Revista Electrónica Sinéctica
E-ISSN: 1665-109X
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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores
de Occidente
México
CHÁVEZ, MARCO
Una experiencia educativa innovadora
Revista Electrónica Sinéctica, núm. 25, agosto-enero, 2004, pp. 98-102
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente
Jalisco, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99815899013
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S ENDEROS
Una experiencia
educativa innovadora
MARCO CHÁVEZ*
agosto 2004–enero 2005
* Licenciado en psicología,
egresado del ITESO (19982002)
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E
n la práctica, la educación suele ser muy
vertical. Dentro del salón de clases los alumnos
son mayoría, sin embargo, a veces sólo se escucha al maestro. Esta situación se da porque desde
el principio nosotros nos asumimos alumnos,
es decir, damos por hecho que nuestro aprendizaje debe depender siempre de un profesor, que
es el portador que distribuye la verdad. Asistimos a clases y pensamos que este escenario es
indispensable para la educación. Pero, ¿acaso
puede saber el alumno más que el profesor, qué
le conviene aprender, profundizar, especializarse? o ¿esto sólo lo puede decidir su maestro?
Cierto suceso en mi carrera me llevó a reflexionar sobre este tipo de cuestiones y a profundizar sobre ellas. Fue una experiencia educativa
novedosa tanto para nosotros los estudiantes
como para los docentes que intervinieron y hasta para la misma institución, que cambió por
mucho nuestra perspectiva y nuestra forma de
vivir la enseñanza y el aprendizaje. Al menos
para mí, constituyó un parteaguas a partir del
cual he aprendido, visto el mundo y asumido
mi propia vida con un estilo diferente y, gracias
a ella, ahora entiendo por educación algo muy
distinto a lo que entendía antes.
Estudiábamos psicología y habíamos llegado a la mitad de la licenciatura. Yo veía mucha
diferencia entre la realidad de las clases y la de
“afuera”. Algunos compañeros y yo, fuimos a
plantear a nuestros directivos una propuesta. En
la carrera existe el semestre de campo, en el cual
los alumnos hacen un viaje a una comunidad,
generalmente en el estado de Chiapas, para realizar trabajo de campo en donde aplican los conocimientos adquiridos hasta el momento.
Nuestra propuesta fue que el semestre de campo transcurriera en nuestra misma ciudad. Iríamos a una comunidad local y realizaríamos en
ella una investigación sobre algún tema en torno a la sexualidad, que era un interés común de
quienes hicimos la propuesta. Los directivos se
entusiasmaron y aprovecharon nuesta idea para
experimentar un tipo de educación distinta.
Decidieron programar para los alumnos un semestre de campo en Chiapas y otro en Guadalajara, para dos grupos y con características diferentes: mientras los estudiantes del primero
viajarían a una comunidad chiapaneca para realizar una investigación-acción con indígenas, los
segundos haríamos en nuestra ciudad varias investigaciones alrededor del tema de la sexualidad y además experimentaríamos un tipo diferente de educación.
Comenzamos el semestre siguiente. Seis estudiantes participamos en el proyecto. Al inicio
del curso se nos explicó la metodología de trabajo propuesta por los directivos, y debo decir
que en realidad nos sorprendió. Más allá del
contenido, lo interesante era su flexibilidad. No
asistiríamos a clases, y casi ni a la universidad.
Realizaríamos una investigación individual en
torno a la sexualidad y sobre un tema escogido
libremente, así como un muestreo. No obstan-
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te, cada semana habría tres sesiones académicas
en el campus universitario, donde haríamos un
trabajo en común a la vez que serviría como
retroalimentación. Estabamos conscientes de que
era una especie de experimento que ni siquiera
los directivos tenían la certeza de cómo funcionaría, pero hubo apertura a los cambios y a permitir que nosotros tomáramos decisiones.
Se nos asignó un asesor general, que era un
académico de tiempo fijo que fungiría como guía
y enlace con los directivos de la carrera. En cada
una de estas sesiones académicas nosotros, los
estudiantes, nos repartiríamos tres puestos: el
de coordinador, que la moderaría y la dirigiría;
el de secretario, quien llevaría una bitácora, la
cual sería leída en la siguiente sesión; y por último, el de relator sinóptico, cuya labor sería esquematizar y resumir en el pizarrón lo que se
hablaba durante la sesión. La función del asesor
en estas sesiones era vigilar el proceso, cuestionar lo cuestionable del contenido, generar dudas y no proporcionar respuestas sino caminos.
Diez minutos antes de concluir la sesión las
aportaciones se interrumpían y cada uno, incluyendo al asesor, hacía una evaluación del coordinador, del secretario, del relator, del asesor,
del grupo y de sí mismo con respecto a qué aportó y qué dejó de aportar. Se llegaba a acuerdos
finales y la sesión se daba por terminada.
Originalmente los temas de investigación
fueron: homofobia, relaciones sexuales prematrimoniales, fantasías sexuales, fantasías infantiles
sobre el origen de los bebés y prácticas sexuales
entre mujeres. Cada uno planteó sus objetivos,
la metodología, la bibliografía y la población.
Avanzamos en las investigaciones e incluso llegamos a hacer algunas entrevistas piloto que
comentábamos en las sesiones académicas.
Un aspecto importante de mencionar es que
habíamos llegado al semestre de campo cargando antecedentes que poco a poco nos rebasaron.
A lo largo de nuestra estancia en la universidad
habíamos realizado numerosas investigaciones
conforme distintos paradigmas metodológicos.
Sin embargo, la mayoría de las veces los temas
eran elegidos con prisa y debían apegarse a ciertas cuestiones predeterminadas, que dependían
de la clase que cursabamos, es decir, no estábamos habituados a reflexionar a fondo sobre nuestro interés de investigación y además queríamos
terminar lo más rápidamente posible nuestros
trabajos para alcanzar la nota final y olvidar la
investigación.
En las sesiones académicas, gracias a los cuestionamientos continuos del asesor, advertíamos
que nuestras investigaciones estaban cimentadas en presupuestos teóricos que habíamos aceptado sin cuestionar. No estábamos acostumbrados a dedicarle todo nuestro tiempo a una sola
investigación y menos a que ésta fuera algo de
nuestro exclusivo interés. Tampoco solíamos tener tiempo para cuestionar profundamente los
temas ni las fuentes, lo cual ahora se hacía cada
vez más necesario. De hecho, mientras avanzábamos era cada vez más evidente que nuestros
conocimientos sobre metodología estaban llenos de baches. Tuvimos que echar marcha atrás
y reparar las lagunas con las cuales llegamos al
proyecto y, al hacerlo advertimos que incluso
nuestros temas originales debían ser replantados,
pues no eran en realidad nuestro foco de interés.
Nos dimos cuenta de que utilizábamos ciertas palabras sin conocer realmente su significado, tales como fantasías, prácticas, homofobia,
masculino, femenino, e incluso sexualidad, de
modo que acordamos tener una sesión extra un
fin de semana, de duración indefinida, donde
trataríamos de reflexionar sobre los significados
de esas palabras, a la cual le llamamos discusión
teórica no estructurada. Nos llevó seis horas entender que no podríamos ni siquiera diclucidar
lo que entendíamos cuando hablábamos de
sexualidad. Nos estancamos. Yo me di cuenta
de que no podría investigar nada acerca de la
sexualidad si antes no tenía claro lo que entiendo por ello. Decidí centrar todas mis energías
en resolver esta pregunta y suspender lo que
hasta ese momento había hecho.
Una profesora ajena al proyecto, que ya nos
había dado cierta asesoría teórica al respecto,
nos recomendó un libro y una perspectiva que nos
regresó al cauce. Se trata de una propuesta muy
actual sobre la sexualidad, entendida como una
construcción histórica artificial llena de contra-
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dicciones. Con este nuevo enfoque, lo que había sido mi tema original me pareció obsoleto,
de tal forma que decidí dedicar mi investigación a profundizar en este nuevo enfoque. Asimismo, los otros compañeros se replantearon su
trabajo y las puestas en común iban teniendo
un nivel mayor de análisis y discusión.
En el transcurso de las sesiones se hizo evidente que el interés por los temas elegidos tenía
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Cuando el alma se va (fragmento)
relación directa con nuestra vida personal y que,
en consecuencia, se estaban tocando fibras delicadas ante el grupo de investigación. Nos poníamos psicológicamente sensibles, valga la expresión, al hablar de nuestro trabajos. Nuestro asesor
propuso adoptar un estilo de trabajo planeado
por los directivos para cuando fuera necesario,
basado en sesiones de elaboración de la experiencia. En ellas hablaríamos de nuestros procesos
personales generados a partir de la investigación,
para reconocer la estrecha relación que hay entre los dos y sacarle provecho en vez de dejar
que se convirtiera en un obstáculo para el aprendizaje. Nunca habíamos hecho este trabajo de
vinculación que ahora nos permitía darnos cuenta de lo útil y esencial que es para la experiencia
educativa.
Escogimos una profesora psicoterapeuta que
nos acompañaría junto con nuestro asesor general en este proceso de elaboración. Estos asesores-psicoterapeutas, llamados acompañantes,
escuchaban, reflejaban y propiciaban que nos
diéramos cuenta de lo que nos ocurría a partir
de lo que tocábamos durante el proceso investigativo. Lo vivido en esas sesiones fue muy interesante: se volvieron características de nuestro
proyecto, constituyeron la innovación más grande y enriquecieron por mucho nuestra experiencia.
Una vez terminado este semestre gestionamos ante los directivos que el proyecto se prolongara un semestre más. Y así fue. Se nos asignó un asesor metodológico que nos ayudó a
encontrar un método adecuado para cada investigación luego de haber ubicado más o menos los temas. Su intervención se daría en las
sesiones metodológicas y supliría una de las
dos sesiones académicas del semestre anterior.
Por lo demás, las investigaciones y los procesos
siguieron el curso que ya habían tomado. El segundo semestre de campo terminó con la elaboración de los protocolos de tesis de cada uno.
También se cerró el espacio de la elaboración de
la experiencia que se había llevado durante un
año. Finalmente, en un tercer semestre, las sesiones se redujeron a asesorías semanales para
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revisar los avances de las tesis. Éste fue el último
semestre de nuestra carrera.
Después de esto, una serie de circunstancias
impidieron que muchos de los integrantes finiquitaran las investigaciones que estaban elaborando, que iban desde la necesidad de ingresar
pronto al mundo laboral hasta la enorme diferencia en facilidad que es elegir otra modalidad
de titulación. Han pasado tres años desde el
inicio de los semestres de campo en Guadalajara
y han surgido dos tesis relacionadas con el trabajo hecho en ellos.1
Se podría calificar esta experiencia con base
en el número de tesis que se concluyeron, empero, la prioridad del proyecto era la búsqueda
de una innovación educativa más que el cosechar resultados de investigación. Ya no se harían investigaciones y trabajos al vapor para obtener una calificación. Además de las dos tesis
elaboradas, los resultados de esta experiencia han
inspirado los nuevos planes de estudio para la
Licenciatura en Psicología del año 2004.
La decisión o la posibilidad de los estudiantes de concluir sus investigaciones ocurrió después de los semestres de campo, cuando ya ni el
grupo ni el proyecto existían, cuando cada uno
se enfrentaba a circunstancias diferentes en donde ya no había ninguno de los espacios del semestre de campo. Finalmente, un año y medio
o dos no parecen suficientes para detectar y reparar aprendizajes incompletos, elaborar, reelaborar, cuestionar y concluir una investigación,
aun haciéndolo a tiempo completo. Sin embargo, de los semestres de campo que vivimos trascendió la estructura que fue adquiriendo y que
dejó como testimonio. ¿Qué implicó esa estructura? Fue un gran cambio. La libertad que la
caracterizaba significó para cada participante
hacerse responsable de su propio aprendizaje.
Trabajar en un tema del interés de cada uno se
volvía una motivación suficiente para dedicarle
todo el tiempo necesario sin horario fijo. No
existía la figura tradicional del maestro, es decir,
de alguien que posee el conocimiento y lo transmite, porque incluso los docentes se daban cuenta de que aprendían al participar con nosotros
en esta experiencia, no sólo en contenidos sino
en didáctica y en el nivel personal. El asesor
general y la acompañante en la elaboración de
la experiencia fueron involucrándose más, sin
perder sus funciones, pero sin olvidar que lo que
asesoraban y acompañaban, tocaba sus vidas y
eran susceptibles de seguir aprendiendo. Nosotros, más que alumnos, éramos estudiantes,
aprendices, productores de educación y de conocimientos; ellos a su vez eran asesores, acompañantes y facilitadores de estas experiencias, y
ambos estábamos en el mismo equipo. Conocimos el lado más humano de la educación al encontrar compañeros y asesores-amigos de actitud cercana y sentimientos profundos.
El aprendizaje se daba en los espacios y los
tiempos de cada estudiante y ya no en los del
maestro o de la institución (las aulas). La motivación interna del estudiante lo hace no demorar en su búsqueda. No hay una hora específica
para aprender, como tampoco hay un solo lugar, puede ser durante el viaje en el camión,
antes de conciliar el sueño, en una plática de
café o sentado en casa leyendo un libro.
Acostumbrados a ser evaluados en otros espacios educativos a través de la entrega de tareas, las calificaciones de los exámenes o las hojas leídas de un libro, este proyecto fue difícil
de comprender en un principio. Teníamos la
sensación de no estar haciendo nada puesto que
no había ni revisiones ni evaluaciones como sucede en el esquema tradicional. Sin embargo,
en todo este tiempo fue necesario acudir a decenas de documentos y fuentes de asignaturas
anteriores cuyo contenido no había quedado
claro y que eran necesarios para profundizar en
la investigación. Fue preciso reaprender muchas
cosas. En realidad, una vez asumidas nuestras
carencias era satisfactorio encontrar por uno
mismo la fuente para saber más.
Es fácil inscribirse a una materia, llevar un
programa y recibir una calificación, pero nunca
se estará seguro del aprendizaje. En esta experiencia nueva, los aprendizajes se medían por
las satisfacciones. Un aprendizaje es significativo cuando llega en el momento y la circunstancia precisos, motivado por el propio interés del
estudiante y está cargado de satisfacción. Las
Es fácil inscribirse
a una materia,
llevar un
programa y recibi
una calificación,
pero nunca se
estará seguro del
aprendizaje
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Una forma de
educación como
ésta nos hace
pensar que quizás
haya muchas
opciones para
adquirir
conocimientos que
todavía no estén
exploradas
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fuentes de información ya no eran los libros que
proporcionaba un maestro sino todos los que pudiéramos consultar, y encontrábamos tantos que
era necesario aplicar nuestro criterio para discriminarlos. También podíamos recurrir a revistas, documentos, Internet y a especialistas y
profesionales de otras disciplinas, otrosí de las
propias discusiones y la propia experiencia personal. Es decir, nos dimos cuenta de que si bien
uno adquiría el conocimiento también podía
llegar a generarlo, pero el posicionamiento de
autoría no es fácil de asumir. Lo anterior nos
obligó a tener el valor para tomar una postura y
cuestionar los discursos existentes. Nos permitió confrontar a los autores, contraponernos a lo
que nos pareció impreciso y empeñar nuestra
palabra en la generación de nuevas teorías que
nos satisficieran más.
Vivimos un proceso en donde nos enfrentamos a nuestras vulnerabilidades, conocimos
como nunca el valor del silencio, su sabor, su
precisión y su pedagogía. Aprendimos, por
ejemplo, que estar callados es haber aprendido
a decir “no sé”; que si la otra persona no entiende algo, lo entenderá cuando lo descubra por sí
misma; que debemos enfrentarnos a nosotros
mismos aun cuando a veces utilicemos la investigación como evasión o defensa ante nuestros
duros procesos personales.
Un aspecto característico de este modelo educativo fue la no-directividad, la cual más que ser
absoluta, fue predominante. Ésta consistió en
hacer responsable al estudiante de su propia
educación, a partir de la idea de que mientras
más autonomía haya, habrá menos directividad.
Es probable que este modelo no sea útil para
todas las asignaturas ni para todas las personas.
Aquel que busque aprender de experiencias como
ésta debe ser una persona habituada, o al menos interesada, a la autocrítica y el cuestionamiento, debe tener real interés en la materia y
en el aprendizaje, debe asumir la no-directividad
y tener capacidad de autonomía y de autoorganización, debe ser responsable para guiar su propia educación sin esperar la intervención de un
maestro. Por su parte, el asesor de una experiencia como ésta deberá ser capaz de no posicionarse
en el papel del que sabe, deberá ser capaz de
reconocer que muchas cosas aún no las conoce y
estar abierto a la posibilidad de aprender junto
con los estudiantes, deberá guardar la ética con
respecto a la confidencialidad, sobre todo en los
asuntos personales de los estudiantes, y tolerar
un papel no directivo en el proceso educativo.
Una forma de educación como ésta nos hace
pensar que quizás haya muchas opciones para
adquirir conocimientos que todavía no estén
exploradas. Se sabrá más de ello a partir de
las experiencias que se vayan generando en un
futuro. Tal vez este modelo no sea la panacea
para todos los centros educativos, las materias y
los niveles de enseñanza. No todos los aprendizajes pueden ser alcanzados a través de esta propuesta, sobre todo si los estudiantes están muy
habituados al modelo tradicional. Aun así, esta
forma de educación tendría que complementar
más que sustituir los métodos educativos ya explotados para promover en los estudiantes la
autogestión, la crítica y la elaboración de nuevas propuestas. Además, provee buenos argumentos para revalorar la incidencia de la adquisición del conocimiento en la vida personal del
estudiante y así formar profesionistas más conscientes de sí mismos y de su entorno.
Notas
1. Por su parte, los semestres de campo realizados en
Chiapas estuvieron integrados por siete estudiantes y
hasta el momento se han generado cuatro tesis terminadas. Sin embargo, aun cuando en ellos se buscó
aplicar una metodología similar al proyecto de
Guadalajara, hubo diferencias importantes que hay
que considerar a la hora de equiparar los resultados.
En Chiapas se realizó una investigación-acción acerca
del influjo de la guerra en los lazos sociales de las
comunidades indígenas locales, en contraste con la
inclinación más teórica alrededor de la sexualidad que
se realizó en el proyecto de Guadalajara. Por tanto, la
experiencia de Chiapas habrá de analizarse dentro de
sus propios contexto y situación para saber cómo influyó esta metodología en sus investigaciones, sus resultados y sus participantes.