sábado, 5 de febrero de 2005

Crítica contra Karl Marx desde la Escuela Austríaca


[Advertencia 07/2016: mi posición actual sobre el tema es desarrollada en mi nuevo blog en este post: "En los márgenes de las clases"]

Le llegó el turno a Karl Marx, el mensajero del proletariado (o si se quiere: la clase obrera-asalariada manual industrial) en ese "proceso histórico" que lo echó por tierra contra el viento y la marea de los revolucionarios profesionales.

Una de las críticas más agudas dirigidas contra la obra de Marx en su conjunto fue la realizada en los cuatro primeros capítulos de Capitalismo, socialismo y democracia de Joseph Schumpeter.
Los primeros en tratar en conjunto las contradicciones sociopolíticas y ético-ideológicas de la cosmovisión tecnológico-historicista de Karl Marx y Friedrich Engels fueron el jurista Hans Kelsen en La teoría comunista del derecho y el Estado, y el epistemólogo Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos.
En cambio, el intento de anteponer una suerte de reverso cuasi perfectamente privatista de la doctrina comunista de Marx y Engels, se la debemos a la Escuela Austríaca de Economía, de la cual mucho ha tomado el liberalismo moderado de Popper y Hayek.

Primero en este post me referiré a la interpretación que la Escuela Austríaca hace de la historia de la teoría del valor del tiempo de trabajo. Para entenderla debemos remontarnos a Carl Menger quien, al desatar la vertiente subjetivista de la "revolución marginalista" en economía, lograría casi sin saberlo complicar hasta el infinito la labor de Marx de redactar el tercer volumen de El Capital. Como es bien explicado en Wikipedia: "Menger plantearía el hecho, ya parcialmente reconocido por Marx, de que el valor social de una mercancía no reproducible mediante el trabajo depende, con independencia del esfuerzo para haberlo creado, de sus valores de uso en términos marginales según la escasez y por ende no de la cuantía de trabajo socialmente necesaria para crearlo, siendo dicho bien capaz, dentro de una sociedad mercantil, de expresar su valor social en un precio a pesar de no representar dicho valor ninguna forma de sustancia común en el intercambio. Para Menger esto implica que si el determinante real del valor de este tipo de bien es la utilidad social y no el trabajo mínimo necesario cristalizado en el mismo, puede explicarse de la misma manera cómo se genera el precio o valor de cambio en el caso de los bienes reproducibles. Y en tanto que también en dicho caso la interrelación de valores subjetivos de uso debería ser el determinante del valor social de los mismos, entonces sólo recién desde allí cabe averiguar cómo se adaptan los costos y las cantidades de trabajo al mismo, y no a la inversa".
Es indudable que la comparación del valor del producto con el valor de los medios de producción empleados para conseguirlo nos enseña si y hasta qué punto fue razonable es decir, económica, la producción del mismo. Con todo, esto sólo sirve para juzgar una actividad humana perteneciente al pasado. Pero respecto del valor mismo del producto, las cantidades de bienes empleados en conseguirlo no tienen ninguna influencia determinante ni necesaria ni inmediata. Es también insostenible la opinión de que las cantidades de trabajo o de otros medios de producción necesarios para la reproducción de los bienes son el factor determinante del valor de éstos. Existe un gran número de bienes que no se pueden reproducir (por ejemplo, objetos antiguos, cuadros de los viejos maestros, etc.). Hay, pues, una serie de fenómenos de la economía nacional en los que podemos observar que ciertamente tienen valor, pero no la posibilidad de reproducción y, por consiguiente, el principio determinante del valor no puede ser un elemento vinculado a la reproducción. La experiencia enseña asimismo que el valor de los medios de producción necesarios para la reproducción de numerosos bienes (por ejemplo, rehacer vestidos pasados de moda o máquinas anticuadas) es mucho mayor que el valor del producto mismo, mientras que en algunos casos es inferior. Por tanto, ni la cantidad de trabajo requerida para la producción o reproducción de un bien ni otros bienes constituyen el factor determinante del valor. La medida viene dada por la magnitud de la significación de aquella necesidad para cuya satisfacción dependemos y sabemos que dependemos de la disposición de un bien, ya que el principio de la determinación del valor es aplicable a todo fenómeno de valor.
Eugen Ritter von Böhm-Bawerk refutó finalmente a Marx en La conclusión del sistema marxiano, en el cual se exponen "las contradicciones internas que la teoría del valor por tiempo de trabajo utiliza para negar el descubrimiento del marginalismo de que aquello que determina el nivel del salario en una labor determinada no es la pobreza o la supuesta imposibilidad de obtener otras fuentes de subsistencia por parte del asalariado, sino la productividad marginal que depende de su utilidad y su escasez".
¿Cuál es, en realidad, la función de la ley del valor? No creemos que pueda ser otra que la de explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad. Se trata de saber por qué en el cambio, por ejemplo, una chaqueta vale veinte varas de lienzo, por qué diez libras de té valen media tonelada de hierro, etc. [...] Tan pronto como se toman todas las mercancías en su conjunto y se suman sus precios se prescinde forzosamente de la relación existente dentro de esa totalidad. Las diferencias relativas de los precios entre las distintas mercancías se compensan en la suma total. [...] Es exactamente lo mismo que si a quien preguntara con cuantos minutos o segundos de diferencia ha llegado a la meta el campeón de una carrera con respecto a los otros corredores se le contestara que todos los corredores juntos han empleado veinticinco minutos y treinta segundos. [...] Por ese mismo procedimiento podría comprobarse cualquier "ley", por absurda que fuera, por ejemplo, la "ley" de que los bienes se cambian de acuerdo a su peso específico. Pues aunque en realidad una libra de oro, como "mercancía suelta", no se cambia precisamente por una libra, sino por 40.000 libras de hierro, no cabe duda de que la suma de los precios que se pagan por una libra de oro y 40.000 libras de hierro tomadas en su conjunto, corresponden exactamente a 40.000 libras de hierro más una libra de oro. La suma de los precios de las 40.001 libras corresponderá pues, exactamente al peso total de 40.001 libras materializado en la suma de valor, por donde, según aquel razonamiento tautológico, podremos llegar a la conclusión de que el peso es la verdadera pauta con arreglo a la cual se regula la relación de cambio de los bienes. La realidad es la siguiente. Ante el problema del valor, los marxistas empiezan contestando con su ley del valor, consistente en que las mercancías se cambian en proporción al trabajo materializado en ellas. Pero más tarde revocan esta respuesta –abierta o solapadamente– en lo que se refiere al cambio de las mercancías sueltas, es decir, con respecto al único campo en que el problema del valor tiene un sentido, y solo la mantienen en pie, en toda su pureza, respecto al producto nacional tomado en su conjunto, es decir con respecto a un terreno en el que aquel problema no tiene sentido alguno.
Algunos artículos y ensayos que sirven de introducción al tema:
La contestación de los marxistas fue en un inicio muy pobre, y quedó a manos de Rudolf Hilferding. Fue en su magra respuesta que se demostró que el sostén más fuerte del marxismo en el mundo político era el más débil en el mundo científico: su poder persuasivo no estaba en el racionalismo de la inmensa obra Das Kapital cuyos dos últimos tomos serían finalizados por Engels, sino en el polilogismo clasista y el relativismo sociologista del que se hablara en Teoría e historia, segun el cual existe una "cienca burguesa" y una "ciencia obrera". Esto era lo que sostenía el andamiaje doctrinal de esta izquierda totalitaria y su igualitarismo encubierto mediante un dogmatismo reforzado, y fue este el argumento espurio con el cual se pretendió contestar a los casi igualmente inmensos tres tomos de Kapital und Kapitalzins de Böhm-Bawerk, lo cual significó el comienzo del embrutecimiento del marxismo a manos del leninismo.
A pesar de esto, cierto debate medianamente serio entre la teoría del valor-trabajo (socialmente necesario) y la teoría del valor-utilidad (marginal) terminó resucitando con el tiempo.
Por ejemplo, una discusión interesante, aunque todavía en pañales, se desarrolló entre cierta corriente de austríacos y ciertas corrientes marxistas del mundo de habla hispana. Hice una lista de links hasta donde pude seguirlos:
La mezcla de vulgaridad y sofisticación del marxismo había dado un vuelco a la pura vulgaridad en el caso leninismo, y se había convertido en un obstáculo para el análisis del régimen de ingeniería social que este último intentaría construir y que paradójicamente sería estudiado por primera vez a manos de los austríacos, no por los marxistas. Dicho estudio tomaría su forma más extensa en Die Gemeinwirtschaft de Ludwig Heinrich Edler von Mises, conocida como El socialismo, que el propio Max Weber reconocería como una crítica paralela que coincidía en el tiempo con la que él había hecho en Economía y sociedad, y con la que de primera mano había hecho Boris Brutskus en Rusia en una serie de conferencias que luego tomarían su forma completa en un libro escrito en el exilio titulado Planificación económica en la Rusia Soviética. (Existieron réplicas, pero fueron confundidas. Por ejemplo, el propio Schumpeter interpretó equivocadamente la respuesta de Barone como una refutación a Mises, lo que fue una confusión casi de lectura ya que este admitía como correcta la crítica de Mises.)
La refutación a Marx en estas áreas en las cuales éste ni siquiera se adentró, como ser el diseño de la sociedad socialista –y los problemas económicos al respecto– generaron debates muy a posteriori de la creación de las dictaduras científicas marxistas y del desastre productivo que significaba el control político total sobre la economía, cosa que ya comenzaba a ser reconocida por los marxistas puesto que, primero la vivían en la práctica, y además la conocían en la teoría gracias a las advertencias de Weber, Mises y Brutskus.
Ninguna de las mencionadas experiencias socializantes sirve para advertir cuáles serían las consecuencias de la real plasmación del ideal socialista, o sea, la efectiva propiedad colectiva de todos los medios de producción. En la futura sociedad socialista omnicomprensiva, donde no habrá entidades privadas operando libremente al lado de las estatales, el correspondiente consejo planificador carecerá de esa guía que, para la economía entera, procuran el mercado y los precios mercantiles. En el mercado, donde todos los bienes y servicios son objeto de transacción, cabe establecer, en términos monetarios, razones de intercambio para todo cuando es objeto de compraventa. Resulta así posible, bajo un orden social basado en la propiedad privada, recurrir al cálculo económico para averiguar el resultado positivo o negativo de la actividad económica de que se trate. En tales supuestos, se puede enjuiciar la utilidad social de cualquier transacción a través del correspondiente sistema contable y de imputación de costos. Más adelante veremos por qué las empresas públicas no pueden servirse de la contabilización en el mismo grado en que la aprovechan las empresas privadas. El cálculo monetario, no obstante, mientras subsista, ilustra incluso a las empresas estatales y municipales, permitiéndoles conocer el éxito o el fracaso de su gestión. En un sistema económico completamente socialista esto sería imposible, pues en ausencia de propiedad privada de los medios de producción, no puede haber intercambio de bienes de capital en el mercado y por ende ni precios en dinero ni cálculo monetario. La dirección general de una sociedad puramente socialista no tiene así medios para reducir a un común denominador los costos de producción de la heterogénea multitud de mercancías cuya fabricación programe.
Lange sería el primero en admitir públicamente el problema y proponer una solución ad hoc, con una altura pocas veces vista entre los marxistas, formulando una "solución competitiva" y aceptando la necesidad de los precios simulando un mercado, pero negando la necesidad de un mercado real basado en la propiedad privada y la independencia mutua entre productores y consumidores. El retroceso de Lange había, sin embargo, roto el corazón del marxismo respecto a la posibilidad de un futuro comunista, e incluso había logrado que el marxismo debiera aceptar el aporte del marginalismo al estudio de la economía. Lange recibió las obvias respuestas miseanas en cuanto a que el modelo langeano suponía información dada en una situación de equilibrio siendo que precisamente lo que había que conseguir (y que el mercado lograba generar) era la transición al equilibrio, o sea, la generación de dicha información mediante la competencia y la puja entre los diferentes mercados de producción y consumo. Desde la orilla austríaca también se reiteraron cuestiones como el interés en la propiedad, la utilización económica de los activos, la función empresarial (que gracias a Schumpeter sería tenida en cuenta por Sweezy y luego reelaborada por Kirzner), la universalidad histórica del mercado como economía pura abstraída de lo político y lo cultural (idea tomada de Karl Polanyi), todos elementos irreemplazables para el cálculo económico e inseparables del sistema capitalista. Esto amplió el debate para Friedrich August von Hayek, quien, ademas de romper con los mitos sobre la revolución industrial en El capitalismo y los historiadores, contestara a los marxistas (adelantándose a actuales descubrimientos científicos en muchas áreas ajenas a la economía, como fue el caso con El orden sensorial) analizando una cuestión mucho más ardua y compleja en varios ensayos que fueron compilados en el mundo de habla hispana bajo el título de Socialismo y guerra (en el mundo anglopartante la compilación fue levemente distinta y se la tituló Individualism and Economic Order). El tema fue la relación entre la creación dispersa y especializada del conocimiento de acuerdo al mercado, y la dispersión de la propiedad en su orden espontáneo, cosa que Lange no logró terminar entender y que iría a un tema mucho más profundo sobre la imposibilidad del socialismo/comunismo de superar al tipo de información creada en el mercado.
Parece, pues, que, sobre este punto, las críticas de los primitivos esquemas socialistas han sido tan logradas que sus defensores, con pocas excepciones, se han visto impulsados a adecuar su crítica y a construir esquemas totalmente nuevos en los que nadie había pensado antes. Mientras que en contra de las viejas ideas de que era posible planificar racionalmente sin un cálculo en términos de valor podía arguirse con razón que eran lógicamente imposibles, las nuevas propuestas ideadas para determinar los valores por algún proceso distinto de la competencia basada en la propiedad privada plantean un problema de tipo diferente. Pero seguramente no es justo decir, como hace el profesor Lange, que las críticas, al tratar de una forma nueva los nuevos esquemas desarrollados para enfrentarse a las críticas originales, «han omitido el principal punto» y «retrocedido a una segunda línea de defensa». ¿No se pretenderá con esto cubrir la propia retirada creando confunsión acerca del asunto? [...] Es un mero recordatorio de hasta qué punto se abandona la reivindicación originaria de la superioridad de la planificación sobre la competencia si la sociedad planificada se apoya ahora en gran medida en la competencia para la dirección de sus industrias. Por lo menos hasta hace muy poco, la planificación y la competencia se solían considerar como opuestas, y tal sigue siendo incuestionablemente la actitud de casi todos los planificadores, excepción hecha de unos cuantos economistas. Me temo que los esquemas de Lange y Dickinson disgustarán profundamente a todos aquellos planificadores científicos que, en palabras recientes de B.M.S. Blackett, creen que «el objeto de la planificación es sobre todo superar los resultados de la competencia».
Para un resumen de todos estos debates recomiendo como indispensable lectura: Socialismo, cálculo económico y función empresarial de Jesús Huerta de Soto, que enfatiza la línea Mises-Hayek-Kirzner, pero que a mi juicio descuida otra que comprendería mejor el hecho de que en realidad, mucho antes de la contrapropuesta de un "socialismo de mercado", la propia Unión Soviética ya había abandonado el modelo de planificación pura cualitativa (el verdadero socialismo/comunismo, cuyo fracaso fue ocultado tras el mito del "comunismo de guerra") y había reemplazado ésta por una planificación de los precios. Estas cuestiones fueron analizadas en detalle, primero por Boris Brutskus, luego por Michael Polanyi en El desprecio de la libertad: el experimento ruso y después, y finalmente por Paul Craig Roberts en Alienación y economía soviética, que debe mucho a su antecesor (e incluso al aporte de Karl Polanyi en El sustento del hombre). Esta línea de trabajo Brutskus-Polanyi-Roberts es resumida por Peter Boettke en La economía política del socialismo soviético: los años de formación, 1918-1928.

El austriaco apriorista Murray Rothbard con su análisis diferencial entre el poder y el mercado, a pesar de su precariedad sociológica, logró fundamentar acertadamente que la esfera de libertad individual sólo es definible y socialmente protegible en términos patrimonalistas, y que sólo con alguna forma de propiedad se puede demarcar la voluntariedad en el intercambio, que es lo único que posibilita a su vez distinguir lo que es explotación de lo que no lo es, ya que las necesidades de clase formadas por el contexto social en favor de un grupo u otro no pueden ser distinguidos de las necesidades interpersonales que en cualquier caso preexistirían y son corolario de la misma interdependencia social.
El mejor resumen de la visión austríaca del marxismo también ha sido realizada por Rothbard en el segundo volumen de su incompleta trilogía Historia del pensamiento económicolectura indispensable para quien quiera resumir en un solo trabajo las diferentes críticas austríacas a la doctrina marxista punto por punto. Aun cuando muchas observaciones hechas allí son erróneas, las fuentes son directas y desnudan sistemáticamente todos los aspectos del edificio ideológico marxista desde sus orígenes muchas de sus casi desconocidas afirmaciones. Es un buen contrapeso a los actuales manuales de historia del pensamiento económico que no son otra cosa que esquematizaciones marxistas de la evolución de la teoría del valor (algunos de estos manuales, sin embargo, deben ser tenidos en cuenta, como por ejemplo el de Kicillof, que aunque no hace otra cosa que resumir y divulgar lo que en realidad sería la sofisticada aproximación de la escuela de la CICP a la obra de Marx, es precisamente valiosa por eso, y esto incluso a pesar de algunas confusiones conceptuales y comentarios equivocados sobre epistemología y algunas descripciones falaces del marginalismo).
Influenciados por la Escuela Austriaca en mayor o menor medida, diversos autores han dirigido las más importantes críticas a cuestiones clave del marxismo tardío que además van más allá de lo estrictamente económico y que no fueron abarcadas por las críticas generales de Kelsen y Popper. Los ejemplos más relevantes serían Peter Bauer con Crítica de la teoría del desarrollo sobre las derivaciones contemporáneas de la teoría marxista-leninista del imperialismo en su aspecto económico y tecnológico, y Joseph Schumpeter con Imperialismo y clases sociales sobre la misma teoría en su aspecto socioeconómico.

A continuación pondré los links a los artículos y ensayos que son una buena guía para conocer la médula de la refutación –y en parte la evolución de dicha refutación– a las teorías de Karl Marx –y en gran medida a todas las áreas de su pensamiento– por parte de los pensadores de la Escuela Austríaca (o Escuela de Viena) o cercanos a ella en una u otra forma (Max Weber por ejemplo).
Hasta aquí los links a las referencias a las críticas austríacas más clásicas hechas al marxismo. Más allá de éstas haré las mías desde un punto de vista que en este caso no será necesariamente austríaco –ni siquiera necesariamente liberal– pero sí conexo a las observaciones previas:

Omito, pero porque lo doy por sobreentendido, que no por considerar casi la obra entera de Marx un instrumento para la conquista del poder (y además una doctrina deliberadamente manipulativa del conocimiento, cimentada sobre el odio frío y sistemático de su creador, que en la tarea de su propagación llevaría a éste hasta a la enfermedad) en modo alguno le puedo restar a su mentor los méritos merecidos por varios de sus diferentes análisis sociales, económicos, políticos y hasta filosóficos. Ya que incluso entre los errores (y a veces hasta entre las contradicciones diacrónicas) se pueden encontrar reflexiones lúcidas, inteligentes y hasta útiles para el desarrollo de nuevos esquemas teóricos: posibilidades de las cuales ni siquiera su creador se percataría, obstinado en convertir sus reflexiones marxianas en un agresivo sistema de pensamiento y acción política, dirigido más a la creación de una militancia revolucionaria que a la interpretación científica y métodica de los fenómenos sociales. Esta última tarea quedaría para otros autores más serios, bien fuera del ruido del mundo, y su obra ya no despertaría pasiones fanáticas ni la excitación ignorante de multitudes entrenadas. Despertaría, en cambio, la silenciosa pero cálida admiración de esos muchos que, desde un sitial que por académico se confunde con distante, sentimos compartir un sentimiento de comunidad, hasta de afecto personal, por aquellos pensadores que amaron la verdad e invirtieron la vida en su búsqueda.
Desgraciadamente, como un todo, el sistema de pensamiento que Marx desarrolló es una antropología histórica, social y política que es una máquina generadora de movimientos totalitarios insurgentes. Transformó la historia en un demiurgo tecnológico que explica los conflictos sociales, y pudo poner más allá de cualquier elección humana todo problema y toda solución, volviendo a ésta sirviente del proceso. Convirtió así, polilogismo mediante, la dialéctica opresor-oprimido en una obediente y disciplinada revolución comunista contra todo contraste social, metiendo en los dos casilleros de clase al pensamiento entero, incluido el sujeto revolucionario que adopta la doctrina, transformando así la Idea hegeliana en una prisión de intereses contrapuestos ligados a las fuentes de ingreso que explican incluso los intereses no económicos de todo grupo social. Con fisuras y todo, lo que Marx construyó fue un dispositivo ideológico con vida propia, capaz de construir sociedades enteras y luego obligar a sus dirigentes a depender de la misma y por ende a estar condicionados por la misma. ¿No es interesante que el fenómeno soviético como supuesto pseudosocialismo, que supuestamente debería poder explicarse en términos históricos mediante el método marxista como una necesidad en el desarrollo del capital y las fuerzas productivas, aparezca sin embargo como una gran falla de la acción de la misma ideología marxista convertida en movimiento (que tutela y se asegura la profecía autocumplida del socialismo), como una desviación que el marxismo como motor de la misma sufrió por debilidades inexplicables del proletariado revolucionario? No importa si el socialismo nunca fue tal, o dejó de serlo, o siempre lo fue pero fracasó políticamente. ¿Cómo se explica qué fue y por qué fracasó? Desde el mismo marxismo, no se puede explicar una cosa sin entrar en contradicción a la hora de explicar la otra. Y si se quiere intentarlo se verá qué fácil es caer en peticiones de principio.

[Las críticas propias referidas aquí pertenecen a modificaciones ulteriores de este artículo, que crecieron lo suficiente para que formaran parte de un artículo separado, por lo cual decidí ser más fiel a la cronología del blog y republicar dicho final actualizado en un nuevo post. Este es el link al mismo: "La redención marxista, el apocalipsis socialista y la escatología comunista"]



La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una “secta nefasta”. Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad erigida sobre la lucha de clases no puede haber una ciencia social “imparcial”. De un modo o de otro, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar una ciencia imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros, en detrimento de las ganancias del capital.

Lenin

Marx y los marxistas [...] enseñaban que el pensamiento está determinado por la posición de clase del pensador. Lo que produce el pensamiento no es verdad, sino “ideologías”. Esta palabra significa, en el contexto de la filosofía marxista, un disfraz de los intereses egoístas de la clase social a la que está ligado el individuo pensante. Por tanto es inútil discutir algo con gente de otra clase social. Las ideologías no tienen que refutarse mediante razonamiento discursivo: deben desenmascararse denunciando la posición de clase, el trasfondo social, de sus autores. Así que los marxistas no discuten los valores de las teorías físicas: simplemente descubren el origen “burgués” de los físicos. Los marxistas han recurrido al polilogismo porque no podían rebatir por métodos lógicos las teorías desarrolladas por la economía “burguesa” o las consecuencias de estas teorías demostrando la inviabilidad del socialismo. Como no podían demostrar racionalmente la solidez de sus propias ideas o la falta de solidez de las de sus adversarios, han denunciado los métodos lógicos aceptados. El éxito de esta estratagema marxista no tenía precedentes. [...]
El polilogismo es de por sí tan insensato que no puede llevarse coherentemente a sus últimas consecuencias lógicas. Ningún marxista se ha atrevido a llegar a todas las conclusiones que requeriría su propio punto de vista epistemológico. El principio del polilogismo llevaría a la conclusión de que las enseñanzas marxistas tampoco son objetivamente verdad, sino que son declaraciones “ideológicas”. Pero los marxistas lo niegan.

Mises