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FRICCIONES Y COMBINACIONES POLÍTICAS
EN LA MAZATECA ALTA
Camilo Sempio Durán*
Resumen: En algunos municipios con sistemas normativos internos de la Mazateca Alta, Oaxaca,
las autoridades actuales han ocupado sus cargos tras procesos electorales signados por el conflicto y la ingobernabilidad. Esta condición se convierte en una situación en la que la organización del sentido, la experiencia y la acción de autogobierno se ve afectada por la intervención de
instancias electorales estatales que contribuyen a generar un estado de conflicto permanente.
Así, el artículo intenta conformar un diagnóstico de las combinaciones del sistema “usocostumbrista” mazateco como resultado de sus relaciones friccionales con el sistema estatal de elección
de autoridades.
Palaras clave: sistemas normativos internos; procesos electorales; fricción; poder.
Political Friction and Combinations in the Mazatec Highlands
Abstract: In some municipalities in the Mazatec Highlands of Oaxaca which have internal
systems of law, today’s authorities have gained their positions by means of electoral processes
rife with conflict and ungovernability. This becomes a situation in which the organization of
the meaning, experience, and action of self-government is affected by the intervention of state
electoral authorities, which contributes to a permanent state of conflict. Thus, the article attempts to offer a diagnosis of the combinations of the Mazatec system of self-government per
local practices and customs as a result of its friction-ridden relationships with the authorities
of the state election system.
Keywords: systems; internal regulations; electoral processes; friction; power.
INTRODUCCIÓN
E
nmarcados en la intervención
de instancias electorales estatales, los conflictos por el au-
* Programa de Etnografía de las Regiones
Indígenas de México. Equipo Regional Noroeste de Oaxaca, inah y enah (Posgrado en Antropología Social). Línea principal de investigación:
historia de la antropología y de la etnografía.
Correo electrónico:
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togobierno en la Mazateca Alta se
multiplicaron durante el proceso de
elección de autoridades municipales
para el periodo 2017-2019. Hubo superposición de prácticas y discursos
entre los sistemas “interno” y “externo”, las cuales potenciaron los enfrentamientos entre las facciones que
ostentaban la hegemonía representativa. Esta clase de relaciones políticas
actualizan, de acuerdo con Roberto
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
Cardoso de Oliveira (2014a y b) y Anna
Lowenhaupt Tsing (2005), vínculos
históricos de fricción que ahora incluyen, además, la intersección de subjetividades juveniles, femeninas,
profesionistas y militantes que cuestionan las costumbres —no menos que
las normas y roles estatales— y generan nuevos roces. En el mismo tenor,
los efectos de las conexiones entre las
facciones municipales y las instituciones estatales encuentran resonancia en las elaboraciones de Pierre
Clastres respecto de la fragmentación
y restricción del poder colectivo como
consecuencia de la intervención del
Estado, en tanto entidad separada de
la sociedad.
De manera paralela, resistirse a
perder los usos y costumbres no significa renunciar al poder legitimador
del Estado.1 Las facciones en disputa
siempre recurren a los órganos electorales estatales para avalar triunfos
o denunciar irregularidades. Incluso,
las normas estatales son instrumentos
que, en algunas ocasiones, pueden
albergar garantías para aquellas subjetividades marginadas por los sistemas
internos. Empero, como anotara Lila
1
Utilizo sin distinción los términos usos y
costumbres y sistemas normativos internos. Para
ambos casos, y sin considerar sus complejas
variaciones, el significado cardinal consiste en
la posibilidad de escoger las autoridades locales (municipios y agencias) articulando el voto
en asamblea con el cumplimiento de cargos
públicos por una gran parte, si no es que toda,
de la ciudadanía. Para un examen de la amplia
literatura antropológica sobre ambas nominaciones, se recomienda el trabajo de Charlynne
Curiel (2015).
Abu-Lughod (2011), remedando a Michel Foucault (1995), si en todo poder
hay resistencia, en toda resistencia
también se manifiesta el poder; pues
la intervención estatal (jurídica y militar) ha creado nuevas contradicciones
en los sistemas uso-costumbristas al
multiplicar la ecuación poder/resistencia entre sus fracciones.
Así, para abordar estas caracterizaciones aspiro a prolongar la reflexión
sobre las “contradicciones” mazatecas
fijada por Eckart Boege en su formidable libro Los mazatecos ante la nación
(1988), y añado el deseo de “revalorizar”,
con base en Miguel Bartolomé (2003:
2002), “el papel de los estudios situacionales o de diagnóstico”.
El artículo se compone de tres
partes: en la primera se recobran
episodios de la historia de la región
mazateca que expresan el carácter
desigual de las relaciones económicas,
ecológicas y culturales; en la segunda
se recrean situaciones etnográficas
concentradas en las relaciones políticas y, en la tercera, se traza un
diagnóstico de las fricciones cruzando las perspectivas de los autores
mencionados. Por último, una aclaración metodológica: con el objetivo
de lograr una lectura ágil de los testimonios se ha optado por evitar indicar en la nota al pie la fecha y el
lugar de cada uno de sus registros,
ya que todos ellos aparecen contextualizados siendo fruto de diferentes
estancias de trabajo de campo durante los años 2016 y 2017. Asimismo,
por motivos personales aparecen
identificados con las siglas del nombre
y el apellido de sus autores.
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Camilo Sempio Durán
DESARROLLOS DESIGUALES
Y COMBINADOS DE LA MAZATECA.
CENTROS PERIFÉRICOS ÉTNICOS
El mundo mazateco se encuentra organizado en municipios libres [...] Estos municipios guardan entre ellos nexos y
rivalidades que afianzan la unidad en
vez de distanciarlos de la mayoría de los
pueblos. Son hijos de la legendaria
Huautla, de la que se han separado, y en
muchos de ellos la autoridad informal o
los empleos no políticos que requieren conocimientos especiales son empleados por
huautecos, los que gozan del prestigio
proverbial de su origen.
Carlos Incháustegui
La región mazateca ha experimentado una serie de reconfiguraciones
ecológicas y socioculturales a lo largo
de los últimos 500 años, en las que ha
privado, y priva, el desarrollo desigual
y combinado de relaciones económicas,
políticas y étnicas.2 Por región mazateca se entiende un territorio de 2 400 km2
en la parte noroccidental del estado
de Oaxaca —colindante con Veracruz
y Puebla—, cuya población es de 175 970
habitantes (Rubio y Campos, 2016: 7).
Se halla nutrida por un amplio circuito hidrográfico concentrado en las
2
Tomo la propuesta de León Trotsky (1997:
15), quien pensaba que, para comprender las
contradicciones de ciertas naciones ––empezando por la Rusia zarista campesina, semi-proletaria y étnica—, era menester emplear la “ley
del desarrollo desigual y combinado”, la cual
alude “a la aproximación de las distintas etapas
del camino y a la confusión de distintas fases,
a la amalgama de formaciones arcaicas y modernas”. Así, creo que la historia cultural y
ecológica de la región mazateca podría comprenderse articulando esta propuesta.
represas hidroeléctricas Miguel Alemán
y Cerro de Oro, cuyo destino es el Golfo de México. Considerando su geografía, a la región mazateca se la distingue
en baja, caracterizada por el clima
y la vegetación de tipo subtropical, y
alta, donde dominan el paisaje serrano y los climas templados y fríos. En
ambas subregiones conviven grupos
etnolingüísticos nahuas, mixtecos,
ixcatecos, cuicatecos, chinantecos y,
desde luego, mazatecos.3
Para ilustrar la historia de desigualdades en la región cabe recordar algunos sucesos: Eckart Boege (1988: 47),
siguiendo a Francisco del Paso y Troncoso, señala que en la época prehispánica las poblaciones mazatecas eran
obligadas “por los aztecas” a tributar
a los señores de Teotitlán y a las guarniciones de Tuxtepec. Verbigracia,
Huautla de Jiménez tributaba plumajes, brazaletes, arcos, telares, tortillas,
tamales, aves, animales y, como base,
trabajo social, ya que los mazatecos
eran obligados a cultivar una porción
de tierra ajena y a prestar servicios
para los señores principales. Con la
ocupación española, la Corona obligó
a tributar oro e implantó en la región
baja el sistema de haciendas ganaderas, hecho que derivó en la concentración de fuerza de trabajo y en la
subsecuente merma de intercambios
3
La lengua mazateca pertenece a la familia otomangue (Inali, 2017). Marcus Winter
(1986: 105) la clasifica en la subfamilia popoloca y en la familia otomangue, mientras que
Eckart Boege (1988: 9), siguiendo a Mauricio
Swadesh, la ubica en la familia popoloca, subgrupo otomiano-mixteco, grupo lingüístico olmeca-otomangue.
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
de bienes y servicios con las tierras
altas. Entre finales de siglo xix y mediados del xx, los cacicazgos se fortalecieron junto con la imposición de la
producción y distribución de café,
grano que se mantuvo —hasta principios de 1980— como el bien de cambio imperante.
A mediados de 1950, en la Mazateca baja 22 000 personas fueron obligadas a mudar sus asentamientos
debido a la inundación de sus tierras
como resultado de la construcción de
la presa Miguel Alemán. En la Mazateca alta, la producción y el comercio
de café experimentó un auge, promovido por el Estado, acontecimiento que,
junto con la apertura del camino entre
Teotitlán de Flores Magón (cabecera
distrital) y el municipio de Huautla,
provocó que este último tuviera un
crecimiento exponencial respecto de
las localidades vecinas. Ello se reveló
cuando, además de tomar la decisión de
establecer en Huautla las oficinas del
Instituto Mexicano del Café (Inmecafé),
se promovió su protagonismo educativo y político al albergar la Secretaría
de la Educación Pública y el Centro
Coordinador Indigenista correspondientes a la región mazateca, así como
otras dependencias estatales y federales (Neiburg, 1988: 35). Como apuntara Incháustegui (1984: 12), Huautla
se transformó en “la capital intelectual de este mundo” mazateco o, como
observara Boege (1988: 288 y ss.), por
intermedio de estos “aparatos” se
instaló y estimuló una hegemonía
cultural que redimensionó el significado de totalidad étnica. Así, en cualquier caso, Huautla fue consolidando
su hegemonía en la Mazateca alta,
hecho que repercutió en la vida social
y étnica de las localidades vecinas.
Ejemplo de esta supremacía sobre
las poblaciones circundantes es San
Jerónimo Tecóatl, municipio con 1 590
habitantes (inegi, 2015), cuya característica es su fragmentación a causa
de la carretera núm. 182, misma que
atraviesa su centro cívico-político,
religioso y comercial al ladear el cabildo, el templo, la cancha de básquetbol y las tiendas; de hecho, divide las
dos secciones que lo conforman. Quienes atestiguaron el fulgor de la producción y el comercio del café y aquellos
que recuerdan el periodo previo a la
construcción de la pista, afirman que
Tecóatl en aquellos tiempos no era sólo
un sitio de paso, sino que constituía
un “centro” regional con un mercado
vigoroso. En efecto, las pocas fotografías de inicios del siglo xx que se conservan retratan, en el mismo sitio
donde luego se construirá el cabildo,
un pulular de personas y bienes en un
día de plaza; sin embargo, en la actualidad, esta afluencia ya no acontece: el transcurrir de los días permite
observar cómo el movimiento comercial,
nutrido e ininterrumpido es absorbido
por Huautla, incluso el día de mercado (en ambos lugares se lleva a cabo
el domingo) tiene escasa resonancia
local.
Para principios de 1990, el pavimento se extendió desde Teotitlán
hasta Jalapa de Díaz. El tráfico vehicular, mercantil y social aumentó.
A pesar de la merma del comercio del
café en la región, Huautla continuó
dominando la actividad comercial con
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base en los productos llegados de los
municipios vecinos; entre ellos frijol,
manzana, chile, pan, papa, mango, limón,
plátano, ollas, cántaros, comales, pollos
y cacao, así como pescados y carne vacuna traídos de la zona baja.4
A consecuencia de la capitalización
de los flujos comerciales, Huautla
comenzó a experimentar nuevos escenarios de poder y resignificación identitaria. En las elecciones municipales
de 1983, Boege registró la expresión
de relaciones combinadas y desiguales
entre clase, Estado y etnia: “Mientras
que los mazatecos enriquecidos tuvieron que acudir a la forma de gobierno
exterior para mantener su interés de
clase y el del Estado, la resistencia
grupal se identificó con el consejo de
ancianos” (Boege, 1988: 82). Aunque en
sus agencias aún conservan los usos y
costumbres, hoy en día Huautla se rige
por el sistema de partidos políticos;
incluso, prácticas colectivas como el
tequio han comenzado a perder el carácter voluntario y no remunerable. Sin
embargo, esas transformaciones que
activaron la presencia de hábitos, bienes y lógicas no indígenas en la región,
no lograron disuadir el reconocimiento
étnico; de hecho, lo incrementaron,
aunque de manera desigual. Recordemos
que a partir de la gran difusión que
tuvo el estudio (y el consumo) de hongos
curativos y alucinógenos a mediados
de 1950, la chamana María Sabina
destacó en el uso religioso de esas sustancias; así, se desató una ola de visitas
de antropólogos y etnomusicólogos (sin
olvidar a los hippies) que animó el protagonismo intelectual y étnico de Huautla. La expresión más significativa de
ello es la celebración anual del festival
de música, poesía y danza en homenaje a la vida y los conocimientos de María Sabina.5 Al mismo tiempo, se han
ido estableciendo nuevas religiosidades
que al versionar atávicas prácticas
(cantos, curaciones y rituales) han robustecido el centralismo étnico de
Huautla.
En opinión del regidor de cultura
y educación del periodo 2014-2016, es
evidente que Huautla ejerce una hegemonía articulada por las dimensiones económica, administrativa y ritual;
pero, es más evidente que atesora el
patrimonio étnico mazateco. Dirá que
Teotitlán, antiguo señorío prehispánico receptor de tributos, “hace tiempo
que no es indígena”, aunque admita
que allí aún confluyen “hablantes de
4
Si bien en Huautla el día de plaza es el
domingo, los pobladores de los municipios circundantes suelen decir que allí “todos los días
parecen ser de mercado”, pues además de contar con un “mercado municipal”, hay puestos
que ofrecen verduras, frutas, vestimenta, veladoras, artículos electrónicos, artesanías y películas, funcionando de manera ininterrumpida
los siete días de la semana. Además, Huautla
cuenta con cajero automático e infraestructura
para recibir y enviar transferencias monetarias,
factores que atizan la dinámica comercial.
5
Respecto de las afectaciones del encuentro entre el etnomusicólogo Gordon Wasson y
María Sabina, se recomiendan los trabajos de
Magali Demanget (2015) sobre la relación entre el turismo y la migración; de Witold Jacorzynski (2015), sobre el proceso de contaminación
de prácticas religiosas; de María Teresa Rodríguez (2015) sobre el papel del turismo “étnico
o místico” en la economía y política de Huautla
y, por último, un texto de Blanca Mónica Marín
(2015) donde se analiza el festival dedicado a
María Sabina.
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
Figura 1. Ubicación de Huautla y las comunidades aledañas.
Fuente: Elaboración propia a partir de mapa del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
náhuatl y mazateco”. Entrados en el
nuevo siglo, Teotitlán cuenta con 9 876
habitantes (inegi, 2015), una tercera
parte de los 31 551 de Huautla (Inegi,
2015). Aquel atractor mexica de tributos se ha apagado para dar lustre
a un municipio que, a pesar de no ser
cabecera distrital y de reproducir el
sistema de partidos políticos, constituye el centro económico, administrativo y étnico de la Mazateca alta.
Contradicciones étnicas
en los centros periféricos
y en las periferias periféricas
des sociales.6 Nuestra etnografía sigue
una red de relaciones que encuentra en
Huautla su centro, y se anuda por los
municipios “uso-costumbristas” de San
Antonio Eloxochitlán, San Jerónimo
Tecóatl, San Lorenzo Cuaunecuiltitla,
San Mateo Yoloxochitlán, San Pedro
Ocopetatillo y Santa María Chilchotla.
Todos pertenecen al distrito de Teotitlán de Flores Magón, que, junto con
Cuicatlán, conforma la región Cañada. Si se toma Teotitlán como punto
de partida, se llega a los siete municipios siguiendo la transitada y sinuosa
carretera federal núm. 182, bordada
Las estructuras de significado étnico
necesitan de territorialidades que a su
vez cristalizan el desigual juego de centralidades y periferias entre las unida-
6
Sobre la lógica de centros y periferias, así
como la dialéctica de la dependencia que la acompaña, se recomienda el análisis de Atilio Boron
(2003), nombre al cual es pertinente agregar los
de Theotonio dos Santos y Ruy Mauro Marini.
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Camilo Sempio Durán
a una cadena de sierras cuyas cumbres
alcanzan los 3 000 msnm. En ninguno
de los municipios el accidentado terreno ha sido obstáculo para el asentamiento de poblaciones. Lo mismo
casas que milpas, palacios municipales
que iglesias, panteones que escuelas,
manifestaciones de la vida mazateca
que se han amoldado a un terreno generoso para el cultivo y la siembra de
maíz, frijol, chile, café, caña, hortalizas,
duraznos y manzanas, así como para
la cría de animales de corral y la producción de miel de abeja.
De espaldas a la carretera se encuentra Ocopetatillo, con 790 habitantes (inegi, 2015); hasta 2016 en ese
municipio se prohibía (por tradición)
la participación de las mujeres en los
cargos públicos (costumbre derogada
por órdenes estatales). Los residentes
eran los únicos con la facultad de asumirlos, sin embargo, aquí la concepción
de reconocimiento étnico es flexible.
Entrevistado en abril de 2016, S. C.,
presidente municipal del periodo 20142016, afirmaba que sus pares de Huautla “nunca nos invitan a sus fiestas y
nosotros tampoco los invitamos a ellos”;
por el contrario, con Santa María Teopoxco, municipio vecino de 4 224 habitantes (inegi, 2015) y cuya lengua y
costumbres son nahuas, las relaciones
interétnicas y vecinales son más ceñidas e inclusivas, debido a celebraciones e intercambios de bienes y servicios, vínculos que evidencian la
asociación de periferias étnicas y, al
mismo tiempo, el extrañamiento respecto al centro étnico. Estas relaciones
definen las contradicciones de la representatividad étnica-territorial. Por
ejemplo, Teopoxco no está representado en la Guelaguetza, festividad que
organiza el estado de Oaxaca. De
hecho, el único representante de la
región mazateca es Huautla. Así, Teopoxco constituye un espacio náhuatl
fronterizo y a la vez vinculante con la
periferia de la etnicidad mazateca, un
espacio marginal en Oaxaca eclipsado
por un discurso étnico mazateco hegemónico fomentado en Huautla.
La pugna por la hegemonía del discurso étnico se expresa en prácticas como
la danza de los huhuentones (músicos
y danzantes ataviados con ropa de
manta, portando máscaras de viejitos
y un amplio sombrero con un alto cono
en su centro), la cual se lleva a cabo
en la celebración de mayor significancia mazateca: el Día de Muertos. La
disputa por el patrimonio de los huhuentones es inagotable. En el municipio de Santa María Chilchotla,
colindante a Huautla, sus habitantes
aseguran que dicha danza es originaria de allí. Entrevistada en agosto de
2017, R. S., actual regidora de cultura,
fue tajante: “Huautla nos robó los huhuentones, pues son de aquí”. No obstante, como sostiene María Cristina
Quintanar Miranda (2007), todos los
municipios de la alta mazateca se adjudican la potestad de esa danza.
Un caso singular de reciente centralidad étnica es el de San Mateo
Yoloxochitlán, municipio cuya particularidad está vinculada con otro, San
Antonio Eloxochitlán. Hasta 1983
ambos compartían el nombre Eloxochitlán (“flor de elote”). Pero aquel año,
la ciudadanía de San Mateo acordó
diferenciarse y sustituir Elo por Yolo,
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
quedando Yoloxochitlán (“flor de corazón”), “pues aquí”, afirmaba en agosto
de 2017 con voz suave pero firme M. S.,
síndico municipal, “está el corazón de
la sierra mazateca”; un corazón étnico
con 35 años de ser nominalizado.
Por todo lo anterior, conviene seguir
la advertencia de Boege (1988: 21): una
identidad étnica “no se forma sin contradicciones ni sin partes contrarias”.
Sin lugar a duda, Huautla anima estas contradicciones en tanto centro
étnico, administrativo, educativo,
comercial y de salud en la región. Además, se rige por normas de representación social dictadas por el gobierno
estatal, por lo tanto, se comporta al
mismo tiempo como periferia. En suma,
esta red de municipios mazatecos ha
sido tejida por conexiones cambiantes
entre centros y periferias (sea entre
las dependencias estatales y los municipios, entre los mismos municipios,
o bien, entre sus cabeceras y sus agencias), lo cual muestra una combinación
de prácticas y discursos articulados
por relaciones desiguales que evidencian diferentes contradicciones, en sus
bases, como veremos a continuación,
cuando se encarnan en la representatividad y el autogobierno.
COMBINACIONES DE EXPERIENCIAS,
PRÁCTICAS Y DISCURSOS
“USO-COSTUMBRISTAS”. EL USO
(Y DESUSO) DE LA COSTUMBRE
En una región étnica como la mazateca,
el equilibrio precario adquiere una dimensión específica y compleja. En este
caso, como el poder político se manifiesta
dentro de un polo del desarrollo desigual,
se trata no sólo de un poder emanado de
una población mazateca con un territorio
determinado y con economía basada en
la subsistencia y en un proceso de depauperación creciente, sino de su articulación con los poderes suprarregionales y
nacionales.
Eckart Boege
En enero de 2017, el palacio municipal
de Tecóatl estaba clausurado. La puerta de entrada atravesada por cadenas.
Desde su balcón colgaban mantas con
posturas y reclamos: “Los usos y costumbres de San Jerónimo no se venden”,
“San Jerónimo Tecóatl exige al ieePco
[Instituto Estatal Electoral de Participación Ciudadana de Oaxaca] respetar nuestros usos y costumbres”,
“Consejeros del ieePco las elecciones
no son un negocio”. En Tecóatl, el Cabildo se elige de acuerdo con los usos
y costumbres, lo cual no ha sido garantía de consensos. Quizás el único
acuerdo entre los grupos que se disputaban el triunfo electoral para gobernar
el periodo 2017-2019 era evitar la intervención de un administrador municipal.7 Dos facciones se adjudicaban
Debido a los conflictos entre las facciones
que disputaban la elección de autoridades, Tecóatl experimentó a comienzos de 1990 la intervención de un administrador municipal
designado por el gobierno estatal. Esta situación
duró cerca de tres años, hasta que se restituyó
el sistema de asambleas y la elección autónoma
de autoridades. La figura del administrador se
toma con reservas, ya que, bajo la justificación
de aportar objetividad, es común que provenga de otro municipio, quizá con otra lengua
y otras normas, situaciones que agravan la
ingobernabilidad, pues el recién llegado desconoce el contexto local. Señalemos que en la
7
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la mayoría de los votos. Quienes clausuraron el ayuntamiento (los impugnantes) aducían que la otra facción (los
impugnados) obtuvo del ieePco el
oficio de legitimación de mayoría por
medio de un “pago”.
Los impugnados, que se asumían
como triunfadores, habían conformado un cabildo que con rapidez comenzó
a despachar en el domicilio del presidente “electo”. Ni bien uno se acercaba a su puerta, era interpelado por la
secretaria municipal: “¿Qué se le ofrece?”. Luego de comunicarle mi interés
por entrevistar a las autoridades, la
señora indicó a un topil que me condujera hacia un patio donde había una
banca: “Tome asiento”, susurró el topil,
“en un momento lo reciben... las autoridades están en reunión”.
Minutos después me llaman y se
presentan nombrando sus cargos: presidente municipal, síndico y regidor
de obras. La sala funge de oficina; allí
hay distribuidos sillones, mesas, sillas,
papeles y computadoras. La escenografía, así como el trato formal recibido, configuran la creencia de que
estoy siendo atendido por las legítimas
autoridades en un auténtico palacio
municipal. La impresión que ofrecen
estas personas es la de autoridades
en funciones gestionando recursos y
proyectos, debatiendo y recibiendo a
ciudadanos y visitantes externos.
El señor G. G., presidente municipal, extiende una fotografía en donde
se lo ve, junto con su cabildo, “visitando las agencias y atendiendo las deregión no es inusual esta polémica modalidad
de intervención.
mandas de los ciudadanos”, aclara. Al
compartir mis inquietudes sobre la
toma del palacio y el conflicto electoral
y poselectoral, y sobre la experiencia
de despachar en un domicilio particular, al instante el presidente extrae
de su cartera una credencial lustrosa
con el sello del ieePco, su nombre y el
del municipio, su firma, cargo, escudos,
etc.; y con voz cansina desliza: “ésta
es la constancia de mi triunfo”.
Al preguntar por el significado de
los usos y costumbres mazatecos, el
presidente espeta con pragmatismo:
“Los usos y costumbres son parte de
la región. Pero cada pueblo tiene sus
normas”, y enseguida ilustra: “Obtuve
365 votos en la asamblea. Mayoría
según nuestra costumbre”. Sin embargo, cuando le planteo que el grupo
impugnador sostiene que no ha cumplido servicios comunales, se defiende
afirmando haber ocupado los cargos
de policía, tesorero, regidor (sin especificar) y una mayordomía.8
Con un dejo de molestia, el discurso costumbrista es desplazado. El
presidente subraya la presencia, por
primera vez en el municipio, de dos
mujeres en las regidurías de salud y
educación. Sin embargo, cabe indicar
que esta innovación no constituye un
acto de equidad de género impulsado
por las autoridades “triunfantes”, sino
una disposición que regula el gobierno
del estado. Al despedirme y abandonar
8
Aquí me refiero al cargo cívico-religioso
asumido por una familia que consiste en “cuidar”
la imagen de un santo durante un año. Hay
otras mayordomías, por ejemplo, para organizar la celebración de la fiesta patronal.
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
el domicilio se oye, como es costumbre
en ésta y otras regiones, el sonido de
cumbias disparado desde unas bocinas
dispuestas en el techo. Todo indica que
fui recibido por el presidente, una
autoridad que despacha con su cabildo en su casa, pues al fin y al cabo
“cada pueblo” (y cada gobierno, podríamos añadir) “tiene sus normas”.
Usos y costumbres
“¡Fue un soborno, dio dinero a las
agencias para legitimarse!”. Esta opinión dimana del colectivo impugnador,
al cual entrevisté días después de
visitar al presidente. Sus integrantes
sostienen que fue su candidato quien
obtuvo la mayoría de los votos en las
asambleas celebradas según los usos
y costumbres. Defienden la costumbre
de que hombres y mujeres con derechos
y obligaciones comunales puedan participar en las decisiones del municipio.
éstas se debaten y confirman en las
asambleas. Si no hay consenso, se
decide por mayoría a través del voto
a mano alzada.
Los impugnantes argumentan, por
una parte, que el candidato legitimado por el ieePco ha empleado dinero
para cambiar el destino de los votos
entre algunos pobladores; por otra, le
cuestionan no haber cumplido cargos
comunales. Cuando se les comenta que
el impugnado afirma haber servido
como policía, regidor y mayordomo, la
risa, el estupor y la denuncia se mezclan por igual: “¿Policía? ¡Recién es el
primer cargo!”, “¡Es mentira, le faltan
todas las regidurías!”, “¡No ha cumplido cargos importantes!”, “¡No tiene
compromiso con la comunidad!”. Luego de oír esto vuelvo a recordar las
palabras del impugnado y modifico mi
apreciación: no sólo cada gobierno
tiene sus normas, cada facción del
pueblo las tiene.
Réplicas
Para abril de 2017 se registraban 20
conflictos electorales en los municipios
oaxaqueños (ieePco, 2017). En la Mazateca alta fueron tres los municipios
con gobiernos paralizados: Tecóatl,
Ocopetatillo y San Lorenzo este último. Quizás Cuaunecuiltitla constituya el ejemplo más acabado de la
permanencia de conflicto cuya causa
es el proceso de elección de autoridades municipales, pues para agosto de
2017 su palacio municipal continuaba
deshabitado. Su puerta asegurada con
un tronco. Sus paredes escritas con
reclamos que resisten la omisión del
compromiso colectivo y de la participación de las mujeres, consignas
que afirman y reconfiguran las costumbres: “El tesorero electo no cumplió
cargos”, “Exigimos respeto al voto de
las mujeres”.
Similar a lo ocurrido en Tecóatl,
las autoridades acusadas despachan
en el domicilio del presidente. La instalación del gobierno fuera del recinto
oficial se ha transformado en una
opción compartida por estos municipios
en conflicto. Las sillas, las mesas, los
cuadros y los bastones de mando dejan
de ser necesarios para gobernar. Son
gobiernos que desplazan su centro
material y simbólico, gobiernos que
trasladan y recrean, si no es que obvian,
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Camilo Sempio Durán
la objetividad tradicional y material
del poder.
En enero de 2017, una situación
calcada de las anteriores se observaba
en Ocopetatillo, municipio costumbrista y en apariencia tranquilo, visitado
seis meses atrás. A metros de alcanzar
su palacio municipal me interceptó la
voz de un campesino: “¿A quién busca?”,
y, de inmediato, agregó: “¡No hay nadie!”. Al estrechar saludos me cuenta
sobre el conflicto electoral y poselectoral: “El palacio está bloqueado porque el grupo del candidato que obtuvo
menos votos en la asamblea se dijo
engañado y clausuró el palacio”. De
ahí que el candidato ganador, al que
le arrebataron el triunfo, despache en
su domicilio. Al pasar a hacerle una
visita, no lo encontré, pero quienes me
recibieron eran algunos miembros del
“cabildo”: el síndico, el regidor de educación y dos policías. Todos adoptaron
un rol institucional parecido al que
observé en Tecóatl; también fue parecida la acción legitimadora de mostrar
las credenciales y la constancia de
mayoría otorgada por el ieePco. Cuando fueron interrogados sobre la coyuntura política, confirmaron la versión
del campesino. Ellos aseguran ser las
“autoridades legítimas”, aunque deban
atender en un hogar y no en el palacio
municipal; además aseveran que todas
las autoridades, empezando por el
presidente, son simpatizantes de Antorcha Campesina, grupo vinculado al
Partido Revolucionario Institucional
(PRi). No obstante, defienden el sistema “uso-costumbrista”, un sistema que
hasta 2016 impedía el voto de las mujeres en la elección de autoridades y,
como ya se mencionó, prohibición
suspendida por mandato estatal.
Subjetividades gobernantes
emergentes y sus relaciones con, y
más allá de, los usos y costumbres
Cuando visité Ocopetatillo, en agosto
de 2017, su palacio municipal se encontraba en funciones. Al final, el
ieePco avaló el triunfo del candidato
que atendía en su domicilio meses
atrás. L. C., el joven presidente (32
años), de nuevo, está de viaje; sin
embargo, me recibió R. F., regidor de
obras (también joven), quien zanja el
conflicto postelectoral con el siguiente
argumento: la elección se decidió en
dos asambleas y por mayoría de votos.
En la primera (noviembre de 2016),
L. C. obtuvo 324 votos contra 140 de
la oposición, pero al ser impugnada se
realizó una segunda (junio de 2017)
donde L. C. obtuvo 394 votos y la oposición 130.
Le pregunté qué pensaba de los usos
y costumbres y su respuesta, desganada, me sorprendió: “Eso era antes,
con los ancianos, con la experiencia
de los viejos. Ahora [añade con fruición]
son otros tiempos, con otras experiencias de lucha aprendidas de nuestro
presidente, un presidente con experiencia en la organización política
Antorcha Campesina”, grupo al cual
el regidor, pertenece y defiende con
“orgullo”: “Antorcha Campesina nos
enseñó a luchar. Hacemos plantones
y mítines en Oaxaca si no conseguimos
los recursos”. Esto se vincula con su
jactancia de las acciones emprendidas
por el cabildo: alambrado público, le-
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
vantamiento de bardas y gestión de
paneles solares y láminas para techado, todo obtenido a punta de “proyectos” que exigen establecer conexiones
con entidades externas, sean gubernamentales, empresariales o civiles.
Esta subjetividad juvenil se sucita
en espacios y tiempos alternos: “Ahora es distinto”, arguyó el regidor, “ahora” es el momento de la juventud sin
experiencia étnica, pero con una vivencia de lucha asimilada fuera del
municipio y, quizá, con intereses ajenos a Ocopetatillo. Transitar todos los
cargos, cumplir con las obligaciones
comunales y cultivar la sabiduría anciana, “ahora”, no son condiciones
necesarias para gobernar. Con seguridad, no resulta una novedad la experiencia de politización de la juventud
mazateca en corte de vialidades y
presiones sobre los centros políticoadministrativos estatal y federal. Sin
embargo, sus gobiernos han adquirido
rasgos protagónicos a partir de la disputa de prácticas y discursos añosos;
insisto en que esto no significa afirmar
que la subjetividad política juvenil es
nueva (aunque evito emplear términos
como “sujeto” o “identidad”, justo porque aún no se observa una conciencia
colectiva étnica entre los protagonistas),
o negar que podría ser un camino para
obturar el fenómeno de la migración,
sino que “ahora” comienza a dominar
la gobernabilidad local entablando
relaciones fluidas y complejas con el
Estado y las organizaciones civiles,
afectando prácticas y discursos “usocostumbristas”.
Estas jóvenes subjetividades indígenas emergen, como en Ocopetatillo,
de estructuras en apariencia tradicionalistas que, a primera vista, se
resquebrajan de manera acelerada.
Recuerdo que, en tono natural, el
presidente anterior (trienio 2014-2016)
sostenía que Ocopetatillo se regía por
“costumbres políticas”, lo cual significaba que sólo los hombres gobernaban
cumpliendo cargos de manera escalonada, aconsejados por ancianos cuya
probidad y conocimiento respecto de
las prácticas tradicionales era ejemplar.
Sin embargo, luego de algunos meses,
esas flamantes jóvenes autoridades se
habían formado en la política fuera
del municipio y sin haber cumplido
con los servicios comunitarios, una
juventud que acabó recurriendo al
ieePco para resolver una disputa de
autogobierno con otras facciones del
municipio, integradas, tal vez, por
aquellos viejos defensores de las normas tradicionales de postulación, elección y ejercicio del gobierno.
Una situación de subjetividad
política similar, y a la vez muy diferente, se presenta en San Antonio
Eloxochitlán. También joven, E. Z. es
la única presidenta en los municipios
de la región (sin embargo, no es la
única en ocupar algún cargo, ya que
en el trienio 2017-2019, hay 32 mujeres cumpliendo servicios en la Mazateca alta), de hecho, es la primera
en cumplir dicho cargo en Eloxochitlán, municipio que “por tradición”
excluía la participación femenina de
las decisiones vinculadas a la gobernabilidad local, así como del trabajo
comunitario; es decir, “por costumbre”
las mujeres eran segregadas de la
política y la economía comunitarias.
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Camilo Sempio Durán
En la actualidad, las costumbres se
han transformado, aunque no han
desaparecido. En Eloxochitlán existe
un consejo de ancianos (shuta chinga
o chontaj chinka) que tiene cabida en
la regulación de las acciones de gobierno. Hasta décadas atrás, en el
consejo se concentraba “el poder económico, social, político y religioso
mazateco” (Boege, 1988: 58). Incluso,
se lo ha identificado como “forma de
gobierno original” (Boege, 1988: 73),
solventado en alianzas y acciones de
reciprocidad. Alrededor del consejo se
articulaban “experiencias de democracia campesina y étnica” (Boege,
1988: 292), y cuando se celebraban
elecciones municipales su labor era
fiscalizar que los candidatos cumplieran diferentes cualidades: ser respetuoso, nunca haber rechazado cargos
(en lo posible, haber cumplido todos),
ni tampoco haber faltado a los trabajos colectivos, hablar el mazateco y
hablar, leer y escribir el español, y
tener cualidades de orador para los
discursos (Boege, 1988: 77).
E. Z. se enorgullece de ser la primera mujer en integrar el consejo de
ancianos, acontecimiento que indica
una mutación en esta entidad tradicional. Potenciando esto último, junto
a la presidenta gobierna un vicepresidente, cargo inusual ocupado por un
hombre mayor. Por ende, si bien las
señeras subjetividades políticas no han
desaparecido, sí han experimentado
una apertura. Quizá por ello E. Z. comparta con el regidor de obras de Ocopetatillo el descontento respecto de los
sistemas “uso-costumbristas”; pero
emplea un calificativo diferente: el
problema no radica en que “eso era
antes”, sino en que sean “cuadrados”,
subraya la presidenta.
Ahora bien, la génesis de esta joven
subjetividad política femenina encarnada en E. Z. es reciente y no menos
que violenta. Todo inicia en una disputada asamblea celebrada a mediados
de 2011 en el centro de Eloxochitlán,
donde se logra consensuar el Estatuto
comunitario de la participación de la
mujer en el cumplimiento de cargos
civiles. Este suceso significó una transformación radical, pues como se dijo,
hasta ese momento las mujeres, si bien
poseían el derecho de estar presentes
y votar en las asambleas, eran excluidas de toda posibilidad de intervenir
con propuestas propias, con lo cual su
participación se reducía a la elección
enajenada de opciones que, en general,
no las representaban. Sin embargo,
los grupos afines a las autoridades
municipales de ese entonces promovieron el rechazo al Estatuto y a sus
promotores, rechazo que se conjugó
con un creciente hostigamiento cuyo
punto álgido llegó en 2014, con la persecución, encarcelamiento y tortura
de la ahora presidenta —y el asesinato de uno de sus hermanos— por haber
impulsado el Estatuto. Ante esta brutalidad, el gobierno estatal ordenó la
intervención de un administrador
municipal que gobernó, cuidado por
el ejército, hasta la elección de las
autoridades actuales; hasta entonces,
E. Z., ya en libertad, obtuvo la mayoría de los votos en asamblea abierta
a la ciudadanía.
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
Compartimentación y contradicción
entre el sistema “externo”
y el “interno”
Análogo desenlace al de Ocopetatillo
se dio en Tecóatl. En agosto de 2017,
siete meses después de visitarlo en su
domicilio particular, el presidente se
halla flanqueado por todo el cabildo
en el despacho principal del palacio
municipal. El poder resolutivo del
sistema externo lo favoreció; sin embargo, para ello perjudicó a la facción
uso-costumbrista. Contrario a lo que
se espera, las 15 autoridades presentes defienden que las decisiones tomadas en las asambleas sean resultado
de consensos, “algo propio de los usos
y costumbres” asegura una de ellas.
No obstante, todas acuerdan que las
costumbres son diferentes en cada
municipio. Esta advertencia apunta
a la ineficiencia de las normas electorales estatales al intentar homologar
leyes “que en cada municipio son distintas”, señala la regidora de educación.
Esa opinión transparenta una simultaneidad entre una combinación
desigual y una contradicción instrumental. De un lado, las políticas son
diferentes entre los municipios, pero
al mismo tiempo confluyen al oponerse a la intervención de instancias estatales. Además, los integrantes del
Cabildo recalcan que la principal contradicción se da entre el “derecho constitucional y la autonomía indígena”,
lo cual potencia el juicio sobre la ajenidad de las reglas electorales: “Aquí
lo que vivimos es muy diferente a las
normas estatales”, añade el presidente; sin embargo, estas normas no siem-
pre son negadas, incluso se admiten
valoraciones opuestas para calificar al
Instituto Electoral Estatal (“ignorante” e “irrespetuoso”, así como “legitimo”
o “garante de equidad”). De ahí que
las contradicciones no sean insuperables sino instrumentales, pues se permite una simultaneidad de prácticas
y discursos diferentes o enfrentados.
A propósito de esta simultaneidad,
nos gustaría remedar una inquietud
de Lila Abu-Lughod (2011: 193): “¿cómo
podríamos explicar el hecho de que
las mismas facciones rechazan y recurren al sistema electoral estatal,
sin considerarlo como ‘falsa conciencia’?”. Una posibilidad es ocupar la
noción de “compartimentación” utilizada por June Nash (2008: 33 y ss.)
para captar la articulación, y no el
sincretismo, de sistemas de creencias
y conciencias con raíces diferentes.
Esta noción concuerda con nuestros
casos donde no identificamos novedades o identitarias resultantes del
encuentro de sistemas culturales, sino
el encuentro mismo (la “compartimentación”) de relaciones, prácticas y
discursos en las subjetividades políticas mazatecas que articulan lo local
con lo estatal e internacional (si contemplamos la apelación al derecho
internacional).
Es seguro que a través de la noción
de compartimentación podemos apreciar de otra forma el contradictorio
enunciado del presidente de Tecóatl:
“Los usos y costumbres son parte de
la región. Pero cada pueblo tiene sus
normas”. De igual modo, quizá podamos comprender por qué el mismo
presidente, acusado de incumplir los
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Camilo Sempio Durán
usos y costumbres, condene la intervención ¡del principal afectador de
las costumbres!: “El estado viola la
autonomía municipal”, dirá; una violación, recordemos, que acabó legitimando su triunfo electoral.
Asambleas: prácticas
en recomposición y lentes
para las contradicciones
Con el mismo veredicto, pero con premisas y argumentos diferentes, la
presidenta de Eloxochitlán sostuvo
que por encima de cualquier regulación estatal o federal se halla el Derecho de Autodeterminación de los
Pueblos Indígenas (establecido en
los artículos 3 y 4 de la Declaración
de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas,
acordada en la Asamblea General en
2007). Es probable que las asambleas
constituyan las prácticas nodales de
esta norma. De hecho, para E. Z., “la
asamblea propone y decide”, es un
fenómeno en sí con estatutos de ciudadanía propios. En Eloxochitlán, con
4 135 habitantes (inegi, 2015), las
reuniones pueden congregar entre
1 200 y 2 400 personas. El voto es a
mano alzada, pero dada la magnitud
de la participación, como sucedió en
el reciente proceso electoral, el voto
se expresa formándose detrás de los
candidatos en filas de 50 personas.
Hay municipios donde la articulación entre las costumbres y las
prácticas externas de decisión pública producen asambleas combinadas.
Santa María Chilchotla, con 20 328
habitantes (Inegi, 2015), es un ejemplo.
Sin embargo, a diferencia de Eloxochitlán, en Chilchotla la votación de
autoridades en las asambleas se realiza a partir de la selección de una de
las planillas donde se enlistan los
nombres de las personas a ocupar el
cabildo; por ende, se le obstruye al
ciudadano la posibilidad de elegir los
candidatos por separado. Así, las
asambleas logran revelar las contradicciones entre prácticas externas e
internas, así como los conflictos entre
qué mantener (y qué no) de las costumbres, y qué incorporar (y qué no)
de las normas externas.
De hecho, las asambleas no sólo
cristalizan las contradicciones, también
las potencian. La participación de las
mujeres en aquéllas constituye una
acción friccional frente a las costumbres excluyentes. Similar a lo experimentado en otros municipios, en algún
tiempo en Tecóatl no era costumbre
que las mujeres votaran en las asambleas sobre asuntos públicos. En la
actualidad, con la ampliación de sus
derechos, las mujeres comenzaron a
experimentar contradicciones en el
seno mismo del carácter de ciudadanía;
por ejemplo, si bien en las asambleas
municipales participan con los mismos
derechos y obligaciones que los hombres, en las reuniones de una de sus
agencias, Los Naranjos, sólo tienen
derecho a participar los hombres y las
mujeres que son madres solteras. De
ahí la factible situación de una mujer
con derecho a participar en un consejo municipal, mas no en una de su
agencia.
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Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
LAS FRICCIONES DEL PODER
O LOS PROCESOS ELECTORALES
COMO GARANTES DE CONFLICTOS
¿Qué huellas dejan en los sistemas
municipales “uso-costumbristas” las
relaciones —a veces instrumentales,
otras incontrolables— con el sistema
normativo electoral estatal? En principio, la confusión sobre los valores y
las tradiciones políticas, desde las
cualidades requeridas para ser autoridad hasta quiénes gobernaban y cómo
lo hacían en tal o cual época; pero, en lo
principal, estas relaciones perpetúan
la conflictividad derivada de la lucha
por el (auto)gobierno.
En sintonía con los análisis de la
bibliografía sobre otros municipios
(Curiel, 2015), nuestras etnografías
evidencian que el interés por la dinámica electoral municipal ha atizado
las oposiciones representativas, haciendo de la ingobernabilidad un acontecimiento que invade gran parte de
la vida social; pues más que gubernamental, la dinámica de elección de
autoridades acaba siendo étnica. Que
tres municipios, de un conjunto de ocho,
hayan presentado conflictos significa
más que una cifra porcentual media
o una indeseada coincidencia. Actualizan una condición histórica entre
normas indígenas mazatecas e instituciones estatales no indígenas. ¿Cómo
explicar esta condición?
A inicios de 1960, Roberto Cardoso
de Oliveira (2014a: 60), a propósito de
las relaciones de oposición en Brasil
entre la sociedad indígena (tukuna) y
la sociedad que la rodea (nacional),
advertía que no se trataba de “rela-
ciones entre entidades contrarias, sólo
diferentes o exóticas, unas en relación
con las otras; sino contradictorias, es
decir, que la existencia de una tiende
a negar la de la otra”. A estas contradicciones históricas (y ontológicas)
Cardoso de Oliveira las caracterizó con
el término fricción interétnica. En el
caso de la región mazateca, esta fricción
retrataría la contradicción entre la
autonomía uso-costumbrista y la legitimación política-jurídica estatal.
Pero esta fricción puede no derivar
en la exclusión, ya que expresa el contacto “entre dos poblaciones ‘unificadas’
mediante intereses del todo opuestos,
incluso interdependientes, por paradójico que esto parezca” (Cardoso, 2014b:
153). La paradoja se comprende si
aceptamos que la oposición no tiene
por finalidad eliminar sino incorporar.
Las diferentes subjetividades mazatecas se ven obligadas a articular un
sistema político (valores, procedimientos y agendas) producido más allá de
sus territorios y costumbres; situación
que dinamita el autogobierno porque
el “poder tradicional” se transfigura
“cuando la sociedad indígena se inserta en otra más grande, más poderosa,
que le quita [...] su autonomía” (Cardoso, 2014a: 61).
Esto recuerda una polémica tesis
de Pierre Clastres: “Las sociedades con
Estado están divididas en dominadores y dominados, mientras que las sin
Estado ignoran esta división”, puesto
que las últimas carecen de un “órgano
de poder separado” de la sociedad (1981:
112). Ejemplo de las sociedades “sin
Estado” son los grupos yanomami de
la selva amazónica venezolana; en ellos,
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Camilo Sempio Durán
“no hay órgano de poder separado de
la sociedad, porque es ella quien lo
detenta como totalidad” (Clastres, 1981:
115). Claro que los municipios mazatecos conviven “con el Estado”, pero
las conflictivas consecuencias de la
convivencia coinciden con las razones
de la resistencia yanomami: la intervención estatal no sólo interrumpe la
autonomía indígena, sino que desfigura una cultura al transformar su
estructura ontológica y política. Aunque entre los yanomami el poder reside en la jefatura (entre los mazatecos
pudiera ser en el consejo de ancianos
o en el cabildo), ésta sólo es el sitio
“supuesto, aparente del poder. ¿Cuál
es el lugar real?”, se pregunta Clastres:
“El propio cuerpo social que lo detenta
y ejerce como unidad indivisa”, responde, y agrega que este poder “se ejerce
en un sólo sentido, anima un sólo proyecto: mantener indiviso el ser de la
sociedad, impedir que la desigualdad
entre los hombres instaure la división
en la sociedad” (Clastres, 1981: 116);
división, por desgracia, experimentada en las sociedades mazatecas y promovida por la intervención estatal.
En este tenor, Boege aducía que,
debido a la ausencia de “formas de
gobierno unificadoras la etnia no discute ni presenta una actitud (como
grupo) hacia el exterior que sea, a la
vez, integradora hacia el interior” (1988:
288). En efecto, a diferencia de la yanomami, pero semejante a la tukuna,
la experiencia mazateca muestra que
las “sociedades en oposición, en fricción,
tienen también dinámicas propias y
sus propias contradicciones” (Cardoso,
2014a: 60). Por ello, las relaciones
entre el sistema político estatal y el
municipal no sólo han nutrido históricas fricciones, sino que han instalado una lógica de fragmentaciones
internas.
Desde luego, estas fragmentaciones
también son contradictorias, ya que
en ocasiones se acompañan de transformaciones reivindicables como la
equidad de género en los derechos y
las obligaciones comunales. Aunque
en general son resultado de la producción de poder en tanto dominio e instrumentalidad de voluntad, las fricciones
no sólo instalan una dominación. Como
arguye Anna Lowenhaupt Tsing, las
fricciones también constituyen “cualidades incómodas, desiguales, inestables y creativas de la interconexión
a través de la diferencia” (2005: 4).9
Esta ambigüedad nos conduce al
poder. Inspirada en Michel Foucault,
Lila Abu-Lughod escribió que “el poder
es algo que no sólo funciona negativamente, negando, restringiendo, prohibiendo y reprimiendo, sino también
positivamente, produciendo formas de
placer, sistemas de conocimiento, bienes y discursos” (2011: 182). Así, el
poder, semejante a la fricción, produce negatividad y positividad, incluso,
goce. Esto complementa una presunción ya sugerida: los conflictos derivados de las formas de concebir y ejercer
la representación colectiva modelan
el comportamiento cultural más allá
de la dinámica electoral. El estado
permanente de las disputas por el
control de los gobiernos municipales
9
La traducción es del autor del presente
artículo.
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61
Fricciones y combinaciones políticas en la Mazateca alta
mazatecos, ha normalizado un ejercicio de poder que no es absorbido con
exclusividad y pasividad desde fuera
(el Estado, el ieePco, Antorcha Campesina, etc.), sino que también es
producido por la misma ciudadanía
mazateca.
No obstante, a pesar de la permanencia de conflicto, ésta ha robustecido la producción de poder; a su vez,
como problematizara con lucidez Foucault, “donde hay poder, hay resistencia” (1995: 116). Si bien la reproducción
del autogobierno implica establecer
conexiones con el sistema electoral
—sea acatando sus resoluciones, sea
denunciando irregularidades—, esto no
evita que las facciones beneficiadas y
las perjudicadas compartan la resistencia a la intervención estatal. Saben que
su presencia no sólo se corporiza en la
figura de un administrador municipal
o en el sello de una resolución que legitima o impugna una asamblea, sino
que su participación instala hábitos
de pensar y socializar una forma de
poder que atenta contra su autonomía.
Aquí sobresale otro perfil. Como
anotara Abu-Lughod, si “donde hay
poder, hay resistencia”, entonces la
resistencia no es externa al poder, con
lo cual la ecuación se invierte: “donde
hay resistencia, hay poder” (2011: 183).
Esta inversión sirve para usar “la resistencia como diagnóstico del poder”
(Abu-Lughod, 2011: 182) en las costumbres mazatecas, lo cual es provechoso para examinar los escenarios
donde, como hemos visto respecto a
la participación de las mujeres y de
los jóvenes, las mismas resistencias
“uso-costumbristas” presentan disi-
dencias internas. Recordemos las
palabras de la regidora de educación
de Tecóatl: “Las leyes en cada municipio son distintas”, y éstas no siempre
son representativas de toda la población. No se discute que la heterogeneidad es una acción constituyente del
reconocimiento étnico, pero aquí se
trata de una heterogeneidad estructurada por conflictos entre sistemas
externos e internos, así como entre
subjetividades internas (masculino y
femenino, joven y viejo, costumbrista
y renovador, etcétera).
Ahora bien, es evidente que las relaciones de fricción, fragmentación y
heterogeneidad se supeditan a una experiencia de desigualdad fundamental:
la hegemonía. Según Boege, “hegemonía” es el acto de situar a todos los
“grupos sociales al unísono con el
proyecto o proyectos nacionales” (1988:
230), hoy en día, un proyecto de profesionalización de la política que se
alimenta con base en un dispositivo
electoral legitimado por instancias
estatales. A pesar de enmarcarse en
los sistemas normativos internos, se
ha hecho costumbre que los conflictos
electorales se resuelvan en tribunales
del gobierno de Oaxaca. Esto implica,
como se vio, formar subjetividades
políticas con prácticas y en situaciones que desbordan a las tradicionales
y que, como advertía Boege, estén
emergiendo en tanto “clase” que “participa en los organismos de mediación
política”, una “clase dirigente regional
que reorganiza la hegemonía cultural
y la necesidad de vincular a las masas
con los aparatos nacionales” (Boege,
1988: 230). Tres décadas atrás, Boege
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Camilo Sempio Durán
denunciaba que la “organización política, social y simbólica” de los mazatecos estaba “sometida a un proyecto de
desarrollo regional exterior” (Boege,
1988: 286). Luego del reconocimiento
constitucional del derecho de autodeterminación de los pueblos indígenas,
se ha querido creer que ese diagnóstico se ha debilitado; pero ocurre lo
contrario, el sometimiento ha evolucionado en la instalación del conflicto
permanente por el autogobierno. Pareciera que todas las luchas (por la etnicidad, la religión, la tierra, las creencias
o la tradición) acaban encadenándose
al conflicto por el poder de gobernar.
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