Nacieron en una Francia dividida, en guerra, a orillas del Loira, durante la ocupación alemana. P... more Nacieron en una Francia dividida, en guerra, a orillas del Loira, durante la ocupación alemana. Patrick Carrion es hijo del veterinario del pueblo, Marie-José Vire es hija del dueño de la ferretería. Compartieron sus primeros juegos y sus primeros escondites. Y en 1947, a la mañana siguiente de que la madre de Marie-José les abandonara de noche, a hurtadillas, ella besó a su amigo en los labios, como hacían los mayores. Se abrazaron, lloraron y se juraron amor eterno… Junto con la guerra acabó también su infancia. Y con la paz llegó otra invasión. Tras las alambradas de las bases del ejército americano se esconde un nuevo mundo, distinto, esperanzador y cautivador en extremo. Es un mundo hecho de cubos de basura como cofres que esconden extraños tesoros: chapas y botellas de Coca-Cola, jirones de téjanos y de camisetas, chicles, fotografías… Y es también el mundo de la música, de los coches grandes, del futuro. La súbita irrupción de ese nuevo universo cautivará a los dos niños, convertidos ahora en adolescentes, que lucharán por mantenerse a flote en un mundo desesperanzado y amargo. En Las nieves de antaño, Pascal Quignard hace una lúcida reflexión sobre la soledad y la búsqueda de la propia identidad a través de dos adolescentes que se ven obligados a descubrir quiénes son cuando ni siquiera el mundo que les rodea sabe exactamente dónde está. PRIMERA PARTE MEUNG ¿CUÁNDO deja de haber guerra? El Orleanesado lo ocuparon los celtas, los germanos, los romanos, durante cinco siglos, con sus doce dioses, los vándalos, los alanos, los francos, los normandos, los ingleses, los alemanes, los americanos. En la mirada de la mujer, en los puños que alzan los hermanos, en la voz del padre cuando riñe, en cada uno de los vínculos sociales hay siempre algo enemigo. Algo que pretende asir. Algo que pretende matar. La meta de los esfuerzos que hacemos no es llegar a ser felices, envejecer a cubierto, morir sin dolor. La meta de los esfuerzos que hacemos es llegar con vida a la noche. Fue en Meung, el 15 de junio de 1429, durante la ocupación inglesa, cuando Juana de Arco le volvió a arrebatar el puente al ejército enemigo. Fue en Meung, el 17 de julio de 1959, durante la ocupación americana, cuando un hombre deseó de pronto la muerte de la mujer que amaba. Era el hijo del veterinario. Se llamaba Patrick Carrion. Tenía dieciocho años. Era hijo único. Había nacido en 1941, durante la ocupación alemana. En 1943, los alemanes requisaron el primer piso de la casa familiar. El doctor Carrion no era hombre de muchas palabras. Tenía un Renault Juvaquatre viejo y llevaba traje de pana en cualquier estación del año. Sus amores, de mayor a menor, eran: su mujer, su profesión, su hijo, los bosques, los animales, los recuerdos de la guerra, el tabaco negro, el frío, el olor a barro y hojas secas restallantes de escarcha, oír la radio. Vivían enfrente de la iglesia. La casa contaba con un jardincillo delantero donde la señora Carrion plantaba flores y en el que no se podía jugar ni por asomo. La señora Carrion no quiso que su hijo la llamara mamá, sino madre. La madre de Patrick Carrion era de cuerpo armonioso y espigado. Se había quedado tuerta a raíz de un accidente acaecido en 1943, cuando estaba encendiendo la cocina de carbón. Le saltó una brasa. Las tropas rusas acababan de recuperar Kursk. Se le quedó el párpado derecho cerrado. Si se prescindía de esa deformidad perenne, tenía una silueta alta y esbelta, pelo castaño, rostro de gran pureza, con un toque doloroso, y se le atribuía alguna que otra aventura. Cuidaba mucho la forma de vestir, lo que desesperaba a las demás mujeres del pueblo. Las más de las veces llevaba trajes sastre claros con escote en pico, un corpiño ajustado, la cintura muy marcada, la falda a media pantorrilla. Leía la mayoría de las revistas que se editaban en París. Había convertido una habitación en biblioteca; se encerraba en ella para estar a solas, y les tenía prohibida la entrada tanto a su marido como a su hijo. Los amores de la señora Carrion, de mayor a menor, eran: estar sola, las telas y los vestidos, el deleite, los libros, las flores, el olor de las flores, el tacto de las flores, el silencio. Detrás de la casa había un jardín largo, inculto y arenoso, a orillas del Loira, en cuyo extremo amarraban una barca plana y negra, que siempre estaba mirando hacia la isla por la fuerza de la corriente; al niño lo dejaban jugar allí, y allí se llevaba a una amiguita del colegio. Ésta se llamaba Marie-José Vire. Era la hija del ferretero y tendero de ultramarinos de Meung. El tío Vire tenía cinco hijas. Su mujer lo había abandonado una noche, sin previo aviso, sin dejar ni una nota, después de la guerra, en 1947. Al cabo de ocho días, le dio, por teléfono, señales de vida a la boticaria. Dichas señales se resumían en dos frases: que no pensaba volver, que su marido se ocupase de las niñas. Marie-José Vire era la más pequeña de las cinco. Todavía quedaban dos en casa del padre, encima de la tienda. Había que ir primero por un largo pasillo oscuro de olor muy desagradable, que corría a lo largo del almacén de ferretería, antes de subir la escalera que conducía al primer piso. Marie-José Vire y Patrick Carrion fueron inseparables durante la infancia. Jugaban en la calle, en la plaza, en el jardín trasero, bajo las arcadas del patio de recreo, por las orillas del río; iban juntos al colegio. Juntos asistían al catecismo que se impartía en una de las salas bajas del castillo. Era como si la madre, al abandonarla, le hubiera robado a la hija toda la luz. A la mañana siguiente, después de que su madre los hubiera dejado plantados durante la noche, Marie-José acercó los resecos labios a la mejilla de Patrick. Volviéndose hacia él, la niña tuvo la osadía de ponerle los labios con fuerza en la boca a Patrick, como hacen los mayores. Luego se arrebujó contra él. Estaba llorando. Tenían seis años. Aquella mañana, en el amanecer húmedo y frió, se juraron amor eterno: les corrían las lágrimas. Sorbían. Se apretaban mutuamente las frías manoplas. Corrieron hasta el colegio. Todas las tardes, ella lo acompañaba; iban agarrados de la mano, agarrados de las empapadas manoplas, con la mochila a la espalda y las cabezas metidas en las capuchas de lana. Hacían los deberes juntos en la mesa de comedor redonda que había en la cocina de los Vire, bajo la lámpara. Se cambiaban las meriendas. Se prestaban la regla. Compartían la goma de borrar. Patrick y Marie-José, al asociar su desamparo, asociaron sus vidas. La madre de Patrick Carrion se exiliaba con frecuencia en Orleans, o se encerraba en su habitación. Veía poco al niño, se odiaba por haber perdido un ojo, intentaba gustar a pesar de ello, Patrick decía que sí flemáticamente, con la cabeza. Cuando vio que asentía, Marie-José brincó del banco a la hierba, aferrando las cestas que tenía al lado. Patrick arrojó la laya sobre la tierra húmeda que había sacado. Los dos niños tomaron de las cestas y echaron al hoyo unas diminutas cazuelas, una cocina de chapa, una tienda de ultramarinos de cartón, unos cochecitos Dinky Toys, unos soldados, unos gendarmes de plástico. Por fin, Patrick arrojó al hoyo con odio el Citroen 11 ligero de hojalata, el juguete favorito de su infancia, y volvió a taparlo en el acto tras coger de nuevo la gran laya. Marie-José se puso a pisotear la tierra reblandecida por la lluvia. Lanzaba breves alaridos. Ambos niños se enardecían dando saltos sobre el hoyo que Patrick estaba tapando. De pronto, mientras saltaba, Marie-José tropezó con el hierro de la laya que sostenía Patrick. Lanzó un grito. Se quedaron quietos. De rodillas en el suelo, subiéndose la falda con las manos llenas de arañazos, cuyas uñas estaban negras de tierra, le enseñó a Patrick el cardenal y el pequeño corte que el hierro de la laya le había hecho en el muslo. Patrick miró el largo muslo blanco de Marie-José, Se inclinó hacia ella. En el acto, Mane-José se bajó la falda. Abrió los brazos y, cayéndole por los hombros el largo y negro cabello cubierto de lluvia, le susurró majestuosamente:-¡Ponte de rodillas como yo! Se arrodilló ante ella, hundiendo las rodillas en la tierra removida.-¡Mira!-dijo ella. Extendió cuan largos eran los brazos, abriendo las palmas de las manos. Mientras hablaba, había dejado de llover. Patrick alzó el rostro hacia el cielo; una última gota de lluvia le cayó en el pómulo.-El cielo me obedece-murmuró ella. Volvieron a oír cómo el Loira corría despacio, siguiendo la orilla. Marie-José cuchicheó:-¿Has traído las hostias?
Imagen de tapa: "Medea y sus hijos" (100 d.C.). Fresco del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles... more Imagen de tapa: "Medea y sus hijos" (100 d.C.). Fresco del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto de Marie-Lan Nguyen CC. Cet ouvrage a beneficié du soutien des Programmes d'aide á la publication de l Instituífrangais. Esta obra se ha beneficiado del apoyo de los Programas de ayuda a la publicación del Institut franjáis.
Ella camina, escribe Peter Morgan. ¿Qué hay que hacer para no regresar? Hay que perderse. No sé n... more Ella camina, escribe Peter Morgan. ¿Qué hay que hacer para no regresar? Hay que perderse. No sé nacerlo. Aprenderás. Quisiera alguna indicación para perderme. Hay que abandonar toda reserva mental, estar dispuesto a no saber nada de lo que antes se sabía, dirigir los pasos hacia el punto más hostil del horizonte, una especie de vasta extensión de ciénagas cruzada en todos los sentidos por mil taludes, no se sabe por qué. Ella lo hace. Camina durante días, sigue los taludes, los deja atrás, atraviesa el agua, camina en línea recta, tuerce más adelante hacia otras ciénagas, las atraviesa y las deja atrás para adentrarse en otras. Todavía es la llanura del Tonlé-Sap, ella la reconoce todavía. Hay que saber que el punto del horizonte que te saldrá al encuentro ya no es, probablemente, el punto más hostil, aunque así lo parezca, sino un punto que ni siquiera se puede imaginar que lo es. Con la cabeza baja, llega al punto más hostil del horizonte, con la cabeza baja reconoce las conchas en el fango, son las del Tonlé-Sap. Hay que insistir para que, al fin, esto que te rechaza te atraiga mañana, eso es lo que ella ha creído entender que le dijo su madre al expulsarla. Ella insiste, lo cree, camina, pierde la esperanza: soy demasiado joven, volveré. Si vuelves, dijo su madre, pondré veneno en tu arroz para matarte. Con la cabeza baja, ella camina, camina. Su fuerza es grande. Su hambre es tan grande como su fuerza. Da vueltas en la tierra llana del Tonlé-Sap, el cielo y la tierra se unen en una línea recta, ella camina sin esperar nada. Se detiene, parte de nuevo, parte de nuevo bajo las bocanadas del aire. Hambre y caminos se incrustan en la tierra del Tonlé-Sap, proliferan más lejos en hambres y caminos. El camino sembrado ha prendido. De allí en adelante ya no quisiera decir nada. En el sueño, la madre, con un garrote en la mano, la contempla: Mañana al salir el sol, vete, niña vieja embarazada que envejecerá sin marido, mi deber es pensar en los supervivientes que algún día también nos dejarán... Vete lejos... De ningún modo puedes volver... De ninguno... Vete muy lejos, tan lejos que me sea imposible imaginar el lugar en donde estás... Arrodíllate delante de tu madre y vete. Su padre le había dicho: Si no recuerdo mal, teníamos un primo en la llanura de las Aves, no tiene demasiados hijos, puede tomarte como criada. Ella ni siquiera preguntó la dirección. Llueve todos los días. El cielo se mueve incesantemente, corre hacia el norte. El gran lago crece. Los juncos navegan en el lago del Tonlé-Sap. Desde una orilla sólo se ve la otra en las escampadas Marguerite Duras El vicecónsul 4 luminosas que vienen después de las tormentas: entre el cielo y la tierra hay una fila de palmeras azules. Cuando ella partió, veía esa otra orilla todo el tiempo. Ella nunca ha estado allí. Si la alcanza, ¿comenzará a perderse? No, porque desde esa otra orilla podrá divisar esta orilla en la que ha nacido. Las aguas del Tonlé-Sap están quietas, su corriente es invisible, son fangosas, dan miedo. Ella ya no ve el lago. Ella está de nuevo en una vasta extensión de extrañas ciénagas vacías cerradas por taludes en todos los sentidos. No hay nadie, por ahora. Nada se mueve. Ella llega al otro lado de la vasta extensión de ciénagas: detrás de ella queda una deslumbrante plataforma metálica que desaparece con la lluvia. Ella ve que la vida la atraviesa. Una mañana, ve que tiene ante ella un río. Hay en el curso del agua una disposición estimulante y fácil, un camino que duerme. Su padre dijo un día que si seguía el Tonlé-Sap no se perdería nunca, que tarde o temprano encontraría lo que el río baña en sus márgenes, que el lago es un océano de agua dulce, que si los niños están vivos en ese país se lo deben a las aguas abundantes en peces del Tonlé-Sap. Ella camina. Ella remonta durante tres días el río que ha aparecido ante ella, ella calcula que al final del río deberá encontrar de nuevo el norte, el norte del lago. Ella se detendrá frente al lago, se quedará allí. En los descansos, ella mira sus anchos pies en el interior insensible del caucho, los acaricia. Hay allí arroz verde, mangos, bananos en bosquecillos. Ella camina durante seis días. Ella se detiene. ¿No ha caminado más antes de encontrar el río que lo que ha caminado siguiéndolo para encontrar el norte? Ella continúa siguiendo el río, mira desde muy cerca sus meandros, nada algunas veces, por la tarde. Ella parte de nuevo, observa: los búfalos de la otra orilla, ¿no son más rechonchos que los de otras partes? Ella se detiene. El niño le bulle en el vientre cada vez más: batalla de peces en su vientre, juego sordo y como alegre del intolerable niño. Ella pregunta: ¿La dirección de la llanura de las Aves? Ella se dice que, en cuanto la conozca, seguirá la dirección contraria. Ella busca la otra manera de perderse: remontar el río hacia el norte, dejar atrás su pueblo, después está Siam, quedarse antes de Siam. En el Norte ya no hay río y me libraré de esta costumbre que tengo de seguir el agua, elegiré un lugar antes de Siam y me quedaré allí. Ella ve el Sur diluirse en la mar, ella ve el Norte fijo, inmóvil. Nadie conoce la dirección de la llanura de las Aves. Ella camina. El Tonlé-Sap desciende del norte, lo mismo que todos los ríos que se vierten en él. Se ve a esos ríos agrupados todos ellos en una cabellera y la cabeza que los lleva está vuelta hacia el sur. Hay que ascender hasta el extremo de la cabellera, hasta su final, y allí tendrá ante sí toda su extensión, hacia el sur, con su pueblo natal incluido en su conjunto. Los búfalos rechonchos, las piedras sonrosadas, a veces hay bloques de ellas entre los arrozales, son unas diferencias que no significan que Marguerite Duras El vicecónsul 5 la dirección sea mala. Ella cree concluida su danza en torno a su pueblo, ella se dice que su punto de partida era falso, que su primer camino era hipócrita: Ahora he partido de verdad, y he elegido el norte. Ella se ha engañado. Ella ha remontado el Stung Pursat, que tiene sus fuentes en las Cardamonas, en el sur. Ella mira las montañas en el horizonte, se pregunta si aquello será Siam. Se dice que es todo lo contrario, que aquello es Camboya. Ella se duerme en pleno día, en un bananal. El hambre se ha hecho demasiado grande, la extrañeza de la montaña no tiene mucha importancia, ella duerme. Cuando el hambre le asalta en la montaña, ella comienza a dormir. Ella duerme. Ella se levanta. Ella camina a veces hacia las montañas, como si caminase hacia el norte. Ella duerme. Ella busca algo que comer. Ella duerme. Ella no camina ya como en el Tonlé-Sap, ahora no hace ningún progreso, ella da vueltas. Ella rodea una ciudad, le dicen que es Pursat. Ella va un poco más allá de Pursat, continúa zigzagueando, casi directa, en resumidas cuentas, hacia las montañas. Ella se pregunta ya dónde se halla el Tonlé-Sap, en qué dirección. En esta dirección, en aquella dirección, cree ella, las gentes mentirían. Ella llega ante una cantera abandonada, entra allí y se duerme. Está en los alrededores de Pursat. Desde la boca de la cantera ve los tejados. Debe de hacer dos meses que ella partió, ahora ya no lo sabe. En la región de Pursat son miles las mujeres expulsadas de casa, los ancianos, los alegres viejos chochos, que se cruzan, que buscan comida, que no hablan entre ellos. Naturaleza, aliméntame. Hay por aquí frutos, barro, piedras coloreadas. Ella no ha encontrado todavía un sistema para capturar los peces adormilados cerca de la orilla. Su madre le había dicho: Come, no eches de menos a tu madre, come, come. Ella busca largo tiempo a la hora de la siesta. Llanura, dame algo de comer. Cuando los hay, recoge frutos, bananas silvestres, arroz verde, mangos, mastica el arroz verde, la papilla tibia y azucarada, la traga. Ella duerme. El arroz verde, los mangos, lo que sea. Ella duerme. Ella se despierta, mira ante sí.
Todos saben que la extraña locura de Lol V. Stein tuvo su inicio en la sala de baile del casino m... more Todos saben que la extraña locura de Lol V. Stein tuvo su inicio en la sala de baile del casino municipal de T. Beach, donde su prometido sucumbió al hechizo de otra mujer. Todos piensan que Lol, quien asistió impávida al prolongado abrazo de ambos, no pudo resistir el abandono, el desamor. Todos se equivocan.Han pasado diez años. Lol V. Stein se ha casado, se ha ido a vivir muy lejos, ha tenido hijos y parece completamente restablecida de su pasada postración. Ahora vuelve a S.Tahla, su ciudad natal, por donde realiza diariamente largos paseos. Allí reencuentra a Tatiana Karl, una antigua amiga de la infancia. A través de ella y de su amante, Jacques Hold-narrador de esta historia-, Lol intentará reconstruir las piezas del drama de amor absoluto e imposible que provocó su arrebato aquella noche de baile, en el casino de T. Beach.
alzó los ojos, sentada tras una terminal blanca; a sus espaldas un poster turístico de Grecia: az... more alzó los ojos, sentada tras una terminal blanca; a sus espaldas un poster turístico de Grecia: azul egeo salpicado con ideogramas aerodinámicos.
Chantal y Jean-Marc viven juntos en Paris y se quieren, se quieren tanto que incluso parecen conf... more Chantal y Jean-Marc viven juntos en Paris y se quieren, se quieren tanto que incluso parecen confundirse. Y es que, a veces, se dan situaciones en las que, por un instante, ninguno de los dos parece reconocerse, en el que la identidad del otro se disuelve y, de rechazo, duda de la suya propia. Todo el que ama, todo el que convive en pareja, lo ha vivido alguna vez, porque lo que mas teme en el mundo quien El cansancio había caído sobre F., que permaneció callado como si el recuerdo de los párpados lo hubiera agotado.
Scan: Abogada Soltera OCR y revisión: Jota A Otey Williams Gibson, mi madre, y a Mildred Barnitz,... more Scan: Abogada Soltera OCR y revisión: Jota A Otey Williams Gibson, mi madre, y a Mildred Barnitz, amiga auténtica y querida de ella y mía, con amor ÍNDICE Prefacio, Bruce Sterling Johnny Mnemónico El continuo de Gernsback Fragmentos de una rosa holográfica La especie, John Shirley y William Gibson Regiones apartadas Estrella roja, órbita de invierno, Bruce Sterling y William Gibson Hotel New Rose El mercado de invierno Combate aéreo, Michael Swanwick y William Gibson Quemando cromo
Despertó..., y añoró Marte. Pensó en los valles. ¿Cómo sería poder vagar por ellos? Maravilloso, ... more Despertó..., y añoró Marte. Pensó en los valles. ¿Cómo sería poder vagar por ellos? Maravilloso, sin duda; su sueño creció a medida que despertaba a la plena conciencia, el sueño y el anhelo. Casi podía sentir la presencia protectora del otro mundo, que sólo los agentes del gobierno y los altos funcionarios habían visto. Un empleado como él no era probable que llegase a verlo nunca...
Nacieron en una Francia dividida, en guerra, a orillas del Loira, durante la ocupación alemana. P... more Nacieron en una Francia dividida, en guerra, a orillas del Loira, durante la ocupación alemana. Patrick Carrion es hijo del veterinario del pueblo, Marie-José Vire es hija del dueño de la ferretería. Compartieron sus primeros juegos y sus primeros escondites. Y en 1947, a la mañana siguiente de que la madre de Marie-José les abandonara de noche, a hurtadillas, ella besó a su amigo en los labios, como hacían los mayores. Se abrazaron, lloraron y se juraron amor eterno… Junto con la guerra acabó también su infancia. Y con la paz llegó otra invasión. Tras las alambradas de las bases del ejército americano se esconde un nuevo mundo, distinto, esperanzador y cautivador en extremo. Es un mundo hecho de cubos de basura como cofres que esconden extraños tesoros: chapas y botellas de Coca-Cola, jirones de téjanos y de camisetas, chicles, fotografías… Y es también el mundo de la música, de los coches grandes, del futuro. La súbita irrupción de ese nuevo universo cautivará a los dos niños, convertidos ahora en adolescentes, que lucharán por mantenerse a flote en un mundo desesperanzado y amargo. En Las nieves de antaño, Pascal Quignard hace una lúcida reflexión sobre la soledad y la búsqueda de la propia identidad a través de dos adolescentes que se ven obligados a descubrir quiénes son cuando ni siquiera el mundo que les rodea sabe exactamente dónde está. PRIMERA PARTE MEUNG ¿CUÁNDO deja de haber guerra? El Orleanesado lo ocuparon los celtas, los germanos, los romanos, durante cinco siglos, con sus doce dioses, los vándalos, los alanos, los francos, los normandos, los ingleses, los alemanes, los americanos. En la mirada de la mujer, en los puños que alzan los hermanos, en la voz del padre cuando riñe, en cada uno de los vínculos sociales hay siempre algo enemigo. Algo que pretende asir. Algo que pretende matar. La meta de los esfuerzos que hacemos no es llegar a ser felices, envejecer a cubierto, morir sin dolor. La meta de los esfuerzos que hacemos es llegar con vida a la noche. Fue en Meung, el 15 de junio de 1429, durante la ocupación inglesa, cuando Juana de Arco le volvió a arrebatar el puente al ejército enemigo. Fue en Meung, el 17 de julio de 1959, durante la ocupación americana, cuando un hombre deseó de pronto la muerte de la mujer que amaba. Era el hijo del veterinario. Se llamaba Patrick Carrion. Tenía dieciocho años. Era hijo único. Había nacido en 1941, durante la ocupación alemana. En 1943, los alemanes requisaron el primer piso de la casa familiar. El doctor Carrion no era hombre de muchas palabras. Tenía un Renault Juvaquatre viejo y llevaba traje de pana en cualquier estación del año. Sus amores, de mayor a menor, eran: su mujer, su profesión, su hijo, los bosques, los animales, los recuerdos de la guerra, el tabaco negro, el frío, el olor a barro y hojas secas restallantes de escarcha, oír la radio. Vivían enfrente de la iglesia. La casa contaba con un jardincillo delantero donde la señora Carrion plantaba flores y en el que no se podía jugar ni por asomo. La señora Carrion no quiso que su hijo la llamara mamá, sino madre. La madre de Patrick Carrion era de cuerpo armonioso y espigado. Se había quedado tuerta a raíz de un accidente acaecido en 1943, cuando estaba encendiendo la cocina de carbón. Le saltó una brasa. Las tropas rusas acababan de recuperar Kursk. Se le quedó el párpado derecho cerrado. Si se prescindía de esa deformidad perenne, tenía una silueta alta y esbelta, pelo castaño, rostro de gran pureza, con un toque doloroso, y se le atribuía alguna que otra aventura. Cuidaba mucho la forma de vestir, lo que desesperaba a las demás mujeres del pueblo. Las más de las veces llevaba trajes sastre claros con escote en pico, un corpiño ajustado, la cintura muy marcada, la falda a media pantorrilla. Leía la mayoría de las revistas que se editaban en París. Había convertido una habitación en biblioteca; se encerraba en ella para estar a solas, y les tenía prohibida la entrada tanto a su marido como a su hijo. Los amores de la señora Carrion, de mayor a menor, eran: estar sola, las telas y los vestidos, el deleite, los libros, las flores, el olor de las flores, el tacto de las flores, el silencio. Detrás de la casa había un jardín largo, inculto y arenoso, a orillas del Loira, en cuyo extremo amarraban una barca plana y negra, que siempre estaba mirando hacia la isla por la fuerza de la corriente; al niño lo dejaban jugar allí, y allí se llevaba a una amiguita del colegio. Ésta se llamaba Marie-José Vire. Era la hija del ferretero y tendero de ultramarinos de Meung. El tío Vire tenía cinco hijas. Su mujer lo había abandonado una noche, sin previo aviso, sin dejar ni una nota, después de la guerra, en 1947. Al cabo de ocho días, le dio, por teléfono, señales de vida a la boticaria. Dichas señales se resumían en dos frases: que no pensaba volver, que su marido se ocupase de las niñas. Marie-José Vire era la más pequeña de las cinco. Todavía quedaban dos en casa del padre, encima de la tienda. Había que ir primero por un largo pasillo oscuro de olor muy desagradable, que corría a lo largo del almacén de ferretería, antes de subir la escalera que conducía al primer piso. Marie-José Vire y Patrick Carrion fueron inseparables durante la infancia. Jugaban en la calle, en la plaza, en el jardín trasero, bajo las arcadas del patio de recreo, por las orillas del río; iban juntos al colegio. Juntos asistían al catecismo que se impartía en una de las salas bajas del castillo. Era como si la madre, al abandonarla, le hubiera robado a la hija toda la luz. A la mañana siguiente, después de que su madre los hubiera dejado plantados durante la noche, Marie-José acercó los resecos labios a la mejilla de Patrick. Volviéndose hacia él, la niña tuvo la osadía de ponerle los labios con fuerza en la boca a Patrick, como hacen los mayores. Luego se arrebujó contra él. Estaba llorando. Tenían seis años. Aquella mañana, en el amanecer húmedo y frió, se juraron amor eterno: les corrían las lágrimas. Sorbían. Se apretaban mutuamente las frías manoplas. Corrieron hasta el colegio. Todas las tardes, ella lo acompañaba; iban agarrados de la mano, agarrados de las empapadas manoplas, con la mochila a la espalda y las cabezas metidas en las capuchas de lana. Hacían los deberes juntos en la mesa de comedor redonda que había en la cocina de los Vire, bajo la lámpara. Se cambiaban las meriendas. Se prestaban la regla. Compartían la goma de borrar. Patrick y Marie-José, al asociar su desamparo, asociaron sus vidas. La madre de Patrick Carrion se exiliaba con frecuencia en Orleans, o se encerraba en su habitación. Veía poco al niño, se odiaba por haber perdido un ojo, intentaba gustar a pesar de ello, Patrick decía que sí flemáticamente, con la cabeza. Cuando vio que asentía, Marie-José brincó del banco a la hierba, aferrando las cestas que tenía al lado. Patrick arrojó la laya sobre la tierra húmeda que había sacado. Los dos niños tomaron de las cestas y echaron al hoyo unas diminutas cazuelas, una cocina de chapa, una tienda de ultramarinos de cartón, unos cochecitos Dinky Toys, unos soldados, unos gendarmes de plástico. Por fin, Patrick arrojó al hoyo con odio el Citroen 11 ligero de hojalata, el juguete favorito de su infancia, y volvió a taparlo en el acto tras coger de nuevo la gran laya. Marie-José se puso a pisotear la tierra reblandecida por la lluvia. Lanzaba breves alaridos. Ambos niños se enardecían dando saltos sobre el hoyo que Patrick estaba tapando. De pronto, mientras saltaba, Marie-José tropezó con el hierro de la laya que sostenía Patrick. Lanzó un grito. Se quedaron quietos. De rodillas en el suelo, subiéndose la falda con las manos llenas de arañazos, cuyas uñas estaban negras de tierra, le enseñó a Patrick el cardenal y el pequeño corte que el hierro de la laya le había hecho en el muslo. Patrick miró el largo muslo blanco de Marie-José, Se inclinó hacia ella. En el acto, Mane-José se bajó la falda. Abrió los brazos y, cayéndole por los hombros el largo y negro cabello cubierto de lluvia, le susurró majestuosamente:-¡Ponte de rodillas como yo! Se arrodilló ante ella, hundiendo las rodillas en la tierra removida.-¡Mira!-dijo ella. Extendió cuan largos eran los brazos, abriendo las palmas de las manos. Mientras hablaba, había dejado de llover. Patrick alzó el rostro hacia el cielo; una última gota de lluvia le cayó en el pómulo.-El cielo me obedece-murmuró ella. Volvieron a oír cómo el Loira corría despacio, siguiendo la orilla. Marie-José cuchicheó:-¿Has traído las hostias?
Imagen de tapa: "Medea y sus hijos" (100 d.C.). Fresco del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles... more Imagen de tapa: "Medea y sus hijos" (100 d.C.). Fresco del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto de Marie-Lan Nguyen CC. Cet ouvrage a beneficié du soutien des Programmes d'aide á la publication de l Instituífrangais. Esta obra se ha beneficiado del apoyo de los Programas de ayuda a la publicación del Institut franjáis.
Ella camina, escribe Peter Morgan. ¿Qué hay que hacer para no regresar? Hay que perderse. No sé n... more Ella camina, escribe Peter Morgan. ¿Qué hay que hacer para no regresar? Hay que perderse. No sé nacerlo. Aprenderás. Quisiera alguna indicación para perderme. Hay que abandonar toda reserva mental, estar dispuesto a no saber nada de lo que antes se sabía, dirigir los pasos hacia el punto más hostil del horizonte, una especie de vasta extensión de ciénagas cruzada en todos los sentidos por mil taludes, no se sabe por qué. Ella lo hace. Camina durante días, sigue los taludes, los deja atrás, atraviesa el agua, camina en línea recta, tuerce más adelante hacia otras ciénagas, las atraviesa y las deja atrás para adentrarse en otras. Todavía es la llanura del Tonlé-Sap, ella la reconoce todavía. Hay que saber que el punto del horizonte que te saldrá al encuentro ya no es, probablemente, el punto más hostil, aunque así lo parezca, sino un punto que ni siquiera se puede imaginar que lo es. Con la cabeza baja, llega al punto más hostil del horizonte, con la cabeza baja reconoce las conchas en el fango, son las del Tonlé-Sap. Hay que insistir para que, al fin, esto que te rechaza te atraiga mañana, eso es lo que ella ha creído entender que le dijo su madre al expulsarla. Ella insiste, lo cree, camina, pierde la esperanza: soy demasiado joven, volveré. Si vuelves, dijo su madre, pondré veneno en tu arroz para matarte. Con la cabeza baja, ella camina, camina. Su fuerza es grande. Su hambre es tan grande como su fuerza. Da vueltas en la tierra llana del Tonlé-Sap, el cielo y la tierra se unen en una línea recta, ella camina sin esperar nada. Se detiene, parte de nuevo, parte de nuevo bajo las bocanadas del aire. Hambre y caminos se incrustan en la tierra del Tonlé-Sap, proliferan más lejos en hambres y caminos. El camino sembrado ha prendido. De allí en adelante ya no quisiera decir nada. En el sueño, la madre, con un garrote en la mano, la contempla: Mañana al salir el sol, vete, niña vieja embarazada que envejecerá sin marido, mi deber es pensar en los supervivientes que algún día también nos dejarán... Vete lejos... De ningún modo puedes volver... De ninguno... Vete muy lejos, tan lejos que me sea imposible imaginar el lugar en donde estás... Arrodíllate delante de tu madre y vete. Su padre le había dicho: Si no recuerdo mal, teníamos un primo en la llanura de las Aves, no tiene demasiados hijos, puede tomarte como criada. Ella ni siquiera preguntó la dirección. Llueve todos los días. El cielo se mueve incesantemente, corre hacia el norte. El gran lago crece. Los juncos navegan en el lago del Tonlé-Sap. Desde una orilla sólo se ve la otra en las escampadas Marguerite Duras El vicecónsul 4 luminosas que vienen después de las tormentas: entre el cielo y la tierra hay una fila de palmeras azules. Cuando ella partió, veía esa otra orilla todo el tiempo. Ella nunca ha estado allí. Si la alcanza, ¿comenzará a perderse? No, porque desde esa otra orilla podrá divisar esta orilla en la que ha nacido. Las aguas del Tonlé-Sap están quietas, su corriente es invisible, son fangosas, dan miedo. Ella ya no ve el lago. Ella está de nuevo en una vasta extensión de extrañas ciénagas vacías cerradas por taludes en todos los sentidos. No hay nadie, por ahora. Nada se mueve. Ella llega al otro lado de la vasta extensión de ciénagas: detrás de ella queda una deslumbrante plataforma metálica que desaparece con la lluvia. Ella ve que la vida la atraviesa. Una mañana, ve que tiene ante ella un río. Hay en el curso del agua una disposición estimulante y fácil, un camino que duerme. Su padre dijo un día que si seguía el Tonlé-Sap no se perdería nunca, que tarde o temprano encontraría lo que el río baña en sus márgenes, que el lago es un océano de agua dulce, que si los niños están vivos en ese país se lo deben a las aguas abundantes en peces del Tonlé-Sap. Ella camina. Ella remonta durante tres días el río que ha aparecido ante ella, ella calcula que al final del río deberá encontrar de nuevo el norte, el norte del lago. Ella se detendrá frente al lago, se quedará allí. En los descansos, ella mira sus anchos pies en el interior insensible del caucho, los acaricia. Hay allí arroz verde, mangos, bananos en bosquecillos. Ella camina durante seis días. Ella se detiene. ¿No ha caminado más antes de encontrar el río que lo que ha caminado siguiéndolo para encontrar el norte? Ella continúa siguiendo el río, mira desde muy cerca sus meandros, nada algunas veces, por la tarde. Ella parte de nuevo, observa: los búfalos de la otra orilla, ¿no son más rechonchos que los de otras partes? Ella se detiene. El niño le bulle en el vientre cada vez más: batalla de peces en su vientre, juego sordo y como alegre del intolerable niño. Ella pregunta: ¿La dirección de la llanura de las Aves? Ella se dice que, en cuanto la conozca, seguirá la dirección contraria. Ella busca la otra manera de perderse: remontar el río hacia el norte, dejar atrás su pueblo, después está Siam, quedarse antes de Siam. En el Norte ya no hay río y me libraré de esta costumbre que tengo de seguir el agua, elegiré un lugar antes de Siam y me quedaré allí. Ella ve el Sur diluirse en la mar, ella ve el Norte fijo, inmóvil. Nadie conoce la dirección de la llanura de las Aves. Ella camina. El Tonlé-Sap desciende del norte, lo mismo que todos los ríos que se vierten en él. Se ve a esos ríos agrupados todos ellos en una cabellera y la cabeza que los lleva está vuelta hacia el sur. Hay que ascender hasta el extremo de la cabellera, hasta su final, y allí tendrá ante sí toda su extensión, hacia el sur, con su pueblo natal incluido en su conjunto. Los búfalos rechonchos, las piedras sonrosadas, a veces hay bloques de ellas entre los arrozales, son unas diferencias que no significan que Marguerite Duras El vicecónsul 5 la dirección sea mala. Ella cree concluida su danza en torno a su pueblo, ella se dice que su punto de partida era falso, que su primer camino era hipócrita: Ahora he partido de verdad, y he elegido el norte. Ella se ha engañado. Ella ha remontado el Stung Pursat, que tiene sus fuentes en las Cardamonas, en el sur. Ella mira las montañas en el horizonte, se pregunta si aquello será Siam. Se dice que es todo lo contrario, que aquello es Camboya. Ella se duerme en pleno día, en un bananal. El hambre se ha hecho demasiado grande, la extrañeza de la montaña no tiene mucha importancia, ella duerme. Cuando el hambre le asalta en la montaña, ella comienza a dormir. Ella duerme. Ella se levanta. Ella camina a veces hacia las montañas, como si caminase hacia el norte. Ella duerme. Ella busca algo que comer. Ella duerme. Ella no camina ya como en el Tonlé-Sap, ahora no hace ningún progreso, ella da vueltas. Ella rodea una ciudad, le dicen que es Pursat. Ella va un poco más allá de Pursat, continúa zigzagueando, casi directa, en resumidas cuentas, hacia las montañas. Ella se pregunta ya dónde se halla el Tonlé-Sap, en qué dirección. En esta dirección, en aquella dirección, cree ella, las gentes mentirían. Ella llega ante una cantera abandonada, entra allí y se duerme. Está en los alrededores de Pursat. Desde la boca de la cantera ve los tejados. Debe de hacer dos meses que ella partió, ahora ya no lo sabe. En la región de Pursat son miles las mujeres expulsadas de casa, los ancianos, los alegres viejos chochos, que se cruzan, que buscan comida, que no hablan entre ellos. Naturaleza, aliméntame. Hay por aquí frutos, barro, piedras coloreadas. Ella no ha encontrado todavía un sistema para capturar los peces adormilados cerca de la orilla. Su madre le había dicho: Come, no eches de menos a tu madre, come, come. Ella busca largo tiempo a la hora de la siesta. Llanura, dame algo de comer. Cuando los hay, recoge frutos, bananas silvestres, arroz verde, mangos, mastica el arroz verde, la papilla tibia y azucarada, la traga. Ella duerme. El arroz verde, los mangos, lo que sea. Ella duerme. Ella se despierta, mira ante sí.
Todos saben que la extraña locura de Lol V. Stein tuvo su inicio en la sala de baile del casino m... more Todos saben que la extraña locura de Lol V. Stein tuvo su inicio en la sala de baile del casino municipal de T. Beach, donde su prometido sucumbió al hechizo de otra mujer. Todos piensan que Lol, quien asistió impávida al prolongado abrazo de ambos, no pudo resistir el abandono, el desamor. Todos se equivocan.Han pasado diez años. Lol V. Stein se ha casado, se ha ido a vivir muy lejos, ha tenido hijos y parece completamente restablecida de su pasada postración. Ahora vuelve a S.Tahla, su ciudad natal, por donde realiza diariamente largos paseos. Allí reencuentra a Tatiana Karl, una antigua amiga de la infancia. A través de ella y de su amante, Jacques Hold-narrador de esta historia-, Lol intentará reconstruir las piezas del drama de amor absoluto e imposible que provocó su arrebato aquella noche de baile, en el casino de T. Beach.
alzó los ojos, sentada tras una terminal blanca; a sus espaldas un poster turístico de Grecia: az... more alzó los ojos, sentada tras una terminal blanca; a sus espaldas un poster turístico de Grecia: azul egeo salpicado con ideogramas aerodinámicos.
Chantal y Jean-Marc viven juntos en Paris y se quieren, se quieren tanto que incluso parecen conf... more Chantal y Jean-Marc viven juntos en Paris y se quieren, se quieren tanto que incluso parecen confundirse. Y es que, a veces, se dan situaciones en las que, por un instante, ninguno de los dos parece reconocerse, en el que la identidad del otro se disuelve y, de rechazo, duda de la suya propia. Todo el que ama, todo el que convive en pareja, lo ha vivido alguna vez, porque lo que mas teme en el mundo quien El cansancio había caído sobre F., que permaneció callado como si el recuerdo de los párpados lo hubiera agotado.
Scan: Abogada Soltera OCR y revisión: Jota A Otey Williams Gibson, mi madre, y a Mildred Barnitz,... more Scan: Abogada Soltera OCR y revisión: Jota A Otey Williams Gibson, mi madre, y a Mildred Barnitz, amiga auténtica y querida de ella y mía, con amor ÍNDICE Prefacio, Bruce Sterling Johnny Mnemónico El continuo de Gernsback Fragmentos de una rosa holográfica La especie, John Shirley y William Gibson Regiones apartadas Estrella roja, órbita de invierno, Bruce Sterling y William Gibson Hotel New Rose El mercado de invierno Combate aéreo, Michael Swanwick y William Gibson Quemando cromo
Despertó..., y añoró Marte. Pensó en los valles. ¿Cómo sería poder vagar por ellos? Maravilloso, ... more Despertó..., y añoró Marte. Pensó en los valles. ¿Cómo sería poder vagar por ellos? Maravilloso, sin duda; su sueño creció a medida que despertaba a la plena conciencia, el sueño y el anhelo. Casi podía sentir la presencia protectora del otro mundo, que sólo los agentes del gobierno y los altos funcionarios habían visto. Un empleado como él no era probable que llegase a verlo nunca...
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