Resumen 2° Socioligia

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Resumen 2° Parcial

Elementos de Sociología y Problemas Actuales de la Sociedad Contemporánea


Murillo, Grondona y Aguilar. Capítulo 1. Unidad 3.
Clase Social. Características.

La clase social es un constructo teórico, está basado en procesos efectivos de


diferenciación social; se refieren a conjuntos de agentes reales que están sujetos a
condiciones similares de existencia pues ocupan posiciones similares en el espacio social.

Es un sistema de estratificación diferente a castas, estatal-legal y estamentos. Se


diferencia de ellas en que está regida fundamentalmente por la participación de los sujetos
en el proceso productivo y en la propiedad o no de medios de producción, mientras que
la casta está regulada fundamentalmente por conceptos de tipo religioso, el Estado por
normas de tipo legal y el estamento por distinciones de tipo social.

Además de eso, las clases son taxonomías científicas, no reflejan la realidad tal cual,
porque son saberes construidos en perspectiva, son teorizaciones a partir de las prácticas
de los agentes e instituciones que las construyen, pero además, estas no reflejan como
en un espejo las diferencias socioeconómicas, sino que son una clasificación objetiva de
la sociedad.

Más allá de que no sean cuestiones que se plasmen 100% en la realidad, la


estigmatización o glorificación de una clase o propiedades de una clase tienen
efectos en las prácticas sociales. No es posible afirmar que las clases como constructos
teóricos reflejen la realidad acabada de las clases objetivamente existentes, pero sí
que ellas brotan de esa existencia real y que sobre ella influyen.

Cuestión social y rol de lo social

Para la autoras, la cuestión social se relaciona con las contradicciones entre el nivel de lo
fáctico y el de los principios teóricos del contractualismo liberal, es decir, entre los hechos
y lo discursivo del contractualismo liberal, y su manifestación más concreta, el Estado.

La desigualdad efectiva de esta realidad niega en los hechos la igualdad proclamada


a nivel discursivo, es una enfermedad que corroe al cuerpo social y de la que
emergen los diversos síntomas plasmados en protestas y formas diversas de
resistencias. Estos síntomas han generado distintos modos de intentar contenerlos,
para lograrlo se han plasmado políticas sociales diversas. Estas intentaron durante
más de un siglo construir una trama, una red que contuviese a la vez que mantenía las
diferencias hijas de la desigualdad. A esa trama se la ha denominado lo social.

De esta forma, lo social puede ser entendido entonces como una trama contenedora y
reparadora de las desigualdades que se hacen visible, precisamente cuando los ideales de
la cultura del siglo XVIII que habían sostenido ideológicamente a la libertad y a la
igualdad de todos los hombres, se vieron tronchados tras la Revolución Francesa.

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Clases Sociales, desde perspectiva de Bourdieu

El pensamiento de la cuestión de clase ha tenido desde esta época en adelante diversas


formulaciones, entre las que podemos mencionar al desarrollo que ha llevado a cabo
Pierre Bourdieu. Este ha caracterizado a las clases sociales como espacios que
conforman una estratificación social que condiciona el sentido del mundo de los sujetos
y con ello, sus prácticas, que al mismo tiempo modifican las relaciones intraclases como
interclases.

En este sentido, para Bourdieu, las clases y sus cuotas de poder no deberían ser vistas
como algo cerrado y acabado, sino que estas y su poder dependen de su volumen de
capital. Las clases que poseen posiciones dominantes en el campo social son aquéllas
que además de poseer mayor volumen de capital, particularmente económico y cultural,
son capaces de imponer por su prestigio y poder y, con ello, las definiciones del
mundo social. En esta perspectiva la manipulación de la cultura, de los íconos culturales,
de los signos de distinción, es y ha sido históricamente un campo de luchas.

El capital es una fuerza inherente a las estructuras objetivas y subjetivas, pero al mismo
tiempo es un principio fundamental de las regularidades internas del mundo social.
El capital puede entonces presentarse de cuatro modos fundamentales: económico,
simbólico, cultural y social. La desigual participación en la distribución del capital
conforma el fundamento específico de las diferencias de clase que se expresan en la
diferente capacidad de apropiarse de los beneficios y de imponer reglas de juego
favorables para el capital y su reproducción.

El capital económico es capital directa e inmediatamente transformable en dinero y


es apropiado e institucionalizado en el modo de derechos de propiedad.

El capital cultural bajo ciertas condiciones puede transformarse en capital económico y


es apropiado e institucionalizado bajo la forma de títulos académicos. Este capital puede
existir bajo tres formas: interiorizado, objetivado e institucionalizado.

El capital social son las relaciones sociales convertibles, bajo ciertas condiciones, en
títulos, oportunidades, lugares en el espacio social y apoyos económicos. Esta forma de
capital está constituida por la totalidad de los recursos potenciales o actuales asociados
a la posesión de una red de relaciones más o menos institucionalizadas. El volumen del
capital social depende de la extensión de la red de conexiones, así como del volumen
del capital económico, cultural y simbólico poseído por los miembros de la red.

El capital simbólico es el capital que se obtiene producto de una relación de


reconocimiento y desconocimiento mutuos. El poder simbólico es así la expresión del
volumen, peso y trayectoria de las cuotas de capital económico y cultural.

La estructura de cada clase social viene dada por la distribución de las diversas formas
de capital en tres dimensiones: según su volumen, su composición (el peso relativo de

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cada forma de capital en la totalidad del capital, especialmente el económico y el cultural)
y su evolución en el tiempo.

Murillo, Grondona y Aguilar. Capítulo 4. Unidad 4.


Contexto del paso del pacto de unión al consenso por apatía
La cuestión social, como fractura entre el modelo contractualista del Derecho tal
como fue establecido a fines de siglo XVIII y la situación de desigualdad material
concreta, es un asunto a ser constantemente administrado por las sociedades modernas,
pero sus formas de gestión han variado.
En este sentido, sostienen las autoras que entre fines del siglo XIX y mediados del
XX las políticas públicas de matriz integradora y homogeneizante buscaron tejer una
trama contenedora y reparadora de las diferencias sobre la base de una matriz binaria
“normal-patológico”. Mediante ella se definía lo Mismo distinguiéndolo de lo Otro
que debía ser “resocializado”. Pues bien, a partir de los ’60 estas estrategias
“resolutivas” de la cuestión social comenzaron a fallar, evidenciado por el incremento
de la conflictividad social y el avance del capital sobre el salario para incrementar las
tasas de ganancia.
Esto es para Murillo, Grondona y Aguilar, un pasaje del “pacto de unión” al “pacto por
apatía”. Por pacto de unión se entiende el pacto tácito reformulado después de la
Segunda Guerra Mundial que implicó una alianza táctica entre Estados, empresas y
sindicatos, y habilitó una parcial integración de la fuerza de trabajo a los derechos
sociales, aunque no de modo homogéneo en todas las regiones, al mismo tiempo que
generaba cuerpos colectivos resistentes que se levantaban de diversos modos contra
el orden establecido. Este “pacto” desarrolló en mayor o menor medida las políticas
públicas de matriz integradora y homogeneizante previamente mencionadas.
Ante la amenaza de este horizonte enmarañado de conflictos sociales, comienzan a
emerger discursos políticos, económicos y sociológicos en los que los conceptos de
complejidad e interdependencia adquirieron una nueva centralidad. Junto con estos,
nuevas tácticas y estrategias para la gestión de esa complejidad. Respecto de América
Latina se afirmó que era necesario trazar una estrategia nueva para asegurar la
“gobernabilidad” que se vería facilitada a partir de la construcción de un “consenso
por apatía”, en cuyo marco la existencia de poblaciones marginales podría disminuir las
resistencias. Este consenso se trata de lograr, excluyendo a ciertos sectores sociales,
nuevas formas consenso social.
De lo que se trata es de la mutación de sociedades que ya no administrarán el
conflicto fundamental que las escinde mediante una red de instituciones de seguridad
garantizadas por el Estado: en este sentido el “pacto de unión” queda abolido. Las
dictaduras que asolaron a América Latina deberían ser leídas, entonces, como “una
construcción de un consenso por temor”. Ahora bien, el nuevo paradigma requería de
sujetos a los que la ilusión de autonomía indujese al consumo y las dictaduras son un
límite a los flujos de mercancías, personas e información. Así, en los primeros años de
la década del ochenta se produciría la paulatina emergencia de las llamadas
democracias en varios países del continente y el surgimiento de un nuevo pacto

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social en los que no sólo variaría la relación entre capital y trabajo sino entre
Estados-Nación.
Con el nuevo pacto se instaura en varios países de la región (Argentina, Perú) un nuevo
modelo de Estado y de ejercicio de la política caracterizado como “neodecisionismo”,
que formalmente mantiene la división en tres poderes, pero en los hechos entrega la suma
del poder al ejecutivo, a partir del accionar de hombres claves en el sistema político, a fin
de lograr que las reformas propiciadas desde los centros de poder mundial se traduzcan
de modo rápido en decisiones.
Organismos internacionales y definición sobre la pobreza
El peso de los organismos internacionales en el diagnóstico y tratamiento de la nueva
cuestión social en América Latina y en nuestro país fue muy alto. En cuanto a la
caracterización de la pobreza por el Banco Mundial, cabe decir que ésta no ha sido
caracterizada de modo homogéneo, pero las autoras sostienen que esta deviene
crecientemente menos económica y más cultural e institucional.
La preocupación por la pobreza del Banco Mundial en los ‘80 era fuertemente
“biopolítica” esto es, siguiendo a Foucault, se trataba de una preocupación por la
regulación, la homeostasis y el ordenamiento de las poblaciones en el territorio. En
el diagnóstico del Banco Mundial de 1980 la pobreza no es definida como término, lo que
nos encontramos es una descripción de la pobreza y un intento de adjudicarle
causas. La pobreza aparece como un espacio lejano, impreciso plagado de riesgos y
peligrosos. En lo que hace a las causas de la pobreza, en este informe hay una adjudicación
casi excluyente del problema al crecimiento poblacional, que ha retardado la disminución
del efecto de “derrame” del crecimiento sobre la pobreza.
El Informe de inicios de la década del noventa define la pobreza como “la inhabilidad
de obtener estándares mínimos de vida”. Es pobre quien tenga la inhabilidad de acceder
a mínimos de vida. El pobre, como sujeto, es responsable de su condición de
pobreza en tanto que sus cualidades son las que determinan su estado como pobre. En
principio, desde el Banco (y otros organismos internacionales) se auguraba el
decrecimiento de la pobreza como consecuencia directa del “derrame” del
crecimiento de la economía.
Hay otros dos puntos interesantes para mencionar, según las autoras, del diagnóstico de
1990, porque lo que entonces aparece como mero esbozos será central en la estrategia de
fines de la década. Hablamos de la genderización de la pobreza y de la extensión de la
problemática de la pobreza más allá de lo “meramente” material. En cuanto al primero,
por ejemplo, según el informe de 1990, el aumento del ingreso directo en las mujeres es
visto como el mejor modo de llegar a los niños pobres así como un fortalecedor del “poder
de negociación” de la mujer en el hogar. Es interesante cómo a lo largo de la década se
asiste a una genderización de la pobreza y a una femenización del sujeto de asistencia.
En cuanto a la extensión de la problemática de la pobreza más allá de lo “meramente”
material, las autoras observan una incipiente preocupación por las vinculaciones entre las
privaciones de la pobreza y el acceso a bienes culturales o a la representación política.
Esta inquietud se hace central cuando en la década de los 2000, el Banco Mundial deje de
lado la hipótesis del derrame.

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Con el nuevo milenio viene un nuevo diagnóstico de la pobreza, cuyo principal signo es
la recomplejización del fenómeno de la pobreza. El motivo es muy concreto: diez años
de crecimiento del Producto Bruto Interno en gran parte de la región no había impedido
el crecimiento, también constante, de la población bajo la línea de pobreza. La nueva
mirada estará preocupada no sólo por la vulnerabilidad sino por la autoestima, la voz,
la representación y la autorepresentación del pobre. En el discurso del Banco Mundial
los problemas institucionales que afectan a los pobres son vistos como causa de esa
pobreza.
El problema de la desigualdad y el Banco Mundial
A fines de la década de los 2000, surge como nueva preocupación al interior del discurso
bancomundialista: la desigualdad está nuevamente en la agenda, en el seno de las ideas y
experiencias y en el discurso político de muchos países en desarrollo (y
desarrollados)”. Nuevos trabajos muestran la importancia del género, del origen étnico y
racial como dimensión y causa de la pobreza, al tiempo que se comienza a diagnosticar
la desigualdad como problema, desarticulando la potencialidad de la crítica: el “problema
de la desigualdad” se extiende a tantos campos que se vuelve inaprensible, es decir,
irresoluble.
La historización de la desigualdad que se hace desde el Banco Mundial vuelve a una
visión del primitivo positivismo decimonónico que colocaba a la desigualdad en un
punto originario de la historia, en el cual estarían ya en sí o en potencia, todos los procesos
desiguales posteriores. Esta visión “evolutiva” de la historia, es lineal y acumulativa
de modo que conduce inexorablemente al presente. En consecuencia, se justifica el
orden actual por hechos ocurridos en un punto mítico de carácter fundacional. En este
sentido, identifica las desigualdades distorsivas con las producidas desde la colonización
española y portuguesa en América Latina, mientras que las positivas son identificadas
con la conquista de Norteamérica por parte de los anglosajones.
El Banco Mundial plantea romper con las desigualdades distorsivas y sacar provecho de
las “positivas”. Mientras que las desigualdades distorsivas perpetuarían a las élites
atrasadas y clientelistas, las desigualdades “positivas” incentivarían el trabajo y la
inversión. Esto es de la mayor importancia porque genera una categorización análoga a
la que hace siglos se hiciera entre las poblaciones de campesinos vagabundos
“liberados” por los procesos de cercamientos de los campos: así como entonces se planteó
la existencia de “pobres buenos y menesterosos” y pobres “malos y perezosos”, el
discurso de Banco Mundial termina por distinguir discursivamente entre “ricos buenos
y menesterosos” (los capitales globales) y “ricos malos y perezoso” (las élites locales).
Ante las desigualdades distorsivas denunciadas, el Banco Mundial se plantea como
objetivo actuar sobre su principal fuente: las instituciones excluyentes. Esta idea es central
e implica una consecuencia clara para la redefinición de la estrategia de lucha contra la
pobreza. Al asociar la pobreza a la desigualdad y ver las causas de ésta última en
la falta de participación e inclusión institucional, se descartan soluciones vinculadas al
diseño de políticas económicas y se enfocan las acciones en la “apertura” de las
instituciones. Vemos así que el diagnóstico de la desigualdad “trae” como necesidad
una reforma institucional.

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Lescano. Unidad 4.

Las Políticas Sociales durante el modelo agroexportador (1880-1930)


La importancia de resaltar este modelo político-económico estriba en que fue
perfilando un patrón de asistencia social ligado a intereses de la clase dominante que,
a pesar de ello, marcó el rumbo de las políticas sociales de los años posteriores. Un rasgo
típico de este Estado fue su carácter paternalista, de allí que hablemos de “asistencia” y
no de “derechos sociales”. La “cuestión social”, se asociaba a la “benevolencia” de
organizaciones privadas o “paraestatales” y a la actuación del Estado como “donador” de
beneficios sociales.
La gran ola inmigratoria de fines del siglo XIX había traído consigo las ideas
anarquistas y socialistas que se habían difundido por Europa a partir de los textos de
Bakunin, Marx, entre otros autores. La primera década del siglo XX estuvo signada por
una fuerte conflictividad social que respondía a las malas condiciones de trabajo, tanto en
el campo como en la ciudad, y a la escasa legislación existente en materia de seguridad
laboral. Empezaba, entonces, a modificarse el rol del Estado y, junto a ello, se
cuestionaban también las prácticas tradicionales de la “caridad” como únicas formas
de asistencia social con el objetivo de consolidar un Estado fuerte que asegurase el
orden y la disciplina, y “progreso”. La manifestación más importante de los aires
reformistas fue el “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la
República” de Bialet Massé, encargado por el ministro González. Este informe fue la
base para el primer proyecto de Código de Trabajo y para la creación, en 1907, del
Departamento Nacional del Trabajo.
En 1914, el Departamento Nacional del Trabajo elaboró un informe en el cual se
reconocía un aumento notable en el trabajo domiciliario que se desarrollaba en pésimas
condiciones, entre otras cosas, debido a largas jornadas sin descanso. Aquel documento
incitó a los legisladores a que tomaran cartas en el asunto. Se abría, así, un período en el
que la seguridad social avanzaba dando grandes saltos: al terminar la primera década del
siglo el trabajo domiciliario se encontraba regulado por ley, con salario mínimo,
registro patronal, precauciones de higiene, etc. Pero los avances se extendieron, también,
al sistema previsional: de la mano del diputado Palacios se aprobaron leyes de protección
de sueldos, jubilaciones y pensiones contra embargos, y de accidentes de trabajo,
adjudicando a los empleadores la responsabilidad de los mismos.
La cuestión y las políticas sociales entre el modelo de sustitución de importaciones y
el desarrollismo (1930-1976)
La Década Infame
Con la crisis bursátil del ’29 se impone en la sociedad argentina la necesidad de
industrializar al país sustituyendo las importaciones por productos manufacturados dentro
de las fronteras. En un contexto en el que los países con industrias más desarrolladas
comenzaban a aplicar medidas económicas proteccionistas como vía de escape a los
déficits en las balanzas de pagos y a la escasez de divisas en los bancos, la mejor opción
para Argentina, que basaba su riqueza en la exportación de granos y carnes, era apostar
por el desarrollo de productos con alto valor agregado y modernizar las industrias
evitando así la dependencia frente al capital extranjero. El modelo de sustitución de
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importaciones debe ser entendido como un gran proceso social que produjo, entre otras
cosas, un fenómeno migratorio que transformó la fisonomía del campo y de las grandes
ciudades. En lugar de poblarse los lugares históricamente olvidados, ingentes
cantidades de trabajadores migraron hacia el cordón industrial Buenos Aires-Rosario-
Córdoba donde la demanda de mano de obra ofrecía mejores oportunidades laborales que
en sus lugares de origen. Aunque el Estado tomaba una nueva postura con respecto
a las políticas públicas, el intervencionismo estatal no supuso mejoras, a nivel
estructural, en los sectores de trabajadores y la población desempleada, quienes resistían
a la represión y la prohibición de manifestaciones.
Con la crisis del consenso liberal tras la quiebra de Wall Street proliferaron en
Argentina las voces nacionalistas nucleadas tanto en círculos conservadores como
en los sectores más progresistas como la juventud de la FORJA. Comenzaban a cobrar
fuerza las ideas antiimperialistas e incluso desarrollistas entre las distintas vertientes del
nacionalismo que se anticipaban al discurso peronista de las décadas siguientes. Entre
las preocupaciones de los nacionalistas estaba la problemática de la salud pública y la
manera de abordarla desde las políticas sociales. Se destacó, en ese sentido, el
movimiento de los médicos higienistas que cuestionaban la existencia de un enorme
sistema desorganizado de asociaciones de beneficencia y promovían la centralización del
sistema de salud pública bajo la dirección del Ministerio del Interior. Sin embargo, la
recuperación económica no fue acompañada por una distribución proporcionada de las
riquezas, por lo que aumentó la presión que se ejercía desde las filas sindicales. La
legislación laboral en los años treinta fue limitada.
El primer peronismo
Las banderas que el peronismo levantó durante la década del ’40 no fueron una
novedad. Desde el gobierno de corte populista de Yrigoyen se venía gestando una
“hegemonía pluralista” que apelaba a la consolidación de una red de instituciones
mediadoras entre la sociedad civil y la sociedad política como modelo de democracia
legítima. Con Perón, la innovación consistió en darle expresión a un movimiento de
masas, ampliando el público de los proyectos nacionalistas y formando una cultura
política popular que se sostendría en el tiempo hasta nuestros días.
El espacio concedido a los sindicatos para la negociación de beneficios a los
trabajadores afiliados marcó la política de la época. Los “convenios colectivos” de trabajo
fueron un mecanismo típico de intervención de los trabajadores en la regulación
laboral. Se fue configurando así un tipo de vínculo entre el capital y el trabajo que
introdujo importantes concesiones a los sectores obreros asegurando la gobernabilidad
con una amplia aceptación social.

Junto a las aspiraciones universalistas se iniciaba un movimiento de centralización del


sistema previsional y de seguridad social: se crea, así, la Secretaría de Trabajo y Previsión
social que aglutinaba al Departamento Nacional del Trabajo, las cajas de jubilaciones
existentes hasta ese momento, la Junta Nacional para Combatir la Desocupación, la
comisión de Casas Baratas, etc., constituyendo un poderoso organismo estatal desde el
cual Perón lanzaría su carrera política.

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En el Primer Plan Quinquenal se incluía, además, un proyecto de creación del Instituto
Nacional de Previsión Social con el objetivo de proteger a los trabajadores de los
accidentes de trabajo, la vejez, la invalidez, la enfermedad, etc., así como regular los
montos del haber, las contribuciones y los aportes; es decir, se pretendía homogeneizar el
sistema de seguridad social. Pero importantes intereses sindicales se oponían a la reforma
del sistema por el temor a ver rebajados sus beneficios. Finalmente, el proyecto no
prosperó. Algo similar ocurrió en el ámbito de la salud. Con la creación de la Secretaría
de Salud Pública en 1946 apareció el concepto de “medicina social” que contemplaba
la idea de dignificar el trabajo en las fábricas y oficinas, mejorar los sueldos y ampliar
los beneficios de la seguridad social. No obstante, el sistema de salud tampoco pudo
completar su vocación universalista tal como se había planteado en el Primer Plan
Quinquenal. En las provincias, las sociedades de beneficencia mantenían un peso
importante en la administración de la salud. La Fundación Eva Perón y la antigua
Dirección Nacional de Asistencia Social, por otro lado, se resistían a entregar al
Ministerio de Salud una red de hospitales bajo sus dominios.

La importancia que el análisis del primer peronismo (1946-1955) tiene para nuestros
objetivos radica en que en esta etapa se institucionalizó en el seno del Estado el acceso a
los servicios de salud pública que respondía a la noción de derecho y de salud social
sostenida en la distribución de bienes y servicios.

De la Revolución Libertadora al Golpe del ‘62


Inmediatamente después del golpe del ’55 el gobierno militar comenzó a modificar la
estructura del sistema de asistencia social creando el Instituto Nacional de Acción Social,
el Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública y el Consejo Nacional de Asistencia
Social. El poder que los sindicatos habían obtenido durante la gestión peronista
parecía declinar y los trabajadores afiliados y simpatizantes del régimen anterior fueron
reprimidos al reclamar por sus derechos vulnerados.
El gobierno de facto, en el intento por no sucumbir ante las exigencias de los obreros
organizados, recurrió a estrategias de control más sutiles que resultaron ser beneficiosas
para algunos sectores de la población: se creó la Caja de Compensación para
Asignaciones Familiares, se aumentó la retribución básica de los trabajadores rurales
y los haberes de jubilados y se amplió la cobertura previsional para los trabajadores
de servicio doméstico. Aquello no logró, sin embargo, legitimar a la “Revolución
Libertadora”, que fue sucedida por el gobierno de Arturo Frondizi.

Los motivos que los gremialistas y trabajadores peronistas tenían para apoyar a Frondizi
no eran puramente pragmáticos, existía, como señala Daniel James, una afinidad
ideológica con algunas de las principales ideas de la política desarrollista. Y agrega que
el segundo plan quinquenal del peronismo, lanzado en 1953, prefiguraba en gran medida
el programa económico preconizado por Frondizi en 1957. Para fines de 1958, los
gremialistas ya habían obtenido ciertos beneficios. Uno de ellos fue la Ley de
Asociaciones Profesionales, hecha con los criterios del código laboral peronista. Aquella
ley establecía que el control de los sindicatos quedaba a cargo de la lista ganadora,
aboliendo la representación de la minoría en la dirigencia sindical, asegurando, así,

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la hegemonía peronista en los sindicatos. Además, cumpliendo con una de sus promesas
electorales, Frondizi aumentó el salario un 60%.
En conjunto con todo eso, el desarrollismo mantenía una similitud con la postura de los
nacionalistas del ’30. También aquí se apostaba por el desarrollo macroeconómico como
mecanismo indirecto para superar los problemas de la pobreza y la desocupación, para lo
cual era necesario elevar a la nación como la principal categoría en los intereses de la
población, sometiendo, así, a los objetivos y aspiraciones de la clase trabajadora a los
logros del “bien común”. Otras acciones del gobierno en el ámbito de la intervención
social fueron la reforma del Consejo Nacional del Menor, que amplió sus servicios hacia
todos los menores sin importar su condición, y la creación de la Dirección Nacional de la
Mujer, bajo la órbita del Ministerio de Trabajo, que se establecía como medio de
asistencia a las mujeres migrantes del interior que buscaban trabajo en las grandes
ciudades.

Sin embargo, la crisis económica, la negociación con el FMI, y la victoria del peronismo
en elecciones, condujeron al golpe de Estado contra Frondizi, y el regreso de un gobierno
de facto.

Del Golpe del ’62 al Golpe del ’76


Las intervenciones en materia social, aunque flaqueaban, continuaron con una estrategia
similar al régimen anterior.
En el ámbito laboral, se sancionó una ley que creaba el Consejo Nacional del Salario Vital
Mínimo y Móvil, con el objetivo de evitar la explotación de los trabajadores y mejorar
los salarios. También se fijaron precios máximos para algunos artículos básicos. Con
respeto al sector salud, Illia intentó retomar las tendencias de centralización y control
estatal del aparato sanitario y comenzó a equipar los hospitales del país, a través
de la denominada “Ley Oñativia”, o la “ley de medicamentos”, que le otorgaba al
Ejecutivo el poder de intervenir en los precios de los medicamentos porque su
venta respondía a las necesidades de la población y por ello la comercialización
de los mismos debía ser regulada para el beneficio de los ciudadanos.
Durante el gobierno de Illia, el beneficiario de la asistencia social dejó de ser el “pobre
merecedor”, como lo era para las sociedades de beneficencia, para pasar a ser la
“comunidad”. Así, los pobres, los desempleados y los indígenas “eran vistos como
portadores de valores y actitudes que los convertían en obstáculos para el desarrollo”.
Había, entonces, que organizarlos, educarlos e inculcarles actitudes que favorecieran
el mejoramiento económico y social tanto individual como colectivo. Se propuso la
creación de una Subsecretaría de Asistencia Social, un Servicio Nacional de Protección a
la Maternidad e Infancia y centros de protección a la infancia en las “villas miseria”.
Con el golpe de 1966, todos los partidos políticos pasaron a la proscripción. Además, en
el intento por reforzar el poder del Ejecutivo, el gobierno suspendió la personería jurídica
de los sindicatos de trabajadores textiles, azucareros, químicos, metalúrgicos y de
teléfonos. Con Onganía, la asistencia social también incluía la idea del desarrollo
“comunitario”. Sin embargo, a diferencia del modelo de Illia, este desarrollo se daba
cuando era la comunidad y no el Estado la que se hacía cargo de la financiación y
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ejecución de las obras y los servicios. Así, el desarrollismo que asumió la denominada
“Revolución Argentina” le daba un rol destacado a la participación ciudadana y a la
“comunidad” en la erradicación de sus propios males. Lo que esperaba el gobierno,
era que el pueblo, la sociedad, tomara parte de la responsabilidad por las condiciones
en las que se vivía.
Más allá de los intentos por delegar responsabilidades, el intervencionismo estatal no
cesó. Para 1970 aparecían el PAMI y el FONAVI como respuesta a la necesidad de
reforma del sistema previsional con la ampliación de los derechos a un servicio médico-
asistencial, y, por otro lado, a la demanda de viviendas dignas para sectores vulnerables.
La valorización financiera y la “nueva cuestión social” (1976-2001)
Desde la segunda mitad de la década del ’70, se asistió a un cambio de paradigma en lo
económico, político y social. Este cambio fue implementado mediante un mecanismo
legal denominado “Reforma del Estado”, a través del cual se anunciaba la privatización
de empresas estatales, la desregulación de empresas privadas y la vía libre para cesantear
a trabajadores, entre otras cuestiones.
Comenzó una etapa de concentración del capital y de extranjerización de la economía;
las pequeñas y medianas empresas quedaron marginadas del mercado, y, a nivel social,
todas estas transformaciones se tradujeron en altos niveles de desocupación,
subocupación, pobreza y sobreocupación, alcanzando el punto culminante durante la
segunda mitad de los ’90. El gobierno de facto, adelantándose a los conflictos
laborales que podían desencadenarse en un contexto de devaluación y ajuste fiscal,
decidió intervenir la CGT y dar un giro en el sistema de relaciones laborales vigente, que
se basaba en un régimen triangular de negociaciones conformado por sindicatos,
empresas y el Estado. A partir del ’76, entonces, se prohibieron las negociaciones
colectivas, las huelgas y se reprimieron y encarcelaron a militantes y dirigentes sociales.
En consecuencia, la capacidad de protesta de los obreros se vio fuertemente debilitada.
Una vez caído el gobierno militar comenzado en 1976, y pese a las condiciones
desastrosas en que había encontrado al país, el gobierno de Alfonsín intentó realizar
una modernización del sistema sindical y reformar el régimen de previsión social. Se
elevó al Congreso un “Proyecto de Reordenamiento Sindical” que pretendía
democratizar las entidades gremiales, reconociendo tanto las mayorías como las
minorías político-ideológicas en las representaciones de los trabajadores. Pero la
mayoría sindical peronista se opuso al proyecto al ver su hegemonía en aprietos.
Una vez salido Alfonsín de la presidencia, y con el escenario inaugurado por el
presidente justicialista, Menem, se operó un mecanismo discursivo en torno a la cuestión
social cuyo impacto en las prácticas sociales no fue menor. Arraigada en la más fiel
tradición (neo)liberal, se procuró implantar en el sentido común la idea de la “natural”
desigualdad de todos los seres humanos. Se justificaban, así, las consecuencias de las
políticas neoliberales colocando sobre los individuos la responsabilidad total de sus éxitos
o fracasos.
En este contexto, surgieron entre los pobres urbanos nuevas modalidades de protestas y
prácticas sociales en forma de usurpaciones de propiedades, manifestaciones callejeras y
diversos tipos de delincuencia que el Estado intentó controlar, llevando adelante un

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programa de adoctrinamiento de la pobreza, con la instrumentación de lo que Auyero
denomina “patadas clandestinas y codazos invisibles”. A través de este programa, se
transformaba a los sectores marginados en “pacientes del Estado”, controlando su
conflictividad por medio de la burocracia y la asistencia social.
Con Menem en el gobierno las rupturas fueron pocas, en tanto que las continuidades con
el régimen instaurado en el año ’76, en torno a las políticas económico-sociales, fueron
la norma de la década. Los partidarios del modelo menemista impulsaron la desaparición
de políticas sociales universales, el estímulo a la competencia, la transformación de
los ciudadanos en empresarios de sí mismos y la construcción de un complejo
dispositivo denominado “pobreza”, que tiene entre sus rasgos fundamentales la
criminalización de quienes no han sabido administrar su “capital humano” de modo
exitoso. Siguiendo este esquema, han sido constantes los esfuerzos por descentralizar
hacia ámbitos provinciales y privados las áreas de la salud, la educación y la previsión
social que antes se encontraban bajo el dominio del Estado nacional. A pesar de todo, la
última década del siglo XX no estuvo exenta de políticas sociales que encontrarían cierta
continuidad con las previas al menemismo luego de la crisis del 2001. Se destacaron,
entre ellas, el “Plan Trabajar”, que ofrecía una asignación monetaria a cambio de
una contraprestación laboral.
Bauman. Unidad 5.

Pasaje de lo “sólido” a lo “líquido”

• Según Bauman, observamos en la actualidad un pasaje de una modernidad sólida


a una postmodernidad líquida, o fluida. La primera se regía por su racionalidad
definida, por su burocratización, donde los individuos eran instrumentalizados
para satisfacer los fines sociales, las necesidades del colectivo, es decir, todos
tenían una función definida, como en la fábrica de Chaplin en Tiempos Modernos,
en la vida real, en el sistema de producción fordista. En cambio, con el cambio de
época a lo líquido, todo se vuelve, líquido, fluido, ya no hay una determinación
externa que le defina al individuo su trayectoria de vida.
• Hubo, en las sociedades contemporáneas un derretimiento de los sólidos, o sea,
disolviendo todo aquello que persiste en el tiempo. Para ello a su vez se requirió
la profanación de lo sagrado, la desautorización y la negación del pasado y por
sobre todo de la tradición.
• Los primeros sólidos que debían disolverse eran las lealtades tradicionales, los
derechos y obligaciones acostumbradas que ataban la iniciativa.
• Esa disolución destrababa la compleja red de relaciones sociales dejándola
desnuda, desprotegida, desarmada y expuesta incapaz de resistirse a las reglas del
juego. Lo que dejo campo libre a la invasión y al dominio de la racionalidad
instrumental del rol determinante de la economía: sus bases.
• La disolución de los sólidos condujo a una progresiva emancipación de la
economía de sus tradicionales ataduras políticas, éticas, y culturales. el nuevo
orden definido en términos económicos.
• El rasgo de la modernidad fluida es el hecho de que la estructura social se haya
vuelto remota y la vida se haya vuelto fluida y desestructurada. Esto ha cambiado
la condición humana de modo radical y exige repensar viejos conceptos que hoy
en día están vivos y muertos al mismo tiempo.

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• La modernidad líquida sustituye a un orden social que tenía un orden “sólido”, a
uno “fluido”, donde la vida, que era previsible, ahora es incierta.
• Estos cambios y los cambios sociales, están influidos por el desarrollo tecnológico
y las comunicaciones.
• Casi todos los poderes políticos o morales que podían trastocar o reformar el
nuevo orden fueron destruidos o incapacitados porque ese nuevo orden llego a
dominar la totalidad de la vida humana, volviendo irrelevante e inefectivo todo
aspecto de la vida que no contribuyera a su incesante reproducción.
• No está en la agenda la tarea de construir un nuevo orden mejor que el viejo y
defectuoso.
• El rasgo permanente de la modernidad ha adquirido un nuevo significado, un
nuevo objetivo, que es el derretimiento de los sólidos en la modernidad fluida, los
vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y acciones colectivos.
• Hoy se produce una redistribución y reasignación. Las configuraciones,
estructuras de dependencia y dominación fueron fundidas para ser remodeladas:
esa fue la fase de “romper el molde”.
• Los individuos ahora se enfrentan a nuevas pautas que aunque “nuevas y mejores”
son tan rígidas e inflexibles como antes. Todos los moldes que se rompieron
fueron reemplazados por otros.

Modernidad, modernidad fluida, tiempo y espacio

• La modernidad empieza cuando el espacio y el tiempo se separan de la práctica


vital y entre sí. El tiempo en la modernidad tiene historia, gracias a su “capacidad
de contención” que se amplía permanentemente: prolongación de los tramos de
espacio que las unidades de tiempo.
• Ha cambiado la relación entre tiempo y espacio en la modernidad fluida. El tiempo
moderno se ha convertido por su flexibilidad y capacidad de expansión en el arma
para la conquista del espacio. El espacio de aspecto sólido, pesado e inerte es
capaz de entablar sólo una guerra defensiva. mientras que el tiempo es el bando
activo y dinámico del combate.
• Los procesos sociales se aceleran a una velocidad ilimitada, a la “velocidad de la
luz”, ya que al ser todo líquido, todo se mueve, pasa, y no hay tiempo para
detenerse. Las cosas son blandas sin forma, nada es permanente.
• Durante la modernidad la velocidad de movimiento y el acceso a medios de
movilidad más rápidos ascendieron hasta llegar a ser el PRINCIPAL instrumento
de poder y dominación.
• En el panóptico de Foucault, la inmovilidad de los internos era muy segura, la más
difícil de romper entre todas las ataduras que condicionaban su subordinación. El
dominio del tiempo era el secreto del poder de los jefes. La pirámide de poder
estaba construida sobre la base de la velocidad, el acceso a los medios de
transporte y la subsiguiente libertad de movimientos. Era un modelo de
confrontación entre los dos lados de la relación de poder.

Estructura Social, Individuo y actores sociales colectivos. Individualización de la


vida y de las responsabilidades. Consumo. Poder y cambios en la economía, política
y sociedad.

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• La experiencia, los acontecimientos que le suceden al sujeto, se separa de la
vivencia, las emociones movilizadas en mi como consecuencia de esos
aconteceres, y el sujeto debe aprender a procesar y lidiar con esa separación por
si mismo.
• Salimos de la época de los “grupos de referencia” para desplazarnos hacia una era
de “comparación universal” en la que el destino de la labor de construcción
individual sucede frecuentemente e irremediablemente indefinida, no dada de
antemano, y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios antes de alcanzar
su único final verdadero: el final de la vida del individuo.
• La nuestra es una versión privatizada de la modernidad, en la cual el peso de la
construcción de pautas y responsabilidad del fracaso caen sobre los hombros del
individuo. Las pautas de dependencia e interacción son maleables ya que como
todos los fluidos no conservan durante mucho tiempo su forma. Cada una de las
pautas y configuraciones fueron despojadas de su poder coercitivo o estimulante.
• Obreros y empresarios pierden poder por igual. Los obreros, en tanto los
sindicatos pierden referencia ante los cambios sociales permanentes. En el caso
de los empresarios, se transnacionalizan, y los que no lo hacen, en tanto consiguen
alguna mejora, pierden poder de control ante los mismos procesos que afectan a
los sindicatos.
• La etapa actual de la modernidad es pospanóptica. El fin del panóptico augura el
fin de la era de compromiso mutuo, la ausencia del amo.
• Ahora, los individuos tienen que competir consigo mismo, adaptarse a los
cambios constantes, a la nueva realidad, como también competir con otros a precio
de mercado.
• El individuo, pese a tener que adaptarse individualmente a los cambios de su
realidad, también debe adaptarse socialmente siguiendo parámetros generales,
como los gustos de consumo.
• Debemos decidir por nosotros mismos algo que venía decidiendo la sociedad. Se
han roto los parámetros tradicionales, y esto tiene efectos en la forma de asumir
compromisos de los sujetos, creando nuevos parámetros, como diferentes estados
de pareja, más allá del casamiento, la adopción de religiones extraterritoriales, y,
en algunos casos, fundamentalistas, como también de ideologías diferentes a las
tradicionales, como la extrema derecha o izquierda.
• La autenticidad, la individualidad, la singularidad en una sociedad moderna
líquida es ser como todos los del grupo, ¡una auténtica y gran contradicción! Es
decir, los individuos han de ser asombrosamente parecidos, deben seguir una
misma estrategia vital y usar señas compartidas, reconocibles e inteligibles por el
resto del grupo (las marcas de consumo, el comportamiento, las modas).
• Pasamos de una sociedad de producción a una sociedad de consumo, donde el
individuo adopta la lógica de consumo como modo de vida, y al mismo tiempo,
se convierte en objeto de consumo. La identidad personal está fuertemente
asociada al consumo. En una sociedad así la lealtad y el compromiso son motivo
de vergüenza más que de orgullo porque son valores duraderos.
• El individuo se vuelve objeto de consumo, por ende, descartable, ya que la vida
líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y personas la categoría de objetos
de consumo, objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados,
en tanto que los objetos de consumo tienen una esperanza limitada y, cuando
sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo, se convierten en
objetos inútiles.

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• Además de objeto, el individuo se convierte en creyente de la lógica del consumo.
Debe tener la impresión de que todo lo que sucede en el mundo es objeto de
consumo. Nada debe ser adquirido para siempre y se debe reducir el tiempo de
satisfacción de lo que acabamos de adquirir al mínimo posible.
• De esta forma, vivimos de consumir constantemente y de convertir a los deseos
en obsoletos rápidamente, por lo que nuestra vida se basa en la obsolencia
permanente de los deseos, donde lo importante es lo que antecede al deseo, a la
promesa, y la esperanza de satisfacción.
• Nuestra sociedad también es una sociedad financiera, donde se puede comprar y
satisfacer los deseos sin comprar dinero, sino solo con la promesa del dinero
(créditos). Esto lleva a una doble trampa: la económica, la deuda; y la emocional,
que es la insatisfacción ante la obsolencia rápida de los deseos.
• El individuo está indefenso, ya que nadie lo protege y se debe proteger a sí mismo.
• En la modernidad liquida, en el ámbito laboral, debido a la dificultad de
actualizarse a los requerimientos cada vez más complejos y rápidos del mercado,
se ha construido un ejercito de reserva, basura humana, seres desempleados
prescindibles, que cuanto más tiempo están desempleados, tienen menores
posibilidades de reincorporarse al ámbito laboral, por lo que se produce un
proceso de mayor flexibilización a la hora de contratar y despedir, en tanto que el
individuo trabajador puede reciclarse en lo que el empleador o el mercado necesite
con tal de contar con empleo.
• Vivimos en una época donde individualizarse implica al mismo tiempo
emanciparse y a su vez ser vigilado, coercionado y dependiente de lo común. Esta
es también la época en que el mundo se vuelve más y más hedonista, haciendo a
los individuos indiferentes ante el sufrimiento de los demás.
• La individualización consiste en transformar la identidad humana de algo dado en
una “tarea” y en hacer responsables a los actores de la realización de esa tarea y
de las consecuencias.
• En la modernidad liquida se reconstruye la esfera pública, como ámbito de
contacto con otros individuos. De esta desaparece la mediación, particularmente
la de los medios de comunicación tradicionales. Ahora hay múltiples medios de
mediación, que se desarrollaron gracias al desarrollo tecnológico y
comunicacional. Quiénes ofrecen estos nuevos espacios de mediación en la esfera
pública, son los que tienen el poder.
• Al mismo tiempo que se multiplican los medios de mediación, se acentúa la
vigilancia liquida, manipulable, cambiante, ya que ahora todo es rastreable a
través de las formas en las que se da la mediación en la esfera pública, como los
celulares o Internet.
• El poder ya no se encuentra en la política ha emigrado a otras partes, como el
mercado, los tecnócratas, es un poder anónimo.
• La aceleración de la velocidad ya ha alcanzado su límite natural, el tiempo
requerido se ha reducido a la instantaneidad. El poder se ha vuelto extraterritorial,
ya no está atado, ni siquiera detenido por la resistencia del espacio, lo cual permite
prescindir de los aspectos irritables de la técnica panóptica del poder.
• La economía y los derechos económicos ya no están al alcance del estado-nación,
son transnacionales y globales, por fuera del control estatal.
• En cuanto a los derechos sociales, hay un corrimiento del discurso político de
“Sociedad Justa“ a “Derechos humanos”.

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Sennett. Unidad 5.

Nueva concepción del trabajo

• En el nuevo capitalismo, la concepción del trabajo ha cambiado radicalmente. Los


trabajadores se enfrentan ahora a un mercado laboral flexible, a empresas
estructuralmente dinámicas con periódicos e imprevisibles reajustes de plantilla,
a exigencias de movilidad absoluta.
• En la actualidad vivimos en un ámbito laboral nuevo, de transitoriedad,
innovación y proyectos a corto plazo.
• Las empresas han pasado de una estructura jerárquica a una en red, lo que provoca
que los lazos sociales tarden más en desarrollarse y se debilite el trabajo en equipo,
con consecuencias también a nivel personal
• Pero en la sociedad occidental, en la que “somos lo que hacemos” y el trabajo
siempre ha sido considerado un factor fundamental para la formación del carácter
y la constitución de nuestra identidad, este nuevo escenario laboral, a pesar de
propiciar una economía más dinámica, puede afectarnos profundamente, al atacar
las nociones de permanencia, confianza en los otros, integridad y compromiso,
que hacían que hasta el trabajo más rutinario fuera un elemento organizador
fundamental en la vida de los individuos y, por consiguiente, en su inserción en la
comunidad.
• El concepto antagónico es el del trabajo estable, típico de las primeras fases del
capitalismo. Pero éste también es opresivo, monótono, rutinario y limitante del
desarrollo humano del trabajador. Mientras el primero atrofia a las personas,
porque siempre hacen lo mismo; el segundo aumenta la capacidad de cada
persona, pero siguen sometidas a un proceso de explotación y alienación.
• La rutina tiene efectos negativos: atasca la mente. El trabajo en el nuevo
capitalismo se basa en la repetición de una actividad con coordinación y ritmo.
• Esta rutina se identificará con el fordismo. Apareció en la Ford Motor Company,
en la que la construcción de un coche era tan complicada que los trabajadores
tenían que especializarse y llevar a cabo tareas en miniatura. Todo se medía a
través del tiempo. Taylor sostiene que la rutina reduce la productividad, mientras
que Diderot sostiene que la rutina degrada a la persona, pero una vida sin rutina
es igual a una existencia sin sentido.

Enrico y Rico, y el cambio del ámbito laboral

• Seguimiento de la trayectoria de un padre y de su hijo, asalariado el padre toda su


vida y asesor forzosamente independiente el hijo. Dos generaciones de
trabajadores de la misma empresa.
• Sennett analiza el contraste entre dos ámbitos de trabajo radicalmente distintos.
El antiguo, en vías de desaparición, un mundo de organizaciones jerárquicas
rígidas, donde se esperaba de los trabajadores una identidad firme, una
personalidad formada y el nuevo mundo de empresas en permanente crecimiento
y cambio, un mundo de riesgo, de extrema flexibilidad y objetivos a corto plazo,
donde se exigen individuos capaces de reinventarse a sí mismos sobre la marcha.

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• La incertidumbre es una constante. Es decir, hoy estamos aquí y mañana no se
sabe dónde. Dentro del mundo, tienes la opción de escoger si quieres esa
incertidumbre. Dicho así, la oferta no resulta demasiado atractiva
• La flexibilidad se asocia con la incertidumbre. La flexibilidad no fomenta el
espíritu de superación del trabajador. Un trabajador con seguridad en la
estabilidad de su puesto de trabajo rinde más.
• Las claves del trabajo flexible son dos: 1) Hay que estar dispuesto a correr riesgos,
y 2) El impedimento para la planificación a largo plazo es una realidad.
• Sennett muestra como un hijo y su padre, procediendo de la misma clase social,
tiene distintas formas de pensar como consecuencia del tipo de trabajo que ha
llevado cada uno.
• El padre, desde una profesión inferior a la que tendría su hijo de adulto, está
siempre pensando en el futuro, tiene su vida planificada y definida; el hijo, cuyas
decisiones están basadas a corto plazo, ya que está continuamente cambiando de
trabajo, planteando así su vida para mañana y no más allá, ya que no se puede
asegurar donde se estará al cabo de cierto tiempo. Esto lleva a la corrosión de su
carácter, en tanto que se ven afectados algunos valores éticos, tales como el
compromiso, lealtad, solidaridad y objetivos, que en el nuevo capitalismo, solo
importan los objetivos para acumular capital y el esfuerzo de los trabajadores, se
pasan por alto, ya que son difíciles de explicar, cuando no dispones de ellos.
• Cada vez se hacen necesarios más trabajos especializados mediante la creación de
empresas más grandes, pero sin división, ya que la rutina es autodestructiva,
pudiendo deprimir al trabajador, lo que puede traer graves consecuencias a la
empresa dado que, sus beneficios disminuirán.
• En el trabajo flexible, se espera que el trabajador pueda cada día hacer una cosa
diferente, dependiendo del tiempo y las condiciones que se dieran.
• Se plasma un modelo de control basado en diferentes lógicas, de tamaño, jerarquía
y del tiempo. En la lógica del tamaño, todo el mundo trabajaba en el mismo lugar
para ahorrar. En la lógica de la jerarquía se colapsa la capacidad de decisión de
los trabajadores, ya que no se está preparado para asumir cambios y en la lógica
del tiempo los trabajadores cobran según lo que trabajan.

La flexibilización del trabajo

• Los aspectos que componen la flexibilidad son:

1. Reinvención de las instituciones, se busca romper con el pasado, cambiando


la idea que se tiene de las cosas de una forma irreversible; se pretende producir
más con menos trabajadores, al que se le asigna numerosas tareas.
2. Especialización flexible, produce más variedad de productos en menos
tiempo debido a las grandes tecnologías, lo que provoca grupos de trabajo
cada vez más pequeños y con menos capacidad de decisión. Hay dos modelos
de especialización flexible:

• Renano: el Estado interviene para ayudar a los más débiles. Capitalismo de


Estado. Los salarios son más equilibrados, pero hay mucho desempleo.
• Angloamericano: Habrá mayor flexibilidad cuanto menor sea la intervención
del Estado que es el culpable de todo. Hay diferencias de hasta un 7% entre
inferiores y superiores en los salarios, pero se genera más empleo.

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3. Concentración sin centralización. Se pretende trasmitir que el poder
jerárquico en una determinada estructura ya no es como una pirámide. Es
decir, la dirección fija objetivos para que los trabajadores los consigan
libremente. Pero es engañoso, ya que presionan a sus trabajadores.

• Otro de los temas es la flexibilidad de los horarios, sin turnos fijos, que surge por
la llegada de la mujer al trabajo.
• Las tres cosas que debe tener un capitalista son seguridad para moverse en el
desorden, aceptar la fragmentación y tener capacidad para desprenderse del
pasado.
• En el nuevo capitalismo no pueden tener un conocimiento práctico porque
dependen de sistemas informatizados. Es decir que, el trabajo deviene y resulta
ilegible, ya que, con dar a un simple botón, hace lo que se les pide, pero en realidad
no sabe ni como se hace.

Competencia en el marcado laboral flexible

• El capitalismo moderno obliga a los trabajadores a asumir riesgos


consiguiendo resultados, aun sabiendo que las recompensas serán mínimas.
Así se establece una lucha por los puestos de trabajo, en la que solo los mejores
ganarán.
• El trabajador debe aprender a perder, ya que lo importante es participar,
arriesgarse y superar miedos.
• El trabajo en equipo obliga a cada trabajador a manipular su aspecto y
comportamiento con los demás, por lo que la información especializada
dificulta la comunicación.
• En el trabajo flexible, el líder ordena, sin justificar sus órdenes. Se así presente
el poder, no la autoridad, y los jefes no pueden permitir que se les juzgue por
algo que hagan mal. Esto ocasiona la repulsión de los trabajadores hacia sus
jefes.
• El poder sin autoridad, crea un nuevo carácter, que el autor denomina el
hombre irónico, un hombre que se vuelve autodestructivo, en el que empieza
a pensar mal sobre su aportación en la empresa, nadie le reconoce su valor.

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