Revista de Artes y Humanidades UNICA
ISSN: 1317-102X
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Universidad Católica Cecilio Acosta
Venezuela
Mendoza Araujo, Juan; Salas, Marielys Coromoto
La universidad venezolana frente a la globalización
Revista de Artes y Humanidades UNICA, vol. 9, núm. 23, septiembre-diciembre, 2008, pp. 149-161
Universidad Católica Cecilio Acosta
Maracaibo, Venezuela
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Revista de Artes y Humanidades UNICA
Año 9 Nº 23 / Septiembre-Diciembre 2008, pp. 149 - 161
Universidad Católica Cecilio Acosta · ISSN: 1317-102X
La universidad venezolana frente a la globalización
MENDOZA ARAUJO, Juan
SALAS, Marielys Coromoto
Universidad Alonso de Ojeda
Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Nacional
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Las universidades venezolanas afrontan grandes retos en el
proceso de globalización. Este proceso no es nuevo, pero se ha potenciado en los últimos años con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Es decir, las tecnologías
de punta y su aplicación al campo del masivo intercambio de los conocimientos que se van generando en distintas partes del mundo y
que se intercambian y retroalimentan entre sí. Esto representa un
acercamiento sin precedentes entre grupos de investigación ubicados en distintas universidades dentro de los más recónditos puntos
del planeta y que ha conllevado a un proceso de internacionalización
de saberes conocido como sociedad del conocimiento.
Así mismo, las tecnologías de la información y la comunicación en el campo económico y comercial han potenciado el desarrollo de los mercados globales, escenario ahora conocido como
proceso de globalización. Este proceso ha estado signado fundamentalmente por las políticas de liberalización de los mercados y
el manejo de todo tipo de servicios como si fueran “mercancías”
factibles de ser compradas y vendidas sin ningún tipo de restricción. En el año 2001, los 144 países miembros de la Organización
Mundial del Comercio suscribieron, por primera vez en la historia,
Recibido: Julio 2008
Aceptado: Agosto 2008
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en Qatar, una declaración que incluye la liberación del mercado de
los servicios, incluyendo la educación superior.
El proceso de globalización también trae consigo un importante reto para los países del tercer mundo, puesto que las nuevas
realidades obligan a las empresas de los países subdesarrollados a
competir en condiciones desiguales con las grandes empresas e industrias de los países desarrollados.
Evidentemente, para poder competir dentro de las nuevas
realidades del mundo globalizado, los países subdesarrollados deben realizar un gran esfuerzo para potenciar las capacidades locales, lo que sólo puede realizarse repotenciando tanto el sistema de
ciencia y tecnología e innovación como el sistema educativo en todos los niveles.
Parte sustancial de la preocupación de los dirigentes y académicos de las instituciones públicas y privadas, en Venezuela, consiste en insertar las Universidades a este proceso no tan novedoso,
pero que de diversas formas evidencia las fortalezas y debilidades
presentes en el escenario donde se produce la ciencia, la tecnología
y la innovación, y se forman los recursos humanos.
Por otra parte, preocupa a los gobiernos de los países subdesarrollados el problema de la posible pérdida de identidad cultural,
debido a la transculturación generada por los intereses políticos y
económicos que mueven las estructuras de poder de los países desarrollados, a través de la influencia de las grandes corporaciones
transnacionales.
Adicionalmente, la capacidad económica y financiera de las
grandes transnacionales les permite la captación de profesionales
ya formados en los países del tercer mundo, a muy bajo costo y con
un período corto de entrenamiento, y la posibilidad de adecuarlos a
sus necesidades de mano de obra especializada, con lo cual se descapitaliza intelectualmente a nuestros países.
Esta inquietud se acrecienta con el nacimiento de las tendencias hacia la liberalización de los mercados de servicios educativos
a través de acuerdos internacionales en el sector comercial, promoviendo la educación como “mercadería comercial”, en contraposi150
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ción a la concepción tradicional desde la cual la educación es considerada un bien público. Esta dicotomía plantea uno de los grandes debates en torno a la globalización, no exento, además, de gran
carga ideológica.
Es necesario controvertir el problema de la supuesta liberalización de la educación superior como servicio “comercializable”,
en los mismos términos en que se plantea el comercio de bienes y
servicios, puesto que este modelo educativo conlleva a una especie
de privatización a ultranza de la educación que –asociado al concepto de la no siempre tan palpable necesidad de reducir el tamaño
del Estado y de lograr los equilibrios macroeconómicos–, se refleja finalmente en una reducción del gasto público en educación.
Estas políticas han dado como resultado una disminución de
la calidad y de la cobertura de los sistemas de instrucción con lo
cual, a la vez, se incrementa el número de excluidos del sistema
educativo en todos los niveles. Lo que, dadas las cifras que en
América Latina reflejan un aumento de los excluidos, es motivo de
preocupación para la UNESCO, e incluso para el Banco Mundial y
el Banco Interamericano de Desarrollo.
Se hace notorio que Venezuela, como país subdesarrollado,
debe determinar en cuáles términos es conveniente para sus intereses nacionales adscribirse a esa globalización del mercado educativo. En particular, debe preverse cuáles serán los posibles impactos
y si éstos afectarán favorable o desfavorablemente tanto a las instituciones universitarias como al país en general.
Se debe, entonces, analizar la situación actual de la educación superior en nuestro país, de forma tal que se determinen las
condiciones de las universidades en cuanto a su capacidad para
equipararse y competir con las universidades de los países desarrollados y definir las medidas a tomar para construir un sistema de
ciencia y tecnología –y un sistema universitario– que pueda afrontar exitosamente estos nuevos retos.
Al respecto, cabe indicar que, desde hace aproximadamente diez años, los organismos oficiales han señalado que Venezuela tiene un déficit de más de veinte mil investigadores, y a niRevista de Artes y Humanidades UNICA z
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vel de los docentes universitarios el número de doctores no supera
el 20%, mientras que a nivel internacional se exige que las universidades, para que sean consideradas de alto nivel, tengan un mínimo de 94% de doctores. Se evidencia la desventaja de nuestro sistema universitario frente a las universidades de Estados Unidos y
de Europa.
Neoliberalismo versus capital social
Moreno (2004) señala que la primera generación de reformas
diseñadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial (BM), en coordinación con la banca acreedora internacional,
se integraron dentro del llamado Consenso de Washington (1989), y
estaban orientadas a asegurar los equilibrios macroeconómicos de los
países deudores latinoamericanos para asegurar, de este modo, el
pago de la deuda a los organismos financieros internacionales.
En otras palabras, se implementaron las políticas públicas del
FMI –libertad y apertura de mercados, privatizaciones, desregulación del flujo de capitales, del tipo de cambio y de las tasas de interés, y flexibilización del mercado de trabajo– con el objetivo fundamental de equilibrar las finanzas públicas y de garantizar los remanentes que permitieran cumplir con los pagos de la deuda externa.
Este primer grupo de reformas implementadas en los primeros años de la década de los 80, trajo graves consecuencias sociales
y un fuerte impacto sobre el sector productivo interno al perder
competitividad, tanto en las empresas de bienes y servicios como
en el sector industrial. Buena parte de las fallas fueron atribuidas a
un mal manejo interno de los gobiernos por el subdesarrollo político y la ineficacia burocrática, entre los cuales se señalaban los escándalos en los procesos de privatización, la corrupción de políticos y empresarios y el exceso de regulaciones burocráticas; pero
también generó desinversión en el sector educativo y de salud, e
incrementó del desempleo; y, en consecuencia, se profundizó la
exclusión social, la corrupción, la pobreza y la marginalidad social
que, a su vez, generó mayores niveles de delincuencia e inseguridad personal.
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Así mismo, tanto en el Banco Mundial (BM) como en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), empezaron a surgir preocupaciones por los resultados estadísticos de los procesos sociales
de la región. Con vista en los lamentables resultados de la primera
generación de reformas neoliberales, con la iniciativa del Banco
Mundial, se generó a partir de los inicios de los años 90 un nuevo
grupo de reformas enfocadas a cambios estructurales, paralelas a
las recetas de corte neoliberal, pero sin considerar a fondo el problema que se estaba generando con la descapitalización social y
económica de los países de América Latina. Esta segunda generación de reformas enfatizaba la necesidad de crecimiento con equidad social y desarrollo sostenible a largo plazo.
Para el BM era necesario reducir el tamaño del Estado de
modo que los gobiernos costaran menos, fueran más eficientes y
no interfirieran con el libre desenvolvimiento de la economía y de
la sociedad; gobiernos que se concentraran en garantizar servicios
de seguridad social, salud, educación y obras públicas en forma
eficiente. Adicionalmente, se recomendaba la descentralización de
poderes, la eliminación de controles excesivos y la transformación
de los sistemas judiciales para garantizar la transparencia y el combate a la corrupción, con el fin de lograr un manejo más eficiente
del gasto público y atender los problemas de servicios sociales y el
desarrollo del capital humano. El BM también recomendó la flexibilización del mercado laboral y la elaboración de programas de
capacitación para los trabajadores, con el fin de mejorar su rendimiento y su competitividad.
Desafortunadamente esta segunda reforma no contribuyó a
revertir las consecuencias generadas por las medidas neoliberales.
Por el contrario, se ha seguido incrementando el desempleo y la
pobreza y, en consecuencia, el crecimiento de la exclusión social.
Ante los fracasos de los programas impulsados por el FMI, surgió
una nueva visión de desarrollo liderado por algunos expertos como
Kliksberg (2004), quien postula que el desarrollo tiene que significar no solamente grandes ganancias para las grandes empresas
mundiales y para los grandes capitalistas locales, sino que tiene
que significar, también, ganancias para los habitantes y sus condiRevista de Artes y Humanidades UNICA z
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ciones de vida. Visto así, entre estas ganancias destacan el derecho
a la educación y a vivir una vida decorosa, pues, de lo contrario, no
estamos haciendo absolutamente nada con este supuesto desarrollo que es, más bien, un crecimiento sin desarrollo.
En esta nueva visión del desarrollo, la tarea fundamental va a
ser la transformación cualitativa del sistema educativo, puesto que
el elemento clave será la capacidad para generar, absorber, difundir y utilizar prácticamente el conocimiento. De hecho, la principal
fuente de aumento de productividad de las economías desarrolladas es la capacidad para trabajar con el conocimiento. Se requiere
atender el desarrollo de la investigación científica, la preparación
de científicos y los aspectos estructurales de la capacidad científico-técnica orientada hacia la innovación. Adicionalmente, se considera que tanto los gobiernos como las universidades deben trabajar en el desarrollo de la cultura de preparación y ejecución de proyectos, de mucha importancia en el desarrollo de la capacidad para
recibir recursos de diversos organismos, tanto nacionales como internacionales; para generar eficacia, sistemas de control y seguimiento, y hacer la evaluación de los resultados y la retroalimentación de las propias enseñanzas en la ejecución de los programas.
Como puede verse, es en estas nuevas tareas en lo que debe
comprometerse el país en su objetivo de desarrollar capital social.
Las universidades están llamadas a asumir el compromiso, puesto
que tanto el desarrollo de la ciencia y la tecnología y la innovación,
como la formación de profesionales y el desarrollo de investigadores, son tareas de su competencia. Esto les corresponde tanto por
su naturaleza como por su compromiso legal con el gobierno y con
el Estado, y por su compromiso social ante el país.
Como parte de esta nueva visión de desarrollo de capital social hay que destacar el compromiso que tienen las universidades
de incorporar la ética en sus currículos, puesto que hay que superar
el concepto de ciudadanos egoístas que solo buscan su bien particular, sin importarles que sus beneficios fueran logrados a costa de
perjuicios para otros miembros de la sociedad; para trascender a
una sociedad de hombres que practica la solidaridad, el respeto a
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los derechos de los demás y de la sociedad, y el respeto al hábitat y
al medio ambiente.
La necesidad de enseñar la ética se ha generado a partir de la
constatación de que los grandes escándalos financieros de los últimos tiempos fueron cometidos precisamente por profesionales
graduados en las mejores universidades del mundo, bajo la concepción de que podían conseguir sus ganancias sin preocupación
alguna por las consecuencias que se ocasionaran a la sociedad. Entre ellos el emblemático caso de la Enrom, evento durante el que un
reducido grupo de ejecutivos financieros llevaron a la quiebra la
corporación, arruinando la vida de más de cuarenta mil jubilados
que habían cifrado sus esperanzas en la compra de acciones de la
empresa, tal como lo señala Stiglitz (2004) y Kliksberg (2004).
La cultura política latinoamericana sigue “caracterizada por la
ausencia de valores éticos, poca transparencia en la gestión pública
y presencia recurrente de la ineficiencia y escándalos de corrupción” (Moreno, 2004:155). La gran enseñanza derivada de éstos y
otros episodios similares es que las universidades deben promover
la ética como uno de los valores fundamentales de la actuación de
los profesionales, porque son graduados universitarios quienes ejercen el liderazgo en sus diferentes campos de acción, y debe haber liderazgo ético en la política, liderazgo ético en la ciencia y tecnología, liderazgo ético en el campo empresarial e industrial, y en todas
las dimensiones y campos de actuación del ser humano.
La sociedad del conocimiento
La emergencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y
la información ha producido cambios estructurales en la economía
mundial. Se está dejando atrás el modelo de desarrollo estrictamente
basado en el uso de la energía y la industrialización, para orientarse
hacia la sociedad del conocimiento. Este cambio de paradigma se
basa en el creciente uso de la información y el conocimiento, en la
toma de decisiones, en la formulación de planes y estrategias y en el
manejo de la producción de bienes y servicios, por un lado; y, por el
otro, en la modernización de las instituciones educativas, en la transRevista de Artes y Humanidades UNICA z
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formación de los planes curriculares y en la creación y desarrollo
de políticas económicas industriales y tecnológicas.
Como puede verse, mientras que la sociedad industrial había
estado dirigida, primordialmente, hacia el crecimiento económico
y la maximización de la ganancia, la sociedad del conocimiento requiere del desarrollo humano y el manejo del conocimiento a través de las nuevas tecnologías. Rincones (2003) destaca que los sistemas de computación e informática han permitido crear nuevas
infraestructuras basadas en sistemas de telecomunicaciones que, al
facilitar el flujo de información, han potenciado el desarrollo de
los mercados globales.
En la actualidad, los ejecutivos de las grandes corporaciones
industriales pueden supervisar sus negocios internacionales, tomar
sus decisiones y ejecutarlas de manera electrónica en tiempo real.
Esto exige a los países subdesarrollados organizarse en bloques
comerciales y preparar su recurso humano para participar y sobrevivir en mercados globales altamente competitivos, aunque esto es
imposible si no se mejora la calidad y la productividad del sistema
educativo, para formar los profesionales que dominen los conocimientos y las tecnologías que sustenten aumentos sostenidos en la
producción de bienes y servicios, y manejen flujos de información
automatizada para la eficaz y eficiente toma de decisiones.
Lo anterior refleja que el crecimiento económico y el desarrollo social dependerán cada vez más del desarrollo de talentos,
de la actitud y compromiso, del saber hacer, del saber aprender y
de las capacidades de innovación de los nuevos profesionales. En
consecuencia, el crecimiento económico de los países subdesarrollados va a depender fundamentalmente de la inversión que hagan
en el desarrollo de talentos y en la transformación y modernización
de los currículos en las universidades. En tal sentido, los informes
del Banco Mundial, desde principios de los años 90 consideran
prioritario: incrementar la calidad de la enseñanza de la investigación; mejorar la respuesta de la educación superior a las demandas
del mercado laboral y a las cambiantes demandas económicas, e
incrementar la equidad.
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Pero la sociedad del conocimiento, como subproducto de la
globalización, también ha generado polémicas. Desde un punto de
vista crítico, Morín y otros (2003) señalan que, si bien es cierto que
las tecnologías de la información y la comunicación se encuentran
al servicio de la acumulación de riquezas de las grandes corporaciones transnacionales, no es menos cierto que también sirven de
soporte para la internacionalización de los movimientos sociales
dedicados a protestar y a criticar las prácticas antiecológicas de los
grupos transnacionales, las políticas de los gobiernos y las sociedades que violan los derechos humanos y el crecimiento exponencial del hambre, entre otras.
Movilidad social y exclusión
Según el documento estratégico del Banco Mundial, de
1999, la educación es uno de los factores que determinan por qué
algunas personas tienen mayores ingresos que otras. Quienes han
tenido poca educación tienden, también, a ser menos productivos y
más propensos al desempleo y a la marginación económica y social que las personas con más educación. Venezuela se encuentra
entre los países que tienen bajo nivel de ingreso per cápita correlacionado con el bajo índice de instrucción de un alto porcentaje de
su población. No obstante, la paradoja radica en que la educación
es un medio poderoso para reducir la pobreza y la desigualdad,
pero sin equidad en el ingreso también puede conducir a la exclusión y la marginación (Mendoza, 2004).
Las cifras del Banco Mundial sobre gastos de educación
como porcentaje del PIB y matrícula total en Venezuela, en los últimos veinte años, también reflejan deterioro en la calidad y en la
cobertura de este sector. Esto genera casos de inequidad que afectan principalmente a los pobres de las zonas rurales y a los indígenas, debido al aislamiento geográfico; así como la prematura movilización de los hijos hacia actividades que generen ingresos y la
falta de programas complementarios.
En América Latina, por ejemplo, el 40% de los niños de las
zonas rurales no termina la educación primaria, mientras que en las
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zonas urbanas esta cifra es del 17%. Los profesionales, por su parte, representan el 15% de la población, pero sus hijos representan
el 45% de la matrícula de la enseñanza superior: los hijos de los
profesionales tienen más oportunidad de acceder a los estudios
universitarios.
Las desigualdades relacionadas con los ingresos se reflejan
en el acceso a la educación y a la asistencia escolar y, cuando ésta
es posible, en lo que se refiere al aprovechamiento de la enseñanza
dispensada.
Así, pues, para la UNESCO la educación es un determinante
de la calidad de vida, así como de la productividad y de la posibilidad de conseguir empleo. En la situación actual, en la cual las oportunidades de los niños dependen tan directamente de la posición socioeconómica de sus padres, no puede menos que desembocar en
una pobreza hereditaria. Es por ello que, para el Banco Mundial, uno
de los desafíos que se presentan en América Latina es el problema
de las desigualdades en el acceso a la educación en todos los niveles.
El reto más importante para los gobiernos latinoamericanos
debe ser, entonces, contribuir a resolver el problema de la inequidad
y la injusticia social, particularmente en lo atinente a la cobertura y a
la calidad de la educación, al desarrollo de un sistema de ciencia y
tecnología y de un sistema universitario eficiente y de alto nivel.
La competitividad de las universidades
latinoamericanas
El tema de la globalización es necesario abordarlo en toda su
extensión, debido al reto que tienen las universidades de los países
subdesarrollados de competir con las instituciones de educación
superior de países desarrollados. Para competir es evidente que
nuestras universidades deben transformarse de tal modo que un
salto cualitativo las lleve a equipararse a las universidades de los
países altamente desarrollados.
Ahora bien, ¿qué es lo que diferencia a las universidades latinoamericanas de las universidades de los países desarrollados? Se158
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gún Burton Clark (1994), desde su creación en el siglo XII, las universidades han pasado por dos grandes hitos revolucionarios. El
primero, conocido como la revolución humboldtiana (Universidad
de Berlín, 1810), consistió en la creación del paradigma de la universidad investigadora y creadora de conocimiento, con lo cual se
sustituía el viejo modelo de universidad que enseñaba el pensamiento aristotélico o la concepción religiosa como conocimiento
establecido, definitivo e incuestionable; y el segundo, la revolución generada por la creación de las escuelas de postgrado en las
universidades norteamericanas en el último cuarto del siglo XIX.
En particular, la creación de los estudios de doctorado en las
universidades norteamericanas fue lo que potenció el desarrollo de
la investigación, la creación de ciencia y tecnología, y la formación de investigadores en forma masiva, amplia, sostenida y sistemática. La característica que diferenciaba estas escuelas de postgrado del modelo europeo era el sistema escolarizado que permitía
formar y madurar doctorantes en grupos y así incrementar no sólo
el número de investigadores y aspirantes a doctores sino, también,
el número de proyectos de investigación.
En este modelo, los estudiantes se convertían en asistentes de
investigación de sus profesores; y, de este modo, mientras las universidades europeas seguían utilizando el modelo de doctorado individualizado graduando doctores en forma elitesca a cuentagotas,
las universidades norteamericanas prácticamente masificaron los
programas de doctorado. Esta masificación fue posible debido a la
falta de controles existentes en el sistema norteamericano, mientras que en Europa prevalecía el llamado “sistema napoleónico” de
universidades regidas y fuertemente controladas por el Estado.
Para comienzos del siglo XX, ya Estados Unidos se había colocado a la cabeza del desarrollo científico y tecnológico en el
mundo, posición en la cual se afianza, cada día más, a tal punto
que, las universidades norteamericanas, hoy día, gradúan más de
treinta y cinco mil doctores por año, y esto representa evidentemente más de treinta y cinco mil investigaciones de alto nivel terminadas por año. Una de las consecuencias de esta revolución es
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que, desde los años 80, el profesorado de las universidades norteamericanas está constituido por profesores-doctores casi en un
100%. Solo en casos excepcionales admiten, interinamente, profesores no doctores, mientras concluyen sus estudios de doctorado.
Lo anterior es una importante diferencia entre las universidades de los países altamente desarrollados y las universidades
de los países subdesarrollados. De hecho, en las universidades
venezolanas, en su conjunto, el porcentaje de profesores-doctores aún no llega al 25% (OPSU, 2004); y desde hace más de una
década en los informes del CONICIT, los expertos señalan, reiteradamente, que en Venezuela hay un déficit de más de veinte
mil investigadores.
Coincidencialmente, una de las conclusiones del Primer Encuentro Internacional de Rectores Universitarios Iberoamericanos,
celebrado en Sevilla, España, en mayo de 2005, refiere que las universidades latinoamericanas tienen un altísimo déficit de profesores-doctores, lo cual equivale a decir que ni el profesorado universitario tiene el nivel competitivo que se requiere a nivel internacional, ni las universidades están en condiciones de producir el número de investigaciones requeridas para que tales instituciones puedan hacer una contribución importante al desarrollo de los países
de América Latina.
Por lo anterior se puede afirmar que, si el nivel académico de
las universidades latinoamericanas, se mide por el nivel académico de sus profesores, el resultado es definitivamente lamentable. Y
este es, probablemente, el mayor reto que deben enfrentar los gobiernos latinoamericanos conjuntamente con el liderazgo académico y, en especial, con las autoridades de las instituciones universitarias. El salto cualitativo que requieren las universidades latinoamericanas depende del apoyo financiero de los gobiernos, tanto a
universidades públicas como privadas, y de la acelerada elaboración y ejecución de planes de formación doctoral.
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