La Etnografía Como Práctica de Campo
La Etnografía Como Práctica de Campo
La Etnografía Como Práctica de Campo
Capítulo II
que en general son más formales: entrevistas, redes sociales, genealogías y cartas
de parentesco, datos obtenidos a partir de archivos o hemerotecas, y documen-
tos personales.
Observar y participar, zambullirse en la subjetividad de las vidas cotidianas
los informantes, es lo que nos permite encontrar el sentido, comprender, lo que
mueve y orienta las prácticas sociales y la cotidianidad de las personas.
Observar y participar constituye a menudo una práctica de investigación
compleja de llevar a cabo, y aún más difícil de explicar, ya que es bastante irre-
ductible a una fórmula de manual. La observación participante sólo se aprende
practicándola. Y ahí reside su grandeza y, a la vez, su debilidad. Pero esto no
quiere decir que un estudio cualitativo no pueda ni deba ser un trabajo de inves-
tigación sistemática conducido mediante procedimientos rigurosos, aunque no
necesariamente estandarizadas.
En el ámbito de la observación participante llamamos triangulación a la
combinación en una misma búsqueda de distintos métodos o fuentes de datos
–notas de campo, entrevistas, documentos escritos, etc.– con el objetivo de so-
meter a control recíproco los relatos de diferentes informantes y lograr una com-
prensión más profunda y clara del escenario y las personas estudiadas.
Uno de los factores principales de esta complejidad es el mismo carácter per-
sonal y la capacidad de comunicación y de interacción interpersonal del inves-
tigador. Un etnógrafo poco experimentado, tímido y poco comunicativo puede
tener dificultades serias para “arrancar” una investigación etnográfica.
Pero, al mismo tiempo, hay que contar con los otros, con los habitantes
del lugar que queremos estudiar. No todas las personas se mostrarán solícitas
ante nuestra actitud irrefrenable de meter la nariz por todas partes y no parar
de hacer preguntas. A menudo, tendremos la sensación de que, a pesar de que
nos otorguen un trato cortés y con frecuencia abierto y desinhibido, hay cosas
que no se dicen o no se hacen en nuestra presencia. Nos sentiremos extraños,
o, mejor dicho, constataremos que somos unos extraños, por muchos esfuerzos
que hagamos para propiciar una integración que, si llega, se produce después de
mucho tiempo.
Además, hay que tener presente el juego de espejos que se genera entre el
investigador y los sujetos estudiados: nosotros no somos los únicos que obser-
vamos y clasificamos, ellos también lo hacen y nos observan, quieren saber qué
queremos exactamente y, a menudo, nuestras explicaciones no son suficientes y
esto genera distancia o desconfianza.
© Editorial UOC 71 Capítulo II. La etnografía como práctica de campo
Por otra parte, debemos partir de la idea de que no se abrirán todas las puer-
tas, ya que los mismos sistemas faccionales locales hacen que si la gente nos
identifica como a amigos de un grupo de personas, automáticamente nos sitúen
en el campo enemigo. Hay que ser muy prudentes para evitar estas identifica-
ciones, pero aún así tenemos que partir de la base de que no todo el mundo será
accesible.
Con relación a la aplicación del resto de técnicas de campo, la mayoría son
aún más selectivas en cuanto a la disponibilidad de la gente. Las entrevistas con
detalle, grabadas en cinta magnética, son una prueba de fuego del nivel de con-
fianza que habremos obtenido. A menudo, la gente no se atreve a decir que no
quiere ser entrevistada, pero va dando largas y muchos contactos interesantes
nunca se acaban de concretar en una buena entrevista.
Una entrevista a fondo, por ejemplo de orientación biográfica, puede impli-
car horas y horas de grabación. Como sucede en el caso de los novelistas, hay
que encontrar gente que tenga cosas que decir, que las quiera decir y, además,
que las sepa expresar. Lo mismo ocurre cuando queremos elaborar una red so-
cial, una carta de parentesco o una genealogía. Aunque en estos casos siempre
se encuentran personas interesadas en colaborar ante la promesa de obtener
después una prueba impresa de estos protocolos.
Como vemos, una parte muy sustantiva del éxito en el trabajo etnográfico
depende de la empatía que el investigador debe transmitir a sus informantes.
Este factor, obviamente, es irreductible al aprendizaje académico del método
científico y forma parte del conjunto de aptitudes personales de la persona que
se quiera dedicar a la etnografía.
© Editorial UOC 72 Etnografía
1. La observación participante
Joan J. Pujadas
2 Para ampliar la definición de estos autores: S.J. Taylor y R. Bogdan (1992). Introducción a los mé-
todos cualitativos de investigación (pág. 31). Barcelona: Paidós.
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Más tarde, ya entrado el día, todo lo que pasaba estaba fácilmente al alcance y no
había ninguna posibilidad de que me pasara inadvertido. Alborotos ante la venida
del hechicero por la tarde, uno o dos casos de peleas y altercados grandes y realmente
importantes dentro la comunidad, casos de enfermedad, intentos de curación y defun-
ciones, ritos mágicos que había que ejecutar: no tuve que ir a su busca, temeroso de
perdérmelos, sino que tuvieron lugar ante mis ojos, frente a mi casa, por decirlo así.
Y cabe destacar que, cuando ocurre algo dramático o importante, es esencial investi-
garlo en el mismo momento en que ocurre, porque los indígenas no pueden dejar de
hablar, están demasiado asustados para ser reticentes o están demasiado interesados
para ser mentalmente perezosos a la hora de dar detalles. Igualmente, una y otra vez,
cometí infracciones de etiqueta, las cuales, los indígenas, que ya me conocían bien,
no evitaban nunca señalarme. Tuve que aprender cómo comportarme y, hasta cierto
punto, adquirí la “sensación” de las buenas y malas maneras indígenas. Con ello, y
con la capacidad de disfrutar de su compañía y de compartir algunos de sus juegos y
diversiones, empecé a tener la impresión que estaba de verdad en contacto con ellos,
© Editorial UOC 75 Capítulo II. La etnografía como práctica de campo
“El trabajo de campo deja un cierto lastre, ejerce una cierta presión sobre el investiga-
dor y en algún sentido lo transforma. La implicación personal significa a veces asumir
riesgos, sufrir enfermedades, etc. Y genera estados de ánimo, sentimientos, experien-
cias de autocontrol [...], pero también posiblemente expresiones de desánimo, alguna
conducta irreflexiva, desorientación, percepción de incapacidad [...] Son aspectos que
se suelen destacar y que no se pueden obviar hasta el punto de suponer que la exigen-
cia de asepsia que pide la metodología pueda acabar rechazándolos como espurios.
Pero, sobre todo, el método involucra a la persona: las relaciones sociales establecidas
mediante esta situación metodológica implican a la persona como una obligación de
humanidad que contrarresta cualquier exigencia de asepsia metodológica“.5
“Recuerdo muy bien las largas visitas que efectué a los poblados durante las primeras
semanas: el sentimiento de desesperación y desmoralización tras muchos intentos ob-
stinados pero fútiles de entrar en contacto real con los indígenas o de obtener alguna
información que fracasaron rotundamente. Tuve períodos de abatimiento, en que me
sumía en la lectura de novelas, al igual que un hombre puede darse a la bebida en un
arrebato de depresión y aburrimiento tropicales“.7
6 La experiencia negativa de S.J. Taylor se recoge en el manual siguiente: S.J. Taylor y R. Bogdan
(1992). Introducción a los métodos cualitativos de investigación (pág. 95). Barcelona: Paidós.
7 B. Malinowski, 1986 (1922): vol. 2: 56.
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Esta visión nos parece completamente ingenua y crea más problemas de los
que puede resolver. Efectivamente, iniciar un trabajo de campo con unas ideas
preconcebidas y excesivamente cerradas lo que se quiere observar y describir nos
puede impedir ver una serie de cosas relevantes.
Si queremos destacar la pertinencia de la observación participante es para
sugerir el interés intrínseco que posee esta experiencia subjetiva que comparti-
mos con las personas que forman parte del universo social que hemos escogido
para observar. Ahora bien, tener hipótesis bien planteadas, que surgen de un
análisis detenido de la bibliografía existente sobre el tema y sobre el grupo que
estamos estudiando, puede ser precisamente el seguro ante los preconceptos im-
plícitos que, a partir del sentido común, podamos tener sobre la situación que
queremos analizar.
Tener hipótesis bien formuladas nos obliga a plantear explícitamente todo
el trasfondo teórico del diseño de investigación en el que se ubica la etapa et-
nográfica. Se trata de confrontar la experiencia de campo con la teoría, es decir,
con las interpretaciones previas que se han hecho del problema que estamos
estudiando.
Siempre es mejor confrontar los datos etnográficos con planteamientos
teóricos que con los prejuicios más o menos sutiles que el etnógrafo pueda tener
de un problema y sobre los que no ha hecho ninguna formulación explícita, por
ese miedo ingenuo de “contaminar” su mirada etnográfica.
Hay que distinguir la unidad de análisis de las unidades de observación. Mientras
que la primera constituye todo el universo de análisis, las segundas se refieren
a aquellos enclaves en los que realizamos el trabajo sobre el terreno. Los datos
empíricos obtenidos de estos enclaves, si han sido bien elegidos, se pueden
generalizar a toda la unidad de análisis. Así, por ejemplo, si queremos estudiar el
impacto social del envejecimiento en los Pirineos, elegiremos varias localidades
representativas para obtener unos datos que nos permitan llegar a conclusiones
referidas a toda la región.
Es indudable que el tipo de terreno (y el tema de la investigación) elegido
condiciona drásticamente la manera como hemos de situarnos, los pasos que
tenemos que hacer y cómo debemos realizar nuestra entrada en la comunidad,
institución, grupo, comarca o región elegido como unidad de observación.
Muchas veces no es necesaria esa corresidencia que defendía Malinowski,
otras veces puede resultar indispensable y, finalmente, en algunos casos puede
tornarse simplemente imposible convivir estrechamente con nuestros informan-
tes. Pensemos, por ejemplo, en el estudio clásico de William F. Whyte (1943) so-
bre “la sociedad de las esquinas”, en el que el etnógrafo estudió el “orden social”
de un barrio a partir de la observación sistemática de la vida de relación de una
banda juvenil en una ciudad norteamericana.
Es obvio que la presencia del etnógrafo en el mundo cerrado de una banda
era muy difícil, con lo que la estrategia de Whyte, que se instaló durante mu-
chos meses en el barrio, fue ir ganándose la confianza de algunos de sus miem-
bros e intentar entrevistarlos de manera informal por separado y fuera de los
espacios y los momentos en que se encontraban diariamente. Sólo al final de su
investigación tuvo la oportunidad de participar en algunas de los encuentros del
grupo entero.10
Aún mayores son los problemas que se le plantean al etnógrafo cuando su
objeto de estudio es una institución cerrada. Pensemos en los estudios sobre
poblaciones presidiarias, hospitales, manicomios o fábricas, en la que un rígido
sistema de normas institucionales hace casi imposible al etnógrafo la obser-
vación y, aún menos, la participación.
A lo máximo que puede llegar el investigador en estos casos es a “camuflarse”
de asistente social o educador en las cárceles o de personal facultativo o direc-
tivo en los hospitales y manicomios o centros de trabajo. Pero es evidente que,
haciendo este papel, el etnógrafo no consigue lo que es más importante de la
observación participante, que es ganarse la complicidad y el compañerismo de
los observados. En las instituciones cerradas se deben adoptar otras técnicas de
10 Para conocer el estudio de Whyte sobre las bandas juveniles: WF Whyte (1943). Street Corner
Society. Chicago: The University of Chicago Press.
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•• Una comunidad pequeña (un poblado indígena, una aldea, un barrio de di-
mensiones reducidas), en la que se dan entre las personas unas relaciones
cara a cara y, en principio, todo el mundo conoce todo el mundo.
•• Una comunidad grande (un pueblo, una villa, una ciudad, un valle de mon-
taña, una región o comarca o, incluso, un país entero), en la que no se
dan estas relaciones cara a cara entre todos los individuos, sino que las
relaciones son fragmentarias y se dan entre diferentes subgrupos compo-
nentes de la unidad de análisis.
En este último caso el sentido del concepto comunidad no es más que una
construcción social, es decir, una forma de afirmación del sentimiento de perte-
nencia, en el mismo sentido que Benedict Anderson11 utiliza la expresión comu-
nidades imaginadas para referirse a las naciones.
11 Para ampliar la información sobre las comunidades imaginadas de B. Anderson puede consultar:
B. Anderson (1991). Imagined Communities. Londres: Verso.
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como éste, esto puede implicar modificaciones en las actitudes de los miem-
bros de la secta. No hay, sin embargo, ninguna receta universal de lo que se
debe hacer en estos casos, excepto decir que siempre hay que ser prudente y
respetuoso con el grupo estudiado y buscar, en cada caso, la solución que nos
dicte nuestra intuición y el sentido común. Veamos el testimonio personal de
Joan Prat:
“Una investigación sobre un grupo sectario se puede abordar desde dos posturas ex-
tremas: aclarando, de entrada, el papel de investigador o adoptando una actitud encu-
bierta, de falso adepto [...]. En mi caso he practicado los dos tipos de aproximación: a
los gnósticos no les confesé abiertamente los motivos que me impulsaban a seguir sus
cámaras (cursos) de formación, mientras que confesé abiertamente mis intenciones a
los devotos de Hare Krisna. También expliqué mi postura con los testigos de Jehová
que me imparten el estudio bíblico, pero no parece que se quieran enterar y me tratan
como supongo que deben tratar a cualquier otro neófito. A pesar de las diferencias de
intención, debo confesar que siempre se me han mezclado los aspectos profesionales
con los personales y emocionales, y cuando he practicado la observación participante
he sido absolutamente incapaz de separar los diferentes niveles. Por esta razón siempre
he adoptado, creo que incluso de manera inconsciente, la postura del seeker, el explo-
rador deseoso de aprender de sus interlocutores y de congraciarse con él”.12
Es indudable que el ejemplo del estudio de las sectas puede ser muy com-
plicado y que el carácter relativamente abierto de éstas, desde la perspectiva
de la captación de neófitos, se transforma en un coto cerrado si el etnógrafo se
propone estudiar las interioridades del sistema jerárquico de poder interno. Por
tanto, las sectas constituyen, por sí mismas, una unidad de observación híbrida,
en la que hay dimensiones que corresponden a una institución cerrada y otras
que corresponden a las de una institución abierta.
Lo mismo nos encontramos si pretendemos estudiar un sindicato, un parti-
do político o una asociación de vecinos. Cualquier colectivo, institucionalizado
o no, posee dos caras: una diurna, diáfana, la otra oscura y nocturna. En la pri-
mera se puede acceder fácilmente, en la otra es casi imposible penetrar directa-
mente. Sólo podemos hacer inferencias o introducirnos en él indirectamente,
por ejemplo mediante algunos disidentes, que nos pueden explicar las interiori-
dades de la estructura de poder interna, y también las contradicciones entre las
prácticas y el discurso.
“Los franceses (según dijo el informante) sólo acababan de llegar. Habían instala-
do unas veinte fortificaciones pequeñas entre este punto, la ciudad y la región de
Marmusha, en medio de las montañas, y las instalaron sobre promontorios con el fin
de poder vigilar el interior del país. Aún así no podían garantizar protección y segu-
ridad, sobre todo durante las noches. Así, aunque se suponía que estaba legalmente
abolido el sistema de mezrag (pacto comercial), en realidad se seguía practicando igual
que antes.
Una noche, cuando Cohen (que habla de manera fluida el bereber) se encontraba
allí arriba, en Marmusha, otros dos judíos comerciantes de la tribu vecina fueron a
aquel lugar para comprarle algunos artículos. Unos bereberes pertenecientes a otra
tribu vecina trataron de irrumpir en la casa de Cohen, pero éste disparó su escopeta al
aire (tradicionalmente no estaba permitido que los judíos tuvieran armas, pero en ese
periodo las cosas estaban tan inquietas que muchos judíos tenían de todos modos). El
estampido llamó la atención de los franceses y los saboteadores huyeron.
Volvieron, sin embargo, la noche siguiente, uno de ellos, disfrazado de mujer, llamó
a la puerta y explicó una cierta historia. Cohen tenía sospechas y no quería dejarla
entrar, pero los otros judíos dijeron: ‘Bah, si es sólo una mujer. Todo está bien’. De
manera que le abrieron la puerta y todo el grupo se precipitó dentro. Mataron a los
dos visitantes judíos, pero Cohen logró encerrarse en un cuarto adyacente. Oyó que
los ladrones proyectaban quemarlo vivo en su negocio después de haber retirado las
mercancías, entonces abrió la puerta y se lanzó hacia afuera blandiendo un garrote y,
así, logró huir por una ventana.
Llegó a la fortificación para hacerse curar las heridas y se quejó al comandante local,
un tal capitán Dumar, quien manifestó que quería obtener su ar, es decir, cuatro o
cinco veces el valor de las mercancías que le habían robado. Los bandidos pertenecían
a una tribu que todavía no se había sometido a la autoridad francesa y estaban en
abierta rebelión, así que cuando Cohen pidió autorización para ir con su arrendador
del mezrag, el jeque de la tribu de Marmusha, con la finalidad de recoger la indemni-
zación que le correspondía según las reglas tradicionales, el capitán Dumari no podía
darle permiso oficialmente debido a la prohibición francesa del mezrag, pero le dio
autorización verbal y le dijo: ‘Si te matan, es cuestión tuya’.
Así Cohen obtuvo sus ovejas y retornó a Marmusha. Los franceses de la fortificación
lo oyeron llegar desde lejos (Cohen gritaba feliz recordando lo que había sucedido:
‘Ba, ba, ba’) y se preguntaron: ‘¿Qué demonios es esto?’. Cohen dijo: ‘Este es mi ‘ar’.
Los franceses no creyeron lo que en realidad había sucedido lo acusaron de ser un
espía que trabajaba para los beréberes rebeldes. Le hicieron encarcelar y despojar de su
rebaño. Su familia, que vivía en la ciudad, como no recibía noticias suyas desde hacía
mucho tiempo, creyó que había muerto. Pero los franceses terminaron por ponerlo en
libertad y Cohen regresó a su casa, aunque sin sus ovejas. Acudió entonces al coronel
de la ciudad, el francés encargado de la región, para quejarse lo que había sucedido,
pero el coronel replicó: “No puedo hacer nada, en este asunto. No es cosa mía”.16
“También fue en el Rosy Guest Inn [la pensión donde se alojaba Hannerz] donde
conocí a Ben, un joven electricista que trabajaba allí cuando la electricidad empezó a
llegar a Kafanchan y muchas poblaciones de segundo orden –eran las épocas prósperas
de Nigeria, cuando descubrieron que había petróleo–. Ben (su padre había sido uno de
los primeros de ese lugar en abandonar el cultivo de la tierra y se había convertido en
pequeño comerciante) resultó ser una persona de grandes cualidades y condiciones.
De manera que cuando la red eléctrica quedó prácticamente terminada, comenzó a
trabajar conmigo haciendo todo el conjunto de tareas propias de un ayudante de
18 Para ampliar la información sobre el polo local y el polo global: U. Hannerz (1998). Conexiones
transnacionales. Cultura, gente, lugares. Madrid: Cátedra.
19 Para obtener más información sobre esta multiculturalidad del continente africano: J. Goody
(1995). Cocina, cuisine y clase. Estudio de sociología comparada. Barcelona: Gedisa; A. Epstein
(1958). Politics in an Urban African Community. Manchester: Manchester University Press.
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En el fondo, podemos afirmar que cualquier lugar es bueno para observar una
serie de procesos que son universales y que tienen que ver con el fenómeno de la
globalización y el aumento de las interdependencias transnacionales, que llevan
a esta hibridación de la cultura.
La distancia de los observatorios exóticos permitió a los antropólogos, antes
que a otros científicos sociales, ser conscientes de que las culturas no son com-
partimentos estancos, sino construcciones ideológicas con capacidad de trans-
formarse y adaptarse a las circunstancias de la vida social y económica de las
personas y los pueblos.
Observar y participar, desde la alteridad de otra sociedad, constituye una
práctica científica orientada a interpretar no sólo esta alteridad, sino también
la propia identidad cultural del observador, el cual, constantemente, durante el
proceso etnográfico, va confrontando lo propio y lo ajeno. Observar los proce-
sos culturales específicos y participar, por otra parte, nos da pie a enfrentarnos a
la compleja interpretación de los procesos globales.