Las Penas Del Joven Werther Johann Wolfgang Von Goethe
Las Penas Del Joven Werther Johann Wolfgang Von Goethe
Las Penas Del Joven Werther Johann Wolfgang Von Goethe
JOVEN WERTHER
Johann Wolfgang von Goethe
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SINOPSIS DE LAS PENAS DEL JOVEN WERTHER
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Te ruego digas a mi madre que no olvido sus encargos y que en
breve te hablaré de ellos. He visto a mi tía, esa mujer que goza
de tan mala reputación en casa, y está muy lejos de merecerme
mal concepto: es vivaracha y apasionada, tal vez, pero de
estupendo corazón. Le expliqué todo lo relacionado con la
retención de la parte de herencia de mi madre y ella me externó
las razones que tenía para actuar así, me dijo las condiciones
por las que estaba dispuesta a entregarme no sólo lo que se le
pide, sino más. En fin, por hoy no me extenderé en este tema;
dile a mi madre que todo estará bien. Estoy convencido de que
la negligencia y las discusiones producen en este mundo más
daños y trastornos que la malicia y la maldad. Por lo menos,
éstas no abundan tanto.
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plantar un jardín en uno de estos oteros que con gran variedad
forman los valles más deliciosos. El jardín es muy sencillo y en
cuanto se entra en él, se nota que no se trazó por
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10 de mayo
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¡Oh, amigo! Cuando ante mis ojos aparece lo infinito sintiendo
el mundo reposar a mi alrededor, y tengo en mi corazón el cielo,
como la imagen de una mujer querida, dando un gran suspiro,
exclamo: “¡Ah, si pudieras expresar, estampar con un soplo
sobre el papel lo que vive en ti con vida tan poderosa y tan
ardiente; si tu obra pudiera reflejar tu alma, como ésta es el
espejo de un Dios infinito…”Pero, ¡ay, querido amigo! Me pierdo,
me extravío y sucumbo bajo la imponente majestuosidad de
esta visión.
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12 de mayo
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después de una larga jornada por un camino árido y vacío, bajo
los ardientes rayos de un sol que quema.
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13 de mayo
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15 de mayo
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escalera y veía hacia todos lados para ver si encontraba a
alguna compañera que le ayudara a subirlo a su cabeza. Bajé
las escaleras y le dije a los ojos.
-¡Oh, señor…!
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17 de mayo
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con el mayor cuidado. ¡Ah, esto me oprime el corazón en alto
grado! ¡Y sin embargo… no tener comprensión es nuestro
destino!
¿No podía desentrañar con ella esa grande sensibilidad con que
mi corazón abraza la naturaleza entera? ¿No era nuestro trato
un cambio continuo de las sensaciones más delicadas, de los
rasgos más expresivos, del espíritu más refinado, cuyas
modificaciones todas, hasta en la impertinencia, llevaban
marcado el sello del genio? Y ahora… ¡Ah!
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Hace algunos días encontré al joven V***. Sus facciones son
francas y simpáticas. Precisamente recién salió de la
universidad y si no se cree un sabio, está convencido, al menos,
de que destaca su conocimiento del de los demás. Le he
probado en diferentes materias y contesta bien; en una
palabra, no carece de instrucción. Cuando supo que dibujaba
mucho y que conocía el griego (fenómeno en este lugar), no me
dejó un momento; me dio a conocer toda su erudición, desde
Batteux hasta Wood, desde Piles hasta Winkelman. Me aseguró
que había leído toda la primera parte de la teoría de Sulzer y
que tenía un manuscrito de Heyne sobre el estudio del arte
antiguo. Lo felicité por ello y seguí adelante.
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22 de mayo
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el castigo; esto es lo que nadie quiere creer, ni convenir en ello;
y según yo es, sin embargo, una cosa evidente.
Por mi parte, repito: buen provecho tengan, tanto ellos como los
que quieran o puedan creer como ellos. Pero el que en su
humildad reconoce lo inútil de todas esas vanidades; el que ve
al hombre acomodado arreglar su jardín como un paraíso, y al
mismo tiempo ve pasar a un desgraciado jornalero encorvado
bajo el peso de una carga abrumadora, sin desanimarse, y que
ambos en fin muestran el mismo interés en contemplar siquiera
un minuto más la luz del sol; ése está tranquilo, crea su universo
en sí mismo y se considera feliz sólo por ser hombre. Por
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limitado que sea su poder, abriga siempre en su corazón el
sentimiento y sabe que puede dejar esta cárcel cuando así lo
disponga.
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26 de mayo
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sobre un arado frente a ellos, tomé mis lápices y empecé a
dibujar este cuadro fraternal con indescriptible placer; agregué
un seto, la puerta de una granja, una rueda rota de carro y
algunos otros aperos de labranza mezclados entre sí con poca
claridad.
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con el corazón virgen y sensible se apasiona por una joven
amable y bonita; pasa todo el tiempo junto a ella; prodiga su
fortuna; hace uso de todas sus capacidades para probarle en
todo momento que es suyo del todo sin la menor reserva, y he
aquí que se cruza un inoportuno revestido con el carácter de un
ministerio público con su traje oficial y le dice “caballerito, amar
es de hombres; ama, pues, pero ama como un hombre; arregla
tus horas del día; consagra unas al estudio, al trabajo, y otras a
tu ídolo; haz un cálculo preciso de tus rentas, de cuánto será lo
superfluo que te quede después de haber cubierto todo lo
necesario.
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con un gran cuidado de construir diques y presas, de hacer
sangrías al torrente, para que el peligro constante desaparezca.
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27 de mayo
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Vi en efecto todas esas cosas en la cesta, cuya tapa se había
caído.
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Tuve pena en separarme de esta mujer, le di unos céntimos a
cada uno de sus hijos y algunos más a ella para que comprara
un bollo al más pequeño cuando fuera a la ciudad, y nos
separamos.
Desde ese día voy a menudo a casa de esta buena mujer; los
niños se han acostumbrado a verme y nunca tomo el café sin
que deje de darles su terrón de azúcar, y al anochecer parto con
ellos mis tostadas y mi leche cuajada. El domingo les doy unas
monedas y si no estoy a la hora del oficio divino, la tabernera
tiene la orden de dárselas.
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Me ha costado trabajo tranquilizar a la madre, que temía
mucho “incomodaran al señor”, según sus palabras.
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30 de mayo
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Salió un joven aldeano de una casa contigua y se puso a
componer el arado que yo había dibujado por aquellos días; me
acerqué a él y le hice algunas preguntas sobre su situación; nos
conocimos y como me pasa a veces con los de su clase, pronto
llegamos a las confidencias. Me contó que servía en casa de
una viuda que se portaba muy bien con él. Me habló tanto de
ella, tantos elogios tuvo para ella, que pronto descubrí que
sentía una gran pasión.
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Me llamó la atención sobre todo y me conmovió al extremo su
temor de que interpretara mal las relaciones con su ama y que
sospechara de su buena conducta. Sentí un delicioso encanto al
oírle hablar de ella, de su gracia, que a pesar de haber perdido
ya los hechizos de la juventud, le atraía y le apasionaba de tal
modo. Este placer, no obstante, no lo siento sino en lo hondo del
corazón. Nunca había visto deseos más ardientes, más
apasionados y vehementes, acompañados al mismo tiempo de
tanta pureza; y podría incluso decir que ni siquiera había
imaginado, ni en sueño, que pudiera existir tal pureza. No vayas
a regañarme si te confieso que al acordarme de esta simple
inocencia, se exalta mi alma; que me persigue por todas partes
la imagen de esta ternura tan real, tan delicada y vehemente, y
que como si estuviera poseído de los mismos fuegos, me
abraso, languidezco y me siento morir devorado.
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16 de junio
¡Un ángel ¡Ay! Todos dicen otro tanto del dueño de su alma. ¿No
es verdad? ¡Y sin embargo, como decirte lo perfecta que es,
porque lo es. Basta; ella abarca todos mis sentidos, los domina.
¡Tanta ingenuidad unida a tanto ingenio!, ¡tanta bondad con
tanta fuerza de carácter! ¡Y la tranquilidad del alma en medio
de la vida más agitada!
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asomo a la ventana todo el tiempo para ver si el sol sigue muy
alto.
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-Va usted a conocer a una mujer muy hermosa -dijo mi pareja
al llegar a la soberbia calle o más bien paseo bordado de
árboles generosos que conduce a la quinta. Cuidado con
enamorarse.
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llevaba a la entrada de la linda casa y cuando pasé por el
vestíbulo, presencié el espectáculo más encantador que hubiera
visto. Seis niños, entre dos y 11 años, estaban agrupados en
torno a una joven de estatura media, pero bien formada, cuyo
traje era un simple vestido blanco adornado con lazos de color
de rosa en marchas y pechera. Tenía un pan casero en la mano
y a cada niño le daba un pedazo según su edad y apetito. Los
niños levantaban sus manitas y luego de recibir la merienda, los
más vivos se fueron con ella muy alegres y los más calmados se
dirigieron con prudencia a la puerta para ver a los forasteros y
el coche donde debía subir su querida Carlota.
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hacia el más pequeño, que era una criatura preciosa. El
chiquillo huyó, pero en ese momento Carlota entró y dijo:
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-Sofía no es lo mismo que tú, a ti todos te queremos más.
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Yo quise saber de qué libros se trataba y quedé admirado al
conocer que eran las obras de X. Encontraba tan buen juicio en
sus apreciaciones, tanto sentido en todo lo que decía; descubría
encantos nuevos en todas sus palabras y veía brillar rayos de
inteligencia en su cara, que la iluminaban, que poco a poco se
llegaba a distinguir en su semblante la alegría que sentía de que
la comprendiera.
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conmovedoras, no me pude contener y me empecé a disertar
entusiasta, como transportado y fuera de mí.
¡Con avidez miraba sus bellos ojos negros! ¡Con qué ardor
contemplaba sus labios rosados, sus frescas mejillas tan
animadas, sintiéndome como encantado mientras hablaba!
Sumido como en un éxtasis de admiración por lo sublime y
exquisito que ella decía, me sucedía con frecuencia no oír las
palabras que pronunciaba, ni concentrarme en los términos que
utilizaba. ¡Ah! Tú que me conoces entenderás lo que me pasaba.
En una palabra, bajé del carruaje como sonámbulo y seguí
caminando como un hombre perdido, inmerso en un mar de
ensueños, y cuando llegamos a la puerta de la casa donde era
la reunión, no sabía dónde me encontraba.
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Tan absorta estaba mi imaginación, que no sentí el ruido de la
música que oía en la sala de baile, con iluminación brillante. Los
dos caballeros, Audrán y un tal N. N. (¿cómo es posible retener
en la memoria todos esos nombres?), que eran las parejas de
baile de la prima y de Carlota, nos recibieron al bajarnos del
coche y se apoderaron de sus damas, yo conduje a la mía a la
sala de baile. Se empezó a bailar un minué, en el que
entrelazábamos unos con otros; yo saqué a bailar a una
señorita, luego a otra y me impacientaba ver que eran justo las
más feas las que no podían decidirse a darme la mano para
terminar. Carlota y su acompañante empezaron a bailar una
contradanza. ¡Qué grande fue mi gozo, como debes imaginar,
cuando le tocó venir a hacer figura delante de mí! ¡Verla bailar
es admirarla! Su
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-Aquí se acostumbra y es moda -me dijo-, que para las
alemanadas, cada uno conserve su pareja; pero mi caballero
valsea mal y me dispensará, con gusto, si yo le dejo y le excuso
de ello. Su pareja está poco al corriente de ese baile y tampoco
procura aprenderlo. En cambio, he notado en la contradanza
que usted lo hacía muy bien; propongo a mi caballero que le
ceda su turno de vals y yo haré la misma solicitud a su pareja.
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Audrán y su pareja fueron los únicos que siguieron con
nosotros. Jamás me había sentido tan ágil, ya no era un
hombre. ¡Tener entre sus brazos a la más amable de las
criaturas! ¡Volar con ella como torbellino que anuncia la
tempestad! ¡Ver pasar todo, eclipsarse todo ante mis ojos y a
mi alrededor! ¡Sentir! ¡Oh, amigo mío! Si he de ser franco, diré
que entonces hice el juramento de no permitir nunca que una
joven que yo amara y sobre la cual tuviera algún derecho,
bailare con ningún otro hombre, aunque para impedirlo,
corriera el riesgo de perecer. Creo que me comprendes.
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había llamado la atención por su grata fisonomía; esta mujer
miró a Carlota, sonriendo y amenazándola con un dedo
pronunció dos veces, al pasar, el nombre de Alberto con un tono
significativo.
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que seguía, y de tal modo confundí el baile, por lo que fue
necesario que con toda su presencia de espíritu, Carlota me
tomara de la mano, como a un niño, y me sacara de aquel caos,
para poder restablecer el orden.
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robar de los labios de las bellas atemorizadas, los fervientes
ruegos que dirigían al cielo.
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el siguiente; tres, el tercero, y así sucesivamente. Poco a poco la
joven aceleró el paso. Uno se equivocó y ¡pum!, recibió una
cachetada; el siguiente se rió y perdió la cuenta, y para este
momento Carlota iba más aprisa. A mí me tocaron dos
bofetones y creí notar con honda satisfacción que fueron más
fuertes que las de mis compañeros. La risa y algarabía general
terminaron el juego, antes de que alcanzáramos el mil. Algunas
parejas formaron grupos separados; había pasado ya la
tormenta y acompañé a Carlota a la sala donde habíamos
bailado.
En el camino me dijo:
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luego en mí y noté en ese momento anegados sus ojos de
lágrimas; puso su mano en la mía y dijo:
-¡Klopstock!
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No te he contado aún lo que me sucedió cuando regresamos
del baile y hoy no tengo tiempo para hacerte una relación
detallada. El sol salía con toda su majestad e iluminaba el
bosque. Se veían brillar en las extremidades de la ramas y en
las hojas de los árboles las gotas de la lluvia o del rocío, y el
verdor de los campos era más fresco y vivo. Nuestras dos
acompañantes dormían y ella me preguntó si no haría lo mismo.
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ni cuándo es de noche, cuándo hace sol o cuándo hace luna;
para mí ha desaparecido el universo en su totalidad.
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21 de junio
Mis días son tan felices como los que Dios reserva y hace gozar
a los elegidos; pase lo que pase, en adelante no podré decir que
no he conocido el gozo y la alegría; el gozo y la alegría más
puros de esta vida.
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¡Qué extraña sensación! Cuando yo vine aquí y recorriendo por
vez primera estas colinas descubrí un valle muy risueño, sentí de
inmediato atracción por estos sitios, como por un efecto
mágico. ¡Allá, a lo lejos, el bosque! “Ah, pensaba yo de mí, si
pudieras pasearte por sus sombras”. Más alto, la cima de los
montes. ¡Ah, si pudieras pasear la mirada desde ahí por este
extenso y exquisito paisaje… sobre esta cadena de colinas…
sobre esos pacíficos valles… “¡Oh, qué placer de perderme… de
extraviarme en esos lugares…!” Yo iba, venía, lo recorría todo sin
encontrar lo buscado. Hay cosas distantes que vemos como un
confuso futuro y nuestra alma llega a entrever, como por un
velo, un extenso universo; todos nuestros sentidos aspiran a
encontrarse en él y a él se dirigen; y en esos momentos nos
gustaría despojarnos de todo nuestro ser, para penetrar en él y
gozar por completo de la sensación deliciosa y única, y
entonces corremos… volamos… Pero, ¡ah!, cuando hemos
llegado al término del recorrido, estamos en el mismo punto;
nos encontramos con nuestra pobreza en estrecho límites y
agobiada el alma por el peso de ese fantasma que la oprime,
suspira sin consuelo y ansía probar el bálsamo refrigerante que
ha desaparecido frente a ella.
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le imponen y en las preocupaciones que le traen los deberes
que exige su conservación, encuentra el verdadero gozo, la
satisfacción real que buscaba de manera vana e inútil en todos
los rincones de este enorme mundo.
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crecer y redondearse cada día. Todos estos placeres y
fruiciones las saborea él en aquel solo momento.
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29 de junio
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constancia y firmeza de carácter, o en sus travesuras y en su
malicia el humor fácil y alegre que hace olvidar las penas y los
contratiempos de la vida, y todo esto de una manera franca y
total, no dejo de repetirme siempre estas palabras divinas del
maestro. Mientras no llegues a ser como éstos… Pues bien, mi
amigo, a estos niños, estas amables criaturas que deberíamos
considerar modelos, los tratamos como esclavos. ¿Por qué no
han de tener ellos también una voluntad personal? ¿No
tenemos nosotros la nuestra? ¿En qué se basa o está fundada
esta prerrogativa? ¿Es porque nosotros tenemos más edad y
somos más serios? ¡Dios piadoso! Desde la inmensidad de tu
gloria, ves a los niños grandes y a los pequeños, y nada más, y
hace mucho tiempo que has declarado por boca de tu hijo,
quiénes son con los que más te complaces. Los hombres creen
en él, pero no lo escuchan, y nunca han
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1 de julio
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de las aguas de Carlsbad y de su acertada decisión de tomarlas
el verano próximo, sin omitir al mismo tiempo que le hallaba
muy mejorado con relación a la última vez que le había visitado.
Mientras, yo saludé y presenté mis cumplidos a la esposa. El
buen anciano se mostraba alegre al extremo y no pude menos
que expresar la admiración que me provocaban la hermosura y
abundancia de los dos nogales en cuya sombra nos cubríamos.
De inmediato, aunque de una manera un poco pesada, empezó
a contarnos la historia de estos árboles.
-El más viejo -dijo-, no se sabe quién lo plantó: tal pastor, dicen
éstos; tal otro, dicen aquéllos; sobre el más joven (precisamente
es de la edad de mi mujer, que cumplirá 50 años en octubre), su
padre lo plantó en la madrugada del día en que nació por la
tarde. Su padre fue mi antecesor y no puede decirse con justicia
hasta qué punto quería él este árbol, aunque seguro no mucho
más que yo. La primera vez que vine aquí, siendo entonces un
pobre estudiante, mi mujer estaba sentada en un madero,
haciendo media, al pie de este árbol, en este mismo patio. Hará
de esto como… como… unos 37 años… Sí… 37 años.
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también su hija; cómo llegó a ser su vicario y por último su
sucesor. Apenas acababa de terminar la historia, cuando entró
la joven al patio acompañada de Schmidt y dio a Carlota una
bienvenida amistosa. Debo confesar que no me desagradó: es
una joven trigueña, vivaracha, bien formada y su trato haría
pasar algunas horas muy gratas en el campo a su lado. Su
pretendiente, pues por supuesto juzgué que lo era Schmidt, es
un hombre bien educado, pero frío, y no despegó los labios ni
participó en la conversación, por más que trató Carlota para
invitarle. Lo que más me desagradó fue observar en su
fisonomía que obraba así más bien por capricho y mal humor,
que por falta de ingenio o de instrucción. Esta suposición se
confirmó con lo que ocurrió después en el paseo, porque
hallándose Federica separada, por casualidad, de Carlota unos
cuantos pasos, y a mi lado, vi enfadarse el semblante de
nuestro enamorado, y su rostro, bastante encapotado ya sin
esto, tomó un aspecto sombrío de mal género. Felizmente,
Carlota después de notarlo, me jaló de la manga, dándome a
entender con señas que yo me mostraba demasiado amable
con Federica. Nada me desconsuela más que ver a los hombres
atormentarse unos a otros; y, sobre todo, me irrito cuando veo
a jóvenes en la flor de la juventud, cuyo corazón debería estar
más abierto y accesible a todos los goces, sembrar en él la
perturbación y la desconfianza, y arruinar de ese modo los
cortos instantes de dicha que se les concede, muy escasos,
dicho sea de paso; momentos que una vez idos no regresan
nunca y que no dejan en su lugar sino pesares estériles. Yo me
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sentí picado, casi ofendido. Al ver caer la tarde volvimos al
patio a tomar leche y se orientó la conversación hacia las penas
y los goces de este mundo: aprovechando la ocasión, tomé la
palabra y me puse a atacar con viveza el mal humor.
-Nos quejamos muchas veces -dije-, de lo raros que son los días
felices y lo muy abundantes y frecuentes que son los días
malos; y a mi parecer, nos quejamos sin motivo. Si tuviéramos
listo el corazón en todo momento para gozar del bien que Dios
nos envía, tendríamos de igual forma la fuerza de soportar el
mal cuando sobreviene.
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algo, no tengo más que dar unas cuantas vueltas por el jardín,
tarareando alguna contradanza, y en el acto se me quita el mal
humor.
-Es eso lo que quería decir -agregué-. Sucede con el mal humor
lo mismo que con la pereza, a la que nuestra naturaleza es muy
propensa; y sin embargo, tenemos bastante fuerza para
sacudirla y alejarla, el trabajo sale sin esfuerzo de nuestras
manos y sentimos un verdadero goce con nuestra actividad.
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Advertí que el buen anciano oía con atención para tomar parte
en nuestra charla y alzando la voz y dirigiéndole la palabra,
agregué:
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-¿Extremoso? Todo lo que perjudica al hombre y al prójimo
merece ese calificativo. ¿No basta no poder hacernos
mutuamente dichosos? ¿Es necesario también privarnos unos a
otros del placer que cada uno puede proporcionarse en el fondo
de su corazón? A ver, ¿quién es el mortal que de mal humor
tenga el valor de ocultarlo, de tolerarlo solo, para no trastornar
la alegría de los que le rodean? ¿No es esto en el fondo el
sentimiento interior de nuestra insuficiencia, un descontento de
nosotros mismos, mezclado siempre con la envidia, hija de una
loca
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En aquel momento, mi corazón se desbordaba. El recuerdo de
muchos sucesos del pasado oprimía mi alma y mis ojos se
humedecían.
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conmovido y mientras cubría mi cara con el pañuelo para
ocultar la emoción, me alejé del grupo.
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6 de julio
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La verdad, la bondad con que aquella niña pronunciaba estas
palabras me arrebataron hasta el punto de expresar mis
sentimientos, no supe hacer otra cosa que tomarla en brazos y
besarla con tal efusividad, que empezó a gritar y a llorar.
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origen de errores y supersticiones innumerables, que hay
necesidad de
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8 de julio
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10 de julio
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11 de julio
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y cada semana he tomado del cofre del dinero lo indispensable
para cubrir mis atenciones, segura de que jamás se sospecharía
que una mujer robara a su marido. Nada he malgastado e
incluso sin hacer esta confesión hubiera entrado sin
preocupación en la eternidad; pero sé que la que me suceda en
el gobierno de la casa no podrá manejarse con lo poco que tú
das y no quiero que llegues a echarle en cara que tu primera
mujer se contentaba con ello”.
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13 de julio
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16 de julio
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No me parece inverosímil nada de lo que se cuenta sobre la
antigua magia de la música. ¡Cómo me esclaviza este sencillo
canto! ¡Y cómo sabe ella ejecutarlo en aquellos momentos en
que yo colocaría contento una bala en mi cabeza! Entonces
disipándose la turbación y las tinieblas de mi alma, respiro más
libremente.
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18 de julio
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Se dice de la piedra de Bolonia que al exponerse al sol atrae sus
rayos, los capta y alumbra y resplandece por la noche durante
algún tiempo; pues bien, otro tanto era para mí este sirviente.
La idea de que los ojos de Carlota se habían fijado en él, sobre
su cara, sobre sus botones, sobre el cuello de su camisa, hacía
para mí todos esos objetos de tanto interés, tan preciados. No,
en ese momento yo no hubiera cedido este mancebo aunque
me hubieran ofrecido 500 talegos. Su sola vista me producía un
placer infinito… Procura no reír de esto. Dime, Guillermo,
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19 de julio
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20 de julio
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24 de julio
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25 de julio
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26 de julio
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perdidos y sin más remedio que tomarse de los tablones
flotantes.
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30 de julio
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poco dado al mal humor que, como sabes, es el vicio que más
detesto.
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-En nombre del cielo -me ha dicho ella hoy-, te ruego que no
repitas la escena de anoche; eres espantoso cuando te pones
tan contento.
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8 de agosto
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valor para liberarse de él de manera violenta? Podrías, tienes
razón, responder con otra comparación semejante: ¡quién no se
dejaría cortar un brazo con gangrena antes arriesgar la vida! Yo
no, lo sé. Y además no nos gusta lastimarnos con
comparaciones. Sí, Guillermo, algunas veces tengo raptos del
valor más determinado y del más aventurado, y en esos
momentos… ¡Si supiera adónde ir, lo haría en el acto!
Por la noche
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10 de agosto
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arrojo al río, siguiéndole con la mirada mientras se aleja en las
ondas mansamente. No sé si te he dicho que Alberto estará en
esta ciudad permanentemente y que espera de la corte, donde
goza de aprecio, un buen empleo, con buen salario. Conozco
pocas personas que le igualen en el orden y el celo por los
negocios.
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12 de agosto
Alberto es, sin duda, el mejor de los hombres que existen; ayer
me pasó con él un lance peregrino. Había ido a su casa a
despedirme, pues se me antojó dar un paseo a caballo por las
montañas, desde donde te escribo en este momento. Yendo y
viniendo por su cuarto, vi sus pistolas.
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tranquilo. Una tarde lluviosa, en que no tenía nada que hacer,
tuve la idea, no sé por qué, de que podían sorprendernos, hacer
falta las pistolas y… tú sabes lo que son las apreciaciones. Di
mis armas para que las limpiara y las cargara. Jugando éste
con las criadas, quiso asustarlas y al tirar del gatillo, la
chimenea, Dios sabe cómo, se encendió y despidiendo la
baqueta que estaba en el cañón, hirió en un dedo a una pobre
muchacha. Para consolarla tuve que pagar la cura y desde
entonces dejo siempre las pistolas vacías. ¿De qué sirve la
previsión, mi buen amigo? El peligro no se deja ver por
completo. Sin embargo…
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-No está cargada -repuse.
91
doncella que en un momento de gran éxtasis se deja llevar por
las irresistibles delicias del amor? Hasta nuestras leyes, que son
pedantes e insensibles, se dejan conmover y detienen la espada
de la justicia.
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¡Vergüenza para ustedes, los sobrios; vergüenza para ustedes
los sabios!
-¿A eso llamas debilidad? Te ruego que no te dejes llevar por las
apariencias. ¿Te atreverías a llamar débil a un pueblo que gime
bajo el insoportable yugo de un tirano, si al fin estalla y rompe
sus cadenas? Un hombre que al ver con espanto arder su casa
siente que se multiplican sus fuerzas y carga fácilmente con un
peso que sin la excitación apenas podría levantar del piso; un
hombre que iracundo por sentirse insultado, acomete a sus
contrarios y los vence; a estos dos hombres, ¿se les puede
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llamar débiles? Créeme, si los esfuerzos son la medida de la
fuerza, ¿por qué un esfuerzo magnífico debe ser algo más?
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-No tanto como piensas -repliqué-. Acordarás en que llamamos
enfermedad mortal a la que ataca a la naturaleza de tal modo
que su fuerza, mermada en forma parcial, paralizada, se
incapacita para reponerse y restaurar por una revolución
favorable el curso normal de la vida. Pues bien, amigo mío,
apliquemos esto al espíritu. Mira al hombre en su limitada
esfera y verás cómo le aturden ciertas impresiones, cómo le
esclavizan ciertas ideas, hasta que al arrebatarle una pasión
todo su juicio y toda su fuerza de voluntad, le arrastra a su
perdición. En vano un hombre razonable y de sangre fría verá
clara la situación del desdichado; en vano la exhortará: es
semejante al hombre sano que está junto a lecho de un
enfermo, sin poder darle la más pequeña parte de sus fuerzas.
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la entrega del más sincero interés, sobre tal chisme o cual
disputa.
No suspira más que por él, sólo por él. No está corrompida por
los frívolos placeres de una inconstante vanidad y su deseo se
dirige a su
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En fin, tiende los brazos para abarcar todos sus deseos… y su
amante la abandona. Se encuentra ante un abismo, inmóvil,
demente; una noche profunda la rodea; no hay horizonte, no
hay consuelo, no hay esperanza: la abandona quien era su vida.
No ve el inmenso mundo que tiene delante, ni los muchos
amigos que podrían hacerla olvidar lo que ha perdido; se siente
separada, abandonada de todo el universo y ciega, triste por el
horrible martirio de su corazón, para huir de sus angustias, se
entrega a la muerte, que todo lo devora. Alberto, ésta es la
historia de muchos. ¡Ah! ¿No es éste el mismo caso de una
enfermedad? La naturaleza no encuentra ningún medio para
salir del laberinto de fuerzas encontradas que la agitan y es
necesaria la muerte.
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del mismo modo a un hombre de talento, cuya inteligencia
menos limitada le permite ver el reverso de las situaciones.
98
15 de agosto
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hacérsele creer hasta lo imposible; pero una vez admitidas en
su imaginación estas ideas, se fijan de tal modo y con tal
profundidad que gran trabajo será borrarlas o quitarlas.
100
18 de agosto
101
riqueza, en este enorme universo, cuyas formas sublimes
parecían moverse, animando toda mi creación en lo más
profundo de
102
esfuerzos que hago para recordar estos sentimientos
inexpresables, para alcanzar a entenderlos, elevan mi alma
sobre sí misma y me obligan a sentir la doble angustia de mi
estado actual.
103
De este modo, avanzo yo con angustia por mi camino de poca
seguridad, cubierto por el cielo, la tierra y sus fuerzas activas; y
sólo veo un monstruo dedicado noche y día a devorar y
destruir.
104
22 de agosto
105
28 de agosto
106
las ramas más altas. Carlota está abajo y levanta los frutos que
yo dejo caer.
107
30 de agosto
108
las breñas que me hieren y los zarzales que me despedazan.
Entonces me hallo un poco mejor, ¡un poco!, y cuando muerto
de sed y cansancio, sucumbo y hago una pausa; cuando en la
noche profunda, con la Luna llena sobre mi cabeza, me siento
en el bosque sobre un tronco torcido, para descansar los pies
desgarrados, o me entrego a un sueño tranquilo durante la
claridad del crepúsculo…
Adiós. No veo para esta miserable vida más fin que la muerte.
109
3 de septiembre
110
10 de septiembre
¡Qué noche; que noche tan horrible he tenido! Ahora tengo valor
para tolerar todo. No la veré más. ¡Oh! ¡Que no pueda ir volando
a arrojarme a sus brazos; que no pueda, mi hermano, decirte
con un torrente de lágrimas los sentimientos que oprimen mi
corazón! Estoy aquí delante de la mesa, casi sin aliento,
tratando de calmarme y esperando que amanezca, pues los
caballos estarán ensillados al despuntar el alba.
111
que sin duda es uno de los más románticos que conozco de las
creaciones artísticas!
112
Me levanté, me coloqué delante de ella; di algunos pasos y volví
a sentarme. Sentía algo parecido a la agonía. Carlota nos hizo
ver el bello efecto de la Luna, que desde la punta de las hayas
alumbraba toda la explanada. La escena era soberbia y tanto
más sublime para nosotros pues nos rodeaba una oscuridad
casi total. Después de un breve rato, en que todos estuvimos
callados, Carlota tomó la palabra.
113
No atiné a decir más, Guillermo. ¿Era necesario que ella me
hiciera alguna pregunta, cuando todo mi ser estaba lleno con la
idea de esta cruel separación?
114
¿Cómo la letra, fría e insensible, podría reproducir su palabra,
que era flor celestial de su alma?
115
-¡Si la hubieras conocido! -dijo-, apretándome la mano. Era
digna de que la conocieras.
Carlota prosiguió:
116
Pidió que entrara mi padre, que había salido para esconder el
inmenso dolor que le abrumaba; tenía el corazón hecho
pedazos. Tú, Alberto, estabas en la alcoba. Oyó que alguien se
paseaba; preguntó quién era y dijo que te acercaras. Nos miró
fijamente y su mirada tranquila mostraba la idea de que juntos
seríamos felices.
117
Carlota se levantó; yo, temblando, pero dejando el letargo que
me dominaba, seguí sentado y estrechando con mis manos una
de las suyas.
Libro Segundo
118
20 de octubre
soy. Sin duda, pues nos han hecho de modo que todo lo que
comparamos con nosotros mismos y a nosotros mismos con
todo, el bien o el mal está en los objetos que nos sirven para el
119
paralelo y por lo tanto nada me parece más dañino que la
soledad.
120
26 de noviembre
121
24 de diciembre
122
El viejo conoce bien la preferencia que sobre él me tiene el
conde; esto lo quema y usa las oportunidades que se le dan
para hablar mal de él en presencia mía. Desde luego lo
contradigo y ya tenemos altercado. Ayer, por ejemplo, me tomó
por su cuenta y me sacó de mis casillas. Decía “el conde conoce
bien los negocios del mundo, tiene facilidad para el trabajo y
escribe bien; pero como casi todo literato, carece de
conocimientos profundos”. Después hizo una mueca que podría
entenderse como “¿te llega a ti ese dardo?” Pero no tuvo efecto
en mí. Desprecio a quien piensa y se conduce de este modo y le
respondí con viveza, que el conde merece mayor respeto, tanto
por su carácter como por su instrucción. Agregué: “No conozco
a nadie que haya desarrollado mejor su talento y haya podido
aplicarlo a gran cantidad de objetos, sin perder toda la
actividad necesaria para la vida cotidiana”. Hablar así a este
imbécil era hablarle en griego y me despedí de él para evitar
que me agitara más la bilis con sus majaderías. Y toda la culpa
es de los que me han amarrado a este yugo con todas las
maravillas sobre la actividad. ¡Actividad! Remaría por propia
voluntad 10 años más en la galera donde ahora estoy, si el que
no tiene otra ocupación que la de plantar patatas y vender su
grano a la ciudad no hace más que yo. ¿Y la miseria brillante
que veo, el tedio que priva entre esta gente, esta manía de
clases que les hace acechar y buscar la oportunidad de
levantarse unos sobre otros, fútiles y mermadas pasiones que
123
se presentan al desnudo? Aquí, por ejemplo, hay una mujer que
no habla a nadie más que de su nobleza y sus fincas, de tal
modo que los forasteros dirán para sí: “Esta es una sandía, a
quien un poco de nobleza y cuatro terrones le han devuelto el
juicio”. Pero esto no es lo peor: la susodicha es tan sólo hija de
un escribano de estos lugares. No puedo comprender a la
especie humana, que tiene tan poco juicio, que se prostituye
con mezquindad. Guillermo, cada día me convenzo más de lo
estúpido que es querer juzgar a los demás. ¡Tengo tanto que
hacer conmigo mismo y con mi corazón, tan turbulento! ¡Ah!
Dejaría gustoso seguir a todos su camino, si ellos también me
dejaran caminar el mío.
124
adiviné lo que la sobrina me confesaría más tarde; resulta que
su tía a su edad carece de todo: de fortuna y de talento. No
tiene más recursos que una larga lista de abuelos, en la que se
protege como detrás de un muro, ni más diversión que la de
mirar altanera a la gente que pasa bajo su balcón.
125
8 de enero de 1772
126
20 de enero
127
autómata. Si tomo la mano de quien está más cerca, retrocedo
con espanto, pensando que es de madera.
128
No: su admiración es auténtica. ¡Tiene tanto gusto en oír de
Carlota! ¡La quiere tanto! ¡Oh, si yo estuviera sentado a tus pies,
en aquel gabinete seductor y apacible, con los niños corriendo
alrededor nuestro! Cuando te molestara el ruido, les reuniría y
los haría guardar silencio contándoles algún cuento pavoroso.
El sol desciende con majestuosidad detrás de las colinas llenas
de nieve; la tempestad ha terminado, y yo… debo regresar a mi
jaula. ¡Adiós! ¿Está Alberto a tu lado? ¿Qué digo? Dios perdone
mi pregunta.
129
8 de febrero
130
17 de febrero
131
20 de febrero
132
15 de marzo
133
Como siempre que la veo se impresiona un poco mi corazón,
me quedé y me coloqué detrás de su asiento. Llegué a observar
que me hablaba con menos franqueza de la habitual y con
alguna tensión. Esto me sorprendió. “¿Es ella como todas estas
personas?”, me pregunté. Estaba picado y quería irme; sin
embargo, me quedaba, esperando que con alguna frase que
me dirigiera llegara a convencerme de que mi pregunta carecía
de justicia y… qué se yo. Mientras tanto, el salón se llenó. El
barón F., que llevaba todo un guardarropa del tiempo en que se
coronó Francisco I; el consejero áulico R., que se anuncia
haciéndose llamar su excelencia, con su mujer, que es sorda,
etcétera. No debo omitir a J., el desaliñado, que tapa los hoyos
de su traje gótico con retales del día. Estas y otras personas
entraron, mientras yo hablaba con otras conocidas mías, que
me parecieron muy lacónicas. Pensando y atendiendo
únicamente a B., no noté que las señoras
134
-Ya conoces -me dijo-, nuestras costumbres. He observado que
la gente en general está descontenta de verte aquí y aunque yo
no querría, por nada del mundo…
135
manteles. Entró el apreciable Adelín, dejó su sombrero, mientras
me dirigía la mirada, vino hacia mí y dijo en voz baja.
-¿Yo?
-Cargue el diablo con ella. Salí para respirar un aire más puro.
Y como ahora, adondequiera que vaya, oigo decir que los que
me envidian baten palmas; que me citan como un ejemplo de lo
que sucede a los presuntuosos que creen tener la facultad de
136
prescindir de todas las consideraciones porque están dotados
de algún ingenio; y oigo además otras majaderías semejantes,
de buen grado me acuchillaría el corazón. Digan lo que digan
los caracteres despreocupados, yo querría
137
16 de marzo
138
-¡Explíquese! -le dije.
139
palabra delante de mí, para atravesarle parte por parte con mi
espada. Me calmaría si viera correr la sangre. ¡Ah!, más de cien
veces he tomado un cuchillo para acabar con mi asfixia. Dicen
que hay una noble raza de caballos que enardecidos y
cansados al extremo, se muerden por instinto una vena para
respirar con más facilidad. Muchas veces estoy en este caso;
querría abrirme una vena que me diera la libertad infinita.
140
24 de marzo
¡Ver que se desvía del camino! Haz todas las objeciones que se
te ocurran y cuantas combinaciones conduzcan a demostrar en
que casos podía y debía seguir aquí; he decidido irme y me voy.
Para que sepas adónde, te diré que mi compañía es muy grata
al príncipe de Z., y que cuando supo de mi decisión, me pidió
que le acompañe a sus estados para pasar la primavera. Me ha
prometido libertad absoluta y como estamos de acuerdo en
casi todo, voy a correr el riesgo y me iré con él. Post-Scriptum
141
19 de abril
142
5 de mayo
Quiero entrar por la misma puerta por donde salí con mi madre
cuando, después de morir mi padre, abandonó esta querida y
tranquila aldea para encerrarse en esa espantosa ciudad.
Adiós, Guillermo; ya sabrás de mi viaje.
143
9 de mayo
144
casas no me gustan, como todos los cambios que he visto. Pasé
la puerta de entrada a la población y sí que me hallé dentro de
mis recuerdos. Amigo mío, no quiero abundar en detalles; la
relación sería tan pesada como grande ha sido el placer que he
tenido. Pensaba quedarme en la plaza, justo al lado de nuestra
antigua morada. Vi al pasar que la escuela, donde una buena
vieja nos reunía cuando chicos, se había convertido en una
especiería. Recordé la inquietud, los temores, los apuros y las
aflicciones que había sufrido en aquella especie de agujero. No
daba un paso que no me produjera emoción. No encuentra un
peregrino en Tierra Santa tantos lugares consagrados por
recuerdos religiosos y dudo que su ser sienta emociones tan
puras. Ahí va una entre mil: bajé por la orilla del río adelante
hasta una alquería, adonde iba yo con mucha frecuencia: es un
paraje pequeño, donde los
145
contemplación de un paisaje lejano y vaporoso. Amigo: así, con
esta felicidad, vivieron los venerables padres del género
humano: tan infantiles fueron sus impresiones y su poesía.
Cuando Ulises habla del mar inmenso y de la tierra ilimitada, su
lenguaje es real, humano, íntimo, sorprendente y misterioso.
¿De qué me sirve repetir con todos los colegiales que la Tierra
es redonda? ¡La Tierra! Sólo necesita el hombre algunas
paletadas para su goce y aún menos para su descanso eterno.
146
25 de mayo
147
11 de junio
148
16 de julio
149
18 de julio
150
29 de julio
¿Y me atreveré a decirlo? ¿Por qué no? Sí, amigo mío, ella había
sido más feliz conmigo de lo que es con él. ¡Oh! No es hombre
propicio para satisfacer todos los anhelos de un corazón como
el de ella. Carece de cierta sensibilidad, no tiene… ¡Tómalo como
quieras! Su corazón no simpatiza con los nuestros al leer el
pasaje de un libro querido, en que el mío y el de Carlota se unen
y laten al mismo tiempo juntos, ni en otros cien casos en que
llegamos a decir nuestros sentimientos sobre la acción de un
tercero. Pero, Guillermo, ¿es verdad que él la ama con
151
4 de agosto
152
21 de agosto
153
3 de septiembre
154
4 de septiembre
155
cada vez más, al grado de no saber lo que hacía ni, hablándote
en su lenguaje, dónde tenía la cabeza. No podía beber, comer ni
dormir; esto lo martirizaba y hacía lo que no debía hacer, y
olvidaba lo que le habían ordenado; parecía que tuviera un
demonio en el cuerpo y, por último, un día que ella estaba en
una habitación de un piso alto, la siguió o, más bien, se sintió
arrastrado en su busca. Rogó sin resultado y pretendió usar la
fuerza. Ignoraba cómo pudo llegar a tal extremo y ponía a Dios
como testigo de que siempre había pensado en ella con total
pureza y de que su más vehemente deseo había sido casarse
para pasar la vida entera con ella. Después de platicar un rato,
titubeó, como al que le falta algo que decir y no se atreve a
seguir. Al
156
comprendieras cómo me interesa, cómo debo interesarme por
él! Basta; sabes lo que me pasa, sabes cómo soy y sabes
demasiado bien cuánto me atraen los desdichados y, sobre
todo, éste de quien te hablo.
157
Esta pasión, que encarna tanto amor y fidelidad, no es una
ficción de poeta; vive, centellea en toda su pureza en estos
hombre que apellidamos incultos y groseros; nosotros, gente
civilizada hasta el punto de no ser ya nada.
158
5 de septiembre
159
6 de septiembre
160
12 de septiembre
161
-Sus besos -dije-, no son del todo desinteresados; busca comida
y cuando no la encuentra en las caricias que le hacen, se retira
triste.
162
15 de septiembre
163
que me afecta el sacrilegio cometido. ¿De qué sirve la
conciencia a los hombres? Todo el pueblo murmura y la mujer
del cura actual comprenderá la herida que ha abierto en los
instintos de los buenos aldeanos, cuando recoja la manteca, los
huevos y los demás tributos. Porque ella, esposa del nuevo
párroco (el que conocí también falleció), es la autora; ella,
criatura flacucha y enclenque, que hace muy bien en no
interesarse por nadie en el mundo, porque nadie comete la
sandez de preocuparse por ella; marisabidilla que se atreve a
disertar sobre los cánones de la iglesia y a trabajar para la
reforma crítico-moral del cristianismo, encogiéndose de
hombros antes las ideas de Lavater; mujer, en fin, cuya salud
débil no
164
aldea, después de tan lindo descubrimiento, le pregunté, sobre
todo a los ancianos, por qué lo habían permitido.
165
10 de octubre
166
12 de octubre
167
el hijo de Fingal. Y su pie hundirá en mi tumba mientras su voz
llamará en vano…” Entonces, amigo mío, quisiera, como un leal
escudero, sacar la espada y librar a mi príncipe de las penas de
una vida que es una muerte lenta, hiriéndome después a mí
mismo, para enviar mi ser en pos del alma del héroe liberado.
168
19 de octubre
¡Ay de mí! ¡Este vacío, horrible vacío que siente mi alma! Muchas
veces me digo: “Si pudiera tan sólo un momento estrecharla
contra mi pecho, todo este vacío quedaría cubierto”.
169
26 de octubre
170
esperanza más tenue. Después de todo, estas jóvenes hablaban
del asunto como habla todo el mundo cuando se trata de la
muerte de una persona ajena. Yo, mirando alrededor de mí,
viendo colocados acá y allá los vestidos de Carlota y los
papeles de Alberto sobre los muebles, que han llegado a serme
conocidos, hasta el punto de notar el menor cambio; me decía a
mí mismo: “Puede asegurarse que en esta casa eres todo para
todos; tus amigos te honran, tú ayudas a su alegría, y parece
que no podrían vivir los unos sin los otros. Sin embargo, si tú te
alejaras de ellos, sentirían…
171
27 de octubre
172
27 de octubre, por la noche
173
30 de octubre
174
3 de noviembre
175
hacía mi, serpenteando entre los viejos troncos de los sauces
desnudos; este admirable cuadro, ahora inanimado y frío como
una estampa de color; este espléndido espectáculo, que otras
veces ha hecho desbordarse a mi corazón, no vierte ahora en él
una sola gota de entusiasmo o conformidad. Ahí esta el hombre
inmóvil; árido, frente a su Dios, siendo un pozo vacío, una
cisterna, cuyas piedras se han roto con la sequía. Muchas veces
me he arrodillado para pedir lágrimas al Señor, como el
labrador implora la lluvia cuando ve sobre su cabeza un cielo
rojo y a sus pies, la tierra que muere de sed. Pero, ¡ay!, Dios no
concede la lluvia ni el sol a nuestros ruegos importunos. ¿Por
qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata, era para mí tan
feliz? Porque entonces yo esperaba confiado que el cielo no me
olvidaría y recogería las delicias con que me embriagaba, en un
corazón lleno de reconocimiento.
176
8 de noviembre
177
15 de noviembre
178
¿Por qué no he de confesar mi angustia en este momento en
que mi ser tiembla y fluctúa entre ser y no ser; en que el pasado
se muestra como un relámpago en el sombrío abismo del
futuro; en que todo cuanto me rodea se desploma y el mundo
parece acabarse al mismo tiempo que yo? ¿No reconoces la
voz de la criatura extenuada, desfallecida, que se hunde sin
remedio, sin importar la inútil lucha, gritando amargamente:
“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” ¿Y debe
avergonzarme esta exclamación y debo temer que llegue el
momento en que se escape de mi boca, como se escapó de la
de aquel que, hijo de los cielos, se envolvió en ellos como en un
sudario?
179
21 de noviembre
180
22 de noviembre
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24 de noviembre
182
26 de noviembre
183
30 de noviembre
184
-Hay muchas -agregó-, mientras se acercaba a mí. En mi jardín
tengo rosas y dos tipos de madreselvas. Una me la regaló mi
padre; ésta crece con la misma rapidez que los hierbajos y, no
obstante, hace dos días que busco una y no doy con ella.
También aquí hay flores durante todo el año; las hay amarillas,
azules, rojas… y hay centauras, que son una flores pequeñas
muy lindas. Pues en vano las busco; una sola no encuentro.
185
-¿Pues quién es? ¿Cuál es su nombre? Sin responder, añadió:
-¡Ah! Ojalá lo fuera ahora igual. Sí, vivía contento, feliz, ligero
como pez en el agua.
186
-¿Hace mucho tiempo que está así?
187
¡Entonces eras feliz!, pensaba mientras caminaba rápido hacia
el pueblo. ¡Entonces vivías ligero como el pez en el agua! Pero,
Señor,
¿estará escrito en el destino del hombre que sólo pueda ser feliz
antes de tener razón o después de perderla? ¡Pobre insensato!
Envidio tu locura; envidio el laberinto mental en que te
extravías. Sales lleno de esperanza a recolectar flores para tu
amada, en medio del invierno y desesperas porque no las
encuentras, sin comprender la causa de que no se hallen a tu
paso… Pero yo… salgo sin esperanza, sin propósito, y vuelvo a
entrar a casa igual. Tú sueñas con lo que serías si el gobierno te
pagara; ¡feliz criatura que sólo en un obstáculo material hallas
tu desgracia, que no sabes que en el extravío de tu mente, en el
desorden de tu alma estriba tu daño, del que todos los reyes de
la Tierra no podrían liberarte! ¡Muera sin sosiego el que ríe de los
enfermos, que en su opinión agravan sus enfermedades y
aceleran su final al ir lejos en busca de la salud en aguas
maravillosas! ¡Muera sin sosiego el que insulta a la pobre
criatura, cuya alma oprimida hace voto de visitar el santo
sepulcro para librarse de sus remordimientos y calmar sus
escrúpulos y desventuras! Cada paso que el peregrino da sobre
la tierra, dura e inculta, por ásperos senderos que desgarran
sus pies, es una gota de bálsamo echado sobre la herida de su
alma y, después de la jornada diaria, se acuesta con el corazón
aliviado de una parte del peso que le embarga. ¿Y se atreven a
llamar a esto necia preocupación, ustedes, charlatanes
188
infelices? ¡Preocupación! Dios mío, ni ves mis lágrimas. ¿Cómo,
al crear al hombre tan pequeño, le das hermanos que hasta lo
privan en sus amarguras, robándole la confianza que ha
puesto en ti, en ti que nos profesas amor sin fronteras? Porque
la fe en la virtud de una planta medicinal o en el agua que
destila la vida después de cortada, ¿qué es sino fe en ti, que al
lado del mal has puesto el remedio y el consuelo que tanto
necesitamos?
¡Oh, padre, que desconozco! Padre, que otras veces has llenado
todo mi corazón y que ahora te apartas de mí; llámame pronto
a tu compañía. No guardes silencio más tiempo, porque éste no
detendrá la impaciencia de mi alma. Y si entre los hombres no
podría enojarse un padre porque su hijo volviera a su lado antes
de la hora marcada y se arrojara a sus brazos diciendo: “Aquí
estoy de regreso, padre mío; no te incomodes porque haya
interrumpido el viaje que me has encomendado terminar; el
mundo es igual por todas partes; tras el dolor y el trabajo, la
recompensa y el placer…
189
1 de diciembre
190
4 de diciembre
191
Me separé de ella y… ¡Dios mío! Tú que ves mi sufrimiento, tú
debes terminarlo.
192
6 de diciembre
193
todos resultan uniformes. Las narraciones coinciden hasta en
las menores situaciones. Sólo en la manera de juzgar los
sentimientos de los personajes difieren un poco los puntos de
vista.
194
Las angustias de su corazón agotaron las pocas fuerzas que le
quedaban. Su viveza y sagacidad se apagaron. Cada vez se
mostraba
195
indiferencia hacia su amigo, sino tan sólo porque había
observado el pesar secreto que su presencia creaba en Werther.
196
pequeño asunto interesa a ese hombre más que su mujer. ¡Una
mujer tan adorable! ¿Pero sabe él apreciarla? ¿Sospecha
remotamente lo que vale? ¡Y ella le pertenece, es de su
propiedad! ¡Oh!, lo sé de sobra. Debía haberme acostumbrado
ya a esta idea y, no obstante, me desespera y acabará por
darme muerte. Y la amistad que Alberto me había prometido,
¿qué ha sido de ella? ¿No ve en mi apego a Carlota un ataque a
sus derechos, y en mis atenciones y cuidados, una censura de
su falta de cuidado? Lo sé y lo siento: me ve
197
suceso, cuyo autor era una interrogante. Se había encontrado el
cadáver muy temprano por la mañana, frente a la puerta de un
cortijo y ya se sospechaba de alguien. La víctima había estado
al servicio de una viuda, que poco antes había despedido a otro
criado por un fuerte disgusto.
198
Al aparecer Werther en el lugar al que había acudido todo el
pueblo, se dejó oír un grave murmullo.
199
Comprendía tan bien la desesperación que le había orillado al
crimen; le encontraba tantas excusas y comprendía con tal
profundidad la situación de aquel desafortunado, que se creía
capaz de participar sus sentimientos a todo el mundo.
200
asunto tan grave, no podía interceder sin incurrir en una
responsabilidad enorme, y que era necesario que el proceso
siguiera conforme a lo habitual.
201
Lo que Alberto había dicho sobre el criminal ante el
administrador causó a Werther una extrañeza mayor. Creyó
descubrir en sus palabras una alusión a él y a sus sentimientos,
y por más que algunas serias reflexiones le hicieron entender
que aquellos tres hombres podían estar en lo correcto, se
resistía a abandonar su intención y sus ideas, como si
abandonarlas fuera renunciar a su propia y más íntima vida.
Entre sus papeles hemos hallado otra nota que habla de esta
situación y que expresa quizá sus verdaderos sentimientos
hacia Alberto.
202
-Lo deseo también por nosotros -agregó-; y te ruego, Carlota,
que procures dar otra dirección a sus ideas y a sus relaciones
contigo, decidiéndole a que limite sus visitas. La gente empieza
ya a ocuparse de esto y yo sé que se ha hablado del tema
varias veces.
203
soportar la vida. Así es que, encerrado para siempre en sí
mismo, consagrado a la idea fija de una sola pasión, perdido en
un laberinto sin salida por sus relaciones diarias con la mujer
adorada cuyo descanso trastornaba, agotando inútilmente sus
fuerzas y debilitándose sin esperanza, se iba acercando cada
vez a su triste final.
Colocaremos aquí algunas cartas que dejó y que dan una idea
precisa de su confusión, de su delirio, de sus crueles angustias,
de sus luchas supremas y del desprecio que sentía por la vida.
204
12 de diciembre
205
estirados hacia el abismo, acariciando la idea de lanzarme a él.
Sí, lanzarme y sepultar conmigo los dolores y sufrimientos. ¡Pero
ay!, ¡qué desgraciado! No tuve fuerza para terminar de una vez
por todas con mi pesar; mi hora no ha llegado aún, lo sé. ¡Ah,
Guillermo! ¡Con qué gozo hubiera dado esta pobre vida para
confundirme con el huracán, rasgar con él los mares y agitar
sus olas! ¡Ah!, ¿no alcanzaremos nunca esta dicha los que nos
consumimos en nuestra prisión? ¡Qué tristeza se apoderó de mí
cuando mis ojos pasaron por el sitio donde había descansado
con Carlota, bajo un sauce, después de un largo paseo!
También había llegado ahí la inundación y a duras penas pude
distinguir la copa del sauce.
206
14 de diciembre
207
propuesto, sin embargo, no acudir a ella con brusquedad y
violencia. No quería dar este último paso más que con toda
calma y animado por un total convencimiento. Sus
incertidumbres, sus luchas se reflejan en algunas líneas que
aparentan ser el principio de una carta a su amigo. El papel no
está fechado.
¿por qué dudar? ¿Tal vez porque no se conozca lo que hay más
allá, porque no se regresa o más bien porque es propio de
nuestra naturaleza suponer que todo es confusión y oscuridad
en lo desconocido?”
208
20 de diciembre
209
sabiendo lo caro que le sería al desgraciado joven esta
separación, pues un esfuerzo semejante era superior a su
fuerza. No obstante, las circunstancias se hacían cada vez más
críticas y aquella necesidad, más urgente. Su marido guardaba
el más hondo silencio sobre el asunto, así como lo había
guardado siempre ella misma, que sólo deseaba probar
sinceramente con sus actos cuán dignos de los suyos eran sus
sentimientos.
210
-El jueves por la noche -repuso ella-, es Nochebuena; vendrán
los niños, mi padre los acompañará y todos recibirán su
regalito. Ven tú también, pero no antes.
211
indomable que fuego devorador abrasa todo a su paso? Por
Dios te suplico que te controles.
-Ten calma -le dijo-. ¿No ves que corres por voluntad a tu
perdición?
¿Por qué he de ser yo, justo yo, que soy de otro? ¡Ah! Temo que
la imposibilidad de obtener mi amor sea lo que exalte tu pasión.
212
que deploro, por ti y por nosotros, el aislamiento al que te has
condenado. Vamos, haz un esfuerzo; un viaje puede distraerte;
si buscas bien, encontrarás una mujer digno de tu cariño y
entonces podrás regresar para que disfrutemos todos esa
tranquila felicidad que da la amistad sincera.
213
su bastón y su sombrero. Alberto le invitó a quedarse; pero
consideró él la invitación como una acto de cortesía forzada y
se retiró, no sin antes agradecer con frialdad. Cuando llegó a su
casa, tomó la luz de manos de su sirviente, que quería
alumbrarle y subió solo a su cuarto. Una vez ahí, se puso a
recorrerla con pasos grandes, sollozando y hablando solo pero
en voz alta y con ardor; acabó por arrojarse vestido sobre la
cama, donde el criado le encontró tendido a las 11, cuando fue
a preguntar si quería que le quitara las botas. Werther aceptó y
le prohibió que entrara a su habitación al día siguientes antes
de que le llamará.
214
vida, no encuentra placer más dulce que el de hablar contigo en
la mente. He pasado una noche terrible; con todo, ha sido
benéfica, porque me ha ayudado a resolverme. ¡Quiero morir!
215
“Cuando al anochecer de un día hermoso de verano, subas a la
montaña, piensa en mí y recuerda que he recorrido el valle
muchas veces; mira después hacia el cementerio y a los últimos
rayos del sol poniente, ve cómo el viento azota la hierba de mi
tumba. Estaba tranquilo al comenzar esta misiva y ahora lloro
como niño. ¡Tanto martirizan estas ideas a mi pobre corazón!
216
Los abrazó con cariño y se disponía a alejarse cuando el más
pequeño mostró querer susurrarle algo. El secreto se redujo a
informarle que sus hermanos mayores habían escrito
felicitaciones para año nuevo: una para el papá, otra para
Alberto y Carlota, y otra para el señor Werther. Todas las
entregarían por la mañana temprano el 1 de enero. Estas
palabras lo llenaron de ternura; hizo algunos regalos a todos y
luego de encargarles que dieran memorias a su papá, montó su
caballo y se marcho con lágrimas en los ojos.
217
Mientras tanto, Carlota estaba de un ánimo muy extraño. En su
última entrevista con Werther había entendido lo difícil que
sería instarlo a alejarse y había adivinado mejor que nunca los
tormentos que él sufriría lejos de ella.
218
auténtico el afecto que los unía y había creado tal intimidad el
largo trato que hubo entre ellos, que el corazón de Carlota
conservaba de ello impresiones imborrables. Se había
habituado a contarle todo lo que sucedía, todo lo que sentía.
219
estaba en casa, y cuando lo vio entrar no pudo menos que
exclamar, con visible carga y muy emocionada.
220
cooperar. Abandonó el clave y fue a sentarse al lado de
Werther, que ocupaba en el sofá el sitio habitual.
221
miras, luz hermosa? Sonríes y sigues tu camino. Las ondas se
elevan con gozo hasta ti, bañando tu brillante cabello. ¡Adiós,
rayo de luz, dulce y tranquilo! ¡Y tú, sublime luz del alma de
Ossian, brilla, aparece ante mis ojos!
“Se adelantó Minona con toda su belleza, con la vista baja y los
ojos con lágrimas. Flotaba su cabellera con el viento de la
colina. El alma de los héroes entristeció al escuchar su dulce
canto, porque habían visto en múltiples veces la tumba de
Salgar, y muchas también la agreste morada de la blanca
Colma… de Colma, abandonada en la montaña sin más
compañía que el eco de su cantarina voz. Salgar había
prometido asistir; pero antes de llegar la noche envolvió en la
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oscuridad a Colma. Escuchen su voz; oigan lo que cantaba al
vagar por la montaña:
COLMA
223
“¡Cálmate por un momento, huracán! ¡Enmudece por un
momento, potente catarata! Deja que mi voz resuene por todo
el valle y que la escuche mi viajero. Salgar, yo soy quien llama.
Aquí está el árbol y la roca. Salgar, dueño de mí, aquí me tienes;
ven… ¿por qué tardas?
“La Luna sale; las olas, en el valle, reflejan sus rayos; las rocas
se esclarecen, las cumbres se alumbran; pero no veo a mi
amado. Sus perros, que siempre se le adelantan, no me
anuncian su llegada. ¡Ah! Salgar, ¿por qué me dejas sola?
224
¡Estabas tú tan bello entre mil guerreros de la montaña! ¡Y él era
tan bravo en la pelea! Escuchen mi voz y respondan, mis
amados. ¡Pero ay de mí!, están mudos, mudos para siempre.
Sus corazones están helados como la tierra.
225
“Ulino apareció con el arpa y nos hizo oír el cantar de Alpino.
Alpino fue un cantor melodioso y el alma de Ryno era un rayo
de lumbre. Pero uno y otro yacían en la estrecha mansión de los
muertos y sus voces no llegaban a Selma.
“Un día, al volver Ulino de cazar, antes que los dos héroes
hubieran muerto, les oyó cantar en la colina. Su canto era dulce,
pero triste. Lamentaban la muerte de Morar, mayor de los
héroes. El alma de Morar era gemela de la de Fingal; su espada,
similar a la espada de Oscar. Murió, dijo su padre, y los ojos de
su hermana Minona dejaron escapar las lágrimas al oír el canto
de Ulino. Minona se retiró, como la Luna oculta la cabeza detrás
de las nubes cuando presiente la tempestad. Yo acompañaba
con el arpa el canto de las lamentaciones.
RYNO
226
para los muertos. Su cabeza está inclinada por el peso de los
años y sus ojos, escaldados por el llanto. Alpino, ¿por qué vas a
solas por la montaña silenciosa? ¿Por qué gimes como el viento
en el bosque y como la ola que se rompe en la lejana playa?
ALPINO
“Mi llanto, Ryno, proviene de los muertos. Mi voz se eleva por los
habitantes del sepulcro. Tú eres ágil y delgado, Ryno; eres bello
entre los hijos de la montaña; pero caerás como Morar y la
aflicción irá también a sentarse sobre tu ataúd. La montaña se
olvidará de ti y tu arco abandonado colgará de la muralla. ¡Oh,
Morar!, tú eres ligero como el corzo en la colina, temible como el
fuego del cielo en la oscuridad de la noche; tu cólera era una
tempestad, tu espada, un rayo en el combate, tu voz era el rugir
del torrente después de la lluvia, el del trueno rodando sobre las
montañas. Muchos han sucumbido ante el golpe de tu brazo; la
llama de tu cólera los ha consumido…
227
Cuatro piedras, cubiertas de musgo, son tu único monumento.
Un árbol sin hojas, altas hierbas que mece la brisa. Esto es todo
lo que muestra al experto cazador el lugar donde yace el
poderoso Morar. Tú no tienes madre ni amante que te lloren:
murió la que te engendró; murió también la hija de Morglan.
¿Quién es el hombre que se apoya en un bastón? ¿Quién es
aquel hombre cuya cabeza blanquea por la edad y cuyos ojos
se enrojecen por llorar? Es tu padre, ¡oh, Morar!, tu padre, que
no tenía otro hijo. Muchas veces oyó hablar de tu valor, de los
enemigos que cayeron ante tu espada; muchas veces oyó
hablar de la gloria de Morar. ¡Ay! ¿Por qué le contaron también
tu muerte?
228
“La aflicción de los guerreros era honda; pero el sollozo de
Armino la controlaba. Este canto le recordaba la pérdida de un
hijo, muerto en plena juventud. Carmor estaba junto al héroe:
Carmor, el príncipe de Galmal.
“¿Por qué suspiras así?, le dijo. ¿Es en este sitio donde se debe
llorar? La música y el canto que se dejan oír, ¿no son para
reanimar el espíritu, lejos de abatirle? Son como el leve vapor
que escapa del lago, invade el bosque y humedece las flores; el
Sol luce fulguroso y los vapores se esparcen. ¿Por qué estás
triste, ¡oh, Armino!, tú que reinas en Gorma, ceñida de las olas?
ARMINO
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“Daura, hija; eras hermosa como el astro de plata que blanquea
las colinas de Fura; eras blanca como la nieve y dulce como la
brisa embalsamada matutina.
“El traidor Erath la dejó sobre la roca y regresó a tierra con risa.
Daura se deshizo en gritos, llamando a su padre y a su
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hermano: ‘Arindal, Armino, ¿no vendrán ninguno a salvar a su
Daura?’ Su voz surcó los mares. Arindal, hijo, bajó de la
montaña cargado con el botín de la caza, con las flechas
suspendidas del costado, el arco en la mano y rodeado de cinco
perros negros. Distinguió en la orilla al audaz Erath; se apoderó
de él y le ató a un roble con fuertes ligaduras. Mientras Erath
llenaba el espacio de gemidos, Arindal, tomando su barca, se
enfiló a la roca donde estaba Daura. En esto llega Armar,
prepara con furia una flecha, silba el dardo y tú, hijo mío,
mueres por el golpe destinado a Erath, el pérfido. En el
momento en que la barca llegó a la roca, Arindal dio el último
suspiro. ¡Oh, Daura! La sangre de tu hermano corrió a tus pies.
¡Cuán grande habría sido tu desesperación! La barca, deshecha
contra la roca, se hundió en el abismo. Armar se lanzó al agua
para salvar a Daura o perecer. Una corriente de viento de la
montaña agita el oleaje y Armar desaparece para siempre. Mi
desgraciada hija quedaba desamparada, sola, sobre un
peñasco atacado por las olas. Yo, su padre, escuchaba sus
lamentos y nada podía hacer para socorrerla. Toda la noche
estuve en la orilla, contemplándola ante los tenues rayos de la
Luna. Toda la noche oí sus clamores. El viento soplaba, el agua
caía a torrentes, y la voz de Daura se debilitaba conforme se
acercaba el día. Pronto se apagó en su totalidad, como se va la
brisa de las tardes entre las hierbas de la montaña. Consumida
en desesperación, expiró, dejando a Armino solo en el mundo.
Mi valor, mi fuerza y mi orgullo murieron con ella.
231
“Cuando las tormentas bajan de la montaña; cuando el viento
alborota el oleaje, me postro en la ribera y miro la funesta roca.
Muchas veces, cuando la Luna aparece en el cielo, veo flotar en
la oscuridad iluminada las almas de mis hijos, que vagan por el
espacio, unidos fraternalmente en un abrazo”.
232
“¿Por qué me despiertas, soplo embalsamado de primavera? Tú
me acaricias y me dices: ‘traigo conmigo el rocío del cielo; pero
pronto estaré marchito, porque pronto vendrá la tempestad,
arrancará mis hojas. Mañana llegará el viajero; vendrá el que
me ha conocido en todo mi esplendor; su vista me buscará a su
alrededor y no me hallará”.
233
-¡Werther! -dijo por tercera vez-, ahora con acento digno e
imponente.
234
Ella guardó silencio. Esperó, suplicó, esperó una vez más... Por
último se alejó de la puerta gritando:
235
“Esta vez es la última que abro los ojos; la última, ¡ay de mí! Ya
no volverán a ver la luz del día. Estarán cubiertos por una niebla
densa y oscura. ¡Sí, viste de luto, naturaleza! Tu hijo, tu amigo,
tu amante se acerca a su término. ¡Ah, Carlota!, es una cosa que
no se parece a nada y que sólo puede compararse con las
percepciones confusas de un sueño, el decirse; ‘¡Esta mañana
es la última!’ Carlota, apenas puedo entender el sentido de
estas palabras: ‘¡La última!’ Yo, que ahora tengo la plenitud de
mis fuerzas, mañana rígido e inerte estaré sobre la tierra.
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despedazadas. Pero no supe nada de lo que me sucedió,
de lo que me sucederá.
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símbolos visibles. Todo perece, todo: pero ni la misma eternidad
puede acabar con la candente vida que ayer tomé de tus labios
y que siento en mi interior. ¡Me ama! Mis brazos la han
estrechado; mi boca ha temblado, ha murmurado palabras de
amor sobre la suya. ¡Es mía! ¡Eres mía! Sí, Carlota; mía para
siempre. ¿Qué importa que Alberto sea tu esposo? No lo es más
que para el mundo; para ese mundo que dice que amarte y
querer arrancarte de los brazos de tu marido para cobijarte en
los míos es pecado. ¡Pecado!, sea. Si lo es, ya lo expío. He
saboreado ese pecado en sus delicias, en su éxtasis
inconmensurable. He aspirado el bálsamo de la vida y con él he
fortalecido mi alma. Desde este momento eres mía, ¡mía,
Carlota! Voy delante de ti; voy a reunirme con mi padre, que
también lo es de ti, Carlota; me quejaré y me consolará hasta
que tú aparezcas. Entonces volaré a tu encuentro, te recibiré en
mis brazos y nos uniremos en presencia del eterno, con un
abrazo que no tendrá fin. No sueño ni deliro. Al borde del
sepulcro brilla para mí la verdadera luz. ¡Volveremos a estar
juntos! ¡Veremos a tu madre y le diremos todas las penas de mi
corazón! ¡Tu madre! ¡Imagen tuya perfecta!”
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“¿Me harías el favor de prestarme tu pistola: para un viaje que
he planeado? Que estés bien. Adiós”.
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pensamiento? Estas reflexiones la abrumaban y la ponían en
una cruel incertidumbre; siempre su pensamiento se dirigía a
Werther, que la adoraba; hacia Werther, a quien no podía
abandonar y a quien necesario era dejar. ¡Ah!
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haciendo así que su incredulidad se reflejara un tanto en
Carlota. Esto la tranquilizaba un poco cuando en su ser
aparecían siniestras imágenes; pero de la misma forma le
impedía manifestar sus temores a su marido.
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verse apurada para explicar lo que sentía su corazón y cayó en
un abatimiento que se profundizaba a medida que se esforzaba
por ocultar y devorar sus lágrimas.
Carlota entregó las pistolas sin poder decir una sola palabra.
Cuando éste se retiró, Carlota volvió a tomar su labor y se fue a
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su habitación, presa de una gran turbación y con el corazón
agitado por los presentimientos.
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“Han pasado por tus manos; tú misma las has desempolvado;
tú las has tocado… y yo las beso ahora una y mil veces. ¡Ángel
del cielo, tú apoyas mi decisión! Tú, Carlota, eres quien me
entregas esta arma destructora; así recibiré la muerte de quien
quería recibirla yo. Me he enterado por el criado de los
pormenores! Temblabas al darle estas
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perdóname. Consuélala, Guillermo. Que Dios los llene de
bendiciones. Todos mis asuntos quedan saldados. Adiós; nos
volveremos a ver y entonces seremos más felices.
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Después de las 11
“Tu retrato, muy querido para mí, te lo doy con la súplica de que
lo conserves. He impreso en él mil millones de besos y lo he
saludado mil veces al entrar en mi habitación y al salir de ella.
Dejo una carta escrita para tu padre, en la que ruego proteja mi
cadáver. Al final del cementerio, en la parte que da al campo,
hay dos tilos, en cuya sombra deseo descansar. Esto puede
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hacer tu padre por su amigo y tengo la seguridad de que lo
hará. Pídeselo tú también, Carlota. No pretendo que los
piadosos cristianos dejen depositar el cuerpo de un
desgraciado cerca de los suyos. Quisiera que mi sepultura
estuviera a orillas de un camino o en un valle solitario, para que
cuando el sacerdote o el levita pasen junto a ella, elevaran sus
brazos al cielo, con una bendición, y para que el samaritano la
regara con sus lágrimas. Carlota: no tiemblo al tomar el cáliz
terrible y frío que me dará la embriaguez de la muerte. Me lo
has entregado y no dudo. Así van a cumplirse todas las
esperanzas y todos los deseos de mi vida, todos, sí, todos.
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¡Cuánto te he amado, desde el momento primero de verte!
Desde ese momento comprendí que llenarías vida… Haz que
entierren el lazo conmigo... Me lo diste el día de mi cumpleaños
y lo he guardado como una reliquia santa. ¡Ah! Nunca sospeché
que aquel principio llevaría a este final. Ten calma, te lo suplico,
no desesperes... Están cargadas… Oigo las 12… ¡Que sea lo que
tenga que ser! Carlota… Carlota… ¡Adiós! ¡Adiós!
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partes estaban paralizadas. La bala había entrado por arriba
del ojo derecho, haciendo saltar los sesos. Le sangraron de un
brazo; la sangre corrió. Todavía respiraba. Unas manchas de
sangre que se veían en el respaldo de su silla demostraban que
consumó el acto sentado frente a la mesa en que escribía y que
en las convulsiones de la agonía había caído al suelo. Se
encontraba boca arriba, cerca de la ventana, vestido y con
zapatos, con frac azul y chaleco amarillo.
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las manos y la boca del herido y demostrando estar poseídos
del más intenso dolor. El de más edad, que había sido siempre
el favorito de Werther, se colgó del cuello de su amigo y
permaneció abrazado hasta que expiró. Hubo que quitarlo a la
fuerza. A las 12 del día Werther falleció.
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