Atónita

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Soy.


Desde que juntaba palabras y no sólo sílabas

me soñaba allí

desde que escuché cantar al flaco

me sentí con el derecho de tocar su tierra.

Con las carreras del tiempo

ya no sólo juntaba palabras

también robaba historias

saboreaba cuentos

masticaba acertijos

y todo, como un laberinto me llevaba a ese lugar.


Luego te conocí

no cambiaron mis planes ni mis sueños

hacías parte, te metiste en cada rinconcito

apareciste frente a una puerta

no te cruzaste en una esquina

pero si te atravesaste

inamovible.


Fui feliz, como nunca antes,

vi partir los botes al compás de Sabina

caminé Corrientes por toda la mitad

y no al lado del camino;

me ronronearon los gatos de Recoleta

y comí pipas de Girasol en Plaza Francia;

me detuve en la Rayuela de la biblioteca;

hice los recorridos que hizo Antonio

para conocer a Florencia,

mi Gabriela seguía viva y en Bogotá;

me tomé todos los cafés aceptables

y te vislumbré tomando té en Tortoni;

te lloré en Plaza de Mayo;

te canté en un Circo Soledad

y en cada día sin importar si salía el sol;

me sentí levitar por el río de la plata;

tarareé junto a Mafalda

y di vueltas por la feria de San Telmo;

vi la ciudad desde un alto de La Boca;

te pensé por un Caminito;

abracé a Ismael por las dos

y plasmó tu nombre y su sonrisa

porque desde que tú:

«Hoy es siempre todavía.»


Me subí a un avión para acortar distancias

y antes y después

te busqué en todas partes

estabas aquí y allá

y yo estaba donde estuvieras tú;

aprendí a contar kilómetros

y a borrarlos, a olvidarlos, a cruzarlos

cual viajera atraída por tu canto

o por el sonido de tu guitarra.


Sólo una vez me perdí en ese lugar que era mío

de mí me perdí varias;

lo conocí, lo recorrí, me lo aprendí y te llevé;

el camino de regreso lo tracé contigo.


No importa cuan feliz haya sido

nada se compara con verte en las mañanas,

me llevas a una ciudad diferente cada día

¿Adónde iremos mañana?

Llevas un par de noches ausente y cuando siento que tal vez existe el olvido, llega tu recuerdo y me hago el distraído, no me pasa por el lado, se instala, se queda, se interna, se maximiza, y sé que no es verdad, no, el tiempo no nos lo cura todo, han sido siete eternidades -tú que odias los pares-, y me sigo sintiendo allí, en todo estás, en mis manos, en mi boca, en mi ropa, en cada segundo, y en cada minuto vacío que siempre está lleno de ti. Un vacío sin espacio para el olvido, que a mí -como a ti- no se me da bien. Tus labios parecen de papel como tu piel, y me lleno de inspiración, soy toda un pincel, y sólo de ti quiero escribir, de tu alegría, de lo que te sorprende cada día, decirte “cuéntame, ¿cómo te encuentras?”, aunque sé que me responderás “muy bien”, malas costumbres, esas que tardamos en quitarnos, más lentas que la ropa al caer, como si no nos conociéramos. Últimamente la vida pasa justo así, como si no nos conociéramos, pero me cuesta tanto, tanto, no amarte, no pensarte, no buscarte, no añorarte, no ser contigo, así que ponte a salvo, resguárdate, no lejos de mí, nunca lejos, es más, vámonos a Marte, seguro que allí no hay nadie, y seguro que sin saber cómo ni cuando se nos erizará la piel y seremos el rescate del naufragio.
Qué largas las semanas en que no me habitas -como si fuera posible-, ya no es siempre viernes ni siesta de verano, nos sé insomnes, desesperadas, distantes, así que, ¿para dónde vamos? ¿Dónde están nuestras mañanas, nuestros después? Yo sólo sé que ayer no es hoy, que hoy es hoy, un hoy que no termina, que carece de tus “hola”, de los besos por celular, de un siempre que tiene que llegar, que nos espera, como yo, que espero que me busques a la salida del trabajo, para que me cuentes que me has echado de menos, y que has soñado conmigo, y que el “con menos ropa” sea cuestión de llegar, a cualquier lugar, que al fin traigas la calma. Y déjame, déjame callarte a besos, rozar tus palabras, y si me preguntas, te digo que sí.
Vamos a vivir, vamos a reír, a asumir el riesgo, a mirarnos y a planear una vida cargada de sueños, tal como un julio nos prometimos, tanto por hacer. Para empezar, cien días, cien días estaria bien, cien días de un tiempo que no existe y contarnos que la ciudad nos espera, entre un cigarrillo y otro, entre bocas azules y encerrar toda la luz. Tantos planes, en la ciudad definitiva, donde no hayan aeropuertos, donde no tengamos que despedirnos, donde nos llenemos de “hasta pronto”, y sólo saltar de la mano al precipicio, nos esperan mañanas radiantes y soleadas, porque aquí todo es gris, ya no amarillo, ya el jardín está cubierto de desencanto y sólo es el tiempo que recorro sin ti.
¿Dónde estás? No quiero que me pienses a menudo entre lágrimas y suspiros, quiero hacer tus días más felices, como hasta ahora, y recordarte en un abrazo nocturno que no estarás sola, que a todas partes me llevas, que en cada sonrisa por la calle está la mía, y que mi nombre se pronuncia en cada rincón.
Recuérdame cómo hacerlo, no importa qué, a no partirnos en dos, recuérdame cómo no despedirme y cómo clavar mis raíces en ti, necesito no olvidarlo, recuérdame también visitar los lugares a los que hemos ido juntas, antes de conocernos, antes de encontrarnos, conozcámoslos por tercera y quinta vez. Te necesito conmigo, no por ti, no por mí, por los ojalás de la tercera noche, ¿los recuerdas? ¿Y esa madrugada? Media Bogotá conoce la historia, medio Buenos Aires se ha cansado de oírla, y yo sólo quiero mil madrugadas más, mil noches más, sólo quiero verte siempre, en todos los segundos y que sean más que visiones. Ya no estés lejos, que no quiero que mi nombre se le olvide a tu voz, ni mi pelo a tus dedos, ni mi aroma a tus noches. Ya no quiero sentir que he perdido casi todo, que me falta más que la mitad, que tus manos no me salvan del silencio, ya no hay silencio, ya no hay, ya no.
¿Puedes, por favor, quedarte? Buscar canciones en tu ausencia pierde sentido, ya no hay melodía y ninguna habla del futuro y sin tus brazos no hay patria, ni un abrazo en el cual esconderse, ya no hay patria, ya no hay música, es todo un grito al borde del abismo, un grito silenciado.
Al fin primavera, al fin las flores, al fin la gente feliz, no hay al fin sin ti, y un par de días han bastado para que la ciudad cambie, pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, y todo es verde, y yo sólo quiero gris y vinotinto, y una ausencia permanente de medias. Quiero tantas cosas, más besos inesperados en calles desoladas una mañana de domingo, sábados bajo las sábanas y oírte hablar en sueños, soplar sobre las heridas y que nos quede siempre un poco más, por ejemplo, la esperanza y espacio en el suelo para más libros, para más maletas, para más “quédate y ya”.
¿Recuerdas la historia de la playa? Por favor, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito, o del piso en la Calera, donde sólo bailamos y existimos, historias en que la partida no existe, no tiene final, donde todo es posible, historias sin final, sin que todo dé igual.
Tienes que saber, que cada máñana desde ese lunes del triste regreso, vigilo las caras de los viajeros, pero no, ningunos ojos son los tuyos, te busco en cada esquina, y en cada parada, en cada gesto, en cada palabra inventada por y para nosotras, no te encuentro, no están tus manos, y yo que necesito agarrarme de ellas, y perder el miedo al futuro, al mañana, a un tarde que no existe; te escribo en cualquier papel, con tinta roja, con énfasis, con certeza, con ansiedad, con la necesidad de ser eternas, sin rendirnos en ningún momento.
También me atormenta una noche en aquel bar, aquel lugar, una noche de noticias inesperadas, con una llamada en medio de cervezas y llanto, de buenos deseos y espera de un “no te vayas”, de un ensayo que fue la vida, y míranos, el miedo cambió de bando, pero como taladra esta tristeza compartida, ensordece.
Y ya ves, han pasado días enteros y nada cobra sentido, porque, ¿para qué existir si no me miras tú?
¿Has cantado tanto como yo, para recordar que sigo a tu lado?
¿Has soñado despierta para vencer el cansancio?
¿Has visto más allá de tu horizonte? ¿Ya te llenaste de valor para buscarme? Tanto delito que exige este amor…
Me he llenado de todavías, y varios se han escrito en la nube de mi boca, en el vacío que queda en mi cintura sin tu cercanía, en tu tacto sin pudor y sin blindajes, me he cubierto de nieve, dentro está tan frío, aún sabiéndome la primera, la vida entera.
¿Cómo vernos marchar de una casa convertida en laberinto?
Y yo aquí, sin poder recordar como tú los sueños, sin poder contarlos, escribirlos, revivirlos, todo pesadillas, sin ganas de otros besos, con el miedo de que me envenenen…
Y el no estás suena tan enorme, se lee doloroso, sobre todo ahora, en un pronto noviembre, que sé, quemará.
No te vayas, que la noche no ha acabado, y ya me enamoré yo, no sólo yo.
No te vayas, que todos van a cantar contigo, y Silvio nos ayudará a imaginar.
Y no quiero, no quiero enviarte postales tiernas y ajadas, quiero llenarte de notitas la pared, las libretas, la mochila, de canciones las mañanas, de palabras favoritas la vida.
Perdona si sigo llegando tarde, seguiré compensándote, e invitándote un vinotinto o un fernet. Por favor, por favor no dejes que esta primavera me lleve muy lejos de ti, que no hayan más estaciones, ni distancias, ni falta de norte, ni mundos por cambiar, ni ecos al llamarnos, ni marchas, ni espera, y ¿para qué perderme si no me buscarás?
Respirar se ha vuelto difícil, ha de ser la astilla del recuerdo o las canciones que te debo. Vivir se ha tornado imposible, sobre todo al regresar de muy lejos y deshacer el equipaje… No hay lluvia, no la has traído ni me has vestido de domingo, y si el reloj funcionara, marcaría aún las 10:57 a.m. Y aunque esos días no cantamos Sabina a las dos de la mañana, extraño la sola idea de llegar a casa y ver que estás dormida, porque sólo me fui un par de minutos, y sé que fueron los más largos para ti, como lo fueron para mí.
Nos merecemos, nos merecemos tan diferentes, tan completas, tan sonrientes, tan calladas, qué innecesarias se nos hicieron las palabras, y usamos sólo las que podíamos, entre jadeos y sorpresas, entre lágrimas y cobijas, entre descubrimientos, murmullos y promesas. Y no se fue el avión, ni el tren, ni el barco, yo de nuevo me quedé allí, persiguiendo indicios de tu amor, sin precaución, y eres todo, menos una extraña para mí.
Y aunque mi voz sonó seria y definitiva un “te esperaré todos los días” me tiene al pie de tu cama, y colgando de tu cuello, todavía en tu colchón, en tu sofá, en tu espalda, porque hoy es siempre y todo empieza y todo acaba en ti.


Hoy es siempre - Ismael Serrano.

ccmaff:

Siempre me ha gustado escribir, lo hago desde que tengo memoria.
Organizar el ruido dentro de mi cabeza, convertir ideas en palabras, plasmarlas en papel o en el teclado de la computadora; agendas, diarios, blogs e incluso servilletas o recibos de pago cuando la motivación ataca en los lugares más imprevistos.

Años atrás parecía ser sencillo, las palabras solían brotarme como lágrimas en medio de un desconsolado llanto. No logro entender la razón por la cual me resulta tan difícil hoy en día, no logro entender tanta resistencia.

Como si siempre tú.

Como si te llevara consignada en mi libreta de bolsillo, como si guardara cada palabra en el cajón de la mesita de luz, como si escondiera cada sonrisa entre los lápices o como si te refugiaras en el bolsillo de cada pantalón, como si tuviera que abrir la mochila y salieran los sonidos que haces al dormir, como si tus inquietudes y recuerdos acompañaran mi primer café de la mañana, como si cada beso se hubiese quedado colgado de mi almohada, como si todas las canciones llevaran ese lunar que quiero besar de un millón hacia atrás, como si de cada miércoles se desprendiera el color de tu calma -amarillo-, como si te tuviera grabada en la palma de mi mano derecha, como si Benedetti o Galeano te trajeran en cada verso cual avión, como si cada nota musical fuera un par de tus pestañas, como si mi nombre naciera y bailara entre tu pecho y tu garganta, como si cada día del calendario fuera uno de tus “quédate”, como si cada uno de tus pasos fuera la pista para mi regreso, como si te llevara de memoria en el cuello, como si al ver el cielo de esta ciudad pasaras tu mano por mi pelo y tus labios por mi frente, como si cada palabra favorita del día no pudiera ser otra que tu nombre, como si el “lejos” no se resumiera en un “responder llamada”, como si te hubieses quedado a dormir en el reverso del talismán que es esa postal, como si el trayecto fuese sólo tu madrugada, como si cada rincón tuviese una de tus despedidas vistas de revés.

Yo te llevo en mí, como si no hubiese habido nada antes de ti, con la certeza de no querer descansar nunca más en un pecho que no me susurre el sonido de tus latidos.

Como si la vida hubiese empezado en ti y por ti no acabara.

Las cuentas, las manos, la distancia.
Los miedos, la sonrisa, el silencio.
Las promesas, la mirada, el final del día.
Las razones, el abrazo, el olvido.
Las lágrimas, la piel, el insomnio.
Las verdades, el suspiro, la cobardía.
Las despedidas, el beso, la ausencia.
Las certezas, los pies, la improbabilidad.
Los nudos, el pecho, el recuerdo.
Los bailes, la cintura, la impaciencia.
Las dudas, la espalda, la supuesta libertad.
Las ganas, el cuello, la poesía.

Lo que nos detiene, dónde remediarlo, la realidad.
Nosotras, nosotras, nosotras.

Te dormiste tan pronto… y yo dije tan poco… me temblaban las manos, se me quedaron atoradas las palabras entre el alma y el miedo a no poder borrarlas después con un lo lamento. Estaba tan enojada contigo, tan frustrada, pero sobre todo, estaba tan triste, más triste de lo que podríamos estar las dos al tiempo al hablar de esta distancia que se hace infinita. Y quizá haya sido egoísta de mi parte estar triste y enojada cuando también lo estabas tú, quizá debí dejar mi tristeza y mi enojo para después, pero sabía que posponerlo iba a ser peor, y sólo te miraba, te miraba, te miraba y no comprendía qué estaba pasando, como no te entiendo a ti, como no me entiendo a mí, como no nos entiendo con esta testarudez de tentar a la suerte y dejarnos para un después que podría ser un nunca. Y al mirarte entendí que quizá no te he tenido como muchas y aún así he tenido más de ti que todas, que han sido millones de momentos los que le has dado a otras, pensando en ellas, o pensando en mí -que no es mayor consuelo, cabe aclarar-, que me resulta insoportable esta incertidumbre y que la culpa me pesa más que los recuerdos; también entendí que muchas van a quererte, que muchas te han querido, y que ni juntando ese amor del pasado que has recibido y ese del futuro que puede que mi ausencia te permita recibir, alguna va a quererte de la manera en que yo te estoy queriendo; y lo más difícil, me di cuenta de que el sentimiento más grande, el que me cerraba la garganta, y me congelaba el pensamiento, era el miedo, sí, miedo, este irrazonable miedo que tengo de perderte, de un día no encontrarte al otro lado del teléfono a la madrugada cuando una pesadilla me despierta, de no poder escribirte la más pequeña tontería o el dato más curioso por saber que va a importunarte, no poder hacer planes de un regreso, no querer pisar de nuevo el aeropuerto, que las canciones se queden sin tu nombre pero conserven tu olor, que la alegría que me pintas en los ojos se desaparezca y no cambien nunca más de color, de no encontrarme en ti, de no encontrarte. Este miedo, este maldito miedo de que alguien llegue a verte como te veo yo y de que tú mires a alguien más como sólo me has mirado a mí, este miedo de no intentarlo y tener siempre en mi mesita de luz el arrepentimiento y los abrazos que te guardaste para mí, la ausencia de los libros que no leímos antes de dormir, las entradas de un concierto al que no pude ir sin ti, y las postales sin dedicatoria que estarán amarillas y tristes; este miedo que sólo puede compararse con el amor que cada día se desborda, que sólo despiertas tú. Este amor que no puede existir sin el miedo, y yo, que no quiero existir sin ti.

Enamorarse es lanzarse al agua con los ojos cerrados, desde el risco más alto. Y que se lancen contigo, caer juntos, sin haberse soltado.
Es observar la caída y no querer que termine, y aún así viendo la marea cada vez más cerca. Es escuchar la brisa, el chocar del agua contra las rocas, la inestabilidad de las nubes y la respiración del otro, saber que se es más vulnerable que nunca y sentirse más protegido que cuando veía todo desde arriba. Es sentir el roce de la realidad, el murmullo del fin, el anuncio de un quizá y el grito de un ojalá, es sentir. Es caer, finalmente caer, con la certeza de que puedes llegar solo al precipicio, y con la incertidumbre de si el otro te busca entre las olas como indagas tú en cada movimiento brusco del agua que es la ruptura. Es recordar lo fuerte que te sentías, la sensación de saberse invencible, siempre acompañado, y sentirse cayendo siempre.
Es haber querido tanto como para buscar tierra firme, tirarse en la arena y dejar que las lágrimas también caigan, y sean una sola con el agua del mar, que caigan y que huyan, levantarse, y buscar un refugio seguro, sólo para volver a subir de nuevo y abrirse paso a una nueva caída libre.

Me voy, todos nos vamos, siempre nos vamos.
Me voy como nunca me he ido, quedándome aquí, queriendo no irme, sin poder irme, no del todo.
Por ahí escuché “Si te vas, que no sea muy lejos ni por mucho tiempo”; y quizá para no tener que marcharme o para poder llevarte conmigo debí llegar antes o mucho después, ya no hay modo de saberlo, ya no hay cómo.
Ausencias y distancias, qué términos más lejanos, ¿podríamos seguir viéndolos de ese modo? ¿Podríamos seguir huyendo de aquellas verdades que nos asechan y pretenden separarnos al salir el sol cada mañana? ¿Podríamos hacer una tregua de aquí a que nada sea suficiente, a que dejemos de bastar, qué tal una tregua? 
Entraste cuando ya no esperaba a nadie, entraste sin tocar, sin pedir permiso, sin dar tiempo a ordenar un poco todo o a hacerte un campito en algún lugar, llegaste a invadir, a apropiarte, llegaste para quedarte, y no quiero pedirte que te vayas, no quiero que lo hagas.
Sin haberme ido, sólo quiero creer que todo irá bien, y que si no es así, seguirás ahí, sólo quiero pensar que seguirás ahí.

Quiero quedarme a vivir en tu risa de madrugada, en tu sonrisa, esa que sigue despierta cuando todos han cerrado las puertas, apagado las luces y hasta el sol se ha ido a dormir, y no es algo que note con facilidad, cuando eres tú una ventana que da al vacío de tu respiración entrecortada, cuando eres quien alumbra los caminos de los días malos y cuando ocupas ese cielo que antes era sólo un poco de algodón, un poco de nada, sólo un poco.
Quiero quedarme en tu oscuridad, en tus días tristes, en los que no quieres salir de la cama y quisiera yo entrar, en tus lágrimas de tristeza para alegrarlas y hacerlas bailar, en las de alegría para enseñarles como te gustan los buenos días y los te quieros, en las de placer para hacerlas devolverse, iluminarles el camino de regreso y dejar que retumben el lugar a gritos.
Quiero quedarme en tu almohada y besarte los sueños, en tu colchón y abrazarte al amanecer, en tu saco favorito y llenarte de cosquillas los domingos, en aquella canción que te encuentra suspirando y en ese libro que espera que lo acaricien tus manos, que lo habites como quisieras hacer en cada rincón, en cada extremo, en cada lunar, en cada poro y en cada grito ahogado que te reclama, que te invoca, que te trae.
Quiero quedarme en tus ganas, no importa de qué, bien sea en las de querer o sea en las de follar, en las de abrazar o en las de gemir, en las de empezar o en las de terminar; quiero quedarme en tus ganas de ser, que para estar nos falta tiempo aunque nos sobren los kilómetros, que desaparecen cuando abres la boca, bien sea para pedir que vuelva o para pedir que me venga.
Quiero quedarme en tus guerras y salir victoriosa, verte luchar y tomar prestado todo lo que de mí necesites, desde mis manos, sin importar tus fines pero sí tus objetivos, hasta el extremo frío del silencio que te ofrezco, sólo cuando no tengo risas disponibles porque todas me las he dejado en el último verso de aquella canción que habla de las dos.
Quiero quedarme en ti.
Quiero quedarme.

                                                                                             Septiembre 07/16

       Anonymous

Muchísimas gracias, escribo medianamente seguido pero en mis libretas, la verdad no me ha quedado mucho tiempo de pasarlo todo aquí, intentaré aparecer por aquí más frecuentemente, y de verdad gracias <3

Hace un par de noches le encontré el gusto a un montón de palabras que quizá antes no eran más que una consecución de letras sin sentido y tal vez no me lo creas pero no me sabían a nada, ni a sal ni a azúcar, ni a sol ni a lluvia, ni a día ni a noche, ni a calma ni a tormenta, ni a ti ni a mí, no decían nada, no las veía.
Hace un par de noches me faltaban motivos y se me desbordaban las ganas de querer por todas las esquinas y en un rinconcito te encontré, escondida, sin mí, tenías que sentarte a ver pasar la vida, a ver a los demás reír, llorar, querer, sentir, tenías que esperarme, yo tenía que llegar, no lamento la tardanza, no tardé, llegué justo a tiempo, en el domingo exacto.
Hace un par de noches no sabía lo lindo que era esperar, saber esperar, y saber recibir al que llega, porque encontraste todo en silencio, un silencio disfrazado de paz, que no era más que tardes sin viento, noches sin sueños y melodías atrapadas. Y le pusiste un poco de color a las madrugadas en blanco, le pusiste música a mi nombre y en el tuyo me quedé, ya no pude irme, ya no quise irme, ya no me voy.
Hace un par de noches no eras una desconocida, pero eras una extraña, y ahora siento que te extraño a cada dos segundos de un suspiro, a cada risa ahogada, a cada sonrisa que se escapa; y quizá falten hojas para decirte lo mucho que has llegado a desordenar mi supuesta paz, mi supuesta calma, a lanzar todo por el precipicio de lo innecesario y a poner la tranquilidad que cada verbo requería.
Hace un par de noches no importaban los mañanas, y aunque ahora sí importan ya no me preocupan, ya nada me preocupa desde que estás conmigo.

                                                                                                  Agosto 29/2016

Dueles más porque no puedo nombrarte,
porque a nadie puedo hablar de ti,
y entre callar o cambiar tu nombre
prefiero tenerte sólo para mí,
aunque sean un par de letras, 
aunque siga sin ser cierto.

Duele porque querer no nos alcanza,
porque siempre giramos en la calle equivocada,
y vivimos esperando encontrarnos
en bocas desconocidas, amargas,
en bares en penumbra,
en canciones sin sentido, repetitivas.

Duele decirte adiós
porque nada es definitivo
nunca es cierto, nunca es más que hasta pronto.
Y duele verte y necesitar semanas
para recuperarme de ti.

Duele pensar en irnos, 
porque es cierto, porque nos vamos
una y otra vez
con promesas de volver,
que también son ciertas.

Duele odiar con calma
las palabras y tu sonrisa,
tus declaraciones y tus dudas,
nuestros desencuentros y certezas,
mis falsos recuerdos,
mis ganas incansables de ti.

Duele verte en el papel
en los cristales y en melodías,
en presentes tristes,
pasados mentirosos,
futuros inciertos.

Duele querer llevarte conmigo
saber que te irás, conmigo,
sólo en cartas no entregadas,
en atardeceres fríos 
y cigarrillos olvidados;
en mí.

Duele no saber qué harás cuando quieras verme,
cuando necesites de mí,
de nuestras noches interminables,
de nuestras sonrisas traviesas.
Y sabes bien, aunque no me haya ido,
no podré volver.

Duele que todo sea cierto y todo tarde,
todo a destiempo, impuntual, amarillo.
Duele querer desaparecer,
olvidar, deshabitar, sólo no estar.

Duele que sea mi culpa,
salvarte a pesar de todo,
a todo darle justificación,
esperar mañanas diferentes cada vez.

Dueles tanto como consuelas,
como reconstruyes, como reivindicas,
como sanas y remiendas, 
como curas, con lágrimas entre sonrisas.

Duele porque allí podría ser, 
y sin embargo, en ese allí no cabemos,
no será, está siendo
en este ahora que es cada encuentro.

Duele ser felices por como nos va,
por pequeños triunfos,
efímeras alegrías
historias repetidas.

Duele como sólo contigo podría doler,
del mismo modo en que sólo contigo, 
sólo contigo, sólo contigo.

Duele porque te veo como nadie más te ve,
como quisiera que nadie más te viera,
sin embargo, conmigo estás a salvo,
nadie más te descubrirá, nadie se atreverá,
y al menos en ese espacio, serás para mí,
aunque en este no.

Duele porque como llegamos, nos fuimos,
porque bastaron minutos para conocernos,
días para esperarnos,
meses para que fuera cierto de nuevo;
quizá no alcancen los años
para encontrarte en alguien más, 
para encontrarte.

Dolerás unos días más,
mientras regreso de nuevo a la realidad
que nos distancia
nos cobija
nos engaña.
Dolerás
mientras tanto.

Y cuando dejes de doler, 
esperaré de nuevo tu llamada -en serio la esperaré-,
e iré mil veces, quizá dos mil;
porque sí,
verte un par de horas
hace que estas semanas de añorarte, valgan.

Lo vales, la eterna espera,
las situaciones que no entendemos
que no se explican,
los encuentros cortos y las largas despedidas,
todo lo vales.

Me ha dolido esa canción todo el día,
la siento mía, de verso a verso,
como a ti, de extremo a extremo,
sabiéndote ajena.

Me sabe a lo que no fuimos,
a lo que fingimos no entender -no aceptar-,
sobre todo, a lo que ya no seremos,
no duramos tres minutos, no hay bis.

Me cala hasta los huesos
me quema
me harta
no me basta, aun así.

Es como tú, hiere y cura,
da motivos, los arrebata,
Es olerte a un poema de distancia.
Efecto sin causa
fin sin medios.

No se va, no se ha ido
no se irá.
Tú llegaste, nunca te quedaste
no te fuiste.

Ya no sofoca, no entristece,
no duele menos
sólo anochece, 
arrulla.