20200624-124436

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Manual de prevención del delito

y seguridad ciudadana

Compiladores
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz

Prólogo de David Garland


ÍNDICE

Prólogo de David Garland. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

SECCIÓN I. La prevención del delito y la seguridad ciudadana.


Introducción, evolución y modelos preventivos
Capítulo 1. Introducción a la prevención del delito y la seguridad ciudadana . . . 23
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz
Capítulo 2. La evolución histórica de la prevención del delito . . . . . . . . . . . . . 59
John Lea
Capítulo 3. La prevención situacional del delito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Ronald Clarke y Mangai Natarajan
Capítulo 4. La prevención social del delito y la intervención en la infancia
y la adolescencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Ross Homel, Lisa Thomsen, Kate Freiberg y Sara Branch
Capítulo 5. La prevención comunitaria del delito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Gordon Hughes y Rachel Swann

SECCIÓN II. Estrategias para la prevención del delito


Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz
Capítulo 6. La ciencia al servicio de la prevención del delito . . . . . . . . . . . . . 213
Ken Pease y Matthew Ashby
Capítulo 7. El análisis criminal: introducción al mapeo del delito . . . . . . . . . 227
Rebecca Paynich, Bryan Hill y Kimberly Gaumond
Capítulo 8. Estrategias para la prevención de la revictimización . . . . . . . . . . 251
Andromachi Tseloni y Michelle Rogerson
Capítulo 9. La prevención del delito mediante el diseño de productos . . . . . 277
Paul Ekblom
Capítulo 10. La prevención del delito mediante el diseño ambiental . . . . . . 311
Rachel Armitage y Tim Pascoe
Capítulo 11. La prevención del delito y los medios de comunicación . . . . . . 339
Wendy Fitzgibbon
ÍNDICE

SECCIÓN III. La prevención de los delitos en particular


Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz
Capítulo 12. Delitos relacionados con los vehícu­los . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 367
Rick Linden, Ryan Catte y Matthew Sanscartier
Capítulo 13. Violencia en el fútbol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 397
Anastassia Tsoukala
Capítulo 14. Violencia sexual. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417
Wendy Morgan y Joanna Paschedag
Capítulo 15. Violencia doméstica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 455
Will Hughes y Angela Jenner
Capítulo 16. Fraude . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 487
Mark Button, Martin Tunley y Dean Blackbourn
Capítulo 17. Delitos ambientales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 521
Avi Brisman y Nigel South
Capítulo 18. Delitos informáticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 543
Anita Lavorgna
Capítulo 19. Crimen organizado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 561
Daniel Silverstone

SECCIÓN IV. La prevención del delito a través de las agencias


del sistema penal
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 583
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz
Capítulo 20. La policía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 587
Tim Parsons
Capítulo 21. Las agencias de inteligencia criminal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 609
Anna Sergi
Capítulo 22. Los tribunales y las prisiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 629
Mike Nash
Capítulo 23. El servicio de probation . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 647
Devinder Curry

SECCIÓN V. La prevención del delito y la seguridad ciudadana


en América Latina
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 679
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz

8
ÍNDICE

Capítulo 24. Prevención del delito: drogas y narcotráfico en América Latina . . 683
Jérémie Swinnen
Capítulo 25. La sostenibilidad de las reformas policiales en América Latina . 705
Diego Gorgal
Capítulo 26. Metodología para la implementación de estrategias locales
de prevención del delito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 731
Alejandra Luneke
Capítulo 27. Más allá de la prevención: desafíos para una política
de seguridad ciudadana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 751
Rafael Paternain

Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 771

Biografías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 779

9
PRÓLOGO

David Garland

Ante el problema de la delincuencia, resulta demasiado fácil recurrir a las respues-


tas que ofrece el sistema penal. La policía, los tribunales y las prisiones conforman las
agencias que hemos establecido para hacer frente al delito, las cuales dan forma a cómo
pensamos sobre el problema y las medidas que podemos adoptar. Sin dudas, acudir al
sistema penal constituye una respuesta automática no solo por parte del público y los
políticos, sino también por parte de los criminólogos y penólogos que pasan gran parte
de su tiempo debatiendo formas alternativas de lidiar con las personas que cometen
delitos. En este contexto, las intensas fuerzas institucionales determinan cómo pensamos
y cómo actuamos.
En los últimos años, sin embargo, se ha experimentado una discreta revolución en
la academia y, en menor medida, en los gobiernos, con la aparición de la prevención del
delito como un campo altamente creativo de investigación académica e intervención polí-
tica. Aunque las políticas ruidosas y clamorosas de “mano dura” y “populismo punitivo”
a menudo han opacado estos desarrollos, las recientemente sistematizadas estrategias
y principios de la prevención del delito —abordadas en detalle en este Manual— nos
proporcionan guías gubernamentales para contrarrestar el delito y mejorar la seguridad
ciudadana.
Si creemos que debemos ser más racionales y efectivos en relación con la delincuen-
cia, necesitamos comenzar con los aspectos básicos y revisar la manera en que abordamos
este problema. Ante todo, debemos repensar las suposiciones existentes en la asociación
convencional de “crimen y castigo”, suposiciones que conectan inmediatamente a los
problemas del delito con las respuestas del sistema penal. En las sociedades modernas,
la diferenciación funcional y el establecimien­to de instituciones especializadas nos han
enseñado a percibir al sistema penal como la solución frente a la delincuencia. Así, tras
haber establecido un sistema financiado con impuestos y legalmente instituido, con
personal profesional dedicado a la “justicia penal”, nos hemos acostumbrado a recurrir
a este sistema siempre que los problemas delictivos aparecen en la agenda pública. Cada
vez que “algo debe hacerse” respecto a la delincuencia, ese “algo” suele constituir más
intervenciones por parte de la policía, los tribunales y las prisiones a fin de lograr deten-
ciones más efectivas, sentencias más efectivas o castigos más efectivos. En este sentido,
cuando surgen los problemas delictivos, nuestra respuesta estándar consiste en recurrir
a más poder policial y más control penal. Y esta respuesta es fácilmente comprensible y
tiene sentido. La policía y las prisiones están listas para ser movilizadas en esa dirección.
Todas las herramientas políticas disponibles se vinculan con las respuestas asociadas a la
aplicación de la ley. Cuando poseemos un martillo, todo se convierte en un clavo. De esta
manera, los arreglos institucionales, las expectativas del público y la relativa facilidad de
acción apuntan hacia el control penal como nuestra opción por defecto.
Sin embargo, los arreglos institucionales actuales no son necesariamente perfectos.
La devastación causada por el delito y la violencia en muchos países latinoamericanos
lo ejemplifica de forma muy clara. Otros arreglos son posibles e incluso pueden ser más

11
PRÓLOGO

deseables. Si volvemos a la cuestión básica y nos preguntamos ¿qué se puede hacer


con respecto al problema de la delincuencia?, en lugar de ¿cómo debemos reformar el
sistema penal? Así, otros arreglos y políticas surgen como alternativas al sistema penal.
El sistema penal y la prevención del delito implican diferentes tipos de procesos, aun-
que las sociedades modernas han establecido instituciones que oscurecen esta diferencia.
El sistema penal es un sector institucional del Estado moderno: un sistema diferenciado
con agencias públicas especializadas que están encargadas de las tareas de aplicación de
la ley, procesamien­to de casos y establecimien­to y ejecución de sanciones penales. Este
sistema es fundamentalmente reactivo: reacciona ante las denuncias, dirige los recursos a
medida que aparecen los problemas y procesa los casos individuales mediante el uso del
poder del Estado para detener y castigar.
La prevención del delito, por otra parte, puede ser entendida como una actividad
difusa y permanente que constituye un aspecto integral de los variados procesos de
socialización, integración social y control social que operan en las familias, las escuelas,
los barrios, las comunidades, los lugares de trabajo y las instituciones de la sociedad civil.
A diferencia de las reacciones posteriores al hecho y esporádicas del sistema penal, estos
procesos de control del delito son actividades continuas y prospectivas que establecen
controles a través de las rutinas cotidianas sociales, psicológicas y ecológicas. Estos proce-
sos sociales orgánicos previenen la delincuencia al construir solidaridades, autocontroles
y controles sociales, los cuales implican a todos y no solo a aquellos identificados como
delincuentes. El hecho de que la mayoría de las personas cumplen con la ley la mayor
parte del tiempo, resisten las tentaciones de la delincuencia y adaptan su conducta a las
normas sociales implica principalmente el logro de estos procesos fundamentales, que
proporcionan las bases del orden social. A diferencia de la naturaleza selectiva y reactiva
del sistema penal, estos procesos prosociales de control de la delincuencia pueden ser
más o menos amplios en su alcance, aunque inevitablemente son desiguales respecto a
su distribución y eficacia. En relación con estos procesos, el sistema penal es simplemente
un mecanismo de respaldo que se encarga de determinados individuos cuando falla este
control social.
Por otra parte, la pena no se ocupa fundamentalmente de prevenir la delincuencia,
sino que se trata de un castigo. Del mismo modo, el sistema penal no se encarga prin-
cipalmente de prevenir el delito, sino de hacer cumplir la ley, sancionar las conductas
delictivas, procesar a los infractores, hacer justicia, expresar desaprobación pública y así
sucesivamente. El castigo y el sistema penal ciertamente tienen efectos en la preven-
ción y reducción del delito, principalmente a través de los mecanismos de disuasión,
rehabilitación e incapacitación, pero estos resultados son inciertos y bastante limitados.
La existencia de la policía y la posibilidad de castigo evidentemente generan un efecto
preventivo general, al disuadir a potenciales delincuentes por miedo a ser detenidos y
castigados. Por lo tanto, sin policía y sin castigo, sin dudas habría más delincuencia y más
desorden. Pero este efecto disuasivo resulta ser menos poderoso de lo que uno podría
esperar. Muchos delincuentes son tomadores de riesgos y están dispuestos a arriesgarse,
al entender que no serán capturados. Y salvo en las sociedades totalitarias e intensa-
mente controladas, tienen razón: solo una pequeña cantidad de la totalidad de los delitos
cometidos concluye en una condena. Otros delincuentes se comportan impulsivamente,
ignoran o subestiman las posibles consecuencias y aceptan el castigo como un hecho
de la vida. Esto es especialmente cierto entre aquellos que han experimentado la prisión
con anterioridad y tienen poco para perder si continúan cometiendo delitos. Al final, la
disuasión funciona menos en aquellos que más la necesitan.

12
DAVID GARLAND

Los programas de rehabilitación también tienen una eficacia limitada, en particular


cuando operan en un entorno de encierro. El encarcelamien­to por lo general destruye
el capital humano y empeora la criminalidad en lugar de mejorarla. El sistema penal
es más eficiente en la provisión de dolor que en la reducción de la delincuencia. Es
cierto que la incapacidad funciona, sobre todo si ignoramos el hecho de la delincuencia
intracarcelaria, pero algunas actividades criminales exhiben un alto índice de reemplazo:
al encerrar a un vendedor callejero de drogas, otro individuo pronto ocupará su lugar.
En este sentido, la experiencia negativa del encarcelamien­to, sumada a las dificultades
para reinsertarse en la comunidad, puede aumentar la reincidencia en un individuo y
eliminar así cualquier efecto de reducción del delito que el encarcelamien­to pudiera
haber alcanzado.
Si los delincuentes desisten de cometer delitos —y la gran mayoría de ellos así lo
hace, con el tiempo— es generalmente porque envejecen o porque logran activar los
controles sociales positivos —una pareja, una familia, un trabajo estable— que ayudan
a moderar sus comportamien­tos y estilos de vida. Una vez más, los procesos de control
social e integración social son los que realizan el trabajo real, no el trabajo punitivo del
sistema penal. En todas las sociedades modernas resulta un hecho que la gran mayoría de
los delitos menores no son denunciados, registrados ni detectados. Incluso respecto a los
delitos más graves, la tasa de resolución de casos es baja: menos del 10 % de los robos do-
miciliarios que ocurren en el Reino Unido son resueltos y en solo el 5 % de los casos un
sospechoso resulta impu­tado.
Más allá de cómo uno mire el asunto, lo cierto es que las respuestas ex post facto
de las agencias del sistema penal no abarcan la mayor parte del fenómeno. Por lo tanto,
si nos basamos en medidas posteriores a los hechos, solo alcanzamos una porción del
problema y lo abordamos con castigos costosos y destructivos en lugar de recurrir a la
prevención prosocial.
Estas verdades básicas respecto a la prevención del delito y al sistema penal son
bien conocidas por los criminólogos. A pesar de ello, son fácilmente olvidadas cuando
las preocupaciones sobre la delincuencia llevan al público a exigir acciones urgentes y
a los políticos oportunistas a recurrir a soluciones fáciles y rápidas.
Ningún país se ha comprometido más a combatir la delincuencia mediante el control
penal que Estados Unidos. Debido a que el aumento del encarcelamien­to en las últimas
cuatro décadas ha coincidido con una disminución sostenida de las tasas delictivas, las
políticas de “mano dura” implementadas a veces han sido vistas como políticas exito-
sas susceptibles de ser replicadas en otros lugares. Un caso notable son las políticas de
“tolerancia cero”, el policiamien­to basado en la “teoría de las ventanas rotas” o el esta-
blecimien­to de penas sobre la base de la idea de que la “prisión funciona”, que han sido
exportadas a América Latina bajo la suposición de que han reducido las tasas delictivas en
Estados Unidos y podrían hacer lo mismo en los países del sur.
Pero, ¿si no fuese el policiamien­to agresivo y el encarcelamien­to masivo lo que redujo
la delincuencia y la violencia en Estados Unidos? ¿Y si la disminución de los delitos ocurrió
principalmente como resultado de la adopción generalizada de medidas preventivas, con-
ductas de evitación, estrategias de prevención situacional, estrategias de design out crime
y el surgimien­to de una cultura de control más vigilante como aspecto de la vida cotidiana
en las ciudades y en los suburbios? Si ese fuese el caso —y me atrevo a señalar que
podría así serlo, aunque nadie ha investigado aún esta hipótesis— entonces un Manual
de prevención del delito constituye una mejor guía para la implementación de políticas
públicas exitosas que las políticas de “mano dura” provenientes de Estados Unidos.

13
PRÓLOGO

Debo añadir, para ser lo más claro posible, que señalar que el castigo solo se encuen-
tra vinculado a la reducción de la delincuencia de una manera débil, no implica sugerir
que el castigo sea injustificado o innecesario. El derecho penal establece un conjunto de
normas que no pueden ser percibidas como reglas factibles de ser violadas con impu-
nidad. Si los delitos no acarreasen sanciones penales —si no fuesen tratados mediante
una condena oficial y un trato severo—, el cumplimien­to de la ley penal sería opcional.
Siendo este el caso, los delincuentes, si son detenidos, continuarán siendo castigados,
mientras que las víctimas y el público seguirán obteniendo consuelo, afirmación moral
y cierto grado de satisfacción por los rituales penales que resultan. No obstante, a pesar
de la trágica necesidad del castigo, no debemos exagerar los efectos preventivos que las
penas producen.
El control penal es un poder negativo. Su principal impacto es el castigo posterior al
hecho, que afecta directamente solo a la minoría de los delincuentes que resultan dete-
nidos y condenados. Estos impactos no son positivos en absoluto. El encarcelamien­to, la
estigmatización y la exclusión pueden empeorar al individuo y aumentar la reincidencia, en
lugar de rehabilitar o disuadir. Como hemos destacado, en términos preventivos, los
efectos del castigo —y especialmente los efectos del encarcelamien­to— están muy sobre-
valorados. El castigo es necesario para cumplir con los imperativos legales, hacer justicia
y satisfacer a las víctimas, pero no es suficiente en lo más mínimo. Por ejemplo, la policía
puede disuadir, especialmente cuando dispone de los recursos adecuados y cuando se
encuentra bien distribuida en las zonas donde la delincuencia es más frecuente. No obs-
tante, ninguna cantidad de policías puede prevenir gran parte de los delitos que ocurren
en una sociedad, por lo menos si nos referimos a aquellas sociedades que no poseen
niveles de control totalitarios.
De estas observaciones se desprende que, en lugar de disuadir o castigar a los delin-
cuentes, nuestros esfuerzos para abordar el problema de la delincuencia deben centrarse,
en primer lugar, en prevenir los delitos y, en segundo lugar, en reducir al mínimo los daños
que estos causan, lo que puede realizarse al disminuir el miedo al delito, indemnizar a
las víctimas, proteger a los individuos más vulnerables, evitar la revictimización, etc. Pero,
¿cómo podrían emprenderse estos esfuerzos preventivos? Los expertos en prevención del
delito distinguen muchos tipos de estrategias preventivas, las cuales son analizadas en
profundidad en las páginas de este Manual. Aun así, quisiera realizar algunas observa-
ciones sobre la distinción entre la prevención social y situacional del delito, una distinción
que a veces ha sido considerada ideológica o política en lugar de meramente pragmática.
Tanto la prevención social como la prevención situacional son respuestas extrape-
nales frente a la delincuencia que tienen lugar fuera del ámbito del sistema penal. Sin
embargo, también difieren en algunos aspectos importantes. La prevención social del
delito, entendida como una iniciativa política deliberada más allá de los efectos espon-
táneos de los procesos sociales en curso, es un aspecto de las protecciones sociales y
los servicios sociales que establecen las políticas estatales de bienestar. La prestación de
servicios de seguridad social, servicios a las familias, apoyo infantil y asistencia sanitaria,
educativa y laboral constituyen esfuerzos para combatir la exclusión social o para cons-
truir capital social y eficacia colectiva. Todas estas políticas tienen beneficios en materia
de prevención del delito en la medida en que permiten que los controles informales de
la familia, la escuela, el trabajo y la comunidad restrinjan a los individuos, inculquen
normas prosociales, disminuyan los conflictos y prevengan problemas y patologías. Estos
efectos pueden ser claramente observados si comparamos los altos niveles de delitos vio-
lentos existentes en Estados Unidos, con sus protecciones sociales minimalistas para los

14
DAVID GARLAND

trabajadores, con las bajas tasas de violencia de países como Noruega o Suecia, con sus
Estados de bienestar universalistas y sus generosas políticas familiares.
Desafortunadamente, los efectos preventivos de las políticas sociales tienden a
ser lentos e indirectos. Cuando operan, lo hacen mediante procesos generacionales de
socialización y control social, lo cual permite que las familias funcionen mejor y eduquen
a sus hijos de manera más efectiva, al brindar a los jóvenes una participación en el futuro,
incorporar a los individuos al trabajo y a la comunidad, y así sucesivamente. Durante el
largo período en el cual estos efectos se desarrollan, siempre existe la posibilidad de que
sus efectos preventivos se vean frustrados por otros cambios sociales que se mueven en
la dirección opuesta. Podríamos pensar en el período posterior a la década de los sesenta
en Estados Unidos y Europa occidental, cuando las protecciones sociales estaban aumen-
tando, pero también crecían las oportunidades delictivas a raíz de la mayor movilidad y
consumo presente en las sociedades. Asimismo, al ser parte de un conjunto más amplio
de políticas sociales, los efectos preventivos de estas intervenciones son difíciles de aislar
y medir. De este modo, ninguna de estas características convierte a las políticas socia-
les en una opción atractiva para los políticos que buscan soluciones rápidas y efectos
claramente visibles.
Las sociedades que son más equitativas y solidarias tienen más bienestar y menos
pobreza, y suelen tener bajos niveles de delincuencia y castigo. En contraposición, las
más desiguales, más inseguras y caracterizadas por el libre mercado tienden a tener
índices más altos de delincuencia y castigo. Existen lecciones importantes que extraer de
estas comparaciones sobre las fuentes estructurales de los altos índices de delincuencia y
castigo. De todas formas, parece poco probable que se emprenda un cambio estructural
para cambiar el tipo de economía política en una sociedad con el único propósito de
reducir la delincuencia. Las intervenciones en materia de política social tienen valor y
relevancia política independientemente de sus efectos preventivos del delito en la medida
en que prometen mejorar el bienestar de la población y la seguridad ciudadana. Estas son
las principales razones que motivarán su adopción. Los niveles delictivos bajos, entonces,
tienden a ser un efecto secundario de las políticas sociales progresistas, más que un
objetivo motivador.
Por otro lado, la prevención situacional del delito tiene como principal objetivo la
reducción de la delincuencia. Su objetivo es prevenir la delincuencia y proteger a las
víctimas, al abordar los lugares y las rutinas vulnerables. Muchos de estos controles han
demostrado ser altamente efectivos. Aun así, la prevención situacional ha sido criticada
por radicales que sostienen que una política preventiva progresiva debe transformar las
estructuras sociales criminógenas en lugar de simplemente modificar las situaciones para
hacerlas más seguras. De todos modos, conforme señalan sus defensores, la preven-
ción situacional resulta políticamente problemática solo si interfiere en las revoluciones
estructurales más profundas. En la mayoría de los casos, las estrategias situacionales
pueden mejorar la vida de las personas sin detrimento de los esfuerzos más amplios de
la justicia social.
La prevención situacional del delito es un enfoque pragmático y sus políticas son
relativamente ilimitadas. En este sentido, puede adoptar formas iliberales y excluyentes,
como la vigilancia privada, los barrios cerrados para los ricos, los edificios altamente
fortificados o un paisaje urbano alienante. Pero también puede implicar medidas bien
diseñadas, discretas e integradas, que generan ambientes seguros y agradables para
los ciudadanos. En términos ideales, podemos preferir una forma de reducción de la
delincuencia que aborde las “causas raíz” del delito y genere cambios estructurales. Sin

15
PRÓLOGO

embargo, los múltiples procesos causales que conducen a la delincuencia siempre poseen
diversas capas, por lo que puede resultar más práctico abordar las dinámicas situacionales
que cambiar las disposiciones personales o las estructuras sociales.
En definitiva, la prevención del delito tiende a incluir medidas razonables, carentes
de la carga emocional propia de los enfoques punitivos. Evita las cuestiones de la culpa, la
venganza y la justicia y se concentra en impulsar pequeños cambios en las rutinas sociales
y las interacciones recurrentes. Las políticas preventivas no generan excitación pública ni
producen chivos expiatorios. Tampoco dividen a la población entre “ellos” y “nosotros”
ni constituyen parte del populismo punitivo. Estas, según mi criterio, son algunas de las
razones más convincentes por las que debemos considerar la prevención del delito como
una forma preferible y con mayor alcance de controlar la delincuencia.
En este contexto, este comprensivo Manual de alcance internacional proporciona
una excelente y oportuna contribución a nuestro entendimien­to de esta relevante disci-
plina, lo que facilita el diálogo y el intercambio de buenas prácticas y lecciones aprendidas
entre distintos países y constituye una guía indispensable para todos los estudiantes, aca-
démicos y funcionarios interesados en la prevención del delito y la seguridad ciudadana
en América Latina.

Prof. Dr. David Garland


Profesor de Derecho y Sociología de la Universidad de Nueva York

16
PREFACIO

Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz

En términos generales, la situación de la seguridad ciudadana en América Latina


es por lo menos preocupante. El delito y la inseguridad se han tornado, en el último
tiempo, en el problema de mayor importancia para las sociedades de estos países. La
preocupación por la seguridad personal se ha convertido en una dinámica cada vez más
trascendente en la vida social e influye en lo que la ciudadanía hace o deja de hacer. Esto
se debe a que, a lo largo de los últimos años, América Latina ha sufrido una epidemia de
violencia y un incremento de la delincuencia, por lo que se ha convertido en la región más
insegura del mundo.
Sin embargo, lejos de que el contexto descripto constituyese un terreno fértil para
la expansión del campo de la Criminología en general, y el de la prevención del delito
en particular, lo cierto es que estas áreas de estudio se encuentran significativamente
limitadas en comparación con los países anglosajones y europeos, tanto en términos
de desarrollo académico como de intervenciones políticas exitosas. En este sentido, si
recurrimos a una serie de indicadores respecto al estado de la materia en nuestra región,
tales como la cantidad de cursos universitarios (incluidas carreras de grado y posgrado),
reportes gubernamentales, investigaciones de campo, estadísticas rigurosas y publica-
ciones académicas, es posible afirmar que el estudio de la delincuencia y su prevención
se encuentra considerablemente acotado en la mayoría de los países de América Latina.
Sumado a ello, las agencias estatales como así también la propia ciudadanía
continúan poniendo el énfasis en el sistema penal como la principal herramienta para
responder frente al problema de la delincuencia, incluso a pesar del consenso existente
entre los académicos sobre sus limitadas funciones preventivas. En términos simples,
los Gobiernos latinoamericanos —muchas veces frente a una fuerte demanda social—
suelen recurrir sistemáticamente al poder punitivo con el objetivo de “dar una respuesta”
—cuando no “una solución”— al problema de la inseguridad, sin importar la innume-
rable cantidad de fracasos que aquel acumula en la historia reciente. En contraposición,
en otras regiones del planeta se ha expandido notablemente la disciplina de la “pre-
vención del delito” (crime prevention) durante las últimas décadas, lo que ha dado lugar
a un cúmulo importante de literatura y experiencias exitosas basadas en la evidencia
respecto al abordaje de la cuestión securitaria.
Como consecuencia de esta realidad, nace esta obra con el fin de abordar la necesi-
dad de dar respuestas efectivas y sostenibles al incremento de la delincuencia en América
Latina, incluidos los principales debates sobre “qué funciona” cuando se decide enfren-
tar los problemas de inseguridad ciudadana. Dada la amplitud de la materia en general
y la especificidad y complejidad de cada temática en particular, y siguiendo la tradición
anglosajona al elaborar obras de esta envergadura, hemos convocado a más de 40
renombrados expertos para escribir los diferentes capítulos del Manual. Cada académico
se ha abocado a la temática de su especialidad dentro de esta materia y ha brindado un
panorama introductorio para todo aquel que quiera embarcarse en el estudio de esta
apasionante disciplina.

17
PREFACIO

Este volumen, que ha llevado más de cuatro años de intenso trabajo sin ningún tipo
de financiamien­to, constituye el primer manual publicado en idioma español y dirigido
al público latinoamericano que proporciona, de manera comprensiva, actualizada y siste-
matizada, un relato sobre la evolución, las teorías, las estrategias y las buenas prácticas
vinculadas a la prevención del delito y la seguridad ciudadana. De esta manera, la obra
provee una visión general de las consideraciones principales que deben tenerse en cuenta
a la hora de planificar y ejecutar estrategias, políticas, programas y medidas preventivas, al
mismo tiempo que ofrece una mirada integradora y multifacética de la materia dado que
los autores de los capítulos provienen de una variedad de países, como Inglaterra, Gales,
Estados Unidos, Italia, Australia, Canadá, Grecia, India, Argentina, Chile y Uruguay.
De manera sintética, podemos adelantar al lector que el Manual consta de 27 capí-
tulos, los que con fines didácticos han sido divididos en cinco secciones, cada una de
las cuales comienza con una introducción en la cual analizamos y complementamos los
diversos capítulos allí presentes. Así, la sección I introduce al lector al campo de la pre-
vención del delito y la seguridad ciudadana, y hace hincapié en la evolución, los modelos
preventivos y las perspectivas teóricas. En la sección II se analizan distintas estrategias
para la prevención del delito, en su gran mayoría vinculadas a la prevención situacional.
Mientras que la sección III incluye diferentes métodos para prevenir distintos delitos en
particular, en la sección IV se estudian los roles de diferentes agencias del sistema penal
en la prevención del delito. Por último, la sección V evalúa varias cuestiones relevantes y
específicas a la seguridad ciudadana en América Latina, como el narcotráfico y las refor-
mas policiales.
Las primeras cuatro secciones del Manual han sido originariamente redactadas en
inglés por destacados académicos provenientes en su mayoría del mundo anglosajón ya
que esta disciplina, tanto respecto a sus desarrollos teóricos como a sus investigaciones
empíricas, proviene mayormente de dichos países. Por ello, a fin de complementar los
conocimien­tos de tales académicos y facilitar el análisis comparativo, los capítulos de la
última sección han sido escritos por expertos de América Latina, quienes se han abocado
a analizar distintas problemáticas concretas de nuestra región desde una perspectiva
latinoamericana.
En efecto, algunos de los grandes desafíos del estudio de esta disciplina encuentran
anclaje en las diferencias culturales, legales, políticas, económicas y sociales existentes
entre América Latina y los países anglosajones, como las altas tasas delictivas, la deficiente
calidad de las instituciones, los elevados niveles de inequidad social y pobreza, el fácil
acceso a las drogas y las armas, y los altos índices de corrupción presentes en nuestra
región. Esta realidad significa que muchos estudios empíricos realizados en otros países
arrojarían, en mayor o menor medida, diferentes resultados si fuesen replicados en nuestra
región. Entonces, dada la importancia del contexto, muchas estrategias implementadas
en otros países resultan de imposible, compleja o inútil aplicación en Latinoamérica.
Sin perjuicio de esta necesaria aclaración, lo cierto es que el hecho de que la preven-
ción del delito haya nacido y se haya desarrollado con mayor profundidad en horizontes
culturales distintos al nuestro, no imposibilita el diálogo y el estudio comparativo a fin
de profundizar el desarrollo de esta disciplina en los sectores académicos y políticos de
los países latinoamericanos, lo que permitirá en el futuro adoptar prácticas y políticas
preventivas basadas en la evidencia y sin necesidad de recurrir a las habituales consig-
nas represivas de “ley y orden”, “mano dura” o “tolerancia cero”. En definitiva, resulta
claro que sería sumamente difícil, contraproducente e incluso necio, expandir este campo
de estudio en nuestra región sin aprender de la literatura anglosajona.

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MARIANO TENCA Y EMILIANO MÉNDEZ ORTIZ

El conjunto de delitos analizados en este volumen, aunque resulta considerablemen-


te amplio, refiere en mayor medida a aquellos daños sociales que suelen considerarse el
foco de análisis de esta disciplina. De este modo, el libro presenta el mismo sesgo que la
mayor parte de la literatura en la materia al enfocarse excesivamente en los delitos calle-
jeros en contraposición a los delitos de cuello blanco, aun pese al esfuerzo por incorporar
capítulos destinados a estos últimos como el fraude, la delincuencia ambiental y los delitos
informáticos. Por otro lado, corresponde aclarar que la selección de los delitos aborda-
dos no es arbitraria, sino que intenta reflejar las posiciones dominantes sobre los delitos
más relevantes en nuestra región en términos preventivos. Los delitos de homicidio y
corrupción, sin perjuicio de su innegable incidencia en América Latina, no han sido ana-
lizados en detalle dada la complejidad de los mismos (incluidas sus diferentes formas de
manifestación) y la existencia de literatura especializada en estas materias. Sin embargo,
las estrategias preventivas desarrolladas a lo largo del Manual también pueden ser aplica-
bles a otros delitos no analizados en profundidad en este volumen.
Este Manual está dirigido a estudiantes, profesionales y académicos de diferen-
tes áreas de las ciencias sociales —entre las que se incluyen Derecho, Criminología y
Sociología—, a los funcionarios de las agencias del sistema penal como así también a
los encargados de formular políticas públicas en materia de seguridad ciudadana en los
países de América Latina. Reconocemos nuestro pretencioso objetivo y sus consecuentes
dificultades dada la gran cantidad de países en la región con sus diferentes estadísti-
cas y fenómenos criminales. Sin dudas, existen diferencias significativas entre los diversos
países en lo que respecta a los desafíos planteados por el delito y la victimización, por
lo que resulta indispensable adaptar las estrategias a los contextos locales. No obstante,
creemos que la existencia de similitudes culturales, sociales y políticas en la región, como
así también, el escaso desarrollo de la materia y las debilidades políticas, justifican nuestro
exigente propósito.
Vale advertir al lector antes de embarcarse en esta área de estudio que no existe
una solución mágica o panacea para prevenir la delincuencia como tampoco hay una
posición única ni dominante sobre las estrategias más efectivas para la prevención del
delito. De esta manera, no se trata de una obra neutral ya que cada autor tiene sus pro-
pias definiciones y visiones sobre las diversas perspectivas teóricas explicativas del delito
y sobre los distintos modelos preventivos de la delincuencia. Por otro lado, al tratarse de
un manual introductorio, el lector, si así lo desea, debe recurrir a las extensas bibliografías
que presentan los capítulos para profundizar las temáticas abordadas.
Nos gustaría finalmente utilizar este espacio para agradecer especialmente a Devinder
Curry y a la Dra. Wendy Fitzgibbon, quienes además de ser autores de capítulos, han
sido indispensables colaboradores en la coordinación de este Manual. También queremos
agradecer a la totalidad de los autores, al prestigioso prologuista Prof. Dr. David Garland
y a los traductores intervinientes, sin la participación de quienes esta obra nunca hubiese
sido posible. Extendemos nuestro agradecimien­ to a la Traductora Pública Florencia
Pugnaloni, quien nos brindó una colaboración fundamental al revisar la totalidad de las
traducciones. Agradecemos también la asistencia y confianza proporcionada por Lorena
Banfi, directora de la editorial Ediciones Didot. Concluimos este prefacio agradeciendo
a nuestras familias, especialmente a nuestros padres, Néstor y Graciela, Carlos y Laura,
por el apoyo incondicional y los valores inculcados a lo largo de nuestras vidas.

Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz

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