Donato Pueblos Indígenas Enciclopedia Espasa Planeta
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TOMO DOS
CAPÍTULO 8
Pueblos indígenas
Luz Marina Donato Molina
BOGOTÁ
2003
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CONTENIDO
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Panorama general
El territorio colombiano estuvo poblado por numerosos y variadísimos pueblos indígenas. Los
procesos de conquista y colonización española causaron la desaparición de muchos de estos
grupos, algunos físicamente por la confrontación militar o por las epidemias importadas y otros por
la aculturación y el mestizaje ocasionados por la empresa colonial.
La zona andina, con sus valles entre cordilleras, y la región Caribe fueron los lugares donde se
concentró la colonización española, alrededor de centros urbanos como Santa Fe, Tunja, El
Socorro, Medellín, Popayán, Mompox, Santa Marta y Cartagena. La mayoría de los asentamientos
españoles se establecieron aledaños a localidades indígenas, y las políticas de cristianización y
“civilización” resultaron en la rápida aculturación de las sociedades nativas. En los primeros años
de la Conquista, la escasez de mujeres europeas propició un intenso mestizaje. De esta forma, los
pueblos indígenas que habitaban aquellas regiones fueron dejando de existir durante los dos
primeros siglos de la Colonia.
Algunos pueblos guerreros de los cálidos valles interandinos, distinguidos por los españoles
como caribes, resistieron fieramente a la empresa conquistadora y colonial, no se dejaron someter
y fueron aniquilados militarmente. Algunos, como los pijaos del sur del Tolima, después de
prolongada y tenaz resistencia y de atacar los asentamientos españoles, pudieron sobrevivir luego
de que la corona les reconoció parte de sus territorios en resguardos. Pero el impacto de la
Colonia, el crecimiento de las haciendas y la intrusión del mercado hicieron que la lengua y la
mayoría de sus costumbres vernáculas desaparecieran y que hoy su vida cotidiana sea semejante a
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la de la mayoría de los campesinos de la región. Casos similares de pérdida de las tradiciones
lingüísticas y culturales son los de los pastos en el departamento de Nariño, los yanaconas del
Macizo Colombiano, los sinúes en los departamentos de Antioquia, Córdoba y Sucre y los muiscas
de Cota en Cudinamarca. Estos grupos han reivindicado su ancestro indígena y obtenido el
reconocimiento de sus tierras en resguardo exhibiendo la existencia de títulos coloniales.
La mayoría de los grupos indígenas que sobrevivieron y que aún hoy existen en Colombia se
encontraban en territorios lejanos e inhóspitos (las selvas húmedas del Pacífico, el Catatumbo o la
Amazonía, en el árido desierto de La Guajira, en las cumbres de la Sierra Nevada, del Cocuy o en
los Llanos Orientales), por fuera de los terrenos apetecidos por los españoles para sus
asentamientos: valles y sabanas fértiles y las mesetas andinas.
Los indígenas de la Amazonía, quienes lograron llevar una existencia relativamente aislada del
régimen colonial, vieron sus vidas trágicamente violentadas a principios del siglo XX, durante el
auge de la explotación cauchera, cuando comunidades enteras de los que hoy son los
departamentos de Caquetá, Putumayo, Amazonas y Vaupés fueron esclavizadas y sometidas a los
más crueles tratos para obligarlos a la recolección del látex; esto hasta que los holandeses lograron
producirlo en gran escala en Indonesia a principios de siglo. Un buen porcentaje de indígenas de
estas zonas fueron asesinados y otros fueron desplazados.
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Embera chami del Risaralda. Foto de Alberto Sierra.
Luego de algunos años de relativa calma, estas poblaciones indígenas fueron intervenidas
nuevamente hacia los años sesenta, esta vez para suplir la demanda de pieles de felinos, y más
contemporáneamente, desde finales de la década los setenta, de cultivos ilícitos y de narcóticos.
En general, puede decirse que durante el siglo XX las poblaciones indígenas sobrevivientes
fueron sometidas a diversos hostigamientos y persecuciones, ya fuera en la forma de expropiación
de sus tierras, de explotación de su trabajo, de aculturación forzada por medio de la educación
escolarizada o de violencia, como respuesta a sus reclamos. Estas agresiones a las sociedades
indígenas ocasionaron la muerte de muchos individuos, el abandono de sus patrones culturales, su
pauperización o, en síntesis, el deterioro progresivo de la sociedad y de la cultura indígena.
El Concordato entre el gobierno colombiano y el Vaticano de finales del siglo XIX otorgó a la
Iglesia Católica la educación de los indígenas “para ser reducidos a la vida civilizada”. Así fue como
en la mayoría de las zonas indígenas desde principios del siglo XX se establecieron misiones e
internados cuyo objetivo era cristianizar a los indígenas.
Este estado de cosas parecía llevar indefectiblemente a la más rápida o más paulatina
desaparición de los pueblos indígenas, hasta que en los años setenta surgió el movimiento
indígena contemporáneo con el fin de defender sus territorios, su cultura y su autonomía.
Originado en el departamento del Cauca con el Consejo Regional Indígena del Cauca, luego se
extiende al Tolima y a la Sierra Nevada. En 1980 se funda la ONIC (Organización Nacional Indígena
de Colombia), la cual comprende en la actualidad a pueblos indígenas de las distintas regiones del
país. Indígenas de Nariño y del Cauca conforman en los años ochenta la organización de
Autoridades Indígenas de Colombia. Desde el surgimiento del CRIC, los indígenas reclaman
organizadamente al Estado el reconocimiento de sus territorios, muchos de ellos usurpados por
terratenientes o colonos, el respeto a su cultura, el derecho a tener una educación y unas formas
de gobierno propias. Estos reclamos conducen a la titulación de cientos de miles de hectáreas a los
pueblos indígenas de territorios que anteriormente tenían la condición de baldíos o que estaban
ocupados por terceros.
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Indígena embera del río Taparal. Foto Alberto Sierra.
Sin embargo, dicho reconocimiento a los indígenas como ciudadanos plenos con derecho a
ejercer su diferencia cultural no ha estado acompañado por la paz y por la tranquilidad para las
comunidades. Desgraciadamente grandes intereses económicos, de compañías petroleras o de
obras de infraestructura, por ejemplo, siguen con la mira puesta en sus territorios. Pero más grave
aún es el hecho de que éstos y las comunidades han sido convertidos en objetivos de los bandos
armados que combaten en la guerra en Colombia. Numerosos líderes indígenas han sido
asesinados por la guerrilla y por los paramilitares. Los territorios indígenas en el Pacífico, en Urabá,
en la Sierra Nevada, en el Catatumbo, en el Vaupés, en el Putumayo, en el Cauca, en el Caquetá
se encuentran en el centro del conflicto armado y numerosos miembros de las poblaciones
indígenas han sido desplazados de sus lugares de habitación.
A comienzos del siglo XXI la población indígena colombiana exhibe una extraordinaria diversidad
a pesar de su bajo peso demográfico (aproximadamente el 0,2% de la población nacional). En
Colombia pueden existir actualmente unos 800.000 indígenas hablantes de más de 70 variedades
lingüísticas, algunas de ellas con más de 100.000 hablantes como el caso de paeces o guajiros,
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pero la mayoría de ellos con unos pocos de centenares de individuos que mantienen vivas parte de
sus tradiciones lingüísticas y culturales.
Para cubrir los distintos pueblos indígenas existentes en Colombia conviene agruparlos
regionalmente, pues la cercanía geográfica es un factor relacionado con la similitud cultural o
lingüística o con la comunidad de antecedentes históricos.
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La región del Pacífico
Como el resto del país, el Pacífico estaba poblado por numerosos pueblos indígenas. Sin
embargo, sólo tres lograron sobrevivir hasta nuestros días, debido a la afortunada coincidencia de
factores diversos como su dinamismo demográfico y espacial y sus tácticas particulares para
enfrentar al régimen colonial. Estos tres pueblos son de norte a sur los tules de Urabá, los chocó y
los awas de Nariño.
Los tules
Los tules, conocidos también en los documentos españoles y en el habla popular como cunas,
presentan una notable historia de independencia política a través de las sucesivas etapas históricas.
Asentados al tiempo de la llegada de los españoles en una amplia área del bajo Atrato, Urabá y
la costa Pacífica, en lo que hoy es el norte del departamento del Chocó, sufrieron durante el siglo
XVI la arremetida expansiva de los embera del grupo chocó, lo que los obligó a replegarse más al
norte en su mayoría en la costa Atlántica y las islas de San Blas al norte del golfo de Urabá en
Panamá. Quedaron sólo unos pequeños asentamientos en el actual territorio colombiano con
menos de mil personas, en las inmediaciones del golfo de Urabá: Arquía en la parte norte del golfo
en el municipio de Unguía, Chocó en la frontera con Panamá y Caimán Nuevo, un poco más al sur
en la orilla occidental del golfo en el municipio de Turbo, Antioquia.
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Desde mediados del siglo XVII se aliaron con enemigos de los españoles: franceses, escoceses
e ingleses con quienes mantenían negocios de contrabando y servían de apoyo en incursiones
contra los asentamientos coloniales. Por esta razón los españoles cerraron durante casi dos siglos
el río Atrato a la navegación, bajo pena de muerte.
Los tules continuaron con un gran sentido de independencia aún durante la época republicana;
en 1925 protagonizaron un rebelión contra el gobierno panameño y llegaron incluso a declarar la
independencia de la república tule.
Los tules, tanto los del área de San Blas, en Panamá, como los del golfo de Urabá, en Colombia,
hablan una sola lengua sin variaciones dialectales apreciables.
Desde comienzos del siglo XX los de los asentamientos colombianos han tenido la presencia de
misioneros católicos quienes intentaron aculturarlos mediante la escolarización y la catequización.
La zona del golfo de Urabá ha sido objeto de intensa colonización desde mediados del siglo XX y
así las tierras de los tule colombianos se han ido estrechando hasta unos pocos miles de hectáreas
hoy reconocidos como resguardos. El de Arquía fue aprobado en 1982 con 2.300 hectáreas para
350 habitantes y el resguardo de Caimán Nuevo fue creado en 1992 con 7.500 hectáreas para 750
personas.
Desde 1982 son miembros de la Organización Indígena de Antioquia y por medio de ella han
tenido notable presencia en la política departamental y su líder Abadio Green ha sido presidente de
la ONIC.
Los tules habitan asentamientos familiares de una o varias viviendas cercanas lideradas por el
hombre mayor que se denomina sakka. Estos asentamientos son matrilocales, es decir, que las
hijas permanecen en las casas de sus familias y hombres de otras familias las toman por esposas y
se establecen en el asentamiento de ellas. A su vez, los hombres jóvenes se desplazan a otros
asentamientos familiares a buscar esposas. Las viviendas son bohíos rectangulares con paredes de
madera de palma y piso de tierra y alojan familias extensas, es decir, los abuelos, sus hijos
solteros, algunas de sus hijas casadas y los nietos. En la medida en que las familias crecen,
construyen nuevas viviendas en las cercanías de las de los viejos. Hay un fogón por cada familia
nuclear y duermen en hamacas. Si el asentamiento aumenta mucho en miembros, en ocasiones
construyen casas adyacentes a las viviendas exclusivamente como cocinas.
En la forma más tradicional el matrimonio se concierta entre los padres de los futuros cónyuges
por iniciativa de los de la muchacha. Los primos y los hijos de éstos están prohibidos como
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cónyuges potenciales. Las uniones con miembros de otras etnias, mestizos, negros o de otros
grupos indígenas están absolutamente prohibidas. La monogamia es predominante, aunque
algunos jefes locales o sailas pueden tener más de una esposa. La separación o divorcio no tiene
mayores formalidades o compensaciones y ocurre cuando simplemente el esposo deja la familia de
la esposa y retorna con su propia familia, en cuyo caso los hijos quedan bajo el control total de la
familia materna.
Los grupos familiares son autónomos para la mayoría de las decisiones que se toman. Éstos son
escenarios de relaciones reiteradas de reciprocidad en la circulación de productos agrícolas, de
pesca y de caza o durante celebraciones, rituales y festividades. Los grupos familiares adyacentes
se consideran como una localidad o comunidad y tienen un saila, quien tiene unos ayudantes
llamados alkal y los miembros de una especie de policía, denominados polis. Todos estos
funcionarios son elegidos por la comunidad en los congresos convocados por los sailas.
Los congresos tules, llamados onmaket, son una de las características más especiales de su
organización sociopolítica. Son unas asambleas en las que participan todos los adultos de la
localidad y donde se examinan detalladamente distintos problemas y asuntos de interés. Se somete
a escrutinio el accionar de los jefes y de los chamanes y se evalúa la proficiencia de estos últimos
en el dominio de la tradición oral, uno de los aspectos clave de la religiosidad tule. En las onmaket
pueden opinar todas las personas mayores y son una institución de gran eficiencia en el
mantenimiento de la armonía y la solidaridad social y una expresión muy original y elaborada de
participación democrática en la resolución de los asuntos de interés colectivo.
El tipo de organización política de los tules, con la jefatura del saila y el apoyo de los alkal y los
polis, ha hecho fácilmente las transición hacia los cabildos o juntas de gobierno elegidas por la
comunidad, reconocidas por las leyes colombianas como forma de autoridad local civil entre los
pueblos indígenas y que son la base de las federaciones regionales o departamentales y de la
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organización nacional, pues constituyen las formas organizativas y políticas contemporáneas por
las cuales los indígenas hacen presencia en el país contemporáneo.
Los tules practican una de las muchas variantes de una horticultura tropical, complementada
con caza y pesca, como es el caso de casi la totalidad de las sociedades aborígenes de la selva
húmeda. Los cultivos tradicionales son maíz, plátano y caña de azúcar. La incorporación al
mercado ha ocasionado que crecientemente desde comienzos del siglo XX se hayan incorporado
cultivos como los de arroz y cacao para destinar parte de su producto a la venta.
La cosecha del maíz y del arroz es una labor colectiva, pues es necesario recoger todo el
producido de una vez, mientras que la colecta cotidiana de plátano es una labor femenina.
La cacería y la pesca son labores masculinas; estas actividades así como las agrícolas se
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desarrollan con herramientas modernas, que se han incorporado desde los primeros contactos con
los españoles.
En cuanto a las labores artesanales, la cerámica y la confección de las famosas molas son
acometidas indistintamente por hombres y mujeres, la cestería y la talla de madera son actividades
masculinas. La construcción da canoas por uno o varios hombres es frecuentemente una actividad
destinada al comercio, pues desde hace largo tiempo gran cantidad de elementos usados
cotidianamente son manufacturas obtenidas en el mercado.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Para los tules el universo está constituido por doce niveles, en el centro de los cuales se
encuentra el mundo de los hombres. Por debajo están aquéllos donde residen los muertos y en los
superiores están los astros y los espíritus celestiales. Ibelel o Ibeorgún es el emisario del creador y
quien ayudó a los hombres primigenios a salir de su primordial estado de animalidad. El mundo
primordial era de oro, pero a medida que Ibelel instituía la cultura, desaparecía. Este ser civilizador
puede ser contactado por los chamanes. Estos últimos son de tres tipos entre los tules: los nele,
los inatuledi y los absogedi en orden de importancia y de complejidad del aprendizaje. Los nele son
grandes chamanes líderes que guían a su pueblo y les traen grandes enseñanzas, su advenimiento
es muy excepcional y se da cuando un niño nace acompañado de ciertos signos prodigiosos; los
absogedi, prácticamente desaparecidos, eran especializados en la prevención de ciertas
enfermedades, y los innatuledi son quienes ejercen la práctica chamánica de manera más
reiterada, derivan sus habilidades del aprendizaje con un maestro en la forma más típica del
chamanismo. Las ceremonias de aprendizaje y de curación son nocturnas y en ellas los innatuledi
usan figuras de madera ( nuchu) de forma antropomorfa para representar a los espíritus; además
de los extensos y complejos cantos de curación, los innatuledi usan plantas mágico-medicinales
para frotar o bañar a los enfermos.
Las fiestas de perforación de la nariz a los dos años de edad para colocar el característico anillo
de oro u olo de las mujeres tule, así como el de la menarquía y de la adultez, constituyen grandes
eventos rituales y sociales entre lo tules. Las niñas son sometidas a aislamiento en pequeños
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habitáculos, tienen una dieta ritual rigurosa y llevan pintura corporal característica. Estas
celebraciones son acompañadas de música de flautas, bailes y cantos mitológicos. Los matrimonios
son también motivo de grandes celebraciones. Las reuniones sociales de los tules siempre están
acompañadas de considerable consumo de chicha fresca de maíz o inna.
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Los chocós, los emberas y los wounaáns
Los lingüistas adoptaron la denominación chocó, que usaron los españoles para referirse a
indígenas de similares usos culturales e idiomas emparentados que habitan en la región del
Pacífico. En el nivel lingüístico son dos lenguas: la wounaán del bajo río San Juan y el embera,
originario de los cauces altos del San Juan y del Atrato, en un área donde confluyen de acuerdo
con los actuales departamentos colombianos, el sur del Chocó, el occidente de Risaralda y el
suroccidente de Antioquia. El embera tiene seis áreas dialectales, las cuales de manera general
corresponden a áreas culturales diferenciadas.
Los vecinos no indígenas y los escritos no especializados se han referido a ellos con diferentes
apelativos: noanamá para los wounaán, katíos a los embera de montaña en Córdoba, Antioquia,
Risaralada y en la cordillera chocoana. Chamís en el alto San Juan en Risaralda y cholos en la selva
baja en Chocó, Valle, Cauca y Nariño.
Los chocós son uno de los grupos indígenas más dispersos y fragmentados del país. Los
actuales subgrupos ya existían, aunque menos disgregados, a la llegada de los españoles. Su
hábitat fluctúa entre la selva baja superhúmeda de la llanura pacífica y las selvas ligeramente
menos húmedas de las estribaciones occidentales de la Cordillera Occidental. Esta diferencia en el
paisaje ha determinado buena parte de sus diferencias culturales. Como los mismos indígenas
distinguen, entre emberas de río y emberas de montaña, pues en la selva baja el uso de canoas y
de los recursos del río es parte vital del modo de asentamiento, mientras que en la cordillera los
ríos accidentados impiden la navegación, por lo cual los asentamientos se centran a lo largo de
caminos.
A la llegada de los españoles los wounaáns se encontraban en el bajo San Juan, donde aún
permanecen. Un subgrupo embera habitaba en el alto Atrato, en el área donde hoy quedan Quibdó
y Lloró en el Chocó; sus descendientes se han dispersado por el medio Atrato y sus afluentes, por
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el alto Baudó y por el litoral Pacífico al norte del Chocó, lo cual incluye un buen número en la
provincia panameña de Darién. Otro subgrupo de emberas de río que habitaba en el medio San
Juan parece haberse dispersado hacia el norte al medio río Baudó, en el Chocó, y hacia el sur en
pequeños núcleos en algunos ríos del litoral caucano y nariñense, estos últimos recientemente
conocidos por su autogentilicio de eperara-siepidara.
Los indígenas de montaña del alto San Juan se han conocido como chamís a partir del río
Chamí, donde se encuentra el actual municipio de Mistrató, Risaralda, uno de los asentamientos
principales. Se han expandido hacia el cañón de Garrapatas en el norte del Valle, hacia el sur de
Antioquia en Andes y Bolívar e incluso hacia el Caquetá y Putumayo.
Emberas que habitaban en las cabeceras de afluentes orientales del medio Atrato en
inmediaciones del río Arquía se desplazaron hacia el área de los actuales municipios de Dabeiba y
Frontino en el antiguo gran resguardo de Cañasgordas en el occidente de Antioquia y hacia la zona
del alto Sinú en el sur de Córdoba.
A la llegada de los españoles los chocós continuaron un proceso expansivo territorial en contra
de los grupos indígenas circundantes. En efecto, fueron —wounaá y embera— los únicos
sobrevivientes entre los varios grupos mencionados por los documentos españoles del siglo XVI en
la llanura Pacífica y en las inmediaciones cordilleranas. Desplazaron a los tules de una amplia área
del norte del Chocó hacia la provincia de San Blas en Panamá, mientras que el resto de los otros
grupos del litoral, del río Baudó del medio Atrato o de la costa Pacífica, desaparecieron en las
primeras épocas de la Colonia, ya fuera bajo el acoso de los chocós o el de los españoles.
Los chocós han mostrado una gran capacidad de supervivencia, tanto por su capacidad de
adaptarse a la economía de mercado sin renunciar a sus fundamentos socioculturales como por la
flexibilidad de su organización social, capaz de expandirse hacia nuevos territorios y reproducir su
sociedad y su cultura a partir de reducidos núcleos familiares. En la actualidad son unos 40.000
indígenas en Colombia. Unos 25.000 en el Chocó, 3.000 en Córdoba, 5.000 en Antioquia, 3.000 en
Risaralda, 1.000 en el Valle, 2.000 en Cauca y Nariño y 1.000 dispersos en otras localidades como
en Caquetá y Putumayo.
Los chocós opusieron gran resistencia en la Conquista durante casi un siglo, hasta que a
principios del siglo XVII aceptaron la reducción a pueblos bajo el régimen español. Sin embargo,
durante la Colonia protagonizaron algunas notables rebeliones, sobre todo, en el área del Atrato y
del medio San Juan. Con la derrota del régimen colonial, los chocós abandonaron dichos poblados
y se expandieron con gran dinamismo, desde la región del alto Atrato-San Juan a otras áreas,
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hasta ocupar, aunque de manera dispersa, prácticamente toda la región del Pacífico y las áreas
montañosas adyacentes en Colombia y Panamá.
Como en la mayoría de los otros grupos indígenas en Colombia, de acuerdo con el Concordato
con el Vaticano, las misiones católicas se instalaron con sus escuelas y sus internados en los
principales asentamientos indígenas chocós. Entre los centros más grandes estuvieron los de Catrú,
en el río Baudó; el de Aguasal, en el alto Andágueda; el de Purembará, en el Chamí; el de
Dabeiba; el de Noanamá, entre los wounaáns del bajo San Juan. Además, innumerables pequeñas
escuelas católicas fueron instaladas en decenas de asentamientos indígenas. Los misioneros
trataron de suprimir las costumbres chocós, de relegar el atuendo y el arreglo corporal tradicional,
de prohibir el chamanismo y de sustituir el idioma indígena por el castellano.
Por vez primera los numerosos pequeños grupos y otros pocos asentamientos más grandes de
emberas y wounaáns se relacionan de manera coordinada y buscan objetivos comunes. La
matanza de indígenas en una mina de oro en el Alto Andágueda los lleva a realizar la primera
manifestación indígena en la historia por las calles de Quibdó, en 1980. Desde 1981 celebran
congresos regionales con delegados de todas las localidades indígenas del departamento. Unos
años después se crea la Organización Indígena de Antioquia, impulsada sobre todo por activistas
de Cristianía, una localidad embera originaria del Chamí, en las inmediaciones de los municipios de
Jardín y de Andes en la que dos centenares de familias se hacinaban en unas pocas hectáreas y en
la que poco antes había sido asesinado su líder, el abogado embera Aníbal Tascón. La Orewa y la
OIA logran organizar en cabildos a todos los indígenas de los dos departamentos y presionan por
agilizar el proceso de titulación de resguardos de los territorios indígenas, y poco a poco asumir el
control de la actividad escolar que estaba en manos de los misioneros.
La visibilidad política de los chocós tuvo su punto culminante con la elección del abogado
embera Francisco Rojas Birry, uno de los fundadores de la Orewa cuando era estudiante de
bachillerato, a la Asamblea Constituyente de 1991, cuando junto con el líder guambiano Lorenzo
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Muelas, fueron los primeros indígenas en la historia de Colombia en ser elegidos a un cargo de
circunscripción nacional. Rojas Birry ha continuado hasta el presente una carrera parlamentaria
ininterrumpida, y en las últimas elecciones de 2002 Gerardo Jumí, líder embera de la OIA, fue
electo al Senado.
Los embera del sur de Córdoba, de los afluentes Esmeraldas y Verdes del alto Sinú, vieron sus
tierras inundadas con la construcción de la represa de Urrá. Tuvieron que recurrir a movilizaciones
y denuncias durante varios años hasta culminar en una toma de varias semanas de los jardines del
Ministerio del Medio Ambiente, en 1999, con el apoyo del resto de organizaciones indígenas del
país, para lograr acuerdos sobre indemnizaciones y reparaciones por la pérdida de sus tierras, lo
cual sin embargo no ha solucionado los graves problemas de dislocación social que la pérdida del
territorio tradicional ocasionó.
Pero la mayor amenaza que viven en la actualidad los indígenas del Chocó reside en la
generalización de la guerra interna colombiana en sus territorios. Los lugares que hasta hace una
década no presentaban mayores episodios violentos, hoy, en el Atrato, en Urabá, en la frontera
con Panamá, en el alto Sinú, en el San Juan, en el litoral sur, son escenarios de disputas entre los
grupos armados de izquierda y de derecha, con los consecuentes asesinatos, desapariciones y
desplazamientos de la población indígena, que al querer mantenerse al margen de la guerra es
victimizada por los bandos enfrentados.
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ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA
A partir de los años ochenta, con el advenimiento de las organizaciones regionales, los poblados
se convirtieron en asentamientos permanentes donde también se asientan los nuevos cabildos o
gobiernos locales, y como estrategia de defensa territorial y de cohesión social, esta vez dentro de
una dinámica autónoma en contraste con la nucleación forzada colonial y la inducida por los
misioneros que perseguían la sujeción de los indígenas.
La vivienda de los chocós, conocida localmente como tambo, es de tipo palafítico, es decir, con
piso de madera levantado sobre pilotes. El modelo original es el del bohío circular de techo pajizo
sin paredes con el piso elevado de dos a tres metros sobre la tierra. El uso del espacio de la
vivienda es multifuncional: en la noche los ocupantes duermen sobre el piso y en el día levantan
sus lechos para efectuar distintas actividades. El tambo tiene un zarzo que funciona como depósito
y en un lado dentro de la casa se encuentra un fogón con una base de tierra sobre el piso de
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madera. Frecuentemente el piso de tierra debajo del piso elevado se utilizaba como corral de
cerdos pero esta práctica no es posible en los poblados por razones de higiene pública. Entre los
embera del sur de Antioquia en Jardín, Valparaíso y Bolívar se ha adoptada la casa de tipo
campesino de paredes de bahareque o ladrillo y teja de barro.
En la selva baja las viviendas están a la orilla de los ríos y los desplazamientos se hacen por
canoa. En la cordillera, aunque la vivienda se ubica cerca de alguna fuente de agua, es importante
ubicarse al pie de un camino importante y la movilización se efectúa a pie o en bestia.
Los chocós tienen un parentesco de tipo cognático, reconocen con los mismos términos a
parientes paternos y maternos y pueden desposar a cualquier pareja que no tenga parentesco
consanguíneo. Esto les permite a las familias individuales o a personas jóvenes buscar
asentamientos en nuevos territorios. En las viviendas se da un ciclo de familias nucleares en las
que pueden convivir una pareja mayor y uno o dos de sus hijos casados con los nietos. Cuando la
vivienda se satura, los matrimonios más jóvenes construyen casas en las inmediaciones. El
promedio de personas por habitación está entre seis y siete, unas pocas viviendas pueden tener
quince o más personas y otras pocas fluctúan entre tres o cuatro. El matrimonio es muy informal,
las parejas después de la aprobación de los padres inician su convivencia en la casa de cualquiera
de los suegros, aunque a menudo en los primeros meses residen con la familia de la nueva esposa.
Las personas pueden heredar tierras, ya sea de su familia paterna o materna o intentar
colonizar nuevas territorios. El asentamiento también se puede ver como un ciclo: una familia
coloniza un territorio; con el tiempo llegan personas y desposan algunos de los hijos solteros,
algunos viven en la casa paterna, otros construyen nuevas casas a cierta distancia y abren nuevas
parcelas; así que con el tiempo hay un sector de río poblado por familias emparentadas, las cuales
tienen reiterados vínculos de reciprocidad en trabajos colectivos, circulación de comida y asistencia
a fiestas y rituales.
Con el nuevo tipo de organización promovido por los cabildos y las federaciones regionales, las
familias pasan cada vez menos tiempo en sus casas o en el río y permanecen más en el poblado,
por lo tanto, de forma creciente algunas de ellas tienen sólo la casa en el poblado.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
En la época seca de comienzos del año se tumba el monte en parcelas de entre un cuarto y una
hectárea y se deja descomponer para abonar la tierra. Los cultivos tradicionales son maíz, plátano
y caña. El arroz ha sido incorporado desde hace un siglo. En las zonas inundables del bajo San
Juan la papachina o malanga es un cultivo de importancia. Las parcelas son monocultivadas y en
inmediaciones de las viviendas se cultivan frutales, condimentos y plantas medicinales.
En las áreas un tanto más secas en la cordillera la horticultura es de tumba y quema y los
cultivos tienden a rotarse mucho menos debido a la escasez de tierras ocasionada por la
colonización, pero también por causa de la mayor fertilidad del suelo.
La cacería y la pesca son labores masculinas individuales. Las principales presas son el venado,
el puerco de monte, la guagua, los pavones y las pavas. En las zonas de cordillera la colonización y
la subsecuente tala es la causa de que las presas mayores se hayan extinguido, la pesca sea
escasa y las tierras disponibles sean estrechas, por lo que hay deficiencias nutricionales. El cacao
en casi todas las regiones y el café en algunas zonas cordilleranas se han adoptado como cultivos
comerciales.
Los cerdos y las aves de corral, como gallinas y patos, fueron incorporados hace mucho tiempo
principalmente con fines comerciales.
La disponibilidad y la productividad de los recursos varía mucho según las regiones. En las
selvas del Baudó, la disponibilidad de territorio selvático hace que tanto la producción agrícola
como la caza y la pesca aún brinden abundantes resultados. En otras zonas selváticas, como en el
bajo San Juan, de ocupación mucho más antigua y de mayor concentración demográfica, el
producto agrícola y la caza y la pesca tienen menor rendimiento. Los cursos cortos y estrechos de
los ríos del litoral Pacífico sur en Cauca y Nariño son también áreas de baja productividad en la
horticultura y en la caza y la pesca. La situación de mayor dificultad se da en las zonas de
cordillera, en las áreas de mayor presencia campesina mestiza y de colonización, donde las tierras
indígenas fueron sensiblemente reducidas y las selvas taladas en su gran mayoría. Los indígenas
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de estas localidades deben subsistir con una gran precariedad en su producción agrícola y con la
casi total inexistencia de los recursos de caza y pesca.
La cerámica, que era practicada por las mujeres, se ha abandonado casi totalmente, con
excepción de unas pocas localidades en Risaralda y Antioquia. La cestería, en cambio, también de
manufactura femenina, conserva su vigencia plenamente. La talla de madera, desde la de las
canoas, de bancos y otros objetos domésticos hasta la de figurinas rituales, es tarea de los
hombres.
Los chocó han estado involucrados en actividades comerciales desde tiempos coloniales. La
incorporación de telas, utensilios, herramientas metálicas y otros productos manufacturados hace
que parte de su producción se destine a la venta. La cría de cerdos y la construcción de canoas son
de las actividades de mayor rendimiento comercial en las zonas selváticas. El cacao, la carne de
cacería, la cestería o los cultivos principales, como maíz y plátano, pueden ser también fuentes de
ingreso monetario. El café y el fríjol son también importantes en algunas zonas de cordillera. El
trabajo temporal asalariado de hombres que se desplazan a zonas agrícolas que lo requieran es
otra de las actividades a las que recurren para la obtención de dinero.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
El cosmos embera concibe un mundo superior en el que se encuentran los espíritus primordiales
y los de los muertos, el mundo de los hombres y el inframundo, donde residen numerosos espíritus
que pueden ser objeto de la acción chamánica. Algunos de estos espíritus están relacionados con
la afección y con la curación de enfermedades específicas, otros tienen forma cuasinatural y son
monstruos que asedian o pueden ocasionar daños a la gente, otros espíritus o “madres” gobiernan
a determinadas especies animales.
El mundo fue creado por un padre primordial tachizeze o ankoré. En primeros tiempos hubo
luchas entre un héroe mítico, encarnación del bien, y otro, del mal. Finalmente triunfó el bien y los
hombres fueron creados. Otro héroe cultural, el hijo de la pierna, después de una serie de
aventuras, trajo los principales cultivos y usos culturales a los hombres.
Los chocós conciben al mundo poblado por numerosas entidades espirituales que pueden
afectar la vida de los hombres. Estos seres sobrenaturales pueden estar influidos y controlados por
20
los chamanes —jaibana entre los emberas o benkuna entre los wounaáns—. Los chamanes se
inician tras un aprendizaje con uno experimentado, el cual le cede al aprendiz el poder de controlar
un cierto número de espíritus, y en ceremonias nocturnas con cantos, danzas y rezos expulsan a
los espíritus para propiciar la curación de los enfermos.
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Los awás
Los awás, conocidos comúnmente como kwaiker o awa-kwaiker, son los descendientes de parte
de los indígenas que los españoles conocieron como barbacoas —por el tipo de vivienda palafítico—
, en particular, del subgrupo sindagua. En su tiempo fueron calificados por los españoles como
caribes y caníbales; fueron encomendados en los centros mineros del área de los ríos auríferos de
Barbacoas y Telembí. Fueron concentrados en varios caseríos, entre ellos Kwaiker
Viejo, Altaquer, San Pablo, Chucunés y Mallaza. Los actuales awá se asientan en la vertiente
occidental del nevado de Cumbal, en unas treinta localidades en la jurisdicción del municipio de
Ricaurte, ocho localidades en el municipio de Tumaco y tres localidades en el municipio de
Barbacoas en el alto río Guelmambí y una población menor en las áreas adyacentes en el Ecuador.
Los territorios habitados por los awás consisten en una zona montañosa muy húmeda en el flanco
occidental del macizo colombiano entre los 500 y los 1.500 metros sobre el nivel del mar.
La población awá del lado colombiano está compuesta por unas 13.000 personas a quienes se
han adjudicado unas 200.000 hectáreas en 13 resguardos, 11 en el municipio de Ricaurte, cinco en
el municipio de Tumaco y dos en el municipio de Barbacoas.
Con la construcción del camino entre Barbacoas y Túquerres, llegaron colonos que afectaron a
los awá asentados en el río Güiza, quienes sufrieron una fuerte aculturación. Otros indígenas, que
hoy suman unos 1.500 y que se asentaban en un área más alejada del camino, en los ríos Gualcal
y Vegas, sufrieron un menor impacto aculturador, aunque hoy estén en medio de un área con alta
población campesina. El sector más tradicional de los awá habita el área más alejada de las vías
comerciales en los ríos Nulpe, Cungupí, Canumbí, Albí y Cuembí.
Los awá, después de la disolución de los pueblos coloniales, sobrevivieron durante muchos años
en medio de un gran mutismo e introspección cultural. Poco dados a comunicarse con forasteros,
mantuvieron gran parte de su cultura ocultos tras un gran hermetismo y reserva. Esta manera
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reservada de ser hizo que fueran uno de los últimos grupos en sumarse al movimiento organizativo
contemporáneo. Desde 1993 constituyeron la UNIPA (Unión del Pueblo Awá) en la que confluyen
todos los cabildos, y desde entonces han estado planteando de manera pública la reivindicación de
su cultura, de su idioma y la defensa de su territorio.
El patrón de asentamiento de los awás consiste en viviendas dispersas a una distancia suficiente
para ejercer, sin tensiones, el control sobre una porción territorial para la obtención de los recursos.
Este tipo de asentamiento, desarrollado después de la disolución colonial, se conjuga con una
carencia de autoridades centralizadas, por lo que a la dispersión territorial se aúna una gran
autarquía y dispersión política de los grupos familiares. Estas características sociales generan
frecuentes conflictos entre las familias, lo cual a su vez refuerza las tendencias a la dispersión, que
en últimas resulta en un mecanismo de limitación al incremento de la densidad poblacional y la
consecuente escasez de recursos derivados del territorio.
Las uniones matrimoniales son mecanismos que contrarrestan la dispersión política y territorial,
pues según el parentesco awá los cónyuges deben estar por fuera del círculo consanguíneo
paterno o materno, por lo cual generalmente hay que ir a buscarlos en un asentamiento diferente
al de origen. De esta forma, las parentelas amplían sus expectativas de acceso a recursos, al
ubicarse familiares en otras localidades y abrir la posibilidad de acceder a nuevas tierras.
Aprovechando las fiestas patronales o cualquier otra celebración, los jóvenes tratan de conocer
potenciales parejas. El pretendiente entonces le pide la muchacha al padre de ésta. En caso de
aceptación, después de que el padre de la muchacha verifica la ubicación y situación de tierras de
la familia del pretendiente, se inicia un período de un año de amaño, generalmente en casa de los
padres del muchacho, al cabo del cual y en caso de que la pareja esté satisfecha, se les otorga un
predio para construir una nueva vivienda. El patrón es entonces el de viviendas de familias
nucleares dispersas, cuyos vecinos son parientes. La propiedad de la tierra es de la parentela local,
por lo tanto, en caso de viudez, el cónyuge de procedencia externa no puede heredar la tierra, sino
sus hijos o en caso de que no existan, la tierra revierte a los padres del cónyuge fallecido.
En la actualidad, los awás exhiben sólo unos pocos apellidos —Bisbicuz, Canticuz, Guanga,
Kuasalusán, Nastacuaz, Pai y Taikuz— lo cual permite suponer la existencia de algunos principios
claniles en tiempos precolombinos.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
La horticultura awá, dada la gran humedad de las estribaciones cordilleranas habitadas por ellos,
de manera similar a los chocós de la llanura selvática del Pacífico, es del tipo de tumba y
descomposición, es decir, durante la estación menos lluviosa se tumba la vegetación más corta en
la selva virgen y se dejan sólo los árboles grandes. Luego se siembra maíz al voleo o plátano o caña
por el sistema de vástagos. A continuación se derriban los árboles y de esta forma la vegetación
caída abona el terreno para la germinación de las semillas o los vástagos. En las parcelas de
plátano se siembran también fríjol y yuca. Después de la cosecha de maíz o cuando la producción
del plátano decrece, se dejan descansar las parcelas un mínimo de unos cinco años.
Los awás siembran también en inmediaciones de los cultivos o de las casas diferentes frutales,
palmas y tubérculos como caimo, zapote, corozo, chontaduro, estrella, chilangua, papa chilma o
papa cun.
Los awás dedican tiempo casi diariamente a la confección y revisión de trampas para animales
pequeños y medianos como ratones, zarigüeyas y guatines. Para presas mayores como guaguas,
venados o tatabros es frecuente la cacería nocturna con ayuda de perros. En casi todas las casas
hay escopetas, aunque algunos awás todavía usan la cerbatana. Para la pesca utilizan también
diferentes tipos de trampas y también arpón.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Las penosas vicisitudes a que han sido sometidos los awás desde la Conquista y el agresivo,
humillante y perjudicial contacto con campesinos y misioneros no lograron debilitar las creencias y
cosmologías vernáculas de los awás, las cuales en ciertos aspectos han tenido proceso de
sincretismo con las creencias cristianas, pero en general han preservado su originalidad y fuerza
entre la población indígena.
Los awás conciben un cosmos integrado por un nivel superior, poblado de diversos seres
sobrenaturales y espíritus, que pueden causar perjuicios o contrarrestarlos.
Algunos de estas entidades pueden enfermar a las personas, por ejemplo, en el caso del
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chutún, un espíritu que posesiona a las personas cuando andan por la selva y les ocasiona dolores
de cabeza e intenso frío, o del cuece, el cual se manifiesta como un inmenso ojo que surge de
algún remolino en el río.
Otra afección frecuente entre los awás es la del mal de ojo, atribuido al contacto con los
blancos —lo cual contribuye a reforzar el aislamiento y la elusividad de estos indígenas— y cuyo
remedio se obtiene generalmente de los indígenas del valle de Sibundoy, inganos y kamsás, muy
activos en el comercio de elementos mágicos y curativos, y quienes se desplazan por distintos
parajes vendiendo sus productos.
Los rituales fúnebres son otro de los escenarios rituales de gran importancia para los awás. La
noche siguiente a la muerte, la comunidad se congrega alrededor del cadáver a beber chicha o
aguardiente hasta culminar en una ruidosa fiesta con música y baile. Al amanecer efectúan el
entierro en una tumba de cámara lateral y junto al cadáver depositan parte de sus pertenencias y
alimentos. Al año del fallecimiento, se vuelve a celebrar en la misma casa otra fiesta de grandes
dimensiones, con música de marimba y tambores, abundante bebida y comida.
Esta fiesta marca también el momento a partir del cual el viudo o la viuda quedan en libertad
para casarse de nuevo.
En el caserío de Kwaiker se encuentra una imagen colonial de Cristo del estilo de talla en
madera quiteña, la cual, según la tradición oral, se le apareció a dos indígenas en el siglo XVI y fue
cuando se construyó una capilla para albergarla. La imagen reverenciada en la región tanto por
indígenas como por campesinos fue usada por los misioneros para extraer más tributos a los
indígenas, pues quienes quisieran protagonizar la procesión y las festividades como pendoneros,
deberían pagar tributos equivalentes a medio año de trabajo.
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Región Caribe
La región de la costa Atlántica colombiana fue la primera en ser contactada por los españoles
en el siglo XVI. La mayoría de los grupos costeros desaparecieron rápidamente ante el contacto o
ante el enfrentamiento con los peninsulares. Luego, en las sabanas interiores, la expansión de la
hacienda y la vinculación forzada del trabajo indígena significó también el fin para numerosos y
pequeños grupos. En la región del Sinú, hoy en parte de los departamentos de Antioquia, Córdoba
y Sucre, los indígenas sinúes, numerosos y con cierto grado de organización política, subsistieron
en resguardos desde donde proveían mano de obra para las haciendas circundantes.
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Los wayúu
La época republicana vio el paso de las salinas de Manaure al gobierno nacional, las cuales
explotaban las comunidades wayúus circundantes. En la primera mitad del siglo XX surgió y se
consolidó la industria petrolera venezolana en el lago de Maracaibo y con ello miles de wayúus
colombianos y venezolanos trabajaron como asalariados, por lo que se amplió de manera
sustancial la participación de la sociedad indígena en la economía de mercado. Esto último se
reforzó aún más con la construcción de carreteras que conectaron a las principales poblaciones
guajiras.
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ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA
Las viviendas guajiras se agrupan en rancherías o conjuntos de unas cinco casas dispersas, a
cierta distancia las unas de las otras, para permitir un adecuado manejo de la ganadería. Cada
vivienda es en realidad un conjunto de estructuras contiguas. La choza dormitorio consta de unas
dos habitaciones, de cuyas paredes se cuelgan las hamacas para dormir, las mochilas tejidas con
los enseres y las vasijas con el agua. El corazón de cactus es el principal material para la
construcción de los techos y las paredes de las casas. Las paredes se refuerzan con argamasa o
con bahareque. Una rústica enramada contigua de techo plano es escenario de las actividades
diurnas, sirve de sitio de reunión o para colgar hamacas en el día. Al lado, unas cuantas horquetas
sirven de depósito para colgar otras vasijas con semillas. La cocina aledaña consiste en un cerco de
cactus sin techo. También puede existir otro cercado para el telar en el que las mujeres tejen
hamacas y otras prendas. Algo retirados están los corrales cercados para las ovejas y las cabras.
Los wayúus se organizan en clanes matrilineales, los cuales estaban asociados a determinados
territorios y a animales totémicos. En este sistema de parentesco la autoridad reside en el hermano
de la madre y los bienes se heredan de la familia materna. Asimismo, es el tío materno quien debe
recibir de la familia del pretendiente las costosas dotes matrimoniales en caballos, ganado y otros
valores cuando una joven se desposa.
Sin embargo, a diferencia de otros sistemas de parentesco de primos cruzados, los primos
patrilineales son también considerados parientes. Según los wayúus, la carne se hereda por el lado
de la madre, mientras que la sangre se hereda por el lado del padre. Con los parientes de carne se
tienen ciertos derechos, deberes y maneras en el trato, la más notoria el de compartir la
propiedad, la herencia y el apellido del clan. Con los parientes de sangre hay otras formas de
solidaridad y normatividades.
La poligamia es el modelo ideal si los bienes del esposo lo permiten, pero en realidad es una
práctica restringida a los patriarcas más ricos. En estos casos cada una de las esposas vive entre
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sus parientes matrilineales.
El matrimonio implica una importante transacción económica entre las familias de los
desposantes. La familia del novio, principalmente su padre, debe entregar una dote en bienes que
pueden comprender diversos animales, joyas y enseres. La dote es más onerosa entre mayor sea
la fortuna de la familia materna de la novia. Idealmente la residencia matrimonial es matrilocal en
la que el nuevo matrimonio se establece entre los parientes maternos de la esposa.
Después de la menopausia, la mujer puede escoger separarse de su marido e irse a residir con
algunos de sus parientes maternos donde será muy respetada y apreciada por su consejo y
experiencia.
Los wayúus son una de las sociedades indígenas con creencias más arraigadas y prácticas
rituales más complejas, en cuanto a la funebria y el culto a los muertos. Al fallecimiento, la familia
próxima efectúa un concurrido velorio al que prosigue el entierro en las inmediaciones. Después de
un tiempo, el cuerpo es desenterrado por sus parientes maternos y reenterrado en los predios
familiares maternos, lo que puede ocurrir a considerable distancia del primer entierro. Este
segundo entierro constituye una gran ceremonia, con masiva asistencia, distribución de comida y
bebida a los asistentes e incluso de animales. Estos segundos entierros son más fastuosos en
cuanto es más pudiente la familia oferente.
Los wayúus no poseen jefaturas tradicionales más allá de la prestancia de los patriarcas de los
clanes matrilineales. La sicología guerrera y la gran importancia de los lazos parentales potencian
un sistema de reparaciones y compensaciones por ofensas y transgresiones. Un individuo ofendido
tiene el respaldo de todos sus parientes y exige como reparación la entrega de bienes materiales.
Si la reparación no se da o no es satisfactoria, la parte ofendida se siente con derecho a recurrir a
la violencia para resarcirse. Estas venganzas pueden llegar a generar verdaderas guerras, algunas
de las cuales pueden durar años y ocasionar decenas de muertos.
Una de las instituciones más notables entre los wayúus son los conciliadores llamados
palabreros o putcheejechi. Cuando dos partes están en discordia y quieren evitar la violencia
directa y procurar una compensación, recurren a los palabreros para lograr un acuerdo. Estos
intermediarios son algunos patriarcas experimentados cuyas decisiones, después de escuchar
cuidadosamente a las partes en disputa, son acatadas sin mayor discusión.
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La gran independencia de las familias y clanes guajiros, aunada a la intensa actividad
económica comercial de un sector de la sociedad wayúu, ha impedido la consolidación de
una organización regional indígena efectiva. Sin embargo, algunos sectores han constituido
asociaciones que participan en la ONIC, e incluso el actual presidente de esta organización
nacional es el wayúu Armando Valbuena.
Al comienzo de la estación lluviosa las familias siembran una huerta cercada policultivada
con maíz, yuca, ahuyama, fríjol, patilla y melones. Las huertas se abonan con estiércol y
cenizas de malezas y se cercan tupidamente con cardones para evitar la entrada de los
animales.
Los wayúus que viven en la costa se dedican a la pesca y algunos de ellos la ejercen como
oficio de tiempo completo. Todavía persiste una gran valoración ideológica a la cacería aunque la
fauna silvestre esté muy reducida. Venados, pecaríes, conejos y algunas aves son las presas de
la región. Por lo tanto, es más bien una actividad de diversión y prestigio entre los hombres, más
que un renglón que pueda tener una importancia significativa en la dieta cotidiana.
30
indígenas adyacentes.
Los wayúus predominan en todas las áreas rurales del departamento de La Guajira y tienen
presencia significativa en las ciudades y poblaciones. Numerosos son prestigiosos profesionales
en todas las ramas de la formación universitaria, son funcionarios, empresarios, intelectuales e
investigadores. Algunos de ellos se han comprometido en actividades de liderazgo para el
mejoramiento de su pueblo.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Como en otros grupos indígenas, los wayúus tienen unos relatos sobre creación y sobre
deidades que encarnan ciertas fuerzas del cosmos y de la naturaleza. Maleiwa es el creador y
organizador de los clanes; Jaripech, el viento del nordeste, es el origen de las personas; Pulowi,
deidad femenina, está asociada con la fertilidad, con la sequía, con los vientos o con la tierra;
Juyá, esposo de la anterior, encarna la fuerza de la cacería, de la movilidad, de la violencia, de
los breves y de los fuertes aguaceros guajiros; Igua, hermana de Juyá, es la deidad femenina de
las lluvias y asociada al maternidad. Esta concepción de las fuerzas naturales está asociada a la
fuerza del parentesco guajiro y Juyá encarna al tío materno y la identidad de todos los guajiros.
Los espíritus que causan las enfermedades pueden ser convocados por los o las chamanes o
piaches wayúus, pues suelen ser mujeres. La enfermedad es concebida como la salida del alma
del cuerpo del enfermo por causa de la contaminación con un espíritu al romper un tabú o al
tropezar accidentalmente con alguno de ellos. Los tabúes prohíben visitar ciertos sitios o
acercarse o contactar a los difuntos o sus huesos sin las precauciones necesarias. Los espíritus
de los muertos
o yolujas vagan constantemente por la tierra y son especialmente peligrosos para los niños
pequeños, a quienes pueden ocasionar la muerte.
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En la Sierra Nevada de Santa Marta habitaban grupos indígenas que exhibían una serie de
características comunes, con numerosos poblados construidos sobre terrazas líticas; que
contaban con plazoletas y acueductos, y que estaban unidos por una intrincada red de caminos
en piedra que unían las zonas costeras y las tierras bajas con las partes altas de la Sierra. Eran
los taironas. Muy activos en el comercio con todas las poblaciones circundantes, su organización
social era compleja alrededor de jefaturas políticas, militares y religiosas. Poseían una profusa
metalurgia del oro, una elaborada joyería y una cerámica ceremonial y ornamental exquisita. Sus
rituales y procedimientos funerarios eran opulentos y exuberantes y en las tumbas
acompañaban a los cuerpos con objetos de oro, joyas y adornos.
Una vez fundada Santa Marta, en 1525, los españoles sometieron las poblaciones indígenas
de los alrededores de la bahía, pero los habitantes de la Sierra Nevada resistieron militarmente
todos los intentos por someterlos e incluso atacaron esporádicamente los asentamientos
coloniales costeros. Los españoles lanzaron una serie de ofensivas que incluyeron la quema de la
mayoría de los cultivos de las tierras bajas. Los indígenas sobrevivientes optaron entonces por
replegarse a las partes más altas de la sierra, abandonaron sus estructuras militares y los niveles
sociopolíticos y jefaturas político militares que sostenían la red de centros urbanos y se retrajeron
a un tipo de sociedad de pequeñas aldeas campesinas dispersas geográfica y políticamente, bajo
la autoridad religiosa de los chamanes-sacerdotes llamados mamos entre los ikas o mamas entre
los koguis.
Los antiguos asentamientos taironas permanecen enterrados en los bosques de la Sierra, con
la excepción del llamado Pueblito, muy cerca de la costa en el actual Parque Tairona, y los
vestigios conocidos como Ciudad Perdida, en el alto río Buritaca, a 1.200 metros de altura, los
cuales fueron objeto de cuidadosa excavación durante varios años por equipos de arqueólogos.
Los ikas, unos 15.000, son conocidos también como arhuacos; los kágabas son
tambiénnombrados como koguis y su población total es aproximadamente de 10.000
personas; los sanhas han sido referidos como wiwas, arsarios o malayos, son poco numerosos
y su población se calcula en unos 2.000 individuos, y los kankuamos son conocidos también
con el gentilicio de atanqueros.
Los kágabas o koguis son el pueblo más apegado a las tradiciones y reacio a las
instituciones occidentales, pero han sido fuertemente golpeados por el despojo de sus tierras,
con consecuencias muy graves como la desnutrición y el alcoholismo. El sector más tradicional
se encuentra en la vertiente norte de la Sierra, la parte más selvática, por donde descienden
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los ríos
Palomino, Don Diego; sin embargo, los de la vertiente occidental, en el valle del río Tucurinca, y
los de la suroriental, a lo largo del río Guatapurí, han sido penetrados por los misioneros
evangélicos.
Los ikas o arhuacos, el grupo más numeroso, han sido el pueblo que ha recibido la influencia
más prolongada y continua de los misioneros católicos y de los colonos. Algo menos de la mitad
de este grupo ha abandonado el vestido tradicional y la lengua materna, pero los miembros del
sector más tradicional se mueven con facilidad en los centros urbanos aledaños a la Sierra, se
desempeñan ágilmente en el comercio y saben conservar su cultura vernácula mientras se
desenvuelven hábilmente entre la sociedad no indígena. Misioneros capuchinos levantaron sus
instalaciones en Nabusímake, el poblado indígena más grande de la Sierra en la ladera sur, al
cual se accede por Valledupar, desde 1916 hasta 1983 cuando fueron expulsados por los
indígenas. Los asentamientos ikas se localizan predominantemente en la parte sur de la Sierra,
en el curso alto de los ríos San Sebastián, Piedras, Guatapurí, Catacol y Ariguaní.
Los indígenas de la Sierra, basados en sus relatos tradicionales, consideran que su territorio
abarca prácticamente toda la Sierra, esto incluye la costa sobre el mar Caribe. Con este
argumento
lograron que el gobierno nacional ampliara los resguardos existentes para darle una salida al
mar a los indígenas, lo cual reviste una enorme importancia simbólica y ceremonial.
Los indígenas de la Sierra, especialmente los ikas del Cesar, fueron de los primeros que
formaron asociaciones para reclamar sus derechos; así fue como lograron la salida de la misión
capuchina de Nabusímake y la titulación de los resguardos. Fueron también los ikas de este
sector los primeros que desarrollaron, desde la década de los ochenta, programas de educación
dirigidos por las autoridades indígenas y orientados al fortalecimiento de la cultura y la sociedad
indígenas.
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En la actualidad los indígenas de la vertiente norte están organizados en la asociación
Gonawindúa Tairona con sede en Santa Marta, mientras que los indígenas de la vertiente
suroriental tiene una asociación llamada Organización Indígena Tairona con sede en
Valledupar. Estas asociaciones comprenden indígenas de los pueblos ika, kogui y sanha. Los
kankuamos recientemente han formado su propia asociación y están haciendo reclamos de
tierra y fortalecimiento cultural como pueblo indígena. Las tres asociaciones han conformado
un Consejo Territorial Indígena de la Sierra Nevada y actúan coordinadamente para presentar
reclamos al
gobierno y afrontar la situación de violencia que afecta terriblemente a las comunidades al estar
en medio de la guerra entre paramilitares y guerrilleros.
En las áreas más tradicionales de los kogui, en los asentamientos agrario-familiares, solía
haber dos casas contiguas, una para las mujeres, los niños pequeños y el fogón culinario, y otra
para los hombres adultos y jóvenes. Esta costumbre está desapareciendo y las familias ocupan
una sola casa.
La casa de los kogui es un bohío de planta circular de hasta unos cinco metros de diámetro
con techo cónico pajizo de hojas de palma y paredes de bahareque o madera.
Entre los ikas o arhuacos los bohíos circulares han sido casi completamente olvidados y sólo
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permanecen algunos de manera excepcional en las tierras elevadas; en general, las casas son
rectangulares, el techo pajizo y las paredes son de bahareque con un recubrimiento en piedra
que se hace más bajo entre más cálido el clima. En los sectores más aculturados de los ikas son
frecuentes casas que usan adobe, ladrillo o cemento y techo de zinc divididas internamente en
piezas.
Los sanhas o wiwas tienen también casas rectangulares y en el sector menos tradicional
hay asimismo una alta incidencia del techo de zinc.
Los pueblos ikas, unos veinte, son de construcciones menos tradicionales y tienen menos
casas y no tienen templos con excepción de Nabusímake, o San Sebastián de Rábago como lo
llamaron
los españoles, que ha funcionado como especie de capital ika desde la Colonia. Los sanhas
tienen unos pocos poblados de casas con techo de zinc.
La gente acude a los pueblos para trabajos colectivos, reuniones administrativas, fiestas
religiosas o entre los ikas y los sanhas, simplemente como costumbre social los fines de
semana.
Además de los poblados, en la Sierra hay numerosos sitios ceremoniales, con un templo
central de mayor tamaño, unos ocho metros de diámetro entre los koguis y hasta once entre los
ikas, y algunas casas aledañas para reunir a las mujeres, alojamiento, cocina o para la primera
noche de los recién casados. En los sitios ceremoniales se reúnen las familias con el mama o
mamo para los rituales del ciclo vital o para hacerle mantenimiento a las construcciones y
alrededores. Los sanhas tienen un solo sitio ceremonial en el paraje denominado Cherúa la Alta.
El patrón de parentesco más tradicional, aún muy vigente entre los koguis, consiste en
linajes patrilineales con el nombre de animales totémicos predadores y matrilineales de animales
herbívoros. Los hombres heredan el linaje de sus padres y las mujeres el de sus madres. De
acuerdo con el linaje, cada persona busca en matrimonio a una pareja de otro determinado
linaje, por ejemplo, los hombres del linaje masculino jaguar deben casarse con una mujer del
linaje femenino del cerdo salvaje, los del linaje zorro con mujeres del linaje armadillo, o mujeres
del linaje culebra con hombres del grupo búho. El pertenecer a un linaje está asociado a una
serie de elementos cósmicos y rituales que son interpretados por los mamos.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
Parece que antiguamente la tierra se trasmitía de forma matrilineal hacia las hijas, pero este
patrón ha desaparecido casi completamente, aunque algunos rasgos se conservan entre los
kogui. Lo que sucede en la actualidad es que la tierra es heredada por los hijos, sin distinción
de sexo. Uno de los incentivos para comprar tierras es el de dotar a todos los hijos de
extensiones adecuadas.
Las familias idealmente procuran tener tierras en distintas altitudes para así disponer del
mayor espectro de productos de todos los climas. De cualquier manera, todos deben dedicar
parte de sus esfuerzos productivos a obtener cierta cantidad de dinero, pues distintos objetos
mercantiles han sido incorporados desde tiempo atrás —el algodón, por ejemplo, necesario para
los distintos
hilados y ya muy escaso a causa de la progresiva pérdida de las tierras más cálidas a manos de
los campesinos y mestizos—.
Dado que los pisos térmicos ahora disponibles son ahora el templado y el frío, ya no se
cultiva en clima cálido. En el templado se cultiva maíz, fríjol, yuca, malanga, caña, coca y
tabaco. En las zonas frías, los productos son papa, arracacha, batata, col y cebolla. Además,
en cada clima se
producen frutales permanentes. Los productos comerciales, como la panela de la caña, el fique y
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el café, son en general de las alturas templadas.
Los pequeños animales domésticos, como aves de corral y cerdos, son comunes en la
mayoría de las familias. Además, entre los ikas son usuales las ovejas necesarias para el tejido
de lana de las mochilas usadas por todos los individuos y uno de los productos artesanales con
más demanda en el mercado. Las familias con extensiones de tierra adecuadas procuran
también tener una o unas pocas cabezas de ganado.
El trabajo asalariado en las fincas de mestizos y blancos es una práctica común en todas
las áreas indígenas de la Sierra como medio expedito para la obtención de recursos
monetarios.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Si bien la mayoría de los indígenas tienen entre sus creencias la de ser la gente más
importante, los pueblos nativos de la Sierra Nevada se valoran como los guardianes del
equilibrio y el buen curso de todos los seres; se consideran los hermanos mayores de todas las
otras gentes incluidos los blancos. Los chamanes o mamos deben mantener ese equilibrio
mediante continuas ofrendas rituales o pagamentos y procuran que los descendientes de los
taironas guarden un debido comportamiento, respeten los preceptos sagrados y eviten violar
prohibiciones y tabúes.
La cosmología contenida en sus relatos míticos concibe que la tierra de los hombres es sólo
un nivel entre varios superiores e inferiores. La Sierra es el centro del mundo y es un gran ser
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orgánico y sagrado. Las montañas, los ríos, las lagunas, los picos nevados son partes de
profundo
significado religioso para los indígenas. Son fuerzas con distintas potencias que deben ser
cuidadas y nutridas por las ofrendas.
La Sierra es una encarnación de la fertilidad, de la gran madre Haba, según los koguis,
dentro de la cual continuamente elementos masculinos y femeninos confluyen para sostener la
reproducción de los seres. Esos elementos, padres y madres o “dueños” de los seres, de las
plantas, de los animales, de los linajes, de las fuerzas materiales y cósmicas, a su vez deben
ser repetidamente alimentados por la actividad ritual.
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Los Andes
En las montañas del departamento del Cauca habitan dos de los pueblos indígenas que con
mayor ahínco han defendido sus derechos y que, por lo tanto, han adquirido notorio protagonismo
en la vida política contemporánea del país.
A la llegada de los españoles los paez o paeces, autodenominados nasa en su idioma, habitaban
de manera dispersa en Tierradentro, en la ladera oriental de la cordillera central, al oriente del
departamento del Cauca. Los españoles encontraron fiera resistencia de estos pueblos, quienes se
organizaban alrededor de jefes militares y se aliaban con sus vecinos pijaos del sur del Tolima en
contra de los invasores europeos. Los nasas y sus aliados dieron de baja a los mejores capitanes
de Belalcázar: Añasco, Ampudia, García Tobar, Lozano, y derrotaron al mismo fundador de
Popayán y Cali en 1540 en la batalla del peñón de Tálaga. Ante el fracaso militar, la administración
colonial envía hacia 1613 a los jesuitas, quienes hacia 1640 ya habían logrado la pacificación de los
nasas aunque no una sumisa cristianización. Tierradentro entonces se convirtió en región de
refugio hacia donde concurrieron indígenas fugitivos de regiones vecinas —yalcones, andakíes,
tamas, pijaos—, quienes se unieron a los nasas.
La dominación colonial, sin embargo, poco a poco se fue imponiendo y esto permitió que se les
arrebataran muchas tierras a los indígenas y que incluso algunas poblaciones fueran trasladadas
fuera de Tierradentro, hacia el occidente según requerimientos de la explotación colonial. Por esto,
en la actualidad hay numerosos asentamientos nasas en las estribaciones cordilleranas del cauce
del río Cauca bien al occidente de Tierradentro. Durante el siglo XVI se habían constituido tres
grandes cacicazgos que cubrían a todos los nasa: Vitoncó, que comprendía el norte de
Tierradentro; Togoima, que cubría el sur de Tierradentro, y el cacicazgo de Pitayó, que cubría la
parte más occidental fuera de Tierradentro, cerca de Popayán. El área cubierta por estos
39
cacicazgos coloniales se conserva en la actualidad como las subregiones donde se encuentran
asentados los nasas y entre las cuales se pueden encontrar ciertas diferencias tanto lingüísticas
como culturales.
Por haber estado ubicados más en las inmediaciones de Popayán, sufrieron los embates de la
presión de las haciendas vecinas y su territorio se redujo drásticamente hasta haber quedado
agrupados en unas 18.000 hectáreas que hoy constituyen el resguardo de Guambía.
Sin embargo, años después, muchos de los indígenas olvidaron los términos de los títulos o
perdieron las escrituras. Además, mediante subterfugios y engaños los terratenientes se
apoderaron de las tierras indígenas al tiempo que sometían a formas serviles de explotación
—como la terrajería en la que los indígenas para poder trabajar en minifundios de sus tierras
usurpadas tenían que trabajar en las tierras de la hacienda—. A principios del siglo surgió la figura
de Manuel Quintín Lame, quien se dedicó a estudiar códigos y documentos para hacer valer los
derechos de los indígenas caucanos. Encabezó rebeliones y protestas indígenas en numerosos
resguardos y haciendas cercanas a Popayán y luego en Tierradentro. Sus últimos años los pasó en
Ortega, entre los pijaos del sur del Tolima. Lame fue encarcelado infinidad de veces durante su
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vida. Su lucha fue olvidada y los indígenas continuaron siendo explotados de muchas maneras.
Al separarse el Valle del Cauca del departamento del Cauca, la industria regional se concentró
en Cali y el comercio en la ruta Buenaventura-Cali-Bogotá, y la aristocracia payanesa quedó
confinada a sus atrasados latifundios de los cuales intentaron seguir extrayendo ganancias a punta
de sobreexplotar el trabajo de los indígenas y de arrinconarlos en territorios cada vez más
pequeños.
En los años setenta se crea el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca), conformado en su
mayoría por cabildos nasas, organización ésta que inaugura la lucha contemporánea de los
indígenas de Colombia, ya no como escuetas rebeliones agrarias, sino como un movimiento que
reclama reivindicaciones territoriales, culturales, económicas y políticas. El CRIC ha sufrido el
asesinato de cientos de dirigentes, pero ha logrado la recuperación de extensos territorios para los
indígenas; además, sus luchas fueron las pioneras para que dos décadas después la Constitución
de 1991 reconociera los derechos étnicos en el país.
Los guambianos aunque fueron fundadores del CRIC junto con los nasas, organizaron poco
después su propia organización, la AISO (Autoridades Indígenas del Sur Occidente), la cual se
convirtió en la AICO (Autoridades Indígenas de Colombia), al vincular cabildos de los indígenas
pastos de Nariño y algunos del Putumayo. La AISO y la AICO fueron también organizaciones
pioneras en la lucha por los derechos indígenas. AICO adquirió gran visibilidad política al lograr
elegir a su representante Lorenzo Muelas para la Asamblea Constituyente de 1990. En la actualidad
los guambianos son unos 20.000 y tienen tituladas unas 23.000 hectareás en el municipio de Silvia,
principalmente en el resguardo de Guambía.
En total, la población nasa suma 120.000 personas y tiene tituladas unas 400.000 hectáreas en
resguardos, de los cuales hay unos cuarenta en el Cauca, pero también hay un resguardo nasa en
el Valle, dos en el Huila, uno en el Tolima, uno en Putumayo, dos en Caquetá e incluso uno en el
Meta.
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ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA
Entre los guambianos la organización social es muy similar a la de los nasas, basada en las
relaciones de familia, de vereda y como miembros del resguardo.
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En el Cauca la pertenencia al resguardo bajo la autoridad del cabildo, tiene una significación
social muy arraigada. Desde la época de los caciques míticos, estas instituciones, aunque de origen
colonial, se han constituido en los pilares de la autonomía y la defensa de los derechos indígenas,
aunque durante largas épocas hayan sido opacados por el dominio de los terratenientes. Desde
aquellos tiempos coloniales, la pertenencia a un resguardo es uno de los factores importantes en la
identidad y sentido de pertenencia de un individuo. Los cabildos son elegidos anualmente y
comprenden cinco cargos: gobernador, alcalde, fiscal, alguacil y comisario. Los miembros reciben
de los salientes los bastones de mando, unas varas con encabezadura metálica, símbolo
importante de la autoridad indígena. El funcionamiento de los cabildos caucanos se convirtió en un
modelo que siguieron muchas de las nuevas organizaciones indígenas que surgieron en el país
luego de que las luchas de los indígenas caucanos por la tierra y los derechos indígenas se
generalizaran en el territorio nacional.
Estas instituciones son las encargadas de repartir las tierras comunales que estén disponibles,
de solucionar los líos entre miembros del resguardo y de convocar a trabajos colectivos. Puede
ocupar cargos en el cabildo cualquier miembro de la comunidad y hay cierto sentido de
participación pública, en cuanto se procura que los distintos miembros adultos del resguardo
ocupen alguna vez posiciones en el cabildo.
Los guambianos están agrupados la mayoría dentro del resguardo de Guambía en el municipio
de Silvia, eligen un solo cabildo central, pero para aumentar la representación local el cargo de
alguacil se ha multiplicado para que cada una de las actuales quince veredas tenga un alguacil en
el cabildo.
Hasta hace unos quince años más de la mitad de los de los indígenas del Cauca o no poseían
tierra o poseían menos de una hectárea. Una de las tareas fundamentales de las organizaciones
indígenas CRIC y AICO ha sido la de ampliar los resguardos. Ante la negligencia y negativa del
gobierno para solucionar la situación de miseria que acarrea la escasez de tierras, producto de
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siglos de desalojo, las organizaciones han acudido a las vías de hecho para tomar posesión de
tierras de resguardo que han sido usurpadas por terratenientes mestizos o blancos. Esta actividad
en pro de la viabilidad territorial y demográfica de las comunidades ha ocasionado que más de un
centenar de miembros de los cabildos y algunos dirigentes regionales hayan sido asesinados.
A pesar de estar situados en la parte alta de los Andes, los indígenas del Cauca siguen
conservando la práctica de una horticultura rotativa de tumba y quema. Cuando hay tierra
disponible, una familia tiene una parcela en producción y otra u otras en descanso durante al
menos unos cinco años. Como en todos los otros lugares donde se práctica este sistema, cuando
falta un mes para el final de la estación seca, se tumba la vegetación más alta, se deja secar un
mes y luego se quema, después de algunas lluvias se siembra. Una peculiaridad de esta forma de
cultivo en el Cauca es que se dejan en pie arbustos de mediana altura para que sirvan de soporte a
las matas de fríjol.
En una parcela o roza el cultivo principal es el maíz, pero siempre va acompañado de fríjol, a los
que se puede adicionar arracacha, haba, arveja y yuca. En las localidades situadas en pisos más
altos y, por lo tanto, fríos, se cultiva la papa asociada con haba, fríjol, arveja y ulluco. En climas
más templados y cálidos se cultiva café con destino al mercado y caña de azúcar para la
preparación de guarapo.
Como todos los productos sembrados son potencialmente comerciables, una parte de la
producción se destina al mercado, ya que numerosos bienes de uso corriente y
procedenciamercantil, utensilios, herramientas, ropa, han sido adoptados por los indígenas
desde hace mucho tiempo.
Toda familia procura poseer al menos una oveja, de la cual se extrae la lana para tejidos que se
practican en todas las casas. Si hay tierras suficientes, es importante también poseer un caballo y
una o más vacas. Dada la escasez de tierras, el jornaleo o trabajo asalariado en fincas y haciendas
e incluso en trabajos urbanos es un recurso al que deben acudir muchos indígenas caucanos.
Las organizaciones regionales CRIC y AICO han venido impulsando algunas actividades
asociativas diferentes de las tradicionales con el objeto de incrementar los ingresos monetarios
provenientes del mercado, pero de una forma comunitaria de manera que se beneficien tanto las
familias como el colectivo comunitario.
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COSMOLOGÍA Y RITUAL
Las creencias de los indígenas caucanos son el resultado de intensas transformaciones sociales
que se venían llevando a cabo incluso antes de la Conquista. Las montañas caucanas eran
escenario de intercambio de muchas culturas indígenas y después del trauma de la Conquista los
sobrevivientes se reacomodaron de diversas maneras. Luego, durante la pacificación misionera, los
pueblos indígenas recibieron numerosos elementos cristianos que adaptaron en su sistema
tradicional de creencias. Los caciques que lucharon por los títulos de las tierras en la Colonia
fueron también incorporados a las narrativas míticas, narrativas éstas que en su conjunto han sido
reinterpretadas por las organizaciones regionales contemporáneas para potenciar el significado de
las luchas actuales en pro de la defensa de la cultura y la sociedad indígena.
En los relatos mitológicos de los nasas, el trueno K’pish es una de las deidades más poderosas.
Reside en las lagunas de las altas montañas y por medio de emisarios ha otorgado a los nasas las
diversas enseñanzas materiales y morales que constituyen la sociedad y la cultura de este pueblo.
Uno de estos emisarios es Juan Tama o Lliban, la encarnación mítica del famoso cacique de los
tiempos coloniales. Según el mito, es sacado de una quebrada por los chamanes y llega a ser un
líder poderoso que guía a los nasas en su lucha contra vecinos indígenas hostiles y logra del rey de
España los títulos de los resguardos. Tama también deja una herencia de sabi duría chamánica y
médica y finalmente regresa a su dimensión de origen al sumergirse en una laguna del páramo.
De esta forma, Tama es el paradigma tanto del liderazgo político como del oficio chamánico.
Los chamanes nasas entran en este aprendizaje cuando tienen visiones de Juan Tama. Los
chamanes nasas o te’walas son consultados para todo tipo de decisiones, incluso las políticas, y
una de sus características más peculiares es la del adivinamiento por medio de las “señas”, como
denominan a vibraciones musculares en distintas partes del propio cuerpo, que son interpretadas
para diagnosticar o adivinar.
Entre los guambianos las creencias giran alrededor de una serie de deidades, cósmicas como
los astros y el arco iris, y de una variedad de espíritus potencialmente malignos y monstruosos que
habitan debajo de la tierra o en grandes rocas y montañas. El estado de bienestar es concebido
como la conservación ritual del calor, que despeja y destierra entidades frías consideradas
malignas. Como entre los nasas, el chamán guambiano o murbik llega a serlo después de
experimentar una serie de visiones. Después de esto entra al largo proceso de aprendizaje con un
murbik experimentado, quien le enseña los diversos procedimientos para controlar los espíritus,
efectuar las limpiezas rituales e interpretar las señas corporales para la lectura de lo sobrenatural.
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U’was
En la Sierra Nevada del Cocuy y en sus estribaciones, en una zona que abarca parte de los
departamentos de Boyacá, Arauca, Santander y Norte de Santander habitan unos 6.000 indígenas
u’was, quienes fueron conocidos hasta hace poco como tunebos antes de que ellos mismos
comenzaran a presentarse con su propia designación en su idioma. Estos indígenas son los
parientes supervivientes más cercanos de los muiscas que habitaron en el altiplano cundiboyacense
y a quienes hoy todavía recuerdan como chiubche.
Los u’was son un ejemplo notable de resistencia tenaz a la aculturación gracias a la firmeza de
sus creencias que consideran maligno y contaminante todo elemento proveniente del exterior. Sin
embargo, cinco siglos de presión aculturadora y de pérdida territorial han hecho estragos en la
sociedad u’wa y sólo una parte de ellos practican una versión actual de su compleja religión y vida
ritual.
Cuando llegaron los españoles, los u’was constituían un sistema social regional de múltiples
relaciones e intercambios, organizado en ocho clanes distribuidos en una zona muy amplia
alrededor de la Sierra; pero los peninsulares llegaron y trastornaron esta organización y nombraron
al cacique Panqueba como autoridad central para recaudar el tributo y distribuyeron a la población
u’wa en once parcialidades, cada una al mando de un “capitán”. Luego los u’was fueron sometidos
a diferentes encomiendas y a la férrea persecución a su religión por los misioneros. Debido a la
ampliación de haciendas de españoles, misioneros y mestizos, su territorio se fue estrechando
alrededor de las montañas nevadas hasta quedar reducido a una extensión mucho menor.
Los clanes tradicionales u’was estaban asentados en las cuencas de los grandes ríos que bajan
de la Sierra. De los ocho clanes tradicionales sólo sobreviven cinco, uno de ellos se dividió en dos,
y dos de ellos se encuentran en agudo estado de aculturación, pues perdieron buena parte de sus
tradiciones religiosas y lingüísticas.
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A continuación, al nombrar los clanes, se dará el nombre en u’wa, dialecto kubaruwua y luego
el nombre o nombres comúnmente usados en español. Se encuentran extintos los que se
asentaban en el flanco occidental de la Sierra en el valle del río Chita, (1) el clan bibirá, y en el
valle del río Blanco, (2) el clan ruba o guicán. También dejó de funcionar como clan y de
reconocerse como parte del conjunto u’wa (3) el clan bethuwa, pedraza, betoye o jirara del valle
del río Arauca, cuyos miembros viven en caseríos en inmediaciones de Tame, Arauca, aunque se
consideran indígenas y conservan ciertos patrones tradicionales en la habitación y asentamiento.
Están en seria situación de aculturación (4) el clan rikuwa o aguablanca al norte de la Sierra
Nevada, entre el río Cabuyón y el río Arauca y (5) el clan yithkaya, barronegro o sanmiguel,
cercano al río San Miguel al oriente de los nevados. (6) El clan bahiyakuwa o sínsiga, que habita al
suroriente de las cumbres nevadas, entre los altos ríos Cravo y Casanare cerca de las cabeceras del
río Sinsiga cuenta con unas pocos centenares de personas, de los cuales sólo una tercera parte de
esta población practica sus costumbres vernáculas. Los clanes que aún conservan buena parte de
sus tradiciones por parte de la mayoría de sus integrantes son: (7) el clan tangrinuwa o tegría,
cercano al clan rikuwa y junto con el cual tradicionalmente formaban uno solo; (8) el clan kaibaká
o bocota, algo al oriente del los anteriores, cercano al río Róyota, cuya quinta parte ya no practica
las costumbres vernácuas, y (9) el clan kubaruwa o cobaría, en el río Cobaría que corre hacia al
norte desde los nevados, centro de la cultura u’wa, el más numeroso, la mayoría de cuyos
miembros lleva una forma de vida tradicional.
En el territorio del clan rikuwa, en Boyacá, muncipio Cubará, localidad de Aguablanca, existe
desde 1979 un resguardo de 8.000 hectáreas. En las sabanas de Curripao en el municipio de
Tame, departamento de Arauca, se estableció un resguardo u’wa con 33.000 hectáreas y en el
mismo municipio en la localidad de Angostura se instituyó en 1986 un resguardo u’wa de 3.000
hectáreas, para una población en ese entonces de un centenar. En el departamento de Santander,
la única presencia indígena la constituye una población de medio centenar de u’was en el oriente
en predios del municipio de Concepción. En el sur de Norte de Santander en los municipios de
Chitaga, El Tarra y Toledo se encuentran otros quinientos u’wa.
Parte del territorio de los tres clanes más tradicionales en los municipios boyacenses de Cubará
y Güicán fue legalizado en 1987 con el resguardo Cobaría-Tegría, con 61.000 hectáreas, ampliado
recientemente y que se encuentra en uno de los pleitos sobre tierras indígenas más notorios
nacional e internacionalmente. El gobierno ha otorgado una concesión petrolera a una compañía
extranjera dentro de lo que los u’was consideran territorio tradicional y han amenazado con
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suicidarse colectivamente si se lleva a cabo la extracción de lo que los u'was consideran la sangre
de la tierra y que constituiría un acto irreparable de contaminación y profanación
La organización social ideal de los u’was corresponde a una elaborada geometría parental,
espacial, ritual y mítica. Se dice ideal, pues el impacto de la intervención colonial y de la sociedad
nacional ha alterado profundamente las realidades sociales que posibilitaban esta organización, la
cual está lesionada y destruida en muchos de sus circuitos.
Cada clan está integrado por mitades, una kubina y una ruya. Las mujeres ruya (Oeste) de un
clan deben casarse con hombres de la mitad Este del clan situado al Oeste y viceversa; las mujeres
kubina deben buscar matrimonio con hombres ruya del clan que queda al Este. Pero las uniones
matrimoniales deben tener también una visión estratégica en lo temporal, pues cada persona debe
perpetuarse en la quinta generación, es decir, en su tataranieto. En el sistema u’wa esto significa
que desde que nace un niño los padres trazan la estrategia matrimonial de sus descendientes al
decidir a cuál de sus tatarabuelos perpetuará y para ello llevará su mismo nombre. Un individuo
pertenece a la casa de su madre y para que esta reproducción se dé, una persona nace situada en
un extremo Este u Oeste de la relación de tres clanes, y debe casarse con un cónyuge del clan del
centro y su hijo debe casarse en el clan opuesto para que el nieto busque pareja en el centro de
nuevo. El biznieto nacido en el centro se casará con una mujer del extremo inicial de manera que
el tataranieto nacerá en la misma “casa” de su tatarabuelo.
El patrón de residencia era móvil y cíclico: un matrimonio residía en tierras del clan de la esposa
cuando estaban en las partes altas y en tierras del clan del marido cuando bajaban al piedemonte.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
Las prácticas productivas de los u’was están regidas por un riguroso calendario que determina
los tipos específicos de actividad agrícola que debe desempeñarse en cada época del año. El
calendario u’wa atiende tanto al año y los meses solares como a los lunares. El año comienza
alrededor del solsticio de verano de mitad del año occidental.
Los u’was tienen arreglos parentales y territoriales para disponer de parcelas cerca de los
poblados de las tierras altas o de las casas dispersas de las tierras bajas. Así, durante las
estaciones de transición (las de siembra y cosecha del maíz) residen en las tierras altas y durante
la estación lluviosa y la seca residen en las tierras bajas, pero deben hacer desplazamientos entre
las diferentes altitudes, pues el calendario ceremonial es inverso al residencial y durante las
estaciones lluviosa y seca deben acudir a ceremonias en la montaña y en las estaciones de
transición tienen deberes rituales en las tierras bajas.
Las razones para el constante desplazamiento entre las tierras bajas y las altas son más de
orden simbólico, religioso y social que propiamente económicas o nutricionales.
La agricultura de los u’was está marcada por una filosofía proteccionista del medio ambiente, de
los bosques, de los suelos y de la diversidad de sus especies cultivadas. Practicar la agricultura es
sinónimo de proteger. Para preparar una parcela, en extensiones entre cuatro y seis hectáreas si
hay tierra disponible, a mediados de diciembre en la tierra fría derriban los árboles y demás
vegetación, luego pican la vegetación derribada, apartan la que ha de ser usada para leña. Dejan
en pie cualquier planta, palma o árbol a los que le atribuyan algún uso o que provenga de antiguos
sembrados. Las piedras, las raíces y los troncos se dejan para que protejan la tierra contra la
erosión. Luego se deja secar la vegetación por unos tres meses, vuelven a cortar la que haya
surgido y siembran, entre la derribada y en descomposición, primero el maíz y luego tubérculos y
verduras.
De esta forma los u’was junto con los chocós del Pacífico son unos de los únicos grupos que
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practican la técnica de tumba y descomposición en contraste con la mayoría de los grupos que
queman después de la tumba.
En el clima frío, además de varias clases de maíz, siembran algunas variedades de fríjol, fique,
coles y berenjena. El raicero, la malanga, la ortiga, las guascas y algunos plátanos se dan en los dos
climas. En el clima caliente se siembran dos cosechas de maíz al año, así como yuca, coca, yopo,
plátano, ñame, piña, lulo, aguacate y cacao. En las inmediaciones de las casas se siembra ají,
tabaco y algunas matas de maíz.
Ante el agotamiento del bosque, la cacería que practican los hombres con arco y flecha por
razones rituales ha disminuido considerablemente con la excepción de los roedores cazados con
trampas.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Para los u’was el universo fue creado en una serie de etapas a partir de Ruracá, la madre
primordial, quien va creando hijos suyos, los cuales a su vez establecen los distintos niveles del
cosmos.
Éste se concibe como una casa con cuatro niveles, de donde surgen los componentes del
mundo. La tierra está en el tercer nivel de arriba hacia abajo. En otros pasajes míticos se da
cuenta de cómo el universo y el mundo se van llenando de dinamismo.
Ruracá, después de mascar coca, creó a su hijo Sira, quien a su vez creó a sus propios hijos,
que traerán el fuego y el agua al mundo, que al principio era sólo roca desnuda. Luego son
creados los alimentos y después los animales, algunos de los cuales se convierten en hombres
cuando consumen la miel y los alucinógenos. La gente es creada y surge de las lagunas de la
Sierra. Finalmente, a la gente u’wa le son entregados los alimentos especiales (la miel y el ají) y los
estimulantes (el tabaco, la coca y el yopo), los cuales son las condiciones para acceder al saber
chamánico, el que garantiza la reproducción de la gente y del mundo mediante los rituales y el
canto de los mitos.
La compleja actividad ritual que marca de manera omnipresente todas las instancias de la vida
de los u’was es presidida por sus chamanes, llamados wedheya, quienes adelantan un minucioso
proceso de aprendizaje desde la infancia. Los chamanes efectúan unos ritos “de soplada”
destinados a purificar distintas situaciones, objetos y personas.
Para los u’was la contaminación espiritual es una amenaza constante, todo lo que no es familiar
o no está dentro del territorio u’wa es contaminante y debe ser purificado por los wedheya.
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Catatumbo
Baris
En las selvas húmedas del Catatumbo, en el área fronteriza con Venezuela, en el departamento
de Norte de Santander, habitan los indígenas baris, quienes han sido conocidos en el habla común
como motilones. En tiempos precolombinos su territorio se extendía desde la serranía del Perijá
hasta las inmediaciones del lago de Maracaibo. Desde la llegada de los españoles los baris han ido
perdiendo progresivamente sus tierras, pues ante la expansión de la colonización, se internaban a
lo más profundo de la selva al punto que hoy cuentan sólo con 200.000 hectáreas en los dos
países, una décima parte de su territorio original, de las cuales la mitad ha sido titulada en dos
resguardos en Colombia.
Pese a la intrusión en su territorio, los baris rehuyeron todo contacto con la sociedad nacional
hasta principios de los años sesenta cuando en el contexto de la explotación petrolera en el área
empezaron a ser contactados de manera permanente por colonos y misioneros. Hasta esa época
los baris se consideraron en guerra contra los blancos y atacaron armados de sus flechas a quienes
trataron de incursionar dentro de su territorio, lo cual les reportó una reputación de ferocidad
cuando en realidad las acciones militares de los baris eran puramente defensivas.
En Colombia se encuentran en un territorio alrededor del río de Oro suroriental y sus numerosos
afluentes. Los baris, que han sido más afectados en sus patrones de vida en los últimos años son
aquellos que se encuentran cerca del cauce del río Catatumbo, alrededor de los asentamientos de
Catalaura y Bebokira. Sometidos a un contacto menos intenso están los conjuntos familiares que
habitan en caño Tomás y río de Oro y los grupos que se encuentran más hacia el interior de la
selva son los que han podido continuar mejor con sus sistemas sociales y culturales.
Han sido reconocidos dos resguardos, uno en 1988 con 108.900 hectáreas para unos 2.000
individuos en jurisdicción de los municipios de Tibú, El Carmen, Teorama y Convención, y otro
desde 1981 con 13.300 hectáreas para unos 200 baris en la localidad de Gabarra, municipios de
Tibú, Convención y Teorama. Las tierras de unos 500, en predios del municipio de El Carmen,
carecen aún de titulación.
La unidad social efectiva de los baris es el grupo residencial de la gran vivienda colectiva o
bohío en la que viven unas cuantas familias nucleares, que se relacionan por ser parientes o
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aliados. El parentesco se conforma por grupos de descendencia patrilineales. Son parientes,
sajdóyira, los familiares patrilaterales y aliados, y ogybara, los matrilaterales. Son parientes el
padre, el abuelo paterno, los hermanos y hermanas, los hijos e hijas de los hermanos, los tíos
paternos, las tías paternas, los primos paternos, etc. Son aliados el tío materno, los primos y
primas maternos, el abuelo materno, los hijos e hijas de las hermanas.
El matrimonio preferencial se efectúa entonces entre primos cruzados: con la hija del hermano
de la madre o con el hijo de la hermana del padre o en general con una persona considerada
aliada. Además, esta unión tiende a ser uxorilocal, es decir, la pareja va a vivir con la familia de la
mujer. De esta forma, a medida que crece la población del bohío, los yernos que llegan son tanto
aliados como parientes de los residentes.
Los bohíos son, entonces, unidades sociopolíticas y territoriales, con una jerarquía encabezada
por el jefe de construcción y luego por los otros constructores. Los miembros del bohío comparten
los cultivos comunales y participan en trabajos colectivos.
El patrón de asentamiento es el de grupos locales integrados por uno o hasta tres bohíos cada
uno con un medio centenar de habitantes. Las familias individuales poseen casas a cierta distancia
en la selva, cerca de sus propias parcelas. Los bohíos se sitúan en tierra firme en sitios de fácil
acceso a un río cercano.
Los bari no tienen una memoria clánica referida a ancestros primordiales, sino que la calidad de
un individuo es relacional en cuanto aliado o pariente, así el aliado de un aliado es un pariente, el
pariente de un pariente es un aliado, el pariente de un aliado y el aliado de un pariente es un
pariente. Todo extranjero es tratado como pariente.
Debido al impacto de la sociedad externa con sus misioneros, comerciantes y colonos, muchos
de los bohíos se han desintegrado como unidades residenciales y ahora se configuran como
caseríos, donde se mantienen precariamente las relaciones con otros grupos familiares, pues se
han disgregado casi completamente.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
Los baris practican una horticultura de tumba y quema. Al aproximarse la estación seca,
tumban la vegetación y a las tres semanas la queman. Días después, cuando se ha enfriado el
terreno, se siembran los esquejes.
Tienen tres tipos de parcelas. La principal es circular, alrededor del bohío, y los cultivos se
disponen de manera concéntrica y radial. El anillo exterior está sembrado con plátanos y bananos,
un anillo medio, en su mayoría, con yuca y algo de piña, y sectores de caña, algodón y ají, en el
anillo interior papadulce y ñame. Al lado de varios caminos radiales hay también papadulce, ñame,
algodón y barbasco. Cada familia nuclear posee un sector del anillo de cultivos como las porciones
de una torta circular. Otro tipo de parcelas son comunales, con cultivo de varias familias en otra
parte en la selva. Finalmente puede haber parcelas de familias individuales.
Los suelos de las selvas del Catatumbo son mucho más ricos que los del área amazónica por lo
que la rotación de tierras puede hacerse de manera considerablemente más lenta. En suelo aluvial
un cultivo puede durar hasta cuarenta años, mientras que en terrenos interiores la duración llega a
cinco años. Los cultivos alrededor de los bohíos reciben fertilización con cenizas y otros materiales
orgánicos para equiparar su duración a la construcción de éstos.
La cacería es individual cuando se trata de presas pequeñas. Para presas mayores como
pecarís, venados, osos o dantas, los hombres cazan en grupos que pueden alejarse
considerablemente y que pueden tener miembros de más de un bohío. En la estación seca todos
los miembros de la familia o del bohío construyen diques para facilitar la pesca. También usan
barbasco para adormecer los peces. El método preferido es con una lanza de palma delgada y
flexible de hasta cinco metros que usan los hombres. Las mujeres pescan con las manos caracoles,
panches y cangrejos. Los baris practican también una recolección muy activa de diversas pepas de
palma, frutos silvestres, larvas y distintos materiales medicinales o fibras para la confección de
cestería y tejidos.
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COSMOLOGÍA Y RITUAL
Los baris presentan unas características especiales en el contexto de los demás grupos
indígenas de esta parte del continente. Por un lado, no cuentan, a excepción del tabaco, con
estimulantes o alucinógenos, ni fermentan bebidas alcohólicas. Por otro, no poseen especialistas
rituales o chamanes, sino que el conocimiento mágico y médico centrado en el poder del tabaco es
dominado por todos los individuos.
El universo está concebido en varios niveles. Por debajo de la tierra existe un nivel de aguas
donde viven humanos pequeñitos o en forma de animal además de otros seres mitológicos. Encima
de la tierra existen seis niveles celestes en los que se alojan las entidades de los fenómenos
meteorológicos, las aves, los astros y los espíritus de los muertos.
Todos los baris disponen de los conocimientos míticos, mágicos y rituales. Los procedimientos
curativos se adelantan por medio de recitativos o iacucainas, los cuales perfecciona cada persona
con la edad.
Cada familia efectúa los rituales de imposición del nombre, de iniciación femenina o de
reconocimiento del grupo. También emplean una mezcla ritual de hojas de balso, tabaco, ají y
otras plantas, llamada droxara, que se guarda en calabazos y se da a masticar a los enfermos al
tiempo que se pronuncian los recitativos. Los jefes del grupo son quienes generalmente se ocupan
de estas ceremonias.
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Amazonía
En el castellano regional se les conoce como makús, un término de origen tupi, la lengua
indígena del Brasil, que fue generalizada por los misioneros en tiempos coloniales —lengua geral—
para el nordeste amazónico. Con este término se designa a todos aquellos grupos indígenas no
sedentarios que se desplazan dentro de las selvas. Estos grupos, aunque de características
socioeconómicas similares, hablan varias lenguas y tienen tradiciones orales diferentes y aún no es
claro el parentesco lingüístico o antropológico entre los distintos grupos aunque los localizados en
territorio colombiano exhiben ciertas afinidades lingüísticas entre ellos y con la lengua de los
puinave, horticultores del río Inírida en el departamento del Guainía.
En Colombia poco más de mil individuos hablantes de al menos cuatro variaciones dialectales se
organizan en pequeños grupos de un par de decenas de individuos dispersos en distintos puntos
de los departamentos de Guaviare (nukak-makú) y Vaupés (bará-makú, jupde-makú y
yohop-makú). Estos grupos indígenas permanecen en un campamento menos de una semana y se
desplazan a pie de manera rotativa por territorios determinados en los espacios intexfluviales
practicando una economía de subsistencia basada en un exhaustivo conocimiento de la selva, de la
cual extraen numerosos alimentos silvestres. Cazan y pescan cotidianamente, pero también,
aunque con una dedicación mucho menos intensa, practican una horticultura tropical de varios
productos en chagras más pequeñas y menos cuidadas que las de sus vecinos los indígenas
sedentarios ribereños. Los makús son una población especializada en una economía recolectora no
por incapacidad o ignorancia de las técnicas agrícolas sedentarias, sino porque su sistema
productivo les satisface ventajosamente sus necesidades culturales y materiales.
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Estos seminómadas del noroeste amazónico eran parte de una economía regional en la que, en
intercambio con los grupos hortícolas, aportaban carne de cacería, piezas de cestería, rapé
narcótico de árbol, veneno para cacería, frutas silvestres, hojas para techar, mientras que recibían
harina o tortas de yuca, ají, tabaco y artefactos. Las intervenciones de la sociedad occidental desde
tiempos coloniales han perturbado profundamente estas relaciones sociales y alterado en distintos
grados la vida de estos nativos, aunque en el Vaupés las relaciones con los indígenas sedentarios
se han mantenido en diversos grados.
Las salidas esporádicas y relativamente continuas de los nukaks obedecen a varios motivos,
entre ellos su relación con los colonos, quienes asumen diversas actitudes ante su presencia,
aunque en general se sienten molestos porque se llevan todo lo que encuentren en huertos y
casas, ya que para los nukaks no existe el concepto de propiedad privada. Los raptos de niños
indígenas por parte de los colonos han sido frecuentes, con el argumento de “civilizarlos y
enseñarles a trabajar”. Los nukaks han padecido epidemias de sarampión y otras enfermedades
contagiosas provenientes de los colonos que atentan contra la supervivencia de la población.
en el alto río Vaupés y afluentes norte del Papurí, en contacto con los grupos cubeo, uanano y
desano; los upde, jupde o jupdua-makú hacia el centro del departamento al sur del río Papurí,
quienes se relacionan con el grupo tukano propiamente dicho, y los yohop-makú hacia el sur del
río Tiquié, quienes efectúan intercambios con los barasano (véase el apartado “Conjunto tukano
oriental del área del Vaupés”).
El Incora y la DAI (División de Asuntos Indígenas) del Ministerio de Gobierno han dotado a los
nukaks del Guaviare de un resguardo de 632.160 hectáreas considerando su territorialidad y
cultura. Otra parte del hábitat de los nukaks se encuentra dentro del Parque Nacional Nukaks,
creado por el Inderena en 1989. Ellos son en total poco menos de mil personas.
Los makús del Vaupés, cuya población está alrededor del medio millar, viven dentro del gran
resguardo indígena que cubre todo el departamento, pero éstos no tienen ninguna instancia que
los represente y atienda sus necesidades; por eso su vida transcurre prácticamente ignorada por
todas las actividades institucionales.
Los nukaks y makús tienen una alta movilidad y se establecen en campamentos temporales que
son construidos con gran destreza y rapidez con materiales de la selva. La permanencia de dichas
viviendas temporales oscila entre uno y treinta días, aunque períodos de pocos días, un promedio
de cinco días, son los más frecuentes. El número de personas que ocupan estos campamentos
varía entre diez y cincuenta personas, aun cuando el promedio está en alrededor de veinte. Entre
el abandono del campamento viejo y la construcción del nuevo, algunos miembros de la banda,
jóvenes cazadores especialmente, pueden movilizarse entre campamentos sin abandonar
totalmente el de origen.
Un campamento está compuesto por varias enramadas contiguas, entre dos y cinco, pero
ocasionalmente pueden confluir dos bandas, lo que puede aumentar las enramadas hasta ocho. En
cada una de estas enramadas se guarece una familia nuclear e instala su fogón. Entre los nukaks
son estructuras muy sencillas de tres postes y tres vigas que los unen, de ellos se cuelgan las
hamacas tejidas o chinchorros y en la estación lluviosa sostienen un techo inclinado de hojas de
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platanillo para evitar el agua. Algunos árboles en pie pueden ser utilizados a manera de postes.
Unas estacas largas con horqueta que sostienen una viga liviana ayudan a levantar y darle
pendiente al techo de hojas. El fogón va en el centro en el piso. Los makús del Vaupés construyen
sus campamentos con enramadas de cuatro a seis postes en planta rectangular, los cuales son un
tanto más elaborados que los de los nukaks del Guaviare.
Un matrimonio nuevo, por lo general, va a integrarse a la banda del padre del hombre, pero el
hombre mayor de la banda generalmente deja una de sus hijas casadas dentro de la banda. Entre
los nukaks, los recién casados pueden residir una temporada en la banda del padre de la esposa
antes de ir a la del padre del hombre. Se organizan en unos pocos clanes patrilineales y toda
persona debe casarse con un miembro de otro clan.
Distinguen entre parientes consanguíneos y aliados. Los consanguíneos son los parientes
paternos miembros del clan: el padre, los hermanos, los primos, los tíos y abuelos paternos. Los
aliados son los parientes maternos al tiempo que son los miembros del otro clan, cuyos miembros
del sexo opuesto, excluyendo a la madre por supuesto, son cónyuges potenciales, preferentemente
los primos cruzados: las hijas e hijos del hermano de la madre y de la hermana del padre. Como
sucede generalmente en este tipo de sistemas de parentesco, en lugar de los primos cruzados
puede escogerse como cónyuge a alguna persona cuyo parentesco se asimile, como los sobrinos o
los tíos.
La familia nuclear —una pareja y sus hijos solteros y algún otro familiar— es el grupo básico de
la organización social de los makús, el cual se materializa en la construcción y el uso de la
enramada alrededor de un fogón, y por ser una unidad de consumo de alimentos. Varias de estas
familias emparentadas acampan y viajan juntas, comparten trabajos colectivos y rituales. Este
grupo de familias ha sido designado por los antropólogos como banda. Sus miembros comparten
equitativamente la comida obtenida, pero la preparación y el consumo se hace en cada fogón
familiar. El campamento de una banda tiene un promedio de tres y un máximo de unas cinco o seis
enramadas con un promedio de unas quince personas y el total rara vez pasa de treinta individuos.
Dos y a veces más bandas comparten un territorio amplio en lo que se ha llamado grupos territo-
riales.
Los makús pertenecen a clanes patrilineales y prefieren casarse entre dos clanes, cuyos
miembros pertenecen a uno de tales grupos territoriales. Se han reportado tres de estos grupos
territoriales en el Vaupés y seis en el Guaviare.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
Los makús son por excelencia cazadores y recolectores, en promedio, cada individuo consume
una libra de carne de cacería y cerca de cuatro libras de productos vegetales silvestres
diariamente. Fabricantes de veneno curare para dardos, son hábiles tiradores con la cerbatana o
bodoquera con la cual obtienen diariamente micos o aves. Rastrean pequeños animales terrestres
(como el armadillo), roedores (como el agutí o chaqueto) y reptiles (como la tortuga morrocoy y la
babilla o caimán). Los makús del Vaupés cazan con más frecuencia el cerdo salvaje, pecarí o
cafuche tal vez por mayor abundancia de la especie, pero los nukaks del Guaviare también
emprenden su cacería cuando detectan una manada; ésta la efectúan en grupo y con lanzas. Es la
pieza de mayor volumen de carne, pero entre los nukaks sólo es consumida por los hombres. El
consumo de los animales terrestres mayores como la danta o tapir, el venado y el jaguar están
prohibidos por tabúes mitológicos, aunque la cacería de danta ha sido reportada entre los makús
del Vaupés. Entre estos últimos cerca de la mitad de la carne fue destinada al intercambio con los
indígenas sedentarios.
del panal y la pesca suben en importancia. La pesca se realiza con distintos métodos, con anzuelo,
con flecha y con trampas.
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Cada familia makú dispone de al menos una parcela cultivada de un décimo a media hectárea
de superficie en la que se producen especies como yuca amarga, ñame, batata, caña, plátano,
banano, y achiote. Tienen también algunos frutales permanentes como chontaduro y papaya. Las
parcelas son atendidas esporádicamente cuando los campamentos se establecen en sus cercanías.
Entre los nukaks del Guaviare el producto cultivado más consumido es el chontaduro, seguido de
cerca por la yuca, el plátano y la caña; mientras que entre los makús del Vaupés lo es la yuca
amarga (usada en su mayoría para preparar chicha). El consumo de los productos cultivados es
mínimo dentro de la dieta total, pues constituye alrededor de una décima parte.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
La mitología de los makús tiene lugares comunes con los otros complejos míticos del área como
un universo con mundos encima y debajo de la tierra, el origen de los elementos naturales usados
por los hombres tras las aventuras de algún héroe cultural, el árbol derribado origen de los ríos, las
figuras poderosas del rayo, del jaguar, de la anaconda y de la piraña. Conciben que en el mundo
de “arriba” hay gentes que se alimentan sólo de vegetales, ya que allí no llegan los animales,
cuyos espíritus viven en el mundo de abajo junto con otras gentes y los espíritus de los muertos.
Los nukaks creen que estos espíritus salen al mundo intermedio de la gente en forma de animales
como la danta, el venado y el jaguar, cuando regresan al mundo de abajo se quitan esas pieles y
por esto la cacería de estos grandes animales está prohibida. Entre los makús del Vaupés existe el
motivo mítico común con los tukanos sedentarios de la canoa culebra originadora de la gente.
Los makús efectúan rituales en sus campamentos liderados por sus chamanes. Interpretan
melodías con flautas de hueso y carrizos de bambú, alrededor del fuego que producen frotando
palillos. Los nukaks fabrican colores naturales, rojo con achiote y negro con jagua, con los que se
pintan profusamente cara y cuerpo. Adornan partes de la frente con motitas blancas de plumón y
las orejas con palitos y plumas de colores.
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Conjunto tukano oriental del área del Vaupés
En los ríos y las selvas de lo que es hoy el departamento del Vaupés y el área contigua en el
Brasil, habitan una serie de grupos aborígenes que comparten un conjunto de características
socioculturales y que los hacen únicos no sólo en el contexto colombiano, sino en el de los pueblos
amerindios de la región amazónica. Esta área del Vaupés constituye una de las más alejadas e
incomunicadas de los centros administrativos del país, incluso desde los tiempos coloniales.
Aunque fue explorada por los conquistadores, nunca constituyó un escenario para establecimientos
permanentes de la administración colonial y republicana y puede decirse que hasta principios del
siglo XX no existió allí ningún tipo de presencia institucional; sin embargo, el área no estuvo aislada
de los circuitos comerciales y extractivos del noroccidente amazónico.
Durante la Colonia esta región sufrió las redadas de los guerreros caribes venezolanos y
guyaneses, quienes aliados con traficantes holandeses y judíos movían unos circuitos comerciales
de largo alcance alrededor del tráfico de esclavos indígenas en el noroccidente amazónico y la
orinoquía septentrional. Desde mediados de la Colonia fue escenario de la circulación esporádica
de comerciantes brasileños y colombianos, que en el último siglo usaban el procedimiento de
explotación del endeude, una esclavitud disfrazada en la que se entregaban algunos cachivaches a
los indígenas, tasados en un valor exorbitante, de manera que el endeudado quedaba obligado
permanentemente a trabajar.
Estos tráficos, casi siempre con algún aspecto de ilegalidad, se centraron primero en las
llamadas drogas de sertão, en las gomas de chicle, balata y caucho desde finales del siglo XIX, en
las pieles en los años sesenta y más recientemente en la coca. La introducción de las herramientas
metálicas y de las armas de fuego desde la Colonia, alteró los milenarios equilibrios ambientales de
la horticultura y la cacería indígena, ahora al borde del desastre ambiental con la tala motivada por
la siembra de coca.
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Desde principios del siglo XX, se instalaron en el área de Mitú misioneros católicos, quienes por
tres cuartos de siglo se dedicaron a perseguir la cultura indígena, a fin de “librar del salvajismo y la
idolatría” a estos pueblos nativos. Sin embargo, lo alejado de la región tanto de los centros
colombianos como de los brasileños libró a estos pueblos de la matanza y debacle demográfica y
social en las cantidades que la sufrieron, por ejemplo, los pueblos indios del Caquetá y el
Putumayo durante la explotación cauchera.
Desde mediados del siglo XX y alrededor de la misión católica, Mitú se fue convirtiendo en un
poblado comercial, con una población mestiza y blanca que devino en centro administrativo de la
región. Sede de un internado indígena con algunos centenares de alumnos, más recientemente ha
llegado a ser la sede de la organización indígena contemporánea, el Consejo Regional Indígena del
Vaupés.
Esta área de la capital departamental sobre el río Vaupés y su afluente vecino el Papurí
constituyen las zonas de mayor contacto con las actividades del mercado y el Estado y con la
población mestiza. Se asientan aquí los grupos tukano, cubeo, wanano, tatuyo, siriano, yurutí,
piratapuyo y tuyuca. Otra área menos intervenida por las misiones y el comercio, y por lo tanto de
mayor vigor de la cultura indígena es la de los ríos Apaporis, alto Tiqué, Pirá Paraná y Cananarí y
donde están los grupos makuna, carapano, bará, barasano, kabiyarí y taiwano.
Casi todos los grupos hablan lenguas muy parecidas entre sí que han sido clasificadas como de
la familia Tukano, debido a que este idioma intentó ser generalizado por los misioneros como
lengua franca y fue, por lo tanto, la más conocida inicialmente por los lingüistas. El cubeo es tal
vez la lengua más diferenciada, es decir, la diferenciación hecha por los lingüistas entre lenguas
distintas y no, entre variantes dialectales de una lengua única, tiene un sólido fondo
sociolinguístico —más que un criterio puramente lingüístico, ya fuera fonético o lexical—, pues para
cada grupo hablar una variante tiene implicaciones en su pertenencia a unidades sociales y a
reglas matrimoniales específicas. Por otra parte, grupos de la familia Arawak, como los kabiyaris y
los tarianos, con lenguas bien diferenciadas, comparten plenamente la mayoría de los rasgos
culturales y sistemas de intercambio matrimonial de sus vecinos que son por supuesto también sus
parientes cercanos.
Hace pocos años todo el territorio del departamento del Vaupés fue declarado un gran
resguardo indígena único y contiguo, el más grande en Colombia. Dado el carácter constitucional
inalienable e inprescriptible de los resguardos, esto quiere decir que después de esta declaratoria,
la única propiedad de la tierra permitida legalmente en el Vaupés es la colectiva de los grupos
indígenas.
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ORGANIZACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA
En su forma más tradicional estos pueblos indígenas viven en casas colectivas llamadas
malocas, donde viven los parientes patrilineales, sus esposas (primas maternas venidas de otros
grupos) y las mujeres solteras. Las malocas son casas rectangulares de tamaño variable, que
albergan las familias nucleares de varios parientes masculinos hasta en tres generaciones,
generalmente uno o dos viejos, su esposas, hijos, nueras, nietos y las esposas de éstos. Se
duerme en hamacas que se cuelgan en la noche y cada familia nuclear dispone de un fogón
permanente. El espacio frontal de la maloca es considerado masculino y la parte posterior el lugar
de las actividades femeninas. Un cielo raso sirve para almacenar artefactos diversos.
Un grupo indígena, los hablantes de una misma lengua, ocupan un territorio continuo y las
malocas se ubican a lo largo de los ríos de acuerdo con la jerarquía de los distintos grupos de
parientes o linajes patrilineales a distancia suficiente las unas de las otras para poder acceder cada
una en sus cercanías a los cultivos abiertos en medio de la selva, pero siempre próximos a los ríos.
El cambio cultural ocasionado por el contacto con las misiones, los comerciantes, los colonos, la
escuela y otras instancias de la sociedad no indígena ha hecho que algunos de los grupos, sobre
todo aquellos localizados en las cercanías de Mitú en los ríos Vaupés y Papurí, vivan ahora en
pueblitos iniciados por los misioneros en los que los otrora habitantes de las malocas viven ahora
en casas contiguas.
Un individuo pertenece al grupo que habla la lengua de su padre y, con la excepción de cubeos
y makunas, debe obligatoriamente casarse con una persona que hable una lengua diferente. Así,
en una familia extensa puede haber hablantes de diferentes lenguas y algunos individuos dominan
varias de las lenguas amerindias de la región, además del español o del portugués.
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menor, asociados a funciones rituales y civiles: capitanes, guerreros, chamanes, bailarines,
cantantes y sirvientes. Esta división de los grupos es también territorial, pues corresponde al modo
de asentamiento a lo largo de los ríos, por eso ubica a los segmentos mayores en las bocas y a los
segmentos menores hacia las cabeceras. Los grupos más pequeños tienen una organización clásica
y única de este tipo. Grupos más grandes, como los tukanos propiamente dichos, constan
internamente de varios de estos conjuntos jerarquizados, pero comparten la lengua, la vecindad
territorial y la prohibición matrimonial. En el caso de los cubeos, en el río Vaupés y de los makunas,
en el río Apaporis, los grupos internos jerarquizados alcanzaron tal diferenciación que aunque
hablantes de la misma lengua, son unidades matrimoniales exogámicas y en algunos casos sus
miembros pueden casarse con los del otro grupo, aunque se siga practicando una fuerte exogamia
interlinguística.
El sistema de pertenencia a clanes patrilineales hace que una persona considere parientes
consanguíneos a aquellos de su lado paterno (en este caso pertenecen a la misma lengua),
mientras que sus parientes maternos (quienes pertenecen a otras lenguas) son un grupo de
cuñados o de cónyuges potenciales, es decir, los afines o aliados como dicen los antropólogos. El
matrimonio se lleva a cabo con primos cruzados matrilaterales del sexo opuesto, esto es, con la
hija o el hijo del hermano de la madre o con los parientes que más se aproximen a ellos, como los
primos o primas, tíos o tías, sobrinos o sobrinas, del lado paterno de la madre. El matrimonio se
disuelve por abandono de una de las partes, en caso de viudez es frecuente desposar de nuevo a
un hermano o hermana del cónyuge fallecido. Algunos hombres prestigiosos pueden tener más de
una esposa.
La autoridad es ejercida por los hombres mayores de los patrilinajes y para efectos de contactos
con las instituciones externas, los patriarcas de los linajes de capitanes pueden actuar como
autoridades de todo el grupo local, aunque más recientemente se han elegido cabildos a la manera
andina, es decir, juntas de gobierno reconocidas legalmente por la legislación colombiana.
Las actividades productivas de estos grupos pueden verse en un universo espacial concéntrico
de lo más doméstico a lo más salvaje, con la maloca en el centro doméstico de este ordenamiento.
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En la maloca se procesan los productos de la agricultura, la caza, la pesca y la recolección. En
sus inmediaciones se encuentra la huerta doméstica, que se confunde con el bosque circundante, y
un poco más allá las parcelas, el río adyacente y caños aledaños, los cuales proveen las piezas de
pesca y de cacería; asimismo, del monte bravo se traen las piezas de cacería, maderas para
construcción de casas y canoas, para la elaboración de artefactos y productos de la recolección
como insectos, raíces, frutas silvestres, venenos y plantas medicinales.
El sistema hortícola del Vaupés es una variante de los sistemas de tala y quema, uno de los
métodos agrícolas más antiguos de la humanidad. Las parcelas de propiedad de las familias
nucleares son abiertas mediante trabajos colectivos con parientes y vecinos. Primero se tumba la
vegetación baja con machetes y luego se derriban los árboles grandes y a los pocos días se quema
para abonar el suelo. Días después, cuando se enfrían las cenizas, se siembran las semillas o los
esquejes de yuca u otras plantas. Esta forma de cultivar rota la tierra frecuentemente. Cada familia
tiene una parcela en producción, otra recién sembrada y otra a punto de ser abandonada para
permitir la recuperación de la tierra.
Las labores productivas están muy claramente delimitadas por el sexo. Los hombres talan el
monte, siembran algunos productos y las mujeres otros. Las mujeres recogen ciertos productos,
los hombres cosechan otros. Las mujeres recolectan la yuca y la procesan, los hombres cosechan y
procesan la coca, el tabaco, el ají, el yagé y el barbasco. Los hombres pescan y cazan, las mujeres
preparan las presas y las cocinan. Caza y pesca son complejos densos de tabúes, restricciones y
diversos procedimientos mágicos. Toda la producción agrícola, la caza, la pesca, la recolección
están sujetos a los ciclos ecológicos y climáticos anuales.
La alimentación gira alrededor de una sofisticada culinaria de la yuca brava que ocupa buena
parte del tiempo de las mujeres. Éste es un tubérculo venenoso que se hace consumible al
cocinarlo. La yuca se ralla y se cierne. La pulpa rallada se puede secar para hacer fariña, decantar
para obtener almidón, usar como base de mazamorras con distintas carnes, mezclar con agua y
fermentar para obtener chicha o moldear en tortas de casabe que se asan o se secan al sol. El
jugo se cocina para hacer base de ají o diferentes caldos. La fariña consiste en unos gránulos
secos que convierten la yuca brava en un producto almacenable por largo tiempo.
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Indígena cabiyarí, río Apaporis. Foto Alberto Sierra.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Para los indígenas del complejo social tukano oriental la mayoría de sus actividades sociales
están enmarcadas y reguladas por una intrincada cosmología inscrita en multitud de narraciones
mitológicas y celebraciones rituales. Las actividades productivas —las siembras, la cacería, la pesca
y la recolección— están inscritas en la marcada estacionalidad de aguas altas y aguas bajas del
noroccidente amazónico, lo cual a su vez marca un calendario ritual de actividades restringidas y
permitidas, de tabúes temporales para el consumo de ciertas especies, que de hecho hacen del
ciclo productivo una periodicidad recurrente de regulación ambiental y cosmoecológica.
La ubicación espacial, tanto de las malocas —o poblados— en el trayecto fluvial como el uso de
su espacio interno, está precisamente regulada por las narraciones míticas. La mayoría de estos
grupos tienen una mitología fundacional en la que el origen del grupo —que habla una misma
lengua y que no se casa entre sus miembros— es asimilado al viaje de una anaconda ancestral,
que se disgrega en segmentos, los cuales se van localizando a lo largo de un río, la cabeza hacia
las bocanas, la cola hacia las cabeceras; así cada segmento es el origen de los distintos patrilinajes
jerarquizados y especializados.
Otros relatos mitológicos de estos grupos conciernen a los viajes celestes de un grupo de
hermanos primordiales, quienes a lo largo de sus gestas originan la organización del cosmos, de
los astros, de la tierra, de los cerros y los ríos, de los fenómenos meteorológicos, y legan los distin-
tos productos culturales —las plantas cultivadas, la culinaria, las técnicas artesanales y de
construcción—. Otro gran complejo mítico de importancia es el de yuruparí, que se refiere a las
divisiones de los géneros masculino y femenino, a las relaciones sociales de reciprocidad, al origen
del conocimiento curativo y chamánico.
Los diferentes relatos míticos derivan también en una rica actividad ritual, liderada
generalmente por el chamán principal. La actividad chamánica es hereditaria y ejercida por los
hombres mayores del linaje de chamanes, el cual es uno de los primeros en jerarquía. Los
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chamanes —payés en el español local que heredó el término de la lengua geral ya en desuso—
efectúan complejas ceremonias de curación, de celebración de los estadios clave del ciclo vital
—nacimiento, pubertad y muerte—, de cosechas e intercambio o de afirmación social. Los payés
presiden las ceremonias y en algunas de ellas lideran el consumo colectivo de hombres adultos del
yagé, un bejuco psicotrópico que ocasiona intensas alucinaciones, asociadas al universo mítico
mediante la recitación simultánea del payé o los payés presentes de los episodios mitológicos que
se están visualizando e interiorizando.
Los rituales más complejos son también una celebración de la organización social de estos
grupos, pues la participación en estas ceremonias festivas implica el despliegue de las
especialidades de algunos de los linajes —payés, fiesteros, balarines, cantadores, vigilantes, etc.—
al tiempo que los mitos de origen y de segmentación social son recitados largamente por los
chamanes.
En la región comprendida entre los altos cursos andinos y su inmediato curso en la selva baja de
los ríos Caquetá y Putumayo, en las esquinas occidentales de los departamentos del Caquetá y del
Putumayo (incluye una porción de la frontera con Ecuador), con unos pequeños territorios en el
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oriente de Nariño y el norte de la bota caucana, habitan una serie de grupos indígenas de distinto
origen lingüístico y con algunas características culturales comunes y algunas otras variaciones,
pero que exhiben como rasgo común general la sabiduría médica, la autoridad religiosa e influencia
política de los curacas o taitas, hombres mayores educados en el complejo oficio del chamanismo y
quienes han desarrollado un sofisticado uso del yagé, biají o ayahuasca —como se denomina el
bejuco Banipsterosis caapi—, el cual contiene componentes alucinogénicos. Los maestros oficiantes
de estos grupos manejan procedimientos en los que los efectos del bejuco psicotrópico son usados
para expandir la conciencia y lograr efectos reparadores en la situación social, sicológica y
fisiológica de las personas.
En la cordillera, entre las capitales de Pasto y Mocoa, a unos 2.200 metros sobre el nivel del
mar se encuentra el valle de Sibundoy, habitado por unos 10.000 indígenas de los cuales la mitad
son ingas y el resto kamsás. Otros inga se encuentran asentados en Aponte, unos treinta
kilómetros al occidente en el departamento de Nariño y otros en Yunguillo, Putumayo y Descanse,
en la bota caucana. Directamente al sur de este valle cordillerano de Sibundoy, ya en la selva baja
en los cursos de los ríos Orito, alto Putumayo y Pinuña Blanco están los asentamientos de un
medio millar de sionas; más al sur ya sobre la frontera con Ecuador en los ríos Churuyaco,
Guamuez y Sucumbíos, están unos setecientos cofanes; al oriente del Sibundoy en la selva baja, ya
en la hoya del Caquetá, en los ríos Orteguaza, Peneya y alto Caquetá se hallan unos quince
asentamientos coreguajes con unas 1.200 personas, y un medio centenar de macaguaje en Peñas
Blancas, municipio de Florencia.
Hay una relación permanente entre los grupos del valle en el piedemonte y los de la selva,
especialmente porque el yagé y su sabiduría asociada tienen su centro en la selva baja y los
chamanes están circulando continuamente sus conocimientos sin importar el grupo indígena de
procedencia.
Desde mediados del siglo XVI se dio toda una ofensiva misionera para cristianizar a los pueblos
indígenas del alto Putumayo en el valle de Sibundoy en el que se han asentado desde tiempos
inmemoriales los indígenas ingas y kamsás, aunque sus características culturales y sus tradiciones
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indican que su procedencia remota se ubicaba en la selva cálida aguas abajo. Desde comienzos del
siglo XVIII la Corona española había otorgado resguardos en el valle de Sibundoy y en Aponte.
En cambio los indígenas de la parte selvática que habían expulsado a los misioneros a finales
del siglo XVIII, después de reiteradas rebeliones, sufrieron un siglo más tarde el azote de las
caucherías, en el que los empresarios del látex esclavizaron, desplazaron y desarticularon a las
poblaciones indígenas, que emprendieron su recomposición desde la década de los veinte, pero
esta vez bajo la égida de los capuchinos.
En el departamento de Caquetá en los años ochenta y noventa, los coreguaje del muncipio de
Milán han recibido tierras de resguardo por 6.700 hectáreas, para una población aproximada de
1.300 habitantes, y los de Peñas Altas y otros sitios en el municipio de Solano, aproximadamente
11.000 hectáreas para unos 500 individuos.
En el Putumayo, los cofanes de Yarinal y Santa Rosa, municipio de Valle de Guamuez, poseen
tierras de resguardo por 13.700 hectáreas para unas 400 personas; en el municipio de Santa rosa
de Sucumbíos tienen 5.100 hectáreas para una población de 700 habitantes, y en Afilador, en el
municipio de Puerto Asís, 9.000 hectáreas para 500 habitantes. Los sionas de Buenavista y Piñuña
Blanco en el muncipio de Puerto Asís poseen títulos por 6.500 hectáreas para cerca de 500
individuos.
Los ingas de Descanse en Santa Rosa, Cauca, obtuvieron un resguardo con 2.700 hectáreas en
1994, los de San Miguel y San Antonio en el municipio de San José del Fragua en Caquetá han
obtenido títulos de resguardo de 2.400 hectáreas para unas 600 personas, mientras que los ingas
de Aponte, en Nariño, apenas poseen en resguardo 890 hectáreas para 1.300 personas. En el valle
de Sibundoy, los ingas tienen tierras de resguardo por unas 7.600 hectáreas y los kamsás, unas
4.000.
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Fiesta inga. Fotografía de Lothar Petersen, 1947, ICANH, Bogotá.
Los tukanos occidentales, como los siona y los coreguajes, se organizan en patrilinajes,
marcados por los apellidos terminados en guaje que en estas lenguas significa “gente”: Piaguaje,
Yaiguaje, Payoguaje, etc. La pertenencia al patrilinaje es trasmitida por el padre a sus hijos e hijas.
Tradicionalmente había un tipo de matrimonio preferencial en el que dos de estos linajes
intercambiaban mujeres de manera rigurosa, pero actualmente la situación demográfica y de
decadencia de muchos patrones culturales vernáculos ha ocasionado que apenas se siga
observando la prescripción de casarse fuera del patrilinaje (grupo que comparte un territorio y
otorga derechos a sus miembros, quienes a su vez se apoyan en trabajos colectivos).
Los cofanes, en cambio, tienen una filiación bilateral o cognática, lo cual implica que los grupos
de parentesco no sean linajes, sino parentelas o grupos de familias extensas en las que la norma
matrimonial sólo prohíbe casarse con los parientes próximos.
En todos estos grupos la figura del chamán, conocido en el castellano local como curaca, ha
tenido gran preponderancia, especialmente en los grupos de selva donde era la única autoridad. En
Sibundoy, en cambio, los misioneros mantuvieron y manipularon los cabildos indígenas de origen
colonial, llegando incluso a ser frecuentemente un misionero el gobernador del cabildo, situación
que se prolongó hasta 1966 cuando intervino el Ministerio de Gobierno para devolver a los
indígenas el control sobre la elección y funcionamiento de los cabildos. En Sibundoy los kamsás
tienen el cabildo de Sibundoy y los ingas tienen los cabildos de Colón, Santiago y San Andrés. Los
cabildos integrados por el gobernador que lo preside y otros funcionarios son elegidos en diciembre
y una de sus primeras tareas es preparar y celebrar los carnavales la primera semana de
cuaresma, primero el kamsá y una semana después el inga. Los carnavales de Sibundoy
constituyen uno de los mecanismos de integración social más importante del valle, pues los
indígenas que han ido a vivir a otras partes regresan durante estos días para reiterar los lazos
parentales y el sentido de pertenencia étnica. Otra función muy importante de los cabildos de
Sibundoy es la de gestionar las reparticiones de tierra dado que las tierras de los resguardos son
comunales.
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En la selva baja, entre los cofanes, siona sy coreguajes, los misioneros trataron de introducir el
cabildo desde 1920, pero la autoridad de los curacas se mantuvo predominante hasta la década de
los sesenta, cuando los cabildos comenzaron a tener mayor importancia política, al hacerse
necesaria la interlocución con las agencias del Estado.
Sin embargo, en los últimos años, estos pueblos indígenas del alto Caquetá-Putumayo han visto
la importancia de la institución de los curacas y se ha constituido la Umiyac (Unión de Médicos
Yageseros de la Amazonia Colombiana), en la que participan los principales curacas de las distintas
localidades, la cual no sólo ha propiciado la reconstitución de la conciencia indígena sobre el valor
de una serie de características culturales propias, sino que ha servido de vehículo para la
integración social de las comunidades tan afectada por la colonización y demás intervenciones de
la economía nacional, y como medio de convergencia para una incipiente congregación regional de
estos grupos.
Los indígenas del valle de Sibundoy han tenido mayor acceso a la educación escolarizada y han
podido graduar varios profesionales y artistas, quienes han seguido en contacto con sus
comunidades y algunos han emprendido actividad política a favor de su gente, han impulsado
organizaciones indígenas y dos de ellos han incluso sido elegidos al Congreso de la República.
Como consecuencia de todo lo anterior, los indígenas ya no disponen de los extensos territorios
71
selváticos continuos para su producción tradicional, sino que cada familia dispone de unas pocas
hectáreas de tierras aptas en las que combina unas modalidades de subsistencia más allegadas al
patrón tradicional y unas formas productivas destinadas al mercado para procurar un precario
ingreso monetario y así suplir las necesidades primarias que ahora requieren productos mercantiles.
El sistema tradicional en las localidades de la selva baja entre los sionas, los cofanes y los
coreguajes, es como en el resto de la Amazonía, el de tumba y quema. La actividad hortícola se
complementa con la caza —hoy bastante disminuida ante la reducción del bosque y la presión
demográfica— y la pesca. La disminución de la cacería y la necesidad de actividades comerciales
ha llevado a la cría de especies animales menores.
Cada familia dispone de unas pocas hectáreas, en promedio unas seis o menos, las cuales rota
a fin de dejar descansar algunas de ellas mientras que en unas dos combina las siembras de
subsistencia y las comerciales. En esta región hace ya bastante tiempo que la yuca amarga fue
sustituida por la yuca dulce, cuya preparación es mucho menos laboriosa. Los cultígenos de
subsistencia destinados a la alimentación doméstica son el plátano y la mencionada yuca dulce o
común. Para la venta al mercado, los productos más trabajados son el maíz y el arroz, la venta de
animales de cría, alguna actividad maderera y la venta de artesanías.
En el valle de Sibundoy el clima frío y la fertilidad de las tierras han hecho que aun con los
20.000 colonos mestizos que se han asentado allí, las familias indígenas dispongan de entre tres y
seis hectáreas. Muchas disponen de vacas lecheras. Otros animales domésticos como gallinas y
cerdos también son frecuentes. Los cuyes, curíes o conejillos de indias, cuya carne es muy
apreciada para consumo doméstico, se crían en todas las cocinas de las casas ya que sólo
requieren hierba para su alimentación y reproducción.
Una característica muy especial de los nativos de Sibundoy es su desplazamiento por todo el
país para la comercialización de plantas mágico-rituales, y de otros objetos mágicos, especialmente
por parte de los ingas de Santiago. Se les encuentra en los mercados populares de distintas
poblaciones y ciudades vendiendo sus plantas, sahumerios y amuletos. Estos indígenas
comerciantes han establecido un cabildo inga en Bogotá con dos centenares de familias.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
El mundo espiritual de estos indígenas es de un cariz mágico botánico. Uno de sus mitos
primordiales cuenta cómo al principio de los tiempos el mundo estaba a oscuras y los hombres
carecían de inteligencia y de visión hasta que encontraron el yagé y, al probarlo, pudieron ver y
pensar; entonces el bejuco de yagé creció y en el cielo se unió a la flor del borrachero, de donde
nació el sol y de allí bajaron sus hijos dorados trayendo los distintos colores que son también las
72
formas de conocimiento.
Las creencias, las prácticas, los rituales están siempre relacionados con las plantas,
principalmente alrededor del yagé. Esta planta de fuertes efectos en la percepción y el sistema
nervioso es considerada como el instrumento para el conocimiento y el pensamiento profundos.
Los curacas, quienes manejan este conocimiento y conducen los rituales de ingestión, atraviesan
por un largo proceso de aprendizaje en el que se combinan las tradiciones de todos los grupos de
esta área, en la cual el conocimiento chamánico más valorado y la mayor diversidad de variedades
del yagé se encuentran en la selva baja; de allí inganos y kamsás continuamente obtienen nuevos
conocimientos, pero al mismo tiempo, al itinerar por las localidades de los curacas más
experimentados, estructuran una red de conocimiento chamánico por toda la región.
El aprendizaje es un proceso arduo que puede durar unos cuatro años, en los que debe
ejercitarse en la dominación de los efectos de las distintas preparaciones del yagé y durante el
cual, a medida que va progresando, el aprendiz recibe del maestro los distintos elementos rituales:
el atado de hojas cuyo ruido al sacudirlo acompaña los cantos, las coronas de plumas que
encarnan los colores de la visión, los collares de chaquiras y colmillos hasta llegar al cristal de
cuarzo que encarna el máximo estadio (el conocimiento del relámpago).
En la actualidad las dimensiones públicas del poder de los curacas se han reducido a sus
actividades en las ceremonias de curación. En estos rituales el chamán y algún aprendiz buscan el
yagé en el monte, lo preparan y luego, en la noche, el curaca lo reparte en orden de jerarquía según
edad y experiencia ritual de los asistentes. Inicia sus cantos sagrados y bate rítmicamente su
manojo de hojas, luego atiende a los enfermos con manipulaciones, abanicamientos, succiones
bucales, aspersiones y otros procedimientos.
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Indígenas del bajo Caquetá, Putumayo y Amazonas
La parte norte de esta área, en las hoyas de los ríos Caquetá y Putumayo, fue brutalmente
intervenida por la compañía cauchera peruana Casa Arana, que a principios del siglo XX esclavizó a
los grupos indígenas de esta región y alteró radicalmente su composición demográfica,
organización social y localización territorial. Se ha calculado que esta sangrienta empresa ocasionó
la muerte de unos cuarenta mil indígenas. Para agravar la situación varios miles de sobrevivientes
fueron relocalizados forzadamente en Perú por las tropas de ese país, que habían invadido el
territorio colombiano durante varios años hasta que el Ejército reaccionó en 1932, luego de la
invasión a Leticia, y recuperó parte de la antigua jurisdicción de Colombia.
Sobre el curso del río Amazonas, antiguo eje de la ocupación colonial desde Brasil y Perú, en el
área habitada por los tikunas, se desarrolló una intensa actividad misionera desde mediados del
siglo XVIII, primero por jesuitas y luego por franciscanos. El impacto de la acción misional liquidó
la vida de maloca y parte de las prácticas tradicionales al agrupar a los tikunas en aldeas e imponer
los ritos cristianos.
1. Área witoto. El territorio situado entre los cursos de los ríos Caquetá y Putumayo, en el
centro y occidente del departamento del Amazonas, sobre los ríos Cara Paraná, Igará Paraná y alto
Cahuinarí ha estado ocupado por los grupos muruis y muinanes, quienes han sido conocidos con el
nombre genérico de witotos, palabra que quiere decir “esclavo” y que usaban los indígenas
esclavistas caribe en el siglo XVIII. A principios del siglo XX su población era calculada en unas
treinta mil personas mientras que en la actualidad son unos seis mil. Estos grupos hablan varias
lenguas emparentadas.
Dentro de la zona anterior, en afluentes del alto Cahuinarí y en las cercanías en algunos ríos
tributarios del Caquetá como el Quinché y el Duche, habitaban a principios del siglo XX unos diez
74
mil andoques, cuya lengua es considerada independiente. Este grupo fue terriblemente diezmado
por los caucheros, sus miembros sobrevivientes fueron dispersados y deportados. Hoy en día hay
unos trescientos individuos en el caño Aduche en cercanías de Araracuara.
Más hacia el oriente, en el curso del Caquetá, en el bajo Cahuinarí y en el río Pupuña, se
localizan los grupos boras y mirañas, hablantes de lenguas emparentadas entre sí, cuyo número
hacia 1915 era de unos 18.000 individuos, hoy reducido a unos 2.000. En el curso más bajo del río
Putumayo se localizaban unos 3.000 ocainas y nonuyas, considerados hablantes de lenguas del
grupo witoto, los cuales hoy ascienden a unos 600.
2. Área del Mirití. En la zona norte del departamento del Amazonas, al norte del río Caquetá en
los ríos Mirití Paraná y Popeyacá, se asientan los grupos yukunas y tanimukas, respectivamente.
Asociados a los yukunas y hablando un idioma de filiación arawak viven los descendientes de los
matapís, estos dos grupos tienen una población aproximada de 600 personas. Los tanimukas, así
como sus vecinos y aliados, los letuamas, son unos 200 y sus lenguas han sido clasificadas en el
grupo Tukano Oriental. La especificidad de la construcción de malocas, de los bailes rituales y la
vigencia de muchos rasgos culturales vernáculos hacen de esta área un conjunto étnico muy
característico
3. Área tikuna. En sur en el trapecio amazónico, entre los ríos Putumayo y Amazonas, se
encuentran los indígenas tikunas, quienes actualmente ascienden a unos seis mil individuos. Estos
tikunas, situados más al sur del río Putumayo y en las riberas del mismo río Amazonas, constituyen
una mínima parte del grupo, ya que la mayoría del total de esta etnia se encuentra en unas
setenta aldeas en territorio brasileño —país en que es uno de los grupos indígenas más
numerosos— y otra parte considerable se encuentra en el Perú. Son un grupo que se diferencia
claramente en sus características culturales de los otros grupos situados más al norte del curso del
río Putumayo.
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algunos cientos de personas pertenecientes a los grupos macunas, cubeos, cabiyaris,
que pertenecen al gran conjunto Tukano Oriental del Vaupés.
En el trapecio amazónico y para la población tikuna están los resguardos de Puerto Nariño
aprobado en 1990 con 87.000 hectáreas, para unas 3.000 personas, y el de Cotuhe-Putumayo
con
245.000 hectáreas, para unas 1.000. Hay además en jurisdicción del municipio de Leticia
ocho resguardos tikuna que suman 30.000 hectáreas para una población dispersa de unos
tres mil individuos.
Como se vio más atrás, hasta finales del siglo XIX los grupos de esta área tenían una
población mucho mayor, algunos con varias decenas de miles. Cada grupo estaba integrado por
decenas de linajes patrilineales y exógamos —es decir, las personas deben casarse por fuera de
los linaes—, los cuales se organizaban mediante reglas de intercambio matrimonial. Ante la
población mucho más reducida de la actualidad, el número de los linajes ha disminuido. Los
patrilinajes son de carácter totémico, pues son nombrados según especies animales o vegetales.
Los parientes por el lado paterno y los hermanos son miembros del propio linaje y considerados
familiares consanguíneos. Los parientes maternos son miembros del linaje aliado y las primas y
primos maternos —los primos cruzados— son los cónyuges preferidos.
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las artes chamánicas.
Las malocas en el área del Mirití Paraná de los yukunas y los tanimukas son de base circular,
de unos quince metros de diámetro, paredes de madera y techo de hojas de palma semicónico,
con dos grandes aberturas triangulares en los extremos de una especie de techo de dos aguas
que la corona. Entre los muruis, muinanes, andoques y boras las malocas son también circulares,
con paredes de tejido de hoja de palma, con las aperturas del techo mucho más pequeñas que
en el Mirití. Entre los tikunas la construcción de la maloca, que era de base ovalada, ha sido
abandonada y toda la población de este grupo vive en casas unifamilares de madera con techo
de zinc y piso
Entre los tikunas, un padre de familia de influencia en el grupo ejerce las funciones de
curaca, especie de jefe político que representa al grupo y orienta en asuntos de interés común.
Todos los grupos indígenas de la región eligen anualmente sus autoridades en la forma de
cabildos o juntas de gobierno, pues son requisito legal para acceder a los recursos
presupuestales que les corresponden a los resguardos.
Entre estos grupos de horticultores amazónicos las actividades de uso de los recursos
naturales son muy semejantes. La mayor variación se produce en la mayor o menor lejanía con
los cursos de los grandes ríos, pues las zonas de inundación son muy extensas y constituyen un
terreno sensiblemente diferente a las aledañas de los ríos menores. Otra variación notoria se da
entre los ríos que vienen de la cordillera y que arrastran ricos sedimentos orgánicos y, por eso,
son llamados ríos amarillos o ríos blancos, así como entre los ríos que nacen en el interior del
escudo rocoso amazónico de aguas muy pobres en nutrientes con alta presencia de óxidos,
conocidos como ríos negros. Este contraste puede verse entre el área del Mirití, un río negro,
mucho menos habitada en los tiempos precoloniales, las zonas de irrigación del Putumayo y el
Caquetá, ríos blancos que vienen de los Andes.
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Todos estos grupos practican una horticultura tropical de tumba y quema, que en general
sigue el mismo patrón: en vísperas de la estación seca se corta con machetes la vegetación baja
y luego se tumban los árboles grandes, varios días después se quema la vegetación caída.
Después de algunos días se siembran los productos, varios de ellos en una misma parcela con
predominancia de la yuca amarga o brava.
Entre los grupos witotos es peculiar la siembra y consumo de maní; no obstante, el tabaco es
común a todos los grupos de esta área y tiene gran importancia, pues es consumido
cotidianamente por los hombres adultos en forma de ambil, una miel o resina que se unta en la
lengua. La coca es un cultígeno de gran importancia entre estos grupos indígenas con la
excepción de los tikunas que no la usan.
En las parcelas, además, siembran tubérculos como mafafa y ñame. El plátano y el maíz se
siembran esporádicamente en la mayoría de los grupos, pero son más importantes y
abundantes entre los tikunas. En el Mirití Paraná, entre los yukunas, la piña es un cultivo de
gran significado,
pues con esta fruta se prepara la chicha ritual para las festividades y celebraciones colectivas.
La recolección de productos silvestres es una actividad importante en todos los grupos. Varias
especies de insectos son de consumo estacional. Se recolectan también frutas y pepas, plantas
medicinales y materias primas para cestería o la construcción de casas.
La caza y la pesca son en general actividades masculinas, aunque las mujeres atrapan
roedores con trampas en los cultivos o pescan especies que habiten entre las piedras del río. Las
presas terrestres más abundantes son pecaríes o cerdos salvajes, guaguas o pacas, tapires o
dantas, venados, armadillos, babillas y tortugas. Entre las presas arbóreas están micos y
perezosos, y aves como pajuiles, tentes, pavas, perdices, loros y tucanes. La pesca es muy
variada y se hace con distintas técnicas: arpón, anzuelo, redes y trampas. Es una actividad
colectiva e incluye a mujeres
y a niños cuando se represan partes del río o de las quebradas para pescar con barbasco, es
decir, plantas para adormecer los peces, los cuales pueden ser capturados con las manos.
Estas regiones selváticas son periódicamente sacudidas por el auge de algún producto
78
extractivo. Después de la debacle del caucho, vino el comercio de las pieles de felinos. Más
recientemente, el tráfico de coca ha sacudido esta región, especialmente en su parte norte, lo
cual ha atraído también a los grupos armados de guerrilleros y paramilitares con la consecuente
intrusión en la vida de los grupos indígenas.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
La concepción acerca del universo entre estos grupos amazónicos presenta ciertas
semejanzas. Todos conciben a la tierra de los hombres en el centro y una serie de niveles
superiores e inferiores. En los superiores están los astros, los espíritus de los muertos y diversos
animales vo- ladores. En los mundos inferiores residen los espíritus dueños de los animales de
cacería y seres con características humanas incompletas.
Los rituales colectivos son muy elaborados y vistosos. Son bailes con máscaras y trajes de
corteza, con coreografías y cantos muy establecidos y que exigen un aprendizaje riguroso por
parte de especialistas. Estas celebraciones se llevan a cabo dentro de la maloca y mientras
que entre los grupos septentrionales, como los witotos, andoques, mirañas, yukunas y
tanimukas, la
iniciación masculina de los jóvenes es uno de los rituales más importantes, en la parte sur la
fiesta de la pubertad de las niñas es el ritual más destacado entre los tikunas.
Los grandes rituales festivos y otros más discretos de curación son controlados y regulados
por los chamanes, pues su incorrecto desempeño significa contaminación espiritual y el perjuicio
por parte de espíritus malignos. Además, ellos velan por el correcto desempeño de las fiestas,
para que la gente no incurra en prácticas indebidas tanto sociales como de uso de los recursos
naturales;
son los portadores de la tradición oral, que funciona como guía de la organización y el
comportamiento social; asimismo, también son especialistas médicos que tratan de controlar
los espíritus de las enfermedades, de extraer entidades malignas del cuerpo de las personas
o de fortalecerlas para que no puedan ser agredidas.
Entre los grupos witotos la conversación ritual y la reflexión liderada por los chamanes y
acompañada del consumo de coca y de ambil de tabaco es una actividad de gran importancia
para orientar las actividades cotidianas y mantener buenas relaciones entre las personas. Entre
los yukunas del Mirití la chicha de piña, cuyo sedimento de fermentación se guarda
continuamente, junto con la coca, son los elementos de consumo ritual.
Entre los witotos, yukunas y demás grupos del área más al norte, los chamanes son
escogidos desde niños entre determinados miembros del patrilinaje de acuerdo con ciertas
79
posiciones dentro del orden de mayorazgo.
Entre los tikunas actualmente el aprendizaje chamánico lo puede acometer una persona que
lo desee y que acceda a someterse al aprendizaje con un chamán experimentado.
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Orinoquía
La Orinoquía o los Llanos Orientales constituyen un extenso tipo específico y único de paisaje
geográfico y ecológico compartido por Colombia y Venezuela. Son sabanas cubiertas de pastos,
hierbas y arbustos, surcadas por ríos y caños a cuyos costados crece en una estrecha franja y en
forma de telaraña sobre toda la extensión de los llanos, el bosque de galería en el que se
concentra buena parte de la actividad biótica y cultural de la región.
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Venezuela, pasó por los Llanos colombianos, se internó en la selva amazónica y alcanzó la hoya del
río Caquetá.
Más tarde, en el siglo XVIII, buena parte de la empresa colonial se llevó a cabo en los Llanos,
mediante las misiones de los jesuitas quienes, a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, se
enfrentaron al comercio esclavista en una intensa guerra contra los caribes, quienes eran
apertrechados por los holandeses y franceses de las guyanas. Desterrados los esclavizadores, los
misioneros de la Compañía intervinieron intensamente a los horticultores y los convirtieron en
campesinos ganaderos, es decir, con este proceso se originó la población mestiza llanera de la
actualidad. De esta forma, los grupos indígenas sobrevivientes hacia principios del siglo XIX fueron
principalmente los de características seminómadas, quienes al ocupar las vegas de los ríos
adquirieron hábitos más hortícolas y sedentarios, mientras que de los achaguas como tales sólo
sobreviven menos de un centenar de individuos en el alto río Meta, y de los sálivas algo más de mil
río Meta abajo, en inmediaciones de Orocué. Horticultores sobrevivientes y nómadas
sedentarizados forman hoy la población indígena-llanera que en sus rasgos externos presenta una
serie de características comunes.
La violencia política de mediados del siglo XX y las políticas agrarias subsecuentes lanzaron
oleadas de campesinos andinos hacia los Llanos, quienes desplazaron en buena parte a los
indígenas supérstites, sobre todo, en las áreas del límite del Llano con la selva en el Guaviare y en
el pie de monte de confluencia de la sabana con la Cordillera Oriental.
Por su afiliación lingüística, los pueblos indígenas de los Llanos se distinguen en varias familias,
cuya pertenencia no siempre significa semejanza cultural. Para denominarlas los lingüistas usaron
los apelativos comunes en castellano de algunos de los grupos principales integrantes de las
familias. La de mayor población es la familia Guahibo. El grupo más numeroso es el de los sikuanis,
en su propia lengua, conocidos como guahibos por sus vecinos mestizos. Son unos 20.000 en
Colombia y unos 5.000 en Venezuela, repartidos en numerosos asentamientos en los
departamentos de Meta, Arauca y Vichada. Un grupo emparentado lingüísticamente con los
sikuanis es el de los wamomes, conocidos como cuivas, quienes han conservado más el patrón
nómade y de cazadores, pescadores, recolectores. Hay unos 1.000 de ellos en Colombia y 800 en
Venezuela. Los mituas, de estilo de vida más hortícola, denominados guayaberos, hasta no hace
mucho numerosos en el curso del río Guaviare se hallan reducidos a unos 500 individuos.
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En la familia Sáliva-Piaroa se encuentran los sálivas propiamente dichos, quienes como ya se dijo
son un millar y medio y se asientan en cercanías de Orocué. Los woteches, conocidos como piaroas
son cercanos lingüísticamente a los sálivas. Se encuentran, sobre todo, en Venezuela, mientras que
en Colombia en la región de Matavén, entre el Guaviare y el Vichada, su población es de unos 400.
Los indígenas de los Llanos se organizan en grupos de familias emparentadas, que por causa de
su movilidad son denominados bandas por los antropólogos, pero como se consignó en páginas
anteriores, algunos grupos han adoptado un patrón más sedentario, de manera que las bandas se
plasman espacialmente en pequeños caseríos del grupo de parientes con marcadas delimitaciones
espaciales determinadas por actividades y por jerarquía de parentesco.
Los wamomes o cuivas ostentaban el estilo de vida más nómada, pues se desplazaban por
ciertos ríos, aprovechaban los recursos de pesca y cacería y se establecían por algunos días en
campamentos de enramadas para sus hamacas de fibra de palma cumare. Los sikuanis o guahibos
tienen asentamientos más estables en sus aldeas parentales, mientras que los sálivas de vieja data
han practicado una horticultura sedentaria y habitan en sus caseríos permanentes.
En los villorrios, las casas de las familias se disponen en una especie de semicírculo; son
ovaladas, tienen techo y paredes tejidos de hojas y miran hacia el centro. Algunas aldeas tienen
una casa sin paredes en la que se concentran las actividades productivas cotidianas. En las aldeas
o en las bandas, un hombre mayor de prestigio actúa como jefe o “capitán” y uno o más hombres
ejercen las actividades chamánicas.
En estos grupos, en general, se establecen pautas matrimoniales preferenciales con los primos
cruzados en las que el cónyuge debe ser hijo o hija del sexo contrario al tío o la tía del sexo
contrario al padre o la madre, es decir, que los hombres se casan con la hija del hermano de la
madre y las mujeres con el hijo de la hermana del padre. Preferencia quiere decir que si bien los
primos cruzados son los cónyuges preferidos en ciertas circunstancias, los cónyuges posibles
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pueden ser extendidos a los tíos o a los sobrinos cruzados.
La importancia de estas reglas matrimoniales reporta en que el círculo social cercano a una
Varios de estos grupos se organizan en patrilinajes totémicos, es decir, con referencia a algún
emblema animal o vegetal: el linaje de la garza, el de la tortuga, del ají, de la anguila, etc. Una
aldea o banda no necesariamente consiste en miembros del patrilinaje, en algunos casos el grupo
social local de la aldea o la banda combina parientes clasificatorios consanguíneos y aliados. En el
caso de los sikuanis, el linaje es cognático, es decir, por lado paterno o materno indistintamente.
En las aldeas conviven los viejos con sus hijas casadas. Así, las relaciones cotidianas locales están
marcadas por la etiqueta entre suegros y yernos.
Los indígenas de los Llanos han estado siempre en permanente transformación. Desde el
intenso comercio regional pre y poscolombino, pasando por las incursiones esclavistas, las misiones
jesuíticas, la persecución de los hacendados y los nuevos tipos de organización, estos grupos
humanos han sido intervenidos fuertemente por acontecimientos generados por agentes externos.
El nomadismo de unos pequeños grupos, vigente hasta hace unas dos décadas, es hoy cosa del
pasado. Las características aldeas indígenas de otros grupos que se habían hecho sedentarios de
algún tiempo atrás han perdido muchas de sus características vernáculas y hoy se alzan siguiendo
el modelo de los vecinos campesinos. Varias agrupaciones de estos indígenas han, incluso, desde
hace algunos años, incursionado en la ganadería.
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USO DE RECURSOS Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS
La confluencia de factores ambientales e históricos ha hecho que los indígenas de los Llanos
Orientales practiquen en las vegas boscosas de los ríos una horticultura de tumba y quema, basada
en cerca de una docena de variedades de la yuca brava o amarga, junto con plátanos y, en menor
medida, fríjol, batata, ñame y piña. Y como es común entre horticultores tropicales, en cercanía de
las casas hay diversas plantas útiles, medicinales y rituales como algodón, totumo, ají, tabaco,
barbasco, yopo, capi y frutales permanentes, en este caso de los Llanos, con guama, papaya,
chontaduro, caimo, marañón, cítricos, etc.
Entre los grupos del Llano es especialmente importante la obtención de recursos de pesca,
cacería y recolección en vastas áreas, lo cual hace que aun los grupos más sedentarios efectúen
largos desplazamientos o se relacionen con grupos más nómades en procura de estos recursos. En
estas poblaciones indígenas, los hombres se ocupan de los tejidos tanto de las hamacas y redes
como de la cestería; mientras que las mujeres, de la cerámica y de la culinaria, particularmente de
la intensa industria cotidiana de la trasformación de la yuca brava.
COSMOLOGÍA Y RITUAL
Los aborígenes de la Orinoquía tienen una vida ritual muy activa, encabezada por sus chamanes.
Estas celebraciones son de diverso tipo e incluyen rituales de curación, del ciclo vital y estacionales.
En estas actividades es muy importante el consumo de plantas psicotrópicas, especialmente el
yopo, rapé hecho de la anadenthera peregrina . Las semillas se secan y se muelen y luego el polvo
se aspira por la nariz con pitillos hechos de hueso de garza de manera similar a como consumen el
polvo de tabaco, costumbre común en todo el noroccidente amazónico y la región de la Orinoquía.
Los rituales de mayor prestancia son los de celebración de las etapas del ciclo vital y el de la
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cosecha. Entre los primeros sobresalen el de la iniciación femenina y el del entierro secundario. Las
festividades son encabezadas por el chamán, quien dirige los bailes y cantos colectivos,
acompañado con su maraca sagrada y frecuentemente mascando capi (el bejuco de
Banosperiopsis, presente también en otros grupos como los tukanos orientales y occidentales).
La fiesta de iniciación femenina o “rezo de pescado” está muy extendida en la región. Después
de mantener aislada durante un mes, en lo que en los caseríos más tradicionales era una casa
especial, a la joven que ha tenido la menarquía, familares y allegadas celebran la llegada de la
adultez con profusión de danzas y cantos junto con el consumo de chicha y plantas alucinógenas.
En la fiesta de la cosecha era tradicional que se sacaran unas flautas sagradas que permanecían
ocultas en algún río; luego en cortejo de danza, los músicos de las flautas, con el chamán y los
otros hombres, entraban a la aldea donde se les unían las mujeres al baile para salir hacia el sitio
de la cosecha.
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