El eterno devenir del ser en el filo de la navaja
Carlos Rivera Lugo
Catedrático
Boaventura de Sousa Santos afirma que vivimos en una era que no es
conducente a la autoflexión. La complejidad de las cuestiones ante las cuales
nos enfrentamos como sociedad y como individuos, así como la rapidez y el
alcance de las transformaciones que se viven, oscilando entre la barbarie y el
progreso, no parecen hallar un ambiente cultural propicio para la búsqueda de
respuestas, sobre todo cuando dichas respuestas parecen no estar al alcance
del paradigma de la modernidad.1 Las respuestas anidan en otra parte.
Según el filósofo alemán Martín Heidegger, lo preocupante es que, a
pesar del estado del mundo y de nuestra sociedad, todavía no estamos
reflexionando sobre lo que tenemos que pensar.2 Por todos lados, se exige que
el ser humano actúe más que pensar, sobre todo en el mundo de lo jurídico y lo
político. De ahí seguramente la pobreza actual de ambos, pues se ha preferido
un actuar sin pensar demasiado en lo que se hace. Se pretende que centremos
nuestra atención en lo espectacular, lo interesante, lo inmediato, lo conveniente,
aunque ello sea banal e intrascendente. Lo que da que pensar, da que pensar,
nos dice Heidegger. El ser humano no le dirige suficiente atención a lo que
requiere ser pensado. Y esto que da que pensar, a su vez, parece ocultarse.
Pero, no desaparece. La apariencia engaña. Lo que da que pensar sigue allí
aunque no pensemos en ello.3 Según José Martí: “De pensamiento es la guerra
mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento.”
De ahí lo francamente subversivo del presente coloquio y de todos los
que le precedieron, los cuales se dedicaron a reflexionar críticamente, más allá
del paradigma de la modernidad, a pensar sobre lo que da que pensar, en la
esperanza de que nos permita entender mejor el mundo que se transforma a
nuestro derredor, y contribuir humildemente a dichos cambios, desde una
perspectiva ética comprometida con la plena emancipación del ser humano. Así,
reflexionamos sobre la potenciación de una nueva conciencia jurídica
postmoderna al son de ese “terrorismo discursivo” contenido en la consigna: ¡Ni
una vida más para la toga!4 Pensamos sobre el fin del Derecho moderno y la
1
Boaventura de Sousa Santos, “Can Law be Emancipatory”, en Boaventura de Sousa Santos,
Toward a New Legal Common Sense: Law, Globalization and Emancipation, Butterworth,
London, 2002, p. 439.
2
“Lo que más merece pensarse es que nosotros todavía no pensamos; todavía no, aunque el
estado del mundo se hace cada vez más problemático.” Martín Heidegger, Qué significa
pensar, Editorial Trotta, Madrid, 2005, p. 16.
3
Ibid, p. 20.
4
Sobre el particular, véase mi ensayo “¡Ni una vida más para la toga! Hacia una conciencia
jurídica postmoderna”, en Carlos Rivera Lugo, La rebelión de Edipo y otras insurgencias
forja de un nuevo paradigma de regulación y educación social. Reflexionamos
sobre la violencia nuestra de cada día, en todas sus formas y manifestaciones.
Pensamos sobre los dilemas de la soberanía y las tensiones correspondientes
entre el Estado soberano y el individuo soberano. Y hoy nos damos a pensar
sobre la memoria individual y colectiva, la vigilancia del Estado y el sujeto
desechable a propósito del XXV aniversario de la película Blade Runner.5
Cuando el compañero Daniel Nina me informó inicialmente de su
intención de dedicarle esta quinta edición del Coloquio, me pareció en extremo
arriesgado. Me preguntaba, ¿a quién además de él le interesa en Puerto Rico
dedicarle tres días a pensar sobre el contenido temático de un filme de cienciaficción? El éxito rotundo de este coloquio da testimonio contundente de que lo
que da que pensar, crecientemente desea ser pensado por cada vez más
personas. La apuesta reflexiva del compañero Nina ha resultado una vez más.
Sobre todo, su agudo ojo crítico le permitió identificar ese excelente pretexto
para este nuevo encuentro reflexivo que constituye la película Blade Runner.
Pues, inspirada en la novela titulada Do Androids Dream of Electric Sheep?
del estadounidense Philip K. Dick6, la adaptación fílmica dirigida por el también
estadounidense Ridley Scott da ciertamente mucho sobre que pensar.
La novela de Dick se escribe en 1968, precisamente en el contexto de la
revolución cultural y antisistémica que da inicio en ese año y que,
esencialmente, marca el preludio de la revolución posterior contra los poderes
instituidos, desde el Estado liberal-capitalista hasta el Estado burocratizado del
socialismo real, desde las relaciones autoritarias que se manifestaban en la
sociedad (por ejemplo, en torno al género, lo racial, lo étnico, entre otros) hasta
las relaciones autoritarias que se daban al interior de la familia y en el seno, del
matrimonio y las relaciones de pareja.7 Según Félix Guattari y Antonio Negri,
con él se reabre “el ciclo de la revolución”. Dicen al respecto:
“1968 expresa la reapertura material-objetiva y la cristalización de
la conciencia crítica de las mutaciones acontecidas en el interior de
la fuerza del trabajo y el mundo de la producción. Esta toma de
conciencia surgió ante todo como rebelión y apertura de
posibilidades diversas frente al crecimiento económico, su
impasse, sus crisis y los movimientos de rechazo que lo han
acompañado. La fuerza esencial de la revolución de 1968 residía
en el hecho de que, por primera vez en la historia de las rebeliones
humanas contra la explotación, su objetivo no fue una simple
emancipación, sino una auténtica y verdadera liberación. Los
jurídicas, Ediciones Callejón, San Juan, 2004, pp. 137-154, así como Daniel Nina (ed.), Ni una
vida más para la toga, Ediciones Callejón, San Juan, 2006.
5
Ridley Scott (dir.), Blade Runner (The Director’s Cut), Warner Bros., Burbank, CA, 1991.
6
Philip K. Dick, Do Androids Dream of Electric Sheep?, Del Rey Books, Random House, Inc.,
New York, 1968.
7
Véase, por ejemplo, a G. Arrighi, T. K. Hopkins e I. Wallerstein, Movimientos antisistémicos,
Ediciones AKAL, Madrid, 1999, pp. 83-98.
2
movimientos alcanzaban un nivel de globalidad que sólo podía
asumir un tipo de toma de conciencia correspondiente al
compromiso dentro de un proceso histórico de singularización. Por
primera vez han comenzado a coincidir con este grado de
intensidad, dentro del mismo torbellino subversivo, los
macrocosmos molares y los microcosmos moleculares.”8
Por otro lado, surge una creciente conciencia ecológica que pone en
entredicho también las relaciones agresivas y destructivas que el ser humano
mantiene con el medio ambiente, es decir, “el desequilibrio existencial entre el
ser humano y su contorno natural”, como lo describe el sociólogo chileno
Fernando Mires.9 Todo ello abrió paso al presente despertar y potenciación de
los saberes propios de los grupos y sectores subalternos, y la conciencia
creciente entre éstos del poder que encierra ese saber alternativo para la
transformación radical de sus circunstancias. A partir de esta insurrección de
saberes, como magistralmente la calificó Michel Foucault10, la historia quedó
configurada, cada vez más abiertamente, por la infinidad de historias que
habitan a su vez en ella. Y estas historias singulares fueron encarnadas y
corporalizadas. Refiriéndose al 1968, abundan Guattari y Negri:
“Pero esta formidable experiencia fue también un símbolo: la
revolución era entendida entonces como optimización de
singularidades, como una entrada en la era de la existencia contra
el desastre de la situación presente de sus formas de dominio. La
corporalidad de la liberación se situó en primer plano. Insurrección
de los cuerpos como expresión de la subjetividad, como
encarnación de la materialidad de los deseos y de las necesidades,
como promesa para el futuro, como imposibilidad de separar la
naturaleza colectiva del desarrollo y de la singularización de sus
fines. Insurrección de los cuerpos, como liberación efectiva de las
gigantescas fuerzas productivas que el hombre, hasta entonces no
hacia más que dirigir contra sí mismo. 1968 representa la vertiente
subjetiva de la producción: es una ‘interpretación’ a gran escala del
tejido social que disloca las problemáticas políticas precedentes
sobre el terreno de la representación en tanto que proyecto
singular de liberación.”11
En fin, el amor y la solidaridad surgieron como opciones al cálculo económico y
al individualismo burgués. Así lo describe el escritor mexicano Carlos Fuentes,
al referirse a la Revolución de mayo de 1968 en París:
8
Félix Guattari y Antonio Negri, Las verdades nómadas & General Intellect, poder
constituyente, comunismo, Ediciones AKAL, Madrid, 1999, p. 28.
9
Fernando Mires, La revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad, Editorial Nueva
Sociedad, Caracas, 1996, p. 92.
10
Michel Foucault, Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2000,
pp. 20-26.
11
F. Guattari y A. Negri, ibid, pp. 35-36.
3
“Cafés, bistros, talleres, aulas, fábricas, hogares, las esquinas de
los bulevares: París se ha convertido en un gran seminario público.
Los franceses han descubierto que llevaban años sin dirigirse la
palabra y que tenían mucho que decirse. Sin televisión y sin
gasolina, sin radio y sin revistas ilustradas, se dieron cuenta de que
las ‘diversiones’ los habían, realmente, divertido de todo contacto
humano real. Durante un mes, nadie se enteró de los embarazos
de la princesa Grace o de los amores de Johnny Halliday, nadie se
sintió constreñido por el dictado sublimante de la publicidad a
cambiar de auto, reloj o marca de cigarrillos. En lugar de las
‘diversiones’ de la sociedad de consumo, renació de una manera
maravillosa el arte de reunirse con otros para escuchar y hablar y
reivindicar la libertad de interrogar y de poner en duda.”12
Ahora bien, los sesentas son una era en que el ser humano vuelve a
interrogarse intensamente sobre su existencia. Junto a un Che Guevara
convocándonos a pensar lo imposible, estuvo también un Jean-Paul Sartre
advirtiendo sobre las contingencias del proyecto existencial de todo ser
humano.13 En cuanto a la impugnación que se hace del sistema prevaleciente,
el filósofo existencialista francés invita a la contestation. No hay libertad sin
contestation. No hay saber sin cuestionar. La única manera de existir es
cuestionando.
De ahí que Dick se pregunte: ¿Qué es lo real? ¿Qué es lo humano? ¿En
qué radica la autenticidad en el ser humano? Aspira a recuperar al ser del olvido
y de las trivialidades en las que se le ha hundido, a merced de las alegadas
bondades del mercado. Asimismo, se enfrasca en una confrontación filosófica
con Dios a quien no le perdona lo absurdo de la condición humana: al igual que
los androides, tiene sus días contados, aunque la fecha exacta le está vedada,
sólo su creador la sabe. La existencia está continuamente amenazada por el
peligro de la nada.
Sobre la mortalidad humana, nos señala Zygmunt Bauman:
“El mayor descubrimiento realizado por la especie humana, el
descubrimiento que la hizo tan especial y que destruyó para
siempre su paz mental y su sensación de protección, fue la
mortalidad: la muerte universal, inevitable, intratable que esperaba
a cada miembro de la especie. Los humanos son las únicas
criaturas vivientes que saben que van a morir y que no hay manera
de escapar de la muerte. No todos ellos deben ‘vivir la muerte’,
como afirmó Heidegger, pero todos ellos viven sus vidas a la
sombra de la muerte. Los humanos son las únicas criaturas
12
Carlos Fuentes, Los 68, París-Praga-México, Random House Mondadori, México, 2005, pp.
25-26.
13
Véase, por ejemplo, la obra de Jean-Paul Sartre, El ser y la nada.
4
vivientes que se saben marcadas por la transitoriedad, y como
saben que sólo son temporarias, también pueden –debenimaginar la eternidad, una existencia perpetua que, a diferencia de
la suya, no tiene principio ni fin. Y una vez que se ha imaginado la
eternidad, es evidente que las dos clases de existencia tienen
puntos de contacto, pero carecen de bisagras o remaches.”14
Decía Baudelaire que Dios es un escándalo, aunque un escándalo
rentable para los que viven de él. Lo mismo puede decirse de la familia, el
estado-nación, la patria: son imaginarios rentables y representativos de la
eternidad aquí y ahora, es decir, respuestas artificiosas creadas por la sociedad
para aplacar en algo la angustia de la mortalidad humana. La subsunción de
cada vida mortal individual en estas entidades alegadamente perpetuas sirve
para posibilitar la trascendencia más allá del fin de la propia vida. La familia, el
estado-nación y la patria vienen a saciar nuestra sed de inmortalidad. Son
ilusiones colectivas, “estructuras de eternidad” que nos permiten trascender la
transitoriedad de la vida individual. Sólo así evitamos sentirnos como el
extranjero de Albert Camus, existencialmente solos, indefensos, desprotegidos
frente a la muerte, de cara a la nada.15 Pero, qué sucede en una era en que
dichas estructuras agotan su función de proveer sentido a las vidas individuales
de los mortales, en que sus hipocresías y mentiras quedan al desnudo, pues,
entonces, como bien afirma Bauman, “los individuos nos quedamos solos,
obligados a lamerse sus propias heridas y a exorcizar sus miedos en soledad y
aislamiento”.
Más allá de criticar el juego de dados que Dios juega con los mortales,
Dick le reprocha al ser humano su alienación: al igual que los androides se ha
convertido en una maquina que no reflexiona ni siente empatía por su
semejante. Es el caso de los nazis o de las huestes de Pol Pot, así como la de
tantos otros ejemplos de pérdida total de empatía humana, es decir, del
sentimiento humano básico de piedad hacia el dolor del otro, la capacidad de
sentir en su propio ser el sufrimiento del otro.
Para Jean-Jacques Rousseau, la piedad surge de “esa repugnancia
innata a ver sufrir a un semejante” y está hermanada al sentimiento de mutua
conservación de la propia especie humana.16 Constituye un sentimiento básico
14
Zygmunt Bauman, En busca de la política, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,
2006, p. 40.
15
Albert Camus, El extranjero, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
16
Rousseau, J. J., Discours sur l’origine et les fondemens de l’inégalité parmi les hommes,
Oeuvres complètes, Libro III, Pléiade, Gallimard, París, 1964, pp. 154-156. Según Matt Ridley,
existe evidencia científica en el sentido de que el ser humano está motivado para algo que
trasciende el mero interés propio, sino que existe un sustrato genético, que algunos identifican
con los sentimientos morales, que inclina a éste a obrar virtuosamente y, en función de ello a
entablar relaciones sociales contractuales basadas en principios de reciprocidad que faciliten la
vida social. Esto lo lleva a preguntarse sí acaso las ideas de Rousseau no habrán infiltrado la
genética humana. Véase su interesante obra titulada The Origins of Virtue: Human Instincts
and the Evolution of Cooperation, Penguin Books, New York, 1996, pp. 130-144.
5
consustancial a la condición humana. Semejante el filósofo ginebrino, Jacques
Derrida describe la piedad como la “raíz del amor por los demás”.17 Ahora bien,
la ausencia de piedad es la señal distintiva del androide. Y aunque la capacidad
de amar y sentir compasión es definida por Dick como la diferencia crucial entre
el ser humano y la maquina, vemos como éste juega dialógicamente con el
destino de ambos, hasta el punto de sugerir que el androide, hecho a nuestra
imagen y semejanza, puede experimentar sentimientos humanos a partir del
cultivo de la memoria y la conciencia de sí mismo. La identidad pasa por una
transvaloración para acoger la valoración de la diferencia, es decir, la identidad
se repiensa dialógicamente desde la diferencia.
Por ejemplo, cuando Rachael es confrontada por Deckard, quien le hace
tomar conciencia de que es un androide, y así ella toma conciencia de la
precariedad y fugacidad de su condición. Peor aún, pierde su identidad,
construida a fuerza de una memoria y unos recuerdos que ahora se da cuenta
que son artificios del creador para potenciar su sensibilidad, sensibilidad que
ahora sólo le provoca la angustia por su condición fundada en la diferencia. Y
es que ella también posee un deseo por vivir y en ello es igual al ser humano.
En cambio, el héroe de la historia, Deckard, es policía, su función es
“retirar” a los androides que violan la ley. Es un cínico cazador de androides, un
pistolero a sueldo a cambio de no ser “little people”, como le advierte su
superior, el Capitán Bryant. Vive continuamente en el filo de la navaja. En la
soledad y el silencio de su apartamento se le ve forcejeando con el deseo de
darle sentido a su vida. Se va dando cuenta de que unos y otros, humanos y
androides, quieren lo mismo de la vida, se hacen las mismas preguntas: ¿Quién
soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Su lugar en la división social del
trabajo le ha hecho perder su humanidad. El hecho de que el Capitán Bryant
pretenda que él también “retire” a Rachael, sólo ahonda su deshumanización y
creciente angustia. Será, curiosamente, Rachael la que finalmente le despierta
a Deckard su deseo por vivir más allá de ese momento en que le va arropando
la sospecha de que tal vez él también sea un androide, sólo que no está
consciente de ello, al igual que le ocurrió a Rachael. Ella ha aprendido, al igual
que él, que la angustia constituye al fin y a la postre el elemento posibilitador de
la autenticidad. Siento, luego soy, sentencia Federico Nietzsche. Sufro, luego
soy, propone en cambio Milan Kundera.
De esta manera, Scott aspira a comunicarnos que está de acuerdo con
Deckard: los androides son tan humanos como los humanos. Rachael lo
comprueba cuando salva a Deckard de ser asesinado por el androide Leon.
Demuestra así haber desarrollado la empatía o compasión propia de los
humanos, sobre todo a partir del amor que siente crecientemente hacia Deckard.
De paso, ella misma intuye la posibilidad de que el mismo Deckard sea androide
y le pregunta si acaso no ha tomado él la prueba de empatía que acostumbra
administrar para detectar a los androides.
17
Jacques Derrida, De la gramatología, Siglo XXI Editores, México, 1986, p. 221.
6
De ahí lo significativo de lo dicho por Gaff, el compañero Blade-Runner de
Deckard, al final cuando se despide felicitando a su colega por haber hecho “un
trabajo propio de un verdadero hombre”. A la vez, añade que es una pena que
Rachael como androide, no podrá vivir y añade: “Pero, al fin y a la postre, ¿quién
vive?” Posteriormente, Deckard descubre que Gaff estuvo en el apartamento,
donde también estaba Rachael, y que no la “retiró”. Sólo dejó sobre a la entrada
un pequeño unicornio hecho de papel de aluminio, a modo de tarjeta de
presentación o tal vez como testimonio de su humanidad, de su piedad y
compasión. Se impuso así la ley del corazón, sobre los dictados de esa otra ley
impuesta desde arriba por el Estado que hacia de ciertos sujetos desechables.
¿Quién vive? ¿Quién sabe? Pero, precisamente por ello, es mejor que vivan
todos lo que le corresponda.
Es así como de repente Deckard entiende que la humanidad no es una
abstracción, sino que es esa misma lucha por saber lo desconocido, sentir lo
deseado y andar en procura de todo ello, aunque sin certidumbres. Que sus
días dejen huellas. La existencia es lucha toda. En la lucha está la felicidad,
dijo una vez Marx. El ser es, pues, un proyecto en permanente devenir. Y en
ese afán, no hay que temerle a lo contingente o al caos. Tenemos que asumir
nuestro caos, el individual y el del mundo, sobre todo ante la opacidad de la
condición humana en este momento histórico. En ese sentido, somos más en
función de nuestras posibilidades que de nuestras certezas. Somos más el
resultado de nuestra voluntad que el resultado automático de la tosca facticidad.
Es voluntad de poder sobre nuestra existencia. De ahí que, como diría Pascal,
sólo podemos apostar a aquello que entendemos, en última instancia, le brinda
sentido a nuestras vidas.
Así, pues, Deckard apuesta al amor, aún frente a lo desconocido y se
fuga finalmente con Rachael. Asume finalmente su diferencia como identidad.
De esa manera, le apuesta también a otro sentido de la transitoriedad de su
existencia, pues su fuga es finalmente una transvaloración de su fugaz
existencia. Como puntualiza el filósofo Hans Jonas: “Para cada uno de
nosotros, saber que estamos aquí fugazmente y que existe un límite no
negociable de nuestro tiempo puede ser un conocimiento necesario como
incentivo para contar nuestros días y hacer que cuenten”.18 Tal vez, ésta sea la
única posibilidad del ser: vivir en el filo de la navaja. Como bien señala
Cornelius Castoriadis: “La prueba de la libertad es inseparable de la prueba de la
mortalidad...Ningún ser –ni un individuo ni una sociedad- puede ser autónomo
sin aceptar la mortalidad.”19
Pero, el ser se da en el mundo y el que recrea Dick en su obra y que es
adaptada magistralmente por Ridley Scott en su película, constituye una realidad
oscura, cruel y opresiva, a modo de presagio de lo que será en el futuro si la
humanidad continua su rumbo actual. En medio de una ciudad contaminada
18
19
Hans Jonas, “The burden and blessing of mortality”, citado en Z. Bauman, ibid, p. 91.
Citado en Z. Bauman, ibid, p. 92.
7
irreversiblemente como resultado de una guerra nuclear, se ha destruido ya
finalmente la naturaleza y apenas sobrevive el hombre como especie. El ser
humano se ha tornado superfluo, descartable. Según Dick, somos kipple
vivientes, es decir, desechos cuya sagacidad y vigor declinan progresivamente.
El planeta entero se había desintegrado y convertido en basura. Y para Dick, de
perecer finalmente el mundo, sería más el resultado de la conversión de todo y
todos en basura, que del polvo radioactivo.20
La amenaza de una guerra nuclear es real para los sesentas, en que ya
se asomaba crecientemente la sombra de la Guerra de Viet Nam.
Posteriormente, durante la presidencia de Ronald Reagan se vivieron momentos
de seria inquietud al respecto. Con él, también se dio inicio a la implantación del
proyecto neoliberal, y sus desigualdades, exclusiones e inhumanidad
consustanciales, al interior de Estados Unidos, siguiendo de esa manera el
camino ya abierto por el sanguinario dictador militar Augusto Pinochet en Chile y
por quien llamaban la Dama de Hierro, la primera ministro de Gran Bretaña,
Margaret Thatcher. Blade Runner fue filmado durante dicho periodo, lo que
influyó sobre la visión del director Scott. En un sentido, la película constituyó una
especie de testimonio contestatario a las políticas guerreristas y neoliberales del
periodo. 21
Se ha iniciado un proceso de colonización de otros planetas22, los
llamados “off-colonies”, para relocalizar a los mejores, los que no estén
contaminados o se hayan convertido en kipple vivientes. Los seres humanos
parecen deambular por las calles, encerrado cada cual en sí mismo. Parecen
integrar una multitud multiétnica desposeída, gobernada por un Estado
impersonal, insensible y autoritario. Incluso, los androides fueron creados para
servir como mano de obra esclava en las nuevas colonias. Un mundo lleno de
temor, le llama Batty. La sociedad está deshecha y los seres humanos
esencialmente desvinculados los unos de los otros. El vínculo social se ha roto
definitivamente en la Tierra. Dick y Scott se adelantaron así a la creciente
diferenciación social que ha cundido bajo el neoliberalismo. Y es que la
alienación se totaliza en sus efectos. Es la consumación de la contrarrevolución
neoliberal, para la cual no hay necesidad de pensamiento y de diálogo, sino que
sólo de sumisión y silencio...sepulcral.
La historia acontece a veces tranquilamente, otras veces
tempestuosamente. Su devenir a veces nos representa progreso, pero otras
20
P. K. Dick, ibid, pp. 70, 73 y 87.
Veinticinco años más tarde, con el actual mandatario estadounidense George W. Bush, el
gobierno de Estados Unidos ha estado buscando la manera de posibilitar el uso de armamentos
nucleares en sus guerras preventivas o de agresión, minimizando en lo posible los daños y las
muertes, o disfrazándolos cínicamente de daños colaterales.
22
A propósito, recuerdo como en enero de 2004 el presidente George W. Bush anunció, luego de
su alegada conquista de Irak, el inicio de un programa espacial para la colonización del planeta
Marte.
21
8
viene salpicada de barbarie. Que sea de una u otra manera depende en última
instancia de nosotros, los humildes mortales. En ello radica la única esperanza.
V Coloquio Sociojurídico Ni una vida más para la toga
Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos
Mayagüez, Puerto Rico
18 de abril de 2007
9