Tarascón, está tras los montes, me digo. Estoy en Quillán, camino de Rennes les Bains, con el mapa encima de la mesa y la taza del café encima para que el viento no se lo lleve. Estoy en la región de l’Aude, antaño país de cátaros y hoy de rastreadores de viejos misterios que aquéllos dejaron tras de sí. En la terracita del café, en la entrada de Quillán, cae un sol tan dulce que uno se plantea quedarse aquí por tiempo indefinido. En algunas de las otras mesas distingo, sin dudar, a esos espíritus tocados por lo inefable que circulan por estos valles. Algunos vienen de muy lejos, y la proximidad del lugar del mito les ilumina el rostro con una sonrisa ancha y trascendente. Estamos a muy pocos quilómetros de Rennes le Chateau, ombligo del universo esotérico cristiano. Quizás sean esos los mejores cristianos, los del Cristo esotérico.
Miro de nuevo hacia el oeste, el nombre de Tarascón, que está en la región vecina de l’Ariège. Me acuerdo de la novela bastante loca y desmadrada que leí hace muchos años, Tartarín de Tarascón, un personaje creado por Alphonse Daudet, un autor tan prolífico como expansivo. Recuerdo vagamente algunos episodios de la novela, y sobre todo a Tartarín, una mezcla brillante de don Quijote y de Sancho, mentiroso, megalómano, idealista, aventurero, loco de atar y hombre sensato. Decidido: cambio la ruta.
Tras algo menos de dos horas de carreteras de montaña, distingo el pináculo de la iglesia de Tarascón y la torre del reloj, circular, construida en época medieval. Tarascón está partido en dos por ese río, el Ariège, de aguas frías y pirenaicas. En las callejuelas de la parte vieja, empinadas y tortuosas viven multitud de artistas, sobretodo pintores que exhiben sus obras en la fachada. Eso es algo muy francés. Hay una mujer bastante mayor, con el pelo de rojo fuego, que ha ocupado una plazoleta entera con pinturas de gran tamaño, de un simbolismo naíf muy coloreado. Más que nada paisajes de la zona: el castillo de Montsegur, en donde quemaron a los últimos herejes, está tratado con colores flamígeros y oportunos. También distingo la silueta del extraño torreón que se hizo construir, en Rennes le Chateau, aquel prior visionario o estafador, pintado con colores sombríos.
Es aquí, ahora, mientras contemplo las pinturas de la pintora de Tarascón, cuando caigo en la cuenta de que no he visto ni una sola mención al personaje más famoso de este pueblo: ni una sola. Ni una calle, ni un bar que se llame “Café Tartarín”, ni un panel informativo del ayuntamiento. Nada. ¿Qué pasó con Tartarín, en Tarascón? Me formulo algunas hipótesis: podría ser que ese tipo enloquecido no les caiga bien a los habitantes de Tarascón, quizás se sienten insultados por un individuo tan caricaturesco. Quizás Alphonse Daudet quiso reírse de los tarasconienses, quizás marchó del pueblo y no volvió jamás, por desprecio o por despecho, y quizás situó a Tartarín en ese lugar para vengarse de algo: una amante que le abandonó, conflictos con los vecinos o con las autoridades.
En la cima, a pocos metros de esa antigua torre del reloj, hay un jardín con dos enormes monumentos llenos de nombres. Tarascón aportó un montón de muertos a las dos guerras mundiales y en una placa recuerda a los que ayudaban a pasar fugitivos de los alemanes hacia España y de Franco hacia Francia, por los caminos del Pirineo. Tampoco aquí se menciona a Tartarín, y no hay ningún Daudet en la extensa nómina de víctimas que dejó el totalitarismo transpirenaico tras de sí. ¿Fueron una familia suprimida de la memoria local? ¿Tan mal fueron las cosas?
Aunque me había conjurado para no hacerlo, no puedo evitar pensar en la situación de Cataluña, con sus purgas de malos catalanes y sus manías excluyentes. Me vuelvo para Rennes le Chateau.
Algunos días más tarde, ya de regreso en casa, se me ocurre descifrar la misteriosa ausencia de Tartarín y de Daudet en su pueblo de origen y entonces, avergonzado, descubro el error. Existen dos poblaciones llamadas Tarascón en Francia. La otra está en la Provenza y es donde se sitúa la novela de Daudet. Aquella, la provenzal, está plagada de referencias al autor y a su obra, y además celebran ser el origen de la Tarasca, el animal fantástico que adornaba tantos dibujos medievales sobre monstruos y bestias marinas o infernales. La Tarasca es medio tortuga (con el caparazón lleno de pinchos horribles), medio león. Me pregunto cuántas otras veces me habré confundido, por ignorancia, cuántas veces.