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ÉTICA: Adolfo Sánchez Vázquez, 1969
Frente a esa pretendida asepsia ideológica o moral, no tenemos por qué ocultar que adoptamos, como adoptan en definitiva todas las éticas conocidas, cierta posición. Y es que no existe ni puede existir una Ética neutra que brinde la garantía o «panacea» de no tomar posición alguna. En el terreno teórico semejante «objetividad» o «imparcialidad» encubre siempre una vergonzante posición. Por otra parte, lo que pudiera pasar por tal (el eclecticismo) no significa otra cosa, como lo prueba palmariamente toda la historia de la filosofía, que la posición más exangüe y superficial y, por ello, la propia de los periodos filosóficos más indigentes. En el terreno pedagógico, la sustitución de una posición franca y decidida por otra medrosa o vergonzante o por una mezcla de varias (especie de «cock-tail» filosófico) no hará más que llevar la confusión a la mente del alumno y rebajar, si no es que anula, su espíritu crítico y problemático.
No en la primera, sino en la última página de la crónica es donde aparece el nombre verdadero del héroe. Y no al inicio, sino al fin de la jornada es cuando acaso pueda decir el hombre cómo se llama León Felipe Debemos aceptar que la lamentable desaparición física de Adolfo Sánchez Vázquez nos tomó por sorpresa. No quiero decir con ello que quienes lo conocimos y hasta el final tuvimos el cuidado de preguntar entre los amigos de la ciudad de México sobre su salud y su ánimo pasáramos por alto su avanzada edad o ignorásemos los efectos destructivos a los que el tiempo --"el implacable, el que pasó"-somete irremisiblemente nuestros cuerpos. Nada de eso. De antemano sabíamos que noventa y seis años son muchos años, aun para una constitución robusta y firme como las del Doctor en su mejor edad. La sorpresa, o mejor dicho, el estupor, tenían otro origen, y éste se asociaba inevitablemente a la conmoción, entre afectiva e intelectual, que la muerte de Bolívar Echeverría nos había provocado justamente un año antes. Ya que entre el 5 de junio de 2010 y el 8 de julio de 2011 perdimos a los dos pensadores marxistas latinoamericanos más originales, agudos y profundos de los últimos tiempos. Y eso no es poca cosa. En un medio intelectual todavía tan afecto a las "modas y novedades" provenientes del mercado filosófico metropolitano (generalmente entrampadas en el pensamiento afirmativo y amarradas por ello mismo a la impronta reproductiva de un estado de cosas profundamente injusto e inequitativo) el hecho de perder a dos pensadores que habían fincado su quehacer teórico en el ámbito del marxismo crítico hacía concurrentes dos pérdidas; por una parte la de los maestros y los amigos; por otra, la de los pensadores, su obra y su ejemplo vivos.
46 INVITACIÓN A LA ESTÉTICA por su aversión a la generalización, acaba por negar el pan y la sal a la Estética. O que, prosternado ante el significado literal del len-guaje ordinario, se le escapa de las manos el significado propio, es-tético, del lenguaje artístico. Conclusión Con esta última respuesta daremos por terminado el proceso a la Es-tética. Quedarían pendientes de réplica los cargos del historiador y el "científico" del arte. Sin embargo, ya no nos detendremos en ellos puesto que en lo esencial se les ha hecho frente en las respuestas anteriores. Ciertamente, al impugnar el estudio de la Estética, am-bos detractores tienen presente sobre todo la generalización viciosa en que incurren las estéticas de corte metafísico, especulativo. Ahora bien, esto no significa que el historiador del arte pueda pres-cindir de la Estética empeñada en no caer en esa generalización. En verdad, al manejar el rico y diverso material fáctico que le brinda la historia real del arte, no puede quedarse en un plano descriptivo, como pretendían los historiadores positivistas, dejando a un lado ciertos principios teóricos generales. A su vez la "Ciencia general del arte" tampoco puede eludirlos al no poder prescindir del lado estético de cualquier manifestación histórico-artística. El proceso al que hemos sometido a la Estética llega a su fin. Pues bien, tomando en cuenta los argumentos de sus detractores y lo que ella ha invocado en su defensa, podemos admitir su derecho a exis-tir. Dejando atrás los recelos u objeciones de quienes negaban o aminoraban la necesidad de su estudio, podemos pasar ahora a abor-dar sus problemas fundamentales. Despejado el camino, lo cual no significa que no surjan nuevos obstáculos, caminemos por él. Tal es el sentido de nuestra Invitación a la Estética. II. El objeto de la Estética La primera larea que se plantea a cualquier rama del saber es la de precisar su objeto de estudio. Para la Estética, como puede dedu-cirse del capítulo anterior, se trata de una tarea escabrosa. Y seguirá siéndolo mientras no se esclarezca el significado de términos fun-damentales como los de "bello", "estético" y "arte" que entran reiteradamente, a lo largo de su historia, en su definición. Ahora bien, aunque a dicho esclarecimiento dedicaremos gran parte de nuestro trabajo, no podríamos ni siquiera iniciar ésie si no par-tiéramos, como en cierto modo hemos partido ya, de un uso de dichos términos con un significado provisional. Ciertamente, este signifi-cado se halla sujeto a las conclusiones definitivas a que lleguemos en nuestra investigación. Reafirmando sin embargo lo ya expuesto, aunque en forma preli-minar y provisional, podemos reconocer que existe un mundo especí-fico de relaciones humanas con la realidad y, por tanto, un tipo de objetos, procesos o actos humanos, que reclaman justamente por su especificidad un estudio particular: el que corresponde llevar a cabo, precisamente, a la Estética. Aunque en el pensamiento occidental encontramos reflexiones estéticas desde hace ya veinticinco siglos, esta disciplina-como saber autónomo y sistemático-apenas tiene dos siglos y medio de existencia, sí consideramos como acta de nacimiento la publicación de la Aesthetica de Baumgarten en los años 1750-1758. Sin embargo , desde los albores de la filosofía en la antigua Grecia hasta nuestros días, rara es la doctrina filosófica que no consagre cierto espacio a los problemas estéticos. Y en nuestra época, aunque la Estética se concibe predominantemente como una disciplina filo-sófica, se abre paso el empeño de hacer de ella una ciencia, ya sea como teoría general del arte o como una ciencia particular, empíri-ca. Pues bien, a la vista de este diverso y rico caudal teórico que se ha ido acumulando desde la Antigüedad griega, ¿por qué no interro-gar a la historia del pensamiento estético, de inspiración filosófica o 47 Sánchez Vázquez, Adolfo. Invitación a la Estética. México: Ed. Grijalbo, 1992.
Utopia Y Praxis Latinoamericana, 2012
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
La ética es el estudio filosófico de la conducta humana. La voz ética aparece ya en el título de los tres tratados morales del corpus aristotélico (Ética a Nicómaco, Ética a Eudemo y Gran ética). Procede del vocablo ēthos que significa carácter, modo de ser, que se deriva a su vez de éthos, que se traduce por hábito, costumbre [ Aristóteles, Ética a Nicómaco , II, 1: 1103 a 17-18]. Estas aclaraciones etimológicas permiten entender que el carácter o modo de ser al que se alude no es el temperamento o la constitución psicobiológica que se tiene por nacimiento, sino la forma de ser que se adquiere a lo largo de la vida, y que está emparentada con el hábito, que es bueno (virtud) o malo (vicio). La traducción latina de éthos es mos (costumbre), de donde deriva la palabra castellana moral, tradicionalmente empleada como sinónimo de ética. Por eso a la ética filosófica se la llama también filosofía moral. Se puede alcanzar una comprensión inicial de la naturaleza y tareas de la ética mediante la consideración de tres conceptos de importancia capital: bien, libertad y conducta. En la Grecia clásica, la reflexión ético-filosófica tuvo como punto de partida la constatación de que el hombre aspira al bien, y de que esa aspiración es el motor de toda su actividad. Así Aristóteles inicia su Ética a Nicómaco poniendo de manifiesto que acción y bien son términos correlativos: «Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón que el bien es aquello a que todas las cosas tienden» [ Aristóteles, Ética a Nicómaco , I, 1: 1094 a 1-3]. No hay acción ni deseo humanos que no miren a un bien, y sólo se puede hablar de bien en sentido práctico si se trata de un bien realizable a través de la acción. Ningún hombre cuerdo actúa para hacerse miserable o desgraciado. Pero como a la vez es indudable que los hombres realizan a veces acciones de las que después se arrepienten, es más exacto decir que la acción y el deseo humanos miran siempre a un bien o a algo que parece un bien. Surge así la distinción entre el bien verdadero y el bien aparente, entre lo que en verdad es un bien y lo que parece ser un bien sin serlo en realidad, porque más tarde se comprueba que es un mal. La posibilidad del error en la realización de la aspiración humana hacia el bien pone de manifiesto que, a diferencia de lo que sucede con otros seres vivos, no hay un instinto natural e impersonal que acomode de modo automático y generalmente infalible las acciones del hombre a los objetivos que le convienen. El hombre es libre. Por eso es el hombre mismo quien tiene que ajustar personalmente sus acciones, prefijándose sus fines y proyectando el modo de realizarlos. La realidad que los términos " ética " y " moral " significan directamente es este gobierno personal de las acciones, como se ve en el uso común del lenguaje: de quien renuncia a proyectar personalmente su conducta, abandonándose al vaivén de las
Cuadernos Hispanoamericanos, 1999
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