Historia 2º Bachillerato

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CUESTIONES BLOQUE I.

1.1. PALEOLÍTICO Y NEOLÍTICO.


Durante el Paleolítico peninsular tiene lugar el proceso de hominización que comienza con la
llegada de los primeros homínidos y culmina con la extensión del homo sapiens. Tiene tres fases:
Paleolítico Inferior (1.000.000-100.000 a.C.), con Homo antecessor y homo heidelbergensis,
Paleolítico Medio (100.000 a. C.-35.000 a.C.), con el Homo neanderthalensis, y el Paleolítico
Superior (35.000-8.000 a.C.) con el Homo sapiens. Los grupos paleolíticos solían constituirse al
aire libre y en cuevas en pequeños grupos no jerarquizados y sin división del trabajo,
desplazándose en función del alimento (nomadismo). Eran cazadores-recolectores (economía
depredadora) y trabajaban la piedra tallada para elaborar instrumentos. La pintura rupestre, cuya
finalidad podría ser mágico-religiosa, se desarrolló sobre todo durante el Paleolítico Superior en la
zona franco-cantábrica. En cuevas como la de Altamira hallamos un arte realista y detallado en el
que destacan los animales policromados en escenas aisladas, con idea de volumen. El Neolítico en
la península (5.500-2.500 aC) se asocia a la llegada de la agricultura y ganadería, lo que supuso: el
paso a una economía productora, el sedentarismo, la pulimentación de la piedra, el desarrollo
de la cestería y la cerámica, la jerarquización social y la división del trabajo. Las principales
manifestaciones se encuentran en el área mediterránea: cultura de la cerámica cardial
(5.500-3.500 a.C.), cultura de los sepulcros en fosa (3.500-2.500 a.C.). En parte del Neolítico
peninsular (entre los años 10.000 y 5.000 a. C.) se desarrolla la pintura levantina (Cogull, Lérida)
en abrigos y cuevas. Incluye la figura humana en escenas de la vida cotidiana, presentando figuras
estilizadas, esquemáticas y monocromáticas.

1.2. PUEBLOS PRERROMANOS. COLONIZACIONES: FENICIOS Y GRIEGOS. TARTESOS.


En la Edad de Hierro (s. VIII-III a.C.) llegan a la Península los pueblos colonizadores (griegos,
fenicios, cartagineses) que convergen con los autóctonos (tartesos, íberos, celtas, celtíberos).
Tartesos (XI-V a. C.) estaban situados en el bajo Guadalquivir y se caracterizan por su desarrollo
minero y comercio con los fenicios, sobre todo de estaño; destacan sus ajuares funerarios. Los
íberos (VIII-III a. C.) vivían en pueblos fortificados sin unidad entre sí de la costa mediterránea, con
economía agrícola y ganadera, junto a la metalurgia y cerámica. Estaban organizados en
ciudades-estado, con sociedades estratificadas, y comerciaban productos artesanos y minerales.
Destacan manifestaciones artísticas como la Dama de Elche. Los celtas (VII-III a.C.), organizados
en clanes en el interior y el oeste de la Península, tenían una economía basada en la agricultura y
ganadería, dominaban el hierro y eran un pueblo guerrero. Los celtíberos eran un mestizaje entre
íberos y celtas. Los fenicios (IX-VII a.C.) se asentaron en la costa andaluza; aportaron el torno
alfarero y la escritura alfabética y generalizaron el uso del hierro. Los griegos (VII-III a.C.), fundaron
colonias como Emporion e introdujeron la vid, el olivo y la acuñación de moneda. Los cartagineses
(III-II a.C.) sustituyeron a los fenicios y fundaron colonias como Cartago Nova. Destaca su
explotación minera. Se enfrentaron con Roma en las Guerras Púnicas.

1.3. CONQUISTA Y ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA IBÉRICA.


La conquista de la Península por los romanos puede dividirse en tres periodos. En la primera
fase (218-197 a.C.), los romanos ocupan el área de levante y los valles del Ebro y del Guadalquivir,
tras derrotar a los cartagineses en las segundas Guerras Púnicas. En la segunda fase (197-133
a.C.), con rebeliones como las de Numancia y los lusitanos, se ocupa el centro y oeste peninsular.
En la tercera fase (29-19 a.C.) se finaliza la conquista del norte derrotando a astures, cántabros y
vascones con Augusto. A esta conquista le sucede la romanización (adopción de la civilización
romana), un proceso lento favorecido por la administración en provincias, el ejército, el latín, la
moneda, la concesión de la ciudadanía y la construcción de infraestructuras. No fue homogénea;
fue intensa en el levante y sur, y escasa y tardía en el norte . Roma aportaría una estructura social
jerarquizada (colonos romanos, élites indígenas, indígenas libres, libertos y esclavos), la
racionalización y coordinación del sistema productivo (destacan en la minería, el cultivo de la
trilogía mediterránea, salazones, garum, cerámica), infraestructuras (puentes, calzadas, templos),
la religión (romana y cristianismo), el latín, el derecho romano, etc. Además, Hispania aportaría a
Roma grandes figuras: filósofos (Séneca), poetas (Lucano) y emperadores (Trajano, Adriano).
1.4. EL REINO VISIGODO. ORIGEN Y ORGANIZACIÓN POLÍTICA.
El Imperio Romano llegó a un acuerdo con los visigodos para expulsar a los suevos, vándalos, y
alanos de la Península. En el año 409, se produjo la penetración visigoda. La consolidación de la
monarquía fue obra de varios monarcas: Leovigildo impulsa la unificación política y territorial,
expulsando a los suevos y dominando a los vascones; la unificación religiosa llegó con Recaredo
al abandonar el arrianismo por el cristianismo (III Concilio de Toledo); la unificación jurídica se
produjo con Recesvinto, que promulgó el Liber Iudiciorum, ley única del reino. La organización
política se basó en una monarquía electiva, dependiente del apoyo de la nobleza e Iglesia. Ésta
gobernaba apoyada en varias instituciones: el Aula Regia, asamblea consultiva que asesoraba al
rey en asuntos políticos, militares y en la elaboración de leyes; y el Officium Palatinum, más
restringido (magnates que auxiliaban en tareas de gobierno). Los territorios eran gobernados y
administrados por duques en las provincias y condes en las comarcas. Los Concilios eran
inicialmente asambleas eclesiásticas, se convirtieron en grandes asambleas de Estado de carácter
legislativo formadas por el poder religioso y político máximo (clero, nobles y rey). El fin del reino
visigodo llegó en el año 711, tras ser derrotados por los musulmanes en la batalla del Guadalete.
CUESTIONES BLOQUE II.
2.1. AL ÁNDALUS: LA CONQUISTA MUSULMANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA.
La conquista musulmana de la Península Ibérica fue iniciada tras la derrota del reino visigodo en la
Batalla del Guadalete (711). Finalizó en torno a 750 y su rapidez se debió a las capitulaciones con la
nobleza goda. La Península se transformó en un Emirato dependiente de Damasco (711-756),
que se caracterizó por las continuas tensiones sociales, y por dos límites de expansión (Covadonga
en 722 y Poitiers en 732). En el Emirato independiente de Córdoba (756-929), proclamado por
Abderramán I, se consolidó el poder musulmán. Le sigue el Califato de Córdoba (929-1031)
formado tras la autoproclamación de Abderramán III como califa, que logró la independencia política
y religiosa y aumentó las fronteras hasta el Duero. A este le sucedieron Al-Hakam e Hixam II, quién
delegó su poder en Almanzor. Posteriormente se sucedieron varios califas hasta que Hixam III fue
depuesto en 1031 y se fragmentó el Califato en los reinos de taifas. Los reinos pagaban parias a
los cristianos a cambio de protección, pero sus enfrentamientos propiciaron el avance cristiano, por
lo que piden ayuda a los almorávides. Estos logran reunificar Al-Ándalus en 1090, hasta 1145. Los
reinos de taifas reciben otra invasión, la de los almohades (1146-1232), que, tras victorias como la
de Alarcos, fueron derrotados en las Navas de Tolosa (1212). Los reinos fueron conquistados por
los cristianos, excepto el reino nazarí de Granada (1248-1492) que se sostuvo mediante el pago
de tributos y siendo un reino vasallo de Castilla. En 1482 se inicia la guerra contra Castilla, que
culmina con la capitulación de Granada en 1492.

2.2. AL ÁNDALUS: ECONOMÍA, SOCIEDAD Y CULTURA.


La economía andalusí era fundamentalmente agrícola; los musulmanes extendieron el uso del
regadío e introdujeron nuevos cultivos (arroz, azafrán, cítricos), que unieron a la tríada
mediterránea. También explotan la ganadería y la minería. Destaca la producción artesanal, en
concreto el textil (seda, lana y lino) y productos de lujo (pedrería, orfebrería,...). La ciudad se
revitalizó, lo que lleva a un mayor desarrollo del comercio: el comercio interior se realizaba en los
zocos, y el comercio exterior a través de sus puertos con el mundo islámico y la Europa cristiana.
La sociedad andalusí era muy heterogénea. La principal división era religiosa, con aristocracia
árabe y siria, seguida de los bereberes y por último los muladíes. Después, las minorías religiosas
de mozárabes y judíos, que tenían que pagar impuestos y gozaban de menos derechos. Su cultura
estuvo marcada por la religión musulmana, con periodos más aperturistas y otros más rigurosos.
Al-Ándalus actuó como puente de cultura entre el mundo islámico y occidente, donde ejerció su
influencia en: el arte (mezquita de Córdoba, el palacio de Medina Azahara, etc.), filosofía
(Averroes), literatura (El collar de la paloma) y ciencia (álgebra, medicina, astronomía). En cuanto
a los judíos, contaron con el apoyo de los monarcas cristianos y se dedicaban a la artesanía, el
comercio, la banca y la administración. Hicieron varios aportes en el mundo de la ciencia y la
cultura: astronomía, medicina, filosofía (destacando Maimónides) y literatura. La convivencia entre
cristianos, judíos y musulmanes tuvo cierta estabilidad entre los siglos XI y XIII, pero a partir del
siglo siguiente se multiplicaron los conflictos.

2.3. LOS REINOS CRISTIANOS: EVOLUCIÓN DE LA CONQUISTA DE LA PENÍNSULA Y


ORGANIZACIÓN POLÍTICA.
En la primera etapa de la Reconquista (S.VIII al X), Al-ándalus mantiene su hegemonía y se
forman: el Reino Astur, tras la batalla de Covadonga (722), y que en el s. X se convertiría en el
Reino de León; y el Condado de Castilla, que se convertiría en Reino con Fernando I. En 1230 se
unirán el Reino de Castilla y el Reino de León para formar la Corona de Castilla. En el oeste
aparece el Reino de Pamplona, que alcanza su máximo apogeo con Sancho III el Grande, y el
Condado de Aragón, que se convierte en Reino en el siglo XI. Se da el fin de la Marca Hispánica
con la desvinculación de los condados catalanes. El núcleo occidental se extiende hasta la cuenca
del Duero. La segunda etapa fue de gran expansión (s. XI y XIII), coincidiendo con el fin del
Califato de Córdoba (1031). Se conquista Toledo (1085) y el avance se detiene tras la invasión
almorávide, estableciendo la frontera en el Tajo y valle del Ebro. La llegada de almohades y las
disputas en los reinos cristianos frenarían el avance causando derrotas como la de Alarcos; aún así
se conseguiría la ocupación de la Mancha, la cuenca media del Guadiana y las cuencas del Turia y
el Júcar. En el siglo XIII, los cristianos vencen en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Se
producirá entonces la conquista de territorios del Valle del Guadalquivir (Sevilla, Córdoba, Jaén) y
Murcia. En la última etapa (s. XIV-XV), se completa la Reconquista con la toma de Granada (Reino
Nazarí) por Castilla en 1492. Los reinos cristianos en la Edad Media se organizaban en torno al
monarca, cima del poder feudal, pero limitado por los nobles, lo que dió lugar a la formación de una
corte alrededor del rey. Las Cortes se formaron a partir del s. XIII como reuniones extraordinarias
de esta corte, en las que se representaban los estamentos medievales, integradas por nobleza, alto
clero y representantes de las ciudades. Eran de carácter consultivo, para debatir temas pospuestos
y votar peticiones económicas, a cambio de que el rey atendiera sus peticiones.

2.4. MODELOS DE REPOBLACIÓN. ORGANIZACIÓN ESTAMENTAL EN LOS REINOS


CRISTIANOS MEDIEVALES.
La repoblación es el proceso de ocupación, reparto de tierras y organización de la explotación de
los territorios arrebatados a los musulmanes, que podía darse en los lugares despoblados e
inseguros o en aquellos con condiciones seguras y tierras fértiles. En los siglos VIII-X destaca la
repoblación por presura o aprisio (pequeña propiedad) en el norte del Duero, alto Ebro y Pirineos;
consistía en la adquisición de la propiedad de la tierra por colonos libres. Hacia el siglo X, comienza
la época de encastillamiento o de feudalización. En los siglos XI y XII, entre los ríos Duero y Tajo
y valle medio del Ebro, predominó la repoblación concejil (mediana propiedad y propiedad
comunal): los monarcas conceden fueros a las villas, dividiéndose los territorios en concejos. En la
primera mitad del siglo XIII, entre el Tajo y el valle del Guadiana y en Teruel y Castellón, se
dividieron las tierras en encomiendas, surgiendo grandes latifundios al frente de las Órdenes
Militares. En la segunda mitad del siglo XIII se ocuparon las regiones más ricas del sur y de
levante, que fueron adjudicadas mediante el sistema de repartimientos. La sociedad era
estamental, donde cada grupo realizaba una función a la que pertenecía por nacimiento, excepto
en el clero. Los grupos privilegiados, nobleza y clero, estaban exentos de pagar impuestos. Los
no privilegiados (tercer estado) eran un grupo muy heterogéneo dedicado principalmente a la
agricultura y al comercio, y debían pagar numerosos impuestos.

2.5. ORGANIZACIÓN POLÍTICA DE LA CORONA DE CASTILLA, DE LA CORONA DE ARAGÓN


Y DEL REINO DE NAVARRA AL FINAL DE LA EDAD MEDIA.
En la Corona de Castilla, la monarquía tuvo un carácter autoritario debido al escaso poder de las
Cortes. Contaban con el Consejo Real (asesoraba al rey), la Audiencia (justicia), la Hacienda
(recaudadora de ingresos fiscales), y las Cortes (carácter consultivo) integradas por nobleza, clero
y tercer estado. Su principal instrumento de control municipal eran los corregidores (funciones
judiciales y militares). El territorio estaba dividido en merindades, a cargo de un merino, y
adelantamientos gobernados por un adelantado en zonas fronterizas. A nivel local hallamos
concejos (ayuntamientos) y regidores (alcaldes). La Corona de Aragón, era una confederación de
territorios con leyes e instituciones propias y de monarquía pactista. Los reyes estaban limitados
por las Cortes de cada reino con capacidad legislativa, que eran supervisadas por las Diputaciones.
El Justicia de Aragón era el encargado de resolver los problemas entre el rey y la nobleza. Tenían
Consejo Real y Audiencia. La autoridad real estaba representada por los virreyes y los reinos se
dividían en honores. El gobierno municipal era controlado por la oligarquía urbana, contaba con
un delegado, magistrados y un consejo. En Navarra junto al rey hallamos las Cortes, el Consejo
Real (órgano judicial y de asesoramiento real), y la Cámara de Comptos (finanzas reales). En su
Fuero General se recopilan y ordenan las leyes del reino. Tras la conquista castellana se impuso un
virrey y la división territorial varía en función del momento histórico en merindades o honores.
CUESTIONES BLOQUE III.
3.1. REYES CATÓLICOS: UNIÓN DINÁSTICA E INSTITUCIONES DE GOBIERNO. LA GUERRA
DE GRANADA.
En 1469 se casan Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. En un contexto de guerra sucesoria
castellana, la unión dinástica se acordó en la Concordia de Segovia (1475), según la cual los
reyes gobernaban conjuntamente y tomaban las grandes decisiones de acuerdo mutuo, naciendo
así la monarquía hispánica. No supuso la unidad territorial e institucional, pues sus leyes y sus
instituciones se mantuvieron, pero compartían objetivos: el dominio peninsular, la unidad
religiosa y el fortalecimiento del poder real. Su reinado supone el tránsito hacia el Estado
moderno, limitando sus reformas a Castilla, que desempeñó un papel hegemónico, mientras que
Aragón mantuvo la tradición pactista. La autoridad de los monarcas se impuso sobre nobleza,
Iglesia (derecho de patronato) y municipios (corregidores). Se sirvieron de: Consejo Real,
Consejos especializados, Chancillerias, Cortes, ejército permanente, diplomacia, Hacienda y
la Santa Hermandad. El virrey era el encargado de representar a la monarquía. Los reyes
establecen la Inquisición, que velaba por la pureza del catolicismo. En 1492 se dio la Guerra de
Granada, como consecuencia de la política de unificación de la Península, la disminución del pago
de parias, la amenaza de piratas berberiscos y las luchas internas en el Reino Nazarí. En la primera
fase se conquistó la frontera oeste, seguida de la este, y por último, fue el asedio de Granada,
finalmente ocupada el 2 enero de 1492, tras un acuerdo con Boabdil el Chico (Capitulaciones de
Granada). Isabel y Fernando fueron nombrados Reyes Católicos.

3.2. EXPLORACIÓN, CONQUISTA Y COLONIZACIÓN DE AMÉRICA.


En 1492, el proyecto de Cristóbal Colón para llegar a las Indias por el Atlántico se selló con Castilla
en las Capitulaciones de Santa Fe. El primer viaje partió de Palos, llegando a Guanahaní el 12 de
octubre, para dirigirse a Cuba y Haití tomando islas en nombre de la Corona. La rápida conquista
del continente americano se vio facilitada por la superioridad tecnológica y militar, la debilidad y
colaboración de los imperios precolombinos y el factor psicológico. El proceso de conquista y
colonización se inició en 1493 en las Antillas: Núñez de Balboa descubrió el océano Pacífico;
Magallanes y Elcano realizaron la vuelta al mundo; Hernán Cortés conquistó el imperio azteca y
Pizarro y Almagro el imperio inca. Se explora la región de Río de la Plata. La conquista fue
realizada por particulares, que firmaban capitulaciones con la Corona. Políticamente se produjo la
formación de un imperio hispánico que dominaba vastos territorios, creándose el Consejo de
Indias. Se establece el Tratado de Tordesillas (1494) con Portugal para dividir los territorios de
conquista. La Corona consideró a los indígenas como vasallos directos de los reyes y se practicó
el repartimiento y el sistema de encomiendas. Económicamente, supuso el impulso comercial a
través de la Casa de Contratación de Sevilla, la explotación de las minas y la inflación en
Castilla y en Europa por la llegada de metal. Se dividió el territorio en virreinatos (Nueva España y
Perú), gobernaciones, capitanías generales y municipios. Se establecen Audiencias. La
población indígena disminuyó debido a las enfermedades y a la explotación.

3.3. LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVI. POLÍTICA INTERIOR Y EXTERIOR.


Carlos I (1517-1556) accedió al trono heredando vastos territorios (Coronas de Castilla y Aragón,
posesiones italianas, norteafricanas y americanas; Países Bajos, el Franco Condado, territorios
patrimoniales de Austria y derechos a la corona imperial). La política interior estuvo marcada por
el conflicto de las Comunidades de Castilla (1520-1522), que pedía la exclusión de extranjeros de
cargos políticos y un mayor protagonismo de las cortes entre otros, y de las Germanías
(1519-1523), una rebelión de las clases populares contra las oligarquías urbanas. En cuanto a la
política exterior, tuvo siete guerras con Francia (1521-1544), confirmando su hegemonía tras la
victoria en Pavía. El apoyo del papado a Francia causaría su saqueo y la Paz de Cambrai (1529).
Luchó contra los turcos en el Mediterráneo. Tuvo conflictos religiosos con los protestantes
alemanes. Con la Paz de Augsburgo, reconoció el protestantismo. En 1556, Felipe II se hizo
monarca, logrando un imperio mayor tras anexionar más territorios americanos, Filipinas y Portugal
(enlaces matrimoniales), aunque no heredó Austria. La monarquía adquirió un carácter más
hispánico con cortes en Madrid y más autoritario. El Estado no fue unitario, sólo el Consejo de
Estado reunía miembros de todos los reinos, en los que el rey era representado con virreyes y
gobernadores. Se desarrolló un sistema polisinodial que asesoraba al monarca mediante
Consejos (temáticos y territoriales) y secretarios. Se mantuvo la misma administración territorial e
instituciones y la hegemonía castellana. En el interior, se afrontan las rebeliones en las
Alpujarras (insurrección morisca) y la rebelión aragonesa. Felipe II hubo de afrontar conflictos
heredados (con Francia logró la victoria de San Quintín y derrotó a los turcos en la batalla de
Lepanto, 1571). Lidió con la sublevación de los Países Bajos en una guerra que se prolongó hasta
1648. Se intentó invadir Inglaterra con La Gran Armada (1588), pero fracasó.

3.4. LOS AUSTRIAS DEL S.XVII: POLÍTICA INTERIOR Y EXTERIOR.


Durante el reinado de los Austrias menores, se introduce el valido. Este modelo se inicia con
Felipe III (1598-1621) y el Duque de Lerma; bajo su reinado se produjo la expulsión de los
moriscos (1609) y siguió una política exterior pacifista, mejorando las relaciones con Francia e
Inglaterra y firmando con Provincias Unidas la Tregua de los Doce Años (1609-1621). El
conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV (1621-1665), buscó reforzar la autoridad real con
proyectos que fracasaron, como un ejército nacional permanente (la Unión de Armas). 1640 fue
un año de crisis, con la rebelión en Cataluña en el día del Corpus de Sangre (1640-1652) y la
crisis de Portugal (que culminará con su independencia en 1668). En su política exterior, reinició
la guerra con las Provincias Unidas y se implicó en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648),
que culmina con la Paz de Westfalia y la independencia de las Provincias Unidas. La guerra con
Francia continuó hasta la Paz de Pirineos (1659). El reinado de Carlos II (1665-1700) comienza
con la regencia de su madre y se apoyaría también en validos. La crisis económica, social y política
se vería mejorada por el conde de Oropesa, creando una Superintendencia de Hacienda. Se
mantendría una actitud defensiva ante la política francesa, con la que se disputaron territorios del
camino español. Se sufren pérdidas y ganancias con la firma de tratados (ej. Nimega). No obstante,
el problema sucesorio fue el más importante, al no existir descendencia. Había dos candidaturas:
Carlos de Austria y Felipe de Borbón. A su muerte en 1700, se inició la Guerra de Sucesión.

3.5. SOCIEDAD, ECONOMÍA Y CULTURA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII.


En el s.XVI creció la población. La conquista de América llevó al descenso de la población
indígena. Crecen la agricultura, la ganadería, la industria artesanal, la metalurgia vasca, la
construcción naval y los textiles de lana y seda. El mercado interior y el americano son
controlados por extranjeros. Se desarrolló el comercio marítimo con América. El crecimiento
demográfico y el aumento de la moneda llevó a la revolución de los precios. La Corona solicitó
préstamos que llevaron a tres bancarrotas y a títulos de deuda pública (juros). En el s.XVII
descendió la población por epidemias, guerras, emigración y la expulsión de los moriscos.
Aumentaron el clero y nobleza, disminuyeron las rentas señoriales. La burguesía apostaba por
tenencia de tierras. Hubo malas cosechas y aumentó la presión fiscal. Las guerras llevan al
endeudamiento y disminuyen los metales preciosos, aumentando la inflación. En agricultura falta
mano de obra; en ganadería se frenan las exportaciones. La artesanía tiene escasa demanda y
competencia europea. El contrabando hundió el comercio con América. Hubo propuestas: arbitrios.
Empieza la recuperación con la racionalidad fiscal (Conde de Oropesa). En ambos siglos la
sociedad era estamental. Esta etapa se conoce como Siglo de Oro. En el s.XVI se desarrolló el
humanismo y las ciencias. En literatura destacan Fernando de Rojas o Garcilaso de la Vega, en el
arte el Renacimiento destacando en arquitectura el estilo plateresco, en escultura Juan de Juni y
en pintura el Greco. En el s.XVII, destacan en literatura Góngora, Cervantes o Lope de Vega, en
arte (barroco) la familia churriguera, en escultura la imaginería y en pintura Velázquez.

3.6. LA GUERRA DE SUCESIÓN Y EL SISTEMA DE UTRECHT. LOS PACTOS DE FAMILIA.


La muerte sin descendencia de Carlos II (1700) provocará una guerra internacional que
enfrentó a Carlos de Austria, apoyado por la alianza antiborbónica, contra Felipe de Borbón,
apoyado por Francia y elegido por Carlos. Además, en España el conflicto cristalizó en una guerra
entre Castilla, Navarra y País Vasco -apoyaban a Felipe de Anjou- y la corona de Aragón -al
archiduque-. La Guerra de Sucesión (1701-1714) se inicia con una serie de éxitos del bando
Habsburgo pero viró después hacia los intereses de Felipe (Victoria de Almansa en 1707). Se
recuperan los reinos de Aragón y Valencia, anulando sus fueros mediante los Decretos de Nueva
Planta. Al obtener Carlos el título de emperador se inician negociaciones que desembocan en una
serie de tratados: el Sistema de Utrecht (1713). Tuvieron un carácter político (Felipe V era
reconocido rey de España, prohibiendo la unión de Francia y España); territorial (Inglaterra se
quedó con Gibraltar y Menorca, Austria con Flandes, el Milanesado, Nápoles y Cerdeña y Saboya
con Sicilia); económico (fin del monopolio español americano). Se inicia la política de ayuda mutua:
Pactos de Familia con Francia. Comienza con el Primer Pacto (1733) en el reinado de Felipe V
(1700-1746), con la guerra de sucesión polaca y la obtención de posesiones italianas; el Segundo
Pacto (1743) supuso la participación en la guerra de sucesión a la corona de Austria que culmina
con la obtención del ducado de Parma; por último, un Tercer Pacto (1761) bajo el reinado de
Carlos III, en el que se participa en la guerra de los siete años y en la guerra de independencia de
EEUU. Se obtienen Menorca y Florida.

3.7. LA NUEVA MONARQUÍA BORBÓNICA. LOS DECRETOS DE NUEVA PLANTA. MODELO


DE ESTADO Y ALCANCE DE LAS REFORMAS.
Con la llegada de los Borbones a España se inicia un proceso de reformas que implantan el
absolutismo monárquico mediante los Decretos de Nueva Planta. Estos suponen un gobierno
centralizado y una uniformidad política y jurídica en todos los reinos, salvo en Navarra y País
Vasco, que conservan el régimen foral. En los Decretos de Nueva Planta, Felipe V obligó a
contribuir a la Corona de Aragón con una cantidad equivalente a la de Castilla. Además, se
establece la Ley Sálica. Se reforma la administración, manteniendo sólo el Consejo de Castilla y
creando las Secretarías de Estado. A nivel territorial, las Capitanías sustituyeron a los virreinatos,
las intendencias eran las divisiones administrativas territoriales y los ayuntamientos perdieron
autonomía. Se centralizó la recaudación de impuestos mediante el Catastro de Ensenada y se
modernizó la asignación de cuotas con los vales reales y el Banco Nacional de San Carlos, lo
que aumentó los ingresos. Se buscó impulsar el comercio (se suprimen impuestos al tráfico
interior y se liberaliza el comercio colonial). Finalmente, se impuso el regalismo (el rey por encima
excepto en el ámbito religioso) y tras la firma del Concordato con la Santa sede en 1753 se
renueva el patronato regio con el que el rey elegía los cargos eclesiásticos. Carlos III expulsa a
los jesuitas en 1767, acusados de instigar revueltas populares.

3.8. LAS REFORMAS BORBÓNICAS EN LOS VIRREINATOS AMERICANOS.


Durante el reinado de Carlos III, el reformismo borbónico en América buscó consolidar un nuevo
proyecto colonial caracterizado por un riguroso control político y económico, retomando el
dominio que se había perdido en el siglo XVII. En este proceso, las instituciones a cargo de los
asuntos americanos durante los Austrias quedaron obsoletas. El Consejo de Indias redujo sus
funciones, mientras que la Casa de Contratación se disolvió en 1790 debido a la apertura
comercial con América. En términos de administración, los Borbones establecieron dos nuevos
virreinatos: Nueva Granada y Río de la Plata. Además, se implementaron intendencias en 1764,
reemplazando las anteriores gobernaciones y corregimientos. Se formó un ejército regular
americano y se reorganizó la economía colonial para aumentar su rentabilidad. Se crearon
compañías comerciales monopolísticas, como la Compañía Guipuzcoana de Caracas. A lo largo
del siglo, hubo cambios en el sistema comercial, desde el monopolio en Sevilla y Cádiz con un
sistema de flotas hasta el libre comercio por sistema de registros con todos los puertos españoles
en América. Esta medida, junto al proteccionismo, beneficiaría especialmente a Cataluña.
3.9. SOCIEDAD, ECONOMÍA Y CULTURA DEL SIGLO XVIII.
En el S.XVIII el crecimiento demográfico fue mayor en la periferia y Madrid. La sociedad mantuvo
la estructura estamental de siglos anteriores, con nobleza, clero (regalismo), burguesía y
campesinos y obreros, con condiciones de vida precarias. La economía creció de forma sostenida,
con políticas que oscilaban entre el mercantilismo y el libre comercio. Se apostó por mejorar la
producción agrícola, no con mejoras técnicas sino por el aumento de las tierras cultivadas. El
principal obstáculo era el régimen de propiedad de la tierra (propiedades amortizadas de
municipios, Mayorazgos y la Iglesia). Los ilustrados defendieron proyectos para reformar las
estructuras de propiedad agrarias como el proyecto de Ley Agraria. Se aplicó un programa de
arriendo de tierras comunales y se colonizó Sierra Morena. Los campesinos obtuvieron más
ingresos por orientar su producción al mercado, lo que impulsó la industria. Ésta continuó siendo
principalmente artesanal, sometida al reglamento gremial con tecnología elemental; aumentó la
demanda. Cataluña experimentó crecimiento económico y demográfico. Se implantaron fábricas
de algodón catalanas (burguesía industrial). La liberalización del comercio con América permitió
su crecimiento y benefició a Cataluña. Se fomentó la industria mediante el proteccionismo, Reales
Fábricas de artículos de lujo y construcción naval. El comercio interior fue escaso por el bajo
consumo, dificultad de comunicaciones y las aduanas. El comercio exterior siguió siendo
deficitario por la falta de una burguesía emprendedora. La Ilustración (etapa previa española con
los novatores y proyectistas) defendía la razón y el progreso, criticó al Antiguo Régimen y buscaba
soluciones sin atacar a la estructura del Estado, con una reforma desde arriba compatible con el
catolicismo. Carlos III (1759-1788) fue un gran exponente. Destacaron Campomanes y
Jovellanos. Se manifestaron en el arte, las ciencias y las letras. Éstos llevaron a cabo reformas en
diversas áreas, incluida la educación. Se crearon Reales Academias, centros de investigación,
periódicos (Gaceta de Madrid) y las Sociedades Económicas de Amigos del País.
BLOQUE 4
TEMA 4.1. EL REINADO DE CARLOS IV. LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
Carlos IV (1788-1808) tuvo como primer ministro a Manuel Godoy, que sustituye al conde de
Floridablanca, desde 1792 a 1808 (salvo un breve periodo muy inestable entre 1798 y 1800). Su
reinado estuvo condicionado por la Revolución Francesa: en 1790 se impondría un cordón
sanitario para evitar la importación, impresión y circulación de productos franceses, y en 1793, se
declara la guerra a Francia en coalición con otras monarquías europeas al ser Luis XVI
guillotinado.
Con la Paz de Basilea (1795) Francia devuelve a España las plazas de Guipúzcoa, Navarra y
Cataluña a cambio de la parte hispana de La Española y se retoma la alianza. En 1796 se firmó el
primer Tratado de San Ildefonso en el que se acordó una política de colaboración y defensa
mutua con Francia, asumiendo el enfrentamiento con Inglaterra y Portugal.
Napoleón obligó a Godoy a firmar un segundo Tratado de San Ildefonso (1800) entrando en
guerra con Portugal (la “Guerra de las Naranjas”) y se anexionó la plaza de Olivenza. Su rivalidad
con Inglaterra causaría ataques a barcos españoles en el comercio con América y la derrota de la
flota hispano-francesa en la batalla naval de Trafalgar, que supuso el hundimiento de España como
potencia marítima.
Además, España sufrió una crisis económica que supondría el desprestigio de Carlos IV y Godoy,
al que el pueblo responsabilizaba de la situación. En 1807, Godoy firmó con Napoleón el Tratado
de Fontainebleau, por el que se permitía a las tropas francesas pasar por territorio español para
conquistar Portugal, que una vez conquistado, se repartiría entre los 2 países.
En marzo de 1808, se produce el motín de Aranjuez, motivado por el Partido Fernandino,
formado en torno al príncipe Fernando VII, opuesto al excesivo poder y protagonismo de Godoy;
que movilizó el descontento de grupos populares. Carlos IV se vio obligado a destituir a Godoy y a
abdicar a favor de su hijo Fernando.
La guerra de la Independencia, nombre con el que se designa la resistencia armada de los
españoles ante la ocupación de España por Napoleón, tuvo su origen en el Tratado de
Fontainebleau y el Motín de Aranjuez, que llevaron a lo que se conoce como los llamados hechos
de Bayona. Napoleón aprovechó las rencillas internas de la familia real española para conseguir
atraer a Bayona a Carlos IV y a Fernando VII, a finales de abril de 1808, lo que culminaría con el
alzamiento del 2 de mayo en Madrid y la declaración de guerra por parte del alcalde de
Móstoles. El 5 de mayo de 1808 se produjeron las abdicaciones de Bayona: Fernando VII
devolvía el trono a Carlos IV, quien renunció a él a favor de Napoleón y éste cedió la corona a su
hermano José Bonaparte. “Los afrancesados” (grupo de pro-franceses) elaboraron el Estatuto de
Bayona, carta otorgada en la que se ponía en marcha un programa mezcla de reformista ilustrado y
constitucionalismo napoleónico; que no se implantó debido a la situación de la guerra. José I
Bonaparte llegó a Madrid, contando con el apoyo del pequeño grupo de “afrancesados”. Pronto
empezó la injerencia de Napoleón en las decisiones de su hermano.
Ante la invasión francesa surgieron dos bandos: los liberales o “afrancesados”, que vieron en
José I la posibilidad de reformar España, que fueron perseguidos por los patriotas y las Juntas.
Estos últimos se dividían en distintas corrientes: absolutistas (católicos defensores del absolutismo),
liberales (defensores de la constitución de Cádiz y de un sistema liberal-parlamentario) y
jovellanistas (buscaban la permanencia de la monarquía junto a la modernización del país).
El conflicto sería una guerra contra el invasor y una guerra civil, en la que se enfrentaban los
territorios ocupados por el ejército francés y la resistencia popular. El pueblo y las clases
privilegiadas, con el objetivo de devolver el trono a Feranando VII, organizaron una resistencia
popular y un poder paralelo. Se crearon Juntas locales (formadas por militares, clérigos y cargos
públicos municipales) que se integraron en Juntas provinciales (ejercían el gobierno en sus
respectivas provincias), todas ellas dirigidas por una Junta Suprema Central que gobernaba las
zonas no ocupadas y dirigía la guerra contra los franceses. En 1810 ésta traspasó sus poderes a un
Consejo de Regencia en Cádiz que actuaba en nombre de Fernando VII, donde también
convocaron Cortes.
La guerra de independencia tuvo varias fases, en la primera (del 2 de mayo hasta otoño de 1808)
se produjo el avance del ejército francés, pero con dificultades debido a la resistencia popular,
causando sangrientos sitios (asedios) en Zaragoza y Gerona. Además, se produciría la primera
derrota del ejército napoleónico en la batalla de Bailén frente a Dupont (julio de 1808), que
causaría tal alarma que José I huyó al norte. En la segunda fase (de noviembre 1808 a la
primavera de 1812) Napoleón decidió dirigir personalmente las campañas militares en España,
ocupando casi toda España y José I se instaló de nuevo en Madrid. En la resistencia tuvieron gran
importancia las guerrillas (ataques sorpresa de pequeños grupos de voluntarios locales,
destacando figuras como el Empecinado) y la participación militar de Inglaterra. La situación se
invertiría en la tercera fase (desde primavera de 1812) cuando tras la retirada de parte de las
tropas napoleónicas a Rusia, el duque de Wellington inició el avance de tropas inglesas,
portuguesas y españolas, apoyadas por partidas de guerrilleros; logrando entrar en Madrid tras la
victoria de Arapiles (Salamanca, julio de 1812). Tras los triunfos de Vitoria y San Marcial
(1813), Napoleón pacta el fin del conflicto firmando el Tratado de Valençay (diciembre de 1813),
en el que se acordó el regreso al trono de Fernando VII y se fijaron las fronteras entre ambos
países conforme se hallaban con anterioridad al conflicto.
Las consecuencias de la guerra serían: pérdidas demográficas (500.000 muertos), económicas
(afectó especialmente al campesinado, la industria textil catalana y el comercio con América), y
materiales y artísticas (España quedó arrasada). Además supuso la represión y el exilio de los
afrancesados colaboradores, la ruina de Hacienda y en América se establece un régimen de
autogobierno que marcaría el inicio de la emancipación de las colonias. Por último supondría el
auge del liberalismo, tanto en el ejército con la aparición de un nuevo tipo de militar, el guerrillero
anti-francés, como en el ámbito político con las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812: se
pasaría del Antiguo Régimen a un régimen liberal.

TEMA 4.2. LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812.


Tras los acontecimientos de 1808, el país quedó bajo el control de un ejército invasor, gobernado
por José Bonaparte. Habría una dualidad de poder (napoleónico-patriótico), pues el pueblo se
organizaría en Juntas, contando las locales y provinciales con representación en la Junta Central
Suprema que coordinaba las acciones bélicas y dirigía el país durante la guerra. Ésta se reuniría en
Aranjuez (septiembre de 1808) aprovechando la retirada de los franceses tras la derrota en Bailén;
fue presidida por Floridablanca y estaba formada principalmente por eclesiásticos, aunque
también nobles moderados e ilustrados liberales. La Junta reconoció a Fernando VII como el rey
legítimo y asumió su autoridad. Incapaz de dirigir la guerra y el Estado, se disolvió en enero de
1810, traspasando sus poderes a un Consejo de Regencia en Cádiz (ciudad libre del dominio
francés y protegida por buques británicos).
Las Cortes se abrieron en septiembre de 1810 (con vigencia hasta mayo de 1814, cuando
Fernando VII las disuelve). El sector liberal logró su primer triunfo al forzar la formación de una
cámara única con voto individual, es decir, que a cada diputado le correspondía un voto. El
Decreto de Constitución de las Cortes supuso la ruptura con el Antiguo Régimen y la monarquía
absoluta al establecer la soberanía nacional y la división de poderes y al no aceptar las
abdicaciones de Bayona. Las Cortes asumieron el poder legislativo y se plantearon como
objetivo elaborar una constitución.
La elección de los diputados se realizó mediante el voto de los varones mayores de 25 años y se
vió influenciado por el ambiente liberal de la ciudad. Su composición era mayoritariamente liberal
y burguesa, sin reflejar la realidad de la sociedad española; estuvo marcada por la fuerte presencia
del clero (⅓), seguida de abogados, funcionarios, militares y escasos nobles. Ideológicamente se
distinguían tres grupos: una mayoría liberal (defendían los derechos de todo individuo, el sufragio,
la libertad, la igualdad ante la ley, la propiedad individual, la división de poderes y la desaparición de
los privilegios), absolutistas (no desean cambios, sólo la vuelta de Fernando VII y el mantenimiento
del Antiguo Régimen) y diputados coloniales y jovellanistas (herederos de la Ilustración y de
hacer las reformas desde arriba, defendían una soberanía compartida entre el rey y las Cortes).
Desde un principio, los liberales tomaron la iniciativa, por lo que las Cortes de Cádiz representaron
el primer episodio de revolución liberal en la historia de España.
Las Cortes de Cádiz aprobaron una serie de leyes y decretos de liberalización económica y
social destinados a eliminar el Antiguo Régimen y modernizar España: la supresión de los
señoríos jurisdiccionales, la desamortización de algunas tierras comunales y bienes de la
Iglesia, la supresión de los gremios y la abolición de la Mesta y la Inquisición. Estas reformas
tuvieron escasa vigencia porque al volver Fernando VII, en mayo de 1814, abolió toda esta obra
legislativa.
El 19 de marzo de 1812 fue proclamada la primera constitución española, la Constitución de
Cádiz, muy minuciosa y por tanto, demasiado extensa. Fue resultado de un compromiso entre
absolutistas y liberales, aunque se impusieron los principios liberales. Para su elaboración se
tomarían como modelo los procesos constitucionales de EEUU (1787) y francés (1791). Además
fue superrígida, no se podía modificar hasta transcurridos 8 años.
En ella se decretaba la soberanía nacional: la autoridad suprema reside en el conjunto de los
ciudadanos y la expresan sus representantes en las Cortes, que serán unicamerales y la
institución central del sistema. Se acaba con el concepto patrimonial de la monarquía,
estableciéndola como forma de gobierno, pero de manera constitucional (el rey ha de firmar y jurar
la Constitución, lo que limita su poder). Se establece un sufragio universal indirecto (varones
mayores de 25 años y con un mínimo de renta) en cuarto grado: juntas electorales de parroquia,
partido, provincia, y por último a Cortes. Las cortes se debían reunir una vez al año, para que el
rey no las convoque o las suspenda. Asimismo, se crea una Diputación Permanente de siete
diputados.
Además, se establece la separación de poderes: el legislativo correspondía al rey junto a las
Cortes, que tenían amplios poderes, lo que aseguraba su independencia. El poder ejecutivo recaía
en el rey, que nombra a sus ministros. Las leyes se elaboran mediante la iniciativa y la sanción,
con veto suspensivo del rey. Por último, el poder judicial queda en manos de tribunales
independientes.
Los derechos y libertades son citados pero no los recoge de forma sistemática. Se establece la
igualdad civil para todos los ciudadanos, excepto eclesiásticos y militares. Además se recogen
muchos otros derechos: libertad de imprenta (excluye a los textos religiosos), la propiedad
individual (siguiendo la línea del liberalismo económico burgués), la inviolabilidad del domicilio y
el derecho a la educación (se implementa una enseñanza primaria pública y obligatoria). No
reconoce la libertad de culto, pues se reconoce como única religión de la nación española la
católica y prohíbe el ejercicio de cualquier otra religión. Fue una concesión clara del sector liberal a
los diputados absolutistas.
La Constitución de Cádiz recoge también la reforma de los impuestos, la creación de un ejército
nacional y una Milicia Nacional de voluntarios, y el servicio militar obligatorio.
Su vigencia sería muy limitada (entre 1812 y 1814), ya que la guerra impediría su aplicación
efectiva; tres años durante el Trienio Liberal (1820-23) y unos meses en 1836. Sin embargo, su
influencia sería grande, se convertiría en bandera del liberalismo, la primera constitución
española y base de todas las demás, en un primer intento de racionalizar el Estado. Además,
influiría en las jóvenes repúblicas hispanoamericanas independientes y las revoluciones
liberales de Europa de 1820.
TEMA 4.3. EL REINADO DE FERNANDO VII: LIBERALISMO FRENTE A ABSOLUTISMO.
Paralelamente a la Guerra de Independencia (1808-1814) se había llevado a cabo en España una
revolución política liberal, con las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, que acababa con el
Antiguo Régimen y recortaba ampliamente los poderes del rey. Sin embargo, la Constitución sólo
representaba la opinión del grupo de diputados liberales, conduciendo a la división de los
españoles en dos grupos: los absolutistas y los liberales.

La vuelta de Fernando VII supuso el problema de integrar al monarca en el nuevo modelo político
definido por las Cortes de Cádiz. En lugar de dirigirse a Madrid, donde estaban las Cortes para
jurar la Constitución, llega a Valencia el 16 de abril de 1814, donde un grupo de diputados
absolutistas le entregarán el Manifiesto de los Persas, en el que se le pide que ignore las
propuestas de Cádiz y restaure el absolutismo. El 4 de mayo el rey firma el Decreto de Valencia,
que declaraba nula la Constitución y todas las leyes promulgadas en Cádiz, iniciando así la etapa
de restauración de la monarquía absoluta y el Antiguo Régimen (1814-1820), en la que la
ineficacia de sus ministros y la negativa de tomar medidas liberales incrementarían la ruina de la
Hacienda. Además se llevaría a cabo una fuerte represión contra los liberales, que se exiliaron
o pasaron a la clandestinidad; su descontento, junto al de un sector del ejército, causaría
numerosos pronunciamientos militares (Espoz y Mina en Pamplona, Díaz Porlier en A Coruña,
general Lacy en Barcelona), alzamientos a favor del cambio político. Estos fracasaron, pero
iniciaron una nueva forma de hacer política: mediante la intervención de los militares.
El 1 de enero de 1820 triunfó el pronunciamiento del coronel Riego en Cabezas de San Juan
(Sevilla), con ayuda del ejército que se dirigía a América para luchar contra los independentistas.
La insurrección se generalizó, obligando a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812,
iniciándose el Trienio Liberal (1820-1823) y con él la vuelta del liberalismo. Se formó entonces un
nuevo gobierno y se convocaron elecciones a Cortes, que restaurarían gran parte de las reformas
de Cádiz (supresión del régimen señorial y de los mayorazgos, abolición de la Inquisición,...). Fue
el segundo intento de revolución liberal burguesa.
La labor del gobierno liberal fue dificultada por: la división de los liberales en moderados o
doceañistas (conservadores) y exaltados o veinteañistas (más progresistas), la situación
socioeconómica (el aumento de empréstitos y la sequía de 1822 causaron la oposición del
campesinado) y la actitud contraria del rey al liberalismo, que obstaculizó las reformas mediante
el veto suspensivo. Además, habría una fuerte reacción de los realistas (partidarios del rey) en
1822 con: la sublevación de la Guardia Real, la organización de partidas guerrilleras en
Navarra y País Vasco, y la creación de “la Regencia de Urgel” (gobierno paralelo) en Cataluña.
Fernando VII pidió ayuda a las potencias de la Santa Alianza, que temerosas de que la revolución
1

se extendiera por Europa, encargaron a Francia en el Congreso de Verona la creación de un


ejército, “Los Cien Mil Hijos de San Luis” (abril de 1823). Estos entraron en España apoyados
por realistas españoles y restablecieron el absolutismo (30 de septiembre de 1823).
Así, se inicia la Década Ominosa (1823-1833) con una brutal represión contra los liberales
(ejecución de Maria Pineda), pero el régimen absolutista se fue moderando gracias a la
intervención de algunos ministros reformistas. Esta época se caracterizó por: las medidas
antiliberales (depuración del ejército y la administración, represión indiscriminada contra los
liberales, abolición de la Milicia Nacional, creación de un cuerpo de Voluntarios Realistas, etc.), los
graves problemas económicos (ruina de Hacienda, pérdida definitiva de las colonias excepto
Cuba y Puerto Rico) que se trató de resolver con tímidas medidas (creación del Código de
Comercio, del Banco Nacional de San Fernando y de la Bolsa) y una gran tensión política debido a
las conspiraciones de liberales y apostólicos (sector más conservador del absolutismo
organizado en torno a Carlos María Isidro). Aunque el mayor problema sería el sucesorio, pues
Fernando VII sólo tenía como descendencia a su hija Isabel. Para declararla heredera derogó la
Ley Sálica mediante la Pragmática Sanción. En septiembre de 1832 tuvieron lugar los sucesos
de la Granja. Fernando VII cayó gravemente enfermo, por lo que presionado por un grupo de
carlistas, firmó un documento por el que quedaba sin efecto la Pragmática Sanción. Pero
recuperado de su enfermedad, Fernando VII restableció de nuevo la Pragmática Sanción, dejando
como heredera a Isabel. Su hermano Carlos María Isidro apoyado por un sector absolutista
consideraría ilegal esta medida, dando lugar a la primera guerra carlista tras la muerte de
Fernando VII (1833), en la que se enfrentarían los isabelinos (partidarios de Isabel II, que
aglutinaban a los sectores liberales ) y los carlistas (partidarios de Carlos María Isidro de Borbón,
que aglutinaban a los sectores más conservadores, católicos y absolutistas. Además defendían los
fueros de vascos y navarros. Su lema era “Dios, Patria y Rey”).

TEMA 4.4. EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS AMERICANAS. EL


LEGADO ESPAÑOL EN AMÉRICA.
Durante el reinado de Fernando VII se produciría el proceso de independencia de las colonias
americanas (1810-1824), protagonizado por criollos (descendientes de españoles nacidos en
América), descontentos por el trato discriminatorio que sufrían, la fuerte presión fiscal y el
monopolio comercial español. Además influirían la difusión de las ideas liberales, el ejemplo
de EEUU y el apoyo de ingleses y norteamericanos, interesados por el comercio.
Se puede dividir el proceso emancipador en dos fases. En la primera etapa (1810-1815) se
produjeron los primeros intentos de independencia. América reaccionó a la invasión francesa
proclamando su lealtad al rey y organizando Juntas, pero en ellas se gestó el movimiento
insurreccional, tras el traspaso en España de los poderes de la Junta Central al Consejo de
Regencia (1810). En México, campesinos indios y mestizos se levantaron, liderados por el
cura Hidalgo, y más tarde, Morelos. En América del Sur se proclamó la independencia de
algunas ciudades: en Buenos Aires, criollos liderados por San Martín depusieron al virrey y
crearon una Junta. Lo mismo ocurre en otras zonas como en Nueva Granada con Bolívar (1811).
Paraguay sería el único país que logra su independencia (1811) y las Antillas, en general, se
mantuvieron fieles. Fernando VII reaccionó a las insurrecciones enviando tropas a América
(10.000 hombres), consiguiendo controlar todo el territorio salvo Río de la Plata.
A partir de 1816 resurgió el movimiento emancipador liderado por Simón Bolívar y José de San
Martín. Tendría esta vez éxito debido a que el levantamiento del coronel Riego impidió la
llegada de refuerzos, en el Trienio Liberal se descuidó el movimiento independentista y el apoyo
de Inglaterra y EEUU. San Martín logró la independencia de Argentina (1816) y Chile (1818),
Bolívar fundó la Gran Colombia tras la emancipación de Colombia y Venezuela (1819), México
se independizó con Iturbide (1821) y Ecuador lo haría con Bolívar (1822). Bolívar y San Martín
unieron fuerzas y derrotaron a los españoles en la batalla de Ayacucho (1824), dando lugar a la
independencia de Perú y Bolivia.
Para España, la emancipación de las colonias americanas supuso la pérdida de un inmenso
mercado, en especial aquel que había gozado de protección. El comercio con América se redujo
en gran medida, lo cual afectó sobre todo a zonas como Cataluña, pues era una de las
principales actividades de su economía. A nivel fiscal, desapareció una gran fuente de ingresos
procedente de los impuestos, lo cual agravó los problemas de la Hacienda Pública. Además,
España dejó de ser una potencia mundial en cuanto a dominio territorial, por lo que se convirtió
en un país de segundo orden.
Para América, su independencia supuso el predominio político de los altos mandos militares y
desigualdades sociales entre criollos, indios y mestizos. Además, todos los intentos de crear
unos Estados Unidos de América del Sur fracasaron, y el continente quedó fragmentado en
quince repúblicas independientes, lo que supuso gran inestabilidad política y frecuentes
conflictos. Esta nueva situación les llevó a depender económicamente de británicos y
estadounidenses, quedando estancadas las posibilidades de modernización económica.
La presencia española en Hispanoamérica supuso el desarrollo de la cultura en varios aspectos.
Los españoles dejaron como legado la lengua española, que se hablaba en todo el territorio al ser
compatible con varias lenguas autóctonas. En cuanto a la educación, la América española
contaba con doce universidades al final del siglo XVIII; en México y Guatemala existían
Academias de Bellas Artes desde 1780 y Biblioteca Pública y Observatorio Astronómico en
Santafé de Bogotá. No faltaban periódicos como la Gaceta de Lima, la Gaceta de México, la
Gaceta de Guatemala, el Mercurio peruano y otros. Además, las imprentas estaban repartidas por
todo el continente. En lo que respecta a la religión católica, fue establecida en todo el territorio
americano con el fin de dar sentido de unidad entre todas las colonias españolas.
En la América española se llevó a cabo el desarrollo de grandes ciudades, que desarrollaron la
típica distribución en damero. Destacaron muchas ciudades, como Caracas, Guadalajara o
Santiago de Chile, aunque con mayor importancia Ciudad de México, donde se habían
incorporado nuevas medidas como el alumbrado de las calles y la limpieza y empedrado de las
mismas. En Buenos Aires se había introducido la iluminación, la imprenta, el primer teatro y el
empedrado de las calles. También existía una red de caminos terrestres, verdaderas obras de
ingeniería, cuya función era integrar el territorio. Estas rutas comerciales se llamaban Caminos
Reales por ser construidos y sostenidos por el erario público. Las comunicaciones principales se
establecieron entre las dos vertientes oceánicas y entre el norte y el sur.
En 1800, la América española era un mercado en gran medida autosuficiente, y exportaba
algodón, grana, cacao, tabaco, cuero, metales preciosos, etc. En 1804, existía un comercio
floreciente en Nueva España, con productos tanto de procedencia española como asiática.
Disponía de una importante industria de base como las tintóreas, construcción de barcos y salazón
de carnes y pescados. Existían bienes de consumo industrializados, al igual que industrias para
la producción de azúcar, maíz, quesos, zapatos, bandanas, sillas de montar, etc. Poseía una
producción agropecuaria y una minería notables y una producción ganadera en todos los
Virreinatos. Prácticamente todos los territorios de la América española tuvieron un alto
crecimiento económico desde la segunda mitad del siglo XVIII. Fue notable la eficiencia del
sistema fiscal español en sus colonias, acompañado por un sistema monetario estable: el peso
de plata español fue la divisa internacional de la época.
BLOQUE 5
5.1. ISABEL II (1833-1868): LAS REGENCIAS. LAS GUERRAS CARLISTAS. LOS GRUPOS
POLÍTICOS, EL ESTATUTO REAL DE 1834 Y LA CONSTITUCIÓN DE 1837.
Fernando VII sólo tenía como descendencia a su hija Isabel. Para declararla heredera derogó la
Ley Sálica mediante la Pragmática Sanción, según la cual sería proclamada reina como Isabel
II, tras la muerte de Fernando VII, con su madre Mª Cristina como regente. Sin embargo, los
grupos favorables al absolutismo se negaron a reconocerla y proclamaron rey al infante Carlos
María Isidro, dando lugar a la primera guerra carlista. Ésta fue una guerra civil que enfrentó dos
concepciones políticas antagónicas: el liberalismo isabelino y el absolutismo carlista. Los
cartistas, bajo el lema “Dios, patria, rey y fueros”, defendían la confesionalidad del Estado
católico, el absolutismo monárquico y las instituciones y fueros históricos de vascos,
navarros y catalanes, encontrando apoyos en zonas rurales (Navarra, País Vasco, Cataluña y
Maestrazgo) por clero, baja nobleza, mandos intermedios del ejército y el campesinado pequeño
propietario. Por el contrario, Isabel II encontró apoyos (los isabelinos) en la causa liberal y en
áreas urbanas del centro y sur del país en alta nobleza, jerarquía eclesiástica, altos mandos
militares y clases urbanas e intelectuales.
Al morir Fernando VII, se formaron las primeras partidas de guerrilleros. El general
Zumalacárregui empleó con éxito tácticas guerrilleras y logró controlar País Vasco, Navarra y
Cataluña; pero fracasó en el asedio de Bilbao, en el que murió. En 1835, los carlistas
emprendieron varias expediciones y el conflicto trascendió el ámbito regional, pero la expedición
del propio Carlos María Isidro no logró tomar Madrid y se replegó de nuevo hacia el norte. El
general Espartero, partidario de Isabel II, adquirió gran prestigio tras liberar Bilbao de su segundo
sitio carlista en la batalla de Luchana (1836). El cansancio de la guerra y la división de los
carlistas en transaccionistas (partidarios de negociar la paz) y exaltados (contrarios a la
negociación) favoreció a un acuerdo entre Maroto y Espartero, el Abrazo o Convenio de Vergara
(1839), en el que los isabelinos prometieron el respeto a los fueros vascos y el mantenimiento de la
graduación de los oficiales carlistas. Los exaltados continuaron la lucha en el Maestrazgo bajo
el mando del general Cabrera, hasta la toma de Morella (1840). Durante la guerra, ambos bandos
contaban con apoyo internacional: los carlistas del trinomio absolutista (Austria, Prusia y Rusia)
y los liberales firmaron la Cuádruple Alianza (1834) con Inglaterra, Francia y Portugal.
Además de los elevados costes humanos tuvo importantes repercusiones políticas y económicas:
la inclinación de la monarquía hacia el liberalismo, el protagonismo político de los militares,
los enormes gastos de guerra y la ambigua promesa del mantenimiento de los fueros vascos y
navarros según el Convenio de Vergara (1839). No obstante, a lo largo del siglo se llevarán a cabo
más guerras carlistas; la segunda es conocida como la guerra del matiners (1846-49), durante el
reinado efectivo de Isabel II y la tercera guerra carlista se inicia en el Sexenio democrático y se
termina en el periodo de la Restauración (se llevará a cabo entre 1872 y 76).
A comienzos del reinado de Isabel II (1833-1868), durante la regencia de Mª Cristina de Borbón
(1833-1840), surgieron los dos primeros partidos políticos de ideología liberal. El Partido
Moderado, representado por Martínez de la Rosa y Narváez, anteponía la autoridad y el orden,
considerando que la política debía quedar en manos de una minoría ilustrada y propietaria.
Defendían: el sufragio censitario muy restringido, la soberanía compartida entre el rey y las
Cortes, los intereses de las clases más altas, la económica proteccionista, la confesionalidad
católica del Estado y la limitación de los derechos colectivos. Su programa se concretó en la
Constitución de 1845. Contó con el apoyo de grandes terratenientes, funcionarios de prestigio, alto
clero y mandos militares, burguesía comercial y financiera. El Partido Progresista, representado
por Espartero, Mendizábal y Prim, contó con el apoyo de pequeña y mediana burguesía, clases
medias urbanas y oficiales del ejército. Eran partidarios: la soberanía nacional, la limitación del
poder de la Corona y su intervención en la vida política, el mantenimiento del sufragio
censitario (con mayor cuerpo electoral), la Milicia Nacional, dar más poder a los municipios, la
política librecambista, la libertad religiosa y derechos individuales más amplios. Fuera de la
corriente ideológica del liberalismo y del sistema político pervivía el movimiento del carlismo. Los
militares tomaron protagonismo en la vida política, llegando al poder a través de
pronunciamientos militares.
Tras la muerte de Fernando VII, se inicia la regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840).
Ésta se vió obligada a buscar el apoyo de los liberales para defender los derechos al trono de su
hija. Comenzaría con un gobierno presidido por Cea Bermúdez, que llevó a cabo algunas
reformas administrativas, como la división del territorio español en 49 provincias. Debido a la
insatisfacción de los liberales por la falta de reformas, el gobierno pasó a manos de Martínez de la
Rosa, en un tránsito desde el absolutismo hacia un liberalismo muy moderado. En este período se
promulgó el Estatuto Real (1834), una carta otorgada de la que cabe destacar: la ausencia de
soberanía nacional, las cortes son bicamerales (Estamento de Procuradores y Estamento de
Próceres), no hay separación de poderes y no se reconocen los derechos individuales.
Los liberales se movilizaron contra el Estatuto Real, obligando a Mª Cristina a nombrar como Jefe
de Gobierno al progresista Mendizábal (1835-1836) que profundizó en reformas liberales como
la Ley de Desamortización eclesiástica. Esto provocó el descontento de la Iglesia y el ejército y
su sustitución por el moderado Istúriz. Istúriz sería depuesto por un pronunciamiento militar
progresista (el Motín de los Sargentos de la Granja) que obligó a la regente a restablecer la
Constitución de 1812, designando como Jefe de Gobierno al progresista Calatrava, iniciando
realmente la revolución liberal.
Se promulgó la Constitución de 1837, de carácter progresista aunque con algunos
planteamientos moderados, que implanta definitivamente el régimen constitucional en España. De
su contenido destaca: la soberanía nacional, el reforzamiento del poder de la Corona, el poder
legislativo recae en el rey junto con las Cortes bicamerales (Congreso y Senado), se reconocen
derechos, se establece la Milicia Nacional y el Estado deja de ser confesional bajo el
compromiso de financiar el clero y el culto católico. Además el gobierno progresista llevó a cabo
una serie de reformas entre las que destacan la supresión del régimen señorial y el diezmo, y la
aprobación de medidas para el libre funcionamiento del mercado.
De 1837 a 1840 se sucedieron varios gobiernos moderados. La situación política se fue
deteriorando hasta que el intento de aprobar la Ley de Ayuntamientos (1840), que suprimía la
elección democrática de los alcaldes de las capitales de provincia, provocó una serie de
altercados progresistas que obligaron a que Mª Cristina se exiliase en Francia.
El general Espartero, fue elegido por las Cortes para asumir la regencia (1840-1843). Su forma de
gobernar fue muy autoritaria y personalista, apoyándose solo en un grupo de colaboradores.
Continuó con la desamortización de los bienes eclesiásticos y adoptó medidas de carácter
librecambista que le enfrentarían a la industria textil catalana, dando lugar a una revuelta popular
en Barcelona (1842). Ésta se reprimiría bombardeando la ciudad. En 1843 triunfa un
pronunciamiento militar de los moderados dirigido por el general Narváez, que provocó el exilio
de Espartero. Las Cortes aprobaron el adelanto de la mayoría de edad de Isabel II, comenzando
así su reinado (1843-1868) a los 13 años y consolidándose el Estado liberal.

5.2. ISABEL II. LOS GRUPOS POLÍTICOS Y LAS CONSTITUCIONES.


El reinado de Isabel II comenzó en 1833. Fueron regentes, primero su madre María Cristina
(1833-1840) y posteriormente el general Espartero (1840-1843). En 1843, al quedar la regencia
vacante, las Cortes aprobaron el adelanto de su mayoría de edad y así, su reinado personal
empezó cuando tenía 13 años.
Durante la regencia de Mª Cristina (1833-1840), surgieron los dos primeros partidos políticos de
ideología liberal. El Partido Moderado, representado por Martínez de la Rosa y Narváez,
anteponía la autoridad y el orden, considerando que la política debía quedar en manos de una
minoría ilustrada y propietaria. Defendían: el sufragio censitario muy restringido, la soberanía
compartida entre el rey y las Cortes, los intereses de las clases más altas, la económica
proteccionista, la confesionalidad católica del Estado y la limitación de los derechos
colectivos. Su programa se concretó en la Constitución de 1845. Contó con el apoyo de grandes
terratenientes, funcionarios de prestigio, alto clero y mandos militares, burguesía comercial y
financiera. El Partido Progresista, representado por Espartero, Mendizábal y Prim, contó con el
apoyo de: pequeña y mediana burguesía, clases medias urbanas y oficiales del ejército. Eran
partidarios: la soberanía nacional, la limitación del poder de la Corona y su intervención en la
vida política, el mantenimiento del sufragio censitario (con mayor cuerpo electoral), la Milicia
Nacional, dar más poder a los municipios, la política librecambista, la libertad religiosa y
derechos individuales más amplios. Ya en el reinado efectivo de Isabel II, aparecieron dos
partidos a partir de escisiones de los anteriores. El Partido Demócrata (surgido de la escisión
del Partido Progresista) integraba a progresistas radicales, republicanos y simpatizantes del
socialismo y era apoyado por las clases populares. Defendía: la soberanía nacional, el sufragio
universal masculino, la libertad de culto, el derecho de reunión y asociación, la instrucción
primaria universal y gratuita e intervención del Estado en otros ámbitos de la asistencia social.
La Unión Liberal fue fundada por O’Donnell y ocupa una posición centrista. Era integrado por el
ala derecha del Partido Progresista y el ala izquierda del Partido Moderado.

Durante los 25 años de reinado efectivo de Isabel II se consolidó el Estado liberal, aunque el
protagonismo correspondió a los moderados. Se pueden distinguir tres fases en este periodo.
La primera fase es la Década Moderada (1844-1854), que se inicia con el gobierno del general
Narváez (moderado), dando lugar a un Estado liberal conservador, unitario y centralista. Las
bases del sistema se recogen en la Constitución de 1845: la soberanía y el poder legislativo
son compartidos entre la Corona y las Cortes, la reina tiene el derecho de convocar, disolver las
Cortes y vetar sus leyes, el Congreso se elige por sufragio censitario muy restringido, el
Senado se compone de miembros vitalicios elegidos por la corona, se reconocen numerosos
derechos individuales, se vuelve al Estado confesional y se suprime la Milicia Nacional.
Además, se elaboraron leyes dirigidas a reorganizar el Estado: se funda la Guardia Civil, se
aprueba el Código Penal (1848), Alejandro Mon reforma el sistema fiscal basado en un sistema
de impuestos directos e indirectos, se restablecen las relaciones con la Iglesia con el Concordato
de 1851, se lleva a cabo una política de obras públicas y se centraliza y ejerce control sobre
la Administración local y provincial (1845), quedando ésta bajo control del gobierno central
mediante gobernadores civiles en cada provincia.
Estas medidas centralizadoras, junto al fracaso de las negociaciones para el matrimonio de Carlos
VI con Isabel II, dieron lugar a la Segunda guerra carlista (1846-1849)/“guerra dels matiners”.
Se desarrolló en las zonas rurales de Cataluña, con la insurrección de partidas guerrilleras. No
tuvo ni el impacto ni la violencia de la primera, pero se prolongó hasta 1860.
El 28 de junio de 1854, se produce el pronunciamiento de los generales Dulce y O’Donnell
debido a la inestabilidad política, aprovechando las continuas disputas entre moderados y
progresistas. Se inició en Vicálvaro, de ahí que se conozca como “Vicalvarada”. Al no encontrar
apoyo en Madrid se retiró hacia el sur, uniéndose a la revolución del general progresista Serrano.
Los sublevados publicaron el “Manifiesto del Manzanares”, en el que se pedía una “regeneración
liberal”. La revolución de 1854 se generalizó y la reina nombró como Jefe de Gobierno al general
Espartero, iniciando así el Bienio Progresista (1854-1856).
Se restableció temporalmente la Constitución de 1837 y unas Cortes Constituyentes redactaron
una constitución progresista, pero no hubo tiempo para que fuese aprobada: la Constitución “non
nata” de 1856. Además se aprobaron leyes económicas en defensa de la burguesía urbana y las
clases medias para impulsar el desarrollo económico y la industrialización: la Desamortización
Civil de Madoz (1855), que afectó a bienes de la Iglesia y de propiedad municipal, la Ley General
de Ferrocarriles (1855) y la Ley de Bancos y Sociedades de Crédito (1856). En 1856, la
situación era muy difícil debido a la conflictividad social y las discrepancias dentro de la coalición
gobernante. La reina encargó formar gobierno a O’Donnell (1856).
Este periodo se caracterizó por la alternancia en el poder del partido moderado de Narváez
(1856-1858) y la Unión Liberal de O'Donnell (1858-1863), que gobernaron con la Constitución de
1845. En el primer gobierno de O'Donnell se añadió a la Constitución un Acta Adicional que
reconocía principios progresistas. Con el gobierno moderado de Narváez (1856-1858) se llevó a
cabo la Reforma en Educación, que regulaba el sistema educativo y su financiación. El período
de mayor estabilidad política y desarrollo económico coincidió con el gobierno de la Unión Liberal
(1858-1863) de O’Donnell. Se reactivó la participación de España en la política colonial
internacional, intervino en Marruecos, México e Indochina, logrando grandes victorias militares.
Entre 1863 y 1868 se sucedieron gobiernos unionistas y moderados (inestables y autoritarios).
Se suceden episodios como la Matanza de la Noche de San Daniel (1865) o de la Sublevación
de los Sargentos del Cuartel de San Gil (1866). Todo esto durante una crisis económica tras la
quiebra de varias compañías ferroviarias, provocando un gran descontento popular. En 1866,
progresistas y demócratas firman el Pacto de Ostende, con el que se comprometían a acabar con
la monarquía. En 1868, los unionistas, bajo el mando del general Serrano, se unieron al pacto. En
1868, con la sublevación del almirante Topete se inicia la revolución de “La Gloriosa”, que
provocó la caída de Isabel II.
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TEMA 5.3. EL SEXENIO REVOLUCIONARIO.


En 1866, demócratas y progresistas firman el Pacto de Ostende, un acuerdo para acabar con el
régimen de Isabel II. En 1868 se une la Unión Liberal, dirigida por Serrano. Las causas de la
revolución fueron la exclusión del poder de los progresistas, que recaía en una camarilla de
moderados, la muerte de los líderes políticos del partido moderado y unionista, la crisis
económica iniciada en 1860, que afectó a compañías ferroviarias y a la industria siderúrgica y
textil, todo junto al descontento social debido al paro, al hambre, la subida de precios,...
El 18 de septiembre de 1868 se produjo un pronunciamiento militar en Cádiz encabezado por el
almirante Topete, secundado por el general Serrano y el general Prim para derrocar a Isabel II.
Publican el manifiesto “España con honra”, donde se proponía un gobierno provisional y el
sufragio universal.
El pronunciamiento fue acompañado de un movimiento de amplia participación popular (“La
Gloriosa”). En muchas ciudades se formaron Juntas Revolucionarias, que reclamaban reformas
de democratización política y sociales. Fue apoyada por grupos sociales industriales, militares,
clases populares, pequeña burguesía urbana, algunos sectores obreros y el campesinado.
El 28 de septiembre, Serrano venció al ejército gubernamental en Alcolea e Isabel II se exilió
en Francia. A continuación, se constituye un gobierno provisional de coalición entre progresistas
y unionistas, liderado por Serrano. Para garantizar el orden tras la revolución se disolvieron y
desarmaron las Juntas Revolucionarias, se pusieron en marcha reformas liberales y se
convocaron elecciones a Cortes Constituyentes. Los diputados fueron elegidos mediante
sufragio universal masculino, dando la mayoría a la coalición de unionistas, progresistas y
demócratas, confirmando a Serrano como presidente del gobierno.
La Constitución de 1869 fue la primera en establecer un régimen democrático. La forma de
gobierno sería una monarquía democrática y parlamentaria, en la que el rey ejerce el poder
ejecutivo a través de sus ministros, que elaboran las leyes en las Cortes, y el rey solo las sanciona.
Se reconoce la soberanía nacional y se establece la división de poderes. El poder legislativo
residía en las Cortes bicamerales, cuyos miembros eran elegidos por sufragio universal
masculino: en el Congreso directamente por los ciudadanos, y mediante sufragio indirecto en el
Senado. Incluye una amplia declaración de derechos, como la libertad de culto.
Una vez aprobada, el general Serrano fue nombrado regente hasta que se encontrara un nuevo
monarca, y éste encargó al general Prim que formara un nuevo gobierno. El nuevo gobierno no
consiguió crear un régimen estable y duradero debido a su lucha por aunar a los partidos
políticos y legislar la constitución, la fuerte conflictividad social, la insurrección independentista en
Cuba y la dificultad de encontrar un candidato al trono.
Finalmente, Prim logró que Amadeo de Saboya aceptase la corona; su elección por las Cortes no
fue unánime, y su principal benefactor Prim fue asesinado. Éste acató la constitución de 1869 en
su reinado (1871-1873) y asumió su papel como moderador, a pesar de la inestabilidad social y
política. Ésta se debió a: la falta de apoyos políticos, la oportunidad de llegar a una solución
pacífica en la Guerra de Cuba mediante reformas se vio frustrada, la sublevación a favor de
Carlos VII iniciada en 1872 (Tercera Guerra Carlista), que controlará regiones en País Vasco,
Navarra, Cataluña y Valencia, y la agitación social ligada al desarrollo del movimiento obrero.
Este ambiente provocaría la abdicación de Amadeo el 11 de febrero de 1873, día en el que el
Senado y el Congreso proclamaron la República.
La Primera República nació con la oposición de los grupos sociales poderosos y poco apoyo
social. Sólo los republicanos, divididos en unitarios y federales la apoyaban. El contexto fue muy
conflictivo debido a los conflictos sociales, los conflictos armados, la oposición de los
partidos monárquicos y el aislamiento internacional.
El primer presidente de la República Federal (febrero-septiembre 1873) fue Figueras, quien
convocó elecciones a Cortes, en las que triunfaron los federalistas (laicismo del Estado, la
ampliación de derechos democráticos y la intervención del cargo en la regulación laboral). Pi y
Margall elaboró un proyecto de constitución federal muy progresista que recogía la separación
Iglesia-Estado, el matrimonio civil, un poder legislativo bicameral y la centralización en una
estructura federal para resolver el problema colonial. Tuvo que enfrentarse a numerosos conflictos:
la Tercera Guerra Carlista, la Guerra de Cuba y los levantamientos cantonalistas. El cantonalismo
surgió en Cartagena con el objetivo de convertir provincias y comarcas en estados independientes
para formar un Estado federal. Se extendió rápidamente por la Península, pero sería dominado,
excepto en Cartagena, que no se rindió hasta enero de 1874. Le sustituye Salmerón, más
conservador, que buscaba restablecer el orden y envió al ejército al movimiento cantonalista,
pero dimitió porque su conciencia le impedía firmar las sentencias de sus líderes.
La República unitaria se inaugura con Emilio Castelar, al que las cortes le concedieron poderes
para gobernar por decreto. Suspendió a las Cortes y reforzó el ejército para acabar con los
conflictos. Cuando las cortes se volvieron a reunir (enero 1874), fue sometido a una moción de
censura. Para evitar que el poder volviera a recaer en los federales, el general Pavía dio un golpe
de Estado. Se entra en una República autoritaria (enero-diciembre 1874), presidida por
Serrano, con un gran protagonismo del ejército, las Cortes cerradas, la Constitución
suspendida y una fuerte represión. La inestabilidad provocó la migración de la burguesía a
posiciones más conservadoras, lo que hizo que las conspiraciones monárquicas lideradas por
Cánovas tomasen fuerza. El 29 de diciembre de 1874 se produjo el pronunciamiento del general
Martínez Campos que proclamó rey a Alfonso XII, acabando así con el Sexenio Democrático.
BLOQUE 6
TEMA 6.1. EL SISTEMA CANOVISTA: LA CONSTITUCIÓN DE 1876 Y TURNO DE PARTIDOS.
LA OPOSICIÓN AL SISTEMA.
Cánovas del Castillo organizó durante el Sexenio el partido alfonsino, cuyo objetivo era restaurar
la monarquía de Alfonso XII de Borbón (1875-1885). Consiguió que Isabel II abdicara en su hijo
Alfonso. El 1 de diciembre de 1874 se publicó el Manifiesto de Sandhurst, que buscaba
restablecer un régimen conservador y católico y una monarquía constitucional. El 29 de
diciembre de 1874 el general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII tras un
pronunciamiento en Sagunto, iniciando la Restauración borbónica (1874-1923). Se formó un
gobierno provisional presidido por Cánovas, que tenía como objetivo conseguir la integración y
la estabilidad política. Pone fin a la Tercera Guerra Carlista (1876), trata de terminar el conflicto
con Cuba mediante la Paz de Zanjón (1878), el ejército quedó subordinado al poder civil, y se
estableció un sistema político estable.

El sistema canovista fue diseñado por Cánovas del Castillo, inspirado en el modelo británico y
se trataba de una monarquía parlamentaria en la que dos partidos se turnan el poder, que se
lograba mediante el fraude electoral. Sus objetivos eran: dar estabilidad política y mantener el
orden social para evitar pronunciamientos militares y evitar que se identificase a la corona con
un partido político. Estaba regido por valores conservadores combinados con algunos aspectos
liberales. Para Cánovas, la nación se configuraba a lo largo del tiempo, y de su propia historia
surgía una constitución interna. La historia había convertido al rey y las Cortes en las
instituciones fundamentales de España, por lo que debían ejercer una soberanía compartida.
Solo dos partidos participan en el sistema, ambos dinásticos y de cuadros. El Partido
Conservador, creado por Cánovas, integraba a los antiguos moderados y unionistas. Defendía
una monarquía parlamentaria con sufragio censitario, la soberanía compartida entre el rey y
las Cortes y era partidario de la limitación de libertades, de la confesionalidad católica del
Estado y del proteccionismo económico. El Partido Liberal, liderado por Sagasta y de base
social más amplia, aglutinaba a los progresistas, un sector de demócratas y radicales. Defendían la
soberanía nacional, el sufragio universal, más libertades, el laicismo y el librecambismo. El
partido Conservador ejerció el poder hasta 1881, año en el que, con el primer gobierno del partido
Liberal hasta 1884, comenzó a funcionar el turno de partidos.
Cuando se decidía el cambio de partido gobernante, se procedía al fraude del proceso electoral,
que se organizaba de arriba a abajo, dirigido por el Ministerio de Gobernación. Cuando se
disolvían las Cortes y se convocaban elecciones, se enviaba a los gobernadores civiles de cada
provincia la lista de los candidatos que tenían que salir elegidos en cada localidad (los
encasillados) y se lo comunicaban a los alcaldes y caciques locales. Estos se encargaban de la
manipulación directa de los resultados electorales utilizando distintos procedimientos:
protección de los electores, amenazas, compra de votos o pucherazo.
El modelo político de Cánovas se concretó en la Constitución de 1876. Mantiene el carácter
moderado de la Constitución de 1845, pero incluyendo algunos elementos progresistas de la de
1869. Su redacción es ambigua y flexible. Su marcado carácter conservador se manifiesta en:
el establecimiento de una monarquía parlamentaria con soberanía compartida entre el rey y las
Cortes, la confesionalidad católica del Estado, o el centralismo. Se le atribuye un papel
moderador al monarca y se le conceden amplios poderes: puede convocar, suspender y disolver
las Cortes y tiene derecho de veto, tiene el poder ejecutivo y nombra a sus ministros y se convierte
en el jefe del ejército. Se limitó el poder de las Cortes, que eran bicamerales: un Senado
integrado por senadores vitalicios y otros elegidos por un sistema indirecto, y un Congreso electivo.
No definía el tipo de sufragio que fue censitario en un principio y, desde 1890, universal para
varones mayores de 25 años. La declaración de derechos individuales es ambigua, los derechos
se regulaban por decretos que los conservadores limitarán y los liberales ampliarán.
Maria Cristina de Habsburgo-Lorena asumió la Regencia (1885-1902) hasta la mayoría de edad
de su hijo Alfonso XIII. Ante el temor de una posible desestabilización política, Cánovas y Sagasta
firmaron el Pacto del Pardo, acuerdo para garantizar el sistema político. Tras la muerte del rey,
Cánovas dimitió, iniciándose el Gobierno Largo de Sagasta (1885-1890).
En este gobierno los liberales llevaron a cabo una importante labor reformista: se culmina el
proceso codificador con el Código de Comercio (1885) y el Código Civil (1890); se aprueba la
Ley de Jurados, que permite el juicio por jurados; la Ley de Asociaciones (1887), que legalizaba
organizaciones obreras y sindicales; y se acaba con la censura con la aprobación de la libertad de
cátedra y prensa (1887). Se establece el sufragio universal masculino (1890).
Con la vuelta de los conservadores en 1890, se retornó a una política económica
proteccionista (Ley de Aranceles, 1891). Del siguiente gobierno, de Sagasta (de 1892 a 1895),
destaca el proyecto de reforma de la administración de Cuba, que fracasó dando lugar a la
Guerra de Cuba. Le sigue otro gobierno de Cánovas (1895-1897), que finalizaría debido al
atentado anarquista que acabó con su vida, siendo Sagasta el que tendría que afrontar el
desastre del 98. En 1902, Alfonso XIII fue proclamado Rey de España.
El régimen de la Restauración marginó a amplios sectores políticos y sociales, aunque éstos se
encontraban divididos y enfrentados. Una fuerte oposición al sistema lo constituyeron los
carlistas, que se abrieron a la vía política y se dividieron en integristas, representados por el
Partido Católico Nacional, y tradicionalistas, que defendían la unidad católica, los fueros y la
oposición a la democracia. Por otra parte, encontramos el partido republicano, que se hallaba
dividido en: el Partido Demócrata Posibilista, más moderado y que aceptaba la monarquía, el
Partido Republicano Progresista, que no aceptaron la Restauración y optaron por el retraimiento
electoral, el Partido Republicano Centralista y el Partido Republicano Federal.
Los partidos obreros se organizan legalmente tras la Ley de Asociaciones de 1887 y se dividen
en dos. El socialismo fue minoritario en España, quedando reducido a Madrid, Asturias y Vizcaya.
Se fundó con el Partido Socialista Obrero Español, bajo el liderazgo de Pablo Iglesias y que
seguía la corriente marxista. En 1881 crearon el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT).
El anarquismo tenía en común el rechazo de toda forma de organización estatal y de participación
política. Surgió en Andalucía y en Cataluña y proponían hacer la revolución desde abajo. En 1881
nació la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Eran partidarios de la
acción directa para conseguir cambio político, conduciendo a varios atentados terroristas.
A finales del siglo XIX, nacen en Cataluña y País Vasco movimientos que cuestionan la existencia
de una única nación dentro del territorio español, que comenzaron como regionalismos, pero
algunos evolucionaron al nacionalismo. Destaca el nacionalismo catalán, cuyo origen remonta a
1830 con la Renaixença y que provocó la ruptura de intereses entre la oligarquía centralista y la
burguesía industrial catalana. Podía ser catalanismo de izquierdas, federalista y republicano
(Centré Catalá, de Valentí Almirall, que evolucionará en el siglo XX a Esquerra Republicana de
Cataluña) y el catalanismo conservador (Unió Catalanista, fundada por Prat de la Riba y de
ideología conservadora y católica; se aprobaron las Bases de Manresa en 1892; y Liga
Regionalista, de Cambó y Prat de la Riba). El nacionalismo vasco se debió a la abolición de los
fueros históricos y a los cambios socioeconómicos provocados por la industrialización. Sabino
Arana fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), antiliberal, racista y ultracatólico, que tuvo
apoyo en la pequeña y mediana burguesía y en el mundo rural. Se defendía la independencia de
Euskadi y la creación de un estado vasco. En otras regiones también se dan movimientos
regionalistas como en Galicia (en 1889 Murguía fundó la Asociación Regionalista Gallega),
Valencia (Teodoro Llorente) o Andalucía (Blas Infante).
6.2. EL PROBLEMA DE CUBA Y LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y ESTADOS UNIDOS. LA
CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E IDEOLÓGICAS.
Cuba y Puerto Rico basaban su economía en la agricultura de exportación, en la que trabajaba
la mano de obra esclava, solo saliendo beneficiada una reducida oligarquía esclavista. Durante
el Sexenio (1868-1874), se inició la insurrección cubana hasta que, en el reinado de Alfonso XII,
con la Paz de Zanjón (1878) se puso fin a “la Guerra Larga”, prometiendo mejoras en las
condiciones políticas y administrativas de la isla y la concesión de una amplia amnistía para los
vencidos y de la libertad para los esclavos.
En el Gobierno largo de Sagasta se abolió de forma definitiva la esclavitud (1886) y los cubanos
logaron representación en las Cortes. El incumplimiento de lo pactado provocó la reanudación del
conflicto en 1895. José Martí impulsará la insurrección que comenzó en Santiago con el Grito de
Baire. El gobierno español respondió enviando un ejército a Cuba, dirigido por Martínez Campos,
buscando combinar la represión militar con la flexibilidad necesaria para llegar a acuerdos. No
consiguió controlar la situación, por lo que fue sustituido por el general Weyler, inició una dura
represión y dividió la isla en tres sectores separados por “trochas”, permitiendo controlar las
principales vías de comunicación y concentrando la población en zonas controladas por las
tropas españolas para evitar que apoyaran a los independentistas, pero la dificultad de proveer
alimentos y asistencia médica elevó la mortalidad. La táctica de guerrilla empleada por los
insurrectos impedía a las tropas españolas dominar la situación.
La dura actuación de Weyler aumentó los deseos de independencia y alentó la campaña
internacional de desprestigio contra España, dirigida por Estados Unidos, bajo intereses
económicos y estratégicos: era el principal comprador del azúcar y tabaco cubanos y le
interesaba el fuerte arancel de entrada en Cuba de los productos norteamericanos. Además, su
dominio podía permitir el control sobre las zonas cercanas al Canal de Panamá. Estos ya habían
intentado comprar Cuba, oferta que rechazó el gobierno español.
Tras el asesinato de Cánovas en 1897, el nuevo gobierno liberal decidió aprobar una estrategia de
la conciliación y concedió a Cuba una amplia autonomía, entre otras medidas. Aunque estas
llegaron demasiado tarde; los independentistas, que contaban con el apoyo estadounidense, se
negaron a aceptar el fin de las hostilidades.
La clave del conflicto fue la intervención de EEUU, que había enviado a Cuba el Maine (febrero
de 1898) para proteger los intereses norteamericanos; éste explotó y se hundió, muriendo
centenares de norteamericanos y provocando un ultimátum de EEUU. Los dirigentes españoles
eran conscientes de la inferioridad militar española, pero se negaron a aceptarlo. Comenzaba así
la guerra hispano-norteamericana, que fue muy breve y se decidió en el mar. El 3 de julio, la
Armada norteamericana derrotó a la flota española, dirigida por el almirante Cervera, en la bahía
de Santiago de Cuba, mientras tropas estadounidenses invaden el resto de Cuba y Puerto Rico.
En Filipinas la población española era escasa y pocas las inversiones realizadas y el dominio
español se mantenía gracias a una pequeña presencia militar y, sobre todo, al poder de las
órdenes religiosas. En 1896, estalló una sublevación liderada por La Liga Independentista
Filipina, dirigida por José Rizal, que fue duramente reprimida.
Los norteamericanos se presentaron también ante los filipinos como sus libertadores. En la batalla
de Cavite la flota norteamericana deshizo prácticamente la escuadra española, obligando a
España a firmar el Tratado de París (1898) en el que se reconocía la independencia de Cuba,
aunque bajo el control político y económico de Estados Unidos. Además, España cedió a Estados
Unidos la isla de Puerto Rico, la isla de Guam y Filipinas a cambio de dinero.
La sustitución del dominio español por el norteamericano engendró un profundo descontento en
las antiguas colonias. La pérdida del imperio español se completó en 1899 con la venta a
Alemania, por 15 millones de dólares, del resto de las islas Marianas, del archipiélago de las
Carolinas y de las Palaos. Sólo quedarán como colonias españolas pequeños enclaves en África.
La derrota y la pérdida de las colonias fueron conocidas en España como el Desastre del 98 y
tuvo una importante influencia en la conciencia nacional. En cuanto a las consecuencias
demográficas, se dieron pérdidas humanas, unas 60.000, muchas a causa de enfermedades
tropicales. Las más graves fueron las pérdidas económicas, muy importantes al desaparecer para
España los ingresos que proporcionaban las colonias, la exportación de azúcar, café o tabaco y
perder el mercado colonial para las manufacturas españolas. La repatriación a España de los
capitales invertidos en las islas permitió un gran desarrollo de la banca española y la creación de
numerosas empresas industriales. También se dieron importantes consecuencias políticas: el
sistema político de la Restauración entró en una fuerte crisis, a pesar de los intentos de
reformismo (corriente revisionista) promovidos por los mismos políticos del sistema, como
Francisco Silvela y Antonio Maura. Se reforzaron los movimientos nacionalistas en Cataluña y el
País Vasco y el republicanismo avanzó. Parte de la opinión pública consideraba al ejército culpable
del desastre y el antimilitarismo creció entre las clases populares, agudizado por lo injusto del
sistema de reclutamiento: las quintas (una quinta parte de los mozos debían cumplir el servicio
militar de forma obligatoria y que se podía evadir buscando un sustituto o mediante la redención en
metálico). Por su lado, los militares achacaban a la corrupción e ineficacia política lo sucedido y
reclamaban una mayor participación política, dando comienzo el colonialismo en el norte de África.
El pueblo español vivió la derrota como un trauma colectivo con un sentimiento de inferioridad e
impotencia generalizados. La prensa extranjera presentó a España como una nación moribunda,
con un ejército ineficaz, un sistema corrupto y unos políticos incompetentes, pues había perdido
todas sus colonias mientras que las potencias europeas estaban construyendo enormes imperios
coloniales. Entre las clases populares la derrota no fue tan mal recibida, porque sus integrantes
dejaron de cumplir el servicio militar en territorios de ultramar. El desastre del 98 aumentó las
críticas de los regeneracionistas, corriente intelectual y política que consideraba el sistema de la
Restauración como un sistema viciado y enfermo, que defendía la necesidad de “regenerar”
la vida nacional, acabando con los males del sistema (caciquismo, corrupción, analfabetismo).
Joaquín Costa fue uno de sus principales representantes, con su obra Oligarquía y Caciquismo,
su regeneracionismo fue la principal expresión de una renovada conciencia nacional que aspiraba
a la reforma del país: modernizar la economía y la sociedad y alfabetizar a la población.
Provocó también una reacción cultural de gran trascendencia con la Generación del 98, grupo de
escritores y pensadores que se caracterizaron por el profundo pesimismo, su crítica frente al
atraso y plantearon una profunda reflexión sobre el sentido de España y su papel en la Historia,
buscando una regeneración moral, social y cultural del país. Fueron miembros destacados
Unamuno, Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja.
BLOQUE 7
7.1. EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN Y DE LAS CIUDADES. DE LA SOCIEDAD ESTAMENTAL
A LA SOCIEDAD DE CLASES.
Durante el siglo XIX, la población española creció, siendo mayor el crecimiento en las zonas
litorales. Se mantuvo el régimen demográfico antiguo, que se caracteriza por altas tasas de
natalidad y altas tasas de mortalidad debido a hambrunas provocadas por la crisis de
subsistencias, a la falta de higiene relacionada con enfermedades endémicas e infecciosas y a
las guerras, que producían una mortalidad catastrófica. Además, la esperanza de vida no
superaba los 35 años de media y la densidad de población era muy baja, aunque repartida de
manera desigual (altas cifras de densidad en regiones periféricas y continuo despoblamiento en
zonas interiores). La mayor parte de la población trabajaba en el sector agrario y vivía en el
espacio rural, pero desde los años sesenta se incrementó el éxodo rural debido al estancamiento
del mundo agrario y las expectativas de trabajo que ofrecían las ciudades.

A partir de mediados del siglo XIX observamos una limitada tendencia al crecimiento urbano, por
lo que podemos empezar a hablar de movimientos migratorios. La tendencia fue el abandono de
la Meseta central (salvo Madrid) para concentrarse en áreas industriales periféricas (Cataluña,
Andalucía o Valencia). Este trasvase de población de centro a periferia se debe a que en estas
zonas había tierras más fértiles, mejores comunicaciones y transportes, más oferta de trabajo, etc.
Además, ofrecían una salida ante el estancamiento rural. Por otra parte, el crecimiento
demográfico y la escasez de cambios en la agricultura llevaron a muchos a emigrar a otros
continentes, en especial desde zonas del norte hacia América, Argentina o Cuba. Otros destinos
fueron la colonia francesa de Argelia y Francia.

Se produjo un importante incremento de la población urbana, que tuvo como consecuencia un


importante crecimiento urbano, en especial en Madrid, Barcelona y Bilbao. El crecimiento también
afecta a las capitales de provincia, fundamentalmente gallegas y cantábricas. Este proceso de
urbanización determinó la necesidad de ensanchar las ciudades. La población recién llegada se
apiñaba en los barrios de la periferia. La sucesión de conflictos y las posibilidades de ocupación
de solares demoraron el planteamiento de planes sistemáticos de ensanches hasta la década de los
sesenta, cuando se aprobaron los proyectos de Cerdà en Barcelona y de Castro en Madrid. En
otras ciudades se desarrollaron proyectos racionales de crecimiento, eliminando las murallas
pretéritas. Todos ellos buscaban una organización racional en cuadrículas y potenciar otros
servicios urbanos como la traída de aguas o la iluminación por gas.

Durante siglos, la sociedad española mantuvo una estructura estamental que apenas experimentó
modificaciones. Sin embargo, se produjo una paulatina desaparición de la sociedad estamental que
fue sustituida por una sociedad de clases, cuyo criterio de división es el nivel de renta. Cabe
destacar dos sectores con gran influencia social, política y cultural: el ejército y la Iglesia.

La clase alta o dirigente era el nuevo bloque social dominante, pues acumuló grandes
propiedades y el establecimiento del sufragio censitario le otorgó el monopolio del poder político.
Formaron una oligarquía resultado de la fusión de la antigua aristocracia, la alta burguesía y el
clero. La antigua aristocracia perdió sus privilegios estamentales, pero mantuvo su poder
económico e influencia social; conservó sus tierras y adquirió nuevas propiedades con la
desamortización. Participaban en la vida política a través del Senado, constituyendo las
“camarillas” durante el reinado de Isabel II (eran muy conservadores). La pequeña nobleza y los
hidalgos desaparecieron como grupo, integrándose entre los campesinos propietarios. La alta
burguesía estaba formada por la burguesía terrateniente y rentista, la burguesía financiera y
los grandes industriales textiles, siderúrgicos y navieros. No desplazó a la aristocracia como
clase dominante, sino que se identificó con ella. El clero perdió una parte de sus propiedades y el
diezmo, pasando a depender del Estado para el mantenimiento del culto, sin embargo, mantuvo
su influencia social y en la educación, logrando la firma del Concordato de 1851.

Las clases medias estaban integradas por la mediana y pequeña burguesía, que residía en las
ciudades, o por los labradores propietarios medianos, en el ámbito rural. Agrupaban a un
conjunto heterogéneo de propietarios rurales, mandos intermedios del ejército, profesionales
liberales de menor nivel, pequeños comerciantes, empresarios y funcionarios. Se encontraba a
caballo entre la élite y el proletariado. Formaban la administración local y estatal y controlaban
servicios básicos y actividad productiva. Su ideología alternaba entre la conservadora-moderada
y el progresismo. En la periferia, hay nacionalistas en el último tercio del siglo. Muchos fueron
evolucionando hacia posturas democráticas y se convierten en los principales defensores del
republicanismo de carácter laico. El ejército será uno de los grupos sociales más importantes en
el siglo XIX, cuyo protagonismo político y social se debió a los numerosos pronunciamientos.

Las clases populares urbanas eran menos numerosas. En ella se integraban trabajadores de los
talleres artesanales, empleados, servicio doméstico, mendigos, etc. Con la aparición de la
industria surge un nuevo grupo social, el proletariado, que trabaja en la industria por un salario.
Se concentraban en las fábricas textiles de Barcelona, y en la siderurgia de Vizcaya. Tenían
unas malas condiciones de vida: bajos salarios, sin prestaciones sociales, largas jornadas, etc.
Recurren a las huelgas y van a ir desarrollando una conciencia de clase, siendo el inicio del
movimiento obrero español. Tiene su origen en la destrucción de máquinas (ludismo) en la
Cataluña de la década de los treinta (fábrica Bonaplata en 1835), siguiendo por la creación de
Sociedades de ayuda mutua, pasando por la primera convocatoria de huelga en la Barcelona
de 1855 y cristalizando, ya en el Sexenio democrático, con la aparición de las primeras facciones
anarquistas y marxistas (influencia de la Primera AIT). El movimiento obrero estuvo
condicionado por el decreto de 1874 -dictadura de Serrano- que disolvía la Internacional en España
y obligó a las asociaciones obreras a mantenerse en la clandestinidad o camufladas.

7.2. LAS DESAMORTIZACIONES. LA ESPAÑA RURAL DEL SIGLO XIX. INDUSTRIALIZACIÓN,


COMERCIO Y COMUNICACIONES.
Paralelamente a la implantación del liberalismo político, la economía española experimentó
cambios debidos al establecimiento de un modelo económico capitalista y a la industrialización.
El cambio económico fue lento, y a finales del s. XIX España seguía teniendo una economía agraria
con industria limitada. Los gobiernos liberales adoptaron medidas políticas para acelerarlo.

La desamortización, la supresión de los mayorazgos, la abolición del régimen señorial y del diezmo
y la liquidación de la Meseta se conoce como reforma agraria liberal. Las desamortizaciones se
llevaron a cabo durante los gobiernos progresistas en el reinado de Isabel II y supusieron el proceso
de incautación de bienes raíces eclesiásticos y municipales, por parte del Estado, para su
venta a particulares. Destacan la desamortización de Godoy (1798), la labor legislativa de Cádiz y
el Decreto de supresión de órdenes monacales. Mendizábal inició en 1836 la desamortización
de los bienes y tierras eclesiásticas del clero regular, cuyos objetivos eran sanear la Hacienda
española, financiar los gastos de guerra y crear nuevos propietarios rurales; afectó
especialmente a la mitad sur peninsular. No tuvo éxito, pues no solucionó el problema de la deuda
pública y no hubo un aumento de producción agraria. La mayor parte de los bienes desamortizados
fueron comprados por nobles y burgueses urbanos. El campesinado no obtuvo propiedades, por
lo que les subieron los alquileres. La fórmula de venta consistió en la creación de lotes de tierra. El
sistema de venta consistía en que en la subasta pública sólo se pagaba un 20% del valor. En 1845
se asistió a la suspensión de las subastas. En 1851, por el Concordato con la Santa Sede, se
restituyeron las tierras no vendidas al clero. Se habían vendido más del 60% de las propiedades
de la Iglesia. Espartero desamortizó bienes del clero secular.
La desamortización de Madoz (1855) se conoce como general porque afectó a las tierras de los
municipios y a las de la Iglesia. Los objetivos eran obtener dinero para financiar las inversiones
públicas y reducir la deuda. No tuvo resultados positivos ya que arruinó a los ayuntamientos y
perjudicó a los vecinos. Se beneficiaron la burguesía y los terratenientes locales. No se creó un
grupo de pequeños propietarios, sino que se acentuó el latifundismo, ni se solucionó la deuda. Fue
una oportunidad perdida para realizar una reforma agraria y para introducir innovaciones técnicas.
Los procesos desamortizadores tuvieron como consecuencias: se convirtió en propiedad privada
más de 10 millones de hectáreas, el Estado siguió ingresando dinero hasta 1895 y fue una
herramienta fundamental para el cambio a una sociedad de clases. En cuanto a la producción
agraria, aumentó la producción por el aumento de la superficie cultivada y por la mayor
demanda, pero no aumentó la productividad. La situación de miseria del campesinado y la
política proteccionista impidió favorecer la industrialización. La ganadería disminuyó.

La industrialización fue tardía, ya que: los excedentes en la agricultura eran insuficientes, el


consumo interior era débil, la inestabilidad política, la escasez de materias primas y fuentes de
energía, la falta de capitales para invertir en industria, dependencia del exterior, mercado interior
desarticulado, el proteccionismo, y la escasa competitividad en el mercado internacional.
Durante el siglo XIX España experimentó un proceso de aceleración industrial. La industria textil
catalana se centró en los tejidos de algodón. Su prosperidad se debió a la posición ventajosa, la
iniciativa empresarial de la burguesía, la incorporación de maquinaria inglesa (ej. máquinas de
vapor, Jenny) y la protección arancelaria. El desarrollo siderúrgico se vio dificultado por la escasa
calidad y alto coste del carbón español y la poca demanda. Se distinguen: etapa andaluza
(1830-1860), que aprovechó sus yacimientos de hierro, pero esta iniciativa acabó fracasando
porque utilizaba carbón vegetal, más caro y de menor rendimiento; etapa asturiana (1860-1880),
que a pesar de la escasa calidad y poder calorífico, la producción de hierro creció con rapidez; y
etapa vizcaína (desde 1880), por la abundancia de hierro y la actividad de la empresa Altos Hornos
de Vizcaya. Tuvo éxito ya que se exportaba mineral de hierro vasco a Gran Bretaña y se compraba
carbón de Gales - más caro pero de mayor calidad y poder calorífico. Otras industrias de
consumo tenían poca producción. La explotación minera no alcanzó su apogeo hasta el último
cuarto del siglo. Durante el Sexenio se aprobó una legislación minera, “Ley de Bases sobre Minas”
(1868), que permitía la venta o concesión de los yacimientos mineros a distintas compañías
extranjeras; esto provocó una desamortización del subsuelo. A partir de 1868 la exportación de
minerales representó una de las principales partidas dentro del comercio exterior.

En cuanto al comercio interior, estaba fragmentado en mercados regionales muy aislados entre
sí. Se fueron aboliendo estas trabas, aunque a finales del siglo todavía no era un mercado único. En
el mercado exterior podemos diferenciar dos etapas: hasta 1824, con la pérdida de las colonias, y
tras la emancipación americana. La balanza comercial se mantuvo deficitaria pues se exportaban
materias primas y productos semielaborados, y se importaban productos industriales. La política
comercial fue proteccionista: se impusieron aranceles y se prohibió la importación de ciertos
artículos. Los defensores fueron los fabricantes de textiles de algodón catalanes, los grandes
productores cerealistas castellanos y los industriales siderúrgicos vascos. Frente a esta
política se postulaba el librecambismo, una ideología basada en la teoría económica clásica.

Se modernizó el sistema financiero: en 1856 se creó el Banco de España, la Ley de Bancos de


Emisión y la Ley de Sociedades de Crédito. Tras 1898 se repatrió a España gran parte de los
capitales y se fundó el Banco Hispano Americano y la Bolsa y se implantó la peseta.

España mostró una gran desventaja en comunicaciones debido a condicionantes geográficos y


escaso desarrollo económico. El transporte marítimo y la mejora de los puertos estaba
condicionado por elementos de relieve. El transporte interior se vio condicionado por la geografía
española. Se intentó mejorar a partir de 1840 la red de carreteras, configurando un sistema radial.
En cuanto al ferrocarril, las primeras líneas fueron Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez
(1851). La expansión del tendido ferroviario se aceleró con la Ley General de Ferrocarriles de
1855, debido a que el éxodo rural en aumento condujo al desarrollo urbano y con ello la necesidad
de incorporar el ferrocarril en España. El gobierno del Bienio Progresista aprobó leyes como la Ley
de desamortización general de Madoz, la Ley de Bancos de Emisión y la Ley de Sociedades de
Crédito, por ello, se dio un ritmo rápido de construcción entre 1855 y 1864, que se frenó como
consecuencia de la crisis de 1866. El último impulso comenzó con la Restauración. El ferrocarril
español presenta dos características: una estructura radial y un ancho de vía mayor. Jugó un
papel fundamental en la articulación de un mercado nacional y hará posible el desarrollo urbano.
Se produjeron también otros avances en transportes y comunicaciones (el correo, el telégrafo, los
tranvías, etc.).
BLOQUE 8
8.1. LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN: INTENTOS REGENERADORES Y OPOSICIÓN AL
RÉGIMEN.
En 1902, Alfonso XIII llega al trono, iniciando la segunda etapa de la Restauración. De 1902 a
1923, España vive una situación de crisis política con gran inestabilidad y conflictos constantes,
debido a la intervención del rey en la vida política y su implicación con el ejército, la
decadencia de los partidos dinásticos tras la muerte de sus líderes, el progresivo debilitamiento
del caciquismo, la violencia social, el anticlericalismo, el crecimiento y la radicalización del
nacionalismo catalán, y el protagonismo creciente del ejército. La primera etapa del reinado
de Alfonso XIII estuvo condicionada por el espíritu regeneracionista. El asesinato de Cánovas
dejó a Francisco Silvela, revisionista, como líder del partido conservador, pero abandonó la política
dejando como líder a Antonio Maura.

La primera crisis del reinado de Alfonso XIII tuvo lugar en 1905 cuando una viñeta antimilitar
publicada en Cu-Cut opuso a algunos mandos del ejército, quienes consiguieron la aprobación de la
Ley de Jurisdicciones (1906) por parte del gobierno liberal de Moret. La segunda crisis tuvo lugar
durante el gobierno largo de Maura (enero de 1907-octubre de 1909), en el que se aprobaron
medidas económicas y sociales buscando la revolución desde arriba, como la creación del Instituto
Nacional de Previsión, la Ley de Huelga y la Ley de Reforma Electoral (1907). Se intentó llegar
a acuerdos con el nacionalismo moderado con la Ley de Administración Local.

Desde 1906, España ejercía un protectorado sobre el norte de Marruecos. La ocupación militar
de la zona asignada comenzó en febrero de 1909. En julio de 1909 miembros de las cabilas
rifeñas atacaron una línea de ferrocarril y mataron a trabajadores españoles, por lo que Maura
decidió reforzar militarmente la zona. Pero aprovechó la ocasión para ensayar el plan de
movilización de reservistas. Ante esta situación, los socialistas y republicanos promovieron
protestas, que no fueron atendidas por el gobierno de Maura.

Por otro lado, en Barcelona la Solidaridad Obrera hizo un llamamiento a la huelga general. En la
ciudad se vivía un clima de tensión por las fricciones con los militares, la intervención en
Marruecos, el malestar ante el sistema de quintas, las reivindicaciones anarquistas, el creciente
anticlericalismo y el éxito de las consignas del Partido Radical de Alejandro Lerroux. Ante esta
situación, la autoridad militar proclamó el estado de guerra. Durante casi una semana –del 26 al 31
de julio, la Semana Trágica- se prolongaron las luchas en las calles. Esto puso fin al intento
reformista de Maura y acrecentó la crisis.

El 31 de julio, la insurrección fue sofocada y se emprendió una dura represión. La ejecución de


Ferrer Guardia promovió tales protestas (socialistas, republicanos y liberales, rompiendo así el
pacto de turno) que el rey aceptó la dimisión de Maura. En 1910, les tocó el turno de gobierno a
los liberales, presididos por Canalejas, quien llevó a cabo el último intento regeneracionista
(política de regeneración democrática). Suprimió el impuesto de consumos; con la Ley de
Reclutamiento (1912) se establecía el servicio militar obligatorio en tiempo de guerra y se acababa
parcialmente con la práctica del pago de la cuota; aprobó la Ley del Candado, que limitaba el
establecimiento de nuevas órdenes religiosas, y se tramitó la Ley de Mancomunidades, con la que
pretendía canalizar las reivindicaciones autonomistas catalanas. Pero estas reformas se vieron
interrumpidas por el asesinato de Canalejas en 1912, lo que agravó la situación de crisis.

Esta crisis interna de los dos partidos dinásticos propició que Alfonso XIII asumiera un mayor
protagonismo político. También a partir de 1912 se inicia el fin del turno pacífico en el poder. Así
pues, comenzaba el enfrentamiento, y la alternancia en el poder se produciría por mandato del
rey. Por tanto, se abrió un periodo de inestabilidad política. En el partido conservador hubo una
división entre Dato y Maura, quien creará el partido maurista. En el partido liberal, surgirá la figura
de García Prieto, quien creará varios gobiernos de coalición.

Los partidos excluidos del sistema habían tenido muy poco peso, pero en los inicios del siglo XX
su fuerza y sus apoyos comenzaron a aumentar por el descontento con el sistema. Los
republicanos representaban la principal fuerza de oposición política y eran apoyados por la
pequeña burguesía, trabajadores e intelectuales en núcleos urbanos. Durante el reinado de Alfonso
XIII surgieron: la Unión Republicana de Salmerón y Lerroux; el Partido Radical de Lerroux, más
izquierdista y anticlerical, se definía como autonomista y socialista, unido a un discurso populista; el
Partido Reformista, de M. Álvarez y G. Azcárate, más moderado, aceptan la monarquía
democrática, querían mayor participación política de los ciudadanos con interés por la educación.

Con la derrota militar del carlismo en 1876, éstos se abrieron a la vía política. El movimiento no
desapareció, pero su fuerza fue cada vez más residual. Intentaron fortalecerse con círculos
tradicionalistas. Los Integristas criticaban el liberalismo de Carlos VII y exaltaban los valores
católicos; crean el Partido Católico Nacional. Los Tradicionalistas defendían la unidad católica,
los fueros y la oposición a la democracia, pero aceptaban el nuevo orden y abandonaron el intento
de volver al Antiguo Régimen.

El principal representante del catalanismo en la vida política fue la Liga Regionalista (1901), de
ideología conservadora y cuyo principal objetivo era conseguir la autonomía. Su líder era Cambó y
su ideólogo Prat de la Riba. Se convirtió en el partido de la burguesía y de las clases
conservadoras catalanas. En 1906 se fundó Solidaritat Catalana, una agrupación que integraba a
todas las fuerzas políticas catalanas (excepto los partidos dinásticos y los republicanos de Lerroux).
Surgió como un movimiento de protesta generalizado de la sociedad catalana contra el
intervencionismo militar, ante la aprobación de la Ley de Jurisdicciones. En 1914, se constituyó
la Mancomunidad de Cataluña, presidida por Prat de la Riba. En 1922 se creó Estat Català, bajo
la dirección de Francesc Macià, nacionalista radical no conservador.

Tras la muerte de Sabino Arana (1903) se produjo en el PNV un enfrentamiento entre el sector
radical y otro más moderado que aceptaba el juego parlamentario y optaba por la autonomía,
manteniendo los principios aranistas. Con esta nueva estrategia, el nacionalismo vasco, asentado
en Vizcaya, se extendió al resto de las provincias vascas, se aproximó a la burguesía industrial,
amplió su base social y se consolidó como la fuerza mayoritaria en el País Vasco.

El nacionalismo gallego experimentó un notable desarrollo cultural. Se creó Solidaridad Gallega,


que no era un partido político, sino una agrupación de campesinos, que se limitó a participar en las
elecciones municipales. Sus principios ideológicos se centraron en el anticaciquismo y en
asociacionismo agrario. En 1910 se fundó Acción Gallega, que no tuvo éxito.

El nacionalismo andaluz estuvo localizado inicialmente en Sevilla. Su principal ideólogo fue Blas
Infante, pero sus intentos de conseguir mayor autonomía no tuvieron éxito. En 1915, se publica “El
Ideal Andaluz” y en la Asamblea de Ronda se reconoce a Andalucía como país y como nación.

Los socialistas (PSOE) empezaron a participar en el juego parlamentario, sin renunciar a la


revolución social. Tras la Semana Trágica se formó la Conjunción Republicano-Socialista (1909),
que puso fin al aislamiento del PSOE y dio comienzo a una nueva etapa. El socialismo asimiló el
discurso anticlerical del republicanismo e incorporó a sus filas algunos intelectuales. Gracias a
esta alianza en las elecciones de 1910 fue nombrado diputado Pablo Iglesias.

A comienzos del siglo XX el anarquismo estaba arraigado en las zonas industriales y urbanas de
Cataluña y en el campesinado de Andalucía y Extremadura. Persistían dos tendencias: la
terrorista y la sindicalista. En el siglo XX se extendió la influencia del sindicalismo francés, que
defendía la huelga general. Ello llevó a la formación de Solidaridad Obrera (1907). Se fundó la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que reafirmó la acción directa. Tras la huelga general
del 1911, la CNT fue declarada ilegal hasta 1915.

8.2. EL IMPACTO DE LOS ACONTECIMIENTOS INTERNACIONALES: MARRUECOS, LA


PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA REVOLUCIÓN RUSA.
La segunda fase del reinado de Alfonso XIII (1914-1923) se inició con la Primera Guerra Mundial.
El rey había encargado formar gobierno al conservador Dato en 1913, que decretó la neutralidad
en la Primera Guerra Mundial. La opinión pública se dividía entre aliadófilos y germanófilos. La
neutralidad estimuló la economía, ya que se incrementaron las exportaciones de materias primas
(carbón), productos industriales y agrarios a los países en guerra. Esto favoreció el crecimiento
industrial y la acumulación de capitales. Sin embargo, también provocó inflación (aumenta la
demanda exterior) y escasez de algunos productos. Además, al terminar la Guerra, se llevó a
cabo el cierre de fábricas y minas, provocando un aumento del paro y de los conflictos sociales.

El estallido definitivo de la crisis general se produjo en 1917, año en el que coincidieron tres
conflictos. Hubo una crisis militar, ya que se produjo un enfrentamiento entre el gobierno y el
ejército, que se quejaba de la escasez de medios y de los bajos salarios. A partir de 1916, los jefes
y oficiales de Infantería habían creado las Juntas Militares de Defensa, que reclamaban aumento
salarial y se oponían a los ascensos por méritos de guerra, reivindicando la antigüedad como
único criterio. En la primavera de 1917 el movimiento se había extendido a todo el ejército y el país,
y se desencadenó el conflicto: el gobierno no consiguió disolver las Juntas y el presidente del
gobierno dimitió. En junio publicaron un manifiesto que contenía quejas y se inició la rebelión
militar. El apoyo de Alfonso XIII a sus pretensiones fue determinante y el nuevo gobierno tuvo que
reconocer a las Juntas Militares de Defensa como portavoces del ejército.

Hubo una crisis política o parlamentaria, ya que las prácticas de corrupción política continuaban.
Ante la negativa gubernamental, los dirigentes de la Lliga Regionalista convocaron a los
parlamentarios catalanes a una asamblea en Barcelona, que reclamó la convocatoria de Cortes
Constituyentes para acabar con la Restauración y definir una nueva organización del Estado
sobre la base de la descentralización, reconociendo la autonomía de Cataluña. Al mismo tiempo y
en previsión de que el gobierno no atendiera esta petición, se convocó a una nueva reunión de
todos los diputados y senadores, conocida como Asamblea de Parlamentarios, pero la mayoría no
respondieron a la convocatoria. Se ratificaron los acuerdos en una proposición firmada por
catalanistas, republicanos y socialistas. El gobierno se limitó a declarar inconstitucionales la
Asamblea y sus pretensiones, y el movimiento se fue disolviendo en los meses siguientes debido
a la falta de apoyo de las Juntas Militares de Defensa; las divergencias entre los asambleístas y la
retirada de los catalanistas.

Hubo una crisis social: la huelga general de 1917 debida a la gran inflación y la influencia de la
revolución bolchevique. Durante los primeros meses de 1917, UGT y CNT habían mantenido
contactos para convocar una huelga general. Sólo tuvo éxito en Barcelona, Zaragoza, Madrid,
Bilbao y las cuencas mineras asturianas, donde fue reprimida por el ejército. El Gobierno detuvo al
comité de huelga y el ejército aplastó el movimiento. Aunque la huelga fracasó en sus objetivos,
debilitó aún más al sistema político de la Restauración y radicalizó a la oposición.

La primera consecuencia de esta crisis fue el nombramiento de García Prieto como presidente,
liberal que creó un gobierno de concentración nacional, donde entraron regionalistas. Sin
embargo, esto no impidió que entre 1918 y 1923 se produjese la crisis final del sistema. Los
gobiernos que se sucedieron fueron cortos, algunos de concentración. Empeoró la coyuntura
económica, ganó fuerza el sindicalismo, creció la conflictividad social y hubo más huelgas. La
fragmentación de las Cortes imposibilitaba la formación de gobiernos estables y de impulsar la
renovación. El ejército tomó un protagonismo cada vez mayor en la vida política.

A partir de 1919, el problema de la crisis política se agravó por la agitación social y los efectos de
la Revolución Rusa. Obreros y campesinos pedían reformas laborales y cambios en la
estructura de la propiedad. El gobierno se vio obligado a adoptar medidas como la jornada de
ocho horas en la industria (1919) o la creación del Ministerio de Trabajo (1920).

En Andalucía, entre 1918 y 1920 se vivió una fase de actividad revolucionaria. Conocemos este
período como “trienio bolchevique”. Bajo la dirección de la UGT y la CNT se sucedieron huelgas,
ocupaciones de campos, reparto de tierras y se tomaron ayuntamientos. Pero la declaración de
estado de guerra, la ilegalización de las asociaciones obreras y una dura represión pusieron fin
a la revuelta social en 1920.

En Cataluña, la violencia de los obreros fue contestada con violencia patronal, especialmente
en Barcelona, donde se creó la Federación Patronal y el Sindicato Libre. Ello originó la época
conocida como el pistolerismo. Los sectores radicales del anarquismo respondieron con violencia.

Las autoridades civiles y militares aplicaron la Ley de Fugas, que autorizaba a los cuerpos armados
a disparar contra un detenido que intentara fugarse. Se asesinó a numerosos sindicalistas y
activistas obreros. El triunfo de la Revolución Rusa supuso una nueva división ideológica en el
socialismo. En 1921, afiliados del PSOE fundan el Partido Comunista Obrero Español.

La política colonial marroquí influyó en la vida nacional. Tras la Conferencia de Algeciras


(1906), España obtuvo derechos sobre el norte de Marruecos. En los primeros años de ocupación
se habían producido incidentes, como el ataque a Melilla y la derrota del Barranco del Lobo.

En 1912, Francia y España pactaron un reparto de Marruecos. El Protectorado español


comprendía un enclave en la costa atlántica y el territorio de El Rif, donde las tribus oponían una
fuerte resistencia y los conflictos eran constantes. El mantenimiento de este protectorado era
costoso y provocaba un fuerte descontento popular. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, se
reiniciaron las operaciones contra los rebeldes para afianzar el control del territorio. El Alto
Comisario Español en Marruecos diseñó un plan. El territorio estaba dividido en dos
comandancias militares (Ceuta y Melilla) separadas entre sí por la bahía de Alhucemas, por lo
que el principal objetivo era dominar dicha bahía. Las cabilas rebeldes seguían al líder
Abd-el-Krim, organizador de guerrillas. En julio de 1921, el general Fernández Silvestre inició una
campaña desde Melilla. Las cabilas de Abd-el-Krim atacaron por sorpresa el puesto español de
Annual provocando una gran desbandada entre las tropas españolas, que perdieron todo el
territorio. Fue el desastre de Annual (22 julio 1921), que puso en evidencia la deficitaria
organización del ejército y tuvo consecuencias importantes para el sistema político

La derrota provocó una gran conmoción pública: críticas al rey, desprestigio y división del ejército,
y oposición del PSOE y los republicanos. Las Cortes abrieron una comisión de investigación
dirigida por Juan Picasso para determinar las responsabilidades del ejército, del gobierno y de
Alfonso XIII, pero el Expediente Picasso no llegó a hacerse público porque el 13 de septiembre de
1923 Primo de Rivera lanzaba un manifiesto al país proclamando el estado de guerra. Alfonso XIII
entregó el poder a Primo de Rivera, que establecerá una dictadura militar.
8.3. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y EL FINAL DEL REINADO DE ALFONSO XIII.
En 1923, la sociedad española y la vida política se encontraban en una crisis insostenible. Las
razones que justificaban la necesidad de cambiar la situación eran: la sucesión de gobiernos
ineficaces; las divisiones internas de los partidos dinásticos y los mejores resultados electorales
de republicanos y socialistas, que provocó la alarma de la oligarquía, la fuerza y radicalización
del movimiento obrero; el proyecto de reforma de la Constitución, de García Prieto, para
democratizar el sistema, reducir la influencia de la Iglesia y limitar los poderes del rey; las
consecuencias del desastre de Annual (1921), que había afectado al ejército (en el Expediente
Picasso se exigían responsabilidades a los militares); y el auge de los nacionalismos.

El 13 de septiembre de 1923 el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera dio un


golpe de Estado: declaró el estado de guerra y exigió que el poder pasara a manos de los
militares. Justificó su actuación por el estado de caos en el que estaba sumido el país y la
incapacidad de los políticos para resolverlo. En su manifiesto “Al país y al Ejército español”,
hablaba de establecer una dictadura temporal. Su objetivo era “limpiar el país de caciques, acabar
con la rebelión social y con la amenazas a la unidad nacional”. El golpe de Estado recibió el apoyo
del rey, el ejército, la Iglesia y la burguesía. García Prieto dimitió y Alfonso XIII encargó formar
gobierno a Primo de Rivera, ligando así su destino al de la dictadura.

El primer gobierno de la dictadura, formado por militares, se denominó Directorio Militar, estaba
presidido por Primo de Rivera. No hubo oposición popular al golpe de Estado; se pensaba que
iba a poner fin a un sistema incapaz de resolver los problemas del país y regenerar la vida
nacional. Se suspendió el régimen constitucional y se disolvieron las Cortes, acompañado de una
rígida censura de prensa. Se sustituyeron los gobernadores civiles por militares y se reorganizaron
los ayuntamientos mediante el Estatuto Municipal. Los concejales serían elegidos por sorteo
entre los mayores contribuyentes y los alcaldes serían nombrados por el Gobierno. Hubo un fuerte
centralismo: se suprimió la Mancomunidad catalana, se prohibió la bandera catalana y el uso
público del catalán. Se adoptaron severas medidas de orden público: se prohibieron las
manifestaciones y las huelgas, así como la actividad de partidos políticos y sindicatos. Se creó la
Unión Patriótica (1924), partido oficial de la dictadura en el que Primo de Rivera intentaba agrupar
a todos los políticos que le apoyaban. Tenía un lema: “religión, patria y monarquía”. En ningún
caso fue un partido fascista que llevara revolucionariamente al poder a Primo de Rivera; al
contrario, fue creado desde el poder. Era un partido sin ideología definida, que integraba en sus filas
una mezcla de conservadores, tradicionalistas, católicos de derechas y monárquicos.
Presentó magnanimidad con los militares salpicados con los sucesos de Annual.

El éxito de los primeros años de la dictadura fue acabar con la guerra de Marruecos. Se dio orden
de comenzar la retirada, pero en 1925, ante un ataque de Abd- el-Krim en la zona del protectorado
francés, se decidió la colaboración de España y Francia. Los españoles desembarcaron en
Alhucemas al mismo tiempo que los franceses atacaban desde Fez. El líder magrebí quedó
acorralado y se entregó a los franceses, despejando así el camino a la finalización de la guerra
(1927). El gran éxito popular que le acarreó esta victoria, animó a institucionalizar el Régimen.

Una vez consolidado el Régimen, en diciembre de 1925 se sustituyó el Directorio Militar por el
Directorio Civil, al nombrar un gobierno formado por civiles y militares. En 1927, Primo de Rivera
convocó una Asamblea Nacional Consultiva compuesta por miembros de la Unión Patriótica,
funcionarios de la administración y representantes sociales. Se le encargó redactar una ley
fundamental (Anteproyecto de la Constitución de la monarquía española de 17 de mayo de 1929),
pero no llegó a entrar en vigor.
La dictadura puso en marcha un programa de desarrollo de la economía española. Se inició una
política económica caracterizada por el intervencionismo estatal: se crearon monopolios estatales
como CAMPSA y Telefónica. Con el Decreto de Protección de la Industria Nacional, se aplicaron
medidas proteccionistas. Además, se concedieron ayudas estatales a las empresas en sectores
industriales fundamentales. Se realizó un ambicioso plan de obras públicas para favorecer el
desarrollo industrial. Aunque a corto plazo esta política favoreció el desarrollo industrial, eliminó el
paro y ayudó a la paz social, a la larga generó una enorme deuda pública. La llegada de la Gran
Depresión (1929) con la caída del comercio exterior, la inflación y el aumento del paro, demostraron
que los éxitos de la política económica de la dictadura habían sido coyunturales. En política social,
se pretendía eliminar los conflictos laborales mediante la intervención del Estado. Para ello se
creó la Organización Corporativa Nacional, con representación de obreros y empresarios, pero
bajo control estatal, que se ocuparía de la negociación entre patronos y trabajadores.

La dictadura se ganó la oposición de muchos cuando fue evidente su intención de perpetuarse. La


oposición al régimen la constituían: los conservadores y liberales, los republicanos (fundaron la
Alianza Republicana e iniciaron una campaña en el exterior), los nacionalistas catalanes.
Intelectuales como Unamuno, Ortega y Gasset, etc., manifestaron su oposición. La UGT abandonó
su apoyo al régimen. La CNT fue perseguida y los anarquistas más radicales crearon la FAI.

Ante la falta de apoyo de todos los sectores de la sociedad, incluso del ejército (llegando a
pronunciamientos como la Sanjuanada) y del propio rey, Primo de Rivera presentó su dimisión el
27 de enero de 1930. Alfonso XIII nombró jefe de Gobierno al general Berenguer, que anunció una
vuelta al régimen constitucional de 1876 y la convocatoria a elecciones generales. Se inicia así la
llamada “Dictablanda”, pero el gobierno y la monarquía carecían ya de credibilidad y el
republicanismo avanzó entre los nacionalistas, el movimiento obrero, los intelectuales e incluso
entre los políticos monárquicos y gran parte del ejército.

La oposición empezó a organizarse: republicanos, catalanistas y socialistas se reunieron y


firmaron el Pacto de San Sebastián en 1930. En él se comprometían a proporcionar una
alternativa a la monarquía, constituyendo un Comité Revolucionario presidido por Alcalá Zamora
para preparar la proclamación de la República. En diciembre de 1930 se sucedieron sublevaciones
militares republicanas, primero en Jaca y luego en Cuatro Vientos, que fracasaron. Los miembros
del Comité Revolucionario fueron detenidos y encarcelados, pero huelgas y manifestaciones
sacudieron todo el país. Berenguer presentó la dimisión el 14 de febrero de 1931 y fue sustituido
por el almirante Aznar que convocó elecciones, empezando por las municipales.

Las elecciones municipales se celebraron el 12 de abril de 1931, aunque salieron elegidos más
concejales monárquicos que republicanos. Alfonso XIII, el 13 de abril de 1931, lanzó un manifiesto
en el que comunicaba la supresión del ejercicio del poder real y su marcha de España. La II
República fue proclamada el 14 de abril, siguiendo los postulados del Pacto de San Sebastián,
creándose un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora.
BLOQUE 9
9.1. LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA, EL GOBIERNO PROVISIONAL Y LA
CONSTITUCIÓN DE 1931. EL SUFRAGIO FEMENINO.
Tras las elecciones municipales del 12 de abril, el 14 de abril de 1931 se proclamó la
Segunda República, en un contexto internacional poco favorable debido a la crisis económica
que siguió al crack del 29 y la crisis de las democracias ante el ascenso de los fascismos. Ante
el triunfo de la coalición de republicanos-socialistas en las principales ciudades, las masas
populares inundaron las calles pidiendo la instauración de la República y el almirante Aznar
dimitió. El 14 de abril de 1931, el Ayuntamiento de Eibar izó la bandera de la República,
seguido de las principales ciudades. Alfonso XIII se exilia en Italia. Se constituye un Gobierno
Provisional, presidido por Niceto Alcalá Zamora y formado por los dirigentes de los partidos
del Pacto de San Sebastián. La República se proclamó oficialmente desde la Puerta del Sol.

Las bases sociales e ideológicas estaban constituidas por partidos republicanos burgueses:
republicanos de izquierda (Acción Republicana de Azaña) y de centro-derecha (Partido
Radical de Lerroux, Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora), nacionalistas,
movimiento obrero (socialistas, PCE, POUM). La República contó con el apoyo de
intelectuales, estudiantes y algunos sectores del ejército. Representan fundamentalmente a las
clases medias y a un sector de la clase obrera. En la Segunda República, distinguimos tres
fases o periodos: Bienio reformista o republicano-socialista (1931-1933), Bienio derechista
o radical-cedista (1933-1936) y Frente Popular (1936-1939), paralelo a la Guerra Civil.

El Gobierno Provisional, presidido por Alcalá Zamora, estaba constituido por una coalición
heterogénea. Se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes para el 28 de junio, y se
pusieron en marcha una serie de medidas inmediatas: políticas (se concede la amnistía a los
presos políticos), judiciales (Ley de Constitución de Jurados Mixtos), materia agraria y
laboral (se establece la jornada laboral de 8 horas, la prórroga automática de arrendamientos y
se obliga a los propietarios agrícolas a cultivar las tierras abandonadas y a contratar como
jornaleros a vecinos del municipio), debate territorial (se inician las negociaciones con vascos
y catalanes para sus futuros estatutos de autonomía), medidas laborales (leyes que regularon
los convenios colectivos, las condiciones de suspensión y rescisión de contratos, el derecho a
vacaciones pagadas, el derecho de huelga), reforma del ejército (para garantizar su fidelidad
a la República, obligando a retirarse a los no afines; se suprimieron las capitanías generales y
se redujo el servicio militar obligatorio), orden público (creación de la Guardia de Asalto),
religiosas (libertad de conciencia y de culto y la aconfesionalidad del Estado), educación
(erradicación del analfabetismo, la coeducación y el laicismo).

Pero el Gobierno Provisional tiene varios conflictos. En primer lugar, la República catalana
independiente. Francesc Macià, líder de Esquerra Republicana de Cataluña, proclama en
Barcelona la República catalana independiente. Pero el gobierno republicano consigue que
Macià se eche atrás. También se da en este periodo una fuerte conflictividad social. Las
huelgas convocadas por la CNT, derivaron en choques con las fuerzas de orden público. Pero
lo más grave fue el enfrentamiento con la Iglesia. El Cardenal Segura atacó duramente al
nuevo régimen. La quema de conventos fue tanto causa como consecuencia de esa postura
eclesiástica y agravó el conflicto anticlerical. El gobierno aprobó la Ley de defensa de la
República. Las elecciones a Cortes Constituyentes tuvieron una elevada participación (70%) y
dieron un triunfo a la coalición republicano socialista. La derecha obtuvo muy pocos
diputados. Las Cortes elaboraron la Constitución de 1931.
La Constitución de 1931 es muy avanzada, con carácter democrático y un gran contenido
social. Se definía a España como "República democrática de trabajadores de toda clase
que se organiza en régimen de libertad y justicia". El principio de soberanía popular se
recoge de forma clara. En lo relativo a la organización territorial del Estado, se buscó un
Estado integral, que admitía la existencia de regiones autónomas y Estatutos de autonomía.
Se da una extensa declaración de derechos: además de los derechos individuales
tradicionales y colectivos, se recogen derechos sociales. Se estableció el sufragio universal
no sólo masculino, sino también femenino, y la separación de poderes: el poder legislativo
residía en las Cortes unicamerales. El poder ejecutivo residía en el Gobierno, pero sus
atribuciones eran controladas por las Cortes. La Jefatura del Estado correspondía al
Presidente de la República, elegido de forma indirecta a través de las Cortes. Nombra al
Presidente de Gobierno y a los Ministros. El poder judicial será independiente. Se creó el
Tribunal de Garantías Constitucionales. La nueva Constitución decía que la propiedad podía
ser objeto de expropiación forzosa o de socialización por causa de utilidad social, tras el pago
de una indemnización. Asimismo, recogía que los servicios públicos y las explotaciones de
interés común podían ser nacionalizados. En materia religiosa se establece la separación
Iglesia-Estado, configurando un Estado laico. Se reconoce la libertad de culto, se suprime el
presupuesto para el culto y el clero, se prohíbe a la Iglesia el ejercicio de la industria, el
comercio y la enseñanza y se reconoce el matrimonio civil y el divorcio.

La Constitución fue aprobada en las Cortes el 9 de diciembre de 1931. Días después se formó
el primer Gobierno constitucional, con Manuel Azaña como presidente del gobierno,
integrado principalmente por republicanos de izquierdas y socialistas. Se cedió la presidencia
de la República al conservador Alcalá Zamora.

En España, las demandas del voto femenino no fueron escuchadas durante la monarquía
liberal borbónica, pero sí hubo una concesión durante la dictadura. Así, la Ley Municipal de
1924 reconocía parcialmente el derecho a voto de la mujer. Pero esta posibilidad de voto
femenino nunca se hizo realidad. En cambio, el voto pasivo sí que se produjo, incluyendo el
nombramiento de la primera alcaldesa de España, Matilde Pérez Mollá en Quatretondeta. La
proclamación de la Segunda República generó esperanzas. Pero la cuestión dentro del
Parlamento republicano mostró una clara división.

Quienes mejor ejemplifican este debate son las diputadas Clara Campoamor, Margarita
Nelkel y Victoria Kent (Partido Radical, el PSOE y Partido Republicano Radical-Socialista).
Campoamor fue defensora del sufragio femenino. Nelkel y Kent eran partidarias de retrasar su
aprobación. El 1 de octubre de 1931 se reconocía el sufragio universal, sin distinción entre
hombres y mujeres. Entre los 161 votos a favor están los diputados del PSOE, los
republicanos catalanes, los federalistas, los progresistas y los galleguistas, y la derecha. En
cambio, entre los 121 en contra estaban los representantes de Acción Republicana y los
republicanos radicales y radicales-socialistas.La mayoría de votos, 188, fueron abstenciones.

9.2. EL BIENIO REFORMISTA: REFORMAS ESTRUCTURALES Y REALIZACIONES


SOCIALES, CULTURALES Y TERRITORIALES. REACCIONES DESDE LOS DIVERSOS
POSICIONAMIENTOS.
Tras la aprobación de la Constitución de 1931, Azaña propuso nombrar presidente de la
República a Niceto Alcalá-Zamora. Este aceptó y el 10 de diciembre de 1931 fue investido
como primer presidente de la Segunda República. Azaña presentó su dimisión como
presidente del Gobierno a Alcalá-Zamora y éste encargó a Azaña la formación del Gobierno,
convirtiéndose en presidente del Gobierno. El gobierno de Azaña era una coalición formada
por Acción Republicana y el PSOE. Por ello, se le conoce como el Gobierno reformista o
republicano-socialista. También tuvo el apoyo de los partidos nacionalistas, mientras que
los radicales de Lerroux fueron la oposición moderada.

El gobierno de Azaña planteó un ambicioso programa de reformas para solucionar los


problemas y modernizarlo, pero tuvo que enfrentarse tanto a la oposición de los sectores
más reaccionarios (intento de golpe de Estado del general Sanjurjo), que consideraba
excesivas las reformas, como a sectores de la izquierda que las consideraba insuficientes.

La reforma agraria fue la más ambiciosa, ya que pretendía acabar con el latifundismo y
convertir en propietarios a millones de jornaleros y arrendatarios. Se aprobó la Ley de Bases
de la Reforma Agraria (septiembre de 1932), que contemplaba la expropiación sin
indemnización de las tierras de la nobleza y la expropiación con indemnización de
grandes propiedades. Estas tierras expropiadas debían ser entregadas a los campesinos.
Para llevarlo a cabo se creó el Instituto de Reforma Agraria (IRA). Los resultados fueron
escasos debido a la falta de presupuesto para pagar las indemnizaciones, la lentitud de los
trámites y la oposición de los propietarios. No solucionó los problemas del campo. El
descontento campesino provocó levantamientos en Extremadura, Andalucía, etc.

La política autonómica también dividió a la sociedad española, entre los que defendían la
unidad de España y los que defendían la descentralización política. La mayor oposición
procedía del ejército, que veía amenazada la unidad de la patria. En 1932 Cataluña obtenía su
Estatuto de Autonomía. En el País Vasco también se intentó lograr un estatuto parecido (sólo
consiguieron la aprobación del referéndum). Galicia, Andalucía y Valencia también los
tramitaron pero no llegaron a aprobarse.

Se impulsó una reforma militar que buscaba tanto reducir el número de oficiales, reorganizar y
modernizar el ejército, así como asegurar su sometimiento al poder civil, terminando con la
intervención del Ejército en la vida política. Se aprobó la Ley Azaña (1931) que permitía pasar
a la reserva a todos los generales y oficiales que no aceptaran jurar fidelidad a la República. Se
creó la Guardia de Asalto como cuerpo leal a la República y encargado del orden público.

Reformas laborales: Largo Caballero, líder de UGT y Ministro de Trabajo, desarrolló una
importante legislación laboral que incluía medidas como la jornada laboral semanal de
cuarenta horas, el seguro de enfermedad, accidente, vejez, etc., ayuda a la maternidad y a la
infancia, vacaciones pagadas, regulación del derecho de huelga, etc. Los enfrentamientos
laborales fueron constantes, como se puede observar en los sucesos de Arnedo.

La política religiosa. Se adoptaron medidas como la Ley de Confesiones y Congregaciones


Religiosas, que reglamentaba el culto público, suponía la extinción del presupuesto de clero y
culto, nacionalizaba parte del patrimonio eclesiástico y se prohibió a las órdenes religiosas
ejercer la enseñanza. Además, el Estado decretó la disolución de la Compañía de Jesús y se
confiscaron sus bienes inmuebles. Se reconocieron el matrimonio civil y el divorcio. Estas
medidas provocaron enfrentamientos entre el Estado y la Iglesia. Uno de los objetivos de la
República fue limitar la influencia de la Iglesia y secularizar la sociedad.

La política educativa y cultural. Muchos dirigentes republicanos y socialistas pertenecían al


mundo cultural y veían en el ideal republicano el instrumento capaz de regenerar el país. Los
mayores esfuerzos en el ámbito educativo se centraron en la enseñanza primaria, ya que el
objetivo era reducir el analfabetismo. Aunque se incrementó el presupuesto de educación
para implantar una educación laica, obligatoria, mixta y gratuita, no fue suficiente.

Por otro lado, los dirigentes republicanos estaban convencidos de la necesidad de mejorar el
nivel cultural de la población y hacer de la cultura un derecho para la mayoría. Con el apoyo
de numerosos intelectuales y artistas se promovieron campañas para llevar la cultura al mundo
rural, las llamadas Misiones Pedagógicas formadas por grupos ambulantes de profesores e
intelectuales que llevaban a los pueblos bibliotecas, cines, coros, conferencias y grupos de
teatro como La Barraca, dirigido por García Lorca. También se abrieron Casas de la Cultura
con bibliotecas estables y se fomentaron las colonias escolares de verano.

Desde la proclamación de la República los conflictos fueron continuos. Tanto la oposición


conservadora como la radicalización popular contribuyeron a obstaculizar el Gobierno. La
difícil situación económica complicó las cosas. Las conspiraciones militares fueron continuas.

Desde 1927 los anarquistas más radicales, agrupados en la FAI, plantearon una lucha frontal
basada en las insurrecciones en el ámbito rural y urbano convocando huelgas y ocupaciones
(levantamientos de Castilblanco y Arnedo).

En agosto de 1932, se dio el intento de golpe de Estado del General Sanjurjo, que fracasó,
fruto del descontento de los militares, especialmente los africanistas, con la reforma del ejército.

Otro problema era la torpeza y los excesos del gobierno en la represión de los
levantamientos campesinos de enero de 1933. La llegada de las tropas de la Guardia Civil o
de la Guardia de Asalto ponía fin a la revuelta. Uno de los acontecimientos más importantes fue
el levantamiento anarquista de Casas Viejas (Cádiz). Allí los campesinos se sublevaron y
atacaron a la Guardia Civil. Se envió la Guardia de Asalto para restablecer el orden.

Estos hechos provocaron la caída de Azaña, al romperse la coalición con los socialistas. Las
principales causas de esta caída fueron: la crisis económica, el aumento del paro, la ofensiva
de las organizaciones patronales, la irrupción del catolicismo político, la oposición de los
radicales de Lerroux y el fracaso en las elecciones municipales de abril de 1933.

Ante la dimisión de Azaña, Alcalá Zamora disolvió las Cortes y convocó elecciones para
noviembre de 1933. A lo largo de 1933, la derecha va reorganizándose y creciendo. Se había
formado la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), bajo el liderazgo de
José María Gil Robles. Los monárquicos formaron Renovación Española, dirigida por
Goicoechea y Calvo Sotelo; y José Antonio Primo de Rivera fundó la Falange Española. Los
grupos de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo se fusionaron en las Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalista (JONS). En las elecciones triunfó el centro-derecha. Las mujeres
votaban por primera vez.

9.3. EL BIENIO RADICAL-CEDISTA. EL FRENTE POPULAR. DESÓRDENES PÚBLICOS.


VIOLENCIA Y CONFLICTOS SOCIALES.
En las elecciones generales de noviembre de 1933, la división de los partidos de izquierda
facilitó la victoria de una coalición de centro-derecha. Las mujeres votaban por primera vez.
El partido que obtuvo más escaños fue la CEDA de Gil Robles (115), seguido por el Partido
Radical de Lerroux (102). En la izquierda, el PSOE seguía siendo el partido con más escaños,
pero reducidos con respecto a la anterior legislatura (de 116 a 58). Alcalá Zamora encomendó
el Gobierno al Partido Radical Lerroux, que gobernó con apoyo parlamentario de la CEDA.
Se inicia así el Bienio Radical-Cedista. En un contexto internacional de crisis económica y de
triunfo del fascismo, el nuevo gobierno paralizó las medidas más reformistas.

Se paralizó la reforma agraria y las expropiaciones: se fijó la devolución de tierras a la


nobleza, se anuló la cesión temporal de tierras y se concedió libertad de contratación. Los
campesinos respondieron con huelgas. La reforma militar siguió vigente, pero se aprobó una
amnistía a los implicados en el golpe de Sanjurjo y se puso en puestos clave a militares
contrarios a la República. Se acercan a la iglesia con la dotación de un presupuesto al culto
y al clero. Se frenó la creación de escuelas y la secularización de la enseñanza. Se frenaron
los intentos autonomistas y se paralizaron el resto de Estatutos.

En este contexto de “contrarreformas”, se produce la radicalización de derechas e


izquierdas, ambas decididas a usar la violencia para imponerse. En cuanto a la derecha, el
aumento de la conflictividad social en el campo y en las áreas obreras consolidó a la
CEDA. Los grupos fascistas españoles se fortalecieron al fusionarse Falange Española con
las JONS en 1934. En cuanto a la izquierda, los republicanos se aglutinaron en Izquierda
Republicana. Se trataba de la fusión de Acción Republicana de Azaña, del Partido
Republicano Radical Socialista y de la Organización Republicana Gallega Autónoma.

La radicalización de los socialistas y la proliferación de huelgas y conflictos llevaron a la


CEDA a endurecer su posición y reclamar una acción más contundente en materia de orden
público, exigiendo participar directamente en el gobierno. Lerroux accedió a estas peticiones
y el 4 de octubre formó un nuevo Gobierno al que se incorporaron tres ministros de la CEDA,
lo que provocó una insurrección por parte de la izquierda.

El 5 octubre de 1934, la UGT convocó una huelga general para defender la democracia
republicana y el reformismo social. Fue un fracaso por la falta de coordinación del
movimiento y la respuesta del gobierno; sólo adquirió importancia en Madrid, Vizcaya, Cataluña
y Asturias. En Asturias, se proclamó la Revolución Socialista de los Consejos Obreros,
cuyo objetivo era superar la República burguesa y sustituirla por un Estado obrero. La revuelta
tuvo un éxito total en las cuencas mineras. En dos días controlaron los principales núcleos
urbanos y conquistaron Oviedo. Pero las tropas traídas de Marruecos, al mando del general
Franco, acaban con la insurrección el 18 de octubre. A partir de ese momento, se produjo un
giro aún más conservador en la política gubernamental. En Cataluña, la insurrección tuvo
un carácter más político. El 6 de octubre, el presidente de la Generalitat, Lluis Companys,
proclamó el “Estado Catalán en la República Federal Española”.

La revolución de octubre de 1934 motivó un endurecimiento de la política del Gobierno y


la influencia de la CEDA aumentó. Se aprobó una nueva Ley de Reforma Agraria que detuvo
el proceso de entrega de tierras y el asentamiento de los campesinos. Gil Robles, como nuevo
ministro de Defensa, colocó en puestos claves a generales contrarios a la República. Franco
fue nombrado jefe del Estado Mayor. Pero el Gobierno era débil y estaba en crisis por las
luchas internas entre el Partido Radical y la CEDA y el aumento de la polarización ideológica.
A la derecha de la CEDA surgió el Bloque Nacional, dirigido por Calvo Sotelo, monárquico,
antirrepublicano y de ideología ultraconservadora. La izquierda, tras la represión que siguió a la
revolución de octubre, impulsó la creación del Frente Popular.

A finales de 1935, se produjo el hundimiento del gobierno debido a la falta de entendimiento


entre cedistas y radicales y a una serie de escándalos económicos que obligaron a Lerroux a
dimitir. El presidente de la República se negó a dar el gobierno a la CEDA. Por eso disolvió las
Cortes y convocó elecciones para febrero de 1936.

En las elecciones de febrero de 1936, los partidos de izquierda crearon una gran coalición
electoral, el Frente Popular. Su programa estaba basado en retomar las reformas del
Bienio Reformista, continuar con los procesos autonómicos y decretar una amnistía para
todos los detenidos tras la revolución de 1934. El Frente Popular estaba integrado por
Izquierda Republicana (Azaña), Unión Republicana (Martínez Barrio), PSOE (Largo
Caballero e Indalecio Prieto), PCE, POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), y contaba
con el apoyo de la UGT y la CNT-FAI. Se presentaron por la derecha, la Falange Española de
las JONS, la CEDA y el Bloque Nacional. En las elecciones ganó el Frente Popular. La
derecha obtuvo más votos, pero la suma de los escaños de las izquierdas era mayor.

Tras las elecciones, el Congreso eligió como nuevo presidente de la República a Azaña, y
éste nombró jefe de Gobierno a Casares Quiroga. El Gobierno, formado exclusivamente por
republicanos de izquierda -sin el PSOE- nacía debilitado. Sus primeras actuaciones fueron
una serie de medidas progresistas y reformistas: se concedió amnistía para los presos
políticos, se reanudó la reforma agraria, se restableció la legislación del bienio y el Estatuto de
Cataluña. Companys volvió a ocupar la presidencia de la Generalitat. Se iniciaron las
negociaciones para la aprobación de un estatuto para el País Vasco y Galicia.

Entre mayo y julio el ambiente social es cada vez más tenso. La izquierda obrera optó por
una postura revolucionaria y la derecha buscaba el fin del sistema democrático. Se
producen luchas callejeras que el gobierno no puede controlar. A la conspiración militar se
unen líderes políticos de derecha, la oligarquía económica y generales antirrepublicanos.
El general Mola toma el mando de la conspiración y prepara el golpe de estado para julio. Su
plan consiste en un pronunciamiento militar simultáneo en todas las guarniciones posibles. El
desencadenante último de la Guerra Civil fueron dos asesinatos: el del teniente republicano
José del Castillo y el de Calvo Sotelo. El fracaso del golpe militar inició la guerra civil.
BLOQUE 10
10.1. LA GUERRA CIVIL: APROXIMACIÓN A LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE EL CONFLICTO.
DESARROLLO DE LA GUERRA Y CONSECUENCIAS.
Durante la Guerra Civil ambos bandos escribieron con sentido propagandístico. El relato
republicano recurrió al argumento de defensa de un gobierno legítimo (motivos políticos y
sociales). El bando sublevado defendía el levantamiento preventivo ante una revolución
comunista (motivos religiosos y nacionales). La Iglesia difundió la guerra como una “Cruzada”
(Joaquín Arrarás). Los historiadores del franquismo (Ricardo de la Cierva) mantuvieron que la
guerra era inevitable. Los hispanistas se basan en la polarización de la sociedad como causa;
destaca Paul Preston. Con el fin de la Dictadura se abrieron posibilidades para el estudio. El
contexto político influyó en una visión de “guerra fratricida”, un relato doliente. La guerra parecía
querer ser relegada al olvido. Las investigaciones de la Guerra Civil en las dos últimas décadas
del siglo XX desbordaron la bibliografía. Paul Preston escribió que no había “una, sino varias
guerras”. Julián Casanova habla de varios tipos de lealtades y José Álvarez Junco de “estratos
conflictivos”. Según Manuel Pérez Ledesma pareció posible un consenso en algunos aspectos.
Hubo debates acerca de dos cuestiones: ¿hasta dónde había que llegar en la búsqueda de las
causas? y ¿hasta qué punto era inevitable? Sobre la primera, los historiadores marxistas y del
ámbito de Annales señalaron una crisis estructural plasmada en la inadecuación de la
Restauración. Paul Preston encuentra los orígenes en las actitudes de los grupos políticos y
sociales. Respecto a la segunda cuestión, los historiadores marxistas y de Annales señalan que la
guerra era inevitable (Payne y de la Cierva). Santos Juliá o Julián Casanova inciden en que la
guerra era evitable. Surgen en los 80 y 90 numerosos estudios. A fines del siglo XX y principios
del XXI aparecieron interpretaciones profranquistas. Un punto de inflexión fue la resolución
parlamentaria de 1999 que condenaba el levantamiento de 1936. Este pseudorrevisionismo
plantea la Guerra Civil como resultado inevitable de la anarquía, por amenaza de la revolución,
sovietización y disolución nacional. Concluyen que las tragedias son culpa de la izquierda violenta y
la derecha reacciona en defensa propia (Pío Moa, César Vidal). La visión de la izquierda se centra
en la Recuperación de la “Memoria Histórica”, con figuras como Todorov.

En cuanto a la guerra, la polarización política arrastraba a la población hacia fascismos y hacia


movimientos revolucionarios de izquierda. El levantamiento fue organizado por el general Mola con
el apoyo de grupos monárquicos, carlistas, falangistas, burguesía financiera y terrateniente y
jerarquía eclesiástica. La idea era una sublevación simultánea en diferentes ciudades para
derribar al Gobierno y decretar el estado de guerra. El régimen republicano sería sustituido por uno
autoritario bajo una Junta Militar presidida por Sanjurjo. El asesinato de Calvo Sotelo el 13 de
julio, como venganza por el asesinato del teniente del Castillo, fue el pretexto para el levantamiento.

La sublevación la inició el coronel Yagüe en Marruecos el 17 de julio. Al día siguiente, Franco se


dirigió a Marruecos desde Canarias para ponerse al frente del ejército de África. Desde el 18 de julio
la sublevación se extendió por la península; triunfó en zonas rurales del norte: Galicia, Castilla
León, Navarra y parte de Aragón, así como en Sevilla, Córdoba, Granada, Zaragoza, Canarias y
Baleares (salvo Menorca). Fracasó en casi todo el este y sur, en la cornisa cantábrica (excepto
Álava y Oviedo) y en ciudades como Madrid y Barcelona. España quedó dividida en dos zonas.
La republicana (zonas industriales y mineras) disponía del Banco de España para las armas. La
sublevada o “nacional” (zonas agrícolas) contaba con tropas africanas, la Guardia Civil, y
voluntarios de milicias organizadas por carlistas y falangistas. Las clases altas y el campesinado
medio apoyaron el levantamiento, mientras que obreros y empleados urbanos, pequeña
burguesía y campesinos apoyaban la República. Una gran mayoría tuvo que ocultar su ideología.
Las semanas tras el 18 de julio fueron muy violentas. En las zonas sublevadas, la represión fue
dirigida a vencer la resistencia: se ejecutó a las autoridades fieles al gobierno y a personas de
izquierda, sindicatos o sospechosos de anticlericales/revolucionarios. En la zona republicana la
represión se inició, aparecieron grupos armados. Fue asesinado José Antonio Primo de Rivera.

En la Primera etapa (julio 1936 - marzo 1937), los sublevados avanzan hacia Madrid. Las tropas
de Mola avanzaron desde Navarra, pero fueron detenidas en la Sierra de Guadarrama. El ejército
de Marruecos, dirigido por Franco avanzó desde Cádiz y Sevilla, donde se une Queipo de Llano,
tomando Badajoz, para dirigirse a Madrid. Franco se desvía hacia Toledo para liberar el Alcázar. En
noviembre, los sublevados intentaron el asalto frontal a Madrid. El gobierno republicano se había
trasladado a Valencia, dejando Madrid con la Junta de Defensa. La resistencia de los madrileños,
apoyados por Brigadas Internacionales, armamento soviético y refuerzos de Barcelona, impidió que
la ciudad cayera. El frente se estabilizó en Ciudad Universitaria. Los sublevados intentaron aislarla
en 1937 pero fracasaron en las batallas del Jarama y Guadalajara. Franco cambió de estrategia,
afrontando una guerra de desgaste. El cerco en Madrid se mantuvo toda la guerra.

En la Segunda etapa (abril 1937- noviembre de 1938) se busca conquistar la zona cantábrica,
Asturias, Cantabria y parte del País Vasco. Contó con las tropas italianas y la aviación alemana
cuyos bombardeos destruyen Guernica. En junio cae Bilbao. Se eliminó el Estatuto de Autonomía.
Entre agosto y octubre se desarrolla la batalla en Santander y Asturias. El General Rojo ordenó dos
ofensivas de distracción. Las batallas de Brunete (julio de 1937) y Belchite (24 de agosto-6 de
septiembre de 1937) no impidieron la caída del norte. En el bando republicano se creó un ejército
popular con reclutas, milicianos y Brigadas Internacionales. El General Rojo lanzó una ofensiva de
distracción en Teruel. Los republicanos avanzaron y tomaron la ciudad, pero una contraofensiva la
recuperó. Franco desplegó un ataque en Aragón para alcanzar el Mediterráneo; llegó por Vinaròs
en la primavera de 1938. La República quedó dividida: Cataluña al Norte y Madrid y Levante al Sur.
La República emprendió la Batalla del Ebro (de julio a noviembre de 1938). Fue la más dura y
sangrienta. El ejército republicano finalmente fue derrotado.

La Tercera etapa (diciembre 1938 a marzo 1939). En enero de 1939, Franco lanzó la ofensiva
sobre Cataluña, que cae sin resistencia. Los sublevados suprimieron el Estatuto y Companys fue
fusilado. La República inició negociaciones, rechazadas por Franco. En febrero de 1939 a la
República solo le quedaba Madrid capital, una parte de la Meseta Sur y la zona costera levantina
hasta Almería. El enfrentamiento entre los republicanos precipitó el final. El presidente del
gobierno, Negrín, del PSOE, y el PCE, eran partidarios de resistir mientras esperaban el apoyo de
Francia y Gran Bretaña. El coronel Casado consideraba que la guerra estaba perdida y era
partidario de un final negociado. El 5 de marzo, Casado dio un golpe de Estado y negoció una
rendición honrosa, pero Franco se negó. Las tropas de Franco entraron en Madrid el 28 de marzo y
el 1 de abril de 1939 Franco firmó el último parte de guerra.

La Guerra Civil tuvo un balance trágico de entre 300.000 y 500.000 víctimas mortales y el exilio
de casi medio millón de españoles, entre ellos intelectuales, científicos y artistas, produciendo un
retroceso cultural y científico. El exilio fue principalmente a Francia, México, África del Norte y la
URSS, principalmente los “niños de la guerra”. Descendió la natalidad y creció la mortalidad. Se
produce un retroceso de la población urbana, por el hundimiento de la industria y la vuelta al
campo ante la escasez de alimentos. Hubo pérdidas de patrimonio cultural. Las destrucciones de
vías de comunicación, instalaciones industriales, viviendas etc., provocaron una caída de la
producción agrícola e industrial. El hambre y el desabastecimiento hicieron que los productos de
primera necesidad tuvieran que ser racionados. El nuevo régimen carecía de reservas de oro y
estaba endeudado. Se estableció una dictadura militar de casi cuarenta años, con la pérdida de
libertades políticas, la prohibición de los partidos políticos. La represión y las ejecuciones se
prolongaron. Se implanta la censura. El rechazo al nuevo régimen provocó el aislamiento
internacional de España.
10.2. EVOLUCIÓN POLÍTICA Y ECONÓMICA EN LAS DOS ZONAS. LA DIMENSIÓN
INTERNACIONAL DEL CONFLICTO.
Tras el golpe militar de julio de 1936, el Estado Republicano se desplomó en septiembre de 1936,
y sería sustituido por Juntas y Comités Revolucionarios. Casares Quiroga dimitió al negarse a
entregar armas al pueblo y el poder pasó a José Giral, que entregó armas a las milicias, pero
también dimitió. Se produjo una revolución social que llevó a la colectivización de gran parte de la
propiedad industrial y agraria y a episodios violentos anticlericales, antiderechistas, etc.

Después, se sucedió el gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936 - mayo de 1937), en


coalición con republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas. Su objetivo era crear un Ejército
Popular unificado, y recomponer el poder del Estado. El gobierno abandonó Madrid y se
trasladó a Valencia (noviembre del 36), quedando la capital bajo el mando de una Junta de Defensa
a cargo del general Miaja. Destacaron violentos episodios: las sacas en Paracuellos, o el
fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera. Pero existía un fuerte enfrentamiento dentro del
bando republicano: los republicanos, el PSOE y el PCE defendían hacer la revolución tras ganar la
guerra, pero los anarquistas y el POUM optaban por el orden opuesto, provocando un
enfrentamiento armado en Barcelona (mayo de 1937). Los intentos de autoridad de la Generalitat
provocaron la insurrección de anarquistas y del POUM. Las consecuencias fueron la caída de
Largo Caballero y la pérdida de influencia de los anarquistas frente a los comunistas.

Juan Negrín (mayo de 1937-marzo de 1939) sustituyó a Largo Caballero. Se unificó la dirección
de la guerra, se reforzó el poder central, se estableció un control sobre la producción
industrial y agraria y la revolución se frenó con los comunistas. Pese a las derrotas, Negrín abogó
por la resistencia y trató de negociar una rendición, los Trece Puntos de Negrín, sin éxito. Sin
embargo, la deriva del bando republicano desde 1938 y la caída de Barcelona hicieron que Azaña
se exiliase y dimitiese. En marzo de 1939, el coronel Casado precipitó el fin de la guerra al
sublevarse contra el Gobierno (5 de marzo) por intentar negociar la paz con Franco. Se creó un
Consejo Nacional de Defensa (general Miaja), que intentó negociar con Franco. El 28 de marzo
Franco entró en Madrid, y tras tomar Valencia y Alicante, el 1 de abril declaró el fin de la guerra.

En la zona sublevada se formó un poder centralizado para ganar la guerra y eliminar de sus
territorios cualquier vestigio republicano. El Ejército fue clave en el nuevo régimen. Tras
comenzar la guerra, los principales generales crearon una Junta de Defensa Nacional (Burgos),
como órgano provisional de gobierno, que nombró a Franco jefe del Gobierno, del Estado y
Generalísimo de los Ejércitos y la Junta de Defensa se transformó en una Junta Técnica del
Estado. Para acabar con los conflictos entre sublevados, Franco promulgó el Decreto de
Unificación: falangistas y carlistas se integraban en un partido único, FET de las JONS (Falange
Española Tradicionalista de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), con Franco a la cabeza.

En julio de 1937, Franco recibió apoyo eclesiástico:los obispos consideraron el alzamiento una
cruzada y el Vaticano reconoció el gobierno de Franco y toda la legislación republicana quedó
abolida. La identificación del nuevo Estado y la Iglesia se conoce como nacionalcatolicismo.

En enero de 1938, Franco formó su primer gobierno en Burgos, bajo un régimen


nacionalsindicalista (fascista y católica). El Estado, ahora autoritario, se centralizó, apoyado en
el Ejército, la Iglesia y la FET de las JONS. Durante la guerra, se creó el Fuero del Trabajo
(sindicato vertical) y se llevó a cabo una contrarrevolución social. Se recurrió a una fuerte
represión, según la Ley de Responsabilidades Políticas. Se supeditaron también todas las
esferas económicas al conflicto y la crisis del momento.

La inicial zona republicana contaba con las principales zonas industriales del país, aparte de la
reserva del Banco de España, pero, las organizaciones obreras y los comités desarrollaron
colectivizaciones e incautaciones que se descontrolaron tras 1937. Al ocuparse tierras se perdió
el control de zonas rurales, y los productos escaseaban. La República apostó por emitir deuda
pública y enviar a la URSS las reservas de oro del Banco de España.

Los sublevados al principio no tenían zonas industriales, pero sí agrícolas, algo clave para el
abastecimiento y manutención de sus tropas. Se controló la producción y se emplearon
préstamos de los estados fascista y nazi y de capitales privados (Estados Unidos) para financiar
sus campañas. Al aumentar el territorio, se eliminaron las colectivizaciones y los repartos de tierra.

La Guerra Civil afectó a la opinión pública, intelectuales, medios de comunicación y gobiernos del
mundo entero: anticipaba el enfrentamiento entre fascismo y democracia. La opinión democrática
progresista mundial estaba a favor de la República (Francia), y Gran Bretaña no pudo oponerse a
un régimen democráticamente constituido, aun viendo en los conservadores un freno a la
expansión comunista. Los partidos obreros se manifestaron a favor de la República. Los regímenes
fascistas, nazis y dictatoriales (Italia y Alemania) apoyaron al bando sublevado. La derecha lo
vendía como un enfrentamiento de occidente contra el comunismo ateo y la izquierda como
una lucha por la libertad y contra el fascismo. Ambos bandos recibieron ayuda internacional, y
se convirtió en un ensayo de la Segunda Guerra Mundial.

Tras el golpe militar, la ayuda francesa cesó por el Comité de No intervención (1936), promovido
por Francia y Gran Bretaña, que decretó la neutralidad y prohibió el suministro de armas. En
octubre de 1936, comenzó a llegar la ayuda soviética y se emplearon las reservas de oro del
Banco de España (el oro de Moscú). El gobierno de México proporcionó armas, alimentos y apoyo
diplomático y los republicanos recibieron ayuda de las Brigadas Internacionales (voluntarios
internacionales antifascistas), pero se retiraron en 1938.

Alemania e Italia apoyaron a los sublevados: Mussolini envió soldados, munición y material bélico.
La Alemania nazi facilitó el traslado del ejército de África, vendió armas y envió la Legión Cóndor
(bombardeo de Guernica), y a técnicos, soldados y oficiales. Portugal controló la frontera, logrando
la entrada de material de guerra para los sublevados, aportó ayuda diplomática y envió voluntarios.
También ayudaron algunas compañías privadas americanas, como la TEXACO.
BLOQUE 11
11.1. EL FRANQUISMO. FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DEL RÉGIMEN FRANQUISTA EN EL
CONTEXTO HISTÓRICO EUROPEO.
La España de 1939, terminada la Guerra Civil, estaba arrasada material, demográfica y
socialmente. Aunque sus instituciones fueron evolucionando, el control absoluto del poder
político por parte de Franco fue constante. Con respecto a su relación con el contexto
internacional, hubo una etapa de 1939 a 1959, con un estado autoritario inspirado en el
fascismo, autarquía económica y aislamiento internacional; y otra de 1959 a 1975, con una
liberalización de la economía y atenuación de los rasgos fascistas.

El franquismo instauró un nuevo Estado con varios rasgos característicos. Era una dictadura
personalista en la que Franco tiene todos los poderes: es Jefe de Estado y de Gobierno, de las
Fuerzas Armadas y del Movimiento Nacional. Se le llamó “Caudillo” o “Generalísimo”. Se
suprimieron todos los partidos y sindicatos salvo el Movimiento Nacional (integra al partido
único FET de las JONS y al que pertenecen los dirigentes de los sindicatos verticales y todos los
cargos públicos). Se da una fuerte y continuada represión de la oposición, que se inició con los
simpatizantes republicanos con la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, las libertades
públicas y los derechos de reunión y asociación fueron anulados y el estado de guerra continuó
hasta 1948. Se controlaron los medios de comunicación como aparatos de propaganda
franquista, con rígida censura. El estado era unitario y centralista: se abolieron estatutos de
autonomía y se fomentó la españolización de los territorios bajo la influencia del nacionalismo
catalán, vasco y gallego, prohibiendo las manifestaciones públicas de sus rasgos culturales,
etnológicos y lingüísticos. A falta de una Constitución, se promulgaron Leyes Fundamentales del
Estado, publicadas gradualmente (son ocho, siendo la última, la Ley para la Reforma Política, de
1976 con Franco ya muerto), para principios e instituciones del Régimen según las necesidades
políticas del momento y las circunstancias internacionales.

Franco era un militar sin formación política ni una ideología definida. Se adaptó a las
circunstancias para mantener el poder y ejercerlo sin limitaciones. Nunca tuvo un proyecto preciso
sobre la organización del nuevo Estado. Los distintos grupos que apoyan al régimen iban
aportando sus fundamentos ideológicos. Se rechaza el liberalismo y la democracia (culpable de la
disolución de la esencia histórica de España), el constitucionalismo, la separación de poderes,
la soberanía popular, el parlamentarismo, el pluralismo político y las libertades y derechos
ciudadanos. Se da un fuerte anticomunismo, justificación de la guerra y el régimen. Sirvió para
salir del aislamiento en la Guerra Fría. Se defiende la unidad de la Patria (“España: Una, Grande,
Libre”): desaparece la autonomía (política y lingüística) y se exalta la unidad nacional y la defensa
de la patria. El régimen se caracteriza por un nacionalismo españolista, que hace referencia a la
Reconquista, a los Reyes Católicos (de cuyo escudo se tomaron el yugo y las flechas), al Imperio
de Carlos V, a los conquistadores y a Felipe II. Una de las bases es el nacionalcatolicismo: se
reconoce el catolicismo como confesión oficial del Estado y se prohíbe la libertad religiosa. El apoyo
de la Iglesia se recompensó con una generosa financiación, el dominio de la vida social, y el control
de la educación. Además, se defendió el tradicionalismo: religión, familia, orden y propiedad.

Otros rasgos del régimen fueron el autoritarismo en el poder (influencia militar). Los símbolos
militares y la organización castrense impregnaron muchas manifestaciones de la vida cotidiana. Se
creó una “Democracia orgánica”: se otorgaba una mínima representación a los “órganos
naturales” de la sociedad: familia, municipio y sindicato. El nacional-sindicalismo consistía en la
prohibición de los sindicatos tradicionales y creación de la Organización Sindical (sindicato vertical
fascista controlado por el Estado), de afiliación obligatoria, con participación de obreros, técnicos y
patronos. Prohibía la huelga y fijaba condiciones laborales y salarios.
El apoyo social vino de parte de la oligarquía agraria, industrial y financiera, de pequeños y
medianos agrícolas del norte y de las clases medias de las pequeñas y medianas ciudades. Los
distintos grupos ideológicos eran conocidos como “las familias” del régimen. La estabilidad se
debió a que ningún miembro del gobierno tenía mucho poder. La Falange, el ejército y la Iglesia
constituyeron los pilares del régimen. El Movimiento Nacional designaba a la FET de las JONS. La
Falange proporcionó los principios ideológicos, símbolos y los cargos de administración, y
controlaron la propaganda y la organización sindical. Para dar apoyo social se crearon la Sección
Femenina, el Frente de Juventudes o el Sindicato Español Universitario (SEU), la Central
Nacional Sindicalista (CNS) y el Sindicato Vertical. La presencia del Ejército en la vida política
fue muy grande, garantizó la continuidad de la dictadura y el orden público y, hasta 1963, juzgaban
los delitos políticos contra la población civil.

La Iglesia católica legitimó y propagó los nuevos principios. Muchos colaboradores procedían de
asociaciones religiosas como Asociación Católica Nacional de Propagandistas y el Opus Dei.
Esta alianza se vio reforzada con el Concordato de 1953 que daba a Franco el derecho de
presentación de los obispos y garantizaba a la Iglesia el control de la educación, la moral pública y
la censura. A partir del Concilio Vaticano II (años 60), se produjo un distanciamiento de la Iglesia.

También destacaron los monárquicos, que querían el restablecimiento de una monarquía católica y
autoritaria, pero los carlistas (tenidos en cuenta) querían la tradición de los fueros y los
donjuanistas (en D. Juan de Borbón; incomodaban a Franco) no querían autonomía.

11.2. INSTITUCIONALIZACIÓN DEL RÉGIMEN. RELACIONES INTERNACIONALES Y ETAPAS


POLÍTICAS.
La configuración del régimen de Franco variaba según los acontecimientos internacionales; así, de
1939 a 1959 se inspiró en el fascismo y mantuvo la autarquía económica con aislamiento
internacional, mientras que de 1959 a 1975 tuvo que liberalizar la economía y atenuar el
fascismo. Entre 1939 y 1959 se distinguen dos etapas:

Los primeros años (1939-1945) fueron una etapa nacionalsindicalista (figura de Serrano Suñer;
predominio de militares y falangistas). El Fuero del Trabajo (1938) regulaba las relaciones
laborales mediante un sindicalismo vertical al que pertenecían obligatoriamente los empresarios y
trabajadores por ramas de producción. A partir de 1942 Franco prescinde de los falangistas más
radicales y establece mediante la Ley Constitutiva de las Cortes (1942) una Cámara consultiva
formada por miembros del Movimiento Nacional. Las Cortes representaban en teoría la soberanía,
pero Franco conservaba plena potestad legislativa. Era una “democracia orgánica” donde el
pueblo participaba a través de sus representantes naturales: la familia, el municipio y el sindicato.

Durante la postguerra mundial y los años 50 (1945-1959), para acercarse a los vencedores de la
guerra, se reduce la imagen fascista y se destaca el catolicismo y anticomunismo. Es la etapa del
nacionalcatolicismo, en la que aumenta la influencia de los católicos de la ACNP y disminuye la
de la Falange. También se promulgan leyes para parecer un Estado democrático: el Fuero de los
Españoles (1945), que establecía deberes y derechos aparentes; la Ley de Referéndum Nacional
(1945); y la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado (1947), en la que España se define como
monarquía y Franco elegiría qué rey le sucedería (respuesta al “Manifiesto de Lausana” (1945) de
Juan de Borbón en el que pedía la dimisión de Franco y la restauración de la monarquía). En 1957,
la crítica situación económica, las protestas y el fin del aislamiento, llevan a Franco a sustituir a
falangistas y militares del gobierno por tecnócratas del Opus Dei, que inician la apertura
económica, y no política, del régimen. La poca oposición se debió a la Ley de Represión contra la
Masonería y el Comunismo; sólo se oponían algunas células (PCE, CNT y PSOE) y los “maquis”.
Entre 1959 y 1975 distinguimos dos etapas:

En los años 60, el régimen político se consolidó. El poder se disputaba entre los tecnócratas del
Opus Dei, que con el apoyo de Carrero Blanco (subsecretario de la Presidencia del Gobierno)
situaban el crecimiento económico como el eje básico de la política y la garantía de la estabilidad
social y los reformistas del Movimiento (Fraga), partidarios de una evolución política. Se
promulgaron leyes para modernizar y dulcificar la imagen: la Ley de Principios del Movimiento
Nacional (1958) establecía los principios básicos del franquismo (Estado monárquico, tradicional y
católico); la Ley de Bases de la Seguridad Social (1963) para facilitar asistencia a trabajadores; la
Ley de Prensa (1966) suprimió la censura previa; la Ley Orgánica del Estado (1967) era una
pseudoconstitución que reconocía o modificaba las leyes fundamentales anteriores; se introduce
por la Ley de Representación Familiar el derecho al sufragio de los cabezas de familia para elegir
a la tercera parte de los procuradores de las Cortes; y la Ley de Sucesión a la Jefatura del
Estado (1969) designó a Juan Carlos de Borbón sucesor de Franco a título de rey. En los años 70
también aumentó la oposición al régimen. Los partidos prohibidos participaron en el Encuentro
Contubernio de Múnich (1962), pidiendo a Europa la democratización de España, a la vez que
esta pedía ingresar en la CEE.

En la etapa final (1969-1975), el régimen está en crisis política porque a los enfrentamientos entre
las distintas familias franquistas se une la organización de la oposición, y económica por la subida
de los precios del petróleo. Aparecen elementos de cambio: las transformaciones económicas y
sociales debidas a la penetración de los modos de vida occidentales generaron una actitud de
rechazo de la dictadura; la Iglesia se distanció del régimen por influencia del Concilio Vaticano II y
dentro del Ejército se fundó la UMD, que quería democratizar el régimen. También cabe mencionar
el caso de estafa Matesa (1969). Franco colocó a Carrero Blanco (franquista puro) al frente de un
gobierno monocolor formado por miembros del Opus Dei. Sus años de gobierno se caracterizaron
por una posición contradictoria entre reforma (como la Ley de Asociaciones Políticas, de
Educación –EGB-, o Sindical) y represión (protestas estudiantiles, obreras, la aparición del grupo
terrorista FRAP -Frente Revolucionario Antifascista y Patriota-), que se endureció reformando la Ley
de Orden Público (1959). También se produjeron varios secuestros y atentados de ETA. El
Proceso de Burgos condenó a 16 acusados de pertenecer a ETA y desencadenó protestas.

Los últimos años de la dictadura, de 1973 hasta 1975, se caracterizaron por la crisis del
franquismo y la inestabilidad. Se debió a: oposición interna, violencia en las calles, deterioro físico
de Franco, división dentro de los dirigentes del régimen, contexto internacional (caída de las
dictaduras de Portugal y Grecia, crisis del petróleo de 1973, conflictos en el Sahara Occidental). A
principios de 1973, el enfrentamiento entre aperturistas (posiciones más democráticas) e
inmovilistas (rechazaban reformas) debilitaron al gobierno. Franco cedió a Carrero Blanco la
Jefatura de Gobierno en junio de 1973. ETA organizó la Operación Ogro y se asesinó a Carrero
Blanco. El nuevo presidente del gobierno, Arias Navarro, prometió reformas de liberalización
(espíritu del 12 de febrero), que fueron un espejismo. Por ejemplo, a la Ley de Asociaciones
Políticas sólo podían acogerse tendencias franquistas. Además, había un agravamiento de la
crisis económica a nivel mundial. Además, el incremento de la oposición que exigía
democracia fue seguido de una represión mayor. Ante la escalada de atentados, el régimen
promulgó la Ley Antiterrorista y Franco firmó cinco penas de muerte, lo que provocó protestas
internacionales. Por la débil salud de Franco, el príncipe Juan Carlos asumió temporalmente la
Jefatura del Estado. El clima era de incertidumbre por el destino del país. Internacionalmente, el fin
de las dictaduras en Portugal y Grecia inició procesos democratizadores. En 1956 España
reconocía la independencia de Marruecos pero no se completó el proceso de descolonización ya
que España conservó Sidi Ifni, el Sahara occidental y Guinea Ecuatorial. España estaba
preparando un referéndum que diera la independencia al Sahara español, cuando el rey de
Marruecos lo reclamó y organizó una movilización popular, la Marcha Verde, para presionar. Para
evitar conflictos, se firmaron los Acuerdos de Madrid y se entregó el Sáhara a Marruecos y
Mauritania y se olvidó el compromiso del referéndum. El 20 de noviembre de 1975 murió Franco.

Las relaciones internacionales del régimen franquista evolucionan del aislamiento al


reconocimiento internacional. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, España se suma al Pacto
Antikomintern para evitar la expansión del comunismo y adopta una política de no beligerancia;
así, no entra en la guerra, pero sí ayuda a las potencias del Eje con el envío de la División Azul y
la Escuadrilla Azul. Sin embargo, a partir de 1943 adopta la neutralidad. En 1945, con el triunfo
de los aliados, España entra en aislamiento internacional. Sufre un bloqueo diplomático y
económico: no se le admite en la ONU ni se beneficia del Plan Marshall. El reconocimiento de
España llegó en 1950 como consecuencia de la Guerra Fría, pues era anticomunista. Se revocó el
bloqueo y en 1953 se firman acuerdos bilaterales con EEUU, que permiten la apertura de bases
militares norteamericanas en España a cambio de ayuda económica y militar. También se firma el
Concordato con la Santa Sede que ratifica las ventajas de la Iglesia. En 1955, España entra en la
ONU. Se pudo integrar en otras organizaciones internacionales (FAO, UNESCO, FMI, Banco
Mundial), pero no se permitió su entrada en la OTAN ni en la CEE al no ser un régimen
democrático. En 1970 se firmó el Acuerdo Preferencial. La entrada de España en la ONU y en el
Fondo Monetario Internacional y la visita a España del Eisenhower finalizaron veinte años de
aislamiento internacional. Sin embargo, fracasa en su intento de recuperar Gibraltar.

11.3. TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ECONÓMICAS EN EL FRANQUISMO.


La Guerra Civil perjudicó la situación económica. El régimen optó por la autarquía económica,
esto es, la autosuficiencia económica, debido a: razones ideológicas (rechazo del libre mercado), la
ausencia de reservas de oro, la imposibilidad de obtener créditos y el bloqueo internacional. El
objetivo era una rápida industrialización apoyada por un rígido intervencionismo estatal. Las
consecuencias fueron la escasez de alimentos y productos básicos, hambre y miseria. Ante esto se
impuso la cartilla de racionamiento para la distribución de estos productos y se generalizó el
mercado negro.

Los años 50 fueron una etapa de transición entre la autarquía y el gran desarrollo económico de los
60, que se conoce como desarrollismo (aunque hubo desequilibrios territoriales). En 1957, Franco
entregó la dirección económica a los tecnócratas del Opus Dei, quienes aplicaron el Plan de
Estabilización Económica (1959). Para ello, liberalizaron la economía, limitaron los salarios y los
créditos, se redujo el gasto público y se aumentaron los impuestos. Así, se redujo la inflación y se
desarrolló el comercio exterior, pero aumentó el paro y la emigración a Europa y hubo pérdida de
nivel adquisitivo con el consiguiente descontento social. A esto se añadieron los Planes de
Desarrollo: se pusieron en marcha tres planes de duración cuatrienal entre 1964 y 1975, que
concedieron ventajas fiscales y crediticias a empresas que siguieron directrices de Estado. Los
objetivos de esta planificación económica eran: aumentar el PIB, desarrollar la industria, modernizar
la agricultura y fomentar el desarrollo económico con inversiones estatales en territorios atrasados.
Para ello se hicieron acciones estructurales, para solucionar deficiencias de la industria, y se
crearon polos de desarrollo (Zaragoza, Valladolid…) para equilibrar y distribuir el desarrollo. Los
resultados no fueron los esperados.

El desarrollismo (1961-1973) duplicó la renta por habitante. Hubo cambios en la agricultura


tradicional, pues tras la concentración parcelaria y el Plan de Colonización en los 50 se mecaniza
la agricultura. Esto, unido al empleo de abonos y selección de semillas, mejoró la productividad. La
mano de obra excedentaria migró a las ciudades, lo denominado éxodo rural. La industria se
modernizó y aumentó su producción, consecuencia de la entrada masiva de capital extranjero
atraído por los bajos salarios y la ausencia de conflictividad de los trabajadores, que supuso una
dependencia del exterior. Las industrias más importantes fueron: la metalurgia, automovilística
(SEAT), los astilleros, la química, la construcción, y, sobre todo, la agroalimentaria. La
demanda energética creció y aumentó la importación de petróleo y se crearon embalses y
centrales hidroeléctricas y nucleares. El turismo se desarrolló espectacularmente en un contexto de
bajos precios y seguridad, y fue una fuente de divisas. Sin embargo, no hubo planificación
urbanística y se destrozó el paisaje costero español (Benidorm). Este crecimiento económico
acelerado presentó aspectos negativos, como: el desequilibrio regional (zonas despobladas y
rezagadas económicamente); un modelo de crecimiento que mecanizaba, lo que aumentó la
productividad, pero no el empleo por igual (hubo muchas emigraciones); y una balanza comercial
deficitaria por el alto valor de las importaciones y bajo de las exportaciones (aunque se compensó
con el turismo, los capitales extranjeros y la recepción de divisas de emigrantes).

La sociedad española de los años 40 y 50 estuvo marcada por el atraso, la pobreza y la


ruralización, y llena de patriotismo, tradicionalismo y moral católica. La importancia de las clases
medias era escasa, y la sociedad estaba polarizada en dos grupos: una reducida oligarquía y una
población urbana y rural pobre.

El desarrollismo propició cambios. Uno de ellos fue el crecimiento demográfico: los altos índices
de natalidad, apoyados por la política pronatalista y la reducción de la mortalidad por las mejoras en
higiene y sanidad incrementaron mucho la población. Además, el desarrollo de la industria y
servicios propiciaron el éxodo rural y 6 millones de personas dejaron atrás el mundo rural para
concentrarse en ciudades como Madrid, Cataluña, País Vasco o las áreas turísticas costeras. Pero
no había empleo suficiente así que también hubo mucha emigración a Europa, siendo el saldo
migratorio negativo. El crecimiento desmedido de núcleos urbanos provocó un urbanismo caótico
que dio lugar a barrios sin alcantarillado, ni alumbrado, ni servicios básicos y de chabolas. Pero el
turismo y la industria permitieron crecer al sector secundario y terciario. Hubo cambios en la
estructura socio-profesional: disminuyeron los jornaleros, aumentaron los obreros, la mujer
abandonó su papel tradicional y se evolucionó a una sociedad con predominio de las clases
medias urbanas. También, la sociedad de consumo comenzó a abrirse frente a la mera
supervivencia de la etapa anterior. No obstante, hubo desigualdad en cuanto a riqueza. Se
impusieron nuevos gustos, modas y costumbres procedentes de Europa, incompatibles con los
valores tradicionales y la moral católica franquista.

La mentalidad de posguerra incluía la intolerancia religiosa, la obediencia jerárquica y el papel de


mujer como esposa y madre. La expansión urbana, los turistas, los medios de comunicación
(televisión y cine) y los emigrantes que dieron a conocer el modus vivendi de Europa llevaron a un
cambio de mentalidad iniciado en los años 60, que supuso la modernización y la europeización de
la sociedad española. Se imitó el “Estado del Bienestar” (modelo de libertad política y social)
implantado en occidente, cambiaron los valores e ideas sobre la familia, la mujer o la educación y
se dio una secularización. Estos cambios no supusieron una apertura política, lo que debilitó los
apoyos del régimen y generó una mayor oposición a él.

11.4. LA REPRESIÓN, EL EXILIO Y LOS MOVIMIENTOS DE PROTESTA CONTRA LA


DICTADURA. LA CULTURA DURANTE EL FRANQUISMO EN ESPAÑA Y EL EXILIO.
La victoria en la Guerra Civil se consolidó en la posguerra con una represión sistemática y
depuración política del enemigo. La Ley de Responsabilidades Políticas (1939-1945), prohibía
manifestaciones y organizaciones opuestas al régimen. Los delitos políticos contra el orden público
se juzgaron por tribunales militares. También se aprobó la Ley de Represión de la Masonería y
el Comunismo (1940) y la Ley de Represión del Bandidaje y el Terrorismo (1947).

En consecuencia, las cárceles se llenaron de reclusos de ambos sexos, siendo explotados


mediante el sistema de redención de penas por el trabajo. Se depuró a funcionarios sospechosos
de haber colaborado con la República, cuyos puestos fueron ocupados por personas cercanas al
régimen. También se confiscaron bienes, se impusieron multas y se embargaron cuentas bancarias.
Destacó la represión hacia la cultura y lenguas de Cataluña, País Vasco y Galicia, así como a las
prácticas religiosas de confesiones distintas a la católica.

Al final de la Guerra Civil, cerca de 400.00 republicanos se exiliaron de España. La pérdida no


fue solo demográfica, sino también económica e intelectual. Sus destinos principales fueron
Francia, y México (repúblicas). Muchos exiliados lucharon contra el Eje durante la Segunda Guerra
Mundial y otros fueron asesinados en campos de exterminio. Se mantuvo un gobierno republicano
en el exilio que confiaba en poner fin a la Dictadura de Franco. Muchos españoles se quedaron
exiliados, otros volvieron a España en los cincuenta y sesenta o tras la muerte de Franco.

Entre 1943 y 1948 se vivió el periodo más difícil para el régimen debido al declive y a la
desaparición de los regímenes fascistas. Estas circunstancias le dejaron aislado, siendo lo más
peligroso el proyecto de una restauración monárquica. Así, en 1946 la ONU recomendó el
bloqueo al país y la salida de los embajadores. El PCE impulsó la acción armada de guerrillas.

La principal oposición a la dictadura desde su inicio hasta los sesenta la comenzó con el hijo de
Alfonso XIII, Juan de Borbón, quien pretendía recuperar el trono y para ello: primero se ofreció a
colaborar con Franco, después trató de presionarle con el Manifiesto de Lausana (1945) y acabó
en el establecimiento de la Ley de Sucesión (1947).

Desde finales de 1944, cobró fuerza el “maquis”, un movimiento guerrillero antifranquista de


anarquistas, comunistas y socialistas; la Guardia Civil y el ejército los eliminó en los cuarenta. En
agosto de 1945, diputados de las Cortes republicanas en el exilio eligieron en México a un nuevo
jefe de Gobierno, José Giral, pero no consiguió ganar influencia. Los partidos y sindicatos habían
sido reprimidos, por lo que buscaron apoyos internacionales desde el exilio. Solo el PCE emprendió
una labor de reorganización en el interior. En Cataluña y País Vasco se produjeron huelgas.

La oposición de los años sesenta se caracterizó por la integración en el bloque occidental,


capitalista y parlamentario. Desde 1961 las huelgas obreras y conflictos se multiplicaron,
reivindicándose mejores salarios, y derecho de huelga, de manifestación o de libre sindicación. A
partir de 1964, el sindicato CCOO será el principal referente del movimiento obrero, aunque en
1966 se declaró ilegal y sus dirigentes fueron perseguidos (Marcelino Camacho). En el mundo
universitario apareció un movimiento estudiantil democrático. Los disturbios de 1965 supusieron
la suspensión de la cátedra de algunos docentes afiliados al Movimiento, detenciones y cierres de
universidades. Por ello, el gobierno decretará el estado de excepción en toda España. Ello
coincidía con los acontecimientos de mayo de 1968 en París. El Concilio Vaticano II (1962-65),
supuso un cambio en el clero y en los católicos. Proliferaron los curas-obreros preocupados por las
condiciones de sus feligreses, que organizaron asociaciones de vecinos y organizaciones católicas
obreras (las HOAC). El clero catalán y vasco se acercó al nacionalismo.

Los grupos y partidos ilegales se opusieron al franquismo. El PCE, liderado por La Pasionaria y
Santiago Carrillo, perdió radicalismo y siguió el modelo “eurocomunista”. El PSOE empezó a
organizarse a partir del Congreso de Suresnes (1974), en el que salió elegido como Secretario
General Felipe González. Los partidos marxistas de extrema izquierda canalizaron el descontento
de la juventud más radical. Algunos de ellos derivaron hacia el terrorismo como el FRAP. Entre los
nuevos partidos minoritarios de carácter moderado se encontraba Izquierda Democrática, de
orientación demócrata -cristiana (Joaquín Ruiz-Giménez). Además, se revitalizaron el PNV y ERC, y
en Cataluña aparecieron nuevas formaciones nacionalistas como Convergencia Democrática de
Cataluña y Unió Democrática de Cataluña. En el País Vasco, el partido hegemónico siguió siendo
el PNV y, en 1959, surgió ETA, que acabó defendiendo la lucha armada contra el franquismo como
medio para alcanzar la independencia, iniciando los primeros atentados en 1964.

En el exterior, las fuerzas contrarias al régimen iban desde la izquierda (PSOE) hasta demócratas
cristianos que en un primer momento apoyan a Franco y que, en 1962, participaron en “el
contubernio de Múnich” en el que reivindicaron un régimen democrático y la solicitud de ingreso
de España en la CEE. En 1974, los principales partidos de la oposición fundaron en París la Junta
Democrática y crearon la Plataforma de Convergencia Democrática. Se unifican en “Platajunta”.

Pero en 1963 se creó el Tribunal de Orden Público para los condenar los delitos políticos:
Proceso de Burgos (1970) contra miembros de ETA; proceso 1001 contra dirigentes de CCOO
(1973); la ejecución de Salvador Puig (1974) y las ejecuciones de tres militantes del FRAP y
dos de ETA de septiembre de 1975 (con la Ley Antiterrorista de agosto de 1975).

El exilio de gran parte de los artistas, filósofos y científicos dejó una cultura de masas: el cine
folklórico, la radio, la literatura de novelas rosa y de aventuras, los toros, el fútbol, la creación del
NO-Do y la inauguración de la televisión. Se crearon instituciones como el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas o el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.
Se estableció una fuerte censura, pero no pudo evitar que algunos escritores como Buero Vallejo en
Historia de una escalera reflejaran las duras condiciones. La educación fue controlada por la
Iglesia. La arquitectura tenía un estilo neoherreriano e historicista (Valle de los Caídos).

Sin embargo, desde los años cincuenta, nacía la generación realista de la posguerra, con obras
como Nada de Carmen Laforet, Muerte de un ciclista de Bardem en cine, la formación del grupo
Dau al set y el grupo El Paso. En arquitectura destacaron arquitectos catalanes como Manuel Valls.

En los sesenta, se favoreció la creación artística y cultural no oficial. La novela experimentó con
las formas y se inició la denuncia política y social (Últimas tardes con Teresa). Las artes
plásticas experimentaron con el informalismo, el action painting y el pop art, del Equipo Crónica. En
arquitectura se dieron avances técnicos y se generalizó el uso del cristal con arquitectos como
Francisco Javier Sáenz de Oiza (Torres Blancas). En 1966 se aprobó la Ley de Prensa con la
aparición de una literatura experimental (Juan Goytisolo) y se permitió la publicación de obras de
autores prohibidos. Surgieron nuevas revistas como Revista de Occidente, que intentaron superar
la uniformidad ideológica que pretendía el régimen franquista. El control se fue diluyendo,
especialmente a partir de la Ley General de Educación (1970) y en los últimos años existía una
nueva cultura alternativa influida por las corrientes europeas contemporáneas.

La cultura española se siguió desarrollando en el exilio. Los intelectuales y artistas exiliados,


aunque encontraron un reconocimiento internacional, eran prácticamente desconocidos en España.
El contacto se mantuvo a través de la difusión de sus obras y las visitas y estancias temporales. En
literatura podemos citar al poeta Juan Ramón Jiménez (que recibió el premio Nobel desde el exilio)
en cine a Luis Buñuel, y destacaron artistas como Picasso, Mirò y Dalí.

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