20200624-124436
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y seguridad ciudadana
Compiladores
Mariano Tenca y Emiliano Méndez Ortiz
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
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ÍNDICE
Capítulo 24. Prevención del delito: drogas y narcotráfico en América Latina . . 683
Jérémie Swinnen
Capítulo 25. La sostenibilidad de las reformas policiales en América Latina . 705
Diego Gorgal
Capítulo 26. Metodología para la implementación de estrategias locales
de prevención del delito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 731
Alejandra Luneke
Capítulo 27. Más allá de la prevención: desafíos para una política
de seguridad ciudadana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 751
Rafael Paternain
Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 771
Biografías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 779
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PRÓLOGO
David Garland
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PRÓLOGO
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DAVID GARLAND
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PRÓLOGO
Debo añadir, para ser lo más claro posible, que señalar que el castigo solo se encuen-
tra vinculado a la reducción de la delincuencia de una manera débil, no implica sugerir
que el castigo sea injustificado o innecesario. El derecho penal establece un conjunto de
normas que no pueden ser percibidas como reglas factibles de ser violadas con impu-
nidad. Si los delitos no acarreasen sanciones penales —si no fuesen tratados mediante
una condena oficial y un trato severo—, el cumplimiento de la ley penal sería opcional.
Siendo este el caso, los delincuentes, si son detenidos, continuarán siendo castigados,
mientras que las víctimas y el público seguirán obteniendo consuelo, afirmación moral
y cierto grado de satisfacción por los rituales penales que resultan. No obstante, a pesar
de la trágica necesidad del castigo, no debemos exagerar los efectos preventivos que las
penas producen.
El control penal es un poder negativo. Su principal impacto es el castigo posterior al
hecho, que afecta directamente solo a la minoría de los delincuentes que resultan dete-
nidos y condenados. Estos impactos no son positivos en absoluto. El encarcelamiento, la
estigmatización y la exclusión pueden empeorar al individuo y aumentar la reincidencia, en
lugar de rehabilitar o disuadir. Como hemos destacado, en términos preventivos, los
efectos del castigo —y especialmente los efectos del encarcelamiento— están muy sobre-
valorados. El castigo es necesario para cumplir con los imperativos legales, hacer justicia
y satisfacer a las víctimas, pero no es suficiente en lo más mínimo. Por ejemplo, la policía
puede disuadir, especialmente cuando dispone de los recursos adecuados y cuando se
encuentra bien distribuida en las zonas donde la delincuencia es más frecuente. No obs-
tante, ninguna cantidad de policías puede prevenir gran parte de los delitos que ocurren
en una sociedad, por lo menos si nos referimos a aquellas sociedades que no poseen
niveles de control totalitarios.
De estas observaciones se desprende que, en lugar de disuadir o castigar a los delin-
cuentes, nuestros esfuerzos para abordar el problema de la delincuencia deben centrarse,
en primer lugar, en prevenir los delitos y, en segundo lugar, en reducir al mínimo los daños
que estos causan, lo que puede realizarse al disminuir el miedo al delito, indemnizar a
las víctimas, proteger a los individuos más vulnerables, evitar la revictimización, etc. Pero,
¿cómo podrían emprenderse estos esfuerzos preventivos? Los expertos en prevención del
delito distinguen muchos tipos de estrategias preventivas, las cuales son analizadas en
profundidad en las páginas de este Manual. Aun así, quisiera realizar algunas observa-
ciones sobre la distinción entre la prevención social y situacional del delito, una distinción
que a veces ha sido considerada ideológica o política en lugar de meramente pragmática.
Tanto la prevención social como la prevención situacional son respuestas extrape-
nales frente a la delincuencia que tienen lugar fuera del ámbito del sistema penal. Sin
embargo, también difieren en algunos aspectos importantes. La prevención social del
delito, entendida como una iniciativa política deliberada más allá de los efectos espon-
táneos de los procesos sociales en curso, es un aspecto de las protecciones sociales y
los servicios sociales que establecen las políticas estatales de bienestar. La prestación de
servicios de seguridad social, servicios a las familias, apoyo infantil y asistencia sanitaria,
educativa y laboral constituyen esfuerzos para combatir la exclusión social o para cons-
truir capital social y eficacia colectiva. Todas estas políticas tienen beneficios en materia
de prevención del delito en la medida en que permiten que los controles informales de
la familia, la escuela, el trabajo y la comunidad restrinjan a los individuos, inculquen
normas prosociales, disminuyan los conflictos y prevengan problemas y patologías. Estos
efectos pueden ser claramente observados si comparamos los altos niveles de delitos vio-
lentos existentes en Estados Unidos, con sus protecciones sociales minimalistas para los
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DAVID GARLAND
trabajadores, con las bajas tasas de violencia de países como Noruega o Suecia, con sus
Estados de bienestar universalistas y sus generosas políticas familiares.
Desafortunadamente, los efectos preventivos de las políticas sociales tienden a
ser lentos e indirectos. Cuando operan, lo hacen mediante procesos generacionales de
socialización y control social, lo cual permite que las familias funcionen mejor y eduquen
a sus hijos de manera más efectiva, al brindar a los jóvenes una participación en el futuro,
incorporar a los individuos al trabajo y a la comunidad, y así sucesivamente. Durante el
largo período en el cual estos efectos se desarrollan, siempre existe la posibilidad de que
sus efectos preventivos se vean frustrados por otros cambios sociales que se mueven en
la dirección opuesta. Podríamos pensar en el período posterior a la década de los sesenta
en Estados Unidos y Europa occidental, cuando las protecciones sociales estaban aumen-
tando, pero también crecían las oportunidades delictivas a raíz de la mayor movilidad y
consumo presente en las sociedades. Asimismo, al ser parte de un conjunto más amplio
de políticas sociales, los efectos preventivos de estas intervenciones son difíciles de aislar
y medir. De este modo, ninguna de estas características convierte a las políticas socia-
les en una opción atractiva para los políticos que buscan soluciones rápidas y efectos
claramente visibles.
Las sociedades que son más equitativas y solidarias tienen más bienestar y menos
pobreza, y suelen tener bajos niveles de delincuencia y castigo. En contraposición, las
más desiguales, más inseguras y caracterizadas por el libre mercado tienden a tener
índices más altos de delincuencia y castigo. Existen lecciones importantes que extraer de
estas comparaciones sobre las fuentes estructurales de los altos índices de delincuencia y
castigo. De todas formas, parece poco probable que se emprenda un cambio estructural
para cambiar el tipo de economía política en una sociedad con el único propósito de
reducir la delincuencia. Las intervenciones en materia de política social tienen valor y
relevancia política independientemente de sus efectos preventivos del delito en la medida
en que prometen mejorar el bienestar de la población y la seguridad ciudadana. Estas son
las principales razones que motivarán su adopción. Los niveles delictivos bajos, entonces,
tienden a ser un efecto secundario de las políticas sociales progresistas, más que un
objetivo motivador.
Por otro lado, la prevención situacional del delito tiene como principal objetivo la
reducción de la delincuencia. Su objetivo es prevenir la delincuencia y proteger a las
víctimas, al abordar los lugares y las rutinas vulnerables. Muchos de estos controles han
demostrado ser altamente efectivos. Aun así, la prevención situacional ha sido criticada
por radicales que sostienen que una política preventiva progresiva debe transformar las
estructuras sociales criminógenas en lugar de simplemente modificar las situaciones para
hacerlas más seguras. De todos modos, conforme señalan sus defensores, la preven-
ción situacional resulta políticamente problemática solo si interfiere en las revoluciones
estructurales más profundas. En la mayoría de los casos, las estrategias situacionales
pueden mejorar la vida de las personas sin detrimento de los esfuerzos más amplios de
la justicia social.
La prevención situacional del delito es un enfoque pragmático y sus políticas son
relativamente ilimitadas. En este sentido, puede adoptar formas iliberales y excluyentes,
como la vigilancia privada, los barrios cerrados para los ricos, los edificios altamente
fortificados o un paisaje urbano alienante. Pero también puede implicar medidas bien
diseñadas, discretas e integradas, que generan ambientes seguros y agradables para
los ciudadanos. En términos ideales, podemos preferir una forma de reducción de la
delincuencia que aborde las “causas raíz” del delito y genere cambios estructurales. Sin
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PRÓLOGO
embargo, los múltiples procesos causales que conducen a la delincuencia siempre poseen
diversas capas, por lo que puede resultar más práctico abordar las dinámicas situacionales
que cambiar las disposiciones personales o las estructuras sociales.
En definitiva, la prevención del delito tiende a incluir medidas razonables, carentes
de la carga emocional propia de los enfoques punitivos. Evita las cuestiones de la culpa, la
venganza y la justicia y se concentra en impulsar pequeños cambios en las rutinas sociales
y las interacciones recurrentes. Las políticas preventivas no generan excitación pública ni
producen chivos expiatorios. Tampoco dividen a la población entre “ellos” y “nosotros”
ni constituyen parte del populismo punitivo. Estas, según mi criterio, son algunas de las
razones más convincentes por las que debemos considerar la prevención del delito como
una forma preferible y con mayor alcance de controlar la delincuencia.
En este contexto, este comprensivo Manual de alcance internacional proporciona
una excelente y oportuna contribución a nuestro entendimiento de esta relevante disci-
plina, lo que facilita el diálogo y el intercambio de buenas prácticas y lecciones aprendidas
entre distintos países y constituye una guía indispensable para todos los estudiantes, aca-
démicos y funcionarios interesados en la prevención del delito y la seguridad ciudadana
en América Latina.
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PREFACIO
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PREFACIO
Este volumen, que ha llevado más de cuatro años de intenso trabajo sin ningún tipo
de financiamiento, constituye el primer manual publicado en idioma español y dirigido
al público latinoamericano que proporciona, de manera comprensiva, actualizada y siste-
matizada, un relato sobre la evolución, las teorías, las estrategias y las buenas prácticas
vinculadas a la prevención del delito y la seguridad ciudadana. De esta manera, la obra
provee una visión general de las consideraciones principales que deben tenerse en cuenta
a la hora de planificar y ejecutar estrategias, políticas, programas y medidas preventivas, al
mismo tiempo que ofrece una mirada integradora y multifacética de la materia dado que
los autores de los capítulos provienen de una variedad de países, como Inglaterra, Gales,
Estados Unidos, Italia, Australia, Canadá, Grecia, India, Argentina, Chile y Uruguay.
De manera sintética, podemos adelantar al lector que el Manual consta de 27 capí-
tulos, los que con fines didácticos han sido divididos en cinco secciones, cada una de
las cuales comienza con una introducción en la cual analizamos y complementamos los
diversos capítulos allí presentes. Así, la sección I introduce al lector al campo de la pre-
vención del delito y la seguridad ciudadana, y hace hincapié en la evolución, los modelos
preventivos y las perspectivas teóricas. En la sección II se analizan distintas estrategias
para la prevención del delito, en su gran mayoría vinculadas a la prevención situacional.
Mientras que la sección III incluye diferentes métodos para prevenir distintos delitos en
particular, en la sección IV se estudian los roles de diferentes agencias del sistema penal
en la prevención del delito. Por último, la sección V evalúa varias cuestiones relevantes y
específicas a la seguridad ciudadana en América Latina, como el narcotráfico y las refor-
mas policiales.
Las primeras cuatro secciones del Manual han sido originariamente redactadas en
inglés por destacados académicos provenientes en su mayoría del mundo anglosajón ya
que esta disciplina, tanto respecto a sus desarrollos teóricos como a sus investigaciones
empíricas, proviene mayormente de dichos países. Por ello, a fin de complementar los
conocimientos de tales académicos y facilitar el análisis comparativo, los capítulos de la
última sección han sido escritos por expertos de América Latina, quienes se han abocado
a analizar distintas problemáticas concretas de nuestra región desde una perspectiva
latinoamericana.
En efecto, algunos de los grandes desafíos del estudio de esta disciplina encuentran
anclaje en las diferencias culturales, legales, políticas, económicas y sociales existentes
entre América Latina y los países anglosajones, como las altas tasas delictivas, la deficiente
calidad de las instituciones, los elevados niveles de inequidad social y pobreza, el fácil
acceso a las drogas y las armas, y los altos índices de corrupción presentes en nuestra
región. Esta realidad significa que muchos estudios empíricos realizados en otros países
arrojarían, en mayor o menor medida, diferentes resultados si fuesen replicados en nuestra
región. Entonces, dada la importancia del contexto, muchas estrategias implementadas
en otros países resultan de imposible, compleja o inútil aplicación en Latinoamérica.
Sin perjuicio de esta necesaria aclaración, lo cierto es que el hecho de que la preven-
ción del delito haya nacido y se haya desarrollado con mayor profundidad en horizontes
culturales distintos al nuestro, no imposibilita el diálogo y el estudio comparativo a fin
de profundizar el desarrollo de esta disciplina en los sectores académicos y políticos de
los países latinoamericanos, lo que permitirá en el futuro adoptar prácticas y políticas
preventivas basadas en la evidencia y sin necesidad de recurrir a las habituales consig-
nas represivas de “ley y orden”, “mano dura” o “tolerancia cero”. En definitiva, resulta
claro que sería sumamente difícil, contraproducente e incluso necio, expandir este campo
de estudio en nuestra región sin aprender de la literatura anglosajona.
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MARIANO TENCA Y EMILIANO MÉNDEZ ORTIZ
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