Estado Moderno

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La nueva concepción política del Estado Moderno

V
LA NUEVA CONCEPCIÓN POLÍTICA DEL ESTADO MODERNO. DE
LA ITALIA DE MAQUIAVELO A LAS MONARQUÍAS ABSOLUTAS

ZA
1. El nuevo concepto de Estado

La palabra “Estado” tiene diferentes acepciones, pero el uso más frecuente se


refiere al cuerpo político o a la comunidad política como tal. Los teóricos del siglo
XIX lo definieron como el conjunto de mecanismos específicos de gobierno cuyo
rastro se encuentra en las civilizaciones mediterráneas clásicas. En él aparecen
rasgos precisos: poderes de policía organizados, límites espaciales definidos, un
sistema institucionalizado de administración de justicia... Más restringidas e
instrumentales son las definiciones elaboradas en el siglo XX, al considerar al
Estado sólo como un aparato de gobierno que se distingue fundamentalmente por
Eel monopolio de la coerción o, en palabras de Max Weber, “el monopolio del uso
legítimo de la fuerza”. El Estado antes que poder sería, pues, fuerza. En este
sentido hay que interpretar la expresión de Maquiavelo: “Quien tiene el poder
(imperio) y no tiene a la vez fuerza (forze) está condenado a la ruina”. Sin la fuerza, el
poder del Estado se reduce a la nada. Así, el Estado empezó siendo un aparato
técnico de Gobierno, cuya eficacia como máquina de poder al servicio de las
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monarquías empezó a experimentarse en la época Moderna.

En concreto, el diccionario de la Real Academia define al Estado como “conjunto


de los órganos de gobierno de un país soberano”, en el sentido de cuerpo político
de una nación; y a la Nación la define como “conjunto de los habitantes de un país
regido por el mismo gobierno”, y en otra entrada, “territorio de ese mismo país”.
Más romántica y popular es la definición del historiador francés E. Renan (1823-
1892), para quien las naciones eran entidades espirituales, comunidades, que
existen mientras están en las mentes y los corazones de las personas, y que se
basan en la conciencia nacional. Siglos antes, Oliver Cromwell ante el Parlamento
había definido a la nación inglesa como “el pueblo al que el propio Dios ha
puesto su sello”. Pero como explica el historiador alemán Hagen Schulze, fueron
las instituciones políticas, la Corona y el Parlamento las que realmente crearon la
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nación estatal inglesa, marco y condición previa para la nación cultural que a su
vez legitimó y reforzó las instituciones del Estado. Respecto a España, entiende
que su situación geográfica aislada y el alto grado de militarización de la población
desde la reconquista, hizo que gozara de un alto grado de nacionalización estatal
ya en el siglo XVI.

Para localizar en Europa la existencia de soberanía real sobre territorios y gentes


hay que esperar hasta bien entrada la Edad Media. La Europa medieval no
conoció los Estados con una base territorial, sino Estados apoyados en vínculos
personales (a partir de las relaciones feudovasalláticas). Las monarquías no
dejaban de ser una autoridad intermedia, a menudo sólo indirecta, cuya función
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primaria era mediar como árbitro y juez entre las regiones ampliamente
autónomas del país. La soberanía real era poco efectiva (aunque su superioridad
no fuese discutida en términos jurídico-políticos), dependía en gran parte de la
persona y personalidad de cada soberano, de sus posesiones hereditarias, de sus
relaciones con los otros poderes: los estamentos, las instituciones de la Iglesia, las
ciudades... De hecho, para las gentes era más importante la relación que las
vinculaba con el señor en cuyas tierras o villas señoriales vivían. Ya a principios
del siglo XIV se desarrollaron en países como Francia e Inglaterra algunos de los
rasgos de la administración centralizada en los que más tarde se fundamentaría el
Estado moderno. Pero los monarcas seguían ejerciendo su soberanía de forma
indirecta en amplios ámbitos, al topar la administración real con obstáculos en los

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territorios de los grandes propietarios, de la Iglesia y de las ciudades.

Para que realmente el Estado alcanzase su plenitud hacía falta algo más que la
progresiva penetración de funcionarios y jueces reales en cada país. El factor
determinante fue la necesidad de un poder que terminara con el sentimiento de
inseguridad general que se instaló en toda Europa. Hay que recordar el impacto
que causaron en los siglos XIV y XV acontecimientos como el exilio de los papas
en Aviñón (1309), el inicio de la Guerra de los Cien Años entre Francia e
Inglaterra (1339), la llegada de la peste a toda Europa (1347-9), la “Jacquerie” en
Francia que movilizó a una gran masa de campesinos en 1358, el Gran Cisma de
la Iglesia entre 1378 y 1417, y los sucesivos embates contra el imperio bizantino
hasta la definitiva caída de Constantinopla. Italia fue un territorio especialmente
Einestable y muy activo políticamente. En la pugna por la supremacía política de la
península, latía la antigua división entre los partidarios del papa (güelfos) y del
emperador alemán (gibelinos) manifestada en las ciudades-estado. A la muerte del
emperador Federico II, en 1250, en muchas de ellas se habían establecido
gobiernos “populares”, iniciándose una sucesión de inacabables guerras que
engrandecerían a unos Estados a costa del sometimiento de otros.
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― Las discordias internas, y también los enfrentamientos entre el popolo grosso e
il popolo minuto, explican que a finales del siglo XIII la mayoría de las Comunas
republicanas (ciudades-estado con un gobierno popular o aristocrático) se
transformaran en Signorías. En origen se trataba de contratos con un podestà
(juez) o un capitano del popolo de reconocido prestigio, al que las partes en
discordia juraban lealtad para garantizar la seguridad interior y pacificar las
Comunas, con un plazo convenido para el ejercicio del poder. Al negarse a
abandonar el poder, estos “dictadores comisarios” se convirtieron en señores
de las ciudades, creando una suerte de Estados territoriales urbanos distintos
de las monarquías y principados patrimoniales. Se trata de un gobierno
personal pero con una autoridad limitada en los aspectos legislativo y judicial.
En este contexto, los italianos utilizaron la palabra Stato para designar la nueva
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forma política en el sentido de lo que está ahí: el aparato de poder superpuesto


artificiosamente, por contrato, a la vida orgánica de la ciudad, la antigua
comuna republicana.

Así es como a inicios de la Época moderna Italia vivía dividida en el ámbito


político, a pesar de formar un conjunto homogéneo desde el punto de vista
cultural. La diferenciación de los Estados por categorías enmascara situaciones
diversas: antiguas señorías o repúblicas pueden ser consideradas por su forma de
gobierno Estados-principados, como Florencia en tiempos de los Medici, aunque
en la mayoría de los casos tuvieron reconocida la categoría de ducado o
marquesado: Milán, Ferrara, Mantua, Urbino... Repúblicas aristocráticas fueron
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Venecia, Génova, Lucca, Siena... Y hubo un reino, Nápoles, o dos si se atiende a


la autoridad de “rey” que evoca una de las triples coronas de la tiara de los papas,
que gobernaban con carácter electivo los Estados de la Iglesia. Frente a los
grandes, los Estados menores se vieron forzados a realizar una política de alianzas
que limitó su independencia y soberanía. En este contexto, la atención de los
humanistas italianos sobre el modelo de la polis griega vigorizó el régimen de las
ciudades, suscitando el interés por el republicanismo que habían descrito los
clásicos. A partir de este momento adquiere relevancia un concepto que pasaría a
ser el núcleo del pensamiento político posterior: la libertad. Como explica M.
Viroli, no se parte de la idea de que la libertad política consista en la participación
democrática, sino en la protección del bien común frente a los intereses de las

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facciones. Un interés común que se define como aquello que persiguen los
ciudadanos que, sin tener la ambición de dominar, tampoco quieren ser oprimidos
por el poder. De ahí que la solución más extendida en la época fuera la defensa de
una constitución mixta, una forma de gobierno que incorporase lo mejor del
gobierno de uno (monarquía), de los pocos (aristocracia) y de los muchos
(gobierno popular o democracia). Esto proporcionaría un lugar adecuado a cada
grupo social en el entramado institucional de la república, facilitando el equilibrio
del poder ciudadano. Si la teoría política medieval fijaba los fines de la acción
política humana y los medios moralmente lícitos, el humanismo cívico italiano
puso la fijación de los medios en manos de la comunidad política misma. No hay
que olvidar que los defensores del republicanismo y el humanismo cívico dejaron
de considerar a la política como “la más noble de las actividades humanas”,
Ereconociéndola como una actividad más bien sórdida. En efecto, el “arte” del
Estado eliminaba cualquier barrera moral o política en la fijación de fines o en la
determinación de la aceptación de los medios. En este sentido, se vio alterada la
noción de justicia que pasó de la acepción cristiana de dar a cada cual aquello de lo
que carece, a una noción más clásica y estratégica que consiste en que cada uno
tenga y mantenga lo suyo frente a los demás.
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2. La ciencia política a partir de Nicolás Maquiavelo

La teoría republicana evolucionó en la Florencia de la segunda mitad del siglo XV


controlada por los Medici. Influidos por Platón, teóricos como Bartolomé Scala
(m. en 1497) consideraban preferible el gobierno de un hombre virtuoso y sabio al
gobierno de leyes permanentes. Dentro del mencionado “humanismo cívico”, esta
teoría partía del hombre como “medida de todas las cosas”, que hace que se
exprese a sí mismo a través del lenguaje y de la historia. Ésta adquiere un enorme
valor para los teóricos de la política, ya que al ser entendida desde una perspectiva
cíclica permite intuir el futuro. La necesidad de terminar con la inestabilidad
política que en los siglos XV y XVI produjo la intervención del emperador,
Francia y Aragón, hizo de la península italiana un “laboratorio” en el que se
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examinaron las formas de Estado de acuerdo con su capacidad de


funcionamiento. Esto explica que los teóricos del Estado más significativos de esa
época fueran italianos.

El florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) representa una ruptura con la


tradición del pensamiento político. Con él se anula la ecuación clásica que hacía
equivaler “ley natural” a “derecho natural”. La naturaleza es para él un acontecer
meramente dinámico, de acumulaciones concretas de fuerzas. Por tanto, para él
únicamente era posible hacer una interpretación individualista de la imagen
política de la vida. Su infancia y juventud conocieron la Florencia de Lorenzo el
Magnífico, quien había escrito en su diario con letras mayúsculas: “Nadie puede
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vivir en abundancia en Florencia sin contar con el Estado”. Hijo de un jurista,


entró al servicio del gobierno de Florencia cuando contaba 29 años,
desempeñando el cargo de segundo canciller durante catorce (las misiones
diplomáticas lo pusieron en contacto directo con las realidades políticas de
Francia, Suiza y Alemania). Los despachos e informes que entonces elaboró
contienen ideas que anticipan doctrinas de sus obras posteriores, en sintonía con
el debate existente en los círculos de discusión de las élites políticas florentinas, el
más famoso el que se reunía en los jardines del palacio de la poderosa familia de
los Rucellai, los Orti Oricellari. Estas experiencias, junto con el estudio de los
clásicos, inspirarán sus libros más conocidos: El Príncipe (escrito entre julio y
diciembre de 1513, y publicado en 1531), Discursos sobre la primera década de Tito

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Livio (1513-1517, publicado en 1532), y Arte de la guerra (1520, publicado en 1521).
No cabe buscar en estas obras una exposición sistemática de su teoría del
gobierno, que se deduce del conjunto. Los Discursos (en los que se expone su
personal concepción de la historia), presentan el sustrato teórico y filosófico que
el Príncipe apenas desarrolla, al ser una obra breve y de rápida redacción. No
existiría, pues, contradicción entre ambos, de forma que hoy se rechaza la
explicación tradicional de que en los Discursos Maquiavelo ofreció la versión
republicana frente a la monárquica dada en el Príncipe.

El método de Maquiavelo se funda en extraer de la historia y de la experiencia


reglas para lograr el éxito en el comportamiento político, ya que los asuntos del
mundo “son llevados por hombres que tienen y siempre han tenido las mismas
Epasiones y producen necesariamente los mismos resultados”. Esta afirmación
(expuesta en el capítulo III de El Príncipe) hay que situarla en la idea renacentista
sobre el comportamiento humano, al margen de los preceptos morales cristianos
como base de la política.

En efecto, en todas las obras de Maquiavelo late un profundo pesimismo sobre la


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naturaleza humana, que de forma inalterable tenderá al fingimiento, el cambio
voluble y la ambición ilimitada. La estrechez de miras del hombre explica que
actúe en función de la recompensa inmediata más que de las consecuencias a largo
plazo de sus acciones. Es también un ser imitativo, inclinado a seguir de un modo
mecánico el ejemplo de los que encarnan la autoridad. Pero el deseo de
autoconservación, y la cortedad de miras, hacen que los hombres sean aptos para
ser manipulados por sus dirigentes, sin que quepa esperar por eso el progreso del
bien. La finalidad más alta que el hombre puede proponerse es la gloria conferida
por actos que son recordados y enaltecidos por la humanidad. Vale mucho más
una vida breve pero gloriosa (del individuo o de la colectividad) que una larga
existencia mediocre; por eso, los esfuerzos del Estado deben dirigirse a crear las
condiciones que hagan posible la gloria. La gloria verdadera depende de la virtù de
un individuo o de un pueblo. Maquiavelo hace un uso ambiguo de este término,
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pero casi siempre que lo emplea hace pensar en el soldado que en una batalla
despliega previsión, decisión, valentía, arrojo y vigor. La guerra (y la vida entera)
consiste en el conflicto entre la virtù (cualidad viril) y la fortuna (mudable,
imprevisible, caprichosa). La acción virtuosa permite a los hombres controlar al
menos una parte de sus vidas y limitar los caprichos del azar.

El instrumento más importante para poner freno a la naturaleza egoísta del


hombre y canalizarla hacia finalidades sociales deseables es el Estado. Maquiavelo
fue el primero en dotar de significado al término Estado al afirmar que lo son
“todas las formas de dominación política, constituidas democrática o
monárquicamente”. El Estado es, pues, el modo de estar constituida una sociedad
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política, a la que hasta entonces se había llamado “ciudad”, “reino” o “república”.


Aquí se observa la transformación del término estado en los siglos XV y XVI,
pasando de significar "estado" (como condición) a equivaler a una entidad pública
con plena soberanía. Para Maquiavelo el fin supremo de la política es la utilidad
pública, la seguridad y el bienestar de la comunidad, por encima de los fines
morales que atribuían a la política los pensadores anteriores.

― Esto no quiere decir que dejara de hacer distinción entre actos morales e
inmorales (“cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y
comportarse con integridad y no con astucia”), de manera que el empleo de
medios inmorales en servicio del bien común sólo puede disculparse más que

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justificarse. La función de la religión en el Estado es importante por facilitar
que los ciudadanos sean buenos y obedientes (Discursos. I, 11-12). Aunque para
él la religión es un aparato de Estado que transmite una serie de valores a
aquellos que no poseen conocimiento.

La esencia del Estado es el poder, la facultad de vencer los engaños de la fortuna


mediante la energía política (la virtù). Se trata de mantener el Estado a cualquier
precio y por todos los medios, sin que ello necesite de ninguna justificación. Esto
aconseja llevar una política en términos de poder y control: “El gobierno sólo
consiste en controlar a los súbditos de manera que no puedan ni tengan motivo
para perjudicarte”; “en todas las repúblicas el número de ciudadanos que alcanzan
posiciones de mando nunca pasa de cuarenta o cincuenta; a éstos se les puede
Etener callados mediante honores o eliminándolos; el resto sólo quiere seguridad”
(Discursos I, 16). Esta virtú política no tiene nada que ver con la virtud moral, sino
que, como ya se ha dicho, consiste en la audacia, el coraje y la flexibilidad. Ya que
raramente se encuentran estas cualidades en una persona, Maquiavelo llega a la
conclusión de que las repúblicas son preferibles a los principados, al ofrecer
mayor variedad de caracteres para adaptarse a las circunstancias cambiantes
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(Discursos II, 2).

― La teoría del republicanismo político fue desarrollada por el neozelandés


John G. A. Pocock en su obra El momento maquiavélico (1975), dentro de los
presupuestos epistemológicos de la denominada Escuela de Cambridge. El
republicanismo cívico desarrollado en aquellos años en Italia a partir de la
teoría clásica de la "politeia" de Aristóteles y de Polibio, ejercería una
importante influencia sobre el pensamiento político inglés de los siglos XVII y
XVIII, y de forma particular en la historia política de sus colonias americanas,
sin la influencia decisiva que se había dado a Locke. Con la expresión
“momento maquiavélico”, Pocock conceptualiza las fórmulas empleadas por la
República de Florencia para permanecer política y moralmente estable frente al
destructivo flujo de acontecimientos irracionales que amenazaban con
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destruirla: la virtud enfrentada con la fortuna y la corrupción. El humanismo


renacentista “inventa” el tiempo secular o profano (frente a las concepciones
teológicas de contenido cristiano), reduciéndolo todo a la racionalidad del
mundo. A diferencia de Pocock, el historiador británico Quentin Skinner (Los
fundamentos del pensamiento político, 1978) relacionó los ideales de independencia y
autogobierno, propios del republicanismo, con fuentes romanas y no
aristotélicas. En este sentido, demostró la continuidad entre la cultura política
medieval y la renacentista.

El Estado es concebido por Maquiavelo como una estructura orgánica regida por
sus propias leyes y su propio desarrollo. A partir del concepto de necesidad
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pública manejado en los últimos años de la Edad Media, este autor intuye la razón
de Estado, aunque no llega a emplear las palabras “ragione di stato” (el primero en
hacerlo fue F. Guicciardini). Afirma que el éxito debe ser juzgado por veredicto
popular, y los medios empleados por el gobernante le serán “perdonados” si con
ellos consigue sus pretensiones, porque en política “donde no hay tribunal al que
recurrir, se atiende al fin” (El Príncipe cap. XVIII, Discursos I, 9). Así anticipa,
aunque no llegue a expresarlo, el principio de que el fin justifica los medios. El
que la bondad privada quede subordinada al éxito público, desafía a la moralidad
tradicional. Aquí la libre voluntad cristiana queda limitada, mientras se fomenta la
flexibilidad moral y el relativismo. No es extraño que El Príncipe recibiese la
condena de la Iglesia.

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En efecto, quedaban en entredicho algunos de los planteamientos fundamentales
de la filosofía política cristiana, tal como la sociabilidad natural del hombre, muy
en relación con la idea de la bondad propia de la naturaleza humana por ser
imagen de Dios. También la idea de la superioridad de la comunidad y sus
intereses sobre el individuo y los suyos (por ser la comunidad la que forma y
transmite sus valores). A cambio, se recuperaron nociones de la antigüedad
clásica, como la idea romana de la maldad intrínseca de la naturaleza humana, o
que en la base de la creación de las comunidades políticas lo que late es un pacto
para evitar la supremacía del más fuerte. Esto queda particularmente claro en el
pensamiento del florentino Francesco Guicciardini (1483-1540), que a partir del
ejercicio activo de la política sostuvo que la idea medieval del sometimiento de la
Epolítica a la teología era ajena a la realidad. Defendió que el auge y declive de los
Estados seguía otras leyes que las de la religión o las de la moral personal, y eso
condujo por primera vez al concepto razón de Estado. El Estado tiene sus propias
reglas, que son las que determinan el comportamiento de los hombres de Estado
cuando quieren alcanzar el éxito. Guicciardini contrapone así el interés político del
Estado a la moralidad privada: "Cuando digo que se podría matar y encarcelar a
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todos los pisanos, tal vez no hablo como cristiano, sino de acuerdo con la razón y
las prácticas de los Estados" (Diálogo del reggimento di Firenze). A pesar de sus críticas
a Maquiavelo, comparte con él muchas de sus ideas. Así, la convicción de la escasa
diferencia entre las repúblicas y las tiranías. Entiende que no existe el poder
legítimo, ya que “todo poder político está arraigado en la violencia”. Sin embargo,
en 1536 justificará el absolutismo del duque Alejandro de Medici aduciendo que,
una vez establecido, el Estado tenía un poder ilimitado. Su interés por
comprender los mecanismos prácticos de la política lo realizó por medio de una
renovación de la historia. Ésta retoma las reglas polibianas del relato analítico, que
debe explicar una importante evolución histórica. Así en su Historia de Italia se
esforzó por comprender por qué la península, a causa de su riqueza y de su gloria,
se había convertido en objeto de presa de las dos grandes monarquías absolutas de
su tiempo.
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En la visión naturalista y pesimista del hombre hasta aquí descrita, se apoyaron las
nuevas concepciones del Estado absoluto del siglo XVII, al que se imaginó cada
vez más como instancia que lo decide todo. El empirismo cambió también el nexo
entre Dios y la naturaleza (que empieza a ser explorada, analizada, matematizada,
al margen del mundo cósmico medieval de los arquetipos celestes). Desde esta
visión, Hobbes realizó el primer intento duradero de incorporar a la política una
explicación científica, sosteniendo que, bajo condiciones específicas, era posible
conocer el origen de las motivaciones humanas. Basándose en las leyes del
movimiento, que él creía válidas a nivel universal, propuso una ciencia política
deductiva que procedería de las formas más simples a las más complejas del
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movimiento social. Pero la teoría de Hobbes no era un estudio de las


regularidades, sino un intento de crearlas, como él mismo sugería en el capítulo 31
de Leviathan: “Este escrito puede caer en manos de un soberano, que llevará la
teoría a la práctica”.

― Las nuevas teorías de la Ley natural que surgirán en respuesta al desorden


causado por las guerras de religión en el siglo XVII, suponen, en opinión de
Charles Taylor, la idea de la sociedad como algo que existe para el beneficio
mutuo de los individuos y en defensa de sus derechos, idea que pasó
definitivamente de la elite al conjunto social. Esta Ley natural dio lugar a un
orden moral moderno que arrinconó otros tipos de moral, con el

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individualismo y el beneficio mutuo como principales consecuencias.

3. El régimen del absolutismo

Al considerar el nuevo contexto político, Perez Zagorin afirma: “Tal y como


asistimos a su desarrollo a través del siglo XVI y primera mitad del XVII, es
claramente absolutismo lo que vemos crecer sin excepción”. Ya a finales del siglo
XVI la monarquía absoluta avanzaba en toda la Europa occidental. Los reyes de
Inglaterra, de Francia y de la España imperial eran entonces más poderosos que
sus antecesores, como se manifiesta en la consolidación territorial, la
centralización administrativa y la integración política. Las tres eran monarquías de
derecho divino, es decir, la autoridad de los reyes procedía de Dios y a él sólo
Etenían que rendir cuentas. En este mismo sentido, afirma Tomás y Valiente:
“Decir que el Estado era entonces absolutista equivale a afirmar que el Estado es
la instancia suprema del poder político; que tal poder se concibe como soberanía,
como potestad absoluta superior e insuperable, libre y exenta de cargas, de lazos o
ataduras que vinculen a su titular; y que éste es el rey, el príncipe soberano”.
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Lo que Maquiavelo soñó para Italia, se logró en primer lugar en España con la
unificación y concentración interna de un gran reino. Ello fue por la voluntad de
poder de los Reyes Católicos y su capacidad de imponer la autoridad soberana, ya
que el poder es el elemento decisivo del Estado absoluto, hasta el punto de que
existe la tendencia de identificar Estado con poder. Así se llega al Estado moderno
con vocación de perdurar, suprapersonal y vinculado a instituciones. A la vez se
inicia un proceso de nacionalización, que hace que se pueda hablar de la Nación
española, aunque en rigor dicho proceso no concluya hasta el XVIII con los
Borbones. Esta evolución es también seguida por Francia e Inglaterra, luego por
Prusia, Suecia y hasta el nacimiento de una nación, o algo semejante, en Rusia.

Fue en España y no en Italia donde antes se comprendió la necesidad de unos


medios que superaban las posibilidades del marco de la ciudad. Este
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planteamiento puede hacerse extensivo a la generación de monarcas del tiempo de


los Reyes Católicos, que perdió el temor a innovar y apartarse de la tradición (lo
que no quiere decir que dejaran de predominar los elementos heredados). Para J.
A. Maravall la nueva concepción del Estado Moderno simboliza todos los
cambios sociales, económicos, jurídicos, militares, incluso los intelectuales y
artísticos producidos en Europa entre los siglos XV y XVI. Según este autor, la
acumulación de cambios tan importantes en un corto espacio de tiempo hizo
surgir la conciencia de una aceleración nunca antes conocida, y en consecuencia, la
necesidad de una estructura que asegurase el plano de lo estable. Así surgiría el
Estado como forma permanente y objetiva de la vida política. Lo propio del
Estado es garantizar la estabilidad. Con este sentido Cerdán de Tallada, escritor
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político y consejero de Felipe II, dio la primera definición conocida en lengua


castellana: “Esta palabra Estado, según su propia significación, es una cosa firme,
estable y que permanece”.

― Los españoles, conforme al pensamiento del siglo XVI, construyen el


Estado como un artificio, una máquina con sus propios resortes, que serían las
normas y leyes para permitir su gobierno y alcanzar fines cada vez más variados
y complejos; hay que recordar, por ejemplo, la complejidad organizativa que
encerró la conquista y colonización de América. Maravall hace hincapié en el
evidente paralelismo entre el nuevo gobierno del Estado y la técnica moderna.
La técnica antigua era una práctica personal, que se transmitía de maestro a

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discípulo; la técnica moderna pasa a ser una ciencia aplicada y generalizable.
Algo parecido ocurre en política. Durante la Edad Media, para poseer
conocimiento político se consideraba necesario la experiencia, el paso de los
años ejerciendo el gobierno; de ahí la valoración de los consejos de ancianos, y
también la presencia del anciano al lado del joven príncipe. En el gobierno
moderno el príncipe es un experto (con una amplia formación) que no se rodea
tanto de experimentados como de otros expertos formados en las distintas
materias. Esta es la diferencia que separa la figura del político renacentista de la
del señor medieval (lo que diferencia a Carlos V de su hijo Felipe II, en cuya
formación se incluyeron las matemáticas, la arquitectura, la geografía o la
historia).
EFrancisco Tomás y Valiente resumió en su famoso Manual de Historia del Derecho
español la concentración del poder político en España y la aparición del Estado: “A
finales del siglo XV, durante el reinado de Isabel I y Fernando II de Aragón y V
de Castilla se produjo la aparición del Estado. En 1469 (matrimonio), 1492
(conquista de Granada) y 1512 (incorporación de Navarra por Fernando) se unen
todos los territorios bajo una misma Monarquía. Desde entonces hay un Estado
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español. La línea autoritaria del poder monárquico prepondera. La Monarquía
domina política y militarmente a la nobleza feudal. El poder personal del rey se
considera como absoluto, esto es, como superior y desligado al Derecho. En
torno al rey surgen instituciones políticas centrales. Aumenta, como fase de auge
de la tendencia iniciada siglo y medio antes, la burocracia, una serie de oficiales del
rey, algunos de naturaleza comisarial, otros de índole estable, que cumplen y hacen
cumplir su voluntad. Se intensifican las relaciones interestatales por medio de
representantes políticos permanentes en las cortes extranjeras (embajadores,
diplomacia). Se crean ejércitos de mercenarios permanentes. Para todo ello se
multiplica continuamente el gasto público y, por consiguiente, la presión fiscal
sobre los súbditos pecheros. Llamamos Estado a la configuración del poder
político sobre estas bases y estas instituciones: Monarquía, Consejos, burocracia,
ejército, diplomacia, Hacienda. La aparición de una Monarquía única y en torno a
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ella de un Estado español no aniquiló a los reinos. Se era súbdito de un mismo y


común rey, pero se era natural de tal o cual reino, y éstos subsistían como base de
cada uno de los sistemas normativos. Por encima de los reinos sólo la Monarquía
y el Santo Oficio de la Inquisición son instituciones comunes. La conformación
del Estado como instancia de poder superior (soberanía) no destruyó el poder
económico ni los privilegios estamentales de la nobleza y el clero. La política de
estos estamentos consistió en adelante en un intento de controlar el Estado
ocupando en él puestos decisorios”.

En el caso inglés la Corona nunca ejerció la autoridad para legislar o pedir


subsidios según su deseo, con un Parlamento que experimentó un desarrollo
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institucional considerable con los Tudor y los primeros Estuardo. Por eso parece
acertado convenir que esta monarquía fue menos absoluta que las otras, con un
mayor peso de las tradiciones e instituciones sobre las que se apoyaba. El
constitucionalismo medieval inglés afirmaba que todo gobierno legítimo es según
derecho, por tanto, con limitaciones reales a la misma acción de gobierno. Este
constitucionalismo surgió de la lucha de la aristocracia, apoyada por la Iglesia, para
limitar los poderes de monarcas que amenazaban en convertirse en tiranos. Tras la
rebelión de la nobleza a comienzos del siglo XIII, el rey Juan sin tierra concedió la
Carga Magna (1215) por la que el soberano se comprometía a respetar las “leyes
viejas”, garantizando por escrito los privilegios de los varones. La Curia Regis
debía ser consultada antes de imponer tributos y ningún noble, seglar o

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eclesiástico podría ser arrestado o condenado sin mediar juicio de sus iguales.

― La Carta Magna permaneció en siglos sucesivos como la base del edificio


constitucional inglés, favoreciendo una práctica política diferente de la
continental. Así lo expuso John Fortescue (c. 1385-c. 1476), hombre de leyes
que participó activamente en la política de su tiempo teniendo que sufrir el
exilio. Para explicarlo acudió a la distinción entre el señorío real y el señorío político
(o constitucional). El señorío real vendría a coincidir con la voluntad del
gobernante, revestido de autoridad “absoluta”; el propio Fortescue lo
ejemplificaba en el reino francés de su época. En cambio, bajo el dominio político
las leyes las hacen “los ciudadanos”. La base de la monarquía inglesa, según
Fortescue, era el dominio político y el real, en el que se combinaban la autoridad
E eficaz e indispensable de un gobernante hereditario, con la participación
esencial de los súbditos a través de sus representantes en el Parlamento. No era
posible hacer las leyes ni exigir impuestos sin el concurso de ambos elementos.
Sin embargo, Fortescue al señalar las diferencias entre el domino real francés y el
sistema inglés, prudentemente consideraba al primero como mucho más
ventajoso.
AB
― No obstante, es difícil negar que en Inglaterra existieron rasgos propios del
absolutismo. El rey no tenía a nadie por encima, ni debía pedir opinión a sus
súbditos en el terreno político, ni había medios legítimos de castigo en caso de
mala actuación, y sus poderes aumentaron tras el cisma anglicano. Aunque no
podía hacer leyes en el parlamento sin permiso, poseía la prerrogativa de emitir
órdenes bajo el nombre de proclamas regias, que llegaría a equipararse a un poder
legislativo de hecho. La prerrogativa real permitía al rey separar la ley común y el
proceso legal normal cuando a su juicio estaban en peligro materias de estado y
política, bienestar general y salud del reino.

El que España, como Francia e Inglaterra, sean consideradas monarquías


absolutistas no quiere decir que su poder fuese homogéneo, sino que era un
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conjunto de prerrogativas particulares, derechos y poderes. Tampoco fue un


poder ilimitado, ya que existían limitaciones particulares basadas en la ley, la
costumbre y la religión. Y la limitación más dura de superar, sobre todo en
Inglaterra, fuer tener que pactar con las asambleas representativas o los
parlamentos de los reinos y provincias (esto diferenciaba el absolutismo occidental
de la autocracia sin trabas de la Rusia zarista o el sultanato Otomano). En efecto,
el principal criterio para distinguir el modelo absolutista es la capacidad que
demostraron los gobernantes para imponer tasas y hacer leyes sin consulta o
asentimiento de sus súbditos. Esto parece claro en el caso de los reyes franceses y
en la monarquía española (particularmente en Castilla y en algunos de sus

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La nueva concepción política del Estado Moderno

dominios italianos), atenuándose con el tiempo los obstáculos institucionales para


su ejercicio.

― Hay que tener en cuenta que los reyes "absolutos" no eran arbitrarios, no
han pasado a la historia por ser unos dictadores. En realidad, contaban con la
aceptación general de su derecho a mandar, y en el caso de España no se
apartaron de los Consejos. Hay que volver a recordar que el término
“absoluto” significaba en aquella época lo mismo que libre de cargas, de lazos
que obligasen. Como se ha visto, la mayor limitación que los monarcas trataron
de eludir procedía de las asambleas representativas, Parlamentos, Cortes o
Estados Generales. En Castilla la convocatoria de las Cortes se hizo cada vez

ZA
más espaciada. Los Reyes Católicos sólo convocaron las Cortes al final de su
reinado por necesidades financieras, y en 1538 fueron amputadas por Carlos I
en sus dos estamentos privilegiados. Además, en este caso el rey contó con la
ventaja de hablar primero. En Francia los Estados Generales no fueron
formalmente abolidos pero dejaron de ser convocados a partir de 1614, hasta el
5 de mayo de 1789 en vísperas de la Revolución francesa. En el reino de
Bohemia (monarquía electiva que comprendía los territorios de Bohemia,
Moravia y Silesia), el absolutismo se ejerció sin límites por los Habsburgo tras
la victoria de la Montaña Blanca en 1620. Aunque la corona era electiva, desde
1526 había recaído sistemáticamente en esta dinastía. Hubo situaciones
intermedias en que los monarcas pugnaron con sus parlamentos por la
supremacía. Los territorios de la Corona de Aragón, poco poblados y de escasa
E riqueza, mantuvieron sus cortes representativas, aunque se convocasen
tardíamente. En Polonia (monarquía de carácter hereditario) la Dieta nobiliaria
dirigió la política marcada por la inestabilidad. En Holanda la lucha por la
independencia llevó a abolir la monarquía en 1581 y la soberanía pasó a los
Estados Generales. En Inglaterra el poder de la monarquía demostrado en el
siglo XVI y las primeras décadas del XVII cedió ante la presión del
AB
Parlamento, que alcanzó la supremacía tras la revolución “gloriosa” de 1688.

― Pero también en los Estados más absolutistas el rey se encontraba limitado.


Limitaciones materiales por las comunicaciones y el escaso número de
funcionarios reales, que reducía la frecuencia, continuidad y eficacia del
gobierno central. Así A. Thompson considera que en Castilla se dio la
paradójica combinación de un poder ejecutivo absoluto, con una capacidad
muy limitada de llevar a la práctica esta pretensión en el ámbito local. No
parece justificado, sin embargo, considerarlo una paradoja si se atiende al
sentido estricto del término “absoluto” y a los obstáculos y limitaciones que
imponían todo un conjunto de leyes y costumbres. Faltar a la ley divina
cristiana podía acarrear la excomunión, cuyos efectos liberaban a los súbditos
de la fidelidad debida al monarca. En este punto, conviene recordar la
C

legitimidad que otorgaban títulos como el de Reyes Católicos concedido por


Roma a los monarcas españoles, o el de Cristianísimo al rey de Francia.
Tampoco se podía faltar a las leyes fundamentales del reino, garantía de la
existencia del mismo, ni ir contra el derecho de gentes, que garantiza la
propiedad, los contratos y las costumbres y privilegios de las comunidades. En
efecto, la capacidad de los monarcas de innovar en materia de derecho fue
reducida, en tanto que la práctica legislativa daba prioridad e incluso
salvaguardaba las leyes existentes frente a disposiciones que cambiasen la praxis
de gobierno. La propia configuración territorial de los Estados supuso una
gran limitación para la acción de gobierno. No tenía por qué existir unidad
lingüística ya que aún estaba en formación el principio de unidad territorial. Se
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La nueva concepción política del Estado Moderno

carecía frecuentemente de unidad geográfica, sin el carácter lineal y rígido


posterior de las fronteras; era usual encontrar territorios de un Estado dentro
de otro, de ahí que los monarcas en los diplomas y cartas tuvieran que hacer
referencia a sus títulos. Cada Cancillería sabía cuáles eran las ciudades, las
tierras del dominio y los feudos pertenecientes al reino, considerado
patrimonio del rey, recibido por herencia. El reino sin el rey no tenía entidad
política, lo que explica que las políticas matrimoniales fueran la base de las
relaciones internacionales. También existió una fragmentación jurisdiccional, ya
que cada territorio conservó sus propias leyes, que el rey juraba y debía respetar
tras ser reconocido por las asambleas representativas.

ZA
Las críticas expuestas en las últimas décadas del siglo pasado sobre la
inconveniencia del uso del concepto "absolutismo" no han logrado desbancarlo.
Los argumentos parten del empleo partidista que, tras la Revolución francesa, hizo
el discurso político del siglo XIX sobre el absolutismo. Tendría, pues, que ver con
la historia reciente de la constitución del Estado europeo marcada por una
oposición entre absolutismo y pensamiento liberal. Pero los argumentos
empleados se reducen al siglo XVII francés, sin tener en cuenta los fundamentos
ideológicos de las Monarquías modernas, que conforme al Derecho romano
consideraban al príncipe desligado del cumplimiento de las leyes (Princeps a legibus
solutus est).

4. La ampliación de los fines del Estado y los nuevos medios de acción


EA partir del Renacimiento aparecieron en las grandes monarquías materias de
gobierno desconocidas por los reyes medievales, como la dirección de la
educación, la regulación de la sanidad (cuestiones higiénicas, condiciones de los
establecimientos hospitalarios...), la realización de obras públicas, la política
económica nacional. La noción de utilidad pública se convirtió en criterio
AB
fundamental de la vida política, coincidiendo con el momento en que los
gobernantes se presentaban como garantía de paz, basada ésta en la seguridad de
las personas y de los bienes. El Estado se apropió de este cometido excluyendo de
los medios necesarios a los particulares y grupos no estatales. Para ello
monopoliza el uso de las armas en los conflictos fuera de sus fronteras y se
esfuerza en crear en el interior un ambiente de convivencia desarmada, así con la
prohibición de levantar fortalezas en el campo o mansiones fortificadas en el
recinto ciudadano, prohibiendo sacar armas en poblado o los desafíos y los
duelos, como hicieron las Cortes de Castilla reunidas en Toledo en 1480.
Inseparable de la paz fue el fin político de la justicia, la justicia como una función
pública que sólo podía emanar del soberano. Es patente la influencia que en este
sentido tuvo la mentalidad burguesa propia de una cultura urbana hostil a los
privilegios tradicionales.
C

Entre las nuevas materias que incumben al Estado, la educación aseguraba la


transmisión de saberes necesarios para su acción de gobierno. El perjuicio por la
falta de “técnicos” impulsó a favorecer enseñanzas útiles como las matemáticas, la
arquitectura, el derecho..., y otros conocimientos como la historia común que
robustecían la conciencia nacional. Por otra parte, la extensión de una lengua
vernácula del Estado fortaleció el sentimiento patriótico, vinculado con el de
fidelidad a la monarquía. Es famosa la dedicatoria de Nebrija a la reina Católica en
su Gramática de la lengua castellana (la primera en lengua romance): “La lengua hace
imperio”. Así es como se empezó a regular la enseñanza en las escuelas (que se
extienden como principal medio de educación), y se establecen los medios para
11
La nueva concepción política del Estado Moderno

alcanzar los grados universitarios de bachiller, licenciado y doctor, con las penas
consiguientes para quienes llevasen insignias o se titularan como tales sin serlo.

― La imprenta supuso el más potente factor de expansión cultural, por lo que


las monarquías europeas pronto la favorecieron por su utilidad pública. Los
Reyes Católicos en las Cortes de Toledo de 1480 decretaron la más completa
exención tributaria sobre los libros que se introdujeran en sus reinos. Para
evitar el peligro que representaba la difusión de ideas contrarias a los intereses
del Estado, en 1502 dictaron la pragmática que introdujo la necesidad de licencia
real para los libros impresos en el reino, y la censura sobre los que procedieran
del extranjero. Con Carlos V la censura fue encomendada a la Inquisición,

ZA
mientras que en los territorios de Flandes quedó a cargo de la Universidad de
Lovaina.

La intervención del Estado en la economía supuso la aparición de políticas que


posteriormente la teoría económica calificó como mercantilistas. J. Klein en su
trabajo sobre La Mesta explica el mercantilismo de los Reyes Católicos al favorecer
la exportación de materias en bruto, principalmente lana, a cambio de grandes
cantidades de oro y otras ventajas financieras. J. Elliott llama la atención sobre la
amplia legislación económica durante los 29 años de su reinado, con 128 leyes que
abarcan y regulan todos los sectores productivos. Opinión diferente es la de R.
Carande en su obra Carlos V y sus banqueros, al no distinguir tal mercantilismo, lo
que se achaca al manejo de una idea de mercantilismo más evolucionada.
EEsta ampliación de los fines y de las actividades del Estado (y la mayor
tecnificación del derecho, la economía, la sanidad, y la guerra), requirió renovar los
medios de acción: la burocracia, la diplomacia y el ejército. J. A. Maravall afirma
que la nueva administración que acompañó a los Estados modernos ha sido el
hecho más relevante en la vida política occidental desde los tiempos de la Edad
AB
Media. Roland Mousnier llega incluso a establecer un paralelismo entre las etapas
de la Monarquía absoluta y las fases de su organización administrativa. El
antecedente en su parte más elevada son los antiguos servidores de los señores
feudales (originariamente llamados “ministeriales”), que subsistieron de alguna
manera en la figura de los “magistrados” como altos representantes de los reyes
(nobles encargados de embajadas especiales, o cargos militares al frente de un
ejército). Pero totalmente nueva fue la figura del “burócrata”, persona con una
preparación específica, que se dedica al servicio del Estado de forma profesional y
cobra un sueldo. Son poseedores vitalicios de sus cargos, sólo revocables por
voluntad real. La principal fuente de reclutamiento fueron las facultades
universitarias de Derecho, al ser imprescindible una formación jurídica; entonces
no existía la división de poderes y los organismos administrativos tenían
competencias ejecutivas y judiciales.
C

― El acceso a la función pública se amplió en los siglos XVI y XVII con la


generalización en toda Europa de la venta de cargos públicos. Esta práctica se
convirtió en una importante fuente de ingresos para las monarquías. La
excepción más notable fue Inglaterra, donde el rey disponía de pocos cargos
que vender, por lo que acudió a enajenar títulos nobiliarios. En Francia se
llegaron a vender los más altos cargos de la administración, la justicia y el
ejército. En España con Felipe II se enajenaron, sobre todo, cargos
municipales con carácter vitalicio, aunque pronto se convirtieron en
hereditarios. En el siglo XVII Felipe IV llegó a crear cargos de escasa
importancia, o sin contenido, para obtener ingresos con su venta. Si el nuevo
12
La nueva concepción política del Estado Moderno

funcionario carecía de estudios, requería contratar a un legista que ejerciese el


cargo por él, surgiendo así la figura del teniente. La perpetuación de las mismas
familias en los cargos se consiguió por medio de diferentes mecanismos que
los hizo hereditarios y enajenables. En Francia, por la institución de la Paulette
en 1604 los titulares de un cargo podían transmitirlo a sus sucesores mediante
el pago de una tasa especial, de forma que la nobleza de toga se consolidó en
los más altos niveles de la administración, la judicatura y el derecho.

Vicéns Vives cree que el Estado del siglo XVI se configuró por la superposición
de tres manifestaciones del poder, como tres estratos. Las jurisdicciones
señoriales, que se ejercerían sobre la mayor parte de la población campesina; una

ZA
serie de jurisdicciones autónomas, que se mantuvieron incluso en el ámbito
reservado a la potestad del príncipe, las cuales son poseídas por cuerpos y colegios
privilegiados; y el área del propio poder monárquico, cuyas decisiones alcanzan a
los demás niveles. Las competencias del soberano no eran siempre ejercidas
directamente, sino en gran medida a través de cuerpos intermedios (señoriales,
municipales, eclesiásticos) que poseían gran autonomía, reservándose los
gobernantes las funciones de supervisión y control necesarias para mantener las
líneas generales del sistema. También solían quedar en manos de particulares las
tareas de reclutamiento, fabricación de armas o recaudación de impuestos por
medio de contratas y arriendos, materias que afectaban a la hacienda estatal y las
fuerzas armadas, de competencia exclusiva del poder central.
EEn la Europa del siglo XVI la diplomacia pasó a ser considerada cada vez más un
elemento fundamental para el buen desarrollo de las relaciones internacionales
Durante toda la Edad Media, la distinción entre "cónsul" y "embajador" había
sido muy clara. El cónsul era el que representaba, de modo estable, con residencia
fija, los intereses prácticos (en general comerciales) de un grupo de una
determinada nacionalidad residente en el extranjero. El embajador era un enviado
AB
extraordinario, con una misión precisa, que representaba el poder de su país en las
gestiones relativas a un único asunto. No faltaron ejemplos de cónsules que a sus
poderes jurisdiccionales unieron también los de embajadores, pero se trató
siempre de casos especiales y de corta duración. Fue en la segunda mitad del siglo
XV cuando empezó a formarse un cuerpo de funcionarios diplomáticos con un
órgano central, la "cancillería", y con sedes cerca de los soberanos, para los que
recibían las cartas credenciales.

― H. Lapeyre considera que el punto de partida fue la Paz de Lodi de 1454,


cuando ante el peligro Turco todos los Estados italianos alcanzaron un acuerdo
de no agresión (algo desconocido hasta entonces). Al dar comienzo las guerras
de Italia, estos pequeños Estados trataron de compensar con la diplomacia su
inferioridad militar, y así Milán, Venecia y Nápoles enviaron representantes
C

permanentes a España, Inglaterra, Francia y la Corte imperial. El Senado


Veneciano fue el cuerpo deliberante mejor informado gracias a su magnífica
red de embajadores. Los Reyes Católicos fueron los primeros en hacer uso de
representaciones permanentes. Desde 1480 tuvieron embajadores en Roma, y
poco después en Inglaterra, Venecia, el Imperio y los Países Bajos. Y lo mismo
cabe decir de Francia en tiempos de Luis XII. En Roma, se crearon las
Nunciaturas (representaciones permanentes en otros países) y se mantuvieron
los legados (embajadores extraordinarios dotados de amplios poderes).
Coincidiendo con la aparición de las capitales políticas de los reinos en torno a
las Cortes, los embajadores tomaron residencia fija, con garantías de inmunidad
por representar al rey y pertenecer en su mayoría a la aristocracia. No obstante,
13
La nueva concepción política del Estado Moderno

la ruptura que trajo el protestantismo causó la reducción de la red de


embajadores, reservados para naciones que defendían la misma ideología. Así
los soberanos católicos (con la excepción de Francia) no tuvieron
representantes en los países protestantes. Inglaterra y España mantuvieron, sin
embargo, sus embajadores a pesar del anglicanismo; sólo romperán relaciones
tras la Armada Invencible, reanudándolas tras la paz de 1604.

― Gracias a las embajadas se pudo establecer un sistema de información


permanente, ya que entre las misiones del embajador estuvo la de informar de
intenciones ocultas (para lo que se recurría al soborno, la intriga o el espionaje).
No hay que olvidar que fue entonces cuando empezó a existir una imagen

ZA
exterior del país visto por los demás, de ahí la importancia de las políticas de
prestigio por parte de las monarquías. La hostilidad entre naciones llevará a
oscurecer la imagen del contrario con la exageración de aspectos negativos de
la realidad, a veces, mezclada con difamaciones o calumnias. Un caso particular
es la Leyenda Negra española, acotada en sus principales aspectos por Julián
Juderías en 1914 para demostrar su falsedad; consistió en la descalificación global
de España de manera persistente y prolongada, sin que exista otro caso similar.

Pero el poder y el prestigio de los monarcas se consiguió principalmente por el


uso de la fuerza. En Alemania, el emperador Maximiliano I mostró su
preocupación la reforma del ejército según principios teóricos, y fue una de las
mayores autoridades en Europa en el campo de la fabricación de armamento. La
Eguerra, además de fundamentar la política exterior, permitió la realización de
procesos de unificación interna a partir de proyectos comunes. Por eso el ejército
es considerado uno de los principales medios del Estado moderno. La España de
los Reyes Católicos hizo frente a una guerra civil contra la nobleza agrupada en
torno a la Beltraneja, después vino la conquista del reino nazarí de Granada, las
guerras de Italia y la conquista de Navarra. Entre 1560 y 1600 se produjo lo que
AB
M. Roberts denominó la "revolución miltar", con la aparición de algo parecido a
ejércitos permanentes (servicio remunerado con la soldada). Conviene precisar
que sólo los grandes Estados disponían de manera estable de algunas tropas de
caballería, manteniéndose los sistemas tradicionales de reclutamiento: mesnadas,
reclutamiento de tropas por cuenta de los nobles acomodados y milicias urbanas.
Por ejemplo, Felipe II convocó a las fuerzas señoriales con motivo de la invasión
de Portugal. El ejército permanente francés estaba dirigido por un condestable
asistido por varios mariscales. En caso de guerra se reclutaban mercenarios, se
hacían levas en las ciudades y se convocaba a todos los nobles dueños de un
feudo. Pero cada vez más frecuentemente, los ejércitos residieron en ciudades de
guarnición con un entrenamiento regular, bajo estricta disciplina para mejorar su
capacidad de maniobra y asegurar entrar en campaña con rapidez. A diferencia de
las mesnadas feudales y las milicias urbanas, en este ejército moderno existió la
C

jerarquía de los mandos, por la que a cada mando le correspondía una unidad.
Esto permitió mayor operatividad, con la combinación de unidades elementales
coordinadas unas a las otras. El mando solía ser dados a personas de origen noble,
en los que se encarnaban los valores militares de lealtad, sentido del honor, coraje
y generosidad.

― Otro de los elementos de esa “revolución militar” fue el uso masivo de las
armas de fuego. Los europeos comenzaron a utilizar cañones en la guerra
durante las primeras décadas del siglo XIV. En la segunda mitad del siglo XV
se utilizaron los enormes cañones tipo bombarda, efectivos para demoler
fortalezas y murallas, aunque escasamente mortíferos. A finales del XV y a lo
14
La nueva concepción política del Estado Moderno

largo del XVI el progreso tecnológico permitió obtener cañones de inferior


calibre, arrastrados fácilmente por caballos, que se utilizaron de forma masiva.
Cuando las tropas de Carlos VIII invadieron Italia en 1494, los italianos
(considerados maestros en cuestiones de guerra y armamento) se vieron
sorprendidos por la ligereza de su artillería, piezas fundidas en bronce que
disparaban a cortos intervalos tanto en campo abierto como contra murallas.
Ante la poca eficacia de las fortalezas surgió a finales del siglo XV un nuevo
estilo de fortificación, la traza italiana, con muros más bajos y anchos, con
bastiones (o baluartes) que sobresalían para efectuar fuego cruzado sobre los
atacantes, obligando a situar la artillería más lejos. Sólo la técnica del asedio
pudo rendir plazas fuertes de estas características, aunque requiriese meses e

ZA
incluso años.

― También la guerra en campaña conoció grandes cambios a finales del siglo


XV con la incorporación de las armas de fuego en la infantería, como el
arcabuz y el mosquete (más pesado, se apoyaba en una horquilla). Esto debilitó
la capacidad de la caballería, pues el soldado de infantería en línea de combate
desplegaba su potencia de fuego contra la caballería ligera, que combinaba la
lanza y el sable en sus cargas. Estas novedades técnicas llevaron a un notable
aumento de los ejércitos. En infantería, los suizos fueron por delante.
Formaban cuadrados macizos (de unos seis mil hombres) integrados por
piqueros, con una vanguardia de alabarderos y arcabuceros. Estos cuadrados
actuaban mediante el choque, ya que las armas de fuego no infringían graves
E daños. Con la reorganización del ejército español iniciada en 1504 a partir de
las tácticas empleadas en las guerras de Italia por Gonzalo Fernández de
Córdoba, el Gran Capitán, se establecieron los principios del ejército moderno.
Consistía en incrementar la proporción de arcabuceros, dar mayor importancia
al valor individual del combatiente (empleado en acciones aisladas), y utilizar
las trincheras de forma más eficaz. Esto explica la victoria de Ceriñola en 1503.
AB
El nuevo sistema jerárquico consistió en la coronelía, unidad táctica de
combate a las órdenes de un coronel compuesta por doce compañías de
quinientos hombres al mando de otros tantos capitanes. Varias coronelías
formaban un ejército al mando de un maestre de campo. Sobre esta estructura
se constituyó en 1535 el tercio, con entre doce y quince compañías,
considerado el instrumento de la supremacía militar española hasta la derrota
de Rocroi en 1643.
― Los cambios militares, particularmente el empleo de la artillería en las
fuerzas navales, alteraron la concepción de la guerra. El inicio de la expansión
europea en ultramar a finales del siglo XV estuvo acompañado del empleo de
armas de fuego. Fue el uso de los cañones instalados en los barcos portugueses
lo que persuadió a los príncipes locales indios para abrir el comercio. A finales
C

del siglo XVI los grandes conflictos entre los Estados Atlánticos se
extendieron a los océanos, y a mediados del XVII los ingleses ya intentaban
poner “leyes al mar”, demostrando la importancia estratégica de su dominio.

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