Estaba yo ya en pleno rascatecleo ahí en el loft cuando llamaron al timbre. Ah, hostia, que aquí le llamamos «loft» a la parte de arriba de la casa, la buhardilla, vamos, que es donde tengo yo montada la madriguera.
Más o menos era la hora en que suele volver Kota de la escuela, así que sin mirar en la cámara del portero, bajé a abrir raudo y veloz.
Craso error.
Aquel tío no era Kota, era un señor atacao que no paró de hablar desde que abrí la puerta, madre mía, debía tener el récord de ございます esputados por minuto a este lado de Tokio.
Joder, cómo caí en la trampa, como si tuviesen estudiadas las horas a las que los críos salen de la escuela para presentarse en las casas con la confusión, porque mira que suelen llamar parlapuñaos de estos que venderían a su padre por una comisión, que te ponen la cabeza loca con tal de que les compres algo y seguro que no les abrimos nadie.
Aunque los hay peores, que también están los que quieres que te apuntes al club megatrix de su religión chupiピルり, que de esos también se pasan unos cuantos al mes, pero de todos los equipos además: budistas, cristianos, mormones y hasta pelirojos he llegado yo a ver…
Mecagüen la madre que los parió a todos, también te digo, que las religiones son el mal mayor de la humanidad, menudo negocio. Cree en quien te salga del nabo y déjame a mi que siga yo creyendo en Netflix, copón.
Bueno, a lo que iba: que no era Kota. Que era un chaval así joven muy pesado que hablaba sin parar y cuya conversación trataré de simplificar aquí, porque era de ese tipo de personas que decía la misma frase dos o tres veces, ¿sabéis lo que os digo? «Buenos días, buenos días, estoo, buenos días» a lo gallo Claudio.
— Hola, buenos días, hola. Mira, estamos de promoción, soy de la empresa Duskin, que tenemos un servicio de alquiler de mopas y tengo aquí una muestra gratuita para que la pruebes y …
— Al-qui-ler de-mo… No no gracias, no me interesa —le corto en seco, que ya me sé yo las movidas estas de pruebas gratuitas
— Pero pero, espere, por favor, espere. Que es que todos tus vecinos ya tienen una que la han recogido, que de verdad que no tienes que pagar nada
Y me planta ahí una especie de paragüero de diseño del que sobresalen dos palos que supongo que acabarán en sendas mopas ahí dentro. ¿Dónde coño lo tenía metido? porque hasta ese momento no se lo había visto.
— Que no, que no quiero nada, que luego es un jaleo para devolverlo y seguro que me venís con historias。めんどくさそうだから、大丈夫です。
— No de verdad, por favor, que es gratuito que no tienes que pagar nada, de verdad, que no hace falta, que es gratis, de verdad, que lo pruebas y luego nos dices, que ya vendremos a buscarla
— Que no quiero mopas, coño —全然いらないけど、本当に
— Pero es que tampoco me puedo ir con ella a la oficina otra vez, que es un lío para mi, por favor quedátela, por favor por favor, que es gratis, de verdad
Jodé, el cabrón jugó la carta de dar pena. Qué perrete. Mecagüen la madre que lo parió. Pero es que me dio coseja de verdad, joder, que le veía ahí con carica y tan jóven, que pensé que estaría puteado en su empresa y que igual tenía un jefe cabrón, un salary man que nunca ceden los asientos en los trenes de estos sudorososos medio calvos peinados a lo Anasagasti, que huelen a algo entre café, tabaco mentolado y famichikis del conbini, con los huevos tan colganderos ya que hacen pie.
— Bueno, venga va, pero vamos que no lo voy a usar, te lo cojo para hacerte el favor
— Muchas gracias, de verdad, me das la vida. Gracias gracias —lo decía demasiado mecánicamente, era todo mentira fijo, me la estaba metiendo de través —Mira, relléname este papel, si no te importa, nombre, dirección, teléfono…
Esta es la mía, pensé yo, veo tu carta de la pena y contraataco con mi carta de gaijin.
— Mira, ¿ves?, mejor que te lleves las mopas, porque yo no sé escribir en japonés y no sé rellenarte ese papel, así que nada, muchas gracias y perdón, ¿eh? —y procedo a cerrar la puerta — 日本語食べません le tenía que haber soltado nada más verle.
El hijo la gran puta me pone la mopa enfrente de la puerta en un movimiento que no ví venir ni de lejos. Que casi me saca una paleta, el gachó.
— Bueno, entonces nada, con que pongas tu nombre ahí en inglés ya me vale, perdona, ¿eh?
Yo ya estaba pensando que si no le cogía las putas mopas, el maldito mentecato este de los tamagos me iba a rayar el coche o pincharme las ruedas de la Orbea que tengo aparcada fuera o algo.
Maldito tarado.
Total, que acabé con las mopas en casa y mi firma estampada en un papel que vete tu a saber si no le había cedido los derechos del sueldo del primer arubaito de mi primer hijo hasta los 20 años o qué.
Al llegar Chiaki, mi mujer, a casa, encima me echa la bronca por aceptar la movida y no puedo más que darle toda la razón que tiene. Porque otra cosa, no, pero de dar largas mi mujer sabe un rato largo, que haría llorar al mismísimo Jordi malo de Master Chef.
— No me interesa, adios.
Y portazo en keigo. En su puta cara.
Me pongo a buscar por internet, y resulta que la empresa Duskin tiene un servicio de alquiler de mopas, que tu usas eso por un dinero al mes y te las van renovando. Qué cosa más absurda, habiendo en los todos a cien unas parecidas. Pero mira tu, ya las tengo metidas en casa, tócate los huevequers.
Total, que busco un poco más y, hostia, que parece que esto de los vendedores agresivos moperos es un problema y que, a pesar de lo que te digan, si usas un poco la mopa luego te andan con que si les debes dinero cuando las vas a devolver y te medio coaccionan para que apoquines. Y la gente en plan compartiendo trucos para devolverlas, que si dejarlas en la calle con una nota, que si no contestar nunca al portero…
Buff… ya sabía yo que me la estaba liando aquí mi primo Tarado Moperero.
Así que dejé instrucciones precisas a los dos minions a tope de Redbull que tengo por hijos de que no tocasen las mopas y me olvidé del asunto.
Hasta que dos semanas y media después llamó a la puerta el mismísimo señor Tarambaners, el maldito loco que si le dejo entrar en casa me vende mi propia tele. Yo, siguiendo los consejos de internet, no le abrí la puerta. Y el maldito taralander no dejó de llamar, ¿eh?, venga a darle al botoncito, pin pooon, pin poooon, que le veía desde la cámara y el pavo comprobando ahí desde fuera a ver si veía a alguien por las ventanas, joder macho, ni que fuese hacienda, copón, ¡¿acaso me llamo yo Begoña y el tarado este es el juez Peinado?!?!.
¡Vaya fijación, ahí va la hostia!
Cuando al fin se piró el Flipado Mopero y un rato después volvió Kota, me trajo una nota que había dejado Moperander en el buzón: «espero que hayas usado las mopas y te hayan gustado, volveré mañana, podemos hablar de las condiciones del contrato y del servicio»
Al día siguiente dejé las mopas, intactas, en la puerta, estaban tal cual las había dejado él, diría que más lozanas porque hasta les saqué brillo con un trapo y todo. Y me tiré toda la mañana acojonado ahí mirando por la ventana dando un bote cual perrete chico en cuanto escuchaba el sonido de un coche por si era la furgoneta del moperrímo zumbado.
Y el caso es que el artista vino, se llevó las mopas sin llamar al portero ni nada y ni me enteré. Supongo que sería durante la reunión que tengo en la empresa por las mañanas, que fue el único rato que no estuve en plan vieja del visillo pegado a la cortina.
Ni nota en el buzón, ni papel ni nada. Lo que me dá mas miedo si cabe… compruebo las ruedas del coche, están las cuatro con todo su aire dentro, la bici sigue en su sitio… ¿me habrá meado el olivo de la entrada? ¿me habrá mangado un paraguas?
¿O igual soy yo que me monto unas películas que lo flipas?
El caso es que las mopas molaban.
Las cosas como son.