El tío de la mopa de Duskin

El tío de la mopa de Duskin

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Estaba yo ya en pleno rascatecleo ahí en el loft cuando llamaron al timbre. Ah, hostia, que aquí le llamamos «loft» a la parte de arriba de la casa, la buhardilla, vamos, que es donde tengo yo montada la madriguera.

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Más o menos era la hora en que suele volver Kota de la escuela, así que sin mirar en la cámara del portero, bajé a abrir raudo y veloz.

Craso error.

Aquel tío no era Kota, era un señor atacao que no paró de hablar desde que abrí la puerta, madre mía, debía tener el récord de ございます esputados por minuto a este lado de Tokio.

Joder, cómo caí en la trampa, como si tuviesen estudiadas las horas a las que los críos salen de la escuela para presentarse en las casas con la confusión, porque mira que suelen llamar parlapuñaos de estos que venderían a su padre por una comisión, que te ponen la cabeza loca con tal de que les compres algo y seguro que no les abrimos nadie.

Aunque los hay peores, que también están los que quieres que te apuntes al club megatrix de su religión chupiピルり, que de esos también se pasan unos cuantos al mes, pero de todos los equipos además: budistas, cristianos, mormones y hasta pelirojos he llegado yo a ver…

Mecagüen la madre que los parió a todos, también te digo, que las religiones son el mal mayor de la humanidad, menudo negocio. Cree en quien te salga del nabo y déjame a mi que siga yo creyendo en Netflix, copón.

Bueno, a lo que iba: que no era Kota. Que era un chaval así joven muy pesado que hablaba sin parar y cuya conversación trataré de simplificar aquí, porque era de ese tipo de personas que decía la misma frase dos o tres veces, ¿sabéis lo que os digo? «Buenos días, buenos días, estoo, buenos días» a lo gallo Claudio.

— Hola, buenos días, hola. Mira, estamos de promoción, soy de la empresa Duskin, que tenemos un servicio de alquiler de mopas y tengo aquí una muestra gratuita para que la pruebes y …

— Al-qui-ler de-mo… No no gracias, no me interesa —le corto en seco, que ya me sé yo las movidas estas de pruebas gratuitas

— Pero pero, espere, por favor, espere. Que es que todos tus vecinos ya tienen una que la han recogido, que de verdad que no tienes que pagar nada

Y me planta ahí una especie de paragüero de diseño del que sobresalen dos palos que supongo que acabarán en sendas mopas ahí dentro. ¿Dónde coño lo tenía metido? porque hasta ese momento no se lo había visto.

— Que no, que no quiero nada, que luego es un jaleo para devolverlo y seguro que me venís con historias。めんどくさそうだから、大丈夫です。

— No de verdad, por favor, que es gratuito que no tienes que pagar nada, de verdad, que no hace falta, que es gratis, de verdad, que lo pruebas y luego nos dices, que ya vendremos a buscarla

— Que no quiero mopas, coño —全然いらないけど、本当に

— Pero es que tampoco me puedo ir con ella a la oficina otra vez, que es un lío para mi, por favor quedátela, por favor por favor, que es gratis, de verdad

Jodé, el cabrón jugó la carta de dar pena. Qué perrete. Mecagüen la madre que lo parió. Pero es que me dio coseja de verdad, joder, que le veía ahí con carica y tan jóven, que pensé que estaría puteado en su empresa y que igual tenía un jefe cabrón, un salary man que nunca ceden los asientos en los trenes de estos sudorososos medio calvos peinados a lo Anasagasti, que huelen a algo entre café, tabaco mentolado y famichikis del conbini, con los huevos tan colganderos ya que hacen pie.

— Bueno, venga va, pero vamos que no lo voy a usar, te lo cojo para hacerte el favor

— Muchas gracias, de verdad, me das la vida. Gracias gracias —lo decía demasiado mecánicamente, era todo mentira fijo, me la estaba metiendo de través —Mira, relléname este papel, si no te importa, nombre, dirección, teléfono…

Esta es la mía, pensé yo, veo tu carta de la pena y contraataco con mi carta de gaijin.

— Mira, ¿ves?, mejor que te lleves las mopas, porque yo no sé escribir en japonés y no sé rellenarte ese papel, así que nada, muchas gracias y perdón, ¿eh? —y procedo a cerrar la puerta — 日本語食べません le tenía que haber soltado nada más verle.

El hijo la gran puta me pone la mopa enfrente de la puerta en un movimiento que no ví venir ni de lejos. Que casi me saca una paleta, el gachó.

— Bueno, entonces nada, con que pongas tu nombre ahí en inglés ya me vale, perdona, ¿eh?

Yo ya estaba pensando que si no le cogía las putas mopas, el maldito mentecato este de los tamagos me iba a rayar el coche o pincharme las ruedas de la Orbea que tengo aparcada fuera o algo.

Maldito tarado.

Total, que acabé con las mopas en casa y mi firma estampada en un papel que vete tu a saber si no le había cedido los derechos del sueldo del primer arubaito de mi primer hijo hasta los 20 años o qué.

Al llegar Chiaki, mi mujer, a casa, encima me echa la bronca por aceptar la movida y no puedo más que darle toda la razón que tiene. Porque otra cosa, no, pero de dar largas mi mujer sabe un rato largo, que haría llorar al mismísimo Jordi malo de Master Chef.

— No me interesa, adios.

Y portazo en keigo. En su puta cara.

Me pongo a buscar por internet, y resulta que la empresa Duskin tiene un servicio de alquiler de mopas, que tu usas eso por un dinero al mes y te las van renovando. Qué cosa más absurda, habiendo en los todos a cien unas parecidas. Pero mira tu, ya las tengo metidas en casa, tócate los huevequers.

Total, que busco un poco más y, hostia, que parece que esto de los vendedores agresivos moperos es un problema y que, a pesar de lo que te digan, si usas un poco la mopa luego te andan con que si les debes dinero cuando las vas a devolver y te medio coaccionan para que apoquines. Y la gente en plan compartiendo trucos para devolverlas, que si dejarlas en la calle con una nota, que si no contestar nunca al portero…

Buff… ya sabía yo que me la estaba liando aquí mi primo Tarado Moperero.

Así que dejé instrucciones precisas a los dos minions a tope de Redbull que tengo por hijos de que no tocasen las mopas y me olvidé del asunto.

Hasta que dos semanas y media después llamó a la puerta el mismísimo señor Tarambaners, el maldito loco que si le dejo entrar en casa me vende mi propia tele. Yo, siguiendo los consejos de internet, no le abrí la puerta. Y el maldito taralander no dejó de llamar, ¿eh?, venga a darle al botoncito, pin pooon, pin poooon, que le veía desde la cámara y el pavo comprobando ahí desde fuera a ver si veía a alguien por las ventanas, joder macho, ni que fuese hacienda, copón, ¡¿acaso me llamo yo Begoña y el tarado este es el juez Peinado?!?!.

¡Vaya fijación, ahí va la hostia!

Cuando al fin se piró el Flipado Mopero y un rato después volvió Kota, me trajo una nota que había dejado Moperander en el buzón: «espero que hayas usado las mopas y te hayan gustado, volveré mañana, podemos hablar de las condiciones del contrato y del servicio»

:peneke:

Al día siguiente dejé las mopas, intactas, en la puerta, estaban tal cual las había dejado él, diría que más lozanas porque hasta les saqué brillo con un trapo y todo. Y me tiré toda la mañana acojonado ahí mirando por la ventana dando un bote cual perrete chico en cuanto escuchaba el sonido de un coche por si era la furgoneta del moperrímo zumbado.

Y el caso es que el artista vino, se llevó las mopas sin llamar al portero ni nada y ni me enteré. Supongo que sería durante la reunión que tengo en la empresa por las mañanas, que fue el único rato que no estuve en plan vieja del visillo pegado a la cortina.

Ni nota en el buzón, ni papel ni nada. Lo que me dá mas miedo si cabe… compruebo las ruedas del coche, están las cuatro con todo su aire dentro, la bici sigue en su sitio… ¿me habrá meado el olivo de la entrada? ¿me habrá mangado un paraguas?

¿O igual soy yo que me monto unas películas que lo flipas?

El caso es que las mopas molaban.

Las cosas como son.

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No supe dar la cara

No supe dar la cara

28

Yo quería ir a Karate con mi hijo Kota y finalmente lo conseguí.

Gracias a la amistad que nos une con los padres de antiguos compañeros, primero de guardería y ahora de escuela de mi hijo, nos enteramos de las clases que se daban dos veces por semana en el centro cultural que queda no demasiado lejos de casa, digamos que a sudada y media en bici de batería.

Se anunciaban siempre un par de días de prueba al mes donde podías ir sin ningún compromiso. No hacía falta nada más que un chándal y tus ganas de ver cómo y qué se pegaba allí. Y aunque el estilo no era Shotokan, que es el que Kanazawa me inyectó a perpetuidad entre los tendones, seguía siendo Karate y seguía siendo con mi hijo.

¿Qué mas puedo yo pedir?

Así que después de muchas tentativas, de hablarlo más que hacerlo, decidimos callarnos de una vez y hacerlo ya por todas y nos juntamos en la entrada de aquel polideportivo venido a menos con los padres de este otro chaval que os contaba antes, que también quería probar y cuyo nombre, Shuya, sé que jamás pronunciaré bien.

Y allí que entramos las dos familias, porque June en casa no se iba a quedar sola tampoco.

A mi se me achicó la médula al ver allí en medio de aquella sala a un señor muy mayor que hacía, solitario, estiramientos con su karategi y su cinturón negro desgastado. No era Kanazawa pero bien podía serlo y os juro que se me fugaron algunas lágrimas de estraperlo que disimulé entre sorbidos de un supuesto resfriado repentino que me sobrevino a ojos de los demás.

Trescientos mil millones de recuerdos de tatami, tantos que no hubiese descartado agujetas al día siguiente de simplemente hacer memoria.

Nos presentamos al profesor y empezamos la clase.

Enseguida destaqué, juro que sin pretenderlo. Y eso que iba con chándal, pero me resultó imposible disimular que era yo mucho más flexible que la mayoría de los que allí vestían de blanco y que, salvando las diferencias de estilo, sabía moverme prácticamente como si hubiese estado haciendo aquello toda la vida.

Que es que llevaba haciendo aquello toda la vida. Las cosas como son.

Kota y Shuya, su amigo desde la guardería, que seguro que ni el nombre bien sé escribir, iban siguiendo la clase como buenamente podían pero en seguida empezaron a preguntar que cuánto quedaba y a quejarse y es que aquello, aún sin ser nada del otro mundo, era demasiado tute para alguien que nunca se había visto en una semejante.

Que lo estaban pasando mal ni cotizaba, pero al menos podían intentar disimularlo. Me iba a costar convencerle a Kota de volver, me lo venía viendo desde el primer gyaku zuki. Y más teniendo en cuenta que el profesor enseñaba a la antigua usanza: a grito pelado, echando broncas, mofándose de los que lo hacían mal con cierto aire de menosprecio al esfuerzo ajeno.

También he de decir que no debe ser fácil dar una clase a la vez para adultos y niños, lo que aburre a unos es demasiado para los otros y viceversa. Pero, vamos, que aquel señor definitivamente no era Kanazawa al que jamás le escuche una mala palabra.

Recuerdo una vez que el fundador de la SKIF nos sacó a mi y a otro chico y nos explicó una técnica que teníamos que repetir delante de los alumnos que habían venido de todas partes del mundo en uno de tantos seminarios internacionales que había y no fui capaz de hacerlo bien ni una vez. Y lo intenté más de diez mientras el resto miraba hasta que me acabó sustituyendo por otro. Quizás por eso, porque todos estaban mirando no di pie con puño.

Pero le faltó tiempo para, una vez acabada la clase, llevarme a un rincón y no salir de allí hasta que fui capaz de hacerlo bien. Kanazawa, aparte de ser una leyenda del Karate moderno, era una persona excepcional. Al menos los años que yo le conocí. Si no fuera porque es imposible, diría que nunca se enfadó en su vida.

Bueno, total, que aunque las comparaciones son odiosas, no pude evitar hacerla y aquél buen hombre no tenía la paciencia a la que yo estaba acostumbrado y no era raro escucharle palabras mal sonantes, cuando no gritos, si algo no se hacía como él quería que se hiciese.

Pero yo insistía en tratar de «meterle» el Karate a Kota y, muy a su pesar, le medio obligaba a ir a las clases. Encargamos un karategi y su primer cinturón blanco, el que yo pensaba que recordaría algún día con nostalgia como lo hago yo ahora, como el inicio de algo grande que significaría parte de su vida como lo fue de la mía.

Yo, sin embargo, no tuve que comprar nuevo karategi porque el profesor me dejaba ir con el mío de siempre aunque tuviese bordado «SKIF» y «Kugahara», la federación y el dojo principal de Kanazawa en el que yo invertí tantas horas de mi vida.

Un par de meses después, las clases no acababan de cambiar… seguían los gritos, los enfados, quizás fingidos pero que afectaban de más, como es normal por otra parte, a los chavales, Kota incluido. Era curioso, sin embargo, que en los descansos, el profesor me hablaba mucho, se interesaba por mis clases en Kugahara, incluso me contó que conocía y tenía cierta amistad con algunos de mis profesores de la SKIF, hasta me trajo alguna foto con ellos en eventos conjuntos de Karate, fotos que yo correspondí con las mías de competiciones y clases con Murakami sensei o el mismo soke.

Hubo una vez que me olvidé el cinturón en casa y él me dejó el suyo; un cinturón negro desgastadísimo por tantísimos años de práctica. Ese fue un gesto con el que demostró que me apreciaba, que me respetaba, como yo también lo hice desde aquel momento.

Pero las clases seguían siendo de la misma manera, a una usanza tan tradicional que era vieja, y a mi cada vez me costaba más justificar esto ante Kota, que lo pasaba mal desde la noche anterior.

Así que decidí dejar de obligarle a hacer algo que estaba claro que no quería. Desenchufé ese cable y dejé de proyectar en él mi vida.

Porque no sé cómo podría inculcarle mi pasión por este arte marcial, pero seguro que así no.

Y dejamos de ir los dos.

Chiaki me insistía en que debería volver un día a hablar con el profesor para decirle esto mismo, que lo dejábamos de momento y, sobre todo, darle las gracias por todas las clases. Pasarme a saludar, aunque fuese una última vez, tampoco hacía falta que viniese Kota conmigo. Era cuestión de educación y respeto.

Pero no acabó de pasar, no acababa de ir. Por vergüenza o porque soy como soy, muy a mi pesar, y lo fui dejando hasta que el trajín de la rutina hizo que no volviésemos a hablar de ello y ya esa conversación cayó en el más profundo de los olvidos.

Como si no se hubiese tanteado nunca aquel intento de que Kota se convirtiese en aquél chaval que se moría porque llegase el día que tocaba Karate en aquel gimnasio de Zalla desde el que se veía la plaza y el ambulatorio, donde entraba de día y uno se olvidaba, a patada pura, de que se salía de noche la mitad de los días.

Al de poco, Kota empezó a jugar a fútbol y yo me aficioné a ir a verle entrenar y jugar en los campeonatos los fines de semana. Él iba, sigue yendo, contento, ilusionado y yo no puedo ni debo más que compartir su felicidad por verle hacer algo que disfruta como el que más, a pesar de no ser lo que yo habría querido.

Va, además, con muchos de sus compañeros de escuela.

Shuya, sin embargo, siguió yendo a las clases de Karate y fue así como nos enteramos poco más de un año después que el profesor había muerto.

Aquel hombre que nos echaba la bronca, que nos medio gritaba pero que a la vez venía, entre descansos a contarme alguna que otra historia, amagando un inicio de amistad que no supe yo cultivar, ya no iba a estar allí más. El sensei, por algunos meses, que no dudó en dejarme su cinturón negro, ya casi blanco, cuando se me olvidó aquella vez y que venía siempre con alguna anécdota de España con la que, ahora lo veo claro, entablar conversación y reforzar algo que podría haber sido mejor.

El profesor del que nunca me despedí, había muerto.

Y supe, mucho después, que ya estaba enfermo cuando mi hijo y yo decidimos entrar en su dojo y siguió enfermo cuando, quizás, se empezó a preguntar por qué aquel extranjero y su hijo dejaron de aparecer por la puerta cuando tocaba dar las clases en aquél centro cívico de Sengawa.

Hasta que fue él el que no volvió más.

No supe despedirme por no volver a sus clases, no di la cara, no fui capaz de tener la decencia y la educación de hablar con él.

Y no hay día en que no me mortifique por ello.

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Kitty  enrabietada

Kitty enrabietada

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O lo que viene siendo el gatostiable on fire resulta que son una serie de memes del maldito gato cabezabuque aboquil que se han hecho muy famosos en China y que han llegado a Japón con lo que probablemente los empecéis a ver por ahí hasta en la sopa, que ya sabéis que en Japón vivimos en el futuro (de mis pelotas morenas).

Como si no tuviésemos bastante con el gatejo asqueroso de excelsa testa.

La tendencia se podría traducir como «Kitty enrabietada» y muestran al bicho totalmente encabronado haciendo movidas chungas cual la mafias que realmente es debajo de tanta payasada cuqui:

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Yo no sé vosotros, pero a mi me gusta mucho más la sabandija culera carapan haciendo maldades que no cagando rosa y estornudando algodones de azúcar.

Bueno, eso si tuviese boquino, claro, QUE-NO-TI-E-NE-BO-CA

:copon:

Y recuerda: no importa lo que te digan, en el ikublog la odiamos antes.

:gatostiable:

La revisión médica

24

Ese día hubo que madrugar como hacía ya tiempo y el despertador sonó a las cinco y media de la mañana como el artilugio asqueroso que es. Y es que ese día tocaba la revisión médica de la empresa que este año cambió la clínica habitual de Okubo a una que queda a unos cuantos kilómetros más lejos de mi casa. Esto significaba un ratazo más en tren y el mismo ratazo menos de dormir, claro.

Mecagüen la leche puta, con lo a gusto que dejé yo de madrugar desde que trabajo desde casa.

Y encima tocaba recoger muestra de heces, que dile tu a mi cuerpo serrano que está acostumbradísimo a descargar el PDF a eso de las ocho de la mañana, que ese día le tocaba sacar la leña al patio dos horas antes y encima sin café ni té de agente catalizador del noble arte de fletar el catamarán.

Que a las ocho ya suelo tener yo a Jordan colgando del aro, que el perrete ya asoma el hocico cosa fina, pero coño, no a las seis que no es ni de día.

Nada que no había manera. Ni con chorrillo ni sin chorrillo.

A punto estuve de abortar la misión de lanzamiento, pero a última hora se me ocurrió tratar de engañar al estómago tomándome una infusión de aire, o lo que es lo mismo: un vaso de agua caliente. Y funcionó: sobre la bocina acabó saliendo la bola número 8 del billar. Menos mal que me acordé de desactivar el desagüe automático del inodoro, que se activa sólo cuando detecta que te levantas y vacía la cistena ahí a cholón. Jodé, que el año pasado las pasé putas para recoger la muestra del zeppelín antes de que se hundiese bajo el remolino.

Total, que misión cumplida y allí me vi yo ya camino de la estación con dos botecicos con muestras de mi esencia más auténtica, pelado de frío y con mas sueño que el vecino del de Bricomanía. Y en ese tren petado de gente me tuve que montar yo porque si no, no llegaba.

久しぶり。。。

Qué cosa esto. Por resumirlo en keigo antiguo: sería como decir «hostia qué puto asco da montarse en un tren en hora punta en Tokio».

Una mezcla de olor a café, sudor y desesperación. Todo el mundo mirando sus teléfonos móviles sin importarles estar en una situación completamente absurda, tan antinatural y estresante que volvería loco al mismísimo Bitelchus.

Cambié de tren y la cosa no mejoró demasiado pero al menos me pude sentar las cinco estaciones que me quedaban. Jodé macho, y pensar que yo antes iba a trabajar así todos los días… si no llevaba ni diez minutos dentro de esa lata de sardinas y ya estaba exhausto, coño. Por cierto que me cambio de trabajo y esta ha sido la razón principal: querían que volviese a la oficina y es una línea rojísima para mi que nunca más volveré a cruzar mientras tenga alternativas.

Y llegué a la nueva clínica.

Fiché y me dieron un pijama a cambio de dos botes de mierda, literal.

Me cambié y empezó el paseo paquípallá de pruebas médicas: que si te saco sangre, que si mea en este bote hasta la raya, que si la vista y el oído, el electrocardiograma, los rayos X y finalmente la prueba del bario. Qué movida es eso, chacho: te bebes el mejunje más parecido a la eyaculación de un camello que he visto yo en mi vida y unos polvos ahí raros que te hinchan el estómago, pero ojo que no puedes eruptar, tienes que aguantarte esa tormenta duodenal lo que dura la prueba. Y con la barriga en modo fugu enfadao te meten en una máquina que te da unos meneos de la hostia bendita mientras te van sacando radiografías del estómago, todo esto aguantándote sin eruptar, claro. Gira para un lado, para el otro, cógete bien de las barras que te ponemos poca abajo… bueno, también es verdad que acostumbrado al balancé de las fiestas de mi pueblo, esto es un paseo de jubilados, pero bueno, es un meneo guapo.

Y después te dan un laxante para que eches esa mierda (badabum chass) rápido porque, por lo visto, no es bueno que eso lo absorba tu cuerpo.

– Tienes que expulsar el bario cuanto antes, tómate esto y si en seis horas no lo has evacuado, tómate estas otras. Mira el baño cada vez que acabes y asegúrate que sea blanco.

Que mande el topo albino al remolino cuanto antes, vaya.

Pasé otra vez por recepción para entregar la carpeta que me iban rellenando según iba pasando todas las pruebas, a lo juego de la oca, cuando me dicen que tengo la opción de que una doctora me explicase los resultados de las pruebas. Hostias, ¿tan pronto?, joder pues si, vale, que luego me vuelvo yo paranoico perdido buscando qué significan esos números por internet.

Me dicen que en una hora están, que me de un paseo o me espere allí dentro si quiero, lo que me venga mejor. Hice un rápido análisis estomacal y como parecía que todavía no iba a hacerle click al portaminas, decidí darme un paseete y de paso comer algo, que tenía más hambre que el tamagochi de un sordo.

Al de una hora volví y efectivamente, tenían absolutamente todos los resultados de las pruebas que me habían acabado de hacer hacía UNA HORA: análisis de sangre, orina, lo del bario, la radiografía del pecho… Apenas había acabado de llenar aquél bote en el baño y ya sabían qué tenía o dejaba de tener.

En el futuro no sé si viven los japoneses, pero que están muy locos, te lo digo yo ya.

Total: el colesterol alto, como los tres o cuatro últimos años, y la creatina también alta como desde que la tomo para ir al gimnasio. El resto normal, como buen vasco de las encartaciones, la hostia pues.

Después me dieron un vale de comida que gasté en un platazo de pasta peperonccina y enfilé para casa sabiendo que los fuegos artificiales venían de camino y que era bastante probable que tuviese que hacer una o tres paradas técnicas para desalojar a los okupas. Más de un gato acostado dejé en estaciones entre esa clínica y mi casa, como Pulgarcito pero al revés.

Al llegar a casa me entró de repente un dolor de cabeza espantoso, no sé si por la sangre que me sacaron, el estrés de tanto tren, el cambio de tiempo o todo junto o qué, así que decidí acabar de pedirme el día libre.

Y así acabé ese fatídico martes: medio viendo capítulos de Mad Men y dando a luz bolitas de coco hasta que no quedó ni una molécula de ADN de camello en mi ser.

Japón vive en el 2050, «literalmente»

Japón vive en el 2050, «literalmente»

22

Llevo casi dos décadas viviendo en Japón, en Tokio concretamente y tengo la lengua en carne viva de tanto mordérmela al leer tamañas patrañas y gansadas sobre este idealizado país que está increíblemente trivializado a puro tópico cada cual más obscenamente manoseado.

Para empezar, Japón no vive en el 2050 «literalmente» porque estamos en 2024, literalmente.

La gente usa «literalmente» sin saber qué significa. :comillo:

Literalmente, además.

(Hostia, estoy a una cana de barba de ser Perez Reverte, si véis que empiezo a cagarme en la gente jóven, rematadme, haced el favor, ahorradme ese ridículo :cebolleter: )

Bueno, total, que he decidido que ya está bien de tanta cancamusa, coño, y que voy a dar mi opinión sobre todas las mierdas que me encuentro en las redes sociales sobre Japón y que creo que no son fieles a la realidad, o directamente mentiras como puños.

Advierto que yo no tengo la verdad absoluta, ¿eh?, que puedo estar pensando una cosa y que luego no sea así, tomaros esto como lo que es, ojo.

Mi opinión es la de un señor de 48 años, más gaijin que los Makudonarudos, que lleva viviendo, o enfrentándose más bien, a Tokio cada día durante 18 años, trabajando en empresas japonesas en su mayoría. Casado con una autóctona más guapa que ni sé y con dos hijos mixtos, como los sandwhiches; uno de 11 años y la otra de 5, también más guapos que todas las cosas, literal.

;)

En fin, al lío:

Obviemos la primera frase del twit, porque madre del amor hermoso, díselo a los rascayúes que hacen cola en el pachinko de mi barrio todos los días, entre esos treinta elementos no haces medio cerebro.

Pero, vale, que si, que esto de la cisterna también me llamó la atención a mi cuando llegué aquí, que no había iPhones, pero ya existía esta movida. Aquí tengo que decir que no lo usa ni Dios. En mi casa tenemos dos inodoros y esto venía de serie, tanto esto como un pequeño colgador al lado para que pongas ahí la toalla y así incitarte a usarlo. Pero la realidad es que todos nos lavamos las manos en el lavabo de siempre, más que nada por no tener que andar comprando toallas y jabón de manos de más. He hecho una encuesta a mi alrededor y no lo usa ni crister.

Como anécdota diré que una vez me enjuagué con Listerine y me picaba tanto que lo esputé ahí por ser el primer lugar que encontré. El caso es que me olvidé del asunto y mi hijo cuando fue a tirar de la cadena y salió aquello morado casi llama a los cazafantasmas. Qué risas cuando lo cuenta.

Mira, una de estas casualidades de la vida, justo estaba escribiendo esto y me acaba de decir mi mujer que se ha tirado alguien a las vías del tren en nuestra estación…

Para empezar yo no he visto esa instalación en mi vida, aunque sí que he visto barreras y puertas en los andenes de muchas estaciones en el centro de Tokio.

No están tan extendidas como se hace ver en ese tweet, pero ni mucho menos, si te alejas media docena de kilómetros de Shibuya, raro será que haya andenes protegidos, es más: muchos andenes son muy estrechos y si añadimos a esto la cantidad de gente que hay aquí en todos los lados, el peligro es más que evidente sin que se tome medida alguna.

Reconozco que en los últimos años se han instalado más, sobretodo cuando íbamos a ser ciudad olímpica que se hicieron muchas obras en la ciudad. Pero vamos, esto está lejos, pero muy lejos de ser lo habitual. Lo que si es un hecho es que somos el país del mundo donde más gente se suicida tirándose al tren. Así que ya están tardando en hacer obligatorias esas barreras. Y de paso dar ayuda psicológica gratuita, ya que estamos.

Esta me ha dolido porque en Tokio es MUY RARO que la gente haga algo por ayudar a nadie. Pongo un ejemplo muy significativo que además es personal: estaba yo en un McDonalds y de repente noto que alguien me toca el hombro, miro y era un señor que iba murmurando cosas y que no se sabía muy bien qué estaba haciendo. Fijándome un poco más, resulta que era un señor ciego que se había adentrado hasta el fondo en el restaurante y no era capaz de encontrar la salida y estaba, el pobre, todo apurado tanteando como podía y pidiendo perdón a todo el mundo. ¿Pues te quieres creer que ni un alma de los que había allí hizo nada?. Yo le pregunté que si estaba buscando algo y cuando me dijo que la salida, le llevé hasta allí del brazo y también me ofrecí a llevarle a la estación o donde fuese, pero ya me dijo que a partir de ahí ya se orientaba él y que gracias.

Aquí lo que quiero señalar es que en Tokio no es que no te ayuden porque sean antipáticos, sino que es porque pasan de ti. Todo el mundo pasa del resto del mundo y mi explicación es que hay tantísima gente por todos los lados que bastante tienes tu con preocuparte de llegar a donde quieres sin chocarte cien mil veces con las miriadas de personas que te rodean, y esa forma de ser de «preocuparte por ti mismo» es generalizada y acabas siendo así en cualquier lugar. En el caso del McDonalds, estoy seguro que alguien hubiese acabado ayudándole igualmente, probablemente personal del mismo restaurante en cuanto se diesen cuenta. Pero el problema es que no se dio cuenta nadie porque todo el mundo está a lo suyo, a su puta bola sin mirar a los demás. Es de destacar que el pobre hombre no pedía ayuda tampoco por no molestar, y esto también es cultural.

También te digo que estoy seguro que en cualquier pueblo de Japón la gente se desvivirá por ayudarte como en cualquier lugar de España, por otra parte.

Por cierto, que el señor del McDonalds me hacía reverencias para darme las gracias y yo estaba detrás de él. :)

Esta tampoco me la creo mucho, estoy convencídisimo de que la señora esa que se ve al fondo mirando a las mochilas es una profesora que está al loro del asunto vigilando. Yo he ido a veces de excursiones con mi hijo y los críos de la guardería, montándonos en trenes y tal y estás siempre super atento a estas cosas. Pero es totalmente cierto que es un país muy seguro, quizás el más seguro del mundo. Aunque aquí van las dos cosas que yo tengo que decir:

La primera es que yo tenía moto y tenía un cajón de estos instalado en la parte de atrás para meter el casco y los guantes y tal. La moto dormía en un parking al aire libre que mi pasta al mes me costaba, pues un día apareció con ese cajón reventado, ni rastro del casco y ni rastro de unos guantes cojonudos que me regaló mi mujer.

La segunda es que últimamente están robando en casas, lo sé porque yo vivo en casa propia ahora y pasó también cerca de donde vivimos nosotros, que lo estuvimos comentando los vecinos de la urbanización. Hay una banda, a la que no han pillado todavía, que rompe ventanas o fuerza puertas con palancas y se te cuelan en casa, pero ojo: cuando estás dentro. No es que roben la tele, pero te amenazan con un cuchillo para que les des el dinero que tengas. Ya vamos unos cuantos solo este mes. Y en Yokohama ya van tres veces que un par de motoristas se paran a atracar a gente que está andando sola por sitios un poco apartados.

Por no hablar de los pervertidos, que en la guardería de mi hija ya ha ido alguno a enseñar el nabo y salir corriendo.

Así que seguro si será el país, pero no tanto como para descuidarse de esa manera tan alegre como si estuviésemos en casa entre amigos. Y, por estadística, de tanta gente que hay, pues también tiene que haber muchos tarados, cómo será la cosa que que suelen llegar alertas al móvil de que tengamos cuidado porque ha salido alguno por la zona…

Este vídeo sale mucho últimamente. Pues hombre, también tengo mi opinión, como no. En este caso es un servidor público con un vigilante como hay siempre aquí en toda obra, a veces hay hasta tres o cuatro señores con el pirulo ahí y uno trabajando, a lo mejor. Esto es así y es cierto, se tiene mucho cuidado de no molestar, muchas obras se hacen por la noche para no interrumpir el tráfico, hay medidores de decibelios en las nuevas construcciones y tal. Pero también te digo que es porque están trabajando y son «normas» que se siguen a rajatabla.

Ahora bien, aquí van unos cuantos ejemplos del civismo que me tengo que tragar yo prácticamente cada día: en mi gimnasio te encuentras a veces el baño que parece Chernobil, en los pasos de cebra no para ni Dios aunque te vean ahí con un crío en los brazos, no es raro ver a viejos gargajearse un gapo del tamaño de un huevo cocido y aventarlo ahí en mitad de la calle sin ninguna vergüenza, por no hablar de las potas que te encuentras los domingos por la mañana en cualquier calle del centro. Muchos compañeros de trabajo se cortan las uñas delante de ti ahí en su mesa, por cierto que tengo el recuerdo de otro compañero que no se duchaba ni pegándole, que tenía el pelo que parecía una fregona mocha. También tengo un vecino que no saluda nunca, que no es porque yo sea gaijin, porque tengo comprobado que se lo hace a todo el mundo. Si vas por la acera tienes que estar con cien mil ojos porque pasa gente, normalmente señoras, en las bicis eléctricas esas a medio centímetro de ti (ya me han pillado dos veces), e incluso te pitan ahí para que te apartes aunque no tengan ellos la preferencia… y así mil más.

De la educación en el ámbito trenes hablo en el siguiente, que también tengo unas cuantas.

Esto es verdad: en un tren no se oye ni una mosca. Pero vete tu a montarte en uno en hora punta y ya verás la educación que tienen las señoras que se aseguran su sitio a puro codazo, por no hablar de los acosadores, que irán callados pero con la cebolleta por delante. Mi mujer ya me ha contado de unos cuantos que le han tocado a ella, que estoy yo y les falta dentista para arreglar la que les preparo en el boquino.

O lo de ir con el carrito de bebé buscando un ascensor y que haya una piara de gente haciendo cola para entrar teniendo nosotros la prioridad y hacerse los longuis mirando el móvil, que he visto tener que hacer cola a un señor con muletas mientras se subían ahí una docena de salary mans, no me jodas.

Los salary man, ¿eh?, los murcianos de Japón ;)

(es broooooma, :paz: )

Por no hablar de los asientos de cortesía para gente mayor, que ahí no se levanta ni Dios. Es más, he visto a muchos más extranjeros ceder asientos que japoneses. Así que dejemos de idealizar la movida, que hay cada ñú aquí que flipas.

:mierdacas:

Coño, claro, los ciervos de Nara se han aprendido la movida de que si hacen reverencias les vienen las galleticas. Pero poco tiene esto que ver con educación y maneras: prueba tu a enseñarle la galleta primero y no se la des, ya verás lo educados que son, que a mi me amochó uno que me estampó contra el suelo y si no le tiro el paquete de galletas, me come vivo.

Anecdótico por decir algo, yo no he visto esta movida en mi vida hulio. Si me dices que hubiese en todas las estaciones o en todos los edificios públicos, por ejemplo, pero nah, esto sería algún reportaje de estos que dan de ideas que ha tenido alguna empresa para ver si les financian o algo.

Mira, ¿ves?, aquí nos vamos entendiendo, además ilustra perfectamente lo que os contaba de que todo el mundo va a su bola. Si os fijáis, el señor que está ahí en las puertas hasta que no le queda otra que guardárselo, está mirando el móvil mientras a su alrededor está consumiéndose en llamas el mismísimo infierno: SE LA PELA TODO.

Si tu estás en ese tren esperando para pasar, no te va a dejar pasar pero porque eres invisible a sus ojos, va a lo suyo que bastante tiene con meterse ahí a ser una sardina más. Y este señor de impávida jeta será así en cualquier lugar, prácticamente, no me cabe ninguna duda, con seguir estando vivo, de sobra.

Yo llevo ya unos años currando desde casa, pero lo de los empujadores del tren si que es real y existía, al menos en Tokio en hora punta, ahora supongo que también aunque es muy absurdo teniendo en cuenta la frecuencia de trenes en ese rato, que llega uno cada dos o tres minutos prácticamente.

Actualización 22/11/24

Macho, vaya turra con esto. Lo de que el respaldo de los asientos se pueda cambiar de lado lo teníamos nosotros en Bilbao por lo menos desde antes de que yo me viniese aquí (casi 20 años atrás)… si esto es vivir en el futuro, yo ya no sé….

:linchamiento:

¡Esta si que es buena! Jodé, ojalá viniese mi hijo y me cambiase el aceite al coche y así me ahorraba el pastizal que me cobra la Toyota con cada revisión!!

Es mentira, aquí los críos no «estudian» como extraescolares en las fábricas de Toyota ni en ninguna otra. Aunque igual tenía que empezar por negar la mayor: ESO NO ES JAPÓN, probablemente sea Filipinas y sea algún curso de verano o alguna actividad de estas en las que enseñan cuatro tonterías a los críos para tenerlos entretenidos en vacaciones.

Lo que si ha hecho mi hijo es ir a alguna fábrica en plan excursión de un día a ver cómo hacen la mayonesa Kewpie o los productos de Ajinomoto, que siempre trae muestras que le dan y tal. Vamos, como nosotros cuando fuimos a la fábrica de galletas de Fontaneda… El mérito que pueden tener aquí los críos comparado con España es que todos los putos días tienen deberes de Kanjis, menudo infierno eso, macho, que mi hijo aprendió a escribir hiragana y katakana antes que el abecedario, ¡no te lo pierdas!

Mira, esta mierda si que la he visto yo, pero hará como diez años por Yokohama, no sé si seguirá… una mierda curiosa como cualquier otra que no va a ningún lado. La gente que es muy paleta y se emociona con un mojonaco pintao.

Si hombre, y por tamaños y por peso, no te jode. Esto no lo he visto yo en mi vida, hulio, y mira que he pasado por aeropuertos japoneses tanto para vuelos internacionales como nacionales… esto tiene toda la pinta de alguna movida de equipos olímpicos o algún evento de empresas o alguna hostia así. No descartemos tampoco que sea un anuncio de maletas.

Cuando recoges el equipaje, tarda un ratazo largo en salir por la cinta igual y la gente molesta poniéndose en el puto medio igual en Osaka u Okinawa que en Madrid o Bilbao.


Aquí lo dejamos de momento, actualizaciones a partir de aquí.

Ah! y si os encontráis vosotros por ahí con alguna de estas y queréis que la comente, dejádmela ahí en los comentarios y me pongo a ello!

:osleo: :ungusto:

Añoro el tiempo de los blogs

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Pues la verdad que sí.

Ahora que June, mi hija pequeña, ya no lo es tanto como para seguir reclamando cada segundo de cada minuto de la docena de cuartos de hora que me quedan entre trabajar y dormir. Ahora que Kota, mi hijo mayor, ya está más con otros que con nosotros. Ahora que vuelvo a ejercer mi derecho a ser el dueño real de mi tiempo, me he dado cuenta de que añoro el tiempo de los blogs.

Echo de menos levantarme por las mañanas con la cosa de ver qué me contabais de lo que se me había ocurrido por la noche. La diferencia horaria jugaba a ese juego; la mayoría de los que «escuchaban» lo que yo escribía, lo hacían mientras yo dormía.

Recuerdo que los mil grados centígrados del té mañanero y mi lengua se reconciliaban antes si esperaba leyendo y contestando a vuestros comentarios, qué coño, incluso borrando y bloqueando algún que otro trol que se pasaba a molestar, porque, supongo, cuando aquello, Twitter no era tan ciénaga como para ser el hábitat natural que necesitaban y es ahora.

¡Hostia!, hubo alguno increíblemente obsesionado con cada cosa que yo decía o hacía. Ahora que me acuerdo… ¡si hasta me medio reclamaron la paternidad de un chiquillo!.

Madre mía, aquella fue tremenda y me asustó de verdad hasta el punto de llegar hasta a dudar.

Menos mal que pasó pronto. :ikukin:

Pero a pesar de toda la soledad que llevaba encima, añoro llegar por las noches a esa casa vacía después de kárate, o de zarandearme la melancolía a puro trote por cien mil callejuelas de Tokio, y sentarme a escribir lo que se me había ocurrido o me había pasado ese o cualquier otro día. Y reescribirlo una y otra vez hasta llorar de lo bonito que yo pensaba que quedaba.

Y echarme a dormir con los ojos hinchados por pena y alegría a partes no siempre tan iguales.

Intenté, con cierto éxito, repetir la experiencia con los vídeos en Youtube, con los cortos en Instagram o TikTok, pero no es lo mismo. Siempre me ha gustado más escribir; me es más fácil, aunque no tenga mucho que contar la mitad de las veces. Es otra cosa, es más sincero, más real.

O que estoy mayor y no tengo el higo para chochins, que también puede ser.

Pero hoy parece que estos tiempos quedaron atrás. Hoy todo son vídeos, a poder ser cortos, con música a tope que capten tu atención por un rato antes de pasar al siguiente vídeo, y al otro, y al de después, y cuando te quieres dar cuenta, ya llevas una hora pegado al móvil y no te acuerdas ni de lo que has visto. Y tampoco importa mucho porque la mayoría de lo que sale ahí está absurdamente exagerado o es directamente mentira.

Pues me resisto, mira tu. Ahora que vienen más cambios en mi vida, he decidido que retomo el blog, que me niego a dejar de escribir.

Aunque no vuelva a ser lo mismo, aunque, permíteme, Cifu, ya no quede casi nadie de los de antes y los que hay hayamos cambiado. La mayoría somos padres, otros ikigaean y hay quien se ha vuelto más facha que los calcetines de Abascal, pero todos hemos coincidido en tener el blog con más telarañas que la decencia de Mazón.

Pues a mi no me sale de los cojones. Desde aquí reivindico que vuelvan los blogs y lo hago retomando el mío.

Volváis vosotros o no.

Okinawa 2024

Okinawa 2024

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Efectivamente, cogimos un avión en Haneda y volamos hasta Miyakojima los cuatro.

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He de decir que el vuelo fue fenomenal, por experiencia propia ya te digo que el trato y el servicio que dan ANA o JAL está muy por encima del resto de compañías. Esto es así: más majos no pueden ser, todo el rato atentos con los críos, trayéndonos juguetes y paquetes de cosas para tenerlos entretenidos… un 10, si señor.

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Luego pues nos dedicamos a ir con el coche de alquiler de acá para allá sacándole fotos a la fantasía de playas que tienen por esos lares.

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El hotel, quitando el momento cucarachaca asquerosa que apareció ahí a traición detrás de una maleta, pues una gozada también. Yo me quedo con el buffet y el miyakosoba que desayuné prácticamente todos los días.

Si les preguntas a mis hijos no te oirán, porque siguen en la piscina metidos…

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Y excursiones para acá y para allá según el plan de Chiaki. Por cierto, es curioso porque todos los sitios que visitamos los sacó de Instagram, cómo ha cambiado la película. En vez de buscar por Google, simplemente poner el lugar en el que estábamos en Insta y ahí salían fotos de gente haciendo cosas y de esa manera se hizo el viaje. Y no es el primero que hacemos así, es lo más fácil y efectivo, te lo digo ya.

Y así por ejemplo nos colamos en una cafetería al aire libre donde la premisa es que hay un gato que a veces viene donde los clientes y a veces no, pues a lo gato que van a su aire. En nuestro caso hubo suerte, pero lo que más me sorprendió a mi fue el café… creo que es el mejor que me he tomado yo en mi vida, ¡estaba buenísimo!

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Pero para mi la excursión estrella, tanto que repetimos al día siguiente, fue la de la playa Aragusuku donde, según San Instagram Tadeo, si te bañabas más bien por el lado izquierdo, es bastante probable que veas tortugas marinas. ¡Hostias Pedrín que si vimos!, ¡que venían ahí como si nada las tías!. Y el caso es que es donde no cubre, no te tienes que ir mar adentro ni mucho menos. A June le compramos una colchoneta con un lado transparente de manera que podía verlas ella también y Kota con sus gafas de la piscina normalillas, y ahí que las vimos. La pena es que no tengo fotos entre que no quería meter el teléfono en el mar y que tampoco quería perder de vista a los críos, no hubo manera.

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Y la segunda triunfada fue lo de hacer shisas de barro. Esto ya lo hicimos la primera vez que fuimos Chiaki y yo solos y Kota siempre estaba con la cosa de querer enfangarse él también así que allí que nos plantamos y echamos un rato muy bueno. Kota y yo hicimos shisas y June y Chiaki colorearon otros porque June todavía es muy pequeña para estas movidas.

Básicamente te enseñan unos cuantos modelos del que eliges uno y después el profesor te va contando paso a paso como hacerlo:

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El profesor menudo máquina, por cierto, los hacía en un titá…

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A quién no le va a gustá un shisa de barrico Okinawense, a quién no le va gustaaaaa

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Luego en un par de meses te los mandan a casa después de cocerlos. A nosotros nos quedó un muy buen recuerdo, si señor, y conseguimos salir de allí sin que June se zampase un cacho de barro ni nada, ojo.

El lugar además es muy bonito, está como en una pequeña colina y todo alrededor esta lleno de shisas medio escondidos ahí, tiene un aire Ghibli muy bonico la historia.

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Y nada, que también nos pasamos por la tienda de helados Blue Seal, que es una marca de Okinawa, y que es muy pero que muy rebonica por dentro:

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Y estuvimos también en el Mango Café, que es una cafetería que está al lado de unos invernaderos donde tienen mangos y hacen postres allí directamente. Había hasta cola para entrar, aunque las colas de Okinawa son de risa comparadas con las de Tokio, también te digo, no esperamos ni cinco minutos.

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Y el caso es que tienen una tortuga también allí que es muy gracioso porque se escapa del sitio donde la tienen metida y sale «corriendo» hasta que la pilla alguien de la cafetería y la vuelve a meter dentro de la caja aquella.

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Me hizo gracia, por cierto, la pegatina que tenía un coche de los que estaban aparcados allí que ponía «Esta conduciendo un gaijin», en plan para avisar a los demás conductores que un gaijin narigudo estaba al volante y que tuviesen paciencia con ese tarado. Tiene huevos la cosa.

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Lo de la cena en el restaurante de shabu-shabu ya os lo sabéis, creo.

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Y nada, yo qué sé, Okinawa siempre es un lugar amable, un sitio al que volver siempre que se pueda, una muy buena fuente de recuerdos que espero que se queden siempre con Kota y con June al menos tanto como los tenemos nosotros grabados por entre las sienes. Me faltó tiempo para ver y clasificar las fotos y ahí fue donde apareció el señor del shabu-shabu que me hizo añorar los tiempos estos del blog donde pasé tantas horas y tantos buenos ratos… y pensé, ¿y por qué no retomarlo?.

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Ojalá se acuerden de este y de todos los viajes que hicimos juntos. Ojalá…

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El señor del shabu-shabu

El señor del shabu-shabu

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Tengo, siempre he tenido, especial cuidado con las fotos. Rasco muchos cuartos de hora al día para organizarlas en álbumes que están dentro de carpetas que a su vez están en carpetas más grandes. Ahí, en esos 26,118 ficheros están décadas de mi vida, desde cuando no salía yo porque no había nadie que me sacase, hasta ayer mismo que conseguí que mis dos hijos se estuviesen quietos un momento y logré robarles un par de jpgs antes de cenar.

Copio, subo, comprimo, duplico esas fotos con el objetivo de no perderlas nunca. Están en todos los ordenadores de la casa, desde la tarjeta de memoria de una vieja Raspberry Pi, pasando por teléfonos tremendamente lentos, pero con el almacenamiento igual de válido que el primer día hasta el par de iPads a los que mis hijos le dan el uso que jamás se le ocurrió a Steve Jobs: ver Youtube a todo lo que da. Menuda panda de taraos hay ahí en el Youtube japonés también, por cierto, que el que no habla a berrido puro, explota a sus hijos recién nacidos por los likes.

En fin, a lo que iba, que me lío. El caso es que mi mujer y yo hemos estado en Okinawa dos veces; la primera cuando estaba embarazada de nuestro primer hijo Kota y la segunda cuando éste tenía ya como unos cinco años, así que las fotos que tenemos son en playas paradisiacas donde a veces sale mi mujer con una barriga de las de no verse, no ya los zapatos, sino media acera, y otras veces sale un Kota de la edad de mi hija June de ahora con una sonrisa de oreja a oreja chapoteando entre cangrejos y aguas de color mentira.

Las fotos que os contaba también están en iCloud y de vez en cuando salen algunas de Okinawa por la tele a través de la Apple TV y el caso es que a mi hija June le da mucha rabia no salir. Esto es muy curioso, porque, simplemente por lógica temporal, tenemos muchas mas fotos en las que solo estamos tres y no cuatro, y a ella no le gusta esto un pelo. Siempre pregunta que dónde estaba ella y no es raro toparte con un berrinche al contestarle que no había nacido todavía. Como si, en cierto modo, la hubiésemos traicionado por hacer tal o cual viaje sin contar con ella.

Pobrecita mía también, coño. Kota ahí bañándose en el mar de las fotos de los catálogos y June, pandemia de por medio, con cuatro viajes a Shinjuku mal contados.

Así que decidimos ponerle remedio y nos fuimos a Okinawa este verano.

Los cuatro, por supuesto, faltaría más.

Fue un viaje muy cansado pero muy bonito. Alquilamos un coche, como es habitual si se quiere salir del hotel y moverse uno por la isla, y, gracias a Chiaki que lo organizó todo, visitamos un montón de sitios de Miyakojima a cada cual más bonito. Amortizamos playas, piscinas, hicimos figuras de barro e incluso buceamos con tortugas que se te acercaban como si fuese el perro del vecino que te conoce de toda la vida.

El último día lo teníamos reservado en un restaurante de shabu-shabu del que no sabíamos mucho más que que tenía actuaciones de música de Okinawa en vivo y que nos dejaban un hueco para aparcar el coche en la mismísima puerta.

Y allí que nos fuimos.

Nada más entrar nos recibió un señor que tenía una sonrisa que le engullía la cara, estoy seguro de que podrías oírle sonreír si cerrabas los ojos. Ahora que si los abrieses, también verías que era calvo como él solo. Debajo de una cinta que le tapaba la frente, quizás hacía décadas aquello era flequillo, había dos ojos que si fuesen más pequeños daría igual que estuviesen o no. Y qué energía, macho, le sobraron dos de los primeros cinco segundos desde que entramos para coger a June en brazos y llevarnos hasta la mesa entre canturreos y pasos medio garbosos, como entre bailando y andando.

Ojalá tener a alguien así en mi vida. Ojalá convertirme yo en ese señor.

Empezó a traernos platos y a contarnos cosas de cada uno metiendo bromas entre medias del estilo de «esta vaca la maté yo mismo», que le dijo a Kota mientras señalaba un filete y ya se estaba aguantando la risa desde la primera palabra. O las setas que eran de su huerto, esto pintaba a verdad, o la pasta miso que la hacían en su pueblo y que teníamos que probar sí o también sí… Esto pica, esto no, esta carne con esta salsa, esto con esto otro…

Y en lo que estábamos caldeando ya el estómago, aparecieron dos chavales jóvenes, quizás pareja, y empezaron a montar los instrumentos musicales. Él un piano electrónico, ella un shamisen de esos de Okinawa de piel de serpiente.

Y empezaron a cantar. Y el señor del shabu-shabu apareció de repente con unas castañuelas y se puso a bailar por entre las mesas. Y cantaba, y a June le tocó la nariz y a Kota le tiró de una oreja, y a otros niños de otras mesas alguna perrería parecida que no hacía sino elevar cada vez más las comisuras de nuestros labios.

Allí no había niño ni adulto que no se estuviese riendo con el buen señor que era el que reía más que nadie.

Después fue mesa por mesa con un par de castañuelas y otros instrumentos varios que les daba a los niños para que acompañasen las canciones. Les cogía en brazos, les sentaba en sus rodillas y les enseñaba a tocarlos y el caso es que los críos se dejaban hacer como si aquel señor fuese el abuelo que, en nuestro caso, nunca volverán a tener.

Nunca dejó de preparar comida, estaba muy atento a todas las mesas y en seguida aparecía otro plato apenas hubieses acabado el anterior. Había dos camareros más, pero si tenías la suerte de que te lo trajese él, te llevarías, además, una historia de aperitivo. Siempre contaba algo, siempre te sorprendía con alguna cosa que te la cascaba como si te conociese de toda la vida, con la confianza de saber que te tiene ganado desde el principio.

Llegó el momento de pedir la cuenta e irnos, pero no nos dejó hasta que consiguió que Kota y June, soborno de bolsa de golosinas mediante, se sacasen una foto con él. Y, con el restaurante a rebosar, todavía le sobró tiempo para contarnos un par de recetas a hacer con la pasta de miso que nos recomendó y explicarnos cómo salir con el coche, que no era tan fácil como parecía por el sentido de las calles.

Sin prisa, sin presiones, sin ningún tipo de agobios. Como si estuvieses en su casa en vez de en su restaurante.

June lloraba porque no se quería ir. Kota no dejaba de decir que teníamos que volver.

Y yo… yo quise ser ese señor. Quise imaginarme haciendo todos los días algo que hiciese feliz a los demás de esa manera. Anhelé poder tener tanta pasión por mi trabajo que se contagiase por los poros, que me gustase tanto lo que hago, que lo disfrutase tanto que solo con verme, se le fuese relajando la mandíbula a la gente de tal manera que acabasen soltándose las risas solas.

Porque eso sí es pura vida, de la que se siente y se contagia.

Esa misma noche decidí que iba a dejar mi mierda de trabajo y que iba a intentarlo.

Se me pasó pronto, en cuanto vi el recibo de la hipoteca.

Pero, mira, al menos he vuelto a escribir. Y de vez en cuando sigo soñando en ser como aquél señor calvo.

Calvo, pero como él solo.

Y la persona más feliz que he conocido en mi vida.

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