El Factor K, en su deseo de mejorar sus próximas publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia q... more El Factor K, en su deseo de mejorar sus próximas publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los lectores hagan al departamento de comunicación vía correo electrónica a
La información de este libro está protegida por Copyright y no se puede reimprimir, copiar o dist... more La información de este libro está protegida por Copyright y no se puede reimprimir, copiar o distribuir tanto en papel como electrónicamente. Todo el contenido es una opinión expresa del autor, acumulado tras años de experiencia. Use la información por su propia cuenta y riesgo.
en medio de mis conflictos y cuestionamientos. Una voz me decía: "No seas tan iluso, tú no puedes... more en medio de mis conflictos y cuestionamientos. Una voz me decía: "No seas tan iluso, tú no puedes cambiar a los demás; al menos, preocúpate por que tú puedas cambiar". Y lo que faltaba; el tic nervioso en la nuca que me acompañaba desde la niñez, como resultado de somatizar todas las angustias y ansiedades reprimidas, se me agudizó en esa etapa de mi vida con más fuerza que nunca hasta convertirse en mi gag1. A causa de ello me bautizaron "Tayson" pues, al igual que el boxeador tenía la manía de sacudir la cabeza de lado a lado hasta casi arrancarla. Estas situaciones que conocía y vivía me hicieron reflexionar muchísimo sobre el error que cometemos con la preocupación obsesiva de llenar tan sólo la mente, el cuerpo y el bolsillo, pero no el espíritu y me convencieron de que "la universidad nos educa para producir, pero no para vivir". Y como dice en la entrada de algunos cementerios de los pueblos de nuestro bello país, "hasta aquí llegaron tus vanidades y codicias". Antes de seguir compartiendo esta experiencia de vida, quiero adelantar uno de tantos regalos que encontré a través de ella. Hace alrededor de cuatro años no sé qué es una depresión, un miedo o una ansiedad. Al permanecer solitario y encerrado en el cuarto de la casa de mi hermana durante muchísimas noches, en medio de la incertidumbre, la ansiedad, la depresión y en compañía de la música-que se convirtió en única compañía-no sabía ya ni qué escuchar y cambiaba de un género a otro; primero fue el rock, luego el house, después la salsa, el vallenato, las rancheras…, hasta que me cansé también de ellos. Una noche, al querer encontrar compañía a través de la radio, al pasar el dial, me encontré con un programa que me pareció muy interesante por la sabiduría y el positivismo que allí transmitían, ya que en esa época el interés más grande de mi vida era llenarme de conocimiento, honestidad, empuje y ganas de vivir. Nunca olvido el ansia con que esperaba a diario que llegaran las once de la noche, hora en que comenzaba Sol de medianoche, espacio radial de lunes a viernes, que conducía con gran acierto un psicólogo, en el cual se hacían reflexiones en torno, por ejemplo, a los momentos de decadencia de grandes personajes universales y cómo por el paso de los años su caminar se tornaba lento, su vanidad era humillada y la fortaleza de su espíritu era lo único que lograba sostenerlos. Evadiendo encontrarme con los reclamos y correcciones de mi hermana por la inmadurez frente a la vida, demoraba la llegada de noche a su casa al salir de estudiar de la Academia. Esperaba en una esquina bajo el frío bogotano o en una cigarrería, la mayoría de las veces de diez y treinta a doce de la noche, hasta que ella apagara las luces de su cuarto que daban a la calle. Cuando me decidía a entrar temprano a la casa, pasaba derecho a mi cuarto, donde volvía a refugiarme en el programa de positivismo. Los fines de semana, para no sentir la ausencia de esa voz alentadora, escuchaba en Caracol Radio los esperanzadores programas del padre Gonzalo Gallo; llegué a contar entre diez y ocho radios durante todo mi proceso de búsqueda, pues de tanto uso y cacharreo con ellos se me fueron dañando uno tras otro. Recuerdo un sábado que no pasaba ningún programa positivista de los que me fascinaban. Mientras me tomaba unos drinks, en medio de la soledad de mi cuarto y la "malpa"2 cósmica y existencial, como hoy en día se le llama, comencé a buscar en la radio una emisora que tuviera que ver con el tema, pero ¡no!.. Como era día de rumba, sólo encontraba emisoras de vallenatos, salsa, merengue, rock, baladas, de despecho, pero finalmente ninguna me lograba llenar. De pronto, por allá, de tanto buscar y buscar, gritaron en una emisora en acento portugués-español: "Pare de sufrir, hermano; escuche hoy en vivo y en directo por esta frecuencia 'La noche de los milagros'". De inmediato, en medio de lo tomadito que me encontraba, me interrogué: ¿Pare de sufrir? ¡Huy!, eso es lo que yo necesito. Luego, en su acento portugués-español, el locutor continuó diciendo: "Ahora hermanos escuchemos un testimonio de una hermana que fue sanada:-¡A ver, hermana!, cuéntenos, ¿qué fue lo que le pasó?-¡Pues yo llegué aquí con la columna torcida y el pastor me hizo una oración muy bonita y de inmediato Dios me sanó, la columna se me enderezó; eso fue un milagro del pastor!". El pastor, emocionadísimo, gritó de inmediato: "¡Milagro!, hermanos, ¡milagro!, ¡esto es un milagro! ¡Tremendo! A ver, hermana, muéstrenos cómo quedó ya sanada; suba las escalas, baje, estírese, acurrúquese, brinque, baile, para verificar bien que en realidad sí está sana". Yo, de una, también celebré, cogí la copa, me tomé un aguardiente y grité emocionado, para mí: "¡Milagro, hijuemadre! ¡Un milagro! ¡Eso es lo que necesitamos!". Por esos días, surgió en mí el deseo de ir en busca del psicólogo de la emisora, tanto por la inquietud y la curiosidad que me causaba el manejo que le daba a la palabra Teoterapia3 , como por la fascinación, el entusiasmo y la alegría que despertaban en mí y en el público asistente la emotividad con que animaban los grupos de música. Días más tarde, Juan Carlos Pineda, un amigo de farra, bohemia y tertulia a quien le comenté sobre ese tipo de programas radiales, me dijo que conocía un templo católico donde hacían unas tales misas de sanación, a través de las cuales ocurrían todo tipo de curaciones y se sanaban bastantes personas de enfermedades, depresiones, estrés, miedos y todo lo que a uno no lo dejaba ser feliz. Dijo, además, que la gente cantaba y disfrutaba alegremente con un grupo musical y que allí asistía el periodista Juan Guillermo Ríos, quien luego de quedar varios meses en estado de coma y ser desahuciado por los médicos, había sido sanado por Dios de su terrible enfermedad. El mismo Juan Guillermo contó más tarde que, en sus épocas de tanto rating, éxito y poder, cuando lo llamaban por vía telefónica, se le negaba hasta a su propia madre. ¡Cómo nos cambia la vida!, ¡cómo nos caemos de nuestros caballos! Jueves tras jueves, en medio de la rumba, mi amigo Juan Carlos me insistía para que lo acompañara a la Misa de sanación. Yo siempre le sacaba el cuerpo con la disculpa de que eso era para fanáticos y para locos y que, adicionalmente, esos curas que hacían las misas se las daban de santos y a la final también eran una mano de fariseos. Un día, arrastrado más por la curiosidad de la presencia de Juan Guillermo que por ir a buscar curas o sanaciones, pensé: "Pues si este que es tan famoso va allá, ¿cómo no voy a ir yo también, que apenas estoy empezando en el medio?". Arranqué con mi amigo para allá. La iglesia estaba a reventar, todo el mundo de pie, alborotado, levantando las manos y aplaudiendo. Yo, aterrado, le dije a mi amigo: "¡Ah!, no, hermanito, esto aquí definitivamente es para fanáticos! Yo no soy fanático; qué voy a venir aquí a hacer el oso. ¡No!, ¡qué pena!, uno ahí brincando como un loco". De lo que uno siembra más tarde come De cara a toda esa locura, se me vino a la mente todo un flash back que me transportó a la niñez en Pácora (Caldas), mi pueblo natal. Recordé que cuando tocaban a la puerta de mi casa, mi madre me decía: "Iván, asómese a la ventana a ver quién está Para colmo de males, una nueva endoscopia arrojó la aparición de una tercera llaga en el estómago, una gastritis química, a causa del volumen de remedios que se acumularon en el organismo sin que éste los eliminara. Los diferentes diagnósticos confundieron a los gastroenterólogos. En últimas, no encontraban argumentos para saber a ciencia cierta cuál era el mal que padecía, si se trataba de úlceras o de gastritis. Una vez más me recetaron antibióticos, me cambiaron la dieta y ordenaron un receso de una hora entre comidas, siempre ligeras, a lo cual no hice caso porque me mamé de tanta droga y porque tenía la esperanza de que la historia podría tener un final distinto. Me repetía: "¡No! ¡Dios me tiene que sanar a mí como sanó a Juan Guillermo Ríos!". En respuesta a mi negativa, los médicos sentenciaron: "Pues, Iván, si no continúa con ese tratamiento, le cuento que no hay nada más que hacer". Y como dice la frase: "Al caído caerle". El tiempo pasaba y los fuertes cólicos me acosaban cada vez más; la mejoría tan anhelada aún no llegaba. Desesperado, agoté otro recurso profesional, corrí a un centro de salud donde trabajaba otro médico amigo, quien en consideración de mi estado crítico me remitió hacia el Instituto Nacional de Cancerología, donde de nuevo descartaron la posibilidad de que mis llagas fueran cancerosas. Mi amigo, al ver que yo alimentaba la fe asistiendo a los grupos de oración y a las misas de sanación y que mantenía la esperanza de que Dios me sanaría, me dijo: "Pues mijito, le tocó pegarse de mi Dios o pegarse un tiro con un banano, porque nadie sabe en realidad qué es lo que usted tiene". Y lo que faltaba. Un familiar se enteró de mi estado y me endilgó una de las típicas enfermedades que se les suelen achacar a las personas que trabajamos en televisión, hecho que ensució mi nombre, resintió mi dignidad y causó conflictos en mi autoestima: regó el chisme en mi familia de que yo podía tener sida. Esto me llevó a aislarme de la familia; me fui a vivir bien lejos, por el temor al qué dirán. ¡Mejor dicho!, de la rabia los mandé a comer *, por allá cerquita a Chía, donde hay muy buenos restaurantes. Me pasé a vivir con Doña Elide, una señora que era médica homeópata y mamá de un actor. Pero ¡ojo!, no vayan a pensar mal, me fui a vivir en su casa, no con ella. Me resultó con la sorpresa de ser hermanita cristiana; con ella hice mis pinitos de protestante. Empecé a acompañarla a su iglesia, seducido y descrestado por las profecías que le daban a uno acerca de su futuro y porque ella me insistía en que allí sí se sanaban de sus males las personas. Cada ocho días en las asambleas, el pastor decía: "Los que vienen por primera vez, siéntense allí en la primera banca, que para ellos hay una profecía muy especial;...
COMO ESTUDIAR Y APRENDER MAS Y MEJOR EN MENOS TIEMPO RICHARD FENKER
El autor, renombrado especialista en cursos de Estrategias de aprendizaje, nos ofrece un libro, q... more El autor, renombrado especialista en cursos de Estrategias de aprendizaje, nos ofrece un libro, que en estilo ameno dará respuestas abrumadoramente positivas a quienes necesitan y desean aprender a estudiar. A diferencia de otros libros sobre el tema, que refunden métodos conocidos hace muchos años, éste nos brinda principios innovadores extraídos de la educación y psicología cognitiva a la vez que enlaza las estrategias con la vida. Además, al mostrarnos lo útil de la mayoría de las estrategias para el deporte y las relaciones sociales, el autor nos da otro estimulante aliciente.
El Factor K, en su deseo de mejorar sus próximas publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia q... more El Factor K, en su deseo de mejorar sus próximas publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los lectores hagan al departamento de comunicación vía correo electrónica a
La información de este libro está protegida por Copyright y no se puede reimprimir, copiar o dist... more La información de este libro está protegida por Copyright y no se puede reimprimir, copiar o distribuir tanto en papel como electrónicamente. Todo el contenido es una opinión expresa del autor, acumulado tras años de experiencia. Use la información por su propia cuenta y riesgo.
en medio de mis conflictos y cuestionamientos. Una voz me decía: "No seas tan iluso, tú no puedes... more en medio de mis conflictos y cuestionamientos. Una voz me decía: "No seas tan iluso, tú no puedes cambiar a los demás; al menos, preocúpate por que tú puedas cambiar". Y lo que faltaba; el tic nervioso en la nuca que me acompañaba desde la niñez, como resultado de somatizar todas las angustias y ansiedades reprimidas, se me agudizó en esa etapa de mi vida con más fuerza que nunca hasta convertirse en mi gag1. A causa de ello me bautizaron "Tayson" pues, al igual que el boxeador tenía la manía de sacudir la cabeza de lado a lado hasta casi arrancarla. Estas situaciones que conocía y vivía me hicieron reflexionar muchísimo sobre el error que cometemos con la preocupación obsesiva de llenar tan sólo la mente, el cuerpo y el bolsillo, pero no el espíritu y me convencieron de que "la universidad nos educa para producir, pero no para vivir". Y como dice en la entrada de algunos cementerios de los pueblos de nuestro bello país, "hasta aquí llegaron tus vanidades y codicias". Antes de seguir compartiendo esta experiencia de vida, quiero adelantar uno de tantos regalos que encontré a través de ella. Hace alrededor de cuatro años no sé qué es una depresión, un miedo o una ansiedad. Al permanecer solitario y encerrado en el cuarto de la casa de mi hermana durante muchísimas noches, en medio de la incertidumbre, la ansiedad, la depresión y en compañía de la música-que se convirtió en única compañía-no sabía ya ni qué escuchar y cambiaba de un género a otro; primero fue el rock, luego el house, después la salsa, el vallenato, las rancheras…, hasta que me cansé también de ellos. Una noche, al querer encontrar compañía a través de la radio, al pasar el dial, me encontré con un programa que me pareció muy interesante por la sabiduría y el positivismo que allí transmitían, ya que en esa época el interés más grande de mi vida era llenarme de conocimiento, honestidad, empuje y ganas de vivir. Nunca olvido el ansia con que esperaba a diario que llegaran las once de la noche, hora en que comenzaba Sol de medianoche, espacio radial de lunes a viernes, que conducía con gran acierto un psicólogo, en el cual se hacían reflexiones en torno, por ejemplo, a los momentos de decadencia de grandes personajes universales y cómo por el paso de los años su caminar se tornaba lento, su vanidad era humillada y la fortaleza de su espíritu era lo único que lograba sostenerlos. Evadiendo encontrarme con los reclamos y correcciones de mi hermana por la inmadurez frente a la vida, demoraba la llegada de noche a su casa al salir de estudiar de la Academia. Esperaba en una esquina bajo el frío bogotano o en una cigarrería, la mayoría de las veces de diez y treinta a doce de la noche, hasta que ella apagara las luces de su cuarto que daban a la calle. Cuando me decidía a entrar temprano a la casa, pasaba derecho a mi cuarto, donde volvía a refugiarme en el programa de positivismo. Los fines de semana, para no sentir la ausencia de esa voz alentadora, escuchaba en Caracol Radio los esperanzadores programas del padre Gonzalo Gallo; llegué a contar entre diez y ocho radios durante todo mi proceso de búsqueda, pues de tanto uso y cacharreo con ellos se me fueron dañando uno tras otro. Recuerdo un sábado que no pasaba ningún programa positivista de los que me fascinaban. Mientras me tomaba unos drinks, en medio de la soledad de mi cuarto y la "malpa"2 cósmica y existencial, como hoy en día se le llama, comencé a buscar en la radio una emisora que tuviera que ver con el tema, pero ¡no!.. Como era día de rumba, sólo encontraba emisoras de vallenatos, salsa, merengue, rock, baladas, de despecho, pero finalmente ninguna me lograba llenar. De pronto, por allá, de tanto buscar y buscar, gritaron en una emisora en acento portugués-español: "Pare de sufrir, hermano; escuche hoy en vivo y en directo por esta frecuencia 'La noche de los milagros'". De inmediato, en medio de lo tomadito que me encontraba, me interrogué: ¿Pare de sufrir? ¡Huy!, eso es lo que yo necesito. Luego, en su acento portugués-español, el locutor continuó diciendo: "Ahora hermanos escuchemos un testimonio de una hermana que fue sanada:-¡A ver, hermana!, cuéntenos, ¿qué fue lo que le pasó?-¡Pues yo llegué aquí con la columna torcida y el pastor me hizo una oración muy bonita y de inmediato Dios me sanó, la columna se me enderezó; eso fue un milagro del pastor!". El pastor, emocionadísimo, gritó de inmediato: "¡Milagro!, hermanos, ¡milagro!, ¡esto es un milagro! ¡Tremendo! A ver, hermana, muéstrenos cómo quedó ya sanada; suba las escalas, baje, estírese, acurrúquese, brinque, baile, para verificar bien que en realidad sí está sana". Yo, de una, también celebré, cogí la copa, me tomé un aguardiente y grité emocionado, para mí: "¡Milagro, hijuemadre! ¡Un milagro! ¡Eso es lo que necesitamos!". Por esos días, surgió en mí el deseo de ir en busca del psicólogo de la emisora, tanto por la inquietud y la curiosidad que me causaba el manejo que le daba a la palabra Teoterapia3 , como por la fascinación, el entusiasmo y la alegría que despertaban en mí y en el público asistente la emotividad con que animaban los grupos de música. Días más tarde, Juan Carlos Pineda, un amigo de farra, bohemia y tertulia a quien le comenté sobre ese tipo de programas radiales, me dijo que conocía un templo católico donde hacían unas tales misas de sanación, a través de las cuales ocurrían todo tipo de curaciones y se sanaban bastantes personas de enfermedades, depresiones, estrés, miedos y todo lo que a uno no lo dejaba ser feliz. Dijo, además, que la gente cantaba y disfrutaba alegremente con un grupo musical y que allí asistía el periodista Juan Guillermo Ríos, quien luego de quedar varios meses en estado de coma y ser desahuciado por los médicos, había sido sanado por Dios de su terrible enfermedad. El mismo Juan Guillermo contó más tarde que, en sus épocas de tanto rating, éxito y poder, cuando lo llamaban por vía telefónica, se le negaba hasta a su propia madre. ¡Cómo nos cambia la vida!, ¡cómo nos caemos de nuestros caballos! Jueves tras jueves, en medio de la rumba, mi amigo Juan Carlos me insistía para que lo acompañara a la Misa de sanación. Yo siempre le sacaba el cuerpo con la disculpa de que eso era para fanáticos y para locos y que, adicionalmente, esos curas que hacían las misas se las daban de santos y a la final también eran una mano de fariseos. Un día, arrastrado más por la curiosidad de la presencia de Juan Guillermo que por ir a buscar curas o sanaciones, pensé: "Pues si este que es tan famoso va allá, ¿cómo no voy a ir yo también, que apenas estoy empezando en el medio?". Arranqué con mi amigo para allá. La iglesia estaba a reventar, todo el mundo de pie, alborotado, levantando las manos y aplaudiendo. Yo, aterrado, le dije a mi amigo: "¡Ah!, no, hermanito, esto aquí definitivamente es para fanáticos! Yo no soy fanático; qué voy a venir aquí a hacer el oso. ¡No!, ¡qué pena!, uno ahí brincando como un loco". De lo que uno siembra más tarde come De cara a toda esa locura, se me vino a la mente todo un flash back que me transportó a la niñez en Pácora (Caldas), mi pueblo natal. Recordé que cuando tocaban a la puerta de mi casa, mi madre me decía: "Iván, asómese a la ventana a ver quién está Para colmo de males, una nueva endoscopia arrojó la aparición de una tercera llaga en el estómago, una gastritis química, a causa del volumen de remedios que se acumularon en el organismo sin que éste los eliminara. Los diferentes diagnósticos confundieron a los gastroenterólogos. En últimas, no encontraban argumentos para saber a ciencia cierta cuál era el mal que padecía, si se trataba de úlceras o de gastritis. Una vez más me recetaron antibióticos, me cambiaron la dieta y ordenaron un receso de una hora entre comidas, siempre ligeras, a lo cual no hice caso porque me mamé de tanta droga y porque tenía la esperanza de que la historia podría tener un final distinto. Me repetía: "¡No! ¡Dios me tiene que sanar a mí como sanó a Juan Guillermo Ríos!". En respuesta a mi negativa, los médicos sentenciaron: "Pues, Iván, si no continúa con ese tratamiento, le cuento que no hay nada más que hacer". Y como dice la frase: "Al caído caerle". El tiempo pasaba y los fuertes cólicos me acosaban cada vez más; la mejoría tan anhelada aún no llegaba. Desesperado, agoté otro recurso profesional, corrí a un centro de salud donde trabajaba otro médico amigo, quien en consideración de mi estado crítico me remitió hacia el Instituto Nacional de Cancerología, donde de nuevo descartaron la posibilidad de que mis llagas fueran cancerosas. Mi amigo, al ver que yo alimentaba la fe asistiendo a los grupos de oración y a las misas de sanación y que mantenía la esperanza de que Dios me sanaría, me dijo: "Pues mijito, le tocó pegarse de mi Dios o pegarse un tiro con un banano, porque nadie sabe en realidad qué es lo que usted tiene". Y lo que faltaba. Un familiar se enteró de mi estado y me endilgó una de las típicas enfermedades que se les suelen achacar a las personas que trabajamos en televisión, hecho que ensució mi nombre, resintió mi dignidad y causó conflictos en mi autoestima: regó el chisme en mi familia de que yo podía tener sida. Esto me llevó a aislarme de la familia; me fui a vivir bien lejos, por el temor al qué dirán. ¡Mejor dicho!, de la rabia los mandé a comer *, por allá cerquita a Chía, donde hay muy buenos restaurantes. Me pasé a vivir con Doña Elide, una señora que era médica homeópata y mamá de un actor. Pero ¡ojo!, no vayan a pensar mal, me fui a vivir en su casa, no con ella. Me resultó con la sorpresa de ser hermanita cristiana; con ella hice mis pinitos de protestante. Empecé a acompañarla a su iglesia, seducido y descrestado por las profecías que le daban a uno acerca de su futuro y porque ella me insistía en que allí sí se sanaban de sus males las personas. Cada ocho días en las asambleas, el pastor decía: "Los que vienen por primera vez, siéntense allí en la primera banca, que para ellos hay una profecía muy especial;...
COMO ESTUDIAR Y APRENDER MAS Y MEJOR EN MENOS TIEMPO RICHARD FENKER
El autor, renombrado especialista en cursos de Estrategias de aprendizaje, nos ofrece un libro, q... more El autor, renombrado especialista en cursos de Estrategias de aprendizaje, nos ofrece un libro, que en estilo ameno dará respuestas abrumadoramente positivas a quienes necesitan y desean aprender a estudiar. A diferencia de otros libros sobre el tema, que refunden métodos conocidos hace muchos años, éste nos brinda principios innovadores extraídos de la educación y psicología cognitiva a la vez que enlaza las estrategias con la vida. Además, al mostrarnos lo útil de la mayoría de las estrategias para el deporte y las relaciones sociales, el autor nos da otro estimulante aliciente.
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