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Sobre el 336/35 Aristóteles retornó a Atenas para fundar su propia escuela, el

Liceo. Aquella institución de enseñanza, gratuita y pública, se contrapuso a la


Academia platónica y a otros gimnasios atenienses: insistía menos en las
matemáticas y el arte de la discusión y más en la instrucción formal y
sistemática, incidiendo tanto en la ciencia empírica de la naturaleza como en la
erudición jurídica.
Tradicionalmente, las obras aristotélicas se han dividido en dos tipos: exotéricas y
esotéricas. Del primer conjunto apenas conservamos fragmentos y algunos títulos, siendo
compuestas casi todas en forma de diálogo para destinarse a su publicación fuera del
Liceo. Del segundo grupo, en cambio, se ha legado una parte sustancial, al tratarse de
aquellos textos utilizados por Aristóteles como apuntes de clase o notas de conferencias
dentro del Liceo, siendo su temática tan diversa como extensa: lógica, metafísica, ética,
física, retórica, etc.
Según Aristóteles obtenemos el conocimiento de los conceptos universales (las formas) por un
proceso de abstracción: en primer lugar obtenemos por los sentidos la percepción sensible. A
partir de ella, formamos una imagen mental sobre la cual la inteligencia opera un proceso de
eliminación, sacando (= abstrayendo) las características que son comunes a todos los entes del
mismo tipo y generando con ello un concepto (forma), al tiempo que desestima la información
no común como meros accidentes de los particulares (por ejemplo, veo varios gatos, y a partir
de las imágenes mentales de esas experiencias encuentro las características comunes que
formarán la definición de gato, como tener cuatro patas y bigotes, y elimino las características
no comunes, como tener el pelo blanco o negro). Por ello, Aristóteles dice que no hay nada en
el entendimiento (en el conocimiento inteligible, en los conceptos) que antes no haya estado
en la experiencia.
la filosofía primera (o metafísica) es el conocimiento de los principios últimos más allá de los cuales no hay
otros, que es exactamente la misma intención que tiene la “noesis” de Platón: encontrar unos principios
incondicionados que no dependan de otros superiores y que permitan explicar toda la realidad.
Las filosofías segundas (entre las que se encuentra la matemática) son aquellas ciencias que se ocupan de
partes concretas de la realidad y que además de los principios metafísicos emplean sus propios axiomas, que
pueden justificarse a partir de dichos principios metafísicos pero que en estas ciencias se toman como supuestos
válidos sin más. Esto se corresponde con la “dianoia” de Platón, que igualmente consiste en un conocimiento a
partir de supuestos que se aplican a la realidad particular. Como en el caso de Aristóteles, Platón explícitamente
incluye las matemáticas en esta sección.
Ciencia y universalidad
ciencias teóricas (física, matemáticas y metafísica), que tendrían por objeto alcanzar el conocimiento
teórico de la realidad buscando el saber por sí mismo; ciencias prácticas (política y ética), cuyo estudio
versaría sobre la acción humana individual o colectiva en cuanto dirigida hacia algún fin; ciencias
productivas, que apuntarían a la creación de objetos bellos y útiles, dividiéndose a su vez en dos: las
distintas artesanías (el saber de la fabricación de utensilios, etc.) y los oficios artísticos (pintura, música,
poesía, etc.)
Metafísica o “filosofía primera”: el problema del ser
Al margen de que Aristóteles distinga entre sustancias primeras –sujetos individuales y concretos– y
sustancias segundas –géneros y especies, la idea de fondo es la siguiente: los seres particulares cambian,
pero tras esas cualidades secundarias cambiantes –los accidentes permanece siempre un algo
inalterado. Por ejemplo, el agua puede modificar su estado (sólido, vapor o líquido), y sin embargo
continúa siendo la misma agua; y también las personas siguen siendo las mismas pese a mudar sus
estados de ánimo, salud o enfermedad.
Física aristotélica, o sobre la indagación del movimiento
La primera manera de explicar el movimiento, que reafirma el decisivo vínculo interno entre física y
metafísica aristotélicas, será indagando los diferentes significados del ser. Entre ellos encontramos un
grupo de significados que se basa en la distinción entre “ser en acto” (enérgeia) y “ser en potencia”
(dynamis). Esta decisiva pareja de conceptos permite entender todo cambio que acontece en un ser como
paso de la potencia al acto, en una especie de modo intermedio entre el ser y no-ser. Con ello se brindan
algunas soluciones a las aporías clásicas sobre el cambio y la generación esgrimidas desde Parménides
en adelante, por ejemplo: ¿cómo el ser puede provenir del no-ser? ¿Cómo lo mismo puede hacerse otro?
la composición interna de los seres y la particular estructura de la realidad sensible, para lo cual
Aristóteles elaborará su teoría del “hilemorfismo”, según la cual todos los seres estarían
compuestos de materia (hyle) y de forma (morphé). Materia y forma no son propiamente realidades
separadas, sino aspectos que nuestra mente es capaz de discriminar en las cosas y que permiten
conciliar lo permanente y lo cambiante, la unidad y la multiplicidad de tales seres.
Antropología aristotélica
la unión de cuerpo y alma representa una unión perfecta compuesta de materia y forma, siendo la
materia el cuerpo y su forma el alma A caballo entre la biología y la psicología, la extraordinaria
exposición de las funciones del alma (vegetativa, sensitiva, intelectiva) diseña el camino científico de
la vida interna de las plantas y animales a la vida del hombre y su mundo circundante, vigente
todavía en nuestro imaginario moderno, culminando en la cúspide del intelecto humano, tanto el
intelecto paciente como el intelecto agente.
Ética aristotélica: la búsqueda virtuosa de la felicidad
Aristóteles identifica el bien supremo con la felicidad (eudaimonia), en la medida en que buscamos
la felicidad por sí misma y por ninguna otra cosa. Sin embargo, ¿qué es la felicidad? Desde luego, la
felicidad parece ser un cierto tipo de vida buena, pero el consenso termina tan pronto
preguntamos en qué consiste exactamente esa forma de vida que llamamos “buena”.
La indiscutible novedad del planteamiento aristotélico radica en defender que la felicidad solo
puede hallarse en aquella actividad que sea conforme a la verdadera naturaleza racional del ser
humano. O dicho de otro modo: quien desee vivir bien debe vivir según la razón y el más perfecto
ejercicio de las facultades humanas, pues de su conocimiento dependerá que llegue a ser bueno y,
por consiguiente, feliz. A esta excelencia humana la llamará virtud (areté), de ahí que la ética
Política aristotélica, o sobre la vida en la polis
La reflexión política en Aristóteles conserva una continuidad armónica con su aspiración ética; pues si el fin
del hombre es la felicidad, la realización de ese bien supremo deberá gestionarse desde la evidencia de que él
no es un mero animal más que pueda sobrevivir aislado del mundo, sino que vive en el seno de una
agrupación humana que satisfaga sus necesidades. De forma natural, la comunidad es siempre previa al
individuo, pues solo en ella se realiza y perfecciona como ser humano integrándose en su correspondiente
comunidad política (koinonía politiké) formada por ciudadanos que compartan un ideal de virtud individual y
colectiva: solo en ella puede ser feliz.

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