Mitos Cortos

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El colibrí (maya)

Los Dioses crearon todas las cosas en la Tierra y al hacerlo, a cada animal, a cada árbol y
a cada piedra le encargaron un trabajo. Pero cuando ya habían terminado, notaron que
no había nadie encargado de llevar sus deseos y pensamientos de un lugar a otro.

Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal, tomaron una piedra de jade y
con ella tallaron una flecha muy pequeña. Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la
pequeña flecha salió volando. Ya no era más una simple flecha, ahora tenía vida, los
dioses habían creado al x ts’unu’um , es decir, el colibrí o picaflor.

Sus plumas eran tan frágiles y tan ligeras, que el colibrí podía acercarse a las flores más
delicadas sin mover un solo pétalo, sus plumas brillaban bajo el sol como gotas de lluvia
y reflejaban todos los colores.

Entonces los hombres trataron de atrapar a esa hermosa ave para adornarse con sus
plumas. Los Dioses al verlo, se enojaron y dijeron: – Si alguien osa atrapar algún colibrí,
será castigado –

Por eso es que nadie ha visto alguna vez a un colibrí en una jaula, ni tampoco en la mano
de un hombre.

Los Dioses también le destinaron un trabajo: el colibrí tendría que llevar de aquí para allá
los pensamientos de los hombres. Se dice que si ves un colibrí es que alguien te manda
buenos deseos y amor.

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Aracne

Aracne era una de las más famosas tejedoras de toda Grecia. Tenía un taller de costura y
era conocida por sus habilidades para el tejido y el bordado. Todos alababan sus
virtudes, decían que sus habilidades le habían sido concedidas por la mismísima Atenea,
diosa de la sabiduría y patrona de los artesanos.

Tanto la alabaron que se le acabo subiendo a la cabeza, era una chica muy vanidosa y
presumida, ella misma solía decir que era la mejor tejedora del mundo, que sus
habilidades superaban a las de la diosa Atenea, decía que en una competición sería
capaz de vencer a esta misma diosa.

La diosa muy enfadada bajo del Olimpo, pero le dio la oportunidad de corregir sus
palabras. Atenea disfrazada de anciana, le dijo a la joven que no debía ofender a los
dioses y Aracne enfurecida volvió a afirmar que sus habilidades eran superiores a las de
la diosa, propuso un concurso en el que pudiera demostrar su superioridad.

Atenea se quitó el disfraz y comenzó el concurso. Ambas tejieron durante todo el día, un
telar que representaba a los dioses.

Atenea mostró en su telar todo el esplendor de los dioses, pero Aracne, por el contrario,
hizo una imagen de los dioses en la que estos aparecían como locos y borrachos. Atenea
afirmo
que la obra de Aracne era muy buena,
pero que los motivos eran un insulto
para los dioses y destrozo la obra en la
que se ridiculizaba a los dioses.

Aracne se sintió humillada y comprendió


el enojo de los dioses. Intento suicidarse
ahorcándose, pero Atenea no permitió
que la joven muriese. Para castigarla
convirtió a la habilidosa tejedora en una
araña condenada a tejer eternamente.

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Iztaccíhuatl y Popocatépetl (azteca)

Hace muchos años existió una doncella llamada Iztaccíhuatl, hija del rey de un gran
señorío, un día se ofreció un banquete de celebración y allí la princesa conoció a
Popocatépetl, que se convertiría en el mejor guerrero.

Los jóvenes se enamoraron, el rey se dio cuenta de esta situación y le prometió a


Popocatépetl la mano de su hija, si es que era capaz de someter a un poblado que se
negaba a rendirse a sus órdenes. Si lograba traerle la cabeza de aquel rey enemigo
clavada en una lanza, la princesa y el reino serían suyos.

El joven se puso en marcha, pero el poblado quedaba muy lejos y la guerra fue muy
larga. Con el tiempo, el rey decidió que lo más prudente era que su hija se casara con un
príncipe y la ofreció en matrimonio. Iztaccíhuatl enfermó y a los pocos días murió.

En ese momento, regresó el guerrero de su batalla, anunciando su victoria. Al ver que su


amada había muerto, la tomó en brazos y la llevó a la montaña más alta, se arrodilló a
su lado y decidió custodiarla por siempre.

Esa noche, los dioses convirtieron los cuerpos de ambos en volcanes. Desde entonces,
Iztaccíhuatl yace con sus cabellos extendidos, cubierta de nieve, mientras a su lado se
encuentra Popocatépetl, que emana fuego de su cráter y espera a que despierte su
princesa.

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La caja de Pandora

Al principio de los tiempos, un titán llamado Prometeo entregó a los hombres el


regalo del fuego. El dios Zeus estaba furioso con el titán por no haber pedido su
permiso primero y con los humanos por aceptar el regalo, por lo que ideó un plan
para castigar a todos.

Le ordenó a Hefesto que creara una mujer hermosa a quien llamó Pandora. Afrodita
le imprimió el don de la belleza, Hermes le dio astucia, Atenea le enseñó diversas
artes y Hera le hizo el regalo que cambiaría la historia de los hombres por siempre:
la curiosidad. Luego, Zeus ordenó a Hermes llevar a la hermosa mujer a la Tierra.

Antes de emprender su camino a la Tierra, Zeus obsequió a Pandora una caja de oro
con incrustaciones de piedras preciosas atada con cuerdas doradas y le advirtió que
bajo ninguna circunstancia debía abrirla.

Hermes guio a Pandora desde el Monte Olimpo y se la presentó al hermano de


Prometeo, Epimeteo. Los dos se casaron y vivieron felices, pero Pandora no podía
olvidar la caja prohibida. Todo el día pensaba en lo que podía haber adentro.
Anhelaba abrir la caja, pero siempre volvía a atar los cordones dorados y devolvía la
caja a su estante.

Sin embargo, la curiosidad de Pandora se apoderó de ella; tomó la caja y tiró de los
cordones desatando los nudos. Para su sorpresa, cuando levantó la pesada tapa, un
enjambre de adversidades estalló desde la caja: la enfermedad, la envidia, la
vanidad, el engaño y otros males volaron fuera de la caja en forma de polillas. Pero
entre todos ellos, voló una hermosa libélula trazando estelas de color ante los ojos
sorprendidos de Pandora.

A pesar de que Pandora había liberado el dolor y sufrimiento en el mundo, también


había permitido que la esperanza los siguiera. Y es la esperanza lo que permite a la
humanidad seguir adelante a pesar de las adversidades.

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