Comenzamos con la primera parte de un cuento titulado "El Nombre".
Disfruten.
Jueves:
Para variar
llego tarde, no mucho, pero tarde de todas formas. Lo más seguro es que, para
variar, le traspase la culpa al Transantiago. Mientras entro al Psiquiátrico,
la lluvia pareciera caer con más fuerza sobre la ciudad, a lo lejos suena un
trueno. La escenografía es ideal para la entrevista que debo hacer para el
diario. Y llego tarde.
Vaya si nos
costó conseguir la entrevista, el diario no sólo tuvo que ponerse con dos meses
de alimentos para todo el hospital, también pidieron específicamente que la
entrevista la hiciese yo. La verdad es que no sé por qué. No soy un rostro, no
soy reconocido, no hago entrevistas televisadas mientras almuerzo y mucho menos
he destapado los últimos escándalos del Gobierno de turno. Sólo soy uno más,
uno del montón y nada más. Me acerco a
la recepción.
-
- Hola, vengo por la entrevista
soy…
- - Ya lo sé –interrumpe la
recepcionista sin alzar la mirada- lo están esperando. Por el tercer pasillo, a
mano derecha, y ahí en la segunda puerta.
-
- Muchas gracias.
Mientras avanzo
por el pasillo veo de todo, sólo falta el loco que se cree Napoleón y entonces
el cliché estaría completo. Tercer pasillo, mano derecha. Si bien el
Psiquiátrico se ve limpio, también se ve que ha visto días mejores. Nada muy
desastroso (a pesar del reciente terremoto, ya que la estructura del edificio
resistió mejor que otros más nuevos) pero ése tipo de avejentamiento en donde
se nota que le falta cariño. Llego a la puerta designada y toco dos veces.
-
- Permiso. Vengo por la
entrevista.
-
- Adelante. Dice una voz con tono
muy serio.
Al entrar, la
puerta rechina.
-
- Permiso, repito, buenas tardes.
-
- ¡Ah! Señor. Bienvenido, dice el
Doctor mientras se acerca y me extiende la mano, bienvenido, tome asiento.
- -
Muchas gracias.
Tomo asiento, la
silla es pequeña, pero cómoda, algo raro para un Hospital Psiquiátrico, pienso.
Saco la grabadora.
-
- El paciente está…
-
- El paciente está en camino a la
sala de entrevistas, señor. Interrumpe. Antes me gustaría que entendiera por
qué está usted aquí.
-
- De acuerdo.
- - La entrevista, hace una pausa,
es algo muy delicado, y su periódico insistió en solicitarla para una edición
especial por el 30 aniversario de los sucesos que conmocionaron al país.
-
30 años ya. Cómo ha pasado el
tiempo, pienso para mis adentros, yo apenas sí tenía un año de vida.
-
- Supongo que a pesar que haber
nacido poco antes de los sucesos, no significa que no sepa de ellos.
- - Así es, he leído bastante
acerca de eso, desde joven leí casi todos los libros que han salido sobre el
tema. Cada teoría, cada idea y cada relato los he leído. También los artículos
de prensa de la época, especialmente para poder realizar esta entrevista.
- - Bueno, entonces supongo que
sobre los eventos no hay nada que pueda aportar, pero sí le puedo advertir
sobre el paciente. El Doctor hace una pausa levemente prolongada, busca
inspiración en el cielo raso y, al parecer, la encuentra. El paciente puede
parecer normal, su apariencia es algo avejentada, suponemos debido a lo
ocurrido, no tiene más de 50 años, pero pareciera que tiene poco más de 70. Su
mente está clara como el agua, pero eso no significa que no sea potencialmente
peligroso. Puede grabar la entrevista y tendrá libertad absoluta para hablar
con el paciente, pero en cada momento habrá dentro de la habitación dos
guardias listos para cualquier eventualidad. Dígame, ¿cuánto tiempo cree que
necesitará para realizar la entrevista?
- - No lo sé… -respondo algo
nervioso- Todo depende de cómo salga todo, tal vez 30 minutos, tal vez dos
horas.
-
- De acuerdo, tiene un máximo de
dos horas para realizar la entrevista. Por favor, sígame.
Me levanto del asiento y camino con el
Doctor por los pasillos del Hospital. Mientras caminamos, hablamos de
trivialidades, el clima y todo eso. Nos acercamos a una puerta, se pueden
apreciar rejas desde el otro lado del vidrio de la puerta, está pintada de
color blanco y con algunas manchas negras, bajo el vidrio un cartel que dice
“Sala de Conferencias”; entramos por la puerta a la sala. No hay gran cosa, una
mesa rectangular, dos sillas que se enfrentan y ya están dos de los enfermeros
que, supongo, estarán encargados de cuidar a mi entrevistado.
- Muy bien, espero que todo salga
de lo más normal. Estarán vigilados en todo momento. Le deseo lo mejor.
Recuerde: Dos horas. Dice el galeno, y se marcha por la misma puerta por la que
entramos recién.
Me siento en una
de las sillas, solo, y los dos guardias me miran. Pasan un par de minutos y la
puerta se abre nuevamente, esta vez se trata de mi entrevistado. A pesar que
puede caminar, viene en silla de ruedas, con un suero y calmantes leves
inyectados en su brazo derecho por prescripción médica.
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