Relación Entre La Desregulación Emocional Y La Ingesta Emocional en Preadolescentes Con Sobrepeso Y Obesidad

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 124

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

RELACIÓN ENTRE LA DESREGULACIÓN EMOCIONAL Y LA INGESTA


EMOCIONAL EN PREADOLESCENTES CON SOBREPESO Y OBESIDAD

T E S I S

QUE, PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADA EN PSICOLOGÍA


PRESENTA:

SOFÍA GUADALUPE RODRÍGUEZ PAZ

DIRECTOR: DR. JOSÉ ALFREDO CONTRERAS VALDEZ

REVISORA: DRA. ANGÉLICA JUÁREZ LOYA

SINODALES

DRA. MARÍA SANTOS BECERRIL PÉREZ

DRA. ROCÍO IVONNE DE LA VEGA MORALES

DRA. CLAUDIA MARGARITA RAFFUL LOERA

Ciudad Universitaria, Cd. de México, 2020


UNAM – Dirección General de Bibliotecas
Tesis Digitales
Restricciones de uso

DERECHOS RESERVADOS ©
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL

Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal
del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México).

El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea


objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro,
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el
respectivo titular de los Derechos de Autor.
1

A mi familia, por todo su amor y apoyo.

“Life is not easy for any of us. But what of that? We must have perseverance and
above all confidence in ourselves. We must believe that we are gifted for something and
that this thing must be attained.”

― Marie Curie
2

AGRADECIMIENTOS

Mi sincera gratitud al Dr. José Alfredo, mi mentor, a quien le debo la oportunidad de llevar
a cabo este trabajo. Gracias por recibirme, por su entera disposición, paciencia y
dedicación. Le agradezco profundamente su guía y siempre amable apoyo, sus enseñanzas
y la formación académica, profesional y personal que me ha dado para continuar mi camino.
Gracias por inspirarme con su profesionalismo y calidad humana. Es un honor para mi haber
contado con su dirección.

A mis compañeras/os del seminario de tesis: Cada una/o aportó valiosas contribuciones y
por ello, les estoy agradecida.

A mi revisora la Dra. Angélica y mis sinodales la Dra. María, Dra. Ivonne y Dra. Claudia,
les estoy profundamente agradecida por el tiempo que dedicaron a las correcciones de mi
trabajo, por su paciencia y las valiosas aportaciones que me brindaron. Gracias porque aún
sin conocernos personalmente, siempre me apoyaron en todo. Es un honor para mi haber
contado con su acompañamiento en este camino, les admiro a cada una.

Mi más sincero agradecimiento a los directores, directoras, docentes, alumnos, alumnas,


padres, madres y cuidadores, pertenecientes a las nueve escuelas primarias que me
permitieron entrar para realizar la presente investigación. Un agradecimiento especial a las
directoras: Selene Sánchez, Elizabeth Bustillo, María del Socorro Ortega, Sandra García,
María Gregoria Rodríguez, Bertha Isabel López y Ruth González; y a los directores: Álvaro
de la Peña y Atuani Durán. A las maestras: Yesica Sánchez, Ivonne, Gabriela y Olga. Sin su
confianza en mí, nada de esto podría haberse logrado. A ustedes debo este trabajo, les
estaré siempre agradecida.

DEDICATORIA

Mi más profundo agradecimiento a la mujer más fuerte que conozco en mi vida, mi madre,
María Eugenia. Sin su apoyo e infinito amor, ningún miembro de mi familia podría acercarse
a sus metas. Gracias por ser el pilar de nuestra pequeña familia. Gracias por todo mamá.

A mi padre, Raúl, le agradezco su dedicación y devoción por cada uno de nosotros. Un amor
que, a su manera, nos ha fortalecido.

Eterno agradecimiento a los mejores hermanos que me pudieron tocar, a quienes debo todo
lo que soy. Gracias Iván, por tu amor, comprensión, enseñanza, apoyo, paciencia y
seguridad; sin ti, nada hubiera sido posible, gracias por ser nuestro vivo ejemplo de
resiliencia. Gracias Mari, por siempre estar dispuesta a escucharme y por las interminables
horas de apoyo y amor que me has dado, gracias por compartir siempre lo que sabes y por
tu entrega que ha sido digna de admirar e imitar. Gracias Juan, por inculcarme disciplina y
3

enseñarme que uno siempre logra lo que se propone, cuando se trabaja arduamente por
ello, gracias por todas tus enseñanzas, por todo tu amor y apoyo. Les admiro a cada uno.

A Juan Robles, gracias por tu amor e interminable apoyo, por creer siempre en mí e
impulsarme a crecer, por toda la fuerza y energía que me das. Gracias por ser mi compañero
en este y muchos otros viajes que emprenderemos juntos. Gracias por estar en mi vida. Te
amo.

A mi mejor amigo Marco, a quien admiro por ser él mismo y demostrarme que el cielo es el
único límite, gracias por todo tu cariño y apoyo. A mis amigas Caro, Abi y Kenia quienes me
ofrecen siempre su cariño y apoyo, con quienes he compartido tantas risas y enseñanzas;
gracias por siempre escucharme y brindarme consejo, las quiero a cada una por lo
especiales que son para mí.
De ustedes aprendí que la amistad real y apoyo incondicional es siempre un ingrediente
necesario en la vida. Gracias por el crecimiento en nuestros años universitarios.

A mis colegas y amigas de la Clínica de Obesidad del Hospital General “Dr. Manuel Gea
González”: Jessi, Kary, Are, Grace, Vane y Chio. Gracias por todo lo que aprendí con ustedes
y por su amistad. Son las profesionistas que más admiro por su compromiso con la
Psicología y por su calidad humana. Las quiero y las llevo siempre en mí.

A mi mejor amiga Angélica, gracias por tu apoyo y tu escucha, gracias por todos los años
que hemos ñoñeado juntas. A mis amigas Andrea y Melissa, mi amigo Arturo y mis amigas
Areli, Daniela e Ina: Gracias por su sincera amistad a través de los años, me ha fortalecido
y enseñado el significado sincero de ser amigos (por cierto, gracias por siempre estar
dispuestos a contestarme un cuestionario). A cada uno, los quiero y los llevo siempre
conmigo.

A Erika, mi terapeuta, quien estuvo conmigo en este proceso, apoyándome y alentándome


a recorrer el intrincado camino que este trabajo trajo consigo. Muchas gracias por
acompañarme en mi crecimiento.

Gracias porque sin el apoyo de todos ustedes, y los que me faltó mencionar, no hubiese
sido posible realizar este trabajo, que busca aportar sólo un grano de arena al saber de la
Psicología.
4

ÍNDICE
RESUMEN......................................................................................................................... 6
ABSTRACT ....................................................................................................................... 7
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................... 8
CAPÍTULO 1. OBESIDAD................................................................................................ 11
1.1 Definición y prevalencia .................................................................................... 11
1.2 Causas de la obesidad infantil .......................................................................... 14
1.3 Medición de la obesidad ................................................................................... 15
1.4 Consecuencias de la obesidad infantil .............................................................. 18
1.4.1 Repercusiones físicas ................................................................................ 18
1.4.2 Repercusiones psicológicas ....................................................................... 20
CAPÍTULO 2. REGULACIÓN Y DESREGULACIÓN EMOCIONAL ................................. 24
2.1 ¿Qué son las emociones? ................................................................................ 24
2.2 Regulación emocional ...................................................................................... 26
2.3 El desarrollo de la regulación emocional en la infancia y la adolescencia ......... 29
2.4 Desregulación emocional ................................................................................. 34
2.4.1 El papel de la desregulación emocional en la psicopatología ..................... 37
CAPÍTULO 3. DESREGULACIÓN EMOCIONAL E INGESTA EMOCIONAL: SU
RELACIÓN CON EL SOBREPESO Y LA OBESIDAD ..................................................... 39
3.1 Desregulación emocional: relación con el sobrepeso y la obesidad ................. 39
3.2 Ingesta emocional: relación con el sobrepeso y la obesidad ............................ 46
3.2.1 Ingesta emocional en adultos y adolescentes ............................................ 48
3.2.2 Ingesta emocional en niños/as ................................................................... 49
MÉTODO ......................................................................................................................... 56
Planteamiento del problema ................................................................................... 56
Pregunta de investigación ................................................................................... 57
Objetivo general.................................................................................................. 58
Objetivos específicos .......................................................................................... 58
Hipótesis ............................................................................................................. 58
Participantes .......................................................................................................... 59
Criterios de inclusión........................................................................................... 61
Preadolescentes.............................................................................................. 61
Padres............................................................................................................. 61
Criterios de exclusión.......................................................................................... 61
5

Preadolescentes.............................................................................................. 61
Padres............................................................................................................. 61
Criterios de eliminación ....................................................................................... 62
Preadolescentes.............................................................................................. 62
Padres............................................................................................................. 62
Consideraciones éticas ....................................................................................... 62
Diseño y tipo de estudio ......................................................................................... 64
Instrumentos .......................................................................................................... 64
Instrumentos que respondieron los preadolescentes de ambos sexos ............... 64
Instrumentos que respondieron los padres, madres y cuidadores....................... 65
Medición antropométrica ..................................................................................... 66
Definición conceptual de variables ......................................................................... 66
Definición operacional de variables ........................................................................ 67
Procedimiento ........................................................................................................ 67
Análisis de datos .................................................................................................... 70
RESULTADOS ................................................................................................................ 73
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES .................................................................................... 79
REFERENCIAS ............................................................................................................... 91
ANEXO A....................................................................................................................... 114
ANEXO C ...................................................................................................................... 118
ANEXO D ...................................................................................................................... 119
ANEXO E....................................................................................................................... 121
ANEXO F ....................................................................................................................... 122
6

RESUMEN

El propósito de la presente investigación fue estudiar la posible relación entre la obesidad

y el sobrepeso con los constructos desregulación emocional e ingesta emocional en una

muestra de 400 preadolescentes (227 mujeres y 173 hombres, de entre nueve y 12 años

de edad) y sus padres, provenientes de la Ciudad de México. Los participantes se

clasificaron en los grupos de bajo peso, peso normal, sobrepeso y obesidad de acuerdo

con su IMC, acorde con los criterios establecidos por la OMS. Completaron la Escala de

Desregulación Emocional versión corta (EDS-short) y el Instrumento por Viñetas para

Evaluar Riesgo de Ingesta Emocional, mientras que los padres respondieron el

Cuestionario de la Conducta Alimentaria de los Niños (CEBQ) y la EDS-short versión

parental. El ANOVA no mostró diferencias en la desregulación emocional entre los grupos

de IMC de acuerdo con ninguno de los informantes. Con respecto a la ingesta emocional,

los padres de niños/as con sobrepeso y obesidad reportaron un nivel significativamente

mayor que el grupo con peso normal (p <.001), sin embargo, no se observaron diferencias

según la percepción de los preadolescentes. Finalmente, la correlación de Pearson entre

ambos informantes fue moderada para la desregulación emocional y nula en el caso de la

ingesta emocional. La desregulación emocional no se relaciona con la obesidad ni con el

sobrepeso, sin embargo, en una de sus manifestaciones, la ingesta emocional, es mayor

en los preadolescentes con sobrepeso y obesidad, en comparación con sus pares con

peso normal.

Palabras clave: desregulación emocional, ingesta emocional, obesidad, sobrepeso,

preadolescentes.
7

ABSTRACT

The purpose of this research was to study the possible relationship between obesity and

overweight, with emotional dysregulation and emotional eating constructs in a sample of

400 preadolescents (227 girls and 173 boys, between 9 and 12 years old) and their

parents from Mexico City. Participants were classified into the underweight, normal weight,

overweight and obesity groups according to their BMI, under the criteria established by the

WHO. They completed the Emotional Dysregulation Scale, short form (EDS-short) and the

Bullet Instrument to Assess Risk of Emotional Eating, while their parents answered the

Children's Eating Behavior Questionnaire (CEBQ) and the EDS-short, parental version.

ANOVA showed no difference between BMI groups in relation to emotional dysregulation

according to none of the informants. Regarding emotional eating, parents of overweight

and obese preadolescent reported a significantly higher level of it than the normal weight

group (p <.001), but no differences were observed in children's report. Finally, the

magnitude of Pearson´s correlation between both informants was moderate for emotional

dysregulation and there was no relationship for emotional eating. Emotional dysregulation

is not related to obesity or overweight, however, in one of its manifestations, emotional

eating, is greater in overweight and obese preadolescents compared to their normal

weight peers.

Keywords: emotional dysregulation, emotional eating, obesity, overweigh,

preadolescents.
8

INTRODUCCIÓN

La obesidad infantil se considera uno de los problemas de salud pública más graves

del siglo XXI. Su prevalencia se ha incrementado de manera alarmante en los últimos

años y México ocupa el primer lugar de la lista de acuerdo con el Fondo de las Naciones

Unidas para la Infancia [UNICEF] (2019). Es por ello que la investigación científica dedica

grandes esfuerzos para comprender las causas y consecuencias de este fenómeno. Sin

embargo, los planteamientos puramente médicos resultan insuficientes, lo que hace

necesario la inclusión de otras disciplinas.

Las consecuencias de este padecimiento repercuten en la salud física y psicológica,

considerándose un factor de riesgo para la obesidad adulta y el desarrollo de patrones

disfuncionales de conducta alimentaria (como la bulimia, la anorexia o el trastorno por

atracón) (Cena et al., 2017; De Giuseppe et al., 2019). El capítulo uno del presente escrito

versa sobre la problemática de la obesidad infantil, brindando un panorama sobre su

etiología y sus efectos en la salud.

La obesidad infantil es una problemática compleja en la que se involucran, entre otros

factores, los componentes psicológicos. Las investigaciones muestran un creciente interés

sobre el papel que tienen los aspectos afectivos en la conducta de ingesta. Se reconoce

que las emociones influyen en la conducta de comer, tanto en las situaciones bajo las que

se consumen los alimentos, como en la elección y cantidad de los mismos (Macht, 2008).

Sin embargo, la dificultad en la regulación de las emociones (o desregulación emocional)

conlleva diversos problemas, pues compromete las habilidades de experiencia y

expresión emocional de los individuos, lo que interfiere con el despliegue de conductas

adaptadas dirigidas por objetivos (Beauchaine y Cicchetti, 2019). Diversos estudios han

señalado que existen diferencias significativas en el nivel de desregulación emocional


9

entre niños con obesidad y sus pares con peso normal, siendo los primeros quienes

exhiben mayores dificultades para manejar el afecto negativo (Kelly et al., 2016; Pace et

al., 2019; Percinel et al., 2018). Por tal motivo, el capítulo dos se centra en uno de los

elementos medulares de la psicopatología: la desregulación emocional. Se aborda el tema

de las emociones, su regulación y su desarrollo durante la infancia y la adolescencia.

Sin embargo, las investigaciones que relacionan la desregulación emocional con el

Índice de Masa Corporal (IMC) en niños/as resultan escasas y arrojan resultados poco

consistentes (Hughes et al., 2015). Algunos autores concluyen que una forma en la que

se relacionan las dificultades de regulación emocional con la obesidad infantil es por el

empleo de la ingesta emocional. Esta conducta parece aumentarse conforme se

incrementa el IMC. No obstante, en esta línea de investigación los resultados tampoco

son concluyentes (Braet et al., 2008; Jalo et al., 2019; van Strien y Oosterveld, 2008)

existiendo diferencias de acuerdo con el informante de la conducta (padres o niños/as)

(Braet et al., 2007; Croker et al., 2011; Jalo et al., 2019; Santos et al., 2011). En el

capítulo tres, se hace una detallada revisión de la conducta de ingesta emocional, su

presencia en distintos grupos etarios y su relación con la obesidad.

A la luz de la revisión de literatura anterior, se observa que los resultados

inconsistentes en las investigaciones sobre las habilidades regulatorias de las emociones

en niños/as con obesidad conducen a conclusiones precipitadas acerca del

funcionamiento emocional de esta población. Por otro lado, en cuanto a la conducta de

ingesta emocional, se observó que los resultados pueden depender del informante, lo que

genera incertidumbre acerca de la prevalencia de esta conducta en población infantil con

relación a su estatus corporal. Por consiguiente, la presente investigación tuvo como

propósito indagar la posible relación entre la obesidad y el sobrepeso con las variables
10

desregulación emocional e ingesta emocional, en población de mujeres y hombres

preadolescentes mexicanos.

Este estudio resulta relevante ya que permite generar conocimiento acerca de la

relación entre la obesidad y el sobrepeso con el contexto afectivo de los niños/as de

población mexicana. Sus resultados se insertan en una línea de investigación cuyos

hallazgos fueron contradictorios. La importancia de esta investigación también radica en

brindar información empírica sobre algunas variables psicológicas que influyen en la

conducta de ingesta y, por ende, subrayar la importancia de la creación y el

mantenimiento de hábitos alimentarios saludables provistos por los padres y cuidadores

desde edades tempranas.


11

CAPÍTULO 1. OBESIDAD
1.1 Definición y prevalencia

La definición actual de obesidad y sobrepeso en las diferentes etapas de la vida y con

la que mayoría de los autores coincide, es la que propone la Organización Mundial de la

Salud [OMS] (2020a) que corresponde a “una acumulación anormal o excesiva de grasa

en el cuerpo que puede ser perjudicial para la salud”. Desde 1997, esta organización ha

considerado la obesidad como una enfermedad, debido a su carácter epidémico y a su

repercusión somática, psicológica y socioeconómica (Ciangura et al., 2010). Por su parte,

la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad [SEEDO], reconoce a la obesidad

como una enfermedad crónica multifactorial que se caracteriza por el exceso de grasa

corporal, causada por la interacción entre un genotipo y su ambiente (Arrizabalaga et al.,

2003).

La trascendencia de entender más a fondo las causas y las repercusiones de esta

enfermedad, tiene que ver con la creciente evidencia de las consecuencias que generan

en las personas, pues se ha demostrado que la obesidad disminuye la longevidad, la

calidad de vida y la productividad económica, al considerarse un factor de riesgo para el

desarrollo de otras enfermedades crónicas asociadas como la diabetes, el cáncer y

diferentes tipos de padecimientos cardiovasculares (OMS, 2020a). Asimismo, la actual

emergencia sanitaria provocada por el COVID-19 ha puesto de manifiesto las

repercusiones que tiene para los individuos el padecer obesidad, puesto que esta

condición incrementa las complicaciones y la mortalidad en las personas infectadas por el

SARS-CoV-2 (Kassir, 2020; Petrakis et al., 2020; Simonnet et al., 2020).


12

De acuerdo con la OMS (2017), la obesidad cobra un mínimo de 2.8 millones de vidas

cada año alrededor del mundo. Las cifras más recientes reportadas por esta organización

datan del 2016 (OMS, 2020b), las cuales señalaron la existencia de más de 1900 millones

de adultos de 18 años o más, quienes padecían sobrepeso, de los cuales, más de 650

millones tenían obesidad.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico [OCDE] (2017) reportó

que para 2015, 19% de la población adulta padecía obesidad. Las cifras más bajas se

encontraban en países orientales como Corea y Japón, mientras que las más altas las

encabezaron países como México, Estados Unidos y Chile, donde la obesidad se ha

incrementado rápidamente desde la década de los noventa del siglo pasado. De acuerdo

con las proyecciones realizadas por la OCDE (2017), para el año 2030 se prevé que la

obesidad alcance una alta prevalencia en Estados Unidos, México e Inglaterra, donde

47%, 39% y 35% de la población, respectivamente, padecerá esta enfermedad.

En México, durante los últimos 30 años, el sobrepeso y la obesidad se han convertido

en una epidemia que afecta a 72.5% de adultos, es decir, a siete de cada diez, según las

cifras de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino 2016 [ENSANUT

MC] (Instituto Nacional de Salud Pública [INSP], 2016). De acuerdo con la distribución por

sexo, se observó que las mujeres presentaron una mayor prevalencia en obesidad

(38.6%) en comparación con los hombres (27.7%), siendo la categoría de obesidad

mórbida 2.4 veces más alta en mujeres que en hombres. Recientemente, el informe de

resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018 [ENSANUT 2018] (INSP,

2019) reveló que el porcentaje de adultos de 20 años y más con sobrepeso y obesidad

aumentó (75.2%), observándose diferencias por sexo donde: 36.6% de las mujeres
13

presentaron sobrepeso y 40.2% obesidad, mientras que 42.5% de los hombres mostraron

sobrepeso y 30.5% obesidad.

Los problemas sociales que se asocian con la obesidad cobran más relevancia si se

estudian a la luz del desarrollo a lo largo de la vida. De acuerdo con las últimas cifras de

la OMS en 2016 (OMS, 2017), 41 millones de niños/as menores de cinco años, y más de

340 millones de niños/as y adolescentes de edades entre los cinco y 19 años, presentaron

sobrepeso u obesidad, observándose un aumento en los niveles de en la infancia y la

adolescencia en todo el mundo. Entre el año 2000 y el 2016, la proporción de personas

entre cinco y 19 años con sobrepeso se duplicó, pasando de una de cada diez, a casi una

de cada cinco.

Particularmente en México, de acuerdo con los datos de la ENSANUT 2018 (INSP,

2019) en población infantil de cinco a 11 años se reportó una prevalencia combinada de

sobrepeso y obesidad [SP+O] del 35.6%, mayor en regiones urbanas que en las zonas

rurales (37.9% vs. 29.7%). De acuerdo con los datos de distribución el 18.1% de niños y

niñas en estas edades presentaron sobrepeso y 17.5% obesidad. Para la población de 12

a 19 años la situación referente al sobrepeso y obesidad se agrava, alcanzando el 38.4%

(39.7% localizados en zonas urbanas y 34.6% en ambientes rurales). El 14.1% de las

mujeres presentaron sobrepeso y 27.0% obesidad, mientras que en los hombres se

observó que el 15.1% mostraron sobrepeso y 20.7% obesidad. Según datos del UNICEF

(2016), en México, uno de cada 20 niños/as menores de cinco años y uno de cada tres

entre los seis y 19 años padece sobrepeso u obesidad. Estas cifras han colocado a

México en el primer lugar en obesidad infantil en el mundo, por lo que los avances en el

estudio de esta problemática, así como el desarrollo de intervenciones oportunas para

frenar su acelerado crecimiento, son temas urgentes.


14

1.2 Causas de la obesidad infantil

Se reconoce que la causa principal de la obesidad es el desequilibrio energético que

existe entre las calorías consumidas y las gastadas (OMS, 2020b). Desequilibrio que

ocurre debido a la presencia de diversos factores de riesgo, como la predisposición

genética, los ambientes obesogénicos, los malos hábitos de alimentación, el aumento en

la ingesta de alimentos de alto contenido calórico, el descenso en la actividad física y el

incremento de una vida sedentaria (Albataineh et al., 2019; Davidson y Birch, 2001;

Kumar y Kelly, 2017; Speiser et al., 2005).

Durante el crecimiento, los infantes van adquiriendo patrones de alimentación

moldeados por su entorno. Las personas cercanas y los encargados de su cuidado, como

los padres, familiares o profesores, desempeñan un importante papel en la estructuración

de hábitos dietéticos (Rivera et al., 2018). El desarrollo patológico del incremento de peso

se encuentra fuertemente relacionado con los hábitos nutricionales, pero sobre todo, con

un estilo de vida caracterizado por un ambiente obesogénico, además de hábitos que

fomentan la reducción de la actividad física y el sueño, que favorecen el ocio pasivo,

incrementan el sedentarismo y aumentan el número de ocasiones asociadas con la

comida, además del consumo excesivo de alimentos hipercalóricos y su preferencia sobre

alimentos que aportan mayores nutrientes (Amigo et al., 2007).

Pérez y Cruz (2018) argumentan que la obesidad y el sobrepeso en México se

explican, al menos en parte, por la transición nutricional experimentada en el país, puesto

que se incrementó la disponibilidad a bajo costo de los alimentos procesados,

compuestos por altas cantidades de grasas, azúcares y sal; el aumento en el consumo de

comida rápida en comparación con la preparada en casa; el aumento a la exposición de

publicidad sobre alimentos industrializados y a los productos que facilitan las tareas
15

cotidianas, lo que supone una disminución del gasto energético y la falta de activación

física de la población en general.

Por otra parte, a nivel individual es importante considerar no sólo los aspectos

ecológicos sino psicológicos, pues pueden fungir como factores potencialmente

importantes en el desarrollo y mantenimiento de la obesidad. Se reconocen como factores

de riesgo los problemas emocionales (como depresión, ansiedad, baja autoestima), la

insatisfacción corporal y el uso ineficiente de estrategias de afrontamiento, entre otros

(García, 2018).

Con respecto a los factores biológicos, se ha demostrado que la susceptibilidad

genética determina de manera importante el desarrollo futuro de la obesidad. El papel de

los genes identificados en la obesidad puede dividirse en dos tipos. La obesidad

poligénica, que se refiere a la combinación de polimorfismos que favorecen el aumento de

peso (Frelut, 2009) y la obesidad monogénica, que se origina por la alteración de un único

gen, ya sea por deficiencia, deleción o mutación que tiene por consecuencia el desarrollo

de una obesidad grave que se asocia a una serie de síntomas endócrinos (Frelut, 2009;

Martos-Moreno y Argente, 2011).

De tal forma que son los factores de riesgo como la genética, la influencia ambiental,

los estilos de crianza y los aspectos conductuales y emocionales relacionados con la

alimentación y la actividad física, los que determinan la acumulación esxcesiva de energía

en forma de tejido adiposo.

1.3 Medición de la obesidad

Los métodos diagnósticos utilizados para determinar la obesidad en adultos y niños/as

son aproximativos debido a que la grasa es subcutánea, por lo que en la práctica clínica y

en los estudios epidemiológicos se recurre a la antropometría que permite la medición de


16

las dimensiones físicas del cuerpo humano en diferentes edades y su comparación con

estándares de referencia (Kaufer-Horwitz y Toussaint, 2008). Los distintos parámetros

que se incluyen dentro de esta categoría son el índice de Quetelet, la circunferencia de

distintas regiones (típicamente el brazo, cintura y cadera), los pliegues subcutáneos, la

masa total y la subcutánea, así como otros métodos de análisis de composición corporal y

técnicas de imagen que ayudan a evaluar la distribución de los adipocitos (Frelut, 2009).

El denominado Índice de Quetelet o Índice de Masa corporal (IMC), es un método

universalmente aceptado para determinar la obesidad en el adulto. Se define como el

peso medido en kilogramos, dividido entre la altura al cuadrado expresada en metros

(IMC = kg/m2). En función del IMC, se pueden establecer distintas categorías de

sobrepeso y obesidad (Tabla 1). La Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad

[SEEDO], propone una clasificación con cuatro niveles de obesidad, especificando el

diagnóstico de obesidad mórbida (tipo III: 40,0 - 49,9) y obesidad extrema (tipo IV: >50)

(Arrizabalaga et al., 2003).

Tabla 1

Clasificación de la obesidad de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud

Condición según el peso Grado de obesidad IMC (kg/m2)

Bajo peso <18,5


Normo peso 18,5 - 24,9
Sobrepeso 25 -29,9
Grado I 30 – 34,9
Obesidad Grado II 35 -39,9
Grado III >40
Nota. Tomado de Álvarez et al. (2016).
17

El IMC es el parámetro utilizado en la mayoría de los estudios epidemiológicos por

diferentes sociedades científicas, dada su reproductibilidad, facilidad de utilización y

capacidad de reflejar la adiposidad en la mayoría de las poblaciones estudiadas. Sin

embargo, desde hace ya algunos años, múltiples estudios sugieren que los riesgos para

la salud asociados con la obesidad no sólo dependen de la adiposidad total sino de su

distribución, es decir, donde se encuentra depositada la grasa (Guglielmi y Sbraccia,

2018). En función de la cantidad de grasa corporal, se puede definir como sujetos con

obesidad a aquellos que presentan porcentajes de grasa por encima de los valores

considerados como normales, a saber: del 12 al 20% en varones y del 20 al 30% en

mujeres adultas (Monereo et al., 2012).

En lo que respecta a los niños/as y adolescentes, el IMC es un indicador recomendado

en diferentes países para evaluar el sobrepeso y obesidad, y es aceptado para realizar

comparaciones internacionales (Kaufer-Horwitz y Toussaint, 2008). De acuerdo con

Kaufer-Horwitz y Toussaint (2008), la recomendación del uso del IMC como parámetro de

evaluación se basa en la correlación positiva que tiene éste con la adiposidad en distintas

etapas de la vida, así como la posibilidad de asociar riesgos de enfermedades crónicas de

acuerdo con los cambios del infante durante distintas edades. Además, este índice

correlaciona de manera importante con el IMC en la edad adulta. Sin embargo, se debe

considerar que la obtención del IMC puede verse afectada por distintos elementos, entre

ellos las variaciones en el contenido de agua corporal, de masa ósea o de tejido muscular.

Definir el sobrepeso y la obesidad en niños/as resulta más complejo que en el adulto,

pues en la etapa infantil el IMC cambia frecuentemente y es dependiente de la edad. De

la misma forma que en los adultos, el IMC se obtiene mediante la fórmula peso/talla2, es

decir, dividiendo el peso (en kilogramos) entre el cuadrado de la estatura (en metros). El
18

valor obtenido debe extrapolarse a gráficas percentilares o de desviación estándar. Para

este propósito se utilizan las tablas clasificatorias establecidas internacionalmente para

edades entre los dos y 18 años, donde se ubica el IMC en el percentil recomendado,

basado en el sexo y la edad del niño/a (Apovian, 2016).

La clasificación de los niños/as y adolescentes de acuerdo con su IMC, propuesto por

el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) y la OMS (de Onis et al.,

2007), se realiza de la siguiente manera: los niños/as por debajo del percentil cinco se

clasifican con bajo peso; entre el percentil cinco y 85 se definen con peso normal; entre el

percentil 85 y 95 con sobrepeso; y con percentil ≥ 95 con obesidad.

Por otro lado, las curvas de crecimiento establecidas por la OMS desde el año 2007

permiten identificar casos de obesidad a partir del puntaje Z del IMC. En el caso de los

preescolares, cuando los puntajes Z se encuentran por arriba de dos desviaciones

estándar (o más) por encima de la media, se dice que tienen sobrepeso u obesidad. Para

escolares y adolescentes, los puntajes Z por arriba de una y hasta dos desviaciones

estándar indican sobrepeso y más de dos desviaciones indican obesidad (de Onis et al.,

2007).

1.4 Consecuencias de la obesidad infantil

1.4.1 Repercusiones físicas

En niños/as y adolescentes, la obesidad tiene consecuencias inmediatas en la salud, a

saber: valores anormales de lípidos, presión arterial y glucosa; problemas ortopédicos,

neurológicos, pulmonares, endócrinos y hepáticos, sobre todo cuando se trata de

obesidad mórbida (Kumar y Kelly, 2017; Raimann, 2011; Rivera et al., 2018)

En los últimos años, la obesidad infantil se ha asociado con la aparición de alteraciones

metabólicas que anteriormente sólo se presentaban en la edad adulta, observándose una


19

alta probabilidad de desarrollar diabetes tipo 2, dislipidemias, alteración del metabolismo

de la glucosa e hipertensión en edades más tempranas (Kumar y Kelly, 2017; Liria, 2012;

Sahoo et al., 2015). Asimismo, se pueden presentar comorbilidades respiratorias,

principalmente la Apnea Obstructiva del Sueño (AOS), en la que los niños/as con

obesidad tienen de cuatro a seis veces más posibilidades de tenerla (Aguilar et al., 2013;

Raimann, 2011).

Dentro de las alteraciones gastrointestinales, se observa una alta prevalencia en el

desarrollo de esteatosis hepática, también denominada Hígado Graso No Alcohólico

(HGNA), que engloba un amplio espectro de alteraciones que va desde una simple

esteatosis hasta una cirrosis hepática, principalmente en aquellos casos diagnosticados

con obesidad mórbida (Guijarro De Armas et al., 2015). Las alteraciones ortopédicas son

otras de las afecciones vinculadas con el IMC elevado, derivadas del peso excesivo que

tienen que soportar las articulaciones. Dentro de estas complicaciones se encuentran

trastornos como el Genu valgum, la epifisiolisis de la cabeza femoral, el pie plano y la

Tibia vara (enfermedad de Blount) (Taylor, 2006). Finalmente, respecto a las

consecuencias que implican al sistema nervioso central, la obesidad infantil se ha

relacionado con el síndrome de pseudotumor cerebral, también llamado hipertensión

intracraneal idiopática, que incluye síntomas como dolor de cabeza, vómito y pérdida de la

visión (Brara et al., 2012).

A largo plazo, la obesidad infantil se asocia con una mayor probabilidad de padecer

obesidad en edades posteriores, discapacidad en la edad adulta y muerte prematura

(OMS, 2020b). Aunque la mayoría de los padecimientos médicos vinculados con la

obesidad infantil son prevenibles y pueden desaparecer cuando el niño/a alcanza un peso

saludable, algunos de estos continúan generando consecuencias negativas durante la


20

adultez (Sahoo et al., 2015). Debido a las múltiples afecciones físicas provocadas por esta

enfermedad, la obesidad infantil aumenta la demanda de servicios de salud, afectando el

desarrollo económico y social de la población (Ortega-Cortés, 2014). Por estas razones

resulta urgente actuar para su prevención y control.

1.4.2 Repercusiones psicológicas

Es ampliamente reconocido que la obesidad es una enfermedad multifactorial y que

además de las consecuencias médicas, las investigaciones reportan repercusiones

sociales, económicas y, por supuesto, psicológicas (Ortega, 2018; Ortega-Cortés, 2014;

Puder y Munsch, 2010; Pulgarón, 2013; Rankin et al., 2016; Sagar y Gupta, 2018; Torres,

2018).

La obesidad infantil se asocia con deficiencias en el funcionamiento escolar y dificultad

en el desarrollo de habilidades sociales que repercuten en la convivencia con otros

(Gibson, 2011; Sahoo et al., 2015). Ghosh et al. (2019) señalan que los niños/as con

sobrepeso y obesidad se enfrentan a la discriminación, la marginación social, el

aislamiento y el acoso, lo que puede disminuir su autoconfianza y autoestima, limitando el

éxito escolar.

En población infantil con obesidad, puede presentarse el estigma asociado con el peso,

el cual hace referencia a las creencias y actitudes negativas que tiene la sociedad sobre un

individuo que tiene sobrepeso u obesidad (Pont et al., 2017). En el caso de los niños/as que

tienen un exceso de grasa corporal se les puede asociar con estereotipos, como ser

perezosos, lentos, tener falta de motivación, voluntad y disciplina, siendo tratados con

prejuicios, discriminación y rechazo social (Pont et al., 2017; Sahoo et al., 2015). No sólo

son estigmatizados por sus pares, quienes suelen excluirlos de actividades físicas, sino que

además lo son por sus padres y otros miembros de la familia, los profesores y los
21

profesionales de la salud, por lo que experimentan victimización, burlas e intimidación (Pont

et al., 2017). Además, se ha demostrado que existe una diferencia en relación con el sexo,

siendo las niñas con mayor IMC quienes reciben más burlas e intimidación verbal y física

debido a su peso (Tang-Péronard y Heitmann, 2008). Por otro lado, Ortega (2018) señala

que, aunque los niños/as con obesidad o sobrepeso pueden ser víctimas de acoso escolar,

también pueden ser más propensos a comportarse como agresores. Como consecuencia

de estas conductas, podrían presentar dificultades para tener amigos, así como mostrar

tendencia al aislamiento, lo que podría aumentar sus niveles de ansiedad, depresión,

sentimientos de soledad y baja autoestima.

Es así como dentro de las repercusiones psicológicas, existe una línea de investigación

que relaciona la obesidad y los problemas afectivos. Si bien los estudios aún son escasos,

algunos han encontrado una asociación entre la obesidad infantil y los niveles de

ansiedad. Por ejemplo, Lim et al. (2015) evaluaron la presencia de síntomas ansiosos en

una muestra de niños/as con sobrepeso y obesidad de edades entre los siete y 12 años a

través de la subescala de ansiedad del Child Behavior Checklist (CBCL). Los resultados,

revelaron una asociación entre el estatus de obesidad y sobrepeso con la presencia

elevada de síntomas de ansiedad en comparación con sus pares de peso normal. Los

autores señalaron que los niños/as que presentan ansiedad podrían ser más susceptibles

a las consecuencias sociales percibidas en relación con su peso, experimentando mayor

insatisfacción con su imagen corporal.

Por otro lado, también se ha observado una relación entre la obesidad y la depresión.

En una revisión sistemática con metaanálisis realizada por Sutaria et al. en 2019, se

reportó una asociación significativa entre la depresión y la obesidad solo en niñas con

obesidad. No se encontró el mismo resultado en el caso de las niñas con sobrepeso ni en


22

sus pares varones. Los resultados sobre la asociación de estas variables aún resultan

poco claros.

Además de la ansiedad y la depresión, se propone que los niños/as con obesidad y

sobrepeso presentan niveles bajos de autoestima, aunque los hallazgos también son

inconsistentes. Ortega (2018) señala que los niños/as con sobrepeso u obesidad se

autoevalúan negativamente y presentan una tendencia a percibir que sus capacidades

están disminuidas e infravaloradas. Sin embargo, en diferentes estudios se observa que la

fuerza en la asociación entre la baja autoestima y la obesidad es moderada (Sagar y

Gupta, 2018). La mayoría de los estudios que reportaron estos resultados, evaluaron a

niños/as con obesidad severa, siendo menos probable encontrar baja autoestima en

niños/as con sobrepeso y obesidad provenientes de población general (Hill, 2017). Lo

anterior puede explicarse al comprender que la autoestima es una construcción

multidimensional que se conceptualiza como una evaluación global, por lo que pueden

ignorarse, durante la evaluación, diversos aspectos del autoconcepto que darían

información sobre sus distintos dominios conductuales. Así, en los estudios que miden los

diferentes componentes de la autoestima, el peso se asocia más consistentemente con la

apariencia física (satisfacción corporal) y las subescalas relacionadas con las habilidades

deportivas o atléticas, siendo los niños/as con obesidad quienes informan niveles más

bajos de estos aspectos en comparación con niños/as de peso saludable (Cornette,

2011).

Asimismo, uno de los aspectos psicológicos asociados consistentemente con la

obesidad, es la insatisfacción corporal, que se refiere a la discrepancia entre la

autoimagen percibida por el individuo y la internalización de una imagen corporal

idealizada, caracterizada por la búsqueda de la delgadez (Nieman y LeBlanc, 2012). Su


23

importancia en la salud mental en niños/as con obesidad se relaciona con la elevada

preocupación que exhiben especialmente las niñas con mayor IMC por su peso corporal y

apariencia física (Sagar y Gupta, 2018). De tal forma, los problemas afectivos pueden no

manifestarse en todos los niños/as con obesidad o sobrepeso. Al respecto, Contreras-

Valdez et al. (2016), en una investigación realizada con una muestra de niñas mexicanas,

reportaron que la obesidad y el sobrepeso solo se relacionó con la baja autoestima y la

depresión cuando los niveles reportados de insatisfacción corporal fueron elevados. Dado

lo anterior, teniendo como fuerte predictor un alto grado de insatisfacción corporal, la

obesidad aumenta el riesgo de desarrollar trastornos alimentarios como la bulimia

nerviosa o el trastorno por atracón (Gibson, 2011; Rankin et al., 2016).

De acuerdo con lo señalado, si el IMC no influye de forma contundente en los

problemas afectivos, resulta necesario, dentro de esta línea de investigación, indagar

acerca del papel de otras variables que subyacen a los desórdenes emocionales en

interacción con el IMC, como lo es la desregulación emocional.


24

CAPÍTULO 2. REGULACIÓN Y DESREGULACIÓN EMOCIONAL

2.1 ¿Qué son las emociones?

Entender qué es una emoción resulta una empresa particularmente compleja, dado

que su definición es resultado de múltiples y variadas aproximaciones a su

conceptualización. En una revisión teórica de los principales paradigmas que han

abordado las emociones, Gómez y Calleja (2016) señalan que la mayoría de los autores

han conceptuado a las emociones como fenómenos con componentes fisiológicos,

psicológicos y conductuales, que tienen bases evolutivas, ya que se desarrollan y se

vuelven más complejas conforme la persona crece; son adaptativas, ya que ayudan a la

supervivencia; y son funcionales, debido a que dependen del entorno y permiten a su vez

modificarlo. Las emociones requieren de una interpretación de los elicitadores (objetos,

personas o situaciones) que preparan al individuo a realizar determinadas acciones y

comunicar su estado a quienes le rodean.

El conocimiento sobre las emociones se ha desarrollado a partir de diversos enfoques,

a saber: el biológico, que las considera un patrón observable y limitado de respuestas

desencadenadas por la interpretación de una situación u objeto como amenazante para el

bienestar y la supervivencia; el funcionalista, que las describe como resultado de la

experiencia subjetiva del individuo a partir de los cambios fisiológicos que se generan en

su cuerpo; el construccionista, el cual considera que la emoción es resultado de una serie

de procesos coordinados (como la apreciación, la conciencia y la experiencia emocional);

y la perspectiva apreciativa, la de mayor influencia en la actualidad, que considera que las

emociones son el resultado de una interpretación o análisis cognitivo de un evento

significativo para el individuo (Gómez y Calleja, 2016). Es posible afirmar que las

definiciones de la emoción, desde la perspectiva biológica hasta la apreciativa, no son

excluyentes, sino complementarias y facilitan un estudio más preciso.


25

De acuerdo con la perspectiva apreciativa, Gross (2014) señaló que las emociones se

refieren a una gran variedad de respuestas, que tienen que ver con su propia naturaleza

multifacética y pueden variar en su intensidad, duración, frecuencia y tipo. Las emociones

son reacciones afectivas innatas que tienen los individuos ante eventos psicológicamente

relevantes y debe entenderse que éstas no son buenas ni malas por sí mismas. Así,

mientras que algunas personas podrían catalogar como desreguladas o inapropiadas las

reacciones emocionales de un individuo ante un estímulo, para él podrían parecer

necesarias y eficaces (Stifter y Augustine, 2019). Por tanto, las emociones requieren la

coordinación de diversos sistemas de respuesta (cognitivos, conductuales y fisiológicos)

para orientar la conducta al logro de metas u objetivos y son relevantes para comunicar

necesidades, así como influir en las interacciones sociales (Reyes y Tena, 2016).

Las emociones pueden ser útiles o perjudiciales según el contexto en el que se

presenten. Una de las explicaciones más aceptadas sobre el proceso de la generación de

emociones es el modelo modal de la emoción, descrito por Gross (1998, como se citó en

Gross y Jazaieri, 2014). Este modelo es una secuencia que involucra cuatro elementos

principales: (1) una situación psicológicamente relevante (externa o interna), (2) la

atención a la situación emocionalmente relevante, (3) la evaluación e interpretación de

dicha situación, que involucra la familiaridad con ésta y la relevancia con los objetivos

(metas) activos, (4) y las respuestas emocionales (Gross y Jazaieri, 2014). Los autores

Werner y Gross (2010) señalaron que una vez que la emoción es atendida, las

situaciones se valoran por su relación con los objetivos o propósitos actuales, los cuales

se conforman de los propios valores, el entorno cultural, las características de las

situaciones, las normas sociales, la etapa de desarrollo de la vida y la personalidad.


26

Una característica de las emociones es su maleabilidad, es decir, una vez iniciadas, las

respuestas emocionales pueden no seguir necesariamente un curso fijo e inevitable. Por

ejemplo, un estudiante que no obtuvo una nota aprobatoria en un examen puede

reaccionar con enojo. Si bien, es posible que esta emoción disminuya después de un

tiempo, debido al curso natural de su evolución, la manera en la que reacciona ante el

enojo puede llevar al estudiante a aminorarlo y obtener resultados funcionales, por

ejemplo, mediante una respiración profunda que disminuya la actividad fisiológica y le

permita pensar con mayor claridad y evitar, en lo posible, alguna reacción impulsiva que

propicie consecuencias desfavorables. La maleabilidad, como propiedad de las

emociones, da lugar al desarrollo de la regulación emocional.

2.2 Regulación emocional

La regulación emocional puede definirse como los esfuerzos que las personas realizan

para modular sus experiencias y expresiones emocionales (Gross, 2002). La definición

conjunta de Gross y Thompson (2007) permite tener una visión más comprensible del

constructo, debido a que posee una mayor flexibilidad y globalidad. De acuerdo con esta,

la regulación emocional consiste en los esfuerzos que hace el individuo, de manera

consciente o inconsciente, para influenciar la intensidad y duración de sus emociones en

el momento en el que surgen, así como la experiencia que conllevan y su expresión.

Para Gross (2014, 2015), la característica principal del proceso regulatorio es la

activación de un objetivo (meta, propósito, necesidad) que sirva para influir en la

trayectoria emocional, es decir, la regulación hace alusión a los procesos que se emplean

para disminuir, mantener o aumentar uno o más aspectos de la emoción. Los procesos

regulatorios pueden tener como objetivo las emociones consideradas tanto positivas

(felicidad, alegría, satisfacción, interés, etc.) como negativas (ira, miedo, tristeza, disgusto,
27

etc.), lo que sugiere que las estrategias de regulación emocional no se emplean

únicamente para modificar el afecto negativo, sino que también pueden alterar la

intensidad, persistencia y labilidad de las emociones positivas (Werner y Gross, 2010).

Se han señalado tres procesos básicos para regular las emociones: a) los mecanismos

autorregulatorios de la emoción misma, b) la movilización o detención de las conductas de

acuerdo con la valencia e intensidad de las emociones y c) las estrategias de regulación

emocional, que modifican la emoción que se experimenta (Gómez y Calleja, 2016). De tal

manera que el proceso regulatorio incluye la capacidad para modular la respuesta

fisiológica, es decir, la propia reacción emocional; el despliegue de estrategias efectivas

de afrontamiento ante tales reacciones para dar una respuesta acorde al contexto; y la

organización de las estrategias para lograr objetivos a nivel social o individual (Thompson,

2014).

Para comprender las generalidades de un constructo de tal complejidad se han

propuesto distintas aproximaciones. No obstante, la propuesta de James Gross en 1998

es la referencia principal dentro de la comunidad científica. Gross propuso el modelo

procesual de la regulación emocional, en el que se describen cinco grupos de estrategias

que se distinguen a partir de cuándo tienen su principal impacto en el proceso generador

de emociones, ya sea antes de la respuesta (enfocadas en el antecedente), o después de

esta (enfocadas en la respuesta). Este marco conceptual ha permitido el entendimiento de

la regulación emocional y su relación con la psicopatología, logrando además la

identificación de las estrategias específicas asociadas con ella, esclareciendo un foco

terapéutico. A continuación, se describen tales estrategias, donde las primeras cuatro

familias se encuentran enfocadas en el antecedente. El último grupo de estrategias


28

ocurren al final del proceso de la generación de emociones, es decir, se centran en las

respuestas:

1) Selección de la situación: se refiere a la elección de entrar o no en una situación

que potencialmente podría generar una emoción, es decir, involucra elegir entre

acercarse o evitar a ciertas personas o lugares.

2) Modificación de la situación: esta estrategia se refiere a las acciones que se

ejercen sobre la situación para modificar su impacto emocional. Implica

específicamente la modificación de los entornos físicos.

3) Despliegue atencional: se refiere a dirigir la atención a una situación dada con el

propósito de influir en la propia experiencia emocional. Las situaciones tienen

diversos elementos, por lo que el despliegue atencional puede ser utilizado para

elegir los aspectos de la situación en los cuales enfocarse, lo que ocurre en el

caso de la distracción. Constituye una de las primeras formas de regulación

emocional que aparecen durante el desarrollo biológico.

4) Cambio cognitivo: se refiere a la modificación de cómo el individuo evalúa una

situación para alterar su significado emocional, ya sea cambiando la forma en

cómo se piensa sobre la situación o sobre la capacidad que se tiene para manejar

las demandas de ésta. El cambio cognitivo se puede aplicar tanto a una situación

externa como a una interna.

5) Modulación de la respuesta: hace referencia a los intentos de influir

directamente en los componentes experienciales, conductuales o fisiológicos de la

respuesta emocional, por ejemplo, realizar ejercicio físico o implementar técnicas

de relajación (como la respiración profunda).


29

En un intento por manejar las emociones, cada estrategia de regulación puede ser

empleada de manera adaptativa o desadaptativa dependiendo del individuo, la emoción y

el contexto. Werner y Gross (2010) señalan que una regulación emocional adaptada

requiere una modulación flexible y sensible al contexto para lograr los propios objetivos.

Es relevante señalar que la regulación emocional ocurre en contextos sociales,

modelados por influencias sociales más grandes, lo que aumenta la complejidad de su

entendimiento (Werner y Gross, 2010). De tal manera, la regulación puede ser intrínseca

o extrínseca. Gross (2015) se refiere a la regulación emocional intrínseca como el interés

que tiene un individuo para regular sus propias emociones y su estudio se ha enfocado

particularmente en los adultos. Mientras que la regulación emocional extrínseca hace

referencia al interés que tiene un individuo para regular las emociones de otras personas

y ha tenido un interés central en la literatura del desarrollo, así como en las interacciones

entre padres e hijos.

2.3 El desarrollo de la regulación emocional en la infancia y la adolescencia

Los seres humanos aprenden a regular sus emociones en un progreso gradual y

continuo. Durante la infancia y la adolescencia, la adquisición de habilidades para modular

las respuestas emocionales está estrechamente relacionada con la maduración de los

sistemas neurofisiológicos y las estructuras biológicas que permiten a los individuos

alcanzar diferentes niveles de organización en dimensiones fisiológicas, cognitivas y

conductuales. Además de la maduración biológica, se ha demostrado que el contexto

sociocultural y especialmente el entorno familiar son factores clave en el desarrollo de las

habilidades de regulación emocional (Sabatier et al., 2017).

Sabatier et al. (2017) proporcionaron una visión general sobre los estudios acerca

del desarrollo de la regulación emocional en niños/as y adolescentes, desde la


30

perspectiva de la psicología del desarrollo, basada en investigaciones publicadas entre los

años 2001 y 2016. Acorde con su revisión, los autores muestran un resumen de las

características principales del proceso regulatorio dividido en rangos de edades, desde la

infancia temprana hasta la adolescencia (Tabla 2).

Tabla 2

Desarrollo de la regulación emocional en la infancia y la adolescencia

Edad (años) Características

1-3 - Los padres y cuidadores están directamente involucrados en la

modulación de las respuestas emocionales de los niños. Son

responsables de identificar y monitorear continuamente las necesidades

emocionales del bebé, calmar sus estados de estrés, mantener rutinas

estables y ofrecer ayuda en situaciones difíciles.

- Durante el segundo año de vida el desarrollo del lenguaje se presenta

como una herramienta que le permite al niño nombrar estados internos,

solicitar ayuda de otros y modificar su entorno a voluntad. Hay avances

importantes en el desarrollo de la conciencia de los demás, por lo que

las emociones comienzan a tener una dimensión social.

- Para el tercer año, hay un aprendizaje significativo de autorregulación

basado en el reconocimiento de las emociones básicas de los demás, lo

que les permite responder con empatía y regular su comportamiento.


31

Edad (años) Características

4-6 - Los niños pueden establecer diferencias entre experiencias emocionales

reales como recuerdos y experiencias virtuales, como deseos y

expectativas.

- Esta información sobre sus emociones (reales o virtuales) permite a los

niños de seis años ser plenamente conscientes de que pueden lidiar con

las emociones negativas, como la tristeza o el miedo, mediante el uso de

ciertos tipos de estrategias de distracción como jugar, cantar y dibujar,

entre otros.

7-8 - Ocurre un cambio importante a nivel cognitivo: los niños pueden pensar

de forma menos egocéntrica, lo que les permite darse cuenta de que hay

diferentes puntos de vista para cada situación, así como comprender

que los eventos producen reacciones emocionales diferenciales en cada

persona.

- Reconocen que frente a ciertas situaciones es más conveniente ocultar

sus sentimientos y son capaces de manejar sus emociones incluso hasta

expresar una emoción diferente a la que realmente sienten.

- Ante una situación problemática, recurren a estrategias basadas en el

apoyo social de padres, amigos y maestros cuando se sienten ansiosos

y preocupados.

- Al experimentar enojo o sentirse agredidos, los niños pueden verbalizar

su malestar y usar estrategias verbales para favorecer la conciliación

antes de recurrir a la agresión física hacia los demás.


32

Edad (años) Características

9-10 - Comienzan a exhibir respuestas y comportamientos de regulación

emocional de maneras socialmente apropiadas, influenciadas por las

expectativas culturales.

- Los niños de nueve años se dan cuenta que las emociones positivas,

como la alegría, son bien recibidas en los entornos sociales, mientras

que las emociones negativas, como la ira y la tristeza, se asocian con

comportamientos vergonzosos que deben mantenerse bajo control.

- Para los diez años, el proceso de regulación emocional evoluciona y

permite el desarrollo de habilidades internas. Los niños utilizan

estrategias cognitivas que involucran el pensamiento para modificar sus

sentimientos, como la reevaluación.

- Las respuestas emocionales de los preadolescentes incluyen culpar a

otros, culparse a sí mismos, rumiar mentalmente, así como

pensamientos catastróficos. Las estrategias de afrontamiento más

utilizadas son la reevaluación, la aceptación de la situación, la

planificación y la distracción.

11-13 - Las circunstancias sociales, específicamente la presencia de pares,

generan altos niveles de estrés entre los jóvenes. Las situaciones que

los exponen a la posibilidad de ser evaluados negativamente por sus

pares causan una disminución en su capacidad de autorregulación,

además de mostrar menor asertividad y exhibir estrategias limitadas de

toma de decisiones.
33

Edad (años) Características

14-16 - Los jóvenes comprenden los puntos de vista de los demás y al hacer

decisiones comienzan a tomar en cuenta las consecuencias de sus

propias acciones.

- Una conquista regulatoria es el refinamiento de varias estrategias

cognitivas, como la perspectiva y la regulación del comportamiento

teniendo en cuenta la posición e intereses de los demás.

- Comienzan a observarse diferencias de género con respecto a la

regulación emocional. Durante estas edades se intensifican los procesos

de identificación de género y estos procesos causan comportamientos

culturales más estereotipados.

17-19 - Los sistemas neurofisiológicos y biológicos alcanzan la madurez, lo que

permite a los individuos tener mayores niveles de organización y control

en dimensiones fisiológicas, cognitivas y conductuales.

- Este periodo se relaciona con una mayor capacidad para responder a la

presión de grupo, así como con un comportamiento más responsable y

moderado.

Se puede observar que el curso de la regulación de las emociones es acumulativo, de

manera que se desarrollan nuevas habilidades con el tiempo para construir un conjunto

más amplio, en lugar de reemplazar las anteriores a medida que los jóvenes avanzan

hacia la adolescencia y la edad adulta. Asimismo, pasa de depender de procesos

automáticos, en la primera infancia, a procesos controlados en la niñez y la adolescencia.

También progresa desde la dependencia, principalmente de los cuidadores para

corregular o guiar en la regulación, hacia una mayor autonomía. Finalmente, se vuelve


34

más diferenciada al ingresar a la adolescencia e involucra herramientas cognitivas cada

vez más complejas, lo que coincide con el desarrollo de las habilidades de lenguaje y las

funciones ejecutivas (Compas et al., 2017).

2.4 Desregulación emocional

Una adecuada regulación emocional permite al individuo hacer frente a las demandas

ambientales, sin embargo, no siempre sucede así, pues la regulación emocional también

puede no presentarse o hacerlo de formas desadaptadas. Lo anterior se denomina

desregulación emocional y se manifiesta de diversas formas, por ejemplo, cuando la

respuesta emocional no cambia de la forma deseada; cuando los costos a largo plazo

superan los beneficios de los cambios ocurridos a corto plazo en la emoción; cuando las

estrategias no se implementan de forma eficiente porque son inflexibles e insensibles al

contexto o están en disonancia con los objetivos personales a largo plazo; o cuando las

emociones que surgen como una respuesta primaria se suprimen o se resisten, dando

paso al surgimiento de una emoción secundaria desadaptativa (por ejemplo, la culpa)

(Werner y Gross, 2010).

Como en la mayoría de los procesos psicológicos, existe una gran variedad de autores

que han intentado definir la desregulación emocional convergiendo en algunos aspectos.

Bradley et al. (2011) la conceptualizan como las deficiencias en la regulación emocional

con tendencia a que las emociones se descontrolen, cambien rápidamente, se expresen

en formas intensas y no modificadas o abrumen tanto la capacidad de afrontamiento

como de razonamiento. Por su parte, Cole et al. (2013) la describen como un constructo

compuesto por los intentos ineficaces de regulación emocional, que involucra a la

interferencia de las emociones para lograr comportamientos adecuados, la expresión de

emociones fuera de contexto y las variaciones emocionales que ocurren demasiado


35

abruptas o muy lentas. Más recientemente, Beauchaine y Cicchetti (2019) la definen como

un patrón de experiencia o expresión emocional que interfiere con la conducta adaptada

dirigida por objetivos.

James Gross, autor del modelo procesual de la regulación emocional, ha planteado

uno de los acercamientos teóricos más reconocidos sobre la desregulación emocional. De

acuerdo con su explicación, dicho proceso comprende tanto los fallos en la regulación

emocional (por ejemplo, no emplear la regulación cuando sería bueno hacerlo), como una

mala regulación emocional (es decir, cuando se utiliza una forma de regulación que no es

adaptativa en función de la situación) (Gross y Jazaieri, 2014).

De acuerdo con la descripción de Gross y Jazaieri (2014), existen tres problemáticas

generales que se presentan en la desregulación emocional. Una de ellas tiene que ver

con el déficit en la conciencia emocional. Esta dificultad puede presentarse cuando las

personas exhiben una conciencia exagerada de las emociones, como suele ocurrir en el

trastorno de pánico o cuando los individuos parecen no tener conciencia sobre ellas,

como sucede en algunas personas que padecen bulimia o anorexia. Otra problemática

proviene de las dificultades en los propósitos de la regulación emocional, es decir, no

considerar adecuadamente las preocupaciones a corto y largo plazo. Y en tercer lugar se

encuentran las dificultades en las estrategias de regulación emocional, incluyéndose las

dificultades tanto en su elección como en su implementación. De esto último, se reconoce

el uso del alcohol, cigarros, drogas ilegales e incluso los alimentos para modificar la

experiencia emocional una vez que ya se presentó.

Una de las ventajas que ofrece la propuesta de Gross es que permite comprender las

estrategias desadaptativas específicas de la desregulación emocional y su relación con la

psicopatología. Este modelo postula que la regulación ocurre en cuatro etapas y pueden
36

surgir dificultades en cada una, lo que daría lugar a diferentes formas de desregulación

emocional. De tal manera, en la etapa uno puede existir un fallo en la identificación de las

emociones; en la dos, presentarse inconvenientes en la selección de una estrategia

adecuada; en la tres, mostrarse problemas en la implementación de la estrategia

seleccionada; y en la cuatro, ocurrir dificultades en la monitorización de la estrategia

elegida (Sheppes et al., 2015).

Por otro lado, la aproximación teórica de Gratz y Roemer (2004) es otro marco

conceptual que permite entender la desregulación emocional como la ausencia o déficit

en cualquiera de las cuatro habilidades que componen la construcción multidimensional

de la regulación emocional, a saber: a) conciencia y comprensión de las emociones; b)

aceptación de las emociones; c) capacidad para manejar los comportamientos impulsivos,

así como comportarse de acuerdo con los objetivos deseados cuando se experimentan

emociones negativas; y d) habilidad para utilizar estrategias de regulación emocional

apropiadas para cada situación de manera flexible, para modular las respuestas

emocionales como se desee, con el fin de cumplir con los objetivos individuales y las

demandas situacionales.

Recientemente, D’Agostino et al. (2017) realizaron una revisión bibliográfica sobre la

definición de la desregulación emocional incluyendo artículos publicados en el año 2003

hasta el 2016, donde describen el problema de su conceptualización y su asociación con

algunos trastornos mentales. Las autoras de este trabajo explican cinco dimensiones

superpuestas de la desregulación emocional, no mutuamente excluyentes, que se han

identificado en múltiples trabajos, que son: la disminución de la conciencia emocional, una

inadecuada reactividad emocional, una intensa experiencia y expresión de emociones,

rigidez emocional y dificultades en la reevaluación cognitiva.


37

La desregulación emocional puede dar paso a múltiples problemáticas emocionales y

sociales, pudiéndose identificar como uno de los mecanismos por los cuales se desarrolla

la psicopatología.

2.4.1 El papel de la desregulación emocional en la psicopatología

En los últimos años, el estudio de los trastornos mentales ha revelado que la

desregulación emocional es un elemento implicado en diferentes tipos de psicopatología,

por ejemplo, en el caso de los trastornos afectivos (Aldao et al., 2016; Sloan et al., 2017),

de personalidad (Chapman, 2019; Hall et al., 2018; Stepp et al., 2014) o de la conducta

alimentaria (Brockmeyer et al., 2014; Fairburn et al., 2003). Además, el papel medular de

la desregulación emocional en los problemas psicológicos también se observa durante la

infancia y la adolescencia, constituyendo un potencial factor de riesgo para el desarrollo

de síntomas de ansiedad (McLaughlin et al., 2011; Schneider et al., 2018) y depresión

(Gonçalves et al., 2019). Asimismo se asocia con déficits en la competencia social

(Calkins y Perry, 2016) y se observa como un factor mediador entre el maltrato infantil y

las conductas autolesivas (Titelius et al., 2018) y la conducta alimentaria disfuncional

(Racine y Wildes, 2015).

De tal manera que, los problemas relacionados con las emociones o con la regulación

emocional caracterizan a más del 75% de las categorías diagnósticas de la psicopatología

en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (Werner y Gross,

2010). Una explicación sólida de los hallazgos anteriores es la teoría del transdiagnóstico,

originalmente desarrollada por Fairburn et al. (2003) en el contexto de los trastornos

alimentarios, la cual argumenta que los trastornos tradicionales son variaciones menores

de dimensiones subyacentes o problemas centrales. Esta teoría, basada en la perspectiva

dimensional de la psicopatología (sin excluir por completo a la categorial, ya que supone


38

la existencia necesaria de un sistema diagnóstico), argumenta que los tratamientos

psicológicos de los llamados trastornos mentales deben dirigirse precisamente a esas

dimensiones medulares (Hernández-Guzmán et al., 2019; Sandín et al., 2012).

Existen algunos tratamientos psicológicos basados en evidencia que han ofrecido

apoyo a la teoría del transdiagnóstico, así como al papel medular de la desregulación

emocional en la psicopatología. Algunos de ellos que se han enfocado en mejorar las

habilidades de regulación emocional de los individuos, han logrado disminuir los síntomas

de trastornos de ansiedad y depresión (Barlow et al., 2017, 2018), trastornos de

personalidad (Hall et al., 2018; Neacsiu et al., 2010; Sauer-Zavala et al., 2016) y

trastornos alimentarios (Thompson-Brenner et al., 2016, 2019).

El cuerpo de literatura que demuestra la importancia de las emociones y su regulación

ha revelado que los déficits en los procesos regulatorios pueden mermar el

funcionamiento de los individuos, de cualquier edad, en múltiples áreas de la vida. De tal

forma, uno de los aspectos en los que se ha demostrado la influencia de la regulación

emocional y sus déficits es en el campo de la conducta alimentaria. Se ha señalado que el

comportamiento de ingesta se modifica cuando las personas aprenden a lidiar con las

emociones a través de los alimentos, lo que puede incidir de forma adversa en el estatus

corporal (Macht, 2008). A continuación, se describe el papel de la desregulación

emocional en el comportamiento alimentario en su asociación con el peso.


39

CAPÍTULO 3. DESREGULACIÓN EMOCIONAL E INGESTA EMOCIONAL: SU

RELACIÓN CON EL SOBREPESO Y LA OBESIDAD

3.1 Desregulación emocional: relación con el sobrepeso y la obesidad

La evidencia que muestra cómo las emociones influyen en la salud física ha

aumentado en los últimos años (DeSteno et al., 2013; Epel et al., 2016). Dentro de las

múltiples condiciones de salud en las que ha señalado que la desregulación emocional

juega un papel importante, se encuentra la obesidad y el sobrepeso. Sin embargo, los

hallazgos en esta área aún son inconsistentes y, en consecuencia, no está

suficientemente claro en qué medida existen alteraciones del procesamiento emocional en

las personas con sobrepeso y obesidad.

Diversos estudios señalan que los adultos con obesidad muestran mayores puntajes

de alexitimia, rasgo que se compone de dificultades para identificar y describir las

emociones propias y las de los demás, así como un estilo de pensamiento orientado a

detalles externos. Asimismo, las personas con obesidad con trastorno por atracón exhiben

niveles más bajos de conciencia emocional y mayores dificultades en el uso de

estrategias efectivas de regulación emocional, tales como la reevaluación y la aceptación

cognitiva, empleando en mayor proporción la supresión emocional (Fernandes et al.,

2018).

Por otra parte, Willem et al. (2019) señalan que, además de presentar mayores

dificultades en la regulación y menor conciencia emocional, los individuos con obesidad

se caracterizan por un déficit en la conciencia interoceptiva, es decir, se muestran menos

atentos a sus sensaciones corporales y estados emocionales.Los autores sugieren que el

mejor reconocimiento de los mensajes o señales corporales aumentaría la eficacia en la

conciencia emocional, lo que permitiría una regulación eficaz.


40

Otros estudios han revelado que los individuos con obesidad exhiben mayores

dificultades para identificar sus estados emocionales y una mayor tendencia a reaccionar

precipitadamente a los estados negativos, lo que exacerba el uso de la sobrealimentación

como estrategia para regular sus emociones, generando un aumento en el IMC

(Casagrande et al., 2019; Pink et al., 2019). Adicionalmente, las investigaciones en esta

área, apuntan a que el uso de la ingesta por emociones se incrementa cuando las

personas emplean, primordialmente, la supresión emocional (Evers et al., 2010; Görlach

et al., 2016).

Es así como las estrategias limitadas de regulación emocional, junto con la falta de

claridad para distinguir los estados emocionales, se encuentran implicadas en la ingesta

de alimentos. Se presume que los individuos con obesidad emplean la ingesta alimentaria

como un intento por regular o calmar sus emociones, lo que se considera una estrategia

desadaptativa (Gianini et al., 2013).

La relación entre la regulación emocional y la obesidad también se ha estudiado en

menores de edad. Las investigaciones sobre el tema en esta población se pueden dividir

en dos grandes grupos, el primero constituye los estudios en niños/as preescolares y, el

segundo, en población de preadolescentes y adolescentes. De esta forma, serán

descritos en las siguientes secciones.

Los resultados de los estudios en población preescolar son divergentes. Algunos

señalan que la desregulación emocional no muestra asociación con la obesidad en los

niños/as, como en el caso de la investigación dirigida por Hughes et al. (2015). En una

muestra de 187 diadas de padres y niños/as preescolares de cinco años, los autores se

propusieron indagar sobre la posible relación entre el funcionamiento ejecutivo, la

regulación emocional, la autorregulación alimentaria y el peso. Para evaluar la regulación


41

emocional emplearon dos tareas de laboratorio (demora de la gratificación y demora del

regalo), además de incluir el reporte parental y las medidas de autorregulación de la

ingesta. Encontraron que los puntajes obtenidos en las tareas de regulación emocional no

tuvieron relación con el IMC de los niños/as, y el desempeño en las tareas no predijo el

aumento de peso. Concluyeron que, por tratarse de un grupo de niños/as muy pequeños,

probablemente los padres hayan tomado la mayor parte de las decisiones sobre su

alimentación, por lo que las habilidades de regulación emocional de estos podrían no ser

un factor relevante en la explicación de la obesidad infantil. Los investigadores sugieren

que el sobrepeso y obesidad se explica en mayor medida por el ambiente, la alimentación

en el hogar y la actividad física.

Por el contrario, otros estudios han subrayado la importancia de las dificultades en la

regulación emocional en el desarrollo de la obesidad durante la infancia temprana.

Graziano et al. (2010) condujeron una investigación prospectiva, evaluando la regulación

emocional en niños/as de dos años y realizando un seguimiento a los cinco años. Los

niños/as se sometieron a dos tareas de frustración, una de demora de la gratificación y

otra de atención, además de incluir el reporte parental sobre regulación emocional. Se

encontró que los participantes con pobres habilidades de regulación emocional y de

control inhibitorio, y con una mayor sensibilidad por la recompensa, tenían más

probabilidades de ser clasificados con riesgo de sobrepeso u obesidad a los cinco años.

Además, sugirieron que son las habilidades de autorregulación (cognitivas, conductuales

y emocionales) las que predicen un aumento en el IMC de los niños/as.

De igual manera, los resultados del estudio de Power et al. (2016) mostraron que las

estrategias de regulación emocional durante una tarea de demora de la gratificación

estaban relacionadas con el peso en una muestra de 185 niños y niñas de cuatro y cinco
42

años. Los preescolares con niveles más altos de autorregulación en la tarea (es decir,

aquellos que exihibieron tiempos de espera más largos) también mostraron más

conductas de exclusión, restricción de movimiento y distracción. Los niños que

restringieron el movimiento tenían menor IMC, y los niños que estaban más enfocados en

la recompensa (por ejemplo, tocándola) tuvieron puntajes z más altos de IMC. Los

hallazgos de este estudio permitieron identificar las estrategias emocionales regulatorias

que influyen en mayor medida en el peso, sin embargo, una limitación fue centrar el

estudio en prácticas de afrontamiento observables, siendo posible que utilizaran tácticas

de regulación cognitivas, lo cual resulta difícil de evaluar en estas edades.

La ingesta de alimentos como forma de regulación ha sido analizada desde la

perspectiva del aprendizaje, denotando que son los padres quienes estarían utilizando los

alimentos como un medio para aliviar los estados emocionales de sus hijos/as. Al

respecto, Blissett et al. (2010) realizaron un estudio con 25 diadas de madres y niños/as

de entre tres y cinco años con el objetivo de medir la cantidad de comida que ingerían

frente a una situación en la que experimentaban estados emocionales negativos. Durante

el desempeño de la tarea, tenían a su alcance juguetes y alimentos distribuidos en

tazones. Las autoras reportaron que los niños/as cuyas madres les ofrecían alimentos

para regular las emociones negativas comieron más (especialmente alimentos altos en

densidad energética como galletas y chocolates) en ausencia de hambre, en comparación

de aquellos a quienes sus madres no les proporcionaban alimentos para aliviar su

malestar.

Por otro lado, en lo que respecta a los estudios que incluyen población tanto

preadolescente como adolescente, se puede anticipar que son escasos, lo que dificulta la
43

comprensión de la relación desregulación emocional y la obesidad en estas edades del

desarrollo vital.

Algunos estudios concuerdan en que los déficits regulatorios se asocian con la

obesidad solo cuando intervienen otras variables. Sirva de ejemplo el caso de Kelly et al.

(2016), quienes condujeron una investigación que tuvo como objetivo examinar las

asociaciones entre la alimentación sin control (loss-of-control eating) autoinformada, la

desregulación emocional, la masa corporal y la ingesta objetiva (la que puede ser

observada en un ambiente controlado) en una población de jóvenes con edades entre los

ocho y los 17 años. Para evaluar la desregulación emocional de los participantes, les

administraron dos tareas experimentales de alimentación y emplearon una medida de

informe parental. Los jóvenes que reportaron alimentación fuera de control tuvieron una

desregulación emocional más alta informada por los padres. Asimismo, la desregulación

emocional se asoció con una mayor ingesta de energía y con un IMC más alto. De

acuerdo con su explicación, los jóvenes que tienden a utilizar estrategias ineficaces para

el manejo de las emociones negativas son más propensos, tanto al consumo excesivo de

energía, como a la alimentación fuera de control, ya que estos comportamientos ofrecen

medios útiles a corto plazo para hacer frente a los estados afectivos adversos, de tal

manera que estos patrones de alimentación son los que a su vez promueven la ganancia

excesiva de peso a lo largo del tiempo. Además, los autores encontraron que los

problemas de desregulación emocional se presentaron en mayor medida en niñas y

jóvenes con sobrepeso u obesidad en comparación con sus pares varones. Sugieren que

esto tiene relación con algunos síntomas internalizados presentes en las mujeres con

respecto a una mayor preocupación por el peso y la figura corporal, más que con una

mayor ingestión de alimentos.


44

De igual forma, Pace et al. (2019) investigaron las diferencias entre niños/as con

obesidad y con peso normal (entre los seis y los 12 años) con respecto a las variables

regulación emocional, afecto negativo y estilos parentales maternos. Se administraron

cuestionarios a sus madres, quienes informaron que los niños/as con obesidad tenían

mayores niveles de afecto negativo, así como niveles elevados de labilidad emocional y

menores niveles de regulación emocional. De acuerdo con los autores, los niños/as con

obesidad a menudo exhiben dificultades para manejar y regular el afecto negativo, lo cual

predice la conducta alimentaria de riesgo. Sin embargo, Pace et al. (2019) reconocen que

existen muchas otras variables que pueden estar relacionadas con la obesidad del niño/a,

por ejemplo: variables socioeconómicas, salud mental de los padres, tamaño de la familia,

IMC de los padres, entre otras.

Por su parte Aparicio et al. (2016) llevaron a cabo una revisión de literatura sobre

el papel de la regulación emocional en la obesidad infantil que incluyó el análisis de

estudios observacionales y experimentales cuyos informantes fueron tanto niños/as como

padres. Encontraron que las estrategias de regulación emocional desadaptativas o

inefectivas conducen a los niños/as a un incremento de la ingesta de alimentos ricos en

azúcares y grasas (frente a estados emocionales displacenteros). Las probabilidades de

que estos desarrollen obesidad aumentan en conjunto con otros elementos, como el

sedentarismo, los modelos parentales poco saludables, el apego inseguro y un estilo

parental caracterizado por el alto control. Adicionalmente, señalaron que aquellos que

presentan sobrepeso u obesidad tienen mayores dificultades para distinguir entre el

hambre y la activación fisiológica ocurrida ante emociones negativas, como el estrés, lo

que conlleva a la ingesta en ausencia de hambre.


45

De esta forma, existen otras investigaciones que señalan que los problemas en la

regulación emocional inciden directamente en el desarrollo de la obesidad pediátrica

mediante patrones alimentarios deficientes. Isasi et al. (2013), en una población de

adolescentes con edades comprendidas entre los 11 y 16 años, estudiaron la asociación

entre la regulación emocional y diversas conductas, incluidos los patrones alimentarios y

de actividad física, empleando medidas de autoinforme para tal propósito. Se observó que

las mujeres que reportaron una menor capacidad de regulación emocional mostraron

mayores niveles de depresión y patrones de estilos de vida no saludables (incremento en

la ingesta de botanas o comida chatarra y mayor comportamiento sedentario). Estas

diferencias de sexo sugieren que las mujeres que usan estrategias de regulación

desadaptativas, o que carecen de estrategias adaptadas, consumen mayores cantidades

de alimentos ricos en energía, lo que puede contribuir a la obesidad.

Por otro lado Percinel et al. (2018) analizaron las diferencias en las habilidades de

reconocimiento y regulación emocional de jóvenes entre los 11 y 18 años, clasificados de

acuerdo con su IMC. Los participantes con obesidad exhibieron puntajes

significativamente más bajos de regulación emocional en comparación con los de peso

normal. De acuerdo con sus hallazgos, los jóvenes con obesidad exhiben mayores

dificultades en las habilidades de regulación emocional, lo que incrementa las

probabilidades de utilizar la ingesta como medio de afrontamiento.

Recientemente, los autores Debeuf et al. (2020) diseñaron un protocolo de intervención

para el tratamiento de la obesidad pediátrica. En congruencia con los hallazgos de esta

línea de investigación, el principal objetivo del protocolo es dotar a los participantes de

estrategias adaptativas de regulación emocional, que permitan a los niños/as responder

de forma eficaz al estrés.


46

Dada la revisión de literatura anterior, es posible concluir que existe un importante

grupo de estudios que no han hallado relación entre la obesidad y la desregulación

emocional, pues además de reconocerse que este último es un constructo amplio, se

comprende que la obesidad es una enfermedad multifactorial. Por otro lado, a partir de la

presente revisión teórica se observa que los estudios que corroboran una relación entre la

desregulación emocional y la obesidad proveen como principal explicación el uso de la

ingesta como estrategia para disminuir los estados emocionales negativos. Esta conducta

se ha estudiado de forma particular y se ha documentado como ingesta emocional, uno

de los estilos de alimentación encontrado comúnmente en las personas adultas con

obesidad, pero también en edades más tempranas. Por lo anterior, en el siguiente

apartado se abordarán las generalidades de la ingesta emocional.

3.2 Ingesta emocional: relación con el sobrepeso y la obesidad

La ingesta emocional, denominada en inglés como emotional eating (Arnow et al.,

1995), se ha traducido al castellano con el nombre de comer emocional (Garaulet et al.,

2012) o alimentación emocional (Ramírez y García-Méndez, 2017) y se define como la

conducta de comer en respuesta a las emociones negativas con la finalidad de aliviar el

malestar generado por el afecto negativo, en ausencia de señales fisiológicas de hambre

(Macht y Simons, 2011). Se considera una respuesta anormal ante emociones como el

enojo, el miedo, la ansiedad y el estrés, enfatizando el consumo de alimentos

especialmente ricos en grasas y azúcares (Evers et al., 2010; Frayn y Knäuper, 2018;

Macht et al., 2003; Torres y Nowson, 2007; van Strien et al., 2013; van Strien, 2018). Para

los propósitos de la presente investigación, se empleará el término ingesta emocional por

hacer referencia al consumo de alimentos, sin objetivos nutricionales, con el propósito de

disminuir el malestar emocional.


47

El constructo alimentación emocional o ingesta emocional tiene sus orígenes en la teoría

psicosomática descrita por Kaplan y Kaplan (1957), quienes propusieron que las personas

con obesidad comen en exceso para reducir su ansiedad, empleando esta conducta como

una forma de afrontamiento durante los momentos de estrés, en el que las personas

intentan comerse sus problemas empleando comida confortable (alimentos ricos en grasas

y azúcares). Si bien, estos postulados comenzaron dentro del marco teórico psicoanalítico,

también se han examinado desde otros paradigmas. Por ejemplo, de acuerdo con Macht

(2008) la suposición central de la teoría, es decir, que las emociones negativas inducen a

comer y como resultado se reducen, se puede explicar desde la perspectiva del

aprendizaje. Las emociones negativas representan los estímulos, el comer representa el

comportamiento operante, mientras que el efecto inducido por la alimentación que provoca

una reducción de emociones negativas (la consecuencia), funciona como el refuerzo

negativo. Así, comer se ha visto como una estrategia para mejorar el estado de ánimo

negativo, para enmascarar el estrés o para escapar de la autoconciencia aversiva.

La conducta de comer frente a emociones negativas es una respuesta paradójica desde

el punto de vista biológico, pues las reacciones ante estados emocionales negativos

generan la liberación de hormonas inhibidoras del hambre, lo que propicia la sensación de

saciedad y pérdida del apetito (Wing et al., 1990). Por el contrario, en la ingesta emocional

se observa un incremento en la conducta de comer, donde la experiencia de una emoción

negativa no es responsable de la ingesta alimentaria, sino la forma en la que se afronta tal

emoción, lo que se considera una respuesta inadaptada (Evers et al., 2010). Por lo anterior,

podría entenderse a la ingesta emocional como una forma o manifestación de la

desregulación emocional (Devonport et al., 2019; van Strien, 2018), aunque estos

constructos se han estudiado de forma independiente.


48

Al respecto del pobre funcionamiento de los sistemas fisiológicos, se señala que las

personas que presentan conductas de ingesta emocional tienen una respuesta inversa al

estrés (Gibson, 2012; van Strien et al., 2019). Investigaciones parecen apoyar la

explicación de que las personas que muestran una elevada conducta de ingesta

emocional responden al estrés con una hipoactivación del eje Hipotálamo-Pituitario-

Adrenal [HPA], generando síntomas neurovegetativos (atípicos) de aumento del apetito.

Bajo esta perspectiva, quienes incurren en la ingesta emocional no tienen la típica

reducción del hambre después del estrés, sino que suelen manifestar sensaciones de

hambre incluso más intensas (Torres y Nowson, 2007; van Strien et al., 2013). La

disfuncionalidad en el eje HPA también explicaría por qué las personas que presentan

ingesta emocional son más receptivas al valor reforzante de los alimentos y los utilizan

como medio para mitigar temporalmente los efectos del estrés y las emociones negativas

(Gibson, 2012; van Strien et al., 2019).

Finalmente, se ha señalado la complejidad para inducir emociones negativas en tareas

de laboratorio, que sean comparables en duración e intensidad a las experiencias

emocionales que se piensan causantes de la ingesta emocional en la vida real. Por lo que

en esta línea de investigación, también se utilizan observaciones clínicas y cuestionarios

de autoinforme y heteroinforme (Macht y Simons, 2011).

3.2.1 Ingesta emocional en adultos y adolescentes

Estudios han documentado la asociación entre la ingesta emocional y la obesidad en

adultos, con mayor prevalencia del sexo femenino (Devonport et al., 2019; Frayn y

Knäuper, 2018; Gianini et al., 2013; Gibson, 2012; Konttinen, 2020). Se reconoce que esta

conducta tiene un auge prioritario en la adolescencia y que existe una importante

diferencia de sexos, siendo las mujeres quienes reportan mayormente el uso de alimentos
49

ricos en grasas y azúcares en respuesta a las emociones negativas (Braet et al., 2008;

Hernán et al., 2015; Isasi et al., 2013; Nguyen-Michel et al., 2007). De acuerdo con

Orihuela et al. (2017), la adolescencia es un período en el que los jóvenes se enfrentan a

diversos factores estresantes de la vida y aún no han desarrollado una amplia variedad de

estrategias de afrontamiento, por lo que aquellos con poca regulación emocional tienen

más probabilidades de recurrir a la ingesta emocional, eligiendo preferentemente

alimentos de alta densidad energética que se asocia con aumento en el peso corporal.

Por otra parte, se ha reportado que la probabilidad de que las adolescentes muestren

un mayor uso de la ingesta emocional como estrategia regulatoria, incrementa en

presencia de un estilo parental negativo y sintomatología depresiva (van Strien, 2018), así

como con el rechazo materno (Vandewalle et al., 2016). Además de las variables

anteriores, también se ha discutido el papel del ambiente en el desarrollo de esta

conducta, pues la oferta elevada de alimentos con alto contenido calórico, es un fuerte

predictor de su consumo desmedido (Levitan y Davis, 2010).

3.2.2 Ingesta emocional en niños/as

En los niños/as, en contraste con las poblaciones que se revisaron anteriormente, la

prevalencia de la ingesta emocional es muy baja y los resultados en este grupo etario son

inconsistentes. Al respecto, es necesario hacer un paréntesis que permitirá aclarar el uso

de algunos términos en este trabajo. La población objetivo del presente estudio son los

preadolescentes, pues en esta fase del desarrollo ya se comienzan a observar cambios

en el proceso de autoregulación que no dependen de alguien más, pues comienzan a

tener un mayor control sobre sí mismos, tanto en sus cogniciones como en sus

emociones, además de comportarse de acuerdo con las demandas sociales de su

contexto. Sin embargo, muchas investigaciones sobre el tema, se refieren a niños/as sin
50

especificar la fase de la infancia en la que se encuentran (por ejemplo, infancia inicial,

intermedia o preadolescencia). Por tal motivo, a lo largo de esta tesis se utilizará el

término genérico de niños/as cada que se analicen estudios cuyos autores no hayan

especificado la fase del desarrollo que están estudiando (lo cual puede entrañar niños y

niñas de entre 0 y 12 años). Por otra parte, se usará el nombre correspondiente cuando sí

exista alguna clasificación específica (por ejemplo, niños/as en la infancia temprana, si los

autores así lo señalan); y se empleará el término preadolescentes cuando se trate de los

datos y del conocimiento generado en esta tesis.

Algunos de los estudios señalan una importante relación entre la ingesta emocional y el

incremento del IMC. Por ejemplo, Webber et al. (2009) en una muestra de niños/as con

edades entre los siete y los 12 años, administraron un instrumento de informe parental

(Cuestionario de la Conducta Alimentaria de los Niños, [CEBQ]) para indagar acerca de

los estilos de alimentación. Se observó un mayor puntaje en las conductas de disfrute de

la comida y alimentación emocional, así como una menor capacidad de respuesta a las

señales de saciedad interna en los grupos con mayor peso. No se encontraron diferencias

por edad, sexo o nivel educativo de los padres. Los autores señalaron que los niños/as

con obesidad tienden a comer más rápidamente y responden mejor a las señales

externas de los alimentos. Además, sugieren que el riesgo de padecer obesidad aumenta

cuando exhiben una respuesta hiperfágica frente al estrés y la angustia, debido a que los

estados emocionales negativos tienden a favorecer el consumo de alimentos dulces o

grasos.

Las investigaciones de Croker et al. (2011) y Santos et. al (2011) en población con

edades entre los seis y 12 años, conforman otra gama de ejemplos que refuerzan los

hallazgos anteriores. En ambas investigaciones se empleó el CEBQ para evaluar las


51

diferencias en la conducta de ingesta entre niños/as con obesidad y con peso normal. Los

padres de niños/as con obesidad mantuvieron la tendencia de reportar puntuaciones más

altas para las conductas relacionadas con la proingesta (respuesta a los alimentos,

disfrute de la comida, sobrealimentación emocional y deseo de beber) mientras que las

conductas de antiingesta (rechazo a los alimentos, respuesta de saciedad y lentitud en la

alimentación) estuvieron inversamente relacionadas con el IMC. Una explicación de estos

hallazgos es que los niños/as con mayor IMC tienen comportamientos alimentarios

obesogénicos, es decir, estos tienden a comer más en ausencia de hambre y responden

con mayor frecuencia a las características externas de los alimentos, además de mostrar

un detrimento en su respuesta de saciedad.

De acuerdo con Power et al. (2020) la ingesta emocional influye en el peso del niño/a a

través del consumo de calorías generadas como respuesta al estrés. Sin embargo, los

factores que explican la predilección de la ingesta emocional con obesidad son menos

claros. Siguiendo a los autores, estos podrían ser el resultado de cambios biológicos

debido al aumento del IMC en los niños/as (por ejemplo, la baja sensibilidad a la leptina)

que conducen a una mayor ingesta. No obstante, también podrían deberse a factores

ambientales, como la posibilidad de que alimentos con alta densidad energética se

encuentren más disponibles o accesibles en hogares de niños/as con obesidad, que estos

experimenten mayores niveles de estrés en el hogar o que las percepciones de los padres

sobre la alimentación emocional estén influenciadas por el peso, lo que puede conducir a

prácticas parentales de alimentación que involucren el uso de alimentos como

recompensa o como ayuda para aliviar estados emocionales (Farrow et al., 2015).

Con respecto a lo anterior, se demostró que los padres que tienen prácticas de

alimentación emocional con sus hijos/as aumentan las probabilidades de ocurrencia de


52

ingesta emocional. Un estudio realizado por Steinsbekk et al. (2018) con una muestra de

niños/as evaluados a los cuatro años y con un seguimiento a los seis, ocho y 10 años,

examinó cómo las prácticas alimentarias de los padres conducen al desarrollo de la

ingesta emocional y cómo esta conducta mantiene a su vez la conducta parental. Si bien

los niveles de alimentación emocional reportada por los padres fueron bajos, aquellos que

señalaron su uso incidieron notablemente en la conducta de ingesta emocional de los

hijos/as, que a su vez incrementaron su IMC a lo largo de las mediciones. Steinsbekk et

al. (2018) señalaron que los padres tienen más probabilidades de alimentar

emocionalmente a un niño/a que se calma fácilmente con la comida aumentando con el

tiempo el uso de tales prácticas de alimentación. La asociación entre la emoción y la

comida puede reforzarse repetidamente y, por lo tanto, fortalecerse aún más a través de

una relación bidireccional y en cascada entre el estilo parental de alimentación emocional

y la ingesta emocional. Presumiblemente, la asociación entre comida y emoción no solo

se refuerza en el niño/a, sino también en los padres, pues ofrecer comida para calmar las

emociones de otra persona tiene como objetivo regular las emociones tanto del receptor

como las del proveedor. De tal manera, se asocian los alimentos con el aumento de las

emociones positivas y la disminución de las negativas, lo que la convierte en una

herramienta para la regulación.

En contraste, las investigaciones que miden la propia percepción de los niños/as con

relación a la ingesta emocional mediante el autoinforme reportan en su mayoría que esta

conducta no se relaciona con el grupo de IMC. Como ejemplo de lo anterior, se describe

el estudio de van Strien y Oosterveld (2008). Estos autores evaluaron la alimentación

restrictiva, emocional y externa, mediante la aplicación de un cuestionario a niños/as con

un rango de edad de siete a 12 años. En todos los grupos, excepto en la muestra de

niños/as con sobrepeso, la alimentación externa fue el comportamiento alimentario más


53

frecuente, seguido de la alimentación restrictiva, mientras que la ingesta emocional fue

poco frecuente. Los autores proponen que la baja prevalencia de la ingesta emocional

puede indicar que la mayoría muestra una reacción biológicamente natural a los

estresores emocionales (la pérdida de apetito cuando se sienten solos, deprimidos o

asustados), debido a que la mayoría de los estados de excitación reducen la actividad

intestinal, por lo que la ingesta emocional, para la mayoría de las personas, comienza en

etapas más tardías de la vida, particularmente en la transición hacia la vida adulta.

Agregan que la ingesta emocional se asocia con el aumento de peso sólo en las personas

que han experimentado eventos negativos en la vida y han empleado la ingesta como

método para aliviar su malestar.

Otras investigaciones parecen mantenerse en la misma línea descrita por van Strien y

Oosterveld (2008). Por ejemplo, Braet et al. (2008) indagaron las diferencias sobre los

estilos de alimentación entre niños/as y adolescentes con obesidad y peso normal con un

rango de edad entre los siete y 18 años. La alimentación emocional y la externa

estuvieron relacionadas con la edad y el sexo, pues fueron las adolescentes con

sobrepeso las que mostraron mayores puntuaciones de ingesta emocional en

comparación con el grupo de peso normal. Este estilo alimentario en las adolescentes

difiere en comparación con los niños y niñas, ya que no se encontraron diferencias de

esta conducta entre los diferentes grupos de IMC. En un estudio previo Braet et al. (2007)

analizaron la asociación entre el reporte parental y el reporte de los niños/as con respecto

a la ingesta emocional en población infantil. La correlación entre ambos informantes fue

moderada, donde tanto los niños/as con sobrepeso y obesidad como sus padres

informaron una mayor ocurrencia de ingesta emocional. Los autores recomiendan la

evaluación conjunta con los padres e hijos/as, ya que éstos últimos pueden ofrecer

estimaciones poco confiables sobre su comportamiento.


54

Por otra parte, Jalo et al. (2019) realizaron un estudio transversal donde examinaron la

asociación de la ingesta emocional, la conducta saludable y la obesidad en niños/as con

edades entre los nueve y los 11 años provenientes de 12 países. La ingesta emocional y

el IMC no mostraron ninguna asociación. De acuerdo con los autores, los pequeños

experimentan una pérdida de apetito cuando se enfrentan a estresores emocionales.

Concluyeron que a pesar de que la conducta de ingesta emocional puede llevar a

patrones alimentarios no saludables, las consecuencias como la ganancia de peso, solo

se observarán años más tarde, en el transcurso de la vida.

Finalmente, si bien los autores sugieren que una mayor desregulación emocional

supone el incremento del uso de la ingesta emocional como método de afrontamiento,

solo un estudio, de acuerdo con la revisión realizada hasta el momento, ha indagado

acerca de las dificultades en la regulación emocional (reactividad e inhibición) y la ingesta

emocional (incluyendo también la alimentación externa, es decir, comer en respuesta de

señales que generan los alimentos cuando no existe una señal fisiológica de hambre).

Harrist et al. (2013) evaluaron a niños y niñas de entre siete y ocho años, mediante

autoinformes. Hallaron una asociación positiva entre la desregulación emocional con la

alimentación externa y la ingesta emocional. Particularmente, una mayor reactividad

emocional se relacionó consistentemente con ambas formas de alimentación, mientras

que la inhibición mostró una baja correlación. Sus hallazgos proponen que los niños/as

con mayor reactividad emocional poseen menores estrategias para afrontar

adecuadamente las emociones incómodas, lo que incrementa la probabilidad de emplear

alimentos para calmar los estados emocionales negativos.

Se observa que, en los menores, los resultados sobre la relación entre el IMC con las

variables desregulación emocional e ingesta emocional arrojan resultados inconsistentes


55

que dependen, en gran medida, de los tipos de estudio (experimentales y no

experimentales), de los métodos de evaluación (registros observacionales, heteroinformes

que responden los padres o autoinformes que contestan los niños/as) o de la edad de los

menores (infancia temprana, intermedia o tardía). Este estudio pretende insertarse dentro

de esta línea de investigación al indagar acerca de la posible relación entre la obesidad y

el sobrepeso y algunos de sus correlatos dentro de la dimensión afectiva, al incluir dos

constructos que comparten un alto contenido teórico (la desregulación emocional y la

ingesta emocional), pero que han surgido de dos paradigmas independientes.


56

MÉTODO

Planteamiento del problema

La obesidad es una enfermedad crónica multicausal y compleja, que requiere atención

debido a su alto costo sanitario, económico y social. La inclusión de los componentes

psicológicos, sociales, culturales y económicos dentro de su abordaje han incrementado

el conocimiento sobre esta enfermedad y las consecuencias que genera en los individuos

y sociedades que la padecen.

En México, el aumento de casos en la población infantil (entre los cinco y los 19 años,

de acuerdo con la ENSANUT 2018, INSP, 2019) a lo largo de últimas décadas es

alarmante. Sin dejar de lado la presión continua que existe en el mercado comercial para

consumir productos de alto contenido energético, ni la influencia cultural en la

alimentación, los factores psicológicos individuales han llamado la atención de la

comunidad científica. Particularmente, aquellos que corresponden al contexto afectivo,

donde la desregulación emocional desempeña un papel protagónico al ser una variable

que mantiene y predice distintos tipos de problemas alimentarios (Monell et al., 2018;

Ruscitti et al., 2016); y cuya relación con el sobrepeso y la obesidad sigue siendo

controversial.

Si bien, la revisión de literatura realizada hasta este momento permite reconocer el

papel de las emociones al elegir qué alimentos consumir, en qué cantidad y por qué, se

han encontrado resultados contradictorios sobre la posible relación entre la desregulación

emocional y la obesidad. Las investigaciones en el área señalan que los niños/as con

obesidad solo denotan mayores niveles de desregulación emocional cuando se hace

referencia específicamente al campo de la conducta alimentaria (Aparicio et al., 2016;

Kelly et al., 2016; Pace et al., 2019; Percinel et al., 2018).


57

Dado lo anterior, la explicación más frecuente sobre cómo la desregulación emocional

genera consecuencias negativas para el desarrollo de la obesidad, es mediante la ingesta

para aliviar o calmar el malestar emocional ocasionado por emociones como la tristeza, el

enojo, la preocupación o la ansiedad, conducta que se conoce como ingesta emocional

(Evers et al., 2010; van Strien, 2018). Particularmente, entre los seis y 12 años, las

investigaciones sobre la relación entre la ingesta emocional y el IMC muestran resultados

inconsistentes. Casi todos los estudios que han reportado una relación positiva entre las

variables (Croker et al., 2011; Santos et al., 2011; Webber et al., 2009) han empleado

instrumentos de informe parental. Sin embargo, otras investigaciones que obtuvieron la

información mediante el autorreporte (Braet et al., 2008; Jalo et al., 2019; van Strien y

Oosterveld, 2008) encontraron una baja prevalencia de ingesta emocional en esta

población.

Debido a que todavía son pocos los estudios que han indagado acerca de la relación

entre la desregulación emocional, la ingesta emocional y el IMC en menores; y a que los

resultados no se han replicado con consistencia, el propósito de este estudio es conocer

si existe relación entre el IMC con los constructos psicológicos desregulación emocional e

ingesta emocional, en preadolescentes mujeres y hombres de la Ciudad de México. Para

subsanar algunas de las limitaciones en la instrumentación que han presentado algunos

estudios dentro de esta línea de investigación, las variables de interés se medirán a partir

de la percepción de los menores, así como de sus padres.

Pregunta de investigación

¿Existe relación entre el la obesidad y el sobrepeso con la desregulación emocional e

ingesta emocional, en mujeres y hombres preadolescentes?


58

Objetivo general

Conocer si existe asociación entre la obesidad y el sobrepeso con las variables

desregulación emocional e ingesta emocional, en una muestra de mujeres y hombres

preadolescentes.

Objetivos específicos

- Conocer la prevalencia de sobrepeso y obesidad en preadolescentes, mujeres y

hombres.

- Conocer si existen diferencias en los niveles de desregulación emocional e ingesta

emocional entre mujeres y hombres preadolescentes.

- Comparar los niveles de desregulación emocional e ingesta emocional reportados

por los preadolescentes, mujeres y hombres, de acuerdo con su IMC (peso normal,

sobrepeso y obesidad).

- Comparar los niveles de desregulación emocional e ingesta emocional reportados

por los padres, madres o cuidadores con respecto a la clasificación del IMC (peso

normal, sobrepeso y obesidad) de los preadolescentes.

- Indagar sobre la posible relación entre el IMC y las variables desregulación

emocional e ingesta emocional, reportadas tanto por los preadolescentes, como por

sus padres o cuidadores.

Hipótesis

Hi1: Existirá relación positiva entre la obesidad, el sobrepeso y la desregulación

emocional.

H01: No existirá relación positiva entre la obesidad, el sobrepeso y la desregulación

emocional.

Hi2: Existirá relación positiva entre la obesidad, el sobrepeso y la ingesta emocional.


59

H02: No existirá relación positiva entre la obesidad, el sobrepeso y la ingesta emocional.

Participantes

Se trabajó con una muestra de preadolescentes, seleccionada mediante un muestreo

no probabilístico de tipo intencional, conformada por 400 preadolescentes mujeres y

hombres con edades comprendidas entre los nueve y los 12 años (227 mujeres, 𝑥̅ =10.69

años, s=0.731; 173 hombres 𝑥̅ =10.82 años; s=0.729). En la muestra total se observó un

promedio de edad de 𝑥̅ =10.75 (s=0.73), y una mediana y moda de 11 años (Tabla 3). Se

efectuó una prueba ji cuadrada para comparar las frecuencias entre sexos, la cual arrojó

que existieron diferencias significativas entre mujeres y hombres (χ² = 7.290, p < .01).

Tabla 3

Frecuencias de edad y sexo

Sexo
Edad (años) Mujeres Hombres Total
n % n % n %

9 7 3.1 5 2.9 12 3.0

10 86 37.9 49 28.3 135 33.8

11 105 46.3 91 52.6 196 49.0

12 29 12.8 28 16.2 57 14.2

Total 227 100 173 100 400 100

Se recolectó una muestra de 523 participantes, de los cuales se eliminaron 114 debido

a que sus padres o tutores no respondieron los cuestionarios en su totalidad. Otros nueve

se eliminaron debido a que los/las preadolescentes decidieron no colaborar en el estudio

haciendo uso de su derecho a la participación voluntaria. Así, se conformó la muestra final

de 400 participantes, cuyos padres o tutores completaron todas las preguntas de los
60

cuestionarios psicométricos. Sin embargo, sólo 220 informaron su edad y su relación de

parentesco con el/la preadolescente. De esos 220 datos, 192 (87.3%) fueron madres, 23

(10.5%) padres, tres (1.4%) abuelas, un (0.5%) tío y un (0.5%) tutor legal. La edad osciló

entre 24 y 67 años con un promedio de 37.6 años (s=7.04) y una mediana de 37 años.

Los preadolescentes provenían de nueve escuelas primarias de turno matutino de las

alcaldías Coyoacán, Iztapalapa y Cuauhtémoc de la Ciudad de México. Siete de ellas

pertenecían a escuelas primarias de carácter público, mientras que dos pertenecían al

sector privado (Tabla 4).

Tabla 4

Distribución de la muestra por las características de la escuela

Escuela Alcaldía Sexo Grado Total

Mujer (n) Hombre (n) 5° 6°

Primaria 1 Coyoacán 34 35 33 36 69

Primaria 2 Coyoacán 49 42 47 43 91

Primaria 3 Coyoacán 18 12 7 23 30

Primaria 4 Coyoacán 25 13 17 21 38

Primaria 5 Coyoacán 54 23 48 29 77

Primaria 6 Iztapalapa 9 15 8 16 24

Primaria 7 Iztapalapa 10 7 12 5 17

Primaria 8 Coyoacán 13 6 4 15 19

Primaria 9 Cuauhtémoc 18 17 13 12 35

Nota. Se omite el nombre de las escuelas para respetar su anonimato.


61

Criterios de inclusión
Preadolescentes.
Preadolescentes mujeres y hombres que cursen los niveles de quinto y sexto de

primaria de acuerdo con el Sistema Educativo en México (Secretaría de Educación

Pública [SEP], 2019), que tengan entre nueve y doce años de edad.

Contar con habilidades de lectoescritura necesarias para la lectura y comprensión de

los cuestionarios.

Otorgar por escrito el asentimiento informado de participación voluntaria.

Presentar el consentimiento informado firmado por alguno de sus padres o tutores

legales.

Padres.
Contar con las habilidades de lectoescritura necesarias para comprender y responder

los ítems de los cuestionarios.

Firmar el consentimiento informado para autorizar su participación.

Criterios de exclusión
Preadolescentes.
Presentar algún impedimento de cualquier clase para participar en el estudio (previo

aviso de los profesores de las escuelas, de los padres o tutores), por ejemplo, estar

enfermos al momento de la aplicación.

Padres.
Informar sobre cualquier impedimento para responder los instrumentos de medición por

cuenta propia.
62

Criterios de eliminación
Preadolescentes.
No completar los cuestionarios de autoinforme correspondientes.

Abandonar la investigación una vez comenzada.

Padres.
No responder en su totalidad los cuestionarios.

Abandonar la investigación una vez comenzada.

Consideraciones éticas

La participación en este estudio, tanto de los menores como de sus padres, fue

voluntaria y anónima. Se garantizó la confidencialidad de los datos proporcionados por los

participantes. Durante todo el proceso de la investigación, la autora de esta tesis se apegó

estrictamente a los lineamientos éticos nacionales (Sociedad Mexicana de Psicología,

2010) e internacionales (American Psychological Association, 2017). Antes de realizar el

estudio, se desarrolló una tabla de riesgos y beneficios que los preadolescentes y padres

de familia podrían obtener de su participación (Tabla 5). La tabla sirvió para incluir en el

estudio diversas recomendaciones para disminuir los posibles efectos de iatrogenia que

se pudiera ocasionar.
63

Tabla 5

Riesgos y beneficios de los participantes

RIESGOS BENEFICIOS
• Dada la invitación a los padres para • Los resultados de la presente investigación
participar, estos podrían sentirse pueden brindar información relevante a los
inseguros para brindar su colaboración y padres sobre la alimentación y estado
la de sus hijos, ya que se solicitaron datos nutricional de sus hijos, ya que son
personales (nombre, parentesco y edad). indicadores objetivos que posibilitan la toma
Por ende, en colaboración con las de decisiones en beneficio de la salud de los
autoridades de las escuelas, se extendió preadolescentes.
una invitación específica que aseguraba la • Los directores de cada plantel recibieron las
confidencialidad de su participación, así mediciones antropométricas de los
como la entrega de un consentimiento participantes, así como el reporte de datos
informado en el que se explicaron los sobre frecuencia de edad, sexo e IMC.
alcances académicos del estudio y se • Se invitó a los participantes a asistir a un
señalaron los datos de contacto taller sobre alimentación y emociones dentro
correspondientes para la aclaración de del plantel escolar (previo consentimiento de
dudas. las autoridades escolares). Sin embargo, la
• Las mediciones antropométricas podrían realización del taller está pendiente al
hacer sentir incómodos a los momento en el que se presenta esta tesis,
preadolescentes. Es por ello que, antes de dada la suspensión de actividades
tomarlas, se explicó a los participantes ocasionada por la emergencia sanitaria por
cómo se llevaría a cabo esta actividad, el COVID-19. Se realizó la reprogramación
asegurando que ésta se realizaría en un tentativa de dicha actividad para el ciclo
salón distinto al aula de clases. Se les escolar 2021-1.
brindó, en todo momento, el espacio y el • La información personal se mantuvo en
apoyo para que se expresaran si sentían estricta confidencialidad con el
alguna incomodidad. Además, se solicitó correspondiente manejo ético de protección
su asentimiento escrito en el que se de datos.
especificaba que podían abandonar la
64

actividad, sin repercusiones, en cualquier


momento.
• Los preadolescentes podrían hacer
comentarios despectivos a sus
compañeros al respecto del peso o talla.
Para prevenir esto, las mediciones se
hicieron de forma individual en un espacio
seguro y privado.

Diseño y tipo de estudio

Diseño ex post facto, debido a que no hay manipulación de variables ni establecimiento

de causalidad entre las mismas (Montero y León, 2005) de tipo transversal.

Instrumentos

Instrumentos que respondieron los preadolescentes de ambos sexos

Escala de Desregulación Emocional, versión corta (EDS-short; Powers et al., 2015)

adaptada a población de niños/as y adolescentes mexicanos (Contreras-Valdez et al.,

2018), se trata de un cuestionario de autoinforme que consta de 12 ítems para medir

desregulación emocional. Cada ítem describe un indicador de desregulación emocional y

posee una escala numérica de cinco opciones de respuesta (de 0 = muy poco o nada, a 4

= mucho); a mayor puntuación, mayor desregulación. En el estudio original en población

mexicana, la EDS-short mostró un alfa de Cronbach de 0.90, mientras que en el presente

estudio fue de α = 0.89 (Anexo A).

Instrumento por Viñetas para Evaluar Riesgo de Ingesta Emocional en Niños (Garza et

al., 2018). Es un instrumento válido para evaluar el riesgo de ingesta emocional en

niños/as mexicanos de ocho a once años. Se presentan a los participantes 10 historias

cortas, o viñetas, con una escala de tres opciones de respuesta: siempre, algunas veces y
65

nunca. El riesgo de ingesta emocional se identifica con la suma de puntos obtenida en las

viñetas, seis o más puntos, implican un mayor riesgo de ingesta emocional. En el estudio

original con población mexicana se observó un alfa de Cronbach de 0.70., mientras que

en este estudio fue de α = 0.77 (Anexo B).

Instrumentos que respondieron los padres, madres y cuidadores

Escala de Desregulación Emocional, versión corta (EDS-short; Powers et al., 2015),

validada en población de niños/as y adolescentes mexicanos por Contreras-Valdez et al.

(2018) y adaptada para padres, madres y cuidadores exclusivamente en la presente

investigación. Por tratarse de un estudio que toma en cuenta tanto el reporte de los

menores, como el de sus padres o tutores, se adaptaron los ítems de la EDS-short para

conformar un heteroinforme que pudieran responder ambos. Se ajustaron los enunciados

para que las preguntas guardaran concordancia gramatical. Por ejemplo, se modificó el

término “Cuando estoy molesto” por “Cuando mi hijo(a) está molesto(a)”; “Cuando mis

emociones son fuertes” por “Cuando las emociones de mi hija(o) son fuertes”, etc. Se

utilizó la misma escala de respuesta (cinco opciones, de 0 a 4) con la finalidad de medir

de forma similar el constructo desregulación emocional. La EDS-short adaptada para

padres y tutores mostró un alfa de Cronbach de 0.94 (Anexo C).

Cuestionario de la Conducta Alimentaria de los niños/as (CEBQ, Children’s Eating

Behavior Questionarie) elaborado por (Wardle et al., 2001). Se trata de un cuestionario

diseñado para ser contestado por los padres o cuidadores respecto al comportamiento

alimentario de sus hijos/as. En la adaptación y validación realizada por Calderón (2014)

para población mexicana infantil y adolescente, la prueba cuenta con cinco factores para

medir la percepción de los padres sobre la ingesta emocional de los niños/as. En esta

tesis solo se utilizó un factor que se denomina Respuesta de saciedad/ interés por el
66

alimento/ sobrealimentación emocional (α = 0.83 en el estudio original; α = 0.82 en este

estudio) debido a que evalúa el control que tiene el niño/a para regular su ingesta y el

aumento en la conducta de comer bajo emociones negativas. Por otra parte, para añadir

más evidencia en la medición de la ingesta emocional, se tomó en cuenta la pregunta 15

“Mi hijo/a come más cuando está ansioso/a” debido a que contribuye a medir de manera

acertada la variable ingesta emocional, de acuerdo con la propuesta original de los

autores pioneros en el estudio de esta variable (Kaplan y Kaplan, 1957). No se tomó en

cuenta el factor completo al que pertenece este ítem (subalimentación/sobrealimentación

emocional) porque las demás preguntas no corresponden teóricamente al constructo

ingesta emocional (por ejemplo: a) mi hijo/a come más cuando está feliz, b) mi hijo/a

come menos cuando está enojado, etc., Anexo D).

Medición antropométrica

La medición de peso se obtuvo mediante una balanza digital marca OMRON, modelo

HN-289, con una capacidad de 150 kg y un grado de precisión de 100 gramos. La medida

de talla se obtuvo mediante un estadiómetro de pared marca OMRON de dos metros, con

una precisión de 1 mm.

Definición conceptual de variables

Desregulación emocional: deficiencias en la regulación emocional con tendencia a que

las emociones se descontrolen, cambien rápidamente, se expresen en formas intensas y

no modificadas o abrumen tanto la capacidad de afrontamiento, como la de razonamiento

(Bradley et al., 2011).

Ingesta emocional: conducta de comer como respuesta ante emociones negativas, con

la finalidad de aliviar el malestar generado por el afecto negativo, en ausencia de señales

fisiológicas de hambre (Macht y Simons, 2011).


67

Sobrepeso y obesidad: acumulación excesiva de grasa que puede ser perjudicial para

la salud (OMS, 2020a).

Definición operacional de variables

Desregulación emocional: en los preadolescentes se obtuvo a partir de la suma de los

12 reactivos de la EDS-short. En los padres, se calculó al sumar los 12 ítems de la versión

adaptada para padres de la EDS-short.

Ingesta emocional: en el caso de los preadolescentes, la suma de los puntajes

obtenidos en las diez historias del Instrumento por Viñetas para Evaluar el Riesgo de

Ingesta Emocional. Para los padres, consistió en la suma de nueve preguntas

correspondientes al factor “Respuesta de saciedad/ Interés por el alimento/

Sobrealimentación emocional”. De forma independiente, también se consideró el puntaje

del reactivo 15 “Mi hijo/a come más cuando está ansioso/a”.

Sobrepeso y obesidad: se obtuvo al calcular el IMC mediante la fórmula kg/m2 (peso

medido en kilogramos, sobre la talla al cuadrado medida en metros), el valor resultante se

ubicó en la tabla percentilar de acuerdo con el sexo del participante según los criterios

propuestos por la OMS (de Onis, et al., 2007). A los participantes que obtuvieron valores

entre 85-96.9 se les clasificó en el grupo de sobrepeso, mientras que el grupo de

obesidad se conformó por aquellos que puntuaron valores igual o mayores al percentil 97.

Procedimiento

La recolección de datos se llevó a cabo durante los meses de octubre, noviembre y

diciembre del 2019, y enero del 2020. Se solicitó el acceso a nueve escuelas primarias, a

las que se acudió para explicar a directivos y maestros el objetivo de la investigación, así

como obtener el consentimiento para trabajar con los alumnos y sus padres. Una vez

obtenida la autorización, se procedió a invitar a los padres y tutores. Debido a la dificultad


68

para llevar a cabo este paso de manera presencial, ya que ningún plantel accedió a

brindar un espacio exclusivo para el trabajo con padres y tutores, las cartas de

consentimiento informado (Anexo E), junto con los instrumentos psicométricos de

heteroinforme, fueron enviados a los padres y tutores. Se explicó a cada directivo la forma

en que los padres debían responder los cuestionarios, y se brindaron indicaciones

específicas que fueron transmitidas a los profesores de cada grupo. Los docentes

entregaron la batería de instrumentos directamente a los padres o tutores, y fueron ellos

mismos quienes la devolvieron a las autoridades de la escuela.

Tras obtener tanto el consentimiento de los padres y cuidadores, como sus respuestas

de los cuestionarios psicométricos, se procedió a trabajar con los preadolescentes a

quienes se les dio una carta de asentimiento previo a su participación (Anexo F).

Posteriormente, a los que decidieron colaborar en el estudio, se les administraron los

instrumentos psicométricos dentro de sus salones de clases y se tomaron sus medidas

antropométricas de peso y talla en salones independientes. Las jornadas de aplicación se

realizaron en dos días por cada escuela. Durante el primer día se llevó a cabo la

administración de los cuestionarios de autoinforme, así como la obtención de la talla y

peso corporal de los alumnos/as de quinto año, mientras que en el segundo día se

realizaba el mismo procedimiento para los pertenecientes al sexto año escolar.

La aplicación de los instrumentos se realizó de forma colectiva y estuvo a cargo de la

autora de este trabajo. En una ocasión, se contó con la ayuda de una estudiante de

séptimo semestre de la licenciatura en Psicología de la Facultad de Psicología de la

UNAM. Durante la aplicación participaron un promedio de 10 a 25 alumnos por cada

grupo.
69

Se indicaba a los participantes que guardaran el material con el que estaban

trabajando, dejando en su banca únicamente un lápiz, proporcionándoles uno en caso de

no tenerlo. Se repartían los cuestionarios y se señalaban las instrucciones en voz alta

para cada instrumento, dejando abierta la posibilidad de resolver cualquier duda. Se les

solicitaba que levantaran su mano cuando terminaran, con el objetivo de recoger los

cuestionarios y verificar que se hubiesen contestado de manera adecuada. Para controlar

los posibles efectos de acarreo de la aplicación, los cuestionarios se administraron en

diferente orden (para quinto grado, EDS-short e Instrumento por Viñetas; para sexto

grado, Instrumento por Viñetas y EDS-short).

La báscula y el estadiómetro se colocaron en salones distintos a los que se usaban

para tomar clases, con el propósito de conformar un ambiente más privado. Los directores

del plantel asignaron espacios como bibliotecas, salones de usos múltiples, salones de

inglés y bodegas para la actividad de toma de medidas antropométricas. La responsable

de este proyecto fue la encargada de realizar las mediciones, estando siempre

acompañada de una persona designada por el director de los planteles, para seguridad de

los alumnos y de la autora de este trabajo.

Se solicitó que los participantes salieran del salón de clases de manera individual para

la toma de medidas. Para obtener el peso, se pidió a los participantes retirarse el calzado,

así como cualquier prenda que pudiere alterar significativamente la medición, como

chamarras, bufandas o suéteres. Se les indicó no llevar cualquier objeto que pudiese

ocasionar un sesgo, como monedas, celulares, llaves, gomas o juguetes.

Para obtener la medida de talla, se pidió a cada participante colocarse debajo del

estadiómetro, de espaldas a la pared, con talones juntos y en posición recta, con mirada

al frente. La base del estadiómetro se colocaba encima de la cabeza de cada participante.


70

En el caso de las preadolescentes, se solicitó desprenderse de moños o broches que

impidieran colocar la punta del estadiómetro sobre su cabeza. Los milímetros fueron

redondeados para obtener una medida en centímetros.

Análisis de datos

El análisis de los datos se realizó mediante el paquete estadístico IBM SPSS versión

22. En primer lugar, se realizó un análisis exploratorio para corroborar que no existieran

errores de captura. Los participantes se clasificaron de acuerdo con el IMC, mediante la

fórmula IMC = peso (kg) / talla2 (m). Posteriormente, haciendo uso de las tablas

percentilares de la OMS (de Onis et al., 2007) se ubicó el IMC de cada participante (eje de

las ordenadas), y la edad en años y meses (eje de las abscisas), de acuerdo con el sexo

correspondiente. La clasificación se realizó con los siguientes percentiles: <14.9 = bajo

peso; 15-84.9 = peso normal; 85-96.9 = sobrepeso y >97 = obesidad.

La muestra total se clasificó en cuatro grupos de acuerdo con el IMC obtenido

mediante la fórmula kg / m2. El grupo uno (correspondiente a bajo peso) representó

7.8% de la muestra, el grupo dos (peso normal) correspondió a 53.8% de la población,

el grupo (sobrepeso) representó 24.3% del total, mientras que el grupo cuatro

(obesidad) conformó 14.3% del total de participantes (Tabla 6).


71

Tabla 6

Frecuencia de sexo y clasificación de acuerdo con el Índice de Masa Corporal

Sexo
Clasificación
Mujeres Hombres Total
de IMC
n % n % n %
Bajo peso 15 6.6 16 9.2 31 7.8
Peso normal 126 55.5 89 51.4 215 53.8
Sobrepeso 53 23.3 44 25.4 97 24.3
Obesidad 33 14.5 24 13.9 57 14.3

Total 227 100 173 100 400 100

Para los análisis posteriores, se excluyó al grupo de bajo peso con el propósito de

conformar un continuo de la variable IMC que oscilara entre la funcionalidad (peso

normal) y la disfuncionalidad (obesidad). Tras eliminar a los 31 participantes con bajo

peso, se efectuó una prueba t de Student para muestras independientes, como análisis

preliminar, con la finalidad de conocer si existían diferencias estadísticamente

significativas en las variables de estudio entre los grupos conformados. Esto permitiría

conocer la pertinencia de analizar los resultados en función del sexo.

Para responder la pregunta de investigación (¿existe relación entre la obesidad y el

sobrepeso y las variables desregulación emocional e ingesta emocional?) se realizaron

diversos ANOVAS de una vía y una correlación de Pearson. Primero se empleó el

ANOVA para comparar las puntuaciones de desregulación emocional e ingesta

emocional. Se consideró como factor independiente el grupo de IMC (peso normal,

sobrepeso, obesidad) y se usó la prueba post hoc de Sheffé.

De la misma forma, se compararon las puntuaciones de desregulación emocional e

ingesta emocional obtenidas en los dos instrumentos administrados a los padres, madres
72

o tutores, mediante un ANOVA, tomando como factor independiente el grupo de IMC

(peso normal, sobrepeso, obesidad). Para indagar acerca de las diferencias entre grupos

se usó la prueba post hoc de Sheffé.

Finalmente, se empleó una correlación de Pearson para conocer la posible relación

entre el IMC como un continuo y las variables desregulación emocional e ingesta

emocional, reportadas tanto por los preadolescentes como por sus padres. La pertinencia

de esta prueba paramétrica se sustenta en el tamaño de la muestra de este estudio,

donde se asume la normalidad de su distribución, contrario al uso del coeficiente de

correlación de Spearman, perteneciente a la estadística no paramétrica, que se utiliza

cuando se sospecha de la distribución normal de la población o cuando la casuística es

pequeña (Dagnino, 2014).


73

RESULTADOS
Análisis preliminares

Se empleó la prueba t de Student para muestras independientes con el objetivo de

indagar acerca de posibles diferencias entre mujeres y hombres en relación con las

variables a estudiar. Debido a que no se encontraron diferencias significativas para

ninguna de las variables de interés, se procedió a realizar los análisis siguientes

incluyendo a la muestra total (Tabla 7).

Tabla 7

Comparación de los puntajes obtenidos en los instrumentos empleados para evaluar


desregulación emocional e ingesta emocional en preadolescentes

Mujeres Hombres
Variable
𝑥̅ s 𝑥̅ s t gl p

Desregulación emocional (reportada


18.36 11.55 18.03 10.50 .279 367 .780
por los preadolescentes)

Ingesta emocional (reportada por los


5.69 4.55 6.32 4.019 -1.369 367 .172
preadolescentes)

Desregulación emocional (reportada


16.15 11.97 15.40 11.26 .610 367 .542
por los padres)

CEBQ Respuesta de saciedad por el


alimento/Sobrealimentación emocional 18.26 7.04 18.95 7.09 -.920 367 .358
(reportada por los padres)

Ítem 15 sobreingesta por ansiedad


(reportada por los padres) a 1.64 1.06 1.68 1.09 -.296 367 .767

aEl reactivo pertenece al factor cuatro del Cuestionario de Conducta Alimentaria de los Niños
(CEBQ, 2018).
74

Comparación entre grupos de IMC, de las variables desregulación emocional e

ingesta emocional reportadas por los preadolescentes

En cuanto a la desregulación emocional, el ANOVA de un factor demostró que no

existieron diferencias significativas (F = 1.438, p= .239; Tabla 8) entre los grupos de

acuerdo con el IMC (peso normal, sobrepeso y obesidad).

Tabla 8

Comparación entre los grupos de Índice de Masa Corporal de la desregulación emocional


reportada por los preadolescentes

Variable Grupo de Diferencia entre


Grupo ̅
𝒙 s p
psicológica contraste las medias

Peso normal 17.83 11.40 Sobrepeso .101 .997


Desregulación
Sobrepeso 17.73 11.01 Obesidad -2.777 .326
emocional
Obesidad 20.51 9.94 Peso normal 2.576 .271

Para el constructo ingesta emocional, el ANOVA no mostró diferencias estadísticamente

significativas al comparar los grupos de peso normal, sobrepeso y obesidad (F = 1.618 p=

.200; Tabla 9.
75

Tabla 9

Comparación entre los grupos de Índice de Masa Corporal de la ingesta emocional


reportada por los preadolescentes

Variable Grupo de Diferencia entre


Grupo ̅
𝒙 s p
psicológica contraste las medias

Ingesta Peso normal -6.06 4.37 Sobrepeso -.218 .919

emocional Sobrepeso 6.28 4.44 Obesidad 1.243 .230

Obesidad 5.04 3.95 Peso normal -1.025 .285

Comparación entre grupos de IMC, de las variables desregulación emocional e

ingesta emocional reportadas por los padres

En cuanto a la variable desregulación emocional, el ANOVA demostró que las

diferencias entre los tres grupos (peso normal, sobrepeso y obesidad) no fueron

estadísticamente significativas (F = .086, p= .918; Tabla 10).

Tabla 10

Comparación entre los grupos de Índice de Masa Corporal de la desregulación emocional


reportada por padres, madres o cuidadores

Variable Grupo de Diferencia entre


Grupo ̅
𝒙 s p
psicológica contraste las medias

Desregulación Peso normal 15.62 11.71 Sobrepeso -.526 .935

emocional Sobrepeso 16.14 11.95 Obesidad .039 1.000

Obesidad 16.11 11.15 Peso normal .487 .962


76

Con relación a la ingesta emocional, se encontraron diferencias significativas entre los

grupos de IMC (F = 11.164, p < .001). De acuerdo con el análisis post hoc de Scheffé, el

grupo con obesidad mostró un nivel significativamente mayor de ingesta emocional que el

grupo con peso normal (p <.001; Tabla 11). A su vez, el grupo con sobrepeso presentó

mayor ingesta emocional que el grupo con peso normal (p = .049). Por último, no se

encontraron diferencias entre el grupo con obesidad respecto al grupo con sobrepeso (p =

.085).

Tabla 11

Comparación entre los grupos de Índice de Masa Corporal sobre la ingesta emocional
reportada por padres, madres o cuidadores

Variable Grupo de Diferencia entre


Grupo ̅
𝒙 s p
psicológica contraste las medias

Ingesta Peso normal 17.29 5.63 Sobrepeso -2.078 .049*

emocional Sobrepeso 19.37 7.81 Obesidad -2.559 .085

Obesidad 21.93 9.11 Peso normal 4.637 .000**

*p ≤ .05; **p ≤ .01

Para el reactivo “Mi hijo/a come más cuando está ansioso/a” también se encontraron

diferencias estadísticamente significativas entre los grupos de IMC (F = 11.094, p< .001).

El análisis post hoc de Scheffé demostró que el grupo con obesidad presentó

significativamente mayor ingesta por ansiedad en comparación con el grupo con peso

normal (p < .001). Asimismo, el grupo con sobrepeso presentó mayor ingesta por

ansiedad que el grupo con peso normal (p = .021). Sin embargo, no hubo diferencia entre

el grupo con obesidad y el grupo con sobrepeso (p = .178; Tabla 12).


77

Tabla 12

Comparación entre los grupos de Índice de Masa Corporal sobre la ingesta por ansiedad
reportada por padres, madres o tutores

Variable Grupo de Diferencia entre


Grupo ̅
𝒙 s p
psicológica contraste las medias

Come más Peso normal 1.46 .85 Sobrepeso .128 .021*


cuando está
Sobrepeso 1.81 1.19 Obesidad -.326 .178*
ansioso
Obesidad 2.14 1.40 Peso normal .685 .000**

*p ≤ .05; **p ≤ .01

Relación entre el IMC con la desregulación emocional y la ingesta emocional

Para averiguar la relación entre el IMC con las variables de estudio reportadas por los

preadolescentes y sus padres, se efectuó una correlación de Pearson. En la Tabla 13 se

presentan los resultados de este análisis. A partir de estos, se observó lo siguiente: el IMC

no se asoció significativamente con el constructo desregulación emocional de acuerdo

con el informe de los preadolescentes (𝑟𝑝 = .059, p = .261), ni con el de los padres (𝑟𝑝 =

.013, p = .801); se asoció significativamente de forma negativa y débil con el constructo

ingesta emocional mediante el autoinforme de los preadolescentes (𝑟𝑝 = -.109, p = .036) y

se correlacionó de forma significativa pero débil con el reporte parental (𝑟𝑝 = .285, p <

.001). El ítem mi hijo come más cuando está ansioso, también mostró una asociación

significativa pero débil y positiva con respecto al IMC (𝑟𝑝 = .269, p < .001).

Por otro lado, entre el reporte de los preadolescentes y el de los padres o cuidadores

con respecto a la desregulación emocional, se observó una correlación significativa

positiva y moderada (𝑟𝑝 = .436, p < .001). Sin embargo, con respecto a la variable ingesta

emocional, no se encontró relación entre ambos informes (𝑟𝑝 = .013, p = .797).


78

Tabla 13

Correlación de Pearson entre el Índice de Masa Corporal con la desregulación emocional

y la ingesta emocional reportada por los preadolescentes y los padres

Variables 1 2 3 4 5 6
1. 1. IMC -
2. 2. Desregulación emocional (preadolescentes) .059 -
3. 3. Desregulación emocional (padres) .013 .436** -
4. 4. Ingesta emocional (preadolescentes) -.109* .188** -.002 -
5. 5. Ingesta emocional (padres) .285** .118* .341** .013 -
6. 6. Ítem 15 “comer por ansiedad” (padres) .269** .138** .286** .020 .716** -
*p ≤.05 **p ≤.01

A la luz de los hallazgos anteriores, se observa que existe congruencia moderada entre

la percepción que tienen los padres y los preadolescentes con respecto a la desregulación

emocional de estos. De tal manera, ambas mediciones denotan que la presencia de la

desregulación emocional es notoria en el comportamiento de los menores. Sin embargo,

no se observó ningún tipo de relación entre la percepción de ambos informantes sobre la

ingesta emocional, por lo que, la total discordancia entre los participantes supone que la

conducta alimentaria es vista bajo el enfoque particular de quien provee y de quien recibe

los alimentos.
79

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

La presente investigación tuvo como propósito general conocer la posible relación

entre la desregulación emocional y la ingesta emocional con la obesidad y el sobrepeso

en población preadolescente mexicana. El objetivo se planteó a raíz de la evidencia

empírica que muestra el importante papel que tienen las dificultades para regular las

emociones en los menores, en diversos tipos de psicopatología, entre ellos el desarrollo

de problemas internalizados, como los síntomas de ansiedad y depresión (Eisenberg et

al., 2017; Essau et al., 2017; Suveg et al., 2009; Uhl et al., 2019); así como los problemas

externalizados, por ejemplo, la agresividad, los berrinches y la conducta desafiante

(Compas et al., 2017; Eisenberg et al., 2017; Essau et al., 2017). Los problemas de salud

relacionados con la conducta alimentaria no son la excepción. Es por ello que, a partir de

la literatura de investigación revisada, se plantearon dos hipótesis principales: 1) la

existencia de una relación positiva entre el constructo desregulación emocional, la

obesidad y el sobrepeso, y 2) la presencia de una relación igualmente positiva entre la

obesidad,el sobrepeso y la ingesta emocional.

Con respecto a los datos de distribución de la muestra del estudio presente, se observó

una prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad del 38% en los participantes,

quienes provenían de escuelas primarias ubicadas en ambientes urbanos. De acuerdo

con la ENSANUT 2018, en México la prevalencia de sobrepeso y obesidad en población

de 5 a 11 años es de 35.6%, con mayores niveles en las áreas urbanas que en las zonas

rurales. Lo anterior deja entrever que la problemática de exceso de peso se presenta en al

menos un tercio de la población, lo que resulta relevante, pues el reporte de las cifras

parece ir en aumento, observándose esta tendencia en los últimos seis años (INSP,

2019).
80

Para someter a prueba la primera hipótesis, se evaluó el nivel de desregulación

emocional en preadolescentes de ambos sexos, de edades comprendidas entre los nueve

y los doce años, a quienes se les clasificó de acuerdo con su IMC. Los resultados

obtenidos en el presente estudio permiten concluir que no hubo diferencias en los niveles

de esta variable entre los grupos de peso normal, sobrepeso y obesidad. El que los datos

sean similares entre estas poblaciones, hace pensar que existe un problema generalizado

en la educación emocional de los preadolescentes. Llama la atención que se llegó al

mismo resultado analizando, de forma independiente, la percepción de los participantes y

la de sus padres con respecto al mismo fenómeno, lo cual añade fortaleza a la validez de

este hallazgo. Al respecto, se encontró una relación moderada entre el reporte de

desregulación emocional de los informantes, resultado que sugiere consistencia en la

forma en la que ambos se encuentran al tanto de los déficits regulatorios de las

emociones en los menores.

El hallazgo central que no apoyó la primera hipótesis de la presente investigación (es

decir, la nula relación entre la desregulación emocional y el IMC), no es congruente con

algunas investigaciones revisadas anteriormente, que han demarcado una diferencia en

los niveles de desregulación emocional entre menores con obesidad y con peso normal.

Estas investigaciones han empleado métodos diferentes que podrían explicar los

resultados contradictorios. Por ejemplo, paradigmas experimentales en muestras de entre

tres y seis años de edad, en quienes se observan mayormente los efectos directos de la

desregulación emocional sobre la obesidad (Blissett et al., 2010; Power et al., 2016).

Otras investigaciones (Kelly et al., 2016; Pace et al., 2019; Percinel et al., 2018)

incluyeron población con un rango de edad extendido (entre siete y 18 años), lo que

imposibilita examinar el efecto de la edad y de otras variables asociadas con ésta


81

(prácticas parentales, desarrollo de las funciones ejecutivas, nivel de psicopatología, entre

otras).

Sin embargo, existe un grupo sólido de estudios que pueden ayudar a comprender la

falta de relación entre el IMC y la desregulación emocional que se observó en esta

investigación. Por ejemplo, se debe reconocer que la obesidad y el sobrepeso constituyen

un fenómeno complejo, y que su desarrollo se ve influenciado por una variedad de

factores fisiológicos, psicológicos y sociales a lo largo del tiempo (Russell y Russell, 2019;

Sahoo et al., 2015). Además del desbalance energético entre el consumo y el gasto de

calorías, el IMC está determinado por numerosos elementos, como la actividad física, el

metabolismo del individuo, los estilos de crianza, el estatus económico, el ambiente, entre

otros.

Por otra parte, es preciso advertir que la desregulación emocional se integra, de igual

manera, por un amplio conjunto de habilidades que difícilmente se relacionarían, en su

totalidad, con el desarrollo de condiciones multicausales como lo son la obesidad y el

sobrepeso. La desregulación emocional es un constructo que comprende no sólo las

estrategias inefectivas que se emplean para lograr su regulación, sino que además se

incluyen los déficits en el reconocimiento de las emociones, la incapacidad para

nombrarlas, la dificultad para expresarlas, la impulsividad, la intolerancia al malestar, entre

otros (Bradley et al., 2011).

En lo que respecta a la presente investigación, la Escala de Desregulación Emocional

para Niños en su versión corta (Contreras-Valdez et al., 2018) resultó una medida

confiable para obtener información sobre el nivel de desregulación emocional, tanto en la

adaptación que se realizó en este estudio para población adulta, como en el caso de la

población infantil. Sin embargo, se reconoce que la EDS-short solo provee información
82

acerca de los niveles de desregulación emocional como un constructo unidimensional que

no contempla dimensiones específicas de segundo orden (por ejemplo, fallas en el

reconocimiento y aceptación de las emociones, pérdida del control al experimentar

emociones fuertes, fallas en las estrategias de regulación, entre otras). De hecho, ninguna

pregunta de la EDS-short se dirige a la conducta alimentaria.

En concordancia con lo anterior, otros autores señalan que debido a la complejidad de

su conceptualización y su superposición con otras estrategias autorregulatorias,

especialmente aquellas que tienen que ver con el afrontamiento, resulta necesario

reconocer la multidimensionalidad de la desregulación emocional, así como considerar los

efectos de las variables contextuales que influyen en el proceso regulatorio, incluida la

cultura, además de las propias características individuales, como el temperamento

(Compas et al., 2017). De igual forma, Sabatier et al. (2017) enfatizan la importancia del

contexto sociocultural para el desarrollo favorable de las habilidades de regulación

emocional considerando factores clave los entornos familiar y escolar.

Como han sugerido Powers et al. (2015), examinar las estrategias específicas que

usan los preadolescentes para regular sus emociones, puede brindar una explicación más

precisa sobre cuáles son las dimensiones de la desregulación emocional que sí pueden

impactar en el IMC a lo largo de su desarrollo. Esto permite pensar que tanto los adultos

como los niños/as, preadolescentes y adolescentes con obesidad, no exhiben un déficit

regulatorio global, sino únicamente en algunas áreas particulares de este constructo. Por

ejemplo, en el rubro de la alimentación, las dificultades en el manejo emocional generan

consecuencias adversas en su peso (Fernandes et al., 2018; Miller et al., 2018).

Se sugiere, entonces, que futuras investigaciones que pretendan indagar acerca de la

posible relación entre el IMC y la desregulación emocional, incluyan instrumentos que


83

midan las dimensiones de la desregulación emocional que sí estén implicadas en la

alimentación y, por ende, en el IMC. Un ejemplo claro es la ingesta emocional que, si bien

se ha estudiado como un constructo independiente de la desregulación emocional,

mantiene un alto traslapo teórico, pero se enfoca directamente en la alimentación.

Para cumplir con el segundo objetivo de esta investigación, determinar si existe una

relación entre la obesidad y el sobrepeso, y la ingesta emocional de los participantes, se

empleó la misma estrategia que en la primera hipótesis y se analizó, por separado, la

información proporcionada por los preadolescentes y el reporte parental. De acuerdo con

el autorreporte, no se observaron diferencias en la ingesta emocional entre los grupos de

peso normal, sobrepeso y obesidad. En contraste con el reporte parental, los padres de

participantes con obesidad y sobrepeso reportaron una mayor prevalencia de la conducta

de ingesta emocional. Llama la atención que no hubo relación entre la percepción de

ambos informantes sobre la misma variable.

En cuanto al reporte de la conducta de ingesta emocional, algunos autores han

señalado que, debido a la falta de capacidades cognitivas superiores (asociadas con la

maduración del cerebro) que se requieren para elaborar una representación de la

experiencia emocional compleja, es probable que los preadolescentes sean incapaces de

establecer (y reportar) una relación entre los dos elementos (las emociones y la ingesta

de alimentos), además de mostrar dificultades para establecer la diferencia de estímulos

que les induce a comer (Silva et al., 2013). Asimismo, es importante reconocer que están

sujetos, en gran medida, a las condiciones de alimentación provistas por los padres,

quienes tienen el papel principal en la alimentación de estos. A partir de lo anterior, se

podría sugerir que los menores todavía no son completamente conscientes de que,
84

además de las funciones fisiológicas básicas, la alimentación podría tener otros fines en

su vida, como es el caso de la disminución del afecto negativo.

Con respecto al informe de los padres o cuidadores en la presente investigación, estos

reconocieron que sus hijos/as realizan la ingesta de alimentos cuando experimentan

emociones negativas (enojo, miedo, ansiedad). Los padres de participantes con obesidad

y sobrepeso señalaron que sus hijos/as emplean los alimentos como medio para calmar

emociones negativas, siendo posible señalar que los padres informan con mayor claridad

bajo qué contextos ingieren alimentos y de qué tipo. Sin embargo, es importante

reconocer que los padres pueden utilizar los alimentos como medios para aliviar la

angustia, el malestar o como recompensa para aumentar la ocurrencia de alguna

conducta deseada (González-Torres et al., 2018), práctica conocida como alimentación

parental por emociones. Dicha estrategia incrementa la ocurrencia de la ingesta

emocional y se ha documentado su asociación con un aumento en el peso debido a que

reducen su capacidad para responder a señales fisiológicas relacionadas con el hambre y

la respuesta de saciedad (Christensen, 2019; Farrow et al., 2015).

Bajo los principios generales del aprendizaje, puede entenderse que la conducta de

alimentar frente a estados emocionales displacenteros resulta reforzante tanto para

padres como para hijos/as, y si esta conducta se repite cotidianamente, es probable que

estos no identifiquen esta conducta como relevante o problemática (Herle et. al, 2018).

Por otro lado, aunque la alimentación emocional puede usarse como un medio para

regular el afecto en los preadolescentes, esto se vuelve problemático cuando los padres

lo usan a expensas de enseñar o modelar estrategias más adaptativas. Con el tiempo,

esto puede resultar en una disminución de la flexibilidad de la regulación de las

emociones ya que los individuos comienzan a depender de la comida para controlar el


85

afecto, excluyendo otras estrategias. Tal inflexibilidad los limita a regular efectivamente las

emociones de acuerdo con las diferentes demandas contextuales de la vida (Christensen,

2019; Vandewalle et al., 2016). También se ha señalado que ofrecer comida para calmar

las emociones de otra persona podría tener por objetivo, no solo regular las emociones

del receptor, sino también las emociones del proveedor en lo que se ha denominado

regulación empática de la emoción, siendo la empatía la que desencadena la motivación

de los padres para utilizar la alimentación para regular las emociones de sus hijos/as

(Power et al., 2020; Steinsbekk et al., 2018).

En estudios anteriores, los padres de hijos/as con obesidad reportaron mayores niveles

de ingesta emocional en comparación con los de peso normal (Croker et al., 2011; Santos

et al., 2011; Webber et al., 2009). Dicho resultado se replicó en el presente estudio, pues

se observaron diferencias significativas entre los grupos de acuerdo con el IMC. Acorde

con lo anterior, los estudios que han empleado el CEBQ como medición parental de la

ingesta por emociones, han mostrado resultados consistentes, lo cual añade validez

externa al hallazgo de que existe mayor ingesta emocional con sobrepeso y obesidad

(Jalo et al., 2019). Sin embargo, los estudios que no reportan una asociación entre dichas

variables (Braet et al., 2008; Jalo et al., 2019; van Strien y Oosterveld, 2008) emplearon

medidas de autoinforme, donde el IMC no tuvo ninguna relación con la ingesta emocional

y tal conducta mostró una presencia muy baja en participantes entre los siete y los 12

años (Silva et al., 2013). Tales resultados también se replicaron en la presente

investigación. Adicionalmente, no se mostraron diferencias por sexo, hallazgo que

también reportaron los autores de las investigaciones citadas.

No obstante, los hallazgos del presente estudio difieren con los reportados por Braet et

al. (2007), al no encontrase ninguna relación sobre la percepción de la ingesta emocional


86

reportada por padres y por los propios preadolescentes. Lo anterior puede deberse a que

Braet y colaboradores emplearon la misma escala de alimentación emocional para ambos

grupos. Se sugiere que estudios posteriores utilicen el mismo instrumento, con las

adaptaciones necesarias, para la evaluación de este constructo en ambos informantes.

Finalmente, si bien no se encontraron diferencias entre los grupos de obesidad y

sobrepeso, esto concuerda con una investigación previa en población mexicana que ha

indagado acerca de la relación entre diferentes problemas afectivos y la obesidad infantil

(Contreras-Valdez et al., 2016), de hecho, algunos estudios suelen agrupar al sobrepeso y

la obesidad en una sola categoría (Allen et al., 2006; Cebolla et al., 2011).

La principal fortaleza de este estudio es haber considerado, tanto el informe parental

como la propia percepción de los participantes, ya que la mayoría de las investigaciones

en el área de la desregulación emocional y la ingesta emocional han reportado sólo las

medidas de un informante. Obtener ambas visiones del comportamiento incrementa la

validez de la información y permite entender la divergencia de resultados de estudios

anteriores.

La presente investigación consideró de suma importancia indagar acerca de

desregulación emocional y su interacción con el IMC. Si bien otras investigaciones han

arrojado evidencia importante sobre la relación del sobrepeso y la obesidad con diferentes

aspectos psicológicos (como la insatisfacción corporal, la autoestima, la depresión o la

ansiedad) en preadolescentes (Cebolla et al., 2011; Contreras-Valdez et al., 2016; García,

2018; González-Toche et al., 2017), este estudio incluyó la desregulación emocional

debido a su papel como factor transdiagnóstico que subyace a múltiples tipos de

psicopatología, incluyendo los trastornos alimentarios (Monell et al., 2018; Ruscitti et al.,

2016). Esta aportación se considera, asimismo, una fortaleza teórica del estudio.
87

Por otra parte, es necesario considerar los resultados de esta investigación a la luz de

sus limitaciones. En primer lugar, el uso exclusivo de instrumentos de autorreporte, ya

que, aunque se trate de medidas válidas y confiables para la población de estudio (Bell,

2007), no se encuentran exentos de sesgos. De acuerdo con algunos autores, las

encuestas a partir de los siete años, los menores pueden informar adecuadamente sobre

su propia conducta, aunque también son sensibles a los contextos sociales y pueden

estar sujetos a las influencias de las condiciones de evaluación, así como la tendencia a

tratar de complacer al entrevistador o a otras personas (Bell, 2007; Rodríguez, 2017). Por

su parte, aunque se atendieron con detalle las recomendaciones necesarias para informar

el propósito y los alcances de la investigación, los padres o cuidadores también pudieron

responder bajo el sesgo de deseabilidad social. Por ende, se propone que futuras

investigaciones utilicen no solo métodos de autoinforme, sino que incluyan paradigmas

experimentales, registros conductuales u observaciones directas para fortalecer la

medición.

Una segunda limitación, es que los padres y cuidadores respondieron los cuestionarios

en sus hogares. Es recomendable que, para incrementar el control del estudio, las

mediciones ocurran en presencia de los investigadores. Si bien, no se logró realizar este

procedimiento al respetar los lineamientos de las escuelas que permitieron el acceso a la

población de estudio, trabajos futuros deberán tomar en consideración la dificultad de

obtener la colaboración presencial de los padres. Como alternativa a esta dificultad, se

propone el uso de herramientas tecnológicas, como los cuestionarios en línea, toda vez

que se cuente con protocolos de investigación estandarizados que permitan realizar una

adecuada evaluación a distancia.


88

Una limitante más, consiste en el traslape teórico que existe entre la desregulación

emocional y la ingesta emocional (Blissett et al., 2010; Evers et al., 2010; Gianini et al.,

2013; Görlach et al., 2016; van Strien, 2018), pues se observó que dentro de las

investigaciones que señalan la asociación de estos constructos, se explica que la ingesta

emocional es, en sí misma, un grupo de indicadores conductuales que reflejan

desregulación emocional. Si bien en este estudio no se examinaron los constructos de

forma indiscriminada, sino que se usaron instrumentos válidos y confiables para medir

cada uno de ellos, es importante tener claro el origen teórico de ambos. La ingesta

emocional comenzó a estudiarse dentro del paradigma psicodinámico (Kaplan y Kaplan,

1957), mientras que la desregulación emocional se inserta en teorías más recientes de la

psicopatología del desarrollo (Barlow et al., 2018; Beauchaine y Cicchetti, 2019; Gross y

Jazaieri, 2014). La distinción categorial entre los constructos debe ser tomada con

precaución, bajo el entendimiento de que la desregulación emocional se manifiesta de

diversas formas y las dificultades afectivas que se reflejan dentro del contexto alimentario

pueden constituir una de ellas.

Por otro lado, se debe atender la limitante de las características sociales de la

población y la naturaleza transversal del estudio presente, pues no es adecuado

generalizar los resultados obtenidos a la población de preadolescentes mexicanos.

Atendiendo a la realidad en México, el fenómeno de la obesidad varía dependiendo de

diversos factores, como el grupo social estudiado, las diferencias regionales y las

socioeconómicas (Buenrostro et al., 2019). De no ser posible la realización de muestreos

aleatorios, se sugiere que estudios posteriores incrementen el tamaño y la diversidad de

la muestra.
89

En conclusión, la desregulación emocional no se relaciona con el sobrepeso ni con la

obesidad debido a que esta enfermedad es un fenómeno complejo que no puede ser

explicado por una sola variable y, en el terreno psicológico, existen otros factores de

riesgo que sí se asocian con el IMC como la insatisfacción corporal (Contreras-Valdez et

al., 2016; Latzer y Stein, 2013). Sin embargo, cuando se focaliza particularmente una

manifestación de la desregulación emocional relacionada con el comportamiento

alimentario, es decir la conducta de ingesta emocional, se observa que ésta tiene una

asociación con el sobrepeso y la obesidad de los preadolescentes.

Los resultados de esta investigación resultan relevantes al proveer información que se

obtuvo por medio del propio reporte de los participantes y de los padres o cuidadores.

Siendo estos últimos quienes podrían identificar con mayor claridad la relación entre la

conducta de ingesta y las dificultades en la regulación emocional de sus hijos/as. Como

se ha señalado, el ambiente familiar es crítico en el desarrollo del comportamiento

alimentario de los menores ya que éstos tienden a imitar modelos. Los padres pueden

crear entornos que fomenten el desarrollo de conductas alimentarias saludables y el

mantenimiento del peso adecuado o pueden promover el sobrepeso o la obesidad (Freitas

et al., 2018). Asimismo, este estudio cobra relevancia en el contexto de la investigación

sobre obesidad, el cual no es un problema mínimo. Sus repercusiones se evidencian en la

actual emergencia sanitaria provocada por la enfermedad COVID-19, donde las personas

con obesidad, especialmente adultos jóvenes, tienen un pronóstico desfavorable de la

misma, aumentando su severidad y presentando un alto índice de mortalidad (Simonnet et

al., 2020).

Dado el importante papel del contexto familiar en el desarrollo de la autorregulación de

las emociones y la ingesta alimentaria, identificar a los padres o cuidadores que usan los
90

alimentos para aliviar el malestar emocional y proporcionar psicoeducación e instrucción

sobre estrategias alternativas de regulación emocional, puede ser una ruta para la

prevención y la intervención, no solo de la obesidad, sino para otras patologías

alimentarias. Dicha educación puede abordar simultáneamente los procesos afectivos que

llevan a los padres o cuidadores a participar en la alimentación emocional (por ejemplo,

ansiedad por la angustia de su hijo/a), así como proporcionar estrategias alternativas y

más adaptativas de regulación de las emociones para emplear con ellos. Al hacerlo, es

posible reducir el riesgo de que entren en un patrón desadaptativo de alimentación

emocional que conduzca a un posterior desarrollo de patologías alimentarias en la

adolescencia y la edad adulta.


91

REFERENCIAS

Aguilar, M. J., Sánchez, A. M., Mur, N. M., García, I., & Guisado, R. (2013). Síndrome de
apneas-hipoapneas del sueño y factores de riesgo en el niño y el adolescente;
Revisión sistemática. Nutricion Hospitalaria, 28(6), 1781–1791.
https://doi.org/10.3305/nh.2013.28.6.6939

Albataineh, S. R., Badran, E. F., & Tayyem, R. F. (2019). Overweight and obesity in
childhood: Dietary, biochemical, inflammatory and lifestyle risk factors. Obesity
Medicine, 15, 100-112. https://doi.org/10.1016/j.obmed.2019.100112

Aldao, A., Gee, D. G., De Los Reyes, A. & Seager, I. (2016). Emotion regulation as a
transdiagnostic factor in the development of internalizing and externalizing
psychopathology: Current and future directions. Development and
Psychopathology, 28(4), 927–946. https://doi.org/10.1017/S0954579416000638

Allen, K. L., Byrne, S. M., Blair, E. M. & Davis, E. A. (2006). Why do some overweight
children experience psychological problems? the role of weight and shape concern.
International Journal of Pediatric Obesity, 1(4), 239–247.
https://doi.org/10.1080/17477160600913552

Álvarez, J., Escribano, P. & Trifu, D. (2016). Tratamiento de la obesidad. Medicine -


Programa de Formación Médica Continuada Acreditado, 12(23), 1324–1336.
https://doi.org/10.1016/j.med.2016.12.002

American Psychological Association [APA]. (2017). Ethical Principles of Psychologists and


Code of Conduct. American Psychologist, 57(12), 1–20.
https://doi.org/10.1037/0003-066X.57.12.1060

Amigo, I., Busto, R., & Fernández, C. (2007). La obesidad infantil como resultado de un
estilo de vida obesogénico. Endocrinología y Nutrición, 54(10), 530–534.
https://doi.org/10.1016/S1575-0922(07)71500-0
92

Aparicio, E., Canals, J., Arija, V., De Henauw, S. & Michels, N. (2016). The role of emotion
regulation in childhood obesity: Implications for prevention and treatment. Nutrition
Research Reviews, 29(1), 17–29. https://doi.org/10.1017/S0954422415000153

Apovian, C. M. (2016b). Obesity: definition, comorbidities, causes, and burden. The


American Journal of Managed Care, 22(7), s176–s185.
https://www.ajmc.com/journals/supplement/2016/impact-obesity-interventions-
managed-care/obesity-definition-comorbidities-causes-burden?p=3

Arrizabalaga, J., Calañas-Continente, A., Vidal, J., Masmiquel, L., Díaz-Fernández, M.,
García-Luna, P., Monereo, S., Moreiro, J., Moreno, B., Ricart, W., & Cordido, F.
(2003). Guía de Práctica Clínica para el Manejo del Sobrepeso y la Obesidad en
Personas Adultas. Endocrinología y Nutrición. (Ed. Impr.), 1–39.
https://www.seedo.es/images/site/documentacionConsenso/Guia_obesidad_SEEN
_Endocrinologia_2003.pdf

Arnow, B., Kenardy, J. & Agras, W. S. (1995). The emotional eating scale: The
development of a measure to assess coping with negative affect by eating.
International Journal of Eating Disorders, 18(1), 79–90.
https://doi.org/10.1002/1098-
108X(199507)18:1<79::AIDEAT2260180109>3.0.CO;2-V

Barlow, D. H., Farchione, T. J., Bullis, J. R., Gallagher, M. W., Murray-Latin, H., Sauer-
Zavala, S., Bentley, K. H., Thompson-Hollands, J., Conklin, L. R., Boswell, J. F.,
Ametaj, A., Carl, J. R., Boettcher, H. T., & Cassiello-Robbins, C. (2017). The
unified protocol for transdiagnostic treatment of Emotional Disorders compared with
diagnosis-specific protocols for anxiety disorders: A randomized clinical trial. JAMA
Psychiatry, 74(9), 875–884. https://doi.org/10.1001/jamapsychiatry.2017.2164

Barlow, D. H., Farchione, T. J., Sauer-Zavala, S., Murray-Latin, H., Ellard, K., Bullis, J. R.,
Bentley, K. H., Boettcher, H. T., & Cassiello-Robbins, C. (2018). Unified Protocol
form Transdiagnostic Treatment of Emotional Disorders: Therapist Guide
[Protocolo Unificado para el Tratamiento Transdiagnóstico de los Trastornos
Emocionales] (2nd ed.). Oxford University Press.
93

Beauchaine, T. P. & Cicchetti, D. (2019). Emotion dysregulation and emerging


psychopathology: A transdiagnostic, transdisciplinary perspective. Development
and Psychopathology, 31(3), 799–804.
https://doi.org/10.1017/S0954579419000671

Bell, A. (2007). Designing and testing questionnaires for children. Journal of Research in
Nursing, 12(5), 461–469. https://doi.org/10.1177/1744987107079616

Blissett, J., Haycraft, E. & Farrow, C. (2010). Inducing preschool children’s emotional
eating: Relations with parental feeding practices. American Journal of Clinical
Nutrition, 92(2), 359–365. https://doi.org/10.3945/ajcn.2010.29375

Bradley, B., DeFife, J. A., Guarnaccia, C., Phifer, J., Fani, N., Ressler, K. J., & Westen, D.
(2011). Emotion Dysregulation and Negative Affect. The Journal of Clinical
Psychiatry, 72(05), 685–691. https://doi.org/10.4088/jcp.10m06409blu

Braet, C., Claus, L., Goossens, L., Moens, E., Van Vlierberghe, L. & Soetens, B. (2008).
Differences in eating style between overweight and normal-weight youngsters.
Journal of Health Psychology, 13(6), 733–743.
https://doi.org/10.1177/1359105308093850

Braet, C., Soetens, B., Moens, E., Mels, S., Goossens, L. & Van Vlierberghe, L. (2007).
Are two informants better than one? Parent–child agreement on the eating styles of
children who are overweight. European Eating Disorders Review, 15(6), 410–417.
https://doi.org/10.1002/erv.798

Brara, S. M., Koebnick, C., Porter, A. H. & Langer-Gould, A. (2012). Pediatric Idiopathic
Intracranial Hypertension and Extreme Childhood Obesity. The Journal of
Pediatrics, 161(4), 602–607. https://doi.org/10.1016/j.jpeds.2012.03.047

Brockmeyer, T., Skunde, M., Wu, M., Bresslein, E., Rudofsky, G., Herzog, W. & Friederich,
H. C. (2014). Difficulties in emotion regulation across the spectrum of eating
disorders. Comprehensive Psychiatry, 55(3), 565–571.
https://doi.org/10.1016/j.comppsych.2013.12.001
94

Buenrostro, N., White, M., & Barquera, S. (2019). Sistema de Actualización Médica en
Obesidad. Intersistemas Editores.
https://www.researchgate.net/publication/333853584_Obesidad_Panorama_epide
miologico_transicion_nutricional_y_politicas_para_su_control_y_prevencion

Calderón, M. (2014). Validación del Cuestionario de Conducta Alimentaria Infantil CEBQ


(Child Eating Behaviour Questionnaire) [Tesis de Especialidad]. Universidad
Nacional Autónoma de México.

Calkins, S. D. & Perry, N. B. (2016). The Development of Emotion Regulation: Implications


for Child Adjustment [El Desarrollo de la Regulación Emocional: Implicaciones para
el Ajuste de los Niños]. En D. Cicchetti (Ed.), Developmental Psychopathology (4ta
ed., pp. 1–56). John Wiley & Sons, Inc.
https://doi.org/10.1002/9781119125556.devpsy306

Casagrande, M., Boncompagni, I., Forte, G., Guarino, A. & Favieri, F. (2019). Emotion and
overeating behavior: effects of alexithymia and emotional regulation on overweight
and obesity. Eating and Weight Disorders - Studies on Anorexia, Bulimia and
Obesity [publicación online]. https://doi.org/10.1007/s40519-019-00767-9

Cebolla, A., Baños, R. M., Botella, C., Lurbe, E., & Torró, M. I. (2011). Perfil
psicopatológico de niños con sobrepeso u obesidad en tratamiento de pérdida de
peso. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 16(2), 125.
https://doi.org/10.5944/rppc.vol.16.num.2.2011.10356

Chapman, A. L. (2019). Borderline personality disorder and emotion dysregulation.


Development and Psychopathology, 31(3), 1143–1156.
https://doi.org/10.1017/S0954579419000658

Christensen, K. A. (2019). Emotional feeding as interpersonal emotion regulation: A


developmental risk factor for binge-eating behaviors. International Journal of Eating
Disorders, 52(5), 515–519. https://doi.org/10.1002/eat.23044

Ciangura, C., Czernichow, S. & Oppert, J.M. (2010). Obesidad. EMC - Tratado de
Medicina, 14(1), 1–9. https://doi.org/10.1016/S1636-5410(10)70517-1
95

Cole, P. M., Hall, S. & Hajal, N. (2013). Emotion dysregulation as a risk factor for
psychopathology [La desregulación emocional como un factor de riesgo para la
psicopatología]. En T. P. Beauchaine & S. P. Hinshaw (Eds.), Child and Adolescent
Psychopathology (2da ed., pp. 341–373). John Wiley & Sons Inc.

Compas, B. E., Jaser, S. S., Bettis, A. H., Watson, K. H., Gruhn, M. A., Dunbar, J. P.,
Williams, E. & Thigpen, J. C. (2017). Coping, emotion regulation, and
psychopathology in childhood and adolescence: A meta-analysis and narrative
review. Psychological Bulletin, 143(9), 939–991.
https://doi.org/10.1037/bul0000110

Contreras-Valdez, J. A., Hernández-Guzmán, L. & Freyre, M. Á. (2016). Body


dissatisfaction, self-esteem, and depression in girls with obesity. Revista Mexicana
de Trastornos Alimentarios, 7(1), 24–31. https://doi.org/10.1016/j.rmta.2016.04.001

Contreras-Valdez, J. A., Hernández-Guzmán, L. & Freyre, M. À. (2018). Validez de


constructo de la versión corta de la Escala de Desregulación Emocional para niños
y adolescentes. Pensamiento Psicológico, 16(1), 19–31.
https://doi.org/10.11144/javerianacali.ppsi16-1.vcvc

Cornette, R. E. (2011). The Emotional Impact of Obesity on Children [El impacto


emocional de la obesidad en los niños]. En D. Bagchi (Ed.), Global Perspectives on
Childhood Obesity (1ra ed., pp. 257–264). Elsevier. https://doi.org/10.1016/B978-0-
12-374995-6.10024-6

Croker, H., Cooke, L. & Wardle, J. (2011). Appetitive behaviours of children attending
obesity treatment. Appetite, 57(2), 525–529.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2011.05.320

D’Agostino, A., Covanti, S., Rossi Monti, M. & Starcevic, V. (2017). Reconsidering Emotion
Dysregulation. Psychiatric Quarterly, 88(4), 807–825.
https://doi.org/10.1007/s11126-017-9499-6

Davidson, K. & Birch, L. (2001). Childhood overweight: A contextual model and


recommendations for future research. Obesity Reviews, 2(3), 159–171.
96

https://doi.org/10.1046/j.1467-789x.2001.00036.x

Dagnino, J. S. (2014). Correlación. Revista Chilena de Anestesia, 43(2), 150–153.


https://doi.org/10.25237/revchilanestv43n02.15

Debeuf, T., Verbeken, S., Boelens, E., Volkaert, B., Van Malderen, E., Michels, N. & Braet,
C. (2020). Emotion regulation training in the treatment of obesity in young
adolescents: Protocol for a randomized controlled trial. Trials, 21(1), 1–17.
https://doi.org/10.1186/s13063-019-4020-1

de Onis, M., Onyango, A. W., Borghi, E., Siyam, A., Nishida, C., & Siekmann, J. (2007).
Development of a WHO growth reference for school-aged children and
adolescents. Bulletin of the World Health Organization, 85(9), 660–667.
https://doi.org/10.2471/blt.07.043497

DeSteno, D., Gross, J. J. & Kubzansky, L. (2013). Affective science and health: The
importance of emotion and emotion regulation. Health Psychology, 32(5), 474–486.
https://doi.org/10.1037/a0030259

Devonport, T. J., Nicholls, W. & Fullerton, C. (2019). A systematic review of the


association between emotions and eating behaviour in normal and overweight adult
populations. Journal of Health Psychology, 24(1), 3–24.
https://doi.org/10.1177/1359105317697813

Eisenberg, N., Hernández, M. & Spinrad, T. (2017). The Relation of Self-Regulation to


Children’s Externalizing and Internalizing Problems [La relación de la
autoregulación de los niños y los problemas externalizados e internalizados] . En
C. Essau, S. Leblanc & T. Ollendick (Eds.), Emotion Regulation and
Psychopathology in children and Psychopatholy (1ra ed., pp. 18–42). Oxford
University Press.

Epel, E., Prather, A., Puterman, E. & Tomiyama, J. (2016). Eat, Drink, and be Sedentary.
A review of health Behaviors’ effects on emotions and affective States, and
Implications for Interventions. [Comer, Beber y ser Sedentario. Una revisión de los
efectos de las conductas saludables en los estados afectivos y sus implicaciones
97

para las intervenciones]. En L. F. Barrett, M. Lewis & J. Haviland-Jones M. (Eds.),


Handbook of Emotions (4ta ed., pp. 685–706). The Guilford Press.

Essau, C. A., LeBlanc, S. S. & Ollendick, T. H. (Eds.). (2017). Emotion Regulation and
Psychopathology in Children and Adolescents [Regulación Emocional y
Psicopatología en Niños y Adolescentes] (Vol. 1). Oxford University Press.
https://doi.org/10.1093/med:psych/9780198765844.001.0001

Evers, C., Stok, F. & de Ridder, D. (2010). Feeding your feelings: Emotion regulation
strategies and emotional eating. Personality and Social Psychology Bulletin, 36(6),
792–804. https://doi.org/10.1177/0146167210371383

Fairburn, C. G., Cooper, Z. & Shafran, R. (2003). Cognitive behaviour therapy for eating
disorders: A “transdiagnostic” theory and treatment. Behaviour Research and
Therapy, 41(5), 509–528. https://doi.org/10.1016/S0005-7967(02)00088-8

Farrow, C. V., Haycraft, E. & Blissett, J. M. (2015). Teaching our children when to eat: how
parental feeding practices inform the development of emotional eating—a
longitudinal experimental design. The American Journal of Clinical Nutrition,
101(5), 908–913. https://doi.org/10.3945/ajcn.114.103713

Fernandes, J., Ferreira-Santos, F., Miller, K. & Torres, S. (2018). Emotional processing in
obesity: a systematic review and exploratory meta-analysis. Obesity Reviews,
19(1), 111–120. https://doi.org/10.1111/obr.12607

Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF]. (2016). El doble reto de la
malnutrición y la obesidad. https://www.unicef.org/mexico/salud-y-nutrición

Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF]. (2019).


#RemontemosElMarcador a Favor de la Infancia.
https://www.unicef.org/mexico/remontemoselmarcador-favor-de-la-
infancia#:~:text=La%20infancia%20y%20la%20adolescencia%20deben%20ser%2
0una%20prioridad%20nacional&text=A%20pesar%20del%20progreso%20que,con
diciones%20de%20desigualdad%20y%20vulnerabilidad.
98

Frayn, M. & Knäuper, B. (2018). Emotional Eating and Weight in Adults: a Review. Current
Psychology, 37(4), 924–933. https://doi.org/10.1007/s12144-017-9577-9

Freitas, A., Albuquerque, G., Silva, C. & Oliveira, A. (2018). Appetite-Related Eating
Behaviours: An Overview of Assessment Methods, Determinants and Effects on
Children’s Weight. Annals of Nutrition and Metabolism, 73(1), 19–29.
https://doi.org/10.1159/000489824

Frelut, M. L. (2009). Obesidad del niño y el adolescente. EMC - Pediatría, 44(4), 1–15.
https://doi.org/10.1016/S1245-1789(09)70187-8

Garaulet, M., Canteras, M., Morales, E., López-Guimera, G., Sánchez-Carracedo, D. &
Corbalán-Tutau, M. D. (2012). Validación de un cuestionario de comedores
emocionales para uso en casos de obesidad; cuestionario de comedor emocional
(CCE). Nutrición Hospitalaria, 27(2), 645–651.
https://doi.org/10.3305/nh.2012.27.2.5659

García, K. (2018). Influencia de los factores psicológicos y familiares en el mantenimiento


de la obesidad infantil. Revista Mexicana de Trastornos Alimentarios/Mexican
Journal of Eating Disorders, 9(2), 221–237.
https://doi.org/10.22201/fesi.20071523e.2018.2.503

Garza, X., Navarro, G., González-Torres, M. & Zacarías-Salinas, X. (2018). Validación


psicométrica del Instrumento por Viñetas para Evaluar Riesgo de Ingesta
Emocional en niños. Revista de Educación y Desarrollo, 47(9), 91-100.
http://www.cucs.udg.mx/revistas/edu_desarrollo/anteriores/47/47_Garza.pdf

Ghosh, N., Das, A. & Sen, C. K. (2019). Childhood Obesity: Factors, Consequences and
Intervention [Obesidad infantil: Causas, consecuencias y tratamiento]. En D.
Bagchi (Ed.), Global Perspectives on Childhood Obesity (2da ed., pp. 271-276).
Elsevier. https://doi.org/10.1016/b978-0-12-812840-4.00021-9

Gianini, L. M., White, M. A. & Masheb, R. M. (2013). Eating pathology, emotion regulation,
and emotional overeating in obese adults with binge eating disorder. Eating
Behaviors, 14(3), 309–313. https://doi.org/10.1016/j.eatbeh.2013.05.008
99

Gibson, E. L. (2012). The psychobiology of comfort eating: Implications for


neuropharmacological interventions. Behavioural Pharmacology, 23(5–6), 442–
460. https://doi.org/10.1097/FBP.0b013e328357bd4e

Gibson, L. Y. (2011). An Overview of Psychosocial Symptoms in Obese Children


[Panorama de los síntomas psicosociales en niños con obesidad]. En D. Bagchi
(Ed.), Global Perspectives on Childhood Obesity (1ra ed., pp. 233–244). Elsevier.
https://doi.org/10.1016/B978-0-12-374995-6.10022-2

Gómez, O. & Calleja, N. (2016). Regulación emocional: definición, red nomológica y


medición. Revista Mexicana de Investigación En Psicología, 8(1), 96–117.
http://www.revistamexicanadeinvestigacionenpsicologia.com/index.php/RMIP/articl
e/view/215/128

Gonçalves, S. F., Chaplin, T. M., Turpyn, C. C., Niehaus, C. E., Curby, T. W., Sinha, R., &
Ansell, E. B. (2019). Difficulties in Emotion Regulation Predict Depressive
Symptom Trajectory from Early to Middle Adolescence. Child Psychiatry and
Human Development, 50(4), 618–630. https://doi.org/10.1007/s10578-019-00867-8

González-Toche, J., Gómez-García, A., Gómez-Alonso, C., Álvarez-Paredes, M. A., &


Álvarez-Aguilar, C. (2017). Asociación entre obesidad y depresión infantil en
población escolar de una unidad de medicina familiar en Morelia, Michoacán.
Atención Familiar, 24(1), 8–12. https://doi.org/10.1016/j.af.2016.12.001

González-Torres, M. L., Esqueda Sifuentes, C. N. & Vacio Muro, M. D. los Á. (2018).


Prácticas alimentarias parentales y su relación con la conducta alimentaria infantil:
Problemas para la explicación. Revista Mexicana de Trastornos Alimentarios, 9(1),
129–142. https://doi.org/10.22201/fesi.20071523e.2018.1.450

Görlach, M. G., Kohlmann, S., Shedden-Mora, M., Rief, W. & Westermann, S. (2016).
Expressive Suppression of Emotions and Overeating in Individuals with Overweight
and Obesity. European Eating Disorders Review, 24(5), 377–382.
https://doi.org/10.1002/erv.2452
100

Gratz, K. L. & Roemer, L. (2004). Multidimensional Assessment of Emotion Regulation


and Dysregulation: Development, Factor Structure, and Initial Validation of the
Difficulties in Emotion Regulation Scale. Journal of Psychopathology and
Behavioral Assessment, 26(1), 41–54.
https://doi.org/10.1023/B:JOBA.0000007455.08539.94

Graziano, P. A., Calkins, S. D. & Keane, S. P. (2010). Toddler self-regulation skills predict
risk for pediatric obesity. International Journal of Obesity, 34(4), 633–641.
https://doi.org/10.1038/ijo.2009.288

Gross, J.J (2002). Emotion regulation: Affective, cognitive, and social consequences.
Psychophysiology, 39, 281–291. https://doi.org/10.1002/9780470177334.ch3

Gross, J. J. & Jazaieri, H. (2014). Emotion, emotion regulation, and psychopathology: an


affective science perspective. Clinical Psychological Science, 2(4), 387–401.
https://doi.org/10.1177/2167702614536164

Gross, J. J. & Thompson, R. (2007). Emotion regulation: Conceptual foundations


[Regulación emocional: Fundamentos conceptuales]. En J. J. Gross (Eds.),
Handbook of Emotion Regulation (1ra ed., pp 3-24). The Guilford Press

Gross, J. J. (2002). Emotion regulation: Affective, cognitive, and social consequences.


Psychophysiology, 39, 281–291. https://doi.org/10.1002/9780470177334.ch3

Gross, J. J. (2014). Handbook of emotion regulation [Manual de regulación emocional]


(2da ed.). The Guilford Press.

Gross, J. J. (2015). The Extended Process Model of Emotion Regulation: Elaborations,


Applications, and Future Directions. Psychological Inquiry, 26(1), 130–137.
https://doi.org/10.1080/1047840X.2015.989751

Guglielmi, V. & Sbraccia, P. (2018). Obesity phenotypes: depot-differences in adipose


tissue and their clinical implications. Eating and Weight Disorders - Studies on
Anorexia, Bulimia and Obesity, 23(1), 3–14. https://doi.org/10.1007/s40519-017-
0467-9
101

Guijarro de Armas, M. G., Monereo, S., Navea, C., Merino, M. & Vega, M. B. (2015).
Hígado graso no alcohólico en pacientes con sobrepeso y obesidad infantojuvenil.
Medicina Clínica, 144(2), 55–58. https://doi.org/10.1016/j.medcli.2014.02.018

Hall, K., Simpson, A., O’Donnell, R., Sloan, E., Staiger, P. K., Morton, J., Ryan, D., Nunn,
B., Best, D. & Lubman, D. I. (2018). Emotional dysregulation as a target in the
treatment of co-existing substance use and borderline personality disorders: A pilot
study. Clinical Psychologist, 22(2), 112–125. https://doi.org/10.1111/cp.12162

Harrist, A., Hubbs-Tait, L., Topham, G., Shriver, L. & Page, M. (2013). Emotion Regulation
is Related to Children’s Emotional and External Eating. Journal of Developmental &
Behavioral Pediatrics, 34(8), 557–565.
https://doi.org/10.1097/DBP.0b013e3182a5095f

Herle, M., Fildes, A., Rijsdijk, F., Steinsbekk, S. & Llewellyn, C. (2018). The Home
Environment Shapes Emotional Eating. Child Development, 89(4), 1423–1434.
https://doi.org/10.1111/cdev.12799

Hernán, J., Rosales, R., Edith, K. & Alcántara, G. (2015). Efecto de la interacción entre el
sexo y el peso sobre el comer emocional en adolescentes. Psicología y Salud,
26(1), 63–68.
http://psicologiaysalud.uv.mx/index.php/psicysalud/article/viewFile/1899/3473

Hernández-Guzmán, L., Contreras-Valdez, J. A. & Freyre, M.-Á. (2019). ¿Categorías o


dimensiones? Hacia un tratamiento transdiagnóstico de la psicopatología
alimentaria. Revista Mexicana de Trastornos Alimentarios, 10(2), [avance en línea].
https://drive.google.com/file/d/1Jl53ZO0EP-skUJUVtgp--VuXgP46zYIg/view

Hughes, S. O., Power, T. G., O’Connor, T. M. & Fisher, J. O. (2015). Executive


functioning, emotion regulation, eating self-regulation, and weight status in low-
income preschool children: How do they relate? Appetite, 89(Junio), 1–9.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2015.01.009

Instituto Nacional de Salud Pública [INSP] (2016). Encuesta Nacional de Salud y Nutrición
de Medio Camino [ENSANUT MC 2016].
102

https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/209093/ENSANUT.pdf

Instituto Nacional de Salud Pública [INSP] (2018). Encuesta Nacional de Salud y Nutrición
[ENSANUT]. Presentación de resultados.
https://ensanut.insp.mx/encuestas/ensanut2018/doctos/informes/ensanut_2018_pr
esentacion_resultados.pdf

Isasi, C., Ostrovsky, N. & Wills, T. (2013). The association of emotion regulation with
lifestyle behaviors in inner-city adolescents. Eating Behaviors, 14(4), 518–521.
https://doi.org/10.1016/j.eatbeh.2013.07.009

Jalo, E., Konttinen, H., Vepsäläinen, H., Chaput, J. P., Hu, G., Maher, C., Maia, J.,
Sarmiento, O. L., Standage, M., Tudor-Locke, C., Katzmarzyk, P. T. & Fogelholm,
M. (2019). Emotional eating, health behaviours, and obesity in children: A 12-
country cross-sectional study. Nutrients, 11(2), 1–17.
https://doi.org/10.3390/nu11020351

Jáuregui-Lobera, I. & Montes-Martínez, M. (2020). Emotional Eating and Obesity [Comer


emocional y Obesidad]. En [s.d], Psychosomatic Medicine [en línea] (pp. 116–124).
IntechOpen. https://doi.org/10.5772/intechopen.91734

Kaplan, H. I. & Kaplan, H. S. (1957). The psychosomatic concept of obesity. The Journal
of Nervous and Mental Disease, 125(2), 181–201.
https://doi.org/10.1097/00005053-195704000-00004

Kassir, R. (2020). Risk of COVID‐19 for patients with obesity. Obesity Reviews, 21(6), 10–
11. https://doi.org/10.1111/obr.13034

Kaufer-Horwitz, M. & Toussaint, G. (2008). Indicadores antropométricos para evaluar


sobrepeso y obesidad en pediatría. Boletín Médico Del Hospital Infantil de México,
65(6), 502–518. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-
11462008000600009

Kelly, N. R., Tanofsky-Kraff, M., Vannucci, A., Altschul, A. M., Ranzenhofer, L. M., Schvey,
N. A., Shank, L. M., Brady, S. M., Galescu, O., Kozlosky, M., Yanovski, S. Z. &
103

Yanovski, J. A. (2016). Emotion dysregulation and loss-of-control eating in children


and adolescents. Health Psychology, 35(10), 1110–1119.
https://doi.org/10.1037/hea0000389

Konttinen, H., Männistö, S., Sarlio-Lähteenkorva, S., Silventoinen, K. & Haukkala, A.


(2010). Emotional eating, depressive symptoms, and self-reported food
consumption. A population-based study. Appetite, 54(3), 473–479.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2010.01.014

Kumar, S. & Kelly, A. (2017). Review of Childhood Obesity: From Epidemiology, Etiology,
and Comorbidities to Clinical Assessment and Treatment. Mayo Clinic
Proceedings, 92(2), 251–265. https://doi.org/10.1016/j.mayocp.2016.09.017

Lim, C. S., Espil, F. M., Viana, A. G. & Janicke, D. M. (2015). Associations between
anxiety symptoms and child and family factors in pediatric obesity. Journal of
Developmental and Behavioral Pediatrics, 36(9), 664–672.
https://doi.org/10.1097/DBP.0000000000000225

Latzer, Y. & Stein, D. (2013). A review of the psychological and familial perspectives of
childhood obesity. Journal of Eating Disorders, 1(1), 7.
https://doi.org/10.1186/2050-2974-1-7

Levitan, R. D. & Davis, C. (2010). Emotions and eating behaviour: Implications for the
current obesity epidemic. University of Toronto Quarterly, 79(2), 783–799.
https://doi.org/10.3138/utq.79.2.783

Liria, R. (2012). Consecuencias de la obesidad en el niño y el adolescente : un problema


que requiere atención. Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública,
29(3), 357–361. https://doi.org/10.1590/S1726-46342012000300010

Macht, M. (2008). How emotions affect eating: A five-way model. Appetite, 50(1), 1–11.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2007.07.002
104

Macht, M. & Simons, G. (2011). Emotional Eating [Comer emocional]. En I. Nyklícek, A.


Vingerhoets & M. Zeelenberg (Eds.), Emotion Regulation and Well-Being (1ra ed.,
pp. 281–295). Springer New York. https://doi.org/10.1007/978-1-4419-6953-8_17

Martos-Moreno, G. A. & Argente, J. (2011). Obesidades pediátricas: de la lactancia a la


adolescencia. Anales de Pediatría, 75(1), 63.e1-63.e23.
https://doi.org/10.1016/j.anpedi.2011.03.018

McLaughlin, K. A., Hatzenbuehler, M. L., Mennin, D. S. & Nolen-Hoeksema, S. (2011).


Emotion dysregulation and adolescent psychopathology: A prospective study.
Behaviour Research and Therapy, 49(9), 544–554.
https://doi.org/10.1016/j.brat.2011.06.003

Miller, A. L., Gearhardt, A. N., Fredericks, E. M., Katz, B., Shapiro, L. F., Holden, K.,
Kaciroti, N., Gonzalez, R., Hunter, C. & Lumeng, J. C. (2018). Targeting self-
regulation to promote health behaviors in children. Behaviour Research and
Therapy, 101, 71–81. https://doi.org/10.1016/j.brat.2017.09.008

Monell, E., Clinton, D. & Birgegård, A. (2018). Emotion dysregulation and eating
disorders—Associations with diagnostic presentation and key symptoms.
International Journal of Eating Disorders, 51(8), 921–930.
https://doi.org/10.1002/eat.22925

Monereo, S., Iglesias, P., & Guijarro, G. (2012). Nuevos retos en la prevención de la
obesidad: tratamientos y calidad de vida (1ra ed.). Fundación BBVA.
https://www.fbbva.es/wp-
content/uploads/2017/05/dat/DE_2012_prevencion_obesidad.pdf

Neacsiu, A. D., Rizvi, S. L. & Linehan, M. M. (2010). Dialectical behavior therapy skills use
as a mediator and outcome of treatment for borderline personality disorder.
Behaviour Research and Therapy, 48(9), 832–839.
https://doi.org/10.1016/j.brat.2010.05.017
105

Nguyen-Michel, S. T., Unger, J. B. & Spruijt-Metz, D. (2007). Dietary correlates of


emotional eating in adolescence. Appetite, 49(2), 494–499.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2007.03.005

Nieman, P., & LeBlanc, C. (2012). Psychosocial aspects of child and adolescent obesity.
Pediatrics & Child Health, 17(4), 205–206. https://doi.org/10.1093/pch/17.4.205

Organización Mundial de la Salud [OMS]. (octubre, 2017). 10 datos sobre la obesidad


[Reportaje]. https://www.who.int/features/factfiles/obesity/es/

Organización Mundial de la Salud [OMS]. (2020a). Temas de salud. Obesidad.


https://www.who.int/topics/obesity/es/

Organización Mundial de la Salud [OMS]. (abril, 2020b). Obesidad [Nota descriptiva].


https://www.who.int/topics/obesity/es/

Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico [OCDE]. (2017). Obesity


Update 2017 [Actualización en Obesidad 2017].
https://www.oecd.org/health/health-systems/Obesity-Update-2017.pdf

Orihuela, C. A., Mrug, S. & Boggiano, M. M. (2017). Reciprocal relationships between


emotion regulation and motives for eating palatable foods in African American
adolescents. Appetite, 117(Julio), 303–309.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2017.07.008

Ortega, E. G. (2018). Alteraciones psicológicas asociadas a la obesidad infantil. Revista


Medica Herediana, 29(2), 111–115. https://doi.org/10.20453/rmh.v29i2.3352

Ortega-Cortés, R. (2014). Costos económicos de la obesidad infantil y sus consecuencias.


Revista Médica Del Instituto Mexicano Del Seguro Social, 52(1), S8–S11.
https://www.redalyc.org/pdf/4577/457745485003.pdf

Pace, U., Aiello, F. & Zappulla, C. (2019). Childhood Obesity: The Relationship Between
Negative Emotionality, Emotion Regulation, and Parenting Styles. Journal of Child
106

and Family Studies, 28(8), 2272–2279. https://doi.org/10.1007/s10826-019-01443-


3

Percinel, I., Ozbaran, B., Kose, S., Simsek, D. G. & Darcan, S. (2018). Increased deficits
in emotion recognition and regulation in children and adolescents with exogenous
obesity. The World Journal of Biological Psychiatry, 19(2), 112–118.
https://doi.org/10.1080/15622975.2016.1265147

Pérez, A. & Cruz, M. (2018). Situación actual de la obesidad infantil en méxico. Nutrición
Hospitalaria, 36(2), 463–469. https://doi.org/10.20960/nh.2116

Petrakis, D., Margină, D., Tsarouhas, K., Tekos, F., Stan, M., Nikitovic, D., Kouretas, D.,
Spandidos, D., & Tsatsakis, A. (2020). Obesity‐a risk factor for increased
COVID‐19 prevalence, severity and lethality (Review). Molecular Medicine Reports,
22(1), 9–19. https://doi.org/10.3892/mmr.2020.11127

Pink, A. E., Lee, M., Price, M. & Williams, C. (2019). A serial mediation model of the
relationship between alexithymia and BMI: The role of negative affect, negative
urgency and emotional eating. Appetite, 133(Noviembre) 270–278.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2018.11.014

Pont, S., Puhl, R., Cook, S. & Slusser, W. (2017). Stigma experienced by children and
adolescents with obesity. Pediatrics, 140(6). https://doi.org/e20173034

Power, T. G., Hidalgo-Mendez, J., Fisher, J. O., O’Connor, T. M., Micheli, N. & Hughes, S.
O. (2020). Obesity risk in Hispanic children: Bidirectional associations between
child eating behavior and child weight status over time. Eating Behaviors, 36(Julio),
101366. https://doi.org/10.1016/j.eatbeh.2020.101366

Power, T. G., Olivera, Y. A., Hill, R. A., Beck, A. D., Hopwood, V., Garcia, K. S., Ramos,
G. G., Fisher, J. O., O’Connor, T. M., & Hughes, S. O. (2016). Emotion regulation
strategies and childhood obesity in high risk preschoolers. Appetite, 107(1), 623–
627. https://doi.org/10.1016/j.appet.2016.09.008

Puder, J. J. & Munsch, S. (2010). Psychological correlates of childhood obesity.


107

International Journal of Obesity, 34(S2), S37–S43.


https://doi.org/10.1038/ijo.2010.238

Pulgarón, E. R. (2013). Childhood Obesity: A Review of Increased Risk for Physical and
Psychological Comorbidities. Clinical Therapeutics, 35(1), A18–A32.
https://doi.org/10.1016/j.clinthera.2012.12.014

Racine, S. E. & Wildes, J. E. (2015). Emotion dysregulation and anorexia nervosa: An


exploration of the role of childhood abuse. International Journal of Eating
Disorders, 48(1), 55–58. https://doi.org/10.1002/eat.22364

Raimann, X. (2011). Obesidad y sus complicaciones. Revista Médica Clínica Las Condes,
22(1), 20–26. https://doi.org/10.1016/S0716-8640(11)70389-3

Ramírez, A. & García-Méndez, M. (2017). Construcción de una escala de alimentación


emocional. Revista Iberoamericana de Diagnóstico y Evaluación Psicológica,
3(45), 85–95. https://doi.org/10.21865/RIDEP45.3.07

Rankin, J., Matthews, L., Cobley, S., Han, A., Sanders, R., Wiltshire, H. D. & Baker, J. S.
(2016). Psychological consequences of childhood obesity: psychiatric comorbidity
and prevention. Adolescent Health, Medicine and Therapeutics, 7, 125–146.
https://doi.org/10.2147/AHMT.S101631

Reyes, M. A. & Tena, E. A. (2016). Regulación emocional en la práctica clínica. Una guía
para terapeutas. El Manual Moderno.

Rivera, J. Á., Colchero, M. A., Fuentes, M. L., González de Cosío, T., Aguilar, C.,
Hernández, G. & Barquera, S. (2018). La Obesidad En Mexico. Estado de la
política pública y recomendaciones para su prevención y control. Instituto Nacional
de Salud Pública.

Rodríguez, I. (2017). La participación de la población infantil en el ámbito de los métodos


cuantitativos de investigación. Sociedad e Infancias, 1(s.d.), 283–298.
https://doi.org/10.5209/SOCI.55895
108

Ruscitti, C., Rufino, K., Goodwin, N. & Wagner, R. (2016). Difficulties in emotion regulation
in patients with eating disorders. Borderline Personality Disorder and Emotion
Dysregulation, 3(3), 1–7. https://doi.org/10.1186/s40479-016-0037-1

Russell, C. G. & Russell, A. (2019). A biopsychosocial approach to processes and


pathways in the development of overweight and obesity in childhood: Insights from
developmental theory and research. Obesity Reviews, 20(5), 725–749.
https://doi.org/10.1111/obr.12838

Sabatier, C., Restrepo, D., Moreno, M., Hoyos De Los Ríos, O. & Palacio, J. (2017).
Emotion regulation in children and adolescents. Psicología desde el Caribe, 34(1),
1–24.
http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/psicologia/article/viewFile/8904/9778

Sagar, R. & Gupta, T. (2018). Psychological Aspects of Obesity in Children and


Adolescents. Indian Journal of Pediatrics, 85(7), 554–559.
https://doi.org/10.1007/s12098-017-2539-2

Sahoo, K., Sahoo, B., Choudhury, A., Sufi, N. Y., Kumar, R. & Bhadoria, A. (2015).
Childhood obesity: Causes and consequences. Journal of Family Medicine and
Primary Care, 4(2), 187. https://doi.org/10.4103/2249-4863.154628

Sandín, B., Chorot, P. & Valiente, R. M. (2012). Transdiagnóstico: Nueva frontera en


psicología clínica. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 17(3), 185–203.
https://doi.org/10.5944/rppc.vol.17.num.3.2012.11839

Santos, J. L., Ho-Urriola, J. A., González, A., Smalley, S. V., Domínguez-Vásquez, P.,
Cataldo, R., Obregán, A. M., Amador, P., Weisstaub, G. & Hodgson, M. I. (2011).
Association between eating behavior scores and obesity in Chilean children.
Nutrition Journal, 10(1), 1–8. https://doi.org/10.1186/1475-2891-10-108

Sauer-Zavala, S., Bentley, K. H. & Wilner, J. G. (2016). Transdiagnostic treatment of


borderline personality disorder and comorbid disorders: A clinical replication series.
Journal of Personality Disorders, 30(1), 35–51.
https://doi.org/10.1521/pedi_2015_29_179
109

Schneider, R. L., Arch, J. J., Landy, L. N. & Hankin, B. L. (2018). The Longitudinal Effect of
Emotion Regulation Strategies on Anxiety Levels in Children and Adolescents.
Journal of Clinical Child & Adolescent Psychology, 47(6), 978–991.
https://doi.org/10.1080/15374416.2016.1157757

Secretaría de Educación Pública [SEPMX] (2019). Estructura y características de la


educación básica. https://www.planyprogramasdestudio.sep.gob.mx/index-
edubasica-estructura.html

Sheppes, G., Suri, G. & Gross, J. J. (2015). Emotion Regulation and Psychopathology.
Annual Review of Clinical Psychology, 11(1), 379–405.
https://doi.org/10.1146/annurev-clinpsy-032814-112739

Silva, J. R., Capurro, G., Saumann, M. P. & Slachevsky, A. (2013). Problematic eating
behaviors and nutritional status in 7 to 12 year old Chilean children. International
Journal of Clinical and Health Psychology, 13(1), 32–39.
https://doi.org/10.1016/S1697-2600(13)70005-X

Simonnet, A., Chetboun, M., Poissy, J., Raverdy, V., Noulette, J., Duhamel, A., Labreuche,
J., Mathieu, D., Pattou, F., Jourdain, M., Caizzo, R., Caplan, M., Cousin, N.,
Duburcq, T., Durand, A., El kalioubie, A., Favory, R., Garcia, B., Girardie, P., …
Verkindt, H. (2020). High prevalence of obesity in severe acute respiratory
syndrome coronavirus-2 (SARS-CoV-2) requiring invasive mechanical ventilation.
Obesity, 0–1. https://doi.org/10.1002/oby.22831

Sloan, E., Hall, K., Moulding, R., Bryce, S., Mildred, H. & Staiger, P. K. (2017). Emotion
regulation as a transdiagnostic treatment construct across anxiety, depression,
substance, eating and borderline personality disorders: A systematic review.
Clinical Psychology Review, 57(Octubre), 141–163.
https://doi.org/10.1016/j.cpr.2017.09.002

Sociedad Mexicana de Psicología. (2010). Código Ético del Psicólogo. Trillas.

Speiser, P. W., Rudolf, M. C. J., Anhalt, H., Camacho-Hubner, C., Chiarelli, F., Eliakim, A.,
Freemark, M., Gruters, A., Hershkovitz, E., Iughetti, L., Krude, H., Latzer, Y.,
110

Lustig, R. H., Pescovitz, O. H., Pinhas-Hamiel, O., Rogol, A. D., Shalitin, S., Sultan,
C., Stein, D., … Hochberg, Z. (2005). Childhood Obesity. The Journal of Clinical
Endocrinology & Metabolism, 90(3), 1871–1887. https://doi.org/10.1210/jc.2004-
1389

Steinsbekk, S., Barker, E. D., Llewellyn, C., Fildes, A. & Wichstrøm, L. (2018). Emotional
Feeding and Emotional Eating: Reciprocal Processes and the Influence of Negative
Affectivity. Child Development, 89(4), 1234–1246.
https://doi.org/10.1111/cdev.12756

Stepp, S. D., Scott, L. N., Morse, J. Q., Nolf, K. A., Hallquist, M. N. & Pilkonis, P. A. (2014).
Emotion dysregulation as a maintenance factor of borderline personality disorder
features. Comprehensive Psychiatry, 55(3), 657–666.
https://doi.org/10.1016/j.comppsych.2013.11.006

Stifter, C. & Augustine, M. (2019). Emotion Regulation [Regulación Emocional]. En V.


LoBue, K. Pérez-Edgar & K. A. Buss (Eds.), Handbook of Emotional Development
(1ra ed., pp. 405–430). Springer International Publishing.
https://doi.org/10.1007/978-3-030-17332-6

Sutaria, S., Devakumar, D., Yasuda, S. S., Das, S. & Saxena, S. (2019). Is obesity
associated with depression in children? Systematic review and meta-analysis.
Archives of Disease in Childhood, 104(1), 64–74.
https://doi.org/10.1136/archdischild-2017-314608

Tang-Péronard, J. L., & Heitmann, B. L. (2008). Stigmatization of obese children and


adolescents, the importance of gender. Obesity Reviews, 9(6), 522–534.
https://doi.org/10.1111/j.1467-789X.2008.00509.x

Taylor, E. D. (2006). Orthopedic Complications of Overweight in Children and


Adolescents. PEDIATRICS, 117(6), 2167–2174. https://doi.org/10.1542/peds.2005-
1832

Thompson, R. A. (2014). Socialization of Emotion and Emotion Regulation in the Family


[Socialización de la Emoción y la Regulación Emocional en la Familia]. En J. J.
111

Gross (Ed.), Handbook of emotion regulation (2da ed., pp. 173–186). The Guilford
Press.

Thompson-Brenner, H., Boswell, J. F., Espel-Huynh, H., Brooks, G. & Lowe, M. R. (2019).
Implementation of transdiagnostic treatment for emotional disorders in residential
eating disorder programs: A preliminary pre-post evaluation. Psychotherapy
Research, 29(8), 1045–1061. https://doi.org/10.1080/10503307.2018.1446563

Thompson-Brenner, H., Shingleton, R. M., Thompson, D. R., Satir, D. A., Richards, L. K.,
Pratt, E. M. & Barlow, D. H. (2016). Focused vs. Broad enhanced cognitive
behavioral therapy for bulimia nervosa with comorbid borderline personality: A
randomized controlled trial. International Journal of Eating Disorders, 49(1), 36–49.
https://doi.org/10.1002/eat.22468

Titelius, E. N., Cook, E., Spas, J., Orchowski, L., Kivisto, K., O’Brien, K., Frazier, E., Wolff,
J. C., Dickstein, D. P., Kim, K. L. & Seymour, K. E. (2018). Emotion Dysregulation
Mediates the Relationship Between Child Maltreatment and Non-Suicidal Self-
Injury. Journal of Aggression, Maltreatment & Trauma, 27(3), 323–331.
https://doi.org/10.1080/10926771.2017.1338814

Torres, F. (2018). Obesidad y salud pública en México : transformación del patrón


hegemónico de oferta-demanda de alimentos. Revista Problemas Del Desarrollo,
193(49), 145–169. https://doi.org/http://probdes.iiec.unam.mx

Torres, S. J. & Nowson, C. A. (2007). Relationship between stress, eating behavior, and
obesity. Nutrition, 23(11–12), 887–894. https://doi.org/10.1016/j.nut.2007.08.008

Uhl, K., Halpern, L. F., Tam, C., Fox, J. K. & Ryan, J. L. (2019). Relations of Emotion
Regulation, Negative and Positive Affect to Anxiety and Depression in Middle
Childhood. Journal of Child and Family Studies, 28(11), 2988–2999.
https://doi.org/10.1007/s10826-019-01474-w

van Strien, T. (2018). Causes of Emotional Eating and Matched Treatment of Obesity.
Current Diabetes Reports, 18(6), 35. https://doi.org/10.1007/s11892-018-1000-x
112

van Strien, T. & Oosterveld, P. (2008). The children’s DEBQ for assessment of restrained,
emotional, and external eating in 7 to 12 year old children. International Journal of
Eating Disorders, 41(1), 72–81. https://doi.org/10.1002/eat.20424

van Strien, T., Cebolla, A., Etchemendy, E., Gutiérrez-Maldonado, J., Ferrer-García, M.,
Botella, C. & Baños, R. (2013). Emotional eating and food intake after sadness and
joy. Appetite, 66(Julio), 20–25. https://doi.org/10.1016/j.appet.2013.02.016

van Strien, T., Gibson, E. L., Baños, R., Cebolla, A. & Winkens, L. (2019). Is comfort food
actually comforting for emotional eaters? A (moderated) mediation analysis.
Physiology & Behavior, 211(Septiembre), 112671.
https://doi.org/10.1016/j.physbeh.2019.112671

van Strien, T., Konttinen, H. M., Ouwens, M. A., van de Laar, F. A. & Winkens, L. (2020).
Mediation of emotional and external eating between dieting and food intake or BMI
gain in women. Appetite, 145(Julio), 104493.
https://doi.org/10.1016/j.appet.2019.104493

van Strien, T., Roelofs, K. & De Weerth, C. (2013). Cortisol reactivity and distress-induced
emotional eating. Psychoneuroendocrinology, 38(5), 677–684.
https://doi.org/10.1016/j.psyneuen.2012.08.008

Vandewalle, J., Moens, E., Beyers, W. & Braet, C. (2016). Can we link emotional eating
with the emotion regulation skills of adolescents? Psychology and Health, 31(7),
857–872. https://doi.org/10.1080/08870446.2016.1149586

Wardle, J., Guthrie, C. A., Sanderson, S. & Rapoport, L. (2001). Development of the
children’s eating behaviour questionnaire. Journal of Child Psychology and
Psychiatry and Allied Disciplines, 42(7), 963–970. https://doi.org/10.1111/1469-
7610.00792

Webber, L., Hill, C., Saxton, J., Van Jaarsveld, C. & Wardle, J. (2009). Eating behaviour
and weight in children. International Journal of Obesity, 33(1), 21–28.
https://doi.org/10.1038/ijo.2008.219
113

Werner, K. & Gross, J. J. (2010). Emotion Regulation and Psychopathology: A Conceptual


Framework [Regulación Emocional y Psicopatología: Un Marco Conceptual]. En A.
Kring & D. Sloan (Eds.), Emotion regulation and psychopathology. A
transdiagnostic approach to etiology and treatment (pp. 13–37). The Guilford
Press.

Willem, C., Gandolphe, M. C., Roussel, M., Verkindt, H., Pattou, F. & Nandrino, J. L.
(2019). Difficulties in emotion regulation and deficits in interoceptive awareness in
moderate and severe obesity. Eating and Weight Disorders, 24(4), 633–644.
https://doi.org/10.1007/s40519-019-00738-0

Wing, R. R., Blair, E. H., Epstein, L. H. & McDermott, M. D. (1990). Psychological stress
and glucose metabolism in obese and normal-weight subjects: a possible
mechanism for differences in stress-induced eating. Health Psychology: Official
Journal of the Division of Health Psychology, American Psychological Association,
9(6), 693–700. https://doi.org/10.1037/0278-6133.9.6.693
114

ANEXO A
Escala de Desregulación Emocional

Powers et al. (2015). Adaptada a población mexicana por Contreras Valdez et al. (2018)
115

ANEXO B

Instrumento por Viñetas para Evaluar Riesgo de Ingesta emocional en niños

Garza et al. (2018)


116
117
118

ANEXO C
Escala de Desregulación Emocional

Powers et al. (2015). Adaptada a población mexicana por Rodríguez y Contreras-


Valdez (2020).
119

ANEXO D
Cuestionario de la Conducta Alimentaria de los Niños

Wardle et al. (2001). Adaptado a población mexicana por Calderón (2014).

Nota: Para la presente investigación se emplearon nueve ítems para evaluar el


constructo de ingesta emocional, estos aparecen subrayados y corresponden al factor
original Respuesta de saciedad/Interés por el alimento/Sobrealimentación emocional del
instrumento. El reactivo 15 (señalado con un asterisco) fue seleccionado por su
pertinencia para evaluar la ingesta emocional.
120
121

ANEXO E
Consentimiento informado para padres
122

ANEXO F
Asentimiento informado para preadolescentes

También podría gustarte