Una introducción y algo de contexto El intento de imponer un proyecto de Código de Aguas creado p... more Una introducción y algo de contexto El intento de imponer un proyecto de Código de Aguas creado por unos pocos, a puertas cerradas, que se va entregando parcialmente, cambiándolo sobre la marcha, a las apuradas y sin consensos de ningún tipo, no es otra cosa que cambiar lo que funcionó excelentemente bien durante 140 años, que fue creado sobre la experiencia de los 350 años anteriores y es la base de absolutamente todo lo que se ha hecho después, en el territorio provincial. Se pretende cambiar sin debate y sin medir y prever los riesgos a que nos exponemos. Y una vez más, el argumento usado para la improvisación es el cambio climático y la urgencia. Cambiar la Ley de Aguas (porque, aunque se diga otra cosa, cambiar las reglas del juego es un cambio de la ley), a las apuradas, en estas condiciones, y sin consensos ni acuerdos, es un salto al vacío. Porque, si hasta ahora, el derecho de riego era inherente al terreno (es decir, no podía disociarse uno del otro), desde ahora no lo será. Si hasta ahora, era a perpetuidad, desde ahora tampoco lo será. Se irán haciendo renovaciones cada cierto tiempo. O no. Si hasta ahora se entregaban los volúmenes de agua de acuerdo a la superficie de la propiedad, ahora no será así. Si hasta ahora, quien tiene el poder político sobre el gobierno provincial no tiene el gobierno del agua, desde ahora, directa o indirectamente, sí lo va a tener. Cómo se hará para que todo esto no derive en más concentración de poder económico y por ende, en la creación de una nueva oligarquía provincial y qué pasará con los pequeños productores en el nuevo contexto, nadie lo sabe y si lo sabe no lo dice. Entre tantas otras incertidumbres, nada es claro. Regantes, agrónomos, juristas, hay muchas voces expresándose sobre tantas oscuridades relacionadas con la agricultura. Pero los Oasis mendocinos no son una construcción de exclusividad agrícola. A esta interpretación del territorio reducida exclusivamente a los beneficios de la producción comercializable, se le han eliminado todos los factores culturales que hacen a la construcción del hábitat humano en una zona desértica. Los espacios públicos forestados, particularmente las calles, son los que estructuran nuestro territorio. Pero en nombre del pragmatismo y la eficiencia se menosprecia y descarta la vida del arbolado de calles, plazas y parques. No hace falta mencionarlos. Sencilla y simplemente, el proyecto de Código de Aguas ha desechado todos los aspectos culturales y sociales.
"…Razones de estética y de cultura ciudadana en un pueblo democrático exigen que los paseos sean ... more "…Razones de estética y de cultura ciudadana en un pueblo democrático exigen que los paseos sean ampliamente abiertos, sin solución. de continuidad con el núcleo urbano que complementan. Un parque cerrado ofrece la apariencia de algo que no es del dominio público. y que, siendo de propiedad particular, está sujeto a un severo contralor desde la formalidad del acceso en las puertas de entrada. Ello comporta un sistema que suele aplicarse en las poblaciones donde imperan clases o castas privilegiadas…"
La forma en que los mendocinos hemos implantado ciudades en el desierto, es la historia de un sis... more La forma en que los mendocinos hemos implantado ciudades en el desierto, es la historia de un sistema que hoy interpretamos desmembrado, como un manojo de elementos sueltos y dispersos. Casi ornamentales.
Un modelo ponderado por propios y extraños a la hora de enardecer los orgullos provincianos. Pero llegado el momento en que las transformaciones pueden afectarlos, sus componentes son menospreciados y desconsiderados en nombre de los principios que dicen estar defendiendo y el ambiente que suponen estar protegiendo.
Porque, es un modelo sorprendentemente vigente para estos tiempos de crisis ambiental, al que distorsionamos con creencias e interpretaciones sin reflexión. A la hora de realizar obras, los proyectos poco y nada contemplan estas particularidades. Son tratados casi como un estado de ánimo.
La idea de escribir un libro que detalle y analice las características de nuestro modelo de asentamiento humano para esta zona árida, venía dando vueltas desde hacía muchos años. Algunas notas periodísticas, otras, que en algún momento fijaron posición del Colegio de Arquitectos de Mendoza, presentaciones en congresos o las colaboraciones para las bases de diversos concursos de anteproyectos, fuero los cimientos para comenzar a estructurarlo. Compilan, exponen e interpretan el contexto donde se dieron las cosas.
Se suma una serie de documentos que son los pocos testimonios que existen sobre un momento de nuestra historia urbana más o menos reciente, muy poco recordada y reconocida. Paradójicamente, se trata del punto más alto que experimentó este modo de apropiarnos de un desierto para transformarlo en el oasis que hemos visto siempre y hoy damos por natural. Obras que, para ser cabalmente comprendidas, necesitan el marco que las contiene y contextualiza. Son los íconos de la provincia, los que han forjado nuestra identidad, los emblemas de Mendoza, surgidos de un plan meticuloso y sumamente estudiado entre las décadas del 20, 30 y 40.
Las intenciones fueron tomando forma a través de objetivos de incidencia local, aquellos que hacen a la difusión de nuestra historia, la interpretación del territorio, los que apuntan a dejar referencias en la formación profesional para consolidar una masa crítica que sostenga el debate sobre los temas urbano y donde las disciplinas aporten lo que les corresponde en una discusión que trasciende los sectores e involucra a toda la población.
Pero existen motivaciones que sobrepasan los límites provinciales. Están referidas a la forma de llevar adelante proyectos que generan controversias, conflictos de intereses, interpretaciones contradictorias del hábitat local en épocas de problemas globales que requieren políticas de consenso. Apuntan a la interpretación de los problemas complejos y la forma de abordarlos. Son los problemas que tiene que enfrentar la sociedad actual en cualquier lugar del mundo.
Por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, tengo material documental inédito que considero imprescindible que sea de disposición pública. También por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, he conocido a personas que me transfirieron conocimientos fundamentales para comprender nuestra forma de conquistar el territorio desértico y hacerlo habitable. El arquitecto Daniel Ramos Correas, la cabeza donde esas obras fueron pensadas y las manos que les dieron forma. El arquitecto Jorge Cremaschi, nexo entre los hacedores y los que vinimos mucho tiempo después, quien nos transfirió esa manera de interpretar y vincular el territorio, la historia y las obras. Y el ingeniero León Kotlik, diseñador de infraestructuras siempre desafiantes, una referencia obligada y presente en la administración de los recursos hídricos de la provincia.
Estas relaciones nacidas en la necesidad, que han vinculado lo técnico con lo estético y fueron llevadas mucho más allá de lo utilitario, son las que han hecho de las adaptaciones, los símbolos de los pueblos. Marcan la diferencia entre lo auténtico y las escenografías. Son el caldero donde se gesta la identidad de las diversas culturas. En este caso, la nuestra.
Una introducción y algo de contexto El intento de imponer un proyecto de Código de Aguas creado p... more Una introducción y algo de contexto El intento de imponer un proyecto de Código de Aguas creado por unos pocos, a puertas cerradas, que se va entregando parcialmente, cambiándolo sobre la marcha, a las apuradas y sin consensos de ningún tipo, no es otra cosa que cambiar lo que funcionó excelentemente bien durante 140 años, que fue creado sobre la experiencia de los 350 años anteriores y es la base de absolutamente todo lo que se ha hecho después, en el territorio provincial. Se pretende cambiar sin debate y sin medir y prever los riesgos a que nos exponemos. Y una vez más, el argumento usado para la improvisación es el cambio climático y la urgencia. Cambiar la Ley de Aguas (porque, aunque se diga otra cosa, cambiar las reglas del juego es un cambio de la ley), a las apuradas, en estas condiciones, y sin consensos ni acuerdos, es un salto al vacío. Porque, si hasta ahora, el derecho de riego era inherente al terreno (es decir, no podía disociarse uno del otro), desde ahora no lo será. Si hasta ahora, era a perpetuidad, desde ahora tampoco lo será. Se irán haciendo renovaciones cada cierto tiempo. O no. Si hasta ahora se entregaban los volúmenes de agua de acuerdo a la superficie de la propiedad, ahora no será así. Si hasta ahora, quien tiene el poder político sobre el gobierno provincial no tiene el gobierno del agua, desde ahora, directa o indirectamente, sí lo va a tener. Cómo se hará para que todo esto no derive en más concentración de poder económico y por ende, en la creación de una nueva oligarquía provincial y qué pasará con los pequeños productores en el nuevo contexto, nadie lo sabe y si lo sabe no lo dice. Entre tantas otras incertidumbres, nada es claro. Regantes, agrónomos, juristas, hay muchas voces expresándose sobre tantas oscuridades relacionadas con la agricultura. Pero los Oasis mendocinos no son una construcción de exclusividad agrícola. A esta interpretación del territorio reducida exclusivamente a los beneficios de la producción comercializable, se le han eliminado todos los factores culturales que hacen a la construcción del hábitat humano en una zona desértica. Los espacios públicos forestados, particularmente las calles, son los que estructuran nuestro territorio. Pero en nombre del pragmatismo y la eficiencia se menosprecia y descarta la vida del arbolado de calles, plazas y parques. No hace falta mencionarlos. Sencilla y simplemente, el proyecto de Código de Aguas ha desechado todos los aspectos culturales y sociales.
"…Razones de estética y de cultura ciudadana en un pueblo democrático exigen que los paseos sean ... more "…Razones de estética y de cultura ciudadana en un pueblo democrático exigen que los paseos sean ampliamente abiertos, sin solución. de continuidad con el núcleo urbano que complementan. Un parque cerrado ofrece la apariencia de algo que no es del dominio público. y que, siendo de propiedad particular, está sujeto a un severo contralor desde la formalidad del acceso en las puertas de entrada. Ello comporta un sistema que suele aplicarse en las poblaciones donde imperan clases o castas privilegiadas…"
La forma en que los mendocinos hemos implantado ciudades en el desierto, es la historia de un sis... more La forma en que los mendocinos hemos implantado ciudades en el desierto, es la historia de un sistema que hoy interpretamos desmembrado, como un manojo de elementos sueltos y dispersos. Casi ornamentales.
Un modelo ponderado por propios y extraños a la hora de enardecer los orgullos provincianos. Pero llegado el momento en que las transformaciones pueden afectarlos, sus componentes son menospreciados y desconsiderados en nombre de los principios que dicen estar defendiendo y el ambiente que suponen estar protegiendo.
Porque, es un modelo sorprendentemente vigente para estos tiempos de crisis ambiental, al que distorsionamos con creencias e interpretaciones sin reflexión. A la hora de realizar obras, los proyectos poco y nada contemplan estas particularidades. Son tratados casi como un estado de ánimo.
La idea de escribir un libro que detalle y analice las características de nuestro modelo de asentamiento humano para esta zona árida, venía dando vueltas desde hacía muchos años. Algunas notas periodísticas, otras, que en algún momento fijaron posición del Colegio de Arquitectos de Mendoza, presentaciones en congresos o las colaboraciones para las bases de diversos concursos de anteproyectos, fuero los cimientos para comenzar a estructurarlo. Compilan, exponen e interpretan el contexto donde se dieron las cosas.
Se suma una serie de documentos que son los pocos testimonios que existen sobre un momento de nuestra historia urbana más o menos reciente, muy poco recordada y reconocida. Paradójicamente, se trata del punto más alto que experimentó este modo de apropiarnos de un desierto para transformarlo en el oasis que hemos visto siempre y hoy damos por natural. Obras que, para ser cabalmente comprendidas, necesitan el marco que las contiene y contextualiza. Son los íconos de la provincia, los que han forjado nuestra identidad, los emblemas de Mendoza, surgidos de un plan meticuloso y sumamente estudiado entre las décadas del 20, 30 y 40.
Las intenciones fueron tomando forma a través de objetivos de incidencia local, aquellos que hacen a la difusión de nuestra historia, la interpretación del territorio, los que apuntan a dejar referencias en la formación profesional para consolidar una masa crítica que sostenga el debate sobre los temas urbano y donde las disciplinas aporten lo que les corresponde en una discusión que trasciende los sectores e involucra a toda la población.
Pero existen motivaciones que sobrepasan los límites provinciales. Están referidas a la forma de llevar adelante proyectos que generan controversias, conflictos de intereses, interpretaciones contradictorias del hábitat local en épocas de problemas globales que requieren políticas de consenso. Apuntan a la interpretación de los problemas complejos y la forma de abordarlos. Son los problemas que tiene que enfrentar la sociedad actual en cualquier lugar del mundo.
Por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, tengo material documental inédito que considero imprescindible que sea de disposición pública. También por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, he conocido a personas que me transfirieron conocimientos fundamentales para comprender nuestra forma de conquistar el territorio desértico y hacerlo habitable. El arquitecto Daniel Ramos Correas, la cabeza donde esas obras fueron pensadas y las manos que les dieron forma. El arquitecto Jorge Cremaschi, nexo entre los hacedores y los que vinimos mucho tiempo después, quien nos transfirió esa manera de interpretar y vincular el territorio, la historia y las obras. Y el ingeniero León Kotlik, diseñador de infraestructuras siempre desafiantes, una referencia obligada y presente en la administración de los recursos hídricos de la provincia.
Estas relaciones nacidas en la necesidad, que han vinculado lo técnico con lo estético y fueron llevadas mucho más allá de lo utilitario, son las que han hecho de las adaptaciones, los símbolos de los pueblos. Marcan la diferencia entre lo auténtico y las escenografías. Son el caldero donde se gesta la identidad de las diversas culturas. En este caso, la nuestra.
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Papers by ROBERTO DABUL
Un modelo ponderado por propios y extraños a la hora de enardecer los orgullos provincianos. Pero llegado el momento en que las transformaciones pueden afectarlos, sus componentes son menospreciados y desconsiderados en nombre de los principios que dicen estar defendiendo y el ambiente que suponen estar protegiendo.
Porque, es un modelo sorprendentemente vigente para estos tiempos de crisis ambiental, al que distorsionamos con creencias e interpretaciones sin reflexión. A la hora de realizar obras, los proyectos poco y nada contemplan estas particularidades. Son tratados casi como un estado de ánimo.
La idea de escribir un libro que detalle y analice las características de nuestro modelo de asentamiento humano para esta zona árida, venía dando vueltas desde hacía muchos años. Algunas notas periodísticas, otras, que en algún momento fijaron posición del Colegio de Arquitectos de Mendoza, presentaciones en congresos o las colaboraciones para las bases de diversos concursos de anteproyectos, fuero los cimientos para comenzar a estructurarlo. Compilan, exponen e interpretan el contexto donde se dieron las cosas.
Se suma una serie de documentos que son los pocos testimonios que existen sobre un momento de nuestra historia urbana más o menos reciente, muy poco recordada y reconocida. Paradójicamente, se trata del punto más alto que experimentó este modo de apropiarnos de un desierto para transformarlo en el oasis que hemos visto siempre y hoy damos por natural. Obras que, para ser cabalmente comprendidas, necesitan el marco que las contiene y contextualiza. Son los íconos de la provincia, los que han forjado nuestra identidad, los emblemas de Mendoza, surgidos de un plan meticuloso y sumamente estudiado entre las décadas del 20, 30 y 40.
Las intenciones fueron tomando forma a través de objetivos de incidencia local, aquellos que hacen a la difusión de nuestra historia, la interpretación del territorio, los que apuntan a dejar referencias en la formación profesional para consolidar una masa crítica que sostenga el debate sobre los temas urbano y donde las disciplinas aporten lo que les corresponde en una discusión que trasciende los sectores e involucra a toda la población.
Pero existen motivaciones que sobrepasan los límites provinciales. Están referidas a la forma de llevar adelante proyectos que generan controversias, conflictos de intereses, interpretaciones contradictorias del hábitat local en épocas de problemas globales que requieren políticas de consenso. Apuntan a la interpretación de los problemas complejos y la forma de abordarlos. Son los problemas que tiene que enfrentar la sociedad actual en cualquier lugar del mundo.
Por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, tengo material documental inédito que considero imprescindible que sea de disposición pública. También por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, he conocido a personas que me transfirieron conocimientos fundamentales para comprender nuestra forma de conquistar el territorio desértico y hacerlo habitable. El arquitecto Daniel Ramos Correas, la cabeza donde esas obras fueron pensadas y las manos que les dieron forma. El arquitecto Jorge Cremaschi, nexo entre los hacedores y los que vinimos mucho tiempo después, quien nos transfirió esa manera de interpretar y vincular el territorio, la historia y las obras. Y el ingeniero León Kotlik, diseñador de infraestructuras siempre desafiantes, una referencia obligada y presente en la administración de los recursos hídricos de la provincia.
Estas relaciones nacidas en la necesidad, que han vinculado lo técnico con lo estético y fueron llevadas mucho más allá de lo utilitario, son las que han hecho de las adaptaciones, los símbolos de los pueblos. Marcan la diferencia entre lo auténtico y las escenografías. Son el caldero donde se gesta la identidad de las diversas culturas. En este caso, la nuestra.
Un modelo ponderado por propios y extraños a la hora de enardecer los orgullos provincianos. Pero llegado el momento en que las transformaciones pueden afectarlos, sus componentes son menospreciados y desconsiderados en nombre de los principios que dicen estar defendiendo y el ambiente que suponen estar protegiendo.
Porque, es un modelo sorprendentemente vigente para estos tiempos de crisis ambiental, al que distorsionamos con creencias e interpretaciones sin reflexión. A la hora de realizar obras, los proyectos poco y nada contemplan estas particularidades. Son tratados casi como un estado de ánimo.
La idea de escribir un libro que detalle y analice las características de nuestro modelo de asentamiento humano para esta zona árida, venía dando vueltas desde hacía muchos años. Algunas notas periodísticas, otras, que en algún momento fijaron posición del Colegio de Arquitectos de Mendoza, presentaciones en congresos o las colaboraciones para las bases de diversos concursos de anteproyectos, fuero los cimientos para comenzar a estructurarlo. Compilan, exponen e interpretan el contexto donde se dieron las cosas.
Se suma una serie de documentos que son los pocos testimonios que existen sobre un momento de nuestra historia urbana más o menos reciente, muy poco recordada y reconocida. Paradójicamente, se trata del punto más alto que experimentó este modo de apropiarnos de un desierto para transformarlo en el oasis que hemos visto siempre y hoy damos por natural. Obras que, para ser cabalmente comprendidas, necesitan el marco que las contiene y contextualiza. Son los íconos de la provincia, los que han forjado nuestra identidad, los emblemas de Mendoza, surgidos de un plan meticuloso y sumamente estudiado entre las décadas del 20, 30 y 40.
Las intenciones fueron tomando forma a través de objetivos de incidencia local, aquellos que hacen a la difusión de nuestra historia, la interpretación del territorio, los que apuntan a dejar referencias en la formación profesional para consolidar una masa crítica que sostenga el debate sobre los temas urbano y donde las disciplinas aporten lo que les corresponde en una discusión que trasciende los sectores e involucra a toda la población.
Pero existen motivaciones que sobrepasan los límites provinciales. Están referidas a la forma de llevar adelante proyectos que generan controversias, conflictos de intereses, interpretaciones contradictorias del hábitat local en épocas de problemas globales que requieren políticas de consenso. Apuntan a la interpretación de los problemas complejos y la forma de abordarlos. Son los problemas que tiene que enfrentar la sociedad actual en cualquier lugar del mundo.
Por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, tengo material documental inédito que considero imprescindible que sea de disposición pública. También por casualidad, porque lo busqué o porque así se dieron las cosas, he conocido a personas que me transfirieron conocimientos fundamentales para comprender nuestra forma de conquistar el territorio desértico y hacerlo habitable. El arquitecto Daniel Ramos Correas, la cabeza donde esas obras fueron pensadas y las manos que les dieron forma. El arquitecto Jorge Cremaschi, nexo entre los hacedores y los que vinimos mucho tiempo después, quien nos transfirió esa manera de interpretar y vincular el territorio, la historia y las obras. Y el ingeniero León Kotlik, diseñador de infraestructuras siempre desafiantes, una referencia obligada y presente en la administración de los recursos hídricos de la provincia.
Estas relaciones nacidas en la necesidad, que han vinculado lo técnico con lo estético y fueron llevadas mucho más allá de lo utilitario, son las que han hecho de las adaptaciones, los símbolos de los pueblos. Marcan la diferencia entre lo auténtico y las escenografías. Son el caldero donde se gesta la identidad de las diversas culturas. En este caso, la nuestra.