Imprmir Los Cretinos

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Para Emma
Índice

Caras peludas
El señor Cretino
Barbas sucias
La señora Cretino
El ojo de cristal
La rana
Los gusanos–espaguetis
El bastón raro
La señora Cretino sufre de encogimiento
La señora Cretino se somete a estiramiento
La señora Cretino se eleva con los globos
La señora Cretino desciende con los globos
El señor Cretino se lleva u n susto espantoso
La casa, el árbol y la jaula de los monos
La cola pegajosa Pegamín
Cuatro niños encolados
El gran Circo de Monos Cabeza Abajo
El Pájaro Gordinflón viene al rescate
E l señor Cretino se queda sin pastel de pájaro
Sigue sin haber pastel de pájaro para el señor Cretino E l
señor y la señora Cretino salen a comprar escopetas C h i m p a
tiene u n a idea
Empieza la gran pintada de cola La
alfombra en el techo
Los muebles s u b e n al techo Los
cuervos también colaboran

Los Cretinos se ponen cabeza abajo


Los monos se escapan
Los Cretinos padecen el
encogimiento
Caras peludas
¡Qué cantidad de hombres barbudos hay a nuestro
alrededor hoy día! C u a n d o u n hombre se deja crecer el pelo
por toda la cara es imposible adivinar qué aspecto tiene.
Puede que lo haga por eso. Seguramente prefiere que no
lo sep as. Además está el problema del aseo.
C u a n d o los m uy peludos se lavan la cara, debe ser
para ellos u n trabajo tan grande como cuando tú y
yo nos lavamos la cabeza.
Lo que me gustaría saber es esto: ¿ C o n qué frecuencia se
lavan la cara estos barbudos? ¿Sólo u n a vez a la s e m a n a ,
el domingo por la no che, como nosotros? ¿ U s a n c h a m p ú ?
¿ U s a n secador de pelo? ¿ S e d a n fricciones con u n a loción
tonificante del cabello para que la cara no se les quede
calva? ¿ Va n a la barbería para recortarse y arreglarse la
barba o lo hacen ellos mismos con u n a s tijeras mirándose al
espejo del cuarto de baño?
No lo sé. Pero la próxima vez que veas u n hombre con
barba (lo cual sucederá probablemente tan pronto como
salgas a la calle) seguramente lo mirarás m á s de cerca y
empezarás a preguntarte acerca de estas cosas.
El señor Cretino

E l señor Cretino era uno de estos hombres barbudos. Toda


s u cara, a excepción de la frente, los ojos y la nariz, estaba
cubierta por un espeso cabello. E l pelo le salía en
repulsivos matojos incluso de los agujeros de la nariz y de
las orejas.

E l señor Cretino creía que esta pelambrera le daba u n


aspecto de gran sabiduría y majestuosidad. E n realidad
no tenía ninguna de las dos cosas. E l señor Cretino era u n
cretino. Había nacido cretino. Y ahora, a los sesenta añ os,
era m á s cretino que n u n c a .
E l cabello de la cara del señor Cretino no crecía suave y
rizado como el de la mayoría de los barbudos. Crecía en
forma de espigas que brotaban tiesas como las cerdas de
u n cepillo de u ñ a s .
¿ Y con qué frecuencia se lavaba el señor Cretino la cara
poblada de cerdas?
La respuesta es NUNCA, ni siquiera
los domingos. No se la había lavado
desde hacía m u c h o s añ os.
Barbas sucias
C o m o tú sabes, u n a cara normal, sin barba, como la tuya o
la mía, simplemente se pone u n poco churretosa si no se
lava bastante a me nud o, y no hay na d a horrible en eso.
Pero u n a cara con barba es algo muy diferente. Las cosas se
pegan a los pelos, especialmente la comida. Las salsas, por
ejemplo, se me ten entre los cabellos y se quedan allí. Tú y
yo podemos frotar nuestras caras lisas con u n paño y
rápidamente volvemos a tener u n aspecto m á s o menos
limpio, pero los barbudos no pueden hacer lo mismo.
También podemos, si tenemos cuidado, comer sin
desparramarnos la c o m i d a por l a c a r a . Pe ro l o s h o m b r e s c o n b a r b a .n o
pueden. La próxima vez que veáis u n hombre con barba
comiendo, observadlo detenidamente y veréis que, incluso
abriendo la boca desmesuradamente, le es imposible tomar
u n a cucharada de estofado o de helado de vainilla y
chocolate sin dejar algún trocito entre los pelos de s u barba.
E l señor Cretino no se molestaba ni siquiera en abrir mu c h o
la boca cuando comía. Por eso (y porque n u n c a se lavaba)
siempre había cientos de restos de viejos desayunos,
comidas y cenas pegados a los pelos y distribuidos por toda
la cara. Pero, eso sí, no eran trozos grandes, ya que
acostumbraba a restregárselos con el dorso de la mano o
con la ma n ga mientras estaba comiendo. S i lo mirabas de
cerca (cosa poco apetecible) podías ver pegadas a los pelos
pequeñas
motitas secas de huevos revueltos, de espinacas, de salsa de
tomate, escamas de pescado, picadillo de hígados de pollo y
todas las otras cosas desagradables que al señor Cretino le
gustaba comer.

S i mirabas m á s de cerca todavía (tápense bien las narices,


señoras y caballeros), si escudriñabas entre las cerdas del
bigote que le brotaba sobre el labio superior, probablemente
hubieras visto cosas m á s grandes que habían escapado a
los restregones de s u mano; cosas que llevaban allí meses
y meses, como, por ejemplo, u n trozo de queso verde con
gusa n os, o u n a vieja y mohosa palomita de maíz o incluso la
cola grasienta de u n a sardina de lata.
Por todo ello, el señor Cretino n u n c a p a sab a realmente
hambre. S a c a n d o la lengua y curvándola para explorar la
jungla de pelos alrededor de s u boca, siempre podía
encontrar u n sabroso bocado que mordisquear.
Lo que estoy intentando explicarte es que el señor Cretino
era u n viejo cochino y maloliente.
También era u n viejo extremadamente horrible, como
descubrirás dentro de poco.
La señora Cretino

La señora Cretino no era mejor que s u marido.


No tenía, por supuesto, u n a cara barbuda. Era u n a pena
que no la tuviera porque esto, al menos, habría ocultado
algo de s u espantosa fealdad.
Échale u n vistazo.

¿ H a s visto alguna vez u n a mujer con u n a cara tan fea


como ésta? Lo dudo.
Pero lo curioso era que la señora Cretino no había nacido
fea. La fealdad se había ido apoderando de ella año tras
año a medida que envejecía.
¿Por qué había sucedido esto? Yo te diré por qué.
S i u n a persona tiene malas ideas, empieza a notarse en s u
cara. Y cuando esta persona tiene malas ideas cada día,
cada s e m a n a , cada
añ o, s u cara se va poniendo cada vez m á s fea hasta que
es tan horrible que apenas puedes soportar el mirarla.

U n a persona que tiene buenos pensamientos n u n c a puede


ser fea. Puedes tener u n a nariz deforme, la boca torcida,
u n a doble barbilla y los dientes salientes, pero si tienes
buenos pensamientos, resplandecerán en tu cara como
rayos de sol y siempre tendrás algún atractivo.
Nada resplandecía en la cara de la señora Cretino.

En la mano derecha siempre llevaba un bastón.


Acostumbraba a decir a la gente que lo u s a b a porque le
habían crecido verrugas en la planta del pie izquierdo y le
dolía al andar. Pero la verdadera razón de que llevara el
bastón era que con él podía golpear cosas, tales como
perros, gatos y niños.
Y ad emás estaba el ojo de cristal. La señora Cretino tenía u n
ojo de cristal que siempre miraba hacia otro lado.
El ojo de cristal
S e pueden hacer u n montón de trucos con u n ojo de
cristal porque puedes sacártelo y volvértelo a poner
todas las veces que quieras.
Puedes apostar tu vida a que la señora Cretino se conocía
todos estos trucos.

U n a m a ñ a n a se sacó el ojo de cristal y lo echó dentro de la


jarra de cerveza del señor Cretino, cuando él no estaba
mirando.
E l señor Cretino estaba allí sentado bebiendo s u cerveza
lentamente. La e s p um a formaba u n anillo blanco en los
pelos alrededor de su boca. E l se restregaba la e s p um a
blanca con la ma nga y luego se frotaba la ma nga en el
pantalón.
–Tú estás tramando algo –dijo la señora Cretino,
manteniéndose de espaldas para que él no pudiera ver
que se había sacado el ojo de cristal–. Siempre que
estás callado como ahora, sé muy bien que estás
tramando algo.
La señora Cretino tenía razón. E l señor Cretino estaba
maquinando frenéticamente. E s t a b a intentando inventar
u n a jugarreta realmente sucia que pudiera gastarle a s u
esposa ese día.
–Ten cuidado –dijo la señora Cretino–, porque cuando veo
que empiezas a tramar algo te vigilo como u n b ú h o .
– ¡ O h , cállate, vieja bruja! –dijo el señor Cretino.
Continuó bebiendo s u cerveza y s u mente diabólica
siguió maquinando sobre las próximas jugarretas
horribles que iba a gastarle a la vieja.

De repente, cuando el señor Cretino volcaba la última gota


de cerveza en s u garganta, se encontró con la mirada del
horroroso ojo de cristal de la señora Cretino observándole
desde el fondo de la jarra. Esto le hizo dar u n brinco.
–Ya te dije que estaba observándote cacareó la
señora Cretino–. Tengo ojos por todas partes, así
que ándate con cuidado.
La rana
Para vengarse por lo del ojo de cristal en la jarra, el señor
Cretino decidió poner u n a rana en la c a m a de la señora
Cretino.
Cazó u n a grande en la charca y se la llevó a c a s a escondida
en u n a caja.
E s a noche, cuando la señora Cretino estaba en el cuarto de
baño preparándose para acostarse, el señor Cretino deslizó
la rana entre las s á b a n a s de la c a m a de s u mujer. Luego se
metió en la suya y esperó a que empezara la juerga.
La señora Cretino volvió, se acostó en s u c a m a y apagó la luz.
Tumba d a en la oscuridad se rascaba la tripa. Le picaba la tripa.
Las brujas viejas y sucias como ella siempre tienen picores en
la tripa.
De repente sintió algo frío y viscoso arrastrándose sobre
s u s pies. Gritó.
– ¿ Q u é te p a s a ? –preguntó el señor Cretino.
–¡Socorro! –vociferó la señora Cretino dando brincos–. ¡Hay

algo en mi cama! –Apostaría a que es ese Gigante Saltarín,


al que acabo de ver en el suelo –dijo el señor Cretino.
– ¿ Q u é ? –aulló la señora Cretino.

–Intenté matarlo, pero se escapó –dijo el señor


Cretino–. ¡Tiene dientes como destornilladores!
– ¡Socorro! –gritó la señora Cretino–. ¡Sálvame! ¡Está
sobre mis pies!
–Te comerá los dedos de los pies –dijo el señor Cretino.
La señora Cretino se desmayó.
E l señor Cretino se levantó de la c a m a y fue a buscar u n a
jarra de a g u a fría. Ec h ó el a gu a sobre la cabeza de la
señora Cretino para reanimarla. La rana salió de debajo de
las s á b a n a s para acercarse al a g u a . Empezó a saltar en la
almohada. A las ranas les encanta el a g u a . É s t a se lo
estaba pasando m uy bien.

C u a n d o la señora Cretino volvió en sí, la rana acab ab a de


saltar encima de s u cara. Esto no es u n a cosa agradable
para que le pase a uno de noche en la c a m a . Volvió a gritar.
– ¡Dios mío, sí que es el Gigante Saltarín!–dijo el señor
Cretino–. Te comerá la nariz.
La señora Cretino saltó de la c a m a , bajó las escaleras
volando y pasó la noche en el sofá. La rana se quedó a
dormir en la almohada.
Los gusanos–espaguetis

Al día siguiente, para vengarse por la jugarreta de la rana,


la señora Cretino se fue al jardín y desenterró algunos
gusa n os. Eligió u n o s bien largos, los puso en u n a lata y se
llevó la lata a c a s a debajo del delantal.
A la u n a , cocinó espaguetis para comer y mezcló los
gusanos con los espaguetis, pero sólo en el plato de s u
marido. Los gusanos no se distinguían porque todo estaba
cubierto con salsa de tomate y queso rallado.

– ¡ O h , mis espaguetis se mueven! –gritó el señor Cretino,


hurgando en el plato con el tenedor.
–Son de u n a marca nueva –dijo la señora Cretino,
tomando u n bocado de s u plato, en el que, por
supuesto, no había gusanos–. S e
llaman Espaguetis Rizados. S o n deliciosos. Cómetelos
mientras están sabrosos y calientes.
E l señor Cretino empezó a comer, enrollando en s u tenedor las
largas tiras cubiertas de tomate y empujándolas dentro de la
boca. M uy pronto había salsa de tomate por toda s u peluda
barbilla.
–No son tan buenos como los normales –dijo, hablando con
la boca llena–. S o n demasiado escurridizos.
–Yo los encuentro muy sabrosos –dijo la señora Cretino. Le
observaba desde el otro extremo de la me s a . Le proporcionaba
u n gran placer verlo comer gusa nos.
–Yo los encuentro bastante amargos –comentó el señor
Cretino–. Tienen u n sabor claramente amargo. Compra de los
otros la próxima vez.

La señora Cretino esperó hasta que el señor Cretino se comió


todo el plato. Entonces dijo:
–¿Quieres saber por qué tus espaguetis estaban

escurridizos? E l señor Cretino se limpió la salsa de


tomate de la barba con la esquina del mantel.
– ¿Por qué'? –preguntó.
– ¿ Y por qué tenían u n repulsivo sabor amargo?
– ¿Por qué'? –dijo.
– ¡Porque eran gusanos! –gritó la señora Cretino dando
palmadas, pateando en el suelo y bamboleándose con
horribles risotadas.
El bastón raro
Para vengarse por lo de los gusanos en los espaguetis, el
señor Cretino ideó u n a broma realmente ingeniosa y
asquerosa.
U n a noche, cuando la vieja estaba durmiendo, se escurrió
de la c a m a , cogió el bastón de la señora Cretino y bajó las
escaleras hasta el taller.

Allí pegó u n trocito redondo de madera (no m á s


grueso que u n a moneda) en la p unta del bastón.
Esto hizo u n poco m á s largo el bastón, pero la
diferencia era tan pequeña que por la m a ñ a n a la
señora Cretino no se dio cue nta.
A la noche siguiente, el señor Cretino pegó otro trocito de
madera. C a d a noche se escurría escaleras abajo y añadía
otro delgado disco de madera en la p unta del bastón. Lo
hacía tan cuidadosamente que los trocitos añadidos
parecían parte del viejo bastón.
Poco a poco, pero muy poco a poco, el bastón de la señora
Cretino fue alargándose y alargándose.
Ahora bien, cuando algo crece muy lentamente es casi
imposible notarlo. Tú mismo, por ejemplo, en realidad estás
creciendo cada día que p a s a , pero no te das cue nta, ¿verdad?
Esto sucede tan despacio que no lo notas ni siquiera de u n a
seman a a otra.
Lo mismo p a sab a con el bastón de la señora Cretino.
Sucedía tan lenta y gradualmente que no se daba
cuenta de lo largo que iba siendo, ni siquiera cuando le
llegaba casi por el hombro.
–Ese bastón es demasiado largo para ti –le dijo el señor
Cretino u n día.
– ¡Pues sí! –respondió la señora Cretino, mirando s u bastón–.
Ya había notado yo algo raro, pero no conseguía darme cuenta
de lo que era.

–Claro que hay algo raro –dijo el señor Cretino,


empezando a divertirse.
– ¿ Q u é le habrá pasado? –preguntó la señora Cretino,
observando s u viejo bastón–. Debe de haber crecido de repente.
–¡No digas tonterías. –dijo el señor Cretino–. ¿ C ó m o es
posible que u n bastón crezca? E s t á hecho de madera, ¿ n o ? Y
la madera no puede crecer.
–Entonces, ¿qué demonios h a pasado? –gritó la señora
Cretino.
–No es el bastón. ¡Eres tú! –respondió el señor Cretino
sonriendo horriblemente–. Eres tú la que h a s encogido. Lo
vengo observando desde hace algún tiempo.
– ¡Eso no es verdad! –gritó la señora Cretino.
– ¡Estás encogiéndote, mujer! –vociferó el señor Cretino.
– ¡No es posible!

– O h , sí, está bien claro –dijo el señor Cretino–. ¡Estás


encogiendo rápidamente! ¡Estás encogiendo tan rápido que
corres peligro! Vaya, debes haberte reducido por lo menos
treinta centímetros en los últimos días.
– ¡Ni hablar! –chilló la señora Cretino.
–¡Por supuesto que sí! ¡Échale u n vistazo a tu bastón, vieja

cabra, y observa cuánto h a s encogido en comparación! ¡Tú


sufres de encogimiento, eso es lo que te pasa! ¡Sufres del
espantoso encogimiento!
La señora Cretino empezó a sentirse tan temblorosa que
tuvo que sentarse.
La señora Cretino sufre de encogimiento
Tan pronto como la señora Cretino se sentó, el
señor Cretino, señalándola con el dedo, gritó:
–¡Lo ves! ¡Estás sentada en tu vieja silla y h a s encogido tanto

que t us pies no llegan ni siquiera a tocar el suelo!


La señora Cretino miró a s u s pies y por Dios que el
hombre tenía razón. S u s pies no tocaban el suelo.
Verás, el señor Cretino había sido tan ingenioso con la silla
como con el bastón. C a d a noche, cuando bajaba y pegaba
u n trocito de madera al bastón, hacía lo mismo con las
cuatro patas de la silla de la señora Cretino.
–¡Simplemente fíjate que estás sentada en la misma

vieja silla! – gritó–. ¡Has encogido tanto que tus pies


están colgando en el aire! La señora Cretino se puso
blanca de miedo.
–¡Tú padeces de encogimiento! –vociferó el señor Cretino,

apuntándola con el dedo como si fuera u n a pistola–. ¡Lo


h a s cogido fuerte! ¡Tienes el m á s terrible caso de
encogimiento que he visto nunca !
La señora Cretino estaba tan aterrorizada que empezó a
babear. Pero el señor Cretino, recordando todavía los
gusanos en los espaguetis, no sintió ninguna lástima por
ella.
–¿S up on go que sabes lo que te p a sa cuando

enfermas de encogimiento? –dijo.


– ¿ Q u é ? –sollozó la señora Cretino–. ¿ Q u é p a s a ?

–La cabeza se E N C O G E dentro del cuello...


–Y el cuello se E N C O G E dentro del cuerpo...
–Y el cuerpo se E N C O G E dentro de las piernas...
–Y las piernas se E N C O G E N dentro de los pies. Y al final
no queda n a d a , excepto u n par de zapatos y u n montón
de ropas viejas.
– ¡No puedo soportarlo! –gritó la señora Cretino.

–Es u n a terrible enfermedad –dijo el señor Cretino–.


La peor del m u n d o .
–¿ C u á n t o tiempo me queda? –preguntó la señora Cretino–.

¿Cuánto tiempo antes de terminar siendo u n montón de


ropas viejas y u n par de zapatos?
E l señor Cretino puso u n a cara muy seria.
– Teniendo en cuenta cómo vas –dijo moviendo la cabeza
tristemente–
, yo diría que no m á s de diez u once días.
–Pero, ¿no hay n a d a que podamos hacer? –gritó la señora
Cretino.
–Sólo hay u n remedio para el encogimiento –dijo el señor
Cretino.
– ¡Dímelo! –gritó–. ¡ O h , dímelo inmediatamente!
– ¡Tenemos que darnos prisa! –dijo el señor Cretino.
–Estoy preparada. ¡Me daré prisa! ¡Haré todo lo que me
digas! –gritó la señora Cretino.
–No vivirás mucho si no lo haces – dijo el señor Cretino
lanzándole otra siniestra sonrisa.
¿Qué debo hacer? –sollozó la señora Cretino,
agarrándose las mejillas.
–Tienes que dejarte estirar –dijo el señor Cretino.
La señora Cretino se somete a estiramiento

E l señor Cretino condujo a la señora Cretino fuera, donde


tenía todo preparado para el gran estiramiento.
Tenía cien globos y u n montón de
cuerdas. Tenía u n a botella de
gas para llenar los globos. Había
fijado al suelo u n anillo de hierro.
–Ponte aquí –dijo, señalando al anillo de hierro.
Entonces ató los tobillos de la señora Cretino al
anillo de hierro.
De sp ués de hacer esto, empezó a llenar los globos con el
ga s. C a d a globo estaba atado a u n a larga cuerda y cuando
estaba inflado con gas tiraba de la cuerda, intentando subir
y subir. E l señor Cretino amarró los extremos de las
cuerdas a la parte superior del cuerpo de la señora
Cretino. Algunas estaban amarradas alrededor del cuello,
otras por debajo de los brazos, otras a s u s mu ñ e c a s y
algunas incluso a s u pelo.
Pronto hub o cincuenta globos de colores flotando en
el aire por encima de la cabeza de la señora Cretino.
– ¿Puedes sentir cómo te estiran? –preguntó el
señor Cretino.
¡Sí! ¡Sí! –gritó la señora Cretino–. Me están estirando muy
fuerte.
El señor Cretino puso otros diez globos. La fuerza hacia
arriba llegó a ser muy potente.
La señora Cretino estaba completamente indefensa ahora.
C o n los pies atados al suelo y los brazos estirados hacia
arriba por los globos, era incapaz de moverse. E s t a b a
prisionera, y el señor Cretino tenía la intención de irse y
dejarla así durante u n par de días y s u s noches para darle
u n a lección. E n efecto, estaba a punto de irse cuando la
señora Cretino abrió s u bocaza y dijo u n a tontería.

– ¿ E s t á s seguro de que mis pies están bien atados al suelo?


– balbució–. ¡Si estas cuerdas que amarran mis tobillos se
parten, sería el fin para mí!
Y esto es lo que le dio al señor Cretino s u segunda cochina
idea.
La señora Cretino se eleva con los globos

–Tiran con tanta fuerza que podrían llevarme a la


lun a –gritó la señora Cretino.
–¡Llevarte a la luna! –exclamó el señor Cretino–. ¡Qué

idea tan horrible! No nos gustaría que algo así te


pasara, ¿verdad que no?
–¡Claro que no! –gritó la señora Cretino–. ¡Pon rápidamente

algunas cuerdas m á s atándome los tobillos! ¡Quiero


sentirme absolutamente segura!
–Muy bien, ángel mío –dijo el señor Cretino.
Y con u n a sonrisa de vampiro en los labios se arrodilló a
los pies de la señora Cretino. S a c ó u n cuchillo del bolsillo y
con u n tajo rápido cortó las cuerdas que mantenían los
tobillos de la señora Cretino atados a la argolla de hierro.
La señora Cretino se elevó como u n cohete.
– ¡Socorro! –gritó–. ¡Sálvame!
Pero ya no había salvación para ella.
E n pocos segundos estuvo muy arriba en el cielo azul y
seguía subiendo rápidamente.
E l señor Cretino miraba hacia arriba.

«¡Qué vista tan bonita!», se dijo a sí mismo. «¡Qué


hermosos se ven todos esos globos en el cielo! ¡Y qué
maravilloso golpe de suerte para mí! Por fin la vieja
bruja se h a perdido y se h a ido para siempre.»
La señora Cretino desciende con los globos

La señora Cretino podía ser fea y podía ser horrible, pero no


estúpida. M uy alto, allí en el cielo, tuvo u n a brillante idea.
«Si puedo librarme de algunos de estos globos», se dijo a
sí m i s m a ,
«dejaré de subir y empezaré a bajar».
Empezó a mordisquear las cuerdas que sujetaban los
globos a s u s m u ñ e c a s , brazos, cuello y pelos. C a d a vez
que cortaba u n a cuerda y el globo se alejaba flotando, la
fuerza de subida se reducía y la velocidad de ascenso se
hacía m á s lenta. C u a n d o ya había cortado veinte cuerdas
paró de subir por completo. Pero todavía estaba en el aire.
Mordió u n a cuerda m á s .
M uy, m uy lentamente, empezó a descender.
E ra u n día tranquilo. No había na d a de viento. Por esta
razón, la señora Cretino había subido completamente en
vertical. Ahora empezaba a descender completamente en
vertical. A medida que descendía suavemente, la falda de
la señora Cretino se habría como u n paracaídas,
enseñando s u s pololos.
E ra u n a vista espléndida en u n día glorioso, y miles de
pájaros vinieron volando desde mu c h o s kilómetros a la
redonda para mirar asombrados a esta vieja extraordinaria
en el cielo.
El señor Cretino se lleva u n susto espantoso

E l señor Cretino, que pensaba que había visto a su


repugnante esposa por última vez, estaba sentado en el
jardín celebrándolo con u n a jarra de cerveza.
Silenciosamente, la señora Cretino descendía flotando.
C u a n d o estaba aproximadamente a la altura de la c a s a ,
por encima del señor Cretino, de repente gritó con todas
s u s fuerzas:
– ¡Allá voy, viejo gruñón! ¡Viejo cebollino podrido!
¡Asquerosa antigualla mugrienta!

E l señor Cretino brincó como si le hubiera aguijoneado u n a


avispa gigante. Volcó la cerveza. Miró hacia arriba. Abrió la
boca. Boqueó. Gorgoteó. Unos pocos sonidos
entrecortados salieron de s u boca.
– ¡Ughhhhhh! –dijo–. ¡Arghhhhh! ¡ O u c h h h h h h h !
– ¡Me las pagarás por esto! –gritó la señora Cretino.
E s t a b a descendiendo justamente encima de él. E s t a b a roja
de rabia y azotaba el aire con s u largo bastón, que, de algún
modo, se había apañado para conservar todo el tiempo.
– ¡Te sacudiré hasta hacerte papilla! –gritó–. ¡Te golpearé
hasta hacerte cachitos! ¡Te trituraré hasta hacerte picadillo!
¡Te machacaré hasta hacerte u n a pulpa!

Y antes de que el señor Cretino tuviese tiempo de escapar,


este montón de globos, faldas y furia encendida aterrizó
justo encima de él, fustigando con el bastón y golpeándolo
en todo el cuerpo.
La casa, el árbol y la jaula de los monos

Pero ya es suficiente. No podemos continuar siempre


observando a estos dos desagradables personajes
haciéndose cosas desagradables el uno al otro. Debemos
proseguir con la historia.
Aquí hay u n dibujo de la c a s a del señor y la señora Cretino y
del jardín. ¡Menuda casa! Parece u n a cárcel. Y no hay
ventanas por ningún sitio.

– ¿ Q u i é n quiere ventanas? –dijo el señor Cretino cuando


estaban construyéndola–. ¿ Q u i é n quiere que cualquier
Fula n o, Zutano o Mengano pueda mirar dentro para ver
qué estás haciendo?
No se le ocurrió al señor Cretino que las ventanas se u s a n
principalmente para mirar hacia afuera y no para mirar
hacia dentro.
¿ Y qué piensas de este espantoso jardín? La señora Cretino
era la jardinera. Era muy b uena haciendo crecer cardos y
ortigas picantes.
–Yo siempre cultivo abundantes cardos puntiagudos y
ortigas picantes –solía decir–. Ellos mantienen alejados a los
cochinos niños fisgones.
Cerca de la c a s a puedes ver el taller del señor Cretino.
A u n lado se encuentra el G r a n Árbol Muerto. N u n c a tiene
hojas porque está muerto. No lejos del árbol puedes ver la
jaula de los monos. Dentro hay cuatro monos. Pertenecen al
señor Cretino. Oirás hablar sobre ellos m á s adelante.
La cola pegajosa Pegamín

U n a vez a la s e m a n a , los miércoles, los Cretino tenían


pastel de pájaro para cenar. E l señor Cretino cogía los
pájaros y la señora Cretino los cocinaba.
E l señor Cretino era hábil cazando pájaros. E l día anterior
al del pastel de pájaro, ponía la escalera contra el G r a n
Árbol Muerto y subía a las ramas con u n bote de cola y
u n a brocha. La cola que u s a b a era algo llamado Pegamín,
y era m á s pegajosa que ninguna otra en el m u n d o . La
extendía con la brocha sobre todas las ramas y luego se
ma rcha b a.

C u a n d o el sol se ocultaba, los pájaros venían volando a


posarse para pasar la noche en el G r a n Árbol Muerto. Ellos
no sabían, pobrecillos, que las ramas estaban todas
embadurnadas con el horrible Pegamín. E n el momento en
que se posaban en u n a ra ma , s u s patas se quedaban
pegadas. Y ya estaba.
A la m a ñ a n a siguiente, en el día del pastel de pájaro, el
señor Cretino trepaba otra vez por la escalera y atrapaba a
todos los infelices pájaros que estaban pegados al árbol. No
importaba de qué especie fueran –tordos, mirlos, gorriones,
cuervos, jilgueros, petirrojos, cualquiera–, todos iban a
parar al puchero para el pastel de pájaro de la cena del
miércoles.
Cuatro niños encolados

U n martes por la tarde, después de que el señor Cretino


hubiera subido a la escalera y embadurnado el árbol con
Pegamín, cuatro niños se metieron en el jardín para ver a
los monos. No les importaron los cardos ni las ortigas, ya
que había monos que ver. De sp ués de u n rato, se cansaron
de mirar a los monos, así que exploraron m á s allá por el
jardín y encontraron la escalera apoyada contra el G r a n
Árbol Muerto. Decidieron subir sólo por divertirse.
Esto no tiene n a d a de malo.
A la m a ñ a n a siguiente, cuando el señor Cretino volvió para
recoger los pájaros, se encontró cuatro desdichados niños
sentados en el árbol, totalmente pegados a las ramas por el
trasero de sus pantalones. No había pájaros porque la
presencia de los chicos los había espantado.
E l señor Cretino estaba furioso.
– ¡Ya que no hay pájaros para mi pastel de esta noche –
gritaba–, tendré que usar niños en s u lugar!
Empezó a trepar por la escalera.
–¡El pastel de niño puede ser mejor que el pastel de pájaros!

– continuó, sonriendo horriblemente–. ¡Más carne y menos


huesecillos! Los chicos estaban aterrorizados.
– ¡Va a cocernos! –gritó uno de ellos.
– ¡Nos guisará vivos! –lloriqueó el segundo.
– ¡Nos cocinará con zanahorias! –gritó el tercero.
Pero el cuarto, que era m á s listo que los otros, susurró:
– E s c u c h a d , acabo de tener u n a idea. E stamos pegados sólo
por el trasero de los pantalones. ¡Rápido! Desabrochaos los
pantalones, quitáoslos y saltad al suelo.

E l señor Cretino acab ab a de subir a la escalera e iba a


echar mano al chico m á s próximo c u a n d o , de repente,
todos se tiraron del árbol y echaron a correr a c a s a con s u s
culos desnudos reluciendo al sol.
El gran Circo de Monos Cabeza Abajo
Ahora vamos con los monos.
Los cuatro monos de la jaula del jardín formaban u n a
familia. E ra n C h i m p a , s u esposa y s u s dos hijitos.
Pero, ¿qué demonios hacían el señor y la señora Cretino con
aquellos monos en s u jardín?
Bien, en el pasado, los dos habían trabajado en u n circo
amaestrando monos. Solían enseñar a los monos a hacer
volteretas y a vestir ropa de persona, a fumar en pipa y
disparates por el estilo.

Ahora, aun q ue estaban retirados, al señor Cretino todavía le


gustaba amaestrar monos. S o ñ a b a que algún día sería el
dueño del primer gran Circo de Monos Cabeza Abajo del
mundo.
Esto significaba que los monos tenían que hacerlo todo
estando cabeza abajo. Tenían que bailar cabeza abajo
(apoyados en las ma nos y con los pies en el aire). Tenían
que jugar al fútbol cabeza abajo. Tenían que hacer
equilibrios u n o s sobre otros cabeza abajo, con Chimpa
abajo y el más pequeñín encima de la torre que
formaban.
Incluso tenían que comer y beber cabeza abajo, y esto no
es n a d a fácil de hacer, ya que la comida y el a gu a tienen que
subir por la garganta en lugar de bajar por ella. E n efecto,
esto era casi imposible, pero los monos simplemente tenían
que hacerlo, ya que de otro modo no les d a ba n na d a de
comer.
Todo esto s u e n a a majadería para ti y para mí. También les
sonaba a majadería a los monos. Od i ab an completamente
el tener que hacer estos disparates cabeza abajo día tras
día. Terminaban mareados después de estar cabeza abajo
varias horas. Algunas veces los dos pequeños monitos se
desmayaban a c a u s a de la sangre que se a c u m u l a b a en s u s
cabezas. Pero al señor Cretino no le importaba n a d a . Los
mantenía practicando durante seis horas al día, y si no
hacían lo que él les decía, la señora Cretino venía pronto
corriendo con s u terrible bastón.
El Pájaro Gordinflón viene al rescate

C h i m p a y s u familia ansiaban escapar de la jaula del


jardín del señor Cretino y volver a la selva africana de
donde habían venido.
Od i ab an al señor y a la señora Cretino por hacer que s u s
vidas fueran tan desgraciadas.
También los odiaban por lo que les hacían a los pájaros
cada martes y miércoles.
– ¡Volad lejos, pájaros! –solían gritar, saltando en la jaula
y agitando los brazos–. ¡No os poséis sobre el G r a n Árbol
Muerto! ¡Acaba de ser embadurnado completamente con
cola pegajosa! ¡Id a posaros en cualquier otro sitio!

Pero estos pájaros eran ingleses y no podían comprender el


fantástico lenguaje africano que los monos hab la b an. Así
que no se enteraban e iban a posarse en el G r a n Árbol
Muerto, donde eran capturados para el pastel de pájaro de
la señora Cretino.
E ntonces, u n día, u n pájaro verdaderamente magnífico
descendió del cielo y aterrizó en la jaula de los monos.
– ¡Cielos! –gritaron todos los monos a la vez–. ¡Es el Pájaro
Gordinflón
¿ Q u é diablos haces aquí en Inglaterra, Pájaro Gordinflón?
Al igual que los monos, el Pájaro Gordinflón venía de África y
hablaba el mismo lenguaje que ellos.
–He venido de vacaciones –dijo el Pájaro Gordinflón–. Me
encanta viajar–. Ahuecó s u maravilloso plumaje coloreado y
miró a los monos con aire de superioridad–. Para la mayoría
de la gente –continuó– ir de vacaciones volando es muy
caro, pero yo puedo volar a cualquier parte del mund o
gratis.
– ¿ S a b e s cómo hablarles a estos pájaros ingleses? –
le preguntó C h i m p a .
–Claro que sí –dijo el Pájaro Gordinflón–. No es bueno ir a
u n país y no conocer s u lengua.
–Entonces debemos darnos prisa –dijo Chimp a–. Hoy es
martes y ya puedes ver allí al repugnante señor Cretino
subido en la escalera pintando con cola pegajosa todas
las ramas del G r a n Árbol Muerto. E s t a tarde, cuando los
pájaros vengan a reposar, debes prevenirlos para que no
se posen en el árbol o se convertirán en pastel de pájaro.
E s a tarde, el Pájaro Gordinflón voló alrededor del G r a n
Árbol Muerto cantando:
El señor Cretino se queda sin pastel de pájaro

A la m a ñ a n a siguiente, cuando el señor Cretino salió con s u


enorme cesto para agarrar todos los pájaros del G r a n Árbol
Muerto, no había ni u n o . Todos estaban posados encima de
la jaula de los monos. E l Pájaro Gordinflón también estaba
allí y C h i m p a y s u familia estaban dentro de la jaula y
todos ellos estaban riéndose del señor Cretino.
Sigue sin haber pastel de pájaro
para el señor Cretino

E l señor Cretino no iba a esperar otra semana para


conseguir s u cena de pastel de pájaro. Le encantaba el
pastel de pájaro. Era s u plato favorito. Así que el mismo día
fue a por los pájaros de nuevo. E s t a vez embadurnó todos
los barrotes de arriba de la jaula con cola pegajosa, ad emás
de las ramas del G r a n Árbol Muerto.

– ¡Ahora os atraparé! –dijo–. ¡ E n cualquier sitio que os


pongáis!
Los monos se agacharon dentro de la jaula, observándolo
todo, y m á s tarde, cuando el Pájaro Gordinflón volvió para
charlar u n rato, gritaron:
–¡No te poses en la jaula, Pájaro Gordinflón! ¡Está

cubierta de cola pegajosa! ¡Igual que el árbol!


Y esa tarde, cuando el sol se ponía y todos los pájaros
volvían otra vez para descansar, el Pájaro Gordinflón voló
alrededor de la jaula de los monos y del G r a n Árbol
Muerto, cantando s u aviso:

¡Ahora ha y pegamento
en la jaula y en las ramas!
¡Si te posas en una o en otra,
perderás la libertad que amas!
¡Vete lejos! ¡Escapa! ¡Vuela! ¡Vuela!
¡O mañana terminarás en la cazuela!
El señor y la señora Cretino salen a comprar
escopetas

A la m a ñ a n a siguiente, cuando el señor Cretino salió con s u


enorme cesto, no había ningún pájaro sobre la jaula de los
monos ni sobre el
G r a n Árbol Muerto. Todos estaban posados alegremente
sobre el tejado de la c a s a del señor Cretino. E l Pájaro
Gordinflón estaba también allí, los monos estaban en s u
jaula y todos estaban tronchándose de risa del señor
Cretino.

–¡Borraré esas estúpidas risas de vuestros picos! –gritó el

señor Cretino a los pájaros–. ¡La próxima vez os atraparé,


asquerosas brujas emplumadas! ¡Os retorceré el cuello a
todos vosotros, y os tendré cociendo en la olla para el
pastel de pájaro antes de que acabe el día!
–¡Qué harás para conseguirlo? –preguntó la señora

Cretino, que había salido para ver qué era todo aquel
alboroto–. No te dejaré embadurnar todo el tejado de
la c a s a con cola pegajosa.
E l señor Cretino estaba muy excitado.
– ¡Acabo de tener u n a gran idea! –gritó.

No se molestó en bajar la voz porque no pensaba que los


monos podían comprenderlo. ¡Iremos los dos a la ciudad
ahora mismo y compraremos u n a escopeta para cada
uno! –gritó–. ¿ Q u é te parece?
–¡Brillante! –vociferó la señora Cretino, sonriendo y

mostrando sus largos dientes amarillos–.


¡Compraremos grandes escopetas de esas que lanzan
cincuenta balines o m á s en cada disparo!
–¡Exactamente! –dijo el señor Cretino–. Cierra la ca sa

mientras voy a asegurarme de que los monos están bien


encerrados.
E l señor Cretino examinó la jaula de los monos.

– ¡Atención! –aulló con s u espantosa voz de domador de


monos–.
¡Todos cabeza abajo y saltad! ¡Uno encima de otro! ¡Hacedlo
o sentiréis el bastón de la señora Cretino cruzando vuestros
traseros! Obedientemente, los pobres monos se pusieron
sobre las ma n os cabeza abajo y treparon uno encima de
otro con C h i m p a debajo y el m á s pequeño en lo alto.
– ¡Ahora quedaos así hasta que vuelva! –ordenó el señor
Cretino–. ¡No os atreváis a moveros! ¡Y no perdáis el
equilibrio! ¡ Cuan d o vuelva dentro de dos o tres horas espero
encontraros exactamente en la misma posición en que
estáis ahora! ¿Entendido?
C o n esto, el señor Cretino se marchó. La señora Cretino se
fue con él. Y los monos se quedaron solos con los pájaros.
Chimpa tiene u n a idea

Tan pronto como el señor y la señora Cretino


desaparecieron por el camino, los monos saltaron para
ponerse de pie.
–¡Rápido, consigue la llave! –gritó C h i m p a al Pájaro

Gordinflón, que todavía estaba sentado en el tejado de la


casa.
– ¿ Q u é llave? –preguntó el Pájaro Gordinflón.

–La llave de la puerta de nuestra jaula –gritó Chimp a–.


E s t á colgada en u n clavo en el taller. Siempre la pone allí.

E l Pájaro Gordinflón fue volando y volvió con la llave en s u


pico. C h i m p a sacó la mano a través de los barrotes de la
jaula y cogió la llave. La puso en la cerradura y la giró. La
puerta se abrió. Los cuatro monos salieron juntos.
– ¡Somos libres! –gritaron los dos pequeños–. ¿Dónde iremos,
p a p á?
¿Dónde nos esconderemos?
–No poneros nerviosos –dijo Chimp a–. C a l m a todo el m u n d o .
Antes de escapar de este horrible lugar tenemos u n a cosa
importante que hacer.
– ¿ Q u é ? –preguntaron.
– ¡Tenemos que poner a esos horribles Cretinos cabeza abajo!
–¿ Q u e vamos a hacer qué? –gritaron–. ¡Debes estar

bromeando, papá!
–No estoy bromeando –dijo Chimp a–. ¡Vamos a poner al
señor y a la señora Cretino cabeza abajo con las piernas en
el aire!
–No seas ridículo –dijo el Pájaro Gordinflón–. ¿ C ó m o es
posible que pongamos cabeza abajo a esos dos viejos
monstruos agusana d os?
–¡Podemos, sí que podemos! –gritó Chimp a–. ¡Vamos a hacer

que estén sobre s u s cabezas durante horas y horas! ¡Quizá


para siempre!
¡Que se enteren de lo que se siente estando de esa manera!
–¿ C ó m o ? –dijo el Pájaro Gordinflón–. Simplemente, dime

cómo. C h i m p a ladeó la cabeza y u n a sonrisita chispeante


curvó s u s labios.
–E n algunas ocasiones –dijo–, aunq ue no muy a
me n ud o, tengo u n a idea brillante. É s t a es u n a de
ellas. Seguidme, amigos, seguidme.
S e dirigió hacia la c a s a y los otros tres monos y el
Pájaro Gordinflón lo siguieron.
–¡ Cub os y brochas! –gritó Chimp a–. ¡Eso es lo que

necesitamos en seguida! ¡Hay mu c h o s en el taller! ¡De


prisa, todos! ¡Coged u n cubo y u n a brocha!
Dentro del taller del señor Cretino había u n enorme
barril de cola pegajosa Pegamín, la que u s a b a para
capturar pájaros.
– ¡Llenad los cubos! –ordenó Chimp a–. ¡Ahora iremos a la
casa!
La señora Cretino había escondido la llave de la puerta
principal debajo del felpudo y C h i m p a la había visto
hacerlo, así que fue fácil para ellos conseguir entrar.
Entraron los cuatro monos con s u s cubos llenos de cola.
Detrás de ellos venía volando el Pájaro Gordinflón con u n
cubo en el pico y u n a brocha en u n a pata.
Empieza la gran pintada de cola

–Este es el cuarto de estar –indicó C h i m p a . E l grande y


magnífico cuarto de estar donde esos dos monstruos
cobardes y vejestorios comen el pastel de pájaro cada
semana.
–Por favor, no vuelvas a nombrar el pastel de pájaro –dijo el
Pájaro Gordinflón–. Me da escalofríos.
– ¡No debemos perder tiempo! –gritó Chimp a–. ¡De prisa, de
prisa!
¡Ahora lo primero es esto! ¡Quiero que pintemos todo el
techo con la cola pegajosa! ¡Cubridlo todo! ¡Embadurnad
hasta las esquinas!
– ¡El techo! –gritaron–. ¿Por qué el techo?
–¡No importa el porqué! –gritó Chimp a–. ¡Haced

simplemente lo que os digo y no discutáis!


–¿Pero cómo vamos a llegar allí arriba? –preguntaron–. No

podemos alcanzarlo.
–¡Los monos pueden alcanzar todos los sitios! –gritó C h i m p a .

E s t a b a frenético de excitación, agitando la brocha y el cubo


y brincando por toda la habitación–. ¡Vamos, vamos! ¡Saltad
a la mesa! ¡Subid a las sillas! ¡Subid u n o s a los hombros de
los otros! ¡El pájaro Gordinflón puede hacerlo volando! ¡No
os quedéis ahí con la boca abierta! Tenemos que darnos
prisa, ¿no lo entendéis? ¡Esos horribles Cretinos volverán en
cualquier momento y esta vez traerán escopetas! ¡Vamos!
Y empezó la gran pintada del techo con pegamento. Todos
los pájaros que habían estado sentados en el tejado volaron
en s u ay ud a , llevando brochas en s u s patas y picos. Había
jilgueros, urracas,
grajos, cuervos y mu c h o s otros. Todos embadurnaban
como locos y, con tantos ayudantes, el trabajo estuvo
pronto terminado.
La alfombra en el techo
– ¿ Y ahora, qué? –preguntaron, mirando a C h i m p a .
–¡Ajá! –gritó Chimp a–. ¡Ahora a divertirse! ¡Ahora el truco

m á s grande de todos los tiempos! ¿Estáis preparados?


–Estamos preparados –dijeron los monos.
–Estamos preparados –dijeron los pájaros.
–¡Tirad de la alfombra! –gritó Chimp a–. ¡Sacad esa enorme

alfombra de debajo de los muebles y pegadla en el techo!

–¡ E n el techo! –gritó uno de los monitos–. ¡Pero eso es

imposible, papá!
– ¡Te pegaré en el techo a ti si no te callas! –gritó C h i m p a .
– ¡Estás loco! –gritaron.
– ¡Está chalado!
– ¡Está chiflado!
– ¡Está sonado!
– ¡Está majareta!
–¡Está grillado! –gritó el Pájaro Gordinflón–. ¡El pobre viejo

C h i m p a h a perdido la cabeza por fin!


–¡ O h , parad de gritar estupideces y echadme u n a mano! –

dijo C h i m p a , cogiendo u n a de las esquinas de la


alfombra–. ¡Tirad, idiotas, tirad!
La alfombra era enorme. Cub rí a todo el suelo de pared a
pared. Tenía u n dibujo en rojo y oro. No es fácil levantar del
suelo u n a enorme alfombra cuando la habitación está llena
de mesas y sillas.
– ¡Tirad! –gritaba Chimp a–. ¡Tirad, ti–rad, tirad!
E ra como u n demonio saltando por toda la habitación y
diciéndole a cada uno lo que tenía que hacer. Pero no
puedes reprochárselo.

De sp ués de meses y meses de estar cabeza abajo con s u


familia, no podía esperar por m á s tiempo el momento en
que los horribles Cretinos estuvieran haciendo lo mismo. Al
menos esto era lo que esperaba conseguir.
Con todos los monos y todos los pájaros tirando y
resoplando, la alfombra fue levantada del suelo y finalmente
colocada en el techo. Y allí se quedó pegada.
De repente, todo el techo del cuarto de estar estuvo
alfombrado de rojo y oro.
Los muebles suben al techo
–¡Ahora la m e s a , la gran mesa! –gritó Chimp a–. ¡Volved la

mesa del revés y poned cola pegajosa en la base de cada


pata! Entonces la pegaremos en el techo también.
Colocar la enorme mesa boca abajo sobre el techo no era u n
trabajo fácil, pero se las arreglaron para hacerlo al fin.
–¿ S e quedará pegada? –gritaron–. ¿S e rá la cola lo
suficientemente fuerte para mantenerla arriba?

– ¡Es la cola m á s fuerte del mundo! –replicó Chimp a–. ¡Es


la cola especial atrapa–pájaros, para embadurnar árboles!
–Por favor –dijo el Pájaro Gordinflón–, te he pedido antes
que no hablaras de ese asunto. Dime: ¿ Q u é te parecería
si fuera pastel de mono lo que ellos hicieran cada
miércoles y todos tus amigos hubieran sido cocidos y yo
te hablara sobre ello?
–Te pido perdón –dijo Chimp a–. Estoy tan excitado que
apenas sé lo que digo. ¡Ahora, las sillas! ¡Haced lo mismo
con las sillas! ¡Todas las
sillas deben ser pegadas boca
abajo en el techo! ¡Y en s u s
sitios correctos! ¡ O h , rápido,
todo el mundo! ¡ E n cualquier
momento, esos dos asquerosos
monstruos pueden entrar de
repente con s u s escopetas!
Los monos, con los pájaros
ayudándoles, pusieron
pegamento en la base de cada
pata de las sillas y las
colocaron en el techo.

– ¡Ahora, las mesas pequeñas! –gritó Chimp a–. ¡Y el gran


sofá! ¡Y el a pa ra dor! ¡Y la s lá m pa ra s ! ¡Y
toda s la s cos a s pequ eñ a s !
¡Los
ceniceros! ¡Los adornos! ¡Y ese horrible enano de plástico en
el aparador! ¡Todo, absolutamente todo, debe estar pegado
al techo!
E ra u n trabajo terriblemente duro. Era especialmente difícil
pegar cada cosa en el techo exactamente en el mismo sitio.
Pero consiguieron hacerlo por fin.
–¿ Y ahora, qué? –preguntó el Pájaro Gordinflón. E stab a sin

respiración y tan cansado que apenas podía batir las alas.


–¡Ahora, los cuadros! –gritó C h i m p a . ¡Poned los cuadros

cabeza abajo! Y, por favor, envía a uno de tus pájaros a


vigilar el camino para saber cuándo vuelven esos dos
monstruos vejestorios.
–Yo iré –dijo el Pájaro Gordinflón–. Me posaré en los
cables del teléfono y haré guardia. E so me dará u n
respiro.
Los cuervos también colaboran

Acababan de terminar el trabajo cuando el Pájaro Gordinflón


llegó volando de repente, gritando:
– ¡Vuelven! ¡Vuelven!
Rápidamente, los pájaros volvieron volando al tejado de la
c a s a . Los monos se precipitaron dentro de la jaula y se
pusieron cabeza abajo uno encima del otro. U n momento
después, el señor y la señora Cretino entraron en el jardín,
llevando cada un o u n a terrorífica escopeta.

–Me alegro de ver que los monos están todavía cabeza abajo
–dijo el señor Cretino.
–Son demasiado estúpidos para hacer otra cosa –dijo
la señora Cretino–. ¡Hey, mira todos esos
desvergonzados pájaros todavía subidos en el tejado!
Vamos dentro a cargar nuestras nuevas y maravillosas
escopetas; entonces haremos bang, bang, bang y
tendremos pastel de pájaro para cenar.
J u s t a m e n t e cuando el señor y la señora Cretino iban a entrar
en la c a s a , dos negros cuervos se abalanzaron sobre s u s
cabezas. C a d a pájaro llevaba u n a brocha en s u pata y cada
brocha estaba embadurnada con cola pegajosa. C u a n d o los
cuervos pasaron zumbando sobre ellos, pintaron u n a raya
de cola pegajosa en lo alto de las cabezas del señor y la
señora Cretino. Lo hicieron con u n toque muy suave, pero
incluso así los Cretinos lo notaron.

–¿ Q u é es esto? –gritó la señora Cretino–. ¡Algún horrible

pájaro h a dejado caer s u puerca cagada en mi cabeza!


– ¡También en la mía! ––exclamó el señor Cretino–. ¡Lo noté!
¡Lo noté!
– ¡No lo toques! –gritó la señora Cretino–. ¡Te pringarás toda
la mano!
¡Entraremos y nos lavaremos en el fregadero!
–Sucias y asquerosas bestias –vociferó el señor Cretino–.
¡Apostaría a que lo hicieron adrede! ¡Esperad a que haya
cargado mi escopeta!
La señora Cretino cogió la llave de debajo del felpudo
(donde C h i m p a la había vuelto a poner cuidadosamente) y
entraron en la c a s a .
Los Cretinos se ponen cabeza abajo

– ¿ Q u é es esto? –balbució el señor Cretino al entrar en el


cuarto de estar.

– ¿ Q u é h a pasado? –berreó la señora Cretino.


E s t a b a n parados en medio de la habitación mirando hacia
arriba. Todos los muebles, la gran me s a , las sillas, el sofá,
las lámparas, las mesitas, la vitrina con botellas de cerveza,
los adornos, la estufa, la alfombra, todo estaba pegado boca
abajo al techo. Los cuadros también estaban del revés en
las paredes. Y el suelo donde pisaban estaba
absolutamente vacío. E s m á s , había sido pintado de
blanco, de forma que parecía el techo.
Los monos se escapan

Aquella misma tarde, C h i m p a y s u familia se fueron al gran


bosque que había en la cima de la colina, y en el m á s alto
de los árboles construyeron u n maravilloso refugio. Todos
los pájaros, especialmente los grandes, los grajos, los
cuervos y las urracas, hicieron s u s nidos alrededor del
refugio para que nadie pudiese verlo desde tierra.

–No podéis quedaros aquí para siempre, ¿ s a b e s ? –dijo el


Pájaro Gordinflón.
– ¿Por qué no? –preguntó Chimp a–. E s u n bonito lugar.
–Simplemente espera a que llegue el invierno –dijo el
Pájaro Gordinflón–. A los monos no les gusta el frío,
¿no?
– ¡Claro que no! –exclamó Chimp a–. ¿ S o n muy fríos los
inviernos por aquí?
–Todo se vuelve hielo y nieve –dijo el Pájaro Gordinflón–.
Algunas veces hace tanto frío que u n pájaro se despierta
por la m a ñ a n a con las patas tan congeladas que se h a n
quedado pegadas a la rama en la que estaba posado.
–Entonces, ¿qué haremos? –gritó Chimp a–. ¡Mi familia
se quedará congelada!
–No, eso no sucederá –dijo el Pájaro Gordinflón–, porque
cuando las primeras hojas empiecen a caer de los árboles
en otoño, podéis volver a África conmigo.
–No seas ridículo –dijo Chimp a–. Los monos no pueden
volar.
–Puedes sentarte encima de mí –dijo el Pájaro Gordinflón–.
¡Os llevaré un o a u n o . Podréis viajar en el S up er J e t
Gordinflón y no os costará ni u n a peseta!
Los Cretinos padecen el encogimiento
fue lo que le dio al señor Cretino el mayor susto de todos.
C o n tanto peso descansando sobre s u cabeza, ésta empezó
a despachurrarse dentro del cuello.
– ¡Estoy encogiéndome! –gimió el señor Cretino.
– ¡Yo también! –gritó la señora Cretino.
– ¡Ayúdame! ¡Sálvame! ¡Llama al médico! –aullaba el señor
Cretino–.
¡He pillado EL E SPANTOSO ENCOGIMIENTO!
Y así era. ¡También la señora Cretino había pillado el
espantoso encogimiento! ¡Y esta vez no era u n a broma! ¡Era
verdad!
S u s cabezas se E N C O G I E RO N dentro de s u s cuellos...
S u s cuellos empezaron a E N C O G E R S E dentro de
sus cuerpos... Sus cuerpos empezaron a
E N C O G E R S E dentro de s u s piernas... Y sus
piernas empezaron a E N C O G E R S E dentro de s u s
pies...
Y u n a seman a m á s tarde, en u n a bonita tarde de verano,
u n hombre llamado Fernando llegó a leer el contador del
ga s. Como nadie contestó al timbre, Fernando miró
dentro de la c a s a y allí vio, en el suelo del cuarto de estar,
dos montones de ropas viejas, dos pares de zapatos y u n
bastón.
No había quedado na d a m á s en el mund o del
señor y la señora Cretino.
Y todo el m u n d o , incluido Fernando, exclamó:
– ¡Hurra!

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