ISSN: 1130-3743 - e-ISSN: 2386-5660
DOI: https://doi.org/10.14201/teri.31288
LA EDUCACIÓN ALTERNATIVA ES UNA FALSA
ALTERNATIVA1
Alternative Education is a False Alternative
Ani PÉREZ RUEDA
Investigadora independiente.
[email protected]
https://orcid.org/0000-0002-4620-7117
Fecha de recepción: 20/01/2023
Fecha de aceptación: 12/02/2023
Fecha de publicación en línea: 01/07/2023
Cómo citar este artículo: Pérez Rueda, A. (2023). La educación alternativa es una falsa
alternativa. Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 35(2), 21-35. https://doi.
org/10.14201/teri.31288
RESUMEN
Este artículo presenta una crítica política de la educación alternativa. La tesis
principal es que la educación alternativa, a pesar de su apariencia emancipadora,
reproduce aquello contra lo que afirma luchar, pues se basa en unos presupuestos
erróneos que el artículo trata de exponer. En primer lugar, la educación alternativa se apoya en la idea de que existe una esencia o una naturaleza humana
1. Este texto es la transcripción en formato de artículo, de la conversación pública mantenida, vía
internet, con la investigadora Ani Pérez Rueda, el 20 de enero de 2023 dentro de la actividad «Diálogos
sobre educación» organizada por la revista Teoría de Educación. Revista Interuniversitaria. Agradecemos
a la doctora Pérez Rueda su generosidad para participar en esta conversación. Agradecemos a la profesora Tania Alonso-Sainz la presentación y organización técnica. El último apartado de este texto ha sido
añadido por la autora en la revisión de la transcripción por lo que no forma parte de la grabación del
diálogo original. Disponible en: https://revistas.usal.es/tres/index.php/1130-3743/dialogos
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bondadosa previa las relaciones sociales. En segundo lugar, esto es lo que lleva a
sus defensores a sustituir la educación como un proceso de diálogo, que implica
necesariamente ejercer una influencia, por un acompañamiento no directivo que,
al renunciar a influir, solo conduce a ocultar en qué sentido se está realmente
influyendo. De aquí se deriva el tercer error de la educación alternativa: la creencia
de que la desaparición de los adultos, o la retirada del profesorado y de su poder,
conducirá a la aparición de relaciones más armoniosas o libres. Al contrario, este
abandono pretendidamente antiautoritario del niño le deja, en realidad, en manos
de sus determinaciones sociales. En cuarto lugar, el artículo analiza el romanticismo
que impregna las pedagogías alternativas, que se muestra en su culto al yo, en la
insistencia en la vuelta a la naturaleza y en un cierto antiintelectualismo. En quinto
lugar, el artículo cuestiona como otro punto de partida erróneo de las pedagogías
alternativas la idea de que la educación sea el motor del cambio social. En sexto
lugar, el artículo muestra por qué el utopismo que caracteriza a los defensores más
radicales de la educación alternativa, y que les lleva a abandonar la lucha contra
las formas sociales capitalistas y al intento de construir proyectos ideales al margen,
es políticamente impotente. En séptimo lugar, se expone el idealismo que subyace
al intento de cambiar el mundo aislando a los niños del conflicto social para que
puedan así ser felices. Por último, el artículo termina defendiendo la necesidad de
la crítica y explicando el error de quienes aceptan la defensa socialdemócrata de la
educación estatal como única alternativa a las falsas alternativas.
Palabras clave: educación alternativa; educación nueva; educación tradicional;
transformación social; fines de la educación; política de la educación.
ABSTRACT
This article presents a political critique of Alternative Education. The main thesis
is that, despite its emancipatory semblance, Alternative Education reproduces that
which it rallies against since it is based on erroneous principles. First, Alternative
Education is grounded in a belief in a good human essence or nature that is prior to
social relations. Second, this leads its proponents to substitute the idea of education
as a dialogical process, which necessarily implies the exertion of influence, with a
non-directive accompanying that ostensibly refuses influence as such but, in fact,
hides the way in which it actually exerts influence. The third mistake derives from the
second one: the belief that the retreat of the adults/teachers immediately leads to the
flourishing of more free and harmonious relations between students. On the contrary,
this is a form of abandonment the asserted ‘anti-authoritarianism’ of which conceals
the fact that students are left unarmed in the face of the objective pressures exerted
by the environment. Fourth, the article analyzes the romantic outlook that impregnates
alternative pedagogies, crystallized in their cult of the I, their insistence on the need
to ‘return to nature’, and their anti-intellectualism. Fifth, the article disproves a further
principle of alternative education: their positing of education as the engine of social
transformation. Sixth, it is argued that the utopianism which characterizes the most
radical representatives of alternative education leads them to abandon the struggle
against capitalist social forms. This struggle is substituted by a politically impotent
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attempt to build ideal projects beyond capitalism. Seventh, the article highlights the
idealism that underlies the project of isolating children from social conflicts in order
to enhance their happiness. Finally, the article concludes by mounting a defense of
critique and explaining the mistakes of those who accept the social-democratic support
of State education as the only alternative to false alternatives.
Keywords: alternative education; new education; traditional education; social
transformation; educational purposes; education policy.
1.
LA
EDUCACIÓN ALTERNATIVA ES UNA FALSA ALTERNATIVA
Mi interés por las pedagogías alternativas empezó cuando estudiaba la carrera
de Educación Infantil. Por aquel entonces el boom de la educación alternativa todavía
estaba por llegar, era una experiencia aún muy minoritaria, lo que hacía que fácilmente pareciera algo más alternativo. Además, la primera escuela alternativa que yo
conocí fue una escuela libre integrada por anarquistas que en ese momento estaba
en un centro social okupado, así que de primeras todo aquello me deslumbró, me
parecía estar entrando en un mundo nuevo radicalmente distinto a todo lo que yo
conocía. Y por entonces mi formación política era muy escasa, así que aquello me
fue introduciendo en el anarquismo.
Sí es cierto que muy pronto, sobre todo cuando comenzaron a proliferar las
escuelas alternativas, me di cuenta de que algunas me parecían más que cuestionables, fundamentalmente las que cobraban cuotas altas y no parecían tener ninguna
intención de transformación social. Es decir, las pedagogías alternativas me parecían
grosso modo radicalmente emancipadoras y, por lo tanto, lo que me preocupaba es
que no fueran accesibles, que hubiera gente haciendo negocio con algo que debía
estar disponible para todo el mundo.
Por eso, lo que me propuse en ese momento como investigadora era tratar
de diferenciar las buenas escuelas alternativas, que eran aquellas integradas por
militantes que sí tenían esa intencionalidad política y que hacían enormes esfuerzos por ser económicamente accesibles, de las malas escuelas alternativas, que
eran escuelas privadas al uso con cuotas inaccesibles y que estaban perfectamente
cómodas con su elitismo. Y además de apoyar esas «buenas» escuelas alternativas,
me parecía necesario apostar por la introducción de las pedagogías alternativas en
la escuela pública.
La cuestión es que profundizar en los presupuestos y en los efectos de las
pedagogías alternativas me llevó a darme cuenta de que la educación alternativa
como un todo era una falsa alternativa, que en la medida en que la educación
alternativa en su totalidad compartía unos mismos presupuestos erróneos había
que llamar a su superación total, que no había una parte que salvar. En definitiva,
lo que entendí es que la educación alternativa era culpable de reproducir aquello
contra lo que afirmaba luchar.
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Esto no quiere decir, por supuesto, que yo ahora defienda la educación tradicional, ni siquiera en parte. Y lo digo porque soy consciente de que hay quien ha
considerado que mi propuesta pedagógica es conservadora. Evidentemente, si esta
interpretación ha sido posible, me toca hacer autocrítica y revisar qué ha permitido
que sea apropiable por personas de las que me considero en las antípodas.
Aun así, creo que plantear que mi propuesta es conservadora como han hecho
algunos es una lectura interesada porque, si en algo he insistido en numerosos
espacios, es en que mi crítica a las pedagogías alternativas no reside en que sean
alternativas a lo existente sino precisamente en que no lo son, en que la educación
alternativa y la educación tradicional son dos caras de la misma moneda. Por eso el
título del libro es Las falsas alternativas, porque, en mi caso, lo que me ha llevado
a rechazarlas ha sido comprender que estas aparentes alternativas son en realidad
lo mismo que lo tradicional.
2.
LOS
PRESUPUESTOS ESENCIALISTAS DE LAS PEDAGOGÍAS ALTERNATIVAS
Para empezar, los defensores de la educación alternativa dirían que no es posible
criticarla como un todo porque dentro de la educación alternativa coexisten corrientes
muy distintas (escuelas libres, vivas, activas, libertarias, democráticas, Montessori,
Waldorf, escuelas-bosque, etc.); por lo tanto, como mucho se podría aspirar a criticar alguna de ellas en concreto. Yo ya pongo en duda que esa diversidad sea tan
grande como dicen (por ejemplo, las escuelas libres, vivas, activas y democráticas
a menudo son indistinguibles y que se llamen de una o de otra forma es más una
cuestión de que les suene mejor una palabra u otra), pero además es que, más allá
de esa diversidad superficial, lo cierto es que las distintas experiencias alternativas
comparten algunos presupuestos básicos.
2.1. Sobre la naturaleza humana
El primero de ellos, y diría que el más importante porque sirve de punto de
partida para los demás, es la idea de que existe una esencia o una naturaleza humana
que es previa a las relaciones sociales y que esta esencia innata es bondadosa. La
sociedad y sus instituciones serían, por el contrario, monolíticamente opresivas.
O dicho de otro modo, para los defensores de las pedagogías alternativas, el ser
humano nace bueno y es la sociedad la que después lo corrompe o desvía, atacando
esa esencia desde el exterior.
Esto explica por qué tantos anarquistas han mostrado interés por la educación
alternativa o la han apoyado activamente. Esta defensa de la bondad innata del
ser humano es uno de los pilares del pensamiento anarquista, y de ahí que buena
parte del movimiento libertario haya centrado su actividad política en el intento de
desertar de la sociedad capitalista para así poder restaurar esa tendencia innata al
bien y la cooperación.
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Esto se ve claramente también en la postura sobre los intereses y los talentos
propia de las pedagogías alternativas. En lugar de entender que los intereses están
socialmente mediados, estas pedagogías presuponen que los niños nacerían ya
con unos intereses y unos dones naturales e innatos y que el fin de la educación
sería descubrirlos y permitir que se desplieguen. Lo que hacen de este modo es
camuflar los privilegios o las dificultades que tienen que ver con los medios sociales
de procedencia de cada uno (Palacios, 1984). Al convertir las diferencias de clase
en diferencias puramente individuales, acaban naturalizando la sociedad de clases.
La cuestión es que esta postura esencialista lleva a concebir la educación como
un proceso destinado a que esa esencia se pueda desplegar. Por lo tanto, para los
defensores de la educación libre, educar sería extraer las necesidades, los talentos
y los intereses preexistentes, ya contenidos en potencia desde el nacimiento. No
se trata de establecer un diálogo, sino de retirar toda influencia para dejar salir lo
que ya estaba dentro.
2.2. De ‘educar’ a ‘acompañar’
Acabo de decir educar, pero en realidad, desde esta perspectiva, no suelen
hablar de educar sino de acompañar (acompañar el despliegue de esa naturaleza
humana previa a las relaciones sociales). Esto significa que los docentes deben
limitarse a realizar un acompañamiento no directivo.
Sin embargo, el primer problema de la no directividad es que es un enfoque que
esconde un engaño porque es imposible no influir, así que renunciar a hacerlo solo
conduce a ocultar en qué sentido y de qué manera se está ejerciendo esa influencia.
Michel Cornaton (1977, p. 147) afirmaba que querer abolir desde el principio toda
autoridad conduce por lo general simplemente a técnicas de camuflaje de la autoridad.
Por poner el ejemplo más evidente, en la medida en que las acompañantes
de una escuela libre preparan el espacio y los materiales, ya están influyendo. Sin
embargo, hay otro ejemplo muy claro para comprender cómo es imposible no influir:
incluso si una se queda junto a otra persona sin hacer absolutamente nada, solo
observando en silencio, eso ya tiene una influencia. Aunque el acompañamiento no
directivo consiste en buena medida en la observación silenciosa porque se asume
que así no se influye en el alumnado, este puede sentirse paradójicamente más
juzgado por el silencio de un observador del que espera que intervenga y no lo
hace que por una intervención crítica suya.
2.3. El «despotismo de la dulzura»
En relación con esto, otro de los problemas de la no directividad es que
pretende acabar con el poder que el profesorado tiene sobre el alumnado, pero solo
lo invisibiliza y esto dificulta cualquier forma de resistencia a él. A esto Snyders, un
militante comunista, pedagogo francés y superviviente de Auschwitz, lo llamaba el
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«despotismo de la dulzura» porque «el alumno es entregado a la voluntad de otra
persona y ni siquiera puede soñar con rebelarse» (1978, p. 188).
Pero además es que la desaparición del maestro -si fuera posible, que no lo
es- no hace emerger de pronto relaciones más armoniosas o libres. No es cierto que
si los adultos se retiran se acabe la opresión. Pensar lo contrario implicaría asumir
que las únicas luchas que existen o, bien, las prioritarias, son las que se dan entre
generaciones, entre adultos y niños. Era Snyders también quien decía que la lucha
de clases se detiene en el umbral de la escuela libre. Hay un ejemplo que utilizo
mucho porque me parece muy claro: en una escuela antiautoritaria alemana de los
años 20 del siglo pasado, en la que el profesorado se negó a establecer unas normas
o un funcionamiento de punto de partida, empezó a haber muchos conflictos y el
profesorado decidió no intervenir y dejar el problema en manos de la asamblea
del alumnado. Pues bien, la solución por la que optó esta fue designar «un comité
de alumnos que fue investido de derechos policiales y designado responsable de
la disciplina de la escuela» (Schmid, 1973, p. 30). Lo que hizo el alumnado fue
reproducir el orden social que conocía. Porque se supone que la retirada del profesorado en este tipo de pedagogía tiene como fin dejar a los alumnos libres de toda
influencia, pero esto es básicamente imposible. Lo único que hace el profesorado
no directivo es cegarse a la existencia de otras influencias que ha decidido arbitrariamente ignorar. Así, lo que llaman respeto a la espontaneidad es abandonar
al niño en manos de la determinación ejercida objetivamente por el ambiente, es
decir, que ese antiautoritarismo acaba siendo una renuncia frente al autoritarismo.
Y en ese sentido es una pedagogía profundamente conservadora.
2.4. El romanticismo de las pedagogías alternativas
Para ir terminando, también hay que señalar el carácter profundamente romántico de las pedagogías alternativas, con su culto al yo, su insistencia en la vuelta a la
naturaleza y su antiintelectualismo. Porque una de las constantes de la mayoría de
escuelas no directivas es su defensa de que todo aprendizaje tiene que ser vivencial,
lo que quiere decir que todos los aprendizajes que tienen que partir de lo que uno
vive en primera persona y del deseo individual y espontáneo de aprender algo, que
se considera ya un deseo libre. Esto, que a mucha gente le suena muy respetuoso,
es muy irresponsable porque implica renunciar a nuestra memoria colectiva y a los
análisis y las herramientas que hemos generado en el pasado. Sobre esto, Cornaton
(1977) decía que con la no directividad «la verdad que ha surgido como resultado
de las largas luchas de los obreros, desaparece» (p. 185) porque ya solo existe «lo
‘vivido’ o lo ‘sentido’ del ‘aquí y ahora’» (p. 181).
Y esto tiene una consecuencia gravísima y es que nos condena al relativismo
y al escepticismo. Si la no directividad se basa en el fondo en la idea de que cada
uno tiene su propia verdad particular, que lo que es verdadero para una misma
no lo es para el resto o que lo considerado como verdadero aquí y ahora no lo
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es en otro momento u otro lugar, esto es lo mismo que decir que no existe nada
cierto y que todo es igualmente válido, que no hay nada que enseñar y que no
hace falta establecer si una posición está mejor fundada que otra. Así se empuja al
alumnado a encerrarse en el círculo de sus ideas previas y con ello al conformismo
y al conservadurismo, a aceptar el mundo tal y como lo conocemos.
2.5. La transformación social
La educación alternativa no puede, por lo tanto, conseguir lo que promete. Sin
embargo, aquí habría que señalar que esta no es la única que no puede. Por mucho
que se nos diga a menudo que la educación es el motor del cambio social, esto
es falso, tanto en lo que respecta a la educación alternativa como a la tradicional.
Me explico: hay quien entiende la educación como una toma de conciencia (y la
conciencia, a su vez, como algo que estaría «dentro de nuestra cabeza») y después
piensa que la revolución brotará de un cambio en las mentes, pero esto es profundamente idealista. Los procesos sociales no funcionan así. Nuestro ser social no es
un producto de nuestra conciencia; al contrario, es el ser social el que determina la
conciencia. Por lo tanto, no tiene sentido afirmar que la revolución vendrá de una
revolución en las conciencias. La única educación que podría cambiar realmente el
mundo en un sentido revolucionario es aquella que se despliega como parte de la
auto-organización de la clase de los explotados.
Por otra parte, también se puede interpretar que al hablar de educación hacemos
referencia a los espacios educativos, o más en concreto a la escuela. En ese caso, el
problema de afirmar que es la escuela la que transforma la sociedad es que estaríamos ubicando la escuela fuera de la sociedad, como una esfera separada. Estaríamos
sacando la escuela del mundo y luego poniéndola a tirar de este, lo que no tiene
sentido. Al contrario, los fenómenos educativos están determinados por procesos
sociales más amplios y, por lo tanto, solo pueden entenderse en relación con la marcha
general de nuestras sociedades. Por ejemplo, no se pueden entender las transformaciones actuales del sistema educativo sin entender el contexto de crisis capitalista.
Esto no significa, evidentemente, que no haya que transformar la escuela. Lo
que quiere decir es que tanto apostar solo por la lucha en el ámbito de la educación
como abandonar toda lucha educativa nos conduciría igualmente al fracaso. Por lo
tanto, no se deben depositar excesivas confianzas en las posibilidades revolucionarias de la transformación de la escuela —y solamente de la escuela—, pero al
mismo tiempo no puede aplazarse esa transformación en espera de cambios en el
resto de la sociedad (Palacios, 1984, pp. 348-349).
2.6. El utopismo
En el caso de las escuelas alternativas que tienen intención de transformar
la sociedad, o incluso intención revolucionaria, el problema es que su propuesta
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política es impotente en ese sentido. Detengámonos a explicar por qué. Buena parte
de los defensores de la educación alternativa, sobre todo aquellos que parecen
más radicales, son utopistas. Y para los utopistas, la forma de acción política más
potente que tenemos disponible no sería luchar contra las formas sociales capitalistas
(que en el ámbito educativo serían la escuela y la universidad, tanto públicas como
privadas, las academias, etc.), sino dejar esas formas sociales en paz y dedicarnos
a construir proyectos ideales al margen de ellas. Así, los utopistas abandonan la
educación pública porque creen, erróneamente, que las formas sociales capitalistas
son monolíticamente opresivas, que no hay en ellas posibilidades para la superación
del capital, por lo que la única opción que para ellos podría llevarnos a acabar
con el capitalismo sería salirnos de él, «salirnos del sistema». Asumen, por lo tanto,
que es posible desertar del capitalismo, que existe un afuera del sistema, externo
al Capital, donde podríamos construir islas de libertad.
Para los utopistas, la forma de superar el capitalismo sería, por lo tanto, que
cada vez hubiera más islas de libertad cerradas a las injerencias del Capital, que
estaría siempre amenazando desde fuera (o sea, más centros sociales okupados,
más escuelas libres, más huertos comunitarios, etc.) hasta que básicamente todo
el mundo hubiera desertado y el capitalismo se acabara porque todo el mundo le
ha dado la espalda. Evidentemente, la mayoría de utopistas no piensan esto así de
forma explícita porque sería muy burdo. Por eso, lo exponen de forma algo más
sofisticada, con argumentos como que por medio de la autogestión se pueden
construir los mundos con los que soñamos y desde esos espacios de libertad ir
atacando al sistema desde fuera, de forma más bien espontánea. Sin embargo, da
igual que no crean de verdad que el capitalismo se desmoronará simplemente por
desertar de él (como si esto fuera posible) porque, aunque no lo afirmen así, eso
es básicamente lo que su práctica y su estrategia presuponen.
2.7. Sobre la felicidad
Muchos de los defensores de la educación alternativa creen estar contribuyendo
a «cambiar el sistema desde fuera» por sacar a un puñado de niños de la escuela
convencional y tratar de guardarlos en una burbuja, protegidos del conflicto social.
Aseguran que así estos niños serán felices y que los niños felices serán los que
algún día cambien el mundo. Sobre esto se podría decir mucho, pero me detendré
solo en dos cuestiones fundamentales.
La primera es que su postura conduce en realidad a aceptar el mundo tal
y como es siempre que se les permita crear algunas islas para la innovación
educativa, en este caso, las escuelas libres, concebidas como un espacio para la
salvación individual de unos pocos privilegiados. Un caso típico en este sentido
es el de la escuela libre Summerhill, que ha funcionado desde su creación como
una pequeña sociedad alternativa en la que su alumnado se refugia y aisla del
resto del mundo.
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La segunda cuestión es que los defensores de esta postura asumen que la
gente feliz hace el bien por los demás (y que la gente infeliz hace el mal). Esto
se ve muy claramente en la postura del fundador de Summerhill, A. S. Neill, que
escribió lo siguiente:
Ningún hombre feliz ha perturbado nunca una reunión, ni predicado la guerra, ni
linchado a un negro. Ninguna mujer feliz ha sido nunca regañona con su marido ni con
sus hijos. Ningún hombre feliz cometió nunca un asesinato o un robo. Ningún patrón
feliz ha metido miedo nunca a sus trabajadores. Todos los crímenes, todos los odios,
todas las guerras, pueden reducirse a infelicidad (Neill, 2005, p. 17)
Esto es un argumento falso, pero además es muy perverso porque estigmatiza
a quien sufre, desrresponsabiliza a quien agrede y no explica por qué muchas
víctimas no se convierten en victimarios.
En relación con esto, es interesante el fragmento que le dedica Judith Suissa en
su libro Anarchism and Education (2010) a la escuela de Summerhill. Lo que ella
concluye después de varias visitas a la escuela es que se trata de un alegre grupo
de niños y niñas seguros de sí mismos y felices que seguramente se conviertan
en adultos felices pero completamente centrados en sí mismos, que no hay en la
escuela apenas intentos de comprometerse con asuntos sociales más amplios o de
confrontar la realidad sociopolítica actual. Es un buen resumen de lo que se puede
esperar de este tipo de escuelas.
3.
LA
CRÍTICA Y LA PROPUESTA AVANZAN DE LA MANO
Me han preguntado mucho cómo sería entonces una propuesta verdaderamente
alternativa, sobre todo con el habitual «¿y tú qué propones?». Es una pregunta sin
duda importante, pero algo que me preocupa es que muchos de quienes me la han
preguntado con más vehemencia no parecían tan interesados en la respuesta, en
saber qué propongo, sino más bien en la posibilidad de desactivar mi crítica dando
a entender que solo hablo de lo que me parece mal o no me gusta pero no digo
cómo habría que hacer las cosas o qué me parece bien. Sin embargo, no puedo
estar más en desacuerdo con las premisas de esto, por dos razones.
En primer lugar, porque dicho así parece que mi trabajo es simplemente una
exposición de lo que a mí me gusta o me deja de gustar, pero yo no planteo mis
críticas de ese modo. Es decir, yo no establezco a priori un modelo que a mí
me parece mejor para después compararlo con la realidad (en este caso, la de
las escuelas alternativas) y después criticarla por no parecerse a mi modelo. En
absoluto, ese no es mi planteamiento, a mí eso me parece un ejercicio intelectual
que no va a ninguna parte porque no puede cambiar la realidad. No sirve de
mucho afirmar cómo debería ser la realidad y tratar de convencer a la gente de
que construya esa nueva realidad si te abstraes de lo que existe hoy. Eso sería
profundamente idealista.
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Por eso, lo que intento hacer es una crítica inmanente, que es aquella que
mide algo por sus propios criterios, no por criterios externos que una establezca a
priori, pues eso sería dogmático. En el caso de la educación alternativa, lo que he
hecho es contrastar lo que esta dice ser con su práctica y sus resultados. Por ejemplo,
¿afirmas ser antiautoritario? Veámoslo, revisemos tus presupuestos, tu práctica y sus
efectos. Y lo que aparece en el caso de la educación alternativa es que, como he
dicho antes, ese antiautoritarismo es solo el reverso del autoritarismo, es dejar a la
infancia en manos de la determinación objetiva del ambiente.
En segundo lugar, algo con lo que creo que es importante romper es con la
idea de que por un lado está la crítica y por otro la propuesta, que sería algo así
como aquello que se nos ocurre mágicamente después de haber hecho una crítica,
pero que no guarda relación directa con esta. Creo que la forma más sencilla de
exponer la falsedad de esto es señalar que siempre que alguien critica algo está
diciendo también, aunque sea de forma implícita, algo sobre lo que propone. Del
mismo modo, una propuesta nos dice también algo sobre la crítica con la que
se relaciona y, de hecho, el problema de las propuestas erróneas es que siempre
emergen de una crítica errónea.
Es decir, que la crítica y la propuesta avanzan de la mano. Por eso, la objeción
habitual de «sí, criticas mucho, pero no propones nada» no tiene sentido. Puede ser
que falte explicitar mejor qué implica, en términos propositivos, una crítica que has
hecho, pero en general si falta propuesta es que falta crítica, o que lo que se ha presentado como crítica no lo es verdaderamente. La crítica, en la medida en que expone
las determinaciones de un problema, está también dando las claves para resolverlo.
Por eso, ahora estoy trabajando en hacer más explícita la propuesta. Eso sí, no
voy a dar ninguna receta porque eso no tendría sentido. Lo que pretendo hacer es
exponer qué implicaciones tiene la crítica que hago a la hora de pensar qué hacer.
Es decir, qué nos dice la crítica sobre nuestra práctica.
Ahora bien, para lograr esto tengo que avanzar en una tarea a la que hasta
ahora no le había dedicado demasiados esfuerzos, o más bien no muy rigurosos,
que es la crítica de la educación tradicional. Solo he abordado con suficiente seriedad una de las caras de la moneda, y para exponer una propuesta en condiciones
necesito desarrollar la crítica a la otra, que es en lo que estoy trabajando más en
este momento.
Esto me está permitiendo empezar a formular ya elementos de la propuesta, así
que voy a poner como ejemplo la forma en que conciben unos y otros la relación
entre medios y fines (aunque simplificando un poco, eso sí, por no extenderme
demasiado).
Por un lado, aquellos que consideran la educación tradicional como la vía
para acabar con el capitalismo, asumen que por medio de la coerción —o de una
autoridad docente que les vendría dada de antemano y que por lo tanto no tienen
que justificar— es posible alcanzar un fin de emancipación. Esto es sin duda una
forma de separar medios y fines, pues lo que plantean es que un fin deseable
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justificaría medios menos deseables o que un fin de emancipación se logrará por
medios de dominación.
Por el otro lado, los defensores de la educación alternativa que se consideran
anticapitalistas creen que sus fines, en lo que a ellos respecta, ya están conseguidos en cuanto han desertado. Sus escuelas serían ya escuelas fuera del sistema en
las que se vive y se aprende en libertad. Sin embargo, como hemos dicho antes,
sus medios (la no directividad) no conducen al fin que declaran (la emancipación
humana), luego aquí encontramos de nuevo una separación de medios y fines.
La propuesta para superar los errores de ambos pasaría, en cambio, por la
unidad de medios y fines. Una unidad que solo puede comprobarse en la práctica,
en la medida en nuestros medios permitan construir relaciones más libres.
4.
NO SE TRATA DE DAR RECETAS SINO DE JUSTIFICAR RACIONALMENTE LA PROPIA
PRÁCTICA
Antes he dicho que la propuesta solo puede avanzar de la mano de la crítica. ¿Y
qué ocurre con la crítica? Que la crítica no puede despegarse de la realidad concreta
y de nuestras posibilidades e imposibilidades concretas en cada momento, que no
son estables sino que se van actualizando con nuestra práctica. Así que no puede
dar recetas completas de antemano que después podrían aplicarse a la práctica.
Por poner un ejemplo muy simple, imaginemos que, como respuesta a problemas que se están generando en el patio con el fútbol, un grupo de docentes decide
que es necesario retirar el balón varios días por semana. Esto puede dar lugar a
diversos escenarios, por ejemplo, que comiencen a desarrollarse otros juegos, pero
también que los alumnos se empiecen a pegar o agredan a las niñas que se hubieran quejado de los problemas en el patio. En cualquier caso, lo que ocurriría es
que en cuanto se retirase el balón se abrirían posibilidades nuevas que no podían
preverse de antemano con total seguridad, por lo que no podía contarse con ellas
a priori. Por eso, cualquier propuesta de solución que se despegara de la realidad
concreta, de cómo esta se va desarrollando, sería dogmática y tendería al fracaso.
Me gustaría, eso sí, evitar un equívoco que podría derivarse del uso de un ejemplo
tan minimalista: esto no significa que todo lo que podamos hacer sean pequeñas
reformas parciales. Al contrario: la necesidad de partir de la realidad concreta se
aplica, como es obvio, a todo proceso revolucionario. La propuesta revolucionaria solo
puede avanzar de la mano de la crítica o la autocrítica, que nos permite comprender
las determinaciones de nuestra práctica y establecer así las mediaciones necesarias.
Esto tiene que ver con lo que decía antes sobre los medios y los fines. Si una
se abstrae de las condiciones concretas en las que desarrolla su práctica, que es
lo que ocurre cuando se elaboran recetas, acaba tarde o temprano separando los
medios de los fines. Y por lo tanto, acaba abocada al fracaso. Es por esto por lo
que no tiene sentido que nos traten de vender ciertas metodologías, que son un
método predefinido y por lo tanto separado de su objeto.
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Recuerdo un anuncio publicitario que se emitió en el 2017 y en el que aparecía
un profesor al que le habían concedido un par de años antes el Premio Nacional de
Educación. El profesor salía dando clase y hablando con sus compañeras, dando una
imagen de ser súper innovador y justo al final del anuncio aparecía el eslogan «Lo
importante es tener un método». Era ahí cuando de pronto descubrías que lo que
se anunciaba era una franquicia de dentistas. Porque las franquicias precisamente lo
que son es un método que se vende. No es casual que aquella franquicia acabara
quebrando después de estafar a muchísima gente.
Para terminar, un apunte más. Hay mucha gente crítica con las recetas que
lo que viene a decir es que no se puede afirmar nada sobre el qué hacer, que la
docencia es algo así como un arte o una artesanía, que ser docente es como navegar
en un mar de incertidumbre, que la tarea de educar es inconmensurable, o alguna
otra vaguedad o cursilería similar. El problema de este tipo de afirmaciones es que
funcionan como una excusa para no tener que justificar racionalmente la propia
práctica.
Por resumir, mi crítica a las recetas es una crítica a la definición a priori de una
solución completa a los problemas, que se ciega ante las condiciones concretas o
que separa los medios de su objeto. No es una defensa de la renuncia a explicitar y
justificar en todo momento nuestras prácticas. De hecho, tanto el que sigue recetas
como el que se define como un navegante en la incertidumbre comparten algo
fundamental: no tienen que justificar su práctica. Uno porque sigue lo que han
diseñado otros y el otro porque oculta los criterios por los que se rige.
5.
EL
ESTADO ES EL REPRESENTANTE POLÍTICO DEL CAPITAL2
Si hay un éxito que reconocerles a los defensores de la educación alternativa
es haber conseguido aprovechar un vacío y presentarse como la postura radicalmente opuesta a la educación tradicional, aquella que representaría la preocupación
verdadera por el sufrimiento del alumnado. Por eso, quienes rechazamos las falsas
alternativas debemos ponernos las pilas y plantear con urgencia una crítica completa
a la educación actual. En mi caso, ahora estoy volcada en la crítica de la educación
estatal porque, ya que hemos mencionado antes mi libro, debo reconocer que las
críticas que plantee en él a la privatización de la escuela pública y a los procesos
que la acompañan son algo deficientes. La razón principal es que comencé a escribir el libro como militante anarquista y como defensora de ciertas experiencias de
educación alternativa, y la crítica a la escuela pública, como escuela del Estado, la
daba ya por supuesta. No me había molestado en plantearla seriamente y por eso
mi crítica seguía reproduciendo ciertos lugares comunes ideológicos.
2. Apartado añadido por la doctora Ani Pérez en la revisión de la transcripción del texto, no contenido por tanto en la grabación del diálogo original.
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ANI PÉREZ RUEDA
LA EDUCACIÓN ALTERNATIVA ES UNA FALSA ALTERNATIVA
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Cuando me di cuenta de que la alternativa que yo había creído revolucionaria en realidad no lo era, eso me enfrentó a la necesidad de revisar mi crítica a la
escuela pública, sobre todo cuando después de publicar el libro vi que defensores
bastante rancios de la escuela pública y de la educación tradicional trataban de
apropiarse de mi trabajo. Por eso, ahora estoy dedicándome a profundizar en la
crítica del modo de producción capitalista y del papel del Estado en su seno para
poder plantear una crítica más seria a la escuela pública.
Y una de las cuestiones a las que estoy prestándole mucha atención es a las
críticas que se han dirigido contra la privatización de la escuela pública en las
últimas décadas, pues esta privatización ha sido muy criticada por actores políticos
muy diferentes, desde partidos de izquierdas hasta sindicatos de profesores, asociaciones en defensa de la escuela pública, intelectuales, Movimientos de Renovación
Pedagógica, activistas, etc. Todos coinciden en denunciar los muchísimos males que
ha generado la conversión de la educación en un negocio: segregación escolar,
trasvase de alumnado de la pública a la concertada, deterioro de la escuela pública,
aumento de la desigualdad... Estos males deben ser señalados, y hemos de plantear
críticas firmes a la privatización de la escuela pública. Sin embargo, muchas de estas
críticas a la privatización son erróneas porque se basan en presupuestos erróneos.
Por sintetizar, estas críticas comparten a menudo al menos tres errores fundamentales:
1. En primer lugar, apelan a la nostalgia por una etapa previa del capitalismo, en
la que había un «Estado del bienestar» donde supuestamente todo funcionaba
bien. Es decir, la mayoría tiende a apelar a la nostalgia por un pasado que nunca
fue, un pasado donde según ellos el sector público controlaba armoniosamente
la educación, la riqueza era distribuida y se fomentaba la igualdad para todos.
En definitiva, sea de forma consciente o inconsciente (porque muchos de estos
críticos se definen como anticapitalistas), todos coinciden en idealizar una etapa
previa del capitalismo y, por lo tanto, parece que el problema es simplemente
que ahora se habría vuelto demasiado «salvaje» y poco humano. Y no es solo
que se idealice esta etapa, es que se ignoran sistemáticamente las condiciones
materiales que hicieron posible la creación del «Estado del bienestar».
2. En segundo lugar, explican la privatización en términos morales, como si fuera
el resultado de la maldad y la corrupción de empresarios y políticos. Es decir,
estos críticos reducen su crítica a que las malvadas empresas han puesto sus
garras sobre la educación, a que una serie de malvados han venido a romper
la armonía, y que el Estado ha contribuido a ello porque está en manos de
políticos corruptos que solo favorecen al interés privado. Así, lo que hacen
estos críticos es responsabilizar de la privatización de la escuela pública a una
serie de personas (sean los directivos de las empresas, los políticos o las élites)
que habrían decidido, casi como una conspiración, repartirse el rico pastel de
lo público. Y claro, no hay que negar la responsabilidad de cada individuo
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con relación a sus prácticas, pero esta explicación simplifica y caricaturiza los
procesos sociales que pretende explicar. Presenta a los individuos como abstractamente libres, que podrían hacer cualquier cosa si lo desearan, y por lo tanto
si no hacen lo que esperamos es simplemente que son malos o corruptos. Por
supuesto, la otra cara de este simplismo es que la solución pasa por poner en
el poder a los buenos, en cuyo caso todo iría bien.
3. Por último, muchos críticos de la privatización presentan al Estado como un
instrumento neutral, que sería externo al Capital pero que habría sido contaminado por las sucias manos de los malvados capitalistas. Algunos incluso pintan
al Estado como anticapitalista o como rival del Capital. Por lo tanto, la propuesta
de estos críticos es que de un modo u otro el Estado vuelva a jugar el papel que
jugaba antes del desmantelamiento del Estado de bienestar. Es decir, pretenden
revertir la privatización simplemente fortaleciendo al Estado.
La cuestión es que, y con esto voy terminando, el Estado no es un instrumento
neutral, sino que es el representante político del Capital. La separación abstracta
entre Estado y mercado en la que caen estos críticos, como si Estado y mercado
fueran dos agentes independientes y solo el segundo fuera verdaderamente capitalista, es un error. El Estado no es un «otro» del capital, es su representante político.
En lo que respecta a la educación, esto debería llevarnos a romper con el
mito de que la educación estatal sería «no capitalista», mientras que solo la empresa
privada sería realmente capitalista. En realidad, la organización capitalista de la
educación, igual que sucede con la sanidad, abarca tanto la educación pública como
la privada, aunque haya entre ellas diferencias fundamentales, para empezar, en
cuanto al alumnado que escolarizan o las condiciones laborales de su profesorado.
Lo que esto quiere decir es que hay que problematizar la cuestión de la defensa
de la escuela pública. Por ejemplo, hay ciertos ataques a la escuela pública que yo,
como comunista, considero que hay que apoyar (por ejemplo, ataques al control
estatal de los espacios, al corporativismo docente o a la burocracia). Y del mismo
modo, hay ciertos ataques que parecen dirigidos a la educación pública que sí deben
ser confrontados porque son en realidad ataques al proletariado que limitan sus
posibilidades de asociación revolucionaria y emancipación. Por eso, por mencionar algunos ejemplos, debemos confrontar las medidas que generan segregación
escolar, la injerencia de capitales privados en la escuela pública o la introducción
de pedagogías alternativas que naturalizan la sociedad de clases, pero nunca en el
marco de una defensa del Estado y de su escuela —porque esto implicaría aceptar
la sociedad de clases— sino en defensa de la lucha del proletariado por su emancipación. Esta puede tener lugar, por supuesto, también en el marco de la escuela
o la universidad públicas, que de hecho son espacios de lucha irrenunciables para
cualquier comunista, pero solo como parte del proceso de tratar de superar su
forma capitalista.
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REFERENCIAS
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