Novena de Guadalupe (Nea) 2024
Novena de Guadalupe (Nea) 2024
Novena de Guadalupe (Nea) 2024
4. ORACIÓN FINAL
Virgen María de Guadalupe, Madre del Verdadero Dios. En San Juan Diego, el
más pequeño de tus hijos, Tú dices hoy a los pueblos del Continente de
América: "¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?
¿No estás por ventura en mi regazo?"
Con profunda gratitud reconocemos a través de los siglos todas las muestras
de tu amor maternal, tu constante auxilio, compasión y defensa nuestras, de
los pobres y sencillos de corazón. Con esta certeza filial, te pedimos que
como en Belén, nos des a tu Divino Hijo, porque sólo en Él y con Él se
renueva la existencia y el camino de la edificación de una sociedad justa y
fraterna.
Acoge con amor esta súplica de tus hijos y bendice esta amada tierra tuya
con los dones de la reconciliación y la paz. Amén.
(Se reza 4 Ave María)
El amor al prójimo que experimentaba la Virgen María era un amor ardiente. Muestra
de eso es esa respuesta casi impulsiva por salir a asistir a su prima Isabel incluso estando
ella también embarazada, y del Hijo de Dios. María siempre estuvo atenta a las
necesidades de los demás, tanto en su vida en la tierra como ahora desde el cielo. El
amor de María no tiene fin porque ama con el amor de Dios.
Si en aquel tiempo hubieran hecho una encuesta preguntando quién podría ser
considerado digno de transmitir un mensaje de la Reina del Cielo, es seguro que Juan
Diego no hubiera encabezado las listas de candidatos. Y sin embargo él, que se
consideraba a sí mismo mecapal, cola, ala, fue el elegido. Santa María de Guadalupe,
como lo hará después su Hijo, no juzga por apariencias ni conforme a los valores de este
mundo. Sabe ir más allá, a lo profundo, mirar el corazón.
2. CONCILIAR Y RECONCILIAR.
Vivimos en un mundo cada vez más polarizado, dividido en grupos de personas que se
oponen ferozmente a otras que no comparten su fe, sus ideas, sus metas, etc.
Santa María de Guadalupe nos enseña que es posible reconciliar a los que parecían
irreconciliables. Por ejemplo, Ella es judía, pero su nombre es árabe. Es mestiza. Concilia
en su persona pueblos que parecían irremediablemente enemistados: el judío y el
árabe, el azteca y el español. Nos enseña que no existen los enemigos, que todos somos
hermanos de Su Hijo. Como lo dirá san Pablo: “todos sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3,
28).
3. ORAR SIEMPRE
De María no conocemos mucho por las escrituras, pero sus múltiples apariciones nos
hablan siempre, sin excepción, de la importancia enorme de la oración. La vida misma
de la Virgen fue una constante oración. Un diálogo vivo con el Verbo que llevó en su
seno. Es por esto que María es escuela de oración.
Busquemos a María, para que sea ella la que nos ayude a atesorar todo en nuestro
corazón, para que estemos en diálogo constante con el creador y vayamos conformando
nuestro corazón a su voluntad. Vivimos en medio de la prisa y la agitación, tratando de
resolverlo todo por nosotros mismos, pensando que no tenemos tiempo para orar.
Santa María de Guadalupe en cambio está siempre orando, lo vemos en sus manos
unidas a la usanza española y en su rodilla doblada, que indica un paso de danza, que
era como oraban los aztecas. Nos enseña a no caer en la peligrosa tentación de creernos
autosuficientes, sino de ponernos siempre en las manos de Dios. San Pablo dirá: “orad
sin cesar.” (1Tes 5, 17).
4. SER HUMILDES.
La sociedad valora sólo a quien destaca, a quien apantalla, empuja a mucha gente a
hacer menos a los demás para sobresalir. Santa María de Guadalupe en cambio, siendo
Madre de Dios, no se cree superior, no desprecia a nadie. Llega al grado de decirle al
indio Juan Diego que es un honor para Ella ser su Madre. Es ejemplo de lo que san Pablo
pedirá: “considerad como superiores a los demás.”(Flp 2,3) Conocemos la disposición y
la entrega a Dios de la Virgen desde el anuncio del ángel a María. Su «sí», que con la
anunciación se hace concreto, podemos decir con certeza, ya había anidado en su
corazón desde mucho antes.
La humildad de Nuestra Madre, su obediencia plena al Padre, tiene que ver con el
conocimiento de ella misma, con saber quién es. Ella comprende que es la hija de Dios,
su criatura, aquella que ha sido formada a su imagen y semejanza y que tiene un lugar
crucial en la historia de la Salvación.
Esta actitud de la Virgen ilumina nuestra vida. Nos invita a preguntarnos quiénes somos,
a entender un poco mejor de quién venimos. A comprender que, así como ella, tenemos
también un lugar especialmente designado por Dios. Un lugar que por muy pequeño
que nosotros podamos considerar, es inmensamente importante y amado por Dios. La
humildad de sabernos pequeños, tiene que ver con saber que venimos de aquel que es
grandeza y a quien estamos llamados a volver.
La dulzura tiene origen en la bondad que derrama el corazón. La bondad del corazón de
la Madre es enorme porque su fuente es inagotable, es el mismo Dios. No hay consuelo
humano más grande que la ternura del corazón dulce de Nuestra Madre, que
delicadamente nos llama sin descanso a volver a su Hijo. María en cada uno de sus
llamados aparece dócil, tierna y suave. Incluso cuando la llamada de atención es grave,
incluso cuando nos encuentra tan desobedientes de la voluntad del Padre.
¿Cómo llamamos la atención nosotros?, ¿cómo nos dirigimos a aquellos que amamos en
momento de urgencia?, ¿con dulzura o con la desesperación de quien vive aún sin
considerar a Dios en todos los aspectos de su vida?
En este tiempo en que tantos tienen prisa y están de malas, qué fácil tratar a los demás
con expresiones rudas, ásperas, faltas de paciencia y caridad. Necesitamos aprender de
Santa María de Guadalupe su exquisita delicadeza al hablar. Por ejemplo, cuando llama
a Juan Diego, Juan Dieguito, no es para hacerlo menos, sino como expresión de dulzura,
que no es afectación empalagosa, sino muestra de amor y de ternura. Esa dulzura la
iremos conquistando también, a medida que vayamos estrechando nuestra relación con
Dios, y qué mejor que de la mano de nuestra Madre.
6. FE VIVA.
Pidámosle a Nuestra Madre que nos eduque en poder vivir la fe en nuestro día a día, de
maneras concretas, entregadas y sobre todo amantes.
7. MORTIFICACIÓN UNIVERSAL.
El «sí» de María nunca estuvo exento de sufrimiento, al contrario. María sabía que la
misión que se le encomendaba era por demás exigente. Un amor que se probó a fuego
ardiente. Las dificultades que atravesó la Sagrada Familia no fueron menores, y el dolor
que ella soportó fue magno. Vió torturar y morir a su Hijo en una muerte de cruz. Quedó
sola, a cargo del apóstol querido, quedando ella como protectora e intercesora por la
Iglesia Universal. María lo entregó todo y lo sufrió todo. Su sufrimiento fue un dolor con
sentido, sabía que cada sacrificio, cada molestia y mortificación era para gloria de Dios y
bien de la Iglesia.
A veces, nuestros dolores y circunstancias nos parecen únicos. Parece que nuestro dolor
es insoportable, incomparable al de cualquiera. Y en cierto sentido lo son, porque son
personales. Pero si en los momentos de dolor intenso miramos a la Virgen, ella que
conoce de dolor, nos educará en el sentido. No solo nos ayudará en ese caminar, sino
que también cargará con nosotros esos pesares intensos, aligerando nuestra carga.
8. SABIDURÍA DIVINA
9. PACIENCIA HEROICA.
María esperaba a su Salvador desde niña, la tradición nos cuenta que tal vez María
pertenecía a las jóvenes vírgenes que servían en el templo, de las cuales se esperaba
que naciera el Salvador.