Cuadernos de la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales - Universidad Nacional de
Jujuy
ISSN: 0327-1471
[email protected]
Universidad Nacional de Jujuy
Argentina
Corbacho, Viviana; Justiniano, María Fernanda; Manente, Alejandro; Corbacho, Myriam
INFAMACIÓN, VIOLENCIA Y LOCURA. SALTA A FINES DEL SIGLO XIX
Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, núm.
13, noviembre, 2000, pp. 195-214
Universidad Nacional de Jujuy
Jujuy, Argentina
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18501312
Cómo citar el artículo
Número completo
Más información del artículo
Página de la revista en redalyc.org
Sistema de Información Científica
Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
INFAMACIÓN, VIOLENCIA Y LOCURA. SALTA A FINES DEL SIGLO XIX
(INFAMY, VIOLENCE AND MADNESS. SALTA AT THE END OF THE XIX CENTURY)
MYRIAM CORBACHO - MARIA FERNANDA JUSTINIANO - ALEJANDRO MANENTE VIVIANA CORBACHO
RESUMEN
Infamación, violencia y locura constituyen problemáticas que se dan en un
tiempo y espacio con sus particularidades locales y también con semejanzas y
continuidades entre el ayer y el hoy. El pensamiento foucaultiano nos permite revelar
lo oculto y hacer visible lo invisible. Se trata de entrever problemas reales en los que
está inmersa la vida cotidiana en la Salta de fines del siglo XIX. Alejarnos de la
anécdota para teorizar sobre las diferencias sociales y poder analizar cómo funcionaba
el poder frente al transgresor, el delincuente, el loco.
Nuestro universo de análisis lo constituirán los “infames” de la pueblerina
Salta a través de las pesquisas en las vidas de varones y mujeres que se ubican
con exactitud en tiempo y lugar.
ABSTRACT
Infamy, violence and madness are problematics that they given at one time
in one space, with their local particularities and also with likeness and continuances
between the past and the present. Foucault’s thought allows us to reveal the hidden
things and allows to make visible the invisible things.
We must to see the reals problems of the daily life in Salta, at the end of the
XIX century. We have to move away from the anecdote to think about the social
differences and to be able to analyze how the power was with transgressor, the
criminal and the lunatic.
La idea de estudiar los encerramientos, en especial cárceles, manicomios,
hospitales y su concomitante infamación y violencia, se originó en seminarios y
lectura de las obras de Michel Foucault(1). Importa recalcar que el pensador francés
no ofrece un sistema universal de ideas que puedan aplicarse a la infamia y a los
encerramientos.
Ambos problemas se dan en tiempo y espacio con sus particularidades
locales y también con semejanzas y continuidades entre el ayer y el hoy. El
pensamiento foucaultiano nos permite revelar lo oculto, “hacer visible lo invisible”.
Advierte Foucault que la verdad no debe ser buscada en las capas geológicas o
profundas. Es el filtraje de lo discontinuo lo que permite detectar la verdad en la
* Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta.
195
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
misma superficie. Lo obvio adquiere, desde este razonamiento, un potencial
explicativo. Todo está en la superficie, pero oculto, invisible al resto de las personas.
Se trata entonces de tornar visible y analizar históricamente estas realidades
invisibles, propias de las prácticas sociales salteñas, a fin de dar cuenta del desarrollo
de las técnicas de poder en una determinada coyuntura histórica.
Interesa también verificar -no denunciar- determinadas situaciones. Desde
esta perspectiva, Foucault nos permite entrever problemas reales en los que está
inmersa la vida cotidiana. Podemos, lúdicamente, analizar esos problemas y
aplicarles supuestas leyes de juego: rigideces, flexibilizaciones, separaciones,
entrecruzamientos, redes, segmentaciones, similitudes, contrastes y, finalmente,
trazar con ellas un dibujo evanescente, un fragmento del complejo campo de lo real,
una historia del detalle, una historia de pobres vidas.
No se trata de cuestiones anecdóticas, ni de teorizar sobre diferencias
sociales. Menos aún de incursionar en el campo de la psiquiatría. Trataremos sí, de
analizar cómo funcionaba el poder en la Salta de fines del Siglo XIX, cuando debía
enfrentar al “alien”, al transgresor, al delincuente, al loco (Chibán, 1994). Al respecto
los códigos representan sólo un marco de posibilidades que muchas veces se
adelantan y ni siquiera bajan a la población a la que están destinados.
Lo expuesto implica la aceptación de supuestos comunes en las Ciencias
Sociales, algunos de los cuales deben ser explicitados. La “infamación” con su
secuela de marginalidad, violencia y confinamiento, constituye una temática
heterogénea, fracturada, dificultosamente articulable y cuya singularidad podría
llevarnos a explicaciones exageradas. Para evitarlas trataremos de analizar los
factores que dieron paso a los encierros. Por el momento, sólo podemos brindar
afirmaciones tentativas, sujetas a revisión.
A modo de ejes temáticos nos planteamos una serie de preguntas cuyas
respuestas buscamos dar en este primer avance de investigación.
Reglas, normas, creencias y costumbres impuestas desde tiempos
inmemoriales y mantenidas por el grupo dominante, ¿habrían actuado como factores
estructurantes en el desarrollo y cristalización de los lugares de encierro?.
Los encierros formaron y continúan formando parte de nuestro sistema social
¿Objetivan quizás las consecuencias no deseadas de ciertas pautas extremas
tales como delincuencia, promiscuidad, enfermedad y locura?
Por el momento dejemos los interrogantes para dilucidarlos a lo largo del
trabajo, de manera implícita unas veces y explícita otras.
SALTA. UNA SOCIEDAD TRADICIONAL
Las relaciones de poder en una sociedad tradicional “…que funcionan sobre la
base de la condena moral de las clases dominadas y la necesidad de sumisión”
(Donzelot, 1991) se dan a través de una red de dominación en cuyo entramado están
las normas básicas que la legitiman”; “…una sociedad tradicional está determinada
por la costumbre arraigada, la validez de lo que siempre existió” (Weber, 1992).
Norberto Bobbio, por su parte afirma que “…hacia las últimas décadas del
siglo pasado se impone en no pocos países americanos la paradójica concepción
196
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
de la dictadura liberal, según la cual las elites poseedoras de los bienes y del saber
debían tutelar los intereses de la Nación con considerable autonomía respecto de
las masas, cuya participación política quedaba relegada a una etapa posterior nunca
bien definida…” (Bobbio et al, 1992).
Estas citas ejemplifican las distintas variantes que ofrecía la sociedad salteña:
el celo puesto en la vigilancia sobre determinados sectores de la población y la
exigencia de trabajo agotador y constante. Tales cuestiones son causantes de
rechazos manifiestos ó no manifiestos, que provocarían la enajenación en muchos
de aquellos individuos que no soportan ese tipo de presiones y sus particulares
circunstancias de vida.
Los Censos Nacionales confirman este planteo. El número de alienados
contabilizados en 1895 es de 2647 y se advierte: “es muy notable el hecho de que
la proporción de alienados extranjeros sea casi el doble que la de los argentinos.
Quizá tenga en esto una parte importante el alcoholismo mucho más desarrollado
en la población extranjera que en la argentina y también la mayor preocupación en
la lucha por la vida que lo afecta más intensamente que el nativo”. (Censo Nacional,
1895)
Sordomudos, idiotas, alienados son las clasificaciones censales utilizadas
para designar a las personas “afectadas de esos defectos físicos o psíquicos de
carácter permanente, cuya proporción respecto al total de los habitantes constituye
cierta desventaja”.
En el año 1869 Salta es la provincia con un mayor número de sordomudos e
idiotas y en 1895 es la segunda después de Jujuy y Buenos Aires. No deja de
llamar la atención la franca mejoría que se da durante el segundo censo nacional,
tanto así que “la República Argentina ocupa uno de los puestos más favorables” en
comparación con el resto de las naciones.
Los datos estadísticos son estimulantes y nos invitan a reflexionar sobre
“casos” seleccionados, entre otras cosas, por su relevancia ejemplificadora para
explicar las realidades manifiestas de un período histórico en que cárcel y hospital
eran términos correlativos. Ambos funcionaron como lugares de encierro y afianzaron
la creencia de la estrecha relación existente entre vicio y enfermedad. “…El
manicomio y la prisión constituyen, pues dos lugares en donde reinaban
absolutamente los valores dominantes y donde se efectúa no menos totalmente un
control de los elementos refractarios de las clases dominadas” (Donzelot, 1991).
Así, alcoholismo, violencia, locura, alborotos callejeros y desórdenes de todo
tipo eran vistos con la misma óptica: vicios que sólo podían purgarse con el encierro.
Por otra parte se consideraba, al encierro, como castigo con propiedades profilácticas.
De este modo se fue reforzando en el colectivo social la aceptación y creencia en
las bondades del encierro.
El Estado, organizado a través de instituciones republicanas, dominaba según
normas jurídicas en apariencia consensuadas.
Los grupos de poder actuaban sobre el principio de que el derecho se reputa
conocido por todos, negando -en los hechos- el alto porcentaje de analfabetos entre
los grupos sometidos. Estos recién tomaban conciencia, como señala Foucault,
de las prohibiciones y sus consecuentes castigos, después de violar la norma. En
197
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
las últimas décadas del S XIX alrededor del 60% de la población está identificada
como analfabeta. Este porcentaje es mayor si se tiene en cuenta que en muchos
casos sólo se requería “saber firmar”, en lo más literal de la expresión, para ser
registrado como alfabeto.
Para situarnos en el contexto histórico y, a riesgo de repetir conceptos
conocidos, es preciso recordar que Salta era, en el sentido weberiano una sociedad
tradicional. Algunas familias autodenominadas “patricias” o “gente decente” ejercieron
el control total sobre el resto de la población á la que nominaban “grupo popular”,
“plebeyos”, “chusma”. Tales nominaciones constituyen un lugar común en la historia.
El censo de 1865 toma como criterio para tipificar a la población el color de
la piel, el cual conlleva una asociación estrecha con el lugar social que se ocupa.
Así se encuentran 13.649 habitantes de blancos y 87.494 de color. Los salteños
blancos y propietarios constituyen la clase decente y la gran mayoría la clase
mestiza(2).
Esta descripción no variará. Un cuarto de siglo después Manuel Solá, quien
pertenece a los sectores más progresistas de los grupos dirigentes de la época,
indica que en la ciudad de Salta existen 10.000 salteños blancos y 7.200 de color
y advierte la existencia de dos grupos: uno al que denomina la sociedad culta y otro
la clase baja(3).
Los hacendados, propietarios, comerciantes y profesionales integran el grupo
minoritario en cuyas manos están los resortes de decisión y de gobierno. Asocian
en sus personas el prestigio que les deviene de considerarse los descendientes de
los primeros conquistadores, la pureza de sangre que se evidencia el color blanco
de la piel y la riqueza dada por la posesión de tierras. Este discurso que se transmite
de padres a hijos, vehículizado por los apellidos, apoyado desde el fervor de los
púlpitos, organiza las prácticas de la sociedad salteña hasta casi ayer. (Justiniano,
2000)
Sabemos que en toda sociedad y en todos los tiempos se aplicaron criterios
taxonómicos y de gubernamentalidad sobre realidades geográficas y humanas muy
complejas(4). Ambos grupos, dominadores y dominados, no constituyen -claro estáunidades homogéneas. Entre los primeros las diferencias se marcaban por abolengo,
fortuna, poder económico y poder político.
La puja se dio a fines del siglo pasado, por rivalidades de caciquismo y
liderazgo de los nacientes partidos políticos. Las familias poderosas rivalizaban por
el manejo de las «riendas» del Estado para mantener el «statu quo» provinciano.
Este grupo consolidó y legitimó su poder mediante sistemas de controles:
ideológicos, políticos, religiosos, sociales y también biológicos (el mito de la sangre
pesaba con fuerza).
Los comisarios ejercieron un verdadero cacicazgo y actuaron como
prolongación del «ojo del poder» en la campaña. A su actividad de policía se les
sumaba, generalmente las de jueces de paz, receptores de rentas, integrantes de
las juntas escrutadoras de votos; además de perseguir cuereadores, cuatreros y de
velar para que los educandos asistan a la escuela. De este modo adquieren un
papel gravitante en la vida de los municipios, partidos y departamentos. (Justiniano,
2000).
198
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
Los individuos pertenecientes a familias de elite afianzarán su poder a través
del monopolio de los cargos públicos, que los convertían, simultáneamente, en
jueces y litigantes. Se beneficiaban con las actividades económicas de importancia
y se veían a sí mismos -en realidad lo eran- como portadores del refinamiento, de la
ética como forma y elección de vida.
Hacían gala de comportamientos urbanos a los «alien», (plebeyos, chusma,
grupos populares). Estos nombres, con sus claras implicancias socio-económicas,
refieren a una mayoría silenciosa que se mantiene encerrada tanto en su «fortaleza»
de pasividad total, como en su aparente indiferencia por cuestiones ideológicas. Se
trataba de grupos humanos que centraban sus vidas en la lucha por la subsistencia
diaria.
La mayoría sin objetivos y otros, los menos, con propósitos que sólo
conseguían en parte a lo largo de sus sacrificadas vidas.
Mirados por la elite como incapaces de conductas civilizadas sólo podrían
«civilizarse» si eran vigilados constantemente y tratados con rigor. Todo esto a
pesar de la vigencia de las Constituciones Nacional y Provincial de 1853 y 1883,
respectivamente, cuyas letras aseguran la igualdad ante la ley.
Es sabido que en el país y, particularmente en el interior, las bellas
disposiciones constitucionales eran letra muerta. Sus principios estaban sólo en el
contexto discursivo de un liberalismo epidérmico. Lo expuesto permite entrever que
tanto la vida pública como la privada estaban cargadas de rituales y exclusiones.
De está última dice Foucault «…la exclusión no es sólo una separación sino un
rechazo» (Chibán, 1994).
Tal la postura, de la elite civilizadora que actuaba con la ambigüedad del
cruzado frente al sujeto de su misión: extraña mezcla de atracción y rechazo, de
voluntarismo y de «laissez-faire». Con empeño se acentuó el celo por el trabajo
como «…estrategia política moralizadora» (Donzelot, 1991).
En 1881 se debatía en Salta, como tema preocupante para la sociedad, la vagancia
«…que prolifera específicamente en la clase proletaria. Los vagos son elementos
improductivos de la sociedad y la situación de vagancia los predispone
irremediablemente al delito» (La Reforma, 1879). Para evitar males mayores era
preciso el accionar policial.
A imitación, dice Manuel Solá, de la legislación europea que trata de recuperar
para la sociedad los delincuentes, la nueva cárcel de Salta tenía para lograr ese
objetivo la siguiente distribución: casa para oficiales, cárcel correccional y talleres
para los presos. El problema era el reclutamiento de las fuerzas policiales. Los
«vigilantes», mal pagados y peor pertrechados se reclutaban, según el autor citado
«…entre la peor clase social» (Solá, 1889).
La experiencia nos dice que, los reclutas salidos de grupos marginales suelen
evidenciar, a la hora de reprimir, desmedido celo y hasta crueldad para hacer gala,
ante sus pares, del «poder» adquirido.
Los comisarios podían obligar a los ciudadanos a conchabarse y los vigilantes
a exhibir la boleta de conchabo «…No se canse nunca la policía de perseguir a los
vagos. El que no tiene papeleta de conchabo debe ir a dormir al hotel del gallo(5) (La
Reforma, 1879).
199
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
La papeleta de conchabo debía ser portada por las mujeres dedicadas a la
prostitución «…Exijan a esas Evas desvergonzadas, sumidas en los vapores de
cuartos cerrados: venga la boleta de conchabo. No la tienen cuatro pesos de multa»
(La Reforma, 1880).
El tema de los vapores y efluvios malsanos fue una preocupación sanitaria
adicional en la época.
Otra preocupación que desvelaba a las damas vicentinas eran los niños de la
calle. Para ellos fundaron y sostuvieron otro tipo de encierro, los orfanatos. Estos
niños, por un lado, eran cuidados y por otro sujetos a represiones y nominados por
los funcionarios de turno con impiadosos calificativos: «…los menores rateros son
una especie que pulula en toda la ciudad. La policía no debe descansar en perseguir
a esos remedos de malos hombres» (La Reforma, 1883).
TRANSGRESORES, TRANSGRESIONES, INFAMACIÓN Y CASTIGO
En Salta continúa en algunos círculos el predominio de una historia enraizada
en paradigmas heroicos. Investigar individuos «sin fama», sin «status histórico»
parece irreverente, provocativo y hasta ocioso. Sin embargo eta temática nos permitirá
«…aplicar los conceptos centrales a nuevas realidades y/o nuevos problemas de
las mismas realidades a las cuales no se había aplicado hasta ahora este conjunto
de conceptos y enfoques» (Maletta, 1992).
Así, nuestro universo de análisis serán los «infames» de la pueblerina Salta
de fines del siglo XIX a través de pesquisas en las vidas de varones y mujeres que
se ubican (seguimos a Foucault) con exactitud, en tiempo y lugar. Conocemos sus
nombres y sus ocupaciones. Se trata de seres signados por la violencia, castigados
y humillados por minúsculas cuestiones de privilegio o por transgresiones terribles.
Sabemos de ellos por autores y periodistas de época a, través de libros o noticias
lacónicas o verborrágicas. Esas noticias eran publicadas por cronistas ávidos y
siempre al acecho para desnudar con aspereza desafíos, locuras, indignidades,
servidumbres de toda laya en individuos sin posibilidades de réplica frente a las
arbitrariedades del periodismo, «panóptico» del poder(6).
Según el grupo dominante sobre ellos, los «alien», pesaban con rigor
atavismos(7), ancestros, tradiciones, normas legales y los Edictos Policiales. Estos
últimos temibles instrumentos de coacción eran conocidos por los infractores cuando,
por los avatares de sus vidas, entraban en contacto con la autoridad y se los castigaba
por reales o supuestas transgresiones. Tal es la interpretación que, unívocamente,
nos ofrece el Reglamento de Policía de la Provincia de Salta. El de 1878 es
especialmente ilustrativo. En su sección quinta «De los vagos jornaleros y
domésticos» especifica que serán penados los que no tengan un oficio, profesión,
renta, sueldo, ocupación o medios lícitos con qué vivir.
¿Quienes caían bajo la acción policial podían ser compelidos a conchabarse,
tal la práctica de la acción moralizadora. Estos mismos individuos cuando tenían
trabajo se encontraban con que la norma investía el patrón como magistrado
doméstico que ejercía la autoridad policial en el ámbito de sus posesiones. La
mayor violencia se refleja en al Art. 59 «…El patrón puede corregir moderadamente
200
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
las faltas…sin que de ellos resulte herida u otra enfermedad…y si la falta compromete
el buen orden de la casa puede el que la cometiere ser detenido en prisión rigurosa…»
(Reglamento General de la Provincia de Salta, 1878)(8).
La pobreza no constituía un problema social. Se la consideraba un problema
individual que tenía al pobre como responsable por ser «vago y malentretenido».
Lo expuesto muestra el grado de institucionalización de la violencia sobre
los «grupos populares» perseguidos y sujetos a explotación bajo el ambiguo pretexto
del bien público.
La presentación de los transgresores no queremos convertirla en catálogo de
morbosidades. Queremos, con Foucault, arrojar luz sobre el sistema de
transgresiones y castigos. Para el filósofo francés «…tal sistema refleja que es
para todas las desviaciones y por él alcanzar la condición misma de posibilidad de
aparición histórica» (Chibán, 1994).
El grupo dominante no toleraba entre sus subordinados ninguna manifestación
de orgullo, ni siquiera de dignidad. Tales sentimientos eran inconcebibles en individuos
de baja condición social. Sus escasas manifestaciones eran vistas con profundo
escándolo y denunciadas por la prensa. Los individuos pertenecientes a esos grupos
debían aceptar con humildad hasta los desajustes en la conducta de quienes se
consideraban sus superiores. El grupo de referencia no tenía discurso, eran los
silentes, los mudos de la historia, otros hablaban por ellos. Cuando alguno de sus
integrantes osaba apropiarse de la palabra, en especial de la escrita, para intentar
una actitud de protesta, sus reclamos de leguleyo eran recibidos con ofensa y
escarnio por parte de la prensa. Al respecto, elegimos dos casos ejemplares,
expuestos por indignados periodistas.
El primero corresponde a un empleado de tienda que tuvo el descaro de
enviar una nota al periódico denunciando una situación de injusticia. El periódico de
marras, sin publicar la nota del denunciante, edita con escarnio el siguiente titular:
«POBRE DIABLO
…otro de los impertinentes que empuñan la pluma como quien dice la
vara de medir para dar palos de ciego es un tal Durval Vargas que se nos
viene encima con amenazas de ramplón…no nos explicamos cómo este
individuo vocifera como un energúmeno, se retuerce como un jabalí, no
produciendo otro efecto que morderse la cola con la lengua como un
reptil, destrozarse con las uñas su piel de avestruz, como vomitar
vergüenza y estupidez por boca y nariz.
Convénzase fulano Vargas, por su bien se lo decimos: Usted es un pobre
diablo a quien cuadra más su modesta ocupación de medir trapos», (La
Reforma, 1881).
¿Quien se atrevió a la protesta, el tal Durval Vargas no es un animal, es tres
animales en uno, mezcla de jabalí, reptil y avestruz. Leyendo este texto Jorge Lovisolo,
con su conocida sagacidad y saber nos sugirió agregar: «el delirio trinitario de Jorge
Luis Borges queda empequeñecido frente a esta rara avis del Valle de Lerma.
Repuesta tan violenta y pública marcaba al destinatario como a un ser
antisocial, ejemplo pernicioso para una comunidad supuestamente respetuosa y
201
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
servicial en el trato con sus superiores. Luego de su aventura periodística nada
sabemos de Vargas, su destino debió ser, sin duda, el autoexilio.
La situación descripta, aparentemente anecdótica, nos acerca al segundo
problema, la infamación. Beccaria, -pensador del Siglo XVIII- considera infamia a la
acción de atentar contra el honor personal de un ciudadano y privarlo del respeto
que tiene derecho a exigir de sus pares y la define como: «…es señal de
desaprobación pública que priva al reo…de la confianza de la patria y de aquella
fraternidad que la sociedad inspira» (Beccaria, 1994).
Privilegios discutibles eran también objeto de vigilancia por parte de la prensa
dedicada a fisgonear en el quehacer de los vecinos, incluso los más triviales, buscando
escenas dignas de ser denunciadas. Para el segundo ejemplo vuelven a resonar los
conceptos de Beccaria «…quien declara infames acciones de suyo indiferentes
disminuye la infamia de las que son verdaderamente tales» (Beccaria, 1994).
Tal ejemplo exponemos a continuación:
«POR LA VEREDA(9)
En la calle Caseros, frente al Hotel de la Paz notamos en la noche del
domingo que un señor de galera y una mujer hacían algo que nos
parecieron caricias: él pegado a la pared y ella también como si apostaran
a quien la derribaba primero con el peso de su cuerpo, al fin, él concluyó
por retirar la mujer de un brazo, con muy poca cortesía hasta bajo la
vereda. Ella le amagó un golpe y él no sólo le amagó sino que se lo dio
huyendo. La mujer gritó tratándolo de atrevido. Recién nos explicamos las
causas de esta cómica escena: todo un señor de galera disputando el
rincón de la vereda a una tal Eustaquia Flores, mujer de pobre estampa»
(La Reforma, 1882).
La descripción y el comentario merecen especial atención. Comienza, el cronista,
exponiendo con tono malicioso los resultados del curioso espionaje. Lo más notable es el
lenguaje utilizado cuando alude al victimario y cuando se refiere a la víctima.
El victimario es, a lo largo de todo el artículo, reconocido como un «señor», incluso
el cronista hace notar que lleva galera, símbolo de la elegancia y el bien vestir de la «gente
decente». Por el contrario, la víctima de la violencia física y psicológica es tratada
despectivamente, señalada con nombre y apellido y condenada a convertirse en el centro
del cotorreo de vecinas. El victimario queda en anonimato, gracias al complaciente silencio
de la prensa.
En la sociedad salteña de fines del S XIX no se registran hechos de violencia
colectiva que de alguna manera exterioricen disensos por la injusticia y falta de
participación popular. Los casos criminales graves y los desórdenes menores se
destacan por igual. No se los consideraba pero quizás fueron, una contrapartida al
orden estatuido. La elite consideraba estos hechos como manifestaciones normales
de gentes viciosas. Pese a ello no bajaba su vigilancia y ponía contenciones tales
como cárcel, multas, castigos corporales, levas forzosas para guardar las fronteras verdadero destierro disfrazado-.
Los días domingos y festivos, la tranquilidad de la siesta y la noche aldeana
eran alteradas por la presencia de niños pordioseros, mendigos, alcohólicos,
202
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
prostitutas. Sería interesante dilucidar si esas exhibiciones no serían una
exteriorización de disconformismo travestido de vicio y desórdenes.
En la Salta de entonces existía, en el marco de la ciudad, la represión de
toda forma de vida social espontánea para los grupos sometidos. Las diversiones
debían esconderse y no salir del rancherío. Salvo que, estas hubieran sido
organizadas oficialmente, o por las parroquias en festividades cívicas o religiosas.
Así podemos afirmar que la Cruzada Civilizadora «…obtuvo como resultado constituir
una moral popular en tanto moral dominante para el uso de las clases populares y
concretamente de los hijos de ese grupo» (Grignon, 1991).
LOCURA
Generalidades:
«No hay peor desgracia -dicen- que la locura. Ahora bien: la necedad declarada
está muy cerca de la locura, o, mejor dicho, la necedad es la locura misma. Porque
¿qué otra cosa es la locura sino el extravío de la razón? (Erasmo, 1509).
Con Erasmo, afirma Foucault, la locura queda atrapada en el discurso, la
convierte en objeto de risa, la define como la falta de razón «…nunca hay locura
más que por referencia a la razón, pero toda la verdad de ésta consiste en hacer
brotar por un instante una locura que ella la rechaza para perderse a su vez en una
locura que la disipa» (Foucault, 1986, p. 57) y, agrega más adelante «…La locura
cuya voz el Renacimiento ha liberado, y cuya violencia domina, va a ser reducida al
silencio de la época clásica, mediante un extraño golpe de fuerza». El autor hace
referencia a las formas de internamiento propias de la Sociedad de Soberanía.
Intentar una génesis de la locura implica un buen punto de partida para inciar
el análisis de una problemática compleja.
En el caso de enajenación, males cerebrales y neurológicos, tanto especialistas
como legos, se muestran excesivamente cautos a la hora de arriesgar definiciones.
Actualmente los especialistas en enfermedades mentales tienen saberes más claros que
en el pasado sobre el cretinismo y la locura. La gente muestra mayor comprensión y
tolerancia hacia esa problemática, males difíciles de encuadrar en explicaciones simplistas.
«CRETINOS» Y «LOCOS» EN LA SALTA DEL SIGLO XIX
Es preciso tener en cuenta las influencias culturales a las que consideramos
con Marvin Harris: «…como los modos socialmente adquiridos de pensar, sentir,
actuar de los miembros de una sociedad concreta» (Harris, 1985). Todo transgresor
consciente o no, es segregado y castigado.
Entre los transgresores -están incluidos también- cretinos y locos. Ambos
fueron signados con los más diversos nombres. Los primeros eran nominados:
opas, cretinos, idiotas, tontos, estúpidos, minorados, débiles mentales, oligofrénicos.
Para los segundos la gama es más numerosa: locos, dementes, insanos,
perturbados, alucinados, alienados, impulsivos, lunáticos, inadaptados, maniáticos,
desequilibrados, enajenados. En jerga más actual: estresados, ciclotímicos,
sufrientes mentales.
203
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
Sin hacer referencia a las complejas nominaciones de médicos, médicos
psiquiatras, neurólogos, psicoterapeutas, psicólogos, psicoanalistas, antropólogos
sociales. Las voces aludidas podrían haber tenido, en determinado tiempo y lugar,
intencionalidades explicativas, segregatorias ó, ambas a la vez, provocadas por los
desajustes y las conductas imprevisibles de los «sin razón». Pero estas voces
popularizadas se convirtieron en apodos despectivos e insultantes. Hoy por hoy se
las utiliza en forma similar. Nuestros adolescentes suelen darle esa doble acepción:
peyorativa una y, muestra de afecto entre pares, la otra. Con tal carga de subjetividad,
las palabras pierden significación y adquieren pluralidad de sentidos, al extremo
que, para designar a las personas referidas, aparecen nuevas voces que tienen un
destino similar y enmascaran problemáticas iguales.
A los fines de nuestro trabajo interesa el trato que recibían estas personas
en una sociedad clasista.
Los «opas» fueron, entre los «aliens», personajes, en cierta manera
comparativamente, afortunados. Se convirtieron en centro de dichos y refranes, en
protagonistas de historias de muchos escritores salteños. Por ellos conocemos la
aceptación y la popularidad de los «opas». El poeta López Isasmendi (1873-1919) los
recuerda con ternura en sus versos. Estos sirven para afianzarnos en la idea de su
importancia numérica. El poeta comienza diciendo: «…Salta, poético vergel/ con su
claro clima tropical) ha siempre especial/ en dar opas a granel…» (Adet, 1971).
Estos individuos, anclados en los túneles del absurdo fueron personajes
infaltables de la grotesca popular. Obedecían mansamente en el primer instante,
para dar al momento siguiente un no rotundo con terquedad inamovible unas veces
y otras respondiendo con razonamientos bastantes obvios. La gente los consideraba
divertidos y por ciertas salidas, hasta «sensatos».
Ernesto Aráoz dice: «…había opas de diversas inclinaciones y talantes: unos
eran bondadosos, otros irascibles, en unos predominaba el misticismo y en otros el
amor. Algunos opas eran medios locos y resultaban un peligro público, como el
Coto Zapallo…» (Aráoz, 1944).
La sociedad los aceptó por manejables, pacíficos y trabajadores. Eran los
encargados de las tareas más penosas y serviles. El testimonio de Ernesto Aráoz
es particularmente esclarecedor: «…y que decir de las letrinas, esos pozos ciegos
mal olientes ubicados en el último rincón de las antiguas viviendas…Cada año era
menester desocupar y limpiar esas letrinas …Estas tarea domésticas hacían
necesario un mayor personal de servicio. En muchas casas se tenía por ello un opa
ocupado de esos menesteres de paciencia. Eran estos generalmente más humildes
que los otros sirvientes y trabajaban con una conformidad ejemplar. Había opas
guapos para quienes mover toda la mañana el brazo de la bomba resultaba un
trabajo mecánico y entretenido, sobre todo sí lo hacía canturreando como Alonso,
un opa de mi casa a quien llamaba el «Miche». Es difícil resistirse a agregar los
versos de Isasmendi: «…Hubo opas de Salta/ que gran servicio prestaban/ era el
opa que cazaba los tigres a domicilio».
Lo dicho nos permite sostener que estas personas resultaban tan serviciales
que, no es de extrañar, el atractivo adicional de algunos anuncios para rentar propiedades
-los que- según Bernardo Frías rezaban «ALQUILO CASA CON OPA PARA SERVICIO».
204
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
Semejante aviso hoy nos llevaría a «rasgarnos las vestiduras». Pero, si nos ubicamos
en tiempo y lugar, esto no implica justificar el abuso. Si podemos explicarlo. La aparente
vejación nos parece que enmascara una realidad diferente.
Al respecto podemos arriesgar tres posibles explicaciones:
El bocio, mal endémico -hasta hoy- en nuestra provincia, fue entre otras, la
causa del padecimiento del cretinismo en muchos individuos (no existen cálculos,
ni siquiera aproximados de su número).
La observación de costumbres, nada lejanas, nos permite afirmar que en la
campaña y zonas marginales, el minorado mental debe, al llegar a determinada
edad, procurarse personalmente el sustento.
En realidad era una especie de norma para evitar el abandono de personas.
Ambos inquilino y «opa» se beneficiaban con esta especie de «derecho contractual».
El inquilino con el trabajo arduo, cotidiano, incansable de hachar leña, acarrear
agua, desbrozar malezas, limpiar patios y veredas. Como pago el discapacitado
tenía asegurados vivienda, vestido y una cierta seguridad.
LOCURA Y MORAL
La comunidad salteña de la época consideraba la locura como problema
basado en cuestiones morales. Es decir, no cumplir las normas pautadas por la
cultura del grupo dominante. Los integrantes de la comunidad fluctuaban en la
ambivalente oscilación entre, indiferencia y temor, compasión y rechazo. Con
frecuencia estas fronteras se trasponían para llegar a extremos de violencia, represión,
castigo e infamación.
Haremos referencia a las «tres miradas» que, sobre la locura y los locos
prevalecieron en Salta. «La mirada» estaba estrechamente unida al vínculo de los
dementes con determinados grupos sociales. Existieron marcadas diferencias en
el trato cotidiano, pero, la alteración de conductas en público, se castigaba en
forma similar: encierro en cárcel pública.
La violencia se aplicaba cuando los síntomas unívocos de enajenación se
hacían visibles para todos.
Los salteños consideraban que la locura «…deber ser colocada en la jerarquía
de los vicios y el envilecimiento de las pasiones», (La Reforma, 1882).
Tal sentir tiene su explicación si consideramos que se vivía en la «era preantibiótica». Las enfermedades venéreas -sífilis y gonorrea- tan temibles como
frecuentes, no sólo eran incurables, sino consideradas como el fruto de vidas
licenciosas que comenzaban en «francachelas» nocturnas, continuaban con
enfermedades venéreas para desembocar irremediablemente en la locura. Igual
destino aguardaba a los alcohólicos en su constante decadencia física y moral. Así
pues, la locura y el alcoholismo no se visualizaban como problemas genéticos,
sino como vicios, como castigo pro las transgresiones a las normas estatuidas. Tal
mentalidad llevó a considerar a sus portadores como responsables de su «sin razón».
Esto, unido a sus sorpresivas reacciones convertían al loco en un ser amenazante
y peligroso cuyo destino debía ser la exclusión por encierro, en cárcel pública.
En la época estudiada no existían en Salta casas especiales de internamiento.
205
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
El flamante Hospital del Milagro era asistido por hermanas de caridad con un
presupuesto tan magro que sólo alcanzaba para pagar el sueldo de dos médicos.
El dinero restante se obtenía de donaciones y limosnas solicitadas pro las Damas
de Beneficencia, las Hijas de María, Josefinos y caballeros de «pro». Al respecto,
es elocuente el cuadro que nos proporciona Manuel Solá: Subvención del Hospital
$200, sueldo de dos médicos $200, sueldo de un enfermero $30, medicamentos y
útiles $ 80.
Las estadísticas hospitalarias proporcionan número de enfermos internados
por dolencias comunes y la cantidad de camas disponibles.
No existía nada parecido a cuidados psiquiátricos, ni menos aún a medicación
específica. En el hospital no se recibían personas con desórdenes mentales. El
ínfimo cuerpo médico compartía con el resto de la comunidad similares prejuicios y
guardaba, sobre la locura, un llamativo silencio.
Los «sin razón» eran pocos y deambulaban libremente por las inmediaciones
de la ciudad. En su constante peregrinar, en algún momento irrumpían en las calles
céntricas. Su presencia era apenas tolerada: a la menor demostración de rareza,
se los encerraba en la cárcel.
Por aquellos años en Salta no tenía leprosarios que, una vez deshabitados
pudieran convertirse, como en la Europa de los siglos XV y XVI en prisiones y
manicomios. Tampoco había mar.
Estaba aún lejano el día en que el gobernador marino, Capitán de Corbeta
Roberto Augusto Ulloa (1978-1982), lanzaría el conocido slogan: «traigamos el mar a
Salta». Así la Provincia contó por cerca de un quince años con un Liceo Naval Femenino.
Sí existía una «Stultifera Navis» (Foucault, 1986).
Cuando un loco trasponía los «muros invertidos» -léase tagaretes o
canales- y se tornaba molesto, era trepado en una carreta y debidamente
inmovilizado, se lo transportaba a la cárcel. Tal actitud, podría llevarnos a dudar
del discernimiento de los salteños contemporáneos sobre el otro referente de
la razón, el «alien».
Aludimos en algunas oportunidades a las pautas y normas culturales y a los
castigos que acarreaba su incumplimiento. Por otra parte, los alienados eran pocos y
no se habían convertido aún, en problema social con premura de ser controlado, como
ocurría en Europa, los Estados Unidos e incluso en la ciudad de Buenos Aires.
Cerramos este largo paréntesis para retomar nuevamente las «tres miradas
sobre la locura».
La violencia se aplicaba sin distinción, cuando los síntomas unívocos de
enajenación se hacían visibles. Los autoencargados de la vigilancia -periodistasdescribían en largas columnas los síntomas externos de locura: extravagancia,
escándalos en lugares públicos, fijaciones, gritos destemplados, alucinaciones.
El «alucinado», vergonzante para las minorías no funcionaba como nivelador
social. Todos, dominadores y dominados tenían sus «lunáticos». La acción
diferenciadora se establecía, crudamente, a través de la prensa escrita. Los
periódicos de época ponían de manifiesto un marcado rechazo por el loco. Por
un lado, no lo consideraban un «enfermo», sino un «timbre de alerta», síntoma
externo de vidas licenciosas.
206
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
Hoy percibimos que, bajo el nombre que le demos, se esconden desviaciones
graves. Por le otro, la locura, para la medicina del tiempo y lugar no era ni preocupante
ni posible de explicar. Tampoco se conocían drogas capaces de aliviar los sufrimientos
del enfermo mental. La perturbación que aquejaba a algunas personas, no era
señalada por especialistas, sino por periodistas que denunciaban e infamaban sólo
al perturbado perteneciente a los grupos populares.
1. LOS LOCOS EGREGIOS. LOS LLAMADOS EXCÉNTRICOS
El loco está relacionado con las incidencias internas de su mal, pero lo está
mucho más por las diferencias culturales y sociales. Excéntricos fue el nombre
dado, en libros de autores de época, a los «enfermos mentales» emparentados con
familias de abolengo. Nosotros les llamaremos «locos egregios».
Los desatinos de estos individuos no se publican en los periódicos. No son
infamados. Por el contrario, son personajes considerados divertidos unos y
melancólicos otros, pero siempre dignos de convertirse en centro de relatos de
época y con ello alcanzar status histórico.
José Palermo Rivielo se encargó de inmortalizar a los unos y a los otros,
dedicándoles varias páginas en su libro. Al referirse al primer «loco» lo hace con
respetuosa simpatía y hasta con admiración. Del segundo, en cambio, nos habla
con mesura y recelo.
Primer caso
«EL LOCO WILDE»
«…Wenceslao Wilde este humorista salteño pertenecía a la rancia sociedad
se decía que era ilustrado…entre sus travesuras se dice que un día se
puso de traje de Adán y se colocó en el torno del Monasterio de las
Carmelitas y llamó tirando la campanilla. Las monjas dan vuelta el torno
con el espanto consiguiente atinando sólo a hechar a vuelo las campanas
en demanda de auxilio. La policía detuvo al loco y después de unos días
en la cárcel se le puso en libertad». (Palermo Rivielo, 1938).
Hoy es imposible sondear en la conciencia interna de este alegre
exhibicionista, cuya ocurrencia continúa siendo comentada hoy, cuando se
alude a la Salta de antes. Su vida es narrada por Palermo Rivielo y corroborada,
años más tarde, por Ernesto Aráoz. Los dos escritores convierten a Wilde en
un caso apasionante. Otra de sus originales ocurrencias fue la fundación del
“Club de los Muertos”. Asociación fundada y presidida por él. Estaba integrada
por gente que figuraba por equivocación en la lista de los muertos en la epidemia
de cólera. Con todos ellos organizaba una celebración anual llamada “muerte
periodística”.
Una persona ilustrada, dicen de él sus biógrafos. Nos preguntamos ¿cómo
perdió la adaptación a la vida?, ¿cómo se tornó incapaz de enfrentar la realidad y
adaptarse a sus requerimientos?
207
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
La respuesta obvia estaría en afirmar que las mentes no son homogéneas.
Tampoco sabemos si el intempestivo traslado desde Buenos Aires a Salta mejoró o
empeoró sus conductas.
Sólo nos queda preguntarnos cómo pasaba la mayor parte de su tiempo en
la gran casona. Sus actividades, alocadas para la época, nada nos dicen de sus
conflictos íntimos, sus angustias, sus miedos, su mundo alucinado y solitario. Su
venida a Salta –por no poder ser controlado- en la Gran Aldea provocó desarraigo y
la paulatina pérdida de identidad. Sus salidas “escapes” ¿le servirían como forma
de evitar la soledad y conjurar angustias interiores? Su presencia en las calles
provocaba el goce participante de jóvenes, testigos de sus travesuras que luego
eran comentadas risueñamente en la pueblerina Salta. Libertad-encierro, soledadcompañía. Dicotomías reveladoras. Estar loco implicaba encierro y soledad en la
gran casona. Cuando lograba salir, la fugaz libertad le proporcionaba compañía,
pues era seguido por jóvenes que lo excitaban y acaso hacían que se viera a sí
mismo como un ser cuya misión absoluta era la de divertir a sus acólitos. La pérdida
de adaptación a la vida regular fue la causa para ser tildado de loco. Wilde fue tan
popular que su biógrafo termina su relato con exaltado entusiasmo:
“... ¡Qué tipo!... ¡Qué original! (ídem ant.)
Segundo caso:
«DON HONORATO OLIVA»
Otro loco egregio fue Don Honorato Oliva. Deambulaba por las calles
polvorientas, silencioso, taciturno, solitario. El periódico lugareño –como en el primer
caso- nada dice. Sabemos de su demencia por el autor arriba citado.
“... El mismo caso es el de Don Honorato Oliva que también tenía fama de loco
porque en invierno vestía un traje de seda espumilla y un “panamá”. Cuando
llovía se daba duchas en la calle con traje y todo bajo los chorros de agua que
desagotaban los techos por las características canaletas de lata del Siglo XIX,
que aún existen en las antiguas casas de Salta”. (Idem ant.)
Wilde y Oliva, locos egregios. Simpático exhibicionista, creativo bufo uno,
apesadumbrado y solitario el otro. Pero, los dos, exonerados de sus respectivas
locuras. No son infames, son locos egregios, son excéntricos. Tampoco son objeto
de “finger-pontting”, de ser como dicen los ingleses acusadoramente apuntados
con el dedo por parte de los periodistas. Se ocupan de ellos escritores de época.
Se comentan risueñamente las travesuras de Wilde y se observan con cautela y
curiosidad las extravagancias de Oliva. Todo con mucho respeto. Nada de sembrar
dudas sobre la moral de estos individuos. Estas sospechas eran reservadas para
ser lanzadas –desde las columnas del periódico- sobre los locos provenientes de
los grupos subalternos.
208
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
2. SIMPLEMENTE LOCOS
A las familias de inmigrantes y artesanos de modesta fortuna ligadas por
intereses económicos al grupo áulico, se les aconsejaba si tenían un familiar “privado
de razón”, no hacer evidente su presencia y mantenerlo en su domicilio bajo estricto
control. Escondiendo al loco evitaban la infamia. El derrotero de esas vidas
desdichadas nada interesaba. Lo importante era evitar molestias al público.
Primer caso:
Este primer caso implica el descubrimiento del “alien”, su observación y una
seguidilla de denuncias tras sus esporádicas apariciones.
La primera parte de la nota periodística es una estrategia para realzar la
forma en que terminó la noche memorable por la inoportuna aparición del un loco no
egregio. Veamos como se revela y manifiesta la exclusión.
“...En la retreta (10) del domingo acababa de retirarse la Banda de Música
y parte de la concurrencia femenina, quedando todavía la masculina,
gozando de la hermosa noche ... cuando desentonados y entrecortados
gritos sobresaltaron a la concurrencia al ver al hombre que los profería ...
trataba deshacerse de los brazos de dos caballeros que en el acto lo
sujetaron llevándolo al asiento más próximo. Allí agolpóse la gente para
averiguar quien era el infeliz que lanzaba palabras incoherentes: era
como si quisiera huir de sí mismo o atacar a un enemigo imaginario. Era
Monsieur La Chapelle el que sufría otro de sus ataques” (La Reforma,
1882).
Esta vez la “presencia” que altera el sosiego aldeano, no es la de un excéntrico,
es la de un francés, cuyo nombre y apellido ya son publicados en el periódico. Su
lectura muestra que el problema se venía repitiendo de tiempo atrás. Pese a ello
aún continúan los periodistas llamándolo Monsieur La Chapelle. Las cosas no
quedaron ahí. La atracción del loco por la música lo conducía una y otra vez a la
retreta a pesar de la vigilancia de los parientes. A partir del “preaviso”, roto el pacto
de control, el periódico resuelve darle el trato que se merece. Así pasamos a la
tercera “mirada sobre la locura”.
3. LOCOS E INFAMES
Lo que llamamos “tercera mirada” ya es infamante. Aquél lejano octubre de
1882 La Chapelle dejó de ser Monsieur para convertirse en el “loco francés”. Veamos
como continúa y termina este terrible increscendo.
El francés volvió a dar la nota:
“...se presentó en la retreta tocando una flauta, gesticulando y gritando”.
(La Reforma, 1882).
209
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
A partir de esta aparición las noticias periodísticas comenzaron a ser
constantes y cada vez más escuetas. Finalmente el cronista sugirió “...que los
parientes deben llevar al loco a desafinar su flauta a la playa o al campo”. Monsieur
La Chapelle se había convertido en “infame”.
Veamos el último titular relacionado al caso:
“Accesos
...Dos casos: un loco francés que gesticulaba y grita, y toca la flauta en la
retreta y otro que, suelto por las calles corre gritando y gesticulando.
Pedimos a las autoridades tomen medidas sobre estos hombres que
parecen estar atacados de delirium tremens, enfermedad acompañada
de excesos violentos”. (La Reforma, 1882).
Sabemos que el llamado delirium tremens corresponde a la crisis final de un
proceso provocado e los dipsómanos. Aparece, así la acusación de vicio.
Resumiendo: festejo, curiosidad, desconfianza, privación de identidad,
señalamiento del sujeto y encierro anudan la terrible zaga de la infamación.
Exponemos el caso siguiente no sólo por locura infamante, sino por la
discriminación y racismo de que hace gala el cronista.
“Hasta cuando
Hace años que deambula por las calles el negro Juan Blanqueador, pide
limosna, roba lo que encuentra y divierte a las muchachas con el grito casi
constante de ¡Viva Juan Blanqueador! ¡Abajo el gobierno!. Hemos traído
a colación la historia del negro Juan porque esta raza existe hoy, aunque
su tronco ha desaparecido. Los descendientes algo han blanqueado pero
no moralmente... acabada la paciencia de los vigilantes fue a dar con sus
huesos a la cárcel”. (La Reforma, 1878).
Las respuestas del poder en torno de los problemas expuestos fueron los de
ahondar en moralinas arraigadas en prejuicios tales como, sólo los viciosos llegan
a tan deplorables extremos. Era preciso, además preservar la sensibilidad del grupo
dominante, no exponiéndolos a tan deplorable espectáculo. En páginas anteriores
hicimos referencia a la importancia dada por Foucault a la “topografía del poder”. El
concepto no sólo implica a lugares de internamiento como la cárcel, sino también,
a las zonas de la ciudad por donde circulaba el “patriciado”. La falta de control y de
asistencia social empujaba a estos seres desdichados hacia un destino inexorable:
hambre, cárcel y muerte en absoluta soledad.
EPÍLOGO
A modo de epílogo presentamos algunas conclusiones que servirán para
reforzar cuestiones planteadas a lo largo de la exposición y poder retomarlas en las
investigaciones posteriores. Como factores estructurantes de los encierros podríamos
señalar los siguientes:
210
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
§ En Salta a fines del SXIX, como sociedad paternalista que es, las normas no
son dictadas para el uso del grupo dominante sino para contención y control de
los grupos dominados.
§ A fines del S XIX se ejerce por parte del poder una forma de vigilancia subrepticia,
subterránea, controladora, inclemente y arbitraria. Todo se hacía de acuerdo
con las nuevas teorías de la ley y del derecho de “Vigilar y Castigar”.
§ Las formas de vigilancia aludidas, cuentan entre otras cuestiones con voluntarios
que sirven y actúan como prolongadores del “ojo del poder”.
§ Tan singular forma de vigilancia es, en palabras de Foucault “... una vigilancia
piramidal, vertical, de arriba hacia abajo” (Chibán, 1994), típica de las sociedades
tradicionales para mantener los valores de sumisión, mansedumbre, resignación
y pobreza como cuestiones inmanentes.
§ La ética, monopolio del grupo dominante, fue la base de legitimación de su
poder. Sus integrantes se consideran los árbitros capaces de señalar al “alien”
el camino correcto a seguir en las indefinidas fronteras entre el bien y el mal.
§ Al parecer, no existe entre la “gente decente” individuos con debilidades tales
como el sexo -a pesar de los muchos bastardos reconocidos y otros abandonados
a su suerte-, alcoholismo, histerias, poco espíritu cristiano. En realidad todo es
aceptado mientras se guarden las formas.
§ Los “grupos populares” hicieron efectiva la dominación al aceptarla como un
orden natural impuesto por la Providencia. Tal ideología internalizó tan
profundamente en la sociedad provinciana que el poder actuaba por inercia y
salía de su largo bostezo pueblerino sólo cuando un “alien”, responsable de
crímenes denominados atroces, era juzgado y condenado a muerte.
§ El pensamiento foucaultiano nos permitió analizar un conjunto de cuestiones
que fue necesario constatar. En este aspecto son importantes los conceptos de
Paul Veyne sobre la producción archivística del pensador francés de quien dice:
“... la intuición inicial de Foucault no es la estructura ni el corte, ni el discurso:
es la rareza, en el sentido latino de la palabra: los hechos humanos son raros,
no están instalados en la plenitud de la razón” (Veyne, 1984).
§ Desfilaron por estas páginas delincuentes, pobres, prostitutas, “opas”, locos
egregios y de los otros, protagonistas principales de este primer avance de
investigación. Todos componentes de una heterogénea “fauna” que jamás ocupó
la atención de los historiadores salteños.
CITAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1)
2)
Nos referimos al Seminario que dictó Jorge Lovisolo, «Epistemología de las
Ciencias Sociales», entre los años 1992 a 1995; y al Seminario sobre «Foucault
y la ética», a cargo de Edgardo Chibán, el cual se desarrolló durante el año 1994.
Esta es la descripción del censista: « El habitante de la Provincia es robusto y
poco laborioso, de estatura generalmente mediana, y rara vez gordo, el color
de la clase decente es blanco y pertenece a la raza Española ó Caucasiana, la
otra clase e mestiza y participa de la raza Africana ó Indiana…
211
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
3)
4)
5)
6)
7)
8)
9)
Las Salteñas, las de la clase decente pertenecen á la misma raza Caucasiana,
y son muy blancas y hermosas, y se distinguen por los lindos ojos y cabellos
negros. La otra clase es mestiza y bastante fea y parece mucho al tipo Indiano,
con pocas excepciones». En Registro Estadístico de la Provincia de Salta.
Con el resumen del censo de la Población de año de 1865. Parte Primera.
Registro Estadístico de 1866. Parte Segunda. P. 95.
«Los usos y costumbres de la sociedad culta son más ó menos las costumbres
y usos españoles, algo modificados por las condiciones especiales locales y
por la influencia de las colonias extranjeras, que van imprimiendo poco á poco
sus peculiaridades entre nosotros.
La clase baja conserva todavía gran parte de sus hábitos indígenas, entre los
que descuellan mil preocupaciones absurdas -respecto á creencias religiosas, y una general inclinación al uso de las bebidas fermentadas; aquí el culto á
San Lunes, está en todo su esplendor. En Solá, Manuel (1889, ps. 407-408).
«Gubernamentalidad, y por esto entiendo fundamentalmente tres cosas: 1) el
conjunto de instituciones, procedimientos, análisis y reflexiones, cálculos y
tácticas que han permitido ejercer esta forma específica y muy compleja de
poder que tiene por blanco la población, por forma principal la economía política,
y por instrumentos técnicos esenciales los dispositivos de seguridad (Foucault,
1991, p. 25).
Léase cárcel.
Foucault hace referencia al panóptico de Bentham, «figura arquitectónica
..dispone unas unidades especiales que permiten ver sin cesar y reconocer al
punto» (Foucault, Michel, 1990)
«La clase baja conserva todavía gran parte de sus hábitos indígenas, entre los
que descuellan mil preocupaciones absurdas respecto a creencias religiosas»
(Solá, 1889).
Los Edictos Policiales al investir al patrón con poderes policiales le
permitían tener en sus fincas lugares de encierro para el control de los
peones levantiscos.
Las veredas por esos años tenían respecto de la calzada medio metro de
diferencia hacia arriba.
FUENTES
FUENTES ESTADÍSTICAS
Censo Provincial de 1865
Censo Nacional de 1869
Censo Nacional de 1895
FUENTES ÉDITAS
ARÁOZ, Ernesto (1944) Al margen del pasado. Buenos Aires. Librería La Facultad.
ADET, Walter (1973) Poetas y prosistas salteños. Salta. Eco.
FRÍAS, Bernardo. Tradiciones Históricas.
212
CUADERNOS Nº 13, FHYCS-UNJu, 2000
PALERMO RIVIELO, J. (1938) Reminiscencias salteñas. Medio siglo atrás. Junta de
estudios históricos.
SOLÁ, Manuel (1889) Memoria Descriptiva de Salta.
Constitución Nacional de 1853
Constituciones Provinciales de 1855, 1875 y 1883
Periódico La Reforma (1878, 1879, 1880, 1881, 1882 y 1883)
Edictos Policiales
BIBLIOGRAFÍA
BARTRA R. et al.(1978) Caciquismo y poder político en el México Rural. México. S XXI.
BECCARIA, C (1994) De los delitos y de las penas. Con el comentario de Voltaire (1764).
Madrid. Alianza.
BLANCH, JM. (1986). Psicologías sociales. Barcelona. Editorial Hora.
BOBBIO N et al. (1992) Diccionario de Política. México. S XXI.
CHIBÁN, E (1994) Seminario Foucault y la ética.
CROWCROFT, A (1971) La locura. Madrid. Alianza.
DONCELOT, J (1991) Espacio cerrado, trabajo y moralización. Espacios de poder. Madrid.
Ediciones La Piqueta.
ERASMO (1980). Elogio de la locura. Buenos Aires. CEAL.
ESTERTERSON, A (1977) La dialéctica de la locura. México. FCE.
FOUCAULT, M (1990) La arqueología del saber. México. SXXI.
FOUCAULT, M (1990) La vida de los hombres infames. Madrid. Ed. La Piqueta.
FOUCAULT, M (1992) Genealogía del racismo. Uruguay. Ed. Altamira.
FOUCAULT, M (1986) Historia de la locura en la época clásica.México.FCE.TI yII.
FOUCAULT, M (1986) La verdad y las formas jurídicas. México. Gedisa.
FOUCAULT, M (1983) El discurso del poder. México. Folio Ediciones SA.
FOUCAULT, M (1980) Microfísica del poder. México. Folio Ediciones SA.
FOUCAULT, M (1991) Espacios del Poder. Madrid. Ediciones La Piqueta.
FOUCAULT, M (1990) Vigilar y Castigar.
FOUCAULT, M (1991) Espacios del Poder. Madrid. Ediciones La Piqueta.
213
M. CORBACHO - M.F. JUSTINIANO - A. MANENTE - V. CORBACHO
GRIGNON y et al. (1991). La enseñanza y la dominación simbólica del campesinado.
Madrid. La Piqueta.
HARRIS, M (1985) Introducción a la antropología general. Madrid. Alianza.
JUSTINIANO, MF Notas sobre la importancia y función de las elecciones en Salta. 1880-1883.
Ponencia presentada en el marco de las VI Jornadas Regionales en Investigación y Ciencias
Sociales, organizadas por la Universidad Nacional de Jujuy, Mayo de 2000.
JUSTINIANO, MF Salta entre el Pacífico y el Atlántico (1880-1900). Ponencia presentada
en el marco del IV Seminario Argentino Chileno de Estudios Históricos y Relaciones
Internacionales, organizadas por la Universidad Nacional de Mendoza, durante los días
6, 7 y 8 de octubre de 2000.
LOVISOLO, J (1992-1995) Seminario Epistemología de las Ciencias Sociales.
PORTER, R (1989) Historia social de la locura. Barcelona. Grijalbo.
TODOROV, T (1991) Nosotros y los otros. Barcelona. S XXI.
VEYNE, P (1984). Cómo se escribe la Historia. Foucault revoluciona la historia. Madrid.
Alianza.
WEBER, M (1992) Economía y Sociedad. España. FCE.
214