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miércoles, 7 de enero de 2009

NEÓN (O VÍSCERAS)



Por José G. Obrero

Los cubitos de hielo se consumen lentamente. Apenas son dos destellos en el fondo del vaso. Es hora de pedir otro cubata y dejarse atrapar por John Coltrane. Son las cuatro de la mañana y ya debe de quedar poco tiempo para que dos o tres fogonazos den el aviso de cierre. Nadie diría ahora que esto se pueda acabar. El bar está atestado de gente y de humo que se pasea entre las lámparas anaranjadas de la barra. Al fondo, el pequeño escenario y los instrumentos que reposan hasta la jam session de los martes. La gente dice que si pides permiso el dueño te deja tocar con una sonrisa de escepticismo, pero yo no he visto nunca que esto suceda. Por encima de ellos, presidiendo el local, unas luces de neón dibujan la figura de un saxofonista solitario y las palabras Jazz Café. En el extremo contrario, una gran ventana circular que tiene dibujada el logo del local (el saxofonista) deja ver una calle vacía de Córdoba. Es uno de los mejores bares que he conocido. Llegué a soñar que estaba en el paraíso y al cruzar un jardín me esperaba el Jazz Café. En serio. Desde entonces he sabido que si alguna vez me voy de esta ciudad lo echaré de menos, igual que eché de menos el mar cuando me fui de Barcelona (el paraíso de mi sueño también tenía mar). Llegan los fogonazos, el bar se queda vacío, los vasos se amontonan en la barra, la música se apaga, y sólo la gran ventana con su calle solitaria y el saxofonista de neón solitario permanecen como estaban. Tu también asumes tu soledad calle arriba y recuerdas que Tracey Emin utilizó el neón para gritar su cruda soledad en sus exposiciones. Tracey Emin y su famosa cama expuesta en los museos. Una cama manchada y revuelta llena de bragas sucias y restos de botellas, ceniceros atestados de colillas, y por encima unas letras de neón que dicen en inglés “mi coño húmedo tiene miedo”. Como si tras la locura de noches de fiesta y sexo y humo y drogas, llegará el fogonazo y sólo quedara ese maldito neón de colores, tan triste siempre, en los cafés de Manhattan o en las pizzerías de Santa Coloma.

El Centro de Arte Contemporáneo de Málaga acoge una exposición sobre esta artista. Cuando llegas a esa cama algo se te remueve por dentro. Tracey Emin exhibe sus vísceras con desgarro. En un pequeño cartel hay un aviso (suele hacerlo en sus exposiciones) de que “puede herir tu sensibilidad”. Es lo que pasa cuando alguien muestra sin tapujos la pasta de la que estamos hechos: carne, soledad, humo y neones que dicen “mi coño húmedo tiene miedo”.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Plaza de las Cañas (Córdoba)


Por José G. Obrero


¡Oh bienaventurado albergue
a cualquier hora!

Luis de Góngora


Es bueno adecentarse tras los días de lluvia,
mirarse en el espejo y disfrutar la imagen,
cambiarse la camisa salpicada de manchas
que han dejado estos días de gotas y silencio.
La soledad es un ácido que traspasa los poros,
se filtra entre la carne hasta empapar el alma,
se instala como un virus en las cuerdas vocales.
Conviene combatirla,
Los bares escondidos son lugares prescritos
que reservan sorpresas cuando cesa la lluvia.
Esta plaza es modesta y no consta en las guías
y esa puerta es un bar aunque nada lo anuncie.
Es un bar o un albergue que diría el poeta;
la barra es un balcón donde arrojar la angustia,
la música conversa con el hombre que bebe.
Si miras a lo lados verás a tus iguales,
sostienen sin temores tu mirada sincera
entrechoca en los vasos un cruce de sonrisas.
Del cuello de esa chica pende, azul, una llave
si consigues gustarle te abrirá los armarios
donde guarda con celo la ciudad sus secretos.
Si consigues gustarle cruzarás la epidermis
de esta ciudad de estampa, serás el invitado
que duerme en la azotea.
La chica es una puerta al final de un adarve
esa puerta conduce más allá de los muros
donde se abre en canal esta ciudad sellada
tras los días tan largos, largos días de lluvia.