Historia 2º Bachillerato
Historia 2º Bachillerato
Historia 2º Bachillerato
La vuelta de Fernando VII supuso el problema de integrar al monarca en el nuevo modelo político
definido por las Cortes de Cádiz. En lugar de dirigirse a Madrid, donde estaban las Cortes para
jurar la Constitución, llega a Valencia el 16 de abril de 1814, donde un grupo de diputados
absolutistas le entregarán el Manifiesto de los Persas, en el que se le pide que ignore las
propuestas de Cádiz y restaure el absolutismo. El 4 de mayo el rey firma el Decreto de Valencia,
que declaraba nula la Constitución y todas las leyes promulgadas en Cádiz, iniciando así la etapa
de restauración de la monarquía absoluta y el Antiguo Régimen (1814-1820), en la que la
ineficacia de sus ministros y la negativa de tomar medidas liberales incrementarían la ruina de la
Hacienda. Además se llevaría a cabo una fuerte represión contra los liberales, que se exiliaron
o pasaron a la clandestinidad; su descontento, junto al de un sector del ejército, causaría
numerosos pronunciamientos militares (Espoz y Mina en Pamplona, Díaz Porlier en A Coruña,
general Lacy en Barcelona), alzamientos a favor del cambio político. Estos fracasaron, pero
iniciaron una nueva forma de hacer política: mediante la intervención de los militares.
El 1 de enero de 1820 triunfó el pronunciamiento del coronel Riego en Cabezas de San Juan
(Sevilla), con ayuda del ejército que se dirigía a América para luchar contra los independentistas.
La insurrección se generalizó, obligando a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812,
iniciándose el Trienio Liberal (1820-1823) y con él la vuelta del liberalismo. Se formó entonces un
nuevo gobierno y se convocaron elecciones a Cortes, que restaurarían gran parte de las reformas
de Cádiz (supresión del régimen señorial y de los mayorazgos, abolición de la Inquisición,...). Fue
el segundo intento de revolución liberal burguesa.
La labor del gobierno liberal fue dificultada por: la división de los liberales en moderados o
doceañistas (conservadores) y exaltados o veinteañistas (más progresistas), la situación
socioeconómica (el aumento de empréstitos y la sequía de 1822 causaron la oposición del
campesinado) y la actitud contraria del rey al liberalismo, que obstaculizó las reformas mediante
el veto suspensivo. Además, habría una fuerte reacción de los realistas (partidarios del rey) en
1822 con: la sublevación de la Guardia Real, la organización de partidas guerrilleras en
Navarra y País Vasco, y la creación de “la Regencia de Urgel” (gobierno paralelo) en Cataluña.
Fernando VII pidió ayuda a las potencias de la Santa Alianza, que temerosas de que la revolución
1
Durante los 25 años de reinado efectivo de Isabel II se consolidó el Estado liberal, aunque el
protagonismo correspondió a los moderados. Se pueden distinguir tres fases en este periodo.
La primera fase es la Década Moderada (1844-1854), que se inicia con el gobierno del general
Narváez (moderado), dando lugar a un Estado liberal conservador, unitario y centralista. Las
bases del sistema se recogen en la Constitución de 1845: la soberanía y el poder legislativo
son compartidos entre la Corona y las Cortes, la reina tiene el derecho de convocar, disolver las
Cortes y vetar sus leyes, el Congreso se elige por sufragio censitario muy restringido, el
Senado se compone de miembros vitalicios elegidos por la corona, se reconocen numerosos
derechos individuales, se vuelve al Estado confesional y se suprime la Milicia Nacional.
Además, se elaboraron leyes dirigidas a reorganizar el Estado: se funda la Guardia Civil, se
aprueba el Código Penal (1848), Alejandro Mon reforma el sistema fiscal basado en un sistema
de impuestos directos e indirectos, se restablecen las relaciones con la Iglesia con el Concordato
de 1851, se lleva a cabo una política de obras públicas y se centraliza y ejerce control sobre
la Administración local y provincial (1845), quedando ésta bajo control del gobierno central
mediante gobernadores civiles en cada provincia.
Estas medidas centralizadoras, junto al fracaso de las negociaciones para el matrimonio de Carlos
VI con Isabel II, dieron lugar a la Segunda guerra carlista (1846-1849)/“guerra dels matiners”.
Se desarrolló en las zonas rurales de Cataluña, con la insurrección de partidas guerrilleras. No
tuvo ni el impacto ni la violencia de la primera, pero se prolongó hasta 1860.
El 28 de junio de 1854, se produce el pronunciamiento de los generales Dulce y O’Donnell
debido a la inestabilidad política, aprovechando las continuas disputas entre moderados y
progresistas. Se inició en Vicálvaro, de ahí que se conozca como “Vicalvarada”. Al no encontrar
apoyo en Madrid se retiró hacia el sur, uniéndose a la revolución del general progresista Serrano.
Los sublevados publicaron el “Manifiesto del Manzanares”, en el que se pedía una “regeneración
liberal”. La revolución de 1854 se generalizó y la reina nombró como Jefe de Gobierno al general
Espartero, iniciando así el Bienio Progresista (1854-1856).
Se restableció temporalmente la Constitución de 1837 y unas Cortes Constituyentes redactaron
una constitución progresista, pero no hubo tiempo para que fuese aprobada: la Constitución “non
nata” de 1856. Además se aprobaron leyes económicas en defensa de la burguesía urbana y las
clases medias para impulsar el desarrollo económico y la industrialización: la Desamortización
Civil de Madoz (1855), que afectó a bienes de la Iglesia y de propiedad municipal, la Ley General
de Ferrocarriles (1855) y la Ley de Bancos y Sociedades de Crédito (1856). En 1856, la
situación era muy difícil debido a la conflictividad social y las discrepancias dentro de la coalición
gobernante. La reina encargó formar gobierno a O’Donnell (1856).
Este periodo se caracterizó por la alternancia en el poder del partido moderado de Narváez
(1856-1858) y la Unión Liberal de O'Donnell (1858-1863), que gobernaron con la Constitución de
1845. En el primer gobierno de O'Donnell se añadió a la Constitución un Acta Adicional que
reconocía principios progresistas. Con el gobierno moderado de Narváez (1856-1858) se llevó a
cabo la Reforma en Educación, que regulaba el sistema educativo y su financiación. El período
de mayor estabilidad política y desarrollo económico coincidió con el gobierno de la Unión Liberal
(1858-1863) de O’Donnell. Se reactivó la participación de España en la política colonial
internacional, intervino en Marruecos, México e Indochina, logrando grandes victorias militares.
Entre 1863 y 1868 se sucedieron gobiernos unionistas y moderados (inestables y autoritarios).
Se suceden episodios como la Matanza de la Noche de San Daniel (1865) o de la Sublevación
de los Sargentos del Cuartel de San Gil (1866). Todo esto durante una crisis económica tras la
quiebra de varias compañías ferroviarias, provocando un gran descontento popular. En 1866,
progresistas y demócratas firman el Pacto de Ostende, con el que se comprometían a acabar con
la monarquía. En 1868, los unionistas, bajo el mando del general Serrano, se unieron al pacto. En
1868, con la sublevación del almirante Topete se inicia la revolución de “La Gloriosa”, que
provocó la caída de Isabel II.
47f1-41
El sistema canovista fue diseñado por Cánovas del Castillo, inspirado en el modelo británico y
se trataba de una monarquía parlamentaria en la que dos partidos se turnan el poder, que se
lograba mediante el fraude electoral. Sus objetivos eran: dar estabilidad política y mantener el
orden social para evitar pronunciamientos militares y evitar que se identificase a la corona con
un partido político. Estaba regido por valores conservadores combinados con algunos aspectos
liberales. Para Cánovas, la nación se configuraba a lo largo del tiempo, y de su propia historia
surgía una constitución interna. La historia había convertido al rey y las Cortes en las
instituciones fundamentales de España, por lo que debían ejercer una soberanía compartida.
Solo dos partidos participan en el sistema, ambos dinásticos y de cuadros. El Partido
Conservador, creado por Cánovas, integraba a los antiguos moderados y unionistas. Defendía
una monarquía parlamentaria con sufragio censitario, la soberanía compartida entre el rey y
las Cortes y era partidario de la limitación de libertades, de la confesionalidad católica del
Estado y del proteccionismo económico. El Partido Liberal, liderado por Sagasta y de base
social más amplia, aglutinaba a los progresistas, un sector de demócratas y radicales. Defendían la
soberanía nacional, el sufragio universal, más libertades, el laicismo y el librecambismo. El
partido Conservador ejerció el poder hasta 1881, año en el que, con el primer gobierno del partido
Liberal hasta 1884, comenzó a funcionar el turno de partidos.
Cuando se decidía el cambio de partido gobernante, se procedía al fraude del proceso electoral,
que se organizaba de arriba a abajo, dirigido por el Ministerio de Gobernación. Cuando se
disolvían las Cortes y se convocaban elecciones, se enviaba a los gobernadores civiles de cada
provincia la lista de los candidatos que tenían que salir elegidos en cada localidad (los
encasillados) y se lo comunicaban a los alcaldes y caciques locales. Estos se encargaban de la
manipulación directa de los resultados electorales utilizando distintos procedimientos:
protección de los electores, amenazas, compra de votos o pucherazo.
El modelo político de Cánovas se concretó en la Constitución de 1876. Mantiene el carácter
moderado de la Constitución de 1845, pero incluyendo algunos elementos progresistas de la de
1869. Su redacción es ambigua y flexible. Su marcado carácter conservador se manifiesta en:
el establecimiento de una monarquía parlamentaria con soberanía compartida entre el rey y las
Cortes, la confesionalidad católica del Estado, o el centralismo. Se le atribuye un papel
moderador al monarca y se le conceden amplios poderes: puede convocar, suspender y disolver
las Cortes y tiene derecho de veto, tiene el poder ejecutivo y nombra a sus ministros y se convierte
en el jefe del ejército. Se limitó el poder de las Cortes, que eran bicamerales: un Senado
integrado por senadores vitalicios y otros elegidos por un sistema indirecto, y un Congreso electivo.
No definía el tipo de sufragio que fue censitario en un principio y, desde 1890, universal para
varones mayores de 25 años. La declaración de derechos individuales es ambigua, los derechos
se regulaban por decretos que los conservadores limitarán y los liberales ampliarán.
Maria Cristina de Habsburgo-Lorena asumió la Regencia (1885-1902) hasta la mayoría de edad
de su hijo Alfonso XIII. Ante el temor de una posible desestabilización política, Cánovas y Sagasta
firmaron el Pacto del Pardo, acuerdo para garantizar el sistema político. Tras la muerte del rey,
Cánovas dimitió, iniciándose el Gobierno Largo de Sagasta (1885-1890).
En este gobierno los liberales llevaron a cabo una importante labor reformista: se culmina el
proceso codificador con el Código de Comercio (1885) y el Código Civil (1890); se aprueba la
Ley de Jurados, que permite el juicio por jurados; la Ley de Asociaciones (1887), que legalizaba
organizaciones obreras y sindicales; y se acaba con la censura con la aprobación de la libertad de
cátedra y prensa (1887). Se establece el sufragio universal masculino (1890).
Con la vuelta de los conservadores en 1890, se retornó a una política económica
proteccionista (Ley de Aranceles, 1891). Del siguiente gobierno, de Sagasta (de 1892 a 1895),
destaca el proyecto de reforma de la administración de Cuba, que fracasó dando lugar a la
Guerra de Cuba. Le sigue otro gobierno de Cánovas (1895-1897), que finalizaría debido al
atentado anarquista que acabó con su vida, siendo Sagasta el que tendría que afrontar el
desastre del 98. En 1902, Alfonso XIII fue proclamado Rey de España.
El régimen de la Restauración marginó a amplios sectores políticos y sociales, aunque éstos se
encontraban divididos y enfrentados. Una fuerte oposición al sistema lo constituyeron los
carlistas, que se abrieron a la vía política y se dividieron en integristas, representados por el
Partido Católico Nacional, y tradicionalistas, que defendían la unidad católica, los fueros y la
oposición a la democracia. Por otra parte, encontramos el partido republicano, que se hallaba
dividido en: el Partido Demócrata Posibilista, más moderado y que aceptaba la monarquía, el
Partido Republicano Progresista, que no aceptaron la Restauración y optaron por el retraimiento
electoral, el Partido Republicano Centralista y el Partido Republicano Federal.
Los partidos obreros se organizan legalmente tras la Ley de Asociaciones de 1887 y se dividen
en dos. El socialismo fue minoritario en España, quedando reducido a Madrid, Asturias y Vizcaya.
Se fundó con el Partido Socialista Obrero Español, bajo el liderazgo de Pablo Iglesias y que
seguía la corriente marxista. En 1881 crearon el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT).
El anarquismo tenía en común el rechazo de toda forma de organización estatal y de participación
política. Surgió en Andalucía y en Cataluña y proponían hacer la revolución desde abajo. En 1881
nació la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Eran partidarios de la
acción directa para conseguir cambio político, conduciendo a varios atentados terroristas.
A finales del siglo XIX, nacen en Cataluña y País Vasco movimientos que cuestionan la existencia
de una única nación dentro del territorio español, que comenzaron como regionalismos, pero
algunos evolucionaron al nacionalismo. Destaca el nacionalismo catalán, cuyo origen remonta a
1830 con la Renaixença y que provocó la ruptura de intereses entre la oligarquía centralista y la
burguesía industrial catalana. Podía ser catalanismo de izquierdas, federalista y republicano
(Centré Catalá, de Valentí Almirall, que evolucionará en el siglo XX a Esquerra Republicana de
Cataluña) y el catalanismo conservador (Unió Catalanista, fundada por Prat de la Riba y de
ideología conservadora y católica; se aprobaron las Bases de Manresa en 1892; y Liga
Regionalista, de Cambó y Prat de la Riba). El nacionalismo vasco se debió a la abolición de los
fueros históricos y a los cambios socioeconómicos provocados por la industrialización. Sabino
Arana fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), antiliberal, racista y ultracatólico, que tuvo
apoyo en la pequeña y mediana burguesía y en el mundo rural. Se defendía la independencia de
Euskadi y la creación de un estado vasco. En otras regiones también se dan movimientos
regionalistas como en Galicia (en 1889 Murguía fundó la Asociación Regionalista Gallega),
Valencia (Teodoro Llorente) o Andalucía (Blas Infante).
6.2. EL PROBLEMA DE CUBA Y LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y ESTADOS UNIDOS. LA
CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.
Cuba y Puerto Rico basaban su economía en la agricultura de exportación, en la que trabajaba
la mano de obra esclava, solo saliendo beneficiada una reducida oligarquía esclavista. Durante
el Sexenio (1868-1874), se inició la insurrección cubana hasta que, en el reinado de Alfonso XII,
con la Paz de Zanjón (1878) se puso fin a “la Guerra Larga”, prometiendo mejoras en las
condiciones políticas y administrativas de la isla y la concesión de una amplia amnistía para los
vencidos y de la libertad para los esclavos.
En el Gobierno largo de Sagasta se abolió de forma definitiva la esclavitud (1886) y los cubanos
logaron representación en las Cortes. El incumplimiento de lo pactado provocó la reanudación del
conflicto en 1895. José Martí impulsará la insurrección que comenzó en Santiago con el Grito de
Baire. El gobierno español respondió enviando un ejército a Cuba, dirigido por Martínez Campos,
buscando combinar la represión militar con la flexibilidad necesaria para llegar a acuerdos. No
consiguió controlar la situación, por lo que fue sustituido por el general Weyler, inició una dura
represión y dividió la isla en tres sectores separados por “trochas”, permitiendo controlar las
principales vías de comunicación y concentrando la población en zonas controladas por las
tropas españolas para evitar que apoyaran a los independentistas, pero la dificultad de proveer
alimentos y asistencia médica elevó la mortalidad. La táctica de guerrilla empleada por los
insurrectos impedía a las tropas españolas dominar la situación.
La dura actuación de Weyler aumentó los deseos de independencia y alentó la campaña
internacional de desprestigio contra España, dirigida por Estados Unidos, bajo intereses
económicos y estratégicos: era el principal comprador del azúcar y tabaco cubanos y le
interesaba el fuerte arancel de entrada en Cuba de los productos norteamericanos. Además, su
dominio podía permitir el control sobre las zonas cercanas al Canal de Panamá. Estos ya habían
intentado comprar Cuba, oferta que rechazó el gobierno español.
Tras el asesinato de Cánovas en 1897, el nuevo gobierno liberal decidió aprobar una estrategia de
la conciliación y concedió a Cuba una amplia autonomía, entre otras medidas. Aunque estas
llegaron demasiado tarde; los independentistas, que contaban con el apoyo estadounidense, se
negaron a aceptar el fin de las hostilidades.
La clave del conflicto fue la intervención de EEUU, que había enviado a Cuba el Maine (febrero
de 1898) para proteger los intereses norteamericanos; éste explotó y se hundió, muriendo
centenares de norteamericanos y provocando un ultimátum de EEUU. Los dirigentes españoles
eran conscientes de la inferioridad militar española, pero se negaron a aceptarlo. Comenzaba así
la guerra hispano-norteamericana, que fue muy breve y se decidió en el mar. El 3 de julio, la
Armada norteamericana derrotó a la flota española, dirigida por el almirante Cervera, en la bahía
de Santiago de Cuba, mientras tropas estadounidenses invaden el resto de Cuba y Puerto Rico.
En Filipinas la población española era escasa y pocas las inversiones realizadas y el dominio
español se mantenía gracias a una pequeña presencia militar y, sobre todo, al poder de las
órdenes religiosas. En 1896, estalló una sublevación liderada por La Liga Independentista
Filipina, dirigida por José Rizal, que fue duramente reprimida.
Los norteamericanos se presentaron también ante los filipinos como sus libertadores. En la batalla
de Cavite la flota norteamericana deshizo prácticamente la escuadra española, obligando a
España a firmar el Tratado de París (1898) en el que se reconocía la independencia de Cuba,
aunque bajo el control político y económico de Estados Unidos. Además, España cedió a Estados
Unidos la isla de Puerto Rico, la isla de Guam y Filipinas a cambio de dinero.
La sustitución del dominio español por el norteamericano engendró un profundo descontento en
las antiguas colonias. La pérdida del imperio español se completó en 1899 con la venta a
Alemania, por 15 millones de dólares, del resto de las islas Marianas, del archipiélago de las
Carolinas y de las Palaos. Sólo quedarán como colonias españolas pequeños enclaves en África.
La derrota y la pérdida de las colonias fueron conocidas en España como el Desastre del 98 y
tuvo una importante influencia en la conciencia nacional. En cuanto a las consecuencias
demográficas, se dieron pérdidas humanas, unas 60.000, muchas a causa de enfermedades
tropicales. Las más graves fueron las pérdidas económicas, muy importantes al desaparecer para
España los ingresos que proporcionaban las colonias, la exportación de azúcar, café o tabaco y
perder el mercado colonial para las manufacturas españolas. La repatriación a España de los
capitales invertidos en las islas permitió un gran desarrollo de la banca española y la creación de
numerosas empresas industriales. También se dieron importantes consecuencias políticas: el
sistema político de la Restauración entró en una fuerte crisis, a pesar de los intentos de
reformismo (corriente revisionista) promovidos por los mismos políticos del sistema, como
Francisco Silvela y Antonio Maura. Se reforzaron los movimientos nacionalistas en Cataluña y el
País Vasco y el republicanismo avanzó. Parte de la opinión pública consideraba al ejército culpable
del desastre y el antimilitarismo creció entre las clases populares, agudizado por lo injusto del
sistema de reclutamiento: las quintas (una quinta parte de los mozos debían cumplir el servicio
militar de forma obligatoria y que se podía evadir buscando un sustituto o mediante la redención en
metálico). Por su lado, los militares achacaban a la corrupción e ineficacia política lo sucedido y
reclamaban una mayor participación política, dando comienzo el colonialismo en el norte de África.
El pueblo español vivió la derrota como un trauma colectivo con un sentimiento de inferioridad e
impotencia generalizados. La prensa extranjera presentó a España como una nación moribunda,
con un ejército ineficaz, un sistema corrupto y unos políticos incompetentes, pues había perdido
todas sus colonias mientras que las potencias europeas estaban construyendo enormes imperios
coloniales. Entre las clases populares la derrota no fue tan mal recibida, porque sus integrantes
dejaron de cumplir el servicio militar en territorios de ultramar. El desastre del 98 aumentó las
críticas de los regeneracionistas, corriente intelectual y política que consideraba el sistema de la
Restauración como un sistema viciado y enfermo, que defendía la necesidad de “regenerar”
la vida nacional, acabando con los males del sistema (caciquismo, corrupción, analfabetismo).
Joaquín Costa fue uno de sus principales representantes, con su obra Oligarquía y Caciquismo,
su regeneracionismo fue la principal expresión de una renovada conciencia nacional que aspiraba
a la reforma del país: modernizar la economía y la sociedad y alfabetizar a la población.
Provocó también una reacción cultural de gran trascendencia con la Generación del 98, grupo de
escritores y pensadores que se caracterizaron por el profundo pesimismo, su crítica frente al
atraso y plantearon una profunda reflexión sobre el sentido de España y su papel en la Historia,
buscando una regeneración moral, social y cultural del país. Fueron miembros destacados
Unamuno, Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja.
BLOQUE 7
7.1. EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN Y DE LAS CIUDADES. DE LA SOCIEDAD ESTAMENTAL
A LA SOCIEDAD DE CLASES.
Durante el siglo XIX, la población española creció, siendo mayor el crecimiento en las zonas
litorales. Se mantuvo el régimen demográfico antiguo, que se caracteriza por altas tasas de
natalidad y altas tasas de mortalidad debido a hambrunas provocadas por la crisis de
subsistencias, a la falta de higiene relacionada con enfermedades endémicas e infecciosas y a
las guerras, que producían una mortalidad catastrófica. Además, la esperanza de vida no
superaba los 35 años de media y la densidad de población era muy baja, aunque repartida de
manera desigual (altas cifras de densidad en regiones periféricas y continuo despoblamiento en
zonas interiores). La mayor parte de la población trabajaba en el sector agrario y vivía en el
espacio rural, pero desde los años sesenta se incrementó el éxodo rural debido al estancamiento
del mundo agrario y las expectativas de trabajo que ofrecían las ciudades.
A partir de mediados del siglo XIX observamos una limitada tendencia al crecimiento urbano, por
lo que podemos empezar a hablar de movimientos migratorios. La tendencia fue el abandono de
la Meseta central (salvo Madrid) para concentrarse en áreas industriales periféricas (Cataluña,
Andalucía o Valencia). Este trasvase de población de centro a periferia se debe a que en estas
zonas había tierras más fértiles, mejores comunicaciones y transportes, más oferta de trabajo, etc.
Además, ofrecían una salida ante el estancamiento rural. Por otra parte, el crecimiento
demográfico y la escasez de cambios en la agricultura llevaron a muchos a emigrar a otros
continentes, en especial desde zonas del norte hacia América, Argentina o Cuba. Otros destinos
fueron la colonia francesa de Argelia y Francia.
Durante siglos, la sociedad española mantuvo una estructura estamental que apenas experimentó
modificaciones. Sin embargo, se produjo una paulatina desaparición de la sociedad estamental que
fue sustituida por una sociedad de clases, cuyo criterio de división es el nivel de renta. Cabe
destacar dos sectores con gran influencia social, política y cultural: el ejército y la Iglesia.
La clase alta o dirigente era el nuevo bloque social dominante, pues acumuló grandes
propiedades y el establecimiento del sufragio censitario le otorgó el monopolio del poder político.
Formaron una oligarquía resultado de la fusión de la antigua aristocracia, la alta burguesía y el
clero. La antigua aristocracia perdió sus privilegios estamentales, pero mantuvo su poder
económico e influencia social; conservó sus tierras y adquirió nuevas propiedades con la
desamortización. Participaban en la vida política a través del Senado, constituyendo las
“camarillas” durante el reinado de Isabel II (eran muy conservadores). La pequeña nobleza y los
hidalgos desaparecieron como grupo, integrándose entre los campesinos propietarios. La alta
burguesía estaba formada por la burguesía terrateniente y rentista, la burguesía financiera y
los grandes industriales textiles, siderúrgicos y navieros. No desplazó a la aristocracia como
clase dominante, sino que se identificó con ella. El clero perdió una parte de sus propiedades y el
diezmo, pasando a depender del Estado para el mantenimiento del culto, sin embargo, mantuvo
su influencia social y en la educación, logrando la firma del Concordato de 1851.
Las clases medias estaban integradas por la mediana y pequeña burguesía, que residía en las
ciudades, o por los labradores propietarios medianos, en el ámbito rural. Agrupaban a un
conjunto heterogéneo de propietarios rurales, mandos intermedios del ejército, profesionales
liberales de menor nivel, pequeños comerciantes, empresarios y funcionarios. Se encontraba a
caballo entre la élite y el proletariado. Formaban la administración local y estatal y controlaban
servicios básicos y actividad productiva. Su ideología alternaba entre la conservadora-moderada
y el progresismo. En la periferia, hay nacionalistas en el último tercio del siglo. Muchos fueron
evolucionando hacia posturas democráticas y se convierten en los principales defensores del
republicanismo de carácter laico. El ejército será uno de los grupos sociales más importantes en
el siglo XIX, cuyo protagonismo político y social se debió a los numerosos pronunciamientos.
Las clases populares urbanas eran menos numerosas. En ella se integraban trabajadores de los
talleres artesanales, empleados, servicio doméstico, mendigos, etc. Con la aparición de la
industria surge un nuevo grupo social, el proletariado, que trabaja en la industria por un salario.
Se concentraban en las fábricas textiles de Barcelona, y en la siderurgia de Vizcaya. Tenían
unas malas condiciones de vida: bajos salarios, sin prestaciones sociales, largas jornadas, etc.
Recurren a las huelgas y van a ir desarrollando una conciencia de clase, siendo el inicio del
movimiento obrero español. Tiene su origen en la destrucción de máquinas (ludismo) en la
Cataluña de la década de los treinta (fábrica Bonaplata en 1835), siguiendo por la creación de
Sociedades de ayuda mutua, pasando por la primera convocatoria de huelga en la Barcelona
de 1855 y cristalizando, ya en el Sexenio democrático, con la aparición de las primeras facciones
anarquistas y marxistas (influencia de la Primera AIT). El movimiento obrero estuvo
condicionado por el decreto de 1874 -dictadura de Serrano- que disolvía la Internacional en España
y obligó a las asociaciones obreras a mantenerse en la clandestinidad o camufladas.
La desamortización, la supresión de los mayorazgos, la abolición del régimen señorial y del diezmo
y la liquidación de la Meseta se conoce como reforma agraria liberal. Las desamortizaciones se
llevaron a cabo durante los gobiernos progresistas en el reinado de Isabel II y supusieron el proceso
de incautación de bienes raíces eclesiásticos y municipales, por parte del Estado, para su
venta a particulares. Destacan la desamortización de Godoy (1798), la labor legislativa de Cádiz y
el Decreto de supresión de órdenes monacales. Mendizábal inició en 1836 la desamortización
de los bienes y tierras eclesiásticas del clero regular, cuyos objetivos eran sanear la Hacienda
española, financiar los gastos de guerra y crear nuevos propietarios rurales; afectó
especialmente a la mitad sur peninsular. No tuvo éxito, pues no solucionó el problema de la deuda
pública y no hubo un aumento de producción agraria. La mayor parte de los bienes desamortizados
fueron comprados por nobles y burgueses urbanos. El campesinado no obtuvo propiedades, por
lo que les subieron los alquileres. La fórmula de venta consistió en la creación de lotes de tierra. El
sistema de venta consistía en que en la subasta pública sólo se pagaba un 20% del valor. En 1845
se asistió a la suspensión de las subastas. En 1851, por el Concordato con la Santa Sede, se
restituyeron las tierras no vendidas al clero. Se habían vendido más del 60% de las propiedades
de la Iglesia. Espartero desamortizó bienes del clero secular.
La desamortización de Madoz (1855) se conoce como general porque afectó a las tierras de los
municipios y a las de la Iglesia. Los objetivos eran obtener dinero para financiar las inversiones
públicas y reducir la deuda. No tuvo resultados positivos ya que arruinó a los ayuntamientos y
perjudicó a los vecinos. Se beneficiaron la burguesía y los terratenientes locales. No se creó un
grupo de pequeños propietarios, sino que se acentuó el latifundismo, ni se solucionó la deuda. Fue
una oportunidad perdida para realizar una reforma agraria y para introducir innovaciones técnicas.
Los procesos desamortizadores tuvieron como consecuencias: se convirtió en propiedad privada
más de 10 millones de hectáreas, el Estado siguió ingresando dinero hasta 1895 y fue una
herramienta fundamental para el cambio a una sociedad de clases. En cuanto a la producción
agraria, aumentó la producción por el aumento de la superficie cultivada y por la mayor
demanda, pero no aumentó la productividad. La situación de miseria del campesinado y la
política proteccionista impidió favorecer la industrialización. La ganadería disminuyó.
En cuanto al comercio interior, estaba fragmentado en mercados regionales muy aislados entre
sí. Se fueron aboliendo estas trabas, aunque a finales del siglo todavía no era un mercado único. En
el mercado exterior podemos diferenciar dos etapas: hasta 1824, con la pérdida de las colonias, y
tras la emancipación americana. La balanza comercial se mantuvo deficitaria pues se exportaban
materias primas y productos semielaborados, y se importaban productos industriales. La política
comercial fue proteccionista: se impusieron aranceles y se prohibió la importación de ciertos
artículos. Los defensores fueron los fabricantes de textiles de algodón catalanes, los grandes
productores cerealistas castellanos y los industriales siderúrgicos vascos. Frente a esta
política se postulaba el librecambismo, una ideología basada en la teoría económica clásica.
La primera crisis del reinado de Alfonso XIII tuvo lugar en 1905 cuando una viñeta antimilitar
publicada en Cu-Cut opuso a algunos mandos del ejército, quienes consiguieron la aprobación de la
Ley de Jurisdicciones (1906) por parte del gobierno liberal de Moret. La segunda crisis tuvo lugar
durante el gobierno largo de Maura (enero de 1907-octubre de 1909), en el que se aprobaron
medidas económicas y sociales buscando la revolución desde arriba, como la creación del Instituto
Nacional de Previsión, la Ley de Huelga y la Ley de Reforma Electoral (1907). Se intentó llegar
a acuerdos con el nacionalismo moderado con la Ley de Administración Local.
Desde 1906, España ejercía un protectorado sobre el norte de Marruecos. La ocupación militar
de la zona asignada comenzó en febrero de 1909. En julio de 1909 miembros de las cabilas
rifeñas atacaron una línea de ferrocarril y mataron a trabajadores españoles, por lo que Maura
decidió reforzar militarmente la zona. Pero aprovechó la ocasión para ensayar el plan de
movilización de reservistas. Ante esta situación, los socialistas y republicanos promovieron
protestas, que no fueron atendidas por el gobierno de Maura.
Por otro lado, en Barcelona la Solidaridad Obrera hizo un llamamiento a la huelga general. En la
ciudad se vivía un clima de tensión por las fricciones con los militares, la intervención en
Marruecos, el malestar ante el sistema de quintas, las reivindicaciones anarquistas, el creciente
anticlericalismo y el éxito de las consignas del Partido Radical de Alejandro Lerroux. Ante esta
situación, la autoridad militar proclamó el estado de guerra. Durante casi una semana –del 26 al 31
de julio, la Semana Trágica- se prolongaron las luchas en las calles. Esto puso fin al intento
reformista de Maura y acrecentó la crisis.
Esta crisis interna de los dos partidos dinásticos propició que Alfonso XIII asumiera un mayor
protagonismo político. También a partir de 1912 se inicia el fin del turno pacífico en el poder. Así
pues, comenzaba el enfrentamiento, y la alternancia en el poder se produciría por mandato del
rey. Por tanto, se abrió un periodo de inestabilidad política. En el partido conservador hubo una
división entre Dato y Maura, quien creará el partido maurista. En el partido liberal, surgirá la figura
de García Prieto, quien creará varios gobiernos de coalición.
Los partidos excluidos del sistema habían tenido muy poco peso, pero en los inicios del siglo XX
su fuerza y sus apoyos comenzaron a aumentar por el descontento con el sistema. Los
republicanos representaban la principal fuerza de oposición política y eran apoyados por la
pequeña burguesía, trabajadores e intelectuales en núcleos urbanos. Durante el reinado de Alfonso
XIII surgieron: la Unión Republicana de Salmerón y Lerroux; el Partido Radical de Lerroux, más
izquierdista y anticlerical, se definía como autonomista y socialista, unido a un discurso populista; el
Partido Reformista, de M. Álvarez y G. Azcárate, más moderado, aceptan la monarquía
democrática, querían mayor participación política de los ciudadanos con interés por la educación.
Con la derrota militar del carlismo en 1876, éstos se abrieron a la vía política. El movimiento no
desapareció, pero su fuerza fue cada vez más residual. Intentaron fortalecerse con círculos
tradicionalistas. Los Integristas criticaban el liberalismo de Carlos VII y exaltaban los valores
católicos; crean el Partido Católico Nacional. Los Tradicionalistas defendían la unidad católica,
los fueros y la oposición a la democracia, pero aceptaban el nuevo orden y abandonaron el intento
de volver al Antiguo Régimen.
El principal representante del catalanismo en la vida política fue la Liga Regionalista (1901), de
ideología conservadora y cuyo principal objetivo era conseguir la autonomía. Su líder era Cambó y
su ideólogo Prat de la Riba. Se convirtió en el partido de la burguesía y de las clases
conservadoras catalanas. En 1906 se fundó Solidaritat Catalana, una agrupación que integraba a
todas las fuerzas políticas catalanas (excepto los partidos dinásticos y los republicanos de Lerroux).
Surgió como un movimiento de protesta generalizado de la sociedad catalana contra el
intervencionismo militar, ante la aprobación de la Ley de Jurisdicciones. En 1914, se constituyó
la Mancomunidad de Cataluña, presidida por Prat de la Riba. En 1922 se creó Estat Català, bajo
la dirección de Francesc Macià, nacionalista radical no conservador.
Tras la muerte de Sabino Arana (1903) se produjo en el PNV un enfrentamiento entre el sector
radical y otro más moderado que aceptaba el juego parlamentario y optaba por la autonomía,
manteniendo los principios aranistas. Con esta nueva estrategia, el nacionalismo vasco, asentado
en Vizcaya, se extendió al resto de las provincias vascas, se aproximó a la burguesía industrial,
amplió su base social y se consolidó como la fuerza mayoritaria en el País Vasco.
El nacionalismo andaluz estuvo localizado inicialmente en Sevilla. Su principal ideólogo fue Blas
Infante, pero sus intentos de conseguir mayor autonomía no tuvieron éxito. En 1915, se publica “El
Ideal Andaluz” y en la Asamblea de Ronda se reconoce a Andalucía como país y como nación.
A comienzos del siglo XX el anarquismo estaba arraigado en las zonas industriales y urbanas de
Cataluña y en el campesinado de Andalucía y Extremadura. Persistían dos tendencias: la
terrorista y la sindicalista. En el siglo XX se extendió la influencia del sindicalismo francés, que
defendía la huelga general. Ello llevó a la formación de Solidaridad Obrera (1907). Se fundó la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que reafirmó la acción directa. Tras la huelga general
del 1911, la CNT fue declarada ilegal hasta 1915.
El estallido definitivo de la crisis general se produjo en 1917, año en el que coincidieron tres
conflictos. Hubo una crisis militar, ya que se produjo un enfrentamiento entre el gobierno y el
ejército, que se quejaba de la escasez de medios y de los bajos salarios. A partir de 1916, los jefes
y oficiales de Infantería habían creado las Juntas Militares de Defensa, que reclamaban aumento
salarial y se oponían a los ascensos por méritos de guerra, reivindicando la antigüedad como
único criterio. En la primavera de 1917 el movimiento se había extendido a todo el ejército y el país,
y se desencadenó el conflicto: el gobierno no consiguió disolver las Juntas y el presidente del
gobierno dimitió. En junio publicaron un manifiesto que contenía quejas y se inició la rebelión
militar. El apoyo de Alfonso XIII a sus pretensiones fue determinante y el nuevo gobierno tuvo que
reconocer a las Juntas Militares de Defensa como portavoces del ejército.
Hubo una crisis política o parlamentaria, ya que las prácticas de corrupción política continuaban.
Ante la negativa gubernamental, los dirigentes de la Lliga Regionalista convocaron a los
parlamentarios catalanes a una asamblea en Barcelona, que reclamó la convocatoria de Cortes
Constituyentes para acabar con la Restauración y definir una nueva organización del Estado
sobre la base de la descentralización, reconociendo la autonomía de Cataluña. Al mismo tiempo y
en previsión de que el gobierno no atendiera esta petición, se convocó a una nueva reunión de
todos los diputados y senadores, conocida como Asamblea de Parlamentarios, pero la mayoría no
respondieron a la convocatoria. Se ratificaron los acuerdos en una proposición firmada por
catalanistas, republicanos y socialistas. El gobierno se limitó a declarar inconstitucionales la
Asamblea y sus pretensiones, y el movimiento se fue disolviendo en los meses siguientes debido
a la falta de apoyo de las Juntas Militares de Defensa; las divergencias entre los asambleístas y la
retirada de los catalanistas.
Hubo una crisis social: la huelga general de 1917 debida a la gran inflación y la influencia de la
revolución bolchevique. Durante los primeros meses de 1917, UGT y CNT habían mantenido
contactos para convocar una huelga general. Sólo tuvo éxito en Barcelona, Zaragoza, Madrid,
Bilbao y las cuencas mineras asturianas, donde fue reprimida por el ejército. El Gobierno detuvo al
comité de huelga y el ejército aplastó el movimiento. Aunque la huelga fracasó en sus objetivos,
debilitó aún más al sistema político de la Restauración y radicalizó a la oposición.
La primera consecuencia de esta crisis fue el nombramiento de García Prieto como presidente,
liberal que creó un gobierno de concentración nacional, donde entraron regionalistas. Sin
embargo, esto no impidió que entre 1918 y 1923 se produjese la crisis final del sistema. Los
gobiernos que se sucedieron fueron cortos, algunos de concentración. Empeoró la coyuntura
económica, ganó fuerza el sindicalismo, creció la conflictividad social y hubo más huelgas. La
fragmentación de las Cortes imposibilitaba la formación de gobiernos estables y de impulsar la
renovación. El ejército tomó un protagonismo cada vez mayor en la vida política.
A partir de 1919, el problema de la crisis política se agravó por la agitación social y los efectos de
la Revolución Rusa. Obreros y campesinos pedían reformas laborales y cambios en la
estructura de la propiedad. El gobierno se vio obligado a adoptar medidas como la jornada de
ocho horas en la industria (1919) o la creación del Ministerio de Trabajo (1920).
En Andalucía, entre 1918 y 1920 se vivió una fase de actividad revolucionaria. Conocemos este
período como “trienio bolchevique”. Bajo la dirección de la UGT y la CNT se sucedieron huelgas,
ocupaciones de campos, reparto de tierras y se tomaron ayuntamientos. Pero la declaración de
estado de guerra, la ilegalización de las asociaciones obreras y una dura represión pusieron fin
a la revuelta social en 1920.
En Cataluña, la violencia de los obreros fue contestada con violencia patronal, especialmente
en Barcelona, donde se creó la Federación Patronal y el Sindicato Libre. Ello originó la época
conocida como el pistolerismo. Los sectores radicales del anarquismo respondieron con violencia.
Las autoridades civiles y militares aplicaron la Ley de Fugas, que autorizaba a los cuerpos armados
a disparar contra un detenido que intentara fugarse. Se asesinó a numerosos sindicalistas y
activistas obreros. El triunfo de la Revolución Rusa supuso una nueva división ideológica en el
socialismo. En 1921, afiliados del PSOE fundan el Partido Comunista Obrero Español.
La derrota provocó una gran conmoción pública: críticas al rey, desprestigio y división del ejército,
y oposición del PSOE y los republicanos. Las Cortes abrieron una comisión de investigación
dirigida por Juan Picasso para determinar las responsabilidades del ejército, del gobierno y de
Alfonso XIII, pero el Expediente Picasso no llegó a hacerse público porque el 13 de septiembre de
1923 Primo de Rivera lanzaba un manifiesto al país proclamando el estado de guerra. Alfonso XIII
entregó el poder a Primo de Rivera, que establecerá una dictadura militar.
8.3. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y EL FINAL DEL REINADO DE ALFONSO XIII.
En 1923, la sociedad española y la vida política se encontraban en una crisis insostenible. Las
razones que justificaban la necesidad de cambiar la situación eran: la sucesión de gobiernos
ineficaces; las divisiones internas de los partidos dinásticos y los mejores resultados electorales
de republicanos y socialistas, que provocó la alarma de la oligarquía, la fuerza y radicalización
del movimiento obrero; el proyecto de reforma de la Constitución, de García Prieto, para
democratizar el sistema, reducir la influencia de la Iglesia y limitar los poderes del rey; las
consecuencias del desastre de Annual (1921), que había afectado al ejército (en el Expediente
Picasso se exigían responsabilidades a los militares); y el auge de los nacionalismos.
El primer gobierno de la dictadura, formado por militares, se denominó Directorio Militar, estaba
presidido por Primo de Rivera. No hubo oposición popular al golpe de Estado; se pensaba que
iba a poner fin a un sistema incapaz de resolver los problemas del país y regenerar la vida
nacional. Se suspendió el régimen constitucional y se disolvieron las Cortes, acompañado de una
rígida censura de prensa. Se sustituyeron los gobernadores civiles por militares y se reorganizaron
los ayuntamientos mediante el Estatuto Municipal. Los concejales serían elegidos por sorteo
entre los mayores contribuyentes y los alcaldes serían nombrados por el Gobierno. Hubo un fuerte
centralismo: se suprimió la Mancomunidad catalana, se prohibió la bandera catalana y el uso
público del catalán. Se adoptaron severas medidas de orden público: se prohibieron las
manifestaciones y las huelgas, así como la actividad de partidos políticos y sindicatos. Se creó la
Unión Patriótica (1924), partido oficial de la dictadura en el que Primo de Rivera intentaba agrupar
a todos los políticos que le apoyaban. Tenía un lema: “religión, patria y monarquía”. En ningún
caso fue un partido fascista que llevara revolucionariamente al poder a Primo de Rivera; al
contrario, fue creado desde el poder. Era un partido sin ideología definida, que integraba en sus filas
una mezcla de conservadores, tradicionalistas, católicos de derechas y monárquicos.
Presentó magnanimidad con los militares salpicados con los sucesos de Annual.
El éxito de los primeros años de la dictadura fue acabar con la guerra de Marruecos. Se dio orden
de comenzar la retirada, pero en 1925, ante un ataque de Abd- el-Krim en la zona del protectorado
francés, se decidió la colaboración de España y Francia. Los españoles desembarcaron en
Alhucemas al mismo tiempo que los franceses atacaban desde Fez. El líder magrebí quedó
acorralado y se entregó a los franceses, despejando así el camino a la finalización de la guerra
(1927). El gran éxito popular que le acarreó esta victoria, animó a institucionalizar el Régimen.
Una vez consolidado el Régimen, en diciembre de 1925 se sustituyó el Directorio Militar por el
Directorio Civil, al nombrar un gobierno formado por civiles y militares. En 1927, Primo de Rivera
convocó una Asamblea Nacional Consultiva compuesta por miembros de la Unión Patriótica,
funcionarios de la administración y representantes sociales. Se le encargó redactar una ley
fundamental (Anteproyecto de la Constitución de la monarquía española de 17 de mayo de 1929),
pero no llegó a entrar en vigor.
La dictadura puso en marcha un programa de desarrollo de la economía española. Se inició una
política económica caracterizada por el intervencionismo estatal: se crearon monopolios estatales
como CAMPSA y Telefónica. Con el Decreto de Protección de la Industria Nacional, se aplicaron
medidas proteccionistas. Además, se concedieron ayudas estatales a las empresas en sectores
industriales fundamentales. Se realizó un ambicioso plan de obras públicas para favorecer el
desarrollo industrial. Aunque a corto plazo esta política favoreció el desarrollo industrial, eliminó el
paro y ayudó a la paz social, a la larga generó una enorme deuda pública. La llegada de la Gran
Depresión (1929) con la caída del comercio exterior, la inflación y el aumento del paro, demostraron
que los éxitos de la política económica de la dictadura habían sido coyunturales. En política social,
se pretendía eliminar los conflictos laborales mediante la intervención del Estado. Para ello se
creó la Organización Corporativa Nacional, con representación de obreros y empresarios, pero
bajo control estatal, que se ocuparía de la negociación entre patronos y trabajadores.
Ante la falta de apoyo de todos los sectores de la sociedad, incluso del ejército (llegando a
pronunciamientos como la Sanjuanada) y del propio rey, Primo de Rivera presentó su dimisión el
27 de enero de 1930. Alfonso XIII nombró jefe de Gobierno al general Berenguer, que anunció una
vuelta al régimen constitucional de 1876 y la convocatoria a elecciones generales. Se inicia así la
llamada “Dictablanda”, pero el gobierno y la monarquía carecían ya de credibilidad y el
republicanismo avanzó entre los nacionalistas, el movimiento obrero, los intelectuales e incluso
entre los políticos monárquicos y gran parte del ejército.
Las elecciones municipales se celebraron el 12 de abril de 1931, aunque salieron elegidos más
concejales monárquicos que republicanos. Alfonso XIII, el 13 de abril de 1931, lanzó un manifiesto
en el que comunicaba la supresión del ejercicio del poder real y su marcha de España. La II
República fue proclamada el 14 de abril, siguiendo los postulados del Pacto de San Sebastián,
creándose un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora.
BLOQUE 9
9.1. LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA, EL GOBIERNO PROVISIONAL Y LA
CONSTITUCIÓN DE 1931. EL SUFRAGIO FEMENINO.
Tras las elecciones municipales del 12 de abril, el 14 de abril de 1931 se proclamó la
Segunda República, en un contexto internacional poco favorable debido a la crisis económica
que siguió al crack del 29 y la crisis de las democracias ante el ascenso de los fascismos. Ante
el triunfo de la coalición de republicanos-socialistas en las principales ciudades, las masas
populares inundaron las calles pidiendo la instauración de la República y el almirante Aznar
dimitió. El 14 de abril de 1931, el Ayuntamiento de Eibar izó la bandera de la República,
seguido de las principales ciudades. Alfonso XIII se exilia en Italia. Se constituye un Gobierno
Provisional, presidido por Niceto Alcalá Zamora y formado por los dirigentes de los partidos
del Pacto de San Sebastián. La República se proclamó oficialmente desde la Puerta del Sol.
Las bases sociales e ideológicas estaban constituidas por partidos republicanos burgueses:
republicanos de izquierda (Acción Republicana de Azaña) y de centro-derecha (Partido
Radical de Lerroux, Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora), nacionalistas,
movimiento obrero (socialistas, PCE, POUM). La República contó con el apoyo de
intelectuales, estudiantes y algunos sectores del ejército. Representan fundamentalmente a las
clases medias y a un sector de la clase obrera. En la Segunda República, distinguimos tres
fases o periodos: Bienio reformista o republicano-socialista (1931-1933), Bienio derechista
o radical-cedista (1933-1936) y Frente Popular (1936-1939), paralelo a la Guerra Civil.
El Gobierno Provisional, presidido por Alcalá Zamora, estaba constituido por una coalición
heterogénea. Se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes para el 28 de junio, y se
pusieron en marcha una serie de medidas inmediatas: políticas (se concede la amnistía a los
presos políticos), judiciales (Ley de Constitución de Jurados Mixtos), materia agraria y
laboral (se establece la jornada laboral de 8 horas, la prórroga automática de arrendamientos y
se obliga a los propietarios agrícolas a cultivar las tierras abandonadas y a contratar como
jornaleros a vecinos del municipio), debate territorial (se inician las negociaciones con vascos
y catalanes para sus futuros estatutos de autonomía), medidas laborales (leyes que regularon
los convenios colectivos, las condiciones de suspensión y rescisión de contratos, el derecho a
vacaciones pagadas, el derecho de huelga), reforma del ejército (para garantizar su fidelidad
a la República, obligando a retirarse a los no afines; se suprimieron las capitanías generales y
se redujo el servicio militar obligatorio), orden público (creación de la Guardia de Asalto),
religiosas (libertad de conciencia y de culto y la aconfesionalidad del Estado), educación
(erradicación del analfabetismo, la coeducación y el laicismo).
Pero el Gobierno Provisional tiene varios conflictos. En primer lugar, la República catalana
independiente. Francesc Macià, líder de Esquerra Republicana de Cataluña, proclama en
Barcelona la República catalana independiente. Pero el gobierno republicano consigue que
Macià se eche atrás. También se da en este periodo una fuerte conflictividad social. Las
huelgas convocadas por la CNT, derivaron en choques con las fuerzas de orden público. Pero
lo más grave fue el enfrentamiento con la Iglesia. El Cardenal Segura atacó duramente al
nuevo régimen. La quema de conventos fue tanto causa como consecuencia de esa postura
eclesiástica y agravó el conflicto anticlerical. El gobierno aprobó la Ley de defensa de la
República. Las elecciones a Cortes Constituyentes tuvieron una elevada participación (70%) y
dieron un triunfo a la coalición republicano socialista. La derecha obtuvo muy pocos
diputados. Las Cortes elaboraron la Constitución de 1931.
La Constitución de 1931 es muy avanzada, con carácter democrático y un gran contenido
social. Se definía a España como "República democrática de trabajadores de toda clase
que se organiza en régimen de libertad y justicia". El principio de soberanía popular se
recoge de forma clara. En lo relativo a la organización territorial del Estado, se buscó un
Estado integral, que admitía la existencia de regiones autónomas y Estatutos de autonomía.
Se da una extensa declaración de derechos: además de los derechos individuales
tradicionales y colectivos, se recogen derechos sociales. Se estableció el sufragio universal
no sólo masculino, sino también femenino, y la separación de poderes: el poder legislativo
residía en las Cortes unicamerales. El poder ejecutivo residía en el Gobierno, pero sus
atribuciones eran controladas por las Cortes. La Jefatura del Estado correspondía al
Presidente de la República, elegido de forma indirecta a través de las Cortes. Nombra al
Presidente de Gobierno y a los Ministros. El poder judicial será independiente. Se creó el
Tribunal de Garantías Constitucionales. La nueva Constitución decía que la propiedad podía
ser objeto de expropiación forzosa o de socialización por causa de utilidad social, tras el pago
de una indemnización. Asimismo, recogía que los servicios públicos y las explotaciones de
interés común podían ser nacionalizados. En materia religiosa se establece la separación
Iglesia-Estado, configurando un Estado laico. Se reconoce la libertad de culto, se suprime el
presupuesto para el culto y el clero, se prohíbe a la Iglesia el ejercicio de la industria, el
comercio y la enseñanza y se reconoce el matrimonio civil y el divorcio.
La Constitución fue aprobada en las Cortes el 9 de diciembre de 1931. Días después se formó
el primer Gobierno constitucional, con Manuel Azaña como presidente del gobierno,
integrado principalmente por republicanos de izquierdas y socialistas. Se cedió la presidencia
de la República al conservador Alcalá Zamora.
En España, las demandas del voto femenino no fueron escuchadas durante la monarquía
liberal borbónica, pero sí hubo una concesión durante la dictadura. Así, la Ley Municipal de
1924 reconocía parcialmente el derecho a voto de la mujer. Pero esta posibilidad de voto
femenino nunca se hizo realidad. En cambio, el voto pasivo sí que se produjo, incluyendo el
nombramiento de la primera alcaldesa de España, Matilde Pérez Mollá en Quatretondeta. La
proclamación de la Segunda República generó esperanzas. Pero la cuestión dentro del
Parlamento republicano mostró una clara división.
Quienes mejor ejemplifican este debate son las diputadas Clara Campoamor, Margarita
Nelkel y Victoria Kent (Partido Radical, el PSOE y Partido Republicano Radical-Socialista).
Campoamor fue defensora del sufragio femenino. Nelkel y Kent eran partidarias de retrasar su
aprobación. El 1 de octubre de 1931 se reconocía el sufragio universal, sin distinción entre
hombres y mujeres. Entre los 161 votos a favor están los diputados del PSOE, los
republicanos catalanes, los federalistas, los progresistas y los galleguistas, y la derecha. En
cambio, entre los 121 en contra estaban los representantes de Acción Republicana y los
republicanos radicales y radicales-socialistas.La mayoría de votos, 188, fueron abstenciones.
La reforma agraria fue la más ambiciosa, ya que pretendía acabar con el latifundismo y
convertir en propietarios a millones de jornaleros y arrendatarios. Se aprobó la Ley de Bases
de la Reforma Agraria (septiembre de 1932), que contemplaba la expropiación sin
indemnización de las tierras de la nobleza y la expropiación con indemnización de
grandes propiedades. Estas tierras expropiadas debían ser entregadas a los campesinos.
Para llevarlo a cabo se creó el Instituto de Reforma Agraria (IRA). Los resultados fueron
escasos debido a la falta de presupuesto para pagar las indemnizaciones, la lentitud de los
trámites y la oposición de los propietarios. No solucionó los problemas del campo. El
descontento campesino provocó levantamientos en Extremadura, Andalucía, etc.
La política autonómica también dividió a la sociedad española, entre los que defendían la
unidad de España y los que defendían la descentralización política. La mayor oposición
procedía del ejército, que veía amenazada la unidad de la patria. En 1932 Cataluña obtenía su
Estatuto de Autonomía. En el País Vasco también se intentó lograr un estatuto parecido (sólo
consiguieron la aprobación del referéndum). Galicia, Andalucía y Valencia también los
tramitaron pero no llegaron a aprobarse.
Se impulsó una reforma militar que buscaba tanto reducir el número de oficiales, reorganizar y
modernizar el ejército, así como asegurar su sometimiento al poder civil, terminando con la
intervención del Ejército en la vida política. Se aprobó la Ley Azaña (1931) que permitía pasar
a la reserva a todos los generales y oficiales que no aceptaran jurar fidelidad a la República. Se
creó la Guardia de Asalto como cuerpo leal a la República y encargado del orden público.
Reformas laborales: Largo Caballero, líder de UGT y Ministro de Trabajo, desarrolló una
importante legislación laboral que incluía medidas como la jornada laboral semanal de
cuarenta horas, el seguro de enfermedad, accidente, vejez, etc., ayuda a la maternidad y a la
infancia, vacaciones pagadas, regulación del derecho de huelga, etc. Los enfrentamientos
laborales fueron constantes, como se puede observar en los sucesos de Arnedo.
Por otro lado, los dirigentes republicanos estaban convencidos de la necesidad de mejorar el
nivel cultural de la población y hacer de la cultura un derecho para la mayoría. Con el apoyo
de numerosos intelectuales y artistas se promovieron campañas para llevar la cultura al mundo
rural, las llamadas Misiones Pedagógicas formadas por grupos ambulantes de profesores e
intelectuales que llevaban a los pueblos bibliotecas, cines, coros, conferencias y grupos de
teatro como La Barraca, dirigido por García Lorca. También se abrieron Casas de la Cultura
con bibliotecas estables y se fomentaron las colonias escolares de verano.
Desde 1927 los anarquistas más radicales, agrupados en la FAI, plantearon una lucha frontal
basada en las insurrecciones en el ámbito rural y urbano convocando huelgas y ocupaciones
(levantamientos de Castilblanco y Arnedo).
En agosto de 1932, se dio el intento de golpe de Estado del General Sanjurjo, que fracasó,
fruto del descontento de los militares, especialmente los africanistas, con la reforma del ejército.
Otro problema era la torpeza y los excesos del gobierno en la represión de los
levantamientos campesinos de enero de 1933. La llegada de las tropas de la Guardia Civil o
de la Guardia de Asalto ponía fin a la revuelta. Uno de los acontecimientos más importantes fue
el levantamiento anarquista de Casas Viejas (Cádiz). Allí los campesinos se sublevaron y
atacaron a la Guardia Civil. Se envió la Guardia de Asalto para restablecer el orden.
Estos hechos provocaron la caída de Azaña, al romperse la coalición con los socialistas. Las
principales causas de esta caída fueron: la crisis económica, el aumento del paro, la ofensiva
de las organizaciones patronales, la irrupción del catolicismo político, la oposición de los
radicales de Lerroux y el fracaso en las elecciones municipales de abril de 1933.
Ante la dimisión de Azaña, Alcalá Zamora disolvió las Cortes y convocó elecciones para
noviembre de 1933. A lo largo de 1933, la derecha va reorganizándose y creciendo. Se había
formado la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), bajo el liderazgo de
José María Gil Robles. Los monárquicos formaron Renovación Española, dirigida por
Goicoechea y Calvo Sotelo; y José Antonio Primo de Rivera fundó la Falange Española. Los
grupos de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo se fusionaron en las Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalista (JONS). En las elecciones triunfó el centro-derecha. Las mujeres
votaban por primera vez.
El 5 octubre de 1934, la UGT convocó una huelga general para defender la democracia
republicana y el reformismo social. Fue un fracaso por la falta de coordinación del
movimiento y la respuesta del gobierno; sólo adquirió importancia en Madrid, Vizcaya, Cataluña
y Asturias. En Asturias, se proclamó la Revolución Socialista de los Consejos Obreros,
cuyo objetivo era superar la República burguesa y sustituirla por un Estado obrero. La revuelta
tuvo un éxito total en las cuencas mineras. En dos días controlaron los principales núcleos
urbanos y conquistaron Oviedo. Pero las tropas traídas de Marruecos, al mando del general
Franco, acaban con la insurrección el 18 de octubre. A partir de ese momento, se produjo un
giro aún más conservador en la política gubernamental. En Cataluña, la insurrección tuvo
un carácter más político. El 6 de octubre, el presidente de la Generalitat, Lluis Companys,
proclamó el “Estado Catalán en la República Federal Española”.
En las elecciones de febrero de 1936, los partidos de izquierda crearon una gran coalición
electoral, el Frente Popular. Su programa estaba basado en retomar las reformas del
Bienio Reformista, continuar con los procesos autonómicos y decretar una amnistía para
todos los detenidos tras la revolución de 1934. El Frente Popular estaba integrado por
Izquierda Republicana (Azaña), Unión Republicana (Martínez Barrio), PSOE (Largo
Caballero e Indalecio Prieto), PCE, POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), y contaba
con el apoyo de la UGT y la CNT-FAI. Se presentaron por la derecha, la Falange Española de
las JONS, la CEDA y el Bloque Nacional. En las elecciones ganó el Frente Popular. La
derecha obtuvo más votos, pero la suma de los escaños de las izquierdas era mayor.
Tras las elecciones, el Congreso eligió como nuevo presidente de la República a Azaña, y
éste nombró jefe de Gobierno a Casares Quiroga. El Gobierno, formado exclusivamente por
republicanos de izquierda -sin el PSOE- nacía debilitado. Sus primeras actuaciones fueron
una serie de medidas progresistas y reformistas: se concedió amnistía para los presos
políticos, se reanudó la reforma agraria, se restableció la legislación del bienio y el Estatuto de
Cataluña. Companys volvió a ocupar la presidencia de la Generalitat. Se iniciaron las
negociaciones para la aprobación de un estatuto para el País Vasco y Galicia.
Entre mayo y julio el ambiente social es cada vez más tenso. La izquierda obrera optó por
una postura revolucionaria y la derecha buscaba el fin del sistema democrático. Se
producen luchas callejeras que el gobierno no puede controlar. A la conspiración militar se
unen líderes políticos de derecha, la oligarquía económica y generales antirrepublicanos.
El general Mola toma el mando de la conspiración y prepara el golpe de estado para julio. Su
plan consiste en un pronunciamiento militar simultáneo en todas las guarniciones posibles. El
desencadenante último de la Guerra Civil fueron dos asesinatos: el del teniente republicano
José del Castillo y el de Calvo Sotelo. El fracaso del golpe militar inició la guerra civil.
BLOQUE 10
10.1. LA GUERRA CIVIL: APROXIMACIÓN A LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE EL CONFLICTO.
DESARROLLO DE LA GUERRA Y CONSECUENCIAS.
Durante la Guerra Civil ambos bandos escribieron con sentido propagandístico. El relato
republicano recurrió al argumento de defensa de un gobierno legítimo (motivos políticos y
sociales). El bando sublevado defendía el levantamiento preventivo ante una revolución
comunista (motivos religiosos y nacionales). La Iglesia difundió la guerra como una “Cruzada”
(Joaquín Arrarás). Los historiadores del franquismo (Ricardo de la Cierva) mantuvieron que la
guerra era inevitable. Los hispanistas se basan en la polarización de la sociedad como causa;
destaca Paul Preston. Con el fin de la Dictadura se abrieron posibilidades para el estudio. El
contexto político influyó en una visión de “guerra fratricida”, un relato doliente. La guerra parecía
querer ser relegada al olvido. Las investigaciones de la Guerra Civil en las dos últimas décadas
del siglo XX desbordaron la bibliografía. Paul Preston escribió que no había “una, sino varias
guerras”. Julián Casanova habla de varios tipos de lealtades y José Álvarez Junco de “estratos
conflictivos”. Según Manuel Pérez Ledesma pareció posible un consenso en algunos aspectos.
Hubo debates acerca de dos cuestiones: ¿hasta dónde había que llegar en la búsqueda de las
causas? y ¿hasta qué punto era inevitable? Sobre la primera, los historiadores marxistas y del
ámbito de Annales señalaron una crisis estructural plasmada en la inadecuación de la
Restauración. Paul Preston encuentra los orígenes en las actitudes de los grupos políticos y
sociales. Respecto a la segunda cuestión, los historiadores marxistas y de Annales señalan que la
guerra era inevitable (Payne y de la Cierva). Santos Juliá o Julián Casanova inciden en que la
guerra era evitable. Surgen en los 80 y 90 numerosos estudios. A fines del siglo XX y principios
del XXI aparecieron interpretaciones profranquistas. Un punto de inflexión fue la resolución
parlamentaria de 1999 que condenaba el levantamiento de 1936. Este pseudorrevisionismo
plantea la Guerra Civil como resultado inevitable de la anarquía, por amenaza de la revolución,
sovietización y disolución nacional. Concluyen que las tragedias son culpa de la izquierda violenta y
la derecha reacciona en defensa propia (Pío Moa, César Vidal). La visión de la izquierda se centra
en la Recuperación de la “Memoria Histórica”, con figuras como Todorov.
En la Primera etapa (julio 1936 - marzo 1937), los sublevados avanzan hacia Madrid. Las tropas
de Mola avanzaron desde Navarra, pero fueron detenidas en la Sierra de Guadarrama. El ejército
de Marruecos, dirigido por Franco avanzó desde Cádiz y Sevilla, donde se une Queipo de Llano,
tomando Badajoz, para dirigirse a Madrid. Franco se desvía hacia Toledo para liberar el Alcázar. En
noviembre, los sublevados intentaron el asalto frontal a Madrid. El gobierno republicano se había
trasladado a Valencia, dejando Madrid con la Junta de Defensa. La resistencia de los madrileños,
apoyados por Brigadas Internacionales, armamento soviético y refuerzos de Barcelona, impidió que
la ciudad cayera. El frente se estabilizó en Ciudad Universitaria. Los sublevados intentaron aislarla
en 1937 pero fracasaron en las batallas del Jarama y Guadalajara. Franco cambió de estrategia,
afrontando una guerra de desgaste. El cerco en Madrid se mantuvo toda la guerra.
En la Segunda etapa (abril 1937- noviembre de 1938) se busca conquistar la zona cantábrica,
Asturias, Cantabria y parte del País Vasco. Contó con las tropas italianas y la aviación alemana
cuyos bombardeos destruyen Guernica. En junio cae Bilbao. Se eliminó el Estatuto de Autonomía.
Entre agosto y octubre se desarrolla la batalla en Santander y Asturias. El General Rojo ordenó dos
ofensivas de distracción. Las batallas de Brunete (julio de 1937) y Belchite (24 de agosto-6 de
septiembre de 1937) no impidieron la caída del norte. En el bando republicano se creó un ejército
popular con reclutas, milicianos y Brigadas Internacionales. El General Rojo lanzó una ofensiva de
distracción en Teruel. Los republicanos avanzaron y tomaron la ciudad, pero una contraofensiva la
recuperó. Franco desplegó un ataque en Aragón para alcanzar el Mediterráneo; llegó por Vinaròs
en la primavera de 1938. La República quedó dividida: Cataluña al Norte y Madrid y Levante al Sur.
La República emprendió la Batalla del Ebro (de julio a noviembre de 1938). Fue la más dura y
sangrienta. El ejército republicano finalmente fue derrotado.
La Tercera etapa (diciembre 1938 a marzo 1939). En enero de 1939, Franco lanzó la ofensiva
sobre Cataluña, que cae sin resistencia. Los sublevados suprimieron el Estatuto y Companys fue
fusilado. La República inició negociaciones, rechazadas por Franco. En febrero de 1939 a la
República solo le quedaba Madrid capital, una parte de la Meseta Sur y la zona costera levantina
hasta Almería. El enfrentamiento entre los republicanos precipitó el final. El presidente del
gobierno, Negrín, del PSOE, y el PCE, eran partidarios de resistir mientras esperaban el apoyo de
Francia y Gran Bretaña. El coronel Casado consideraba que la guerra estaba perdida y era
partidario de un final negociado. El 5 de marzo, Casado dio un golpe de Estado y negoció una
rendición honrosa, pero Franco se negó. Las tropas de Franco entraron en Madrid el 28 de marzo y
el 1 de abril de 1939 Franco firmó el último parte de guerra.
La Guerra Civil tuvo un balance trágico de entre 300.000 y 500.000 víctimas mortales y el exilio
de casi medio millón de españoles, entre ellos intelectuales, científicos y artistas, produciendo un
retroceso cultural y científico. El exilio fue principalmente a Francia, México, África del Norte y la
URSS, principalmente los “niños de la guerra”. Descendió la natalidad y creció la mortalidad. Se
produce un retroceso de la población urbana, por el hundimiento de la industria y la vuelta al
campo ante la escasez de alimentos. Hubo pérdidas de patrimonio cultural. Las destrucciones de
vías de comunicación, instalaciones industriales, viviendas etc., provocaron una caída de la
producción agrícola e industrial. El hambre y el desabastecimiento hicieron que los productos de
primera necesidad tuvieran que ser racionados. El nuevo régimen carecía de reservas de oro y
estaba endeudado. Se estableció una dictadura militar de casi cuarenta años, con la pérdida de
libertades políticas, la prohibición de los partidos políticos. La represión y las ejecuciones se
prolongaron. Se implanta la censura. El rechazo al nuevo régimen provocó el aislamiento
internacional de España.
10.2. EVOLUCIÓN POLÍTICA Y ECONÓMICA EN LAS DOS ZONAS. LA DIMENSIÓN
INTERNACIONAL DEL CONFLICTO.
Tras el golpe militar de julio de 1936, el Estado Republicano se desplomó en septiembre de 1936,
y sería sustituido por Juntas y Comités Revolucionarios. Casares Quiroga dimitió al negarse a
entregar armas al pueblo y el poder pasó a José Giral, que entregó armas a las milicias, pero
también dimitió. Se produjo una revolución social que llevó a la colectivización de gran parte de la
propiedad industrial y agraria y a episodios violentos anticlericales, antiderechistas, etc.
Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939) sustituyó a Largo Caballero. Se unificó la dirección
de la guerra, se reforzó el poder central, se estableció un control sobre la producción
industrial y agraria y la revolución se frenó con los comunistas. Pese a las derrotas, Negrín abogó
por la resistencia y trató de negociar una rendición, los Trece Puntos de Negrín, sin éxito. Sin
embargo, la deriva del bando republicano desde 1938 y la caída de Barcelona hicieron que Azaña
se exiliase y dimitiese. En marzo de 1939, el coronel Casado precipitó el fin de la guerra al
sublevarse contra el Gobierno (5 de marzo) por intentar negociar la paz con Franco. Se creó un
Consejo Nacional de Defensa (general Miaja), que intentó negociar con Franco. El 28 de marzo
Franco entró en Madrid, y tras tomar Valencia y Alicante, el 1 de abril declaró el fin de la guerra.
En la zona sublevada se formó un poder centralizado para ganar la guerra y eliminar de sus
territorios cualquier vestigio republicano. El Ejército fue clave en el nuevo régimen. Tras
comenzar la guerra, los principales generales crearon una Junta de Defensa Nacional (Burgos),
como órgano provisional de gobierno, que nombró a Franco jefe del Gobierno, del Estado y
Generalísimo de los Ejércitos y la Junta de Defensa se transformó en una Junta Técnica del
Estado. Para acabar con los conflictos entre sublevados, Franco promulgó el Decreto de
Unificación: falangistas y carlistas se integraban en un partido único, FET de las JONS (Falange
Española Tradicionalista de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), con Franco a la cabeza.
En julio de 1937, Franco recibió apoyo eclesiástico:los obispos consideraron el alzamiento una
cruzada y el Vaticano reconoció el gobierno de Franco y toda la legislación republicana quedó
abolida. La identificación del nuevo Estado y la Iglesia se conoce como nacionalcatolicismo.
La inicial zona republicana contaba con las principales zonas industriales del país, aparte de la
reserva del Banco de España, pero, las organizaciones obreras y los comités desarrollaron
colectivizaciones e incautaciones que se descontrolaron tras 1937. Al ocuparse tierras se perdió
el control de zonas rurales, y los productos escaseaban. La República apostó por emitir deuda
pública y enviar a la URSS las reservas de oro del Banco de España.
Los sublevados al principio no tenían zonas industriales, pero sí agrícolas, algo clave para el
abastecimiento y manutención de sus tropas. Se controló la producción y se emplearon
préstamos de los estados fascista y nazi y de capitales privados (Estados Unidos) para financiar
sus campañas. Al aumentar el territorio, se eliminaron las colectivizaciones y los repartos de tierra.
La Guerra Civil afectó a la opinión pública, intelectuales, medios de comunicación y gobiernos del
mundo entero: anticipaba el enfrentamiento entre fascismo y democracia. La opinión democrática
progresista mundial estaba a favor de la República (Francia), y Gran Bretaña no pudo oponerse a
un régimen democráticamente constituido, aun viendo en los conservadores un freno a la
expansión comunista. Los partidos obreros se manifestaron a favor de la República. Los regímenes
fascistas, nazis y dictatoriales (Italia y Alemania) apoyaron al bando sublevado. La derecha lo
vendía como un enfrentamiento de occidente contra el comunismo ateo y la izquierda como
una lucha por la libertad y contra el fascismo. Ambos bandos recibieron ayuda internacional, y
se convirtió en un ensayo de la Segunda Guerra Mundial.
Tras el golpe militar, la ayuda francesa cesó por el Comité de No intervención (1936), promovido
por Francia y Gran Bretaña, que decretó la neutralidad y prohibió el suministro de armas. En
octubre de 1936, comenzó a llegar la ayuda soviética y se emplearon las reservas de oro del
Banco de España (el oro de Moscú). El gobierno de México proporcionó armas, alimentos y apoyo
diplomático y los republicanos recibieron ayuda de las Brigadas Internacionales (voluntarios
internacionales antifascistas), pero se retiraron en 1938.
Alemania e Italia apoyaron a los sublevados: Mussolini envió soldados, munición y material bélico.
La Alemania nazi facilitó el traslado del ejército de África, vendió armas y envió la Legión Cóndor
(bombardeo de Guernica), y a técnicos, soldados y oficiales. Portugal controló la frontera, logrando
la entrada de material de guerra para los sublevados, aportó ayuda diplomática y envió voluntarios.
También ayudaron algunas compañías privadas americanas, como la TEXACO.
BLOQUE 11
11.1. EL FRANQUISMO. FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DEL RÉGIMEN FRANQUISTA EN EL
CONTEXTO HISTÓRICO EUROPEO.
La España de 1939, terminada la Guerra Civil, estaba arrasada material, demográfica y
socialmente. Aunque sus instituciones fueron evolucionando, el control absoluto del poder
político por parte de Franco fue constante. Con respecto a su relación con el contexto
internacional, hubo una etapa de 1939 a 1959, con un estado autoritario inspirado en el
fascismo, autarquía económica y aislamiento internacional; y otra de 1959 a 1975, con una
liberalización de la economía y atenuación de los rasgos fascistas.
El franquismo instauró un nuevo Estado con varios rasgos característicos. Era una dictadura
personalista en la que Franco tiene todos los poderes: es Jefe de Estado y de Gobierno, de las
Fuerzas Armadas y del Movimiento Nacional. Se le llamó “Caudillo” o “Generalísimo”. Se
suprimieron todos los partidos y sindicatos salvo el Movimiento Nacional (integra al partido
único FET de las JONS y al que pertenecen los dirigentes de los sindicatos verticales y todos los
cargos públicos). Se da una fuerte y continuada represión de la oposición, que se inició con los
simpatizantes republicanos con la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, las libertades
públicas y los derechos de reunión y asociación fueron anulados y el estado de guerra continuó
hasta 1948. Se controlaron los medios de comunicación como aparatos de propaganda
franquista, con rígida censura. El estado era unitario y centralista: se abolieron estatutos de
autonomía y se fomentó la españolización de los territorios bajo la influencia del nacionalismo
catalán, vasco y gallego, prohibiendo las manifestaciones públicas de sus rasgos culturales,
etnológicos y lingüísticos. A falta de una Constitución, se promulgaron Leyes Fundamentales del
Estado, publicadas gradualmente (son ocho, siendo la última, la Ley para la Reforma Política, de
1976 con Franco ya muerto), para principios e instituciones del Régimen según las necesidades
políticas del momento y las circunstancias internacionales.
Franco era un militar sin formación política ni una ideología definida. Se adaptó a las
circunstancias para mantener el poder y ejercerlo sin limitaciones. Nunca tuvo un proyecto preciso
sobre la organización del nuevo Estado. Los distintos grupos que apoyan al régimen iban
aportando sus fundamentos ideológicos. Se rechaza el liberalismo y la democracia (culpable de la
disolución de la esencia histórica de España), el constitucionalismo, la separación de poderes,
la soberanía popular, el parlamentarismo, el pluralismo político y las libertades y derechos
ciudadanos. Se da un fuerte anticomunismo, justificación de la guerra y el régimen. Sirvió para
salir del aislamiento en la Guerra Fría. Se defiende la unidad de la Patria (“España: Una, Grande,
Libre”): desaparece la autonomía (política y lingüística) y se exalta la unidad nacional y la defensa
de la patria. El régimen se caracteriza por un nacionalismo españolista, que hace referencia a la
Reconquista, a los Reyes Católicos (de cuyo escudo se tomaron el yugo y las flechas), al Imperio
de Carlos V, a los conquistadores y a Felipe II. Una de las bases es el nacionalcatolicismo: se
reconoce el catolicismo como confesión oficial del Estado y se prohíbe la libertad religiosa. El apoyo
de la Iglesia se recompensó con una generosa financiación, el dominio de la vida social, y el control
de la educación. Además, se defendió el tradicionalismo: religión, familia, orden y propiedad.
Otros rasgos del régimen fueron el autoritarismo en el poder (influencia militar). Los símbolos
militares y la organización castrense impregnaron muchas manifestaciones de la vida cotidiana. Se
creó una “Democracia orgánica”: se otorgaba una mínima representación a los “órganos
naturales” de la sociedad: familia, municipio y sindicato. El nacional-sindicalismo consistía en la
prohibición de los sindicatos tradicionales y creación de la Organización Sindical (sindicato vertical
fascista controlado por el Estado), de afiliación obligatoria, con participación de obreros, técnicos y
patronos. Prohibía la huelga y fijaba condiciones laborales y salarios.
El apoyo social vino de parte de la oligarquía agraria, industrial y financiera, de pequeños y
medianos agrícolas del norte y de las clases medias de las pequeñas y medianas ciudades. Los
distintos grupos ideológicos eran conocidos como “las familias” del régimen. La estabilidad se
debió a que ningún miembro del gobierno tenía mucho poder. La Falange, el ejército y la Iglesia
constituyeron los pilares del régimen. El Movimiento Nacional designaba a la FET de las JONS. La
Falange proporcionó los principios ideológicos, símbolos y los cargos de administración, y
controlaron la propaganda y la organización sindical. Para dar apoyo social se crearon la Sección
Femenina, el Frente de Juventudes o el Sindicato Español Universitario (SEU), la Central
Nacional Sindicalista (CNS) y el Sindicato Vertical. La presencia del Ejército en la vida política
fue muy grande, garantizó la continuidad de la dictadura y el orden público y, hasta 1963, juzgaban
los delitos políticos contra la población civil.
La Iglesia católica legitimó y propagó los nuevos principios. Muchos colaboradores procedían de
asociaciones religiosas como Asociación Católica Nacional de Propagandistas y el Opus Dei.
Esta alianza se vio reforzada con el Concordato de 1953 que daba a Franco el derecho de
presentación de los obispos y garantizaba a la Iglesia el control de la educación, la moral pública y
la censura. A partir del Concilio Vaticano II (años 60), se produjo un distanciamiento de la Iglesia.
También destacaron los monárquicos, que querían el restablecimiento de una monarquía católica y
autoritaria, pero los carlistas (tenidos en cuenta) querían la tradición de los fueros y los
donjuanistas (en D. Juan de Borbón; incomodaban a Franco) no querían autonomía.
Los primeros años (1939-1945) fueron una etapa nacionalsindicalista (figura de Serrano Suñer;
predominio de militares y falangistas). El Fuero del Trabajo (1938) regulaba las relaciones
laborales mediante un sindicalismo vertical al que pertenecían obligatoriamente los empresarios y
trabajadores por ramas de producción. A partir de 1942 Franco prescinde de los falangistas más
radicales y establece mediante la Ley Constitutiva de las Cortes (1942) una Cámara consultiva
formada por miembros del Movimiento Nacional. Las Cortes representaban en teoría la soberanía,
pero Franco conservaba plena potestad legislativa. Era una “democracia orgánica” donde el
pueblo participaba a través de sus representantes naturales: la familia, el municipio y el sindicato.
Durante la postguerra mundial y los años 50 (1945-1959), para acercarse a los vencedores de la
guerra, se reduce la imagen fascista y se destaca el catolicismo y anticomunismo. Es la etapa del
nacionalcatolicismo, en la que aumenta la influencia de los católicos de la ACNP y disminuye la
de la Falange. También se promulgan leyes para parecer un Estado democrático: el Fuero de los
Españoles (1945), que establecía deberes y derechos aparentes; la Ley de Referéndum Nacional
(1945); y la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado (1947), en la que España se define como
monarquía y Franco elegiría qué rey le sucedería (respuesta al “Manifiesto de Lausana” (1945) de
Juan de Borbón en el que pedía la dimisión de Franco y la restauración de la monarquía). En 1957,
la crítica situación económica, las protestas y el fin del aislamiento, llevan a Franco a sustituir a
falangistas y militares del gobierno por tecnócratas del Opus Dei, que inician la apertura
económica, y no política, del régimen. La poca oposición se debió a la Ley de Represión contra la
Masonería y el Comunismo; sólo se oponían algunas células (PCE, CNT y PSOE) y los “maquis”.
Entre 1959 y 1975 distinguimos dos etapas:
En los años 60, el régimen político se consolidó. El poder se disputaba entre los tecnócratas del
Opus Dei, que con el apoyo de Carrero Blanco (subsecretario de la Presidencia del Gobierno)
situaban el crecimiento económico como el eje básico de la política y la garantía de la estabilidad
social y los reformistas del Movimiento (Fraga), partidarios de una evolución política. Se
promulgaron leyes para modernizar y dulcificar la imagen: la Ley de Principios del Movimiento
Nacional (1958) establecía los principios básicos del franquismo (Estado monárquico, tradicional y
católico); la Ley de Bases de la Seguridad Social (1963) para facilitar asistencia a trabajadores; la
Ley de Prensa (1966) suprimió la censura previa; la Ley Orgánica del Estado (1967) era una
pseudoconstitución que reconocía o modificaba las leyes fundamentales anteriores; se introduce
por la Ley de Representación Familiar el derecho al sufragio de los cabezas de familia para elegir
a la tercera parte de los procuradores de las Cortes; y la Ley de Sucesión a la Jefatura del
Estado (1969) designó a Juan Carlos de Borbón sucesor de Franco a título de rey. En los años 70
también aumentó la oposición al régimen. Los partidos prohibidos participaron en el Encuentro
Contubernio de Múnich (1962), pidiendo a Europa la democratización de España, a la vez que
esta pedía ingresar en la CEE.
En la etapa final (1969-1975), el régimen está en crisis política porque a los enfrentamientos entre
las distintas familias franquistas se une la organización de la oposición, y económica por la subida
de los precios del petróleo. Aparecen elementos de cambio: las transformaciones económicas y
sociales debidas a la penetración de los modos de vida occidentales generaron una actitud de
rechazo de la dictadura; la Iglesia se distanció del régimen por influencia del Concilio Vaticano II y
dentro del Ejército se fundó la UMD, que quería democratizar el régimen. También cabe mencionar
el caso de estafa Matesa (1969). Franco colocó a Carrero Blanco (franquista puro) al frente de un
gobierno monocolor formado por miembros del Opus Dei. Sus años de gobierno se caracterizaron
por una posición contradictoria entre reforma (como la Ley de Asociaciones Políticas, de
Educación –EGB-, o Sindical) y represión (protestas estudiantiles, obreras, la aparición del grupo
terrorista FRAP -Frente Revolucionario Antifascista y Patriota-), que se endureció reformando la Ley
de Orden Público (1959). También se produjeron varios secuestros y atentados de ETA. El
Proceso de Burgos condenó a 16 acusados de pertenecer a ETA y desencadenó protestas.
Los últimos años de la dictadura, de 1973 hasta 1975, se caracterizaron por la crisis del
franquismo y la inestabilidad. Se debió a: oposición interna, violencia en las calles, deterioro físico
de Franco, división dentro de los dirigentes del régimen, contexto internacional (caída de las
dictaduras de Portugal y Grecia, crisis del petróleo de 1973, conflictos en el Sahara Occidental). A
principios de 1973, el enfrentamiento entre aperturistas (posiciones más democráticas) e
inmovilistas (rechazaban reformas) debilitaron al gobierno. Franco cedió a Carrero Blanco la
Jefatura de Gobierno en junio de 1973. ETA organizó la Operación Ogro y se asesinó a Carrero
Blanco. El nuevo presidente del gobierno, Arias Navarro, prometió reformas de liberalización
(espíritu del 12 de febrero), que fueron un espejismo. Por ejemplo, a la Ley de Asociaciones
Políticas sólo podían acogerse tendencias franquistas. Además, había un agravamiento de la
crisis económica a nivel mundial. Además, el incremento de la oposición que exigía
democracia fue seguido de una represión mayor. Ante la escalada de atentados, el régimen
promulgó la Ley Antiterrorista y Franco firmó cinco penas de muerte, lo que provocó protestas
internacionales. Por la débil salud de Franco, el príncipe Juan Carlos asumió temporalmente la
Jefatura del Estado. El clima era de incertidumbre por el destino del país. Internacionalmente, el fin
de las dictaduras en Portugal y Grecia inició procesos democratizadores. En 1956 España
reconocía la independencia de Marruecos pero no se completó el proceso de descolonización ya
que España conservó Sidi Ifni, el Sahara occidental y Guinea Ecuatorial. España estaba
preparando un referéndum que diera la independencia al Sahara español, cuando el rey de
Marruecos lo reclamó y organizó una movilización popular, la Marcha Verde, para presionar. Para
evitar conflictos, se firmaron los Acuerdos de Madrid y se entregó el Sáhara a Marruecos y
Mauritania y se olvidó el compromiso del referéndum. El 20 de noviembre de 1975 murió Franco.
Los años 50 fueron una etapa de transición entre la autarquía y el gran desarrollo económico de los
60, que se conoce como desarrollismo (aunque hubo desequilibrios territoriales). En 1957, Franco
entregó la dirección económica a los tecnócratas del Opus Dei, quienes aplicaron el Plan de
Estabilización Económica (1959). Para ello, liberalizaron la economía, limitaron los salarios y los
créditos, se redujo el gasto público y se aumentaron los impuestos. Así, se redujo la inflación y se
desarrolló el comercio exterior, pero aumentó el paro y la emigración a Europa y hubo pérdida de
nivel adquisitivo con el consiguiente descontento social. A esto se añadieron los Planes de
Desarrollo: se pusieron en marcha tres planes de duración cuatrienal entre 1964 y 1975, que
concedieron ventajas fiscales y crediticias a empresas que siguieron directrices de Estado. Los
objetivos de esta planificación económica eran: aumentar el PIB, desarrollar la industria, modernizar
la agricultura y fomentar el desarrollo económico con inversiones estatales en territorios atrasados.
Para ello se hicieron acciones estructurales, para solucionar deficiencias de la industria, y se
crearon polos de desarrollo (Zaragoza, Valladolid…) para equilibrar y distribuir el desarrollo. Los
resultados no fueron los esperados.
El desarrollismo propició cambios. Uno de ellos fue el crecimiento demográfico: los altos índices
de natalidad, apoyados por la política pronatalista y la reducción de la mortalidad por las mejoras en
higiene y sanidad incrementaron mucho la población. Además, el desarrollo de la industria y
servicios propiciaron el éxodo rural y 6 millones de personas dejaron atrás el mundo rural para
concentrarse en ciudades como Madrid, Cataluña, País Vasco o las áreas turísticas costeras. Pero
no había empleo suficiente así que también hubo mucha emigración a Europa, siendo el saldo
migratorio negativo. El crecimiento desmedido de núcleos urbanos provocó un urbanismo caótico
que dio lugar a barrios sin alcantarillado, ni alumbrado, ni servicios básicos y de chabolas. Pero el
turismo y la industria permitieron crecer al sector secundario y terciario. Hubo cambios en la
estructura socio-profesional: disminuyeron los jornaleros, aumentaron los obreros, la mujer
abandonó su papel tradicional y se evolucionó a una sociedad con predominio de las clases
medias urbanas. También, la sociedad de consumo comenzó a abrirse frente a la mera
supervivencia de la etapa anterior. No obstante, hubo desigualdad en cuanto a riqueza. Se
impusieron nuevos gustos, modas y costumbres procedentes de Europa, incompatibles con los
valores tradicionales y la moral católica franquista.
Entre 1943 y 1948 se vivió el periodo más difícil para el régimen debido al declive y a la
desaparición de los regímenes fascistas. Estas circunstancias le dejaron aislado, siendo lo más
peligroso el proyecto de una restauración monárquica. Así, en 1946 la ONU recomendó el
bloqueo al país y la salida de los embajadores. El PCE impulsó la acción armada de guerrillas.
La principal oposición a la dictadura desde su inicio hasta los sesenta la comenzó con el hijo de
Alfonso XIII, Juan de Borbón, quien pretendía recuperar el trono y para ello: primero se ofreció a
colaborar con Franco, después trató de presionarle con el Manifiesto de Lausana (1945) y acabó
en el establecimiento de la Ley de Sucesión (1947).
Los grupos y partidos ilegales se opusieron al franquismo. El PCE, liderado por La Pasionaria y
Santiago Carrillo, perdió radicalismo y siguió el modelo “eurocomunista”. El PSOE empezó a
organizarse a partir del Congreso de Suresnes (1974), en el que salió elegido como Secretario
General Felipe González. Los partidos marxistas de extrema izquierda canalizaron el descontento
de la juventud más radical. Algunos de ellos derivaron hacia el terrorismo como el FRAP. Entre los
nuevos partidos minoritarios de carácter moderado se encontraba Izquierda Democrática, de
orientación demócrata -cristiana (Joaquín Ruiz-Giménez). Además, se revitalizaron el PNV y ERC, y
en Cataluña aparecieron nuevas formaciones nacionalistas como Convergencia Democrática de
Cataluña y Unió Democrática de Cataluña. En el País Vasco, el partido hegemónico siguió siendo
el PNV y, en 1959, surgió ETA, que acabó defendiendo la lucha armada contra el franquismo como
medio para alcanzar la independencia, iniciando los primeros atentados en 1964.
En el exterior, las fuerzas contrarias al régimen iban desde la izquierda (PSOE) hasta demócratas
cristianos que en un primer momento apoyan a Franco y que, en 1962, participaron en “el
contubernio de Múnich” en el que reivindicaron un régimen democrático y la solicitud de ingreso
de España en la CEE. En 1974, los principales partidos de la oposición fundaron en París la Junta
Democrática y crearon la Plataforma de Convergencia Democrática. Se unifican en “Platajunta”.
Pero en 1963 se creó el Tribunal de Orden Público para los condenar los delitos políticos:
Proceso de Burgos (1970) contra miembros de ETA; proceso 1001 contra dirigentes de CCOO
(1973); la ejecución de Salvador Puig (1974) y las ejecuciones de tres militantes del FRAP y
dos de ETA de septiembre de 1975 (con la Ley Antiterrorista de agosto de 1975).
El exilio de gran parte de los artistas, filósofos y científicos dejó una cultura de masas: el cine
folklórico, la radio, la literatura de novelas rosa y de aventuras, los toros, el fútbol, la creación del
NO-Do y la inauguración de la televisión. Se crearon instituciones como el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas o el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.
Se estableció una fuerte censura, pero no pudo evitar que algunos escritores como Buero Vallejo en
Historia de una escalera reflejaran las duras condiciones. La educación fue controlada por la
Iglesia. La arquitectura tenía un estilo neoherreriano e historicista (Valle de los Caídos).
Sin embargo, desde los años cincuenta, nacía la generación realista de la posguerra, con obras
como Nada de Carmen Laforet, Muerte de un ciclista de Bardem en cine, la formación del grupo
Dau al set y el grupo El Paso. En arquitectura destacaron arquitectos catalanes como Manuel Valls.
En los sesenta, se favoreció la creación artística y cultural no oficial. La novela experimentó con
las formas y se inició la denuncia política y social (Últimas tardes con Teresa). Las artes
plásticas experimentaron con el informalismo, el action painting y el pop art, del Equipo Crónica. En
arquitectura se dieron avances técnicos y se generalizó el uso del cristal con arquitectos como
Francisco Javier Sáenz de Oiza (Torres Blancas). En 1966 se aprobó la Ley de Prensa con la
aparición de una literatura experimental (Juan Goytisolo) y se permitió la publicación de obras de
autores prohibidos. Surgieron nuevas revistas como Revista de Occidente, que intentaron superar
la uniformidad ideológica que pretendía el régimen franquista. El control se fue diluyendo,
especialmente a partir de la Ley General de Educación (1970) y en los últimos años existía una
nueva cultura alternativa influida por las corrientes europeas contemporáneas.