Puerto Paula es un pueblo de pescadores. Está al bode de un acantilado, entre nidales de gaviotas... more Puerto Paula es un pueblo de pescadores. Está al bode de un acantilado, entre nidales de gaviotas. Puerto Paula es un pueblo pequeño, antiguo, de pocas casas y una sola iglesia. Casi todos sus habitantes son pescadores de bajura. Puerto Paula a más de antiguo iba para viejo, pero vino un alcalde, de nombre Amadeo, que hizo remozar fachadas, limpiar calles y traer el agua desde los manantiales a la plaza, devolvió cada gallina a su corral, puso collar a todos los perros y antes de morir decidió que de su casa hiciesen un orfanato.
El pueblo está orilla mar, muy ría adentro, donde el agua no se decide a ser ni sosa, ni salada. ... more El pueblo está orilla mar, muy ría adentro, donde el agua no se decide a ser ni sosa, ni salada. La marea, al subir, se llega a los prados, hace lodos y alimenta las junqueras. Una pinada de marismeños mete sus raíces en la arena de la poca playa. El pueblo es pequeño y viejo, gris, muy usado y, además, lo pintan poco. El pueblo son cuatro calles en cuesta, de la mar al monte, una plaza y una iglesia barroca que tampoco nos da mérito. En estas latitudes lo antiguo es lo común, y no sólo las piedras: también las formas de hacer y los modales. Pueblo de un rico y pobres, corto de vecindario, tenía escuela unitaria y un solo maestro, enseñador de lo oficial y de algunas impertinencias.-Todos somos iguales, unos altos, otros bajos, pero todos iguales-decía. Y como ésta, más. Para colmo, el maestro no aprendió a decir:-Lo que usted diga, señor alcalde. El maestro nos llegó mozo y las mozas le echaron el ojo, que a más de guapo, tenía sueldo/que no jornal, y estudios. El alcalde, que lo quería todo y que lloviese a su gusto, quiso al maestro para su hija, pero el maestro fue a enamorarse de M arta, la hija de uno que era avaricioso y pobre. M arta, si no tenía fortuna, sí tenía una sonrisa y un aire al andar, algo que la hacía luminosa, o al menos, pienso yo, eso debió pensar el maestro al verla por primera vez, abajo, en los maíces de la veguilla, una tarde en que ella, creyéndose a solas, jugaba a ponerse barba con la barba del maíz y a decir:-M ire usted que soy el señor notario. La casa del alcalde, arriba, en la plaza, asombrada por el magnolio de cien años, tenía diez ventanas con cortinas de raso, y en la sala un cuadro pintado a mano, un espejo para verse entero, un candelabro y fotos. El alcalde, ya cuarentón, cuando iba a la ciudad llevaba capones, matanza, vino de añada * y fruta del tiempo, todo presentes a ofrecer a quienes mandaban más que él. El alcalde, en el pueblo, si le dolía la cabeza hacía dar pregón de que, por su orden, nadie hiciese ruido a menos de media legua de su puerta. La mujer del alcalde era una que se tragó una percha, y su hija también se lo tenía creído. Yo, señor, por meterme en el cuento, le contaré que soy aquel escribiente municipal y melancólico que en sus horas libres, si hacía bueno, venía a sentarse en este mismo café, pedía un café y parecía atontolinarse viendo cómo se iban las horas en el reloj de la torre. M i pena era la de ser feo a más de pobre, dueño de nada, ni pariente de nadie que valiese. Las mozas pasaban de largo, sin ver que las miraba, y eso, a los veinte años, y creo que aún a los cien, es cosa que duele. Por soñar soluciones, soñaba con escribir un soneto, que se hablara de mí en un libro, y así poder tutear al alcalde. * Vino que se bebe al año siguiente de la cosecha.
Puerto Paula es un pueblo de pescadores. Está al bode de un acantilado, entre nidales de gaviotas... more Puerto Paula es un pueblo de pescadores. Está al bode de un acantilado, entre nidales de gaviotas. Puerto Paula es un pueblo pequeño, antiguo, de pocas casas y una sola iglesia. Casi todos sus habitantes son pescadores de bajura. Puerto Paula a más de antiguo iba para viejo, pero vino un alcalde, de nombre Amadeo, que hizo remozar fachadas, limpiar calles y traer el agua desde los manantiales a la plaza, devolvió cada gallina a su corral, puso collar a todos los perros y antes de morir decidió que de su casa hiciesen un orfanato.
El pueblo está orilla mar, muy ría adentro, donde el agua no se decide a ser ni sosa, ni salada. ... more El pueblo está orilla mar, muy ría adentro, donde el agua no se decide a ser ni sosa, ni salada. La marea, al subir, se llega a los prados, hace lodos y alimenta las junqueras. Una pinada de marismeños mete sus raíces en la arena de la poca playa. El pueblo es pequeño y viejo, gris, muy usado y, además, lo pintan poco. El pueblo son cuatro calles en cuesta, de la mar al monte, una plaza y una iglesia barroca que tampoco nos da mérito. En estas latitudes lo antiguo es lo común, y no sólo las piedras: también las formas de hacer y los modales. Pueblo de un rico y pobres, corto de vecindario, tenía escuela unitaria y un solo maestro, enseñador de lo oficial y de algunas impertinencias.-Todos somos iguales, unos altos, otros bajos, pero todos iguales-decía. Y como ésta, más. Para colmo, el maestro no aprendió a decir:-Lo que usted diga, señor alcalde. El maestro nos llegó mozo y las mozas le echaron el ojo, que a más de guapo, tenía sueldo/que no jornal, y estudios. El alcalde, que lo quería todo y que lloviese a su gusto, quiso al maestro para su hija, pero el maestro fue a enamorarse de M arta, la hija de uno que era avaricioso y pobre. M arta, si no tenía fortuna, sí tenía una sonrisa y un aire al andar, algo que la hacía luminosa, o al menos, pienso yo, eso debió pensar el maestro al verla por primera vez, abajo, en los maíces de la veguilla, una tarde en que ella, creyéndose a solas, jugaba a ponerse barba con la barba del maíz y a decir:-M ire usted que soy el señor notario. La casa del alcalde, arriba, en la plaza, asombrada por el magnolio de cien años, tenía diez ventanas con cortinas de raso, y en la sala un cuadro pintado a mano, un espejo para verse entero, un candelabro y fotos. El alcalde, ya cuarentón, cuando iba a la ciudad llevaba capones, matanza, vino de añada * y fruta del tiempo, todo presentes a ofrecer a quienes mandaban más que él. El alcalde, en el pueblo, si le dolía la cabeza hacía dar pregón de que, por su orden, nadie hiciese ruido a menos de media legua de su puerta. La mujer del alcalde era una que se tragó una percha, y su hija también se lo tenía creído. Yo, señor, por meterme en el cuento, le contaré que soy aquel escribiente municipal y melancólico que en sus horas libres, si hacía bueno, venía a sentarse en este mismo café, pedía un café y parecía atontolinarse viendo cómo se iban las horas en el reloj de la torre. M i pena era la de ser feo a más de pobre, dueño de nada, ni pariente de nadie que valiese. Las mozas pasaban de largo, sin ver que las miraba, y eso, a los veinte años, y creo que aún a los cien, es cosa que duele. Por soñar soluciones, soñaba con escribir un soneto, que se hablara de mí en un libro, y así poder tutear al alcalde. * Vino que se bebe al año siguiente de la cosecha.
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