos. Todo lo relativizamos, todo lo relegamos al desván de los compromisos sin tomar. Lo mismo sucede con los mensajes religiosos. Nuestra época tiene hambre de espiritualidad, pero no de discurso religioso. Sólo se acepta lo vivencial, la experiencia. El Catecismo de la Iglesia Católica tuvo en Santiago la publicidad de un best-seller. Pero hay razones para sospechar que ha sido el libro menos leído. La única manera que logré que la gente lo tomara en sus manos fue organizando un taller de lectura espiritual del Catecismo, en base a los tres modos de orar de los Ejercicios de San Ignacio (EE 238-260). Esto realmente interesó y dio a la gente una pauta para seguir empleándolo. ¿Por qué? Por la simple razón de que tanto la selección de los temas como el proceso de la lectura se rigieron según criterios de crecimiento espiritual y no de un mero acumular conocimientos. De aquí que el primer gran desafío a la pastoral sea cómo pasar de lo doctrinal a lo vivencial. En su ponencia de este Seminario el profesor Juan Noemi, inspirándose en el pensamiento de Walter Kasper, afirma: “Ante el horror a la subjetividad que ha dominado al catolicismo durante la modernidad, ante su propensión a cosificarse en fórmulas anti protestantes y anti modernas es preciso reconocer e insistir que precisamente el ‘obiectum fidei’ radical del cristianismo no es una lista determinada de premisas lógicas, sino la persona misma de Jesucristo. De la persona de Jesús reconocido en la fe como el Cristo, como el único Evangelio subsistente y eterno de Dios, depende el acontecimiento salvífico fundante del cual quieren dar testimonio los dogmas... Consecuentemente, la teología dogmática no es la búsqueda de inteligencia de afirmaciones abstractas, sino que se articula en dependencia de la persona concreta de Jesucristo como evangelio subsistente, como verdad salvífica y personalizante del creyente a través de la historia”5. Todas las corrientes de espiritualidad cristiana buscan a Cristo “como el único Evangelio subsistente y eterno de Dios”. Dentro de la tradición que yo mejor conozco, la ignaciana, los Ejercicios Espirituales no son otra cosa sino un muy largo y detenido contemplar a Jesús 5 Juan Noemi. Ver también aquí en este libro, mi artículo "La idea de la revelación", pp. 169-182. 235 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE en los evangelios, bajo la conducción del Espíritu, “para que más le ame y le siga” (EE 104), para estar y trabajar con Él para que reine su Padre (EE 95). Mediante un procedimiento de contemplaciones, repeticiones y aplicación de los sentidos interiores pretenden que Jesús —el de ayer, el de hoy y el de mañana— se nos meta por todos los poros hasta lo más hondo de nuestro corazón y de nuestras energías de amor y servicio. En la clase de apertura del año académico de 1973 desarrollé el tema “La oración en la teología”6. Allí, combatiendo el pietismo y los intentos de apartar la teología de la universidad, desarrollaba ideas muy semejantes. Para hacer mejor teología, decía, se requiere: “…mayor amor, mejor oración, más santidad. Estos no son adornos que un teólogo puede o no llevar consigo. Son condiciones necesarias del ser teólogo de veras… Le toca al teólogo hacer teología orante (theologia orans), porque es la única que no distorsiona ni al sujeto ni a su objetivo ni a su finalidad, respetando así plenamente un método teológico sacado de la misma revelación trinitaria… La oración da al estudio de la teología esa dimensión experiencial que es indispensable para que sobrepase el nivel del conocimiento nocional… y suba de ciencia a sabiduría, vale decir, que su punto de arranque sea el hecho de que Dios se nos da en su Espíritu para que con Cristo y en Él respondamos a Dios: Abba!”7. Por todas estas razones la espiritualidad se adelanta y se ofrece a la teología: “¿Por qué no piensan más en mí? ¿Por qué no trabajamos juntos?”. Dejo pues esta pregunta al Seminario: ¿Cómo hacer para integrar mejor la espiritualidad en la teología? Y ya que este Seminario es de Pastoral, es patente la repercusión pastoral de esta pregunta. Porque estoy muy convencido que la Facultad de Teología es una de las instituciones que con mayor fuerza imprime este carácter pastoral a la vida de la Iglesia en nuestro país. La segunda pregunta viene dirigida a la Espiritualidad desde la Dogmática. La expresaría en estos términos: “¿Quién eres tú, Espiritualidad, en relación a mí, Dogmática? ¿Eres tú la que hace la última relectura del verbo teológico? Si fueres algo de esto, ¿no te deberíamos 6 Publicado en Teología y Vida (1973) 165-179. Verlo en este libro, pp. 201-222. 7 Ibid. pp. 201-222. 236 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA incluir con mayor seriedad entre los loci theologici? ¿No tendrías que ser un principio más activo de nuestra hermenéutica?”. Esta pregunta me viene de un consejo que da San Ignacio en los Ejercicios al que da a otros puntos para meditar o contemplar. Le dice que narre con fidelidad y brevedad la historia de la tal contemplación. Y da la razón: para que así el ejercitante, sea por el propio raciocinio, sea iluminado por la luz divina, llegue por sí mismo al encuentro con su Señor, lo que “es de más gusto y fruto espiritual que si el que da los ejercicios hubiese mucho declarado y ampliado el sentido de la historia; porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente” (EE 2). Como ven, se trata de “sentir y gustar”, es decir, de un saber sapiencial (sabiduría viene de sapere). Pero este saber sapiencial no es sólo cosa de la espiritualidad, como hemos dicho antes, sino también de toda la teología. ¿A qué apunto con esto? A que la espiritualidad tiene algo importante que decir y que hacer en la dogmática. La describíamos arriba como una experiencia vital, producida por el Espíritu, trinitaria, centrada en el Cristo pascual, que pide conversión continua y mucha abnegación, generadora de comunión eclesial, enraizada en la historia, transformadora de la Iglesia y del mundo, unificadora del sujeto y de su entorno, que se alimenta de la escucha de la Palabra, la oración y la vida sacramental. Tal vez en un primer momento nos asombre esta suma tan vasta de “ingredientes” que entran en la espiritualidad. Si vemos en ella la fuerza que nos permite “sentir y gustar de las cosas internamente”, podríamos relacionarla con la sabiduría teológica, y decir que ella pertenece a la dogmática desde adentro, como una dimensión suya y no como un contenido añadido. Por esto debiéramos decir que ella constituye un locus theologicus y que es la que hace la última relectura al verbo teologal. Como don que es del Espíritu del Padre y de Jesucristo, es portadora de sus signos: libertad, amor, alegría, esperanza, paz, paciencia, afabilidad, bondad, dominio de sí, deseo de servicio (un coctel entre EE 316 y Gal 5, 1-14, 22-25). La espiritualidad, con su énfasis heurístico en el “sentir y gustar de las cosas internamente” y en el “no sólo saber sino hacer”, quizás tenga una palabra que decir a la dogmática en cuanto a las cosas que conviene recordar y a las que sería mejor olvidar. Vendría a ser 237 GLORIA A DIOS LA GLORIA EN EL PENSAR LA FE una especie de instancia crítica para señalar los contenidos más relevantes y establecer las proporciones que éstos debieran ocupar. No es ninguna novedad decir esto si tenemos en cuenta que la espiritualidad es vida en el Espíritu y que una de las funciones importantes del Espíritu en la Iglesia es el recordar (Jn 14, 26). Pero para poder recordar con novedad es necesario saber olvidar. El olvidar —como lo explicaba bien Karl Rahner— es función esencial para comprender nuevas cosas y dialogar con situaciones nuevas. En otras palabras, para que la teología sistemática pueda ser fiel a su vocación sapiencial y de diálogo, ha de estar dispuesta a archivar ciertas cosas, que en otro tiempo fueron importantes, en el disco duro de las grandes bibliotecas, atenta, sin embargo, a desenterrarlas cuando los tiempos lo requieran. No creo en una dogmática que acumula saberes indefinidamente, sin renunciar a olvidar ciertas cosas para pensar y actuar mejor. La Biblia nos da un ejemplo de cómo hacerlo y, por lo demás, es lo que inevitablemente siempre hemos hecho. Si lo hiciéramos guiados por la espiritualidad en miras a la praxis pastoral, la diferencia estaría en que lo haríamos con buena conciencia, sin nostalgias, y con mayor alegría. ¡Cómo me gustaría ver a un equipo de profesores de la Facultad deliberando en el Espíritu acerca de los tratados y materias que conviene enseñar! La espiritualidad cuenta con experiencias al respecto y puede sugerir modos de hacerlo. Todo esto supone que la espiritualidad se diga una palabra muy seria a sí misma. Porque ha sido entendida, y continúa siéndolo, en términos muy pietistas, muy individualistas, de solo crecimiento y perfección de las personas en singular. En la primera parte de esta ponencia señalé algunos factores, de diverso orden, que inciden en que surja una espiritualidad en un momento determinado de la historia y con notas que obedecen a una necesidad de tal momento. Es un hecho indiscutido, pero poco tomado en cuenta a la hora de pensar la espiritualidad. Se requiere desprivatizar la espiritualidad, abriéndola al profetismo en la Iglesia y el mundo. Que sea voz del Espíritu de Dios sobre el presente en miras a construir el futuro. Creo que la Escritura y los Padres tienen mucho que dar a la espiritualidad para que ensanche sus horizontes y asuma la vocación y misión profética. A pocas semanas de la beatificación del Padre Hurtado, pienso que todos aquí tenemos conciencia de que existe una vinculación muy íntima y poderosa entre vida en el Espíritu y 238 ARTÍCULO XI ESPIRITUALIDAD Y TEOLOGÍA profecía hacia la Iglesia y la sociedad. Y yo añadiría también que los Santos son profecía hacia la teología, porque su fuego de Dios y su amor a los hombres y mujeres de nuestro mundo la cuestiona y la pone en camino de renovación. Termino aquí, aunque me gustaría extenderme en otros desafíos tales como el desarrollo de una espiritualidad que propicie una relación entre cristianos de la jerarquía y cristianos laicos, que no sea de dependencia sino de complementariedad e interacción. Si se tratase este punto se debería tocar el problema debatido hoy de si existe una espiritualidad del laico, lo que seguramente llevaría a profundizar la antinomia “contemplación-acción” y la tríada “vocación-carisma-ministerio”. Otro tema giraría en torno a una espiritualidad para los pluralismos y subculturas de todo orden: dogmático, moral, cultural, interreligioso, territorial y carismático. Pienso en la complementariedad entre comunidades territoriales (diócesis y parroquias) y movimientos. Siguiendo a Dios que es Trinidad, una espiritualidad del pluralismo buscaría la perfección en la comunión de los diversos, más que en la igualación de las diferencias. Otro tema que es eterno, y que se vuelve hoy a poner de actualidad por el surgimiento de tendencias rígidas, es el de la ley y la misericordia y la espiritualidad de la compasión, que tiene mucho que ver con la espiritualidad del Corazón de Dios. 239