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299 pages, Paperback
First published November 1, 1925
But these words: ‘Mademoiselle Albertine has left’ had just caused such pain in my heart that I felt that I could no longer hold out. Thus something which I had thought meant nothing to me, was quite simply my whole life. How little we know ourselves. I must immediately put an end to my suffering; feeling as gentle with myself as my mother had been with my grandmother on her deathbed, I told myself, with all the good will that we lavish on those we love in order to spare them from suffering, ‘Be patient just one moment, we’ll find a remedy, don’t worry, we won’t let you suffer like this.’
One of the effects of jealousy is to make us discover how far the reality of external events and the sentiments of the soul are levied in unknown quantities which lend themselves to thousands of different interpretations. We think that we have an accurate knowledge of what things are in the world outside and what people think within themselves, for the simple reason that we are not directly concerned. But as soon as we acquire the urge to know, as the jealous person does, then they become a vertiginous kaleidoscope where we cannot recognize a thing.
“… el deseo, que va siempre hacia lo que nos es más opuesto, nos obliga a amar lo que nos hará sufrir.”Qué manera de sufrir, qué manera de subir y bajar de las nubes, qué manera de vivir. Aquí tenemos a Marcel postrado en la cama, hipersensible, como un niño que, por evitar sufrir en el minuto siguiente, cae presa de sufrimientos perpetuos, arrastrado por sus celos a una angustiosa búsqueda de razones y motivos, soportando tanto como disfrutando de una mente inagotable y decidida a hacerle la vida lo más penosa y dichosa posible. Sí, Marcel sufre, y sufre sobre todo por el dolor que le provoca no poseer lo que desea, por el desencanto que experimenta cuando por fin lo posee, por el tormento que padece al perderlo después. "La señorita Albertine se ha marchado", así se inicia el monólogo obsesivo de un ser abandonado, incrédulo primero, abatido después, y el posterior proceso de duelo y olvido.
“…así como en otro tiempo había yo dicho a Albertine: «No te quiero», para que me quisiera; «cuando no veo a las personas, me olvido de ellas», para que nos viésemos muy a menudo; «he decidido dejarte», para prevenir cualquier idea de separación, ahora —como deseaba absolutamente que volviera al cabo de ocho días— le decía: «Adiós para siempre»; como quería volver a verla, le decía: «Me parecería peligroso volver a verte»; como vivir separado de ella me parecía peor que la muerte, le escribía: «Tienes razón, seríamos desgraciados juntos».”Pero así es nuestro Marcel, obsesivo y sufriente, minucioso y descriptivo, torturado y tortuoso, hay que aceptarlo tal cual es y si de algo no se le puede acusar, y se le puede acusar de muchas cosas, es de no poner todo su empeño en exponer su personalidad sin pudor alguno. Como ya dije en el comentario al primer tomo de esta novela, la obra me parece, por encima de cualquier otra consideración, el retrato de una particular forma de sentir, la del propio autor, una sensibilidad exacerbada unida a un genio incuestionable que es capaz de transformar la banalidad en arte al ofrecernos una visión detallada y profunda del revés de ese tapiz en el que aparecen dibujados numerosos aspectos de la naturaleza del ser humano ejemplificados en la decadente y esnob sociedad de su época y en la enfermiza y obsesiva mente del autor.
“La mentira es esencial a la humanidad. Quizá desempeña en ella un papel tan grande como la búsqueda de la felicidad, y además es esta búsqueda quien la dirige. Mentimos por proteger nuestro placer, o nuestro honor cuando la divulgación del placer es contraria al honor. Mentimos toda la vida, incluso, sobre todo, quizá solamente, a los que nos aman. Pues sólo éstos nos hacen temer por nuestro placer y desear su estimación.”Una mente que Proust quiere rescatar del paso del tiempo, y, por consiguiente, del olvido, en toda su complejidad. De ahí la minuciosidad, la reiteración, la exhaustividad con la que nos va detallando cada una de sus circunvoluciones, cada uno de sus pliegues. Por ello, y al igual que en “Sodoma y Gomorra”, cuando describió hasta la hartura esas interminables reuniones sociales, en este sexto tomo hay amplios pasajes en los que Marcel realmente agota, más que aburre. No será este, por tanto, uno de mis tomos preferidos, pero aun así también a este echaré de menos cuando, pasado un tiempo, se transforme en un “ser de la imaginación, es decir, deseable… libre de todas las dificultades”, cuando el olvido haga su labor y los aspectos enojosos, los momentos fatigosos que pasé junto a él, hayan dejado de presentarse a mi memoria.
Notre moi est fait de la superposition de nos états successifs. Mais cette superposition n'est pas immuable comme la stratification d'une montagne. Perpétuellement des soulèvements font affleurer à la surface des couches anciennes.
Our self is made of the superimposition of our successive states. But this superimposition is not immutable, like the stratification of a mountain. Upheavals are perpetually bringing ancient layers to the surface.
il y a l'un devant l'autre deux mondes, l'un constitué par les choses que les êtres les meilleurs, les plus sincères, disent, et derrière lui le monde composé par la succession de ce que ces mêmes êtres font…
There are two worlds, one in front of the other, the first consisting of what the best and most sincere people say, and behind that the world composed of the succession of things those same people actually do.