Guion Procesión Corpus Christi 2022

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EL PUEBLO DE DIOS EN PROCESIÓN

Guía
La procesión eucarística recuerda a las peregrinaciones del pueblo de
Israel. Abrahán sale de Ur hasta Canaán con la promesa de una
descendencia incontable. El pueblo de Israel sale de Egipto y durante
cuarenta años atraviesa el desierto hacia la tierra prometida. Elías
también cruza el desierto en busca de Yahvé. Los Israelitas ascendían
cada año a Jerusalén. El mismo Jesús aparece como un peregrino
incansable siendo el culmen de su viaje su sacrificio glorioso.
Ahora peregrinamos juntos como Iglesia, guiados por el Santísimo
Sacramento, a través de las calles de nuestro barrio. Es una
manifestación de Fe en Jesús resucitado y presente en medio nuestro.
El andar implica la fraternidad de los que caminamos. Somos Pueblo de
Dios caminante en Cristo camino.
PRIMER MOMENTO (VICARÍA NORTE)
DESDE EL CORAZÓN DE DIOS
Lector 1: ¡Les diste el Pan del cielo!
Pueblo: ¡Que contiene en si todo deleite!
Invocación: “Jesucristo, Señor de la historia, camina con nosotros”.
Lector 1: Ofrecemos este acto de adoración en honor, alabanza y amor
al Corazón de Jesús que quiso quedarse con nosotros hasta el fin del
mundo presente en el santo Sacramento y para que en cada sagrada
comunión se acreciente nuestra unión intima con Dios.

Lector 1: Cuando leemos las Sagradas Escrituras, lo primero que


percibimos de Dios es su proximidad, su cercanía. Él habita en la tierra,
y especialmente en el corazón humano humilde y pobre, generoso y
justo, fraterno y libre. El Dios que se aproxima a nosotros nos quiere
hacer experimentar su ternura, su paz, su inagotable amor que nos
salva.
Esta cercanía de Dios, que desborda nuestros esquemas humanos, se
nos manifiesta como relación paterna, amistosa y familiar. Jesús se
dirigía a Él con una palabra de conmovedora intimidad: “Abbá”, que
podríamos traducir por “papito”. Los cristianos creemos que este Padre
lleno de amor engendra desde siempre un Hijo amado, que es Jesús.
El Padre y el Hijo se aman con un Amor sin límites, el Espíritu Santo.
Por eso sabemos que Dios no es un ser solitario. Desde siempre y para
siempre Él es una Familia, una Comunidad entrañable.
El “sí” total de Jesús a la voluntad amorosa del Padre transforma, desde
dentro, el sentido trágico de la Cruz. En ese infierno florece el cielo: “hoy
estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23,43). A partir de su entrega se
abre en el mundo y en la historia un camino nuevo, para todos. Tal como
nos señala el Papa Francisco: “Quienes se dejan salvar por Él son
liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.
Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium
1).
La violencia humana es redimida por el amor del Cordero inocente, que,
atravesando el abismo de la muerte, renace a la vida plena y feliz,
vestido de gloria infinita. ¡Él ha resucitado! Él es “el Viviente” (Ap. 1,17),
vive con nosotros cada día, y en su resurrección hemos triunfado todos.
Pero en su cuerpo resucitado y colmado de luz, han quedado marcadas
sus llagas, para que nunca olvidemos cuánto nos amó.
Y no quiso que ese sacrificio de amor fuera sólo el recuerdo de un hecho
que pasó. Quiso que esa entrega llena de amor y de vida estuviera
siempre presente entre nosotros como luz, como alimento, como fuerza
de nuestra existencia: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes…
mi Sangre, que se derrama por ustedes…” (Lc. 22,19.20). Desde la
conmovedora humildad de esa comida, Él anhela ardientemente
nuestra presencia.
Somos su alegría cuando dejamos que su amor triunfe, nos reconcilie
con Él y nos transforme en sus amigos.
REFLEXIÓN
Sacerdote o Diacono: Dios quiso siempre derramar vida y felicidad
gratuitamente, hacer una Alianza con nosotros sus hijos para que
vivamos en plenitud. El sueño del Padre es hospedarnos en su casa,
sentarnos a su mesa, y compartir con todos el pan de su propia Vida.
Sin embargo, nosotros con la libertad que Él nos dio, muchas veces
equivocamos el camino y necesitamos reconocer nuestro pecado y
convertirnos para renovar nuestra vocación. Frente al pecado, el Padre
responde con más amor, y envía a su propio Hijo, que entró en nuestra
historia haciéndose hombre. Tomó en su propio cuerpo la violencia de
la muerte en la Cruz, y nos regaló la vida, su Vida.
Sacerdote: Padre nuestro……
Dios te salve……..
Gloria……….
Se Camina a la segunda estación cantando.
SEGUNDO MOMENTO (VICARÍA CENTRO)
HACIA EL CORAZÓN HUMANO
Lector 2: ¡Les diste el Pan del cielo!
Pueblo: ¡Que contiene en si todo deleite!
Invocación: “Jesucristo, Señor de la historia, camina con nosotros”.
Lector 2: Ofrecemos este acto de adoración por todos los sacerdotes
para que crezca cada vez más en sus almas la disposición de una más
profunda oblación espiritual junto a la divina víctima cada vez que
celebran el santo Sacrificio del altar.

Lector 2: Cuando “vamos a Misa”, cuando celebramos la Eucaristía,


hacemos lo que el mismo Jesús pidió en la Última Cena: “Hagan esto
en conmemoración mía”. Cuando lo comemos, Él quiere ser también
nuestro, y su cuerpo es nuestro pan: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
Quien coma de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6,51). Lo que Jesús
ofrece en la Eucaristía es Vida, “vida eterna” (Jn. 6,58). No solamente
una vida después de la muerte, sino una vida que ya desde ahora está
liberada de la muerte, porque es una forma de caminar con sentido
divino, con serena alegría, con profundidad.
Esa nueva Vida produce en nosotros un movimiento de fe, esperanza y
caridad. La fe es “tocar”, dejarnos “tocar” por Jesús, y recibir la fuerza
de su gracia. San Agustín decía: “Tocar con el corazón, esto es creer”
(Sermón 229, L, 2). Creer es pronunciar “amén” delante del amor del
Padre manifestado en Jesús, para pasar con Él de la muerte a la Vida:
“El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn. 11,25). Al dejar entrar en
la propia vida esa Vida nueva, los creyentes gustamos ya lo que
confiamos alcanzar. Esta es nuestra esperanza que nos lanza siempre
hacia adelante llenos de confianza. Creyentes esperanzados, nos
transformamos en amigos de Dios y de nuestros hermanos, y la caridad
llena de gozo y de amistad la vida compartida.
REFLEXIÓN
Sacerdote o Diacono: El Papa Francisco nos recuerda que “quien
celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer
mejor que los demás, sino precisamente porque se reconoce siempre
necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios,
hecha carne en Jesucristo”.
NOS PREGUNTAMOS
• Cuando participo de la Eucaristía ¿me mantengo atento o distraído?
¿Recuerdo que Jesús está allí presente?
• Cuando comulgo ¿Siento que me estoy uniendo a Jesús y a su Iglesia?
Jesús se nos manifiesta diariamente en los acontecimientos sencillos
de nuestra existencia, y así fortalece nuestra fe. Nosotros somos
llamados a ser testigos de Jesús Resucitado, para que otros crean...
Sacerdote: Padre nuestro……
Dios te salve……..
Gloria……….
Se Camina a la tercera estación cantando.
TERCER MOMENTO (VICARÍA SUR)
LA IGLESIA COMO CUERPO MÍSTICO
Lector 3: ¡Les diste el Pan del cielo!
Pueblo: ¡Que contiene en si todo deleite!
Invocación: “Jesucristo, Señor de la historia, camina con nosotros”.
Lector 3: Ofrecemos este acto de adoración para que la recepción del
cuerpo y Sangre de Cristo acreciente en la Iglesia los vínculos de la
caridad y siembre en las almas la paz y la unidad entre los que somos
llamados, como hijos del único Dios y Padre, a participar del mismo
banquete celestial.

Lector 3: La Eucaristía se convierte en una tarea que nos toca realizar,


para construir en el amor un Cuerpo que nos una a todos: “Así como el
cuerpo tiene muchos miembros y, sin embargo, es uno, y estos
miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así
también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un
solo Espíritu para formar un solo Cuerpo” (1 Cor. 12, 12.13). La Iglesia
es ese Cuerpo formado por todo el Pueblo de Dios.
La Eucaristía, sacramento de la unidad, siempre nos invita y nos
impulsa a sanar los lazos que nos unen, a crear vínculos, a construir
entre todos, una unidad que nada pueda romper. En la Eucaristía
descubrimos nuestra verdadera identidad, la que vivimos no en la árida
soledad de un “yo aislado” sino en la comunión. Cuando San Pablo
hablaba de la Eucaristía, nos enseñaba que “ya que hay un solo pan,
todos nosotros formamos un solo cuerpo, aunque somos muchos,
porque participamos de ese único pan” (1 Cor. 10, 17). Si la Eucaristía
se llama “comunión” no es sólo porque nos une con Jesús, sino también
porque exige y alimenta la unión con los demás.
El mismo Jesús que nos dice “ustedes son mis amigos” (Jn. 15,14),
inmediatamente agrega: “lo que les pido es que se amen unos a otros”
(Jn. 15, 17). Las comunidades cristianas deberían ser el modelo más
luminoso de esta fraternidad. Lamentablemente, como nos recuerda el
Papa Francisco, a veces entre nosotros “consentimos diversas formas
de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos
de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta
persecuciones” (Evangelii Gaudium 100). ¡No permitamos que nos
dividan las fuerzas del mal que habitan en nuestro interior!
Cuando hay heridas que nos alejan y separan, recordemos aquellas
palabras de Jesús que nosotros relacionamos con la Eucaristía: “Si al
presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene
alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte
con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,
23-24).
Querer vivir efectivamente con otros, es la base de toda posible
convivencia en sociedad, y también la base de nuestra unidad nacional.
La Eucaristía nos inserta en este movimiento de manera profunda y
vital, buscando que fructifique ese “nosotros” de una renovada amistad
social.
REFLEXIÓN
Sacerdote o Diacono: El Papa Francisco, cuando nos habla de la
relación entre la Eucaristía que celebramos y la vida como Iglesia, nos
pregunta:
• ¿Cómo vivimos la Eucaristía en nuestras comunidades? ¿Cómo
vivimos la Misa?
• ¿Es sólo un momento de fiesta, una tradición consolidada, una ocasión
para encontrarse o para sentirse bien, o es algo más?
Cuando participamos en la Santa Misa, al igual que en la última cena,
nos encontramos con hombres y mujeres de todas las clases: jóvenes,
ancianos, niños; pobres y acomodados; originarios del lugar y
forasteros; acompañados por sus familiares y solos...
• La Eucaristía que celebro, ¿me lleva a sentirlos a todos, realmente,
como hermanos y hermanas?
• ¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y
de llorar con el que llora?
• ¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados?
• ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?
Sacerdote: Padre nuestro……
Dios te salve……..
Gloria……….
Se Camina al templo cantando.

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