La Tentación Del Diablo - María Del Mar Castellano

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Nota de la autora

Esta trilogía se ha hecho a partir de unos personajes secundarios de la Saga


Rosa Negra, así que es la continuación de la historia. Sin embargo, puede
leerse de forma independiente si se quiere, aunque contendrá algunos
spoilers importantes de la saga. Al principio del libro hay mucha
información del pasado de los personajes porque tengo que poner en
situación al nuevo lector de todo lo importante de la saga, pero no hay que
preocuparse, conforme se vaya leyendo, todo se irá entendiendo sin
problemas.
Algunas escenas de este libro pueden dañar la sensibilidad del lector. La
trama contiene determinada violencia que no todas las personas podrían
aguantar.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares, la
ambientación y los acontecimientos son producto de la imaginación del
autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o sitios es pura
coincidencia.
Los apellidos rusos tienen género, así que hay una versión masculina y
otra femenina. En su mayoría, a los femeninos se les añade la «a». Ejemplo:
Petrov (masculino), Petrova (femenino). Existen apellidos que no sufren
ningún cambio.

María del Mar Castellanos


Índice

Sinopsis
Prólogo
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Epílogo
La historia continúa
Agradecimientos
Sobre la autora
SINOPSIS

Cynthia Moore vivió unas experiencias traumáticas y decidió comenzar una


nueva vida en otra ciudad. En el turno de noche como enfermera en un
hospital psiquiátrico, se cruza con un misterioso paciente en mitad del
pasillo cuyo apellido le despertó viejas pesadillas: Daniell Petrov.
Por otro lado, Yerik Petrov, conocido como el Diablo, consiguió
sobrevivir a la furia del mar cuando lo lanzaron encadenado. Después se vio
obligado a ocultarse durante tres años hasta que se mostró ante sus
enemigos con una macabra bienvenida.
Con el retorno de Yerik, Cynthia acudirá a Daniell en busca de ayuda y
cerrará un trato peligroso con él, ya que las cadenas de su pasado de las que
tanto le costó liberarse volvieron con más fuerza.
Ella se transformó en un claro objetivo de la peligrosa y temida familia
Petrov. La única forma de sobrevivir a esta es obteniendo la protección del
Diablo y para conseguirlo tendrá que dejarse corromper por él. Sin
embargo, Cynthia querrá mucho más que la supervivencia e irá un pasó más
allá, dejándose consumir por la sed de venganza.

“SEDUCIRÉ AL DIABLO, MATARÉ A SUS SÚBDITOS Y LE HARÉ


ARDER EN SU MISMO INFIERNO”.
PRÓLOGO

Me llaman el Diablo porque soy un hombre incapaz de sentir nada.


No conozco la empatía ni tengo compasión. La ausencia de
remordimientos me hace apto para cometer cualquier atrocidad.
Siempre dije que el amor es la enfermedad más letal del ser humano y
en la mafia no hay lugar para los sentimientos dulces.
Es mi instinto el que conduce mis acciones y no unos estúpidos y
volubles sentimientos.
No hay ni una sola persona en este mundo capaz de conmoverme hasta
tal extremo como para perdonar una vida que ya dicté destruir.

¿Te atreves a llamar mi atención?


INTRODUCCIÓN

Yerik Petrov

Tres años antes.

L a ropa mojada y medio rasgada que llevaba puesta pesaba demasiado,


poniéndomelo muy difícil. Esto era un auténtico desafío para
cualquiera, pero la parte más valiente y despreocupada de mí disfrutaba de
estar muy cerca de la victoria.
Los dedos de los pies rozaron la arena y pude tener un punto de apoyo.
Apreté la mandíbula de pura rabia. Solo esperaba no desfallecer ahora,
después de haber pasado la peor parte.
«¡Maldita salida, que no llega nunca!», rugí en mi mente.
La luna llena fue la única iluminación que tuve en mitad del mar cuando
conseguí llegar a la superficie, desesperado por consumir aire para
mantenerme con vida.
Conseguí deshacerme de las malditas cadenas con las pesas que me
inmovilizaban lo suficiente como para dejarme arrastrar al fondo de las
profundidades. Les puse muy difícil inmovilizarme de la forma correcta, así
que paré de luchar cuando detecté la esperanza de sobrevivir. Aproveché la
ocasión para lanzarme yo mismo por el acantilado antes de que ellos lo
hicieran y se dieran cuenta del error que cometieron.
«Dylan McClain y Rose Tocqueville. Los dos me rendiréis cuentas una
vez que os vuelva a tener de frente», pensé, deseando que mi furia cayera
sobre sus cabezas, aunque antes de eso tenía que mantenerme oculto otra
vez.
Lo único que me importaba era poder liberarme. Después de varios
intentos pude sentir que mi cuerpo estaba al límite y que no aguantaría más.
El oleaje azotaba mi cuerpo magullado y exhausto sin piedad mientras
arrastraba los pies por la arena con una lentitud exasperante. Apenas tenía
fuerzas para seguir avanzando, sin embargo, no pensaba hacer ninguna
pausa ni rendirme. Era el Diablo, un apodo que me gané a pulso, y ni el mar
pudo engullirme.
Quise reír a carcajadas como un demente, pero el único sonido que salía
de mí era la tos, aparte de los ruidos respiratorios que emitía por la
necesidad angustiosa de continuar consumiendo aire puro.
Cuando el nivel del agua descendió hasta descubrir mis rodillas, estas se
doblaron y caí hacia adelante, aterrizando en la arena con los antebrazos.
No pude levantarme otra vez, así que me fui arrastrando como una
culebrilla hacia la orilla, recibiendo la fuerza de las olas. Las aproveché
para dejarme conducir hacia fuera.
Clavé mis dedos en la arena de la playa y relajé mi cuerpo sobre esta,
permaneciendo boca abajo y con la cabeza girada hacia un lado. Las olas,
llegaban a alcanzar mis piernas y mis muslos, dejando el resto de mi cuerpo
libre. La garganta me ardía con tanta tos y la opresión constante del pecho
seguía presente.
Estábamos en pleno invierno y yo estaba casi desnudo, mojado y a la
intemperie.
Cerré los ojos mientras temblaba de frío. A lo lejos fui capaz de oír
voces y risas, pero las ignoré. Solo me preocupaba poder recuperar mis
fuerzas, las suficientes como para poder salir de este lugar.
Cuando la tos se me relajó un poco, escuché unos pasos muy cerca de
mi posición. Abrí los ojos con pesadez y enfoqué mi visión borrosa en un
chico rubio con muy mala apariencia.
—¿De dónde has salido tú? —preguntó con cierta evidencia de
embriaguez.
«Del infierno», le respondí en mi mente, ya que no podía emitir palabras
entendibles.
—Joder. Ese reloj que lleva puesto es de oro, ¿no? —dijo otro, que era
moreno.
Una mano agarró mi muñeca e intentó quitarme la joya. Tiré de mi
brazo, pero, de pronto, la puntera de un zapato impactó en mi cara y me
arrebataron el reloj. Conduje esa mano a mi nariz y cerré los ojos con fuerza
por el dolor.
Maldita era mi debilidad que no podía defenderme en estos momentos.
Sin embargo, era un hombre con mucha paciencia y no me importaba
esperar a adquirir más fuerzas para después llevármelos a todos al infierno.
—También tiene un anillo, una pulsera y una cadena en el cuello. —No
hacía falta que dijera más para entender que también me los iban a robar.
—No tiene muy buen aspecto. Deberíamos irnos antes de que alguien
nos culpe de su estado y nos metamos en problemas. —Me removí sobre la
arena con dificultad y mi mirada chocó con la de una chica. No sabía por
qué, pero le sonreí con picardía.
—¿Le estás sonriendo a mi chica? —espetó el moreno. En
circunstancias saludables, me hubiera carcajeado en su cara. Lo miré con
sorna, pese a estar exhausto, e intenté apoyarme en la arena con las rodillas
y las manos.
—Lo siento —mentí con descaro. Jamás sentía nada, ni siquiera
remordimientos de conciencia. Ignoré la ronquera de mi voz, aunque ni yo
mismo conseguía entender mis palabras con claridad—. Es verla y… —
Cuando fingí un gemido de placer, no pude proseguir, ya que ese estúpido
chico arremetió contra mí de nuevo. Esta vez, la patada la recibió mi
abdomen, lo que provocó que volviera a caer sobre la arena.
—Quítale esas joyas y dejémoslo aquí tirado, como el gusano que es. —
Reí a trompicones y me dejé robar. No iba a conseguir ganar esta partida en
mi estado decadente. Eran cuatro personas: tres chicos y una chica.
Además, tenía que recobrar mis fuerzas.
Presos de la codicia, no tuvieron suficiente con esas tres joyas. También
me dieron la vuelta con una patada en el costado y me hurgaron en los
bolsillos del pantalón mojado para hacerse con la cartera, lo único que había
sobrevivido en mi huida, ya que el móvil se lo tragó el mar.
Finalmente, cumplieron su palabra. Me dejaron tirado, débil y con unas
ansias tremendas de acabar con sus vidas, lo que haría nada más poder
ponerme en pie. Les seguí con la mirada por instinto y alcancé a ver que
ingresaban dentro de una destartalada cabaña, o eso me parecía a simple
vista. Quizás yo estaba demasiado acostumbrado a las riquezas de mi
familia y todo lo que no fuera un palacio era destartalado.
Esperé unos minutos con tranquilidad, lo que a mí me parecieron horas.
Tomé una respiración profunda y me levanté. Nada más estar apoyado sobre
los dos pies, me tambaleé. Mi cuerpo aún seguía débil.
Me estabilicé rápidamente y me acerqué al antiguo lugar en el que
estaban estos chicos. Era fácil de deducir porque había latas de cerveza y
restos de comida a medio comer esparcidos por la arena.
«Vuestras guarrerías estropearán el medio ambiente, pero a mí me
habéis beneficiado», pensé con una sonrisa macabra.
Las farolas que había fuera de la playa, en la calle peatonal, me
ayudaron a encontrar un hueso con la punta afilada y de una longitud
aceptable, lo que me serviría como arma.
—Hora de recuperar mis pertenencias. —Mi susurro fue lúgubre.
Admitía que era muy posesivo con todo lo que tenía en mi poder. Me
enfurecía de una manera inimaginable cuando me arrebataban o me querían
quitar lo que me pertenecía. Lo mío solo era mío y punto.
Si esos chicos me hubieran pedido amablemente que les ayudara porque
necesitaban algo de dinero, tal vez hubiera cedido a entregarles mi reloj o la
cadena, que era lo único que me importaba una mierda perder. No obstante,
cometieron el grave error de robarle al Diablo, aprovechando su debilidad.
Anduve con una lentitud escalofriante hacia la cabaña al mismo tiempo
que silbaba una especie de nana terrorífica, la misma que escuché en una
película de terror cuando era un niño, donde el asesino la tarareaba cuando
estaba cerca de sus víctimas.
Escaneé el entorno con aspecto desinteresado, verificando que no había
ojos curiosos cerca. Además, juraría que era de madrugada.
Subí los tres escalones que conducían a un estrecho porche que rodeaba
toda la cabaña. Decidí analizar el interior a través de las ventanas y tantear
el terreno antes de irrumpir dentro de forma brusca. Acaricié la barandilla
de madera conforme avanzaba con sigilo para no alertarles de una presencia
en el exterior.
Apreté el hueso, listo para apuñalar en el cuello si alguno de estos
imbéciles se cruzaba conmigo. Me agazapé bajo una de las ventanas y
agudicé el oído. Alcé una ceja cuando distinguí unos gemidos, y no
precisamente de dolor. Me alcé lo suficiente como para poder ver a través
de los cristales y lo que vi me dejó impactado. ¿El chico se creía con
derechos sobre la chica y se la estaba follando junto con uno de sus amigos?
Torcí la cabeza para no perderme detalle de las embestidas en ambos
orificios de la chica. Sonreí burlesco. Con la excitación del momento, esta
noche tenía que complacer a mi cuerpo cuando acabara con este objetivo, y
no me refería a la imagen que se daba frente a mis ojos, sino a la misma
muerte, que me excitaba incluso más. La sangre era mi afrodisíaco perfecto.
La apertura brusca de la puerta de la cabaña me puso en alerta al
instante. Me impulsé con un brazo y pasé por encima de la barandilla,
levantando mis piernas. Agradecí estar descalzo sobre la arena porque no
hacía ningún ruido.
—¡Prefiero mear fuera que en esa porquería de baño! —chilló uno de
ellos antes de cerrar de un portazo.
Anduve agazapado alrededor de la cabaña hasta que lo vi de espaldas a
mí. Escuché el ruido de la cremallera de la bragueta y me guardé el hueso
en uno de mis bolsillos traseros del pantalón. La tentación de apuñalarlo
con eso hasta el cansancio era excesiva, pero era consciente de que tenía
que ser una baja silenciosa y limpia para no dejar sangre fuera de la cabaña.
Me coloqué detrás de él y, en un rápido y estratégico movimiento, le
rompí el cuello. Rodeé su cuerpo con mis brazos y lo conduje hacia la
entrada de la cabaña, arrastrándole los pies. Una vez dentro, lo dejé caer
como un fardo, produciendo un ruido sordo cuando su cabeza se estampó
contra el suelo de madera.
Aproveché que los otros dos chicos estaban pasándoselo de maravilla
con la chica en el dormitorio para moverme por el interior de la cabaña en
busca de mis pertenencias, aunque tampoco había mucho que observar.
Frente al mugriento sillón estaba la mesa, donde los idiotas habían
depositado tres de mis joyas y mi cartera. Faltaba mi pulsera de caucho
negro con la insignia de la familia Petrov: el águila. Ese mismo animal,
pero con otra postura, estaba incrustado en el centro del anillo de oro
blanco.
Me coloqué las joyas, me guardé la cartera y seguí inspeccionando la
zona. Mi vista quedó fija en la cocina de gas butano y una sonrisa siniestra
se plasmó en mi rostro. Rebusqué por los pocos muebles que había aquí y
encontré una caja de cerillas. La saqué y la lancé encima de la mesa, al lado
del paquete de tabaco.
Hice caso omiso de los gemidos procedentes del dormitorio y aporreé la
puerta con el puño. No podía arriesgarme a entrar. Alguno podría estar
armado con una pistola y yo solo poseía un mísero hueso. Insistí golpeando
la puerta con fuerza hasta que uno de ellos maldijo y me mandó a la mierda
antes de gritar.
—¡Te voy a matar por interrumpir mi paraíso! ¡¿Qué demonios
quieres?!
«Yo sí que te voy a matar».
Ingresé en el cuarto de baño, justo antes de que él saliera del dormitorio.
Cerré de un portazo y esperé dentro a que el inútil viniera a mí porque eso
era lo que haría. Qué predecibles eran algunas personas…
Empuñé el hueso y me coloqué frente a la puerta sin molestarme en
encender la luz. En cuanto esta se abrió de sopetón, agarré al chico de la
camiseta con mi mano libre y lo atraje a mí, adentrándolo en la oscuridad
del cuarto de baño. Antes de que pudiera reaccionar, le clavé la punta del
hueso debajo de la barbilla y se lo recalqué hacia arriba para incrustárselo
hasta el cerebro. La sangre brotó de la herida mortal y cayó por mi brazo
como una cascada.
—Esto era lo que quería —gruñí, contestando a su anterior pregunta.
Después lo solté sin miramientos y lo dejé tirado dentro del cuarto de
baño, no sin antes revisarlo entero por si tenía mi pulsera. Cuando volví a
salir, un objeto llamó mi atención y fui hacia él. Una idea macabra cruzó
por mi mente mientras evaluaba la lanza, formada por una vara muy larga
con una punta aguda y cortante en un extremo. La cogí y fui nuevamente
hacia el dormitorio, donde los dos que quedaban seguían follando como
animales.
Abrí la puerta de una fuerte patada y los dos torcieron sus cuellos para
tener una visión perfecta de mi presencia. Corrí hacia ellos con la lanza en
alto antes de que el chico, que estaba encima de la chica, pudiera escapar de
mi ataque. Mi fuero interno estaba tan podrido que podía ver la belleza de
este acto.
Clavé la lanza en la espalda del varón y seguí descendiéndola para
clavársela también a ella hasta que la punta afilada chocó con el suelo.
Ambos gritaban, puesto que seguían vivos, por ahora. Retrocedí unos pasos
y les observé con diversión. Los había dejado unidos entre sí y clavados
sobre la cama. Una imagen preciosa.
—El peor error que habéis cometido esta noche fue llamar la atención
del Diablo, uno que os costará la vida —informé, evaluándolos hasta que vi
lo que estaba buscando—. Tan solo pareces una copia barata de mí. —Fui
hacia él y prácticamente le arranqué mi pulsera que tenía en su muñeca.
De ellos solo podía escuchar continuos gorgoteos procedentes de sus
gargantas. Se estaban ahogando en su propia sangre. La mirada suplicante
de la chica me hizo sonreír con ternura.
—La compasión no forma parte de mí, preciosa —le dije con suavidad,
acariciando cada palabra que salía de entre mis labios.
No había ninguna persona en este mundo capaz de conmoverme hasta
tal extremo como para perdonar una vida que ya dicté destruir.
Me puse la pulsera y pasé un dedo sobre el relieve del águila.
«Alexandra, mi viuda negra, ¿por qué fuiste tan imprudente?».
Despejé mi mente de su recuerdo y cogí la ropa de hombre que había en
el suelo. Salí del dormitorio, dejando la puerta entornada, y lancé las
prendas al sillón. Empleé unos minutos para quitarme las mías empapadas,
limpiarme los restos de sangre que había incrustados en mi piel y vestirme
con las que le pertenecían al chico. Tenía que causar una buena imagen para
aquellas personas que me cruzaría por el camino.
El chándal me estaba holgado, detalle que nunca me gustó en mi
vestimenta, pero hacía su función, que era tapar mi desnudez.
Cogí un cigarrillo y lo encendí. Lo mantuve sujeto entre mis labios
mientras preparaba mi partida de este lugar. Dejé la caja de las cerillas
entreabierta encima de la mesa que había frente a la cocina de butano y
encendí el gas. Le di unas profundas caladas a mi cigarrillo y deposité la
boquilla en el interior de la caja de cerillas, manteniéndolo en vertical.
Empecé a silbar mi nana terrorífica y salí de la cabaña sin ninguna prisa.
Cerré la puerta principal y fui alejándome del lugar. Intenté mantener la
mente en blanco conforme me acercaba a la calle peatonal, una tarea que
siempre me fue difícil.
Di mis primeros pasos fuera de la arena de la playa y el estruendo de la
explosión rompió el silencio de la noche. No miré atrás y seguí avanzando
como Dimitri Petrov, mi tío, siempre me enseñó.
—Llegó el momento de volver a casa.
CAPÍTULO 1

Cynthia Moore

En la actualidad.

L a música de relajación que se escuchaba suavemente en la consulta no


hacía su correspondiente efecto en mí. Más bien, solo conseguía
adentrarme más en el pasado, uno del que deseaba huir con desesperación.
Solté un tembloroso suspiro mientras permanecía acomodada en el
sillón con mis manos entrelazadas encima de mi vientre.
Miraba a través del gran ventanal que me obsequiaba unas preciosas
vistas de Milán, aunque su belleza no opacaría jamás el infierno que
habitaba en esta ciudad.
—¿Qué es lo que ronda por tu cabeza en este momento, Cynthia? —Mi
psicóloga desvió la trayectoria de mis pensamientos. Tomé una respiración
profunda para serenarme—. ¿Te encuentras bien? —insistió ante mi
negativa a contestar.
—Es esta ciudad. Me produce escalofríos con tan solo mirarla —dije sin
emoción alguna.
Escuché los continuos golpecitos que Evelina emitía al chocar su
bolígrafo con la libreta que tenía entre sus muslos. Era increíble la paciencia
que esta mujer tenía conmigo cuando yo, en numerosas ocasiones, no
colaboraba en avanzar en nuestras terapias. De hecho, no quería seguir
teniendo estas sesiones que no me servían de nada, pero Alice Vitale fue
quien me empujó a que acudiera a Evelina para recibir ayuda psicológica.
Ella pensaba que me hacía falta, sin embargo, no necesitaba la ayuda de
nadie para superar un pasado desgarrador. Tenía que hacerlo yo sola.
Alice se convirtió en mi mejor amiga y confidente en estos tres últimos
años. Nos conocimos por casualidad en la Universidad de Roma, ciudad
donde vivimos hasta hacía un par de semanas. Me costó mucho trabajo
quebrantar esta coraza que fui forjando durante mucho tiempo para poder
sincerarme con ella. Le conté gran parte de lo que ocultaba en mi interior,
omitiendo detalles que no eran necesarios y que se deberían de quedar en el
pasado.
Después de mis malas experiencias, decidí huir de todo lo que me
recordaba al pasado. Opté por viajar a Roma e ir a la Universidad para
estudiar Enfermería, renunciando a mis antiguos estudios incompletos de
Medicina porque no quería hacer nada que tuviera que ver con mi antigua
vida. Tuve la ventaja de que me convalidaban asignaturas de Medicina, así
que no empleé todos los años que duraba la carrera universitaria de
Enfermería. Ahí fue donde conocí a Alice, una milanesa que acabó en
Roma por elección propia, pero ya decidió volver a su ciudad natal, junto a
su familia. Y aquí estaba yo, de vuelta a una de las ciudades más
horripilantes para mí por petición de Alice. Según ella, me ayudaría el estar
aquí, sin embargo, no encontraba la razón por ninguna parte.
Lo único positivo que podía sacar de todo esto era que, tanto Alice
como yo, trabajábamos en un hospital psiquiátrico de Milán y éramos
también compañeras de trabajo.
Me mudé a un pequeño apartamento, situado en el centro de Milán, muy
cerca de la Piazza de Duomo, en la que estaba el Monumento de Vittorio
Enmanuele II frente a la Catedral Milano. Mi vivienda era pequeña, pero
para mí era perfecta, ya que para una sola persona sobraba espacio.
—En nuestras escasas consultas online, mencionaste muchas cosas
desordenadas, y hoy quiero que profundicemos más en cada una de ellas. —
Me tensé, pero no dije nada—. Cynthia, necesitas sacar todo lo que llevas
dentro para empezar a superarlo y pasar página. —Posó una mano sobre las
mías, llamando mi atención.
La miré directa a sus ojos marrones, que me observaban con una calidez
embriagadora. Me negaba a dejarme convencer por un gesto cariñoso, uno
que nunca recibí por parte de mis padres.
Quise retrasar el momento de estar frente a frente con mi psicóloga, sin
embargo, ya no pude alargarlo más.
—No puedo contar algo que ni siquiera yo entiendo. Toda mi vida se
basó en mentiras dolorosas y macabras —me excusé con el mejor tono de
voz posible.
Me estaba irritando, y no quería pagar mi mal humor con mi psicóloga.
Ella no tenía la culpa de mis cambios de actitud. Ni siquiera podía
reconocerme a mí misma. Si Evelina me hubiera conocido hacía seis años
atrás, por ejemplo, las cosas hubieran sido diferentes. Estaría todo el tiempo
bromeando y riéndome por tonterías, en cambio, ahora solo tenía un gran
vacío y frialdad dentro de mí.
—Háblame de tu infancia. ¿Cómo la describirías? —Me formuló la
pregunta equivocada.
—Solitaria —dije sin más, ganándome su alzamiento de cejas—. ¿Qué
quieres que te diga, Evelina? He sido un estorbo en mi familia. Mi madre
me recriminaba por haber nacido y mi padre me ignoraba completamente.
—¿Cómo se llaman tus padres?
—¿Los de verdad o los de mentira? —respondí.
—¿Perdón?
Hice un gesto con la mano para que ignorara mi comentario que solo yo
sabía lo que significaba. Fijé mi vista al techo y cerré los ojos unos
segundos.
—¿Acaso importan sus nombres? —murmuré. Tomé una bocanada de
aire y giré la cabeza para mirarla fijamente—. De todas formas, crecí con
los Tocqueville, que para mí fueron mis verdaderos padres. No obstante, ya
nada queda de esa familia porque acabó muerta por culpa de terceras
personas. Rose Tocqueville fue como mi hermana, mi confidente, mi
todo… —Se me quebró la voz al pronunciar su nombre en voz alta—.
Todos mis amigos están muertos, incluso mis padres. —Me incorporé para
quedar sentada en el sillón y sonreí con ironía—. Los de verdad y los de
mentira.
—Cynthia, no estás cooperando. —Le dio una palmada a la tapa de su
libreta en la que escribía anotaciones de sus pacientes. Desde luego que mi
ficha tendría que tenerla en blanco de lo poco que le aclaraba—. Solo
quiero ayudarte y para eso necesito que colabores conmigo, por favor.
—He estado rodeada de muerte y organizaciones criminales. —Eché la
cabeza hacia atrás y contuve las lágrimas que querían salir—. Me lo han
arrebatado todo.
—Cynthia… —Me levanté de un salto, y esta vez, la miré como
realmente me encontraba.
—No quiero tener más problemas con la mafia otra vez, Evelina. Ya los
tuve en Nueva York y en Milán. Lo mejor que se puede hacer para
sobrevivir ahí es mantener la boca cerrada.
Solo cuatro personas vivas sabían la verdad sobre mí: Alice y las que
sobrevivieron a los numerosos enfrentamientos que tuvimos contra
organizaciones criminales y bioterroristas.
«Vladimir Doohan, su hermana Kiara y Dylan McClain».
Cuando decidí irme a Roma, no supe nada más de ellos por mi propia
elección, ya que no quería saber nada del pasado ni con todo lo que tuviera
que ver con él.
Rechacé la ayuda de Vladimir, pese a su insistencia en protegerme,
porque no quería tenerlo cerca. No deseaba tener ningún trato con un
responsable directo de la muerte de Rose. Él no la mató, pero sí pudo haber
evitado su muerte y no hizo nada para impedirlo, sino que colaboró.
En alguna ocasión, Alice fue capaz de defender a Vladimir de mis
acusaciones. Según ella, yo le culpaba porque tenía que encontrar a un
culpable en el que descargar mi rabia.
—Tienes mucho dolor, furia y odio dentro de ti. Todo eso te va a
terminar consumiendo si no pones remedio. —Si Evelina estaba irritada con
mi comportamiento esquivo, no lo demostraba.
—No lo niego. Tienes razón. —Me limpié una lágrima solitaria que
había recorrido mi mejilla con el dorso de la mano—. Quiero volver a casa
para descansar un rato. Esta noche me toca trabajar en el hospital.
—Está bien, Cynthia. Espero verte pronto. —Se levantó y dejó su libreta
en el escritorio.
Aproveché esa liberación visual en la que ya no estudiaba mis facciones
y me dirigí hacia la salida de la consulta. Mi mano se quedó paralizada en el
pomo de la puerta.
—¿Evelina? —La llamé en un susurro.
—¿Sí? —La escuché a mis espaldas.
—Gracias por tus sinceras y buenas intenciones de ayudarme. —Abrí la
puerta con lentitud.
«Pero nadie podrá limpiarme las manos que llevo manchadas de
sangre», pensé para mí misma.
Sin esperar una respuesta por su parte, salí de la consulta sin mirar atrás.

✯✯✯

—¿Papá? —murmuré.
Lo único que pude escuchar desde mi posición era la respiración
agitada de mi padre, pero, nada más entrar en su despacho y verle la cara,
se me cortó la mía.
Richard Moore, un empresario bastante reconocido gracias a los
productos revolucionarios que sacó al mercado, tenía un aspecto
demacrado. Su traje estaba arrugado con la camisa por fuera del pantalón
y la corbata casi suelta, dándole un aspecto desaliñado. Una capa de sudor
cubría su rostro. Se encontraba tembloroso, agitado y llorando.
—No tengo el valor para mirarte a la cara, hija mía —gimió y alzó la
mano para detener mi avance, como si no quisiera que me acercara
demasiado a él. Le miré confusa. ¿Qué le estaba ocurriendo como para
presentarse así?
—Papá, ¿qué es lo que está pasando? ¿Por qué corres tanto peligro? —
le pregunté en el borde del llanto.
—Mi amada hija. Mi pobre angelito que destrocé hace muchos años y
que desprecié durante toda mi vida tan solo por existir. —Esas palabras se
clavaron en el fondo de mi corazón. Mis lágrimas ya hicieron acto de
presencia y no hice nada por secar mis mejillas. Tan solo le miraba
fijamente, sin saber qué decir—. Necesitaba verte urgentemente, Cynthia.
—Se separó del escritorio y caminó de un lado a otro con una tensión
muscular importante. Era evidente que sentía pánico por su vida y estaba
muy nervioso por lo que tenía que contarme—. Necesito tu perdón, hija,
quiero tu perdón antes de que me maten. Perdóname por todo el daño que
te he hecho. —Paró en seco en medio del despacho y se revolvió el cabello
con agresividad. La repetición de «hija» en sus labios me resultó extraña,
ya que no estaba acostumbrada a que me llamara así—. Destrocé a mi
ángel. —Nos miró a Rose y a mí de una forma diferente. Se trataba de una
mirada cargada de odio y remordimiento—. ¡Pero yo no sabía que eras mi
ángel, mi todo!
Intenté acercarme de nuevo con mis mejillas mojadas por las lágrimas
que seguían derramándose sin control, sin embargo, mi padre me detuvo
otra vez con la mano y negó con la cabeza.
—Siempre pensé que eras mi condena, pero descubrir que había estado
viviendo una mentira me ha destrozado. No puedo soportar ir al infierno
sin obtener tu perdón. No soportaría irme de este mundo sabiendo que me
odias. —Él no podía controlar sus sollozos.
—Papá, por favor, si quieres mi perdón, déjame acercarme a ti —le
supliqué desesperada.
—Los McClain también viven en la gran mentira. ¡Ellos no pueden
matarte! ¡Dylan cavaría su propia tumba y se autodestruiría en cuanto
despierte! —chilló histérico, dejándonos a las dos paralizadas.
Verlo tan afligido sin saber por qué me estaba rompiendo más y más. Su
agonía le hacía delirar y pronunciaba frases sin sentido.
—Papá, por favor. —Di un paso hacia mi padre, y él retrocedió
asustado. Su rechazo fue como otra puñalada en el corazón.
—Mi Christabella, mi amada. ¿Cómo puede ser posible que piensen que
yo colaboré en su muerte? —Habló consigo mismo con un dolor atroz que
nos azotaba sin piedad—. Nunca hubiera dañado su cuerpo porque es el
que tanto acaricié, admiré y amé todas las noches que pasábamos a
escondidas de William. —El nombre de la madre de los hermanos McClain
seguía doliéndome cuando lo escuchaba, ya que así me llamó cuando me
hizo vivir aquella horrorosa experiencia—. Mi pequeño Dylan, al que
siempre quise y seguiré queriendo como a un hijo, pese a su deseo por
destruirme. El niño nos ayudaba a Christabella y a mí. ¡Pero yo tengo la
culpa de que William desatara su furia sobre su mujer! ¡Esa maldita rata
Salazar me traicionó y me vendió! ¡El padre de Alec provocó que no
pudiera sacar a Christabella y a sus hijos de la ciudad para protegerlos!
—¡Papá, ya basta! ¡Deja de culparte! ¡Te estás autodestruyendo más!
—grité, ansiosa de llegar a mi padre y abrazarlo con todas mis fuerzas.
—¡Yo ya estoy destruido, hija! ¡Cuando conseguí sobrevivir a la
masacre de mi familia y llegar al encuentro con mi amada y sus hijos ya fue
demasiado tarde! —Le dio un puñetazo al escritorio y siguió llorando—.
Los McClain me odian y no entienden nada. Alec me odia y tampoco
entiende. ¡Lo quise alejar de ti, empleando cualquier método, porque no
quería cerca al hijo de Judas! ¡Su padre fue tan culpable como William!
Tanto mi padre como yo sentíamos la urgencia de romper las distancias
que nos separaba, pero una fuerza invisible, que solo Richard podía
controlar, lo impedía.
—La muerte me acecha, Rose, y necesito contar toda esta verdad que
me está quemando por dentro. —Después de mirar a mi amiga, puso su
atención nuevamente en mí—. ¡Tienes que saberla ya para que yo pueda
descansar en paz y quiero que sepas qué tienes que hacer para que los
McClain no te hagan daño! —Su vista volvió a conectar con la de Rose—.
Saca la grabadora y actívala. ¡Rápido!
Su orden suplicante me sobresaltó. No lo pensé más y corrí hacia mi
padre. Al fin nos fundimos en un abrazo acogedor.
—Te quiero, papá, y te perdono todo —le dije con la voz estrangulada
por tener la boca enterrada en sus brazos. Tantas veces anhelé esta
muestra de afecto por parte de mi padre y la recibí en sus últimos
momentos.
—Abrázame bien fuerte, mi ángel, y no me sueltes nunca —murmuró.
De pronto, un ruido fuerte me hizo soltar un respingo. Solté un grito
desgarrador cuando un proyectil penetró en el cristal del ventanal e
impactó en la cabeza de mi padre. Él se desplomó en el suelo,
arrastrándome a mí, ya que no lo solté en ningún momento como bien me
había pedido antes de morir.
Chillé una y otra vez, presa del dolor atroz por ver a mi padre muerto
en mis brazos. Se encontraba con los ojos abiertos y de estos aún se podían
ver como se deslizaban las últimas lágrimas que tuvo acumuladas antes de
que el proyectil le traspasara el cráneo. Abracé su cadáver con todas mis
fuerzas.

—¡Despierta! —chilló alguien mientras agitaban mi cuerpo.


Abrí los ojos de par en par y me enderecé sobre el asiento. Mi
respiración estaba acelerada, al igual que los latidos de mi corazón. Tardé
unos largos segundos en orientarme en espacio y tiempo.
Estaba en el hospital, sentada tras el mostrador del área de control del
primer piso, donde se encontraban las habitaciones de los pacientes no
críticos. En esta planta no había un seguimiento constante por el personal
médico, sino que aquí el paciente tenía cierta libertad, dependiendo de su
cooperación con sus tratamientos. En cambio, en el segundo piso sí había
restricción de movimiento y los pacientes tenían constante vigilancia.
Me había quedado dormida con la cabeza y las manos apoyadas en los
papeles que tenía delante del ordenador. En las tres horas que tuve de
descanso, no pude conciliar el sueño.
Mi mirada se dirigió a Serafina Rossi, mi compañera de esta noche.
Alice y yo la conocimos en nuestro primer día de trabajo. Casi siempre me
tocaba con ella o con Serafina, lo que era de agradecer porque entablé una
amistad con ambas, aunque Alice era especial.
—Lo siento. No tuve la ocasión de dormir el día de hoy. —Me sentí
avergonzada por haberme dormido en el trabajo.
—No te preocupes. No hay ninguna urgencia que atender ahora mismo,
así que no hay problema —dijo con una sonrisa y fue hacia la sala de
materiales.
Solté un suspiro y apoyé mi espalda en la silla giratoria. Mis
pensamientos se dirigieron a ese recuerdo, en el que presencié el asesinato
de mi padre. Esmerald’s, su empresa, fue su tumba.
Al principio no sabía lo que significaban sus palabras porque parecían
incoherencias, hasta que escuché la grabación que obtuvo Rose, donde
Alessa, mi falsa madre, confesó sus maldades. Esa verdad que se escuchó
fue lo que impidió que los McClain me mataran. Mi amiga llegó a tiempo y
consiguió evitar la tragedia.
Durante muchos años, había tres familias enfrentadas por un oscuro
pasado que desconocíamos en aquel tiempo: los McClain, los Moore y los
Salazar. El único objetivo que tenían fue la venganza. No obstante, todos
estuvimos viviendo en la gran mentira.
William McClain sembró el infierno en su familia, donde su mujer
Christabella acabó asesinada y sus hijos, Dylan y Jackson, fueron
maltratados desde que nacieron hasta que el padre murió. Dylan solo vivió
con el propósito de vengar la muerte de su madre, a quien llamaba su Dios.
Aparentemente, William la mató frente a sus hijos cuando el hermano
mayor tenía seis años; y Jackson, solo dos. Se le culpó a mi padre de
colaborar en la desaparición del cuerpo y todas las pruebas apuntaban a él,
pero todo fue un trágico error.
Los restos de Christabella Lombardi fueron encontrados emparedados
en una casa de campo que tenía mi padre veintitrés años después y eso fue
el detonante para que Dylan McClain decidiera secuestrarme y matarme
después como venganza, ya que yo era la hija de Richard Moore que
estuvieron buscando durante años. Lo que no supe fue que mis padres
estuvieron ocultándome hasta tal punto que los McClain desconocían mi
existencia. Ellos siempre supieron del peligro que yo corría si Dylan y
Jackson daban conmigo. Lo curioso fue que tuvieran la urgencia de
protegerme cuando jamás mostraron un signo de afecto por mí.
Mi padre le quitó la vida a Douglas Salazar, el padre de mi novio Alec,
y él no estuvo enterado de que Douglas fue un culpable de toda esta guerra,
así que Alec también quería venganza contra Richard.
Yo estuve en medio de todo ese enredo y casi perdí la vida por el error
de nuestros antepasados. Esa maldita guerra se llevó tanto vidas inocentes
como culpables.
En cambio, en el fondo de los corazones de Dylan y mi padre existía un
amor mutuo que se forjó en el pasado, antes de que Christabella muriese. Al
fin y al cabo, Richard fue como un padre para él, lo que no fue William. Por
esa razón, ambos no tuvieron el valor de atacarse de forma mortal, pero ese
deseo de impartir justicia era tan grande que ansiaban ocasionarse un dolor
atroz.
Pese a todo lo ocurrido, tanto los hermanos McClain como mi padre y
mi novio fueron víctimas del engaño. Solo tres personas fueron los
causantes de todo y ya se encontraban pudriéndose en el infierno: William
McClain, Douglas Salazar y Alessa.
Alessa, mi falsa madre, mató a Christabella, la verdadera, y me sacó de
sus entrañas para utilizarme como cadena y así amarrar a mi padre a ella.
Esta era la explicación de por qué él siempre me despreció, ya que pensó
que yo era el fruto de su falso amor con Alessa. Ella lo tuvo todo bien
planificado en su cabeza y nadie se podría haber imaginado esa atrocidad.
Esto convertía a Dylan y a Jackson en mis medios hermanos por parte de
madre. Por este motivo, ellos no fueron capaces de matarme cuando se
descubrieron las barbaridades que hizo Alessa.
Bloqueé mi pensamiento cuando tuve la desagradable sensación de ser
observada. Mi mirada recorrió cada punto accesible desde mi posición, sin
embargo, no detecté a nadie, y esa sensación todavía no desaparecía.
Me levanté, sin apartar la vista de un punto lejano y oscuro, donde no
alcanzaba la luz del pasillo.
—¿Has visto mi móvil? —preguntó Serafina y parpadeé confusa—.
Juraría que lo dejé aquí para que se terminara de cargar.
—No he visto ningún móvil aquí —contesté.
—¡Joder! —Soltó una maldición y salió al pasillo—. Seguro que ha sido
cosa de Luciano. Al muy idiota le ha tocado guardia en el segundo piso y le
gusta atraerme a ese lugar porque sabe que me da repelús —se quejó y no
pude evitar reír.
Luciano Leone era otro de nuestros compañeros enfermeros que
teníamos en este hospital. Trabajar con él era divertido y hacía que el
tiempo se pasara extremadamente rápido a su lado. Tanto él como Serafina
ya se conocían desde hacía mucho tiempo. Al fin y al cabo, Alice y yo
éramos nuevas aquí. Tan solo llevábamos un par de semanas en Milán.
—Tú no te rías. Te has librado de sus novatadas, por ahora —dijo
mientras me señalaba con su dedo índice.
Dicho eso, se perdió por la negrura del pasillo en busca de Luciano. Me
froté los brazos en señal de nerviosismo porque aún me sentía igual que
antes.
No debería de estar inquieta, ya que los pacientes más críticos y
peligrosos estaban en el piso superior y dudaba de que alguno se hubiera
escapado de su habitación cuando estaban en constante supervisión.
Luciano podría ser todo lo bromista que quisiéramos, pero jamás se
despistaba de su labor.
Resoplé e ignoré cómo se sentía mi cuerpo ante el posible escrutinio de
un desconocido. Sabía que sufriría paranoias al trabajar en un hospital
psiquiátrico, no obstante, asumí el riesgo. Tal vez una parte de mí le gustaba
la adrenalina. Sin embargo, en lo poco que llevaba trabajando aquí, no
había tenido ningún percance desagradable con ningún paciente.
Me senté nuevamente en la silla giratoria y busqué los historiales de mis
pacientes de este piso. Cada enfermero teníamos los nuestros, aunque, en
ocasiones, nos ayudábamos unos a otros. Mientras no tuviera nada que
hacer, estaría estudiando cada caso para absorber el mayor conocimiento
posible de cada paciente.
Mantuve mi vista fija en las carpetas hasta que, de pronto, sentí una
presencia delante de mí. Hice el mayor esfuerzo en no tirar las carpetas al
suelo cuando un hombre estaba mirándome con atención desde el otro lado
del mostrador.
—¿Quién eres? —pregunté en un susurro y me puse en pie con lentitud.
No reconocía a esta persona como paciente mío, así que tendría que ser
de Serafina. Lo evalué, aprovechando que él seguía observándome con una
fijeza alarmante.
Tenía el cabello negro y muy corto, pero lo que más llamó mi atención
fue la marca que tenía en el rostro. Una gran cicatriz cortaba su ceja y
recorría toda su mejilla, dándole un aspecto de rudeza. A eso se le sumaba
su seriedad y la forma que tenía de mirarme con esos ojos azules.
Para mi sorpresa, el hombre misterioso me miró de arriba abajo una vez
más y se alejó sin decirme nada. Rodeé el mostrador para ir tras él, aunque
llegué tarde. Solo alcancé a ver como ingresaba en su habitación, la número
102, y cerraba la puerta.
Me quedé perpleja durante unos largos segundos hasta que me obligué a
ponerme en marcha. No entendía lo que acababa de pasar, pero quería
averiguar qué paciente era, así que volví a tomar asiento y busqué su
historial.
Cuando di con mi objetivo, mi visión quedó paralizada en el nombre de
este hombre de treinta y seis años.

Daniell Petrov.

No le presté la debida atención a su nacionalidad rusa ni a que residía en


Milán, tampoco en sus antecedentes. Con tan solo leer ese apellido tuve
suficiente angustia.
Me acordé de Yerik Petrov, el mayor mal que tuvimos en Milán cuando
Rose y yo permanecimos aquí para huir de la mafia neoyorquina. Nuestro
objetivo fue entrenar duro y prepararnos para volver en busca de justicia,
pero no contábamos con conocer a ese maldito ruso. Por suerte, él ya quedó
atrapado en el fondo de las profundidades del mar y no le haría más daño a
nadie, sin embargo, eso no le devolvió la vida a Damian Wallace ni le quitó
los traumas a Kiara Doohan.
Damian y Vladimir fueron nuestros amigos más cercanos, los que nos
entrenaron y nos enseñaron todo lo que necesitábamos saber para
enfrentarnos a la mafia nada más volver a Nueva York. Por desgracia,
nuestro maestro acabó asesinado a sangre fría por Yerik mediante uno de
sus juegos macabros que tanto le gustaban a él. No pudimos evitar el fin de
Damian, pero, al menos, Rose y Dylan consiguieron acabar con su vida y lo
lanzaron encadenado al mar.
Aunque pasaron tres años desde entonces, ver ese apellido en un
paciente de Serafina me produjo unos escalofríos.
Cuando salí de mi estupor, deslicé la vista hacia su diagnóstico. Fruncí
el ceño ante la anotación del psiquiatra.

Diagnóstico todavía sin definir.

Lo curioso era la cantidad de fármacos de todo tipo que tomaba, desde


antidepresivos hasta antipsicóticos y sedantes. Busqué antecedentes
importantes a tener en cuenta con este paciente, pero solo una frase activó
mis alarmas.

Se le observa inquieto y pensativo, caminando de un lado a otro por su


habitación, con la mirada perdida y susurrando incoherencias
amenazantes.

No podía creer que una persona así estuviera en el primer piso en vez de
en el segundo. Y lo que era peor, ¿qué hacía deambulando por los pasillos
con total libertad? ¿Por qué se me quedó observando con tanta atención?
CAPÍTULO 2

Vladimir Doohan

M
tras él.
ientras que Vicenzo Carbone y Valentino Caruso le cerraban el
paso por el otro extremo del callejón, Carlo Vancini y yo íbamos

—No tienes escapatoria. No pongas esto más difícil —dije con voz
cansada al ver que este depredador sexual, uno de los más buscados por las
autoridades italianas, no se daba por vencido.
¿De verdad que no sabía quiénes éramos los justicieros? A estas alturas,
se hablaba mucho de nosotros en los medios de comunicación, hecho que
antes no sucedía cuando Damian Wallace, mi mentor asesinado, estaba al
mando de esta organización justiciera. Ahora la lideraba yo.
Los justicieros estábamos repartidos por todo el mundo, pero cada sede
se centraba en un territorio. Mi círculo más íntimo y yo operábamos en
Milán, nuestra ciudad, donde pretendíamos devolver la seguridad a las
calles, ya que se estaba plagando de basura conforme pasaban los meses.
La justicia legal estaba siendo muy obsoleta y por eso entrábamos
nosotros en acción, aunque también éramos buscados por las autoridades.
No obstante, contábamos con una gran ventaja: nadie que no perteneciera a
la organización sabía qué personas la formábamos.
Los justicieros teníamos una cosa en común con la mafia y es que
ambos nos regíamos por la Omertà, la ley del silencio, una cuyo
quebrantamiento sería la muerte inmediata. Los justicieros que querían
abandonarnos, les daba la libertad de hacerlo, siempre y cuando
mantuvieran la boca cerrada sobre todo lo que sabían de nosotros. Admití
que rompí con las antiguas tradiciones de Damian y reforcé la organización
con otras nuevas normas.
Nuestra misión también nos transformaba en peligrosos asesinos, sin
embargo, nada más matábamos a los delincuentes mayores. No nos
importaba mancharnos las manos de sangre mientras que esta no fuera de
inocentes.
—Esta escoria huye como un cobarde cuando la justicia estricta va tras
él —bromeó Carlo—. Qué pena que no haya pensado antes de hacer todo lo
que les hizo a esas mujeres —prosiguió al mismo tiempo que avanzábamos.
Cuando el violador y asesino se sintió acorralado, paró en seco y miró
alrededor, buscando alguna vía de escape que no existía para él. Estaba
temblando y sudoroso porque sabía a lo que se enfrentaba. Esta noche no
nos encontrábamos en el mejor lugar para brindarle una muerte lenta y
dolorosa, así que tendríamos que apañarnos con unos cuantos golpes y un
tiro en la cabeza.
—El corderito se quedó sin terreno para correr —ironizó Valentino nada
más llegar a nosotros, junto con Vicenzo.
Como era de esperar, Valentino no pudo controlar su mal carácter y le
dio un puñetazo en la mandíbula. Se tambaleó y tuvo que apoyarse en la
pared de ladrillos para no caer al suelo. Lo miré con una ceja alzada por su
arrebato.
—¿Qué? —Agitó ambos brazos en un gesto de frustración—.
Matémosle ya porque, si tardamos más tiempo, lo mataré a puñetazos yo
mismo.
Revisé el silenciador de mi pistola y le apunté a la cabeza con una
sonrisa maquiavélica. Sin embargo, antes de apretar el gatillo, un proyectil
penetró en su cráneo y salpicó la pared de sangre.
Nos volvimos hacia el origen de la trayectoria de ese disparo y
apuntamos a una figura oscura que se aproximaba a nosotros con pasos
lentos. Abrí los ojos como platos cuando la poca luz que había en el
ambiente iluminó sus rasgos.
—Dylan McClain —le nombré y bajé el arma, aunque ninguno de mis
hombres hizo lo mismo que yo.
—Buona notte, amico[1] —saludó—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la
última vez que nos vimos? ¿Tres años? —Mantuvo una distancia prudencial
con nosotros y sus ojos, tan azules como los míos, nos evaluó uno por uno e
hizo una mueca de desagrado—. Te aconsejo que les ordenes a tus siervos
que dejen de apuntarme. No quiero que haya derramamiento de sangre
porque, si lo hubiera, la mía no sería la única que manchara este lugar. Y no
estoy contando la del pedazo de mierda que está tirado en el suelo con un
agujero de bala en la cabeza.
—¿Me has llamado siervo? —Valentino pasó por mi lado, dispuesto a
llegar a Dylan, y le frené con el brazo sobre su pecho.
El McClain tenía su arma apuntando hacia el suelo, lo que me hizo
entender que tenía mucha seguridad en sí mismo de que ninguno le íbamos
a disparar. Esa confianza que irradiaba levantó mis sospechas.
—Ahora mismo tenéis a unos cuantos francotiradores apuntando a
vuestras cabezas. No soy tan suicida como para presentarme aquí sin
refuerzos. —Dylan sonrió burlesco y, por primera vez, reparé en su aspecto.
Tenía su cabello moreno alborotado y tan solo vestía con unos vaqueros
negros, dejando a la vista un gran tatuaje de una serpiente que se enrollaba
por su brazo derecho y pasaba por la parte posterior del cuello, quedando la
cabeza del animal en el pectoral izquierdo, a la altura del corazón. Desde mi
distancia podía apreciar más detalles. Un tallo con espinas rodeaba al
animal y la rosa negra quedó debajo de la cabeza, como si la serpiente
estuviera protegiendo a la flor. Y, para finalizar, la cola del reptil amarraba
un revólver, cuyo cañón descansaba en el dorso de su mano derecha.
Dylan no solo estaba presumiendo del tatuaje que antes no tenía,
también de sus músculos bastante trabajados.
Hacía bastante calor en pleno verano, pero me dejó anonadado verlo sin
sus acostumbrados trajes de marca.
—¿Ahora veneras la insignia de tu familia? ¿Ya no eres un fugitivo de la
mafia y has vuelto a las andadas? —le pregunté con el ceño fruncido—.
Qué preguntas más absurdas acabo de hacer. Tienes a varios hombres
esperando tu señal para matarnos, ¿no es así? —espeté.
—¿Es un mafioso? —preguntó Carlo.
—Era —le corrigió Dylan con tanta frialdad que le helaría la sangre a
cualquiera—. La serpiente forma parte de mí. No puedo cambiar mi pasado
ni pienso hacerlo. —Cada familia de la mafia poseía su insignia. La de la
familia McClain era la serpiente, concretamente la cobra real—. No
obstante, no estoy aquí para daros explicaciones de mis antiguos actos.
—¿Y a qué has venido? —Ahora se pronunció Vicenzo—. Has matado
a nuestra víctima, cosa que no me importa, pero no nos gusta que un
desconocido se entrometa en nuestros asuntos.
Dylan ladeó la cabeza y sonrió de lado con la vista fija en mí, e ignoró el
comentario de mi compañero.
—Hay ciertos movimientos sospechosos en la familia Petrov y, al
parecer, tienen a un Don[2] empecinado en darme caza —dijo, pero no tuvo
tiempo de proseguir porque Carlo le cortó.
—Eso no es problema nuestro. Arréglatelas tú solito con el líder de esa
familia y no nos involucres en tus problemas personales con ellos.
—Ordena a tus perros falderos que bajen las armas y hablemos como
dos personas civilizadas. De lo contrario… —Dylan dejó la amenaza en el
aire y apretó la mandíbula, dando un paso en nuestra dirección—. Sabes de
lo que soy capaz, Vladimir.
Antes de que cualquiera de mis compañeros pudiese replicar, les pedí lo
que el McClain demandó. A regañadientes, los tres obedecieron, no antes
de soltar unas cuantas maldiciones y palabras malsonantes.
Entonces, Dylan metió el cañón de la pistola entre la cintura de su
pantalón, dejando la culata preparada para ser empuñada rápidamente. Por
inercia, hice lo mismo con la mía.
—¿Por qué el Don iría tras de ti? Yerik Petrov está bien muerto y no
hubo testigos supervivientes que pudiese delataros a Rose y a ti. Es
imposible que su familia se haya enterado de vuestra implicación en el
crimen de ese desgraciado —dije confuso.
—Esa es la cuestión. ¿No crees, viejo amigo? —ironizó el McClain y se
acercó más a mí hasta llegar a invadir mi espacio personal—. Estoy aquí
para proteger a mi hermana. Si me buscan con tanto ahínco, no dudo de que
quieran utilizarla si se enterasen de su existencia para llegar a mí.
La sola mención de Cynthia Moore me puso rígido. No me desagradó
que la llamara «hermana» pese a solo serlo por parte de madre, sino que mi
cerebro no quería escuchar que ella podría estar en peligro.
—Ahora que tengo tu atención gracias a tu interés sentimental con mi
hermana, podemos hablar amistosamente. —Entrecerré los ojos y lo
fulminé con la mirada—. No me mires así. Nunca fue un secreto para mí
que Cynthia te robó el corazón la primera vez que os mirasteis a los ojos y
dudo mucho de que ella te haya devuelto ese corazoncito. —Apreté los
puños con fuerza. Dylan me estaba dejando en evidencia delante de mis
compañeros y no me gustaba—. Dime, Vladimir. Cuando te acuestas con
esa justiciera tuya, ¿no anhelas que sea el cuerpo de mi hermana el que
estás acariciando y saboreando? —Me quedé petrificado en el sitio sin saber
qué decir a esa insinuación. Escuché que Valentino soltaba un silbido, pero
ninguno intervino en nuestra batalla de miradas fulminantes—. Os he
estado observando varios meses, desde que llegué a Milán.
No me cabía la menor duda de que Dylan conocía todos nuestros
movimientos más privados, en especial, los míos. Para mis amigos no era
ningún secreto que Lucrezia Salvatore y yo manteníamos relaciones
sexuales fuera del trabajo, pero me enfurecía que el McClain también
estuviera enterado.
—Dime, Dylan. ¿Tanto amabas a Rose y ya has buscado una sustituta?
¿El Rey de la Oscuridad ya tiene a otra Reina? —contraataqué, observando
las marcas de su cuello.
Le sonreí con malicia cuando su rostro se descompuso por la furia que le
estaba carcomiendo por dentro al atacarle en su punto débil. Quise reír a
carcajadas, sin embargo, me contuve. Si lo que quería era fastidiarme, él no
quedaría fuera de esto.
—Mi Reina es irremplazable. No hay mujer tan buena como ella —
contestó. Me encogí de hombros en respuesta y no indagué más en el tema
de su mentira grabada en el cuello.
—Volviendo al tema principal, que es Cynthia…
—Es la familia Petrov, aunque entiendo que te hayas centrado en mi
hermanita —me interrumpió. Sentí unos enormes deseos de borrarle la
sonrisa socarrona de un puñetazo—. Ese gran problema arrastra a Cynthia,
lo que ella también se convierte en otro problema. —Retrocedió unos pasos
sin apartar su vista de mí—. Como te he dicho antes, estoy aquí para llegar
al fondo de este asunto y proteger a mi hermana, así que nos quedaremos en
esta ciudad una larga temporada.
—¿Nos quedaremos? ¿Quiénes? —Valentino hizo la misma pregunta
que rondó por mi mente.
Dylan echó la cabeza hacia atrás y miró los altos tejados de los edificios
que había en el callejón.
—Mi familia y ninguno pertenecemos a la mafia, así que no vuelvas a
acusarme de traidor y mentiroso, por favor. —Volvió su atención a mí—. Ya
no soy un fugitivo para la organización criminal. Sin embargo, la familia
Petrov empieza a ser muy fastidiosa —finalizó con dureza.
—¿Y qué puedo hacer yo por ti? —quise saber y crucé mis brazos sobre
mi pecho.
—Para empezar, que protejas a Cynthia, cosa que no has estado
haciendo muy bien después de jurarme que lo harías cuando tu camino y el
mío se separaron —me reprochó, enfadándome aún más.
—Tu hermana y tú me habéis culpado de la muerte de Rose Tocqueville
cuando yo lo único que hice fue hacer su voluntad —le solté sin
miramientos—. Ella también fue mi amiga, Dylan. ¿Crees que fue fácil para
mí cumplir su petición, quedando como uno de los causantes de su muerte
por no haberla evitado? —gruñí y di un paso hacia él—. Rose me pidió que,
si la situación se pusiera fea y tuviera que sacrificarse, yo evitara que tanto
Cynthia como tú salieseis perjudicados. —Alzó el mentón, desafiándome
con ese gesto—. Por ese motivo y con todo mi pesar, te dejé inconsciente en
el helicóptero y así poder escapar de aquella isla tenebrosa antes de que
saltara por los aires. —Le señalé con mi dedo índice—. Rose salvó al
mundo de las garras de ese maldito bioterrorista y psicópata, no lo olvides.
Y volviendo a tu anterior acusación, Cynthia me echó de su vida y no
quería que me acercara a ella en un radio de doscientos kilómetros —
ironicé—. Ahora va a ser difícil cumplir su deseo porque vive en la misma
ciudad que yo.
—Estoy enterado de todo sobre ella, pero ¿verdaderamente recibió
protección mientras duró su estancia en Roma? ¿La está recibiendo ahora?
—Que pusiera eso en duda me cabreó.
—¡Sí que la estuve protegiendo todo el tiempo! —Levanté la voz,
controlando la intensidad para no llamar la atención de los oídos ajenos—.
No soy yo quien tiene el ojo echado en sus movimientos, sin embargo, sus
amigos intercambian información conmigo.
—¿Son justicieros? —preguntó Dylan con el ceño fruncido.
—Son más que eso —respondió Vicenzo.
No podía evitar pensar en que, quizás, el McClain ya superó la muerte
de Rose. Siempre fue un hombre impasible, incapaz de mostrar sus
emociones, pero el fallecimiento de su amada lo dejó marcado de por vida.
Me resultaba muy raro que estuviera tan recuperado y no mostrara ni una
sola emoción de dolor al hablar de ella.
—¿Qué se siente, Vladimir? —dijo Dylan de pronto, sacándome de mis
pensamientos—. ¿Qué se siente que te carguen un cadáver que no te
pertenece sobre tu espalda?
No le contesté. Sabía a lo que se refería. Tanto Rose como Cynthia le
culparon de los asesinatos de sus amigos, entre otras cosas, cuando en
realidad fue inocente.
—Al menos, en tu caso se descubrió que el culpable de todos los malos
entendidos fue tu hermano Jackson que, por suerte, ya está muerto. No
obstante, yo no puedo defenderme de la acusación de Cynthia porque,
aunque no tuviera razón en que yo quise ver a Rose muerta, sí acabó así al
permitirlo, pese a que ella me lo pidió —dije con un atisbo de tristeza que él
percibió.
Dylan y yo teníamos algo en común. Ambos nos ocultábamos detrás de
una máscara de falsa apariencia para no mostrar al exterior lo que
verdaderamente sentíamos. Las emociones eran abrumadoras en muchas
ocasiones, tanto que hasta nos desbordaban.
—Mi hermana acabará entendiéndolo. Sobre todo, cuando sepa la
verdad. —Lo miré estupefacto.
—¿Qué quieres decir? ¿De qué verdad hablas? —No lograba descifrar
tanto misterio por su parte y me frustraba.
—¿Por qué te crees que yo ahora sí te entiendo? —Dylan levantó una
mano y me mostró la palma, haciéndome parar cuando instintivamente me
acerqué a él—. En todo caso, pronto lo sabrás. Ahora no es el momento de
rememorar recuerdos, sino de maquinar un plan. —Fruncí los labios,
molesto con él y conmigo mismo.
—Deberíamos hablar en otro lugar. Pronto alguien vendrá y descubrirá
el cadáver —objetó Valentino.
No podía apartar la mirada de Dylan y a él le pasaba lo mismo. Tal vez
estaba esperando a que explotara y lo bombardeara a preguntas, pero no iba
a ser hoy.
Me aparté las greñas que me caían por la frente con la mano. Hacía
mucho calor y mi cabello rubio tenía que tener un aspecto desastroso por el
sudor que empapaba todo mi cuerpo.
—Bien. Hay mucho de lo que hablar. —El McClain pasó por mi lado y
mis amigos le abrieron paso para esquivarlo—. La familia Petrov es una
gran amenaza para todos nosotros, al igual que para Cynthia.
—¿Por qué lo sería también para nosotros? —preguntó Carlo.
Dylan se detuvo y miró sobre su hombro.
—Un juez del supremo y un policía fiscal. Dos joyas Petrov que serían
una amenaza para cualquiera. ¿No crees? —Soltó una risita irónica—. Son
muchos miembros y cada uno tiene su peculiaridad, pero lo que sí
comparten entre todos es un alto nivel de locura.
—La corrupción en el poder legislativo, ejecutivo y judicial. ¡Genial! —
soltó Vicenzo.
Fuimos tras Dylan en silencio. Los justicieros conocíamos a esa familia
de la mafia, aunque no en profundidad. Decidimos que, si ellos no se
convertían en un problema, nosotros les dejaríamos en paz. Sin embargo,
esa paz había acabado. Sobre todo, si la vida de Cynthia Moore estaba en
juego.
CAPÍTULO 3

Cynthia Moore

E l turno de la mañana era mucho más ajetreado que el de la noche, lo


que no nos daba tiempo para aburrirnos. Dante Salvatore, un buen
amigo de Alice que conocí hacía unos pocos días, iba a visitarnos al
hospital.
Luciano y yo nos dábamos prisa para adelantar todo el trabajo que
podíamos, ya que, cuando Dante estuviera aquí, nos entretendría con sus
interminables charlas.
Hoy me tocaba turno con Alice y Luciano en la primera planta, lo que
agradecí porque no estaba lo suficientemente descansada como para tratar
con los pacientes más críticos.
—Necesito un café. —Luciano resopló y se dejó caer en la silla giratoria
del mostrador—. No me funciona el cerebro si no me tomo otro y eso es
una mala señal si tengo que tratar con gente que les funciona el cerebro
peor que a mí.
—Pues baja a la cafetería y ve a por uno —dije mientras registraba en el
programa informático los fármacos que le había administrado a cada uno de
mis pacientes.
—¿Te importaría ocuparte del paciente de la habitación 102 cuando su
familiar se vaya a la mierda? —preguntó con los ojos cansados—. Ese tipo
altanero y egocéntrico me pone de los nervios.
Mis músculos entraron en tensión al recordar quién ocupaba esa
habitación, pero no me opuse a su petición y la acepté con buena cara.
—¿Quién es el familiar? —En realidad, no quería saber la respuesta, ya
que suponía que sería otro miembro de la familia Petrov, lo que me
producía un malestar innato.
—Se llama Karlen Ivanov, y no sé qué parentesco tiene con Daniell
porque no comparten el mismo apellido —contestó y soltó un suspiro—. En
fin, me voy a la cafetería. —Se levantó y me revolvió el cabello con la
mano.
Reí como una tonta. Quizás yo era la única persona que era más feliz
dentro del trabajo que fuera. Aquí mantenía mi mente ocupada la mayor
parte del tiempo y mis pensamientos no me atormentaban tanto.
Todos formábamos un buen equipo. Desde que Alice y yo llegamos
aquí, tanto Serafina como Luciano nos acogieron con los brazos abiertos y
nos explicaron el funcionamiento del hospital y nuestras tareas con una
infinita paciencia.
Dejé el programa informático de lado y revisé el historial de Daniell
Petrov. No le tocaba administrarle ninguna medicación ni teníamos que
realizarle alguna prueba, tan solo debía de comprobar cómo se encontraba,
ya que en dos días recibiría el alta médica si todo iba bien con él. Lo
curioso era que se trataba de un paciente recurrente, así que su familia no
era muy ejemplar en darle los cuidados necesarios en casa.
Tomé una respiración profunda y salí del área de control, hacia la
habitación 102. Cuando iba a tocar la puerta, un hombre alto y robusto la
abrió y se estampó conmigo.
Solté un quejido y retrocedí dos pasos para mirarle a la cara. Sus ojos
azules me evaluaron desde los pies hasta la cabeza con un total descaro.
Carraspeé para llamar su atención y me sonrió de lado. Su cabello era
ligeramente largo y oscuro, donde se le formaba un flequillo ladeado y las
puntas de la parte trasera le llegaban a la mitad del cuello.
—¿Karlen Ivanov? —Quise darme una bofetada mental por pronunciar
su nombre, evidenciando que me informé de él.
—Vaya, ¿has estado preguntado por mí? —Su sonrisa no se le borraba
de la cara y yo no sabía qué decir respecto a eso. Ante mi negativa a
responder, bajó la mirada hasta mi tarjeta identificatoria que llevaba
enganchada en mi uniforme—. Señorita Moore —pronunció mi apellido
como si lo acariciara con ternura—. Interesante. —Se llevó una mano a la
barbilla y adquirió una postura pensativa.
Una especie de alarma resonó en mi interior, advirtiéndome de que no
me acercara mucho a Karlen. Un misterio oscuro y perverso le envolvía y
no sentía curiosidad como para querer descifrar una mínima parte.
—He venido a comprobar cómo se encuentra Daniell. —Para mi
sorpresa, lo dije firme cuando por dentro era un manojo de nervios.
—Por supuesto. —Dio un paso hacia el lado para dejarme pasar a la
habitación. En cambio, no me moví de mi lugar. Su mirada penetrante
seguía clavada en la mía y parecía que me mantenía inmovilizada a
propósito—. Puedes pasar. No te voy a morder. —Pestañeé atónita y pasé
por su lado, pero, antes de poder ingresar en la habitación, su aliento en mi
oído me detuvo abruptamente—. Todavía.
Abrí los ojos de par en par y giré la cabeza para mirarlo, sin embargo, él
ya se estaba alejando por el pasillo, hacia la salida. ¿Qué le pasaba a este
tipo? Ahora entendía a Luciano cuando dijo que le ponía de los nervios.
Aparqué las malas sensaciones que me transmitió Karlen y cerré la
puerta tras de mí sin mirar hacia atrás. Tragué saliva con dificultad al no ver
a Daniell por ningún lado.
Di unos pasos hacia el centro de la habitación y la escaneé
minuciosamente. No obstante, antes de girarme hacia la salida, una voz
profunda me sobresaltó.
—Cuidado. Sus mordeduras son muy tóxicas.
Daniell estaba al lado de la puerta. Al parecer, estuvo detrás de esta
escuchando la corta conversación que mantuve con Karlen y no hizo el más
mínimo ruido cuando entré aquí.
Su cicatriz de la cara le daba un aspecto más peligroso de lo que por sí
sería.
—Él estaba bromeando. —Solté una risita nerviosa para restarle
importancia.
—En mi familia no existen las bromas. —Todos los músculos de mi
cuerpo se tensaron ante sus palabras y solo sentía la necesidad de salir
corriendo de aquí—. Estoy bien, si es para saber eso a lo que has venido
aquí. —Asentí con la cabeza.
—En dos días te daremos el alta médica si todo sigue así de bien. Les
daremos unas indicaciones a tu familia para que…
—¿Se ocupen de mí y me cuiden como a un niño pequeño? —Se acercó
a mí con lentitud. Me mantuve quieta, aunque mis sentidos me pedían que
mantuviera las distancias—. Sobrevivir en mi casa con la mente intacta es
muy complicado.
—¿No quieres estar allí, entonces?
Cuando se detuvo muy cerca de mí, me evaluó con sus ojos azules. No
sabía qué estaba mirando con exactitud, pero se entretuvo demasiado en mi
tarjeta identificatoria, como hizo Karlen.
—Pareces un ángel —dijo de sopetón y su vista se clavó en la mía—.
Lástima que te vayan a cortar las alas para hacerte caer.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté dubitativa.
—El infierno te preparará la bienvenida y yo no podré hacer nada para
salvarte. —Giró sobre sí mismo y se sentó en la cama—. El mal quiere
venganza, señorita Moore. Cuidado con lo que eliges.
Sin saber qué más decir, opté por salir de la habitación. Antes de
alcanzar el control de enfermería, la voz de Karlen me paralizó en mitad del
pasillo.
—¿Asustada? —Lo miré sobre mi hombro. Intenté no mostrarle ninguna
de las emociones que luchaban en mi interior.
Pensé que insistiría en hablar conmigo, pero no lo hizo. Tan solo me
miraba con una sonrisa ladeada. Retomé mi camino y me apoyé en el
mostrador. No pude evitar echarle un último vistazo, sin embargo, Dante
apareció en mi campo de visión. Me fijé en cómo ambos se observaban con
los rasgos asesinos, como si quisieran lanzarse al cuello para estrangularse.
Finalmente, Karlen se perdió en la habitación de Daniell y Dante llegó
hasta mí.
—¿Tienes algún problema con ese hombre? He visto cómo os habéis
mirado —pregunté.
—Solo es alguien cuya atención no querrás llamar —contestó
secamente.
—¡Vaya! ¡Ya estás aquí! —Alice salió desde atrás de mí y se lanzó a sus
brazos para brindarle un fuerte abrazo.
Luciano me pasó un brazo por mis hombros y me apretó contra él.
—¿Quieres un café? —Me lo colocó delante de mis narices y negué con
la cabeza. Con el nerviosismo que me corroía por dentro, mi organismo no
toleraría más cafeína.
No podía permitir que la corta conversación que mantuve con Karlen y
Daniell me afectara. Lo último que quería era tener más problemas. Lo
mejor sería no darle más vueltas al asunto, ya que carecía de importancia y
dejaría de verlos en cuanto el paciente volviera a su casa, donde debería de
estar.
Luciano y yo tomamos asiento detrás del mostrador mientras que Alice
y Dante se apoyaron en este desde fuera.
—¿Os apetece salir esta noche? Sería algo tranquilo. He pensado en que
podíamos ir a la cafetería Paradiso[3] —ofertó Dante.
—Me parece genial —dijo Alice entusiasmada y me miró—. Mañana
tenemos el día libre en el hospital y podríamos aprovechar para divertirnos
un poco.
—Yo también acepto ir —intervino Luciano con una sonrisa.
—Podríamos preguntarle a Serafina si quiere acompañarnos —respondí,
dando por hecho que asistiría.
—A ella le toca trabajar esta noche, pero saldremos más veces y
coincidiremos todos juntos. —Me encantaba la alegría que siempre
desprendía Alice con cada palabra que decía—. Ya es hora de que nos
divirtamos un poco, Cynthia, y conozcas los placeres de la vida —insinuó,
alzando ambas cejas.
Mi amiga tenía razón. Ya había estado encerrada lo suficiente como para
sufrir en silencio y no quería estar permanentemente en este pozo y
refugiarme en la soledad. Le sonreí y asentí con la cabeza.
—¡Genial! —Dante dio una fuerte palmada y los tres dimos un respingo
inesperado—. Por cierto, ¿os he hablado ya de la fiesta de máscaras que se
celebrará el sábado de la próxima semana?

✯✯✯

El interior del Paradiso estaba muy tranquilo. Al ser entre semana y estar
en pleno agosto, la gente elegía sus vacaciones en la playa, cosa que Milán
no poseía.
Luciano había pedido una jarra con una mezcla de licores interesante,
adquiriendo un color verdoso. Dante se entretuvo hablando con la camarera,
cuyo rostro no veía desde esta mesa que estábamos ocupando.
Alice casi se atragantó con un trago del licor y Luciano empezó a darle
unas palmadas en la espalda tan fuertes que hice una mueca de dolor.
—Pero ¡qué bestia eres! —se quejó ella y él rio a carcajadas.
Una sonrisa se plasmó en mi rostro por inercia. Estar rodeada de
personas felices me reconfortaba porque las emociones ajenas se me
contagiaban rápidamente.
Estuvimos bromeando durante cinco minutos, riéndonos de forma
escandalosa, hasta que Dante se unió a nosotros.
—No hace falta que te busques una máscara para esa fiesta. Tu propia
cara ya te sirve como si fuera una Moretta —le bromeó Luciano a Dante.
Dentro de las máscaras venecianas, mi favorita era la Colombina, que
cubría media cara, dejando la mandíbula y los labios a la vista. A menudo
estaba decorada con plata, oro, cristales y plumas. La Moretta tenía una
forma ovalada, hecha de terciopelo negro, con agujeros solo para los ojos.
Algunas daban escalofríos con tan solo mirarlas porque no sabías quién se
ocultaba detrás.
—Debemos ir a comprar los trajes y las máscaras —me informó Alice
con frenesí porque asistiríamos todos a esa fiesta enmascarada. Eso quería
decir que me esperaba un día de compras con ella, lo que me gustó.
—¿Cynthia? —Esta vez me llamó una voz muy conocida.
Tragué saliva con dificultad por el nudo que se estaba formando en mi
garganta y levanté la mirada.
—Kiara —musité.
—Qué sorpresa verte por aquí. No sabía que habías vuelto de Roma y
jamás me hubiera imaginado que te instalarías en Milán. —Pese a que me
hablaba con entusiasmo, era evidente para mí que estaba conteniendo las
lágrimas.
La infancia de los hermanos Doohan tampoco fue fácil para ellos. Tanto
Vladimir como Kiara terminaron en un orfanato y se criaron allí hasta que
una familia los quiso adoptar juntos para no separar a los hermanos.
Vivieron felices con sus padres adoptivos hasta que la madre falleció y
el padre se metió en problemas con unos mafiosos. Él fue capaz de entregar
a Kiara como el pago de una deuda, donde acabó en el prostíbulo. Vladimir,
creyendo que su hermana fue asesinada por culpa de su padre, lo mató y fue
a un reformatorio. Allí conoció a Damian y formaron un vínculo especial.
Después crearon su organización justiciera.
Rose y yo conocimos a Kiara en la misma noche que la rescatamos del
prostíbulo, en cuanto Vladimir y Damian se enteraron de que estaba viva y
cautiva allí.
Una vez que ella volvió a su verdadero hogar, nos dimos cuenta de que
tenía serios problemas con las drogas, ya que fue obligada a consumirlas
para permanecer dócil en su cautiverio. Después su hermano tuvo que
enviarla a un centro de desintoxicación hasta que se recuperó totalmente.
Siempre admiré su fortaleza para salir adelante.
—Volví hace dos semanas gracias a Alice. —La señalé con el dedo.
Kiara continuó mirándome, debatiéndose entre marcharse o seguir
hablando conmigo. La entendía a la perfección, ya que fui yo la que me
alejé de ellos durante tanto tiempo y no supieron nada más de mí.
Una parte de mí se quebró y mi cuerpo reaccionó sin poder detenerlo
antes. Me levanté de la silla y la abracé con fuerza. Ella no tardó en
devolverme el gesto y hundió su rostro en mi cuello. ¿Cómo pude
mantenerme alejada de ella, que siempre fue un ángel roto, y no molestarme
en darle una explicación? Kiara no mereció mi desplante cuando fue
Vladimir el receptor de toda mi furia.
—Te he echado mucho de menos. Pensé que nunca te volvería a ver. —
Su voz se quebró. Puse todo mi empeño en no llorar yo también.
Rompí el abrazo y le sonreí con tristeza.
—Siento haber actuado de ese modo. Te juro que no volveré a alejarme
de ti si tú no me echas de tu vida, cosa que entendería perfectamente. —
Pestañeé para alejar las lágrimas de mis ojos.
—No haré eso. —Me agarró las manos y las alzó con una sonrisa, cuya
alegría le llegó a la mirada—. ¡Bueno! Tendrás muchas cosas que contarme,
pero ahora mismo estoy trabajando y no puedo entretenerme.
—¿Trabajas aquí? —pregunté.
—Por supuesto. Ella es la camarera más hermosa que he visto jamás —
soltó Dante. Kiara se sonrojó al instante, lo que me hizo gracia.
Cada vez que la veía, me recordaba a Vladimir. Al fin y al cabo, ella era
la versión femenina de su hermano. Ambos tenían el mismo color azul
grisáceo de ojos, junto con el cabello rubio muy pálido.
—Tengo que volver a mi labor. Espero verte pronto para ponernos al
día. —Ella me dio un apretón de manos y me soltó.
Nos despedimos con otro abrazo y volví a tomar asiento. Las miradas
cómplices de mis amigos me hicieron fruncir el ceño.
—¿Vosotros tenéis algo que ver en este encuentro inesperado? —quise
saber.
—Nos declaramos culpables —ronroneó Luciano y se tapó la cara
rápidamente, intuyendo que le lanzaría el contenido de mi vaso. Reí en
respuesta.
—Pensamos en que te vendría bien volver a verla. Sobre todo, cuando
ella no es culpable de nada. Sé el gran cariño que os teníais y nos pareció
injusto que estuvieras en la misma ciudad que ella y no veros cuando ambas
lo deseabais —comentó Alice.
Volvimos al ataque de bromas, pasando un rato agradable e inolvidable en
la mejor compañía que podría tener. Deseé que Rose estuviera viva para
poder estar aquí, pero, por desgracia, tenía que aceptar que ella se había ido
para siempre.
CAPÍTULO 4

Yerik Petrov

T
mí.
omé asiento en la silla giratoria, tras el escritorio del despacho de mi
casa, y le indiqué al justiciero con la barbilla que se sentara frente a

—Tu hogar parece un gran castillo gótico —comentó él cuando se


acomodó en la silla.
El chico estaba en lo cierto. Mi tío Dimitri tenía un gusto peculiar para
amueblar y adornar una mansión: al estilo gótico y siniestro. A mí también
me daba la sensación de estar en una especie de castillo de otra época, lo
que me gustaba. Este siempre fue mi dulce hogar, uno que escondía muchos
secretos. Entre ellos, numerosos crímenes sin resolver.
—Gracias por el halago, justiciero, pero necesito saber qué información
tan valiosa tienes en tu poder como para solicitar reunirte conmigo a
escondidas de tu… ¿papi? —me burlé, refiriéndome a Vladimir Doohan, el
líder de una organización que quería erradicar.
Entrelacé los dedos de las manos entre sí por encima del escritorio y me
incliné hacia él con una mirada cargada de oscuras promesas.
—Dylan McClain está en esta ciudad y he descubierto que tiene una
hermana aquí —contestó con suficiencia, como si me quisiera demostrar lo
inteligente que era por reunir información sin levantar sospechas.
—El único hermano que él tiene se llama Jackson, y está muerto. ¿De
dónde has sacado ese dato? —demandé con el ceño fruncido.
—Él mismo lo dijo cuando nos reunimos con él para planear el primer
ataque contra tu familia. —Alcé ambas cejas incrédulo por la valentía,
aunque al mismo tiempo insensatez, de Vladimir—. Una chica que se llama
Cynthia Moore es la hermana que Dylan tenía perdida y es la mujer que mi
papi ama. —Hizo énfasis en la misma palabra que le solté con burla—.
Vladimir jamás nos habló de ella como familiar de ese hombre ni sobre sus
sentimientos más profundos hacia esa mujer. Todo lo mantuvo bien oculto,
como tiene de costumbre hacer con sus propias emociones.
—Así que esa rubia con cara angelical resultó ser la hija de Richard y
Christabella —pensé en voz alta y apoyé la espalda en el respaldo del
asiento con la mirada muy lejana, fuera de la realidad, mientras me
sumergía en mis pensamientos un instante.
Recordaba a Cynthia, pero no tanto como me gustaría. Nunca tuve
ningún trato con ella porque jamás me interesó. Sin embargo, eso tenía que
cambiar a partir de ahora. Sabiendo este semejante dato, la convertía en un
objetivo.
Ansiaba acabar con Dylan McClain, y no solo por su intento de
asesinato cuando me lanzó al mar encadenado, sino por matar a mi hermana
Alexandra.
Siempre fui consciente de lo que le sucedía a su mente. Ella fue
conocida como la viuda negra en Moscú, nuestra ciudad natal. Tenía como
costumbre seducir a los hombres, obtener lo que quería de ellos y matarlos
después. Alexandra dejaba un camino de cadáveres que yo tenía que
desaparecer para protegerla. La situación con ella se salió de control y
nuestros padres, Alina e Igor Petrov, se vieron en la obligación de echarla
de la familia por los problemas que nos estaba causando a todos.
Finalmente, tanto Alexandra como yo nos fuimos de Moscú, pero ambos
tomamos dos caminos diferentes. Ella acabó en Nueva York, cambiando de
identidad; y yo, en Milán. Se puso Cecilia como nombre y se enredó en la
familia McClain, seduciendo a Dylan. Se empecinó en casarse con él para
conseguir una vida llena de lujos. Pensé en que haría con él lo mismo que
hizo con el resto de los hombres, sin embargo, no sucedió así. Por
desgracia, mi hermana acabó enamorándose de él a su manera retorcida.
Como consecuencia, quedó atrapada en esa mansión, donde fue su tumba.
Además, Alexandra cometió otro error más: se involucró sexualmente con
el hermano de su marido, Jackson McClain.
Cuando ella hablaba conmigo por teléfono, le insistí en que tenía que
irse de ese lugar antes de que se descubriera la verdad de su pasado, ya que
mi hermana nunca sanó de sus actos como la viuda negra y sabía que tarde
o temprano iba a continuar con sus costumbres, pero fue demasiado tarde.
Cuando esa familia se enteró de la verdad, Dylan le pegó un tiro. Me
daba igual quién fue mi hermana y que su esposo fue obligado a asesinarla
por culpa de su padre William, ya que, si no lo hacía él, este último le
hubiera brindado una muerte lenta y dolorosa. Alexandra fue más que una
hermana para mí.
«Enviaré a Dylan McClain derechito al infierno y Cynthia será mi
pasaje», sentencié en mi mente.
—Y si Vladimir está enamorado de ese angelito, entonces esto será más
divertido, ¿no crees? —dije, sonriéndole con malicia.
—Desde luego que sí.
Este justiciero que yacía frente a mí estaba tan corrompido como
cualquier persona que anhelaba bañarse en dinero. Lo utilizaba a mi antojo
para reunir información de mis enemigos a cambio de mantenerlo a salvo
mientras atacaba a esa organización y, por supuesto, de dinero.
—Me sorprende que sigas haciendo la labor de justiciero y quieras
traicionarlos a todos. ¿No sientes ni una pizca de cariño por esa gente que te
ayudó a vengarte de tus enemigos y te entrenó? —Él negó con la cabeza,
sonriéndome de lado—. Posees un gran grado de oscuridad dentro de ti, lo
que te convierte en un aliado, pero, lamentablemente, tengo que advertirte
de algo.
—¿De qué? —Frunció el ceño.
En respuesta, empuñé la daga que tenía al lado del ordenador y se la
mostré. Pasé una mano por la hoja de doble filo y me pinché un dedo con la
punta, provocando que una gota de sangre se derramara. El justiciero tragó
saliva con dificultad al comprender lo que le quería decir.
—Si has traicionado a esas personas que te dieron todo lo que
necesitabas para vivir, ¿quién me garantiza a mí que no me harás lo mismo
cuando te deje de ser útil? —ronroneé con picardía y me llevé el dedo a la
boca para saborear mi propia sangre, un sabor exquisito que mi paladar
ansiaba a menudo. Este acto no lo realizaba de forma lujuriosa, sino
macabra.
—No lo haré. —Pude captar un atisbo de miedo en su voz, lo que me
complació.
Todas mis amenazas eran claras y no me dejaba ninguna sin cumplir.
—Por tu bien, más te vale que no pienses ni siquiera en traicionarme. De
lo contrario —volví a inclinarme hacia él por encima del escritorio—, te
arrancaré la piel estando consciente hasta que sueltes tu último aliento de
vida.
—Te doy mi palabra de que no lo haré.
Asentí con la cabeza y deposité la daga en su antiguo lugar. No solo
quería acabar con la vida de Dylan, también deseaba arrancársela a
Vladimir por el primer intento de asesinato contra mi persona. Ya me
deshice de Damian Wallace, motivo por el que él me quería muerto, entre
otras cosas.
Al igual que él se regía por la venganza, yo también lo hacía, hecho que
ninguno de ellos comprendía.
—Hay algo más. —El justiciero evaporó mis pensamientos y me centré
en él. Le insté a que continuara—. He logrado convencerlos para ir a la
fiesta de máscaras. Tú estarás presente, así que he visto aconsejable que
ellos estuvieran allí. —Me pasé una mano por mi cabello moreno,
ligeramente largo, para apartarme las greñas de la cara—. Sé que Cynthia
también asistirá. Tengo acceso a informaciones de los dos bandos, tanto de
los justicieros como de la chica y sus amigos.
—¿Ellos saben que…?
—Nadie sabe que sobreviviste, sin embargo, lo sospechan. De lo que sí
están enterados es de que parte de tu familia irá —me interrumpió sin
vacilar—. Planean llegar al fondo del asunto y, de paso, cargarse a algún
miembro de tu familia.
Este hecho me hizo retroceder en el tiempo, enfocándome en la noche
del Gran Carnaval de Venecia. Mi familia y yo teníamos la costumbre de
acudir a cualquier fiesta de máscaras y allí conocí a dos justicieros, a
Cynthia y a Rose. Todos planearon envenenar nuestras copas de champán
para que la consumiéramos contaminadas y asegurarse de que moriríamos.
No suficiente con eso, las chicas actuaban como cebos y coqueteaban con
nosotros para conducirnos después al laberinto que había fuera de la casa,
donde nos esperaban Damian y Vladimir para sacarnos las confesiones que
buscaban antes de que el veneno formara estragos en nuestro sistema.
Acabaron con la vida de dos de mis hombres, pero no familiares
directos, así que me importó bien poco. Yo hubiera sido otra víctima si no
llegase a ser por Rose, aunque no sabía qué vio ella en mí como para
cambiar de opinión y decidir que no consumiera esa copa envenenada.
Cuando se fue sin decirme ni una palabra, la seguí al laberinto con el
propósito de ligármela.
Lo que los justicieros quisieron saber fue quiénes y por qué habían
participado en los crímenes de la mujer y del hijo de Damian. Eso fue
asunto del antiguo Don de mi familia, y no de mí, pero esos cadáveres me
los cargué injustamente. Además, Vladimir descubrió por boca de uno de
mis hombres fallecidos que su hermana vivía y estaba cautiva en el
prostíbulo del proxeneta Karlen Ivanov. Esto tampoco fue por mi causa. No
me solía meter en los asuntos turbios de mi falso primo.
Debido a que Rose me salvó la vida cuando estuve al límite de perderla,
quedé en deuda con ella. Cuando los justicieros y las chicas fueron a dicho
prostíbulo, las salvé solo a ellas cuando iban a recibir un disparo de uno de
mis hombres, puesto que lo maté yo antes. Además de saldar mi deuda, le di
dos muestras de mi cortesía: dejé que se llevaran a Kiara de allí y las ayudé
a escapar a las tres. Esto solo lo hice para que ella me debiera dos favores
que más adelante le reclamé. Solo le pedí a cambio que me entregara la
cabeza de Dylan McClain, pero su amor incondicional por él lo impidió y
me traicionó. Como consecuencia, acabé con la vida de Damian.
En mi defensa diría que ellos comenzaron esta guerra contra mí, cuando
yo fui inocente de sus acusaciones.
—El problema es que, quizás, necesites utilizar a un miembro de tu
familia como cabeza de turco[4] y podría ser peligroso —dijo el justiciero y
lo miré con una ceja arqueada.
—Tengo al candidato perfecto en el caso de que tuviera que hacer eso,
pero no correrá peligro —contesté con seguridad.
En la mafia y en las guerras no había sentimientos. No obstante, mi
familia era sagrada para mí y todo aquel que se atreviera incluso a mirarla
mal tenía que rendirme cuentas después.
Miré abruptamente hacia la puerta cuando esta se abrió sin previo aviso.
Ivanna Ivanova ingresó en el despacho con una elegancia arrogante. El
justiciero se quedó observándola con cara de póker. Esta hermana de Karlen
era muy descarada, lo contrario a la otra que tenía: Zaria.
—¿No te han enseñado a pedir permiso? —la saludé con diversión.
—He venido a ver si se te ofrecía algo. —Claramente, esta mujer me
estaba insinuando lo que ansiaba ahora mismo, así que no desaproveché su
oferta.
Eché mi silla hacia atrás y me acomodé en esta. Ivanna me miró con
tanta lascivia que mi pene la recibió con gusto. Los pantalones me
resultaron apretados y le eché un fugaz vistazo al justiciero, quien
permanecía atónito.
—Quiero algo. —Levanté ambas manos y le señalé con estas mi
entrepierna mientras sonreía como un demente.
Cuando ella caminó decidida hacia el escritorio, el justiciero se vio
obligado a apartar su silla hacia un lado. Abrió los ojos como platos al ver
que Ivanna se arrodilló en el suelo y gateó hacia mí bajo la gran mesa.
—Lo siento. En mi casa no tenemos pudor alguno. Puedes irte o
quedarte y participar, ya sabes. —El justiciero se quedó más perplejo de lo
que ya estaba por mi ofrecimiento.
Las manos hábiles de Ivanna me desabrocharon los botones de la
bragueta y pegué un ligero respingo cuando agarró mi miembro erecto y
comenzó a masajearlo con lentitud.
—¿Me estás sugiriendo compartir a tu chica? —preguntó incrédulo.
—Pero ¿qué dices? —solté como si fuera una ofensa para mí lo que
había dicho—. Mi corazón no le pertenece a nadie, así que esto solo es
placer, uno que necesito consumir cada día.
Un gruñido escapó de mi garganta y apreté los reposabrazos de la silla
con una fuerza desmedida.
—Vale, vale. —El justiciero levantó ambas manos en son de paz y se
puso en pie, totalmente avergonzado con lo que estaba presenciando—. Me
voy.
—Siéntate ahí y espérate. Aún —agaché la cabeza y apreté los labios
con fuerza, reteniendo los gemidos para que no se escucharan muy alto—
tengo que hablar contigo de esa dichosa fiesta —terminé con dificultad.
—¿Puedes hacer dos cosas a la vez? —Quise reírme de su cara de
espanto, pero no podía hacerlo teniendo la mía descompuesta por el placer.
—Termino enseguida. Soy tan buena en mi trabajo que Yerik acaba
pronto —respondió Ivanna con la voz distorsionada al tener la boca llena.
—Cállate —espeté y puse una mano en su cabeza, enredando mis dedos
en su cabello oscuro, ondulado y largo. La atraje más hacia mi pene y
empecé a mover mis caderas a la par de sus movimientos—. Tú a lo tuyo.
—Si permanezco aquí más tiempo… —Carraspeó y miró hacia abajo—.
No soy de piedra, ¿sabes?
Sentí que en cualquier momento iba a explotar y el orgasmo me
alcanzaría con fuerza, y no solo por la maestría de Ivanna con las
felaciones, sino que ser observado mientras me dejaba llevar me hacía
perder la cabeza.
—Piensa en mi oferta, justiciero. Puedes intervenir cuando quieras. —
Mi voz salió medio estrangulada.
Cerré los ojos con fuerza y apoyé la cabeza en el respaldo de la silla. Reí
como un desquiciado al mismo tiempo que gemía de placer sin medir la
intensidad. Para nadie era un secreto que Ivanna y yo teníamos nuestros
encuentros pecaminosos.
Aceleré mis movimientos con mi mano todavía en su cabeza,
importándome poco si le hacía daño, y me entregué a lo único que me hacía
desconectar de todos los problemas.
Oí cómo el justiciero se bajaba la bragueta justo antes de alcanzar el
clímax. Presioné la cabeza de Ivanna contra mi miembro para evitar que se
apartara mientras me liberaba dentro de su boca con un profundo gruñido.
Como el Diablo que era, amaba los placeres de esta vida y cometía la
mayoría de los pecados capitales. La ira y la lujuria eran mi perdición.
CAPÍTULO 5

Cynthia Moore

—Cynthia, no sabes lo que me ha alegrado verte entrar por esa puerta, pero,
sobre todo, escucharte hablar diez minutos sin interrupciones —dijo
Evelina.
No sabía por qué decidí seguir con estas consultas cuando me mantuve
reacia a que mi psicóloga me ayudara. Sin embargo, pasar un momento
agradable con mis amigos ayudó a que optara por abrirme más a Evelina.
Le conté lo de la pesadilla que tuve con el crimen de mi padre y todo lo
que me hizo sentir después. Por muy extraño que me pareciera, ya notaba
una gran mejoría en mi interior.
—Ahora ya sabes quién soy —le dije con una triste sonrisa porque lo
que no podía decirle era que mis manos estaban manchadas de sangre.
Había matado a personas que pertenecían a organizaciones criminales;
también a infectados por las armas biológicas del bioterrorista. Lo único
que me reconfortaba era saber que todas las vidas que arrebaté con mis
propias manos fueron por un bien común: para sobrevivir. Además, esas
personas fueron un peligro para la humanidad.
—Tienes razón. Ahora sé que eres una mujer extremadamente fuerte y
solo necesito que lo veas. —Me quedé perpleja por sus palabras y un rubor
trepó por mi cuello hasta que mis mejillas se pusieron rojas de la vergüenza.
Eso mismo me había dicho Alice en varias ocasiones, pero jamás le di la
razón. Y mucho menos se la daría a Evelina.
Mi psicóloga carraspeó y continuó con sus preguntas.
—Mencionaste una isla y que los sucesos que se dieron allí te dejaron
marcada. —Siguió anotando en su libreta que tenía encima de sus muslos
—. ¿Te ves preparada para contarme qué pasó en esas vacaciones?
Quise reír como una desquiciada al referirse a ese infierno que tuvimos
que vivir como unas «vacaciones». No obstante, me controlé, ya que
Evelina no tenía ni idea de nada y no podía burlarme de su suposición
errónea.
Me acomodé en el sillón y mi vista se perdió en el paisaje de la bella
ciudad. Tomé una respiración profunda y me abrí más a ella, narrándole
todo lo que experimenté en ese lugar, donde perdí a Rose y a Alec. Ellos se
llevaron una parte de mí.
Evelina escuchó con atención. La comprensión y la pena fueron legibles
en sus facciones, y no quería que sintiera lo segundo.
—Y esa isla quedó destruida y el bioterrorismo llegó a su fin —finalizó.
Asentí con la cabeza—. Cynthia…
—No digas nada más, Evelina. Tan solo quería contarte esto para ser
más comprendida y porque lo necesitaba, nada más —la interrumpí, ya que
no quería seguir hablando del tema.
Ahora Evelina sabía gran parte de mí por ser mi psicóloga, y era
necesario si quería pasar página de una vez por todas.
—Hay algo que sí quiero decirte. —Me quedé sentada en el sillón y
miré a Evelina con firmeza—. Te juro, aquí y ahora, que destruiré el último
grillete que me amarra al pasado. Saldré por esa puerta con una nueva
esperanza.
Mi psicóloga no disimuló su asombro y su aprobación. Se levantó, me
instó a que hiciera lo mismo y nos fundimos en un fuerte abrazo
reconfortante.

✯✯✯

El espejo de mi dormitorio me mostraba a una mujer muy diferente a la que


estaba acostumbrada a mirar. Mis ojos azules habían recuperado su brillo y
no tenía ni rastro de ojeras por el poco descanso que cogí de costumbre. Salí
con otra perspectiva de la última consulta con Evelina y cumpliría mi
palabra.
Mi cabello rubio y largo lo mantuve recogido en un moño informal y
varias greñas con ondas caían por los laterales de mi rostro.
El vestido granate que llevaba puesto se ceñía a mi cuerpo, moldeando
todas mis curvas, y casi me llegaba al suelo. Si no fuera por los altos
tacones, lo estaría arrastrando. Tenía un escote bastante abierto y sugerente
con una raja en un lateral de mi pierna, y la espalda estaba totalmente
descubierta. Deseé no haberme dejado convencer por Alice para que optara
por esta prenda que estaba hecha para atrapar miradas.
—¡Estás preciosa! —chilló Alice con una emoción desbordante—. Pero
te falta el toque final. —La miré con el ceño fruncido a través del cristal y
me mostró la máscara Colombina que solo me cubriría la parte superior del
rostro.
—Me da vergüenza mostrarme así —me quejé, y ella hizo un ademán
con la mano, restándole importancia.
—Tonterías tuyas. —Se acercó y me puso la máscara delante, sin llegar
a fijarla, para que viéramos el efecto—. ¿Lo ves? ¡Divina! —Antes de
poder incluso reírme, me cogió del brazo—. Vámonos. Luciano está abajo
esperándonos.
Salimos de mi apartamento y me permití echarle un vistazo a mi amiga
cuando ella se centró en su móvil mientras bajábamos por el ascensor.
Su vestido era mucho más recatado que el mío, cosa que no entendí. Ella
y yo parecíamos el día y la noche, aunque nos complementábamos muy
bien.
Alice tenía el pelo moreno y corto, unos ojos marrones y una altura
envidiable. Yo era tan bajita que a veces necesitaba ponerme almodones en
los asientos de los cines si quería ver la película sin complicaciones.
Me perdí tanto en el color turquesa de su vestido que no me percaté de
que las puertas del ascensor se habían abierto hasta que Alice enroscó su
brazo con el mío.
Una vez a la intemperie, vi a Luciano apoyado en su coche. Sus ojos
marrones nos recorrieron con la mirada descaradamente y se pasó una mano
por su pelo corto y castaño.
—Está más que claro que de esa fiesta saldréis impuras —silbó él—.
Protegeros de los depredadores me resultará muy complicado.
—Nosotras solas podemos con quien se nos cruce por el camino —dijo
Alice, pasando por su lado, y le dio una palmada en el pecho.
—Eso explícaselo a Maurizio —respondió Luciano con sorna y nos
abrió la puerta del coche para que entrásemos.
Apenas conocía al hermano de Alice, pero, por lo poco que sabía, él era
muy protector con ella. Tuve una sensación extraña en mi pecho, como si
una especie de nostalgia rozara mi consciencia.
Pensé en el vínculo que empezó a crecer entre Dylan y yo en la isla,
cuando ambos nos defendíamos de los ataques que recibimos allí. Después
de escapar de ese lugar, cada uno tomamos rumbos diferentes y no supe
nada más de él. Me resultaba increíble que le echara de menos, como si
necesitara su cariño fraternal para sentirme plena.
No fui consciente de lo que hablaban Luciano y Alice durante nuestro
trayecto a la fiesta hasta que escuché un nombre en boca de mi amiga.
«Vladimir».
Conecté con el mundo que me rodeaba y miré por las ventanillas del
vehículo. Luciano acababa de estacionar en el aparcamiento del recinto, que
se ubicaba en un lateral de la gran casa que nos esperaba.
Me aclaré la garganta y pregunté lo que debí preguntar antes de aceptar
venir a la fiesta enmascarada.
—¿Quiénes van a estar aquí?
Fue Luciano quien se adelantó.
—Dante, su hermana, Maurizio y el grupo con el que se juntan.
Miré a Alice con cara interrogante y ella me regaló una sonrisa tímida.
No me gustó nada su expresión.
—¿Qué grupo? —quise saber.
—El de Vladimir —contestó mi amiga.
La fulminé con la mirada. ¿Cómo se atrevía a traerme aquí sabiendo que
ese desgraciado estaría presente cuando ella era consciente de que no podía
ni verlo?
—¿Y me lo dices ahora? —Mi humor se tornó muy oscuro y si veía a
Vladimir en este momento le cruzaría la cara de un guantazo solo por gusto.
—En un principio, no sabía que iban a venir —se defendió lo mejor que
pudo—. Mi hermano me lo dijo en un vago intento suyo de convencerme
para no venir.
—¿Qué es lo que pasa con ese grupo? —Bendita ignorancia de Luciano,
que no entendía nada.
—No pasa nada —espeté con demasiada brusquedad, lo que lamenté
porque él no se merecía mi mal humor.
Salí del coche y me reprimí cerrar de un portazo. Tarde o temprano
llegaría el momento de cruzarme con Vladimir porque vivíamos en la
misma ciudad. Sabía a lo que me enfrentaría desde el momento en el que le
dije «sí» a Alice para volver a Milán. Lo que no me esperaba era que fuera
tan pronto, nada más salir reparada de la terapia con Evelina.
—Cynthia, lo siento —se disculpó Alice nada más ponerse a mi lado—.
No quiero que estés incómoda toda la noche, pero tampoco quiero que sigas
huyendo de su recuerdo.
—¿Él sabe que yo estaré aquí? —pregunté con un atisbo de sonrisa.
—Sí, lo sabe. Y no me gusta ni un pelo esa sonrisita de «prepárate para
lo que te espera» —contestó ella con una fingida preocupación.
No dije nada más y me coloqué la máscara. El recinto era bastante
grande, donde había un pequeño jardín delantero y el aparcamiento por el
lateral. Este estaba atestado de vehículos y no precisamente de gama baja.
—Creo que esta fiesta va a ser muy interesante —comentó Luciano con
una entonación burlona y se colocó su máscara.
CAPÍTULO 6

Yerik Petrov

E sto parecía una batalla de miradas envenenadas. Estaba claro que esos
estúpidos justicieros sabían distinguirnos del resto de invitados;
tampoco nos esforzábamos por pasar desapercibidos.
Nos gustaba destilar peligro y que la gente nos temiera, solo así nos
ganaríamos el respeto, como bien nos enseñó mi tío Dimitri, el patriarca de
la familia. Él estuvo casado con Gabriella y tuvieron a Daniell, que ahora
estaba ingresado en el hospital psiquiátrico por sus numerosas recaídas. La
mujer murió y, con el paso de los años, rehízo su vida con Irina. Antes de
ese enlace, ella mantuvo una relación con Gavrel Ivanov, ya fallecido,
donde nacieron Karlen, Ivanna y Zaria.
Sin embargo, los tres descendientes de la unión entre Dimitri e Irina
eran los más cercanos a mí y juntos formábamos el círculo del infierno
perfecto. Dos de ellos eran gemelos y hasta a mí me costaba a veces
distinguirlos porque Alexei se hacía pasar con frecuencia por Andrei para
acceder a información interesante de los negocios turbios. Makari, el
hermano menor, era un desastre para todo lo que se le mandara por su afán
de infringir dolor a cualquier persona que se le cruzara por el camino.
—Creo que están haciendo una apuesta para ver quién de nosotros es
Yerik Petrov —bromeó Makari antes de darle un sorbo a su whisky.
—Y seguro que no acertarán —prosiguió Alexei.
Los tres estábamos apoyados en la barra del gran salón, donde se servían
las bebidas alcohólicas. Desde aquí teníamos una buena perspectiva de todo
el lugar, incluido la entrada. Con las máscaras puestas, los tres parecíamos
casi idénticos: pelo moreno y ojos azules.
—Si me buscan bien, me van a encontrar —murmuré con un deje
amenazador.
Gracias a mi justiciero, que estaba mezclado entre ese grupo de idiotas,
sabía que Vladimir planeaba cazarme, pero les demostraría que esta noche
no sería yo el cazado.
Andrei se abrió paso entre la gente y llegó a nosotros con una expresión
de «buenas noticias» implantada en la cara.
—Ya sé quién ha preguntado por ti en Peccato Mortale[5] —nos informó
en voz baja para que solo nosotros pudiésemos oírle.
Fue una auténtica sorpresa para mí que uno de los justicieros se
presentara en el club de Karlen preguntando directamente por mí cuando
nadie debía de saber que estaba vivo. Esto significaba que ya sabían la
verdad.
—Dime el nombre —demandé, mirándole fijamente.
Andrei me puso una mano en la nuca y me acercó más a él.
—Vicenzo Carbone —contestó.
—¡Maldito cabrón! —Makari dio una fuerte palmada encima de la barra
y soltó un bufido—. Tenemos que darle un escarmiento.
Sonreí con malevolencia y puse mi atención en Makari, quien lucía
bastante alterado. De todos nosotros, él era el más impulsivo porque no era
capaz de detenerse a pensar antes de actuar. Por este motivo, teníamos que
tenerlo bien controladito.
—Yo me encargaré de Vicenzo. —Mi tono de voz les hizo ver que esto
no entraba en discusión—. Pero necesito crear una distracción para el resto
de pardillos.
—¿Y qué sugieres? —quiso saber Alexei.
Hice el terrible esfuerzo de no mirar hacia donde estaban los justicieros,
aunque deseara lanzarles una señal de advertencia. Recuperé mi vaso de
whisky, que mantuve olvidado desde que llegamos aquí, y le lancé una
mirada apática a Makari.
—Puedes divertirte, pero que no se te vaya a pasar la mano, ¿de
acuerdo? —No estaba muy seguro de su autocontrol, aunque, si no
participaba, había más riesgo de que se desenfrenara después.
Le di un trago a mi bebida y mis ojos volaron hacia la entrada, donde
alguien captó toda mi atención.
Una mujer rubia y despampanante bajaba por la escalera, junto con un
hombre y otra mujer. Fruncí el ceño cuando reparé en quiénes eran sus
acompañantes: Alice Vitale y Luciano Leone.
Desde que fingí mi muerte, estuve observando a mis enemigos de cerca,
pese a no haberme mostrado ante ellos. Gracias a mis investigaciones, no
dudaba de que esa mujer que caminaba con bastante seguridad se trataba de
Cynthia Moore. Sin embargo, no la recordaba así. Desde luego que el
angelito había madurado, o simplemente no me interesó lo suficiente como
para fijarme.
—Qué grata sorpresa —susurré sobre mi vaso de whisky.
—No me has escuchado —me reprochó Andrei—. ¿Ya tienes problemas
con otra falda?
Lo fulminé con la mirada y dejé el vaso encima de la barra con más
brusquedad de la prevista. Alexei, que andaba despistado, pegó un respingo.
—Vaya caramelito. —Fruncí el ceño ante el comentario de Makari—.
Esa muñequita me vendría bien para mi colección.
—Oh, vaya. Lo que faltaba. —Resopló Alexei—. ¿Podrías dejar a todas
las mujeres en paz esta noche? Estoy cansado de limpiar el estropicio que
siempre lías en casa con tus jueguecitos, Makari.
—Y yo de borrar tus huellas —coincidió su gemelo.
Por la dirección que tomó la mirada de Makari, supe quién llamó su
interés enfermizo.
—Genial. —Puse los ojos en blanco—. Deja a esa mujer tranquila.
—¿Qué os importa que quiera divertirme con ella?
Ninguno de mis primos sabía que Cynthia era mi objetivo, y no
necesitaba que ella llamara tanto la atención de alguno de ellos, y menos la
del más desequilibrado de todos.
—Porque esa mujer de rostro angelical es importante para mí —dije sin
más—. Vale oro. —Los tres me miraron sin entender nada.
—¿Qué? —Alexei fue el más sorprendido de todos—. No me digas
que…
—Ahórrate tu comentario porque vas muy mal encaminado —lo
interrumpí antes de que insinuara la mayor estupidez de su vida.
—Pues tendrá cara de ángel, pero su cuerpo incita al pecado —soltó
Makari, poniéndome de los nervios.
Cuando le vi la intención de acercarse a donde tenía prohibido, lo cogí
del brazo y lo retuve a mi lado.
—Aleja tus manos de ella, Makari. Todo lo que tocas acaba muerto y la
necesito viva; a ser posible, sin traumatizar —gruñí muy cerca de su rostro.
—¿Por qué te importa tanto? —intervino Andrei. Le dirigí una mirada
insulsa.
—Cynthia Moore es la hermana de Dylan McClain. La necesito para
acceder a él —les aclaré.
—Vaya. Eso cambia las cosas —murmuró Alexei.
Toda mi familia sabía sobre mi enemistad con el McClain, así que no
me hizo falta excusarme más. Hacía un par de meses, Dimitri envió a varios
de sus hombres para encargarse de él cuando descubrimos que se hospedaba
en Florencia, pero no tuvieron éxito. Ahora que sabía que estaba en Milán,
todo me sería más fácil, aunque supieran que sobreviví.
Por inercia, dirigí la mirada hacia donde estaba ella con sus amigos. Los
tres nos observaban con detenimiento y deduje que estarían hablando de
nosotros, poniéndola al día de mi familia.
Una sonrisa tironeó de mis labios y no pude evitar enviarle un beso de
los más pícaro. Ella apartó la mirada de golpe.
—Bueno, si ya hemos terminado de alegrarnos la vista, me gustaría
empezar con el espectáculo —dijo Alexei, sacándome del trance en el que
me había metido.
Le lancé una mirada de advertencia a Makari antes de dirigirme a
Andrei.
—Mantenlo vigilado —musité sobre su oído. Él asintió con la cabeza.
Antes de separarme de ellos, les conté cuál era el plan. Me recoloqué la
chaqueta y, con toda la elegancia y arrogancia que me fue posible, caminé
hacia las puertas del jardín, donde no habría nadie hasta más tarde.
El sudor ya empezaba a bañar mi cuerpo al tener que estar demasiado
abrigado en pleno verano. No podía estar mostrando mis armas al público,
ya que la inmensa mayoría de los invitados eran personas ajenas a mi
mundo.
Siempre acudía a cualquier evento enmascarado porque nadie sabría
quién se escondía detrás de la máscara y me encantaba este tipo de fiestas.
Mi familia era muy conocida en la ciudad. Sabían lo suficiente como
para mantener las distancias con nosotros, aunque no se imaginaban lo que
se podrían encontrar si visitaran mi casa por cualquier motivo.
Anduve hacia los altos setos y me escondí tras ellos, donde tenía que
esperar a Alexei. En el jardín había un acceso hacia el aparcamiento del
recinto como salida de emergencia, así que sería fácil ir al vehículo de los
gemelos para coger nuestro molde.
Le demostraría a ese grupo de ineptos quiénes éramos los Petrov y que
nadie se atrevía a desafiarnos con una simple mirada mal intencionada.
Pasaron varios minutos hasta que apareció Alexei arrastrando a Vicenzo.
—No para de meter su hocico en nuestros traseros, así que no me ha
costado separarlo de sus justicieros una vez que hemos conseguido lo que
queríamos de él —dijo mi primo y obligó a Vicenzo a arrodillarse ante mí.
El justiciero me miró con repugnancia, lo que me hizo gracia. Le
devolví el gesto con una sonrisa maquiavélica.
—Me han dicho que fuiste al Peccato Mortale y preguntaste por mí —
comencé con suavidad y alcé ambos brazos—. Aquí me tienes, Vicenzo
Carbone. Dime, ¿qué necesitas?
—Que te pudras en tu infierno, Diablo —espetó. No contento con su
altanería, me escupió en los pantalones. Hice una mueca de asco.
Alexei le agarró del cabello y tiró hacia atrás para exponer su cuello,
donde le puso la daga.
—Cuidado en cómo te diriges a él —le amenazó—. El infierno está
pavimentado de buenas intenciones.
Vicenzo tuvo la valentía de reírse en nuestra cara.
—Pues yo formaré parte de ese pavimento porque no pienso traicionar a
ninguno de ellos —juró el justiciero.
Alexei presionó un poco con la hoja de la daga y un hilillo de sangre
salió de la herida, deslizándose por su cuello. Me puse de cuclillas frente a
él.
—A Vladimir le daremos un escarmiento, Cynthia no dormirá esta
noche en su cama y tu cadáver será mi mensaje de bienvenida. —Le di unas
palmadas en la mejilla y él frunció los labios. Si se atrevía a escupirme otra
vez, le aplastaría la cabeza con mi zapato. No obstante, se contuvo.
—Me hiciste caer en la trampa y por mi culpa conseguiréis lo primero y
lo último, pero con Cynthia no podrás hacer nada. —El muy imbécil me
sonrió con suficiencia—. Mátame ya si quieres, Diablo, porque de mi boca
solo saldrán definiciones de tu persona.
—Ah, ¿sí? —Alcé ambas cejas—. ¿Podrías ilustrarme con alguna de
ellas?
—Por supuesto —contestó y Alexei aflojó su sujeción para que pudiese
mover la cabeza y mirarme mejor—. Tu hermanita Alexandra, la misma
mujer con la que te acostabas, está muerta porque se lo merecía. Estás tan
enfermo que idolatras el incesto. —Rio a carcajadas al ver lo poco que
podía vislumbrar de mis facciones.
—¿Eso es verdad? —Alexei me miró con los ojos abiertos como platos.
—Tu concepto sobre mí está muy lejos de la realidad, Vicenzo. —Me
puse en pie y lo miré con frialdad desde lo alto.
Nadie de mi familia sabía la verdad, excepto mi tío Dimitri, y así
debería de seguir. Lo que este justiciero no sabía era que yo no podía sentir
nada. Quizás tenía la intención de herirme o de enfurecerme, pero no lo
consiguió.
Mi corazón no podía albergar ningún tipo de sentimiento, ni siquiera el
amor o el odio. Tan solo me regía por los valores que mis padres, Igor y
Alina, me inculcaron antes de morir: la lealtad hacia mi familia y la
venganza si nos arrebataban a algún miembro.
Tal vez pensaban que odiaba a Dylan McClain por haber matado a
Alexandra, y no era así. Tan solo mi instinto me pedía venganza, nada más.
No obstante, agradecía no poder ser víctima de cualquier sentimiento, ya
que todos eran nocivos para el alma. Gracias a esta cualidad mía, no tenía
ningún tipo de remordimiento de conciencia por mis actos.
Saqué mi daga de la parte trasera de la cinturilla de mi pantalón y la
miré con anhelo mientras la giraba entre mis dedos.
—Hazlo, maldito desgraciado. Sé que algún día te reunirás conmigo —
espetó Vicenzo, incitándome a matarlo y con gusto le cumplí el deseo.
En un rápido movimiento con mi brazo, pasé la hoja afilada por todo su
cuello. Alexei agarraba su cuerpo, que empezó a convulsionar en busca de
un aire que nunca llegaría a sus pulmones, tan solo obtendría su sangre.
—Así te tragarás tus palabras viperinas —murmuré con mi mirada fija
en sus ojos desquiciados.
El gorgoteo que emitía su garganta rasgada era la única melodía que se
podía escuchar en el jardín. Mi corte había sido mortal, pero lo
suficientemente superficial para que obtuviera un ahogo lento.
Mi primo dejó su cuerpo sobre el suelo y me agaché para limpiar mi
arma con la ropa de Vicenzo. Antes de acabar con mi tarea, la vida se le
escapó y sus ojos quedaron abiertos, ya vacíos.
Me enderecé y volví a ocultar mi daga. Intercambié una mirada severa
con mi primo y asentí con la cabeza, transmitiéndole así que se encargara
del mensaje mientras yo iba a por lo segundo de mi lista, exactamente lo
que Vicenzo me aseguró que no conseguiría.
CAPÍTULO 7

Cynthia Moore

A veces, mi mirada se escapaba de mi autocontrol e inconscientemente


buscaba a Vladimir, pero no lo veía por ninguna parte. Había visto a
Dante y a Maurizio, que conversaban un tanto inquietos con otros hombres,
que suponía que eran los justicieros.
Continué escaneando a mi alrededor hasta que me fijé en unos cuatro
hombres muy similares apoyados en la barra del salón. Lo curioso era que
todos tenían la vista fija en mi dirección mientras hablaban entre ellos.
—¿Quiénes son esos? —les pregunté a mis amigos, quienes seguían a
mi lado.
—Son los Petrov —contestó Alice, provocando que el nerviosismo
trepara por mis piernas.
Ese maldito apellido me seguiría hasta el final de mis días.
—Aunque es una familia bastante extensa y Daniell, nuestro paciente,
forma parte de ella —prosiguió Luciano.
—No me extraña que ingrese con frecuencia en el hospital —pensé en
voz alta—. Con esa familia de desequilibrados mentales… —hablé con
seguridad, dando por hecho que todos estaban locos.
—Pues no tienen fama de nobleza, verdaderamente —coincidió Alice.
De pronto, uno de ellos nos mandó un beso y tuve que apartar la mirada
de sopetón.
—Joder —musité incómoda.
—Tranquila. Son así de coquetos. —Rio Luciano.
—No te preocupes por ellos, Cynthia. No te acerques a esa familia y no
tendrás problemas —comentó Alice en cuanto nuestro amigo fue a buscar
una copa.
—Los tuve con el antiguo Don —le recordé.
—Pero ese hombre ya no está, ¿de acuerdo? —insistió.
Alice tenía razón. Le estaba dando demasiadas vueltas a la cabeza a un
tema que carecía de importancia. Como bien dijo ella, si no me acercaba a
la manada de lobos, no me pasaría nada, así que eso hice. Despejé de mi
mente cualquier pensamiento negativo y me centré en la fiesta, aunque no
tardé en perder el control de mis propias emociones cuando lo vi.
Vladimir todavía no había reparado en mi presencia, y era mejor así. Por
mucho que se cubriera tras una máscara, su cabello y los pocos rasgos que
se le veían eran inconfundibles para mí. Él se encontraba discutiendo con
dos justicieros y, de vez en cuando, miraban en dirección a la barra, donde
seguían estando los Petrov.
No hizo falta indagar más para saber que algo estaba pasando entre los
dos bandos. Un escalofrío recorrió por mi espalda ante ese hecho. Lo último
que quería era volver a verme en el medio de algún tipo de guerra entre
bandas.
Sin embargo, no fue eso realmente lo que me preocupó, sino las
emociones que Vladimir había despertado en mí. Me invadieron unos
inmensos deseos de ir a por él y abofetearlo hasta el cansancio. No solo me
despertó el odio que tuve encerrado estos tres últimos años sin verle,
también otro tipo de sensaciones que no pude descifrar. No obstante, estas
últimas tomaron más fuerza cuando una mujer se acercó a él y lo besó.
Mi boca se abrió por el asombro porque era algo que no me esperaba
ver. Al principio, Vladimir pareció impactado por el gesto de esa mujer,
pero no hizo el amago de apartarla.
Un cúmulo de emociones se arremolinaron dentro de mí, guerreando
unas con otras, hasta que el odio fue el predominante. Apreté el vaso con
fuerza.
—¿Qué te pasa? —preguntó Luciano cuando se puso a mi lado—. ¿Qué
es lo que estás mirando? —No dije nada, en cambio, Alice fue más
observadora.
—Vaya, qué extraño —dijo ella.
La miré con el ceño fruncido, todavía con el vaso bien apretado.
—¿Qué?
Por el rabillo del ojo capté que Vladimir rompió el beso y la separó con
delicadeza. Desde aquí podía visualizar sus labios hinchados.
—Para nadie es un secreto que Lucrezia y Vladimir tienen sus cositas,
pero rara vez lo muestran al público —respondió mi amiga—. Sobre todo,
porque él no quiere nada serio con ella y suele conservar las apariencias.
—¿Quién es Lucrezia? —pregunté con curiosidad.
—Es la hermana de Dante Salvatore —se le adelantó Luciano.
Entonces, todo se detuvo cuando su mirada y la mía conectaron.
Ninguno de los dos pudimos romper nuestro contacto visual, pese a tener a
nuestros amigos al lado, parloteando sin parar sobre nuestros oídos.
Lucrezia se dio cuenta de lo que estaba pasando y reparó en mí. No
podía verle la cara por la máscara, pero fue evidente que no le hizo gracia
verme, ni a mí tampoco verla a ella.
Aparté la mirada antes de que notaran el torbellino de emociones que
seguía teniendo dentro.
—¿Bailas conmigo? —se ofreció Luciano, mostrándome su mano para
que la aceptara.
Estaba claro que él notaba mi malestar y quería despistarme de lo que
fuera que me provocaba la presencia de Vladimir. Me quedé embobada en
su mano hasta que me di cuenta de que había más parejas bailando en el
salón. Subieron el volumen de la música, pero aún no era un estorbo para
escucharnos hablar.
Sin pensarlo dos veces, acepté su invitación y me dirigió al centro de la
habitación. Miré sobre mi hombro en busca de Alice, quien aceptó bailar
con Dante. Hice un terrible esfuerzo por no dirigir la vista hacia las dos
personas que me estaban poniendo de los nervios esta noche.
—¿Estás bien? —me preguntó Luciano.
—Lo estoy —mentí.
—¿Te ha molestado lo que has visto de esos dos? —indagó—. En el
coche me ha quedado claro que odias a Vladimir y no te preguntaré el
porqué, ya que es tu vida personal, pero deberías ignorarlo.
—Y yo no quiero que me ignore. —La voz del susodicho me hizo dar
un respingo en los brazos de Luciano. No quise darme la vuelta para verle
la cara—. Si me disculpas —una mano se cerró sobre mi brazo y me separó
de mi amigo, quedándome cara a cara con Vladimir—, te la robo solo unos
minutos —le dijo a Luciano con su mirada clavada en la mía.
—No me la cabrees más, por favor. Es conmigo con quien trabaja casi
todos los días —bromeó el muy traidor.
Pensé que mi amigo me ayudaría a salir de esta, y no lo hizo. En
cambio, nos dejó más privacidad. Vladimir me cogió de la cintura y me
instó a moverme con él.
—¿Y si yo quiero ignorarte? —le solté sin miramientos.
—Solo tienes que empujarme e irte de aquí, no te estoy reteniendo —
murmuró y movió una de sus manos por mi espalda desnuda con delicadeza
para hacerme ver que tenía razón—. Vamos, Cynthia. ¿Por qué no me alejas
de ti si es lo que deseas?
Una corriente eléctrica me recorrió por todo el cuerpo y unos tenues
temblores se abrieron paso por mis piernas.
—No quiero hacer un espectáculo —dije con tanta firmeza que hasta a
mí me sorprendió—. Pero, tal vez, sea otra persona quien lo haga. —Le
sonreí con altanería, refiriéndome a su amante.
Esa mujer no nos quitaba el ojo de encima y ambos éramos conscientes
de eso.
—Lucrezia no será ningún problema —me contestó.
—Los celos siempre son un grave problema, Vladimir —le ataqué.
—Creo que comprobaste hace años que no lo son si el portador sabe
controlarse —se defendió y me quedé atónita por su indirecta.
Cuando nos conocimos, nunca me imaginé que él acabaría enamorado
de mí, pese a estar en una relación sentimental con Alec. Sin embargo,
Vladimir nunca se involucró con nosotros y nos respetó. No obstante, ya
había pasado mucho tiempo, así que dudaba mucho de que sus sentimientos
permanecieran intactos. Estaba más que claro que rehízo su vida, como yo
quería hacer con la mía.
No me podía permitir el lujo que sus palabras me afectaran, con lo cual,
me centré en el odio que irradiaba en mi interior.
Cuando iba a atacarle, reparé en que dos de los Petrov habían
desparecido y uno de los amigos que estuvo discutiendo con Vladimir
anteriormente se acercaba con disimulo a los dos restantes, que charlaban
sin ser conscientes de la cercanía del chico.
No había mucha gente y todas las máscaras no eran iguales, al igual que
la vestimenta. Era fácil para mí distinguir a los que, al menos, había visto
una vez en todo el gentío.
—Sé que no quieres ni verme, pero tendrás que ir acostumbrándote a
hacerlo, ya que has venido a la misma ciudad en la que vivo yo, y no pienso
irme porque ahora estés tú —dijo Vladimir jocoso.
Volví mi atención a él. Sabía que se refería a lo que le dije antes de
separarnos y tomar caminos diferentes.
—Lo sé. Tendré que aparcar un poquito mi animadversión hacia ti que
me produce hasta tu solo recuerdo —le devolví en el mismo tono.
Vladimir apretó tanto la mandíbula que pensé que se rompería la
dentadura. Le estaba sacando de quicio y yo disfrutaba sabiendo eso.
—Yo solo cumplí la voluntad de Rose —gruñó.
La sola mención de la persona que quería como a una hermana me hizo
cerrar los ojos con fuerza, reprimiendo las lágrimas que se formarían en
estos si me dejaba llevar por el dolor.
—No quiero escucharte. —Los abrí nuevamente y lo aparté de mí con
un sutil empujón—. No me importa por qué lo has hecho, sino el haberlo
hecho.
Cuando iba a darme la vuelta para perderlo de vista, me cogió del brazo
y volvió a girarme para quedar de frente.
—Si no quieres escucharme ni verme, entonces, deberías irte de Milán,
¿no crees? —Detecté un atisbo de deseo en su petición, pero no le daría el
gusto.
—Qué lástima —le dije con dureza y acerqué mi rostro al suyo. Él ni se
inmutó por mi cercanía—. Por más que me produzcas pestilencia, soy una
persona que no huye de la basura. De hecho, deberían enviarte al vertedero,
que es donde debes de estar.
Mi insulto salió de mí sin control y me arrepentí, aunque no se lo
demostré. En cambio, le sonreí con suficiencia. Vladimir me acercó más a
él, como si eso fuera posible, y sus labios prácticamente se pegaron a los
míos.
—Esta basura te pone bastante nerviosa. Por más que disimules con tu
disfraz de altanera, por dentro estás temblando como una hoja —murmuró
sobre mis labios.
Antes de poder salir del trance, me soltó y se alejó de mí, dejándome
anonadada. Mi vista se dirigió hacia los Petrov por instinto y comprobé que
seguía siendo la receptora de sus miradas, cuyas sonrisas eran socarronas.
Apreté los labios por la molestia que me producían e hice un gesto
bastante infantil por mi parte. Alcé la mano y les mostré solo el dedo
corazón. Uno de ellos no pudo evitar soltar una carcajada.
—¿Qué estás haciendo, mujer? ¿Buscando más amigos? —La voz de
Dante me sobresaltó.
—Me has asustado —me quejé y él sonrió.
Dirigí mi vista a Vladimir de forma inconsciente y lo encontré
discutiendo otra vez con su grupo. Fruncí el ceño porque era evidente que
yo no era el epicentro de esa conversación acalorada, ya que ninguno me
miró en ningún momento.
—¿Qué está pasando? —pregunté en cuanto volví a captar que los
justicieros y los dos Petrov seguían lanzándose miradas envenenadas.
—¿Bailas? —respondió Dante.
Solté un suspiro y acepté su invitación, pero no funcionaría su táctica de
despistarme. No pararía hasta descubrir qué estaba sucediendo.
Empezamos a movernos con lentitud y me fijé en que las mujeres
cambiaban de pareja, girando sobre sí mismas hacia el lado, hasta que otro
hombre las agarraba para continuar el baile.
Miré hacia mi derecha, y no había nadie. Con suerte me libraría de que
otro hombre me tocara. No estaba de humor para divertirme en esta
estúpida fiesta.
—¿Qué sucede? —insistí—. Y no evadas mi pregunta ni te excuses
porque he visto perfectamente la guerra visual que tenéis con los Petrov. Y
eso sin contar con la que tuvisteis Karlen y tú en el hospital.
Un músculo de la mandíbula de Dante se apretó. Él conocía mi parte
más analítica y sabía que no me daba nunca por vencida cuando quería
saber algo.
—No te metas en esto, Cynthia. Ninguno de nosotros queremos que
atraigas demasiado la atención de esa familia —contestó un tanto seco.
Hubo algo en su voz que me hizo saltar todas las alarmas de inmediato.
—¿Qué tienes que ver con Vladimir y sus justicieros? —exigí saber y
me sentí como una estúpida por no haber visto antes las señales—. Dudo
mucho de que tu relación con él se deba a que sea tu cuñado —le solté,
refiriéndome a Lucrezia.
—¿No lo supones?
Esa fue suficiente respuesta para saber la verdad que antes no vi. Conocí
a Dante nada más llegar a Milán, pero no sabía hasta qué punto estaba
unido a Vladimir. Esto me condujo a otra duda.
—¿Alice también es una justiciera?
—No lo es. Su hermano Maurizio, sí.
No me podía creer que Vladimir haya estado tan cerca de mí, pese a
estar alejados físicamente. Seguro que Alice le informaba a su hermano
sobre mí mientras vivíamos en Roma.
—Bueno, ¿y qué problema tenéis con los Petrov? —Volví a presionarle.
—Cynthia… —Fulminé sus ojos color caramelo; y después, los rizos de
su pelo castaño y corto.
Pareció un regaño, lo que me enfureció por dejarme fuera de esto
cuando algo dentro de mí me gritaba que volvía a estar en el medio.
Aprendí de mis errores pasados y, como bien me enseñó Rose, era más
ventajoso saber a lo que me tenía que enfrentar que hacerlo a ciegas.
Capté como Vladimir abandonaba el salón, junto con uno de sus
justicieros. Automáticamente, miré hacia la barra y solo había un Petrov.
¿Qué demonios estaba ocurriendo?
Aproveché que llegó el momento del cambio de pareja y me escabullí de
los brazos de Dante. Alcancé a ver que él agarró a otra mujer justo antes de
que yo impactara con un cuerpo, y unos brazos se cerraron sobre mi cintura.
Se me cortó la respiración y no pude reprimir el jadeo que salió de mis
labios cuando reparé en quién me sujetaba con firmeza mientras
bailábamos.
Al tener una mano enredada con la mía en lo alto, su muñeca quedaba
descubierta de la camisa y la chaqueta. En esta tenía una pulsera con la
insignia que jamás olvidaría y que me producía pavor: el águila de la
familia Petrov.
No suficiente con este aturdimiento, mis ojos fueron directamente a una
mancha roja que tenía su camisa. La postura que empleábamos para bailar
pegados provocó que la chaqueta se le abriera un poquito por su pecho,
mostrándome solo a mí la sangre que ocultaba ante los demás.
—Benvenuto tra le braccia del Diavolo[6] —susurró con una dulzura
escalofriante.
CAPÍTULO 8

Vladimir Doohan

N o sabíamos dónde se había metido Vicenzo. Se acercó a los dos


Petrov que seguían apoyados en la barra para escuchar la
conversación y descubrió que uno de ellos se trataba de Yerik, el que tenía
la máscara más dorada, porque oyó al otro llamarlo por ese nombre.
Cuando Vicenzo volvió con nosotros disimuladamente y nos lo informó,
se apartó un momento y ya lo perdimos de vista.
No sabía hasta qué punto su plan de exponerse demasiado y el método
que empleó fue una buena idea porque solo disponíamos del pequeño
detalle que escuchó. Quería acabar hoy mismo con la vida de ese
desgraciado y no desaprovecharía esta oportunidad de tenerlo tan cerca, así
que no le quitábamos el ojo de encima.
No le presté atención a la discusión sin sentido entre Carlo y Maurizio
que se estaba dando a mi lado y me centré en mi objetivo hasta que
Valentino hizo acto de presencia.
—Vladimir, yo creo que no es conveniente enfrentarnos hoy a esa
familia. Han venido cuatro a la fiesta y solo dos están presentes en el salón,
que, casualmente, uno de ellos es Yerik, pero ¿dónde están los otros dos? —
expuso confuso—. ¿Y si están preparándonos una trampa?
—Tendré que correr el riesgo.
—No estás siendo sensato —protestó—. Y…
—Seré lo suficientemente sensato como para encargarme yo solo de él.
No os voy a arrastrar a ninguno de vosotros en mi caída, en el caso de que
no saliese bien el plan —le interrumpí.
No pude evitar que mi mirada se dirigiera a Cynthia, quien estaba
bailando con Dante. Él se quedaría a cargo de ella, ya que era el único
justiciero al que Cynthia conocía bien y podía acercarse todo lo que
quisiese a ella.
De pronto, un movimiento captó toda mi atención. Dejé a Cynthia a un
lado y vi que Yerik se separó de su acompañante y fue hacia la salida del
salón. Todas mis alarmas se activaron y, como si de un imán se tratase, mis
pies empezaron a moverse por sí solos.
Valentino me detuvo sujetándome del brazo.
—No te dejes llevar por tus ansias de venganza, Vladimir. Las prisas
nunca son buenas —murmuró. Lo fulminé con la mirada y tiré de mi brazo
para soltarme.
—Quédate aquí y busca a Vicenzo —le ordené y retomé mi camino. Sin
embargo, Valentino ignoró mi orden, como tenía de costumbre, y se puso a
mi lado—. ¿Qué estás haciendo?
—Acompañarte —dijo como si fuera lo más obvio—. No te dejaré solo,
aunque eso no cambia el que opine que esto es un suicidio porque no
sabemos dónde están los otros miembros de la familia y bien podrían
tendernos una emboscada.
—Por eso necesito que te quedes aquí.
—Carlo, Maurizio, Lucrezia y Dante son más que suficientes para
encargarse de Alice y Cynthia. Además, las chicas tienen a Luciano, quien
tampoco se despega de ellas. —Valentino tenía razón, así que decidí no
oponerme más a su decisión de acompañarme.
Una vez fuera, miramos hacia ambos lados y detectamos a nuestro
objetivo, que se dirigía al aparcamiento. La gente permanecía dentro del
salón, así que, por el momento, el exterior se encontraba aislado, lo que
hacía esto más ventajoso para nosotros, pero también más preocupante por
el riesgo que estábamos corriendo.
Le seguimos con las manos ya puestas en la culata de nuestras pistolas.
—Espera. —Puse un brazo delante del pecho de Valentino para que
parara—. Tú ve por aquel lado y así lo rodearemos —le susurré cuando
Yerik abrió el Lamborghini negro e ingresó medio cuerpo dentro para
buscar algo que no nos importaba.
—Avanzaré por la parte de los setos —contestó en el mismo volumen de
voz.
Nos separamos, quedando él más oculto que yo. Nos íbamos agachando
detrás de los coches mientras nos acercábamos al ruso. Le eché una última
mirada a Valentino, que ya se encontraba muy cerca de nuestro objetivo, y
encañoné a Yerik en la nuca en cuanto cerró la puerta de su vehículo tan
ostentoso.
—Parece ser que te escapaste del infierno —le dije en modo de saludo.
Él se irguió, permaneciendo todavía de espaldas a mí, y levantó los
brazos. Con ese gesto pude ver sus muñecas y ninguna tenía su
acostumbrada pulsera con la insignia de la familia. Sin embargo, no me dio
tiempo a procesar más en mi mente porque la carcajada que soltó me dejó
anonadado.
—Sois un par de aprendices nefastos —soltó una voz que no recordaba
como la de Yerik, aunque sí como la del hijo menor de Dimitri.
Retrocedí unos pasos sin bajar el arma y busqué rápidamente a
Valentino con la mirada, pero no obtuve éxito. Maldije en mi interior.
—Makari —espeté.
El susodicho fue girándose poco a poco y bajó los brazos al costado
cuando quedamos de frente. Su sonrisa maquiavélica no se le borraba del
rostro.
—Si me disparas, rubiales, mis hermanos os matarán a ti y a tu
compañero —me advirtió.
Un ramalazo de nostalgia me azotó en el alma. El recuerdo de Alec
entró en mi mente al escuchar «rubiales», ya que él me solía llamar así
cuando nos enfrentábamos. No obstante, detestaba que este maldito ruso me
llamara así y ensuciara la imagen de Alec.
Estaba tan sumido en mis pensamientos que no fui capaz de darme
cuenta de que no estábamos solos.
Aparecieron dos Petrov más. Mientras que uno arrastraba a un Valentino
inconsciente por el asfalto, el otro me apuntaba a mí con la pistola.
—Estáis tan desesperados por encontrar al Diablo que no sois capaces
de verlo ni pasando por delante de vuestras narices —dijo uno de los
gemelos. Eran tan iguales, que no conseguía diferenciarlos, ni siquiera por
las voces.
—Yo prefiero llamarlo Yerik. No me gustaría insultar a Satanás
comparándolo con semejante imbécil —me burlé.
El otro gemelo soltó un silbido por mi atrevimiento.
—Bueno, pues el imbécil está ahora mismo tocando el cuerpo de la
mujer que amas. —Mis músculos se tensaron ante las palabras de Makari
—. Esta noche, ese dulce angelito no va a volver a su casa.
—Ella no tiene nada que ver con todo esto —gruñí.
Me sentía acorralado. Tanto Valentino como yo habíamos sido cazados
por ellos y no se me ocurría una forma de salir ilesos de este encuentro.
Yerik nos había tendido una trampa, como bien me advertía mi
compañero. Él nos necesitaba fuera de combate para poder acercarse a
Cynthia y secuestrarla. No obstante, ella no se encontraba indefensa dentro
del salón, pese a estar el maldito ruso allí.
—Nos importa una mierda esa mujer, pero él la necesita y nosotros solo
acatamos sus órdenes —contestó el que me apuntaba con la pistola.
—Joder, es que ni siquiera nos ha costado trabajo engañaros —dijo el
otro gemelo con sorna—. Sabíamos que Vicenzo se acercaría a escuchar mi
conversación con Makari y solo tenía que llamarlo Yerik con naturalidad.
Al fin y al cabo, ese tipo utilizó la misma táctica en Peccato Mortale para
enterarse de que el Diablo vive. —Se dio una palmada en la frente—. ¡Qué
ilusos! —dramatizó.
—Y tú serás el cebo para atraer a los otros justicieros que hay en el
salón —prosiguió Makari—. Menos guardaespaldas tendrá… —Se quedó
pensativo unos largos segundos—. ¿Cynthia se llamaba?
—Deberías empezar a memorizar su nombre. Por lo visto, tendrá gran
importancia en nuestra familia. —El gemelo que soltó la pierna de
Valentino puso los ojos en blanco.
—Nunca me he molestado en aprenderme los nombres de las mujeres
con las que trabajo —se defendió el aludido.
Una inmensa necesidad de matar a Makari me invadió, haciéndome
olvidar que uno me seguía apuntando con la pistola. Ese maldito Petrov
había insinuado que Cynthia formaría parte de sus juegos que no conocía,
pero, con la fama de desequilibrado mental que tenía, podía hacerme una
ligera idea.
Me guardé la pistola rápidamente y me lancé hacia Makari. No podía
pegarle un tiro sin recibir yo otro, así que le solté un fuerte puñetazo y se
tambaleó hacia atrás. Si no fuera por el coche, se habría caído al suelo. No
me rendí y volví al ataque. Sin embargo, esta vez él estuvo en alerta y me
esquivó, provocando que mi puño impactara en la carrocería del
Lamborghini.
—¡Vaya! ¡Ya veréis lo furioso que se pondrá Yerik cuando vea una
abolladura en su coche! —Rio uno de los gemelos.
Ninguno de ellos intervenía en la pelea, sino que nos dejó a Makari y a
mí libres para continuar con nuestra batalla.
—¡No os quedéis ahí parados, idiotas! —chilló mi contrincante cuando
le brindé una patada en su pecho y lo tiré de espaldas al suelo.
—No corres ningún peligro, Makari, pero te vendrían bien unas clases
de defensa personal —contestó otro.
El menor de los Petrov era el más vulnerable por su escasa habilidad
para un combate cuerpo a cuerpo. Desde luego que, sin un arma, él no era
capaz de defenderse en condiciones.
Los pequeños y escasos golpes que recibía por su parte mientras lo
inmovilizaba sobre el asfalto eran como caricias porque, con el subidón de
adrenalina, no notaba el dolor, solo la necesidad de noquearlo.
Su chaqueta se abrió y pude ver el mango de una daga enganchada en la
cinturilla del pantalón. No me lo pensé dos veces y la empuñé rápidamente
para apuñalarlo en el pecho, pero no lo conseguí, ya que ahora sí
intervinieron sus hermanos en cuanto se percataron de mis intenciones.
Uno de ellos me agarró de la muñeca, deteniendo mi ataque, y el otro
me cogió de los hombros y me tiró hacia atrás. Me arrebataron las dos
armas y empezaron a darme patadas por todo el cuerpo, manteniéndome
acorralado en el suelo.
—¡Parad! —gritó uno de los gemelos y los otros dos obedecieron al
instante—. Matarlo no entra en los planes de Yerik esta noche.
Tosí y noté el sabor de la sangre en mi boca. Miré ligeramente hacia
arriba y le escupí a Makari en los pantalones. Sonreí con burla cuando el
chico quiso lanzarse hacia mí, haciéndome entender el poco autocontrol al
enfado que tenía, pero sus hermanos lo detuvieron.
—¡Suéltame, Andrei! —Makari insistía en llegar a mí.
—¿Le he pisado el orgullo al niñato? —continué picándole.
—¡Lo voy a matar! —chilló el aludido.
—¡Para ya! —le riñó Andrei al niñato refunfuñado.
—Se está despertando. —Alexei llamó toda nuestra atención y seguí la
dirección de su mirada—. Terminemos con esto —sentenció.
Valentino comenzó a moverse y se puso las manos en la cabeza,
quejándose del dolor por el golpe que debió de recibir en ella.
Sin darme tiempo a reaccionar, la patada de Andrei sobre mi cabeza me
nubló la conciencia hasta que la oscuridad me envolvió.
CAPÍTULO 9

Cynthia Moore

M e petrifiqué sobre sus brazos cuando se refirió a sí mismo como el


Diablo. No conocía a este Petrov ni tampoco podía ponerle cara al
tenerla cubierta por la máscara.
Miré alrededor en busca de ayuda y vi a Dante observarnos con furia; en
cambio, Alice lo hacía con temor; y Luciano, con preocupación. El resto de
los justicieros aún no se habían dado cuenta de mi apuro.
—Hemos coincidido muy pocas veces, señorita Moore, y en todas ellas
fueron en condiciones poco favorecedoras —dijo mientras nos movíamos
por el salón con elegancia.
Mi vista bailaba por su mancha de sangre sin poder evitarlo. Estaba tan
centrada en que este hombre podría haber matado a alguien que no le di la
debida importancia a sus insinuaciones.
—No recuerdo haber tenido algún trato con un Petrov, lo siento. —
Intenté alejarme de él, pero me agarraba con demasiada fuerza.
—Me siento ofendido. Me esforcé en dejaros huella a tus amigos y a ti
para que nunca me olvidaseis. —Mi corazón empezó a latir frenético por el
miedo que se abrió paso en mí—. Nos vimos en tres ocasiones, sin
embargo, no me resultaste interesante hasta ahora.
Mi mente no quería aceptar ni la posibilidad de que, quien se ocultaba
detrás de esa máscara, fuera él. Era imposible sobrevivir a la furia del mar
estando inmovilizado y en plena noche, o eso quería creer.
—¿Quién eres? —Lamenté que mi voz saliese titubeante.
Acercó sus labios a los míos. Por un momento pensé que se atrevería a
besarme, pero se desvió justo a tiempo y los posó sobre mi oído.
—Vuestra peor pesadilla hecha realidad. —Su susurro lúgubre me
produjo un violento escalofrío—. Me estás ahogando con tu pavor y, por tu
mala suerte, es de lo que me alimento.
Por culpa de ese mismo sentimiento, intenté alejarlo de mí con más
ahínco, sin importarme hacer un espectáculo. La desesperación se irradió
por todo mi cuerpo cuando él no se daba por vencido en mantenerme quieta
sobre sus brazos.
—Compórtate si no quieres que tus nuevos amigos acaben como
Damian —rugió muy cerca de mi rostro.
Me tomé muy en serio su amenaza y le obedecí con la respiración tan
acelerada como los latidos de mi corazón. No me molesté en ocultarle lo
que su sola presencia causaba en mí.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —Lo miré con los ojos bien abiertos.
No me atrevía a decir su verdadero nombre, como si estuviera maldito.
Podría ser cierto, ya que él mismo se llamó el Diablo.
—Quiero acabar con todo lo que vosotros empezasteis conmigo —
respondió.
—Mi hermano no está aquí. —Mis palabras me salieron atropelladas.
Me aclaré la garganta para continuar—. Querrás vengarte de él por lo que tú
merecías que te hicieran, pero…
Me vi interrumpida cuando posó su dedo índice sobre mis labios. La
otra mano la mantenía en mi espalda baja, aprisionándome contra su
cuerpo. Este hombre era bastante más alto que yo y, debido a su cercanía,
tenía que levantar mucho la cabeza para poder mirarlo a los ojos.
—Tus mentiras ensucian esa boquita que atraería a cualquier demonio.
—Fruncí el ceño por su acusación—. No te hagas más la inocente de lo que
ya eres, Cynthia. Sabes que Dylan está en esta ciudad. —Por la expresión
confusa de mi cara, supo que él era el que estaba equivocado—. Vaya. Te
quieren mantener tanto a salvo de nosotros que ni siquiera se molestaron en
contarte la verdad. —Perfiló mis labios con el dedo y su mirada seguía ese
movimiento—. Qué lástima que tus guardaespaldas no hagan bien su
trabajo de protegerte.
De pronto, uno de sus acompañantes apareció de la nada y le colocó una
mano en el hombro. Por un momento, deseé lanzarme a los brazos de ese
desconocido y agradecerle su intromisión.
—Tenemos un problema, Yerik —le informó.
Mi cuerpo recibió otro escalofrío al escuchar ese nombre. Si antes tenía
alguna duda, esa ya quedó resuelta.
—¿Qué es más importante que el plan? —espetó el susodicho.
—¿Qué te parece que Feddei se haya escapado? —contestó el otro con
el mismo tono de voz.
Ahora que Yerik estaba entretenido, me permití el lujo de evaluar lo
poco que veía de él. El negror de las pupilas consumió gran parte del azul
de sus iris, quedando estos como un fino anillo. No sabía nada de drogas,
pero sí lo suficiente como para tener la certeza de que este hombre había
consumido alguna sustancia.
—¿Dónde está Makari? —quiso saber el puñetero ruso que tanto odiaba.
—No lo sé, pero no tenemos tiempo que perder, y lo sabes.
Yerik me lanzó una mirada cargada de oscuras promesas y me soltó con
lentitud. Parecía que le costaba liberarme, y no me quise imaginar lo que
hubiera pasado si el desconocido no nos hubiera interrumpido.
—Te has librado de caer hoy, Cynthia, pero no te confíes demasiado —
me dijo con una sonrisa siniestra—. Gli angeli spesso cadono.[7]
Yerik le echó un rápido vistazo al entorno y se dirigieron hacia la salida
del salón. Antes de que desaparecieran de mi vista, ambos intercambiaron
una mirada conmigo, poniéndome los pelos de punta.
—¿Estás bien? —Alice se puso a mi lado.
Me giré sobre mí misma y no solo estaba ella junto a mí, sino que
Luciano, Maurizio, Lucrezia, Dante y otro que no conocía le acompañaban.
—¿Dónde están Vladimir y Valentino? —quiso saber Maurizio.
—No lo sé, pero Vicenzo también ha desaparecido —le respondió el
desconocido.
Alice pasó un brazo por mis hombros y me miró preocupada. Entonces,
me di cuenta de que no le había contestado.
—Estoy bien. —Solté un suspiro y miré a los justicieros—. He visto a
Vladimir y a su amigo salir. Iban detrás de uno de los Petrov —les informé.
Dante soltó una maldición y su hermana se puso una mano en el pecho.
Lucrezia parecía dolida de verdad al pensar que Vladimir podría estar en
peligro. Quizás ella estaba enamorada de él y su amor no era correspondido.
—Voy a buscarlo —soltó Maurizio, pero el hombre que no conocía lo
detuvo, sujetándole del brazo—. Carlo, suéltame.
—Mirad, ahí entra Valentino —intervino Luciano.
Me di la vuelta y el mismo que le acompañó a Vladimir corría hacia
nosotros. Iba solo y por el aspecto que traía, supe que algo malo había
pasado. Tenía una herida por la cabeza, oculta bajo su pelo, porque un
caminito estrecho de sangre recorría por su frente.
—¿Qué ha pasado? —exigió Dante.
—Le he dicho a Vladimir que era una locura ir detrás de Yerik, que
resultó ser Makari —dijo Valentino atropelladamente—. En el aparcamiento
me sorprendió uno de sus hermanos y me golpeó. Cuando desperté, vi que
los tres se iban a toda prisa con las manos vacías.
—¿Como que con las manos vacías? —Maurizio frunció el ceño.
—No sé dónde demonios han tirado a Vladimir ni lo que le han hecho,
¡joder! —casi chilló Valentino, llamando la atención de las personas más
cercanas—. Necesitamos ayuda.
—Yerik era quien bailó conmigo —murmuré con voz temblorosa—. Se
ha ido con otro Petrov porque un tal Feddei se escapó. Solo escuché eso.
—¡Genial! Vicenzo no está y Vladimir anda oculto, posiblemente
inconsciente, por algún sitio —escupió Carlo.
—Puede que los Petrov estén fuera. Deberíamos ir juntos a buscarlos —
comentó Maurizio.
Dante nos miró a Alice y a mí antes de dirigirse al hermano de mi
amiga.
—Quédate aquí con Luciano y las chicas —le pidió y el aludido asintió.
Acto seguido, los justicieros se fueron como un rayo, dejándonos solos
con Maurizio. Alice nos mostró su preocupación y andaba alterada. Su
hermano se encargó de ella mientras que Luciano se puso a mi lado.
—¿Te ha hecho daño? —preguntó, refiriéndose a Yerik.
Solo pude negar con la cabeza y mi vista no se despegaba de la salida
del salón, sintiendo una terrible necesidad de ir tras ellos para ayudarles a
buscar a Vladimir. Tenía mis diferencias con él, pero tampoco quería que le
pasara nada malo.
Le eché un rápido vistazo a mis amigos. Los Vitale estaban sumergidos
en una dura conversación y Luciano fue hacia ellos. Esta era mi
oportunidad de escabullirme.
Sin detenerme a pensar, me cogí el bajo del vestido y troté hacia la
salida, esquivando a las personas que me cruzaba por el camino y
utilizándolas de escudo para no ser vista por mis amigos.
Solté un suspiro de alivio al conseguir mi propósito. Escaneé alrededor
y decidí ir por mi derecha, en dirección contraria al aparcamiento. Anduve
lentamente por la acera que rodeaba la gran casa y giré en la esquina.
Todo estaba demasiado oscuro y aislado por esta zona. Un fuerte
escalofrío me recorrió y el vello de mi nuca se erizó.
—¿Qué hace un bello corderito tan solo en mitad de la nada? —Pegué
un respingo y giré sobre mis talones para ver a un hombre sin máscara.
No era ningún Petrov, y ese fue el único alivio que recibí, ya que este
chico tampoco tenía muy buena apariencia. Cuando decidió acercarse a mí,
retrocedí por instinto. Sabía pelear y podía defenderme en condiciones, sin
embargo, quería evitar cualquier tipo de violencia.
—Detente o no responderé —le amenacé y, para mi sorpresa, mi voz
destiló firmeza, aunque estuviera muy nerviosa.
Alzó una ceja y, sin verlo venir, se abalanzó sobre mí y me acorraló
sobre la pared. Intenté apartarlo con los brazos, pero no pude, así que
preparé mi pierna para darle un rodillazo en sus partes más sensibles. No
obstante, no estaba preparada para lo que pasó después delante de mis ojos.
El rugido de un vehículo rompió el ruido de nuestras respiraciones
aceleradas y apareció un chico a pie sin máscara. Inmediatamente, este
apartó a mi atacante y lo lanzó hacia la carretera, justo cuando el coche iba
a pasar, y lo arrolló.
El chico que me ayudó rio a carcajadas como un demente y agitó los
brazos en el aire, como si pensara que esto se trataba de un juego.
El conductor frenó en seco y salió alterado del vehículo, soltando
maldiciones por doquier. Vio con los ojos abiertos como platos lo que había
hecho y señaló con el dedo a mi salvador desquiciado.
—¡Makari! —rugió el que atropelló al hombre.
Un jadeo tembloroso salió de mis labios cuando reparé en que el loco
que me había ayudado se trataba de un Petrov porque fue el nombre que
mencionó Yerik cuando finalizó nuestro baile.
Mis ojos asustadizos se dirigieron a Makari, quien llevó su mano hacia
atrás, listo para empuñar una pistola que yo sí pude ver desde mi posición;
pero el conductor, no.
—¡No! —Me tiré hacia él y lo agarré de la muñeca para que no sacara el
arma—. ¡Vete! —le grité a la víctima.
Makari me apartó de un empujón y mi espalda se estampó contra la
pared. Un grito ahogado trepó por mi garganta cuando le pegó un tiro en la
cabeza y cayó al suelo ya sin vida.
Mis piernas temblaron del puro horror y tuve que sujetarme a los
ladrillos para no caer. El Petrov se dio la vuelta y me miró con las facciones
descompuestas por una furia que asustaría a cualquiera que las viera.
Sin darme tiempo a reaccionar, me dio el bofetón más fuerte de mi vida.
Si no fuera por la pared, me habría tirado al suelo del impacto.
—Maldita estúpida. ¡¿Así me agradeces que te haya ayudado?!
Le devolví la mirada con una valentía que creí no recuperar nunca y,
como si algo me empujara a enfrentarlo, mi mano se estrelló contra su
mejilla. No supe de dónde saqué el valor, pero sentí la necesidad de
regresarle la bofetada.
—No vuelvas a tocarme —le advertí.
Makari pareció más sorprendido que yo por mi arrebato. No obstante, se
recuperó enseguida y volvió a lanzarse sobre mí. Esta vez, no me agredió,
pero me puso la hoja de una daga sobre mi mejilla, atrapándome entre su
cuerpo y la pared.
—Tienes suerte de que el Diablo te necesite viva —gruñó muy cerca de
mi rostro—. Sin embargo, eso no me prohibirá tocarte y divertirme contigo
hasta hacerte rogar clemencia. —Tragué saliva con dificultad y sonrió con
malevolencia—. A los chivatos les rajamos la cara, muñequita. Cuidado con
esa boquita porque sería una pena marcarte ese rostro angelical que tienes.
Después de amenazarme y que el pavor se adueñara de mí, Makari se
alejó y corrió hacia el coche. Se montó en este y salió disparado del recinto,
dejando los dos cadáveres tirados en el asfalto.
Me puse una mano sobre mis labios para acallar cualquier sollozo que
trepara por mi garganta mientras observaba los cuerpos. No quería tener
más problemas con la mafia, no podía permitir volver al pasado ahora que
lo había dejado atrás.
Fui testigo de este doble crimen, así que la policía me interrogaría hasta
el cansancio y, si hablaba, los Petrov irían a por mí, sin embargo, si no lo
hacía, me meterían en la cárcel por cómplice.
—Otra vez no —gimoteé y, con todo el dolor de mi corazón, tomé mi
decisión—. Alguien os encontrará y os dará un entierro digno, pero yo no
puedo esclarecer vuestro crimen, todavía no —musité.
Volví a coger el bajo de mi vestido y me dirigí al interior del salón. No
me arriesgaría a ser descubierta por más personas aquí fuera, así que opté
por mantenerme acompañada. Ya había ocasionado bastantes problemas,
aunque no tuviera la culpa de nada.
Una vez dentro, Maurizio se acercó a mí a grandes zancadas.
—¿Dónde demonios te has metido? —exigió saber y sus ojos
recorrieron todo lo visible de mi rostro—. ¿Y qué te ha pasado? Pareces en
el borde de la ansiedad.
No podía contestar ni quería hablar ahora. Por encima de su hombro vi
que abrieron las puertas del jardín y la gente empezaba a salir por allí.
Luciano y Alice se acercaron a nosotros, pero no tuvieron la
oportunidad de abordarme a preguntas porque unos gritos agónicos nos
sobresaltaron.
Con el corazón a punto de salirse de mi pecho, corrí hacia el jardín y
mis amigos me siguieron. No estaba preparada para lo que iba a ver. Si
antes quedé traumatizada por lo que había hecho Makari, la imagen que
tenía delante se ganó el premio gordo.
—Vicenzo —susurró Maurizio.
Como si el resto de justicieros hubieran escuchado los gritos, salieron al
jardín como un huracán, incluido Vladimir, quien tenía muy mal aspecto.
Todos pararon en seco al ver el cuerpo del tal Vicenzo y abrieron la boca
del asombro.
El cadáver estaba anclado en una cruz invertida, manteniéndolo boca
abajo. Tenía un profundo corte en el cuello, donde seguía emanando algo de
sangre y en el suelo se acumulaba en grandes cantidades. Su torso estaba
descubierto y pude detectar que tenía una sustancia brillante, como si le
hubieran marcado con un líquido transparente y espeso.
De pronto, una llama salió de la nada y continuó por un camino que nos
resultó invisible a todos. Esa lengua estrecha de fuego ascendió por el
cuerpo de Vicenzo y tomó una forma escalofriante en el torso, siguiendo el
rastro de la sustancia inflamable.
La forma de un águila de fuego con las alas extendidas se dibujó en el
cuerpo del justiciero.
«La firma de los Petrov».
CAPÍTULO 10

Cynthia Moore

E l terror que se instaló en mi organismo por lo que pasó en la fiesta


enmascarada no se iría tan fácilmente y ya comenzaba a ser un
estorbo en mi trabajo.
No podía evitar mirar en todas direcciones con bastante frecuencia,
como si Makari me fuera a sorprender en cualquier momento. Ni siquiera
me sentía a salvo en mi propio apartamento. Tuve la tentación de pedirle a
Alice que se mudara conmigo, pero no quise ponerla a ella en peligro por
mi egoísmo.
La tarde en el hospital transcurrió tranquila y, a mi llegada, me
comunicaron que Daniell había vuelto a ingresar y se encontraba en la
segunda planta. Esta noticia no era una que asombrara a mis compañeros,
puesto que pasaba a menudo.
Por muy extraño que pareciera, me alegré de tener a ese Petrov de nuevo
porque una parte de mí me empujaba a hablar con él y pedirle ayuda. Estaba
tan desesperada que haría cualquier cosa por protegerme. Dudaba de que
estuviera en condiciones mientras permaneciera en esa planta de críticos,
así que tenía que esperar a que lo trasladasen a la primera, en la que
trabajaba yo.
Serafina y Luciano eran sus enfermeros, con lo cual, ellos estarían
informados de todo respecto a Daniell. Él no nos tocaba nada a Alice y a
mí.
Pensé en Dylan. Nadie me dijo que mi hermano estaba en Milán, y
tampoco se había puesto en contacto conmigo. No sabía qué pensar
respecto a este asunto.
—Arriba hay mucha más acción —dijo Serafina, dejando su carpeta
encima del mostrador de enfermería—. Sin embargo, prefiero la
tranquilidad y seguridad de aquí.
A nadie nos gustaba que nos tocara en el segundo piso, y normalmente
iban Luciano y ella. Eran los más veteranos en este hospital y estaban mejor
preparados para enfrentarse a los pacientes difíciles en caso de trifulca.
Despegué mi vista del ordenador y la miré desde mi asiento.
—¿Has tenido algún problema con alguno? —pregunté con disimulo,
por si me nombraba a Daniell en algún momento.
Serafina soltó un suspiro y se apoyó en el mostrador.
—Nada importante. Menos mal que mañana me toca librar.
Yo haría el turno de noche y la mala noticia era que estaría yo sola como
enfermera en todo el hospital, así que tendría que abarcar los dos pisos. Al
menos, habría un guardia por si necesitase ayuda y el personal sanitario
estaría atento a las llamadas de emergencia para acudir rápidamente al
hospital.
—Daniell es el único paciente que bajarán mañana por la mañana y
ocupará la misma habitación. Parece ser que ya se le ha puesto a su nombre
—bromeó ella, llamando toda mi atención.
—¿Sabes por qué ingresa tantas veces y muy seguidas? —Me resultaba
muy curioso.
—Porque tiene muchas recaídas, señorita Moore. —Karlen nos
sobresaltó a las dos.
—¡Ay, qué susto! —se quejó Serafina y lo miró con cara de pocos
amigos—. Caballero, el horario de visitas terminó a las ocho de la tarde y
ya son las nueve y media —informó muy diplomática.
Karlen la ignoró y puso sus dedos encima del mostrador, emitiendo un
ruido bastante desquiciante con ellos.
—Disculpe, señor Ivanov. Si busca a Daniell, déjeme decirle que se
encuentra en la unidad de críticos y tiene restringidas las visitas hasta que lo
trasladen aquí —le aclaré con mi mejor sonrisa.
—En realidad, quiero hablar con usted. —Sus ojos eran como dos pozos
oscuros que engullían, pese a ser azules.
—En todo caso, me retiro. —Serafina recogió su carpeta y me miró—.
Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. —Asentí con la cabeza.
Mi compañera desapareció por el final del pasillo y me enfoqué en
Karlen, siendo prisionera de su escrutinio.
—Has causado un gran revuelo en mi familia, Cynthia —dijo,
olvidándose ya de las formalidades y pasamos a tutearnos.
—¿Con los Ivanov? —Me hice la ingenua.
—Sobre todo, con los Petrov. —Fue rodeando el mostrador para
acercarse a mí.
Me levanté rápidamente y me puse a su altura antes de que me
alcanzara. No me fiaba de él y quería mantenerme en alerta por si me
atacaba.
—Mi madre es Irina, la esposa de Dimitri Petrov. Somos muy
conocidos, mujer. Dudo mucho de que ya no te hayas informado de
nosotros por muy nueva que seas en Milán —soltó con desdén y paró a una
escasa distancia de mí—. Por cierto, ¿qué te parece la ciudad?
—Mis gustos personales no son de tu incumbencia —contesté lo más
simpática que pude—. Dime tú, ¿qué hacen unos rusos tan poco queridos
en Milán? —Me crucé de brazos, expectante.
—Poco queridos no equivale a poco respetados, Cynthia Moore —
murmuró.
No había ni un miembro de esa detestable familia que no me pusiera
nerviosa. Estaba incómoda con cualquiera de sus compañías. Solo iba a
tolerar a Daniell porque no tenía más remedio, pero a nadie más.
—Retírese, por favor. Mañana por la mañana estará el hijo de su
padrastro aquí. —Le señalé la salida con el dedo.
Karlen dio un paso hacia mí, intimidándome. Todo mi cuerpo me pedía
que corriera y huyera de aquí, pero no hice ni el amago de intentarlo. En
cambio, aproveché su presencia para aclarar lo que sucedió en la fiesta.
—Tuve un desafortunado encuentro con Makari y lo último que quiero
es tener problemas con tu familia, así que dile de mi parte que no abriré la
boca. Yo no vi nada de lo que hizo y punto. —Le transmití con esto último
que no me chivaría de sus crímenes.
—Es un honor tu prudencia —respondió con seriedad—. Sin embargo,
eres un diamante en bruto para el Diablo.
—Querrás decir, Yerik. —Fui demasiado brusca con mi tono. Ese
nombre me enervaba.
—Son la misma persona. —Ladeó la cabeza y un atisbo de sonrisa
asomó por sus labios—. A mí me interesaría tu envoltorio. —Estudió mi
cuerpo con descaro—. Y al resto, lo que guardas dentro. —Pasó un dedo
lentamente por mi abdomen y retrocedí unos pasos.
Un escalofrío trepó por mis piernas. ¿Qué quería decir con eso?
Carraspeé para aclarar mi garganta y disfracé mi miedo con la indiferencia.
—¿Y el Diablo?
—Él es tu ancla temporal a la vida. —Se dio la vuelta y aumentó la
distancia que nos separaba—. No olvides que tienes fecha de caducidad,
Cynthia Moore.
Me quedé atónita, observando cómo se marchaba delante de mis narices.
Me dejé caer en el asiento, totalmente abatida por el giro tan inesperado que
había tomado mi vida. Algo dentro de mí me comunicaba que no podría
escapar del abismo ni huyendo de esta ciudad.
Apoyé los codos en el escritorio y enterré mi cara en mis manos. ¿Qué
podía hacer?
Estaba en el punto de mira de los Petrov y tenía más que claro que el
Diablo me necesitaba viva durante un tiempo, y que después me brindarían
un final que no quise ni imaginarme.
Me urgía encontrar a Dylan y exigirle una explicación; también
abofetearlo por no buscarme cuando vino a esta ciudad. Me gustase más o
menos, tenía que relacionarme con los justicieros. Al fin y al cabo, teníamos
un objetivo en común: derrotar a la familia Petrov. Era consciente de que
ellos serían un estorbo en nuestras vidas y, mientras viviesen, estaríamos
todos en peligro.
Me levanté de la silla tan rápido que sufrí un fuerte mareo y tuve que
agarrarme al borde del escritorio. Me esperé unos segundos para
estabilizarme y cogí el teléfono para llamar a Serafina.
A los tres tonos, lo cogió.
—Oye, ¿puedes cubrirme un momento aquí abajo? —le pedí, cruzando
los dedos para que aceptase—. Me encuentro con el estómago revuelto y
allí los pacientes están encerrados, así que no se te escapará ninguno —
intenté bromear.
—Claro. Dame dos minutos. Aguanta esas náuseas, querida. —Rio y
colgó.
No sabía cómo me iba a encontrar a Daniell, pero no podía esperar a
mañana noche, que era mi próxima jornada. Iba mucha gente tras de mí
como para pasar otro día más comiéndome la cabeza, a la espera de ser
atacada.
Pasaron más de dos minutos, pero, al fin, apareció Serafina con un café
en sus manos. Ella siempre tenía que tener cafeína en las venas para poder
trabajar. Los cuatro enfermeros éramos casi de la misma edad, sin embargo,
Serafina tenía menos energía que un móvil sin batería.
«Ojalá pueda llegar a cumplir los veintiocho años», pensé con
dramatismo, rezando para sobrevivir más tiempo.
—Ya puedes vomitar todo lo que quieras —bromeó antes de sentarse en
la silla giratoria, saboreando su café.
—Muchas gracias.
Le regalé una sonrisa y fui hacia el final del pasillo, donde estaban los
servicios. No obstante, me desvié hacia las escaleras para subir a la segunda
planta. Si empleaba el ascensor, llamaría la atención de mi compañera y no
planeaba que nadie supiera de mis intenciones.
En cuanto llegué a mi destino, fui directa al área de control y busqué los
historiales de los pacientes hasta que di con el que buscaba, comprobando
que ocupaba la habitación 202.
Lo dejé todo como me lo encontré para no levantar sospechas de mi
intrusión y cogí una copia de las llaves de las habitaciones.
Paré en seco delante de la puerta que me separaba de Daniell. El
nerviosismo me azotaba con fuerza porque no tenía ni idea de lo que me
encontraría detrás de esta barrera. ¿Estaría sedado y colaboraría conmigo?
Sin más preámbulos, le eché coraje y entré.
El interior estaba totalmente oscuro y me costó encontrar la llave de la
luz. Una vez que todo se iluminó, cerré la puerta para que nadie escuchara
lo que tenía que decirle al paciente.
Daniell permanecía recostado en la cama, boca arriba, con un brazo
encima de sus ojos. Tragué saliva con dificultad y anduve hacia él con
lentitud.
Casi grité del susto cuando se irguió de sopetón y me miró con
intensidad, como si hubiera estado esperando mi llegada. Este hombre me
producía escalofríos con tenerlo cerca y no tenía nada que ver con su
cicatriz y aspecto rudo.
—Hola. Siento mucho molestarte a estas horas. ¿Cómo te encuentras?
—comencé, rompiendo el hielo.
—No me toca la medicación hasta mañana —espetó con brusquedad.
—¡No! —Fruncí los labios con molestia por ser una actriz pésima—.
Solo necesito mantener una conversación contigo. Nada de medicaciones ni
regaños. —Intenté sonreír, pero debió de salir como una mueca—.
Hablaremos como…
—¿Amigos? —soltó sin más. No dije nada.
Daniell se enderezó y quedó sentado en la cama. Me miró expectante y,
al ver que no decía ni una sola palabra, me instó a continuar con un gesto
manual.
—He conocido a parte de tu familia. —Me estrujé los dedos, aliviando
mis temblores.
—¿Y no fueron muy agradables contigo? —Rio y negó con la cabeza—.
Estás en apuros, ¿verdad? —Asentí con la cabeza y un escozor se centró en
mis ojos.
—No me conocen, pero…
—Cynthia Moore —me llamó con una suavidad que nunca le vi emplear
conmigo—. Todos sabemos perfectamente quién eres.
—No lo entiendo, Daniell. —Quise tratarlo con más cercanía y forjar un
vínculo con él para que me ayudase—. Yo no soy ningún peligro para tu
familia. De hecho, presencié cómo Makari acabó con la vida de dos
personas en la fiesta enmascarada y no le dije nada a nadie. No es justo que
quieran lastimarme. —Me vi interrumpida por las lágrimas que amenazaban
con salir.
Yerik querría usarme para llegar a mi hermano, pero el resto de la
familia deseaban tener vía libre para hacerme daño, incluso matarme.
—Con tus lágrimas no los detendrás. —Daniell interrumpió el rumbo de
mis pensamientos—. Y yo no puedo ayudarte, lo siento.
Se volvió a tumbar sobre la cama. No obstante, su mirada seguía
conectada con la mía empañada. Estaba tan frustrada que quería descargar
mi agonía con el poco mobiliario que había en esta habitación, sin embargo,
me contuve. Opté por insistirle un poco más.
—Tú los conoces. Tal vez podrías interferir en sus decisiones…
—Yo soy la oveja negra de mi familia, Cynthia. No tengo ningún tipo de
autoridad en ella.
—Eres el hijo de Dimitri, el que más mandará... —Me silenció cuando
alzó un dedo.
—Te equivocas. Mi padre podrá ser el patriarca, pero es Yerik el Don de
la familia. Solo el Diablo podrá dictar tu destino dentro de ella.
—¿Por qué él? Tendrá que rondar la misma edad que mi hermano, unos
treinta y tres años, nada comparado con Dimitri, que será todo un veterano.
—Por más que intentara convencerme de que mi vida no dependía de Yerik,
no lo conseguía.
—Él fue nombrado Don cuando ingresó en la familia de mi padre. Yerik
vivía con sus padres en Rusia, pero, al mudarse a Milán, Dimitri lo acogió y
él es como su hijo, aunque en realidad solo es su tío paterno —me aclaró.
—Entonces, te correspondería a ti ese cargo por ser el primer hijo del
patriarca —deduje.
—¿Ves que estoy en condiciones de serlo? —Su tono sonó a burla, y no
le contradije, ya que tenía razón—. Yo no puedo hacer nada por ti, Cynthia,
tan solo aconsejarte o darte alguna idea.
La esperanza iluminó mi interior y él lo notó porque me lanzó una tenue
sonrisa. Sin embargo, se rompió en mil pedazos cuando volvió a hablar.
—Haremos un trato por cada información que le dé, señorita Moore. Yo
también necesito su ayuda. —Fruncí el ceño—. No se preocupe, le pediré
cositas muy sencillas a cambio de entrenarte para sobrevivir dentro de mi
familia.
«Dentro de mi familia», repetí en mi mente.
—Y para que veas que soy generoso, comenzaré yo. —Daniell volvió a
sentarse en la cama y me estudió con tanta intensidad que tragué saliva con
dificultad por acto reflejo—. ¿Quieres que toda mi familia te respete? —
Asentí con la cabeza sin dudarlo—. Gánate al Don, Cynthia. A cambio de
esta clave, quiero que tú te conviertas en mi enfermera, junto con Alice, ya
que ella es muy amiga tuya y se dejará conducir por sus decisiones futuras.
No daba crédito con todo lo que me estaba diciendo. Su petición era tan
sencilla como extraña, sin embargo, me asustó lo que insinuó respecto a
Yerik.
—¿Qué quieres decir con que me lo gane? —musité.
Daniell apoyó los codos en sus rodillas y se inclinó hacia adelante con
una sonrisa.
—Seduce al Diablo —murmuró con voz siniestra—. Obtén su
admiración y respeto. Solo así los demás lo harán.
CAPÍTULO 11

Yerik Petrov

M is dedos le daban golpecitos al volante en un acto de impaciencia


mientras esperaba a que nuestro paciente ingresara en el vehículo.
Mi tío Dimitri me había encargado esta labor para que él pudiera reunir a
Francesco Di Marco y a su equipo en casa para llevar a cabo el trasplante de
hígado.
Mi familia básicamente se encargaba del tráfico de órganos, obviando
que Karlen estaba centrado en el proxenetismo.
En la mafia, las personas donantes no se ofrecían voluntarias a
regalarnos sus órganos, sino que las secuestrábamos y las matábamos para
conseguirlos y solo los adinerados podían acceder a nuestro mercado. La
lista de espera para los trasplantes era muy densa, así que la mayoría que se
lo podían permitir acudían a nosotros o a nuestros socios para conseguir una
operación inmediata que salvaría sus vidas.
En mi familia ejercíamos labores diferentes dentro de la mafia. Alexei,
aunque pareciera un simple estudiante de ciencias políticas, tenía unos
conocimientos altos sobre el lado más oscuro de la informática,
ayudándonos a borrar cualquier huella virtual para no ser rastreados.
Andrei, al ser un policía fiscal, manipulaba a su antojo las pruebas que se
presentaban del acusado para que Dimitri, el juez del supremo, pudiera
dictar la sentencia oportuna. Irina heredó el crematorio de Gavrel, el lugar
en el que desaparecíamos los cadáveres. Karlen se encargaba mayormente
de la extorsión, de eliminar a cualquier objetivo y de marcar a los chivatos.
Ivanna y yo nos enfocábamos en seducir o engañar a nuestras víctimas para
atraerlas al lugar idóneo donde poder raptarlas. Ella se centraba en los
hombres; y yo, en las mujeres.
Alguien golpeó mi cristal, llamando mi atención. Bajé la ventanilla y
uno de mis hombres habló.
—Andrea ya está aquí.
Miré sobre su hombro y vi a la chica con los ojos vendados. Ningún
paciente podía saber dónde le operaríamos ni vernos las caras, así que
empleábamos este método o los dormíamos directamente.
—Que suba —le ordené.
La joven entró a los asientos traseros con la ayuda de Leonardo. Él
estaría a su lado en todo momento mientras que Riccardo conduciría detrás
de mí.
Arranqué el motor y me puse en marcha. Mi casa se ubicaba en una
zona bastante aislada del casco urbano de la ciudad, donde gozábamos de
todo tipo de privacidades para los negocios, entre otras cosas. Se trataba de
una especie de castillo gótico, pero, en nuestros sótanos, aparte de las
mazmorras, estaban los quirófanos altamente equipados para llevar a cabo
nuestras operaciones quirúrgicas.
Al cabo de unos largos minutos con mucho tráfico, llegué a la solitaria
carretera que conducía a mi dulce y terrorífica morada. Riccardo siguió
rigurosamente las instrucciones y cruzó su vehículo en la carretera para que
nadie pasara. No podíamos correr el riesgo de ser seguidos por curiosos. Él
siempre tenía un paripé que formar para brindarme el tiempo suficiente para
desaparecer del radar, junto con el paciente y mi ayudante.
Las puertas de la propiedad se abrieron y aparqué el Mercedes en la
puerta de casa. Para este tipo de asuntos, no podía utilizar mi Lamborghini,
un imán de mujeres deseosas de recibir un poco de atención masculina.
Normalmente, no las traía a casa, puesto que corría el riesgo de que Makari
las interceptara en la salida y se las llevara a su habitación personal.
Leonardo se encargó de bajar a Andrea del vehículo y yo entré en casa.
Esta arquitectura estaba en pie desde hacía muchos años; era una auténtica
reliquia que mi tío quiso conservar. Este lugar no escondía solo numerosos
crímenes sin resolver, sino que guardaba misterios que nadie podría
imaginarse jamás.
Nada más poner un pie en el recibidor, tía Nadia, la hermana menor de
Dimitri, nos atendió.
—Todo está preparado —dijo.
Leonardo condujo a Andrea por los pasillos laberínticos y yo me quedé
un rato más con ella.
—Espero que mantengas encerrado a tu hijo Feddei y que no se vuelva a
repetir la historia, tía Nadia.
Ese niño de doce años no podía relacionarse con nadie y tenía que
permanecer cautivo en la parte más agradable de las mazmorras. Su sola
fuga podría ser letal para todo el mundo.
Su otra hija, Larissa, era tan pequeña que no la considerábamos un
peligro mayor para ninguno, aunque la niña repelente le causaría escalofríos
a cualquiera, sobre todo, cuando se la veía con su acostumbrada muñeca
medio troceada en las manos.
Los dos fueron adoptados, puesto que Nadia era estéril por naturaleza.
Además, ya tenía una edad avanzada como para estar teniendo hijos.
—Siento mucho haber estropeado vuestra fiesta —se disculpó con pesar
y no hice otra cosa que sonreírle.
—Me sobran días para terminar esa fiesta —contesté, pensando en
Cynthia.
Le puse una mano en el hombro y le di un suave apretón antes de ir a
por mi tío, quien me estaba esperando en el salón. Lo que no me podía
imaginar era el espectáculo que Makari estaba liando otra vez.
Una chica desnuda intentaba soltarse de los brazos del hijo menor de mi
tío. Miré a Andrea, que seguía con los ojos vendados, pero temblaba
demasiado por el miedo que estaría sintiendo en estos momentos. Esta no
era la imagen que queríamos ocasionarles a nuestros pacientes.
—¿Se puede saber qué has hecho esta vez? —le demandé a mi primo.
La chica luchaba por liberarse y me fijé en que había sido apuñalada en
el abdomen. Volví a dirigir la vista a Makari.
—Por favor, Leonardo, prepara a la señorita. El personal médico está ya
listo —informó Dimitri con la intención de disminuir la expectación.
Cuando los dos desaparecieron de nuestro campo de visión, di grandes
zancadas hacia Makari.
—¡¿Qué demonios has hecho?! —exigí saber.
—¿Tú qué crees? —intervino mi tío—. No ha sabido hacer lo que le
mandé y ha optado por dejarse llevar por sus instintos, otra vez —espetó.
La chica lloraba y nos pedía ayuda, una que nunca le iba a llegar. Ni,
aunque quisiera, podría dejar que se fuera de aquí con vida. No me quería
imaginar qué había visto en esta casa por culpa de mi primo.
—Ya que te has molestado en secuestrarla para tus juegos repugnantes,
al menos podrías haber conservado sus órganos intactos, estúpido —le
reproché con unas inmensas ganas de partirle la cara por su insensatez—.
La has apuñalado y has dañado lo más valioso que puede ofrecernos.
—Supongo que los pulmones y el corazón servirán —gruñó Makari.
—Lo que tenías que haber hecho era mantener tus manos quietecitas y
no haber raptado a nadie —le ataqué.
Alexei ingresó en el salón, silbando animadamente hasta que reparó en
nosotros.
—¿Cosa vedono i miei occhi[8]? —preguntó perplejo.
—Nadia, cariño. ¿Podrías llamar a Irina? —le pidió Dimitri.
No me había percatado de que mi tía estaba presente, aunque no me
extrañaba, puesto que sus pasos eran tan silenciosos como los de un
fantasma. Podría pasar por tu lado y no darte cuenta con mucha facilidad.
No me agradaba la esposa de mi tío, pero era ventajoso tener siempre un
crematorio a nuestra disposición. Si a mí me nombraban como el Diablo,
esa mujer se apodaba la Víbora. Era tan venenosa como esas serpientes.
—¡Y tú! —Dimitri señaló a su hijo menor en un gesto despectivo—.
¡Encárgate de ella de manera limpia! —gritó.
La sonrisa maquiavélica de Makari, junto con la furia que irradiaba su
mirada, fue un aviso. Cuando nos lanzaba esas señales quería decir que
haría todo lo contrario para desafiarnos.
En un rápido movimiento, él estrelló la espalda de la chica en la pared y
desenfundó su daga que llevó oculta en la cinturilla del pantalón. Antes de
que alguno de nosotros lo detuviéramos, Makari enterró la hoja del arma a
la altura del estómago de la joven y la deslizó hacia el vientre.
Sus chillidos agónicos acabaron en un burbujeo entrecortado, y, a los
pocos segundos, murió destripada. Los intestinos asomaron del corte y parte
de estos llegaron al suelo. Cuando Makari recuperó la daga y retrocedió
unos pasos, el cuerpo de la chica cayó encima de la alfombra.
—A limpiar —se burló el muy canalla y se perdió por el pasillo,
dejándonos a todos anonadados.
El rostro de Dimitri estaba rojo por la ira que irradiaba de su interior. El
control de su hijo se le escapaba de las manos y ninguno podíamos ayudarle
a mantenerlo quietecito.
Un gritito nos sorprendió. Giré sobre mis talones con la mano en la
culata de mi pistola, listo para pegarle un tiro a quien fuera.
Zaria anduvo lentamente hacia mí con los ojos desorbitados por el
horror. Se puso las manos en la boca para acallar sus sollozos, o eso
pensaba yo, hasta que llegó a mi lado y no pudo aguantar las ganas de
vomitar. Me echó encima todo el contenido de su estómago.
Tía Nadia no estaba vomitando, pero daba arcadas constantemente.
—¡Joder, qué asco! —se quejó Alexei—. ¡Como si nunca hubierais
visto vísceras desparramadas por el suelo!
—Hijo, Zaria no está hecha para esto —contestó Dimitri.
Controlé mi expresión asqueada al olfatear el ácido estomacal y no me
molesté en mirar cómo había quedado mi ropa. Cogí a Zaria de los brazos y
la incité a mirarme.
—Tranquila, cariño. —Le acaricié la cabeza como a una niña pequeña
—. Ve a tu dormitorio e intenta sacar esta grotesca imagen de tu cabeza.
Haré todo lo posible para que no vuelvas a presenciar algo así.
—No la consientas tanto ni la trates como a una niña pequeña, que ya
tiene veintinueve años —protestó Alexei—. ¡Es más mayor que yo!
Fulminé a mi primo con la mirada.
—La trataré como me dé la gana —escupí.
—Ya basta. —Dimitri dio una palmada para interrumpir nuestra guerra
de miradas—. Alexei y Nadia, limpiad este estropicio. Zaria, vete a tu
habitación —fue ordenando conforme nos señalaba con el dedo—. Y tú,
vamos abajo —se dirigió a mí.
El gemelo soltó una serie de maldiciones tan fuertes que sobresaltaron a
mi tío, quien le dio un guantazo en la nuca para silenciarlo.
Le eché un rápido vistazo a Zaria y le dije con mis labios que iría a
buscarla después de esto. No hacía falta que le hablara para transmitirle
ciertas cosas como estas. Ambos nos entendíamos a la perfección,
posiblemente por el vínculo tan fuerte que teníamos.
Me quité la chaqueta y aparté el poco vómito que había alcanzado mi
camisa con esta. Después la puse encima del cadáver de la chica para que
quedara menos de sus tripas a la vista, ya que Zaria no podía evitar lanzar
miraditas en su dirección.
—Vamos, Yerik —me llamó Dimitri y fui tras él, hacia el sótano.
Bajamos las escaleras en silencio y giramos a la derecha, donde se
ubicaban las zonas de nuestro trabajo. Las mazmorras estaban en el otro
extremo.
—Karlen me ha contado que ha hablado con Cynthia en el hospital
psiquiátrico —empezó, despertando mi interés—. Parece ser que ella
presenció cómo Makari les quitó la vida a dos personas en la fiesta de
máscaras.
Fruncí los labios y apreté los puños. Mi primo siempre tenía que
estropearlo todo y después me tocaba a mí solucionar sus destrozos.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que la mate como dicta el protocolo? —
Paré en seco y lo reté con la mirada—. La necesito viva y no la voy a matar,
todavía.
—Yo no he dicho eso, Yerik —se defendió mi tío—. Tan solo te pido
que retrases tu plan de traer a esa muchacha a esta casa.
—¿Y eso por qué? —pregunté con más brusquedad de la que pretendía.
—Para empezar, Makari está más descontrolado que nunca y la tiene en
el punto de mira porque ella le devolvió la bofetada, e hirió su orgullo. —
Quise reír a carcajadas por semejante atrevimiento de la chica—. Y, para
terminar, este mes está cargado de reuniones importantes que se darán en
casa y lo que menos necesitamos es una llamada de atención. ¿Lo
entiendes? —Dimitri tenía razón, sin embargo, me fastidiaba aceptarlo.
—¿Y si Cynthia abre la boca?
—Según Karlen, ella le aseguró que no lo haría.
—¿Y él la creyó, sin más? —Disimulé muy mal las ganas de reír.
—Deberías ser tú quien hablase con la muchacha. —Lo miré con los
ojos bien abiertos—. Recuerda quién eres, Yerik. —Esa maldita frase, que
tanto aborrecía, fue suficiente para recordar mi deber.
—Lo haré.
—Bien. En marcha. —Me puso una mano sobre la espalda y me instó a
caminar con él.

✯✯✯
Anduve por el interior de la gran sala quirúrgica con una vestimenta
especial, observando todo a mi alrededor. No podía tocar nada, ya que no
estaba en unas condiciones estériles como para permitirme hacer eso.
Francesco y su equipo de profesionales sanitarios ya habían comenzado
con la intervención. Andrea estaba en una camilla, ya con anestesia general,
y Dimitri les ayudaba a echar los materiales quirúrgicos en la mesa de
cirugía con sumo cuidado en no contaminar nada, como bien le enseñaron
los enfermeros que había aquí.
Nuestro negocio podría ser todo lo ilegal que uno se pudiese imaginar,
pero no nos saltábamos las normas sanitarias y no hacíamos chapuzas.
Nuestro prestigio estaba en juego, que era esencial para llegar a la cúspide.
Tanto Francesco, que era el cirujano, como su equipo sanitario recibían
una buena compensación por esto. Mi función aquí era observar con
atención, como cualquier vigilante haría.
En la otra camilla se encontraba la persona donante, que estaba dormida
por la anestesia y preparada para extraerle los órganos. Una vez que un
cuerpo se abriese, teníamos que sacar todos los que nos funcionarían y
conservarlos en frío, que duraría unas cuantas horas para transportarlos a
los lugares que se demandaran.
Sin embargo, no nos servía cualquier persona para este procedimiento.
Antes tendríamos que realizarles una serie de pruebas para confirmar su
calidad. Además, el tema de la compatibilidad era muy importante en este
negocio. Todo pasaba por un riguroso estudio exhaustivo.
Por norma general, yo no me manchaba las manos de sangre en una
intervención como esta. Se me daba mucho mejor descuartizar que sacar
organitos con sumo cuidado. Me faltaba paciencia y destreza.
Me puse de espaldas a las puertas del quirófano, abrí un poco las piernas
y entrelacé mis manos por delante de mi cuerpo. Adquirí una postura
chulesca y no pude evitar sonreír.
Me entraron unas tremendas ansias de agarrar a cierto angelito y cortarle
las alas, que apenas pude mantenerme cuerdo en este precioso lugar.
«El Diablo está hambriento y solo desea consumir un alma pura».
CAPÍTULO 12

Cynthia Moore

E l café no era capaz de alejarme del sueño esta noche. Lo bueno era
que mi jornada laboral estaba trascurriendo asombrosamente
tranquila, lo que agradecía.
El hospital se encontraba sumido en un silencio sepulcral. Lo único que
mis oídos captaban era el ruidito suave que producía las agujas del reloj que
había en la pared de la salita que teníamos detrás del mostrador.
Eran las tres de la madrugada. No pude reprimir un bostezo y apoyé mi
espalda en el respaldo de la silla. En este momento, no tenía nada que hacer,
así que opté por sacar mi móvil del bolsillo. Navegué por internet mientras
divagaba por mis pensamientos.
No paraba de darle vueltas a la corta conversación que mantuve con
Daniell ayer por la tarde. Salí de su habitación sin darle una respuesta clara
sobre si cumpliría mi parte del trato o no. Él solo me había dicho que mi
mejor opción era que sedujera al Diablo, algo que no pensaba hacer, y, a
cambio, quería que Alice y yo fuéramos sus enfermeras, cosa que tampoco
había solucionado con Serafina y Luciano.
Daniell ya estaba en su antigua habitación 102, a muy pocos metros de
mí. Hoy no le vi en todo el día, ya que Serafina se encargó de él antes de
irse y quedarme yo al mando.
El móvil vibró en mis manos, recibiendo un mensaje de Alice. Reprimí
una sonrisa al ver que ella tampoco podía conciliar el sueño y me haría
compañía en mi noche tranquilona y aburrida.
Mañana libras, así que tenemos que aprovechar y perdernos entre los
clubes de Milán.

Solté una carcajada y le envié una clara afirmación a su cita. Desde


luego que me apetecía hacer cualquier cosa con ella, fuera lo que fuera, con
tal de no sumergirme en mis pensamientos escabrosos.
Cuando planeé seguir mensajeándome con mi amiga, un estruendo me
hizo dar un respingo sobre el asiento. El teléfono se me escapó de las manos
y aterrizó encima de los papeles que tenía delante del ordenador.
Me levanté con el corazón galopando bajo mi pecho y miré a ambas
direcciones del pasillo. Las luces alumbraban lo suficiente como para
caminar sin estrellarme con algo, nada más.
Deduje que el vigilante había roto alguna cosa, aunque tampoco pensaba
comprobarlo. Solté un suspiro tembloroso y volví a la silla, pero no llegué a
sentarme porque el sonido chirriante del roce de dos metales me detuvo. El
ruido era tan molesto que tuve que hacer una mueca desagradable.
Automáticamente, mi vista se dirigió a los pequeños altavoces que
disponía el hospital y que estaban repartidos por cada rincón. Cuando un
trabajador tenía una urgencia, usaba el micro y se comunicaba con el resto a
través de esos aparatos.
Cogí el teléfono del hospital que había en el escritorio y marqué el
número del vigilante. A los pocos segundos, contestaron a mi llamada.
—¿Luigi? —le llamé. Sin embargo, no contestó—. Luigi, ¿estás ahí? —
No recibí ninguna respuesta.
El pitido del ascensor me despistó del teléfono. Lo alarmante fue que
segundos después las puertas se abrieron, como si alguien de esta misma
planta en la que estaba lo hubiera llamado.
Colgué inmediatamente y cogí las tijeras del bote de bolígrafos. No era
gran cosa para defenderme, pero era lo más punzante que tenía a mano.
Apreté las tijeras con fuerza mientras avanzaba por el pasillo con
lentitud. No detectaba ninguna vida humana aquí. Fui mirando cada puerta
de las habitaciones y seguí sin ver nada extraño.
Cuando llegué a la altura del ascensor, las puertas volvieron a cerrarse.
No me dio tiempo a ojear el interior. Me quedé estupefacta delante de este,
como si no pudiera creer lo que estaba experimentando. Fijé la mirada en
los dígitos que marcaba la pequeña pantalla hasta que se detuvo en la planta
baja.
Me centré en controlar mi miedo, ya que era un sentimiento que influía
en nuestro instinto de supervivencia, pudiendo bloquearnos cuando requería
correr o enfrentarse al agresor.
Decidí volver al control de enfermería para intentar contactar con el
vigilante de nuevo. Sin embargo, no llegué muy lejos porque el ascensor
llamó otra vez mi atención.
Giré sobre mis talones y levanté las tijeras, lista para usarlas. Me puse
delante de las puertas, esperando a que el montacargas llegara a mí. Como
era de esperar, el ascensor se detuvo en mi piso y no en el superior.
Tomé una respiración profunda y el interior del ascensor quedó a mi
vista. Un grito se atascó en mi garganta y retrocedí asustada, pegando mi
espalda en la pared. La imagen tan grotesca que tenía delante era difícil de
procesar.
La cabeza de Luigi estaba en el suelo, rodeada de un charco de sangre.
En las paredes había salpicaduras del mismo fluido; y en el espejo, un
mensaje con dos flechas que apuntaban a la cabeza.
—Dios mío —musité.

¿A que no te atreves…?

Tragué saliva con dificultad y anduve hacia el ascensor. No entré, tan


solo asomé la cabeza y enfoqué mi vista en la boca entreabierta de Luigi,
donde visualizaba un trozo de papel.
No muy convencida por la decisión de investigar, me puse en cuclillas
delante de la cabeza y metí los dedos en la boca del vigilante para sacar ese
pequeño papel que le habían metido.
Con mis dedos temblorosos y sin soltar las tijeras, lo desdoblé.

El patio es un bonito lugar para atrapar tus gritos.

Mi parte racional me pedía que no fuera a ese lugar y llamara a la


policía, pero la vena temeraria era todavía más fuerte. Apreté la mandíbula
por la rabia que sentía de verme tan acorralada. Alguien estaba disfrutando
con mi miedo, y yo no era el objeto de diversión de nadie.
Me dejé llevar por mi instinto y me puse en pie. Le di un manotazo al
botón de la planta baja y apreté las tijeras con fuerza.
Las puertas del ascensor se abrieron y fui muy precavida, mirando en
todas direcciones mientras avanzaba hasta llegar a mi destino.
La suave brisa caliente me recibió nada más pisar el camino de piedra
del patio, iluminado por las pocas farolas y ahora manchado de sangre. Este
estaba rodeado del césped bien cuidado, junto con algunos árboles. Aquí
había bancos y fuentes. Era un precioso y tranquilo lugar que empleábamos
para pasear con los pacientes y que tuvieran un contacto agradable con el
exterior.
Seguí el rastro de sangre, como si alguien hubiera arrastrado un cuerpo,
y llegué a la zona de los setos, donde me percaté de una sombra que no
debería de estar ahí.
Rodeé la fuente central con las tijeras en mano y me dirigí a esa sombra,
aparentemente humana, que se asomaba por la esquina del primer seto de la
derecha.
Empleé unos segundos en tomar unas cuantas respiraciones profundas y
levanté mi pésima arma. Doblé la esquina y paré en seco con la boca abierta
del asombro.
Efectivamente, la sombra era de una figura humana. No obstante, al
cuerpo, vestido con el uniforme de vigilante, le faltaba la cabeza. Lo habían
colocado de pie, con la espalda apoyada en los setos.
No me lo pensé dos veces y me lancé a las armas de Luigi. Me guardé
las tijeras en el bolsillo de mi uniforme y cogí la pistola, asegurándome de
que estaba cargada antes de enderezarme.
Cuando me di la vuelta, se me cortó la respiración.
Makari me cogió del cuello y utilizó la otra mano para inmovilizar mi
brazo, sujetando la muñeca de mi mano armada.
—¿Qué hago contigo? —Su sonrisa de lunático me dejó helada.
Solté un gemido cuando Makari me giró la muñeca, provocando que
soltara la pistola. Acto seguido, apretó mi cuello y me acercó a su rostro.
—Cuando salgo a cazar a alguna mujer ingenua, me lo ponen tan fácil
que me aburren —dijo muy cerca de mis labios—. Después, al descubrir lo
que les espera en mi casa, ya muestran pavor en vez de excitación sexual.
—Posé mis manos en la suya que apretaba mi cuello en un intento de
aflojar la presión—. Sin embargo, a mí me encanta que se me resistan y
pienso que tú serás una de esas mujeres que lucharían hasta el cansancio
para no ser sometidas. —Retrocedió y tiró de mí, arrastrándome con cada
movimiento suyo—. Comprobémoslo, entonces.
Me lanzó al suelo con fuerza. Ignoré el dolor de mi hombro por haber
aterrizado con este y estiré el brazo para agarrar la pistola. Sin embargo,
Makari me dio una patada en el abdomen, haciéndome rodar por el suelo en
el sentido contrario al arma.
—Me cabreaste mucho, rubita.
Me quedé en posición fetal, agarrando mi abdomen por el dolor, y vi los
zapatos de Makari demasiado cerca de mi cara.
—Yo solo te devolví la bofetada, que era lo justo —le dije con dificultad
—. No es problema mío si no sabes recibir lo que das.
Me reñí a mí misma por no mantener la boca cerrada, pero me resultaba
imposible hacerlo. Ahora entendía a Rose, que nunca podía callarse cada
vez que alguien la enfrentaba.
Makari se puso en cuclillas ante mí y ladeó la cabeza, mostrándome una
estúpida sonrisita.
—En cuanto no le seas útil al Diablo, me encargaré personalmente de
que te tragues todas tus palabras —dijo con una seguridad aplastante—. Y
después acabaré con tu vida una vez que te saque todos los órganos cuando
realmente se hace al revés.
No pude aguantar más su verborrea y actué. Me estabilicé en el suelo y
le di una patada en el pecho, provocando que perdiera el equilibrio y cayera
hacia atrás.
Aproveché la oportunidad para levantarme y correr hacia la entrada del
hospital. Solté una maldición entre dientes cuando Makari me dio alcance y
enredó sus dedos en mi cabello. Tiró de mi cabeza hacia atrás y sentí su
respiración acelerada sobre mi oído.
—Sigue resistiéndote así, ya que acabarás cansándote y a mí me
excitarás muchísimo —gruñó.
Me arrastró por el patio con su mano aún en mi pelo y me condujo hacia
los setos para mantenernos ocultos de nuevo.
Mi codo impactó en su costado y conseguí deshacerme de su agarre.
Inmediatamente, saqué las tijeras de mi bolsillo y, cuando se lanzó a mí, le
corté la mejilla con estas.
Makari llevó una mano a su herida, soltando un gemido doloroso. Le
mostré mi arma, insinuándole que iba a tener muy difícil hacerme daño, lo
que le excitó todavía más. Su sonrisa maquiavélica me lo demostró.
—No creo que a Yerik le haga mucha gracia que estés aquí —le solté.
Al Diablo le importaría una mierda lo que me hiciera Makari, pero a
este Petrov se le podría ir la mano en un ataque de furia, ocasionándome
incluso la muerte.
Aunque mi subconsciente no quisiera admitirlo, Daniell tenía razón y la
única forma de librarme de esta familia de desequilibrados mentales era
ganándome al Don. Sin embargo, no me gustaba la idea de seducirlo.
—No uses el nombre de Yerik para protegerte de nosotros, rubita —
contestó con un deje de diversión—. Eso no funcionará conmigo.
«Pero con el resto, sí», pensé.
Volví a atacarle con las tijeras, dejándome llevar por la impaciencia de
salir de aquí, un grave error. Makari bloqueó mi ataque con su antebrazo y
no le costó trabajo volver a desarmarme.
Me arrepentí por no haber puesto en práctica todo lo que me enseñó
Vladimir sobre defensa personal. Durante mi estancia en Roma, nunca me
hizo falta defenderme con violencia, lo que me hizo perder experiencia.
Tampoco quise apuntarme a las artes marciales y continuar con mi
entrenamiento. Ahora me arrepentía de esa mala elección.
Makari me dio un bofetón tan fuerte, que me tiró al suelo. No tenía
tiempo para reparar en el dolor y gateé rápidamente hacia el extremo del
seto. No tuve la ocasión de ponerme en pie porque el maldito Petrov me
sujetó del tobillo y me arrastró hacia él. Antes de volver a ocultarme detrás
de los setos, alcancé a ver en la entrada del patio una figura humana.
Makari me giró sobre el suelo, poniéndome boca arriba, y me
inmovilizó con su cuerpo. Él vio mis claras intenciones de gritar y me tapó
la boca con una mano. En un acto reflejo se la mordí con fuerza y noté el
sabor de su sangre sobre mi lengua.
Soltó un alarido y liberé una mano, que empleé para arañarle la otra
mejilla. Cuando Makari volviese a casa, lo haría con la cara hecha un cristo.
No me quise imaginar las represalias que tomaría su familia contra mí,
aunque ahora eso no importaba.
—Zorra —espetó.
Esta vez no me brindó una bofetada, sino un puñetazo. Mi cabeza se
giró del impacto y se estrelló contra el suelo. Este golpe me dejó tan
aturdida, que Makari no tuvo complicaciones en sujetar mis dos muñecas
con una sola mano y presionarlas por encima de mi cabeza. Con la otra libre
tiró de mi uniforme y todos los botones salieron disparados.
El pánico de volver a ser ultrajada me invadió. Si conseguía lo que se
proponía me provocaría un daño irreparable y no estaba dispuesta a pasar
por lo mismo.
Me dejé llevar por la histeria y me removí debajo de su cuerpo con toda
la violencia que me fue posible. No fui consciente de mis gritos hasta que
un nombre se escapó de entre mis labios.
—¡Dylan!
Pronuncié el nombre de mi hermano como si él fuera mi salvación, pero
sabía que no vendría a por mí.
«¿Dónde estás?», le reproché.
Makari me silenció con un beso rudo. Sus dientes se clavaron en mis
labios y seguí saboreando el óxido de la sangre, lo que me provocaba
arcadas que tuve que reprimir.
De pronto, alguien arrancó al Petrov de mi cuerpo. Estupefacta, me
quedé sentada en el suelo y mi mirada conectó con la de Daniell, quien
sujetaba a Makari por detrás para mantenerlo controlado.
—¿Quién demonios te ha dado autoridad para meterte donde no te
llaman? —escupió mi salvador.
Me tapé el pecho con el pijama roto nada más reparar en que mi sostén
quedó a la vista de los dos hombres. Por instinto, miré la pistola de Luigi,
que yacía a dos escasos metros de mi posición.
—Ni se te ocurra. —La voz de Daniell me despistó y comprobé que eso
me lo dijo a mí—. No querrás que la furia de toda mi familia caiga sobre tu
cabeza.
—¡Suéltame, imbécil! —chilló Makari, intentando liberarse de su
hermanastro.
Daniell lo empujó, poniéndose delante de mí para impedir que ese
desgraciado volviera a acercarse. Mientras los dos se enfrascaban en una
discusión verbal, me puse en pie.
Lo que me acababa de pasar sería un detonante en mi decisión de seguir
negociando con Daniell. Quizás fuera un grave error, pero estaba
desesperada por sobrevivir y lo tendría muy difícil si toda una familia
mafiosa iba detrás de mí con el propósito de utilizarme y dañarme. Ni los
justicieros podrían ayudarme y tampoco querría ponerlos en peligro por mi
causa. Yo sola tenía que lidiar con esto.
—Vete a casa, Makari. Sabes tan bien como yo que este tipo de
violencia no es buena para mí. —Pude percibir una clara amenaza en la voz
de Daniell.
—Eres un estorbo hasta en este hospital —soltó Makari con brusquedad.
Antes de retirarse, me dirigió una mirada tan oscura como su alma.
—Ya terminaremos esto, rubita.
Dicho eso, Makari nos dejó solos. No me creía que se marchara tan
fácilmente, así que necesité comprobarlo con mis propios ojos. Solo cuando
vi que entró en el hospital, solté un suspiro tembloroso.
—Gracias —musité.
No me quise imaginar el aspecto tan espantoso que le estaría mostrando.
Me escocían los labios y me dolía la cabeza por el golpe; también tenía que
tener sangre por mi rostro.
Continué amarrando la parte de arriba de mi uniforme para no mostrar
ni un trocito de mi sujetador por pura vergüenza. Esta desagradable
experiencia era humillante para mí.
—No siempre voy a estar aquí para evitarte pesadumbres, Cynthia.
Espero que hayas pensado muy bien en mi oferta.
—Lo he hecho —le aseguré, aunque no estaba muy convencida.
—Bien. —Daniell me dio la espalda y empezó a caminar—. Esto
también tiene un precio y hasta que no saldes tus dos deudas conmigo, no
seguiremos hablando.
—¿Qué? ¿Dos? —Fui tras él con cara de pocos amigos—. Me has
ayudado esta noche porque tú has querido.
Daniell se detuvo de golpe y casi me estrellé con él.
—Te he ayudado esta noche porque tú lo necesitabas —me corrigió—.
¿Hubieras preferido que Makari te forzara? —Negué con la cabeza—. Te
voy a pedir otra cosa muy sencilla.
—¿Qué quieres que haga?
—Te he dejado un número de teléfono anotado en un papelito que te he
pegado en la pantalla del ordenador. Necesito que llames y le des un
mensaje a Zaria Ivanova de mi parte —contestó.
Fruncí el ceño. No sabía por qué me pedía cosas tan fáciles de hacer,
pero tampoco le iba a preguntar al respecto. Aprovecharía esta ventaja para
obtener su ayuda.
—Dile que me visite a las seis de la tarde —prosiguió.
—¿Nada más? —pregunté confusa.
Daniell se encogió de hombros.
—Encárgate de que Alice y tú seáis mis enfermeras y llama a Zaria, solo
quiero eso por los dos favores que te he hecho. Una vez que hagas tu parte,
búscame en mi habitación y seguiremos hablando. —Daniell reanudó su
marcha hacia la salida del patio.
Esta vez, no empleé ni un segundo en pensar y le di una respuesta clara
y concisa.
—Acepto tu oferta.
El Petrov levantó el pulgar mientras seguía andando, dejándome atrás.
—No lo entiendo —murmuré de pronto, lo que provocó que él parara y
me mirara por encima de su hombro—. No entiendo por qué eres tú quien
está ingresado aquí cuando es Makari el que debería estarlo.
Daniell suspiró y miró al cielo un momento antes de optar por irse sin
darme una respuesta.
CAPÍTULO 13

Yerik Petrov

M amá tiró de mi mano, arrastrándome escaleras arriba mientras


que papá discutía con esos extraños hombres trajeados.
—Tienes que cruzar el túnel subterráneo —me suplicó ella un tanto
alterada.
No sabía qué estaba pasando, pero intuía que nada bueno. Mis padres
siempre me habían dicho que ese túnel solo servía para salir de nuestra
casa de campo sin ser vistos. Jamás me permitió jugar en ese lugar ni
explorarlo. ¿Por qué ahora mamá me pedía que cruzara por el túnel para
salir de la casa?
Nada más entrar en el dormitorio de mis padres, mamá fue directa a la
trampilla que se ocultaba debajo de la alfombra.
En casa había dos accesos a ese túnel, uno en cada planta. Si ella
empleaba el de su habitación era porque esos hombres que hablaban con
papá en el salón no podían descubrirnos.
—¿Qué está pasando? —titubeé.
Mamá me miró cuando abrió las puertas de madera. Vislumbré unas
lágrimas acumuladas en sus ojos azules.
—Tienes que salir de la casa a través del túnel. No te tiene que ver
nadie o papá se enfadará mucho contigo, ¿de acuerdo? —dijo, estirando un
brazo hacia mí para que le diera la mano—. Cuando llegues afuera,
dirígete a la ciudad.
—¿Y vosotros? —quise saber antes de acercarme a ella.
—Nosotros iremos después a buscarte.
Mamá me cogió del brazo al no verme muy convencido y me empujó
hacia las pequeñas puertas de madera con cuidado.
—Eres un ladrón experto. —Un sollozo se le escapó de entre los labios
—. Podrás hacerlo bien y nosotros arreglaremos unos asuntos de mayores
con esos hombres, ¿vale? —Acunó mi rostro con ambas manos y me besó la
frente.
Un estruendo nos hizo soltar un respingo a los dos. Los ojos
enloquecidos de mamá se dirigieron a la puerta de su dormitorio.
—Quiero que corras porque el hombre del saco está aquí y ya sabes lo
que busca —dijo tan rápido que apenas la entendí.
Mis padres me contaban historias de terror sobre esa persona que se
llevaba a los niños que se portaban mal. Con esto supe que yo corría
peligro y que ellos estarían a salvo.
Me acerqué a la escalera de madera y empecé a bajar, manteniendo el
equilibrio sobre estos palos medio podridos para no caerme.
Nada más poner un pie en suelo firme, el grito agónico de mamá me
paralizó. Miré hacia arriba y unas gotas aterrizaron en mi cara. Cerré los
ojos y pasé mis dedos por ese líquido. Cuando vi el rojo carmesí
manchando mis yemas, entré en shock. Sin embargo, no tuve tiempo para
procesar lo que estaba pasando en casa, ya que un hombre gritó:
—¡El maldito niño se escapa!
Mi instinto de huida se despertó y me olvidé de lo demás, echando a
correr por el túnel.
Continué escuchando unos gritos, pero me centré en seguir las
instrucciones de mamá. Ella y papá me buscarían, siempre me encontraba
cada vez que me escondía.
Mi cuerpo estaba entrenado para la velocidad, ya que robaba con
frecuencia las carteras de los ricos y en el supermercado para poder tener
comida cada semana en casa.
Notaba que me faltaba el aire por la ansiedad y mi corazón latía
frenético bajo mi pecho.
Llegué al final del túnel casi sin aliento y no me entretuve en
recomponerme, sino que empecé a subir las escaleras.
Mi mirada la mantuve fija en el poco cielo nocturno que podía
vislumbrar desde aquí abajo al mismo tiempo que ascendía lo más rápido
que podía. No obstante, la salida que estuvo a un palmo de mi mano se
selló para siempre, arrastrándome a la oscuridad, donde me esperaba el
hombre del saco.

La consciencia fue alcanzándome despacio y podía notar las


convulsiones de mi cuerpo sobre el colchón. Oía mis propios gritos, pero no
tenía el control de mí mismo. Sabía que mis ojos estaban abiertos porque
veía el techo de mi dormitorio, sin embargo, solo podía centrarme en una
cosa: sentir.
«Duele. ¡Duele mucho!». No sabía si esto lo había pensado o gritado.
Estaba luchando por un poco de aire que llevar a mis pulmones, y,
aunque lo conseguía, no era suficiente para mí.
Escuché la puerta abrirse con brusquedad e intenté mover la cabeza,
pero no era capaz. No podía emitir ningún movimiento voluntario.
—¡Zaria, dame el estuche negro que hay en el primer cajón de la
mesilla! —chilló Dimitri.
Múltiples de imágenes desordenadas y macabras vinieron a mi mente
sin previo aviso, aturdiéndome todavía más. En ellas podía ver a las
personas que les quité la vida, a mi Alexandra, a mi familia. La sangre
salpicaba en mi rostro y juraría que sentí un dolor agonizante con cada
salpicadura, como si se trataran de puñales directos a mi corazón.
—¡Duele mucho, joder! —grité a todo pulmón.
—¡Aguanta, hijo! —me pidió mi tío—. ¡Zaria, sal de aquí y cierra la
puerta!
De pronto, sentí un pinchado en el brazo y solté un gemido doloroso,
pero no por la aguja, sino por la cantidad de emociones que me atacaban sin
piedad.
—¡Pero ¿qué le está sucediendo?! —Ella estaba llorando.
—Tiene un brote, ¡nada más! —le respondió él.
Cuando escuché un portazo, unas manos fuertes sujetaron mi cara y me
obligaron a mirar hacia la izquierda, donde Dimitri me observaba con
preocupación.
—Tranquilízate, Yerik. —Su voz se tornó más suave—. Concéntrate en
mi voz. —Le obedecí sin pensar porque solo ansiaba que mi gran mal
acabase—. Lo que sientes va a desaparecer en cuestión de segundos. Solo
tienes que escucharme e ignorar lo que se te cruce por la cabeza, ¿de
acuerdo? —Asentí un poco más tranquilo.
Mi respiración tan acelerada fue acompasándose lentamente y las
imágenes perturbadoras tomaron menos fuerza sobre mí. Aunque seguía
viéndolas en mi mente, mi corazón apenas sufría por ellas hasta que,
finalmente, no sentí nada.
Me quedé en silencio, mirando a Dimitri con atención. Todo se esfumó
hasta que el desconcierto reinó en mi interior.
—¿Qué me ha pasado? —pregunté con la garganta ardiendo.
Carraspeé y me enderecé sobre la cama, apoyando mi espalda en el
cabezal.
—Has tenido una recaída, Yerik. —Su tono sonó a reproche, lo que me
hizo fruncir el ceño—. No puedes olvidar ni una sola dosis de la Satamina o
volverás a sufrir un episodio como este, incluso uno peor.
Por inercia, mi vista se dirigió al cajón abierto de mi mesilla, donde
reposaba mi estuche con las jeringuillas cargadas de esa droga que tenía que
consumir a diario.
—Lo siento. No entiendo cómo se me ha podido olvidar —le dije
confuso—. No volverá a pasar.
—Tienes suerte de que solo Zaria y yo te hemos escuchado. No
obstante, ella no tiene ni idea de nada. —Puso una mano encima de la mía y
le dio un leve apretón—. Nadie puede saber quién eres, Yerik.
—¿Y quién soy? —murmuré.
—Eres el Diablo —dijo con firmeza—. Un hombre despiadado que no
siente absolutamente nada.
Dimitri era la única persona que sabía la verdad de mi procedencia. Igor
Petrov y Alina se convirtieron en mis padres cuando me encontraron
deambulando por las calles de Moscú, completamente solo y devastado.
Tenía tantas lagunas mentales que no recordaba apenas nada de mi infancia
anterior a ellos, incluso lo poco que rememoraba estaba distorsionado, así
que no distinguía lo real de la fantasía. Mi experiencia debió de ser tan
devastadora que me dejó el cerebro demasiado dañado, hasta el punto que
mis recuerdos huyeron de mí.
Dimitri se casó con Gabriella, una milanesa, y se asentaron en esta
ciudad. Ella murió por causas desconocidas, lo que destrozó a mi tío y a
Daniell porque nadie se esperó su extraño fallecimiento. Dimitri no hablaba
de Gabriella y, en las pocas ocasiones, lo hacía con mucho afecto.
Irina, una vez que su marido Gavrel Ivanov falleció, se mudó a Milán,
donde más adelante se casó con Dimitri. Con el paso del tiempo, mi tía
Nadia se sumó a la familia.
Yo crecí junto con Alexandra hasta que nos tuvimos que separar.
Cuando me fui de Moscú, Dimitri me acogió en su casa hasta el día de hoy.
—Procura que esto no se vuelva a repetir o terminarás volviéndote loco,
Yerik —insistió mi tío para que no cometiera otra vez la misma estupidez
del olvido.
—Te he dicho que no volverá a pasar —le contesté con más dureza de la
que pretendía y lo miré fijamente—. Soy el primero que quiere mantenerse
bajo los efectos de la Satamina.
Mis padres adoptivos fueron los que comenzaron a administrarme esa
droga porque era lo único que aliviaba mis brotes. Estos empezaron en mi
vida adulta y no tenían ninguna explicación lógica; tan solo que mi pasado,
uno que ni siquiera recordaba, me dejó marcado. Lo único que tenía claro
era que, mientras estuviese bajo los efectos de la Satamina, podía hacer una
vida normal, así que tenía que consumirla todos los días.
Cuando me mudé a casa de mi tío, él ya estaba al tanto de mi problema,
ya que su hermano Igor le informó en mi llegada para que Dimitri pudiese
continuar con mis cuidados tan delicados. La Satamina era una sustancia
tan especial que solo mi tío podía conseguirla. Solo unos pocos en todo el
mundo la conocían.
«Bendito creador de esa droga que me está salvando la vida».
—¿Qué soñaste esta vez? —preguntó de pronto.
Solo tuve un episodio como este hacía mucho tiempo, pero ya no me
acordaba cómo fue la pesadilla de ese momento.
—Huía por un túnel porque… —Fruncí el ceño y me rebané los sesos
para continuar explicándole lo que vi—. Joder, ya no lo sé. —Solté un
suspiro—. Si ha salido alguna cara, ya se ha borrado de mi memoria.
—Bueno, no te fuerces más intentando recordar. Todo llegará a su
debido tiempo, no te preocupes. Tan solo céntrate en no volver a olvidarte
de tu medicación, ¿de acuerdo? —repitió y yo asentí con la cabeza.
Dicho eso, Dimitri salió de mi dormitorio. Había tenido suerte de que
nadie más presenció ninguno de mis episodios porque todos se mantenían
ajenos a la droga que consumía. Además, nadie más sabía que yo no era un
auténtico Petrov y así tenía que seguir siendo. Mi tío buscaba protegerme de
las posibles represalias que pudiesen tomar en mi contra, así que no le
fallaría.
Cuando me dispuse a apagar la lámpara de mi mesilla, alguien tocó a la
puerta. Me quedé mirándola con cara de idiota hasta que Zaria abrió y
asomó la cabeza.
—¿Puedo pasar? —Detecté la súplica oculta en su tono.
—Sí. Ya estoy bien.
Mi vista no se despegó de ella ni cuando se tumbó a mi lado en la cama.
—Si tu hermano se entera de que te metes a menudo en mi dormitorio
con ese ridículo camisón de transparencias cuestionables me va a querer
partir la cara —bromeé con una sonrisa.
—Karlen sabe que te acuestas con Ivanna, que es su hermana favorita, y
no le molesta. Dudo mucho que a él le importe con quién duermo —dijo
con un claro enfado.
Zaria no se llevaba muy bien con ninguno de sus dos hermanos y no la
culpaba. Tanto uno como el otro eran despreciables, aunque Ivanna me
resultaba entretenida cuando se abría de piernas para mí. Tampoco me tenía
que esforzar para conseguirlo, ya que ella era más fácil que la tabla de
multiplicar del uno.
Zaria era el único miembro de esta familia que se mantenía ajena a los
asuntos turbios. No quería saber nada de la mafia y yo intentaba que se
viera involucrada lo menos posible, pero con Makari desatado me resultaba
complicado.
—¿No tienes sueño? —le pregunté, cambiando de tema.
—Tus gritos me han sacado de una pesadilla en la que veía a varios
Makaris destripando a la gente, así que gracias por tu ayuda —soltó con
desdén—. Eres la única persona que se preocupa por mi bienestar hasta
estando inconsciente.
Ella y yo teníamos un vínculo demasiado fuerte que no podrían romper.
Nadie comprendía nuestra unión y, a decir verdad, yo tampoco. No
obstante, Zaria sería la única mujer a la que nunca tocaría con lascivia
porque era demasiado especial como para ensuciarla de ese modo.
—A la próxima vez que Makari la haga sucia, lo encierro con Feddei en
las mazmorras —aseguré.
Nadie en su sano juicio querría estar cerca del hijo mayor de Nadia. De
buenas a primeras, huirían de ver su apariencia física, pero lo
verdaderamente temible era lo que le cruzaba por la mente. Feddei no nos
reconocía como familia; sus instintos solo le pedían atacar a cualquiera que
tuviera cerca.
Su extraña enfermedad nos impactó a todos y Nadia no estuvo dispuesta
a sacrificarlo, así que se optó por mantenerlo cautivo y cuidarlo como si
fuera un animal salvaje sin adiestrar.
Su hermana Larissa era una niña repelente de seis años que andaba
suelta por la casa con su horrible muñeca mutilada. Raro era el día en el que
no nos asustara cuando aparecía de la nada, sin hacer ni un ruido. Para
colmo, jamás hablaba. No sabía si era muda, algo ventajoso para lo que
presenciaba en esta casa, o simplemente era estúpida.
—Hablando de Makari, ha salido hace unas horas y todavía no ha
vuelto. —Zaria me sacó de mis ensoñaciones—. Conociéndolo, deberías de
preparar una cama al lado de la de Feddei.
Antes de poder asimilar que mi primo podría estar armando cualquier
espectáculo, mi móvil empezó a vibrar encima de la mesilla. Lo cogí
inmediatamente en cuanto vi su nombre reflejado en la pantalla.
—Espero que…
—Estoy en el cielo con el angelito y me he cargado a San Pedro —dijo
de pronto.
—¿Qué? —Me quedé perplejo.
—¡No me dejaba pasar al cielo y quería ver al angelito!
—Deja de beber. Voy a buscarte, grandísimo idiota. —Colgué antes de
oír su réplica a mi falsa acusación.
Me levanté rápidamente de la cama y fui al armario para ponerme
cualquier prenda de ropa. Zaria fue tras de mí, atónita por lo que acababa de
escuchar de Makari.
—¿Qué significaba ese código poco improvisado? —quiso saber.
—Creo que se refiere al hospital donde trabaja Cynthia.
Una vez vestido, no empleé ni un segundo en mirarme al espejo para
peinarme, tan solo cogí las llaves de mi coche y me dispuse a salir de mi
habitación. Sin embargo, Zaria me detuvo, sujetándome del brazo.
—¿Y quién es San Pedro?
«Bendita sea su ignorancia», pensé.
—Cualquier pobre desgraciado que se interpuso en los planes de Makari
—escupí.
—Quiero ir contigo.
Fue directa hacia su bata, que había dejado en el pie de la cama, y se
tapó el minúsculo camisón.
—Ni hablar. Vete a tu dormitorio —le ordené.
Puse los ojos en blanco, implorando paciencia, cuando ella me arrebató
las llaves del Lamborghini y pasó por mi lado para salir.
CAPÍTULO 14

Cynthia Moore

M e pasé toda la madrugada limpiando la escena del crimen para no


dejar huellas que inculparan a Makari. Esto me convertía en
cómplice y sería una persona tan despreciable como los Petrov, pero no
quería tener más problemas con ellos y, además, tenía planes que llevar a
cabo y aprovecharía esta oportunidad.
Mientras desaparecía todo rastro de pruebas, tuve la terrible sensación
de ser observada, lo que me puso nerviosa en la mayor parte del tiempo.
Después de enterrar el cadáver de Luigi en el pequeño descampado que
había detrás del hospital, fui hacia la sala de control y saqué una copia del
ordenador de todo lo que se grabó desde que Makari entró en el
establecimiento hasta que yo terminé de limpiar su estropicio. Una vez que
me guardé el archivo en un pendrive que cogí prestado, lo borré del
ordenador permanentemente. Esto no lo hice solo para eliminar pruebas,
sino para utilizarlas como chantaje, aunque antes debería suprimir del vídeo
mi participación para que no fueran ellos quienes lo usaran en mi contra.
Quería sobrevivir a cualquier precio, y no solo lo hacía por mí; también
por mi hermano. Podía notar dentro de mí cómo el odio hacia la familia
Petrov crecía más. El Diablo iba detrás de Dylan y no permitiría que le
dieran caza, y mucho menos que me usara a mí para atraerlo.
Antes de acabar mi turno de noche, me añadí una cantidad excesiva de
maquillaje para cubrir el hematoma de mi mejilla y la herida de mis labios.
No podía excusar mis marcas cuando supuestamente no quería que nadie se
enterara de lo sucedido. Después me deshice de mi uniforme y me vestí con
mi ropa de calle.
Me quedé parte de la mañana en el hospital para solucionar las dos
peticiones de Daniell. Hablé con Serafina para que Alice y yo pasásemos a
ser sus enfermeras, contando la verdad como excusa: el paciente cogió más
confianza conmigo y me pidió este cambio. Lo que más nos importaba al
personal sanitario era que los pacientes se estabilizaran y darles de alta.
Lo único que me quedaba por hacer era llamar al número que me anotó
Daniell. En cuanto lo hiciera, iría a buscarlo para seguir con la
conversación, ya que habría cumplido mi parte de esta clase de trato que
teníamos.
Disimulé mi nerviosismo lo mejor que pude delante de mis compañeros,
ya que no era propio de mí encubrir un crimen y ya llevaba tres acumulados
si contaba con los que Makari cometió en la fiesta enmascarada. A decir
verdad, los justicieros también sabían la verdad y tampoco se fueron de la
lengua. Todos sabíamos las consecuencias que habría con la familia Petrov.
—¿Esta noche puedo reunirme con vosotras? —me preguntó Serafina
mientras registraba lo que había hecho con algunos pacientes en el
programa del ordenador.
Le había contado los planes de Alice sobre hacer una salida esta noche
por los clubes de Milán.
—Claro que sí —contesté con una sonrisa.
—¡Genial! Tengo muchas ganas de menear el esqueleto con una buena
música.
Decidí llamar ya a la chica que me había dicho Daniell, pero opté por
emplear el teléfono del hospital. Ni loca le facilitaría a esa familia mi
número personal.
Me senté en la otra silla y me puse manos a la obra. Saqué el papelito
doblado del bolsillo de mis vaqueros y marqué el número con los dedos un
tanto temblorosos.
Esperé pacientemente hasta que una chica aceptó mi llamada.
—¿Sí? —Tomé una respiración profunda antes de contestar.
—¿Hablo con Zaria Ivanova? —comencé con la voz neutra.
—Ese es mi nombre. ¿Con quién hablo?
—Soy la enfermera de Daniell Petrov y me pongo en contacto con usted
porque él ha solicitado su presencia esta tarde a las seis. —Fui lo más
formal que pude.
Sentí la mirada inquisitiva de Serafina en mi perfil.
—¿Él desea verme? —titubeó Zaria, lo que me extrañó.
—¿No quiere venir? —pregunté confusa—. Puedo decirle que…
—Quiero verlo y, por favor, tutéame —me pidió.
—De acuerdo. Le haré saber que vendrás y…
—¿Eres Cynthia Moore? —Mi cuerpo se puso rígido y me quedé
bloqueada como una idiota—. Estaré encantada de conocerte. —Desde aquí
pude saborear su entusiasmo—. Al fin.
—¿De qué me conoces? —No pude evitar preguntar.
—Ahora mismo de nada. —Antes de poder proseguir, me interrumpió
—. Dile a Daniell que iré a verlo a esa hora. Que pases un buen día,
Cynthia. —Colgó, dejándome estupefacta con el teléfono aún sobre mi
oreja.
Sentí las manos de Serafina sobre mis hombros y agachó la cabeza,
rozándome las mejillas con su cabello rubio, largo y ondulado.
—¿Te encuentras bien? —quiso saber.
Solté un suspiro y busqué sus ojos verdes esmeralda con mi mirada.
—Estoy con falta de diversión. —Ella sonrió en respuesta.
—¡Pues esta noche tenemos marcha! —gritó Alice, quien se apoyó en el
mostrador desde fuera—. Y tú deberías irte ya y descansar —me riñó.
—Eso haré. —Me levanté de la silla—. Pero antes iré a ver a Daniell.
Cuando rodeé el escritorio y pasé por al lado de Alice, ella me cogió del
brazo.
—Me debes unas cuantas explicaciones, amiga —murmuró sobre mi
oído.
Le debía muchas, a decir verdad. No obstante, solo podía informarle de
lo justo, el resto me lo tendría que guardar para mí misma.
Asentí con la cabeza y me soltó. Fui hacia la habitación 102 y mi mano
se paralizó unos segundos en el pomo de la puerta. La compañía de Daniell
me seguía produciendo escalofríos y había algo en él que no me permitía
confiar. Sin embargo, era lo único que tenía para poder conseguir mi
propósito.
Ingresé en la habitación con determinación y lo pillé almorzando. Su
mirada fría se enfocó en mí y creí detectar un atisbo de sonrisa.
—¿Aún sigues aquí? —preguntó.
—Así es. —Me acerqué a él y me senté en la única silla que había en
frente—. Ya he solucionado el cambio de enfermeras y he llamado a Zaria.
—¿Vendrá a verme? —Asentí con la cabeza—. Bien.
Daniell continuó comiendo y yo me estrujé los dedos con nerviosismo
por debajo de la mesita auxiliar para que no me viera. Él estaba sentado en
la cama y me entretuve demasiado en su cicatriz, preguntándome cómo se
la había hecho.
—Ya he cumplido mi parte y…
—Quieres más información —terminó por mí—. Como ya te dije, tienes
que ganarte al Diablo, pero no será fácil para ti.
—¿Por qué? Solo tengo que seducirlo, no enamorarlo.
—Dudo de que seas tan ingenua como para suponer esa estupidez —me
soltó y puso su atención visual en mí—. No podrás acceder a su corazón sin
haberlo hecho antes en su casa, concretamente en su dormitorio. —Abrí los
ojos como platos.
—¿Sugieres que tengo que acostarme con él? —le pregunté horrorizada.
—Tendrás que corromperte —dijo sin miramientos—. Pero no me
refería al sexo con esa sugerencia, aunque, como es obvio, tendrás que
hacerlo, por supuesto.
—¿Podrías dejar de hablar en clave y ser claro conmigo? —le exigí un
tanto brusca.
Daniell puso sus manos en la mesa y se inclinó hacia mí, disparándome
los latidos del corazón.
—Todo tiene un precio, señorita Moore. ¿Hasta dónde estás dispuesta a
llegar para conseguir lo que quieres? —Su susurro lúgubre me estremeció
—. No solo tendrás que contentarlo a él; también a mí, y toda información
que te dé tiene un precio. —Volvió a adquirir su antigua postura en la cama
—. Yo solo te pediré cosas sencillitas, como has podido ver, a cambio de
que tu futuro no te lo interrumpa nadie. ¿No es un trato justo?
—Haría cualquier cosa por conseguir mi objetivo —dije con firmeza.
Daniell no sabría jamás cuáles eran mis verdaderos planes ni se enteraría
del pendrive que tenía guardado en uno de los bolsillos de mi pantalón. No
solo quería sobrevivir y salvar a mi hermano, sino que ansiaba mucho más
de esa diabólica familia.
—¿Cualquier cosa? —No me gustó nada su sonrisa ladeada—. ¿Incluso
meterte de lleno en la mafia de los Petrov?
—¿Qué? —Me petrifiqué en mi asiento.
—Como te he dicho antes, Cynthia, no podrás acceder a su corazón si
no lo haces antes en su casa, y para entrar en esta tendrás que mancharte las
manos de sangre —contestó con un deje de diversión—. ¿Quieres su
respeto y su protección? Para eso necesitas ser digna de su lealtad.
—¿Y para obtenerla tengo que involucrarme en la mafia?
—Eres enfermera, así que tienes esa ventaja para pedirle un trabajo
extra. —Fruncí el ceño y no me permitió expresarle mis dudas porque
prosiguió—. Mi familia se centra en el tráfico de órganos, aunque Karlen
también es un proxeneta.
—Eso me deja más tranquila —espeté con sarcasmo.
—También puedes ayudarlo en otras cosas para que te deba favores,
unos que luego podrías aprovechar muy bien —continuó, ignorando mi
anterior comentario—. Yo puedo meterlo en problemillas para que después
lo saques de ellos sin mucho esfuerzo. Solo tendrías que traspasar algunos
cráneos con unos proyectiles.
—¡Genial! —bufé con indignación.
—Te estoy ayudando demasiado, al menos podrías mostrarme gratitud.
—Su tono amenazante me puso con la espalda recta sobre la incómoda silla
—. Hemos acabado con esta conversación hasta que me hagas mi próxima
petición.
—Lo siento. —Le cogí de las manos cuando se dispuso a levantarse—.
Oye, estoy bastante nerviosa por todo lo que tengo que hacer, pero lo
entiendo. —Daniell tomó una respiración profunda y le solté—. ¿Cómo
podrías tenderle una emboscada para que yo le ayude?
—Yo puedo hacer todo lo que se me plazca, y no me resultaría ningún
obstáculo el estar aquí encerrado. —Le creí, pese a verlo demasiado difícil
—. No olvides una cosa, Cynthia Moore. Por muy peligrosa que veas a mi
familia, yo lo soy más. ¿Quieres saber por qué? —Tragué saliva con
dificultad y él sonrió con malevolencia—. Porque mis ojos están en todos
lados y soy muy observador, te lo advierto para futuras conversaciones que
quieras mantener conmigo.
Leí una amenaza clara en sus palabras. Aunque él no me lo dijera con
claridad, si se me ocurría traicionarlo, lo pagaría bien caro.
—Ya te he dado unas ideas para que empieces a acercarte al Diablo.
Hazme caso y no intentes seducirlo todavía porque solo conseguirás que te
folle, nada más. —Se rio de ver mi cara de repugnancia—. Tendrás que
hacerlo tarde o temprano, pero te aconsejo que no le abras tus piernas tan
pronto.
Me levanté de sopetón y mantuve la compostura. Sabía que todo tenía
un precio, sin embargo, solo de pensar en sus manos sobre mi cuerpo me
producía arcadas.
—Está bien. Seguiré tus consejos, Daniell.
—No te arrepentirás. No es lo mismo acceder a su casa como rehén que
como su… —Adquirió una postura pensativa—. No sabría cómo llamarlo.
¿Amante? ¿Diablesa? —Contuvo una carcajada, lo que me enfureció.
—¿Y qué tengo que hacer una vez que ingrese en tu familia? —Necesité
de todo mi autocontrol para no mostrarle mi enfado.
—Mi petición primero. —Puse las manos sobre mis caderas y esperé
pacientemente—. Quiero que se le prohíba la entrada a Karlen Ivanov. Su
compañía se me hace insoportable.
CAPÍTULO 15

Yerik Petrov

A parqué el Lamborghini a dos calles del club. Misteriosamente, Zaria


estuvo muy callada durante el trayecto. Ella insistió en
acompañarme esta noche al Peccato Mortale, detalle que no me hizo
ninguna gracia, pero no podía negarle nada cuando se ponía insistente.
La repasé de arriba abajo, evaluando su vestido negro bastante
sugerente.
—No quisiera quedarme sin hombres —le advertí con diversión—, así
que coquetea con quien quieras, menos con ellos, ¿de acuerdo?
Zaria era una mujer que atraía muchas miradas y no permitiría que
alguna fuera de uno de mis trabajadores, y mucho menos de alguien que
perteneciera a una organización criminal. No quería que ella se viera
involucrada en este mundo turbio, así que me encargaba de espantar a todos
los pretendientes que no pasaban mi examen.
—Esta tarde estuve con Daniell —dijo de pronto, borrando todo rastro
de humor en mí—. Y volveré a verlo más a menudo.
—No deberías hacerlo, pero no seré yo quien se chive de vuestros
futuros encuentros. —Seguía evitando mi mirada, lo que me irritó—. No
hagas que nadie vea lo que yo vi.
Su cabeza se giró bruscamente en mi dirección.
—No es justo lo que le estáis haciendo. Sabes muy bien que Daniell no
merece estar ingresado en ese hospital —escupió.
—Yo no le he hecho nada —ladré y apreté el volante con fuerza—. Él
permanece ahí porque quiere.
—¡Porque es donde más a salvo se encuentra! —chilló.
Me mantuve en silencio unos segundos que aproveché en serenarme.
Con ella siempre medía mi carácter, hasta en los momentos más difíciles.
—Estás siendo injusta conmigo. Yo no tengo nada que ver con…
—Pero lo permites. —Su mirada afilada me molestaba más que sus
acusaciones—. Eres el Don, que no se te olvide. —Cuando iba a hablar, me
interrumpió—. No me repitas tu inocencia en esto, por favor. Sé que tú no
eres un causante directo, aunque eso no te resta mucha culpa.
Salió del coche, dejándome con la palabra en la boca. Hice lo mismo
que ella, cerrando de un portazo.
—Zaria, espera. —Me ignoró y siguió caminando en dirección al club
—. ¡He dicho que esperes!
No tuve tiempo de alcanzarla porque alguien me agarró del cuello de mi
camiseta y me arrastró hacia una esquina, estampando mi espalda en la
pared de ladrillos.
Cuando me preparé para soltar el primer golpe, su rostro fue visible. El
mío se desfiguró por la furia de tenerlo delante, al fin.
—Tú —rugí.
Me soltó y retrocedió unos pasos, dejándome espacio para enderezarme.
No sabía lo que tramaba, pero veía muy imprudente por su parte que me
matara aquí, donde la gente que pasaba podía vernos. Era lo único que me
informaba de que Dylan no planeaba acabar conmigo.
—Me he enterado de que andabas buscándome —dijo con una sonrisa
burlesca—. Y aquí me tienes.
—¿Has estado escondiéndote como una rata y ahora te presentas ante mí
como si nada? —pregunté desconcertado.
—¿Y tú no has estado ocultándote como otra rata? —contestó con otra
pregunta—. Quizás los dos tenemos más en común de lo que queremos
admitir.
—¿De verdad lo piensas, McClain? —Alcé el mentón y le devolví la
sonrisa cínica—. Podrás ser peligroso, pero tienes algo que yo no tengo. —
Di un paso hacia él—. Empatía, y eso te hará débil.
—¿Crees que la tengo contigo o con los que te rodean? —Se encogió de
hombros—. La empatía no es ningún impedimento para hacer lo que tengo
que hacer.
—¿Y qué pasaría si destruyo a una persona con la que sientes esa
debilidad? ¿No te causaría dolor y no serías vulnerable? —Su rostro seguía
impasible, aunque yo sabía que le había afectado—. Tu hermanita, por
ejemplo.
Me empujó con su brazo sobre mi pecho y volvió a estamparme contra
la pared. Sentí el cañón de su pistola en mi abdomen, pero no dejé de
sonreír.
—Algún día te borraré esa estúpida sonrisita de la cara
permanentemente —murmuró.
Con esta postura, nadie que pasaba por nuestro lado podía detectar que
Dylan me estaba encañonando con un arma, lo que me provocó un subidón
de adrenalina.
—Estoy impaciente por ver cómo lo intentas —lo reté.
Conocía lo suficiente de este hombre para saber que él sería un rival
potencial para mí. Le nombraban el Rey de la Oscuridad, pero, le gustase o
no, Dylan poseía una luz, una que iba a consumir yo mismo en cuanto la
tuviera en mis manos. Me moría por hacerlo, no obstante, tenía que tener
paciencia.
—No sé cómo demonios saliste del mar —gruñó y me presionó más el
cañón de la pistola—. Pero no voy a desistir en mandarte al lugar que
perteneces como el Diablo que eres: al infierno.
—Hazlo y arrastraré a tu hermanita en el descenso. —Dejé la diversión
a un lado y me puse serio—. La voy a corromper de todas las formas
existentes, la haré suplicar clemencia y, cuando ya esté completamente rota
e inservible, la mataré para después sacarle todos los órganos. —Esto fue un
juramento y lo cumpliría—. Aunque hay algo bueno que puedo prometerte.
—Nos fulminamos con la mirada—. Te aseguro que nadie de mi familia la
tocará, solo yo.
Antes de poder continuar, me dio un fuerte puñetazo en el estómago y
expulsé todo el aire de mis pulmones por la boca. Me doblé en dos y apreté
mi abdomen con las manos.
—Querías usar a Cynthia para acceder a mí y estoy aquí para
entregarme, así que ya no la necesitas —espetó.
Levanté la cabeza y, pese al dolor que sentía por el golpe, me reí en su
cara.
—¿Te entregarías con tal de que no toque a tu hermanita? —pregunté.
—Sí —contestó sin dudar.
No me creía que esto fuera tan fácil. Sin embargo, no desaprovecharía la
oportunidad que la vida me estaba brindando para capturarlo.
Me incorporé cuando el dolor fue menguando y adquirí una postura más
desinteresada. Empleé unos segundos en estudiarlo con atención. En su cara
no había mucho que leer por su excesiva experiencia en ocultar emociones,
pero detectaba algo en su mirada que no me convencía por completo.
No tuve más tiempo para descifrar qué me ocultaba porque una voz se
interpuso en la conversación.
—¿Algún problema?
Karlen se colocó a nuestro lado con sus manos puestas en el cinturón y
alzó la barbilla, mirándonos atentamente. Después aparecieron tres de sus
hombres para hacernos compañía.
Antes de poder preguntarme cómo Karlen sabía dónde me encontraba,
obtuve la respuesta en Zaria, quien permanecía detrás de su hermano.
Volví mi atención a Dylan.
—¿Por dónde ibas? —retomé nuestro tema de conversación—. ¿Sigues
pensando en entregarte voluntariamente sin armar escándalo?
Ya era demasiado tarde para él. Acabaría en mi poder por las buenas o
por las malas. Si antes tenía pensado hacerme caer en una trampa, ahora no
tendría ninguna posibilidad.
—La presencia de tus matones no me hará cambiar de opinión. —Dylan
miró a Karlen de forma despectiva—. Pero quiero algo a cambio.
—No estás en condiciones de negociar —intervino mi primo.
—En realidad, sí. —El McClain me lanzó una sonrisa arrogante—.
¿Qué te parece tener una reunión con los Kozlov?
Mi cuerpo se tensó nada más escuchar ese apellido. Esa familia era
nuestra mayor enemiga y el simple hecho de que Dylan la conociera me
preocupaba.
—¿Qué sabes de ellos? —Apreté la mandíbula y Zaria fue hacia mí para
rodear mi cuerpo con sus brazos.
—No sabes lo que has hecho —susurró ella horrorizada.
—Parece ser que la mención de los Kozlov os pone un tanto nerviosos,
¿verdad? —se burló el McClain—. Mikhail no es muy amistoso con vuestra
familia.
—¿Qué demonios habéis hecho? —Esta vez fue Karlen quien habló.
Los Kozlov pertenecían a una mafia muy diferente al resto porque ellos
se encargaban de erradicar a otras mafias. Solo los privilegiados adinerados
podían acceder a sus servicios.
Mi tío Dimitri nos contó que alguien les pagó para exterminar a los
Petrov y a los Ivanov. Por este motivo, mis padres adoptivos fueron
asesinados después de que Alexandra y yo nos fuéramos de Moscú. Tanto
Igor como Alina guardaron silencio cuando les preguntaron sobre nuestro
paradero.
Mikhail Kozlov, el jefe de la mayor red de asesinos sin escrúpulos, iba
detrás de mi familia.
—Todavía no hemos hecho nada, pero si no cumples con mi petición,
Yerik, Vladimir y sus justicieros se encargarán de que Mikhail os encuentre
—contestó Dylan.
Mirara por donde lo mirase, estábamos acorralados, aunque no sería por
mucho tiempo.
—¿Qué es lo que quieres? —No tuve más remedio que ceder.
—Dame tu palabra que no tocarás a mi hermana y seré tuyo. Déjala
fuera de esto y Mikhail no se enterará de dónde estáis.
Tomé una respiración profunda, mirándolo con un nuevo desafío.
Agradecí que los dos Ivanov que tenía al lado no interfirieran.
—Te doy mi palabra que Cynthia quedará fuera de esto y no la tocaré.
Solo te quiero a ti —respondí.
Jamás se debería de confiar en la palabra del Diablo, un ángel caído que
le falló a Dios, pero, al parecer, el McClain estaba tan desesperado por
salvar a su hermana de mis garras que me creyó.
No mentí del todo, ya que dejaría a Cynthia fuera de estos planes porque
conseguiría capturar a Dylan hoy mismo. No obstante, eso no quería decir
que la liberaría de otros.
Por el simple hecho de que indagaran en nuestra mayor amenaza con el
fin de chantajearnos, me encargaría de que esa mujer viviera en mi infierno
y después me aseguraría de que sus órganos fueran mejor aprovechados.
«Tu hermana pagará las consecuencias de vuestras decisiones, Dylan
McClain. Con el Diablo no juega ni Dios».
CAPÍTULO 16

Cynthia Moore

A lice no se esperaba que decidiera ir al Peccato Mortale e intentó


convencerme de elegir otro club en el que pasar la noche. A Serafina
le daba igual dónde ir, pero colaboró conmigo en que mi amiga aceptara
para no perder más tiempo en discusiones absurdas.
—No me parece buena idea, Cynthia —repitió Alice nada más entrar al
club. Al ignorarla, acercó sus labios a mi oído—. Este local es de los Petrov
—susurró.
Ya sabía que el Peccato Mortale pertenecía a esa familia y por ese
motivo quería estar aquí. No podía retrasar más mis planes y debía de
empezar a seguir las indicaciones de Daniell.
—Ya lo sé, Alice. —Ella abrió los ojos como platos al ver la
tranquilidad que irradiaba.
Antes de que mi amiga pudiese replicar, Serafina, que se mantenía ajena
a mi conversación con Alice, enroscó un brazo con el mío y me condujo
hacia una mesa libre.
El club era amplio. Disponía de una zona con mesas y sillones, donde se
podía ver los espectáculos que se daban en las barras americanas, en las que
chicas y chicos bailaban provocativamente mientras se quitaban la mayor
parte de la ropa. Además, el local tenía sus reservados privados para hacer
cositas que no me quería ni imaginar. Se rumoreaba que aquí se ejercía la
prostitución, pero eso estaba muy tapado. Aparte de este tipo de diversión,
la otra zona del club estaba libre para que los clientes pudiesen bailar a su
antojo en la pista de baile.
Nos sentamos en los sillones de un rincón, donde teníamos unas
fabulosas vistas del estriptis. Solo esperaba que no tuvieran sexo en público
o mi cara se pondría roja como un tomate por el bochorno.
—Al menos, también hay chicos que admirar —dijo Serafina con una
sonrisa—. Aunque, ¿para qué quiero ver si no puedo tocar? ¡Qué calentón
más tonto!
Alice y yo no pudimos evitar reírnos, pese a tener los nervios aflorando
bajo nuestra piel. Ella estaba preocupada por mí, aunque no quisiera
admitirlo. Conocía a los Petrov y, desde que descubrimos que Yerik
sobrevivió y que mostró interés en mí en la fiesta enmascarada, Alice no
quería que me acercara a esa familia por precaución.
—Más te vale que no bebas demasiado, Serafina, porque tú trabajas
mañana por la tarde —bromeé.
—Gracias por el recordatorio —se quejó.
—Buenas noches, señoritas —nos saludó el camarero—. ¿Qué quieren
pedir?
Mientras que Serafina y Alice se aclaraban con nuestras bebidas, mis
ojos recorrieron cada parte del local buscando alguna cara conocida. No
obtuve éxito y solté un suspiro.
Serafina sacó su teléfono del bolso y preparó la cámara de fotos.
—¿Qué haces? ¿Quieres grabar el espectáculo para después masturbarte
en tus noches solitarias? —se burló Alice.
La aludida le lanzó una mirada asesina y nos mostró la pantalla del
móvil, en la que nos veíamos las tres reflejadas.
—Luciano estará aburrido en el hospital —dijo, tomándonos unas fotos
—. Y de paso, le daremos envidia.
Una sensación captó toda mi atención, como si me estuvieran
observando, y aparté la vista del teléfono de Serafina. Continuaba sin
detectar a ningún Petrov que conociera, pero una chica con el cabello largo,
moreno y ondulado me miraba fijamente. Se encontraba sentada en un
taburete de la barra y su vestido negro se le subía hasta el final de los
muslos.
Un escalofrío me recorrió por completo cuando la chica le dio un trago a
su bebida y me sonrió.
—¿Estás bien? —Alice me sacó del embrujo de la extraña mujer.
—Sí. —El camarero apareció con nuestras bebidas y, cuando se marchó,
proseguí—. Hay una chica en la barra que no para de mirar en nuestra
dirección.
Serafina se giró sobre su asiento para ver de quién se trataba.
—Esa es Zaria —respondió Alice.
No me dio tiempo a procesar ese nombre en mi cerebro porque Serafina
se adelantó y me sacó de dudas.
—Es la hermana de Karlen Ivanov. —Se encogió de hombros—. Ese
hombre es tan…
—¿Atractivo? ¿Seductor? —intervino Alice, alzando una ceja.
—Quería decir que me pone muy nerviosa. Cada vez que visita a
Daniell, intento evitarlo a toda costa —se defendió Serafina.
No la culpaba y su instinto de supervivencia funcionaba bastante bien.
Lo más sensato era mantener las distancias con los Petrov y los Ivanov, lo
mismo que yo no pensaba hacer por una buena causa.
«Así que esa chica que no para de mirar es la famosa Zaria con la que
hablé por teléfono para citarla en el hospital», pensé.
—Maurizio tiene razón. —La mención del hermano de Alice en boca de
Serafina llamó mi atención—. Esa gente es rara.
Para mi amiga y yo no era ningún secreto que entre Maurizio y Serafina
existía una relación más que amistosa. No se repartían cariño en público,
pero si se dejaba entrever algo especial entre ellos.
—Por eso mismo no veo muy buena idea que estemos aquí, donde
pueden estar todos presentes —repitió Alice.
—Tampoco tenemos que huir. Ellos no son nadie para condicionar
nuestras vidas —atacó Serafina—. ¿Acaso tenemos que irnos de cualquier
sitio en el que aparezca esa gente?
—Tienes razón —coincidí, recibiendo una mirada reprobatoria de Alice.
Mis ojos se fueron hacia un hombre que entraba en el club y se dirigía a
Zaria a grandes zancadas. No hizo falta que se diera la vuelta para saber de
quién se trataba. Tragué saliva con dificultad cuando Yerik giró la cabeza y
su mirada se encontró con la mía.
Estaba claro que la chica le había dicho que yo estaba aquí, y, saber que
hasta Zaria me conocía bastante bien cuando ni siquiera había coincidido
con ella una sola vez, me ponía los pelos de punta. Toda la maldita familia
estaba al tanto de mi existencia.
La cara de Yerik era una imposible de olvidar, ya que se quedó grabada
a fuego en mi memoria, pero eso no le restaba pavor. Tenía delante de mí al
Diablo, y esta vez sin máscara veneciana.
—Tengo que ir a los servicios —me excusé rápidamente, poniéndome
en pie.
—¿Quieres que te acompañe? —se ofreció Serafina.
—No hace falta. —Sonreí para aliviar la tensión y que las chicas no
percibieran mi malestar.
Necesitaba atraer al Diablo sin involucrarlas a ellas y la mejor forma era
guiarlo hacia una zona más aislada del club.
Con toda la elegancia y tranquilidad que me fue posible, intercambié
una mirada intensa con Yerik cuando pasé por delante de sus narices,
manteniendo cierta distancia. No pude evitar levantar mi dedo índice e
incitarle a seguirme con una falsa sensualidad.
No empleé ni un momento en comprobar si me hizo caso o no, tan solo
me centré en caminar con seguridad hacia los reservados más privados.
Aparté la cortina roja de uno que estaba libre y entré con la respiración
errática.
Aquí dentro había un gran sillón que rodeaba una mesa baja. Me senté
con las piernas cruzadas y apoyé mi espalda en el respaldo, manteniendo
ambos brazos encima de este.
Mi vestido no era tan corto como el de Zaria, pero también era sexy por
el escote tan pronunciado que tenía. Sabía a lo que venía a este lugar, así
que me vestí para la ocasión.
«Sé impasible como tu hermano», me recalqué a mí misma una y otra
vez.
Unos segundos más tarde, como era de esperar, Yerik apartó la cortina y
se aseguró de volver a cubrir la habitación antes de encararme. Mi vista se
fue hacia la culata de la pistola que le asomaba por la cinturilla del
pantalón. Toda su postura era una clara advertencia amenazadora.
Estaba casi segura de que, tras esa gruesa cortina, estaban postrados
algunos de sus hombres, listos para intervenir si la situación se pusiera fea
con el jefe.
—Tenemos que hablar —dije, asombrándome a mí misma por la
seguridad que destilaba mi voz.
—Y el angelito quiere jugar —contestó con voz melosa y se cruzó de
brazos—. Eres consciente de que el fuego puede quemar, ¿verdad?
Sonreí y me removí en mi asiento, captando su atención visual. Yerik no
se caracterizaba por ser un hombre que se molestara en disimular a la hora
de comerse a una mujer con la mirada.
Contuve los impulsos de sacarle los ojos azules con mis uñas. No estaba
aquí para enfrentarme a él con violencia, sino para comenzar a ganarme un
poco de su atención.
—El fuego no puede quemar algo que ya está ardiendo —contesté con
desdén—. Dime, Yerik. ¿El Diablo puede arder en su mismo infierno?
Me levanté con decisión, aunque una de mis piernas flaqueó y este gesto
no le pasó desapercibido, ya que una sonrisa socarrona se plasmó en su
bello rostro diabólico.
«Actúa con seguridad y sé impasible o los Petrov te harán picadillo», me
reñí.
—Así que quieres hacerme arder, ¿eh? —Yerik se acercó a mí con una
lentitud aplastante—. All’interno di quel corpo di peccato si nasconde una
donna insicura.[9] —Sonrió y me acarició los labios con su pulgar—. Me
recuerdas a San Miguel Arcángel —murmuró—. Es uno de los ángeles más
poderosos de los cielos. De hecho, tal vez sea el más poderoso de todos.
—¿Te recuerdo a un ser celestial con semejante impacto? —Reí a
carcajadas y me aparté de él—. No hace falta que me halagues con
mentiras. —No solo me refería a la comparación, también a su frase
italiana.
—No pretendía halagarte. —Se encogió de hombros, restándole
importancia—. Para el Diablo es una gran ventaja tu ignorancia.
—No seré tan ignorante cuando es evidente lo que necesitas de mí. —
Alzó una ceja en respuesta y me adelanté a seguir hablando—. Y
precisamente de eso quiero hablar contigo.
—Soy todo oídos.
Me aseguré de tener mi máscara impertérrita intacta y alcé la barbilla,
mostrando una bravuconería que nunca tuve.
—Te exijo que dejes a mi hermano en paz o me veré obligada a…
—¿A qué? —me interrumpió y volvió a romper las distancias conmigo
—. ¿A matarme?
Por acto reflejo, intenté retroceder, pero la maldita mesa me lo impidió.
Al menos, tenía que reconocer que, gracias a esto, no le mostré cobardía.
—Refundiré a Makari en la cárcel, lo que os arrastrará a todos y ni
siquiera tu tío Dimitri podrá salvaros de la prisión.
Mi amenaza le hizo gracia y era evidente que se controlaba en no
estallar en carcajadas en mi cara, lo que me enfureció porque no me tomaba
en serio.
—Tengo curiosidad. ¿Cómo lo vas a conseguir? —Ladeó la cabeza y
estudió mi rostro en busca de una señal de debilidad.
—Limpié las huellas del crimen de Luigi, el vigilante de mi hospital.
—Lo sé, estuve observándote toda la noche.
Un escalofrío trepó por mi espalda de saber que podría ser observada
por el Diablo con tremenda facilidad. Todos mis movimientos estaban
siendo estudiados.
—Tengo el vídeo de las cámaras de seguridad donde se demuestra que
Makari lo mató y no se refleja mi implicación en la limpieza. —No me
anduve con rodeos—. O desistes de dar caza a Dylan o haré que ese crimen
se esclarezca. Tú eliges.
Yerik me cogió del cuello y me empujó hacia la mesa. Quedé aplastada
en el tablero con su cuerpo encima del mío. Mientras yo permanecía
acostada, él solo estaba encorvado.
Su mano no ejercía presión sobre mi cuello, pero sí me mantenía
inmovilizada. Quizás mi máscara impasible se hizo pedazos; ni me molesté
en repararla.
—¿Me estás chantajeando? —gruñó sobre mis labios. Parecía un animal
rabioso y lo había enfadado bastante.
—Sí. —Fui directa, haciendo un terrible esfuerzo en ocultar mi miedo
—. Podrás intentar buscar el dispositivo donde guardo mi billete de vida,
Yerik, pero te aseguro que lo tengo bien escondido.
Si tuviera que guardarme el maldito pendrive en cualquier rincón de mi
cuerpo, lo haría sin pensar. Bajo ningún concepto fallaría en mi plan.
Ahora iba a ser imposible que el Diablo aceptara darme un trabajo para
entrar en su casa, como sugirió Daniell; sin embargo, tenía la opción de su
emboscada para ganarme un favor por parte de Yerik.
Lo primero era garantizar la protección de mi gente y para eso serviría el
archivo de vídeo. Además, había ganado tiempo de vida para poder llevar a
cabo mi objetivo: erradicar a la familia Petrov. Era la única forma de que
todos nos libremos del mal. Eso sí, Daniell no podía saber eso, así que lo
utilizaría como arma.
«¿En qué me he convertido?».
Ahora no era el momento para las lamentaciones.
—No sabes dónde te estás metiendo, niña estúpida. —Deseaba
matarme, lo veía en sus ojos—. Vas a caer y ni la clemencia podrá salvarte
de la caída más dolorosa que podrías experimentar.
—Pero tienes que reconocer que esta niña estúpida es muy astuta. —
Sonreí con malevolencia, haciendo caso omiso a su amenaza.
Yerik frunció los labios y, con un terrible esfuerzo, me soltó y se alejó
de mí rápidamente, como si mi sola presencia le asqueara. Me enderecé y lo
miré con altanería.
—A esto sabemos jugar los dos, Petrov. —Me recoloqué el vestido—.
Pórtate bien conmigo, y seré buena niña.
Anduve con decisión hacia la cortina y, antes de salir, le lancé una
última mirada. Él me devolvía una furiosa y desde aquí podía ver que
respiraba aceleradamente.
Me reuní con las chicas y les comuniqué que quería cambiar de club
para seguir con nuestra salida nocturna. Las dos se miraron sin entender
nada, pero aceptaron sin replicar y nos dirigimos a la salida.
Pasé por delante de Zaria, quien seguía observándome con atención.
Fruncí el ceño cuando me sonrió y se despidió con la mano.
—¿Qué ha pasado? A Serafina podrás ocultarle cosas, pero a mí no —
murmuró Alice muy cerca de mi oído.
Cuando salimos a la calle, me dispuse a contestarle. Sin embargo,
Karlen se interpuso en nuestro camino.
—¿Ya os vais, señoritas? —Ninguna de las tres dijimos nada, tan solo lo
mirábamos fijamente—. ¿Puedo hablar contigo un momento a solas? —me
preguntó.
—Tenemos prisa. —Fue Serafina quien contestó.
Alice enroscó su brazo con el mío y tiró de mí para desaparecer de la
vista de Karlen. No obstante, él estaba empeñado en sembrar el miedo en
mi interior.
—Me han prohibido la entrada al hospital por tu culpa, Cynthia Moore,
y no podré visitar a mi querido Daniell. —Mi cuerpo se tensó al instante—.
No te preocupes, no soy rencoroso. Al Peccato Mortale puedes entrar las
veces que quieras.
Nada más salir de la habitación de Daniell, hice lo que me pidió para
poder avanzar rápidamente en nuestro acuerdo. Hablé con mis compañeros
y Luciano fue quien se encargó de la petición.
—Dudo que a tu jefe le agrade verme por aquí —le dije con firmeza,
demostrándole que sus palabras no me afectaron.
—¿Queréis que os lleve a algún sitio? —Karlen dio unos pasos hacia
nosotras—. Las calles por la noche no son seguras para unas chicas tan
hermosas como vosotras. —Sonrió de lado.
—No, gracias. Tampoco estaríamos seguras contigo —soltó Alice sin
pensar.
Mi chantaje iba dirigido a toda la familia, aunque se lo hubiese
restregado a Yerik. Esperaba que él informara de lo sucedido y nos dejaran
un poco en paz, al menos, durante un tiempo.
—Yo me encargo de ellas, Ivanov. —La voz de Vladimir a nuestras
espaldas me sobresaltó—. Estarán a salvo conmigo.
Me di la vuelta y él no estaba solo. Lo acompañaban dos justicieros que
conocí en la fiesta enmascarada, pero no tuvimos la oportunidad de
presentarnos allí.
—Bien. —El nombrado se encogió de hombros.
Karlen empleó unos segundos, que se me hicieron eternos, en mirar cada
rostro hasta que se detuvo en mí.
—Cuídate —dijo sin más y entró al club.
Serafina soltó todo el aire que estaba reteniendo en sus pulmones y
suspiró con una mano en el pecho.
—Joder, qué mal rollo da ese hombre —murmuró ella.
—No nos han presentado —me dijo uno de los justicieros con una
sonrisa—. Soy Carlo Vancini y este malhumorado que no te hace ni caso es
Valentino Caruso. —Este último parecía estar meditando si lanzarse a
Karlen para matarlo o no.
—Esta gentuza se multiplica como las ratas —espetó Valentino.
Vladimir se acercó a nosotras con cara de preocupación.
—¿Estáis bien?
—Ahora sí —contestó Alice.
Después de un intercambio más de palabras entre ellos, Vladimir me
miró. No me gustó nada lo que vi en sus ojos. Cuando Alice captó lo mismo
que yo, se alejó con Serafina hacia los justicieros para dejarnos más
intimidad.
—Tenemos que hablar. —Estaba tan aturdida por lo que estaba viviendo
esta noche que no fui capaz de responder, así que soltó un suspiro—. Los
Petrov tienen a Dylan cautivo.
—¿Qué? —Me horroricé al instante, olvidándome de las diferencias que
tenía con Vladimir—. ¿Cuándo ha sucedido?
—Esta misma noche, así que, como verás, hay mucho de lo que hablar,
pero Serafina tiene que volver a su casa.
Entendía que ella y Luciano tenían que seguir manteniéndose ignorantes
sobre la existencia de la organización justiciera de Vladimir y la mafia de
los Petrov. Mi amigo vio el cadáver de Vicenzo, no obstante, desconocía
quiénes lo hicieron. Como Serafina y Luciano eran muy amigos, lo que uno
sabía lo sabría el otro.
Miré sobre el hombro de Vladimir y vi al resto acercarse a nosotros de
nuevo.
—¿Qué os pasa a todos con esa familia? —quiso saber Serafina.
—No nos llevamos muy bien —dijo Vladimir con su mirada aún puesta
en mí.
—¿Y tú? —continuó ella, ahora dirigiéndose exclusivamente a mí—.
Apenas llevas unas semanas en Milán.
Tomé una respiración profunda y maquillé un poco la verdad, una que
todavía no sabía nadie más, lo que me conduciría a hablar sinceramente con
ellos en cuanto Serafina se fuera.
—En la fiesta enmascarada tuve un desafortunado encuentro con uno de
los Petrov, discutimos y no controlé mis impulsos de devolverle la bofetada.
Se ve que ese chico no estaba acostumbrado a que una mujer lo enfrentara
—contesté lo más natural posible. Esto era lo máximo que ella tenía que
saber.
—Vaya, ahora lo entiendo. —Serafina le echó un rápido vistazo al
Peccato Mortale—. Entonces, deberías mantenerte lo más alejada de ellos.
—Eso haré, no te preocupes. Las aguas se calmarán y todo volverá a la
normalidad. —Todos, excepto ella, sabían que estaba mintiendo.
Vladimir, sus justicieros y Alice se enterarían de la verdad esta noche,
pero dos datos los mantendría solo para mí: mi trato con Daniell y mis
planes con la familia Petrov. No obstante, ahora solo me preocupaba salvar
a mi hermano.
Lo que acababa de hacer con el Diablo en el reservado tenía que surtir
efecto. Mi chantaje debía de funcionar y, por la forma que tuvo él de
reaccionar, quise creer que sí.
CAPÍTULO 17

Yerik Petrov

A lexei volvió a agarrarme desde atrás cuando vio mis claras


intenciones de seguir partiéndole la cara a Makari. Este estúpido
niñato malcriado nos estaba buscando la ruina. Lo mantuvimos encerrado
en la celda contigua de Feddei, pero el problema ya lo había causado.
—¡Tranquilízate ya, hijo! —chilló mi tío.
La mayoría estábamos reunidos en mi despacho, ya que, nada más
volver a casa después de mi conversación con Cynthia, desperté a toda la
familia cuando fui a por Makari y lo arrastré hasta aquí.
—¡¿Que me tranquilice?! —gruñí—. ¡El imbécil de tu hijo no para de
fastidiarla y tú no pones remedio!
Mi vista se fijó en los arañazos y en el corte que Makari tenía en las
mejillas. Si no fuera por mi odio hacia el angelito, le aplaudiría por
habérselos provocado.
—Yo sigo apostando que deberíamos matarla —intervino Ivanna con
tranquilidad mientras se miraba las uñas—. Es verdad que Makari está
descontrolado, pero ya no podemos hacer nada para retroceder en el tiempo,
así que nuestra mayor amenaza tiene que ser erradicada.
—Mi hija tiene razón —coincidió Irina—. Ya tienes a Dylan en las
mazmorras, que era lo que querías conseguir con esa niñata, ¿no es así?
Tanto Ivanna como su madre estaban cortadas por el mismo patrón. Lo
que una opinaba, lo respaldaba la otra, fuera lo que fuese. Ambas se
encontraban acomodadas en el sillón de piel que había junto a la chimenea
apagada.
—Y yo pienso que deberíamos liberarlo. —Todos miramos a Zaria
como si le hubieran salido tres cabezas—. ¿En serio estáis más preocupados
por Dylan y Cynthia que por los Kozlov? —se quejó asombrada.
Ella nunca se metía en los asuntos de la familia, a excepción de esta
noche, lo que ponía en duda qué motivos tenía para intervenir precisamente
en esto.
—Esa es otra —soltó Andrei, quien apenas hablaba—. Si los justicieros
de pacotilla también saben de esa familia, estamos jodidos.
Alexei me liberó cuando notó que mis impulsos de agredir a Makari se
habían apaciguado. No conseguiría nada enfrentándome a él cuando el mal
ya lo había sembrado con sus acciones. Ahora debíamos de buscar una
solución beneficiosa para todos. No obstante, yo acabaría más perjudicado
porque tendría que ceder en soltar al maldito McClain, y no deseaba
hacerlo.
—¡Por eso mismo! —Zaria se puso delante de mí para que me centrara
en ella—. No nos conviene alterar a esos justicieros ni a esa chica. Libera a
Dylan para ganar más tiempo y ya buscaremos la forma de conseguir lo que
quieres sin exponernos al peligro.
Le lancé a Makari una mirada fulminante y el muy arrogante tuvo el
valor de devolvérmela, pese a ser él el causante de todos nuestros
problemas. Mi primer puñetazo le partió la ceja y la sangre le recorría por la
mejilla. A mí no me hizo ni un rasguño, aunque intentó defenderse con
ahínco.
—Me molesta que mi hermana tenga razón —dijo Karlen, que se
paseaba por todo el despacho—. Suelta a ese capullo, así no cabreamos a su
banda de capullos y, cuando encontremos una manera de matar a esos
capullos sin el peligro de llamar la atención de los Kozlov…
—¡Pero si esa familia todavía no sabe nuestro paradero! —gritó Ivanna,
dando una fuerte palmada en el reposabrazos del sillón.
—Se pueden enterar si los cabreamos —continué, refiriéndome a los
justicieros—. Lo mejor es mantenerlos contentitos durante un tiempo.
—Pues deberías visitar a Cynthia en su casa y buscar esas pruebas que
tiene —objetó Irina—. Karlen puede acompañarte. Parece ser que también
tiene muchas ganas de darle un escarmiento a esa muchachita.
—Ya basta de violencia, por ahora —exigió Dimitri y se dirigió a Alexei
—. Mañana a primera hora quiero que contactes con Vladimir y le cites en
el mismo lugar donde hacemos los intercambios. Allí se le entregará a
Dylan sin derramamiento de sangre. —El gemelo asintió sin ninguna gracia
y agachó la cabeza.
—Y yo que pensaba divertirme un poco con el prisionero. —Miré a
Ivanna con mi mayor cara de asco—. No te pongas celoso. Sabes que tú
eres insuperable. —Esta mujer tenía el don de ponerme de los nervios en
cuestión de segundos.
—Doy gracias de que tú eres fácilmente sustituible —la humillé con una
sonrisa siniestra—. Yo creo que hasta el angelito te superaría con creces.
—¡¿Cómo te atreves a compararme con esa monja de clausura?! —
Ivanna se levantó furibunda.
Mi único propósito era molestarla y lo estaba consiguiendo. Me
fastidiaba tanto que sacara su soberbia en los momentos más inoportunos,
que necesitaba bajarle ese ego.
—Discrepo de ese comentario. —Por primera vez, Makari habló—.
Debajo de sus ropajes se esconde una diosa.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Ivanna.
—La he visto en sujetador —contestó el muy canalla con desdén.
—Y supongo que no te lo enseñó voluntariamente —escupí,
controlando las ganas de golpearlo de nuevo.
—¿Podemos dejar de hablar de tonterías? —interrumpió Irina con
irritación.
—Mejor. —Ivanna hizo un ademán con la mano—. ¿Y cómo se ha
enterado esa gente de la existencia de los Kozlov y de nuestro problema con
ellos?
—Buena pregunta —susurró Dimitri, acariciando su perilla con los
dedos.

✯✯✯

Alexei era quien estaba a mi lado mientras esperábamos a los malditos


justicieros. Sin embargo, no estábamos solos, ya que Riccardo y sus
hombres nos flanqueaban ocultos en las ruinas del lugar y en los árboles.
—No cantes victoria —le dije a Dylan, que permanecía en los asientos
traseros del coche con una sonrisa socarrona—. Esta batalla la has ganado,
pero la guerra seguirá su curso.
—Me resulta curioso vuestro pánico hacia Mikhail. —El McClain se
acomodó y su vista se fijó en la mía a través del retrovisor.
—Lo verdaderamente curioso es cómo es posible que conozcáis ese
detallito si solo lo sabe mi familia —comentó Alexei y se encendió un
cigarrillo.
—Pues ya tenéis la respuesta. —El tono burlesco de Dylan me hizo
apretar el volante con fuerza, furioso—. Analiza a cada miembro de tu
familia y, con un poco de suerte, sacarás al posible bocazas. A mí no me
preguntes porque no sé quién puede ser.
—¡Me cago en Makari! —Alexei le dio un puñetazo al salpicadero del
coche—. No me extrañaría que se le escapara en uno de sus arrebatos
imprudentes.
—No os fieis de Ivanna. Con lo que le gusta a ella meterse de cama en
cama… —Entonces, Dylan se dirigió a mí—. Por su vagina pasan más
penes que por la consulta del urólogo y, con lo putero que eres tú, no me
extrañaría que fueras otro de esos pringados.
Mi paciencia tenía un límite y el McClain lo estaba rozando. No me
importaban sus insinuaciones porque reconocía mi fama de mujeriego, pero
enterarme de que posiblemente había un traidor en mi familia o un simple
imbécil me sacaba de quicio. Optaba más por lo segundo, ya que todos
teníamos el mismo problema con los Kozlov, ni siquiera Daniell se libraba.
—También podría ser Karlen. No pareció afectarle mucho cuando
mencioné a esa familia; solo a Zaria y a ti. ¿No crees? —prosiguió Dylan,
creándonos más dudas.
—¡Ya está bien! —Alexei salió disparado del coche y abrió la puerta
trasera para sacar al McClain.
Fui detrás de mi primo. Mi humor se tornaba más oscuro conforme
pasaban los minutos. Estaba siendo chantajeado con el tema de los Kozlov
y con el dichoso vídeo del crimen del vigilante. Odiaba sentir que mi vida
dependía del hombre que tenía delante, de los justicieros y de la niñata. No
consentiría permanecer acorralado mucho más tiempo.
Alexei empujó a Dylan y se tropezó, cayendo de rodillas delante de
nosotros y de cara a donde aparecerían los justicieros.
—Estoy deseando que se lo lleven —gruñó mi primo con el cigarrillo
entre sus labios—. ¿Qué piensas de todo esto?
Agradecí que el McClain prefiriera mantenerse en silencio, así podría
permitirme un descanso de sus malditos comentarios.
—Que tenemos a alguien que se va de la lengua, y quizás mi justiciero
sepa los detalles —solté, llamando la atención de Dylan.
Me miró por encima del hombro con el ceño fruncido. Ahora era mi
turno de crear confusión. A esto sabíamos jugar los dos.
—Sí. También hay un traidor en la organización de Vladimir. —Una
sonrisa socarrona se plasmó en mi rostro—. Uno que también pasó por la
vagina de Ivanna.
Reí a carcajadas de ver su cara perpleja. Siempre me llegaba el
momento de echar en cara cualquier humillación. Me importaba una mierda
si descubrían quién era mi justiciero; tampoco me haría mucha falta ya.
—Dante y Maurizio son los más cercanos a tu hermanita, ¿verdad? —
continué burlándome—. Pero, Valentino y Carlo lo son de Vladimir. ¡Qué
dilema! —Me puse en cuclillas junto a Dylan—. ¿Sabes por qué me enteré
de que querían matarme en la fiesta enmascarada y que Cynthia estaría
presente? —Apretó los labios con fuerza y le revolví el cabello en un gesto
infantil—. Tengo información de los dos bandos, no lo olvidéis para la
próxima vez que decidáis chantajearme.
Me puse en pie cuando escuché el rugido de un motor. Mientras mi
mirada estaba fija en el coche que se acercaba a nosotros, seguí fastidiando
al McClain.
—Dale las gracias a tu hermana. Ella es quien te ha liberado —le solté
con seriedad.
—¿Qué? —Desde luego que no daba crédito a lo que escuchaba hoy.
—Cynthia se está adentrando en mi familia poco a poco, Dylan, y no
podrás evitar su sentencia —le aseguré.
A esta mujer ya la tenía entre ceja y ceja. Decidió meterse conmigo y no
la iba a dejar marchar jamás a no ser que lo hiciera dentro de un ataúd.
Cuando mi familia no corriera peligro, me desharía de ella con mucho
gusto.
Dylan se levantó, mirándome con furia, pero no le dio tiempo a
enfrentarse a mí porque Vladimir ya aparcó y salió del vehículo, flanqueado
por Valentino y Carlo. Dudaba de que fuera estúpido, así que otros
justicieros estarían escondidos por algún lado. Fuera como fuese, hoy no
habría derramamiento de sangre, como pidió mi tío.
—Buenas tardes, Doohan. La última vez que nos vimos fue en la fiesta
de máscaras. ¿Te gustó mi mensaje? —Hice referencia al pobre Vicenzo.
—No vinimos aquí para hablar. Tan solo queremos que nos entregues a
Dylan —exigió Valentino.
—Oye, ha sido él mismo quien se entregó —soltó Alexei con su mano
en la culata de la pistola.
Todos estábamos en alerta ante cualquier movimiento sospechoso. No
creía que fueran tan idiotas de iniciar una reyerta, pero no llegué hasta aquí
confiando en la gente.
—Lo sabemos. Una de sus muchas imprudencias por su parte. —
Vladimir no estaba muy contento con el McClain y los dos se fulminaron
con la mirada.
—Vamos. —Le insté a Dylan para que caminara hacia ellos.
Tenía prisa para que toda esta gente desapareciera de mi vista. Después
de esta corta reunión debía de recoger a otro paciente y llevarlo a casa para
un trasplante de riñón.
Cuando el McClain llegó hasta su banda, nos lanzaron una mirada
amenazadora y fueron entrando en el coche sin intercambiar más palabras
con nosotros.
Me sorprendió que fuera tan fácil, conociendo el carácter tan difícil de
todos esos hombres.
—Bien. Ya hemos terminado —sentenció Alexei y se dirigió al asiento
del copiloto.
Me di la vuelta para montarme en el coche, pero no me esperaba que
alguien me disparara una flecha en el brazo. Me tambaleé hacia adelante y
solté una maldición entre dientes.
—¡¿Pero qué narices ha sido eso?! —gritó Alexei—. ¿Quién usa flechas
habiendo pistolas? —Lo miré con mi cara bañada en sudor.
—Deja de decir tonterías, maldita sea, y ayúdame a cortarla —rugí y
revisé mi herida.
Riccardo y sus hombres se encargarían de cubrirnos las espaldas.
Necesitaba la ayuda de mi primo para sacarme la dichosa flecha.
Alexei agarró el astil y lo partió con la mano. Solté un gruñido al sentir
el movimiento y me sujeté en el coche, esperando a que sacara la flecha por
el otro extremo.
—¿Tienes alguna chica insatisfecha? —La pregunta de mi primo me
dejó perplejo.
—¡Sácala ya! —ladré y me obedeció al instante, arrancándome una
pequeña exclamación.
Quien fuera el que me disparase, no quería matarme; más bien servía
como una advertencia. Eso no me restaba la rabia que sentía por haberme
pillado de sorpresa.
Cuando iba a descargar mi furia, disparando a cada rincón del lugar, mi
vista se fue hacia la flecha partida que Alexei tenía en la mano. En el astil
había una rosa negra amarrada con una pequeña cuerda. Ahora entendía el
ridículo comentario de mi primo.
Estaba tan absorto pensando en la flor que no me percaté de que Alexei
echó los dos pedazos de la flecha al interior del coche y ya me estaba
taponando la herida con un trozo de tela de su camiseta.
—Tenemos que volver para que te curen —me pidió.
Mi primo me arrastró hacia el asiento del copiloto y él se encargó de
conducir. Durante el camino, el nombre de Rose Tocqueville entró en mi
mente con fuerza. La rosa negra fue su símbolo. ¿Qué demonios
significaba esto? ¿Por qué alguien estaba usando la firma simbólica de una
muerta?
«¿Realmente lo está?».
CAPÍTULO 18

Cynthia Moore

U nos golpazos en la puerta de mi casa me sacaron del sueño y mi


cuerpo dio una sacudida sobre la cama. Tardé unos segundos en
obligarme a levantarme, ya que la persona que insistía en entrar sería capaz
de echar la puerta abajo.
Vacilé en ponerme algo encima y tapar mi camisón, pero opté por
apartar la vergüenza a un lado.
Antes de abrir la puerta, eché un vistazo por la mirilla y abrí los ojos
como platos al ver a mi hermano. Lo dejé pasar rápidamente por si mis
vecinos se asomaban al rellano a curiosear el origen del escándalo.
Me quedé estupefacta cuando Dylan pasó por mi lado hecho una furia,
mirando en todas direcciones sin hacerme ni caso.
—¡Buenas noches a ti también! —repliqué.
No me podía creer que continuara ignorándome y se lanzara a mi
dormitorio. Fui tras él como un huracán y fruncí el ceño por su
comportamiento.
Dylan abría los cajones de mi cómoda y lanzaba la ropa encima de la
cama. No suficiente con eso, quiso hacer lo mismo con mi armario.
—¿Se puede saber qué haces? —quise saber.
—Haz las maletas. Te vienes conmigo —demandó.
Mi boca se abrió del asombro.
—¿Eso es lo único que se te ocurre decirme después de tres años sin
vernos?
Controlé los deseos de abofetearlo por no haberse presentado ante mí
cuando llegó a Milán. Para colmo, esta no era la bienvenida que me
esperaba.
Lo agarré del brazo, apartándolo de mi armario, y lo obligué a mirarme
para que me enfrentara.
—¡¿Cómo se te ocurre involucrarte con Yerik?! —ladró.
Evaluó mi cara con atención y su rostro se crispó. Tardé varios segundos
en darme cuenta de que no llevaba maquillaje encima, ya que no se suponía
que recibiría visitas nocturnas, y menos la de mi hermano.
Entré en tensión. El hematoma de mi mejilla y el cortecito del labio
apenas se notaban ya, pero estaban visibles sin una capa de maquillaje ni
pintalabios.
—¿Quién te ha hecho eso? —Pasó su pulgar con delicadeza sobre el
moratón.
Alice, Vladimir y sus justicieros ya sabían la verdad, pero, por lo visto,
no le contaron nada a Dylan, así que solté un suspiro de derrota y se la
confesé también a él, omitiendo lo mismo que hice con ellos.
—Esa maldita familia tiene que ser erradicada —espetó con los puños
apretados y apartó la mirada de mi rostro.
En eso estábamos de acuerdo, aunque no se lo hice ver para que no
sospechara de mí.
—Hice lo que tenía que hacer —le contesté a su primera pregunta sobre
mi involucración con el Diablo—. Y no pienso irme a ningún lado. Ya no
soy la misma Cynthia del pasado, la que se acobardaba con facilidad.
—Yo nunca pensé eso de ti. —Su voz se suavizó un poco—. Pero esto
no se trata de valentía o cobardía, Cynthia, sino de sentido común. Esa
familia te tiene en el punto de mira…
—Y a ti también. —Me crucé de brazos, retándolo con la mirada.
—Vladimir y yo nos encargaremos de ellos. Esta no es tu guerra —dijo
con tanta seguridad que temí no convencerlo de poder quedarme en mi
apartamento. Lo último que quería era estar vigilada las veinticuatro horas.
—También es mi guerra desde el momento en el que Yerik mató a
Damian y se metió con Rose —respondí de malas maneras—. También es
mi enemigo y no pienso huir como una cobarde. Aunque me tenga en el
punto de mira, sé defenderme bastante bien. —Exageré en esto último, pero
no me iba a dar por vencida—. Y no vuelvas a entregarte a ellos para
salvarme a mí —le exigí.
—Has heredado la terquedad de tu padre. —Me hizo gracia y no pude
evitar reír. Cuando me fulminó con la mirada, cerré la boca—. No hemos
tenido muchas oportunidades de tratarnos como hermanos y entre nosotros
hubo un abismo. Sin embargo, eres una de las dos personas más importantes
que me quedan y no pienso perderte a ti también. —Fruncí el ceño.
—¿Y quién es la otra? —pregunté con curiosidad, y Dylan evadió el
tema.
—Eres mi hermana, así que no me pidas que no te proteja. Ya fallé en el
pasado, y no lo volveré a hacer.
Sus palabras lograron conmoverme, pese al haber estado enfadada con
él por no haberse puesto en contacto conmigo. Al fin y al cabo, fui yo la
que se apartó de su lado.
—Supongo que no sé cómo tratarte cuando jamás tuve un hermano. Y
me ha tenido que tocar el más gruñón —bromeé, intentando aliviar la
tensión del ambiente.
Dylan siempre tuvo una fachada de chico duro por la coraza que forjó
para refugiarse del mundo, pero su corazón era tan blando que, si accedía a
él con cuidado, conseguiría lo que quisiese.
—Quiero quedarme aquí, por favor. —Puse mi mejor cara de pena y lo
miré suplicante—. Me gusta tener intimidad.
Soltó una maldición y vi la derrota en su mirada. Quise aplaudir por
haberlo convencido sin tanto esmero.
—Seré tu sombra, Cynthia Moore, no lo dudes —me amenazó y no
pude evitar sonreír—. Y guarda muy bien ese dichoso pendrive.
Lo que tampoco dije era que no solo tenía un dispositivo, sino dos. No
era tan tonta como para tener nada más que una copia, aunque podía sacar
más. Si llegasen a robarme una, tendría la otra para seguir con mis
chantajes. Además, una de ellas la dejé más accesible para que no me
pusieran la casa patas arriba si decidieran invadirla.
Asentí con la cabeza y reparé en su brazo derecho, donde tenía un
tatuaje.
—¿Y eso? —Se lo señalé.
Le pasé la palma por la serpiente que se enroscaba en su brazo, junto
con el tallo espinoso de una flor. No pude ver más porque lo tapaba su
camiseta. No obstante, me fijé también en el revólver que agarraba la cola
del reptil.
—Me falta añadirle unas alas. Tengo que pensar dónde hacérmelas. —
Lo observé sin entender nada—. Aquí tengo a dos de las tres personas más
importantes. —Señaló la rosa y el revólver—. Falta grabarte a ti en mi piel.
Me entraron ganas de llorar y tuve que respirar profundamente para
evitarlo. A mí me representaba con unas alas, como si yo fuera un ángel,
uno que ya empezó a caer. Lo que más me dolió fue recordar a Rose y el
amor tan fuerte que ambos se tuvieron.
—Tal vez suene muy egoísta. —Le agarré la mano y entrelacé mis
dedos con los suyos—. Pero me alegro de que no la hayas olvidado.
Una lluvia de emociones recorrió su rostro, frecuentemente inexpresivo,
y me estrechó entre sus brazos. No tardé ni un segundo en corresponderle el
abrazo.
—Jamás podría olvidarme de ella y nunca lo haré. Rose es mi vida y mi
muerte —murmuró.

✯✯✯

Decidí ir al hospital por la tarde, aunque no me tocara trabajar hoy. En este


momento estaría Serafina trabajando y no me acosaría como sí haría Alice.
A la Rossi la conocía poco, pero sabía que ella me daría mi espacio.
Nada más llegar, me dispuse a entrar en la habitación de Daniell sin
pasar por el control de enfermería. Sin embargo, algo que vi me detuvo.
La puerta se encontraba entornada, así que pude presenciar como Zaria
besaba a Daniell con pasión. Mi boca se abrió por el asombro. Esta imagen
era una que no me esperaba ver.
Quise darles la intimidad que necesitaban, no obstante, rompieron el
beso y empezaron una conversación muy interesante.
—No lo entiendo —musitó ella entre sus labios—. ¿Por qué finges ser
alguien que no eres?
Daniell le acarició la cara con dulzura y pude detectar emociones
positivas en la mirada de él, una que solía ser fría con el resto del mundo.
—Soy como tengo que ser, Zaria —contestó.
Muchas incógnitas daban vueltas en mi mente. Este Petrov era la
persona más misteriosa que había visto jamás. Algo dentro de mí me gritaba
que Daniell era tan peligroso como el resto de la familia, incluso más.
—¡Cynthia! —Pegué un respingo por el chillido de Serafina.
Me petrifiqué cuando los dos se giraron hacia mí y me vieron ahí
plantada. Desaparecí de la vista tan rápido como pude, aunque ya me
habían pillado.
Maldije a Serafina en silencio y me obligué a mostrarle una sonrisa un
tanto tensa.
—Buenas tardes —la saludé.
—Me alegro mucho de verte aquí, pero no te toca trabajar. ¿Por qué has
venido? —Puso sus manos en las caderas y alzó ambas cejas.
—Verás…
—Ha venido a hablar conmigo. —Una voz melosa y un poco autoritaria
me interrumpió.
Giré sobre mis talones y ahí estaba Zaria, mirándome fijamente con una
radiante sonrisa. Parecía que sus ojos azules querían consumirme y necesité
de todo mi autocontrol para salir del trance.
—Ten cuidado —me dijo Serafina pegada a mi oído—. Estaré aquí por
si me necesitas. —Esto lo dijo en voz alta para que Zaria lo oyera y se
dirigió al escritorio.
Su preocupación por mí era notable. Después debería tranquilizarla,
quitándole importancia al asunto. Serafina y Luciano tenían que quedar
fuera de la parte oscura de mi mundo.
Lo último que necesitaba ahora era mantener una charla con Zaria y
tener más problemas con otro miembro de la familia. ¿Me echaría en cara el
haberles espiado?
—Demos un paseo. Hace una tarde magnífica. —Me hizo un gesto con
la mano para que la siguiera.
Con un suspiro silencioso de resignación, fui tras ella. Me sacó fuera del
hospital y me preparé para negarme a que me condujera a algún lugar
aislado para atacarme, pero, antes de que pudiera hablar, Zaria dejó de
caminar y apoyó su espalda al lado de un escaparte de una tienda de ropa.
—¿Qué has escuchado de mi conversación con Daniell? —preguntó.
No conseguiría nada mintiéndole, así que fui sincera. De todas formas,
no oí nada que pudiera comprometerlos, aunque sí interesante para mí.
—Tan solo que le preguntabas por qué finge ser alguien que no es.
Siento mucho haberos importunado, no fue mi intención escuchar a
escondidas —le aclaré.
—¿Y tú lo sabes? —Negué con la cabeza, desconfiada—. ¡Pues yo
tampoco! —Rio.
Me dio la impresión de que parecíamos dos amigas por su actitud tan
amable conmigo. Al fin y al cabo, era la única perteneciente a la familia
Petrov que no me atacaba, por el momento.
—Supongo que sabes quién soy, por eso no me he presentado —
prosiguió.
Zaria no dejaba de sonreír y me pregunté si detrás de toda esta
amabilidad se ocultaba algo más oscuro.
—Lo mismo puedo decir de ti. Dudo mucho de que tu familia no te haya
informado de mí —le solté antes de poder evitarlo.
—Desde luego. Los has alterado a todos. —Soltó un largo suspiro—.
Aunque de mí no tienes que preocuparte, no me gustan los problemas, a
diferencia del resto.
—¿Por qué debo de confiar en tus buenas intenciones conmigo? —Me
costaba creer en ella.
Zaria se acercó a mí y me dio un leve apretón en el brazo.
—No te pido que confíes en mí. —Giró la cabeza un momento y frunció
los labios con molestia—. Tan solo te informo de que no deberías
considerarme una enemiga.
Seguí la dirección de su mirada y vi a mi amigo Dante con cara de pocos
amigos cuando reparó en nosotras. Cuando quise poner mi atención en
Zaria, ella ya se había ido. Fruncí el ceño y la busqué a mi alrededor, pero
había desaparecido.
—¿Qué quería esa chica de ti? —preguntó nada más llegar a mí.
—Nada. —Me encogí de hombros, restándole importancia—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
—Venía a hablar con Serafina —contestó.
No podía sacarme de la mente la conversación que Alice y yo
mantuvimos con Vladimir cuando nos interceptó en la salida del Peccato
Mortale. La curiosidad habló por mí porque me interesaba reunir la máxima
información posible de mis enemigos para luego usarla contra ellos según
mi conveniencia.
—¿Cómo os enterasteis de la enemistad entre los Kozlov y los Petrov?
—Esa información se filtró y llegó a mis oídos —dijo un tanto inseguro,
como si estuviera barajando qué contarme exactamente—. Cuando Dylan se
entregó a ellos para protegerte, comprobó hasta qué punto les preocupaban
los Kozlov y, por lo visto, bastante. —Me miró con seriedad—. Lo
liberaron gracias a ti, pero no queremos que te involucres más con Yerik o
llegará el momento en el que no podrás escapar de él, Cynthia.
—Ahora mismo las aguas están más calmadas —mentí, aunque me
encargaría de que así fuera—. No os metáis más con los Petrov y ellos
harán lo mismo con vosotros.
No podía darle más detalles, sin embargo, tenía pensado acumular
favores que me debiera Yerik e intentaría convencerlo de que tampoco
atacaran a los justicieros. Yo estaría en el medio, como siempre, pero quería
intentar que no se enfrentaran más, causándome más dolores de cabeza.
Ya había usado mi chantaje del pendrive para liberar a mi hermano. No
obstante, ahora necesitaba la emboscada para que Yerik me diera trabajo y,
con el encuentro que tuvimos en su club, estaba segura de que me había
ganado su odio, lo que no necesitaba precisamente para seducirlo más tarde.
Me iba a volver loca de tanto que me comía la cabeza para buscar las
mejores soluciones.
—¿Piensas que hay forma de que esta guerra se acabe? —preguntó
asombrado por mi sugerencia.
«Yo me encargo, joder», quise decirle, pero tuve que morderme la
lengua para no soltárselo.
—Si los dos bandos ponéis de vuestra parte, seguro que sí. —Era lo
único que podía aportar—. Como has dicho, soltaron a mi hermano gracias
a mi chantaje y eso mismo funciona conmigo, así que no me atacarán. —Al
ver su cara poco convencida, continué con otra mentira—. Zaria me aseguró
que ninguno me lastimará. El que se empeñen en meterme miedo no quiere
decir que quieran hacerme daño. Mientras las pruebas del crimen de Luigi
sigan en mi poder, no pasará nada malo. Y las tengo bien escondidas —
murmuré para que nadie que estuviese cerca pudiera oírme.
—Eso no tranquiliza a nadie —dijo con brusquedad y soltó un largo
suspiro—. Además, te meterías en serios problemas si alguien encuentra el
cuerpo. ¿Has pensado en eso?
Tragué saliva con dificultad. No había pensado en ese detalle y recé para
que eso no pasara. Nunca fui experta encubriendo crímenes.
Después de unas palabras más, Dante entró en el hospital y yo esperé
unos minutos para ir a por Daniell sin que mis amigos percibieran mi
presencia.
Llegué a mi destino con cuidado y abrí la puerta de la habitación del
Petrov rápidamente. Paré en seco cuando no lo vi. ¿Dónde se había metido?
¿Lo habían sacado al patio? Alice y yo éramos sus enfermeras, pero hoy no
nos tocaba trabajar a ninguna de las dos.
Giré sobre mis talones y solté una exclamación al ver a Daniell tan cerca
de mí.
—Me has dado un susto de muerte. ¿Por qué no haces ruido cuando
alguien entra? —le recriminé con el corazón galopando a toda velocidad.
—¿Y tú tienes la costumbre de entrar en una habitación sin mirar bien y
siendo tan confiada? —Pasó por mi lado y se sentó en la cama—. Aprende
a entrenar tus cinco sentidos y, a ser posible, saca un sexto si quieres
sobrevivir dentro de mi casa cuando entres y hagas todo lo que tienes que
hacer.
—Vale —susurré y me puse delante de él—. Necesito que demos un
paso más con Yerik. —No me dejó continuar.
—¿Estás lista para salvar al Diablo de la reyerta? —Asentí con la
cabeza, no muy convencida—. Mañana por la noche, Yerik irá con Zaria
por la carretera que conduce a mi casa. Recibirán un altercado, donde
entrarás tú para ayudarles, matando a esos pobres desafortunados.
—¿Qué? ¿Vas a meter a Zaria en esto después de…? —Cerré la boca
cuando iba a mencionar el beso que presencié—. Pensé que…
—¿La amo? —Apoyó los codos en sus rodillas, entrelazando sus manos,
y se inclinó hacia adelante—. Lo hago y aquí está tu dificultad del asunto,
Cynthia.
—¿De qué hablas? —pregunté confusa.
—Quiero que salves a Yerik y a Zaria porque, si ella muere, te mato a ti
después. ¿Lo entiendes ahora? —Su mirada fulminante me dejó más helada
que su amenaza—. Tendrás a un francotirador apuntándote en la cabeza,
listo para matarte si fallas en la misión, así que más te vale que tengas
buena puntería.
—¿Y hacía falta que metieras a Zaria, complicando más la situación? —
No pude evitar el temblor de mis labios al hablar.
—Te estoy entrenando.
—¿Para qué?
—Deja de hacerme preguntas absurdas y saca tu libreta de notas para
dictarte la dirección exacta y la hora —ordenó.
Le obedecí sin rechistar y apunté todo lo que me estaba diciendo. Mi
bolígrafo temblaba entre mis dedos.
No sería la primera vez que matara a alguien, pero llevaba mucho
tiempo sin utilizar un arma. Además, no me agradaba la idea de tener que
volver a quitar vidas humanas.
Me estaba metiendo en la boca del lobo yo sola y, cuando quisiera salir
de ahí, ya no podría hacerlo.
—¿Puedo saber cómo has conseguido planear esta emboscada estando
aquí encerrado? —insistí en saber más.
—Dejemos una cosa clara, Cynthia Moore. —Daniell se levantó de la
cama y se cruzó de brazos—. Ni se te ocurra investigarme a mí. Soy tu
aliado, y no tu enemigo. Te sugiero que no intentes conocer ningún detalle
de mi vida privada o acabarás bajo tierra. ¿De acuerdo?
—Sí. —Un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo.
Suponía que la misma Zaria tenía mucho que ver. Daniell solo tenía
contacto con ella en el hospital, ya que a Karlen se le prohibió la entrada.
Quizás ella no fuera consciente de que estaría en peligro, pero Daniell tuvo
que manipularla de algún modo para que fuera con Yerik a un lugar en
concreto. ¿Cómo lo sabría él si no?
—Y ahora mi petición —demandó. Le insté a que me pidiera su
próximo deseo—. Quiero que se me cambie de habitación. Esta no me gusta
nada, pero la habitación 110 sería ideal para mí.
—¿Qué tiene de malo esta habitación? —Fruncí el ceño, más confusa
que nunca—. Además, la que demandas ya está ocupada por otro paciente.
—Me importa una mierda. Haz lo que tengas que hacer para que así sea
—espetó y se recostó sobre la cama, dejándome bien claro que ya habíamos
terminado con esta conversación.
Maldije en mi interior. Me estaba ganando un despido de tantos
contratiempos que estaba causando en el hospital. Sin embargo, no tenía
más remedio que obedecer a Daniell si lo quería de mi lado.
CAPÍTULO 19

Cynthia Moore

A parqué el coche a un lado de la carretera solitaria y apagué las luces


para no llamar demasiado la atención. Daniell me citó en este lugar
en específico y me dijo que esperara. No veía a ni un alma por alrededor y
un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al pensar en que un francotirador
estaría apuntándome en todo momento por si fallaba en mi misión.
Mi vista se fue hacia el asiento del copiloto, donde tenía una pistola. La
mantuve oculta en un cajón de la cómoda de mi dormitorio, pero nunca me
imaginé que le sacaría uso tan pronto.
No sabía lo que me deparaba la noche, así que opté por ponerme ropa
cómoda. A ambos lados de la carretera había árboles sobre un terreno
rocoso y desigual.
Después de unos cuantos minutos más, un vehículo pasó por mi lado y
casi no tuve tiempo de reconocer a Yerik. De pronto, el estruendo de un
disparo cortó el silencio de la noche y el coche del Petrov dio bandazos. ¿Le
habían dado?
Iba totalmente a ciegas con esta supuesta reyerta, ya que Daniell no me
informó de nada más.
A lo lejos pude ver que una furgoneta se acercaba a Yerik a altas
velocidades. Inmediatamente, encendí el motor y salí disparada hacia ellos.
El Petrov salió de su coche y arrastró a Zaria con él hacia uno de los
árboles. Estaba conduciendo tan rápido que no me daría tiempo a frenar sin
llevarme a nadie por delante.
Di un volantazo y arrollé sin miramientos a dos hombres que salieron de
la furgoneta. Ahora no disponía de tiempo para lamentarme por volver a
verme en la obligación de quitar vidas humanas, así que aparté cualquier
pensamiento negativo.
Unos metros más adelante, giré rápidamente para darme la vuelta en la
misma carretera y volver al ataque. Reprimí un grito cuando varios
proyectiles impactaron en mi coche y agaché la cabeza sin soltar el pie del
acelerador.
Cuando colisioné con algo grande y duro, el airbag se activó y mi cara
se estampó con el del volante.
Quedé tan aturdida que mi mente fue incapaz de procesar lo que ocurría
a mi alrededor. Tan solo pude buscar a tientas la pistola del asiento del
copiloto. Mi mano se cerró sobre la culata justo antes de que me abrieran la
puerta del vehículo.
Me dejé arrastrar por el enemigo y di gracias por haberme evitado una
lucha contra los airbags para poder salir del coche. Me tiró al suelo y rodé
sobre este, dándome la vuelta, y quedé boca arriba. Levanté la pistola y le
pegué un tiro a bocajarro antes de recibir yo uno por su parte. Cerré los ojos
con fuerza e hice una mueca al sentir la sangre salpicar en mi rostro.
Me pasé el dorso de la mano por mi cara e intenté orientarme desde mi
posición.
Zaria estaba agazapada detrás de un árbol. Su cuerpo temblaba como
una hoja y su mirada horrorizada dio conmigo. Ahora pude ver que ella no
estaba hecha para un mundo como este; tampoco lo estaría yo si me
hubiesen dado la oportunidad de elegir.
Yerik estaba apoyado en otro tronco, recargando su pistola. Fue
asomándose con cuidado para disparar y después volvía a cubrirse.
Escaneé el entorno y reparé en que había siete hombres en pie que
teníamos que derribar.
Me aferré a la adrenalina con todas mis fuerzas y me puse en marcha.
Me levanté y corrí hacia el árbol más cercano.
No me imaginé este calibre de emboscada, así que solo disponía del
cargador que tenía dentro de la pistola y ya había gastado una bala.
No entendía cómo Daniell preparó todo esto. Estaba claro que tenía un
compinche fuera del hospital, pero solo Zaria lo visitaba y dudaba de que
ella misma se pusiera en peligro esta noche. La próxima vez que viera a
alguno de mis compañeros, les preguntaría si él recibía visitas de otras
personas.
Casi grité del susto cuando un hombre corrió hacia mí y cayó muerto a
mis pies con un agujero de bala en la cabeza. Por inercia, mi mirada buscó a
Yerik, y él estaba ocupado partiéndole la cara a otro. ¿Quién demonios
había matado al que tenía en mis pies? ¿El francotirador que mencionó
Daniell?
Me iba a explotar la cabeza de tanto querer descifrar a ese Petrov, no
conseguía entender ni una mínima parte de su mente.
Le eché un último vistazo a Zaria, comprobando que seguía cubierta, y
salí de mi escondite con la pistola en alto.
Mi primer objetivo no fue difícil de liquidar, ya que me dio la espalda.
Inmediatamente, apunté a otro, pero, sin verlo venir, alguien pasó por mi
lado y me puso la zancadilla, provocando que me cayera de bruces contra el
suelo al mismo tiempo que el cristal del coche que tenía delante estalló en
pedazos.
Solté un quejido por el fogonazo de dolor que sentí en el brazo y miré
sobre mi hombro. Mi boca se abrió del asombro cuando comprobé que
Yerik fue quien me tiró al suelo para evitar que yo recibiera el disparo.
Mientras tanto, él se lanzó a por el que supuestamente me atacó por la
espalda.
Ni él ni yo estábamos preparados para esta reunión poco amistosa, ya
que el Petrov se quedó sin balas, puesto que utilizaba los puños y las
patadas para defenderse.
Me puse en pie y me refugié detrás del vehículo antes de que otra horda
de disparos me alcanzara. Con el corazón en un puño, busqué a Yerik con la
mirada y lo vi agarrándole la cabeza a su contrincante con las dos manos y
estampándosela contra el suelo, una y otra vez, hasta que lo dejó reventado.
Después le robó el arma.
«¡Dios mío! ¡Qué bestia!», pensé con horror, temiendo que él me
considerara su enemiga.
Una mano se cerró en mi cuello y me levantó en volandas, provocando
que soltara el arma. Escuché el chillido de Zaria, pero yo estaba más
ocupada en intentar liberarme para respirar.
Un proyectil le traspasó el cráneo por el lado y caí al suelo. Había
alguien en la sombra ayudándonos en los momentos más comprometidos
porque Yerik estaba demasiado ocupado con dos como para haber sido él
quien me salvara de nuevo.
Corrí hacia los tres, olvidándome de recoger mi arma. Se golpeaban
entre ellos como animales, así que ninguno debía de tener munición en sus
pistolas.
Uno de ellos le dio una patada al Petrov en el abdomen. El otro
aprovechó la ventaja para tirarse encima de él y derribarlo. No me lo pensé
dos veces y me lancé hacia el que le agredió primero.
Los cuatro acabamos en el suelo, en un enredo de piernas y brazos. No
sabía de dónde me venían los golpes, pero no paré de patalear y dar
puñetazos a todo aquel que se moviera.
Una furia creció dentro de mí cuando el dolor del brazo se agravó y
agarré a uno del cabello, asegurándome de que no fuera Yerik. El Petrov se
liberó de uno y golpeó en la cabeza al que yo agarraba con una piedra. El
movimiento fue tan salvaje que unas gotitas de sangre salpicaron en mi
cara.
De pronto, Yerik me agarró de la camiseta y me levantó. Mis pies se
separaron del suelo y giró sobre sí mismo, arrastrándome a mí, hasta que
mis piernas impactaron en la cara del otro. De la fuerte patada que le di, se
estampó contra el tronco del árbol y su cuello crujió. Después el Petrov me
soltó sin cuidado alguno y me tambaleé hacia adelante.
Zaria fue quien evitó mi caída.
—Gracias —musité.
Ella me estabilizó para que no perdiera el equilibrio y giré sobre mis
talones, recorriendo todo el entorno con la mirada.
Los siete hombres yacían muertos sobre el asfalto y la tierra. Los tres
vehículos que había en el lugar tampoco tuvieron suerte. El mío ya quedó
siniestro total al acabar empotrándome contra un árbol. La única luz que
nos ayudaba a ver provenía de los focos de los coches que quedaron
intactos.
Yerik respiraba aceleradamente con su vista fija en mí. Pese al haber
recibido golpes, solo tenía unos pequeños hematomas en la cara. A mí me
dolía casi todo el cuerpo, así que me imaginaba que yo debía de tener varios
moratones repartidos por mi abdomen y mis brazos. Por lo menos, estos
serían fáciles de ocultar con la ropa y tenía que dar gracias de que mi cara
se libró esta vez, excepto del impacto que recibí por el airbag, aunque la
rojez que eso provocaba se quitaría hoy mismo.
—¿Qué haces aquí? —Su tono exigente me puso los pelos de punta.
No me había preparado para responder a esa pregunta, así que me
permití unos segundos para pensar. Él alzó ambas cejas, a la espera de mi
explicación.
—Estos hombres me han interceptado como han hecho con vosotros —
contesté con una gran verdad.
Viéndome yo involucrada, él no debería de culpar a los justicieros o a
mi hermano, lo que era de agradecer.
—Lo que quiero saber es qué hacías en esta carretera —insistió.
—No entiendo…
—Está sangrando —soltó Zaria.
No supe a lo que se refería hasta que ella me agarró el brazo y lo
levantó. Cuando vi la herida, el dolor volvió a aflorar, pero lo aparté a un
lado para concentrarme en lo importante.
—Esta carretera solo conduce a unas pocas residencias y la mía es una
de ellas —aclaró Yerik. Ahora capté su insinuación.
—Lo sé —empecé mi actuación—. Quería buscarte para hablar contigo.
Reparé en que su brazo estaba parcialmente vendado, sin embargo, no
dije nada al respecto. Suponía que ya estaría acostumbrado a las reyertas
con el trabajo tan legal que tenía. Ni siquiera expresaba confusión a lo
sucedido esta noche, como si esto fuera lo más normal del mundo para él.
—Eso puede esperar —dijo Zaria y rasgó un lado de su camiseta—. Está
herida.
—Es un rocecillo de bala —contestó Yerik, restándole importancia—.
No es nada grave.
Zaria soltó un bufido y volvió a encargarse de mi brazo. Sentí una
pequeña opresión en el pecho cuando taponó la herida con la tela,
haciéndole un nudo. Me daba un poco de lástima, ya que parecía no
merecer a una familia como la que tenía.
Mi mirada no conseguía despegarse de la de Yerik. Desde luego que este
maldito arrogante jamás me daría las gracias por salvarlo.
—¿Qué es lo que quieres? —me preguntó él con seriedad.
—¿Cómo? —Fruncí el ceño.
—Sé que este favor me lo vas a cobrar tarde o temprano, ¿no es así? —
escupió.
Tardé unos largos segundos en entender lo que se ocultaba detrás de sus
palabras. Yo vine aquí armada y, por lo visto, Yerik no sabía que un
francotirador nos ayudó también. Tal vez el Petrov pensaba que yo fui la
que disparó a los que él no hizo.
No debería de tenerle miedo porque lo tenía atado de pies y manos.
Mientras que el pendrive estuviera en mi poder, mi vida estaría a salvo. Ese
dispositivo era mi billete de vida. No obstante, necesitaba que una persona
supiera toda la verdad.
Cuando recuperé la seguridad en mí misma, continué hablando
—Iba a buscarte a tu casa porque necesito trabajo y… —Carraspeé
porque mi voz se debilitó en lo último—. Solo te pido eso.
Yerik alzó una ceja y me sonrió con burla.
—¿Tú me estás pidiendo trabajo a mí? —Gesticuló demasiado con los
brazos—. ¿No tienes bastante con tu sueldo de enfermera?
—Mis deudas me obligan a recurrir a ti.
—¿Y piensas que yo te ayudaré después de que me chantajearas? —Casi
se rio en mi cara.
—Lo hice para protegerme a mí y a mi gente. ¿Acaso tú no harías lo
mismo, Yerik Petrov? —le desafié—. Sabía para lo que me querías y he
usado todo lo que estuvo en mi mano para salvarme. ¿Tanto te cuesta de
entender? —Di un paso hacia él, alejándome de Zaria—. Admítelo. Me
matarías si no tuviera esas pruebas bien guardadas. De hecho, me matarás
en cuanto las tengas, ¿verdad?
—Efectivamente. —Al menos, no se ocultaba tras la falsedad. Esto era
un punto a su favor como persona.
Tomé una respiración profunda. Ahora no era el momento de volver a
enfrentarme a él. Solo buscaba que me diera el dichoso trabajo.
—Necesito que me des la oportunidad de trabajar para ti. Es el pago que
te pido por salvarte la vida esta noche porque, como bien sabes, podría
haberme dado la vuelta. Sin embargo, me enfrenté a esos hombres. —Yerik
también me salvó, pero yo empecé primero—. Y tienes razón, lo hice por
esto. No te voy a engañar.
Me sorprendió ver la sonrisa tan radiante y sensual que se le grabó en el
rostro. No le veía la gracia por ningún lado y me preparé para su rechazo.
—No va a ser de tu agrado, niña. —Esta respuesta no era una negación
rotunda, al menos—. Y tampoco confío en ti.
—Pero la confianza se gana, Yerik —intervino Zaria—. Si no le das la
oportunidad para que se la gane…
—Ya lo sé —la cortó él.
Sospechaba que Zaria estaba compinchada con Daniell para que me
ayudase a entrar en la familia. No se me ocurría otra explicación mejor.
Todo era muy extraño.
Comencé a ponerme nerviosa ante el escrutinio de Yerik. Buscaba
alguna señal sospechosa en mí y me centré en no mostrarle ninguna fisura
de mi máscara impasible.
—No para de sangrar. Necesita puntos de sutura. —Zaria me liberó de la
mirada penetrante de Yerik, ya que él puso su atención en ella—. Tenemos
que llevarla a casa para que la atiendan.
Mi cuerpo reaccionó con un fuerte escalofrío. No me quería imaginar
quién me atendería allí; tampoco me interesaba comprobarlo.
—¿Me ves cara de buen samaritano? —se quejó Yerik.
Los dos se enfrascaron en una discusión absurda. Cuando hice el amago
de largarme de aquí caminando, Zaria me agarró del brazo sano para
impedirlo.
—Cynthia ha sido herida en una reyerta ilegal y no es aconsejable que
acuda a un hospital y dar explicaciones de cómo ha acabado así —dijo
Zaria.
—Es enfermera y sabrá curarse ella misma. —El Petrov me fulminó con
la mirada. Al parecer, él sabía que terminaría cediendo y no le gustaba.
—¡No podrá coserse a sí misma! —se burló Zaria—. Y más nos vale
que nos pongamos de acuerdo o alguien vendrá aquí y acabaremos los tres
en prisión.
—Está bien —gruñó Yerik, dándose por vencido.
Él recogió mi pistola y fue hacia su coche, que solo tenía unos cuantos
agujeros de bala y le faltaba los cristales de las puertas traseras.
Zaria llamó mi atención y sonrió.
—Cuando te curen, yo misma te acerco a tu casa o a donde quieras —se
ofreció, dejándome asombrada por tanta amabilidad por su parte.
Me dejé arrastrar por ella hacia el vehículo de Yerik, donde él ya nos
estaba esperando con cara de pocos amigos.
No me agradaba nada la idea de pisar la casa de los Petrov ni sabía lo
que me cruzaría por allí. No obstante, tarde o temprano tenía que ir y, sobre
todo, involucrarme en esta familia de lunáticos.
CAPÍTULO 20

Cynthia Moore

Y erik salió del coche pegando un fuerte portazo y caminó a grandes


zancadas hacia la entrada de lo que parecía ser un castillo
gigantesco, de esos sacados de las películas de vampiros. Zaria se mantuvo
a mi lado mientras lo seguíamos.
Si el exterior me parecía que habíamos cambiado de época, el interior se
superó con creces. Sin embargo, la decoración tan gótica me gustó. Aquí
predominaban los candelabros y los tapices antiguos como adornos.
Mi mirada se dirigió a las escaleras principales cuando pasamos por el
gran vestíbulo. Mi instinto me pedía explorar esta casa y buscar el
dormitorio de Yerik, donde supuestamente tenía que entrar para acceder a
su corazón, según me dijo Daniell. Aunque para hacer eso tenía que
librarme de cualquier compañía, lo que iba a ser muy difícil siendo una
desconocida.
Durante el corto trayecto en la carretera, Zaria me explicó que trabajaría
aquí, concretamente en los quirófanos que tenían en el sótano, así que
tendría varias oportunidades de buscar la manera de estudiar este lugar.
Una mujer, que podría rondar los sesenta años, nos recibió al llegar al
salón. Sin embargo, no fue ella la que captó toda mi atención, sino la niña
que se agarró a su mano.
La pequeña me miraba con los ojos entrecerrados y sujetaba a una
muñeca horrorosa por el pelo despeinado. Tragué saliva con dificultad
cuando la niña apretó los dedos sobre la cabeza y la estrujó con una mueca
de desagrado.
—Tía Nadia, ¿podrías llamar a Francesco Di Marco? —pidió Yerik. La
mujer me miró con el ceño fruncido—. No te preocupes. Cynthia Moore se
ha unido a nuestra pequeña comunidad, así que se puede confiar en ella. —
Esas palabras no se las creía ni él.
Nadia asintió sin quitarme el ojo de encima.
—Larissa, por favor, ve a tu habitación —le ordenó a la niña, que
supuse que se trataba de su hija.
La chiquilla asintió con la cabeza y corrió canturreando hacia uno de los
pasillos. Había tantos de estos que no sabría volver a salir si me adentraba
más en esta casa.
—Ahora mismo lo llamo —dijo Nadia y solté un suspiro silencioso
cuando me liberó de su mirada inquisidora al tener que irse a por su
teléfono.
Yerik dio unas suaves palmadas y se plantó delante de mí.
—Ten el móvil siempre disponible si quieres trabajar para mí. —
Enfatizó lo último y sacó el suyo—. Se te explicarán los detalles
importantes del negocio cuando empieces, no antes.
—Vale —contesté. Por desgracia, tuve que facilitarle mi número
telefónico.
Entonces, él se dirigió a Zaria, quien no se despegaba de mí en ningún
momento, como si no se fiara de mí o me estuviera protegiendo. Esperaba
que no fuera lo segundo porque eso quería decir que esta casa ocultaba
muchos peligros. Lo primero tenía arreglo.
—Ya que tanto insistías en que la trajésemos aquí, ocúpate tú de ella a
partir de ahora. Yo iré a hablar con Dimitri —dijo y me mostró mi pistola.
Cuando iba a cogerla, la apartó—. Por tu bien, espero no pillarte armada,
así que, si decides desobedecerme, hazlo con cuidado para que no me
entere.
Le arrebaté rápidamente mi arma en cuanto volvió a acercármela. Hice
un mohín al comprobar que me la devolvió descargada. A Yerik le hizo
gracia mi expresión facial porque sonrió burlesco antes de dejarnos solas en
el salón.
—Toma asiento, por favor. —Zaria me hizo una señal hacia uno de los
sillones.
Entrelacé las manos encima de mis muslos cuando nos sentamos para
disimular mejor mis sutiles temblores por los nervios. Veía a esta chica muy
accesible y tal vez podría aprovecharme de su amabilidad conmigo para
acceder a información relevante. Debería de ganarme su confianza.
—Te agradezco que me estés ayudando sin siquiera conocerme —
comencé con una tímida sonrisa.
—Pienso que necesitas un poco de simpatía por parte de mi familia y,
puesto a que nadie está dispuesto a ofrecértela, lo haré yo encantada.
No tenía la seguridad de si Zaria era sincera o tan solo fingía para
conseguir algo a cambio. Me aferré a la primera opción y el tiempo diría si
acerté o no.
—Supongo que mi chantaje tuvo mucho que ver en eso. —Primero tenía
que encargarme de que ella entendiera mis acciones—. Ya le dije a Yerik
por qué lo hice y espero que los demás lo entiendan.
—Exactamente por eso están cabreados. Comprenden tus motivos
porque ellos harían lo mismo. Sin embargo, el egoísmo siempre triunfa. —
No pudo explicarlo mejor.
Por supuesto que lo sabía. Cada uno queríamos lo mejor para nosotros
mismos y nos daba igual pasar por encima de otras personas con tal de
conseguirlo.
—¿Sabes? Yo colaboré para que liberaran a tu hermano y no te cuento
esto para ganarme tu confianza. Tan solo quiero que te convenzas de que yo
no soy una amenaza para ti —insistió—. Y te aseguro que, mientras Dylan
estuvo encerrado en las mazmorras, nadie le puso una mano encima, ni
siquiera Yerik.
—No les habrá dado tiempo —solté sin pensar y me arrepentí al
instante.
No obstante, Zaria se tomó bien mi comentario porque rio.
—Posiblemente.
Mis ojos recorrieron el entorno, asegurándome de que nadie podría
escuchar nuestra conversación. Aun así, fui sutil.
—Es increíble esta casa. No solo tiene una decoración oscura que me
gusta, sino que parece un laberinto. Supongo que aquí no os cruzaréis
mucho unos con otros, ¿verdad? —dije lo más natural posible para que no
notara mi intención de sonsacarle cosas.
—A mí me parece muy lúgubre —contestó—. Pero tienes razón, hay
muchos pasillos que recorrer.
—Pues como solo haya unas escaleras para acceder al piso superior…
—dejé la frase en el aire y reí.
—Doy gracias de que hay tres accesos porque yo también pensé eso la
primera vez que llegué aquí. —Ya había conseguido un poquito de lo que
quería saber.
—¿No naciste en Italia? —pregunté. Zaria negó con la cabeza.
—Mis hermanos y yo nacimos en Moscú, pero, cuando mi padre Gavrel
murió, mi madre Irina nos trasladó a Milán. Aquí ella se casó con Dimitri
después de que Gabriella, la madre de Daniell, muriese. —La tristeza bañó
su mirada—. Se juntaron dos almas en pena.
Ese acontecimiento tuvo que haber marcado a Daniell. Él debió de
perder a su madre siendo un niño porque los hijos de Dimitri e Irina ya eran
mayorcitos.
—Mis padres también fallecieron, ambos asesinados, así que entiendo lo
que duele perder a un familiar —respondí sinceramente. Omití el detalle de
que perdí a más gente.
—Gavrel también fue asesinado. —Agachó la mirada, enfocándolas en
sus manos—. Mikhail Kozlov acabó con su vida.
Reprimí un escalofrío. Sentía mucha curiosidad por la familia enemiga
de los Petrov y los Ivanov, pero no quería abordarla a preguntas sobre la
persona que le arrebató a su padre.
—El crimen de mi padre fue el detonante para que mi madre, mis
hermanos y yo nos mudáramos aquí —continuó, insinuándome que huyeron
de Mikhail—. Los justicieros y tu hermano nos amenazaron con atraer a los
Kozlov para que nos encontraran. —Su mirada volvió a clavarse en la mía
—. Esa familia no es mejor que nosotros, Cynthia. Si cualquier persona les
paga para erradicaros a todos vosotros, también estaréis en el radar de
Mikhail. Es mejor que ellos se mantengan lo más lejos posible de aquí.
Entendía su punto. Todos teníamos enemigos que querían eliminarnos,
así que cualquiera podría contactar con los Kozlov con ese fin. Si eran
asesinos de asesinos quería decir que estarían preparados para enfrentarse a
la persona más peligrosa. Por eso se les contrataban, ¿no?
—Entonces, ¿alguien les pagó para eliminaros? —quise saber.
—En la mafia, Cynthia, nadie tiene amigos. No lo olvides.
En una organización criminal había muchos enfrentamientos, así que
enemigos sobraban siempre.
No pretendí descubrir detalles de los Kozlov, pero esta conversación
estaba siendo muy productiva. Sin embargo, una parte de mí se sentía
culpable por tener que usar a Zaria cuando parecía buena conmigo, pero la
vida me enseñó a desconfiar de la gente.
Decidí no indagar más en mis intereses. Ya habría tiempo para los
interrogatorios discretos.
Unas carcajadas lejanas me hicieron ponerme en alerta y mi vista se
dirigió a la entrada del salón. A los pocos segundos, dos chicos
completamente idénticos entraron y se quedaron estupefactos en cuanto
repararon en mí. Lo único que los diferenciaba era la ropa que llevaban.
Tenían los ojos azules y el cabello moreno ligeramente largo, que lo
mantenían levantado con gomina. Algunas greñas del flequillo se les
escapaban a los dos.
—¿Se puede saber qué significa esto? —preguntó uno de ellos con el
ceño fruncido.
—Yerik la ha contratado, así que más os vale ser corteses con ella,
Alexei —contestó Zaria. ¿Cómo demonios los distinguía?
—¿Que Yerik hizo qué? —saltó el otro gemelo.
—Lo que has oído, Andrei —le respondió su hermano, que seguía
perplejo por la decisión del Diablo—. Aunque Yerik nos debe unas cuantas
explicaciones. —Alexei finalmente me miró y una sonrisa ladeada se
plasmó en su rostro—. Bienvenida a la familia, entonces. —Me hizo una
reverencia, dejándome atónita—. Un gusto tenerte aquí en persona. —No
sabía cómo tomarme eso.
—Está manchando el sillón de sangre. A nuestra madre no le hará
mucha gracia —dijo Andrei con un atisbo de diversión.
Miré mi brazo por inercia. La tela que Zaria usó para taponar mi herida
estaba empapada, ya que no dejaba de sangrar.
—Estamos esperando a Francesco para que la atienda —dijo ella—.
Yerik deberá de estar en el despacho hablando con Dimitri. Id con ellos y os
pondrá al día.
—¿Nos estás echando con sutileza? —le reprochó Alexei con falsedad,
puesto que se veía de lejos que se estaba divirtiendo.
Vladimir y sus justicieros ya me pusieron al día de los miembros que
formaban esta familia, así que solo me faltaba por ver a Dimitri, a Irina y a
su hija Ivanna. De Nadia y su descendencia apenas sabíamos nada. Recé
para no cruzarme hoy con Makari.
—Os estoy echando directamente —soltó Zaria con humor.
Alexei alzó ambas manos en modo de disculpa, todavía sonriendo, y
empezó a alejarse. Sin embargo, Andrei se me quedó mirando con
demasiado interés el tiempo suficiente para provocarme inquietud antes de
darse la vuelta y seguir a su hermano. Al fin y al cabo, era la primera vez
que nos veíamos sin máscara.
Solo hasta que estuve segura de que ambos desparecieron de mi vista,
mis músculos no se relajaron.
—Relájate, Cynthia. Los gemelos no son iguales a Makari, aunque sean
hermanos —dijo Zaria con suavidad.
Volvimos a entablar una conversación más banal. No quería abusar más
de su confianza depositada en mí porque no deseaba correr riesgos
innecesarios y, además, me sentía un poco culpable por utilizarla a mi
antojo.
Unas voces cercanas nos interrumpieron y miramos hacia la entrada.
Momentos después, entró Nadia acompañada de un hombre de mediana
edad con un maletín en una de sus manos. Suponía que se trataba del
médico.
—Buenas noches, señoritas. —La vista de Francesco se detuvo en mi
brazo—. Ya veo quién es la herida.
Me puse en pie, sin saber qué decir. La presencia de Nadia me hacía
sentir incómoda. Era evidente que desconfiaba totalmente de mí y que mi
visita le desagradó bastante.
—El doctor te guiará por las instalaciones. No te detengas en los ruidos.
—Aunque no sabía a qué se refería Nadia, asentí con la cabeza como una
niña buena y obediente.
—Yo te esperaré aquí —intervino Zaria.
—Gracias —le contesté.
De toda la familia, ella sería la única persona de este lugar que elegiría
para llevarme a casa, aunque más bien le pediría que me dejara en un sitio
cercano a mi apartamento. Intentaría evitar que los Petrov conocieran mi
domicilio.
Finalmente, fui tras Francesco, ignorando la mirada inquisitiva que me
lanzó Nadia nada más pasar por su lado.
Pasamos por uno de los numerosos pasillos en silencio y no pude
resistirme a la tentación de ojear a mi alrededor. Pese a lo desagradables
que me resultaban los Petrov, ellos tenían un buen gusto para la decoración.
Los apliques que había repartidos en las paredes cubiertas por un papel
rústico nos emitían una luz tenue. Uno de los tapices llamó especialmente
mi atención. En este se reflejaba una especie de sacrificio, en el que varias
personas con túnicas y antorchas rodeaban una gran fogata en la que había
un hombre amarrado a una cruz de madera, quemándose vivo. Su expresión
agónica me hizo apartar la mirada.
Francesco abrió una puerta y dentro podía ver unas escaleras
descendentes. Memoricé el camino que tomamos hacia el sótano para ser
capaz de venir yo sola. Al fin y al cabo, iba a trabajar aquí.
Continuamos en silencio y, en la primera bifurcación que nos cruzamos,
nos dirigimos a la derecha. Me quedé asombrada del cambio de ambiente
que había aquí abajo. Cambiamos las luces suaves por otras más intensas; y
las paredes de papel, por grandes cristaleras opacas. Esto ya parecía la
sección de un hospital lujoso recién estrenado.
—Por aquí —me señaló el doctor.
Pasamos a una pequeña sala similar a las que teníamos las enfermeras
para realizar las curas o cualquier intervención más básica. Agradecí que
Francesco no optara por llevarme a uno de los quirófanos que más adelante
visitaría, ya que no podría controlar mis pensamientos macabros, en los que
me imaginaría a una pobre persona desdichada postrada en una camilla,
preparada para ser abierta en canal y sacar sus órganos. Desde luego que
tendría que controlar bien las náuseas si quería ganarme el puesto que Yerik
me daría en este lugar.
—Siéntate en la camilla, por favor.
Hice lo que me pidió y seguí todos sus movimientos mientras preparaba
los materiales necesarios para mi herida.
Tomé una respiración profunda cuando Francesco se colocó a mi lado y
se puso manos a la obra. Hice una mueca dolorosa cuando me apartó la tela
del brazo y le eché un vistazo. Tenía un corte profundo que no paraba de
sangrar. Al menos, estaba tranquila de que solo se trataba del roce de un
proyectil y que este no me traspasó el brazo ni se quedó atascado dentro.
—Entonces, ¿decidiste unirte a nosotros? —empezó el médico.
—Sí. —Decidí continuar con el paripé—. Necesito el dinero. No es
suficiente con mi sueldo de enfermera.
Mientras hablábamos, Francesco se encargaba de curar mi herida. Evité
dar respingos cuando los fogonazos de dolor volvían a mí.
—Todos los que estamos aquí necesitamos el dinero, muchacha —su
tono de voz era tan suave y gentil, que me hizo sentir cómoda—,
independientemente de que esto sea poco ético.
No hacía falta que se excusara de sus decisiones en entrar en la mafia.
Entendía perfectamente por qué lo hacían. Sin embargo, mi finalidad era
una muy distinta e inesperada.
—¿Podrías explicarme cómo funciona este negocio? —quise saber—.
No quisiera ser un estorbo para vosotros, así que me gustaría estar
preparada.
Francesco acabó con la cura y se dispuso a coserme la herida.
—Aquí vienen personas adineradas que necesitan algún trasplante
urgente y no pueden permitirse o no quieren esperar su turno en la larga
lista de espera —comenzó explicando—. En el quirófano que estemos
usando habrá dos camillas: una para el paciente y la otra para el donante. —
Suponía que la gente que ocupaba el último puesto no lo hacía
voluntariamente—. Una vez que un cuerpo se abre para sacar el órgano
necesario en la operación, hay que sacar también todos los funcionales
porque estos se deben de conservar siempre en vida, así que la persona
donante permanecerá viva para que su corazón siga latiendo; y su
organismo, funcionando.
—Entonces muere en la misma operación —deduje y Francesco asintió
con la cabeza.
—Esos órganos son enviados en frío a otras mafias que los demandan.
Solo tienen unas pocas horas antes de que estos dejen de ser aptos para un
trasplante y en este negocio se desperdician los menos posibles. Aunque
normalmente se reúnen aquí varios mafiosos y debaten qué órganos
necesitan. —Reprimí un escalofrío. Esta parte de la mafia me resultaba
tenebrosa.
—¿Y qué donantes dan el perfil perfecto? —Temía saber la respuesta.
—Buscan más a los jóvenes saludables. Se les realiza varios análisis
para verificar que son aptos, por supuesto, y para saber la compatibilidad —
contestó—. No obstante, también se necesitan órganos de niños. Al fin y al
cabo, aquí vienen pacientes de todas las edades.
—¿Y cómo los secuestran? —proseguí.
—Hay muchas maneras, muchacha. —Soltó un suspiro—. Con una web
de contactos que no sea rastreable, por ejemplo, se engatusa a la víctima,
enamorándola con mentiras o prometiéndole un buen sexo, y las atraen a un
lugar en concreto. —Necesité de todo mi autocontrol para no venirme abajo
por la lástima que sentía por esas personas engañadas, hombres y mujeres
—. Otra forma de atraerlas es ofreciéndoles trabajo, normalmente de
modelaje, ya que es muy tentador. ¿No crees?
Noté que el vello de mi nuca se erizó como resultado a esta
conversación. Conocía que existía este tipo de mafias, pero, ahora que
estaba profundizando más en ellas, me daba cuenta del horror que podría
esperarte detrás de la pantalla del ordenador o del móvil.
—También utilizan la vía universal de secuestro. Varios van con el
coche detrás de la persona elegida y la raptan directamente. Con los niños
pequeños se usa esta forma, despistando a la madre para poder robárselo,
por ejemplo —continuó explicando. Francesco me dio el último punto de
sutura, volvió a limpiar la herida y me la cubrió con un apósito—. En casa
tienes que seguir curándola y yo te quitaré los puntos una vez que esté
completamente cerrada —informó y se dispuso a ordenar la sala.
—Gracias.
—Puedes irte con Zaria si te sabes el camino de vuelta. ¿O prefieres que
te acompañe yo?
—No te preocupes. —Me bajé de la camilla de un salto—. No me voy a
perder.
No quería tener compañía mientras curioseaba por la casa, aunque la de
Francesco me resultaba agradable. Sin embargo, él tenía que mantenerse
lejos de mis malas intenciones.
Aunque el médico me contó cómo funcionaba este negocio porque yo
me sumé al equipo, no le diría nada a nadie sobre esto. Además, Yerik me
aclaró en el salón que sabría los detalles más importantes en cuanto
empezara, no antes.
Nos despedimos con una sonrisa y salí de la sala con los nervios a flor
de piel.
Caminé por la sección hospitalaria y, cuando llegué a la bifurcación
final, me detuve mirando la otra parte oscura del sótano. ¿Qué habría allí?
¿Las mazmorras donde mantenían a sus víctimas?
Se me pusieron los pelos de punta al escuchar unos gruñidos extraños,
procedentes de esos lugares. No parecía un animal, pero tampoco una
persona.
—Te he dicho que no te detengas con nada que oigas aquí abajo. —
Solté un respingo y me giré rápidamente, encontrándome cara a cara con
Nadia.
Esta mujer era tan silenciosa como un fantasma. No había oído sus
pasos, lo que me resultaba escalofriante. El corazón me latía frenético por el
susto y mis facciones no se quedaban libres de ese efecto.
—Lo siento —me disculpé. No necesitaba más problemas, así que no
quería tener enfrentamientos con ningún Petrov—. Ese sonido me detuvo,
pero…
—Dejaste de caminar antes de escuchar eso, como si estuvieras
debatiéndote en volver por donde has venido o explorar las mazmorras —
espetó Nadia. Joder, engañar a esta mujer sería un auténtico reto para mí—.
Tu labor aquí se atribuye a caminar desde la entrada de esta casa hasta los
quirófanos y viceversa. Nada más, ¿de acuerdo? —Asentí a su advertencia
—. Muy bien. —La sonrisa que me regaló me resultó siniestra.
Ahora entendía a quién había salido Larissa. Desde luego que esa niña
acojonante era hija de Nadia.
Algo dentro de mí me decía que me sería mucho más fácil manejar a
Yerik que a cualquier otro miembro de su familia. Sentí la urgencia de
acercarme al Diablo y comenzar con mi plan de seducirlo. Para eso tenía
que hacerle cambiar su perspectiva hacia mi persona, algo difícil, puesto
que había empezado con él de malas formas.
Me dejé guiar por Nadia hacia el salón, donde me estaba esperando
Zaria para llevarme a casa. No intercambiamos ni una sola palabra durante
el trayecto, lo que agradecí.
—Hola de nuevo —saludó la Ivanova con una sonrisa sincera, no como
la de la mujer que seguía a mi lado.
—Estoy lista —respondí, pidiéndole con dos simples palabras que me
sacara de aquí.
Zaria se puso en pie y nos dirigimos hacia la salida, dejando a Nadia
atrás. Cuando noté que me liberé de su acostumbrada mirada penetrante,
solté un suspiro de alivio. No obstante, lo que capté a continuación me dejó
petrificada.
En el interior de una habitación que me crucé por el camino, una mujer
bastante atractiva estaba sentada encima de una mesa y tenía a Yerik de pie
entre sus piernas abiertas. Al menos, solo se estaban comiendo la boca y no
manteniendo sexo delante de mis narices con la puerta abierta, donde
cualquiera que pasara por aquí podía verlos.
—¿Vienes? —Salí del trance y mi mirada se dirigió a Zaria, quien me
esperaba más adelante con el ceño fruncido.
Ni ella se había inmutado de este espectáculo, lo que me hacía entender
que esto era bastante frecuente. ¿Cómo iba a competir con esa mujer por el
corazón del Diablo?
Daniell tenía que tener más respuestas relevantes para conseguirlo, unas
que le imploraría la próxima vez que lo viera si hiciera falta.
Reanudé la marcha y me reuní con Zaria.
CAPÍTULO 21

Yerik Petrov

A poyé el hombro en el marco de la ventana abierta del despacho y le


di una profunda calada a mi cigarrillo con la mirada perdida en la
pronunciada pendiente que había detrás de esta casa.
—No entiendo por qué la has tenido que traer aquí —continuó Ivanna,
que no paraba de repetirme lo mismo una y otra vez, poniéndome de los
nervios—. Es un peligro que…
—Ya hemos acabado —la corté y me di la vuelta para mirarla impasible
—. Y ya estás vestida, así que puedes irte.
—¡Vaya! ¡Qué cortés por tu parte que después del sexo me mandes a la
mierda! —escupió indignada, gesticulando demasiado con los brazos.
—Qué dramática, mujer. Solo te he pedido que te vayas amablemente
del despacho. —Puse los ojos en blanco y apagué el cigarrillo—. ¿O
prefieres que te mande a la mierda de verdad?
Ivanna me fulminó con la mirada y se cruzó de brazos, resaltando sus
pechos por encima del escote.
—Eres tan imbécil. —Reí ante su vago intento de ofenderme con
semejante insulto—. Y un arrogante.
—Si nos ponemos a hablar de arrogancia, querida Ivanna, tú te llevarías
la medalla de oro.
—Y bien que te gusta que sea así en la intimidad.
—Eso es verdad —coincidí—. Pero fuera de esa intimidad, me resulta
frustrante estar escuchándote constantemente cómo te halagas a ti misma, y,
en la mayoría de los casos, con una exageración preocupante. A veces
pienso que tu mente tan retorcida se aleja demasiado de la realidad.
—No voy a caer en tus cutres provocaciones. —Anduvo hacia mí con
lentitud, contoneando sus caderas—. Y que te quede bien claro que jamás
desisto de lo que quiero. —Alcé el mentón cuando se puso frente a mí—. Y
soy capaz de cualquier cosa por obtenerlo. —Puso sus uñas sobre mi pecho
desnudo con nuestras miradas aún conectadas—. Odio saber que no eres
mío, detesto imaginarte con otra mujer que no sea yo, pero, sobre todo, me
enfurece pensar en que alguien podría conseguir el corazón del Diablo.
Le agarré la muñeca cuando se dispuso a clavarme las uñas y acerqué
mis labios a los suyos.
—El Diablo nunca podría tener una dueña —susurré y sumergí mis
dedos en su largo y ondulado cabello—. Tendrás que conformarte con el
roce de sus sábanas. —Sonreí con malevolencia. Mis verdaderas sábanas
no le habían rozado nunca.
Siempre supe que Ivanna era una mujer caprichosa, exactamente como
su madre, y que yo formaba parte de sus exigencias. No obstante, jamás me
supuso un problema porque ella sabía perfectamente que yo no podría
albergar ningún tipo de sentimiento, aunque me lo propusiera.
—Buscaré minuciosamente tus puntos débiles y accederé a ti, no lo
dudes. —Me pasó la lengua por el contorno de mis labios y se separó de mí.
—Entonces, buena suerte con encontrarlos. —Fui hacia el escritorio
para encender el ordenador—. Te sugiero que te compres un buen cojín para
que no te duela el culo de tanto esperar sentada.
—¿Esta noche te toca trabajar? —preguntó, ignorando mi comentario.
—Tengo que hacer una videollamada en veinte minutos. Con un poco de
suerte, convenceré a esta chica para que venga a Milán en la próxima
semana —le informé.
—Podrías limitarte a raptarla una vez que la tengas en tu poder sin la
necesidad de acostarte con ella. O enviar a alguien a que lo haga por ti, que
sería lo más normal.
—El sexo está incluido en mi enamoramiento. —Mi vista estaba fija en
la pantalla del ordenador mientras abría el programa y me conectaba a la
red—. Y tú no eres nadie para reprocharme nada. ¿O tengo que recordarte
que tú haces lo mismo?
—¡Solo intento despertar en ti algo distinto a la indiferencia! —chilló.
Solté una carcajada y me alejé del ordenador para centrarme en Ivanna,
a quien tenía que echar del despacho antes de que sus estúpidos celos
estropearan mi buen humor.
—Ni siquiera mi tío lo consigue, ¿qué te hace pensar que tú sí podrías
hacerme sentir? ¿Por el simple hecho de ser una mujer atractiva y
acostarme contigo? —Saboreaba su rabia, sentimiento que me gustaba
provocar—. Como bien dices, no es necesario que mantenga relaciones
sexuales con mis víctimas, ni tampoco lo es presentarme en el lugar y
secuestrarlas yo mismo, pero lo hago porque soy así de cabrón. —Caminé
hacia ella y cambié mis facciones divertidas por unas más serias—. Dimitri
es la persona más cercana a mí, al igual que Zaria. Yo sé que los quiero,
aunque no siento absolutamente nada por ellos. —Me palpé el pecho, a la
altura del corazón—. Si los matan, no me va a doler, pero sé que me tengo
que vengar. Es mi instinto el que conduce mis acciones, y no unos estúpidos
y volubles sentimientos.
—¿Y Cynthia? —espetó, dejándome descolocado.
—¿Qué pasa con ella? —Fruncí el ceño.
—Nos dejaste claro a todos que querías matarla en cuanto recuperases
las pruebas que ella tiene sobre el crimen de ese vigilante. En cambio, la
metes a trabajar con nosotros tan solo porque os ha ayudado a Zaria y a ti
mientras veníais aquí.
—¿Y qué te hace pensar que he cambiado de opinión? —Quise reírme
en su cara por el malentendido que se estaba creando ella sola en su cabeza
—. Cynthia estará en esta casa, muy cerquita de mí, y algún día no la dejaré
volver a la suya.
—¿Cómo? —Ahora ella parecía perpleja y yo sonreí en respuesta.
—Querida Ivannita, ¿olvidas quién soy? —Le lancé una mirada cargada
de malas intenciones—. Cuando me haga con esas pruebas que me atan a
ella, la raptaré en mi propia casa sin ningún esfuerzo. ¿No ves lo ventajoso
que es tener a esa niña aquí, voluntariamente, donde acabará destripada?
Así no correré el riesgo que huya o que los idiotas de sus amigos y su
hermano la protejan demasiado, haciéndome más difícil acceder a ella.
—Vale. Ahora lo entiendo todo. —Soltó un suspiro—. Supongo que te
acostarás también con ella.
—¿Por qué supones eso?
—¡Por favor, Yerik! —Su irritación volvió con más fuerza—. La he
visto hablando con Zaria en el salón y, aunque yo sea muy soberbia, admito
que Cynthia es hermosa con esa carita de inocente que tiene. Parece que
nunca ha conocido varón.
—¿Y? —No entendía su actitud. Me había acostado con mujeres de
diferentes bellezas, así que el físico no era algo que me frenara cuando
quería mantener relaciones sexuales.
—¿No te da morbo corromper a una mujer así?
Vaya, ahora sí que sabía a dónde quería llegar. Sin embargo, no pensaba
darle una afirmación a su pregunta, ya que me gustaba mantener mis
pensamientos más profundos en privado.
—Cynthia no es virgen. Estuvo con Alec y, ahora que ese chico está
muerto, podría estar entre las sábanas del rubiales —dije con desdén,
pensando en Vladimir.
—Eso no contesta a mi pregunta —se quejó.
—Tengo que trabajar, así que te pido, por favor, que te retires del
despacho. —Me di la vuelta para volver al escritorio, sin embargo, Ivanna
me agarró del brazo y me giró para encararme.
—Me tienes a mí a tu entera disposición y ni pienses que otra podrá
superarme. —Ahí estaba su arrogancia que tanto me incitaba a bajarle—.
Esa mosquita muerta no tiene mi experiencia.
—Desde luego que no, Ivanna. No hay mujer que tenga tu experiencia
—me burlé y fui un paso más allá—. No todas son tan putas como tú.
Era la primera vez que empleaba ese insulto con una mujer, pero mi
necesidad de bajarle el ego era más alta que mi educación. Lo que no me
esperé fue su reacción tan valiente.
Mi rostro se giró bruscamente hacia un lado cuando me estrelló la mano
en la mejilla. Desde luego que descargó toda su furia con el golpe, ya que la
sentía arder. Contuve las ansias de darle un puñetazo, así que solo le devolví
el bofetón con la misma intensidad, dejándola estupefacta, como si pensara
que jamás me atrevería a golpearla.
Mis ojos irradiaron la misma ira que ella descargó en mi cara.
—No toleraré que me vuelvas a poner una mano encima. —La señalé
con el dedo—. Yo no soy Makari, que infravalora a las mujeres, pero
tampoco las idolatro tanto como para detenerme a devolver un golpe. Para
mí sois iguales a nosotros, no lo olvides para la próxima vez que quieras
pegarme.
Con su rostro descompuesto por la furia, salió disparada del despacho
dando un sonoro portazo.
Tomé una respiración profunda para serenarme y me senté en la silla
giratoria. Ahora mismo solo me tenía que centrar en Sarah, la chica a la que
estaba esperando para que se conectara a la red. Este método de secuestro
era el que más disfrutaba de los que me había tocado hacer.
Usábamos una web en concreto, donde los usuarios se conectaban sin
ser rastreados, manteniendo el anonimato en los datos personales. Esta clase
de plataformas no estaban hechas solo para las personas que buscaban sexo
o lo que surgiera, como bien decían, también para los depredadores como
yo.
Lo único real que mostraba aquí era mi imagen, lo que necesitaba para
captar a las chicas ignorantes. Me enfocaba en las mujeres que tenían
pareja, y la inmensa mayoría que se conectaba aquí la tenían, ya que para
eso usaban páginas web no rastreables. Todo el mundo quería mantener la
infidelidad en secreto y eso era lo que los mafiosos buscábamos: discreción.
Con mi foto de perfil era suficiente para que alguna cayera en la trampa.
Yo jamás las buscaba, sino que esperaba a que ellas vinieran a mí por sí
mismas. Cuando una mordía el anzuelo, me aferraba a ella. Le realizaba
preguntas discretas para que me confesara todo lo que quería saber sin
levantar sospechas, las investigaba por las redes sociales habituales y
utilizaba mi labia para seducirlas si quedaban seleccionadas. Para esto se
requería mucho tiempo de preparamiento, así que chateaba con varias al
mismo tiempo, pero esta noche solo estaría con Sarah.
Ivanna tenía menos complicaciones, puesto que los hombres solían ser
más fáciles de engañar que las mujeres. Algunas me lo servían todo en
bandeja, pero otras me resultaban difíciles.
Miré mi reloj de muñeca y apoyé mi espalda en el respaldo de la silla.
Faltaban diez minutos para que Sarah y yo tuviéramos otra de nuestras
muchas videollamadas. Una gran ventaja de las páginas web no rastreables
era que, como su propio nombre indicaba, no dejábamos rastro de nada. No
obstante, si alguna vez hubiera algún problema con la informática, ya estaba
Alexei para solucionarlo de inmediato.
Alguien llamó a la puerta y mi vista fue directa hacia la puerta del
despacho.
—¿Puedo pasar? —preguntó Karlen.
Asentí con la cabeza y le señalé una de las sillas que había frente a mí.
A Sarah aún le quedaba por conectarse, así que me vendría bien una
compañía, cualquiera que no fuera Ivanna.
—¿Tienes alguna noticia sobre la reyerta que sufrimos Zaria y yo? —
quise saber.
—Por supuesto. —Karlen tomó asiento y apoyó los codos encima el
escritorio—. No hubo testigos que pudiesen delatarte, así que sería
imposible que dieran contigo. Pero, si cogiesen una muestra de tu ADN de
las uñas de uno de esos tipos, Andrei se encargará de eliminarla de la base
de datos en cuanto sea registrada.
Todos los ADN que se encontraban almacenados en la base de datos de
la policía pertenecían a los delincuentes que capturaban. Yo estaba limpio,
así que el mío no constaba en ningún lado. Aunque cogiesen una muestra de
mi ADN, no coincidiría con ninguno de la base de datos, así que jamás
darían conmigo. Si hubiese habido un testigo, me podrían obligar mediante
una orden judicial a darles una muestra y ahí era donde entraban Andrei y
Dimitri. Mi tío denegaba cualquier petición, delegando que no eran pruebas
concluyentes para acusarme, con lo cual, no tenían derecho a obligarme, ya
que el juez tenía la última palabra; y mi primo manipulaba el registro de mi
ADN por otro, o simplemente lo eliminaba, ayudando a la sentencia de
Dimitri.
Toda mi familia formábamos un buen equipo.
—Entonces, no hay ningún problema con esos cadáveres. —Sonreí y fui
girando la silla de un lado a otro con lentitud—. No siempre disponemos de
tiempo para desaparecerlos en el crematorio de tu madre.
—Mientras que no dejes tus huellas dactilares en otros sitios que no sea
la piel… —Reímos a carcajadas.
La humanidad en sí pensaba que era muy fácil atrapar a cualquier
delincuente, y, si el asesino o el violador no tenía el ADN registrado en la
base de datos, sería muy complicado si no había testigos. Aunque esto no se
nos aplicaba a nosotros teniendo a Andrei y a Dimitri de nuestra parte. Tan
solo había que llevar cuidado con las huellas dactilares para evitarles más
complicaciones a mi primo y a mi tío.
—La noticia de que Cynthia trabajará con nosotros está corriendo como
la pólvora. —Karlen cambió de tema—. Siendo el matón de esta familia,
me gustaría que me pusieras al día.
—Ya le he comentado a tu hermana mis planes con esa niña, así que esta
decisión no cambia su destino: la mataré cuando tenga la ocasión —
sentencié.
—Yo puedo irrumpir en su casa y buscar esas pruebas —se ofreció,
empuñando mi daga que dejé al lado del ordenador—. Es mi trabajo, al fin
y al cabo. —Acarició la hoja afilada con la mano mientras una sonrisa
siniestra se plasmaba en su rostro.
—No. —Karlen me miró de sopetón y alzó una ceja—. Lo haré yo
mismo.
—Pero…
—Quiero dejar una cosa bien clara y parece ser que tendré que convocar
una reunión familiar para eso. —Me puse en pie y fui hacia el minibar para
servirme un vaso de whisky—. En los negocios, todos somos un equipo y no
ejerzo como el Don que soy. Al igual que yo no me inmiscuyo en vuestros
asuntos, no quiero que nadie lo haga con los míos. Esa fue mi única orden y
todos estuvimos de acuerdo.
—Lo sabemos —coincidió Karlen, que seguía sentado, mirándome con
una pequeña sonrisa ladeada.
—¿Qué ves divertido? —exigí saber. Le di un trago a mi whisky y me
apoyé en el minibar.
—Tu forma de marcar territorio —respondió, encogiéndose de hombros.
Le lancé una mirada fulminante.
—Cynthia es mi problema, nada más. Y, por lo tanto, solo yo me
encargo de su destino, así que nadie le pondrá una mano encima.
—¿Es una orden como Don?
—Sí —dije rotundo.
Karlen levantó las manos en son de paz y se levantó.
—De acuerdo, pero a quien se la tienes que recalcar es a Makari, que es
el que está obsesionado con ella. —Se dirigió hacia la salida del despacho y
me miró sobre su hombro antes de abrir la puerta—. Pero sabes que, si
Cynthia se convierte en un problema, la eliminaremos sin tu
consentimiento. Primero está la seguridad de esta familia; y después, las
órdenes del Don. —Dicho eso, se retiró.
Karlen tenía razón y por eso mismo me encargaría de esas dichosas
pruebas mañana por la noche.
El sonido de la videollamada me sacó de mis pensamientos y me senté
rápidamente delante del ordenador. Le di otro trago al whisky y dejé el vaso
al lado de mi daga.
Era consciente de que mi cara tendría algunos pequeños hematomas, así
que tendría que excusarlas con alguna tontería. Eso sin contar con mi brazo
parcialmente vendado. A esta chica ya la tenía en la palma de mi mano,
pero para futuras conquistas no me ayudaba tener este aspecto.
Nada más aceptar la llamada, la vi con una sonrisa radiante. Se la
devolví por inercia y me metí en el papel de chico encantador.
—Buenas noches, mi amor.
CAPÍTULO 22

Cynthia Moore

A lice y yo estábamos sentadas en la terraza de una cafetería. A estas


horas de la tarde, el calor era mucho más soportable, aunque el
verano ya rozaba su final, lo que me alegraba porque yo era una chica de
invierno.
Había tomado la decisión de apoyarme en mi amiga, como hice cuando
le conté mis malas experiencias del pasado. Además, no hubo manera de
ocultarle mi herida del brazo, aunque los antiguos moratones que me hizo
Makari en la cara apenas eran visibles ya.
—Te lo contaré todo, pero tienes que prometerme que no le dirás nada a
nadie —le cogí las manos por encima de la mesa—. No solo te convertiste
en mi mejor amiga, sino que también eres la única persona que me
comprendería porque sabes muy bien qué mundo nos rodea.
Maurizio era un justiciero, lo que hacía que Alice conociera muy bien la
organización de Vladimir. También sabía perfectamente qué clase de
personas formaban la familia Petrov. Todo esto me lo haría más fácil.
—Sabes que puedes confiar en mí. Como ya te dije cuando hablamos
con Vladimir al salir del Peccato Mortale, yo tan solo le informaba a mi
hermano sobre tu bienestar cuando vivíamos en Roma. Sin embargo, jamás
he abierto la boca de nada de lo que me contaste ni pienso hacerlo —
explicó.
No buscaba que Alice se excusara más, ya que sabía por qué mantuvo
en secreto que conocía la existencia de los justicieros y que Maurizio
también lo era. Con ella descargaba mi odio por Vladimir, así que no le di la
oportunidad de confesarme esa verdad.
—No te preocupes por eso, lo entiendo. —Tomé una respiración
profunda y me preparé para lo que tenía que contarle—. Ya sabes del
peligro que corro con los Petrov y las consecuencias de chantajear a Yerik.
—Sé por qué lo hiciste y no te voy a juzgar por eso, aunque fuera muy
peligroso. Querías salvar a tu hermano y funcionó —me interrumpió,
dándome un apretón de manos.
—Alice, mientras que esa familia exista, nadie estará a salvo —empecé
con temor a que reaccionara mal—. Si murieran…
Me callé cuando ella apartó sus manos de las mías y me miró espantada.
—¿Qué insinúas con eso? —quiso saber—. No me ha gustado cómo lo
has dicho.
—Alice —solté un suspiro tembloroso—, tengo planes y los quiero
llevar a cabo, pero nadie puede enterarse. Tanto los justicieros como mi
hermano se opondrían y empeorarían las cosas.
—Explícate —demandó con más seriedad.
—Voy a seducir al Diablo para garantizar mi protección y entrar en su
casa. Una vez dentro, me encargaré de eliminarlos a todos, uno por uno.
—¡¿Qué?! —Se puso la mano en la boca cuando emitió ese chillido.
Miró alrededor, cerciorándose de que nadie tenía la atención puesta en
nosotras y continuó—. Dime que estás bromeando, por favor, y que la que
está hablando ahora mismo es tu parte sarcástica. —Negué con la cabeza—.
Ay, Dios. —Se echó hacia atrás y apoyó su espalda en el respaldo, como si
se hubiera quedado sin fuerzas.
—Escúchame, Alice. —Me incliné para acercarme más a ella por
encima de la mesa—. Estoy jugando bien mis cartas y alguien me está
ayudando.
—¿Quién?
—Daniell Petrov —respondí.
Alice abrió mucho los ojos y negó con la cabeza sin entender nada.
—¿Cómo es posible que nuestro paciente te esté ayudando si tiene la
mente bastante dañada? —soltó ella—. Daniell es muy inestable y tiene
muchas recaídas. Además, estamos hablando de su familia. ¿Cómo va a
querer él que acabes con ellos?
—Es que él no lo sabe. Tan solo me está ayudando a seducir a Yerik
para obtener su protección. Solo así su familia me dejará en paz y el mismo
Diablo no podrá matarme porque sé que lo hará en cuanto encuentre el
pendrive. —Ella volvió a negar repetidas veces con la cabeza—. Así
también os protegeré a todos.
—Pero es una completa locura, Cynthia. —Su preocupación tan
excesiva me partía el alma. Me costaría convencerla para que me apoyara,
aunque no me rendiría—. Si Dylan y Vladimir se enteran de esto… Joder.
—Se cubrió el rostro con ambas manos y soltó una maldición entre dientes.
—No pueden saber nada —le dije con la máxima suavidad que pude
para no alterarla—. No me pasará nada, Daniell me está ayudando. —Ni yo
misma creía en la seguridad que destilaban mis palabras.
Alice volvió a enfocar su mirada en mí.
—Cynthia, no puedes acabar con ellos.
—Tú conoces cómo fue mi vida y sabes que ya he matado antes —
insistí.
—Por eso mismo sé que te afectará mentalmente volver a matar, porque
te conozco a ti —me contradijo con tono suplicante.
—Ya maté ayer —le confesé y me señalé el brazo herido—. Lo hice
para comenzar con mi plan.
Alice no daba crédito a lo que estaba escuchando.
—Cuéntamelo todo, por favor. Necesito saberlo —me pidió.
Tomé una respiración profunda y recé en mi interior para que me
comprendiera y no dijera nada a nadie. Jamás la involucraría en mis
problemas, ni siquiera le pediría ayuda, tan solo que mantuviera la boca
cerrada. No me perdonaría si la arrastraba al peligro.
Le conté todo al detalle, desde mi trato con Daniell hasta mi trabajo
extra dentro del negocio turbio de los Petrov.
—Creo que me va a dar un infarto en cuanto llegue a casa —murmuró
con pesar—. Cynthia, ¿dónde te has metido? ¿Tienes idea de lo que has
hecho?
—Conozco la mafia, así que soy plenamente consciente de lo que estoy
haciendo y de sus peligros.
—Y, aun así, te has lanzado de lleno a ella —me reprochó.
—Alice, con esa familia viva todos corremos peligro. ¿No lo entiendes?
—Fui un paso más allá para hacerla entrar en razón—. ¿Acaso piensas que
mi hermano o los justicieros podrán protegerme de los Petrov? Conoces la
situación y sabes cómo son todos ellos. Yo ya estoy en el punto de mira de
esa familia y, si enfrento a los dos bandos, no morirán casualmente todos
los miembros de esa familia y ya está, sino que caerán más y, mientras que
un solo Petrov viva, no acabará esta guerra. —Cuando mi amiga iba a
hablar, me adelanté—. Haré todo lo posible para que estemos a salvo y, si
para eso tengo que matar a los peones del Diablo y luego a él, que así sea.
—Entiendo tu frustración, ¿de acuerdo? —Sus facciones se suavizaron,
haciéndome entender que no mentía—. Sin embargo, no tengo la garantía
que conseguirás lo que te propones sin sufrir daños. ¿Cómo sé yo que
saldrás ilesa de todo esto? Y lo más importante, ¿lo sabes tú?
No tenía la respuesta. El peligro seguiría rodeándome en todo momento,
pero tenía que intentarlo. Además, ya estaba metida en la guarida del
Diablo, así que solo tenía la opción de seguir adelante sin mirar atrás.
—Daniell es todo un misterio y tampoco me fiaría de él. ¿Cómo sabes
que no te está conduciendo a una trampa?
—No te voy a engañar, Alice. Sé que podría estar utilizándome para
algo que desconozco, no obstante, dudo mucho de que me la esté jugando,
tan solo me necesita. —No creía del todo en mis propias palabras, pero me
aferré a la esperanza.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer yo? —Se señaló con
indignación—. ¿Quedarme sentada y ver cómo mi mejor amiga, a la que
más aprecio, está metiéndose en la boca del lobo, donde no podré sacarla si
la dejo adentrarse demasiado en esa oscuridad?
Volví a agarrarle de las manos un tanto desesperada y le supliqué con la
mirada.
—Te agradezco mucho que estés en mi vida y no deseo que te vayas
nunca porque yo también te tengo un grandísimo aprecio. —Ella sonrió con
tristeza—. Confía en mí, lo tengo todo bien calculado y, por el momento,
estoy consiguiendo lo que quiero como lo tenía planeado —exageré para
convencerla—. Guárdame con un candado toda la información que te he
dado hoy y mantenla en secreto. Si ves que mi vida pende de un hilo,
entonces habla. —Me mantuvo la mirada, pero no dijo nada—. Por favor —
insistí, apretándole las manos con firmeza.
Soltó un suspiro tembloroso y, con todo su pesar, asintió con la cabeza.
—Está bien, pero con una condición. —Fruncí el ceño—. Quiero que
me entregues una copia del crimen de Luigi porque, si te pasara algo, yo me
encargaré de que esa verdad salga a la luz. Te aseguro que, si tú caes, todos
esos desgraciados caerán contigo —demandó.
—Te estaría exponiendo al peligro si te involucro en esto…
—Y le informas a Yerik que alguien más tiene esa copia, sin darle
nombres. Él podrá sospechar que sería uno de nosotros, pero no tendrá la
certeza, ya que bien podría ser otra persona que desconoce. Juega bien tus
cartas con esto, Cynthia, y haz todo lo posible por mantenerte con vida
mientras dure tu misión suicida —me cortó—. Si haces esto, te doy mi
palabra que guardaré silencio, tan solo si yo veo que no estás en apuros. —
Asentí con la cabeza, reprimiendo las lágrimas por su lealtad hacia mí.
—De acuerdo.

✯✯✯

Dejé el camisón encima de la tapa del váter con la intención de ducharme


antes de dormir. Cuando me dispuse a encender el grifo, alguien tocó el
timbre de mi apartamento.
Pensé en que podría ser Alice para recoger la copia. Le estuve dando
vueltas al tema y ella tuvo una grandísima idea. Esa sería mi nueva baza
para que Yerik no me hiciera daño porque podría matarme perfectamente,
aunque las pruebas estuvieran conmigo, ya que, si nadie sabía dónde
estaban, no correrían peligro igualmente.
Fui hacia la entrada y abrí la puerta, pero no me encontré con nadie.
Fruncí el ceño y asomé la cabeza.
Vi a un anciano caminar hacia los ascensores, así que supuse que habría
sido él quien tocó mi timbre.
—Perdone. —Llamé su atención y se giró—. ¿Ha sido usted quién ha
llamado? —pregunté.
—¡Sí! —Se acercó a mí, pero muy poco—. Vaya, no es a usted a quién
busco. Se ve que me he equivocado de apartamento.
—No se preocupe. Esas cosas pasan. —Le sonreí.
El anciano asintió y se despidió con la mano. No obstante, cuando se
giró para marcharse hacia los ascensores, se le cayó la cartera. El hombre
no se dio cuenta, ya que siguió caminando.
—¡Perdone! —Fui tras él y cogí su cartera. El anciano miró sobre su
hombro—. Se le ha caído esto.
—¡Vaya con mi sordera! —Se terminó de dar la vuelta y se la devolví
—. Muchísimas gracias, muchacha. Otra persona se la hubiera quedado.
Nos despedimos con una sonrisa y volví a entrar en mi apartamento. Lo
primero que hice fue dirigirme a la cómoda y saqué la copia que le
entregaría a Alice, la que mantuve más accesible. El otro pendrive estaba
oculto dentro de la cisterna del váter, pegado en un lado con un chicle,
donde no le llegaba el agua.
—Gracias a esto sigo viva —susurré para mí misma.
Dejé la copia encima de la cama y me despojé de toda mi ropa antes de
entrar en el baño.
Pasé unos largos minutos de relajación dentro de la ducha, lo que tanto
necesitaba desde que llegué a Milán. Cuando di este placentero momento
por finalizado, abrí las puertas de cristal y me cubrí con el albornoz.
Me puse frente al espejo y desenredé mi largo cabello para después
hacerme una trenza. Me gustaba dormir con este recogido porque así no me
despertaba con un pelo similar a un nido de pájaros.
Me entretuve unos instantes observando a la mujer que me mostraba el
espejo. Pese a mi apariencia de niña dulce, dentro se ocultaba una asesina.
Una vez quise rebobinar el tiempo y cambiar todo lo que me condujo a
serlo, pero ya no lo haría si pudiese. Gracias a todo lo que tuve que vivir,
era capaz de quitar vidas humanas cuando no tenía más remedio. Odiaba
emplear ese método, sin embargo, con los Petrov detrás de mí, ahora veía la
ventaja de no ser novata derramando sangre con mis propias manos.
Cuando alargué el brazo para coger mi camisón, me quedé petrificada.
Estaba segurísima de que lo había dejado ahí antes de que el anciano tocara
el timbre.
Con el corazón galopando rápidamente bajo mi pecho, salí al dormitorio
cubierta aún por el albornoz. Escaneé alrededor sin encontrar nada
sospechoso hasta que mi vista se detuvo encima de la cama. Un fuerte
escalofrío me recorrió por todo el cuerpo, y no precisamente del frío. El
pendrive que tenía preparado para Alice no estaba.
Como si el mismísimo Diablo estuviera oculto en mi apartamento, salí
disparada hacia la cómoda, donde estaba mi móvil. Sin embargo, no pude
pedir ayuda porque no llegué a tiempo.
Alguien me abrazó por detrás, inmovilizando mis brazos, y me tapó la
boca con una mano enguantada antes de poder gritar. Mis ojos se abrieron
como platos cuando se enfocaron en el espejo que tenía delante.
—¿Preparada para morir en los brazos del Diablo, preciosa? —susurró
Yerik sobre mi oído con nuestra mirada conectada a través del espejo.
CAPÍTULO 23

Cynthia Moore

L o primero que pensé antes de poder asimilar su presencia en mi


apartamento era que tenía mi pistola cargada debajo de la almohada,
aunque no podría llegar a ella estando inmovilizada. Mis conocimientos de
lucha se oxidaron notablemente, pero eso no quería decir que me
consideraba una damisela en apuros.
—Gracias por dejarme pasar a tu apartamento, cariño —gruñó,
acariciando mi mejilla con su aliento—. Me has servido en una bandeja lo
que buscaba, aunque no contaba con encontrarte así. —Movió el brazo que
me rodeaba la cintura y su mano se enredó en el lazo que ataba mi albornoz.
Mi cuerpo se tensó al instante. Notaba que el aire que entraba en mis
pulmones era insuficiente por los latidos tan acelerados de mi corazón.
—No seas tan tímida conmigo. —Su susurro lúgubre me produjo un
violento escalofrío y me sonrió.
Mi vista no se despegaba de él en ningún momento, aunque solo podía
ver su reflejo en el espejo. Estaba clarísimo que el muy desgraciado estaba
disfrutando de mi miedo y mi nerviosismo.
—Siempre tan insegura. —Introdujo la mano entre el albornoz, a la
altura de mi vientre.
Los músculos de mi abdomen se contrajeron cuando sentí el tacto de su
guante en mi piel desnuda, como si así pudiera evitar que me tocara.
—Te has denudado frente a mis ojos hace unos minutos, así que no
tienes nada que no te haya visto ya. —Ascendió la mano, acariciando todo a
su paso, hasta que su pulgar rozó la parte inferior de uno de mis pechos.
Mi cuerpo dio un espasmo y no avanzó más, pero tampoco apartó la
mano. Mis temblores ya se hicieron notorios para él, sin embargo, eso no le
hizo detenerse.
—Hueles al fuego del infierno. —Inspiró hondo sobre mi cuello,
erizándome toda la piel que escondía debajo del albornoz—. Lástima que
no sepas usarlo para arrasar con el Diablo. —Abrió ligeramente el escote
desde dentro, pero no llegó a mostrar mis senos frente al espejo, ni los tocó
—. Perché il diavolo è incapace di provare sentimenti[10].
«¡Piensa, estúpida, y reacciona!», me recriminé en mi propia mente.
La suerte no solía estar de mi lado y este encuentro fortuito se trataba de
un contratiempo peligroso. Yerik se hizo con el pendrive que pensaba
entregarle a Alice y planeaba matarme aquí y ahora, algo que no iba a
permitirle. Sin embargo, tenía que seducirlo y me alejaría más de ese plan si
lo atacaba con todas mis fuerzas, importándome una mierda si lo mataba y
me echaba a toda su familia encima.
Con la mano que aún tapaba mi boca, tiró de mi cabeza hacia atrás,
apoyándola en su pectoral izquierdo. Sentí sus labios en mi sien y me apretó
más contra él hasta el punto de sentir su dureza sobre mi espalda baja,
demostrándome cuánto le excitaba verme tan indefensa.
Tenía que coger mi pistola, pero antes debía de apartarlo de mí para
poder llegar a ella. No obstante, tenía que dejar mi miedo a un lado y
aferrarme a la esperanza de salir victoriosa de esta situación.
Me puse en alerta cuando sacó su otra mano del albornoz, pasando un
dedo entre mis senos, y la perdí de vista. No me hizo esperar mucho para
ver que había empuñado una pistola con silenciador.
—Tranquila, te prometo que tu muerte será rápida e indolora —musitó.
Entonces, retrocedió unos pasos, dejándome espacio para que pudiese
ver desde el espejo cómo me apuntaba en la nuca. Tragué saliva con
dificultad e ignoré su sonrisa maquiavélica para armarme de valor.
—¿De verdad piensas que soy tan estúpida? —pregunté con tanta
firmeza que me sorprendí—. Fui astuta para garantizar mi vida y lo sigo
siendo, Diablo —pronuncié la última palabra con burla—. ¿En serio
piensas que solo tengo esa copia, lo único que te detiene matarme, y que
nadie más puede responder por mí si yo dejo de existir? —Me di la vuelta y
lo encaré—. ¿Tan insegura crees que soy? —Sonreí con altanería cuando él
apretó los labios con fuerza.
—Explícate —ordenó.
—Lo que tú tienes es una copia de esas pruebas, sí, pero no es la única
que saqué. —Caminé hacia él con una valentía que jamás creí sentir—. Una
persona tiene la orden de sacar ese crimen a la luz el día en el que yo
muera, sea por tu causa, por la de tu familia o por cualquier otra ajena a
vosotros.
—Es un farol, niña mentirosa —escupió, pero la mano que empleaba
para apuntarme con el arma empezó a temblar por la furia que circulaba por
sus venas.
Era evidente que deseaba matarme de verdad, así que no sabía cómo iba
a conseguir que cayera en mis redes. Esperaba que Daniell tuviera un buen
plan porque esta noche iba a apagar cualquier llama de esperanza.
—¿Niña? —Reí y agarré el lazo de mi albornoz con las dos manos,
dejándolo incrédulo—. ¿Te parece esto el cuerpo de una niña? —Desaté el
nudo y le mostré mi desnudez, pero sin quitarme el albornoz.
Esta no era la mejor de las tácticas de despiste ni la más decente, sin
embargo, funcionó. Ya me inundaría de vergüenza en cuanto Yerik saliese
de mi apartamento.
Con el impulso de mi cuerpo, levanté la pierna y le di una patada en la
muñeca, provocando que su pistola saliese volando hacia un punto
desconocido de mi dormitorio. Acto seguido, me agaché e hice un barrido
con mi pierna a la altura de sus tobillos para que se cayera al suelo.
Corrí hacia mi almohada y cogí la pistola que guardaba debajo. Antes de
que él se abalanzara sobre mí, le apunté en la cabeza con una mirada
asesina.
—Quieto ahí, Diablo, o te envío derechito al infierno —le amenacé y
cubrí mi desnudez con el albornoz lo mejor que pude, empleando una sola
mano.
Por dentro era un manojo de nervios, aunque a él le estuviera mostrando
una faceta que desconocía de mí misma. Parecía que había forjado una
máscara impasible bastante eficaz durante los años que viví en Roma.
Yerik paró en seco y alzó la barbilla con una sonrisa maliciosa.
—¡Vaya! Al parecer, el rubiales te enseñó bien, ¿verdad? —se mofó el
muy canalla—. Dime, ¿es él tu cómplice? —Dio unos pasos hacia mí y le
quité el seguro al arma, lista para pegarle un tiro en caso necesario—. Ojalá
que sí porque no te imaginas cuánto deseo matarlo entre terribles
sufrimientos.
—Inténtalo. —Me encogí de hombros—. Un solo ataque hacia nosotros,
y el crimen de Luigi se esclarecerá. Te aseguro que no todos los policías ni
todos los jueces son unos corruptos.
Yerik apretó los puños con fuerza, controlando sus impulsos de lanzarse
a mí. Ahora fue mi turno de verlo tan indefenso.
—Te subestimé —dijo, asintiendo con la cabeza mientras me miraba
con un odio descomunal—. Más te vale que sepas jugar al juego que tú
misma has comenzado porque voy a estar pendiente de cada paso que des.
—Me repasó de arriba abajo con descaro—. Un solo despiste, Cynthia, y
serás reducida en cenizas en el crematorio de mi tía.
—Bueno, pero, mientras llega ese momento, tendrás que protegerme de
todo el peligro, ¿verdad?
—¿Y por qué demonios tengo que hacer eso? —preguntó confuso.
—Ya te lo dije. Si recibo algún daño, Yerik, sea por la causa que sea, tu
familia y tú caeréis conmigo, así que creo que sería conveniente que me
protegieras, ¿no? —Mi escasa relación con él se basaba solo en chantajes
—. Y mi cómplice no tiene por qué estar en esta ciudad. No soy tan ingenua
como para permitir que lo tengáis cerca, a vuestra merced.
—Algún día, Cynthia Moore —me señaló con el dedo—, seré libre de ti
y después me rogarás que te otorgue una muerte rápida, la misma que te iba
a brindar hoy pero que ya no haré.
No podía negar que sus continuas amenazas me helaban la sangre por el
horror, ya que sabía lo peligroso que era y también que no estaba mintiendo.
Tomé una respiración profunda, apartando esos macabros pensamientos, y
continué.
—Puedes llevarte ese pendrive —dije con desdén—. Así comprobarás
qué buenas imágenes se grabaron.
Un ligero temblor recorrió por todo mi cuerpo cuando Yerik inspiró
intensamente y se acercó más a mí, dispuesto a seguir desafiándome, como
si no creyera que me atreviera a dispararle.
Antes de crear más distancia entre nosotros, unos golpes en la puerta de
mi apartamento nos interrumpieron.
—¿Esperas a alguien a estas horas de la noche? —quiso saber,
frunciendo el ceño. La respuesta la obtuvo de mi rostro perplejo.
Yerik fue hacia su pistola, que aterrizó al lado de mi butaca, y la
recuperó. Por desgracia, tenía que confiar en que no me pegaría un tiro por
la espalda en cuanto me diera la vuelta. Recé para que mi nuevo chantaje
improvisado surtiera efecto en él.
—Escóndete —le ordené y bajé el arma demasiado desconfiada.
—¿Crees que me preocupa que me vean contigo en tu propio
dormitorio? —Le lancé una mirada fulminante y creí ver un brillo de
diversión en su oscura mirada—. ¿Te importa a ti que piensen lo que no es?
—Me señaló con el cañón de la pistola.
Bajé la mirada y un ligero calor trepó por mi cuello. Mi desnudez estaba
cubierta con el albornoz, pero esta situación parecía comprometedora y
bochornosa.
Me mordí la lengua cuando iba a decirle que para mí sería una
vergüenza que me vieran con él.
Me dirigí hacia la puerta, que seguía siendo golpeada con cuidado, y la
abrí sin mirar antes por la mirilla. Encontrarme con Vladimir en mi felpudo
no era algo que me esperase en ningún momento.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté en modo de saludo.
—Lo he visto entrar en este edificio —murmuró tan bajito que apenas lo
oí.
Solté una maldición en mi mente. Esperaba que Yerik se quedara en mi
dormitorio y no se dejase ver.
—¿Quién? —Me hice la ingenua.
—¿Puedo pasar? No puedo hablar aquí. —Señaló a su alrededor.
Asentí con la cabeza y me aparté para que entrara. Era obvio que el
rellano no era un buen lugar para tratar temas tan delicados. Aunque eso no
le quitaba que la presencia de Vladimir me pusiera nerviosa. En la última
conversación que mantuvimos, enterré mi hacha de guerra que tenía con él.
—Siento mucho importunarte a estas horas… —Carraspeó cuando
reparó en mi aspecto y apartó la mirada rápidamente—. Y pillarte en la
ducha.
Agradecí que el albornoz fuera de manga larga, así Vladimir no podría
ver la herida de mi brazo. Hasta ahora, solo lo sabía Alice.
—No te preocupes. —Me estrujé los dedos con inquietud por detrás de
mi espalda.
—He visto a Yerik entrar en este edificio de apartamentos, así que
decidí comprobar que estabas bien. Sin embargo, no sé qué demonios está
haciendo por aquí.
Notaba su preocupación y sentí un atisbo de pena porque, si el supiera lo
que tramaba, se le caería la imagen tan bonita que siempre tuvo de mi
persona.
Me despojé de esos pensamientos tan negativos y aparté la lástima de mi
sistema.
—¿Y qué hacías tú por esta zona? —quise saber.
—Estás en el punto de mira de los Petrov, Cynthia. Desde que os conocí
a Rose y a ti siempre estuve a vuestro lado y jamás os abandoné. —Me
crucé de brazos y desvié la mirada a la ventana del balcón. No quería que
viera la vulnerabilidad en mis ojos al recordarme el pasado—. Y no pienso
abandonarte ahora, aunque en el fondo de tu corazón sigas culpándome de
su muerte.
—Sé por qué lo hiciste. Tan solo me cuesta aceptarlo, nada más —le
confesé con la voz más quebrada—. Pero ya está todo superado y he pasado
página.
Le prometí a Evelina que ya miraría hacia adelante y no me detendría a
mirar atrás, así que cumpliría mi palabra. El recuerdo de Rose siempre
quedaría clavado en mi corazón, nunca se llenaría de polvo por no pensar
en ella, sin embargo, sabía que esa mujer fuerte, a la que tanto quise como a
una hermana, querría que yo avanzara con coraje. Eso haría, por ella y por
mí.
—Me alegra oírlo. —Mi cuerpo se tensó al sentir su cercanía, aun con
mi vista clavada en las puertas del balcón—. Volverás a ser feliz, Cynthia.
Me encargaré de eso, aunque se me escape la vida para conseguirlo. —Lo
miré estupefacta por sus palabras—. Te apartaremos del gran mal, cueste lo
que nos cueste.
Contuve las inmensas ganas de lanzarme a sus brazos y llorar
desoladamente. Pese a mis desplantes, Vladimir seguía preocupándose por
mí y velando por mi seguridad.
Cuando él se dispuso a tocarme la mejilla con ternura, la voz de Yerik
nos sobresaltó.
—Supongo que con el gran mal te refieres a mí, ¿verdad? —intervino
con insolencia.
Ahí estaba el Diablo, ya sin guantes, saliendo de mi dormitorio con
pasos lentos y decididos. Nos lanzó una mirada de lo más siniestra y
terminó centrándose solo en Vladimir, quien no daba crédito a lo que estaba
viendo. ¿Cómo podría explicarle esto?
—Déjame aclararte, rubiales, que ni tú ni nadie podrá apartarme de ella.
—Su tono amenazante me produjo un fuerte escalofrío—. Decidió meterse
con el Diablo y, como bien sabes, eso tiene sus consecuencias.
—Si te atreves a hacerle daño… —Agarré a Vladimir del brazo cuando
vi sus claras intenciones de acercarse a Yerik.
—No caigas en sus provocaciones —le susurré.
—¿Qué harás? ¿Avisar a Mikhail Kozlov? —ronroneó el Diablo y
sonrió con malevolencia, ignorando mi comentario—. Erradicar a los
Petrov y a los Ivanov es tarea difícil, Vladimir. Dudo mucho de que ese
hombre pueda exterminar a ambas familias en un solo día. —Se acercó a
nosotros con una lentitud aplastante y alzó el mentón—. Entre exterminio y
exterminio habrá un rango de tiempo, uno en el que todos o la mayoría de
vosotros acabaréis muertos. ¿De verdad estáis dispuestos a asumir el
riesgo?
Capté un detallito en su escalofriante discurso. Yerik hablaba de dos
familias, no solo de la suya, así que Irina y sus tres hijos no eran los únicos
Ivanov. Efectivamente, Gavrel tendría que tener parientes…
—Yo, si fuera tú, lo pensaría detenidamente y lo consultaría con la
almohada —aconsejó Yerik con una sonrisa arrogante—. Dicen que esas
son las reflexiones más sabias, justo lo que os falta a los justicieros.
—¡Basta! —me interpuse entre ambos—. Ya has conseguido lo que
querías, así que puedes irte de mi apartamento.
—Te equivocas, niña. Para nada he conseguido lo que quería —espetó.
Desde luego que no lo hizo. Yerik vino con el propósito de matarme y se
iba a marchar de aquí con otro chantaje más.
—Vete. —Le señalé la puerta con el dedo y él alzó una ceja.
—Claro. —Levantó ambas manos en son de paz, aunque no me gustó su
sonrisa burlona—. Espero que consigas relajarla, Vladimir. —Se paseó por
el salón y, cuando se puso a mi lado, me miró de arriba abajo con lentitud
—. Digamos que la he puesto un tanto nerviosa. No es que esté muy
acostumbrada a la cercanía extrema de un hombre. —Ahogué una
exclamación por su maleducada insinuación—. No olvidaré lo que hemos
compartido esta noche, te lo aseguro. —Sonrió al ver mi expresión
horrorizada.
El muy cabrón no estaba mintiendo, pero todas sus palabras eran
malintencionadas y podrían interpretarse de otra forma muy lejos de la
realidad.
Caminó con elegancia hacia la puerta, pero, antes de marcharse, nos
lanzó la última pulla.
—Bonito lunar el de tu seno izquierdo.
Mi boca se abrió del asombro. Estaba claro que le había dado unas
buenas perspectivas de mi cuerpo desnudo cuando me despojé de la ropa en
mi dormitorio antes de meterme en la ducha.
Con el corazón latiéndome desbocado bajo mi pecho, miré a Vladimir.
Estaba paralizado, observando la puerta por la que se había ido Yerik.
—Ni se te ocurra pensar en…
Me callé abruptamente cuando sus ojos se enfocaron en mí. Lo que vi en
su mirada me partió el alma. Sin embargo, esa emoción duró poco, ya que
enseguida se colocó su máscara impasible.
—No tienes que darle explicaciones a nadie de tus actos, y mucho
menos a mí —dijo con tanta seriedad que una parte de mí se quebró.
—Te juro que no es lo que estás pensando. —Di un paso hacia él, y me
detuvo al levantar una mano.
—¿Por qué te empeñas en excusarte? —Frunció el ceño, desconcertado
—. Te tiene que dar igual lo que yo piense, Cynthia. —Su rostro se crispó
de repente—. Y deja de mirarme de ese modo, joder —escupió.
—¿Cómo te estoy mirando?
—¡Con lástima y sabes que odio que alguien sienta eso por mí! —gritó
bajito para no alarmar a los vecinos—. Soy un hombre que no esconde sus
sentimientos y no me avergüenzo de ello. No es ningún secreto para ti que
llevo años amándote y lo sigo haciendo.
—Por favor, déjame explicarte.
Vladimir llevaba razón y no tenía por qué dar explicaciones, pero no me
gustaba que pensara de mí algo que no era nada cierto.
—Tú eres mi fantasía, pero ya no estoy dispuesto a soñar. Haz con tu
vida lo que quieras como yo hago la mía del mismo modo, pero te aconsejo
que pienses muy bien lo que estás haciendo. —Dio media vuelta y se
dirigió hacia la salida—. Como ya te dije en el pasado, solo quiero tu
felicidad. Antes estuve dispuesto a dar mi vida por Alec porque él era tu
felicidad. Sin embargo, no pienso darla por el desgraciado de Yerik. —
Dicho eso, Vladimir se marchó, dejándome más confusa que nunca.
CAPÍTULO 24

Yerik Petrov

E sta tarde tendríamos una nueva intervención en casa. Aunque en las


mazmorras había suministros suficientes para llevarla a cabo, ya
necesitábamos más. Atraer a las víctimas no era tarea sencilla, así que debía
de ser cuidadoso cuando una se encontrara en mis brazos.
Ayer utilicé una nueva técnica para obtener más cantidad en un mismo
encuentro, así que convencí a otra chica inocente para que viniera
acompañada con sus amigas. Obtendría cinco de golpe, lo que era
maravilloso. Una sonrisa siniestra tironeó de mis labios. Ahora me centraría
en Sarah, a quien estaba esperando en el lugar que acordé con ella.
Esta tarde, Cynthia comenzaría su primer día de trabajo con nosotros y
ya me encargué de que fuese uno que no olvidase jamás. La estúpida niñata
empezaría por lo más desagradable del negocio. Ella se ocuparía de ayudar
a los cirujanos a sacar todos los órganos necesarios del cuerpo de la persona
donante, una que mataría con sus propias manos. El otro equipo sanitario se
encargaría de nuestro paciente.
En nuestras intervenciones quirúrgicas, se realizaban dos cirugías al
mismo tiempo, así que nuestro equipo sanitario se dividía en dos grupos.
Mientras que uno se dedicaba a sacar los órganos de la persona donante y
realizar los procedimientos necesarios para conservarlos para su posterior
transporte, el otro llevaba a cabo el trasplante de nuestro paciente. La
cuestión era ahorrar tiempo porque los órganos disponían de una vida muy
corta una vez que se extrajeran del cuerpo.
«Haré de lo que te queda de vida un infierno, Cynthia Moore», me juré a
mí mismo.
Mi vista se desvió cuando capté un movimiento fuera de mi vehículo.
Sarah se acercaba caminando con una sonrisa tímida en los labios. La
vergüenza que sentía al verme era muy evidente, lo que me extrañó, ya que
me dijo que no era la primera vez que le era infiel a su pareja. Jamás iba a
conseguir entender a las mujeres, eran tan complejas como un jeroglífico.
Solté una maldición entre dientes sin mover ni un solo músculo de mi
cara. No era experto apartando timideces en una chica porque estaba
acostumbrado a ser directo con lo que quería. Sin embargo, con Sarah tenía
que fingir demasiado si mi propósito era divertirme con ella antes de
secuestrarla y encerrarla en las mazmorras. Esperaba no espantarla antes de
lo previsto, si no debía de llevármela a la fuerza, lo que sería arriesgado por
si armaba un buen escándalo.
Me obligué a grabar una sonrisa encantadora en mi rostro y le quité el
seguro al coche para que se montara.
—Hola, preciosa. —Su cara se puso tan roja que temí que le diera un
golpe de calor—. ¿Por qué te pones así? —no pude evitar preguntar.
—Lo siento. —Se estrujó los dedos sobre sus piernas tensas—. En
persona eres más intimidante.
«Buen comienzo», pensé con sarcasmo.
Pensé en la opción de llevármela a casa directamente y saltarme el paso
de la diversión. Tenía pinta de darle un infarto si le ponía una mano encima
con lascivia y lo último que quería era que su corazón fallara y el plan se
fuera a la mierda.
—¿Quieres que pasemos directamente a la sesión de fotos? —le oferté
un poco más tranquilo—. No es necesario hacerte sentir incómoda estando
a solas conmigo si no quieres.
Sarah, como muchas otras chicas, caían rendidas a una falsa promesa en
la que se le aseguraba fama. Ella soñaba con convertirse en modelo y ver su
imagen en un cartel publicitario.
—No. Antes quiero… —Se calló un momento y su mirada se desvió
hacia lo que tenía entre mis piernas—. Ya sabes. —Alcé una ceja.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Bien.
Reprimí las ganas de reír a carcajadas cuando la vi ponerse el cinturón
de seguridad con sus pequeñas manos temblorosas. Aparté la mirada de ella
y arranqué el motor del Lamborghini.
Encendí la música para que se relajara un poco, ya que dudaba de que
me dirigiera la palabra durante el trayecto a un apartamento sin ocupar que
tenía mi tío. Si llevaba a Sarah directamente a mi casa, correría el riesgo
innecesario de cruzarme con Makari y que lo echara todo a perder por su
afán de divertirse con las mujeres en su habitación personal de juegos,
donde ninguna salía con vida, y, si lo hacía, no sería con su cuerpo intacto.
El camino a mi destino se me hizo eterno e intenté no echarle miraditas
a la chica que tenía al lado hecha un manojo de nervios. Pero ¿por qué
demonios temblaba tanto en mi presencia cuando en las videollamadas que
hacíamos parecía tan descarada? ¿Tanto miedo daba mi apariencia?
No podía ofrecerle un calmante porque se contaminarían sus órganos,
así que solo me tenía a mí como sedante, una muy mala elección.
No había llegado el momento de tocarla y ya me estaba agobiando, tanto
que mi ropa empezó a resultarme asfixiante por el bochorno. Si Sarah no se
relajaba, no pensaba seguir adelante con el sexo.
Me consideraba un monstruo sin escrúpulos, pero forzar a una mujer no
lo veía tan divertido como Makari. No me imaginaba lo que sería introducir
mi pene en un lugar estrecho bastante rígido y seco; tampoco quería
experimentarlo.
Bajamos del coche en cuanto aparqué en la puerta del edificio y la
detuve antes de que llegásemos al portal.
—No te veo muy convencida de esto y no estás obligada, lo sabes. —
Me puse delante de ella para que me mirara a los ojos—. Tienes pinta de
desmayarte en cualquier momento y no tengo ni idea de realizar los
primeros auxilios.
Sarah se rio con mi comentario. No sabía qué veía de gracioso, pero me
uní a ella.
—Quiero hacerlo, de verdad —me aseguró más seria—. Deseo que
me… —me incliné un poco para que ella pudiese acercar sus labios a mi
oído— folles. —Esa palabra tan obscena hacía más bulto que ella, aunque
no me opuse a su deseo, por supuesto.
La cogí de la mano y entrelacé mis dedos con los suyos. Este gesto me
resultó tan extraño que tuve que reprimir el impulso de soltarla. Parecía un
gesto demasiado afectivo, muy humano, uno que no estaba en mi
naturaleza.
Cruzamos el portal en silencio y la conduje al apartamento de Dimitri.
Mientras estábamos dentro del ascensor, la miré de arriba abajo con
disimulo para no hacerla sentir más incómoda.
Sarah estaba muy delgada, demasiado, diría yo. Esto no era algo que me
molestara, pero me preocupaba un poco. Mi parte más retorcida se imaginó
que la rompería en cuanto le diera los primeros empellones.
Casi solté un suspiro de alivio cuando llegó el momento de salir del
ascensor. Fui directo a la puerta del apartamento y la abrí antes de que a
esta chica le entrara el pánico e intentara huir.
Cuando fue hacia el centro del salón y empezó a recorrerlo todo con la
mirada, me encargué de cerrar la puerta a cal y canto sin que se diera
cuenta.
—¿Puedo ir al baño un momento? —casi suplicó.
—Está justo detrás de ti —le informé.
Sarah asintió con la cabeza y se encerró en él con su bolso bastante
voluminoso. Eso me hizo sospechar, así que di grandes zancadas hacia la
puerta cerrada y pegué la oreja, a la espera de escuchar alguna
conversación. ¿Y si le escribía algún mensaje a alguien?
No sería tan preocupante. Una vez, la policía fue a buscar a Ivanna por
la desaparición de una de sus víctimas, ya que el idiota al que le tocó raptar
enseñó sus fotos a sus amigos directamente desde la página web, alardeando
de que se iba a acostar con una hermosa mujer. Riesgos de estos siempre
habría, pero todo lo teníamos bien calculado. Jamás se pudo demostrar que
Ivanna fue la causante de la desaparición de ese chico, era la palabra de los
amigos contra la de ella, nada más.
A través de la puerta no escuchaba nada. Aun así, no le di importancia y
me aparté. Saqué la pistola que siempre llevaba encima y la escondí detrás
de un cojín del sillón. Cuando iba a deshacerme también del móvil, este
vibró en el bolsillo de mi pantalón.

Con lo que estás tardando en llegar a casa supongo que te estarás


entreteniendo con esa chica.

Me importaba bien poco lo que Ivanna pensara, así que decidí no


contestar y lancé mi teléfono al sillón de malas maneras.
La puerta del baño se abrió de sopetón y giré la cabeza como un látigo
hacia Sarah. Se me cortó la respiración de golpe.
Se había cambiado la ropa casual que llevaba por una bastante sugerente
que habría comprado en una tienda erótica. Mi mirada depredadora la
repasó desde las botas de tacón que le llegaban hasta las rodillas, pasando
por la minifalda de cuero que poco le debía de tapar el trasero, hasta llegar
al top que apenas dejaba a la imaginación.
Me encantaba el conjunto y me excitaba lo suficiente como para querer
lanzarme a Sarah y penetrarla ya mismo, pero había algo en ella que me
bloqueaba.
Volví a escanearla más minuciosamente, fijándome mejor en el cuerpo y
no en la vestimenta tan indecente. Estaba más delgada de lo que me
imaginaba anteriormente, apenas tenía curvas y pechos. Entonces, estudié
su rostro demasiado juvenil. No me importaba cómo fuera una mujer, sin
embargo, no me gustó nada lo que mi mente estaba maquinando.
—¿No te gusto? —dijo de pronto, sacándome de mis ensoñaciones.
—¿Cuántos años tienes? —Esto era lo que me interesaba saber antes de
tocarla.
Sarah se tensó, avivando mis sospechas de estar frente a una
adolescente.
—Dieciséis años —respondió en un susurro.
Un atisbo de furia fue bañando mi sistema. Esta chica me había estado
mintiendo con su edad, lo que me conducía a una preocupación más.
—¿Y cómo has venido a Milán? —exigí saber.
—Falsifiqué la firma de mis padres para tener el consentimiento de
viajar sola. No te preocupes, nadie sabe que estoy aquí, como acordamos. Si
lo hubieran sabido, no me hubiesen dejado venir a verte. —Esto era un gran
alivio—. ¿Estás enfadado?
—No —mentí a medias.
Acostarme con una menor era nuevo para mí, al igual que excitante. No
obstante, yo le doblaba la edad. Había conocido a mujeres que aparentaban
menos edad de la que tenían, así que fui un iluso en pensar que ella sería
otra más de ese grupo.
Estaba tan sumido en mi estúpido monólogo interno, que no vi venir a
Sarah cuando acortó la distancia que nos separaba y se puso de puntillitas
para atrapar mi boca con la suya.
Mientras me deleité con su sabor de semejante inocencia, su mano salió
disparada hacia los botones de mi pantalón. Me hicieron gracia sus
continuos intentos de desabrocharlos porque no lo conseguía, así que tuve
que ayudarla.
Cuando una de mis manos apretó su trasero y la otra la subí hacia sus
pechos, se separó de mí, dejándome aturdido. Empecé a sospechar que
Sarah solo estaba jugando conmigo, pero deseché esa idea en cuanto habló.
—Cíñete a… —Tragó saliva con dificultad—. Quiero que comiences ya
a… eso, pero sin quitarme la ropa ni tocarme más arriba de la cintura.
Mi cara debía de ser un auténtico poema. Ya era difícil que una mujer
consiguiera sorprenderme, pero esta chica no dejaba de hacerlo. No
entendía qué me quería decir con esas peticiones, sin embargo, cumpliría su
deseo. A mí solo me importaba hacerlo y si ella se veía lista para soportar
las embestidas sin siquiera emplear tiempo para excitarla, pues que así
fuera.
No contesté con palabras. La tomé en volandas y ella me rodeó la
cintura con sus finas piernas. Cuando la deposité encima de la mesa del
comedor, me fijé en que no llevaba ropa interior. Como bien me pidió, quise
pasar directamente a la acción.
Su cuerpo dio una sacudida cuando sintió mi mano en su zona más
sensible. Quería comprobar lo húmeda que estaba, pero me detuvo en
cuanto percibió mi intención de introducirle los dedos en su interior.
—Ya sabes lo que quiero. —Joder, esto parecía tan frío como una
violación.
Me armé de paciencia cuando creí que la perdía e intenté adaptarme a
sus extrañas necesidades. Era la primera vez en toda mi vida que me
cruzaba con una situación así, en la que apenas me permitían tocarlas.
Me agarré en su cadera, siendo consciente de que le estaba clavando
demasiado los dedos. Con la otra mano liberé mi miembro, ansioso ya de
penetrarla hasta el fondo, pero, para mi sorpresa, cerró las piernas,
aprisionándome las caderas, cuando sintió la punta en su entrada. Se puso
tan rígida que no habría manera de entrar en ella ni aunque lo intentase.
Sarah me estaba volviendo loco al no saber qué demonios quería ni a
qué estaba jugando. Y, por desgracia, yo tenía un calentón muy serio.
La mirada tan fría que le lancé la hizo temblar. Sus ojos se inundaron de
lágrimas, aunque no derramó ninguna.
—Estás demasiado nerviosa. —Intenté sonar lo menos brusco posible
—. Es mejor que paremos aquí.
Me aparté de ella y me arreglé los pantalones, sintiendo una enorme
presión sobre estos por mi excitación.
—Yo me encargo de ti ahora, cariño. —La voz de Ivanna me sobresaltó
y di media vuelta con rapidez—. Está claro que necesitas alivio urgente. —
Me miró la entrepierna.
—¿Qué estás haciendo aquí? —espeté. Que Ivanna se inmiscuyera en
mis asuntos era algo que no iba a tolerar.
Sarah se puso en pie de un salto y se refugió detrás de mí, como si yo
fuera su salvación cuando en realidad sería su condena.
—Sabía que la traerías aquí y vine antes que tú. —Comenzó a caminar
hacia nosotros con pasos lentos—. Viendo que esto acabaría en un desastre
—nos señaló con desdén—, he decidido intervenir y ayudarte.
—¿Es tu novia? —titubeó Sarah.
Ivanna le dirigió una mirada de lo más dulce, como si la chica que
permanecía detrás de mí fuera una niña pequeña asustadiza.
—Más quisiera ella. —Me reí, mirando a la aludida con burla.
—Yerik, eres tan ignorante —soltó con mi mismo tono burlesco—. No
captas las señales de una mujer ni estrellándote de lleno contra ellas.
—Vete y no vuelvas a meterte en mis asuntos —le ordené, controlando
la ira que crecía en mi interior.
—Esa chica es virgen y no tiene novio como pensabas. ¿Es que no lo
ves? —Los dedos temblorosos de Sarah se cerraron sobre mi brazo—. Tan
solo la tienes tan enamoradita que deseaba que la desvirgaras tú. Sin
embargo, su miedo no la deja relajarse… —Invadió mi espacio personal y
ladeó la cabeza—. Siente vergüenza de su propio cuerpo de niña y por eso
no quería que la tocaras ni que la desnudaras. —Soltó una carcajada de ver
mi cara perpleja—. Ahora tú necesitas desahogarte.
Cuando Ivanna puso su mano en mi entrepierna, la empujé sin
miramientos, tirándola en el sillón. No podía negar que ella tenía razón, la
evidencia se veía en mi erección, pero sabía cómo podría acabar este
encuentro. Conocía muy bien a la hija caprichosa de Irina y los órganos de
Sarah estaban en juego. Por cada muerte accidental, podríamos perder
medio millón de euros, incluso más.
—¡Oh, vamos! —chilló Ivanna entre risas—. ¿Tienes miedo de que
tome represalias por la bofetada que me diste? —No se levantó, sino que se
cruzó de piernas y llevó una mano hacia el cojín, donde ocultaba mi pistola.
—Hablemos esto en casa, no aquí —gruñí, asegurándome de que Sarah
seguía detrás de mí—. Descarga tus ansias de venganza solo conmigo, pero
este no es el lugar apropiado.
—Yo te quiero descargar a ti. —Volvió a reírse y se puso en pie,
manteniendo mi arma detrás de ella para que Sarah no la viera—. No sé por
qué te refugias detrás de Yerik cuando él pensaba hacerte cosas peores de
las que yo te haría en este preciso instante. —Se dirigió a la chica.
Los sollozos de Sarah se hicieron tan audibles como molestos. Yo no
sabía lo que era llorar, jamás derramé ni una sola lágrima porque no tuve
esa necesidad. Normalmente se lloraba por dolor, incluso por felicidad, pero
yo nunca sentía nada, suficiente motivo para no experimentar una
humillación tan grande como el llanto.
—¿Sabes lo que pensaba hacerte después de que te arrancara la
virginidad? —continuó Ivanna—. Llevarte a nuestra casa, donde te
encerraríamos en una mazmorra. Te alimentaríamos como ganado hasta que
fueras útil en un quirófano y…
—¡Cállate! —Me lancé a ella, pero, antes de que le pusiera una mano
encima, apuntó a Sarah con la pistola—. No te atrevas, Ivanna.
—La próxima vez te vas a pensar dos veces si devolverme una bofetada
o no, mi amor.
—¿Vas a poner en peligro todo el negocio familiar por haber herido tu
orgullo? —pregunté asombrado.
—Te equivocas, cariño —respondió, dejándome más confuso—. El
pago de esa humillación es este. —Sin verlo venir, me dio una fuerte patada
en la entrepierna.
Caí al suelo de rodillas con los dientes apretados por el dolor y estampé
la palma de mi mano en el suelo, quedándome encorvado.
—Zorra. —Mi voz apenas fue audible, aunque Ivanna pudo escucharme
perfectamente.
—Y el pago por haberte decidido traer aquí a esta chica, lo que podría
poner en peligro todo el negocio familiar, es este. —Un disparo silenció los
sollozos de Sarah, sumiendo este lugar en un completo silencio—. Conmigo
no se juega, Diablo.
Ivanna dejó caer la pistola al suelo, delante de mí, y pasó por mi lado. A
los pocos segundos, oí como quitaba los cerrojos de la puerta y después la
cerró de un portazo, dejándome aquí tirado con el cadáver de Sarah.
Cerré los ojos con fuerza y solté un grito de furia. Lo que más deseaba
en este preciso instante era destrozar algo, cualquier cosa.
Me acosté en el suelo, esperando a que el dolor menguase, y mis ojos
buscaron a la chica. Ivanna le había pegado un tiro en la cabeza y la sangre
salpicó por las paredes.
CAPÍTULO 25

Cynthia Moore

H oy era mi primer día de trabajo con los Petrov. Conocí a Dimitri


nada más llegar a la casa porque él ya nos estuvo esperando a Zaria
y a mí para recibirnos. Ella era quien se encargaba de traerme y de
devolverme a casa, puesto que yo aún no tenía coche.
Dimitri me dejó bien claro que tenía que estar disponible cada vez que
se requirieran mis servicios, sin importar si en ese horario tenía turno en el
hospital psiquiátrico. Ya conocía los códigos de la mafia gracias a Rose y a
Damian, y este era uno de ellos.
Respecto a los rangos que también memoricé hacía años, esta familia no
se regía por ellos. Al menos, solo conocía al Don, que era el Diablo, pero no
sabía qué función tenían los otros miembros de la familia.
La última vez que me crucé con Yerik fue cuando irrumpió en mi
apartamento, que supuse que fue gracias al anciano que vi en mi rellano.
Ese hombre tuvo que ser el cebo, una distracción para que saliese de mi
casa y le dejara vía libre para entrar, y yo mordí el anzuelo como una idiota.
Saber que hoy volvería a ver al Diablo provocaba que mi cuerpo entrara
en tensión mientras me cambiaba de ropa en el vestuario que el equipo
sanitario tenía. Este era bastante amplio, en el cual lo formaba cuatro
cirujanos, entre ellos estaba Francesco Di Marco, y seis enfermeros, yo
incluida.
Dos enfermeras se apiadaron de mí, ya que notaron mis nervios del
primer día aquí, así que decidieron preparar a los dos pacientes mientras yo
terminaba de prepararme, lo que agradecí.
Me tomé unos minutos más mirándome al espejo para asegurarme de
que mi máscara impasible estaba bien colocada. Me dieron ganas de
estampar algún objeto en mi reflejo, expresando así que una parte de mí
odiaba esta situación y detestaba a la persona en la que me había convertido
con tal de conseguir venganza y protección. Lo segundo había empezado a
conseguirlo, pero el deseo de lo primero ardía en mis venas.
Aborrecía a Yerik Petrov por tantas cosas que ya se me hacían una pasta
sólida y espesa en mi sistema. El daño que nos provocó a todos era algo que
jamás podría olvidar. Sin embargo, mis mayores motivos de todos los que
tenía para odiarlo eran el crimen de Damian y sus chantajes a Rose para
obligarla a hacer algo que no quería: matar a mi hermano. Ahora yo le
estaba dando de su propia medicina con mis múltiples chantajes. Aunque no
podía engañarme a mí misma ni ocultar el rey de los motivos: por culpa de
Yerik me estaba convirtiendo en un monstruo a pasos agigantados,
encubriendo crímenes, matando a personas y robando órganos a inocentes.
Despojé estos terribles pensamientos cuando sentí el ardor en mis ojos.
Las lágrimas no solucionaban nada ni me calmarían en absoluto. Cerré los
ojos apenados un momento, inspiré profundamente y, cuando los volví a
abrir frente al espejo, miré a una mujer totalmente diferente.
«Esta soy yo ahora».
Con mi mirada cargada de oscuridad, debido a la corrupción de mi alma,
me di la vuelta y salí del vestuario. Ingresé con decisión dentro del
quirófano y me paralicé unos largos segundos mientras evaluaba todo el
entorno.
Efectivamente, había dos camillas ocupadas y ambas personas se
encontraban ya dormidas con la anestesia general. Sentí una ola de lástima
por la que yacía a la izquierda, el chico que iba a donar todos sus órganos
por obligación.
El equipo sanitario de la camilla de la derecha ya estaba preparado, así
que mi intuición me gritaba que a mí me tocaría en la que más horror me
producía. No suficiente con eso, vi una diferencia en ambos equipos. En el
que tenía que estar hoy, faltaba la enfermera instrumentista.
«Hoy participaría directamente en la extracción de los órganos, junto
con los dos cirujanos».
—¿Asustada? —Pegué un respingo cuando sentí su voz muy cerca de
mi oído.
Miré a Yerik sin emoción alguna. Su mascarilla cubría su diversión,
pero la detectaba claramente por las pequeñas arrugas que surcaban sus ojos
cuando sonreía.
—Para tu desgracia, no —le contesté. Él se encogió de hombros.
—Adelante, entonces.
Un fuerte escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí su roce sobre ella.
No me gustaba que me pusiera las manos encima, pero tampoco hice nada
para apartarme. Si tenía que seducirlo, tendría que soportar mucho más que
esto.
Ignoré el cosquilleo de mi espalda y caminé con decisión hacia la
camilla de la izquierda.
La enfermera circulante comenzó a ayudarme a equiparme con la bata y
los guantes estériles. Le eché un rápido vistazo a la mesa y ya estaban todos
los materiales preparados sobre ella. Tan solo tenía que ordenarlos según mi
conveniencia para la operación, como si yo tuviera idea de cirugía cuando
tan solo era una enfermera de planta en un hospital psiquiátrico. Mis ojos
chocaron con los de Yerik, quien continuaba mirándome fijamente.
La operación quirúrgica dio su inicio y tuve que apartar a un rincón de
mi mente todo de mí, dejando libre mi propósito para poder centrarme
exclusivamente en lo que estaba haciendo. Evité a toda costa mirar hacia la
cara del donante y al aparato de sus constantes vitales mientras los
cirujanos ya abrían capas de tejidos para acceder a los órganos del
abdomen.
Unas náuseas se abrieron paso por mi interior, pero me contuve para no
vomitar aquí encima y ganarme un tiro en la cabeza. Además, por nada del
mundo le haría ver a Yerik lo que me afectaba esta situación.
Fui dándole a los cirujanos cada material que me pedían. La enfermera
circulante me señalaba a veces cuál me estaban pidiendo y puse todo mi
empeño en aprendérmelos de memoria.
La operación trascurría dentro de lo normal, aunque para mí era un
auténtico asco. En algún momento, uno de los cirujanos le entregó un
órgano en específico a otro de la camilla de la derecha.
Casi pegué una arcada cuando vi el corazón latiendo en vivo. Le habían
abierto las costillas con una especie de instrumento y podía ver ese órgano
vital con mis propios ojos.
«Aguanta, Cynthia. Solo un poco más», me pedí a mí misma.
Por inercia, mi vista se dirigió a Yerik, que parecía una estatua frente a
la puerta del quirófano. Él tenía las manos entrelazadas delante de su cuerpo
y su mirada penetrante seguía enfocada en mí.
Aparté mis ojos del Diablo cuando detecté que una lágrima solitaria caía
por mi mejilla cuando oí los pitidos del aparato de las constantes vitales del
donante. Para colmo, no podía limpiármela porque me encontraba
totalmente estéril al ser la enfermera instrumentista. No podía tocar nada
que no fuera los materiales de mi mesa.
Me esforcé en no llorar, así que ignoré esa pequeña humedad de mi
mejilla y enfoqué la vista en la atrocidad que se le estaba haciendo al pobre
chico que yacía muerto delante de mis narices, y yo había participado en su
asesinato.
Era verdad que en este preciso instante también se salvaba otra vida,
pero ¿a qué precio? ¡Se estaba arrebatando otra a la fuerza!
Apenas fui consciente de que la enfermera circulante me pasó una gasa
por debajo de mis ojos, limpiándome las lágrimas que habrían caído sin
darme cuenta. También se encargaba de limpiarnos el sudor de la frente a
todos.
Pasaron horas y horas que me resultaron agonizantes hasta que las
operaciones finalizaron. Los equipos sanitarios fueron desperdigándose,
preparándose para la profunda limpieza del quirófano.
Vi que un cirujano y una enfermera arrastraban la camilla del cadáver
hacia la salida de esta sala. Suponía que los Petrov desaparecerían el cuerpo
para que nadie pudiese encontrarlo, ni siquiera tendría un entierro digno. Y
no había que ser un genio para saber que el crematorio de Irina formaba un
papel fundamental en esto.
Los otros cirujanos y enfermeros se centraban en la buena conservación
de los órganos extraídos y realizaban el procedimiento necesario para su
transporte. Por lo poco que escuchaba aquí, Dimitri ya estaba reunido con
otros mafiosos interesados en estos.
Me obligué a moverme y prácticamente me arranqué la bata y los
guantes de un tirón. Los tiré en los contenedores especiales y solté una
maldición en mi interior. Al menos, hoy solo estuvo programada esta
operación, así que Zaria me llevaría a casa en cuanto me cambiara de ropa.
Una de las enfermeras se compadeció de mí y me pidió que me
marchara. Estaba claro que mi cara transmitía muchas cosas y no
precisamente buenas. Le di las gracias y salí del quirófano con unas
inmensas ganas de refugiarme en casa y estallar en llanto. No obstante, aquí
no podía mostrar ninguna de mis debilidades.
Nada más llegar a los vestuarios, me deshice del gorro y las calzas.
Evité a toda costa que los pensamientos escabrosos volvieran a mí mientras
me cambiaba de ropa. Cuando finalicé, cerré mi taquilla de un sonoro
portazo y apoyé mi frente en esta.
Este era mi primer día y mi infierno acababa de empezar. En casa tenía
que tener unas duras reflexiones conmigo misma si quería aguantar hasta el
final para conseguir lo que ansiaba. Solo esperaba que no estuviera todos
los días aquí metida y me dejaran algunos de descanso, aunque la mafia
nunca tenía de eso.
La puerta de los vestuarios se abrió y me aparté de la taquilla
rápidamente. Me esperaba ver a cualquier enfermera, pero no a Yerik
Petrov.
—Me sorprendes, Cynthia. Eso tengo que admitirlo —dijo con una
suavidad extraña en él.
—¿Por qué? —quise saber.
—Pensé que te daría un colapso y has aguantado hasta el final, aunque
un poco indispuesta, tengo que decir —respondió y sus labios hicieron el
amago de sonreír.
Estaba segura de que él se había dado cuenta del dolor y la lástima que
llevaba dentro de mí mientras estuve plantada al lado de los cirujanos. Al
fin y al cabo, no me quitó los ojos de encima durante todo el procedimiento.
—Supongo que tengo que acostumbrarme a… —Me callé de golpe,
antes de dejarme llevar por mis impulsos de sinceridad.
—¿A qué? —Ladeó la cabeza—. ¿A robar órganos? ¿A quitar vidas
humanas? Dudo mucho de que sea a esto último, ya que tú, al igual que yo,
tienes las manos manchadas de sangre.
Yerik tenía razón y ese era el único motivo que me empujaba a no
derrumbarme cuando mataba a alguna persona. Suponía que ya me había
corrompido hasta tal extremo que ni siquiera dudaría si lo tuviera que hacer
de nuevo.
Tomé una respiración profunda y alcé el mentón.
—Es verdad y esos hombres que nos asaltaron en la carretera no fueron
mis primeros crímenes —dije, insinuándole que no me temblaba el pulso a
la hora de apretar el gatillo.
—Eso es evidente. Lo pude comprobar en ese momento. —Caminó
hacia mí con pasos lentos—. Y esto me conduce a que te atreverías a atentar
contra mi vida si pudieras.
Sin verlo venir, me acorraló contra las taquillas, apresándome con su
propio cuerpo y poniendo las manos a ambos lados de mi cabeza. Mi
corazón respondió a su cercanía latiendo demasiado deprisa e intenté que
mi rostro se mostrara impertérrito.
Ahora me fijé en sus rasgos tan similares a los de Dylan, aunque lo que
más llamó mi atención fue que volvía a ver sus pupilas dilatadas, dejando el
precioso azul de sus ojos menos visible. ¿Siempre permanecía drogado?
—Sin embargo, no tendrás la oportunidad de intentarlo, te lo aseguro,
muñequita. —La última palabra la pronunció con tanta sensualidad que me
puso los pelos de punta.
—No puedes matarme, recuérdalo para la próxima vez que esa idea se te
cruce por la cabecita de psicópata que tienes —murmuré casi con su mismo
tono de voz, lo que pareció divertirle porque sonrió.
—Tus chantajes no durarán para siempre. Lo sabes, ¿verdad?
—Durarán lo suficiente.
«Para seducirte», terminé en mi mente.
—Ah, ¿sí? —ronroneó muy cerca de mis labios.
Yerik podría odiarme y querría acabar con mi vida, pero era evidente
que yo era otra de las muchas mujeres con las que le gustaría tener sexo. Ya
me lo demostró cuando invadió mi apartamento, siendo evidente su
erección, aunque no era ningún secreto para mí que él era un auténtico
promiscuo. Seducirlo para acabar en su cama sería una tarea muy sencilla,
no obstante, no podría decir lo mismo sobre introducirme en su corazón.
Daniell me aconsejó que no intentara seducirlo antes de que hiciera en
su dormitorio lo que solo él sabía que tenía que hacer, pero quería empezar
a allanar ya mismo el terreno, preparándolo para después ir a más
velocidad.
—¿Y por qué insistes en matarme? —le pregunté con voz melosa,
rozando mis labios con los suyos—. Te recuerdo que yo tengo tantos
motivos como tú para verte muerto, y, en cambio, aquí sigues. —Sus ojos se
entrecerraron, sin embargo, no hizo nada para poner más espacio entre
nosotros—. Tuvisteis a Kiara cautiva en el prostíbulo, donde le dejasteis
secuelas graves, y le hicisteis creer a Vladimir que ella estaba muerta.
Enviasteis a vuestros hombres para que erradicaran a la familia de Damian,
acabando con la vida de su mujer y de su bebé.
—Lo que piensas no puede estar más lejos de la realidad —gruñó.
Hizo el ademán de apartarse, pero lo agarré de la camiseta y lo volví a
acercar a mí. Él no opuso ninguna resistencia, así que mi cercanía no le
molestaba en lo absoluto, lo que me facilitaría las cosas.
—Odias a Dylan porque él asesinó a tu hermana Alexandra y sabes muy
bien que fue idea del padre y que mi hermano le brindó una muerte rápida
para que William no le otorgara una lenta y dolorosa —continué, ignorando
sus facciones descompuestas por una furia creciente en su interior—.
Chantajeaste a Rose y jugaste con ella, obligándola a que fuera mi amiga la
que acabara con Dylan porque sabías que lo amaba. Siempre te gustó jugar
con las emociones de las personas.
—Ella me debía favores…
—Unos que tú forzaste para que así fuera —lo interrumpí, y no me
detuve aquí—. Como Rose no pudo cumplir con esa parte del trato,
decidiste crear un juego macabro de acertijos y eso terminó con la muerte
de Damian, donde lo fusilaron en mitad de la calle.
—Ella pudo salvarlo si hubiese interpretado bien mis señales —espetó
con los dientes apretados—. Ahora déjame a mí aclararte que tus amiguitos,
a los que tanto idolatras, fueron los que comenzaron esta guerra, porque te
recuerdo que ibais a matarme en el Carnaval de Venecia cuando yo no tuve
nada que ver con las dos primeras cosas de las que me has acusado con
tanta seguridad. —Mi agarre en su camiseta se debilitó y él aprovechó para
zafarse, dando unos pasos hacia atrás—. Y hay otro dato erróneo de todo lo
que has dicho.
—¿Cuál? —exigí saber.
Yerik me lanzó una sonrisa de lo más siniestra y posó una mano sobre su
pecho.
—Yo no odio a Dylan McClain y jamás lo odié. —Fruncí el ceño, sin
entender nada—. Yo no puedo sentir nada, así que, al igual que el amor no
puede estar dentro de mí, tampoco hay espacio para el odio. Por eso me
llaman el Diablo.
—Entonces, ¿por qué ansías matar a mi hermano? —Cada vez estaba
más confusa.
—Porque lo necesito —contestó sin más—. Al igual que también
necesito matarte a ti. Tus chantajes temporales me lo prohíben ahora, pero
llegará el momento en el que te quedarás sin ellos.
Este hombre era un auténtico enigma para mí y esperaba que Daniell
tuviera alguna respuesta a esto.
—Y tú necesitabas saber que Vladimir y Damian comenzaron a tocarme
los huevos con sus venganzas equivocadas hacia mí, como ya te he dicho
—prosiguió—. Sus furias tuvieron que ir dirigidas al antiguo Don, que ya
está muerto, y a Karlen, que es el proxeneta.
Vladimir ya sabía esta información, pero siempre pensé que Yerik
también tuvo mucho que ver con lo que le pasó a Kiara y a la mujer e hijo
de Damian por el simple hecho de pertenecer a la familia responsable. Al
parecer, estuve equivocada.
—Y una cosa más, muñequita de cristal. —Volvió a acercarse a mí
peligrosamente y mis músculos se tensaron—. Si vuelves a proponerte
calentar mi bragueta —rodeó mi mandíbula con la mano, sin ejercer
presión, y perfiló mi labio inferior con su dedo índice—, espero que llegues
hasta el final —murmuró, recordándome la excitación que sintió cuando le
mostré mi desnudez en mi dormitorio.
Llegué a pensar en que me besaría cuando vi sus labios terriblemente
cerca de los míos, pero se desvió hacia el lateral de mi cuello e inspiró
profundamente. Un fuerte escalofrío recorrió por toda mi espalda.
—Huelo tu miedo, así que no pierdas el tiempo en ocultármelo.
Ocultarle mis emociones más profundas sería muy complicado, pero no
me daría por vencida. Yerik no estaba ciego y ya me dijo una vez que
dentro de mí veía a una mujer insegura. Pronto eso tendría que cambiar.
La puerta de los vestuarios se abrió de sopetón y los dos miramos a uno
de los gemelos, quien nos observaba con una ceja alzada. Yerik me soltó y
retrocedió unos pasos, permitiéndome pensar con más claridad.
—Dimitri te está esperando en la sala de reuniones desde hace un buen
rato —comunicó, pasando su mirada de uno al otro.
—Alexei, eres increíblemente inoportuno —se quejó Yerik con un deje
de diversión—. Ojalá fueras así cuando la pequeña víbora esté merodeando
por mi alrededor. —El gemelo soltó una fuerte carcajada.
—Lo siento, pero yo no quiero que Ivanna descargue su rabia con mi
entrepierna como hizo contigo.
No sabía si el significado de esa frase tenía fines sexuales o de
violencia. La verdad era que no me importaba en lo más mínimo, no
obstante, si quería conseguir su corazón, esa mujer sería una rival potencial.
—Cobarde —le soltó Yerik. Entonces, su atención visual se dirigió a mí
—. Espero que esta corta conversación te haya servido para algo, Cynthia.
—Lo mismo digo —respondí.
Ahora los dos sabíamos de dónde provenía nuestro odio, lo que nos
hacía comprendernos más, así que esta charla fue fructífera. Con estas
rápidas acusaciones que nos lanzamos, ya había preparado el terreno para
avanzar al siguiente nivel en cuanto Daniell me diera luz verde.
Finalmente, Yerik y Alexei desaparecieron de mi vista.
CAPÍTULO 26

Cynthia Moore

M ientras caminaba en solitario hacia el salón, donde me estaría


esperando Zaria para llevarme a casa, me sumergí en mis
pensamientos. Mi autoestima bajó considerablemente al verme incapaz de
seducir a un hombre y si eso me costaba, no me quería imaginar lo
complicado que sería conquistar al Diablo, que para nada se trataba de un
hombre común.
Yo solo estuve con Alec y, aunque tenía experiencia amorosa y sexual,
como era obvio, no me hizo falta emplear ninguna arma de seducción, ya
que lo nuestro fue más bien un flechazo. Pasé por una mala temporada por
culpa de mis traumas pasados en el ámbito sexual, sin embargo, conseguí
superarlo e hice una vida más o menos normal.
El problema radicaba en que yo no me consideraba una persona lanzada
o descarada, como lo sería esa tal Ivanna, así que no tenía ni la más remota
idea de cómo atrapar a Yerik en mis redes.
«Más vale que dejes las inseguridades apartadas a un lado».
Cuando llegué al salón, me detuve en seco y miré alrededor. No vi a
Zaria por ningún lado y, a decir verdad, no veía a nadie y la casa estaba
sumida en un total silencio. ¿Y ahora cómo volvía a mi apartamento?
Tenía que conseguir algún coche, aunque fuera de alquiler para poder
trasladarme por toda la ciudad sin complicaciones. Odiaba depender de
alguien para eso o tener que usar las piernas en exceso.
La curiosidad picó en mi interior, empujándome a explorar esta casa en
busca del dormitorio de Yerik o simplemente conocerla mejor, pero ¿y si
me cruzaba con alguien? ¿Qué excusa le pondría?
Debería de quedarme aquí y esperar a Zaria o llamarla por teléfono. No
obstante, una cierta impaciencia por avanzar en mi relación con Yerik no
me dejaba pensar con raciocinio, así que me dejé llevar por la imprudencia.
Miré en todas direcciones y me dirigí al vestíbulo, donde se encontraban
las escaleras principales. Pese a haber más accesos al piso superior en otras
partes de la casa, no quería jugármela. Como era lo más lógico, arriba
tenían que estar los dormitorios.
Anduve con sumo cuidado, sin hacer ruido, sobre todo porque Nadia era
tan silenciosa como un fantasma y podría cruzármela en donde menos me lo
esperaba.
Subí los escalones lentamente, y, una vez arriba, ya no sabía qué
dirección tomar. Como no disponía de tiempo para evaluar mi intuición de
supervivencia, me la eché a suerte y ganó el lado derecho de la casa.
Los pasillos eran estrechos y oscuros, iluminados tan solo por varios
apliques que emitían una luz suave ambiental. Había muchos cuadros
antiguos y muebles rústicos con candelabros y adornos góticos. Las paredes
estaban recubiertas por papel con tonos marrones y el suelo estaba formado
de parqué.
De todas las puertas que me cruzaba, no me decidía a abrir ninguna. Sin
embargo, memorizaría estos pasillos laberínticos. Mientras caminaba con
lentitud, encontré uno de los accesos que me dijo Zaria. Estas escaleras eran
más estrechas que las principales y giraban sobre sí mismas formando un
cuadrado, aunque había una gran diferencia más interesante: las otras solo
ascendían a este piso en el que me encontraba, y estas que tenía delante
también conducían a otro piso más arriba.
Me acerqué a la barandilla y, antes de asomarme, una voz me detuvo,
haciéndome pegar un respingo.
—¿Qué haces aquí?
Me di la vuelta y la mirada fría de Makari me dejó petrificada. De todas
las personas que vivían aquí me había tenido que cruzar con la peor. La
última vez que lo vi fue en el hospital, cuando asesinó a Luigi, y todavía me
producía el mismo pavor de antes.
—Estaba buscando a Zaria —contesté lo primero que me vino a la
cabeza.
—¿Y pensaste que estaría en esta sección de la casa, muy cerca de mi
habitación personal? —La comisura de sus labios se elevaron levemente.
No me quería imaginar lo que guardaba en esa habitación suya, pero
tampoco tenía la intención de averiguarlo. Con tan solo ver su pelo moreno
y ligeramente largo alborotado con algunas zonas más humedecidas, ya me
hacía una idea de lo ocupado que estuvo.
—No conozco el lugar —dije lo más tranquila que pude—. Me he
perdido con tantos pasillos.
—¿Sabes? —Empezó a acercarse a mí y mi cuerpo se puso en alerta al
instante—. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
Me alejé de él por instinto, echándome hacia un lado, y fui rodeándolo.
Por desgracia, él bloqueaba el camino de vuelta. Mi reacción le amplió la
sonrisa. En su cara tenía algunos hematomas ya antiguos, dejándome bien
claro que este chico era bastante problemático hasta en su familia.
—Me estás utilizando a mí como chantaje para que ninguno podamos
tocarte —comentó con una suavidad aplastante—. Sin embargo, a mí no
hay forma de atarme y creí que te lo había dejado claro. Al parecer,
necesitas que te lo recuerde.
—No será necesario, gracias. Sé perfectamente quién eres y de lo que
eres capaz.
—Ah, ¿sí? —Ladeó la cabeza, sonriendo todavía como un demente.
Le veía las claras intenciones de querer atacarme en este preciso instante
y, esta vez, no sabía cómo saldría de esta. Si gritaba, dudaba mucho de que
alguien de esta familia me ayudase.
—¿Ves a Daniell por algún lado, Cynthia? —Su pregunta me pilló por
sorpresa, y tampoco la entendía. Negué con la cabeza, no muy convencida
—. Exacto, él no está para ayudarte esta vez.
«Mierda».
Sin pensármelo dos veces, corrí por su lado y me agaché justo antes de
que Makari pudiera atraparme con sus brazos. Conseguí esquivarlo, pero no
llegué mucho más lejos, ya que él fue más rápido y me enganchó del
cabello desde atrás.
Una exclamación trepó por mi garganta, pero no le di el gusto de
hacérsela oír. Me arrastró hacia una de las puertas que estaba entornada, sin
embargo, me resistí y, pese al escozor de mi cuero cabelludo por sus
continuos tirones de pelo, le clavé el codo en su costado con fuerza. Makari
aflojó su agarre y se encorvó un poco.
Llevé ambas manos a la muñeca de su mano que seguía enredada en mi
cabello y le estrellé el talón de mi pie en su espinilla. Esto le provocó la
inestabilidad suficiente para poder agarrarlo mejor y, con un giro rápido y el
soporte de mi propio cuerpo, me incliné hacia adelante y le hice voltear por
encima de mi hombro y su espalda se estampó contra el suelo. Quise
aplaudir por no haber olvidado del todo mis clases con Vladimir sobre
defensa personal.
Di media vuelta y me propuse correr por el pasillo de vuelta a las
escaleras principales, pero Makari estiró un brazo, todavía acostado sobre el
suelo, y me agarró del tobillo, haciéndome caer con él boca abajo.
—¡Cuando te tenga en mi poder, voy a reconstruir todo tu cuerpo! —
gritó en cólera, trepando por mi espalda para ponerse encima de mí. No me
quise imaginar a lo que se refería con esa amenaza, no obstante, consiguió
que un escalofrío me recorriera la espina dorsal—. Serás mi muñeca de
trapo favorita, te lo aseguro —gruñó sobre mi oído.
La desesperación por librarme de él me invadió hasta el punto de
hacerme chillar de frustración. Empleé mi trasero para golpear su
entrepierna en cuanto quiso levantarse, arrastrándome con él. Su equilibrio
se desestabilizó y le empujé hacia un lado con mi propio cuerpo.
Volvimos a caer en el suelo, pero esta vez él quedó debajo de mí y mi
espalda apretada sobre su pecho. Con otro grito de rabia, llevé mi cabeza
hacia atrás y se la estrellé en su cara, provocándole un fuerte quejido.
Me removí con violencia y me deshice de su fuerte agarre ya debilitado,
poniéndome en pie. En esta ocasión no opté por huir, sino que agrupé todas
las dañinas emociones que Makari me hacía sentir.
Era consciente de que no estaba siendo razonable y que esta decisión no
solo me acarrearía problemas a mí, también a mi gente. Sin embargo, no
podía pensar con asertividad en este momento.
—Maldito hijo de puta —dije entre dientes.
Cuando Makari empezó a levantarse, le agarré con fuerza de la
camiseta, clavándole las uñas en la tela, y tiré de él hacia la barandilla.
Totalmente cegada por la ira y el miedo, intenté levantarle las piernas para
arrojarlo por el hueco de las escaleras y acabar con su mísera vida ya
mismo, sin detenerme a analizar las consecuencias.
Volví a gritar cuando él se resistió con energía y esa esperanza de
matarlo se fue alejando poco a poco de mi alcance. Ni siquiera tuve tiempo
de tomar una inspiración y ya invertimos los papeles. Ahora era el Petrov
quien me tiraría por las escaleras.
Por inercia, me sujeté de los barrotes y aguanté los dolorosos tirones que
hacía sobre mi cuerpo para romper mi agarre. Sentía que me arrancaría los
brazos en cualquier momento. Mi instinto de supervivencia me pedía que
chillara y suplicara ayuda, así que eso hice, olvidándome de la posibilidad
de que Makari fuera aplaudido en vez de reñido por cualquiera que se
cruzara con nosotros.
—¡Cállate, estúpida! —gritó y levantó el puño para golpearme.
—¡Makari! —La voz demandante de un hombre detuvo los nudillos a
escasos centímetros de mi cara.
El aludido se alejó de mí rápidamente y los dos miramos a uno de los
gemelos, quien no lucía nada contento.
—¿Siempre tienes que fastidiar, Andrei? —espetó Makari—. ¡Dejad de
meteros en mis asuntos!
—Tu libertad acaba cuando la nuestra se ve comprometida, hermano —
contestó el gemelo con dureza.
Todo el valor y el coraje se derritieron en mi interior. Decidí no
intervenir en esta conversación, ni siquiera a moverme de mi sitio. Tan solo
los observaba con una mezcla de confusión y gratitud por la aparición de
Andrei. Este Petrov había detenido a Makari, pero no podía confiarme
demasiado.
—Intentó tirarme por las escaleras. —El niñato me señaló con el dedo
—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que me matara?
—Yo he visto justo lo contrario —dijo el gemelo. Entonces, sus ojos
azules buscaron los míos, como si esperara una explicación por mi parte.
—Estaba buscando a Zaria para que me llevara de vuelta a mi
apartamento. Creí haber oído su voz por aquí y fui en su busca. Siento
adentrarme más en esta casa cuando no lo tengo permitido. No volverá a
pasar —me excusé, empleando mentira tras mentira.
—Ella no está disponible ahora mismo, así que yo me encargaré de ti —
respondió Andrei, lo que no me tranquilizó—. De hecho, yo te estaba
buscando.
—¿Me has escuchado a mí? —refunfuñó Makari al no recibir la
atención que deseaba de su hermano—. Esta pedazo de…
—¡Ese vocabulario! —Reprimí una risita tonta ante el sermón de Andrei
—. Ya has hecho suficiente. —Ahora puso su atención en mí—. Vamos.
De nada me servía oponerme, así que le lancé una mirada asesina a
Makari cuando pasé por su lado y fui tras su hermano. Aunque Andrei lo
detuvo, sabía que él no se daría por vencido y buscaría cualquier
oportunidad para destrozarme.
Salimos de la casa en silencio y no me crucé a nadie más durante el
trayecto. La noche me dio la bienvenida mientras Andrei me dirigía a su
vehículo, que era tan ostentoso como el resto de los que disponía esta
familia.
Todavía no hacía frío, pero la brisa ya no tenía esa calidez del verano.
Como ahora tenía que emplear una chaqueta fina por el cambio estacional,
mi herida del brazo quedaría fuera de los ojos de cualquiera, lo que era de
agradecer. Por ahora, solo Alice sabía toda la verdad y no me quería
imaginar cómo reaccionarían los justicieros y mi hermano cuando se
enterasen de que estaba trabajando para los Petrov y que planeaba
conquistar a Yerik.
Una fragancia dulzona y agradable fue lo que me recibió nada más
sentarme en el asiento del copiloto. Recé en mi interior para que Andrei no
fuera un problema en mi vuelta al apartamento.
Me propuse no dirigirle la palabra, ya que no había tratado nunca con él
y mi confianza era nula. No obstante, él rompió el silencio del coche
cuando se puso en marcha.
—No vuelvas a cometer la misma estupidez de hoy, Cynthia. Como has
podido comprobar, mi hermano sigue muy enfadado contigo —dijo con la
vista fija en la carretera.
—¿Quién de vosotros no estáis enfadados conmigo? —solté con ironía y
entrelacé los dedos de mis manos por encima de mis muslos inquietos.
—Zaria —contestó y juraría detectar un atisbo de diversión en su voz—.
Sea como sea, quédate en el salón hasta que alguien vaya en tu encuentro
para llevarte a casa.
—¿Y si aparece Makari allí?
—Él permanece más tiempo en su habitación que en cualquier otra parte
de la casa —enfatizó demasiado en una palabra que me producía
escalofríos.
—¿Y qué esconde en ese lugar? —Las palabras salieron de mí antes de
que pudiese detenerlas.
—Nada del interés de nadie. —Su respuesta cortante daba por zanjado
este tema de conversación.
Los dos nos sumimos en un silencio más prolongado mientras Andrei
conducía por la solitaria carretera, la misma en la que tuvimos la reyerta
Yerik, Zaria y yo. Cuando entramos en el casco urbano de Milán, decidí
romperlo.
—Gracias. —No hizo falta especificarle más para que él lo entendiera
—. Dudo mucho de que otra persona hubiera optado por ayudarme como lo
has hecho tú, excepto Zaria.
—Solo recibo órdenes, nada más —respondió sin más, dejándome
confusa.
—¿De Yerik? —Miré su perfil con atención. Pude percibir la tensión en
su mandíbula apretada.
—Es el Don y ninguno de nosotros tenemos autoridad de hacerte daño.
—Pero él quiere matarme y eso lo sabemos todos. —Aparté la vista de
él y la enfoqué en los edificios de la ciudad. Ya casi estábamos en mi zona
residencial—. Solo lo detiene las pruebas que tengo de lo que hizo Makari.
—Toda la familia tenía que saber la verdad, así que no me molesté en
andarme con rodeos.
—Pues entonces guárdalas bien, ya está.
Fruncí el ceño, más confundida que nunca. ¿Andrei me estaba dando un
consejo que ponía en peligro a toda su familia y a él mismo?
—¿Qué?
El Petrov paró en doble fila frente a mi edificio. Por supuesto que él
también sabía dónde vivía. Ya no disponía de ningún dato personal en
privado.
—Pero te aconsejo que nunca las uses, Cynthia, y sepas mantener la
boca cerrada porque, si te conviertes en una amenaza real para mi familia,
entonces sí que morirás.
Creí entender el mensaje oculto de sus palabras. Mi chantaje era factible
para que ninguno de ellos me tocara y me hiciera daño. Sin embargo, si se
me ocurría cumplir mi amenaza, se echarían encima de mí. Lo único que
tenía que hacer era que ninguno supiera que jamás utilizaría estas pruebas.
No obstante ¿por qué Andrei me comunicaba esto?
—Si alguien más dispone de esa información, debes asegurarte de que
tampoco se convierta en una amenaza. —Andrei continuaba sin mirarme.
—Eso no pasará —susurré.
—¿Cómo estás tan segura?
No dije nada y mi vista se desvió a la guantera del coche. Jugueteé con
mis dedos con nerviosismo mientras pensaba en que ninguno de ellos sabía
que esa supuesta persona no existía, pero funcionó para evitar que Yerik me
pegara un tiro en el apartamento. Quedé con Alice en que le entregaría una
copia, pero todavía no lo hice por miedo a meterla en problemas. No
obstante, Andrei me creaba muchísima curiosidad.
—¿Por qué me ayudas? —No pude evitar preguntar.
—No te estoy ayudando. —Volví a mirarlo y me sorprendió ver que él
ya estaba observándome—. Si te conviertes en una amenaza para nosotros,
yo podría matarte. Tan solo me ayudo a mí mismo.
—No lo entiendo…
—Es que no tienes que entender absolutamente nada, Cynthia. Hazme
caso, ya está.
Sus dedos empezaron a chocar contra el volante en un acto de
impaciencia para que me bajara del vehículo. Cuando me dispuse a cumplir
su deseo no expresado, volvió a hablar.
—Soy policía fiscal. —Mi mano se detuvo en la manivela—. Y por mi
culpa hay muchos crímenes sin resolver. —Me giré sobre el asiento y le
lancé una mirada confusa—. Veo a esas familias destrozadas, pero los
negocios son negocios.
Estudié sus facciones con detenimiento mientras me observaba con
demasiado interés y creí ver la clave en su actitud. No se me daba muy bien
leer entre líneas, sin embargo, era lo que más tenía que hacer con ellos y
con mis pacientes del hospital.
—Resignación —susurré. Andrei se puso tenso, y no dijo nada—. Eso
es lo que veo en ti.
Apartó rápidamente la vista de mí y la posó en una pareja que caminaba
tranquilamente por la calle cogidos de la mano. ¿Qué demonios ocultaba
este hombre con tanto ahínco?
—¿Qué…?
—Buenas noches, Cynthia —me interrumpió, echándome de su coche
con esas simples palabras.
Tomé una respiración profunda y me bajé del vehículo. En cuanto cerré
la puerta, Andrei pisó el acelerador con brusquedad y salió disparado,
dejándome perpleja. Desapareció de mi campo de visión en cuestión de
segundos.
Tenía un desorden de pensamientos impresionante dentro de mi cabeza.
Sin embargo, le daría la importancia que se merecía esta corta
conversación, aunque había algo más que conseguí aprender de esto: Andrei
era el gemelo más accesible, por no decir que el más de toda la familia, sin
contar con Zaria. Esto me conducía a que tenía que aprender a diferenciarlo
de su hermano Alexei.
CAPÍTULO 27

Yerik Petrov

L a reunión se alargó más de lo previsto y ya no supe qué fue de


Cynthia cuando terminó su jornada laboral, ya que Zaria tuvo que
encargarse de alimentar a Feddei. Odiaba que Nadia le encargara eso
cuando su hijo no estaba en condiciones de tratar con una persona. En un
descuido, Zaria podría ser atacada y moriría en un santiamén. Si mi tía no
quería poner fin a la vida de Feddei, entonces que se encargara solo ella de
sus cuidados. Esta sería otra orden que daría como Don.
—A ti te estaba buscando. —La voz de Irina me detuvo en mitad del
pasillo que conducía a mi dormitorio. Una sonrisa socarrona se plasmó en
mi rostro y me giré lentamente hacia ella—. Tus problemitas con mi hija
empezarán a crearnos problemas más serios.
—¿Yo? —Me señalé con desdén—. Ivanna es quien no sabe separar sus
caprichitos de los negocios.
—Y tú no sabes separar el placer de los negocios —contestó con mi
mismo tono descuidado—. Parece ser que los hombres de esta casa utilizan
más la cabeza del pene que la que tenéis encima de los hombros.
—Eso mismo díselo a tu hija, que se abre más de piernas que cuando va
al ginecólogo. Habrá salido a la madre, claro. —Mi sonrisa se amplió al ver
su expresión furiosa—. Yo haré lo que me dé la gana y no tengo por qué
darte explicaciones, y menos a ella.
—Quiero que arregles los problemas con mi hija como un hombre —
espetó, regañándome como si fuera un niño pequeño sin cerebro.
—¿Estás segura? —Alcé ambas cejas, incrédulo—. ¿Acaso no sabes que
los hombres arreglamos los problemas con los puños? ¿Así quieres que los
solucione con Ivanna?
—¡No me refiero a eso! —explotó.
—¡Claro! —escupí con un falso entusiasmo—. Tú quieres que mi tierno
corazoncito que ni siquiera late se derrita por tu hijita malcriada. Deseas
que siga solucionando mis problemas concretamente con mi parte más
varonil porque, según tú, todos los hombres lo solucionamos así.
Lo que desconocía era por qué esta mujer tenía tanto empeño en que me
enredara con su hija de todas las formas posibles, y no solo en el ámbito
sexual.
—¿Y estoy equivocada? —preguntó con burla—. Todos en esta casa
conocemos tus vicios.
—No lo niego, me encanta el sexo. —Me encogí de hombros—. No es
ninguna deshonra para mí.
—Parece ser que las drogas ya están causando estragos en tu diminuto
cerebro.
Un músculo se apretó en mi mandíbula y tuve que morderme la lengua
para no soltarle unas cuantas cosas más. Todos sabrían que consumía drogas
por mis pupilas frecuentemente dilatadas, quizás, pero nadie tenía ni idea de
que estaba obligado a consumir la Satamina porque mi existencia y mi
estabilidad mental dependían de ello.
—A veces me pregunto si Daniell tuvo razón —musité con mi mirada
asesina puesta en ella—. Tal vez no esté tan loco como todos pensábamos,
¿no crees, Irina?
—Lo que creo es que el apodo del Diablo te queda demasiado grande —
escupió, con el propósito de ofenderme, otro absurdo sentimiento que no
conocía.
Dicho eso, desapareció de mi vista. No concebía el gusto de mi tío
Dimitri para elegir a las mujeres. Quizás Irina manipuló su cerebro, como
bien sabía hacer Ivanna. Al fin y al cabo, las dos estaban cortadas con el
mismo patrón.
—Maldita víbora —murmuré con repugnancia.
Retomé mi camino con múltiples maldiciones en mi mente. Esta noche
tenía que reunirme con Karlen en el Peccato Mortale. Por lo visto, había
una chica entre sus bailarinas que tenía una lengua muy larga y no
precisamente para hacer felaciones. Aunque su trabajo era eliminar o
marcar a cualquier objetivo, esta vez quería ser yo quien pusiera fin a una
vida. No solo me gustaba descargar tensiones con el sexo, también con la
muerte. Y más ahora, que la furia empezaba a resultarme un problema.
Estaba harto de estar rodeado de chantajes.
Cerré la puerta de mi dormitorio con demasiada fuerza, me quité la
camiseta, lanzándola hacia la cama, y fui directo al primer cajón de mi
mesilla. Saqué mi estuche negro y lo abrí para ver todas las jeringuillas
precargadas de la Satamina. El líquido era transparente y todas tenían la
misma dosis. Mi tío se encargaba de que nunca me faltara esta droga, lo que
era una bendición.
Me senté en la cama, cogí una jeringuilla y destapé el tapón de la
pequeña aguja ya puesta. La miré durante unos segundos, perdiéndome en
mis pensamientos. Intenté alcanzar la parte oscura de mi cerebro, donde se
escondían mis recuerdos, pero nunca lo conseguía. Dimitri siempre me
decía que no forzara las cosas, que todo llegaría a su debido tiempo.
Solté un suspiro exagerado y me administré la Satamina en el brazo.
Pude notar cómo el líquido entraba dentro de mí, produciéndome un ardor
local que se suavizaba cuando me la inyectaba lentamente.
Volví a tapar la aguja con el tapón y eché la jeringuilla vacía en otro
estuche de deshecho que tenía en el mismo cajón. Nadie se atrevía a entrar
en mi dormitorio, y mucho menos a curiosear en él, así que no corría
ningún riesgo en dejar todo esto aquí.
Me puse en pie y me dirigí hacia el espejo de mi cómoda. Mis ojos, que
deberían de ser de un azul extremadamente claro si no fuera por las pupilas
tan dilatadas, se fijaron en el tatuaje que me asomaba por la parte superior
de los brazos.
Desde la trasera de mi cuello hasta el final de mi espalda tenía
minúsculas alas que simulaban mis vértebras. Entre mis dos hombros se
situaba otro extraño símbolo que podría interpretarse como el contorno de
la cabeza de un águila, donde salían dos ramificaciones anchas y otras
estrechas. En estas estaban las inmensas plumas, algunas destrozadas, cuyas
puntas más distales me llegaban hasta los bíceps de los brazos.
El águila era el emblema supremo de los dioses, gobernantes y
guerreros. Era símbolo de la majestuosidad, fortaleza, valentía e inspiración
espiritual. Al ser visto como el señor del aire, personificaba el poder y la
velocidad.
Las alas de los ángeles simbolizaban la pureza, protección, belleza y
fuerza, pero yo tenía parte de esas alas destrozadas porque de puro no tenía
nada. Sin embargo, había otro significado más oculto para mí: era un
motivo que indicaba una búsqueda por alcanzar nuevos cielos, por buscar lo
verdadero y lo honesto.
«Desearía recordar quién fui para saber hoy quién podría haber sido
antes de corromperme, porque solo sé quién soy ahora».
Volví a mirar mis propios ojos. De ellos jamás salieron lágrimas
sentimentales, solo cuando sufría un dolor físico agonizante, ya que se
escapaban del autocontrol de cualquier persona.
Me liberé de mis pensamientos cuando alguien llamó a la puerta.
—¿Yerik?
—Pasa, Andrei —contesté.
Mi primo entró en mi dormitorio y cerró tras de sí. Me di la vuelta,
apartando la vista de mi reflejo, y lo encaré. Muy pocas personas pisaban
mi territorio personal.
—Acabo de dejar a Cynthia en su apartamento —me informó, pero lo
dijo con una entonación sospechosa para mí—. Deberías permitirle que
venga y se vaya con su propio vehículo.
—Debería, sí. —Me crucé de brazos y ladeé la cabeza—. Sin embargo,
no me fío de su radar para detectar los peligros.
—¿Piensas que podrían seguirla hasta aquí?
—Ella ni siquiera detecta el peligro del Diablo, que hasta lo chantajea y
lo mangonea a su antojo. —Andrei se echó a reír—. ¿Qué te hace tanta
gracia?
—Alexei me contó lo que vio en los vestuarios —soltó, pillándome
desprevenido—. No se te nota tan afectado con esos chantajes y su
mangoneo —enfatizó en la última palabra.
—¿Qué insinúas? —Descrucé mis brazos y le lancé una mirada de
advertencia para que se pensara bien qué decir a continuación.
—¿No es obvio? Mi hermano me contó que tenías pinta de querer
empotrarla contra las taquillas y no precisamente para matarla. —Me dio la
sensación de que su risita fue irónica, una forzada—. No me mires así.
Comprendo muy bien que la veas despampanante y atractiva porque todos
en esta casa vemos lo mismo, pero…
—Ahórrate los sentimentalismos —lo interrumpí antes de que dijera
alguna absurdez—. Sabes muy bien que yo no siento nada.
—La lujuria se siente, se saborea y se necesita saciar —continuó con el
semblante más serio que de costumbre—. Así que algo sí sientes.
—El que la quiera matar no significa que esté ciego —le dije con
brusquedad.
No tenía por qué esconder mi deseo sexual por Cynthia. Ivanna tuvo
razón cuando me la nombró antes de devolverle la bofetada. Me atraía la
sola idea de corromper a un angelito como lo era esa chica, aunque de
inocente ya podría pensar que tenía poco. La muy condenada sabía cómo
mangonear al Diablo, y me aseguraría de que se quemara en mi fuego
infernal.
—Yo de ti me plantearía si matarla o no. —Fruncí el ceño ante la
extraña sugerencia de Andrei—. No creo que represente una amenaza real
para esta familia. He tenido la oportunidad de intercambiar algunas palabras
con ella mientras la llevaba a su casa.
—No me importa…
—Yerik, simplemente no la mates. —Podría jurar que suplicó, lo que me
extrañó—. No lo hagas todavía. Quiero verla más veces… necesito verla.
Lo miré con los ojos bien abiertos. No me gustó nada dónde se dirigía
esta conversación, sin embargo, no pude evitar querer salir de dudas,
aunque lo que oiría no me haría ninguna gracia.
—Andrei, no me jodas —murmuré y me pasé una mano por la cara en
un vano intento de apartar la frustración que sentía—. ¿Es por ella? —No
hizo falta que me contestara. Cuando vi su expresión y cómo su mirada se
dulcificó, lo supe—. Joder.
Por más que necesitaba matar a Cynthia, ahora no podría hacerlo. La
omertà y la lealtad eran los códigos principales de esta familia. Si Andrei
puso su atención en una persona, ninguno de nosotros podría tocarla con el
propósito de hacerle daño, eso se consideraría una traición, a menos que
ella representara un peligro real para todos nosotros.
Yo era el Don, así que mis deseos estaban por encima de cualquier otro
miembro, pero no podía causarle daño a Andrei porque él jamás querría
hacérmelo a mí, aunque me importara una mierda todo por mi capacidad de
no sentir nada. ¡Maldita lealtad!
—Ahora ya lo sabes, Yerik. —Andrei tomó una respiración profunda—.
Lo siento, no era mi intención fastidiar tus planes.
—Si Cynthia se convierte en un problema…
—Lo sé —me cortó—. Hablé con ella y estoy casi seguro de que no
hará nada imprudente. Además, te doy mi palabra que yo mismo conseguiré
esas pruebas y las destruiré. ¿Hay trato? —Estiró un brazo hacia mí y me
mostro la palma de su mano.
Este asunto me detenía a la hora de acercarme a Cynthia para lastimarla
o matarla, pero no me impediría hacerlo con otras intenciones. Al fin y al
cabo, Andrei solo se refugiaba en su recuerdo, nada más. En él no habitaba
ningún otro sentimiento por Cynthia.
Inspiré profundamente y estreché mi mano con la suya, asintiendo con
la cabeza.
CAPÍTULO 28

Cynthia Moore

A lice y yo habíamos tenido una tarde bastante ajetreada en el hospital


y no pude hablar con ella sobre mis últimos encuentros con Yerik.
Ayer decidí no tener más secretos con mi amiga y, además, admitía que la
necesitaba porque quería tener a alguien con quien poder expresar todos mis
temores y preocupaciones.
Me dejé caer en la silla giratoria del control de enfermería y miré el reloj
que había colgado en la pared. Las agujas marcaban las nueve y media de la
noche, así que faltaban treinta minutos para acabar nuestro turno.
Esta vez, las dos habíamos coincidido juntas, así que la petición de
Daniell sobre que fuéramos sus enfermeras no se aplicaba en el día de hoy.
A veces, Luciano o Serafina tenían que atenderlo.
—Menuda tarde llevamos —dijo Alice, apoyándose en el mostrador
desde fuera—. Parece que ahora ya asoma la tranquilidad.
—Ya soy capaz de degustarla en mi exquisito paladar —bromeé con una
tenue sonrisa.
—Me fastidia tener que doblar turno.
A ella le tocaba hacer también la noche, así que no me podría llevar a
casa y tendría que ir caminando hasta mi apartamento. A mí no me suponía
ningún problema, pero Alice se preocupaba en exceso por mí desde que le
conté toda la verdad que le ocultaba.
—No pasa nada. —En su mirada pude captar una emoción que no me
gustó—. ¿Qué pasa?
—No puedo evitar echarme la culpa por todo lo que te está pasando —
soltó, haciéndome fruncir el ceño.
—¿Por qué? —quise saber. Ella me miró con cara de espanto.
—¿Como que por qué? Te recuerdo que fui yo quien te empujó a
instalarnos en Milán cuando tú no querías venir por los recuerdos tan
desagradables que tenías de esta ciudad. Yo misma te he lanzado a los
brazos de esa familia —terminó murmurando.
—Fui yo la que aceptó, Alice, y tú no me obligaste, así que deja de
culparte. —Sentí una punzada de dolor en el pecho porque me recordó a
Rose. Ella tenía la mala costumbre de culparse por todo lo que pasaba a
nuestro alrededor—. Tengo más cosas que contarte. —Desvié la
conversación a otro punto importante, lo que menos quería era que se
sintiera mal por algo que no hizo—. Sin embargo, este no es el momento ni
el lugar.
Alice soltó un suspiro y rodeó el mostrador para sentarse en la otra silla
giratoria, a mi lado.
—Mañana comienzan tus vacaciones, así que podemos ir al Paradiso
una noche. No solo hablaremos, también despejaremos nuestra mente de
tantos problemas —sugirió.
—Perfecto.
Tendría dos semanas libres de mi trabajo en el hospital, pero no en la
mafia de los Petrov. De hecho, mañana tenía que volver, aunque para
quitarme los puntos de mi herida del brazo, y aprovecharía estas vacaciones
para conseguir un vehículo. No solo detestaba depender de alguien para
moverme por la ciudad, tampoco me gustaba la idea de que alguien de esa
familia tuviera que recogerme y traerme a casa. Algún día podrían tener la
tentación de secuestrarme y robarme los órganos después de torturarme.
Mis ojos se desviaron nuevamente hacia el reloj y no quise retrasar el
momento. Tenía asuntos importantes que tratar con mi paciente favorito.
—Tengo que hablar con Daniell. —Me levanté de la silla.
—Desde luego que tienes mucho que hablar conmigo —se quejó y no
pude evitar sonreír al ver su puchero—. Y, por desgracia, tendré que
esperar.
Me puse en marcha para visitar al Petrov, no obstante, la voz de mi
amiga me paralizó en mitad del pasillo.
—Mañana le dan el alta hospitalaria —me informó—. Serafina me lo
dijo en el relevo. —Asentí con la cabeza sin mirarla y reanudé la marcha.
Cuando llegué a la puerta de la nueva habitación de Daniell, mi mano se
quedó atascada en el pomo, como si una fuerza me repelara y me empujara
hacia atrás. Este hombre era una caja de sorpresas y nunca me esperaba por
dónde me saldría en cada conversación.
Tomé una respiración profunda e ingresé dentro con decisión. La
diferencia en esta situación era que mis nervios se aflojaron notablemente y
debería de suprimirlos en su totalidad, ya que estos solo nos influían para
cometer errores.
Daniell ya había cenado y se encontraba sentado en la cama. Lo curioso
era que su mirada ya conectó con la mía, como si me estuviese esperando.
—Ya estamos al día —dije en modo de saludo—. Estoy dentro de la
mafia de tu familia y tú estás en la habitación que solicitaste.
Me señaló su lado de la cama, invitándome a sentarme junto a él. Vacilé
por un momento y sonrió al ver la inseguridad que irradiaba mis facciones.
Cuando por fin tomé asiento lo más alejada de Daniell, habló.
—Entonces, ¿ya estás lista para seducir al Diablo? —Un escalofrío
recorrió por mi espalda y asentí con la cabeza—. Será un proceso un poco
lento y no tienes mucho tiempo porque tu chantaje tiene fecha de
caducidad. —Abrí los ojos como platos.
—¿Cómo sabes…?
—¿Que has chantajeado a Yerik con el crimen del vigilante? —me
interrumpió—. Creo que eso es irrelevante ahora, ¿no crees?
Aunque no me contestara, ya sabía la respuesta. Zaria visitaba a Daniell
con frecuencia, así que ella tuvo que informarle de todo. No obstante, esto
no le restaba misterio a este hombre.
—He explorado un poco la casa, pero me interceptó Makari.
—Por eso mismo necesitas que yo te guíe al dormitorio del Diablo y así
no correrás riesgos innecesarios. No es aconsejable que des pasos de ciego
en mi casa. —Hizo énfasis en la última palabra—. Si lo vuelves a hacer,
posiblemente Makari te sorprenda de verdad.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿Siempre eres tan preguntona? —Apreté los labios, molesta.
—Si te limitaras a contestar a mis preguntas, no tendría que formularte
más.
—¿De verdad quieres desaprovechar el poco tiempo que te queda
discutiendo conmigo sobre una tontería? —Alzó ambas cejas, simulando
incredulidad. Solté un suspiro ruidoso y le insté a que continuara con un
gesto manual—. Cuando subas las escaleras principales, toma el camino de
la izquierda. Recorrerás una serie de pasillos un tanto laberínticos, así que
memoriza esto: derecha e izquierda. En ese orden. —Apartó la vista de mí y
la enfocó en sus manos entrelazadas que tenía entre sus piernas abiertas—.
La puerta del dormitorio de Yerik es la penúltima que hay en la pared de la
izquierda.
—Tus indicaciones son claras. Mañana tengo que volver, así que haré
exactamente lo que me digas —dije, llamando nuevamente su atención.
—¿Cuándo tienes que ir? —quiso saber, atrapándome con su oscura
mirada, como si se tratara de un imán.
—A las seis de la tarde. Tal vez nos veamos —respondí, suponiendo que
él ya estaba informado del alta médica.
Una sonrisa de lo más siniestra se plasmó en su rostro y no sabía cómo
interpretarla.
—Cuando entres en su dormitorio, ve directamente a su mesilla y busca
unas jeringuillas. —Fruncí el ceño y, cuando iba a hablar, me interrumpió
—. Yerik consume una droga a diario y, para acceder a su corazón, tienes
que reducirle la dosis hasta que los efectos de la Satamina mengüen lo
suficiente como para hacerle sentir.
—Por favor, sé que te fastidian mis preguntas, pero necesito saber más.
¿No ves que solo me creas más curiosidad? —dije antes de poder retener
mis palabras—. Necesito respuestas para saber qué estoy haciendo
exactamente.
—Como supondrás, Yerik podría darse cuenta si ve las jeringuillas con
menos líquido, así que tendrás que vaciar un poquito de todas y rellenar el
resto con suero fisiológico. La droga quedará reducida, pero el líquido no,
lo que no le hará sospechar. Además, tendrás que realizar este
procedimiento con frecuencia, ya que él se administra una al día —
prosiguió, ignorando mi petición—. Te aconsejo que reduzcas la dosis muy
despacio. De lo contrario, podrías trastornarle la mente más de lo que ya
está. —Se acostó sobre la cama y puso ambos abrazos por detrás de su
cabeza—. Incluso más que la mía. —Sonrió de lado.
—¿Para qué consume la Satamina? —insistí, optando por otra vía para
acceder a la información que quería saber.
—Ni él mismo lo sabe —murmuró, confundiéndome aún más.
Necesité de todo mi autocontrol para no soltar unas cuantas maldiciones.
Al fin y al cabo, él se ofreció a ayudarme y no debería de enfadarlo. No
tenía intención de conocer su furia.
—Yo sé demasiado porque soy muy cotilla, quizás, y siempre me ha
gustado observar con detenimiento.
—Entonces, aprovechas bien lo poco que duras viviendo en tu casa,
puesto que te pasas más tiempo ingresado en el hospital —le dije con la
mayor suavidad posible para que no notara mi sarcasmo—. Y no te
preguntaré por qué.
«Por más ganas que tenga de saberlo», terminé en mi mente.
Las comisuras de sus labios hicieron el amago de elevarse.
—No olvides lo que te dije. —Su mirada volvió a oscurecerse cuando
conectó con la mía—. Jamás me investigues. —Recordaba su amenaza
perfectamente—. Haz lo que te he dicho con la Satamina y ni se te ocurra
compartir esta información con nadie. Ni el mismísimo Diablo sabe lo que
está consumiendo, al menos no del todo. Mi padre es quien se la consigue,
aunque con buenas intenciones.
Cada vez estaba más confusa. Sin embargo, no insistí en saber más
porque de nada serviría, ya que Daniell se negaba a aumentar mis
conocimientos.
—Eres enfermera y sabrás cómo manejar sus próximas dosis. No solo
tienes que seducirlo, Cynthia, también debes enamorarlo perdidamente.
Otro escalofrío más violento me recorrió por completo, dejándome en
evidencia delante del Petrov. Sin embargo, no sonrió esta vez ni se burló
por el repelús que me ocasionaba tener que ganarme el corazón de Yerik.
—El amor es el sentimiento más fuerte, incluso más que el respeto.
Entendía lo que me quería decir a la perfección. No me bastaría con que
Yerik me respetara y que empujara al resto de su familia a hacerlo también.
Si conseguía ganarme su corazón, él haría cualquier cosa por mí, aunque no
me imaginaba al Diablo en la palma de mi mano.
—Pero cuidado, Cynthia Moore —Daniell me sacó de mis pensamientos
y lo miré con atención—, no vayas a caer tú también.
—Eso jamás pasará. —Me puse en pie de sopetón.
—Todos conocemos la maldad del Diablo, pero nadie lo conoce
enamorado. ¿En qué podría convertirse? —Se lo preguntó él mismo,
sumergido en sus pensamientos inalcanzables—. Con suerte, serás las
espinas que rodearán su corazón hasta hacerlo sangrar. —No sabía cómo
tomarme eso.
—¿De verdad que todo esto lo haces para ayudarme o hay alguna
intención macabra oculta en tus acciones?
—Todos tenemos buenas y malas intenciones, ¿no crees?
—¿Sabes? —Me dirigí hacia la puerta, pero no la abrí todavía—. Eres
muy intrigante. —Entonces, algo muy importante me vino a la mente y me
di la vuelta para encararlo—. No me has preguntado nada sobre la
emboscada de Yerik y Zaria, ni siquiera me has sacado el tema. —Le lancé
una mirada desconfiada—. Doy por hecho que sabes que todo fue bien
porque Zaria te visita a menudo.
—Efectivamente.
Vale, cualquier duda sobre cómo se enteraba de las cosas ya estaba
resuelta. No obstante, había algo más que Zaria no pudo saber, ya que sería
imposible que su horror lo fingiera.
—Me dijiste que tendría a un francotirador apuntándome en la cabeza,
no obstante, también me ayudó porque me quitó a uno de esos hombres
cuando iba a matarme. Supongo que le diste esa orden si la situación se
pusiera fea. —Daniell asintió con la cabeza, dándome la razón—. ¿Cómo
fuiste capaz de preparar todo eso estando aquí ingresado?
—Si estás sugiriéndome que me fugo de aquí y vuelvo como si nada,
creo que eres más tonta de lo que pensaba. —Hice caso omiso de su ofensa
tan maleducada—. ¿No se te ha ocurrido pensar que tengo contacto con el
exterior porque hay alguien más que me visita, aparte de Zaria?
Inspiré profundamente para serenarme. Jamás pensé en la primera
opción, así que no tenía nada de tonta. Sin embargo, ninguno de mis
compañeros me comentó que recibía visitas de otra persona que no fuera
Zaria. Esto me conducía a que Daniell hablaba con alguien a escondidas en
los ratos que él salía al patio a pasear. A decir verdad, esto era algo que no
me importaba, aunque sí que tenía curiosidad sobre quién le estaba
ayudando. Al fin y al cabo, esa persona misteriosa también me estaba
ayudando a mí.
—¿Tienes alguna petición más? —terminé preguntando.
Él siempre me pedía algo después de obsequiarme información valiosa,
así que ahora me tocaba oír lo que quería a cambio.
—Te dejaré disfrutar de tus vacaciones, Cynthia. Continuaremos
después y, por lo visto, tienes mucho trabajo por delante.
—¿También sabes que no vendré a trabajar durante dos semanas?
—Creo que estás un poco paranoica conmigo. Tu compañera Alice me
informó de eso porque una de mis enfermeras personales se ausentará dos
semanas —respondió, refiriéndose a mí—. Al igual que también me
comentó lo del alta médica.
Daniell tenía razón. Estaba obsesionada con descifrar su mente y eso ya
comenzaba a formar estragos en la mía, así que no le di más importancia al
asunto.
—Buenas noches, Cynthia. —Esta era la forma que siempre tenía de
echarme de su habitación.
—Buenas noches —me despedí de él y salí de aquí. Ya quedaban dos
escasos minutos para irme del hospital.

✯✯✯

Pasé por calles más transitadas para volver a mi apartamento. No quería


correr riesgos innecesarios y sufrir algún percance indeseado en plena
noche.
No paraba de darle vueltas al tema de la droga que consumía Yerik.
Como mañana tenía que volver a la casa de los Petrov, emplearía esa visita
para empezar con mi plan. Antes de salir del hospital, cogí unos cuantos
viales de suero fisiológico para llevarlo a cabo.
Estaba claro que a partir de ahora tenía que seguir un camino más
solitario, sin Daniell. Descubriría qué era exactamente la Satamina y
aprendería a diferenciar a los gemelos, ya que Andrei podría servirme de
mucha ayuda para futuros proyectos. Una parte de mí, que me esforzaba en
mantener oculta, se sentía mal por lo manipuladora que estaba siendo,
convirtiéndome en una persona muy diferente a como era antes.
Paré en seco cuando una figura bastante conocida apareció en mi campo
de visión nada más cruzar una esquina. Retuve la respiración cuando
procesé la imagen que tenía delante en mi mente confusa.
Dylan McClain estaba besándose apasionadamente con una chica que
estaba de espaldas a mí, así que no podía verle la cara, tan solo su cabello
largo, ondulado y moreno. Mi hermano tenía una mano enredada en el pelo
de la mujer mientras que la otra recorría las curvas tan pronunciadas que
tenía su cuerpo esbelto. Ambos se acariciaban con lascivia y cualquiera que
los viera diría que acabarían manteniendo relaciones sexuales en la entrada
de ese callejón.
Un nudo se formó en mi garganta y reprimí un sollozo. Reconocía que
me dolía ver a mi hermano en los brazos de otra mujer que no fuera Rose,
pero ¿qué esperaba? Mi amiga, mi todo, estaba muerta y Dylan tenía todo el
derecho de rehacer su vida, así que no podía ser egoísta.
No aguanté seguir mirando esta escena y me di la vuelta, tomando otro
rumbo para volver a mi apartamento.
CAPÍTULO 29

Cynthia Moore

A cababa de salir de la sala de curas, donde Francesco Di Marco


terminó de atenderme la herida del brazo. Zaria fue quien me trajo a
la casa de los Petrov y me estaba esperando en el salón para volver a
llevarme a mi apartamento. Lo que ella no sabía era que le haría esperar un
poco más, pero no tenía tiempo que perder, ya que no debería levantar sus
sospechas al notar que el cirujano estaba tardando demasiado con la cura de
mi herida.
Sabía que Francesco permanecería un rato más en la zona quirúrgica, así
que solo disponía de ese rango de tiempo para llegar al dormitorio de Yerik
y manipular sus jeringuillas. Solo esperaba no cruzarme otra vez con
alguien que me resultara un problema.
Opté por tomar otro rumbo para llegar a las escaleras principales,
evitando pasar por el salón. Tuve que emplear mi instinto de posición,
formándome en mi mente una clase de mapa para saber qué camino tomar
con lo poco que conocía de esa vivienda.
Me metí por un pasillo paralelo al salón e intuí que estaba rodeando esa
gran estancia. Llegué al comedor, donde una gran mesa con numerosas
sillas se situaba en todo el centro. Mi vista se desvió a la lámpara inmensa
con forma de múltiples candelabros, cuyas bombillas parecían velas
encendidas.
Miré por mi alrededor, asegurándome de que nadie me observaba, en
especial Nadia, que era la fantasma de la familia.
Solté un suspiro silencioso cuando llegué al vestíbulo y subí los
escalones con cuidado en no hacer ni un ruido con mis pasos. Una vez en
todo lo alto de las escaleras principales, tomé el camino de la izquierda y
seguí las indicaciones de Daniell. Mi corazón latía frenético conforme me
acercaba a mi objetivo y recé en mi interior para que todo siguiera así de
aislado y silencioso.
Visualicé la puerta que me nombró mi paciente enigmático y giré el
pomo con delicadeza. Cerré los ojos con fuerza mientras la abría muy
despacio, como si esperara encontrarme con una inmensa jaula de oro,
donde el Diablo tendría a sus esclavas. Pero ¿qué películas me estaba
montando en mi cabeza? Quise reír como una desquiciada por esa estupidez
de pensamiento.
Cuando encendí la luz de la habitación, me quedé de piedra. Vale, no era
una jaula lo que tenía delante, pero se trataba de un dormitorio con colores
inusuales. Como era de esperar, la decoración seguía con la misma gama
gótica del resto de la casa, sin embargo, el rojo granate y el negro formaba
la ropa de cama.
A ambos lados de ese mueble había dos grandes ventanas, aunque eran
más pequeñas que las que veía en el lado izquierdo, donde también estaban
las puertas correderas que conducían a una pequeña terraza. En la derecha
se ubicaba una puerta cerrada, que supuse que se trataba del cuarto de baño.
Este estaba entre un sillón en un rincón y una cómoda. Al lado de esta se
hallaba el acceso a un gran vestidor.
Miré nuevamente la cama y me atrajo como si fuera un maldito imán, no
pudiendo evitar acercarme. Pasé la palma de mi mano por la colcha del
color de la sangre en abundancia con bordados extraños, similares a unas
plumas de aves. No suficiente con eso, mis dedos llegaron a las sábanas
negras de seda y estas tenían una suavidad exquisita. Por un instante,
imaginé mi cuerpo desnudo envuelto en estas telas tan delicadas.
Me reprimí mentalmente por este tipo de pensamientos impuros y me
obligué a salir del trance. Quise reñirme a mí misma por perder el tiempo en
cosas que debería de sentir asco y fui hacia la mesilla. Me senté en la cama
y empecé a abrir los cajones. No tardé demasiado en encontrar una clase de
estuche negro bastante sospechoso.
Solté una bendición en voz baja al ver las famosas jeringuillas
precargadas ordenadas por secciones. En cada una conté para una semana.
Sin embargo, mis labios formaron un mohín de disgusto por la cantidad que
había dentro del estuche. ¡Eran demasiadas que manipular!
Me quedé embobada en el líquido transparente y me pregunté para qué
Yerik consumía la Satamina. Jamás había oído hablar de una droga con ese
nombre, así que tenía que ser una poco común y que solo unas pocas
personas tendrían acceso a ella.
Cogí el estuche y fui hacia la sala de baño, el cual era muy amplio y de
una belleza lúgubre. Desde luego que me quedaría encerrada en este
dormitorio durante horas, observando cada detalle. No obstante, ahora no
era el momento oportuno para saciar mi vena exploradora.
Deseché por el lavabo un cuarto del líquido de cada jeringuilla de las
dos primeras secciones y la mitad de las dos últimas, puesto que la
Satamina no sería todo este potingue, sino que estaría diluida, así que no le
había bajado una dosis alta realmente. Al menos, eso esperaba.
Sin perder ni un segundo en realizar más cálculos absurdos, saqué de mi
bolso los viales del suero fisiológico que robé del hospital y fui rellenando
cada jeringuilla con la misma cantidad que acababa de quitar.
Una vez que terminé, eché los viales vacíos nuevamente en mi bolso,
rocié de agua del grifo toda la poza del lavabo con la ayuda de mis manos y
me aseguré de dejar las jeringuillas ordenadas dentro del estuche. Corrí
hacia la mesilla y lo dejé de la misma forma que lo había encontrado para
no levantar sospechas. Después alisé la cama, sin dejar evidencias de que
alguien se había sentado.
—Ya está todo —musité para mí misma.
«Hasta que tenga que volver a hacerlo con un nuevo estuche en cuanto
se le gastara este».
Salí del dormitorio y recorrí el camino de vuelta con sigilo, amarrando
mi bolso con fuerza por instinto. Cuando llegué a las escaleras principales,
un grito me dejó petrificada.
Giré la cabeza hacia el lado derecho, donde fui la vez pasada que me
crucé con Makari. Me quedé bloqueada como una estúpida hasta que di un
respingo cuando oí otro chillido más debilitado, como si alguien hubiera
amordazado a la chica.
Me debatí mentalmente qué hacer. Era consciente de que lo más sensato
sería reunirme con Zaria en el salón antes de que ella me buscara por la
tardanza y no exponerme más al peligro, pero la curiosidad tiraba de mí
hacia el origen de esos gritos.
No sabía en qué momento mis pies se movieron, sin embargo, ya me
encontraba adentrándome nuevamente en estos pasillos del lado derecho de
la casa. Mi corazón aporreaba bajo mi pecho y una serie de violentos
escalofríos recorrían hasta por mis entrañas.
Al llegar a las escaleras de esta sección, me asomé por la barandilla y
miré hacia arriba. Mi instinto me empujaba a subir y eso fue lo que hice.
El piso superior continuaba con la misma estética que el anterior, pero
tenía la sensación que esta parte de la casa la tenían más aislada, como si se
ocultara algo escabroso aquí.
Una puerta entornada llamó mi atención y anduve hacia esta. Desde ahí
provenía esos sonidos más amortiguados, aunque ahora escuchaba
perfectamente un llanto desolador.
Asomé mi cabeza con cuidado por la estrecha ranura de la puerta y
tragué saliva con dificultad por el nudo que se estaba formando en mi
garganta. Lo poco que visualizaba del interior era alarmante, y, como la
masoquista que era, decidí entrar dentro de la habitación, ya que no había
nadie más que no fuera la chica acostada sobre una camilla. Desde luego
que no estaba preparada para lo que mis ojos estaban viendo.
La mujer joven permanecía amarrada a la camilla con unas correas,
obligándola a mantener las piernas abiertas. Tardé unos segundos en darme
cuenta de que una de ellas se trataba de una prótesis mal colocada. Era
obvio la infección que se extendía por todo su cuerpo maltratado.
Como la chica estaba desnuda, era visible los restos de semen y sangre
que salían de entre sus piernas. Por la cantidad de esos fluidos, había sido
violada varias veces y la última fue muy reciente.
Tapé mi boca con una mano por el horror y mi vista se empañó por las
lágrimas que empezaban a formarse en mis ojos horrorizados. La pobre
mujer mutilada me estaba observando con súplica, aunque con un solo ojo,
ya que el otro fue sustituido por un botón que alguien le cosió sobre los
párpados hinchados y amoratados.
—Dios mío —titubeé y un sollozo trepó por mi garganta, pero no le dejé
salir para no llamar la atención.
Mi mirada recorrió el resto de la habitación. Alrededor de la camilla
había muchos utensilios de costura y bricolaje, como si el causante de esta
atrocidad estuviera jugando a mutilar a sus víctimas y modificar sus
cuerpos.
Reprimí las náuseas y me obligué a apartar la vista para dirigirla hacia
dos puertas paralelas. Una de ellas estaba abierta y salía una luz intensa de
su interior; la otra se encontraba cerrada, pero el cartel que había anclado
me dejó helada: Colección privada.
Di un respingo cuando una canción tarareada alcanzó mis oídos.
«En la habitación de la luz encendida hay alguien», pensé con temor.
—¡No te estoy oyendo gemir! —chilló Makari y la chica volvió a
estallar en llanto del susto.
Me olvidé del miedo y corrí hacia las correas de la camilla para intentar
liberarla. ¿Qué haría después? ¿Cómo la iba a sacar de esta casa sin ser
vistas? ¿Qué pasaría una vez que se dieran cuenta de mi intromisión?
No pude plantearme las respuestas porque los pasos de Makari se
oyeron más cercanos; y sus silbidos, más fuertes. Le eché un rápido vistazo
a la chica antes de correr hacia la colección privada, ya que no me daría
tiempo ir hacia el otro extremo de la habitación, donde estaba la salida.
En cuanto cerré nuevamente la puerta de esta nueva estancia, escuché a
Makari hablar con su víctima. Mi cuerpo temblaba como una hoja, sin saber
qué hacer para salir de aquí sin ser descubierta por ese psicópata
desequilibrado.
Esta habitación estaba sumida en la oscuridad, lo que me ponía aún más
nerviosa porque no veía absolutamente nada. ¿Y si me aparecía alguien por
detrás con una motosierra y me cortaba en mil pedacitos? El terror que me
recorría por las venas me hacía desvariar y solo pensaba estupideces, sin
embargo, necesitaba salir de dudas.
Busqué a tientas el interruptor de la luz hasta que lo encontré. Deseé no
haberlo hecho y reprimí un grito.
—Por favor, sacadme de aquí —recé al aire, como si pudiese invocar un
milagro.
Ahora entendía el cartel de esta habitación. Efectivamente, Makari tenía
una colección de muñecas, aunque humanas. Todas tenían un aspecto
espantoso y estaban de pie, dentro de unas estrechas y redondeadas vitrinas
de un cristal fresco. No había que ser un genio para saber que estas mujeres
estaban muertas y se conservaban en formol. El olor a este producto
químico no era tan fuerte aquí porque los cuerpos sin vida se conservaban
dentro de esas cápsulas y, como era de suponer, en frío.
Ese maldito animal coleccionaba a las mujeres, las mutilaba como unas
muñecas de trapo y las mantenía en esta sala. No sin divertirse antes,
torturándolas y violándolas.
Giré el cuello tan rápido como un látigo y mi mirada se estrelló contra la
puerta. El sonido de la motosierra en funcionamiento era un hecho, pero yo
no era la receptora de ese ataque. Si permanecía aquí más tiempo acabaría
con un ataque de histeria y Makari me atraparía para hacerme lo mismo que
a estas pobres chicas o algo mucho peor por entrometida.
Me tapé los oídos y cerré los ojos con fuerza cuando los gritos
amortiguados de esa mujer de la camilla se hicieron presentes.
«¡A la mierda con la prudencia! ¡Necesito salir de aquí!».
Me puse en marcha, dejando el terror atrapado en el rincón más oscuro
de mi mente. Abrí la puerta con cuidado y asomé la cabeza, rezando para
que este psicópata me estuviese dando la espalda. No obstante, si me viera,
le atacaría hasta matarlo, importándome bien poco si después las
consecuencias caían sobre mí como dagas.
Esta vez mis plegarias fueron escuchadas y pasé por detrás de Makari
con cuidado, quien no me vería mientras salía de esta habitación. En mitad
del camino tuve que parar cuando un chorro de sangre aterrizó en mi cara,
produciéndome unas arcadas. El Petrov no reparaba en mi presencia ni en
los sonidos que se escapaban de mi garganta gracias al escándalo que estaba
formando con la motosierra y a los gritos amortiguados de la chica.
Él estaba equipado con ropa ya preparada para las salpicaduras de
sangre y tejidos, pero yo acabé bañada en sangre y me tendría que pasear
por esta casa con un aspecto desastroso.
Corrí con sigilo hacia la salida y casi lloré cuando llegué al pasillo,
dejando la puerta como me la encontré al venir aquí. Resollaba sin control y
sentí que el aire que entraba en mis pulmones era insuficiente.
Tenía que seguir adelante, no podía detenerme ahora que había
conseguido escapar de este desequilibrado mental. Las palabras de Daniell
vinieron a mí con una fuerza aplastante.
«No es aconsejable que des pasos de ciego en mi casa. Si lo vuelves a
hacer, posiblemente Makari te sorprenda de verdad».
Joder. Había estado enfrentando a un psicópata peligroso cada vez que
lo tenía delante. Jamás me imaginé que su mente tan retorcida llegara a
estos límites tan inhumanos.
Visualicé un espejo en mitad del pasillo de la planta inferior y observé
mi reflejo un momento. Las salpicaduras de sangre no solo habían llegado a
mi rostro, también a mi cabello rubio y a mi ropa. Por inercia, miré al suelo,
asegurándome de que no estaba dejando pasos ensangrentados.
No perdí más el tiempo y corrí por los pasillos sin mirar atrás,
alejándome de esos ruidos tan escabrosos de la habitación personal de
Makari. Bajé los escalones de las escaleras principales de dos en dos,
teniendo que arrastrar mis manos temblorosas por la barandilla para no
rodar por ellas del pavor que inundaba mi sistema.
Cuando salí del vestíbulo, en dirección al salón, me estrellé con un
cuerpo diminuto y me eché hacia atrás con cara de espanto. Guardé silencio
ante el escrutinio de Larissa, la hija de Nadia. Ella ladeó la cabeza y me
sonrió, pero no dijo absolutamente nada. Sin embargo, abrazó su muñeca
horrorosa con fuerza y se perdió por otro pasillo, dando pequeños saltitos de
alegría.
Decidí no recorrer más esta casa con este aspecto ensangrentado y salí
disparada hacia el exterior. Una vez fuera, me escondí detrás de unos
matorrales cercanos y saqué el móvil del bolso para ponerme en contacto
con Zaria. Por desgracia, ella tendría que saber la verdad, solo esperaba
poder confiar en su discreción.
Tan solo le envié un mensaje, diciéndole dónde estaba y que viniera sola
a por mí, que era urgente lo que tenía que decirle. Un minuto más tarde, la
vi salir de la casa, mirando a su alrededor en mi busca.
No la hice esperar y me mostré ante ella. Zaria abrió los ojos como
platos y corrió hacia mí.
—Dios mío —murmuró—. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás herida? —Hizo el
amago de acercarse para comprobarlo, pero la detuve alzando una mano.
—Por favor, sácame de aquí. Nadie puede verme así —le supliqué—. Te
lo contaré todo cuando estemos resguardadas en tu coche.
—Claro. ¡Vamos!
Nos dirigimos a su vehículo y no la esperé a que entrase para hacerlo yo.
Estaba desesperada por salir de esta propiedad y ponerme a salvo. Desde
luego que después de esta desagradable experiencia tendría nuevas
pesadillas.
Zaria me tendió una de sus chaquetas para que me limpiara la cara y me
tapara lo máximo posible. No sería prudente que alguien de la calle me
viera así mientras ella conducía.
La Ivanova arrancó el motor y se puso en marcha. Solté un suspiro de
alivio cuando ya traspasamos las puertas y nos incorporamos a la carretera.
El sol comenzaba a ocultarse, aunque todavía teníamos luz suficiente para
llegar a mi apartamento antes de caer la noche.
—¿Se puede saber qué te ha pasado para acabar así? —preguntó
preocupada.
No podía decirle la verdad, sin embargo, tampoco podía soltarle una
mentira, así que hice una mezcla.
—Antes de llegar al salón, en cuanto acabé con Francesco, me crucé con
Larissa y me dio… —No sabía cómo describir lo que esa niña me producía
con su sola presencia—. La cuestión es que quise esquivarla y me eché por
otro pasillo, llegando al vestíbulo. Entonces, antes de ir a por ti, escuché un
grito. —Hice una pausa porque había llegado a la parte de mis temores—.
Fui una estúpida y quise ver a qué se debía ese grito. Seguí los continuos
lamentos y llegué a una habitación, donde Makari realiza…
—Tú no sabías lo que te podrías cruzar en esta casa, Cynthia, y nadie te
informó de eso, ni quiera yo —contestó con suavidad, lo que me asombró
por tanta comprensión por su parte—. Tu instinto te condujo hacia la
habitación personal de Makari. No quería que presenciaras nada de eso,
pero ahora tengo que advertirte.
—Él no me vio en ningún momento —me adelanté—. Tan solo entré y
vi cosas desagradables. Acabé cubierta de sangre, sí, pero él no se dio
cuenta de mi presencia —terminé en un susurró.
—Por favor, no quiero detalles —soltó y la vi tragar saliva, como si
estuviese reprimiendo las ganas de vomitar—. Me imagino lo que viste y,
créeme, tengo muy buena imaginación.
Su vista estaba fija en la carretera y yo no podía dejar de observarla con
el ceño fruncido. Zaria no estaba hecha para el mundo que rodeaba a su
familia, ahora pude darme cuenta.
—Quiero advertirte de que no vuelvas a explorar la casa tú sola. Si
necesitas buscar algo, yo puedo guiarte, ¿de acuerdo?
—Sí —mentí, porque todo lo que necesitaba encontrar tendría que
hacerlo yo sola—. Muchas gracias. Solo te pido que no le digas nada a
nadie sobre esto. No quiero meterme en más problemas con tu familia.
—No lo haré, Cynthia, tranquila. —Sus palabras aliviaron la tensión de
mis músculos engarrotados y me acomodé en mi asiento—. Sin embargo, te
pido que, veas lo que veas y oigas lo que oigas, mantengas la boca cerrada.
—No sonaba a amenaza ni a advertencia, sino a consejo.
—No te preocupes. Como te he dicho, no quiero más problemas —le
aseguré y ella asintió con la cabeza.
—Makari tiene una extraña obsesión con secuestrar a mujeres y hacerles
todo tipo de cosas espeluznantes —explicó, cambiando de tema—. Yo
jamás entro en su habitación personal, pero sé que colecciona los cuerpos
hasta que no tiene más remedio que deshacerse de ellos.
—Nunca me imaginé algo así y lo peor de todo es que yo llamé su
atención, Zaria —dije un tanto indignada por la situación—. Él está
empeñado en sumarme a su colección, ¿verdad? —Temí oír su respuesta.
—Makari está desatado últimamente y ni siquiera Dimitri o mi madre
puede mantenerlo bajo control. Su comportamiento acarrea muchos
problemas en mi familia, como habrás podido ver con el crimen del
vigilante de tu hospital. —Capté su indirecta. Por culpa de la imprudencia
del chico, yo tenía las pruebas para chantajear al Diablo y, en general, a
toda la familia—. Makari no te hará daño, Cynthia. Nos encargaremos de
eso, pero te aconsejo que intentes evitar quedarte a solas con él. Por eso
necesitas siempre la compañía de alguien de nosotros, ¿entiendes?
—Hablas en plural —objeté.
—Puedes recurrir a mí, también a los gemelos o a Yerik, incluso a
Dimitri en todo caso. —El nombre del Diablo me dejó atónita. No pasé por
alto que omitió a su madre y a sus hermanos.
—Yerik quiere matarme, eso no es ningún secreto para nadie. ¿Por qué
lo añades a la lista? —quise saber.
—Porque no puede matarte, Cynthia, ya no puede concebir ni siquiera
esa idea.
CAPÍTULO 30

Yerik Petrov

M i brazo ya recuperó su movilidad completa. La herida de flecha


apenas era una molestia y eso me condujo a un tema importante
que quería tratar con Alexei, quien permanecía sentado en el sillón del
despacho con su ordenador encima de los muslos. El que le prestara
demasiada atención a la pantalla me hacía entender que estaba enfrascado
en un asunto muy importante.
—Cuando estés disponible, me avisas. —Flexioné una pierna, apoyando
el tobillo en la rodilla contraria.
—Estoy haciendo algo que te interesaría bastante saber —dijo mientras
seguía tecleando.
—Soy todo oídos. —Fui girando lentamente mi silla de lado a lado con
la espalda apoyada en el respaldo.
—Le hackeé la red wifi a Cynthia esta tarde mientras estuve aparcado en
frente de su edificio para descubrir la IP de su ordenador y ahora estoy
dejándole una sorpresita. —Miré su perfil con mucho interés y, a la vez,
confundido.
—¿Y qué ves ahí? ¿Fotografías de chicos jóvenes, desnudos y apuestos?
—dije con desdén.
Alexei soltó una fuerte carcajada y negó con la cabeza.
—No me interesa cotillearle ese tipo de cosas. Tan solo he provocado
que cualquier pendrive que conecte quede en desuso. Podría haberme
ceñido a que se formateara una vez que lo enchufara, pero así que se gaste
el dinero para comprar otro dispositivo de esos cuando lo necesite —
bromeó.
—Qué crueldad —me burlé con una sonrisa socarrona.
Andrei me aseguró que se encargaría de eliminar las pruebas que
Cynthia tenía y no supe cómo lo haría. Él la dejó en su casa una vez, así que
ya descubrió dónde vivía y con eso Alexei tuvo la facilidad de entrar en su
red wifi; y ahora, en su IP.
—¿Y cómo estás tan seguro de que ella lo conectará a su ordenador? —
quise saber.
—Alguna vez lo hará y mi hermano se asegurará de que ese momento
llegue pronto —respondió con la vista aún fija en la pantalla de su portátil.
—Te recuerdo que esa niña le dio una copia a alguien. —Paré cualquier
movimiento de mi silla en cuanto volvió a reírse—. ¿Qué te hace tanta
gracia?
—Fue un farol, Yerik. No existe tal persona —soltó y apreté la
mandíbula por el inicio de rabia que estaba naciendo en mi interior—.
Cuando Andrei habló con ella, la desvió al tema en cuestión y él evaluó sus
pocas palabras, sus gestos y su silencio prolongado. Mi hermano me
aseguró que solo ella tiene esa información tan valiosa para nosotros.
—Maldita niñata —espeté.
Pese a estar enfadado con ella, una sonrisa tironeó de mis labios al
pensar en su astucia y en cómo supo llevarme a su terreno otra vez.
—Y ya podrás hacer con ella lo que quieras —sentenció, apagando su
ordenador y dejándolo encima de la mesita de cristal que tenía delante para
prestarme atención.
—Realmente, no. —No sabía si Alexei estaba al tanto de lo que su
hermano compartió conmigo—. Al menos, no puedo matarla.
Andrei era la verdadera ancla de Cynthia a la vida. Desde luego que esta
chica tenía suerte de tenerlo a él de su lado. No solo teníamos la obligación
de no ponerle un dedo encima, también debíamos de mantenerla a salvo de
cualquier peligro. Para mi mala suerte, yo estaba incluido en el lote, pero mi
parte de cabrón no se veía modificada por nada ni por nadie.
—Te confieso que es la primera vez que me siento tan confuso. Mejor
dicho, la segunda, ya que lo primero que me dejó descolocado fue descubrir
el pasatiempo favorito de mi hermano Makari. —Soltó una risita irónica y
continuó—. Te vi con Cynthia en una situación comprometedora en los
vestuarios y después me entero del interés de Andrei por esa misma chica.
—Tu hermano vive en su recuerdo y, como podemos comprobar, no
superó su fallecimiento —le aclaré.
—Querrás decir, su crimen. Uno que él mismo estuvo en la obligación
de encubrir.
—Los negocios son negocios, Alexei, y aquí no hay lugar para los
sentimientos dulces —murmuré.
—Una gran ventaja para ti, puesto que no sientes nada. —Asentí con la
cabeza con la vista perdida en un punto del despacho.
—El amor es la enfermedad más letal del ser humano, ¿no crees? —
comenté—. Cynthia no es Victoria, aunque ambas tengan la similitud del
cabello largo y rubio, ojos azules y rostro angelical. Sin embargo, Andrei
tiene la esperanza de volver a sentir a Victoria entre sus brazos.
—Él se conforma con tenerla cerca, lo sabes. —Hizo un ademán con la
mano, restándole importancia—. Dudo mucho de que Cynthia ponga el ojo
en alguno de esta familia.
—Eso no sería problema para ninguno, pero no puedo decir lo mismo
sobre que uno de nosotros ponga los ojos en ella. Y, por desgracia, eso ya
pasó.
—Yo creo que todos los ojos de esta familia están puestos en ella. —
Alexei no pudo reprimir la carcajada—. Repasemos. —Alzó una mano y
empezó a contar con los dedos—. Makari está empeñado en sumarla a su
colección privada. Karlen baraja la opción de hacerla formar parte de sus
prostitutas o bien espantarla con sus extorsiones. Mi madre e Ivanna sueñan
con descuartizarla por envidia o celos, tampoco me importa. Andrei está
obsesionado con ella por culpa del recuerdo de Victoria. Tú deseas
penetrarla hasta romperla en pedazos y no lo niegues porque tu deseo
sexual es evidente, tampoco es difícil adivinarlo por tu adicción a esa
actividad. —Le eché una mirada fulminante—. De Daniell no tengo ni idea,
pero, conociendo su mente tan dañada, algo habrá pensado teniéndola como
enfermera. Nadia no simpatiza mucho con ella. A mi padre le da igual su
existencia. Zaria está encantada con tenerla como amiga. —Se encogió de
hombros—. Y a mí me importa una mierda lo que cualquiera de vosotros le
hagáis. Creo que esa niña ha llamado demasiado la atención en esta familia,
¿no? —Vaya, Alexei tenía razón.
Despojé de mi mente cualquier pensamiento dirigido a Cynthia Moore y
volví a centrarme en el primer asunto que tenía pensado tratar con mi primo
antes de que él llamase mi atención con su hackeo.
—Necesito que me hagas un favor —le informé con más seriedad y él
apoyó los codos encima del escritorio, esperando a que continuara—.
Quiero que investigues a Dylan McClain y prestes especial atención a
cualquier mujer que esté con él.
—¿Por qué?
—Tengo la ligera sospecha de que Rose Tocqueville está viva y en esta
ciudad. —No había olvidado la rosa negra que alguien amarró a la flecha
que me dispararon—. Necesito saber la verdad.
—Andrei podrá cerciorarse de si hay algún certificado de defunción…
—Ella ya fingió su muerte una vez para huir de los McClain,
refugiándose en Milán, así que de esa mujer me puedo esperar cualquier
cosa —me adelanté.
Los chantajes de Cynthia pronto llegarían a su fin y, aunque a ella no
pudiese hacerle daño, sí podría hacérselo a su hermanito. Al fin y al cabo,
ella buscaba también la protección de su gente. Y Rose podría serme de
utilidad, ya que a Cynthia no podía tocarla.
—De acuerdo, Yerik. Veré qué puedo hacer.
En cierto modo, comprendía un poquito a Andrei porque yo también
dejé vivir a Rose por culpa del recuerdo de Alexandra. No obstante, el nivel
de mi primo era mucho más grande. En el fondo de mi ser, sabía que algo
sentí por Alexandra, pero no recordaba si eso fue una fantasía o la cruda
realidad. Ella y yo estuvimos muy unidos cuando Igor y Alina me acogieron
en su seno familiar, pero ¿sentí amor por mi hermanastra?
Todos, excepto mi tío, pensaban que Alexandra y yo compartíamos la
misma sangre y los justicieros me acusaron en numerosas ocasiones de
incesto. Esa manada de ineptos no me conocía en lo absoluto.
Después de intercambiar más palabras con mi primo, los dos salimos del
despacho y tomamos rumbos diferentes. Ya era demasiado tarde y no me
arriesgaría a que se me olvidara otra dosis de la Satamina. Cuando llegué a
la puerta de mi dormitorio, vi a Ivanna apoyada en la pared de en frente con
los brazos cruzados.
—Si esperas que te deje pasar a mi habitación, entonces eres más
absurda de lo que pensaba —escupí y ella sonrió con malicia.
—Conozco tu manía con no meter en tu dormitorio a ninguno de tus
ligues. Siempre utilizas otra para eso.
La única mujer que tenía permitido entrar en mi fortaleza era Zaria y
nunca con esa clase de intención. Nadie estaba al tanto de ese dato y
esperaba que Ivanna no se enterara porque detestaba la idea de tenerla
metida en mi espacio personal.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí aparte de incordiarme? —exigí
saber.
—Vine a hacer las paces —contestó y se separó de la pared para
acercarse demasiado a mí—. Reconozco que actué mal cuando le quité la
vida a esa chica por el simple hecho de…
—Ya lo sé. No hace falta que entres en tantos detalles —la corté. Cuanto
antes me dijera lo que quería y se fuera, mejor para mí.
—También lamento la patada que te di en eso que tanto me gusta. —Me
eché hacia atrás cuando le vi la clara intención de tocarlo.
—Yo no siento la bofetada que te devolví —me burlé—. De hecho, lo
disfruté.
Sin verlo venir, Ivanna me agarró de la camiseta y me empujó,
estrellando mi espalda contra la pared.
—Escúchame bien, imbécil. —Alcé una ceja ante semejante insulto—.
No confundas mis disculpas con sumisión o rendición.
—Qué pena. Deseaba lo segundo. —Y no le mentí. Sería una auténtica
bendición que ella me eliminara de su lista de caprichos—. Sin embargo, he
cometido el error de hacerme ilusiones.
Ivanna sonrió y, antes de poder apartarla de mí, su boca ya estaba sobre
la mía. Me dejé manejar tan solo unos segundos, los suficientes para
saborear su ansia de tenerme. Cuando su mano se dirigió peligrosamente a
mi entrepierna, la agarré de los brazos y la separé de mi cuerpo sin soltarla.
—Esta noche no estás a la altura de mis prioridades, cariño. —Llevé una
mano a su nuca y la miré con firmeza—. Y que te quede bien claro. Nunca
te ganarías mi corazón, y no porque no tenga, ya que, si lo tuviera, jamás
elegiría a una mujer de tu calaña.
Antes de que pudiera replicar, la aparté con la mano que tenía sobre su
cabeza, empujándola hacia un lado de malas formas. Ahora que tenía el
camino despejado, abrí la puerta de mi dormitorio y le dirigí un último
vistazo. Sus facciones furibundas fue lo único que vi antes de cerrar de un
portazo.
«Estoy rodeado de víboras», pensé con sarcasmo.
Lo primero que hice fue inyectarme la siguiente jeringuilla de la
Satamina. Esta vez sentí menos quemazón que de costumbre, lo que
agradecí. Después cambié mi ropa de calle por una de dormir, dispuesto a
meterme en la cama y esperar un nuevo día. Todos eran tan monótonos que
algo sí sentía: aburrimiento.
Aparté la colcha con un movimiento brusco y una suave brisa entró en
mis fosas nasales. Mis sentidos se vieron comprometidos ante un extraño y
ligero olor que jamás perteneció a mi habitación. Por instinto, olfateé el aire
como un sabueso.
Por mi mente pasaron miles de imágenes desordenadas y sin sentido.
Observé las sábanas negras con una hambruna más primitiva y mi mirada
fue tornándose más oscura y salvaje mientras la imaginaba desnuda,
envuelta en estas sábanas que ninguna mujer había sentido. Zaria no
contaba, ya que con ella jamás sentí este tipo de necesidad.
Esta fragancia despertaba todos mis sentidos y no los conducía a nada
bueno, al menos para ella. Quizás mi familia tenía razón y estaba
obsesionado con el deseo carnal, que era el único pecado que me hacía
desconectar de mi realidad, aunque solo fuera por unos largos minutos.
Agarré la sábana y la estrujé en mi puño, acercándomela a la nariz con
mi mente todavía perdida en el limbo, en uno del que no quería salir. Por un
instante, quise perderme y no encontrarme.
Cerré los ojos e inspiré profundamente.
«Huele al fuego del infierno».
Las alucinaciones nunca me resultaron tan placenteras como en este
preciso momento.
CAPÍTULO 31

Cynthia Moore

P asaron varios días de mis vacaciones. Ya conseguí un coche gracias a


mi subida de sueldo por mis horas extras. Sin embargo, Yerik no me
permitió usarlo para ir a su casa, así que Zaria seguía con la misma labor de
chófer.
En las ocasiones que estuve trabajando con los Petrov, apenas vi al
Diablo y nuestro único contacto fue unas miraditas furtivas. No obstante, en
ningún momento nos dirigimos la palabra, ni siquiera para saludarnos. Me
gustase o no, tenía que ir acercándome ya a él de otra manera más amistosa,
puesto que su organismo ya estaría sufriendo la bajada de dosis de la
Satamina.
Me había reunido con Alice en el Paradiso, como ya habíamos quedado
antes de que me fuera de vacaciones. Kiara nos atendió y le dijimos que se
juntara con nosotras una vez acabase su jornada de trabajo.
Aproveché estar a solas con Alice para ponerla al día de todos los
nuevos acontecimientos, incluso de mi conversación con Daniell sobre la
droga que consumía Yerik. Aunque mi paciente me hubiese dicho que
mantuviera la boca cerrada sobre esto, con mi amiga no quise tener más
secretos. No quería que me pasara lo mismo que con Rose, en el que ella
me estuvo ocultando muchas cosas importantes para no preocuparme ni
ponerme en peligro cuando ya lo estuve por el simple hecho de existir y de
desconocer la verdad.
—Sabes que jamás diría nada de lo que me digas. Además, como ya te
prometí, los justicieros ni nadie están enterados de todo lo que me contaste
la otra vez —dijo ella antes de darle un sorbo a su batido de frutos rojos del
bosque—. Pero sigo opinando que estás en un peligro constante y el hecho
de que les ocultes esta información no te pondrá a salvo. Ellos tampoco lo
están, Cynthia.
—Parece ser que el Diablo ya no quiere hacerme daño y, en
consecuencia, el resto de la familia tampoco me lo hará —contesté por
enésima vez con la intención de tranquilizarla.
—¿Basas tu seguridad en lo que te dijo Zaria o en los consejos tan
extraños de Andrei? —preguntó asombrada—. No te confíes.
—Me tienen metida en su casa muchas horas a la semana y me están
dejando marchar. Si hubiesen querido hacerme daño, ¿no crees que ya me
lo hubieran hecho?
—Yo sigo sin fiarme y déjame decirte que te estás exponiendo
demasiado colándote en el dormitorio de Yerik para bajarle la dosis. —
Soltó un suspiro entrecortado—. Y sé que solo lo has tenido que hacer una
vez, pero habrá más. ¿Y si alguien te pilla infraganti? ¿Y si Makari te
atrapa en los momentos en los que estás sola?
Las preocupaciones y dudas de Alice no eran infundadas, pero no di mi
brazo a torcer en restarle importancia al asunto y convencerla de que estaba
exagerando, aunque yo sabía que no.
Después de varios intentos más, se dio por vencida y no insistió sobre
esto. No obstante, no me esperaba el tema que sacó a continuación.
—Seguro que no te has cruzado con Daniell en esa casa. —Su ironía me
hizo fruncir el ceño y, cuando le iba a preguntar al respecto, continuó—.
Luciano me contó que, cuando iban a darle el alta, armó un escándalo en el
hospital. Agredió a un auxiliar de enfermería, aunque no se ensañó
demasiado. Creemos que solo quería llamar la atención y evitar salir del
establecimiento. —Ahora entendía por qué no vi a Daniell en estos días.
Además, no le pregunté a Zaria por él.
—Al parecer, nuestro paciente no quiere volver a casa —murmuré,
sumergida en mis pensamientos.
Daniell era un auténtico misterio y no había ser en este mundo que
pudiese entenderlo, ni siquiera Zaria lo hacía, que era la persona más
cercana a él.
—Por eso te repito una sola vez más que no confíes tanto en ese hombre
y lleves cuidado con él.
—Acudí a Daniell porque era la única persona que podía ayudarme. Es
verdad que lo hice influenciada por la desesperación, pero eso no quiere
decir que me fíe de él o que no vaya a llevar cuidado, Alice —le dije y
sonreí para que no me viera tan afectada por esta situación.
Ella le dio otro trago a su batido y me miró con una ceja alzada.
—Te recuerdo que me debes algo.
—¿El qué? —quise saber.
—Quedamos en que me ibas a entregar una copia del crimen de Luigi.
Ya se me había olvidado. Lo tuve todo preparado justo antes de que
Yerik invadiera mi apartamento y no volví a intentarlo. Quería pensarlo con
más detenimiento porque no me agradaba la idea de involucrar a Alice en
estos asuntos tan turbios, bastante información sabía ya. Además, ya utilicé
esa baza con el Diablo y él pensaba que alguien más tenía esas pruebas, así
que no hacía falta meter a mi amiga en esto. Sin embargo, no le dije nada al
respecto, sino que asentí con la cabeza.
—Lo haré pronto —le mentí, puesto que todavía no sabía qué hacer.
Pasamos la siguiente hora hablando de otros temas, sobre todo,
rememorando recuerdos agradables de nuestra época en Roma para
desconectar de los problemas en Milán.
Cuando terminamos nuestros batidos, Kiara terminó su turno de
camarera y se sentó con nosotras.
—Este trabajo consume todas mis energías —se quejó con humor,
aunque estuviese cansada de verdad.
No pude evitar sentir nostalgia teniéndola junto a mí. Ella y yo forjamos
una bonita amistad tres años atrás y se convirtió en una persona importante
para Rose y para mí. Estuvimos muy unidas hasta que ella murió y yo me
fui a Roma, alejándome de todo lo que me recordara al pasado. Pese al
haber pasado mucho tiempo, nuestra confianza seguía intacta, aunque no
podía compartir con ella la información que sí había hecho con Alice.
—Mi hermano y sus amigos están al llegar —prosiguió y yo me tensé.
Kiara captó mis señales y su mirada se apenó—. Si te incomoda…
—No —la interrumpí antes de que hiciera suposiciones absurdas—. No
me importa que los justicieros estén a mi lado, Kiara. Ya superé eso —le
aclaré con una sonrisa sincera porque era la verdad. Ella me devolvió el
gesto y asintió con la cabeza.
—Me alegro de oír eso, Cynthia. —Yo también me alegraba de haber
podido pasar página.
Alice y Kiara se enfrascaron en una conversación poco interesante para
mí y no pude evitar divagar en mis pensamientos. En unos minutos vería a
Vladimir y aún tenía la necesidad de aclararle las cosas respecto a Yerik,
que lo que él le hizo entender en mi apartamento era falso. No debería
importarme lo que la gente pensara de mí, pero con él era diferente.
Realmente, con los hermanos Doohan necesitaba excusarme porque ellos
fueron víctimas de la familia Petrov.
El nombre de mi hermano en boca de Kiara llamó toda mi atención.
—Anoche vi a mi hermano discutir con Dylan —dijo ella—. Y, según
entendí, fue por una mujer. No escuché gran cosa, pero se gritaban y saltaba
a la vista que Vladimir deseaba golpearlo.
—¿Una mujer? —repetí confusa. ¿Se trataba de la misma con la que vi a
mi hermano besándose en la entrada del callejón?—. Yo también lo vi en
una situación comprometedora con una morena mientras volvía a casa.
—¿Estarían los dos interesados por esa chica? —sugirió Alice y Kiara
negó con la cabeza.
—Lo dudo mucho porque mi hermano todavía no ha superado… —Me
miró por el rabillo del ojo y lo entendí a la perfección.
—Puedes hablar con libertad, Kiara. —Le agarré la mano que tenía
encima de la mesa y le di un leve apretón—. Estoy al tanto de los
sentimientos de Vladimir por mí. —No sabía por qué dije lo siguiente—.
Ojalá pudiera enamorarme de él porque es un hombre maravilloso que
siempre me ha protegido y que me ama con la misma ferocidad que yo
siempre deseé que me amaran —murmuré con la vista perdida—. Sin
embargo, Alec fue mi primero y mi último. Dudo mucho de que pudiera
haber cualquier otro. —Solté un suspiro tembloroso y aparté las lágrimas
que empezaron a acumularse en mis ojos. Lo perdí de una forma espantosa
y traumática.
No pudimos hablar más porque los justicieros aparecieron en la
cafetería. Vladimir fue el primero en entrar y reparó en mi mano unida a la
de su hermana. Él venía acompañado de todos a los que yo conocía: Carlo,
Dante, Valentino, Maurizio y Lucrezia. A esta última solo la vi una vez,
concretamente en la fiesta enmascarada y ya me gané su odio. No me hizo
falta indagar más para saberlo, la mirada fulminante que me dedicó nada
más verme aquí me lo confirmó.
Maurizio le revolvió el pelo a Alice en un gesto cariñoso pero fastidioso.
Su hermana le dio una fuerte patada en una pierna como respuesta y no
pude evitar reír. Yo también echaba de menos a Dylan. Jamás me hubiese
imaginado que sería capaz de forjar un vínculo tan fuerte con él, aunque las
malas experiencias que vivimos en la isla influyeron.
Dante le plantó un beso sonoro a Kiara en la mejilla. Todos los aquí
presentes sabíamos que él iba detrás de la hermana de Vladimir y que
Maurizio tenía una clase de amistad especial con Serafina.
Valentino y Carlo consiguieron más sillas para unirse a nosotras en la
misma mesa, quedando todos demasiado apretujados. Acabé encajonada
entre Dante y Vladimir. ¡Genial!
Los ojos marrones caramelo de Lucrezia, mismo color que compartía
con su hermano, perforaron los míos. Si estuviésemos solas, seguro que ella
se tiraría encima de mí para arrancarme la cabellera de un tirón.
—¿Qué tal tus vacaciones? —Dante pasó un brazo por detrás de mi
cuello y lo plantó encima de mis hombros—. ¿Has hecho nuevos amigos?
¿Tengo que coger la pala para cavar la tumba de algún degenerado? —
Todos soltamos una carcajada, excepto su hermana.
—Entonces crearías un cementerio —soltó Alice con cierto sarcasmo,
visualizándome las tumbas de todos los Petrov e Ivanov.
—Ya tenemos planeados algunos agujeros —intervino Carlo—. Vicenzo
merece una ceremonia.
Un escalofrío recorrió por mi espalda y se me erizó el vello de los
brazos ante la imagen de su cadáver en la fiesta de máscaras con la insignia
de la familia Petrov ardiendo en su torso. No podía culparlos de sus deseos
de venganza y era eso lo que nos guiaba a todos, incluso a mí.
Ladeé la cabeza y la apoyé en el hombro de Dante, quien seguía
agarrándome. No conocía a Vicenzo, así que no sentía lo mismo que ellos,
pero comprendía lo duro y doloroso que era el dolor de la pérdida.
—Él sabía el riesgo que corría al preguntar por el Diablo en el Peccato
Mortale; también al acercarse demasiado a ellos en la fiesta —dijo
Valentino—. No obstante, opino lo mismo que Carlo. Vicenzo merece su
justicia, y no solo por él, también para prevenir que haya más víctimas por
parte de esa maldita familia.
—Ahora no es el momento más indicado para mantener esta
conversación —se interpuso Vladimir, lo que agradecí porque no tenía
ganas de que hablasen de los Petrov.
Mis ojos se dirigieron a él y me sorprendió ver que me miraba
fijamente. Aprendí a captar las señales ocultas, así que deduje que Vladimir
pensaba que entre Yerik y yo había algo. Como el buen amigo que era, no
dijo nada más y mantuvo lo que vio en secreto. Esto me empujaba a querer
aclararle las cosas, pero tenía que esperar a estar a solas con él.
Maurizio dio una sonora palmada, llamando nuestra atención, y cambió
de tema drásticamente para aliviar el ambiente que ya se fue tornando
denso. Mientras hablábamos y nos reíamos por las ocurrencias de Dante,
tuve una sensación extraña, como si alguien me estuviese observando.
Mi vista recorrió toda la cafetería y en la barra había un hombre sentado
en un taburete. Sus miraditas se disimulaban con los continuos tragos que le
daba a su bebida, pero sus ojos se enfocaban en mí con bastante frecuencia.
—Eh. —Vladimir me rozó el brazo—. ¿Estás bien? —Me aseguré de
colocarme la máscara impasible y le miré con una expresión muy diferente
a como me sentía realmente.
—Me he distraído con una mosca —bromeé y le hice sonreír. Me quedé
embelesada en su sonrisa porque no solía hacerlo. Él tuvo que notar mi
escrutinio porque carraspeó y parpadeé confusa—. Lo siento. No estoy
acostumbrada a verte alegre —me sinceré de la peor manera posible. Me
dieron ganas de abofetearme a mí misma por mi estupidez.
—Entonces, siéntete orgullosa por ser tú quien me haga sonreír —dijo
ahora serio.
—¿Lo dices de verdad? —No pude evitar preguntar con ironía—. Creo
que te he causado más dolor que alegrías.
—Lo mismo podría decir de mí, ¿no crees? —contestó, dejándome sin
palabras—. El pasado hay que dejarlo atrás, aunque la sombra prevalezca.
¿Quieres mantenerme alegre? —Asentí con la cabeza, no muy convencida
de lo que me diría—. Existe y sigue existiendo. Nada más te pido eso.
Su respuesta tenía varios significados para mí y todos perforaron mi
alma. El que yo viviera era lo único que le interesaba, aunque no pudiese
obtener mi corazón. Tampoco quería que perdiera mi esencia y me
corrompiera, olvidándome de quién era yo. Sus palabras me gritaban que
me cuidara de los peligros que me rodeaban, en especial de la familia
diabólica. Solo tenía claro que, una vez entrase en esta, ya nada ni nadie
podría sacarme hasta que no terminara con lo que empecé.
Pese a estar sumergida en mi debate interno, fui capaz de percibir el
silencio abrupto que se dio en nuestra mesa. Sus miradas estaban fijas en un
punto a mi espalda. Antes de poder girarme y comprobar a qué se debía sus
reacciones perplejas y coléricas, una voz me paralizó sobre el asiento.
—Buenas noches —dijo el Diablo con dureza.
—¿Qué demonios estáis haciendo aquí? —gruñó Dante, quien se puso
rígido a mi lado. Que él hablase en plural despertó más mi curiosidad.
Tragué saliva con dificultad y me giré para verlos a los dos. Karlen
conservaba un poco las distancias con Yerik, pero su vista penetrante estaba
fija en todos nosotros y su postura chulesca no ayudaba nada a mantener
mis nervios a raya.
—El cementerio está lleno de valientes, no lo olvides —soltó Karlen,
advirtiendo claramente a mi amigo.
—Lo mismo diríamos de vosotros —intervino Carlo.
Esta situación se iba a salir de control si ninguno de los dos bandos
dejaba de soltar pullas. Por instinto, miré hacia la barra y el extraño ya no
estaba ahí. Algo dentro de mí me decía que se trataba de un hombre que
trabajaba para los Petrov y que fue él quien le informó a Yerik de dónde
podía encontrarnos.
—Pretendo robaros a esta mujer. —El Diablo posó una mano en mi
hombro y la deslizó por todo mi brazo, erizándome la piel por donde pasaba
pese a tener la chaqueta puesta—. Solo unos minutos —terminó aclarando.
Cuando su mano llegó a mi muñeca, la rodeó con sus dedos y me dio un
pequeño tirón para que me pusiera en pie. Sin embargo, no tuve tiempo para
moverme porque Dante se levantó de sopetón y apartó a Yerik de un
empujón. Este acto le desfiguró las facciones, pasando a unas de furia, e
hizo el amago de lanzarse a por mi amigo, pero Karlen lo sujetó del brazo.
Acto seguido, los justicieros se pusieron en alerta y se levantaron de sus
sillas.
—Tu paciencia siempre ha sido mayor a esto, hombre —le dijo el
Ivanov.
Yerik cambió drásticamente la postura y alzó el mentón, sonriéndonos
con malevolencia.
—Tranquilo, primo. Hoy no perderé la paciencia. —Su énfasis
amenazante fue muy claro.
Karlen liberó su brazo en cuanto notó la tranquilidad que su cuerpo ya
irradiaba y el Diablo se recolocó la chaqueta con brusquedad.
Pude sentir numerosas miradas ajenas puestas en nosotros por el
pequeño espectáculo que estábamos formando. Procuré no fijarme mucho
en eso y tomé la decisión de cortar esta absurda discusión, puesto que no
veía esa intención en ninguno de ellos.
—¿Buscas hablar conmigo? —le pregunté a Yerik. Sus ojos conectaron
con los míos de inmediato—. Pues vamos a hacerlo.
Di un paso hacia él, y Dante lo impidió de nuevo, frenándome con su
mano sobre mi brazo.
—No lo hagas —murmuró muy cerca de mi oído, aunque todos los
presentes pudieron escucharlo perfectamente.
—¿Ahora mandas sobre ella y tiene que pedirte permiso para cualquier
cosa que quiera hacer? —le atacó el Diablo con burla.
—Dante —nombró Vladimir en modo de advertencia. El aludido le
lanzó una mirada asesina—. Déjala. —Después se centró en los rusos—. Al
alcance de nuestros ojos —advirtió.
Una petición bastante lógica, sabiendo que mi integridad siempre se
vería comprometida con los Petrov. No me querían perder de vista y yo
tampoco quería que lo hiciesen, ya que no confiaba en la fachada amistosa
que mostraban los rusos.
—No te preocupes, rubiales, que no planeo hacerle daño. Ni estando en
mi territorio lo he hecho.
—¿Qué quieres decir? —quiso saber Dante.
Mi mirada fue hacia Alice. Ella era la única persona que captaría el
verdadero significado de la indirecta de Yerik. Sabía que no diría nada y
que me guardaría el secreto, no obstante, le costaría mucho trabajo.
—Ya estuve con mis amigas en el Peccato Mortale una vez —contesté
con rapidez, rezando para que el Diablo mantuviera su boquita sonriente en
silencio. Vladimir, Carlo y Valentino nos vieron, así que esta excusa fue
creíble.
No esperé más y me separé de Dante para acercarme a Yerik. Esta vez,
él no me puso la mano encima, aunque su mirada perforaba la mía. No
sabía lo que le estaría cruzando por la mente mientras me miraba de esa
forma tan depredadora. ¿La bajada de dosis de su droga ya formaba
estragos suficientes en su organismo como para tenerlo más vulnerable o
accesible?
—Ya no hace falta que me huyas, cervatillo —soltó Karlen cuando
Kiara hizo el amago de alejarse de la mesa.
No me quise imaginar lo duro que sería para ella estar frente a frente
con el hombre que la mantuvo cautiva durante muchos años. Sabía
perfectamente lo que era la sensación que las cadenas del pasado volviesen
y apretasen con más fuerza.
Ignoré las siguientes acusaciones entre los justicieros y el Ivanov y fui
hacia el otro lado de la cafetería con Yerik pisándome los talones.
—Es increíble la resistencia que siento con tus perritos falderos a tu
alrededor. —El deje de enfado en su voz me hizo girarme de golpe—. Casi
puedo sentir sus miradas como dagas apuñalándome por la espalda.
Como él decía, todos mis amigos tenían la atención puesta en nosotros,
excepto Karlen, que solo tenía ojos para ellos. Me crucé de brazos y le miré
ceñuda.
—¿Por qué tienes que insinuar cosas que no son delante de mi gente? —
exigí saber.
—¿Cómo? —Alzó una ceja, haciéndose el sorprendido.
—Cuando te colaste en mi apartamento, le insinuaste a Vladimir que
entre tú y yo pasó algo asqueroso. Y ahora…
—¿Asqueroso? —me interrumpió.
—Y ahora me toqueteas el brazo delante de todos, como si entre
nosotros hubiera algo más…
—¿Te preocupa lo que piensen de nosotros, Cynthia? —volvió a
cortarme—. ¿O solo estás nerviosa por lo que el rubiales pueda pensar de
ti? —Lo miré asombrada.
—No me importa lo que nadie piense —espeté cortante.
—Niña mentirosa —ronroneó. Un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo
y se centró en mi vientre por el tono dulzón de su voz—. Por lo que veo,
dependes mucho de la opinión de los demás. —Me puse rígida cuando
acortó la poca distancia que nos separaba.
—Tú no sabes nada de mí.
—Yo creo que sé más de ti que tú misma —murmuró y posó una mano
en mi mejilla—. El día en el que dejes tus inseguridades a un lado será
cuando estarás lista para enfrentarte a mí. —Acercó sus labios a los míos y
cuando estuvieron a escasos milímetros, se desvió hacia mi oído—. Duerme
bien estos dos próximos días porque te esperará una madrugada muy larga a
mi lado —susurró, produciéndome un fuerte escalofrío al sentir su aliento
cálido en mi oreja—. Puedes llevar tu coche, pero asegúrate de que ninguno
de tus guardianes te siga a mi casa o de ahí no saldrán vivos.
Giré la cabeza y mi nariz tocó su mejilla. Dejándome embriagar por su
fragancia, arrastré mis labios por su cuello hasta acercarlos a su oído.
—Cuando compruebes tu fracaso al interpretar mis inseguridades —
musité con voz melosa—, vas a poder saborear la decepción. —Entonces,
pensé en que él se dirigía a mí como un ángel e inspiré profundamente
sobre su cuello, provocándole un ligerísimo temblor que hasta a mí me
costó captarlo—. Cuidado, Diablo. La daga en mi plumaje podrá herirte si
te acercas demasiado a mí.
Dicho eso, retrocedí con rapidez y no esperé a que me respondiera. Pasé
por su lado para ir con mis amigos y la última imagen de Yerik que llegué a
proyectar en mi mente fue la de sus ojos cerrados, como si estuviese
disfrutando en silencio de mis palabras.
CAPÍTULO 32

Cynthia Moore

L a cercanía corporal que hubo entre Yerik y yo en el Paradiso fue


suficiente para que mi gente sospechara más que algo había entre el
ruso y yo. Era consciente de que así me alejaba más de mi propósito de
aclararles las cosas, puesto que ya no me creerían con facilidad. Sin
embargo, la parte más retorcida de mí, una que no sabía que tenía oculta,
disfrutó de ese escaso momento tan cercano con el Diablo. Quise
abofetearme por semejante pensamiento y lo diluí de malas formas de mi
mente, recordándome los motivos que tenía para detestarlo junto con mis
planes descabellados.
Yerik no exageró cuando me dijo que experimentaría una madrugada
muy larga a su lado, ya que estuve muchas horas en su casa por dos
trasplantes de órganos. Cuando acabamos, la luna seguía siendo visible y no
había indicios de los primeros rayos del sol, así que llegaría a mi
apartamento antes de que la noche llegara a su fin.
Por muy extraño que pareciera, no me crucé con nadie mientras me
dirigía a mi vehículo. Abrí las puertas de la entrada y salí a la intemperie. A
estas horas de la madrugada notaba el frío calar en mis huesos y no me
había echado una chaqueta más gruesa para abrigarme. Me froté los brazos,
caminando con decisión hacia el coche, que estaba aparcado al lado de un
Lamborghini tan oscuro como el cielo nocturno.
—Fascinante. —La voz de Yerik me hizo dar un respingo y me detuve
en seco—. Me intrigas más de lo que deberías.
No sabía a qué se estaba refiriendo, pero sentía curiosidad, aunque
debería de importarme poco lo que opinara de mí. Me di la vuelta y lo miré
con el ceño fruncido.
No oí las puertas de la casa abrirse detrás de mí, así que él tuvo que
haber estado aquí fuera cuando yo salí. Normalmente, el Diablo actuaba de
vigilante en las cirugías y se retiraba en cuanto estas finalizaban, antes de
que el personal sanitario limpiáramos el quirófano.
—Yo no estoy haciendo nada como para intrigarte —contesté.
Yerik le dio una última calada a su cigarrillo y lo tiró al suelo para
pisarlo después con sus zapatos impecables. Seguía yendo demasiado
elegante, lo que me hacía suponer que en lo último en lo que estaba
pensando era en irse a dormir.
—Haces demasiado —espetó con más dureza—. Cuando creo
conocerte, entonces me sorprendes otra vez. Jamás termino de estudiarte. —
Mis músculos se tensaron cuando empezó a caminar hacia mí—. Tu cuerpo
podrá expresar miedo, pero tu boca no cesa de soltar palabras desafiantes.
—¿Y qué esperas de mí? ¿Que me someta a ti? —quise saber—. Porque
eso jamás pasará.
—Tampoco quiero que pase. —Se detuvo a unos cortos pasos de mí,
invadiendo ya mi espacio personal—. De hecho, me gustaría que
continuaras irritándome. He aprendido a disfrutar de ello.
—Tu sola presencia ya me irrita a mí.
—¿Y se puede saber por qué? —Creí ver que se sintió ofendido, pero
fue tan sutil que no tuve la certeza de si fue real.
—Porque cuando te miro a la cara veo a un monstruo. —Sus cejas se
juntaron, como si no se esperara esta contestación y una ira irracional
comenzó a crecer en mi interior, abrazando mis entrañas—. Sin embargo, lo
peor de todo es que, si continúo mirándote a la cara, veré por qué me
convertí yo misma en un monstruo —dije sin poder contenerme. Mis manos
se ensuciarían de más sangre con tal de obtener mi salvación y la de los
míos—. Además, estoy mirando a mi verdugo que tal vez no pueda
matarme ahora por las pruebas que tengo del crimen del vigilante, pero, en
cuanto tenga la ocasión, sacará un arma y me pegará un tiro. Al fin y al
cabo, ya lo intentaste cuando entraste en mi apartamento —proseguí. Por
más que Zaria me aseguró que Yerik ya no quería acabar con mi vida, no
podía creerle. ¿Por qué cambiaría de opinión?
Sin darme tiempo a esquivarlo, me agarró del brazo y me acercó a él con
brusquedad. Mi pecho quedó pegado al suyo y tuve que ponerme de
puntillas por la diferencia de altura que teníamos. Mi corazón latía frenético
y estaba segura de que él mismo notaría mis pulsaciones con esta postura.
—¿Acaso piensas que no sé la verdad sobre que no existe ninguna
persona que tenga esas pruebas? —gruñó. Mi rostro tuvo que crisparse
porque sonrió. Le acababa de afirmar que tenía razón por mis facciones tan
expresivas—. Solo tú las tienes, así que podría matarte ya mismo y después
prenderle fuego a tu casa para desaparecer las dichosas pruebas,
importándome una mierda que otras personas inocentes acabasen
calcinadas.
—¿Y por qué no lo haces? ¿Qué te detiene? —murmuré apenas sin
aliento. Hice la cabeza hacia atrás para poner un poco de distancia entre
nuestros labios.
—Dale las gracias a Andrei. Solo por él sigues respirando delante de mí
—respondió, dejándome perpleja.
No me veía capaz de asimilar esta información. ¿Por qué el gemelo me
estaba protegiendo? ¿Qué había hecho o dicho para que el Diablo no
pudiese llevar a cabo su deseo de matarme?
—No lo entiendo.
—No tienes que entender nada.
Me rebané los sesos en busca de algún indicio en la corta conversación
que mantuve con Andrei mientras él me llevaba a mi apartamento, pero no
detecté nada extraño que me hiciera entender por qué me protegía tanto sin
siquiera conocerme.
—Ya puedes quedarte tranquilita, aunque, si te conviertes en una
amenaza potencial para mi familia, ni siquiera mi primo podrá ayudarte
porque hasta él mismo te matará. ¿Te ha quedado lo suficientemente claro?
—Asentí con la cabeza, sin seguir comprendiendo nada. Aun así, no insistí,
ya que Yerik no me contaría nada más sobre esto.
Joder, tanto mi vida como mis creencias iniciales se estaban
desmoronando. Estaba consiguiendo la protección que buscaba por otra vía
ajena a mí. No obstante, nada me haría cambiar de rumbo. Makari
continuaría fastidiándome y dudaba mucho de que su hermano pudiese
detenerlo.
—Hay una melodía que retumba en mis oídos cuando estás cerca —
murmuró, sacándome de mis ensoñaciones—. Ese sonido anula todos mis
sentidos y me empuja a seguirte. —Dio un corto paso hacia atrás y bajó la
mirada. Sentí que recorría todo mi cuerpo con ella de una forma muy
diferente al desprecio—. Cuando te toco, se hace el silencio. —Liberó mi
brazo, pero solo para rodear mi cintura con él, pasando por mi espalda con
suavidad—. Pero, entonces, tu olor me hace perder toda lucidez,
haciéndome caer en una especie de hechizo. —Condujo su mano libre a la
cremallera de mi fina chaqueta y comenzó a bajarla con una lentitud
desquiciante—. Tu cuerpo imanta mi mirada hasta ser incapaz de ver otra
cosa que no seas tú.
Una vez que mi chaqueta quedó abierta a los lados, introdujo la mano y
la posó debajo de mi seno derecho por encima de mi fina camiseta.
Me quedé paralizada, no pudiendo emitir ningún tipo de movimiento
para apartarlo de mí. No sabía si la hechizada era yo porque no estaba
evitando que me tocara. Entre nosotros no había un contacto piel con piel,
pero, aun así, sentí que se me erizaba el vello por donde sentía sus caricias.
—¿Qué sentido me he dejado sin nombrar, Cynthia Moore? —Un fuerte
escalofrío recorrió por mi espalda ante la mención de mi nombre completo
con una sensualidad embriagadora.
Como si estuviera embrujada, dije en voz alta el único sentido que no
había detallado en sus extrañas palabras.
—El gusto —musité tan bajito que apenas me oí a mí misma.
Yerik levantó la vista y la conectó con la mía. Sus pupilas seguían
dilatadas por el consumo de la droga y la oscuridad de la noche, pero creí
ver que el tamaño había disminuido un poco.
—Todavía no he podido conocer ese sentido —susurró, enredando la
mano que tuvo sobre mi espalda en mi pelo—. Sin embargo, necesito
hacerlo.
—¿Hacer el qué?
—Probar el sabor del fuego del infierno —sentenció antes de hacerme
caer en el abismo.
Atrajo mi cabeza hacia su boca y nuestros labios se juntaron con fuerza.
Inmediatamente, la mano que tuvo debajo de mi pecho la llevó a mi espalda
por debajo de mi chaqueta para apresarme contra él. No había forma de
liberarme, aunque yo tampoco lo estaba intentando. Mi cuerpo ya se había
separado de la razón y me dejé llevar por esta nueva sensación. Entreabrí
los labios para que el Diablo pudiese saborear lo que tanto ansiaba.
Su discurso anterior me recordó a la leyenda del canto de las sirenas,
donde ellas atraían a los marineros para que se estrellaran contra los
arrecifes. Esta situación parecía a la inversa, aunque él lo condujera al
sentido contrario con sus palabras.
Ladeó mi cabeza, tirando suavemente de mi cabello, para tener mejor
acceso a mi boca. Parecía que estaba hambriento de mí, tanto que tuve la
sensación de que no conseguía saciarse. Me costaba seguirle el ritmo a su
insistente asalto.
Este beso rudo y salvaje me provocó una serie de cosquilleos en mi bajo
vientre, que se irradiaron hasta mi mismísimo centro, lo que me provocó un
violento escalofrío.
Por instinto, le mordí el labio inferior sin medir mi fuerza y absorbí su
gruñido junto con la poca sangre que le había provocado mi mordisco.
Desde luego que el dolor era un afrodisíaco para él, ya que no me liberó,
sino que activó sus caricias.
La mano que tenía enredada en mi pelo no la movió de ahí, como si así
pudiese evitar que lo alejara de mí. Sin embargo, la otra levantó mi
camiseta, junto con mi chaqueta, y la introdujo por dentro para romper
cualquier barrera que impidiera que nuestra piel conectara. Después la
ascendió suavemente hacia mi espalda alta, pero en el descenso apretó los
dedos, intensificando el roce, hasta llegar al cierre de mi sujetador. Por un
momento, pensé que me lo arrancaría cuando los enredó en la tela y tiró, no
obstante, no ejerció la suficiente presión.
Me removí para poder tocarlo yo también, dejándome arrastrar por este
abismo del que después me arrepentiría. Sin embargo, mis brazos tenían los
movimientos reducidos por su sujeción y sentí la frustración recorriendo mi
sistema.
Con mayor insistencia conseguí liberar un brazo y puse la mano en su
mejilla. Ese simple roce le hizo enlentecer el beso, transformándolo en uno
más dulce. Lo que no me esperaba fue su reacción cuando mis dedos
llegaron a su cabello.
Yerik se quedó paralizado durante unos segundos hasta que se separó de
mí abruptamente. Abrí los ojos, aturdida, y ahí estaba él, mirándome con…
¿Odio? ¿Furia? ¿Asco? No sabría especificar. Tenía la respiración tan
acelerada como la mía y supuse que su corazón latía a la misma velocidad
que el mío. Todo embrujo fue diluyéndose hasta quedar un enorme vacío.
Entonces, una sonrisa socarrona se plasmó en el rostro del Diablo,
provocando que del pequeño corte que le había hecho en su labio emanara
sangre.
—Bruja —soltó sin más, aunque su tono endurecido no complementaba
para nada con su sonrisa, y se restregó el hilillo de sangre que le había caído
por la barbilla con la mano.
Dejándome pasmada en mi lugar, pasó por mi lado como si nada
hubiese pasado entre nosotros y se montó en su Lamborghini sin dirigirme
una sola mirada más. Giré sobre mí misma al mismo tiempo que oí como
arrancaba el motor y, en un abrir y cerrar de ojos, pisó el acelerador con tal
brusquedad que levantó una nubecilla de polvo y los neumáticos chirriaron.
En cuestión de segundos, se perdió en la oscuridad de la noche nada más
cruzar las grandes puertas abiertas de la parcela.
No comprendía lo que acababa de pasar, pero tampoco quería darle
muchas vueltas al asunto. Me alegré de no haberme dejado llevar por mis
impulsos de empujarlo lejos de mí cuando me estaba besando, ya que, si lo
quería seducir, ese no hubiera sido un camino ventajoso que tomar. No
obstante, algo dentro de mí me dejó perturbada unos instantes: ¿Había
disfrutado? No tenía la respuesta.
Un tremendo enfado me invadió, recorriendo por mis venas. Detestaba
con todo mi ser la sola idea de que mi cuerpo se sintiese atraída por las
caricias del Diablo. Quise autoconvencerme de que esto no era nada malo y
que tenía que sacarle provecho. De esta forma, me costaría menos trabajo
hacerle caer porque no sentiría esa repugnancia que sí tenía en un principio.
—Así que tengo una nueva rival —dijo una voz femenina a mis
espaldas. Me di la vuelta de sopetón y sus ojos azules perforaron los míos
con frialdad—. Una de la que tendré que deshacerme tarde o temprano. —
La sonrisa siniestra de Ivanna me dejó helada.
Por su amenaza, intuía que había presenciado el acercamiento tan íntimo
entre Yerik y yo. Cualquier pensamiento anterior lo dejé enterrado en lo
más profundo de mi mente y me concentré en esta mujer que, por lo visto,
ya me había ganado su odio.
—Tus labios tan hinchados hablan por sí solos, pero la herida que le
habrás hecho en el labio a mi Diablo será un recordatorio constante de lo
que debo hacer —continuó.
—¿Y qué es lo que debes hacer? ¿Eliminarme del mapa por celos? —la
enfrenté. No me iba a dejar enmendar por Ivanna, ni aunque intentase
matarme.
Si esto me estuviera pasando hacía años, tal vez no tendría el valor para
enfrentarme a nadie, pero esa Cynthia del pasado ya murió y no quedaba ni
rastro de ella. Desde luego que el mal tenía la capacidad de cambiar a una
persona drásticamente y, por primera vez, le daría las gracias.
—¿Celos de una insignificante como tú? —Se rio. Sin embargo, era
perceptible la inseguridad en su interior. Ella me veía como una verdadera
amenaza.
—Para tu Diablo no lo soy, al parecer. —Le devolví la sonrisa burlesca.
—Para él ninguna mujer lo es, ilusa —contestó. Bueno, ya sabía
perfectamente que Yerik no se caracterizaba por ser un hombre decente—.
Espero no cometer el error de subestimar tu inteligencia, pero, por si acaso,
te lo advertiré. No te vuelvas a acercar a Yerik de ese modo o de lo
contrario…
—¿O qué?
Nos fulminamos con la mirada hasta que ella me levantó la mano,
dispuesta a abofetearme. Como la imprudente que era, me preparé para
esquivarla con mi antebrazo y darle el primer golpe, pero otra voz nos
detuvo.
—Ivanna. —Ella apretó los labios, molesta por la interrupción de
Andrei, quien estaba con los brazos cruzados—. Aquí no se te requiere.
—Yo estaré donde me dé la gana —escupió y se giró para quedar de
frente a su hermanastro. Parecía ser que no se llevaban demasiado bien.
Ahora que tenía a esta mujer de espaldas, me fijé en su cabello oscuro,
largo y ondulado. Su hermana Zaria tenía esa misma similitud, pero sus
rasgos eran más suaves y dulces, no como los de Ivanna.
—Pues te pido que hagas lo que se te dé la gana dentro de casa —
respondió el gemelo con su mismo tono de asco.
Ella se acercó peligrosamente a Andrei y él alzó el mentón,
manteniéndose firme. Intercambiaron una larga e intensa mirada, pero
Ivanna no dijo nada más y pasó por su lado, dándole un golpe en el hombro
con el suyo. Observé como entraba en la casa con elegancia.
Volví mi atención a Andrei, que me miraba con demasiado interés.
Entonces, las palabras de Yerik tomaron fuerza en mi mente y decidí salir
de dudas.
—¿Por qué me estás ayudando, protegiéndome para que nadie pueda
hacerme daño? —quise saber.
—¿Qué te hace suponer que lo estoy haciendo?
—El Diablo quería matarme y ahora no puede. Me dijo que te diera las
gracias a ti. —Noté que su cuerpo se tensaba.
—¿Qué más te ha dicho?
—Nada. ¿Debo saber algo más?
—No.
Estaba claro que no conseguiría sacarle ninguna información a Andrei,
pero averiguaría qué me ocultaba de un modo u otro más adelante.
—Deja las cosas como están, Cynthia, y no las compliques más —
continuó, confundiéndome más—. Nadie te hará daño, así que no corres
ningún peligro con nosotros, pero, por favor, estate quietecita. —Parecía
que me estaba suplicando o ¿era mi imaginación?
Creí saber que se estaba refiriendo a las pruebas que tenía en mi poder, a
que no las usara. Tampoco pensaba hacerlo si ellos no me resultaban un
peligro, no obstante, esto no me detendría a compartir esos datos con Alice,
aunque solo por precaución, nada más.
—Gracias —le dije.
Andrei asintió con la cabeza, sin decir nada. No quise alargar más la
conversación porque estaba cansada, así que me di la vuelta para montarme
en mi coche. Con un poco de suerte, llegaría a mi apartamento antes del
amanecer.
CAPÍTULO 33

Yerik Petrov

C onduje por la ciudad a altas velocidades. Quería quemar la adrenalina


de alguna forma y el sabor del fuego del infierno que aún perduraba
en mi boca no me ayudaba en nada. Me dejé llevar por una nueva
necesidad, un grave error por mi parte. Siempre estuve acostumbrado a
conseguir lo que quería, pero, en esta ocasión, me hubiera gustado que
Cynthia pusiera resistencia entre nosotros. En cambio, no lo hizo, lo que me
enfureció todavía más por la confusión que se iba instalando cada vez más
en mí. ¿Qué quería esa mujer de mí? O, mejor dicho, ¿qué demonios
buscaba yo de ella?
«A la mierda mis pensamientos incoherentes».
Aparqué el Lamborghini en la puerta del Peccato Mortale, me guardé
mi arma y me bajé del coche dando un fuerte portazo. Había recibido un
aviso de Karlen, donde se requería mi presencia en el club que, obviamente,
se encontraba cerrado para el público a estas horas de la madrugada siendo
entre semana.
Nada más entrar, me encontré con varios hombres que trabajaban para el
Ivanov y otros para mí. Entre ellos estaban los de mi mayor confianza:
Leonardo y Riccardo. Por la cantidad de hombres que me recibieron, supuse
que algo serio estaba pasando en el club.
—¿Dónde…?
—En el sótano —se me adelantó Leonardo—. Karlen ha capturado a un
posible espía y lo mantiene prisionero en el sótano —explicó.
—Y ese intruso insiste en hablar contigo. Al parecer, tiene un mensaje
muy importante que comunicarte —prosiguió Riccardo.
Asentí con la cabeza sin decir nada más y me dirigí al sótano, donde se
encontraba una zona que empleábamos para encerrar, interrogar y matar.
Para acceder a ella se requería una contraseña en la que se abría una puerta
secreta que podría confundirse con una simple pared. Esta era una vía
infalible de camuflaje para que ningún curioso fisgoneara por ahí.
Volví a sellar la puerta cuando Leonardo pasó detrás de mí, la única
persona que me estaba acompañando. Bajamos las escaleras en silencio y
desde aquí ya podía oír unos golpes procedentes de una de las salas.
Lo primero en lo que me fijé en cuanto entré en la habitación fue en el
hombre que había sentado y amarrado en una silla con unas cuerdas. Su
aspecto era desastroso. Lo habían reducido a base de golpes o bien se
habían ensañado una vez atado como tortura para arrancarle una confesión.
Fuera como fuese, tenía el rostro lleno de hematomas y sangre. Esta le
goteaba por la barbilla hasta aterrizar en su ropa. Sin embargo, lo que más
me llamó la atención fue la débil sonrisa que me dedicó nada más verme
cuando levantó la cabeza. Ese gesto ocasionó que más sangre se acumulara
en sus pantalones.
En esta sala solo estábamos Karlen, dos de sus hombres, Leonardo y yo.
Eso sin contar con el tipo que seguía sonriéndome con cara de imbécil.
—Parece risueño —comenté sin emoción alguna.
Leonardo se puso a mi izquierda, a la espera de cualquier orden por mi
parte; el Ivanov se situó a un lado del cautivo, junto con sus hombres,
aunque guardando las distancias.
—Ya tienes al Diablo delante de ti, así que puedes hablar —dijo Karlen,
jugueteando con una daga entre sus dedos.
Mi vista se fijó en el prisionero, quien no dejaba de mirarme en ningún
momento. Por fin borró su estúpida sonrisa y se puso serio.
—Así que tú eres el famoso Diablo del que Mikhail tanto habló. —La
sola mención del Kozlov ya nos tensó a todos y él lo notó—. Ese nombre os
pone bastante nerviosos por lo que puedo ver.
—Una sola burla más y te arranco todos los dientes de la boca a
puñetazos —espetó Karlen.
Pensé que el tema de la familia Kozlov ya había quedado zanjado con
mis amenazas hacia los justicieros. Esto solo quería decir que se fueron de
la lengua y que Mikhail ya nos había encontrado.
Mi pecho se hinchó con una respiración profunda y aparté esas
suposiciones de mi mente para seguir con el interrogatorio.
—¿Trabajas para él? —pregunté.
—Trabajaba —enfatizó, despertando mi confusión.
—¿Y ya no? —continuó Karlen.
El desconocido sonrió otra vez y le miró con una ceja alzada.
—Hoy me jubilo.
Me pellizqué el puente de la nariz y cerré los ojos con fuerza, como si
así pudiese conseguir más paciencia. No nos convenía matarlo antes de
sacarle lo que queríamos saber ni tampoco que se nos fuera la mano
contestando con violencia a sus provocaciones.
—¿Pensabais que podríais huir de la furia de Mikhail Kozlov? —dijo de
pronto. Abrí los ojos y lo miré con el ceño fruncido—. Sí, caballeros. Esto
va más allá de un simple pago y estáis en guerra con él —gruñó,
esfumándose su diversión—. Él ya os encontró desde hace tiempo.
—Eso no puede ser —intervino Karlen y apretó el mango de la daga con
tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos—. Si lo hubiese hecho
ya nos estaría atacando.
—¿Y quién dice que no lo está haciendo? —ironizó el hombre—. Las
guerras silenciosas son más efectivas que las ruidosas, ¿no creéis?
—¿Desde cuándo sabe nuestro paradero? —exigí saber.
—Años. —Alzó la barbilla y me fulminó con la mirada—. Muchos años
—terminó aclarando.
La idea de que los justicieros tuviesen que ver se esfumó de mi mente de
un plumazo. Conocí a Damian y a Vladimir en el Carnaval de Venecia y
solo pasaron unos cuatro años aproximadamente. Empezamos a
enfrentarnos desde entonces, pero, según este intruso, Mikhail llevaba
muchos más años sabiendo dónde encontrarnos. La única buena noticia de
todo esto era que esa organización justiciera ya no tenía cómo amenazarnos.
—Estamos hablando del jefe de la mayor red de asesinos, señores. Era
cuestión de tiempo que diera con vosotros —prosiguió el espía.
—Pues debería de renovar la plantilla porque si todos sus trabajadores
son como tú, que se dejan ver y capturar tan fácil, es que no está haciendo
bien su trabajo. —El tono de Karlen fue burlesco, pero a mí no se me
escapaba que estaba tan preocupado como yo.
—Yo no soy un asesino ni un espía —respondió y volvió a reír, aunque
ya más debilitado—. Soy un cabeza de turco y hoy moriré en tus manos —
su atención la enfocó en mí—, pero mi trabajo ya está hecho, así que no le
he fallado a Mikhail.
Ahora entendía su jubilación anticipada que nombró antes. Su misión
fue darnos el mensaje y había tenido éxito. Por este motivo, no nos hizo
falta recurrir a las torturas, ya que él mismo se mostraba colaborativo. Al
fin y al cabo, este era su labor. Karlen y yo habíamos caído en su juego de
palabras como dos idiotas.
—¿Algo más que añadir? —le pregunté.
—Buena suerte —soltó sin más—. Recordar cada una de mis palabras
porque mi mensaje fue muy completo y tenía que dártelo a ti, el Don de la
familia Petrov.
Estaba claro que este hombre ya no pensaba contarnos más detalles, así
que de nada servía mantenerlo con vida más tiempo. Más tarde tenía que
estudiar bien esta conversación, pero, por lo pronto, solo tenía cabeza para
pensar en que Mikhail estaba esperando para atacarnos por algún motivo
que se nos escapaba a todos.
Tenía que compartir esta información con el resto de la familia y
esperaba que Dimitri me diera más respuestas que incógnitas. Hasta el
momento, solo sabíamos que alguien pagó a la familia Kozlov para
erradicarnos, nada más. No obstante, este espía insinuó que esta guerra
silenciosa iba más allá de un simple pago. ¿Se refería a una venganza más
personal?
Levanté mi chaqueta por detrás y saqué la pistola que tenía enganchada
en la cinturilla de mi pantalón. Karlen me tendió un silenciador y, mientras
lo enroscaba con el cañón de mi arma, miraba fijamente al intruso, quien
me observaba sin un atisbo de miedo o preocupación por su vida. Él había
sido entrenado para morir algún día, y con honor.
—Todo el que ande cerca de vosotros también caerá. La ira de Mikhail
Kozlov está desatada —sentenció el prisionero.
Hice caso omiso a su advertencia y le apunté en la cabeza con la pistola.
Nunca me tembló el pulso a la hora de matar, aunque ya no me acordaba de
cuándo fue la primera vez que quité una vida humana, y no por la pérdida
de memoria, sino por la montaña de cadáveres que dejé detrás de mí.
—Buen descenso al infierno —me despedí.
Antes de apretar el gatillo, su fría sonrisa me dejó bloqueado unos
instantes.
—Al tuyo. —Disparé, silenciándolo para siempre.
El proyectil salió por detrás de su cráneo y se incrustó en la pared. La
sangre la salpicó y la cabeza del intruso dio un latigazo hasta quedar
inclinada hacia adelante, ya laxa. De su frente caía más de ese fluido y
aterrizaba en sus piernas ya manchadas.
—Me apetecía una muerte rápida y limpia —comenté, devolviéndole el
silenciador a Karlen.
—Tanto como limpia… —Leonardo carraspeó, aguantándose la risa.
Cuando lo fulminé con la mirada, levantó las manos en son de paz—. Solo
digo que la estrangulación es más limpia.
—Vamos. —Karlen apoyó una mano sobre mi hombro—. Te invito a un
trago.
Volví a guardarme la pistola y fui tras el Ivanov, dejando a los tres
hombres que nos acompañaron limpiando la habitación. Una vez que
cruzamos la puerta secreta, nos dirigimos directamente a la barra y Karlen
sirvió dos vasos de whisky bastante cargados. Les eché un rápido vistazo a
los otros hombres que montaban guardia y todos se mantenían alejados de
nosotros, dejándonos más privacidad.
—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó.
—Que estamos bien jodidos. —Le di un trago a mi whisky.
Me apoyé en la barra sin emplear ningún taburete para sentarme y
Karlen permaneció al otro lado, poniéndose en frente de mí.
—Saldremos adelante —contestó, más optimista que yo—. Siempre lo
hacemos. —Me encogí de hombros y no dije nada más.
Era sorprendente no ser capaz de darle más importancia a este asunto
como debería, pero había otra cosa que me preocupaba más. Nunca tuve la
capacidad de sentir cualquier tipo de emoción extrema o algún sentimiento
nocivo, lo que era una grandísima ventaja para mí. Sin embargo, tenía la
terrible sensación de que algo andaba mal en mi interior.
Por instinto, degusté el whisky con más ahínco y fui enrollando la lengua
para ahogarme en su sabor. Quería desaparecer todo rastro de Cynthia que
se quedó instalado en mi paladar. Era increíble el poder de la mente, que
nos hacía creer cosas que no eran reales.
—¿Qué estás haciendo? Pareces un perro sarnoso comiendo algo que no
le gusta. —Karlen me sacó de mis ensoñaciones.
—Dame algo más fuerte. —Dejé el vaso con demasiada brusquedad
sobre la barra.
—¿Te encuentras bien?
Levanté la mirada, que se había quedado embobada en el whisky, y me
percaté del escrutinio del Ivanov. Genial, lo que me faltaba, ser el centro de
atención de mi primo.
—Estoy perfectamente —dije cortante. ¿Qué podía contarle? Ni siquiera
yo entendía mis nuevas inquietudes.
—Llevas unos días más quisquilloso que de costumbre. Te irritas
enseguida sin venir a cuento, incluso con cosas que solo rondan por tu
mente —objetó—. También me he fijado en que actúas más raro con
Cynthia. A veces la evitas, y otras te acercas demasiado a ella, como si
quisieras devorarla. —Se me había olvidado lo observador que era Karlen,
aunque no iba muy bien encaminado.
—Por favor, dime que no estás insinuando lo que estoy pensando. —
Puse los ojos en blanco—. Ahórrate cualquier discurso de
sentimentalismos.
—No estoy sugiriendo nada, puesto que aquí todos sabemos lo
insensible que eres con esos temas amorosos. —Se terminó su whisky y nos
sirvió otro vaso—. Además, la observo más a ella que a ti.
—¿Y eso por qué? —quise saber.
—No confío en ella y también actúa extraño contigo —movió el
contenido de su vaso y los hielos giraron entre sí, estrellándose
constantemente con el cristal—, como si una fuerza magnética la atrajera a
ti y otra repelente la alejara. Parece… —Se calló unos largos segundos que
me parecieron eternos y continuó—. Indecisa. —Me regañé a mí mismo por
no estar más atento a ese tipo de cosas, aunque eso tenía que cambiar a
partir de ahora—. Ten cuidado con ella, Yerik. —Intercambiamos una
mirada intensa—. Puede que se traiga algo entre manos y espero
equivocarme, por el bien de toda la familia.
CAPÍTULO 34

Cynthia Moore

T odavía seguía sin poder creerme lo que me pasó en cuanto conecté el


pendrive a mi ordenador para hacerle una copia a Alice. Estuve dos
días dándole vueltas a la cabeza e intenté recuperar la información perdida.
En cuanto hice la conexión, pude ver con mis propios ojos cómo se
eliminaba de forma permanente el archivo que tenía dentro del dispositivo,
como si algún fantasma se hubiese apoderado de mi ordenador y actuara
por sí solo.
La desesperación me hizo no salir de casa e insistí en reparar ese error.
No supe cómo pasó, pero, fuera lo que fuese, ya nada podía hacer. Quise
tranquilizarme pensando en que los Petrov no sabrían que ya no tenía esas
pruebas, así que tan solo debía de seguir actuando con normalidad, como si
nada hubiera pasado.
Estuve toda la tarde del día de hoy con Alice en su casa y le conté esta
extrañeza. Como era de esperar, ella estaba más preocupada que yo con
esto, sin embargo, conseguí tranquilizarla, aunque yo estuviese hecha un
manojo de nervios.
Ya había caído la noche, así que me dispuse a volver a mi apartamento.
Mañana volvería al hospital porque se habían acabado mis vacaciones y, en
la salida, Serafina y yo nos reuniríamos con los justicieros en la casa de
Vladimir por la insistencia de Kiara. Luciano sería el único que tendría que
quedarse trabajando en el hospital y le tocaría doblar turno, ya que ahora
empezarían las vacaciones de Alice.
Aparqué el vehículo en la calle paralela a mi apartamento y me abrigué
nada más salir a la intemperie. No había muchas personas caminando por la
calle, lo que me daba cierto grado de inseguridad, o quizás yo era
demasiado desconfiada.
Solté un suspiro cuando llegué a la puerta del portal de mi edificio y la
abrí con impaciencia. Sin embargo, cuando avancé hacia el ascensor, me
fijé en que no había oído el clic que hacía la puerta cuando se cerraba sola
detrás de mí.
Con los nervios a flor de piel, me giré rápidamente y se me cortó la
respiración cuando vi que Karlen frenó la puerta de cristal con un pie para
que no se le cerrara.
—Buenas noches —saludó antes de entrar al portal.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, intentando controlar el temblor de mi
voz, y fracasé.
El Ivanov fue acortando la distancia que nos separaba y me puse en
alerta, preparada por si se le ocurría atacarme. No obstante, se detuvo a dos
escasos metros de mí y alzó levemente la barbilla, sonriéndome con
arrogancia.
—Así que mi presencia te pone bastante nerviosa, ¿verdad? —Tragué
saliva con dificultad y su sonrisa se ensanchó al ver la evidencia—.
Entonces, ¿sabes cuál es mi labor en la mafia? —Más que una pregunta,
pareció una afirmación.
Me regañé a mí misma por mostrarle debilidad y me esforcé
sobremanera en aparentar lo contrario, así que fui concienciándome en
cuestión de segundos para enfrentarme a él.
Admitía que mis experiencias vividas en el pasado influyeron en mi
capacidad para manejar la ansiedad que a veces me provocaban algunas
situaciones. Querría que la nueva máscara impasible que me solía poner
para no mostrar mi interior pudiera ponérmela en los momentos que yo
eligiese, pero en ocasiones no funcionaba.
No solía adentrarme en una crisis de ansiedad, sin embargo, el tipo de
nervios que siempre recorría mi sistema me dejaba en evidencia,
provocándome temblores en la voz y en mi cuerpo. Muy pocas veces me
afectaba en la respiración, ya que no dejaba que llegase a ese extremo.
Inspiré profundamente y, cuando me vi preparada para centrarme en
Karlen, hablé.
—Con el aspecto tan intimidante que tienes, seguro que eres el matón de
la familia —solté un poco más segura de mí misma—. Aunque no sé por
qué estás aquí cuando yo no soy ninguna amenaza para vosotros. Creía que
ya os había quedado claro.
—Desde luego que ya no eres ni serás una amenaza para nadie. —Su
tono insinuante no me gustó nada.
Karlen se llevó las manos a los bolsillos del pantalón y ladeó la cabeza,
estudiándome con atención.
—¿Qué quieres decir? —no pude evitar preguntar con desconfianza—.
¿Has venido a matarme?
No tenía ningún arma encima y dudaba de que él no tuviera una debajo
de su chaqueta, así que tenía todas las de perder si nos enfrentábamos a ese
calibre. Podría gritar y pedir ayuda, pero ¿para qué me serviría? Karlen me
pegaría un tiro en un abrir y cerrar de ojos y se iría antes de que alguien
acudiera a ayudarme.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó asombrado, como si se sintiese
ofendido—. Cynthia Moore, como te he dicho, no eres ninguna amenaza
porque no existen esas pruebas que dices que tenías de que Makari mató a
ese vigilante de tu hospital.
Lo miré con los ojos abiertos como platos. ¿Cómo sabía que ya no las
tenía? Eso solo quería decir que alguno de ellos tuvo mucho que ver con lo
que pasó en mi ordenador.
—¿Cómo? Por supuesto que las tengo —mentí.
—Ah, ¿sí? —Sacó las manos de los bolsillos y se cruzó de brazos—.
Sabes muy bien que me estás mintiendo. No tienes ni una sola prueba de
que Makari asesinó a Luigi —dijo con más brusquedad, poniéndome los
pelos de punta. Dio un paso hacia mí y yo retrocedí por inercia.
Si Karlen sabía la verdad, entonces el resto de la familia ya estaría al
tanto. No obstante, Yerik me confesó que Andrei me salvó la vida y que
gracias a él ninguno de ellos podía matarme. Además, el gemelo me
aseguró que nadie me haría daño. Me aferré a esa esperanza de vida con
todas mis fuerzas.
—Y tus manos están tan sucias como las de su asesino, ¿no crees? —
prosiguió. Mi espalda chocó contra la pared, y Karlen continuó acercándose
a mí—. Es tan culpable el que mata como el que encubre un crimen
limpiando las huellas y enterrando el cuerpo. Dime, Cynthia, ¿tu conciencia
está tranquila? ¿Te ha merecido la pena hacer todo lo que hiciste?
El Ivanov tenía razón y odiaba que me conociera bastante bien. Por
supuesto que no tenía la conciencia tranquila ni me sentía orgullosa de ser
cómplice del asesinato de Luigi y de convertirme en un monstruo tan
horripilante como los Petrov. No obstante, todo lo hice por sobrevivir.
Mis chantajes al Diablo se fueron al traste, pero, por lo menos, podría
seguir sobreviviendo gracias a Andrei. Una cosa que debía hacer era
acercarme más a él y entablar una especie de vínculo más íntimo, lo
suficiente para ganármelo como un aliado y no como un enemigo.
—Ahora ya no me sirve para nada lo que hice —murmuré. Cuando
Karlen se paró muy cerca de mí, me sonrió de lado.
—¿Ves? Fuiste una ilusa manchándote las manos de sangre.
—Yo limpié la escena del crimen y enterré el cuerpo, pero no lo maté —
espeté cortante.
—Cynthia, Cynthia… —Mi mirada se deslizó a una de sus manos, que
fue hacia el bolsillo de su pantalón. Mi cuerpo se tensó por si se le ocurría
sacar algo que tuviera oculto ahí con el propósito de hacerme daño—. No
está en tu naturaleza ser mala. ¿Por qué te empeñas en serlo?
—Al igual que todos vosotros, solo trato de sobrevivir. Es lógico, ¿no?
—Intenté mantener mi nerviosismo a raya y volví a levantar la mirada. Sus
ojos azules estaban enfocados en los míos.
—O tal vez estás jugando a ser mala para acercarte más al Diablo —
sugirió.
Karlen era más observador de lo que jamás me imaginé. Si él continuaba
indagando más, daría con mis verdaderas intenciones. Ahora tenía que
desviarlo del camino.
—No busco la aprobación de Yerik ni su atención. Tan solo trabajo para
él y nos tenemos que soportar —aclaré lo más convincente que pude.
—¿Y por eso lo besaste y le mordiste el labio? —Mi boca se abrió del
asombro. Era una pregunta que no me esperaba y no estaba preparada para
contestarla.
Suponía que su hermana le contó ese dato, así que ya tendría que saberlo
toda la familia. Saltaba a la vista que Ivanna estaba más que obsesionada
con Yerik, lo que era malo para mí y también para él. Por un momento, ella
me recordó a Jackson McClain, quien estuvo obsesionado con Rose hasta
acabar enfermando mentalmente.
—Él fue quien me besó —me defendí. Mi cuerpo se estremeció ante ese
vivo recuerdo—. Pídele a él las explicaciones pertinentes, no a mí.
Sin verlo venir, Karlen se abalanzó sobre mí y me cogió del cuello,
manteniéndome pegada a la pared. Se me cortó la respiración, y no
precisamente porque él ejerciera presión, sino por el horror de sentirme
acorralada otra vez. Puse mis manos encima de la suya, como si así pudiese
aliviar la ligera molestia.
—Podrás manipular el cerebro del Diablo con tu carita angelical, sin
embargo, conmigo no va a funcionar —gruñó muy cerca de mi rostro—. No
sé qué te traes entre manos con él —apretó mi cuello hasta el punto de
empezar a faltarme el aire—, pero te aconsejo que te andes con cuidado
porque, si descubro que estás buscándonos la ruina, te juro que yo mismo
acabaré con tu patética existencia, tenga la orden del Don o no.
Llegados a este punto, no era capaz de pensar en lo que me estaba
diciendo; tan solo quería deshacerme de su agarre para poder respirar. La
falta de aire empezó a agobiarme y sentí el calor encerrarse en mi cabeza.
Antes de poder darle un rodillazo en su entrepierna, Karlen me liberó y
retrocedió unos pasos. Me incliné hacia adelante y rodeé mi cuello con las
manos, tosiendo fuertemente hasta sentir arder mi garganta.
—Estás advertida, Cynthia Moore. Si juegas con fuego, no acabarás
quemada, sino calcinada hasta terminar reducida en cenizas. —No sabía si
eso iba con indirectas al tener un crematorio disponible gracias a su madre o
simplemente se trataba de una amenaza original.
Antes solo tenía a Makari y a Yerik en mi lista negra, pero, por lo visto,
tenía que añadir a Karlen. Mi vida estaría a salvo por el momento, pero era
consciente de que todos correríamos peligro mientras esa familia siguiese
existiendo.
Sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos de mi mente, y me erguí
al recuperar la compostura. La tos se había calmado, al igual que el ardor en
mi cuello.
—Eso no será necesario. —Hice una mueca al oír mi voz tan ronca—.
No planeo hacer nada contra vosotros y, como bien me has dicho, ya no soy
una amenaza —insistí.
—Tomaré tu palabra, pero la única forma de que no olvides mi
advertencia es dejándote un recordatorio, ¿no crees? —Mi vista fue directa
a la daga que sacó del interior de su chaqueta—. Al fin y al cabo, mi parte
del trabajo se centra en la extorsión mediante intimidaciones, violencia o
amenazas.
«¡Iba a marcarme la cara!», chillé histérica en mi propia mente.
No me lo pensé dos veces y me lancé a un lado, esquivándolo cuando
estiró un brazo hacia mí. Conseguí llegar a las escaleras y subí unos
escalones, pero, antes de doblar la primera esquina ascendente, Karlen me
cogió del tobillo. Solté una exclamación y aterricé en los peldaños con los
antebrazos. Un fogonazo de dolor se extendió por todo mi cuerpo y sentí
que mis huesos temblaron del impacto.
Me agarré a la barandilla con fuerza para que no me arrastrase hacia él y
levanté la pierna libre, dándole una patada en el pecho. Ese giro me hizo
caer de culo en los escalones, sin embargo, él acabó rodando por las
escaleras.
Me levanté con la ayuda de la barandilla y empecé a subir otra vez.
Karlen no se había quedado inconsciente por el golpe, lo supe al oír su
desfile de palabras malsonantes hacia mi persona.
Cuando llegué al segundo piso, un estruendo se escuchó por detrás de
mí y me detuve en seco, resollando en busca de aire. El único sonido que
oía ahora era el de mi respiración acelerada. ¿Qué había hecho el Ivanov?
No muy convencida de mi inteligencia, volví a bajar lentamente por las
escaleras, llevando cuidado por si Karlen aparecía de la nada y me atacaba.
Nada más pisar el rellano del primer piso, un nudo se formó en mi
garganta cuando lo vi tirado en el suelo con los brazos en cruz y la chaqueta
abierta a los lados. No obstante, eso no fue lo que me hizo perder el control,
sino la rosa negra que le sobresalía del pequeño bolsillo de su camisa.
Me tapé la boca con la mano cuando de lo más profundo de mi ser
trepaba un fuerte sollozo. Fue evidente que alguien lo había golpeado en la
cabeza con un instrumento de cristal por los vidrios que había esparcidos
por el suelo, pero esa flor captó toda mi atención. Me importó una mierda si
Karlen estaba muerto o no, tan solo tenía ojos para esos pétalos negros que
me recordaban a ella, a mi Rose.
Mi espalda se estrelló contra la pared y no pude evitar estallar en llanto.
La falta de aire empeoró, pero fue mi cuerpo lo que temblaba sin control
hasta el punto de dejarme caer al suelo de rodillas, frente al cuerpo inerte
del Ivanov. Mi vista empañada estaba tan fija en la rosa negra que no me di
cuenta de que había otra presencia a mi lado.
—Cynthia, tranquila —dijo una voz masculina.
De pronto, unos brazos se cerraron en los míos y me pusieron en pie.
Antes de poder mirarle a la cara, Dylan me abrazó con fuerza, intentando
controlar mis temblores violentos. ¿Había sido él quien puso esa flor en el
bolsillo de Karlen? ¿Por qué usaría el mismo símbolo que empleaba Rose
para firmar alguna de sus atrocidades?
Fui consciente de las caricias de mi hermano sobre mi espalda, pero no
de la mejoría que ese gesto había provocado en mi sistema. No sabía los
minutos que habían pasado, no obstante, me encontraba un poco más
tranquila. Mis lágrimas se volvieron silenciosas, aunque mi nariz estaba
totalmente taponada por la mucosidad excesiva.
—Te daría las gracias por salvarme de Karlen, pero no me ha gustado
nada el detalle de la rosa negra —le confesé con la voz distorsionada.
Noté como el cuerpo de Dylan se tensó en mis brazos, sin embargo, no
se apartó de mí.
—Esa flor era un aviso para este desgraciado y no para ti. Contaba con
que te irías directa a tu apartamento y no retrocederías. Debí suponer que
eres tan curiosa como…
«Como Rose», terminé en mi mente.
Su declaración mejoró todavía más mis nervios. Por un momento pensé
en que ella estaba viva y que había venido a por mí. No sabía si sentir alivio
porque Rose no me dejó abandonada a mi suerte todos estos años o
desilusión por haber pensado que había sobrevivido cuando en realidad
seguía muerta.
Continué abrazando a mi hermano hasta que una imagen devastadora
cruzó por mi mente: su beso apasionado con aquella mujer. Quería salir de
dudas, aunque me recordé que Dylan tenía todo el derecho en rehacer su
vida y que no podría ser egoísta.
—Te vi hace dos semanas cuando salí del trabajo por la noche —le dije
de pronto.
Él aflojó su agarre y aproveché para deshacerme de su abrazo con
suavidad. Cuando le miré a la cara vi un tipo de emoción extraña que
desfiguraba su precioso rostro.
—¿Y por qué no te acercaste a mí? —preguntó, dejándome descolocada.
Entonces, me acordé de que él no se imaginaba que lo vi en una situación
comprometedora.
—Te estabas besando con una mujer y no quería interrumpir —mentí en
parte, ya que realmente no quería ver más esa imagen por el dolor irracional
que había sufrido mi corazón—. Así que seguí caminando a casa sin decirte
nada.
—¿Sola en mitad de la noche teniendo a esa familia macabra detrás de
ti? —Me sorprendió que le diera más importancia a eso que le había dejado
entrever y no a lo que le había dicho yo—. ¿Y tu coche?
—Se me rompió y tuve que comprarme otro —contesté tan rápido que
casi me atraganté con mis palabras atropelladas.
—¿Y por qué no me has dicho nada? Te di mi número telefónico para
que lo utilizaras en caso de emergencia y no para que lo tuvieras como un
bonito adorno en tu móvil —espetó con sarcasmo, lo que me produjo una
pequeña carcajada ronca—. ¿Qué te resulta tan gracioso?
—Tu humor negro mezclado con una arrogancia que nunca tuviste —
continué.
—Ven. Vamos a tu apartamento. Este no es un buen lugar para mantener
una conversación. —Cambió de tema drásticamente, aunque era coherente
que me propusiera eso. No sería buena idea hablar con Karlen ahí tirado,
donde algún vecino podía vernos. Mi mirada se dirigió al cuerpo—. No te
preocupes. Por desgracia, está vivo —aclaró.
No pude evitar soltar un suspiro de alivio porque, aunque todos
ansiábamos matarlo, eso solo nos traería más problemas con la familia
Petrov.
No dije nada más y continuamos nuestro camino en silencio hacia mi
casa. Una vez que llegamos, cerré la puerta detrás de Dylan y encendí las
luces del salón. No pude evitar que un escalofrío me recorriera al
imaginarme a Yerik aquí dentro, como ya hizo una vez sin mi
consentimiento. Desde luego que no volvería a hacerlo porque aprendí del
error que cometí saliendo de mi apartamento para ayudar a un anciano. Si
se repitiera esa misma historia, tan solo me ceñiría a avisarle de que se le
había caído la cartera sin ir yo a por ella, pidiéndole que le diera una patada
en mi dirección para agacharme yo y entregársela. Eso me volvió paranoica.
Estaba segura de que el Diablo le pagó para hacer ese paripé.
—No me sigue gustando la idea de que vivas aquí sola —comentó de
pronto y lo miré con cara de pocos amigos—. Pero sé que quieres tu
intimidad, así que no me meteré en tus decisiones a no ser que corras
peligro. —Levantó las manos en son de paz.
—Gracias.
Dylan se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo del sillón. Mis ojos
volaron hacia su tatuaje que le envolvía el brazo derecho. Solo podía ver el
revólver y un trozo de cuerpo de la serpiente porque el resto lo tapaba su
camiseta de manga corta. Volvió el nudo en mi garganta, aunque ya no
apretaba tanto.
—Tengo hambre —murmuré y aparté la mirada de la tinta negra para
enfocarla en su cara—. ¿Te quedarías conmigo para cenar juntos? —oferté
con una pequeña esperanza de pasar más tiempo con él—. O si ya has
cenado…
—Claro —me interrumpió—. He estado más pendiente de ti que de mi
alimentación. —Sonrió al ver mi expresión perpleja—. Te dije que sería tu
sombra, aunque solo lo soy en los momentos libres. Procuro darte tu
espacio, pero ya sabes que intento que no se te acerque impresentables
como Karlen.
—¿Así que me vigilas constantemente? —quise saber.
—No lo necesario —contestó sin más, encogiéndose de hombros—.
Como te acabo de decir, te doy tu espacio. Enfoco más mi atención en los
Petrov. No estoy solo en esto, al fin y al cabo.
—¿Hay más personas cubriendo mis espaldas? —Disimulé la tensión de
mi espalda. Si tenía a más gente detrás de mí, podría correrse la voz de mi
acercamiento con el Diablo y mi trabajo extra.
—Vigilando a los Petrov ya te estamos cubriendo las espaldas, Cynthia.
No te preocupes, sigues teniendo tu libertad. Sabes que a mí no me gusta
cohibírsela a la gente que quiero.
«A la gente que quiero», mi corazón dio un pequeño saltito al incluirme
a mí.
—Esta noche planeaba visitarte en tu apartamento y doy gracias de
haberlo hecho —terminó la frase con una ironía, refiriéndose a Karlen—.
Cuando llegué al portal, vi como ese imbécil te tenía agarrada del cuello y
llamé como loco a otros vecinos para que me abrieran la dichosa puerta —
explicó, sacándome de cualquier duda que pudiera tener por su intromisión
en ese enfrentamiento desafortunado—. Sin embargo, no contaba con que
verías la rosa negra y mucho menos que rozaras el borde de la histeria.
—Me acordé de ella —musité y pude notar que se formaban nuevas
lágrimas en mis ojos—. Nunca la olvido, siempre la tengo muy presente,
pero ver esa flor… —Me callé cuando otro sollozo amenazaba con salir.
Sacudí la cabeza y di media vuelta para dirigirme a la cocina—. Voy a
preparar algo para cenar. Por favor, ponte cómodo en el sillón y enciende la
televisión, si quieres.
—Cynthia. —Me detuve a medio camino y miré sobre mi hombro.
—¿Qué? —le insté a hablar cuando le vi apretar los labios con fuerza,
como si se estuviese reprimiendo en continuar con lo que me quería decir.
—Yo tampoco la olvido, no podría. —Su pecho se hinchó con una
respiración profunda—. Jamás.
Algo dentro de mí me decía que no era eso lo que quería contarme, sin
embargo, no insistí. Suponía que no me sacaría el tema de la morena con la
que se besó, ni querría darme más explicaciones.
Asentí con la cabeza y seguí mi camino a la cocina.
CAPÍTULO 35

Cynthia Moore

L a mañana transcurrió tranquila en el hospital, sin incidentes con


ningún paciente. Daniell todavía se encontraba en el segundo piso,
donde estaban los críticos, así que no lo había visto desde que iniciaron mis
vacaciones. Él evitó ser dado de alta y montó esa escena violenta con la
intención de quedarse más tiempo ingresado. Tendría que esperar a que lo
bajaran a la primera planta para hablar con el Petrov.
Serafina fue mi compañera en este turno, ya que Alice se fue de
vacaciones y Luciano vendría para hacer la tarde y la noche. Miré el reloj,
comprobando que nos quedaban quince minutos para salir las dos a comer.
Después nos reuniríamos con los justicieros en casa de Vladimir.
—Son muchas horas sin cafeína —soltó Serafina nada más llegar al
mostrador y se desplomó sobre la silla giratoria.
—En todo caso, ya necesitas glucosa —bromeé, recogiendo el pequeño
desorden del escritorio y ella cogió un bolígrafo del bote.
Para Serafina el café era como el agua para el resto del mundo:
imprescindible para existir.
—Lo que necesito es un buen encuentro romántico con Maurizio —dijo
con la vista puesta en el bolígrafo mientras lo iba girando entre sus dedos.
—¿Habéis pasado ya a la siguiente fase, en la de reconoceros como
pareja oficial? —pregunté con interés.
Pese a que todos sabíamos que entre ellos había algo más que una
simple amistad, ninguno lo hacía público. Por las expresiones faciales de
Serafina, supe que, si por ella fuera, su relación con el hermano de Alice
habría avanzado hacia el siguiente nivel.
—Aún no. —Soltó un suspiro de frustración.
—Pero tú quieres, ¿verdad? —insistí y tomé asiento en la otra silla
disponible.
—Lo deseo con todas mis fuerzas, Cynthia. —Sus ojos verdes
primaverales se enfocaron en mí—. Tal vez Maurizio no me vea del mismo
modo en el que yo lo veo a él. —Apoyó la espalda en el respaldo y dejó el
bolígrafo encima del escritorio con demasiada fuerza—. No deseo
contagiarte mis emociones inestables, así que olvida lo que te he dicho. —
Hizo un ademán con la mano, restándole importancia, y me brindó una
sonrisa—. ¿Qué me dices de ti? ¿Tienes escondido a algún degenerado
debajo de la cama?
Reprimí las ganas de reír, lo que me sorprendió, ya que jamás pude
hablar de mi vida sentimental con Serafina por la tristeza que me
embriagaba cada vez que recordaba a Alec. Solo los hermanos Doohan, mi
hermano y Alice sabían de mi traumática experiencia, eso sin contar con
Evelina. Hacía mucho tiempo que no visitaba a mi psicóloga, aunque
notaba que ya no me hacía falta. La última vez que estuve allí me juré pasar
página y cumplí con mi palabra. Salí de su consulta totalmente renovada
cuando decidí abrirme a ella.
—Desde que Alec falleció, no ha habido otro hombre que consiguiera
llamar mi atención —contesté.
A Serafina solo le conté que mi primer y último novio murió en un
accidente de paracaidismo, donde se estampó contra el suelo por un fallo en
el paracaídas, una mentira similar a la verdad. La cruda realidad era que lo
colgaron de los pies en una especie de máquina escalofriante con una
cuerda, permaneciendo encima de un foso muy profundo, y él tuvo que
cortarla, sacrificando su vida para salvarnos a Vladimir y a mí, porque esa
máquina hacía la función de balanza y los tres hubiésemos acabado
estrellándonos contra el suelo por el exceso de peso si no se sacrificaba uno.
Este era uno de los cuatro sacrificios que el bioterrorista nos preparó a mi
gente y a mí en la isla de la que le hablé a Evelina.
Aparté ese terrible recuerdo de mi mente y me concentré en Serafina,
quien me miraba con una pena que no me gustaba. Odiaba despertar ese
sentimiento en los demás. Sin embargo, no la culpaba, puesto que ella no lo
sabía.
—Siento mucho lo que le pasó a tu novio. —Arrastró su silla,
arrimándose a mí, y me cogió de la mano—. Pero más siento haberte sacado
el tema. Lo último que quiero es que revivas ese recuerdo.
—No pasa nada. Ya lo he superado —le dije con seguridad—. Y
contestando a tu pregunta curiosa —sonreí—, no hay ningún hombre debajo
de mi cama.
—Tiempo al tiempo —aseguró.
Hablamos de asuntos más alegres, riéndonos a carcajadas, hasta que
llegó el momento que deseábamos. Fui corriendo a cambiarme de ropa en
los vestuarios mientras que Serafina hablaba con Luciano, poniéndolo al día
de nuestros pacientes.
Una vez lista para irme del hospital, me dirigí a donde estaban ellos
detrás del mostrador de enfermería. Sin embargo, una mano se cerró en mi
brazo y me arrastró hacia una de las habitaciones vacías.
Antes de poder defenderme, el cuerpo de Yerik aprisionó el mío contra
la pared y lo miré con los ojos bien abiertos de la sorpresa. Jamás me
acostumbraría a su presencia tan repentina en la mayoría de nuestros
encuentros. Estaba segura de que su pecho notaría los latidos tan acelerados
de mi corazón como yo sentía los suyos en el mío.
—¿Sabes? Por un lado, me gusta que no tengas a ningún degenerado
escondido debajo de tu cama y, por el otro, me fastidia sentir que me
molestaría si lo tuvieras —gruñó muy cerca de mis labios.
Su arrebato de arrastrarme aquí me dejó atónita, más que sus palabras,
unas que debería de darle importancia, pero que ahora mismo no podía
porque solo tenía cabeza para llegar a la conclusión de que él había
escuchado mi conversación con Serafina.
—¿Qué estás haciendo aquí? —conseguí preguntar.
Di un respingo cuando posó una mano en mi cintura y la arrastró
suavemente hacia mi cadera, donde enredó los dedos en la tela de la falda,
levantándomela un poco. Mis ojos quedaron fijos en los suyos, que me
observaban con detenimiento.
—Estoy saciando mi necesidad, nada más —respondió sin más,
haciendo hincapié en una palabra que me dejó descolocada.
Mi corazón me dio un vuelco al intentar descifrar las nuevas facetas de
Yerik. Desde la noche en la que me besó, estaba actuando raro conmigo, y
no solo por ese beso, sino por sus extrañas palabras. ¿Acaso su organismo
ya estaba sufriendo los efectos de la bajada gradual de su dosis de la
Satamina? Si era así, el Diablo podría estar más vulnerable, lo que me
ayudaría para poder acceder a él, según me hizo entender Daniell. Ya
habían pasado un poco más de dos semanas, así que esa era la única
explicación lógica que se me ocurría. No obstante, había una potente
incógnita instalada en mi mente: ¿para qué consumía Yerik esa droga?
—¿Y de qué necesidad hablas? —murmuré.
La falda volvió a subirse más y su mano se coló entre la tela y mi muslo.
Agradecí tener unas medias oscuras para que no notase lo que su tacto
producía en mi piel, la cual se erizaba por donde me acariciaba. No moví ni
un solo músculo para detenerlo, tan solo me dejé llevar por esta confusa
sensación.
Sabía que mi colaboración a que me tocara se debía a que ya me había
mentalizando de que tenía que seducirlo, así que no tenía más remedio que
aguantarlo.
Me centré en sus ojos azules, cuyas pupilas ya estaban menos dilatadas,
aunque el cambio aún era sutil. Su mano libre la llevó a mi mejilla y la
acarició con ternura, regalándome una tenue sonrisa con los labios
apretados.
—Cada día intento deshacerme de tu sabor como un desesperado por
sobrevivir. Sin embargo, se ha incrustado tan hondo que ni el maldito
whisky lo suaviza. —Colocó su pulgar en mi labio inferior mientras que el
resto rodearon mi mandíbula—. ¿Sabes qué es lo peor de todo, Cynthia? —
No contesté y su mirada se deslizó a mi boca—. Que me gustó demasiado
tu sabor y solo busco con ahínco embriagarme con él hasta perder la razón,
aunque solo fuera unos instantes. —Empezó a perfilar el contorno de mis
labios entreabiertos con el dedo y se relamió los suyos—. En mala hora te
probé —murmuró—. Porque, ahora, no solo busco volver a probar el sabor
del fuego del infierno, sino que también quiero arder en él.
La mano que permanecía en mi muslo ascendió, pero se detuvo justo
antes de llegar a mis glúteos. No la apartó, tan solo apretó para que sintiese
bien que me estaba tocando. Creí notar que temblaba, como si se estuviese
conteniendo en hacer lo que realmente ansiaba hacer.
Tragué saliva con dificultad por el nudo que se estaba formando en mi
garganta, debido a los nervios, y desconecté de lo que sentía mi cuerpo para
centrarme en la parte racional, que era lo que verdaderamente importaba:
mi misión.
—¿Así que yo sí puedo hacer sentir al Diablo? —Recordé que él me
dijo que lo llamaban así por su incapacidad de sentir cualquier tipo de
sentimiento.
Los ojos de Yerik volaron hacia los míos y pude ver como sus facciones
cambiaron radicalmente, como si ya hubiese salido del trance en el que
estaba sumergido.
—El Diablo jamás podrá ser sometido —soltó con brusquedad.
Tenía bien claro que Yerik me deseaba, como desearía a cualquier otra
mujer. No obstante, tenía que aprovechar que yo estaba incluida en la lista,
usar la lujuria que le producía a mi favor. Mientras que la Satamina se
reducía en su sistema, tenía que comenzar con mi deber y lo haría en este
preciso momento.
Recopilé todos los encuentros que tuve con Makari y Karlen, donde mi
integridad física se vio comprometida. Junté todo el mal que Yerik nos hizo
a mi gente y a mí en el pasado, recordándome por qué deseaba destruirlo.
Reuní todos los actos que tuve que hacer para acercarme al Diablo, en los
que fui alejándome de mi verdadera naturaleza, convirtiéndome en un
monstruo tan horripilante como todos ellos, en los que me adentré en la
mafia para realizar atrocidades, encubrí el crimen de una persona inocente
para usarlo como chantaje y quité más vidas humanas, tanto en el quirófano
como en la carretera que conducía al hogar de los Petrov. Hice una mezcla
de todo esto en mi mente, empujándome a centrarme en lo que quería y
tenía que hacer.
«Seduciré al Diablo, mataré a sus súbditos y le haré arder en su mismo
infierno».
A Andrei y a Zaria los utilizaría a mi conveniencia para conseguir mis
propósitos con éxito.
«Por la memoria de Rose, por mi hermano, por Damian y por todos los
que hemos sido víctimas de Yerik Petrov. Por todos ellos estoy haciendo
esto, aunque yo también acabe cayendo en el abismo».
Con todos estos pensamientos grabados a fuego en mi mente, me
coloqué mi nueva máscara engañosa, una que tendría que adherir a mi piel
de tal manera que tendría que arrancarme mi propia carne para deshacerme
de ella.
—Aquí no habrá ningún tipo de sumisión —dije con la voz más
ahumada—. A ninguno de los dos nos gusta eso.
Yerik frunció el ceño, extrañándose de notar mi cambio de actitud.
Suponía que se habría fijado en que no hacía nada por apartarlo de mí, sino
que le estaba dando permiso para que siguiera tocándome.
—¿Y qué habrá? —preguntó con curiosidad.
Me moví un poco, llevando cuidado en no rozarle partes íntimas, y
provoqué que su mano aterrizara en mis glúteos, un movimiento
involuntario por su parte, ya que realmente la tuvo quieta. Sin embargo, no
la apartó, así que sonreí internamente y acerqué mis labios a los suyos. La
única barrera que teníamos eran sus dedos paralizados que seguían sobre mi
boca.
—Lo que tú quieras que haya —susurré—. Si buscas hacerme daño o
intentar matarme, que era lo que ansiabas, solo obtendrás que te desafíe
porque no pienso dejarme atacar. Como haces tú, yo también me defiendo.
—Levanté las manos y las apoyé en sus anchos hombros con nuestra
mirada conectada en todo momento—. En cambio, si buscas otras cosas
más interesantes —me puse de puntillas y se vio obligado a liberar mis
labios cuando los dejé a escasos centímetros de los suyos—, puedo
ofrecerte lo mismo. Dame y yo te doy, Diablo. Tú eliges que quieres recibir
por mi parte: dolores de cabeza o… —Moví una mano y la recoloqué en su
nuca, sintiendo su cabello tan oscuro como la noche en mis dedos.
Ahora Yerik se tomó la libertad de apretar mis glúteos, pasando al
siguiente nivel de exploración. La confianza física había aumentado, lo que
me provocó un cosquilleo en mi vientre, pero también un subidón de
adrenalina por estar consiguiendo lo que quería hoy de él.
—¿O qué? —La mano que estuvo anteriormente en mi boca la colocó
en mi nuca y enredó mi pelo rubio entre sus dedos. Después tiró de mi
cabeza hacía atrás con cuidado. Era consciente de que nos estábamos
preparando para devorar nuestros labios—. ¿Qué me ofrecerías a cambio de
no matarte? —No pudo reprimir una sonrisa pícara.
—Lo que tú me pidas por —pegué mi cuerpo más al suyo, sintiendo su
erección en mi vientre— esa boquita tan demandante que tienes.
—Espero que no estés jugando conmigo porque, si lo haces, te doy mi
palabra que te arrancaré las alas para que caigas conmigo en mi infierno,
uno del que jamás podrás salir —ronroneó justo antes de estampar su boca
contra la mía.
No hubo suavidad en este beso, sino rudeza. Él me estaba transmitiendo
su ira y lujuria mientras que yo las recibía gustosa. No sabía qué final
tendría yo, pero él acabaría muerto por mis manos, aunque me propuse
disfrutar del proceso. Llegaría hasta el final con mi seducción y me juré que
el Diablo caería en mis redes más pronto que tarde.
Aparté la poca vergüenza residual que me quedaba dentro de mi sistema
y me moldeé la máscara impasible y engañosa por una de poca decencia.
Olvidé mi parte angelical y recatada, sustituyéndola por una que se
amoldaría a él. Al fin y al cabo, mi verdadera esencia ya se perdió en el
abismo, así que recibí a la nueva Cynthia con los brazos abiertos, una que
estos desgraciados habían forjado.
Esta vez fue Yerik quien me mordió el labio inferior, pero no me hizo
sangre, y llevó sus manos a mis glúteos para levantarme del suelo. Rodeé su
cintura con mis piernas y él pegó mi espalda en la pared.
Se nos escapó un gemido cuando apretó su pene endurecido en mi
mismísimo centro. Las únicas barreras que nos impedía llegar al máximo
nivel fueron nuestra ropa interior, mis finas medias y sus pantalones.
Tenía que detener esto, era demasiado para mí y no era el mejor lugar
para continuar devorándonos como dos hambrientos. Me forcé a girar mi
cabeza para deshacerme de sus labios y lo conseguí, pero, inmediatamente,
una de sus manos que me agarraban el trasero rodeó mi mandíbula y volvió
a girar mi cabeza para seguir besándome. No suficiente con eso, comenzó a
mover sus caderas contra mí, creando una fricción exquisita entre nuestras
partes más íntimas. El Diablo no estaba dispuesto a romper este hechizo ni
a liberarme.
Sin embargo, unas exclamaciones nos obligaron a detenernos, diluyendo
todo embrujo existente, que no era escaso.
Los dos miramos hacia la entrada de la habitación, donde estaban
Serafina, Luciano y Dante.
«¡Ay, Dios mío! ¡Los justicieros, no!», grité con horror en mi propia
mente.
—Joder. —Luciano carraspeó, aclarándose la garganta—. Siento
interrumpir.
Serafina estaba con la boca abierta del asombro y no le salían las
palabras. Sin embargo, Dante apretaba tanto los puños que los nudillos se le
pusieron blancos.
—Justiciero —dijo Yerik con voz melosa—. Siempre tan dispuesto a
tocarme los huevos.
Yo estaba tan bloqueada que no podía moverme. Fue el Petrov quien me
puso los pies en el suelo y creó una corta distancia entre nosotros.
—Diría que los tenías apretados en otro sitio —gruñó Dante.
—En el mejor lugar, créeme —contestó el Diablo con el propósito de
fastidiar a mi amigo y lo consiguió.
Dante hizo el amago de lanzarse hacia Yerik, pero Luciano lo detuvo,
agarrándolo por detrás.
—Por favor, batiros en duelo fuera del hospital —pidió mi compañero
—. O mejor, arreglar vuestras diferencias de otra forma menos violenta.
—Maldito cabrón. No vuelvas a poner tus manos sobre ella o…
—¿O qué? ¿Vas a matarme? —lo interrumpió el Petrov con una sonrisa
de suficiencia—. Déjame decirte una cosa bien clara y espero no tener que
volver a repetirlo, y esto también va para vosotros dos. —Ahora se dirigió
también a Luciano y a Serafina—. Además, me gustaría que se corriera la
voz entre vuestro círculo de ineptos. —Me puse tensa cuando Yerik dio
unos pasos hacia los tres y alzó el mentón—. Pondré mis manos donde yo
quiera y haré lo que me apetezca, tampoco es que la estuviera obligando a
hacer algo que ella no quisiera —aclaró, refiriéndose a mí—. Combatiré
con todo aquel que se interponga entre mis necesidades y yo, así que no
vuelvas a prohibirme nada. Creo que Cynthia, bajo ese aspecto de niña
buena y dulce, ya es mayorcita para distinguir lo que quiere de lo que no.
—Bueno, en lo último tiene razón —susurró Serafina y se ganó una
mirada fulminante de Dante. Ella levantó las manos en son de paz y negó
con la cabeza—. Tranquilízate. Si Cynthia hubiese sido forzada, estoy
segura de que la hubiéramos encontrado pateándole el culo a este hombre, y
no comiéndole los morros. —Se ruborizó, sin saber cómo excusar su
comentario.
—¿Podéis dejarnos un momento a solas, por favor? —les pidió mi
amigo a mis compañeros.
Ellos asintieron con la cabeza y Serafina me lanzó una mirada
preocupada.
—Te espero en la puerta del hospital.
—Vale. —Asentí con la cabeza.
Una vez que cerraron la puerta tras ellos, Dante tomó una respiración
profunda. Yerik llevó sus manos al cinturón y esa postura me dejó ver la
culata de la pistola que tenía oculta bajo su chaqueta. Mi mirada se fue
hacia la hebilla de su cinturón y evalué su forma. Se trataba de la insignia
del águila con la cabeza de perfil y las alas alzadas al vuelo.
—¿De verdad quieres armar un revuelo por esto? —preguntó el Diablo
con un fingido asombro—. ¿Buscas empeorar la situación tan tensa que hay
entre todos nosotros?
—Ni pienses que lo que le hicisteis a Vicenzo se quedará sin cobro —
espetó Dante.
Ahora entendía por qué mi amigo había echado a mis compañeros fuera
de la habitación. Ellos solo sabían que el justiciero fue asesinado en la fiesta
enmascarada, pero no quiénes habían cometido ese crimen.
—Vicenzo Carbone me buscó en el Peccato Mortale para averiguar si
yo había sobrevivido a la furia del mar. Me hubiese dado igual que os
informara de mi supervivencia, pero, entonces, supe de vuestras claras
intenciones de matarme en la fiesta enmascarada.
—Te enteraste gracias al traidor, ¿no? —La acusación de Dante me hizo
fruncir el ceño.
—¿Un traidor? —pregunté.
—Al parecer hay uno de nuestro grupo que le pasa información privada.
Eso fue lo que le dijiste a Dylan cuando lo liberaste, ¿no es así? —
respondió mi amigo.
—Exacto. —Yerik sonrió de lado—. ¿Ahora entiendes por qué
necesitabais un escarmiento? ¿No ves que no ibais a descansar hasta verme
muerto y enterrado? —Sus ojos buscaron los míos—. Al igual que todos
vosotros, yo también busco sobrevivir. ¿No es eso lo que me has repetido
hasta el cansancio?
Asentí con la cabeza y aparté la mirada para enfocarla en mis manos. El
Diablo tenía razón y no podía juzgarlo sin juzgarme a mí misma. En esta
historia, todos éramos villanos y cada uno estábamos dispuestos a matar
con tal de conseguir sobrevivir. Lo peor de todo era que ninguno íbamos a
dar nuestro brazo a torcer, ni siquiera yo, que seguiría adelante con mi
venganza.
Los justicieros también buscaban justicia, al igual que yo. Esto se
trataba de una guerra sin fin y ya era demasiado tarde para echarse atrás.
—¿Qué quieres de ella? —La voz de Dante me sacó de mis
ensoñaciones—. ¿Se trata de otra de tus artimañas para molestarnos?
—Algún día, Dante Salvatore, os daré la respuesta. —Yerik se dirigió
hacia la puerta de la habitación, sin dirigirme ni una sola mirada, y pasó por
al lado de mi amigo—. Mientras tanto, dejad que la averigüe yo mismo —
terminó murmurando.
Dante no dijo nada, ni siquiera se giró para ver como el Diablo se
marchaba de aquí con seguridad, como si supiera desde un principio que el
justiciero no le atacaría por la espalda.
CAPÍTULO 36

Cynthia Moore

S erafina y yo comimos en un restaurante cercano a nuestro hospital.


Agradecí que ella no me pidiera explicaciones de lo que vio y me
diera mi espacio. Después de que Yerik se marchara de la habitación, no
duré muchos segundos más delante de Dante y salí disparada para reunirme
con mi compañera. Luciano tampoco me comentó nada al salir, aunque sí
me miró con cara de preocupación. Sabía que pronto tendría que
responderles a algunas dudas.
Ahora nos encontrábamos en el apartamento de Vladimir. Nunca había
estado aquí, así que no me hubiese imaginado que viviera tan cerca de mí.
Los justicieros se encontraban desperdigados por toda la casa y yo
permanecía sentada en el sillón, al lado de Serafina y Alice. Mi vista se
dirigió a Dante, quien me lanzaba duras miradas de vez en cuando mientras
hablaba con Kiara y Vladimir delante del pequeño minibar, donde se
estaban sirviendo unas bebidas alcohólicas. Valentino y Carlo jugaban al
billar que había en un rincón del salón. Maurizio y Lucrezia estaban
apoyados en la barandilla del balcón que desde aquí podía visualizar.
La música estaba a un volumen bajo para que todos pudiésemos hablar y
escucharnos sin complicaciones. Sentí una mano sobre mi muslo y mi vista
se dirigió a Alice, que me brindaba una mirada interrogante.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
Meneé los dedos que rodeaban mi vaso con ímpetu, golpeando el cristal
con mis uñas en un acto de nerviosismo. Quería contarle la verdad a Alice,
pero no podía hacerlo delante de Serafina porque ella no estaba al tanto de
la mayoría de cosas; y tampoco quería que las supiera. Sin embargo, ya vio
lo suficiente para sacar unas conclusiones erróneas.
—Estoy bien. —Le señalé a Serafina con la vista disimuladamente y mi
amiga lo entendió a la perfección.
—Voy un momento al baño. Tengo el muelle flojo —bromeó Alice y se
levantó.
Me fijé en que fue hacia su hermano y le dijo algo al oído para que
Lucrezia no lo oyera. No entendía nada, pero supuse que algo estaba
tramando para deshacernos de Serafina unos minutos. Los ojos marrones de
Maurizio volaron hacia nosotras y asintió con la cabeza. Cuando Alice se
dirigió al baño, su hermano caminó hacia nosotras, dejando a Lucrezia sola
en el balcón. Esta última me lanzó una mirada de hastío. ¡Genial!
Maurizio se paró frente a Serafina y le tendió una mano. Ella lo miró
perpleja, sin embargo, aceptó el gesto y se puso en pie.
—¿Me acompañas a la tienda a por más hielo? —preguntó él.
Una sonrisa traicionera tironeó de mis labios cuando la cara de mi
compañera se ruborizó, aunque acabó asintiendo. Deseaba que los dos
mantuvieran una intensa conversación y avanzaran al siguiente nivel en su
relación. Antes de que Maurizio se llevara a Serafina, ella me miró por
encima del hombro y yo le sonreí.
No tuve tiempo de estar a solas conmigo misma, ya que Alice se sentó a
mi lado. Desde luego que no pudo ir al baño y hacer sus necesidades tan
rápido.
—De esta forma no me siento tan culpable de haber echado a Serafina.
Al fin y al cabo, les estoy dando una ayudita para que los dos estén un rato
a solas. —Rio, aunque se puso seria al instante—. Ahora sí, dime, ¿qué
ronda por tu cabeza? Y no me mientas porque se nota a leguas que algo
desagradable ha pasado entre Dante y tú.
—¿Por qué supones eso?
—Capto perfectamente las miradas enfadadas que te lanza. —Se
encogió de hombros y me cogió de la mano que había dejado encima de mis
muslos mientras que con la otra seguía agarrando el vaso—. ¿Qué os ha
pasado?
—Yerik me ha visitado en el hospital y nos hemos besado en una de las
habitaciones vacías. —Alice abrió los ojos como platos. Antes de que
hablase, proseguí—. Dante, Luciano y Serafina nos han sorprendido en una
situación un tanto comprometida.
—¿Cómo de comprometida? —quiso saber.
—Un beso bastante fogoso. Dejémoslo ahí.
—Vale. Me hago una idea. Ya sabes que tengo una imaginación muy
creativa. —Me sonrió con tristeza, dándome un apretón en la mano—. Has
comenzado con tu plan suicida, ¿verdad? —Escaneé el entorno, verificando
que nadie tenía la atención puesta en nosotras, y asentí con la cabeza—.
Sabes que nadie más aparte de mí sabe lo que te propones, Cynthia, y eso
les hará pensar a todos que Yerik te gusta cuando en realidad solo quieres
eliminarlo del mapa.
—Lo sé, Alice. Una de las múltiples consecuencias que habrá es que
mis amigos y mi hermano van a pensar de mí lo que no es, pero no pueden
saber la verdad.
—Porque evitarán que te expongas de esa manera —concluyó ella—. Ya
te transmití mi desacuerdo en tu plan. Sin embargo, no puedo hacer nada
para hacerte cambiar de opinión, ¿verdad? —Negué con la cabeza y ella me
arrebató el vaso con cuidado para dejarlo encima de la mesa—. Te di mi
palabra que no les diré nada, pero eso no quiere decir que vaya a mantener
la boca cerrada si veo que estás en peligro. No permitiré que acabes dentro
de un ataúd por tu empeño en vengarte de los Petrov. —Cuando iba a
hablar, me interrumpió—. Tal vez Yerik ya no planee hacerte daño, sin
embargo, Karlen y Makari no piensan lo mismo, no lo olvides.
No hizo falta indagar más para saber que Alice se había enterado de mi
encuentro tan desagradable con Karlen en el portal de mi edificio. Dylan se
los tuvo que comunicar a todos.
—Cynthia, escúchame —me pidió y puse toda mi atención en ella—.
Tarde o temprano se van a enterar de tus objetivos. Te aseguro que no
podrás ocultarles esto mucho más tiempo porque la verdad siempre termina
saliendo a la luz.
—No puedo decirles nada, Alice. Si lo hiciera, evitarían a toda costa que
me saliese con la mía, incluso mi hermano sería capaz de encerrarme hasta
que se me vaya esa idea de la cabeza.
—Y no le culpo si quisiera hacerte eso. —La fulminé con la mirada,
aunque yo pensaba lo mismo que ella—. Por favor, ten mucho cuidado. Si
el Diablo también se entera de que planeas seducirlo para matarlos a todos
después, él podría hacerte algo mucho peor. No solo te mataría, sino que se
aseguraría de que tu muerte fuese una muy lenta y dolorosa. Si tu plan no
sale como esperas, nos declararás la guerra a todos, ya que nosotros
vengaríamos tu muerte y eso conllevaría a más muertes.
Sentí mis ojos arder por las lágrimas de impotencia que se estaban
acumulando en ellos. Alice tenía razón y por eso debía de jugar bien mis
cartas y no cometer errores. Ya estaba metida de lleno en este problema, así
que no tenía otra opción más que avanzar. Karlen y Makari jamás se
detendrían e intentarían matarme, renunciara a mi plan de seducir a Yerik o
no.
—¿Planeas matar al Diablo y a su familia, lo que conllevaría a un
fracaso y nos meterías a todos en una guerra con los Petrov y los Ivanov?
—Alice y yo nos sobresaltamos al oír la voz de Lucrezia. ¿Cómo demonios
se había acercado tanto sin darnos cuenta?
Nos levantamos de sopetón y, a causa de que lo preguntó casi en un
grito, los justicieros pusieron sus atenciones en nosotras.
«Mierda. Se acabó mi secreto».
—Contesta, estúpida —escupió la hermana de Dante.
No sabía qué decir, pero Alice se me adelantó con cara de pocos amigos.
—Cuida tu lenguaje o te cerraré la boca de un guantazo como te dirijas a
ella de ese modo —me defendió mi amiga. Quise darle las gracias, pero
ahora mismo no me importaba que Lucrezia me regara los oídos con
insultos. Tenía problemas más serios que atender.
—¿Y tú eres su cómplice? —le acusó la justiciera, haciendo caso omiso
a la amenaza de Alice—. ¿Sabías lo que Cynthia planeaba desde un
principio y te has callado sabiendo que nos metería a todos en problemas
con esa familia, incluso a ti? —preguntó indignada ante nuestro silencio.
Fui consciente de que el resto se acercaban a nosotras sin hacer ruido y
sin intervenir. La puerta del apartamento se abrió y aparecieron Maurizio y
Serafina, como si no fuéramos ya suficientes. Solo faltaba Dylan, que sería
con el que más me tendría que enfrentar en cuanto supiera la verdad, que la
sabría después de esto.
—La única culpable aquí soy yo, así que no cargues tu ira con ella —
dije con firmeza. No permitiría que Alice asumiera toda la culpa cuando
realmente solo la tenía yo—. Necesitaba que alguien supiera la verdad y se
la confesé a ella, pidiéndole que no dijera nada, pero hace unos minutos
estaba insistiéndome en que tenía que deciros la verdad o se chivaría. —
Intenté aliviar el ambiente para mi amiga.
—¿Así que por eso estabas a punto de acostarte con Yerik en la
habitación del hospital? —se interpuso Dante con dureza—. ¿Eso era una
artimaña tuya para seducirlo? Y yo culpándolo a él…
—Joder. —Valentino se pasó una mano por la cara en un intento de
despejarse la mente del alcohol.
Estaba comenzando a agobiarme por ser el centro de atención y solo
ansiaba salir corriendo de aquí para ocultarme dentro de mi apartamento.
No obstante, eso sería imposible teniendo a tanta gente a mi alrededor.
—Hablemos las cosas con más calma —propuso Vladimir con suavidad.
Lo miré y casi preferí no hacerlo. Su mirada no correspondía a la
suavidad de su voz, ya que estaba empañada con el dolor y un atisbo de
furia. Sin embargo, él era un buen guardián de sus propias emociones, tan
solo las mostraba cuando le desbordaban como le pasaba en este momento.
—¿Con calma? —ironizó Lucrezia—. ¡Por favor! ¡Antes de que viniese
ella de Roma, ninguno teníamos problemas con esa familia! —Su acusación
se me clavó hondo en el pecho, como si fuese un puñal.
—Bueno, los problemas con los Petrov iban a venir en cualquier
momento —intervino Carlo, que era el que más tranquilidad irradiaba—.
Mataron a Vicenzo y ahí Cynthia no tuvo nada que ver.
Lucrezia parecía que ansiaba lanzarse a mi cuello para desgarrarme la
garganta de un bocado. Cuando iba a abrir la boca para defenderme, me
acordé de algo crucial y la cerré con fuerza.
Si Yerik dijo la verdad sobre que había un traidor en el círculo de
Vladimir, entonces estaba aquí presente y se acababa de enterar de mis
verdaderos planes con el Diablo. Mi cuerpo empezó a temblar de forma
involuntaria y, si no fuera por Alice, me habría caído al suelo cuando mis
piernas me fallaron.
—¿Estás bien? —Vladimir se acercó a mí y me ayudó a sentarme
nuevamente en el sillón.
Un dolor punzante se instaló en mi pecho al ver que él seguía siendo
gentil conmigo, pese haberse enterado de la verdad. No me quería imaginar
las cosas que le cruzaría por la cabeza.
Lo agarré del brazo cuando hizo el amago de apartarse y lo miré con
súplica. Él se puso de cuclillas, frente a mí, para ponerse a mi altura.
—Solo hablaré contigo —susurré tan bajito que solo él y Alice pudieron
escucharme—. Judas —mencioné.
Vladimir apretó la mandíbula con fuerza. Él sabía lo que quería decir
con esa simple palabra y Alice se puso tensa, que había tomado asiento a mi
lado. El justiciero se irguió y los miró a todos.
—Necesita calmarse y aquí somos demasiados —dijo Vladimir.
Serafina se separó de Maurizio y vino a mí. Sin esperármelo, me abrazó
con fuerza y apoyó sus labios en mi oreja.
—Todavía no sé lo que está pasando, pero lo sabré —susurró solo para
mí—. Tan solo quiero que sepas que tendrás mi apoyo incondicional.
Cuídate, amiga.
Tragué saliva con dificultad cuando me soltó y se dio la vuelta para
volver con Maurizio. Ellos fueron los primeros en despedirse y abandonar
el apartamento. Le siguieron Carlo y Valentino, que tuvieron que arrastrar a
una Lucrezia más que furiosa. Dante decidió quedarse, junto con Kiara.
Alice pasó un brazo por mis hombros y me apretó contra ella para darme
ánimos.
—Ha sido una imprudencia por parte de mi hermana exponer a Cynthia
de esta manera —empezó Dante y se apoyó en la mesa del comedor—. El
supuesto aliado de Yerik estaba aquí, supuestamente, así que podría irle con
el cuento.
—¿Todavía no hay ninguna pista? —quiso saber Alice.
—Mis sospechas siguen yendo hacia Carlo o Valentino, pero me cuesta
creerlo —objetó Vladimir, sentándose en la butaca.
—Eso es si Yerik dijo la verdad. Podría haber mentido para crear más
trifulca entre todos —comentó Kiara, que se puso al lado de Dante.
—Pero los Petrov se enteraron de nuestros planes en la fiesta
enmascarada. Queríamos eliminar al Diablo, y él estuvo preparado. Vicenzo
fue el mensaje de advertencia —nos recordó Dante.
—Además, dijisteis que Vicenzo escuchó que uno de los cuatro Petrov
que hubo en la fiesta llamó Yerik a otro, que resultó ser Makari. —Alice se
llevó una mano a la barbilla y se quedó pensativa unos segundos—. Preparó
esa trampa para que fuerais tras él y así dejar al verdadero Yerik libre…
—Para acceder a Cynthia —finalizó Vladimir—. Todo indica que los
planes de los Petrov fueron premeditados, así que…
—Hay un traidor en la organización —sentenció Dante.
Del único justiciero del que me fiaba, aparte de Vladimir, era de Dante.
Mi amigo siempre me defendió con el Diablo y se enervaba cada vez que él
se acercaba a mí. Además, Dante no aparentaba ningún tipo de trato
sospechoso o más gentil con Yerik. Casi podría poner la mano en el fuego
por mi amigo. Alice no dudaba de su hermano y no creía que Maurizio
fuera el traidor porque jamás expondría a su hermana al peligro. Solo
quedaban Valentino y Carlo. A ambos apenas los conocía, así que no podía
opinar.
—Valentino me acompañó cuando fui detrás del falso Yerik y le
golpearon en la cabeza de verdad. Su herida fue real —expuso Vladimir.
—Y él volvió a la fiesta exaltado y buscó ayuda para que te
encontrásemos —prosiguió Dante.
—Sin embargo, Carlo se desapareció en la mayor parte de la fiesta. —
Todos miramos a Alice—. Yo sospecho más de Carlo, pero no podemos
confiarnos porque un buen traidor también podría actuar de cabeza de
turco, como hizo Valentino cuando te acompañó.
—Joder. —Dante se revolvió nervioso sus rizos castaños—. Hablaré con
mi hermana para arreglar este malentendido. —Nos señaló con la mano—.
Haré que ella diga delante de los otros que escuchó mal la conversación de
Alice con Cynthia. Ya se me ocurrirá algo —prometió.
—Muchas gracias, Dante —le dijo Vladimir—. Eres de los más fieles
que tengo y Cynthia tiene mucha suerte de tenerte a ti. —Mi amigo asintió
con la cabeza.
Había llegado el momento de ser yo quien hablase. Ahora mismo estaba
rodeada de las personas más cercanas a mí, así que tendría la confianza
suficiente como para exponer mis inquietudes sin temor.
—Yo no siento nada por Yerik Petrov —comencé, mirándolos a todos,
uno por uno, y terminé centrándome en Dante—. Lo que viste en el hospital
forma parte de mi plan. —Entonces, dirigí la mirada a Vladimir—. Cuando
Yerik entró en mi apartamento sin mi consentimiento, él planeaba matarme,
pero no lo hizo porque le volví a chantajear. No hubo otra cosa entre el
Diablo y yo que no fueran chantajes.
—¿Y cuál es tu plan exactamente? —preguntó Kiara.
Tomé una respiración profunda y me abrí a ellos totalmente. Les conté
lo mismo que hice con Alice, incluso di más detalles. Ahora había
arrastrado a Kiara, Vladimir y Dante en mi mundo. Vi como la hermana del
justiciero palideció cuando relaté mis experiencias con Makari y Karlen,
que eran la base de los motivos de mi plan tan descabellado, aparte de mi
venganza personal. Escucharon mi relato con atención y Dante cada vez se
ponía más inquieto.
—Cynthia, por el amor de Dios —se quejó mi amigo con la voz ya
cansada—. No puedes hacer lo que planeas tú sola. Aquí todos sabemos que
tienes armas suficientes para seducir a Yerik, pero ¿cómo demonios vas a
acabar con él sin que la familia se te eche encima? Y esta pregunta también
tiene un sentido inverso. ¿Cómo vas a ir reduciendo a esa familia sin que te
pillen hasta matar al Diablo?
—Todo está muy acelerado. Aunque estaría feliz de ver a toda esa
familia erradicada, no es algo que deba tomarse a la ligera —intervino
Kiara—. Se necesita mucho tiempo para planear algo de ese calibre.
—El problema es que Cynthia ya ha llamado demasiado la atención de
Yerik y dudo mucho de que él quiera dejarla en paz después de que ella se
mostrase más receptiva con él. —Dante soltó un largo suspiro—. A ver,
todos sabemos que al Diablo le gustan mucho las mujeres y jamás sería
hombre de una sola. Quizás, cuando él consiga lo mismo con Cynthia, se
aburre y…
—No sigas, joder. —Vladimir se pasó las manos por la cara con
frustración.
Me dolió vislumbrar lo que las palabras de Dante le habían ocasionado.
Al fin y al cabo, Vladimir me seguía amando y le acababa de llegar una
imagen desagradable a la cabeza. Estuve muy enamorada de Alec, pero él
ya murió y pertenecía a la mejor parte de mi pasado, una que no querría
olvidar jamás. No obstante, no me quise imaginar lo que sentiría en su
situación si estuviese nuevamente enamorada.
—Me conformo con acabar con las vidas de Yerik, Karlen y Makari. El
resto pueden vivir —mentí para restarles preocupación—. Son solo tres
muertes. Puedo manejar la situación sin que me descubran.
—¿Cómo? ¿Estando dentro de esa casa? Porque la única forma es que lo
hagas mientras estás con tu trabajo extra —espetó Dante—. Incluso así, lo
vas a tener muy difícil y no vamos a dejar que te expongas de esa manera.
—Cynthia, créeme. —Puse mi atención en Vladimir, que ya estaba más
tranquilo—. Yo, más que nadie en este mundo, deseo ver a esa familia
muerta, pero el camino que piensas tomar no es el correcto. Como dice mi
hermana, tiene que hacerse con más calma…
—Karlen y Makari no van a darme ese tiempo —contesté cortante—. Ya
no hay vuelta atrás.
Entendía el punto de Vladimir. Él era el primero que quería destruir al
Diablo y a su familia, y no solo porque Damian fue más que su amigo, su
mentor, también por lo que su hermana tuvo que pasar estando cautiva en el
prostíbulo de Karlen. Él era precavido y yo era consciente de que debería
darle la razón, pero mi vida tenía una cuenta atrás implantada y no podía
detenerla si Makari y el Ivanov seguían respirando por mucho más tiempo.
—Pues habrá que matar a los tres a la vez. —Cuatro pares de ojos
volaron hacia Alice—. Es una sugerencia. Hay muchas formas de matar a
una persona sin la necesidad de que Cynthia esté metida en esa casa.
—Nosotros estamos en el punto de mira de esa familia —dijo Vladimir
—. Si les pasa algo a esos tres imbéciles, la culpa caerá sobre nuestras
cabezas.
—¿Y qué hay de ese Mikhail Kozlov? —mencionó Dante, llamando
toda nuestra atención—. Los que forman su organización son como
justicieros, pero a lo grande. Nada comparado con la nuestra. Nos chivamos
de dónde están los Petrov y que se encargue del problema, ¿no?
—Sería lo más rentable, sí —coincidió Alice.
Mi cabeza iba a explotar en cualquier momento de tanta información.
Sabía que ninguno de ellos me permitiría seguir con mi plan, pero, dijeran
lo que dijesen, nada ni nadie me haría cambiar de opinión. Yo sola me
encargaría de todo porque esta era mi guerra, ya que los justicieros no
planearon en un principio enfrentarse a los Petrov, lo estaban haciendo
ahora por protegerme a mí. Lucrezia tenía razón, los problemas con esa
familia les cayó encima desde que yo puse un pie en Milán.
Todos queríamos lo mismo y yo me ofrecería en sacrificio para obtener
nuestro éxito.
—Encontraremos una solución, juntos —volví a mentir. Sin embargo,
solo buscaba que se quedasen más tranquilos y confiaran en mí—. No
moveré ficha sin vuestra supervisión. —Mis palabras tenían el mismo valor
que las de Judas.
CAPÍTULO 37

Yerik Petrov

C onducía de vuelta a casa con Karlen a mi lado. Solo por él no pisaba


el acelerador al máximo. Me gustaba las altas velocidades, pero
cuando tenía a alguien de copiloto, mi parte kamikaze se aplacaba.
Nos urgía obtener un donante y recurrimos a la vía más tradicional y
rápida para conseguirlo, aunque arriesgada por la presencia de testigos.
Ahora mismo teníamos al chico atado e inconsciente en el maletero del
coche.
Esta carretera solía estar solitaria, y más a estas horas de la noche, así
que vi extraño que más adelante hubiese un vehículo parado en el arcén.
Aflojé la velocidad y miramos al interior de ese coche cuando pasamos por
su lado, y no vimos a nadie.
—Qué raro —comenté. Antes de llevar la vista al frente, Karlen me
sobresaltó.
—¡Cuidado! —me advirtió en un grito.
Pisé el freno con brusquedad cuando detecté una figura en medio de mi
carril. El vehículo se detuvo a escasos centímetros del hombre que tenía
delante y, gracias a la luz de los faros, pude ver de quién se trataba.
—¡Genial! —espetó Karlen, empuñando su pistola y yo hice lo mismo
con la mía antes de salir del coche.
Dylan también estaba armado, sin embargo, se encontraba solo. Podía
ver la furia reflejada en su mirada y saltaba a la vista que quería problemas.
El Ivanov se encargó de apuntarlo con el arma al igual que el McClain
le devolvía el gesto. Yo, en cambio, no la levanté por el pequeño
desequilibrio numérico. Éramos dos contra uno, aunque algo interno me
decía que esto era un auténtico camuflaje.
—Tú y yo tenemos cuentas pendientes —le dijo Dylan a Karlen
Alcé una ceja y le eché una miradita interrogante a mi falso primo,
quien tenía la cara descompuesta por el mismo enfado que irradiaba su
contrincante. Para mi sorpresa, esta vez yo no era el receptor de esa guerra
de miradas asesinas.
—¿Qué has hecho? —le pregunté y él chasqueó la lengua.
—Mi trabajo —contestó con dureza.
—Tu trabajo esa noche se centró en marcar a los chivatos y mi hermana
no te dio ningún motivo para que lo hicieras —prosiguió Dylan, dejándome
más confuso.
—No pensaba hacer tal cosa. —Karlen rio con ironía—. Mi intención
era intimidarla hasta que sus ojos me mostraran el miedo. Le podría haber
apoyado la hoja de mi daga en su mejilla, pero no marcarla. —Lo fulminé
con la mirada.
—¿Y con el permiso de quién? —le escupí.
—¿En serio tanto drama por eso? —El Ivanov rodó los ojos y soltó un
suspiro—. No hay culpa sin sangre y debo recalcar que fui yo quien sangró.
—Se señaló la cabeza con la mano libre—. Así que, sí, tenemos cuentas
pendientes, McClain, pero no contigo, sino con la mujer con la que siempre
estás, que dudo mucho de que no esté por aquí escondida.
—La reina siempre está con el rey, ¿verdad? —le dije a Dylan con sorna
y di un paso hacia él, alzando la barbilla—. Puedes decirle que se muestre
ante mí, no tengo la intención de encerrarla en mi torre. —Sonreí al
recordar nuestra corta conversación antes de enfrentarnos en el borde del
acantilado—. Aquí no hay mar para que me lancéis encadenado
nuevamente.
Como si mis palabras la hubiesen invocado, la mujer salió de las
sombras que le proporcionaban los árboles que estaban al borde de la
carretera. Caminó hacia Dylan con su acostumbrada seguridad y elegancia,
sujetando una pistola que no se molestó en ocultarnos. No la encañoné con
la mía, pero mi cuerpo se puso en alerta.
—Yerik Petrov —me nombró con la voz afilada y se puso al lado de su
rey—. Cuánto tiempo.
Mi vista la recorrió de arriba abajo, importándome bien poco que su
hombre estuviera a su lado, y una sonrisa siniestra se plasmó en mi rostro.
—Rose Tocqueville —ronroneé—. Qué bien te sienta regresar de la
muerte.
—Mejor que a ti cuando saliste del mar —soltó ella.
—Guerrera —murmuró Dylan, conteniéndose para no sonreír.
Mientras la observaba con detenimiento, el recuerdo de Alexandra
tomaba más fuerza en mi mente. Por alguna extraña razón, sentí algo dentro
de mí, aunque no supe distinguir el qué. Hice caso omiso a esa sensación y
les aplaudí lentamente con la pistola aún en mi mano.
—Es asombroso que te hayas mantenido oculta tanto tiempo. —Ladeé la
cabeza y sonreí con malevolencia—. Decidme ¿cómo se tomará Cynthia
esta noticia? Porque supongo que ella no sabe que su amiga del alma está
viva y delante de mis narices.
Rose me lanzó una mirada fulminante y Dylan apretó la mandíbula. Mi
sonrisa se ensanchó. Desde luego que la niña no estaba enterada y les
preocupaba que abriese la boca, aunque no quisieran admitirlo en voz alta.
—Si tu matón se hubiese estado quietecito, esa noche mi hermana se
hubiera enterado de la verdad —escupió Dylan—. Pero, como ella acabó en
el borde de la histeria, no la vi capacitada para soportar la noticia, así que
nos tocará prepararla poco a poco.
—¿Nos tocará? —recalqué el plural que había dicho. Por más que Rose
disimulara su animadversión hacia mí, no lo hacía con el suficiente ahínco
—. ¿En serio, McClain? —Reprimí una carcajada—. ¿Cuánta gente lo sabe
ya?
—La suficiente —respondió ella sin más.
Necesité de todo mi autocontrol para no reír. Cynthia estaba rodeada de
farsantes que estaban jugando con sus tiernos sentimientos. Conocía lo
suficiente de esa niña como para tener la certeza de que estaría siempre lista
para soportar cualquier cosa, aunque aparentase fragilidad.
—Tu hermana no es tan débil como todos pensáis. Qué crueldad por
vuestra parte ocultar esta noticia de inmenso calibre, pero es peor tener una
visión errónea de su capacidad para afrontar los problemas —dije con más
seriedad, eliminando todo rastro de diversión.
—Cynthia nunca ha sido de cristal. No conozco persona más fuerte que
ella, así que no hables en nuestro nombre. —Rose bajó la vista a la pistola
que agarraba—. Y confío en tu discreción. —Capté su mensaje, tono y
gesto con el arma como una clara amenaza—. Sabrá la verdad pronto, pero,
conociendo la clase de persona que eres, seguro que querrías adelantarte
para producirle un dolor atroz. Al fin y al cabo, está en tu naturaleza ser
mezquino.
—Esta mujer tiene agallas. —Karlen soltó un silbido.
—Siempre las tuvo —coincidí.
—Nos enteramos de que andabas buscándome y aquí estoy, frente a ti,
dando la cara —continuó Rose, desprendiendo autoridad por doquier, que ni
siquiera Dylan intervenía, pero sí parecía sonreír con orgullo—. No
queremos derramamiento de sangre, así que te pido, por favor, que tu matón
baje el arma. Tan solo queremos darte un mensaje. —Más que una petición,
sonó como a una demanda.
De pronto, unos gemidos amortiguados y unos pequeños golpes nos
interrumpieron. Di media vuelta y mi vista voló al maletero del coche,
donde la bella durmiente se había despertado.
—Karlen —le llamé en una orden.
El Ivanov asintió con la cabeza y, después de lanzarles una mirada de
advertencia a nuestros visitantes, se giró y fue hacia el vehículo mientras
giraba la pistola en su mano y agarraba el cañón con fuerza. Abrió el
maletero y, en una milésima de segundo, golpeó al chico con la culata del
arma en la cabeza, sumergiéndolo nuevamente en la inconsciencia.
Karlen estaba preparado para todo tipo de violencia y solía controlar qué
fuerza emplear y en qué zonas golpear para conseguir lo que buscaba.
Mi primo volvió a cerrar el maletero y se puso a mi lado con su
acostumbrada postura chulesca. Tanto Rose como Dylan nos observaban
con repugnancia. Al menos, todos permanecíamos con nuestras armas
bajas.
—Pareces sorprendida, biancaneve[11] —me burlé con una crueldad
extrema, ya que Damian la llamaba así con cariño y le acababa de despertar
viejos recuerdos—. Conoces perfectamente la mafia porque ya estuviste en
ella. A tu lado está el mafioso que te robó el corazón. —Mi sonrisa ladeada
la irritó bastante.
—Algún día te reunirás con Damian y créeme que él te estará esperando
con mucha paciencia —me atacó.
—Mientras llega ese momento, que se vaya poniendo cómodo
esperándome —contraataqué.
No pensaba pagar por crímenes que no cometí, como era el caso de la
familia de Damian, y mucho menos por la venta de Kiara como el pago de
una deuda, pero tampoco les daría explicaciones. Solo se las di a Cynthia en
los vestuarios de mi casa, aunque me importaba una mierda sus acusaciones
constantes. Sin embargo, no pensaba hacer esto con más personas.
—No me mires así, Rose, porque el hombre al que amas también tiene
una montaña de cadáveres detrás de él y estoy seguro de que parte de ellos
tenían familia —le aseguré—. Así es la mafia, querida. Aquí no hay lugar
para ningún tipo de sentimiento noble porque nos debilitaríamos, y no
queremos eso en este mundo tan turbio, ¿verdad?
—No te compares con Dylan, Yerik. Todos aquí sabemos que no os
parecéis en nada. —Me hizo gracia ver cómo ella trataba de defender lo
indefendible.
—Rose, ahí llevas razón. —Ladeé mi cabeza y me centré en el McClain
—. La diferencia es que a ti te duele pensar en tu montaña mientras que yo
no siento absolutamente nada con la mía. —Cuando Rose iba a replicar de
nuevo, me adelanté—. Dijiste que teníais un mensaje para mí, así que
desearía recibirlo ya porque, como habéis visto hace un par de minutos, en
mi maletero tengo una mercancía que ya llega tarde a su destino.
—Mi hermana es el mensaje —empezó Dylan.
—¿Qué pasa con ella? —quise saber, frunciendo el ceño—. No va a
recibir ningún daño, así que ahórrate nuevas amenazas absurdas.
—Tú eres el cáncer de su vida, Yerik, así que con tu sola existencia ya le
estás haciendo daño. No obstante, como verás, tú seguirás existiendo, así
que nos conformamos con que te mantengas alejado de ella —contestó en
un intento de herir mi sensibilidad inexistente.
—Verás, hay un problemilla con tu mensaje —continué provocándole.
—¿Cuál? —Era evidente que Rose estaba perdiendo la paciencia
conmigo. Su punto débil siempre fue la ausencia de esa habilidad, lo que le
hacía impulsiva por naturaleza.
Me moví de un lado a otro y me pasé el pulgar por mi labio inferior con
mi vista fija en ellos.
—Pues que no quiero hacerlo —dije sin más. Solté una pequeña
carcajada al ver sus expresiones coléricas—. Lo siento, pero ¿cómo lo
explico? —Me detuve delante de los dos y sentí la mirada penetrante de
Karlen en mi nuca—. Es como pedirle a un alcohólico que deje de beber en
pleno club. —No me gustó la comparación, pero no se me ocurría otra cosa
mejor para describirlo—. Cynthia ha llamado demasiado mi atención, y qué
conste que fue cosa de ella meterse por mis ojos. Al fin y al cabo, no fui yo
quien empezó a usar chantajes a lo loco. —Me encogí de hombros—. Así
que deniego ese mensaje.
Dylan hizo el amago de acercarse a mí, sin embargo, Rose fue más
sensata y lo detuvo sujetándole del brazo. Estaba claro que le había dado al
McClain donde más le dolía. Sus debilidades tenían nombre: Rose y
Cynthia.
—Y ahora me toca a mí daros otro mensaje —dije, levantando más la
voz—. Espero que nadie más me pida eso, por el bien de todos. Odio que
me chantajeen, pero también que me prohíban cosas que quiero hacer o
tener. Tal vez, en un tiempo, me dé igual que me reguéis los oídos de
peticiones absurdas, pero, por ahora, evitadme ese pesar. De esta forma, el
Diablo estará más tranquilito. ¡Buona sera![12]
Di media vuelta y fui hacia mi coche. Cuando llegué a la altura de
Karlen, le lancé una mirada fría y puse una mano sobre su hombro para que
me prestara la suficiente atención.
—Nadeyus’, eto posledniy raz, kogda vy podkhodite k Sintii bez moyego
soglasiya. Mne by ne khotelos’ serdit’sya na vas[13]—le advertí en ruso para
que ni Dylan ni Rose lo entendieran.
Sin esperar su respuesta, continué mi camino sin mirar atrás. Me monté
en el coche y miré a los tres por el retrovisor. Karlen les hizo un gesto
amenazante antes de girarse y venir hacia mí. Sin embargo, Dylan conectó
su mirada con la mía a través del espejo. No me hizo falta leer lo que me
quería transmitir con ella: otra advertencia que prometía sangre.

✯✯✯

Me senté en el sillón de piel del despacho con el vaso de whisky en la mano.


Flexioné una pierna y apoyé el tobillo en la rodilla de la contraria mientras
mi mirada se perdió en el cielo nocturno. Tenía la ventana abierta de par en
par, así que la pequeña brisa fresca removía ligeramente mi cabello.
Después de advertirle a Karlen, él y yo no mediamos palabra alguna
durante nuestra vuelta a casa. Nada más llegar aquí, me encerré en el
despacho, donde llevaba varias horas aquí metido. Estuve chateando con
una de mis numerosas víctimas ya preparadas, pero cancelé mi última cita
online porque, para mi sorpresa, no me apetecía trabajar.
Le di un sorbo al whisky y me dejé llevar por mis pensamientos cada vez
más desorganizados. Todavía podía saborear la furia que Dylan y Rose me
despertaron con el estúpido mensaje que me dieron. Me molestó eso más
que tener a esa mujer viva delante de mí.
No llevaba muy bien las prohibiciones y, cuando de eso se trataba,
perdía rápidamente el control de mis propias emociones, si es que tenía
alguna dentro de mí.
No pude evitar reírme como un desquiciado por semejante tontería que
tenía instalada en mi cabeza. Teníamos problemas mucho más serios
encima teniendo a Mikhail Kozlov demasiado cerca, según ese espía o lo
que fuera, y yo me encontraba aquí, sentado en solitario y bebiendo whisky
sin parar, pensando en una mujer prohibida en concreto cuando había
muchas más accesibles. ¿Podría ser que, cuanto más me prohibían, más
quería? Mi risa se transformó en una carcajada.
—Seguid prohibiéndome, idiotas —solté con diversión—. Solo vais a
conseguir despertar algo más monstruoso en mí porque, cuando me
encuentro ansioso por algo... —Me bebí todo el contenido de mi vaso en un
trago y me relamí los labios, apoyando mi espalda en el respaldo del sillón
—. La culpa solo la tienes tú, Cynthia Moore. Eso te pasa por querer
meterte conmigo. Ahora estamos los dos bien jodidos: tú por llamar mi
atención, y yo por fijarme en ti, estúpida niñata con cuerpo de mujer letal.
Tenía que dejar de beber por esta noche. De mi boca solo salían
incoherencias y mi mente se encontraba hecha un auténtico caos. Sin
embargo, de lo único que tenía ganas era de seguir riéndome como un
demente.
Mi boca se cerró de golpe cuando alguien llamó a la puerta. Maldije por
lo bajo y me puse en pie, dejando el vaso vacío encima de la mesita de
cristal haciendo demasiado ruido.
Quité el pestillo y abrí la puerta, sorprendiéndome de ver a Alexei ahí
plantado con cara de pocos amigos.
—¿Acaso estás sordo? —dijo en modo de saludo—. Tenemos a un
justiciero aporreando la puerta de nuestra casa y nos ha despertado a todos,
excepto a ti, que ni siquiera te has enterado estando despierto. —Entrecerró
los ojos, evaluándome mejor—. Y ebrio, por lo que puedo ver.
—Estoy lo suficientemente cuerdo como para encargarme de ese
justiciero —espeté.
—Te está esperando en el salón. Mi padre se encuentra con él para que
no se le ocurriera ir a buscarte por su propio pie.
—¿Hay alguien más merodeando por aquí? —quise saber.
—Todos estamos en alerta —contestó.
No quería que nadie de mi familia interviniera en mi conversación con
ese justiciero. No sabía qué tenía que decirme, pero mis problemas me
gustaba mantenerlos en privado. Si él se había atrevido a venir a mi propia
casa para hablar conmigo con malos modales, era que deseaba
comunicarme algo que a mis oídos no le iban a gustar escuchar.
—Traédmelo aquí —le ordené.
—¿Y si es una trampa?
—¿Está armado?
—No le permitiríamos poner un pie en esta casa si lo estuviese. Dimitri
y Andrei se aseguraron de eso.
—Que venga al despacho, entonces. Aquí lo recibiré con los brazos
abiertos. —Una sonrisa siniestra tironeó de mis labios—. O con los puños
cerrados, depende de lo que quiera decirme.
Alexei soltó un sonoro suspiro, pero asintió. Antes de que desapareciera
de mi vista, le di mi última orden.
—Y quiero que estemos a solas, sin oídos curiosos cerca.
Mi primo volvió a asentir y se perdió por el pasillo. No cerré la puerta,
sino que la dejé entornada y fui a servirme otro vaso de whisky mientras
conducían al justiciero hacia aquí. Le di un largo trago y lo deposité encima
del escritorio, donde vi que asomaba mi arma al lado del ordenador. Mis
ojos se demoraron en la pistola, imaginándome que la cogía y mataba a
Vladimir Doohan. No tenía motivos aparentes para desear hacer tal cosa,
pero me venía esa imagen a la cabeza sin poder dominarlo.
Escuché el sonido de la puerta cuando volvió a cerrarse a mis espaldas.
—Buenas noches —lo saludé y me di la vuelta lentamente para mirarlo
a los ojos—. Dante Salvatore, qué sorpresa. Me imagino que vienes a
alardear de tus buenos modales para ingresar en una casa ajena. Considérate
afortunado por haberte permitido entrar, ya que no solemos atender visitas
sin cita previa, y menos a estas horas.
—No te quitaré mucho tiempo. —Se cruzó de brazos y alzó el mentón,
retándome—. Quiero saber que te traes entre manos con Cynthia.
—Mal día has escogido para hablar de ella, justiciero —dije cortante—.
Hoy estoy de muy mal humor.
—¿Mucho trabajo engañando y secuestrando chicas? Debe de ser
agotador estar fingiendo las veinticuatro horas —dijo con desdén. Descruzó
sus brazos y me fulminó con la mirada—. ¿Eso es lo mismo que buscas en
mi amiga? ¿Planeas robarle los órganos como hacéis con todas las que
traéis aquí engañadas?
—No todas las mujeres que entran aquí son para eso, Dante. —Sonreí
con arrogancia ante mi insinuación—. Así que algunas de ellas salen de
aquí con vida.
—¿Me estás queriendo decir que solo buscas en ella una noche de placer
y ya está?
—A veces puedo ser muy insaciable. —Me encogí de hombros,
negándome a darle explicaciones de mis intereses—. Dime, justiciero.
¿Viste a Cynthia disgustada mientras la tenía en mis brazos y apretada
contra la pared de esa habitación? —Di unos cortos pasos hacia él—. ¿Viste
que la estaba forzando? —Alcé una ceja—. Lo que sí viste es que yo me
estaba controlando porque bien podría haberle arrancado las medias,
haberme bajado los pantalones y haber dado rienda suelta a la bestia que
llevo dentro.
—Me importa una mierda lo que se te cruce por esa mente tan retorcida
que tienes —espetó y rompió toda distancia que nos separaba—. Quiero
que la dejes en paz y la mantengas al margen de tus necesidades. —
Enfatizó en las mismas palabras que le dije en el hospital.
Mi mirada fue tornándose más oscura y mi raciocinio estaba
adquiriendo el mismo negror a pasos agigantados. De todos los justicieros,
Dante era el que más se entrometía en mi camino, incluso más que el
rubiales.
—¿A qué has venido a mi casa exactamente, Salvatore? —Apreté los
puños con fuerza, imaginándome que él también me prohibiría lo mismo
que hicieron Dylan y Rose—. Quiero oírtelo decir.
—Aléjate de ella, Yerik Petrov, o atente a las consecuencias —me
amenazó—. Búscate a otras mujeres que puedan satisfacer tus necesidades
enfermizas.
—Hay necesidades que solo ella podría cubrirme. —Acerqué mi rostro
al suyo—. Te doy la oportunidad de irte de mi casa con las piernas sin partir
—dije en un susurro lúgubre—. Si no lo haces ahora, me olvidaré de que
eres su amigo.
—Mátame si quieres, Diablo, y gánate su odio y repugnancia. Tal vez
así no tengas más remedio que dejarla en paz porque te echará de su vida a
patadas —gruñó.
—Oh, justiciero. La muerte es demasiado dulce cuando la pides. —
Ladeé la cabeza—. Y tú serás mi respuesta al mensaje de Dylan y su mujer.
—Le brindé una sonrisa maquiavélica—. ¿Tan importante es Cynthia para
ti? —No dijo nada, solo me observaba con un odio descomunal—. Debe de
serlo o, de lo contrario, no te hubieras atrevido a venir solo a la casa del
Diablo para amenazarlo, de donde no saldrás ileso.
En un rápido movimiento, retrocedí y le di una fuerte patada en la
rodilla. El grito de Dante amortiguó el ruido del crujido óseo y cayó al suelo
con una de las piernas como le dije que acabaría. Sin embargo, no me
detuve aquí.
CAPÍTULO 38

Cynthia Moore

C omo mañana tenía el día libre en el hospital, acepté pasar la noche


con Kiara en su casa, comiendo pizzas y patatas fritas mientras
veíamos una película de terror. No pude evitar que la nostalgia me abrazara
con fuerza. Yo solo hice fiestas de pijamas con Rose y mi subconsciente me
traicionó, en la que me la imaginé a mi lado en el sillón en la mayor parte
de la película. Necesité de todo mi autocontrol para no llorar delante de
Kiara y lo logré. Si Evelina se enterase de esto, se sentiría muy orgullosa de
mí por haber pasado las etapas más difíciles del duelo con éxito.
—Vladimir está tardando demasiado, ¿no? —comenté antes de echarme
una palomita en la boca—. Dijo que tardaría una hora y ya lleva cuatro
fuera de casa.
—¿Estás preocupada por él? —preguntó, alzando ambas cejas.
—¿Por qué no debería de estarlo? —Fruncí el ceño. Antes de que
pudiese hacer cualquier comentario, proseguí—. Sí, estoy preocupada por
tu hermano porque, a pesar de todo lo que pasó entre nosotros, me sigue
importando —admití con seguridad y Kiara sonrió.
—Le alegraría saberlo, ¿sabes? —Me agarró de la mano y le dio un leve
apretón—. Él siempre se preocupó por ti y jamás te desatendió ni cuando
residías en Roma. No podía acercarse a ti, como bien sabes —desde luego
que lo sabía, ya que fui yo quien se lo prohibió—, pero se aseguró en todo
momento de que estuvieras bien cuidada y protegida.
—Alice, ¿verdad?
—Quiero que sepas que vuestra amistad fue real desde un principio —
aclaró—. Alice podría haberse ceñido a lo mismo que hacían otros
justicieros, sin embargo, quiso forjar un vínculo contigo.
—Ella no es una justiciera…
—No lo es, pero su hermano, sí. Además, Alice pertenece al círculo
íntimo de Vladimir y eso es lo más importante. Fuera como fuese, teníais a
unos cuantos justicieros cerca y solo tenían autoridad de protegeros, no de
espiaros —explicó, dejándome más tranquila. Al menos, mi vida privada en
Roma siguió siendo así—. Solo le informaban a mi hermano de vuestra
seguridad, nada más.
Saber esto no sabía si me ayudaba o me empeoraba. Me alegraba y me
dolía al mismo tiempo ver que Vladimir nunca me abandonó, pese a las
duras palabras que le lancé como despedida, y que, a día de hoy, seguía
siendo igual. No me sentía merecedora de tanto cariño por su parte.
—Y respecto al paradero de mi hermano, tiene la costumbre de pasarse
por la mansión de Damian. Pierde la noción del tiempo cada vez que lo
hace. —Un nudo se formó en mi garganta.
—Pensé que ya la había vendido.
—Todavía no.
Damian nombró a su hermano como único heredero de sus bienes y fue
una sorpresa hasta para él. A día de hoy, Vladimir solo tenía la casa porque
gran parte del dinero fue destinado a una ONG con la que Damian formó
parte y su empresa de ropa ya fue traspasada.
—Lo echo de menos —susurré con tristeza—. Jamás olvidaré todo lo
que hizo por Rose y por mí.
Mi mente se dirigió al culpable de su muerte y mi venganza tomó más
fuerza. Detestaba a Yerik Petrov, aunque tenía la sensación de que mi odio
por él debería de ser más grande.
—Yo también. —Soltó un suspiro entrecortado—. Los cuatro me
sacasteis del prostíbulo en el que me tenían cautiva.
—Debió de ser muy duro para ti tener a Karlen delante de ti cuando
apareció con Yerik en el Paradiso. —Al fin y al cabo, él fue el proxeneta.
—Sí, pero mi mayor mal fue el antiguo Don de la familia Petrov.
Cuando murió, Yerik pasó a ese cargo y, pese a que era un monstruo sin
escrúpulos, no me dedicaba prácticamente ni un minuto de su tiempo, así
que apenas tenía trato con él. Sin embargo, con Karlen, sí —explicó.
—¿Tu padre adoptivo te vendió al antiguo Don? En ese tiempo, Karlen
era demasiado joven… —divagué por mis pensamientos—. ¿Y quién era
ese Don? —Fruncí el ceño—. Conozco a la familia Petrov y no he oído de
ningún miembro muerto, tan solo Gabriella y Gavrel.
—Has acertado en que mi padre me vendió al Don y más adelante fue
cuando Karlen se hizo cargo de nosotras —contestó, refiriéndose a todas las
prostitutas—. Y ese hombre no tenía sangre Petrov. Ya sabrás que las
familias de la mafia no tienen por qué componerse de miembros con la
misma sangre.
Damian fue quien nos enseñó a Rose y a mí cómo funcionaba la mafia,
sus códigos y los rangos que existía dentro de las familias. No obstante,
veía que los Petrov no seguían esas viejas tradiciones, ya que Yerik era el
Don, pero ¿y los demás? Por lo poco que sabía, cada miembro de esa
familia tenía un cargo diferente en el negocio del tráfico de órganos, y, al
mismo tiempo, iban por libres. En cambio, los McClain sí se rigieron por
esas costumbres.
—Ten cuidado con lo que haces, Cynthia. —Kiara me sacó de mis
ensoñaciones y puse toda mi atención en ella—. Tus intenciones por
vengarte de Yerik son justificadas y todos te entendemos, te lo aseguro,
pero no quiero que te involucres más con esa familia de lo que ya estás. Tú
sola no podrás con todos ellos, ni aunque solo pretendas matar a tres.
No me vi capaz de hablar porque no quería mentirle, pero tampoco
decirle la verdad. Seguiría con mi plan a las espaldas de todos. Por lo visto,
Dylan no estaba enterado de lo que les confesé a los justicieros por culpa de
Lucrezia, si lo estuviera, ya me habría buscado para echarme un sermón y
llevarme con él a otro lugar, donde estaría más vigilada.
Solo esperaba que Dante consiguiera convencer a su hermana para que
se retractara con lo que escuchó de mi conversación con Alice y que el
justiciero traidor se convenciera para no ir directo a Yerik y contarle mis
verdaderas intenciones con él.
—Además, tú no eres así. Para ti jamás fue fácil matar…
—La Cynthia que tú conociste ya murió, Kiara, no lo olvides —la
interrumpí para que no me subiera a un pedestal que no me merecía—.
Quitar una vida humana ya no me supone lo mismo que antes.
«Porque ahora soy un monstruo y hace tiempo que me he resignado»,
terminé en mi mente.
Cuando Kiara abrió la boca, el timbre del apartamento le impidió hablar.
Las dos miramos a la puerta de sopetón. Vladimir tenía llave y a estas horas
de la noche no esperábamos a nadie.
Nos levantamos del sillón y fuimos hacia la mirilla de la puerta. Fue
Kiara quien se asomó.
—No veo nada —murmuró—. Es como si algo estuviese tapando la
mirilla.
Esto me daba muy mala espina, al igual que me despertó viejos
recuerdos de cuando Yerik nos envió un paquete lleno de gusanos con una
fotografía de Damian, donde dio inicio su juego macabro de la cuenta atrás.
—¿Vladimir tiene algún arma guardada en casa? —pregunté.
—Voy a por ella. —Salió disparada hacia el pasillo y aproveché para
echar un vistazo a través de la mirilla, comprobando que Kiara tenía razón.
Oí los pasos apresurados de mi amiga y me aparté de la puerta. Ella me
tendió la pistola porque era yo quien sabía utilizarla. Miré sus ojos claros
unos segundos. Antiguamente, ella se espantaría con este tipo de
situaciones, sin embargo, también se vio obligada a cambiar.
Empuñé el arma y apunté a la puerta mientras Kiara la abría sin vacilar.
Con una exclamación ahogada, nos echamos hacia atrás cuando un paquete
bastante grande caía hacia dentro del apartamento, produciendo un ruido
sordo cuando impactó en el suelo.
—¿Qué significa esto? —dijo ella con la respiración tan acelerada como
la mía.
—Cierra la puerta —le pedí rápidamente.
Kiara me obedeció y yo dejé la pistola encima de la mesa del comedor.
Nos acercamos al paquete cerrado y nos pusimos de rodillas para
deshacernos de las cintas que lo sellaban.
Cuando vimos lo que había dentro, Kiara soltó un grito y mi corazón me
dio un vuelco doloroso. Reconocimos a Dante, pero alguien lo golpeó hasta
dejarle la cara llena de hematomas y restos de sangre seca.
—¿Está muerto? —titubeó Kiara, sin atreverse a acercar las manos al
cuerpo de mi amigo.
Tragué saliva con dificultad y puse dos dedos sobre el cuello para
tomarle el pulso. Sentí un ligero alivio cuando comprobé que su corazón
seguía latiendo.
—Está vivo —murmuré.
Mi vista le recorrió todo el cuerpo, evaluando más heridas, y me fijé en
que una de sus piernas se encontraba en un ángulo imposible y tenía sangre
repartida por toda su ropa.
—Llama a una ambulancia. —Kiara no se movió—. ¡Rápido! —la
apremié.
Se levantó, medio tambaleándose, y fue a por su teléfono. Mis ojos se
empañaron en lágrimas, pero fui capaz de ver un trozo de papel que
asomaba por uno de los bolsillos del pantalón de Dante.
Lo cogí con las manos temblorosas y lo desdoblé. No había nada escrito,
tan solo dibujaron el símbolo de un águila con sangre. Fruncí los labios por
la furia que empezó a recorrerme las entrañas y apreté el papel con mi puño.
Al menos, tenía que reconocer que Yerik daba siempre la cara y no se
ocultaba de algo que hacía.
—¿Por qué? —musité, acariciando el cabello de Dante con mi mano
libre—. ¿Por qué te ha hecho esto?
Miré sobre mi hombro cuando escuché a Kiara hablar de lo que
habíamos recibido más abiertamente. Ya había avisado a la ambulancia y
Vladimir era quien se encontraba al otro lado de la línea.
Volví la vista a mi amigo inconsciente y fruncí el ceño cuando me fijé
en algo que antes había pasado por alto. Tenía una punción en su brazo
izquierdo, como si alguien le hubiera clavado una aguja directamente en la
vena.
—Mi hermano está entrando al edificio —dijo Kiara, arrodillándose a
mi lado—. ¿Quién le habrá atacado así? —Sin mediar más palabra, le pasé
el papel que seguía arrugando en mi mano—. ¿Yerik?
—Es la insignia de esa familia —escupí.
—Pero ¿por qué le haría algo así a Dante sin venir a cuento? —Yo me
preguntaba lo mismo porque me costaba creer que los Petrov atacasen sin
motivo alguno. ¿Qué pretendían demostrar con este acto?
Vladimir entró como un huracán en el apartamento y se quedó
bloqueado cuando vio el cuerpo de mi amigo dentro de una caja de cartón.
—La ambulancia viene de camino —le comunicó su hermana para que
saliese del trance.
Él se agachó con nosotras e inspeccionó el cuerpo de Dante con la cara
descompuesta por una ira creciente, y esta empeoró en cuanto se fijó en el
papel que sujetaba Kiara, ya que desde su posición vio perfectamente el
águila.
—Con Vicenzo decidimos esperar al momento oportuno para hacerle la
justicia que merece, pero esto… —Vladimir apretó la mandíbula con fuerza
y se levantó hecho una furia.
Kiara y yo fuimos tras él cuando lo vimos dirigirse a su habitación a
grandes zancadas. Abrió la puerta con tanta fuerza que esta golpeó la pared
y fue directo a su armario bastante voluminoso.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó su hermana.
Vladimir la ignoró y metió medio cuerpo dentro del mueble para
deshacerse del falso fondo, donde había un hueco amplio con armas y
cargadores.
Me puse una mano en el pecho al saber claramente lo que se proponía.
Entendía que él quisiera buscar represalias por lo que la familia Petrov le
había hecho a Dante, sin embargo, no era buena idea actuar con la sangre
caliente. Esto solo nos hacía cometer errores que nos podía costar la vida.
—No lo hagas, Vladimir —le imploré con la voz temblorosa. No me
prestó atención y continuó preparando un arma con varios cargadores para
llevárselos consigo—. Es una locura… —La mirada tan dura que me dirigió
me dejó helada y cerré la boca.
—Mejor no hablemos de locura, Cynthia, porque tú saldrías
escarmentada —espetó, refiriéndose a mis planes suicidas con Yerik.
—Solo te estoy pidiendo que esperes a maquinar un plan. Así solo
conseguirás empeorar las cosas… —Su risotada fue tan fría, que volvió a
silenciarme.
—Es tu amigo quien está medio muerto ahí fuera. —Me señaló la salida
de su dormitorio—. Uno que solo ha estado intentando protegerte todo este
tiempo. —Me encogí ante su tono acusatorio—. Tu hermano, su… —
Apretó los labios con fuerza—. Dante, Maurizio y yo hemos estado
evitando que el desgraciado de Karlen y cualquier otro sucio Petrov te
pusieran las manos encima porque el Ivanov lo ha intentado en varias
ocasiones, y no lo consiguió gracias a que lo interceptamos a tiempo. —Se
colocó una especie de bolso pistolera con cartucheras y lo cubrió todo con
un grueso abrigo—. Haznos un favor a todos, poniendo de tu parte, y estate
quietecita aquí con mi hermana. Pronto llegará la ambulancia, así que os
pido que os hagáis cargo mientras soluciono esto.
Ordenó rápidamente lo poco que había desorganizado de su habitación y
pasó por el hueco que había entre Kiara y yo hecho una furia. Corrimos tras
él con el corazón en un puño.
—¡Si vas a buscarlos así, te pueden matar! —gritó su hermana en un
intento de razonar con él.
Vladimir se detuvo abruptamente delante de la puerta del apartamento y
se giró para encararnos.
—Quizás sí, pero me aseguraré de arrastrar al Diablo conmigo —juró
antes de enfocar su mirada en mí—. Que es lo que quieres, ¿verdad? Ver a
Yerik muerto. —Mis ojos se abrieron como platos al captar su indirecta.
—¿Qué insinúas? —murmuré atónita.
Una sonrisa cruel fue dibujándose en su rostro. Él jamás me había
dirigido un gesto tan siniestro como ese.
—Nada.
Dicho eso, se giró y abrió la puerta, cerrándola después de un sonoro
portazo que hasta los cuadros de al lado vibraron sobre la pared.
Sus insinuaciones se clavaron hondo en mi pecho, como si hubiese
recibido una puñalada en todo el corazón. Quería evitar una tragedia,
porque eso sería lo que pasaría esta noche, pero no podía dejar a Dante así
ni dejarle a Kiara sola en esto.
CAPÍTULO 39

Yerik Petrov

L a corta aguja perforó la piel de mi brazo y sentí el líquido entrar


dentro de mí, aunque cada vez con menos quemazón que de
costumbre. Por lo visto, mi organismo ya se estaba adaptando a la Satamina
después de tantos años o en su fabricación ya la estaban haciendo más
soportable.
Odiaba depender de esta droga para controlar mis brotes, pero si era la
única manera de mantenerlos suprimidos, bienvenido sea todos estos
pinchazos diarios.
Me extraje la aguja y la tapé para después meterla dentro del estuche de
desechos del primer cajón de la mesilla, fuera de la vista de cualquier
persona que entrara aquí con la intención de comunicarme algo importante.
A estas horas, Vladimir ya habría recibido mi paquete, así que pronto
tomarían represalias y todos estábamos preparados. Los justicieros eran tan
predecibles, aunque también me ayudó el chivatazo que recibí de uno de
ellos.
Dimitri avisó a más de nuestros hombres para que estuvieran repartidos
por los alrededores de la casa, vigilando cualquier movimiento sospechoso,
junto con los que ya estaban a diario. Eran tan eficientes que ningún
visitante reparaba en ellos cuando en realidad estaban ahí, ocultos en las
sombras, tanto por el día como por la noche.
Normalmente, nadie osaba a invadir nuestra parcela, así que de poco nos
informaban. Lo último que llamó sus atenciones fue que vieron a Cynthia
salir de la casa cubierta de sangre en uno de los días que vino a trabajar aquí
y que se escondió hasta que Zaria salió en su busca. Ella tuvo que darme las
explicaciones pertinentes y le pedí que nadie más fuera informado de ese
percance, así que nada más lo sabíamos mi tío, Zaria y yo. Cynthia tuvo
suerte de que Makari siguiera ajeno a ese dato o, de lo contrario, querría
hacerle una visita desagradable y yo no estaba siempre disponible para estar
atento a sus locuras.
Me levanté de la cama y fui hacia la cómoda, donde guardaba el
siguiente lote de la Satamina en uno de los cajones, bajo un puñado de ropa.
Mi vista se enfocó en mi reflejo que me mostraba el espejo que había
encima del mueble. Me fijé en mis ojos, concretamente en las pupilas.
Nunca prestaba atención a su aspecto porque ya me acostumbré a tenerlas
dilatadas y que todos me acusasen de drogadicto, pero juraría que los veía
más azules, como si los iris hubiesen ganado más tamaño, consumiendo el
de las pupilas. Todavía no hablé con Dimitri de esta rareza.
Me aparté del espejo y dejé el nuevo estuche al lado de donde guardaba
el que ya casi había gastado. Cuando iba a despojarme de mi ropa para
ponerme la de dormir, tocaron a la puerta.
—Adelante.
Me sorprendió ver a Andrei en el umbral con una pistola en la pistolera
que aún no se había quitado.
—Tenemos visita —anunció con seriedad.
—Déjame adivinar. —Puse un dedo en mis labios y fingí pensar—. ¿Los
justicieros? —Mi primo asintió con la cabeza.
—Perdiste demasiado el control con Dante, Yerik.
—Le di su merecido por venir a amenazarme en mi propia casa.
Deberían de estar agradecidos conmigo por dejarle con vida y pedirle a
Francesco que se encargara de estabilizarlo para devolverlo a su hábitat —
contesté.
Reconocía que con Dante me salté algunos códigos de la mafia, uno de
los que ya no estábamos obligados a seguir desde la erradicación de
nuestros superiores, los Capo di tutti capi[14]. Los que componían esa temida
organización se hacían llamar los Caballeros Oscuros o los inquisidores. Su
misión fue asegurarse de que todas las familias de la mafia cumplamos los
códigos, especialmente la Omertà. De lo contrario, el exterminio era el
castigo final, no sin recibir antes las peores torturas, unas copias exactas de
la Santa Inquisición. Para la suerte de todos los mafiosos, los pocos
inquisidores que sobrevivieron eran tan débiles que no llegaron a formar
nada.
Mi familia tenía sus propios códigos y todos éramos un equipo en el
negocio, así que no seguíamos con viejas costumbres.
—Tenemos a un grupo más amplio de justicieros en la puerta de casa.
Por el momento, nuestros hombres y mi padre los están reteniendo —dijo
Andrei—. Dimitri busca emplear el diálogo para mediar con ellos.
Antes de salir de mi dormitorio, cogí la pistola que siempre llevaba
encima. Vladimir tuvo que reunir a más justicieros de los que siempre le
acompañaban, ya que en Milán había más. Sabía perfectamente cómo
funcionaban al igual que era consciente de que, si les atacábamos y
ganásemos esta noche, nos echaríamos a la organización entera encima. Por
este motivo, mi tío estaba intentando dialogar con ellos.
A mitad de camino hacia la salida de la mansión, me crucé con Ivanna,
que se dirigía a mí furibunda.
—¡¿Es que has perdido la cabeza?! —Cuando llegó hasta mí me dio un
empujón, haciéndome retroceder un paso—. ¿Has armado este jaleo tan
solo porque te prohibieron acercarte a esa mujer? ¿Todo por culpa de ella?
Me acerqué a ella hasta casi juntar mis labios con los suyos.
—Nadie le da órdenes al Diablo y muchos menos le amenazan —gruñí
—. Esto fue cuestión de honor y respeto.
—No es la primera vez que esa gente te amenaza —espetó con una clara
insinuación detrás de sus palabras—. Y ahora es cuando te dejaste llevar
por tus instintos más primarios.
—Mi paciencia tiene un límite y ellos lo cruzaron. —La fulminé con la
mirada—. Y tú ya estás muy cerca de la línea, Ivanna —le avisé.
—Ahora no es el momento de poneros intensos —intervino Andrei,
poniéndome una mano en el pecho para separarme de ella.
Ivanna me señaló con el dedo.
—Como esta noche caiga alguno de nosotros, te aseguro que yo misma
me encargaré de que Cynthia sea reducida en cenizas en el crematorio de mi
madre —amenazó.
—Y tú irás detrás —soltó Andrei, sorprendiéndonos a los dos.
Ivanna lo miró con los ojos bien abiertos y yo no pude evitar reír en mi
fuero interno. Desde luego que no movería ni un solo dedo por defender a
esta víbora, que era igualita a su madre.
Mi primo me cogió del brazo y tiró de mí para seguir con nuestro
camino, dejando a Ivanna más que furiosa. Desde que no la tocaba con
lascivia, estaba más cascarrabias que nunca.
Cuando salimos al exterior, vi a los dos bandos apuntándose con la
pistola y Vladimir era quien estaba en el medio y más adelantado que los
demás. Dimitri se situaba delante de él y desde aquí podía escuchar como
mi tío intentaba calmar las cosas, aunque mi presencia estropearía
cualquiera de sus avances. De mi familia solo estaban presentes él y los
gemelos. A Karlen le gustaría estar aquí, no obstante, permanecía en el club
porque nadie le avisó.
Saqué mi pistola y caminé decidido hacia ellos, parándome al lado de
Dimitri, que no me dirigió ni una sola mirada. Mis ojos recorrieron el
entorno, evaluando a cada justiciero, especialmente al que me ayudaba en
algunas ocasiones, y terminé centrándome en Vladimir, a quien le estaba
apuntando con mi arma. Él me observó con la misma intensidad y odio que
yo. Fruncí el ceño. ¿Odio? No podía ser, nadie consiguió despertar ese
sentimiento en mí, ni siquiera Dylan McClain, pero era mirar al rubiales y
desear destriparlo con mis propias manos. ¿Por qué? No tenía ni idea.
—Hasta que das la cara, bastardo —escupió.
—¿Pensabas que me iba a esconder debajo de la cama? —le pregunté
con sorna—. Supongo que estás aquí por lo que le hice a Dante Salvatore.
—No solo por él —dijo con firmeza—. ¿Olvidaste a Vicenzo Carbone?
—No suelo olvidar un crimen tan asombroso y lúgubre como ese,
Vladimir. —Casi me reí de su cara descompuesta por la ira, el pecado
capital que más me gustaba, aparte de la lujuria—. Al igual que tampoco he
olvidado el de Damian Wallace. Sin embargo, ya sabéis perfectamente por
qué los cometí, así que, por favor, ahorradme tener que repetir la misma
explicación una y otra vez.
—¿Y Dante? —quiso saber. Se le notaba que deseaba lanzarse a mi
cuello para arrancarme la tráquea de un mordisco.
—Él vino a mi casa buscando pelea y la ha encontrado. Simplemente le
he dado lo que venía reclamando —respondí.
—Lo que dice mi sobrino es cierto. Ese chico vino amenazándolo sin un
motivo de peso —prosiguió Dimitri. Era el único que no había sacado una
pistola para defenderse. Maldije en mi interior por su extrema confianza en
sí mismo—. Además, nos hemos asegurado de que Dante Salvatore fuera
atendido por un médico, asegurándonos de que estuviese fuera de peligro.
—Eso no arregla las cosas —gruñó Maurizio.
—Tal vez no, pero vosotros no tenéis menos culpa que nosotros —dijo
mi tío ya menos calmado—. Durante años, hemos tenido una tregua de paz,
en la que ninguno de nosotros —señaló a su alrededor, tanto a los
justicieros como a sus hombres y familia— nos metíamos en los asuntos del
otro.
—Eso fue antes de enterarnos de la supervivencia de Yerik —confesó
Valentino—. La enemistad que hay entre Vladimir y él viene de un pasado.
—Una enemistad bien justificada —coincidió Dimitri. Me contuve para
no mirarlo con el ceño fruncido—. Sin embargo, voy a recalcar que Damian
y Vladimir intentaron matar a mi sobrino en el Carnaval de Venecia sin
motivo alguno porque él no tiene nada que ver con lo que ellos le acusaron.
El desafortunado incidente con la familia de Wallace fue cosa de nuestro
antiguo Don, un hombre que jamás perteneció a nuestra familia. —Enfatizó
en la última palabra, refiriéndose a la biológica y no a la de la mafia—.
Ninguno de nosotros tuvo nada que ver. Lo que le pasó a tu hermana —
miró al rubiales— fue por el mismo causante y ya murió. En la fiesta
enmascarada que hubo hace unos meses, planeasteis matar a mi sobrino, y
eso sin contar con que ya lo intestasteis arrojándolo al mar encadenado.
Todo se ha regido por la sed de venganza, algo que entiendo perfectamente
porque yo mismo me guío por lo mismo. No obstante, no hay ninguno de
los aquí presentes que no tenga cierta culpa con estos enfrentamientos
constantes. —Dio un paso adelante con la barbilla levantada—. ¡Y como
bien sabemos todos, la venganza solo trae más venganza porque, si esta
noche se da una muerte más, después se desatarán más y más! —gritó.
Se hizo el silencio después de la descarga emocional de Dimitri. Ni yo
mismo lo podía haber explicado mejor. Quizás, con un poco de suerte, esta
noche podríamos formar una tregua de paz, pero eso no quería decir que se
acabase la guerra. Tal vez se apaciguaría, solo eso, tanto por la parte de los
justicieros como por la mía. Aun así, era lo más conveniente para obtener
más tiempo de tranquilidad.
—Sé que también hay cierto revuelo por Cynthia Moore —continuó mi
tío. Vladimir se tensó ante la mención de su amada, y yo no me quedé atrás.
Últimamente mi cuerpo reaccionaba de forma involuntaria ante lo más
absurdo, hecho que antes no me pasaba—. Esa chica no sufrirá ningún
daño, al menos no por nuestra mano. Y, para recalcar, ella no entró a
trabajar aquí siendo obligada, lo hizo por su propia elección —explicó—.
Como muestra de buena fe, dejaremos que se vaya de este negocio si es lo
que quiere.
En la mafia se entraba con sangre y solo con esta se salía. Nadie que
ingresaba en la organización criminal podía recuperar su libertad, a no ser
que eligiera morir. Los justicieros conocían perfectamente los datos más
importantes de la mafia, así que tuvieron que entender perfectamente lo que
Dimitri estaba ofreciéndoles.
—Ya puestos a pedir cosas, yo tengo una más —dijo Vladimir,
mirándome fijamente—. Quiero que Yerik se aleje de Cynthia. —Mantuve
mi enfado a raya. Otra persona que me prohibía lo mismo. Ya iban cuatro
en dos días, contando que la de Dylan fue doble por Rose—. Es mi única
petición.
—Por supuesto…
—No —salté, interrumpiendo a mi tío. Entonces, sonreí de lado para
aliviar el ambiente que acababa de tensar más con mi negativa—. Solo si
ella misma me lo pide frente a frente —mentí como el cabrón que era,
aunque ellos no lo sabían.
Quise reír a carcajadas por la expresión colérica de Vladimir. Al parecer,
el rubiales veía una complicación en mi solicitud, ya que, quizás, Cynthia
no querría que me alejase de ella. Al menos, eso era lo que la niña me
demostró cuando la besé las dos veces.
«Ay, Vladimir. Voy a alimentar más tu odio hacia mí cuando consiga de
ella lo que tú nunca lograste», pensé con diversión.
—Me parece un trato justo —dijo Dimitri—. Cada persona es libre de
decidir, ¿no?
Vladimir no tenía ojos para otra persona que no fuera yo. Ambos nos
retábamos con la mirada y era evidente para cualquiera que nos observara
que deseábamos lanzarnos en una pelea. ¿Lo motivos? Ni idea. Poco a
poco, tanto él como yo bajamos el arma.
Dimitri estiró un brazo hacia el rubiales y le mostró la mano, a la espera
de que él se la estrechara con la suya para cerrar este acuerdo. El justiciero
tardó lo que me pareció una eternidad para aceptar, así que ambos
terminaron sellando sus manos y dándose un leve apretón.
No era ignorante ni estúpido. Sabía que esta especie de tregua de paz era
tan frágil que ninguno de los dos pretendíamos respetar. Tal vez no nos
enfrentaríamos ahora, pero en un mañana, sí. Vladimir y yo estábamos
destinados a luchar por cualquier cosa.
CAPÍTULO 40

Cynthia Moore

D espués de un ajetreado turno de mañana en el hospital, tuve que ir a


la casa de los Petrov para continuar con mi trabajo. Fue la primera
vez que no me crucé con el Diablo durante la operación quirúrgica. Al salir
de esta, aproveché su ausencia para ir sorteando a los demás habitantes de
esta casa y llegar al dormitorio de Yerik. Cada vez que realizara el mismo
procedimiento con la Satamina, hacía mis cálculos mentales para saber
cuándo tenía que volver a manipular esa droga. No podía cometer ningún
error en esto o él notaría los efectos secundarios del cambio de dosis tan
radical.
Era obvio que su organismo ya sufría esos efectos de bajada gradual
porque en su sano juicio jamás me hubiera besado. Siempre le causé
repulsión, así que eso solo quería decir que iba avanzando por el camino al
éxito.
Salí ya de noche de esa casa y aparqué mi vehículo en la puerta de mi
edificio, exhausta de tanto trabajar. Me quedé un rato dentro del coche,
dándole vueltas a la cabeza.
Alice fue la que me contó en el hospital lo que había pasado la noche en
la que los justicieros fueron a buscar represalias con los Petrov, ya que su
hermano fue generoso con ella y no le ocultó nada. Los dos bandos hicieron
una tregua de paz, pero una parte de mí me comunicaba que era falsa. No
obstante, deseché ese pensamiento de mi mente antes de que me pasara
factura y me preocupara en exceso.
Dante se estaba recuperando satisfactoriamente en el hospital, donde
tenía que permanecer ingresado más días. Tenía contusiones por todo el
cuerpo, sobre todo en la cara, pero lo más grave fue la rotura de una de sus
piernas. Mañana le volvería a visitar nada más desayunar. Me pareció
increíble que los motivos que tuvo Yerik para darle una paliza a mi amigo
fuera por prohibirle que se acercase a mí. Debería de darle importancia a
este dato y preocuparme, pero aún era incapaz de hacerlo. Solo ansiaba
meterme en la cama y dormir durante muchas horas.
Salí del vehículo y caminé hacia el portal del edificio con la vista en mi
bolso, buscando las llaves en su interior. Sin previo aviso, choqué con un
cuerpo y unas manos se cerraron en mi cintura para evitar que me
tambaleara hacia atrás. Alcé la mirada con los ojos muy abiertos del espanto
hasta que conectaron con los de Vladimir. Automáticamente, mi pulso se
relajó.
—Joder, pensé que me verías —dijo, sonriendo.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, devolviéndole la sonrisa.
—Hace una buena noche y decidí caminar. Mis pasos me llevaron a tu
portal involuntariamente y aquí estoy, esperando a que volvieses por si
querías acompañarme en mi paseo nocturno.
—¿Me estás proponiendo eso porque te apetece o hay algún Petrov
cerca esperando la oportunidad para atacarme? —quise saber, sin perder el
toque divertido.
Vladimir me confesó que evitaron, en más de una ocasión, que Karlen u
otro de esa familia se arrimase a mí con la intención de lastimarme, así que
no pude evitar mirar alrededor por precaución.
—No tienes a nadie desagradable cerca, a menos que yo te resulte
repulsivo —contestó algo más serio.
—No, Vladimir. Ya enterré el hacha de guerra, lo sabes.
Me seguía doliendo que él participase en el sacrificio de Rose porque
ella se lo pidió. Sin embargo, reconocía que Vladimir no se mereció tanto
desplante por mi parte cuando solo obedeció algo que tenía que hacerse
para que el mundo que creó el bioterrorista llegara a su fin. Me dolió pensar
que mi amiga tuvo que morir para eso y hubiese preferido que siguieran
habiendo infectados con los experimentos de ese lunático con tal de que ella
siguiese viva, a mi lado. Ese era mi debate: el deber contra los sentimientos.
Y, como era obvio, iba directa a lo segundo. Por eso estuve años odiando al
justiciero. Necesitaba culpar a alguien, como bien me decía Alice.
—Deberías hablar con tu hermano —dijo de pronto. Fruncí el ceño
cuando lo vi apretar la mandíbula, como si estuviese enfadado—.
Menciónasela. —No quiso pronunciar su nombre por si me dañaba
escucharlo.
—¿Por qué? —quise saber—. ¿Está sufriendo y necesita hablar?
—Sí. —Detecté que había algo más en ese simple monosílabo, pero no
insistí.
—De acuerdo. La próxima vez que lo vea, hablaré con él. —Asintió con
la cabeza y cambió de expresión por una más alegre, ofreciéndome el brazo.
—¿Vamos?
Lo miré dubitativa. Me sentía extraña imaginándome amarrada a su
brazo, como si fuéramos una pareja de enamorados que caminaban bajo la
noche estrellada. Aun así, quería tener más contacto con él, una parte de mí
lo necesitaba cerca. No tenía que rebanarme los sesos para saber que lo
quería, aunque no como él deseaba que le quisiese.
«Ojalá pudiera enamorarme de él», pensé, mirándole fijamente a los
ojos. Todo sería muy diferente, pero ni siquiera me podía permitir intentarlo
teniendo en mente los planes con el Diablo.
Sacudí la cabeza, deshaciendo esos pensamientos, y entrelacé mi brazo
con el suyo.
—Vamos. —Le inste a caminar muy pegado a mí.
A estas horas de la noche, los comercios ya empezaban a cerrar, algunos
de ellos ya lo estaban. No obstante, había mucha gente haciéndonos
compañía, pese al frío que ya comenzaba a abrirse paso por el otoño.
—¿Has cenado? —preguntó.
—Sí —mentí porque no había tenido tiempo para eso, sin embargo, no
me apetecía comer nada—. Lo he hecho antes de llegar aquí. —Asintió sin
decir nada. Me relamí los labios, conteniendo las ganas de preguntarle sobre
el enfrentamiento que tuvieron con los Petrov, y no tuve éxito—. Alice me
contó que hicisteis una tregua de paz. —No hizo falta más explicaciones
para que supiera a quiénes me refería.
—Así es.
—¿Y piensas respetarla?
—No —soltó sin más.
—¿Qué? —Controlé la intensidad de mi voz para no llamar la atención
de las personas que pasaban por nuestro lado.
—Hemos ganado tiempo, solo eso. No soy estúpido y sé que Yerik
piensa igual que yo. —No lo dudaría ni por un segundo—. Damian y
Vicenzo no quedarán sin justicia. No existe ninguna alianza de paz que me
haga cambiar de opinión.
No podía culparle porque yo misma tenía la misma necesidad con
Damian y Rose, pero quería convencerle para que esperara y así ganaría yo
más tiempo. No quería meter a mis amigos por el medio y me veía
capacitada para encargarme yo sola del Diablo y su familia, o eso creía yo.
Mi deber era seguir protegiendo a los míos y por ellos era capaz de todo,
incluso de matar, cosa que ya había hecho.
—Tú mismo lo has dicho. Habéis ganado tiempo, así que nos
tomaremos con más calma nuestra venganza —murmuré.
Vladimir se paró, obligándome a hacer lo mismo porque estábamos
unidos. Se puso frente a mí y me agarró de ambos brazos, mirándome con
una expresión indescifrable.
—Prométeme que no harás nada a nuestras espaldas, Cynthia. —En su
voz pude percibir un atisbo de desesperación, aunque intentara ocultarlo—.
Júrame que no seguirás adelante con tus planes de seducir a Yerik.
No me detuve a pensarlo demasiado para que no sospechara de mi
mentira. Me sentía ruin por tener que faltar a mi palabra y fallarles a todos.
No obstante, es lo que sentía que tenía que hacer y más adelante, si las
cosas salían según lo previsto, me lo agradecerían y mi falso juramento
quedaría en el olvido.
—Te lo prometo —dije con firmeza.
—Bien.
Reanudamos la marcha. No sabía hacia dónde íbamos, pero me daba
igual, tan solo disfrutaba del paseo, sintiéndome cómoda pasando un tiempo
a solas con él.
Giré la cabeza para mirarlo y me extrañó ver esa mueca que desfiguró su
rostro. Era evidente que tenía un debate interno bastante intenso.
—¿Te encuentras bien? —pregunté un tanto preocupada.
—¿Sigues trabajando para ellos? —contestó con otra pregunta.
No me gustaba hacia dónde se dirigía esta conversación porque
implicaba confesarle que seguiría adelante con mis planes. Me encontraba
en una encrucijada. Qué fácil sería si tuviera la capacidad para ser más
sensata. Si lo fuera, me echaría atrás con todo esto, sin embargo, mi
cabezonería no me lo permitía.
—Sí.
—Están dispuestos a devolverte tu libertad si decidieras irte de ahí. ¿Por
qué te empeñas en continuar con ese negocio?
—Te hice el juramento, pero no quiero destruir los avances que he
hecho y quiero pensar que lo que tuve que hacer para acceder a ese negocio
no fue en vano. —Antes de que pudiera replicar, proseguí—. Eso no quiere
decir que siga adelante con mis planes, Vladimir, tan solo quiero aprovechar
lo que he recorrido para, cuando llegue nuestro momento, poder sacar
provecho. —Ni yo misma sabía si estaba siendo convincente con mi media
mentira.
—¿Y cómo te sientes con lo que estás haciendo cuando vas a esa casa?
—Creo que tú sabes perfectamente la diferencia entre el deber y el
querer —susurré, pensando en que eso fue lo que le dijo Dylan a Rose en
una fuerte discusión acalorada de las numerosas que tuvieron.
—No me salgas por la tajante, Cynthia.
Solté un suspiro entrecortado. Necesitaba sincerarme con Vladimir en lo
poco que podía desvelarle. Antes de abrirme más a él, comprobé que no
había nadie demasiado cerca como para escuchar nuestra conversación.
—Fui una chica normal llena de sueños que quería cumplir al lado de la
persona que consideraba como una hermana. Desde que nos vimos
involucradas en la mafia, tuvimos la obligación de cambiar, echando
nuestros principios morales por la borda. Jamás me imaginé que mis manos
acabarían manchadas de sangre —confesé con una triste sonrisa y mis ojos
se empañaron en lágrimas, pero no quise derramar ni una—. Tardé mi
tiempo en resignarme en lo que me había convertido y me convencí a mí
misma de que todas las vidas que quité fueron para salvar la mía y la de mi
gente hasta que volví a pisar Milán. —Carraspeé cuando mi voz se quebró
—. Los tres años de paz y tranquilidad que viví en Roma se empañaron por
lo que estoy viviendo aquí en unos pocos meses. Así que no me siento bien
con lo que estoy haciendo, aunque ya me resigné de que me convertí en un
monstruo, fuera por necesidad o no.
Noté la tensión en el cuerpo de Vladimir. Desde luego que él no se
esperaba lo que guardaba dentro de mí. Me lamentaba de muchas cosas de
mi vida, pero ya las acepté hacía tiempo, hasta el punto de que actualmente
no me suponía mucho esfuerzo quitar vidas humanas, porque el dolor ya no
era un impedimento, aunque me arrepintiese y tuviera remordimientos de
conciencia después. Podía lidiar con ello.
—Un monstruo no siente nada, Cynthia. No tiene empatía —murmuró
en un intento de hacerme sentir mejor—. Dentro de esa apatía que muestras
se esconde una mujer sensible. —Tal vez tuviera razón, pero eso no
cambiaba los hechos.
—¿Por qué no lo haces? —Mis palabras salieron con más dureza de la
que pretendía—. ¿Por qué no acabas conmigo?
Vladimir frunció el ceño y volvimos a detenernos en una calle menos
transitada, donde tendríamos más privacidad.
—¿Por qué debería de hacerlo?
—Eres un justiciero y sería tu deber, ¿no?
—Todas las personas a las que has asesinado eran monstruos, que es lo
que matamos nosotros. Quieras verlo o no, tú haces la misma función que
yo, a diferencia de que yo disfruto con esto y tú no —contestó, mirándome
consternado por lo que le había sugerido.
—¿Y si matase a personas inocentes con tal de obtener la venganza que
ansiamos? —continué.
—Me juraste que no harás nada…
—Ya lo sé, pero necesito saber la respuesta.
«Me urge sentirme mejor conmigo misma», pensé.
—Nunca te pondría un dedo encima y mucho menos para acabar contigo
—aclaró más nervioso. Hablar de esto le dolía tanto como a mí.
—Es tu deber…
—A la mierda mi deber —espetó, interrumpiéndome.
—¿Por qué? —insistí.
No entendía por qué le estaba presionando tanto cuando ya sabía sus
motivos para no ser capaz de hacerme daño, hiciera lo que hiciese. No
obstante, quería escucharlo otra vez.
—¿No es evidente, Cynthia?
Pillándome por sorpresa, me empujó con su cuerpo hasta pegar mi
espalda en la pared del edificio que tenía detrás. Puso ambas manos a cada
lado de mi cabeza, enjaulándome entre sus brazos para que no tuviera
escapatoria. Mi vista estaba fija en la suya, que me miraba con una mezcla
de tantas emociones que me sentí abrumada.
—Sé lo que llevas dentro. —En el poco espacio que había entre nuestros
cuerpos, llevé una mano a su pecho y la puse a la altura de su corazón—.
Pero no entiendo por qué sigues teniéndolo.
—No puedo dominar este sentimiento. —Apartó un brazo de la pared y
me acarició la mejilla con delicadeza—. Sin embargo, tampoco quiero
reducirlo, y mucho menos eliminarlo —declaró, dejándome más confusa. Él
sonrió con tristeza al ver la duda en mis facciones tan expresivas—. El
amor es lo único puro que corre por mis venas, lo único que me hace sentir
humano. No intentes arrebatarme el tuyo, por favor.
Un nudo se formó en mi garganta. Vladimir hablaba de los diferentes
tipos de amor que llevaba dentro, donde sus más cercanos y yo formábamos
parte. Aunque él me dijese que disfrutaba con lo que hacía como justiciero
porque defendía la seguridad en las calles, en realidad se sentía menos
humano, un asesino como los que mataba.
—Ojalá pudiese enamorarme de ti. —Mis palabras salieron de mí antes
de poder retenerlas en mi interior.
«No puedo intentarlo teniendo la intención de seducir a Yerik. Te estaría
engañando, Vladimir, y no podría perdonármelo», terminé en mi mente.
Ascendí la mano que tenía en su pecho, acariciando todo lo que me
cruzaba por el camino, hasta llegar a su mejilla. Él cerró los ojos e inspiró
hondo, disfrutando de mi tacto.
—Me conformo sabiéndote respirar —murmuró.
El nudo de mi garganta apretó más de saber que él siempre preferiría mi
seguridad ante cualquier otra cosa, me viese en los brazos de otro hombre o
no. Vladimir no era una persona egoísta que pensara solo en sus intereses,
más bien interponía los de la gente que amaba ante los suyos propios.
«Quizás en un futuro puedo permitirme sentir por ti lo que tú sientes por
mí, al menos intentarlo, pero primero tengo que acabar con lo que ya
empecé con Yerik. No obstante, no te pediré que me esperes».
Abrió los ojos lentamente y ambos quedamos atrapados en nuestra
mirada, donde ninguno de los dos podía escapar. Todo se detuvo alrededor y
nos olvidamos de las palabras que acabábamos de compartir.
Era evidente que Vladimir deseaba besarme, lo supe por cómo su
penetrante mirada se deslizó hacia mis labios entreabiertos. Sin embargo, no
lo haría sin mi permiso. Por muy extraño que pareciera, quería que lo
hiciese en este momento. Me gustaría probar sus labios una sola vez, pero
me contuve porque no sería justo para él, ya que no significaría lo mismo
para los dos.
No obstante, mis ojos me traicionaron y fijé mi vista en sus labios,
dándole una clara invitación a que se lanzara, que no lo iba a rechazar.
Estábamos tan imantados que pareció leer mis pensamientos, tanto como yo
leía los suyos.
—No te detendré si lo haces —musité, todavía mirándonos la boca—.
Pero temo que eso te haga más daño.
—En cuanto te vi por primera vez, supe que serías tú quien me robaría
el corazón y sabía que, una vez que lo consiguieses, ya no me lo
devolverías jamás —susurró y acunó mi rostro con las dos manos—. Haz
con él lo que quieras ahora que lo tienes en tus manos. Acarícialo, bésalo,
protégelo o, simplemente, destrúyelo. —Sujeté las suyas con las mías y
reprimí las ganas de llorar silenciosamente—. Si después de esto me hundo
un poco más, no me importaría. Correré el riesgo con tal de sentirte un poco
más cerca, aunque solo fuera esta vez.
Sin más preámbulos, nuestros labios se sellaron.
CAPÍTULO 41

Yerik Petrov

N ada más salir del Peccato Mortale, me encendí un cigarrillo. Alexei


me había acompañado al club para arreglar unos asuntos con otra
familia de la mafia milanesa. En una organización criminal nos conocíamos
todos y el respeto era una cosa que teníamos que ganarnos cada familia.
Había personas ajenas que pensaban que entre mafias luchábamos por
territorios, algo no del todo mentira, pero también nos aliábamos por un
bien común. Por este motivo, teníamos que evitar cualquier futuro conflicto
y a todos nos convenía llevarnos bien. Si de algo gozábamos por igual era
de una increíble fortuna, lo que también era peligroso, ya que todos
aspirábamos a acceder a Mikhail Kozlov para contratar sus servicios. Lo
que nadie sabía era que mi familia estaba en su punto de mira y más nos
valía que siguiese manteniéndose en secreto. De lo contrario, cualquiera
podría aliarse con él por una cantidad considerable de dinero. No obstante,
era extraño que Mikhail no quisiera esa ayuda extra.
—Aparca más lejos, si ves que tal. Me voy a convertir en un cubito de
hielo en pleno otoño —se quejó mi primo, que llevaba puesta una camiseta
de manga corta, presumiendo de sus músculos.
Le di una profunda calada a mi cigarrillo mientras callejeábamos para
llegar a mi coche. A Alexei no le gustaba el frío, o eso decía él, pero yo
sabía que lo detestaba porque las mujeres iban más cubiertas por ropa y no
tan destapadas como muchas solían ir en verano. Sin embargo, a mí me
encantaba el frío porque conllevaba a ponernos una chaqueta, lo que
facilitaba ocultar las armas que llevaba debajo.
—Abrígate mejor para la próxima vez —contesté con desdén.
Al doblar la última esquina, mi primo paró en seco y me puso un brazo
delante de mi pecho para detenerme junto a él. Casi provoca que escupiera
mi cigarrillo y lo miré con cara asesina.
—¿Qué estás…? —Me mandó a callar con un ruidoso chitón y me
señaló hacia adelante con la barbilla.
Seguí la dirección de su mirada y el cigarrillo que seguía en mi boca se
debilitó entre mis labios, aunque no lo dejé caer. Si no fuera por este, de mi
boca solo hubieran salido maldiciones y palabras malsonantes al verlos a
los dos sumergidos en un beso apasionado con sus cuerpos tan pegados que
parecían fundirse.
—Creo que ya estoy entrando en calor gracias a esta imagen. —Ignoré
el comentario tan poco apropiado de Alexei—. Con la furia que vas a
despedir me vas a churruscar —aclaró.
Prácticamente me arranqué el cigarrillo de la boca y lo lancé a un lado.
Cuando expulsé el humo de mis pulmones con la vista fija en ellos, me dejé
llevar por unos impulsos desconocidos y saqué mi arma que ocultaba con la
chaqueta.
En cuanto Alexei reparó en mi acto, se le borró la sonrisa de golpe y
palideció.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —gritó tan bajito que solo yo lo oí.
Mi primo miró alrededor, verificando que no había ojos curiosos puestos
en nosotros, algo que tampoco me importaba si fuera el caso. Toda mi
atención estaba puesta en la escenita que tenía delante.
—No lo sé —murmuré
Como si fuera un autómata, alcé la pistola y apunté al rubiales. A esta
distancia no fallaría, aunque había riesgo de que le pegase el tiro a ella, ya
que no dejaban de moverse.
—Yerik, por favor. ¡Nos pueden ver!
Mi primo se puso al lado de mi arma, tapando su visión ante cualquier
transeúnte despistado que osara pasar por esta callejuela poco transitada. Al
otro lado estaba la pared del edificio, así que nadie repararía en lo que
quería hacer.
Entrecerré los ojos, agudizando más la vista para tener un tiro certero en
la cabeza de Vladimir.
—¿Qué más te da a ti que se estén besando? —preguntó desesperado
por hacerme entrar en razón.
—Me molesta —espeté—. Tan solo siento la necesidad de matarlo en
este preciso instante. —Mi dedo se movió ligeramente y noté que el gatillo
empezaba a ceder.
La niñata estaba jugando conmigo, pese habérselo advertido en la
habitación del hospital, donde ella me coqueteó claramente antes de
besarnos. Y con el Diablo nadie jugaba.
—Estás celoso… —Alexei dejó la frase en el aire y fue suficiente lo que
dijo para despistarme.
Aparté la vista de esos dos, sin bajar el arma, y miré a mi primo con el
ceño fruncido.
—Por supuesto que no, y deja de hacer suposiciones absurdas —gruñí.
—Si te fastidia verla con otro es que estás celoso, claramente —insistió,
poniéndome tanto de los nervios que la pistola que agarraba con fuerza
comenzó a temblar.
Alexei estaba equivocado, yo no podía sentir nada, ni aunque quisiese.
Sin embargo, no me molesté en corregirlo. Me importaba una mierda lo que
pensara de mí.
—Yerik, por el momento, los justicieros no son un problema para
nosotros, así que no los busques tú ahora —me pidió nervioso al ver mi
poca colaboración en desistir en matar a Vladimir.
Volví a mirar al rubiales y a esa maldita mujer con una furia que
deseaba descargar con cualquier cosa.
—No estoy celoso —rugí con los labios bien apretados.
—De acuerdo, no lo estás. Tan solo es uno de tus múltiples arrebatos
violentos, pero ahora baja el arma.
Alexei puso una mano encima del cañón y me obligó a bajarla, aunque
más bien yo se lo permití porque bien podría resistirme y ni él ni nadie
podría impedir pegarle un tiro a Vladimir.
Volví a guardarme la pistola donde la tenía y me recoloqué la chaqueta
con brusquedad antes de dirigirles una mirada siniestra y girarme para
largarme de allí con mi primo pisándome los talones.

✯✯✯

Nada más llegar a casa, fui hacia el jardín principal para tener unos
momentos de tranquilidad. En mis momentos más inestables, me gustaba
pasar horas debajo del manto de la noche, donde no se oyera ni un solo
sonido que no fuera el canto de algunos insectos.
Para mi sorpresa, me encontré a mi tío sentado en uno de los sillones
que había frente a la piscina. Caminé hacia él en silencio y tomé asiento a
su lado. Dimitri permanecía con la mirada perdida al frente, sumergido en
sus pensamientos. Mi vista se deslizó hacia la fotografía que tenía en una de
sus manos. En la otra agarraba un puro ya casi consumido.
Siempre supe que Gabriella seguía viva dentro de su corazón y era
testigo de sus sufrimientos constantes por su muerte. Este era uno de los
muchos motivos que tenía de alegrarme por no ser capaz de sentir nada. El
amor era una maldita enfermedad degenerativa, en la que consumía hasta
tal punto de quedar hecho un vegetal: muerto en vida.
—Hoy es el cumpleaños de mi Gabriella —murmuró, llevándose el puro
a la boca y le dio la última calada antes de apagarlo en el cenicero que había
encima de la mesita de cristal—. La recuerdo nadando en la piscina,
enseñando a hacer lo mismo a nuestro hijo. —Soltó un suspiro cansado—.
Ella ya no está y Daniell me detesta tanto que desearía verme muerto.
—Él no te odia, tío. —Era pésimo animando a la gente, pero me esforcé
en ayudarlo para que se quitara esa idea errónea de la cabeza—. Tiene la
mente inestable por el impacto que tuvo la muerte tan inesperada de su
madre en él. Daniell era muy pequeño cuando eso pasó, ya lo sabes. —
Dimitri lo sabía perfectamente. Él mismo fue quien me lo contó, sin
embargo, esta noche no quería admitirlo.
—Gabriella tenía problemas de salud por culpa de su mala alimentación,
pero jamás me imaginé que uno de sus desmayos le costaría la vida. Su
último aliento fue expulsado antes de que el agua le entrara en los pulmones
—confesó, aclarándome que ella murió ahogada y suponía que sería en la
piscina por cómo él la estaba observando, receloso y nostálgico—. Tienes
suerte de no saber lo que es el amor, Yerik, y espero que nunca lo
experimentes. Sería una debilidad innecesaria.
Reí como un idiota, pese a no ser el momento más oportuno para eso.
—¿Tan sensible crees que soy, tío? —pregunté con sorna, alzando una
ceja y él me sonrió con tristeza.
—Ay, hijo mío, qué suerte tienes —repitió y puso una mano en mi
mejilla. Me dio unas suaves palmadas antes de volver a poner su atención
en la piscina—. Daniell piensa que Irina usurpará el lugar de su madre. Qué
equivocado está —murmuró—. Gabriella siempre será insuperable con su
belleza y ese tierno corazón. A ella no le gustaba este mundo —dijo,
refiriéndose a la mafia—, no obstante, me amaba por encima de eso y
mucho más.
Apreté los puños que tenía entre mis piernas abiertas y no pude
contenerme.
—Parece que cambiaste a un ángel por una víbora —le solté—. Sé que
un ángel termina corrompiéndose por la mafia, pero una víbora posee un
veneno tan letal que la hace más peligrosa que la misma mafia.
Dimitri me miró con el ceño fruncido. Desde luego que le había
asombrado que insultara a su mujer. Tan solo le había expresado lo que yo
opinaba sobre Irina.
—¿Por qué has dicho eso? —quiso saber.
—¿Acaso no es obvio? —ironicé—. Tanto ella como su hija son unas
víboras y déjame decirte que tía Nadia piensa lo mismo que yo.
—Pues tú tampoco tienes ningún problema por meter a una víbora en tu
cama —enfatizó Dimitri con seriedad, sabiendo que en mi dormitorio
todavía no entró ninguna mujer, aunque sí me acostaba con Ivanna en otros
lados.
—La diferencia entre tú y yo, tío, es que tú te casaste con una y la
embarazaste tres veces y yo, en cambio, ni borracho lo haría con la otra —
respondí seguro de mí mismo—. Irina complace todos los caprichos de
Ivanna, malcriándola más. ¿Y sabes qué? Yo formo parte de esa lista y no
me da la gana seguir ahí añadido como un mero objeto.
—Todos en esta casa estamos enterados de su encaprichamiento
contigo, Yerik —coincidió él—. Deberías dejar de usarla para satisfacer tus
necesidades sexuales, así no alimentarás más lo que sea que esté creciendo
en su interior respecto a ti. —Solté un bufido.
—Desde que mató a mi víctima en un ataque de celos, poniendo nuestro
negocio en peligro, y me dio una patada en los huevos, créeme, no la he
tocado de esa forma —respondí más cortante.
—Con razón está tan quisquillosa últimamente. —Se rio—. Lleva muy
mal el rechazo.
—No pienso tocarla de nuevo —le aseguré y no pensaba faltar a mi
palabra.
Los sentimientos de Ivanna serían un problema constante para mí, así
que me convenía que ella los destruyera poco a poco con mi continuo
rechazo. Con suerte, pronto pondría su atención en cualquier otro hombre,
dejándome a mí libre de que hiciese lo que quisiera sin peligro de que ella
volviese a matar a cualquiera con la que deseara acostarme.
En cuanto el rostro de Cynthia invadió mi subconsciente, conduje mis
pensamientos a otro tema importante que aún no había tratado con mi tío.
—Hay algo de lo que quiero hablar contigo. —Dimitri me observó
expectante y me hizo una señal con la mano para que continuase—. El
hombre al que maté en el Peccato Mortale dijo algo más sobre Mikhail
Kozlov que me hace pensar demasiado. —A mi tío ya le había contado lo
que él y yo hablamos, excepto este dato—. La obsesión de Mikhail por
darnos caza va más allá de un simple pago y que su furia caería sobre
nuestras cabezas. ¿Hay algo más personal entre su familia y la nuestra que
no me hayas contado?
Evalué todos los gestos que Dimitri me mostraba, pero, curiosamente,
no había nada en él que analizar porque parecía tranquilo, aunque sí
sorprendido.
—Lo único que sé es que alguien que no sabemos le pagó una suma
considerable de dinero para eliminarnos. No sé por qué ese hombre te dijo
eso, pero deberías presionar más la próxima vez que retengáis a otro —
contestó. Asentí con la cabeza.
No detecté indicios de mentira en su argumento. Además, él nunca me
mentiría, sobre todo cuando ponía en riesgo a toda su familia.
Sin decir nada más, nos apoyamos en el respaldo del sillón y fijamos la
vista al frente, perdiéndonos en nuestros propios pensamientos. Él seguiría
pensando en Gabriella por la forma que tenía de sujetar la fotografía que en
ningún momento había soltado.
«No acabaré como tú de atrapado, tío. No pienso estar condenado a un
recuerdo que jamás podría volver a hacerlo realidad», pensé.
CAPÍTULO 42

Cynthia Moore

P asaron varios días desde la última vez que vi a Vladimir que,


concretamente, fue cuando nos sumergimos en un beso tierno que
acabó siendo hambriento. Agradecí no habérmelo cruzado otra vez porque
no sabía cómo mirarlo a la cara después de eso.
No supe en qué estuve pensando cuando nos besamos, pero ambos
queríamos hacerlo en ese preciso momento, aunque no significase lo mismo
para él que para mí. Una tromba de emociones tormentosas se estrelló
contra mí y no supe manejarlas, así que salí corriendo de allí, dejándolo
solo en esa callejuela, igual de aturdido que yo.
Luciano, Serafina y yo habíamos pasado toda la noche recorriendo
varios clubs. Alice no había podido venir porque le tocó trabajar, ya que sus
vacaciones habían terminado y no pudo cambiar el turno con otros
compañeros con los que teníamos menos relación.
Ahora mismo nos encontrábamos en una parada de taxis, esperando a
que uno quedase libre para llevarnos a casa. Los tres estábamos un poco
pasados de copas y así jamás nos poníamos delante de un volante. No solo
era cuestión de nuestra propia seguridad, también la de los demás.
—Joder, qué frío. Me tiemblan hasta las venas —soltó Serafina,
temblando como una batidora.
—Con el alcohol que has ingerido, deberías de estar caliente —bromeó
Luciano—. Eso os pasa por salir tan destapadas en busca de machos
solteros.
—Perdona, bonito, la soltera es Cynthia. Yo estoy con Maurizio —se
quejó ella, robándome una sonrisa.
Me alegraba muchísimo que Serafina y el hermano de Alice hubiesen
dado un paso más en su relación. Ahora ya eran novios formales, lo que ella
quiso desde hacía mucho tiempo.
Esta noche había desconectado de todos los problemas gracias a
Luciano y Serafina. Disfrutaba mucho de sus compañías. Ambos me habían
dado mi espacio personal respecto a lo que presenciaron en el hospital y no
me nombraron al Diablo. Sabía que ellos nunca me juzgarían, lo que hacía
que me sintiera cómoda con los dos, al igual que con Alice.
—Me parece que la soltería de Cynthia se va a ver empañada con su
presencia —murmuró Luciano, llamando mi atención.
No entendía su comentario hasta que seguí la dirección de su mirada.
Procuré no mostrar asombro en mis facciones, aunque por dentro ya estaba
nerviosa y esto no era una buena combinación con el alcohol que ya formó
estragos en mi sistema.
El Lamborghini aparcó en el lugar reservado para los taxis, lo que se
llevaría una buena reprimenda por parte de los taxistas en cuanto lo vieran.
Sin embargo, temía más por los pobres trabajadores, ya que Yerik era de
gatillo fácil. A la más mínima provocación, él le pegaría un tiro a
cualquiera, aunque no tuviera la razón.
—No nos moveremos de aquí —me animó Serafina, ofreciéndome
cierta seguridad.
El Diablo se bajó de su vehículo, dando un fuerte portazo. Para mi
sorpresa, no estaba solo. Alexei iba en el asiento del copiloto y no se
demoró en salir también del coche para apoyarse en él, reservando un poco
las distancias.
Yerik no lucía nada contento, aunque era evidente que trataba de
mantener su mal humor a raya cuando se puso delante de mí.
—Admito que su presencia también evitará que cualquier delincuente
nos ataque —dijo Serafina con cierto sarcasmo, provocando que el Diablo
alzara una ceja.
Maurizio ya la puso al día de la familia Petrov, así que sabía qué clase
de personas la componían. Ella ya estaba metida en nuestro mundo al ser la
pareja de un justiciero. Además, presenció demasiado en la pequeña
reunión que hizo Vladimir en su apartamento. Luciano sabía lo justo porque
era nuestro amigo.
Antes de que Yerik le hiciera algún comentario a Serafina, me adelanté.
—Creo que aquí no se te ha perdido nada —le dije con una sonrisa
burlona. No quería mostrarme fría ahora que había tenido unos avances con
él. No lo echaría todo a perder por un arrebato de enfado.
—En realidad, sí —respondió él con mi mismo gesto burlesco—. Has
sido una niña muy mala. —Alexei soltó un silbido y no pudo reprimir una
sonrisa pícara—. ¿Sabías que jugar con el Diablo tiene unas consecuencias
desagradables para un ángel? —Un escalofrío me recorrió por la espalda, y
no precisamente por el frío—. Parece ser que la advertencia que te hice
antes de que nos comiéramos los labios por segunda vez te la pasaste por
ahí abajo. —Me señaló lo que ocultaba mi largo abrigo, que solo dejaba mis
piernas desnudas a la vista—. Quizás por el mismo sitio donde ya te pasaste
a Vladimir.
Serafina no pudo evitar soltar una exclamación y Luciano se quedó con
la boca abierta, pero ninguno se metió en la conversación. Yo, en cambio,
fulminé a Yerik con la mirada.
—¿A qué viene eso? —quise saber.
El Diablo no contestó, me observaba con la misma intensidad que sus
palabras tan afiladas.
—Te vimos besándote con Vladimir —intervino Alexei, ganándose una
mirada reprobatoria por parte de su primo—. ¿Qué? —Flexionó ambos
brazos, desconcertado—. Si no eres claro con ella, no te va a entender y no
podrá darte la explicación que buscas.
—¿Explicación? —Los miré pasmada—. No tengo por qué dar
explicaciones de mis actos. —Esta respuesta no me dirigía a buen camino
en mis planes con Yerik, pero ya no estaba en mi naturaleza la sumisión.
—Tu libertad acaba donde empieza la mía —ironizó él.
El Diablo quería que le diera una explicación cuando él se veía
implicado. En este caso, le había involucrado en mi vida al devolverle el
beso y se había sentido usado, que era lo que me advirtió que no hiciera.
La indignación se apoderó de mí, lo que me llevó a reprocharle cosas
que no debía. Pero, ya que él lo hacía, yo también tenía derecho.
—¿Me meto yo en tu vida, Yerik Petrov? —Alcé un dedo y se lo clavé
en su pecho—. ¿Piensas que no sé la fama de mujeriego que tienes? ¿Te
acuestas con toda mujer que se te cruza por el camino y te atreves a pedirme
explicaciones a mí? —Le di unos toquecitos con mi dedo—. ¿Acaso te las
estoy pidiendo yo a ti?
—Joder. —Alexei se rio con ganas—. Ahora sí parecen una pareja de
verdad.
—Cállate, idiota —le espetó Yerik mientras él y yo nos desafiábamos
con la mirada.
—He de objetar que la chica tiene razón —continuó el gemelo, como si
no temiera comerse un puñetazo de su primo.
Como si ese comentario fuera mío, el Diablo lo pagó conmigo. Me
cogió del cuello, sin ejercer presión, y me empujó hacia atrás hasta que mi
espalda chocó con un panel publicitario en medio de la acera. Por encima
de su hombro vi que Luciano iba a intervenir, pero Alexei lo detuvo,
haciéndole ver que no sufriré ningún daño.
—Te advertí que no jugaras conmigo —gruñó con sus labios tan cerca
de los míos que respirábamos el mismo aliento.
—¿Y qué piensas hacerme? —fingí altanería, aunque por dentro estaba
hecha un manojo de nervios. Ya no le mostraría ninguna emoción negativa
al Diablo, no le daría ese gusto.
«¡Bendita máscara que tengo!».
Su mano aún seguía rodeando mi cuello, pero su dedo índice lo llevó a
mi labio inferior, el cual acarició con una lentitud aplastante mientras su
mirada seguía ese movimiento.
—Te juro que, si te atreves a hacerme caer en la tentación, te atraparé
tan fuerte que tú tampoco podrás escapar, y no precisamente porque te
obligue. —Esta amenaza me hizo arder por dentro, centrándose todo ese
calor en mi bajo vientre. Desde luego que odiaba que mi cuerpo reaccionara
así con sus palabras y caricias—. Cuidado con lo que deseas, Cynthia
Moore.
Lo que me acababa de decir era una auténtica ventaja y podía partir de
aquí para conseguir lo que quería de él. Me estaba adentrando mucho en su
infierno, donde terminaría quemándome. Sin embargo, correría el riesgo de
no salir viva de su destrucción.
—Tal vez consiga arrebatarte el trono del infierno y te tenga como mi
sirviente —le insinué con una arrogancia atípica en mí.
El maldito alcohol no me ayudaba a mantener mi valentía bajo control.
Con sus efectos en mi organismo no medía el peligro. Tan solo era
consciente de que estaba tentando mucho a la suerte, no a Yerik.
Me quedé helada con su sonrisa siniestra y dirigió sus labios a mi oído.
—Me gustaría ver cómo lo intentas —susurró e inspiró hondo sobre mi
cuello, produciéndome un violento escalofrío.
Había algo que necesitaba comprobar con mis propios ojos. Su
comportamiento de esta noche ya me hacía sospechar, sin embargo, quería
salir de dudas. Yerik me deseaba, eso era evidente, pero me hacía falta saber
si estaba sintiendo algo más para poder clavarme más hondo dentro de él.
—Dalo por hecho, Diablo —le dije con firmeza y rocé mis labios con
los suyos. Al parecer, a él no le importaba que hubiese gente alrededor
mirándonos con curiosidad. Ahora venía mi prueba—. Y como mi sirviente,
tendrás que compartirme con Vladimir.
Alejó su cara de la mía y vi como sus facciones se desfiguraban para
adoptar una expresión furiosa. Quería despertar en él los celos para
cerciorarme de que estaba más accesible para mí. Daniell no me lo confesó
claramente, pero intuía que la Satamina jugaba un papel muy importante en
sus emociones y sentimientos.
—¿Y se puede saber qué tiene ese imbécil que no tenga yo? —escupió
—. ¿Piensas que él es insuperable o que yo no seré suficiente para ti?
—Bueno… —Alexei alargó la palabra—. De la lujuria pasaremos a la
ira. —El gemelo parecía divertido; y mis amigos, preocupados.
Yerik frunció los labios ante mi negativa a contestar y liberó mi cuello,
retrocediendo unos pasos. No me hizo falta más para saber lo que quería.
Muy pronto tendría al Diablo en la palma de mi mano, como me dijo
Daniell, o eso esperaba yo.
—Hay algo en común que el rubiales y yo tenemos, niña. —La frialdad
en su voz había vuelto—. Ambos tenemos a un monstruo dentro. Al fin y al
cabo, es lo que soy yo, ¿verdad? —Alzó el mentón—. Eso fue lo que me
dijiste. —Sonrió con crueldad al ver mi confusión—. Cuidado con
Vladimir, podría ser más letal que yo.
Fruncí el ceño. No entendía a qué se estaba refiriendo, pero no toleraría
que insultara al justiciero.
—No te compares con él porque no os parecéis en nada —dije con más
dureza—. Vladimir jamás me haría daño. Para empezar, él nunca hubiera
lastimado a una persona que me importara mucho y…
—¿Te refieres a Dante? —me interrumpió, apretando los puños.
—¿Hace falta que te nombre a otra persona que me arrebataste? —casi
grité, importándome poco que alguien que no fuéramos nosotros cinco me
escuchara—. ¡¿Te nombro a otra persona que quisiste destruir?!
—Sí. Vamos, quiero oír su nombre —exigió colérico—. Concretamente
el último.
Mi respiración estaba tan acelerada como la suya y estaba segura de que
nuestro corazón palpitaba desbocado bajo nuestro pecho.
—Rose era como mi hermana…
—¿Era? ¿Estás segura de que no lo sigue siendo? —enfatizó en dos
palabras que me produjeron una punzada dolorosa en el pecho—. Vaya,
pareces asombrada. Pensé que ya te lo habían contado —dijo con un tono
burlón dentro de la furia que le corroía.
—¿Qué es lo que no me han dicho? —pregunté confusa.
—Te lo acabo de decir antes. ¿Necesitas más aclaraciones? ¿De verdad
que no te has dado cuenta todavía? —La crueldad teñía su voz y mi cerebro
se negaba a leer la evidencia de sus dos remarcaciones anteriores de
palabras—. ¿Piensas que las rosas negras aparecen por arte de magia o que
es cosa de tu hermanito? —continuó sin piedad—. A mí me dispararon una
flecha con una rosa negra amarrada a ella y Karlen me contó que despertó
de su desmayo con una asomando de su bolsillo.
Me seguía negando a ver la verdad, no podía ser cierto. Yerik acortó la
poca distancia que nos separaba con una sonrisa tan fría como su alma. Lo
veía borroso por culpa de las lágrimas que ya empezaron a formarse en mis
ojos.
—Y yo la he visto con mis propios ojos, hasta he escuchado su voz —
murmuró muy cerca de mi rostro—. Cynthia, Cynthia… —acarició mi
nombre con voz melosa—. Rose Tocqueville está viva y en esta ciudad.
Serafina soltó una exclamación y Luciano murmuró unas palabras de
asombro. Ninguno de los dos se esperaba esa confesión.
La humedad que empeñaba mi vista no pudo ser retenida y derramé mis
primeras lágrimas en silencio mientras lo miraba con una mezcla de dolor y
rabia.
—Mientes. —Mi voz salió rota.
—¿Por qué no los abordas a ellos y les pides las explicaciones
pertinentes? —soltó, dejándome aún peor.
—¿Ellos? —musité tan bajito que apenas me oí.
—Sí, niña. —Su sonrisa ya empezó a romperse y más bien parecía una
mueca—. Pregúntale a tu hermanito los motivos que habrán tenido para
ocultarte la verdad. También podrías pedirle explicaciones a tu amiguito
Dante en el hospital. ¡¿O por qué no le preguntas a Vladimir?! —gritó—.
¡Vamos! ¡Díselo a él, ya que tanto lo defiendes!
Negué con la cabeza repetidas veces. Yerik estaba herido por mis
palabras, aunque intentara ocultarlo, y se estaba desquitando conmigo de
esta manera tan cruel.
—Estás mintiendo… —La carcajada del Diablo me cortó.
—Escúchame bien, Cynthia. —Me señaló con su dedo, mirándome
furioso—. Yo seré lo malo que tú quieras, pero soy el único que va de frente
contigo, te duela o no te duela. —Se dio la vuelta y fue hacia su coche mal
aparcado—. ¡Vamos, Alexei! —le ordenó con un gesto del brazo.
Me quedé estupefacta, observando como los Petrov desaparecían de mi
vista en cuestión de segundos, dejándome devastada al lado de mis amigos,
quienes me miraban con pena.
CAPÍTULO 43

Cynthia Moore

L uciano y Serafina me acompañaron al apartamento de Vladimir en el


taxi. Insistieron en acompañarme para enfrentar a mis amigos, pero
les pedí que no lo hicieran, que tenía que hacer esto yo sola.
Solo podía acudir a la casa del justiciero, puesto que no sabía dónde
vivía Dylan y ahora podía entender por qué nunca me dio su dirección.
«Para ocultar a Rose de mí».
Cuando llegué a la puerta de su apartamento, la aporreé sin pausa. Había
tenido todo el trayecto para pensar en cómo afrontar esta conversación, sin
embargo, nunca estaría preparada para encontrarme cara a cara con mi
pasado del que tanto quise huir.
Había conseguido dejar de llorar, concentrándome en este
enfrentamiento, aunque el dolor fue envuelto en una furia que me haría
perder el control en cualquier momento.
La puerta se abrió de sopetón y Kiara me recibió con cara somnolienta.
Desde luego que los habría pillado durmiendo, puesto que eran las tres de la
madrugada.
—¿Cynthia? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Qué te ha pasado? —
La confusión fue sustituida por la preocupación cuando reparó en mi
aspecto demacrado. No me quería imaginar cómo estaría mi cara con el
maquillaje hecho un desastre por las lágrimas.
—Necesito hablar con tu hermano urgentemente.
—Claro. —Me dejó lado para que pasara al apartamento—. Cynthia,
¿qué está ocurriendo? —dijo nada más cerrar la puerta.
Me quedé parada en mitad del salón con mi vista fija en el pasillo que
conducía a sus dormitorios. Resistí la tentación de ir yo misma a despertar a
Vladimir a base de guantazos.
—¿Tú también lo sabías? —Me giré para encararla.
—¿El qué? —La cautela ya protagonizó su actitud.
—Que Rose está viva —le solté sin rodeos. Ella abrió mucho los ojos,
pero lo que la delató fue la saliva que le costó tragar, producto de los
nervios—. Así que tú también… —Levanté la cabeza e inspiré
profundamente, conteniendo las nuevas lágrimas.
—¿Quién te lo ha dicho? —susurró.
Mi vista furiosa se fijó en ella.
—Así que lo sabía mucha más gente, ¿verdad? —espeté cortante—.
Dime. —Me acerqué a ella y la agarré del brazo con fuerza—. ¿Quiénes de
mis amigos lo sabían aparte de mi hermano? —enfaticé en dos palabras, que
las pronuncié con burla. Kiara apretó los labios con fuerza, sin saber qué
decir, aunque sus lágrimas no tardaron en formarse en sus ojos claros—.
¡Contesta!
—¿Qué está pasando? —Vladimir hizo acto de presencia y se quedó
atónito de verme en su casa, armando un escándalo—. ¿Qué ocurre? —dijo
más preocupado de ver nuestros aspectos.
Cuando conecté mi mirada con la de Vladimir, el mundo a mi alrededor
se detuvo. Primero sentí una mezcla de vergüenza y anhelo por lo que pasó
entre nosotros la última vez que nos vimos, deseando abrazarlo en busca de
consuelo como el buen amigo que siempre fue hasta hoy. Después vino el
dolor por su traición, que se unió a la furia por haber sido engañada con una
verdad tan inmensa.
No sabía si mis reacciones de esta noche eran excesivas. Quizás estaba
siendo una niña malcriada por usar la violencia y desequilibrarme
mentalmente, pero no pude tener un control de mis emociones.
Fui hacia él a grandes zancadas y le di un bofetón con todas mis fuerzas,
robándole una exclamación a su hermana. Su rostro se giró a un lado del
impacto.
—¡¿Cómo has podido mentirme de esta manera?! —grité a todo pulmón
—. ¿Cómo te has atrevido? —terminé con la voz más rota.
Vladimir me miró perplejo antes de enforcarse en su hermana en busca
de explicaciones más coherentes.
—Cynthia sabe que Rose está viva —sollozó ella, presa del pánico por
lo que podría desencadenar esta discusión.
—Sé sincero conmigo por una vez en tu miserable vida —escupí con
asco—. ¿Quiénes más sabíais que ella no murió en aquella isla? —Ante su
silencio, exploté—. ¡¿Quién más ha osado a mirarme a la cara mientras yo
sufría su falsa pérdida?! —Estampé mis puños en su pecho y lo empujé. Él
trastabilló hacia atrás.
—¡Ya basta, por favor! —Kiara me agarró de los brazos por detrás y
evitó que volviese a atacar a su hermano—. Dylan mantenía su
supervivencia en secreto. Nosotros nos enteramos hace poco…
Me zafé de su agarre y la fulminé con la mirada, totalmente ida.
—Y en vez de contármela, os la callasteis. —La consternación que
ambos me mostraban me destrozó más—. Decidme, ¿pensabais en algún
momento decírmelo?
—Discutí con Dylan en más de una ocasión para que hablase contigo.
Además, si recuerdas bien, la última vez que te vi te pedí que se la
nombraras —se justificó Vladimir, como si eso fuera suficiente excusa para
ocultarme la verdad.
—Confié en ti. —Anduve lentamente hacia él y le señalé con el dedo—.
Me abrí a ti y te expresé cómo me sentía por dentro. —El justiciero no
retrocedió para poner más espacio entre nosotros, sino que me miró
impasible, refugiándose ahora en su máscara para no mostrarme lo
destrozado que estaba por mi descubrimiento—. Rose era como la hermana
que nunca tuve, mi confidente, ¡mi todo!
—Tranquilízate, Cynthia —me dijo él con una mueca e intentó tocarme,
pero yo retrocedí para evitarlo—. Escúchame. Voy a llamar a tu hermano y
que ellos te expliquen.
Mi cuerpo se tensó. Aunque me fastidiara reconocerlo, no me
encontraba preparada para enfrentarlos esta noche. No estaba en mis
cabales y esta vez quería ser cobarde y refugiarme en algún lugar donde
ninguno me pudiese encontrar. Necesitaba estar sola y organizar mis
desastrosos pensamientos.
—No quiero verlos ahora —dije con firmeza.
—Cynthia…
—¡He dicho que no! —lo interrumpí en un grito.
—¡Entonces, ¿qué quieres que haga?! —chilló Vladimir con la misma
intensidad—. ¡No pienso cargar con más culpas!
—¡Lo que quiero es perderos de vista a todos!
Me notaba al borde del colapso. Mi corazón latía tan frenético que me
dolía el pecho y mi respiración acelerada me producía los primeros efectos
de la ansiedad, en la que me empezaba a faltar el aire.
—Cynthia, tienes que relajarte —me pidió Kiara y sentí su mano sobre
mi espalda.
—¿Quiénes más lo saben? —pregunté casi sin aliento. Necesitaba saber
la respuesta con urgencia para saber en quién podía confiar. Hasta dónde yo
sabía, Luciano y Serafina no estaban enterados—. ¿Todos los justicieros?
¿Alice?
—Alice no lo sabe —respondió Vladimir, ganándose al menos un punto
de sinceridad.
Dentro de mi remolino de emociones nocivas, sentí un ligero alivio de
oír esa respuesta. No soportaría una traición también por parte de Alice.
Le dediqué una dura mirada al justiciero y no me pasó por alto que una
emoción dolorosa cruzó fugazmente por su rostro al ver mi odio enturbiar el
cariño que sentía por él, lo que tanto anheló.
—Parece ser que Yerik no es tan cabrón como pensaba. —Vladimir
frunció el ceño y yo sonreí con crueldad, pese a estar muy nerviosa—. Al
menos él ha tenido el valor y la gentileza de contármelo. —Alcé el mentón
en un gesto desafiante—. Él es un monstruo, pero sincero a pesar de todo.
—Este comentario e indirecta le sentó como si le hubiesen tirado un cubo
de agua fría en la cara.
—Descarga tu furia conmigo si así te sientes mejor, pero no tengas a ese
hombre metido en tu cabeza.
Ahora estaba preocupado y sabía por qué, aunque no me lo expresara
con palabras. Vladimir tenía miedo de que acudiera al Diablo en mi estado
decadente y que siguiera adelante con mis planes, incluso que empezara a
sentir algún tipo de afecto o admiración por él.
—Ese hombre me hace daño de frente y con él no tengo que temer ser
apuñalada por la espalda. —Mis palabras afiladas fueron pesadas hasta para
mí.
Salir de aquí se convirtió en una necesidad. No aguantaría mucho más
tiempo mirándolos a la cara. No era estúpida y sabía que después de esto
avisarían a Dylan para que me buscara, pero yo no quería escuchar sus
excusas hasta no estar preparada para oírlas.
—Cuando me enteré de la verdad, discutí fuertemente con tu hermano,
exigiéndole que te la confiese, que merecías saberla. —Se esforzó por
mantener la calma, una que yo estaba lejos de sentir—. Rose estuvo en
recuperación durante estos tres años, donde su organismo luchó contra la
destrucción del parásito que le inocularon tras administrarle la cura.
Rose Tocqueville formó parte de los experimentos macabros del
bioterrorista que conseguimos derrotar. Tuvo que recorrer un largo y
doloroso camino para obtener la victoria, aunque ella fue el sacrificio final.
Eso era lo que pensaba hasta hoy. Rose estaba viva y muy cerca de mí, pero
lo que más me asombró fue que había vuelto completamente humana.
—¿Cuándo llegó a Milán? —exigí saber.
—Al poco tiempo de venir tú —contestó Vladimir.
Cerré los ojos con fuerza y agaché la cabeza. Dylan y Rose habían
estado viviendo en esta ciudad unos pocos meses y ninguno se atrevió a
presentarse ante mí con la verdad por delante. Tomé una respiración
profunda y volví a clavar mi mirada en el justiciero.
—Debiste decírmelo si tanto te preocupabas por mí —le reproché, ya
abatida—. Yo jamás te hubiese ocultado algo tan importante como eso. —
Apretó los puños y apartó la mirada, pero antes de eso vi la vergüenza
enturbiarla—. Me has fallado dos veces, y desde luego que no habrá una
tercera.
—¿Qué quieres decir? —se atrevió a preguntar Kiara.
—Me voy de aquí. —Di media vuelta y fui hacia la puerta, pasando por
al lado de la que pensaba que era mi amiga—. No soporto miraros a la cara
ni un segundo más —gruñí.
Antes de escuchar una contestación por parte de los hermanos, salí de
allí pegando un fuerte portazo. Mientras recorría el pasillo, escuché el grito
de Vladimir e, inmediatamente, la rotura de unos cristales.
Cuando salí a la intemperie, miré alrededor sin apenas fuerzas por
mantenerme en pie. ¿A dónde iría ahora? A las tres y media de la
madrugada no había ni un alma por la calle siendo entre semana.
No me apetecía ir a mi apartamento porque ese era el primer lugar en el
que me buscarían y necesitaba alejarme de todos ellos. Podría llamar a
Serafina o Luciano, pero no quería molestarlos a estas horas. Y Alice no era
una opción teniendo a un hermano justiciero que también sabía la verdad.
Comencé a caminar con la intención de perderme por las calles de
Milán. Cuando doblé la primera esquina, no aguanté más y estallé en llanto.
CAPÍTULO 44

Yerik Petrov

U na furia irracional me recorría por las venas y mi situación


empeoraba cuando se me ocurría buscar los motivos de esta emoción
tan fuerte. Últimamente me sentía más susceptible ante cualquier noticia y
notaba mi mente hecha un caos sin sentido.
Dejé a Alexei en casa antes de venir al Peccato Mortale. El club estaba
cerrado para el público. Karlen se encontraba leyendo el periódico detrás de
la barra tan atento que no me vio llegar hasta que me senté en uno de los
taburetes, frente a él.
—¿Y esa cara? —preguntó con curiosidad.
—Necesito descargar mi furia con cualquier cosa —gruñí, chocando mi
puño en la barra, provocando que los pocos vasos que había encima
temblaran.
—Tus dos formas favoritas para eso son el sexo y el crimen. ¿Cuál
prefieres? —Lo fulminé con la mirada ante su tono burlón.
—No estoy para bromas.
—¿Quién te dice a ti que estoy bromeando, Yerik? —dijo ya más serio
—. Puedo ofrecerte lo que quieras esta noche. —Sonrió con picardía—. O
si prefieres las dos cosas al mismo tiempo... —Acercó su rostro al mío por
encima de la barra—. También tengo una oferta.
—¿Qué quieres decir? —quise saber.
—Vamos, hombre. Saca al Diablo de paseo, lo noto rugir en tu interior
desde aquí —contestó risueño—. Tengo que eliminar a una de las chicas y
pensaba hacerlo ahora mismo. Está creando mucho revuelo entre sus
compañeras y ha ocasionado que dos clientes se fueran descontentos de mi
club.
Karlen se llevó una mano hacia atrás y sacó su daga. La miró con
adoración y la dejó encima de la barra, delante de mí. Me quedé embobado
en el arma, imaginándome derramando la sangre de Vladimir. Joder, estaba
obsesionado con hacerlo sangrar.
—Puedo hacer avisar a la chica y que vaya a uno de los reservados, ya
sabes. —Alzó ambas cejas, a la espera de una respuesta por mi parte.
Aparté al rubiales de mi cabeza y me concentré en lo que el Ivanov me
estaba diciendo. Me creé una imagen mental de su sugerencia y no solo
sonreí con malevolencia, sino que también sentí que mi entrepierna cobraba
vida con entusiasmo, notando mis pantalones demasiado apretados.
—En el club solo está la mafia y esta no habla —insinuó, refiriéndose a
que no había peligro por si la chica gritaba o intentaba escapar y tuviera que
ir detrás para cazarla, cosa que ya había hecho en alguna ocasión—. ¿Qué
me dices?
—Quiero a esa chica. —Empuñé la daga y la puse frente a mis ojos. Fui
girándola, observando cada perspectiva de la hoja tan afilada—. Pero te
aseguro que no se me va a escapar, ni siquiera conseguirá alejarse ni un
centímetro de mí cuando la mate. —Karlen entendió mi chiste personal y se
rio.
—Ya verás como vas a descargar tensiones. —Me guiñó un ojo.
Le hizo una señal a uno de sus hombres y este se acercó. Le habló en
ruso, ordenándole que llevasen a esa chica al reservado más cercano a esta
parte principal del club. No pude evitar reír por su alto vicio de oír a mis
víctimas.
Por un momento, el rostro de Cynthia cobró fuerza en mi mente,
dejándome perplejo por un momento. ¿Qué demonios me estaba haciendo
esa niñata como para ser la protagonista de muchos de mis pensamientos?
Apreté el mango de la daga con fuerza hasta que mis nudillos se pusieron
blancos.
—Vamos, Diablo. —Me dio una palmada en la espalda—. Desfógate.
Me levanté del taburete y me guardé la daga en la parte trasera de la
cinturilla de mi pantalón. Mientras caminaba hacia el reservado, una sonrisa
maquiavélica se plasmó en mi rostro. No solía hacer este tipo de actividades
macabras que iba a realizar en unos minutos, sin embargo, necesitaba sacar
la rabia que llevaba acumulada dentro de mí, y también el deseo, uno que
iba creciendo más y más en mi interior hasta el punto de doler.
Entré en el reservado y tomé asiento en el único sillón de piel que había,
frente a una tarima con una barra para la bailarina. Me acomodé, abriendo
ligeramente las piernas y poniendo ambos brazos encima del respaldo,
asegurándome de que la daga no fuera visible para la chica.
Como si pensándola la hubiese invocado, una rubia con el cabello largo
y ondulado entró decidida, cerrando las cortinas tras de ella. Al mismo
tiempo, la música empezó a sonar en los pequeños altavoces que había
colgados en las paredes. Mi mirada la repasó de arriba abajo mientras ella
se contoneaba hacia la tarima y subía en esta para comenzar a bailar. Por un
momento, me permití divagar en mi propia mente y le cambié un poquito la
cara a la chica, sustituyéndola por la de Cynthia. Tanto me lo imaginé que
conseguí verla con mis propios ojos.
«Así está mucho mejor», pensé, sonriendo como un degenerado.
Cynthia captó toda mi atención con sus movimientos sensuales sobre la
barra, donde se restregaba con una lentitud desquiciante. Se sujetó en esta y
levantó las piernas del suelo para abrirlas después en su máxima extensión
hasta pegar ambas a la barra. Su elasticidad me hizo morderme el labio y
contuve mis inmensas ganas de saltar sobre ella para devorarla entera.
Después de unos largos minutos, Cynthia miró mi entrepierna con
descaro y dio por hecho que estaba más que listo para recibirla con gusto.
Se bajó de la tarima lentamente con las manos en el cierre delantero de su
sostén blanco eléctrico que relucía con la poca luz que había aquí dentro. La
prenda se abrió por la mitad de las dos copas, liberando sus senos. Sin
apartar mi vista de ella, me peleé con la hebilla del cinturón y los botones
de la bragueta para introducir la mano y agarrar mi miembro con firmeza.
Cynthia se subió al sillón y puso las rodillas a cada lado de mis caderas,
remangándose la falda y ladeando su ropa interior antes de sentarse encima
de mí. Mi gemido fue intenso, opacando el de ella, al sentir su estrechez y
como su interior abrazaba mi pene con fuerza.
—Muévete —le ordené con la voz más ronca.
Me regaló una sonrisa traviesa y obedeció mi petición con movimientos
lentos. La rudeza me la guardaría para después, en cuanto llegase el
momento oportuno, puesto que quería que esto durara.
Su ritmo aumentó un poco más, ya robándome suaves jadeos de mis
labios entreabiertos. Mi vista se deslizó desde su rostro perverso a sus
pechos que mi boca tenía a su alcance.
Como si de un imán se tratase, me incliné hacia adelante, apoyando mis
manos sobre su espalda. Mis labios se cerraron en torno a uno de sus
pezones y succioné lo más delicadamente que pude, ya que no debería de
infringirle dolor tan pronto, por más que deseaba alimentarme de sus gritos
agónicos. Ella arqueó la espalda y me clavó las uñas en mis omóplatos, por
encima de la camiseta. Aparté mi cara de sus senos y sujeté sus muñecas
para evitar que me dejara marcas.
—Al Diablo no se le marca —gruñí, mirándola fijamente. Ya no la veía
a ella.
La bestia empezó a rugir con más intensidad dentro de mí, pidiéndome
que la dejara libre, así que agarré sus glúteos y la levanté hasta que solo la
cabeza de mi pene estaba dentro de ella y después me hundí en su interior
con brusquedad, alzando mis caderas para ganar intensidad. Repetí lo
mismo una y otra vez, cada vez con más rudeza, arrancándole gemidos
fuertes de placer mezclados quizás con dolor.
Aumenté el ritmo, apretando los labios con fuerza sin reprimir los
gruñidos más salvajes que salían de mi interior. La bestia cada vez estaba
más cerca de la libertad.
Solté sus glúteos y la pegué a mí, aplastando sus senos con mi pecho. La
chica se encargó de conservar mi ritmo anterior y yo llevé una mano a mi
espalda para empuñar la daga. Posicioné el arma de una manera que ella no
sintiese el frío metal por su espalda y empleé una mano para palpar
disimuladamente sus vértebras, localizando la altura de su corazón.
Antes de poder hacer más, ella gritó más fuerte, desconcentrándome un
momento hasta percibir que su interior me apretaba más fuerte con
violentas contracciones y vibraciones, lo que hizo que mi final estuviera
muy cerca.
«Libérame», me gritó la bestia.
Mis ojos se posaron en el gran espejo que tenía delante y me vi la cara,
perlada en sudor con una mirada siniestra.
—¡Sigue moviéndote! —le chillé cuando disminuyó el ritmo.
Mis dedos detectaron el lugar indicado de su espalda y preparé la hoja
de la daga en su dirección. Eché un último vistazo a mi reflejo macabro y
liberé a la bestia.
Le clavé la daga con fuerza e inmediatamente la agarré de la cabeza,
enredando mis dedos en su cabello, y estrellé su boca contra la mía justo
cuando proliferó un chillido desgarrador. Absorbí su grito, alimentándome
de él mientras mis gruñidos hacían eco en el interior de su boca.
Su cuerpo convulsionaba y fue quedándose flácido encima de mí, así
que aparté mis labios de los de ella y solté el mango de la daga, dejándosela
clavada. Agarré sus caderas con fuerza para continuar penetrándola más
salvaje, adquiriendo un ritmo tan frenético que pensé que mi corazón
estallaría como el suyo que ya no latía.
Dejé caer mi cabeza hacia atrás y la apoyé en el respaldo, cerrando los
ojos y escuchando nada más que mis gruñidos cada vez más desenfrenados
y el choque de mi cuerpo con el suyo.
Le clavé los dedos en las caderas cuando el orgasmo me alcanzó con
intensidad, pero no paré de embestirla con la misma rudeza hasta que
culminé dentro de ella.
Mi corazón latía desbocado y mi respiración era errática. No solo estaba
empapado en sudor, también acabé saciado y sin fuerzas.
—Joder, voy a acabar infartado por hacerle caso al Ivanov —jadeé.
Posicioné el cadáver hacia un lado, apoyando su cabeza sobre mi
hombro mientras que recuperaba el aliento.
Una vez que me vi estable, me puse en pie con la chica en mis brazos y
salí de su interior para después dejarla en el suelo con cuidado, boca abajo.
Me recoloqué la ropa justo antes de que Karlen entrara al reservado.
—Vaya, has disfrutado, ¿verdad? —Sonrió, echándole un rápido vistazo
al cadáver.
—Por supuesto.
Me agaché y recuperé la daga de un tirón. Mis ojos recorrieron la hoja
manchada de sangre y por inercia me miré la ropa. Había algunas manchas
que brillaban, pero apenas se notaba nada al ser la tela negra. Esta era una
de las razones por las cuales me gustaba vestir con ese color.
—Tienes un problema esperándote fuera —me dijo más serio,
despertando mi interés.
—¿Cuál? —Le limpié la daga con mi propia camiseta ya untada y se la
entregué al Ivanov.
—Una rubia despampanante acaba de entrar en el club preguntando por
ti. —Levanté una ceja—. Cynthia.
CAPÍTULO 45

Cynthia Moore

E l Peccato Mortale estaba sumergido en un completo silencio


sepulcral. Había varios hombres que trabajaban para ellos, pero todos
tenían la boca cerrada, aunque los ojos puestos en mí con desconfianza.
No entendía por qué acabé aquí o tal vez sí y mi subconsciente no quería
aceptarlo. Mis pasos cansados me trajeron a este club de forma involuntaria.
Pasé más de una larga hora caminando sola por la calle y seguía sin querer
volver a mi apartamento. Hacía tiempo que ya dejé de llorar, no tenía más
lágrimas que derramar. Solo me había quedado un inmenso vacío que no
sabía con qué llenar.
Me acerqué a Karlen en cuanto pisé este lugar y él había sido bastante
amable conmigo, lo que me extrañó. Nuestro último encuentro no fue
agradable, aunque, más bien, ninguno de los que tuvimos fue así. El Ivanov
se perdió de mi vista y estaba tardando demasiado en avisar a Yerik que, por
lo visto, estaba aquí.
Antes de entrar al club me había arreglado la cara, limpiándome el resto
de rímel que se había restregado por culpa de las lágrimas. Sin embargo,
mis ojos azules estaban rojizos e hinchados.
Comencé a impacientarme y fui planteándome irme del club antes de
que el Diablo me viera. De hecho, eso fue lo que me propuse hacer, así que
caminé hacia la salida con pasos acelerados hasta que su voz me detuvo.
—¿Entras avisando y ahora te vas sin avisar?
Me di la vuelta poco convencida de haber tomado una buena decisión
viniendo aquí. Cuando mis ojos conectaron con la frialdad de los suyos,
algo pareció ablandarlo.
—Por el aspecto tan espantoso que tienes, he de suponer que has
discutido con tus amiguitos y que la cosa no acabó bien para ti —continuó
—. Aunque no hay forma de que pierdas la belleza que siempre te
acompaña, créeme. —Fruncí el ceño. ¿Me estaba halagando?
Yerik fue acercándose a mí lentamente. Por su escrutinio tan severo,
parecía que estaba midiendo cualquier tipo de reacción por mi parte.
—Tenías razón —dije. Para mi sorpresa, mi voz no acompañaba al dolor
que llevaba dentro.
—Ah, ¿sí? —Alzó ambas cejas y apoyó un brazo en la barra,
quedándose frente a mí—. ¿Has podido comprobar por ti misma que todos
tenemos un monstruo interior? —Sonrió de lado—. Hasta tu queridísimo
Vladimir.
Me fijé en su atuendo un tanto desaliñado y en su cabello alborotado.
Creí captar unas manchas brillantes en su camiseta negra, pero no me
molesté en evaluar lo que pudo haber estado haciendo antes de que llegara
yo. Me hacía una ligera idea: asesinando a alguien o manteniendo
relaciones sexuales extremas.
Cuando levanté nuevamente la mirada hacia sus ojos, estos me
observaban con curiosidad. Estaba intrigado por lo que mi mente estaría
deduciendo de su aspecto.
—Dime, Yerik. ¿Cómo lo haces? —quise saber.
—¿Cómo hago el qué? —Frunció el ceño.
—Eres un hombre que no siente absolutamente nada, ni siquiera por la
gente que deberías querer. Arrebatas vidas humanas con naturalidad, como
si fuera lo más normal del mundo. —Me acerqué a él, pero seguí
conservando una distancia prudencial—. Quiero saber cómo lo haces para
ser así.
—Está en mi naturaleza, Cynthia —contestó, no muy convencido de mis
intenciones por indagar en su personalidad.
—Entonces, ¿nada ni nadie te hizo así?
Yerik se quedó callado, mirándome con más desconfianza que los
hombres que andaban cerca de nosotros.
—¿Qué es lo que estás buscando de mí precisamente? —Se separó de la
barra y mi cuerpo se tensó ante su proximidad—. ¿Vienes a darme las
gracias por abrirte los ojos?
Alcé el mentón, mostrando seguridad, y negué con la cabeza.
—Enséñame, Diablo —le solté decisiva—. Quiero ser como tú. Dime
qué tengo que hacer para no sentir nada.
Nos miramos fijamente, perdiendo la noción del tiempo. Aunque no
mostrase asombro por mi petición, sabía que no se la esperaba.
—No está en tu naturaleza ser como yo —dijo después de un rato
observándonos—. Tienes que enfrentarte a tus problemas sin huir ni
retrasarlos con patéticas excusas, porque el dolor y el miedo son dos de
ellas.
—No estaba en mi naturaleza ser una asesina y, sin embargo, me
convertí en una —proseguí—. Enséñame, entonces, a no sentir nada.
Llevó una mano a mi mejilla y ladeó la cabeza mientras me acariciaba
con una ternura impropia en él.
—La que me está hablando no eres tú, sino el dolor —susurró. No me
alejé de su roce, que era lo que ambos esperábamos—. Y yo no soy una
buena compañía para ese sentimiento tan humano.
—Eres la única compañía que hoy puedo tolerar —dije con más
brusquedad—. No quiero volver a casa.
—¿Y prefieres estar conmigo?
Alejó la mano, desconcertado por mi cambio tan drástico de actitud. Lo
normal hubiese sido enfrentarlo, sin embargo, le estaba pidiendo que me
hiciera compañía. Era evidente que los dos estábamos sorprendidos con este
encuentro.
—Deseo perderme, donde nadie pueda encontrarme. —Mi voz fue
tornándose más débil, sensible.
Yerik rompió la poca distancia que separaba nuestros cuerpos y acercó
sus labios a los míos.
—El lugar donde nadie se atrevería a buscarte es en mi propia casa —
ronroneó—. No solo porque ninguno de tus amiguitos lo deduciría, también
porque echaría a patadas a cualquier persona que osara pisar mis terrenos
para encontrarte. —No sabía cómo tomarme esto, pero su oferta fue
tentadora.
Allí estaba Zaria y podría pedirle la compañía que tanto necesitaba hoy.
Ella siempre fue gentil conmigo y quizás no se molestaría por mi presencia.
—De acuerdo —contesté sin vacilar.
Desde luego que el Diablo no daba crédito a mi nuevo acercamiento con
él. Sus facciones incrédulas hablaban por sí solas. Era verdad que Dylan y
Yerik tenían un cierto parecido físico, pero mi hermano siempre llevaba
puesta una máscara impasible mientras que el Petrov era un libro abierto
con fácil lectura.
—Pues vamos. —Dio un paso atrás y levantó una mano, invitándome a
aceptarla para salir juntos del club.

✯✯✯

Nuestro corto viaje en el Lamborghini lo hicimos en silencio. Me estuve


estrujando los dedos con nerviosismo mientras me pasé el tiempo mirando
por la ventanilla. Esta había sido una decisión precipitada tomada desde el
despecho, pero ya no había vuelta atrás. Tal vez me arrepentiría después de
haberle permitido a Yerik que me llevara a su casa, donde varios miembros
de su familia querían verme muerta.
Mis emociones estaban guerreando unas con otras y no conseguía sacar
nada bueno de ahí. Tan solo sabía que no estaba obrando bien, no obstante,
ansiaba dejar mi parte racional a un lado y olvidarme de todo, aunque solo
fueran unas pocas horas.
Todavía no quería volver a mi apartamento ni ver a mis amigos, y estar
vagando sola por las calles no era una buena idea, así que la casa de los
Petrov era la mejor opción. O eso quise creer.
Entramos en su casa y me sorprendió ver varias luces encendidas, las
imprescindibles para ver por dónde pisábamos. Continuamos sin hablar
mientras me conducía al salón. Por un momento, Yerik pareció dudar, ya
que se paró en el inicio de uno de los pasillos, como si no supiera dónde ir.
—¿Qué significa esto? —preguntó una voz femenina que nunca oí
antes.
Nos dimos la vuelta y vi a una mujer de mediana edad con el cabello
cubierto de mechas rubias. Sus ojos azules terminaron de enfocarse en mí
después de fulminar al Diablo con la mirada. Por su gran parecido a Ivanna
y Zaria, supuse que esta mujer tan elegante se trataba de Irina.
—Tengo una invitada. ¿No lo ves? —contestó Yerik con frialdad. Estaba
claro que estos dos no se llevaban muy bien.
—Y sé perfectamente quién es esta chica.
No me sorprendió que Irina me conociera sin haberme visto antes. Mi
existencia ya debió de causar un gran revuelo en esta familia. Y, por las
miradas llenas de odio que me dirigía esta mujer, yo no era de su agrado.
Yerik me sujetó del brazo y tiró de mí en dirección contraria a donde me
dirigía antes.
—Vamos —me instó a caminar.
Nos alejamos de Irina, pero, antes de perderla de vista, la miré por
encima de mi hombro. Ella entrecerró los ojos y creí ver una clara amenaza
en ellos.
Me pareció extraño que Yerik, siendo como era, optara por alejarme de
esa mujer en vez de enfrentarla con sus palabras viperinas. Esto solo quería
decir que Irina era tan nociva como su hija Ivanna.
Subimos las escaleras principales y mis músculos se tensaron cuando
tomamos el camino de la izquierda, donde se ubicaba su dormitorio. Mi
corazón empezó a aporrear bajo mi pecho por inercia. Pensé en que me
llevaría a otra habitación que no fuera la suya, pero me equivoqué. El
Diablo se paró delante de la puerta y su mano se quedó quieta en el pomo.
Otra vez vi que vacilaba.
—¿Estás bien? —quise saber.
—Perfectamente.
Se aclaró la garganta y abrió la puerta. Parecía que le había costado un
esfuerzo sobrehumano meterme en su dormitorio. Una vez dentro, mi
mirada se dirigió hacia su cama, que seguía teniendo los mismos colores
que vi cuando manipulé la Satamina: sábanas negras y colcha granate.
—Pensé que me llevarías con Zaria. —Mi voz salió un poco titubeante.
—Ella está durmiendo y aquí es donde mejor estarás —dijo,
produciéndome un escalofrío—. A no ser que prefieras salir y estar con el
nido de víboras. —Abrió el cajón de la mesilla y cogió el estuche negro de
la droga—. Tengo que darme una ducha. Apesto a muerte. —Fue hacia el
cuarto de baño con la Satamina sin dirigirme ni una sola mirada. Antes de
encerrarse dentro, volvió a hablar—. Ponte cómoda. Enseguida vuelvo.
No me moví del centro de la habitación. Mis ojos evaluaron el entorno,
pese a que ya lo conocía por las dos veces que tuve que entrar aquí a
hurtadillas. No tardé mucho más en oír la circulación del agua.
Me quedé bloqueada como una imbécil, sin saber qué hacer. Una parte
de mí me gritaba que huyera ahora que Yerik estaba ocupado, pero ¿a dónde
iría? Esto me condujo a pensar en lo que había intentado evitar desde que
entré al Peccato Mortale en busca del Diablo.
«Rose está viva».
Después de quitarme el abrigo y dejarlo en el sillón que había en un
rincón, me acerqué a la cómoda y me miré en el espejo. Mi cara no estaba
tan desastrosa como pensaba, aunque mis ojos seguían hinchados y rojizos
por el llanto anterior.
Mi corazón destrozado ansiaba ver a Rose y abrazarla con todas mis
fuerzas para que no volviese a irse de mi lado. Sin embargo, el dolor y la
decepción me impedían ir tras ella en este momento. El único alivio que
sentía era que Rose estaba sana y salva entre los brazos de Dylan, quien la
protegería con su propia vida, así que no tenía que temer por su seguridad.
Por otro lado, no conseguía entender por qué todavía nadie me contó la
verdad. ¿Acaso tuvieron miedo de mi reacción? De todas maneras, merecía
saberlo y no tuvieron ningún derecho a decidir por mí.
Perdiendo la noción del tiempo, salí de mis ensoñaciones y me fijé en
mi reflejo. No me había dado cuenta de que otra lágrima silenciosa se
derramó por mi mejilla. La aparté furiosa con la mano.
Esta noche no quería saber nada de ellos y quería desconectar de mi
realidad. Tampoco quería pensar en Karlen, en Makari ni en los peligros
que me podrían estar acechando. Puse toda mi concentración en lo que
debía hacer.
El juramento que le hice a Vladimir fue falso y ahora mismo me
encontraba en el dormitorio del Diablo con él duchándose muy cerca de mí,
ajeno a lo que estaba pensando de él.
Tenía la oportunidad perfecta para acercarme más a Yerik, sobre todo
ahora, que ya parecía que la bajada de dosis de la Satamina estaba
reflejándose en su comportamiento conmigo. ¿Y si…?
Apoyé las manos en la cómoda y agaché la cabeza, cerrando los ojos.
¿En qué demonios estaba pensando? Ni siquiera debería de tener esa idea
metida en la cabeza, pero ya no me resultaba tan repulsiva como antes.
«Mejor para ti. Podrás acceder a él más fácilmente y acabar con su vida
más pronto que tarde», pensé.
Volví a abrir los ojos y enfoqué la vista en mí a través del espejo. Esta
noche necesitaba olvidar mis problemas, fuera como fuese. Mañana ya me
centraría en por qué usaría a Yerik para este propósito.
—A la mierda con mis dudas —espeté y estrellé las manos en la cómoda
en un acto de rabia.
—Tan insegura como siempre.
Di un respingo y mi mirada voló al cuarto de baño. El Diablo salió al
dormitorio con tan solo unos pantalones negros de deporte puestos, una
toalla granate en sus manos y el cabello húmedo. No me había dado cuenta
de cuándo apagó el grifo.
—¿Por qué te parezco insegura? —pregunté.
—Tus emociones parecen muy inestables —respondió, encogiéndose de
hombros mientras se secaba el pelo con la toalla.
Me permití observarlo con más detenimiento, aprovechando que él
andaba despistado con su cabello. Puse mis ojos en sus labios carnosos, que
hacían continuas muecas por algo en lo que estaría pensando, y los fui
deslizando por su pecho musculoso, pasando por las abdominales bien
trabajadas. Cuando llegué a un lugar indecente, abrí los ojos de par en par.
Estaba excitado, eso era más que evidente viendo el bulto que tenía bajo los
pantalones más anchos.
—No empieces algo que no pretendas acabar —soltó sin más.
Aparté la mirada de sopetón, sintiendo mis mejillas arder por la
vergüenza. Me había pillado en mi escrutinio tan detallado.
—Si te me presentas así, es normal que mire —me excusé.
—No sabía que fueras tan descarada.
Cuando percibí por el rabillo del ojo que se dio la vuelta, me fijé en su
espalda, donde tenía un enorme tatuaje. Lo que más llamó mi curiosidad del
dibujo fue las grandes alas porque todo el plumaje no era igual. Mientras
que unas plumas estaban enteras, otras parecían destrozadas.
—Una mirada indecente más, Cynthia, y te aseguro que te agarro del
brazo, te lanzo hacia la cama y de aquí no sales hasta que te devore sin
reservas.
Cuando lo miré, me sorprendió ver la seriedad en sus facciones. No
estaba bromeando. Tragué saliva con dificultad, y no precisamente por los
nervios, sino por temor al calor abrasador que empezaba a juntarse en mi
bajo vientre.
Mi cuerpo quería liberarse, al igual que eso ayudaría a mi deber, pero
sentía un miedo irracional procedente desde lo más profundo de mí. No
obstante, no le quise prestar atención a ese sentimiento ni buscaría los
motivos de sentirlo, aunque una vocecilla interna me decía que tenía mucho
que ver con desear de verdad al hombre que tenía delante, y mi raciocinio
me convenció de que se debía realmente a la resignación de lo que debía
hacer para conseguir mis objetivos.
Puse fin a mi guerra emocional sin sentido y me dejé llevar por lo que
deseaba, que también sería mi obligación.
—Dijiste que no puedes hacer que no sienta nada. —Di un paso hacia él
—. ¿Puedes, al menos, hacerme olvidar quién soy hasta el amanecer?
Si Yerik entendió lo que le estaba proponiendo, no lo demostró. Se
quedó tan quieto como una estatua, mirándome impasible. Continué
rompiendo la distancia que nos separaba con lentitud, evaluando cada
reacción que pudiese mostrar, pero seguía sin moverse.
Cuando me puse delante de él, le coloqué una mano detrás del cuello.
Acto seguido, acerqué mis labios a los suyos, tirando de su cabeza hacia mí.
El Diablo no opuso ninguna resistencia, por más bloqueado que lo había
dejado con mis palabras. Cerré los ojos cuando sentí nuestro contacto.
Al principio fui yo quién insistía en que abriese la boca para dejarme
explorar dentro de ella, pero después pareció que su cerebro reaccionó.
Enterró sus dedos en mi cabello y apretó mis labios contra los suyos,
mordiéndome el inferior para robarme un jadeo y adueñarse de mi boca. Un
escalofrío recorrió por mi espalda cuando el beso se tornó más hambriento,
como si quisiera beberse mi alma entera.
«Estás a tiempo de detener esto, Cynthia. No hagas que avance más»,
me dijo mi parte más racional. Sin embargo, no paré y seguí adelante.
CAPÍTULO 46

Cynthia Moore

M is manos decididas fueron a los cordones de sus pantalones y tiré


de ellos con ímpetu para deshacerme del nudo que los amarraba a
sus caderas. Cuando sentí las suyas engancharse en el bajo de mi vestido,
me separé de su boca para ayudarlo a deshacerse de la molesta prenda.
Sus pupilas se habían dilatado más de lo normal, que me observaban con
un hambre voraz mientras me escaneaba de arriba abajo. Por un momento,
me sentí cohibida ante su escrutinio tan intenso, a pesar de estar en ropa
interior, y no desnuda. Hice ademán de cubrirme el pecho, sin embargo, no
lo hice, aunque él se dio cuenta de ese reflejo innato.
Su mirada pareció enturbiarse y fui retrocediendo. Yerik caminó hacia
mí como si una fuerza magnética lo atrajera con cada paso que yo daba
hacia atrás. Mi espalda baja chocó contra la cómoda y los perfumes
varoniles y adornos que había encima vibraron sobre la repisa.
Sonrió cuando vio que ya me había acorralado y me sujetó de las
caderas, obligándome a darme la vuelta. Quedé frente al espejo y él
permaneció detrás de mí, con su duro pecho pegado a mi espalda
engarrotada. Esto me hizo acordarme de cuando él invadió mi apartamento.
La diferencia era que, mientras que ahí nos queríamos matar, aquí
buscábamos otra cosa muy diferente.
—Tus absurdas inseguridades no te permitirían ver al Diablo a tus pies
—ronroneó sobre mi oído con sus ojos fijos en el reflejo de los míos.
Mientras que con una mano apartó mi cabello hacia un lado, echándolo
encima del hombro contrario a donde estaba su cara, la otra la puso en mi
abdomen.
—Si lo consiguieras, claro. —Los besos que me repartió por mi cuello
expuesto me produjeron un escalofrío, erizándome el vello de todo el
cuerpo—. Aunque es una ventaja para mí que no te des cuenta de tu poder
—me acarició el vientre con suavidad y continuó descendiendo hasta llegar
a mi tanga—, uno que podría ser tan letal como quisieras.
Se arrimó más a mí al mismo tiempo que tiraba de mi cuerpo hacia atrás
y noté su erección sobre mi espalda baja, demostrándome cuánto podía
influir en él.
—¿Recuerdas lo que te dije hace unas horas? —Se abrió paso por dentro
de la pequeña tela y mi cuerpo dio un ligero espasmo cuando llegó a mi
zona más sensible—. Te juré que si te atrevías a hacerme caer en la
tentación te atraparía tan fuerte que tú tampoco podrías escapar. —Deslizó
un dedo en mi interior, robándome un gemido—. Soy consciente de que eso
era lo que te proponías conmigo, cariño.
Solo me dio tiempo a captar que había hablado en pasado antes de que
me hiciera jadear al introducir otro dedo más y el calor se arremolinara en
mi bajo vientre de forma más dolorosa, junto con la humedad que no paraba
de crecer.
Empezó a explorar cada rincón de mi centro con lentitud, arrancándome
ruiditos de entre mis labios entreabiertos que él disfrutaba de escuchar.
Cuando los sacaba, le dedicaba unos segundos al clítoris para luego volver a
introducirlos profundamente, humedeciéndome más y más.
—Debiste llevar cuidado con lo que deseabas. —Su voz se tornó más
dura y ahumada.
Con su mano libre me agarró la cabeza por detrás y la empujó hacia
adelante, obligándome a pegar la mejilla, el pecho y los antebrazos encima
de la cómoda. Metió una de sus piernas entre las mías para separarlas más,
dándole un mejor acceso a sus dedos, que no desistían de hacerme
enloquecer.
La timidez que sentía anteriormente fue sustituida por una valentía tan
bañada en lujuria que me empujó a enfrentarlo, pese a estar expuesta y a su
merced.
—¿Y qué fue lo que te dije yo? —conseguí decir entre gemidos. Yerik
disminuyó el ritmo para que pudiese continuar hablando con más facilidad,
ya que, conociéndolo, ansiaría que lo retara—. Que tal vez consiga
arrebatarte el trono del infierno y te tenga como un sirviente. —Levanté la
cabeza y lo miré con una promesa oculta en mis ojos. Verlo detrás de mí,
erguido e imponente, hizo que el clímax se me acercara a mayor velocidad
—. ¿Y sabes qué? Lo conseguiré. Prepárate para la caída, Diablo, porque
será alta; y el impacto, doloroso. —La seguridad que destilaban mis
palabras le hizo fruncir los labios, molesto porque no desistiera de verlo
arrodillado ante mí.
—Buena suerte —espetó.
Aumentó la velocidad de sus embestidas con los dedos y llevó la otra
mano al interior de sus pantalones. Cerré los ojos con fuerza y me mordí el
labio para reprimir la intensidad de mis gemidos.
Sentí que ladeaba la tela del tanga y me preparé para recibir el orgasmo,
pero, cuando este iba a alcanzarme con vigor, sacó los dedos. Cuando iba a
darme la vuelta para protestar, entró en mí con una lentitud desquiciante,
prolongando su gruñido hasta llegar al fondo.
Levanté la mirada al espejo, donde le vi los ojos cerrados y la cabeza
ligeramente hacia atrás.
—Vozmozhno, ya uzhe nachal padat’[15]—susurró en un idioma que no
entendía—. No ya nikogda ne budu tvoim slugoy[16]. —Lo último lo dijo
como un voto.
Cuando abrió los ojos, vi la rabia reflejada en ellos, una que parecía que
iba dirigida a mí y no sabía por qué.
Me agarró las caderas con firmeza y comenzó a moverse lentamente,
saliendo casi al completo para luego hundirse en los más profundo de mi
interior con rudeza. Con cada embestida fue asomando un grado de
agresividad, como si se estuviera conteniendo y ya empezaba a ir
fracasando.
Conforme aumentaba el ritmo, más complicado me iba resultando
controlar el volumen tan elevado de mis gemidos, que opacaban los suyos.
Quien pasara cerca de este dormitorio oiría la evidencia de lo que estaba
pasando aquí dentro.
—No quiero que te retengas —exigió—. No me importa que todos
escuchen lo que te estoy haciendo.
Antes de poder mediar palabra alguna, me penetró con más salvajismo,
tanto que pensé que me rompería en mil pedazos. Clavé mis uñas en el
mueble cuando el clímax hizo el amago de aparecer de nuevo, pero el muy
cabronazo salió de mí justo antes de caer por el precipicio.
Mi grito de frustración le produjo una carcajada, sin embargo, esta era
tan fría como la mirada que me lanzó nada más darme la vuelta para
encararlo.
—No te vas a ir sin mí, te lo aseguro —juró. Me cogió del cuello sin
apretar, dejándome descolocada por su reacción.
—Pareces enfadado —murmuré, poniendo mis manos sobre la suya.
Por muy peligroso que Yerik se mostraba, no tenía miedo de él.
Desconocía lo que le estaba pasando por la cabeza, no obstante, confié en
que no quería hacerme daño. Ya lo hubiese hecho si este fuera el caso.
—Oh, sí que lo estoy —rugió muy cerca de mis labios—. Y ahora voy a
pagar mi furia contigo.
—¿Por qué? —Fruncí el ceño.
—Por desorganizar mis pensamientos, maldita niña, y hacer que me
desconozca a mí mismo.
Me arrastró hacia la cama y me lanzó a ella con brusquedad,
haciéndome rebotar contra el colchón. El Diablo se deshizo de sus
pantalones y calzoncillos con su vista colérica recorriéndome todo el
cuerpo.
Ahora puse en duda mis anteriores creencias. Era más que evidente que
la ira recorría por sus venas, pero no sabía qué demonios le había hecho yo
para que quisiera desquitarse conmigo. ¿Sería capaz de golpearme?
Cuando se propuso venir a mí, me eché a un lado con la intención de
levantarme de la cama. Yerik fue más rápido y me agarró del brazo antes de
poder huir. Volvió a tumbarme sobre el colchón y me aprisionó contra este
con su cuerpo.
—Veo el miedo en tus ojos. —Sujetó mis muñecas con una sola mano y
las inmovilizó por encima de mi cabeza—. No voy a hacerte otra cosa que
no sea follarte y hace un momento estabas más que dispuesta a irte en mi
pene.
Su aclaración me hizo sentir tranquila, pero mi excitación fue en
aumento. Mi mente sabía que el Diablo iba a ser más rudo, y mi cuerpo
estaba más que dispuesto a aguantar su dureza.
—Relájate —susurró con voz ronca y metió su otra mano entre mi
espalda y el colchón. La arqueé para darle espacio y me soltó el cierre del
sujetador sin tirantes—. No tienes que temer nada de mí, ya no. —Lanzó la
prenda a un punto desconocido del dormitorio y sus ojos volaron hacia mis
pechos expuestos. Por acto reflejo, moví los brazos, llamando su atención
—. Te voy a quitar esas inseguridades tuyas tan tontas.
Los latidos de mi corazón se dispararon, y no solo por el momento tan
intenso que estaba viviendo con él, también por sus continuas indirectas que
todavía no le dábamos sentido ninguno de los dos.
—La próxima vez me haré más cargo de ellas. —Acercó sus labios a mi
oído—. Porque habrá una próxima y otras más, créeme —ronroneó—.
Dudo saciarme alguna vez de ti y esta es una de las muchas razones por las
que estoy furioso contigo.
Con mis muñecas aún inmovilizadas, Yerik puso especial interés en mis
senos. Sujetó uno de ellos, masajeándolo, mientras que su boca fue a por el
pezón del otro.
Mi espalda se arqueó en respuesta a sus succiones y mis gemidos
volvieron a llenar la habitación. Contoneé mis caderas, friccionándome
hasta con su abdomen. Solo ansiaba sentirlo piel con piel de nuevo.
—Quiero más —casi supliqué y me odié por ello.
Su mirada lasciva conectó con la mía y me regaló una sonrisa socarrona.
El muy arrogante estaba disfrutando de verme así, deseosa de que me
llevara al límite y que me dejara acabar.
Me soltó las muñecas y le vi las claras intenciones de bajar sus labios a
mi entrepierna. Antes de que se fuera de mi alcance, me incliné hacia
adelante y le agarré del pelo, tirando de su cabeza para besarlo. Esta vez, él
se dejó manejar, lo que agradecí porque no estaba dispuesta a ser dominada
todo el tiempo.
Saboreé su boca como si se tratara del manjar más dulce que probaba en
mi vida. Ese dulzor se vio enturbiado por el óxido de la sangre que le había
vuelto a provocar al morderle. Este hombre me hacía perder el control, lo
que me asustaba, pero ahora no era el momento oportuno para intentar
descifrarme a mí misma.
—Es la segunda vez que me haces sangrar —dijo entre mis labios.
Me empujó contra el colchón con su mano en mi pecho y se despojó de
mi tanga en un rápido movimiento. Al menos lo había despistado para que
se olvidara de devorar mis partes íntimas y se centrara en lo que
verdaderamente ansiaba: sus duras penetraciones.
Volvió a colocarse encima de mí y se acomodó entre mis piernas. Por la
forma en la que respiraba, se le veía tan deseoso como yo de volver a
unirnos de esta manera.
Esta vez entró en mí de una profunda estocada, en la que un fuerte
gemido se nos escapó a los dos. Me agarró las caderas con fuerza y
comenzó a moverse con ímpetu.
Ni él ni yo nos conteníamos y dimos rienda suelta a los gruñidos que
salían de lo más profundo de nuestro ser, importándonos una mierda que se
nos oyera desde la otra punta de la casa. Me daba igual que Ivanna estuviera
escuchando como su Diablo me concedía placer a mí.
Disminuyó el ritmo para apoyarse con ambas manos en el cabezal de la
cama, cogiendo impulso para hundirse más y más en mi interior,
friccionando su pelvis con mi clítoris con cada embestida. Si así él planeaba
cortarme las alas y atraparme en el infierno, con gusto me dejaría llevar.
Me daba pavor admitirlo, pero sí quería que Yerik volviese a poner su
atención en mí, deseaba que esto se repitiera una y otra vez, ya que sería
imposible detener el tiempo para que no acabase nunca. Además, esto
formaba parte de mi deber, ¿no?
—Después de esto voy a odiarte —gruñó, resollando.
Mi vista se fue hacia sus labios hinchados y heridos que pedían a gritos
ser devorados nuevamente. La vena de su frente quedó tan marcada como
estaban los músculos de su cuerpo mientras ejercía tantísima fuerza sobre el
cabezal de la cama, que ya producía unos crujidos. Si seguía así, partiría la
madera, aunque pareció importarle poco.
Abrí las piernas lo máximo que mi elasticidad me permitía y sujeté sus
caderas, ayudándole a que fuera aún más rápido. No pude contenerme más
y quise soltar una bendición por haberme permitido llegar al ansiado
clímax. Le clavé las uñas en la espalda y chillé más fuerte, gozando de las
oleadas de placer mientras sentía mi vagina contraerse con fuerza sobre su
miembro. Cuando él sintió ese abrazo tan intenso, se dejó llevar y cayó
conmigo a un lugar donde no querría salir porque los problemas perdían
valor. Su fluido caliente bañó mi interior y el pene le palpitaba al compás de
su corazón desbocado, acompañando este glorioso momento con su grito
ronco.
Sus manos se deslizaron del cabezal y se dejó caer encima de mí, ya sin
fuerzas. Los dos resollábamos en busca de una calma que tardaría unos
minutos en llegar, aunque eso conllevaba a apartar toda la nebulosa
lujuriosa que nublaba nuestra mente para dar paso a la lucidez, donde
después nos lloverían las consecuencias de este desliz.
«Dios mío, me había acostado con el Diablo y me gustó», pensé con
horror.
Mi propósito principal fue olvidar por un momento todo lo que me
atormentaba y funcionó. Esperé a que me viniera la culpa por haber tomado
este camino, pero no sentí absolutamente nada.
Era una mujer y también tenía mis necesidades, al igual que Yerik tenía
las suyas. Nuestra atracción sexual era innegable, pese al odio que
podríamos sentir el uno por el otro. Al fin y al cabo, el deseo y el odio no
estaban reñidos, al menos para nosotros. ¿Dónde ponía que no podía
complacer a mi cuerpo, aunque fuera acostándome con mi peor enemigo?
No había más vueltas que darle al asunto. Lo hice porque quise y
disfruté tanto de esto que estaba dispuesta a repetir. Tuve este pensamiento
con la mente enturbiada por el placer y lo seguía pensando ahora, ya
teniéndola despejada.
Estaba tan sumida en mis ensoñaciones que no me había dado cuenta de
que Yerik salió de mí, se tumbó a mi lado y nos había tapado con la sábana
negra.
Mis ojos volaron a los suyos, que me observaban con detenimiento.
Ninguno de los dos dijo nada durante un buen rato. Parecía que queríamos
acceder a los pensamientos del otro y agradecí que él no pudiese ver en mi
interior porque solo encontraría que lo estaría utilizando con más ahínco
ahora para seducirlo.
Entonces, pensé en que tenía que volver a mi apartamento,
encontrándome con la sorpresa de que no quería hacerlo. Continuaba
esquiva con mis amigos y mi hermano.
—No quiero volver. —No supe por qué dije esto en voz alta cuando a él
le importaría una mierda mis emociones tan inestables.
—En algún momento tendrás que enfrentarte a ellos —dijo con la
misma calma que yo.
—Lo sé. —Solté un suspiro y mi vista se fijó en el techo—. Pero no
quiero verlos todavía y sé que me buscarán en mi apartamento.
—¿Y piensas que mudándote a otro no darán contigo? ¿O que no te
buscarán en el hospital donde trabajas? —preguntó desconcertado.
—En mi apartamento soy más vulnerable —contesté—. En el trabajo, al
fin y al cabo, no pueden entretenerme porque perdería el empleo y sé que
no me expondrían a eso.
Yerik se incorporó, quedándose sentado en la cama con los pies en el
suelo. Giré la cabeza y vi nuevamente su tatuaje, ya que desde aquí solo
podía verle la espalda.
Estaba amaneciendo y ninguno de los dos habíamos dormido. Él
planeaba seguir con sus responsabilidades y yo debía de continuar con las
mías, pero mi cuerpo no se movía por más que quisiera hacerlo. El Diablo
estaba tardando demasiado en echarme de su dormitorio, que era lo que me
esperaba que hiciese.
Apoyó los codos en sus muslos y agachó la cabeza, poniendo ambas
manos en sus sienes. Parecía frustrado, señal de que era mejor que me fuese
de aquí.
Me incliné, sujetando la sábana sobre mis pechos, y escaneé la
habitación en busca de mi ropa. Cada prenda había quedado desperdigada
por el suelo, junto con la suya. Ahora tenía que levantarme y vestirme ante
su atenta mirada penetrante.
Hice el amago de poner un pie en el suelo, no obstante, me paralicé
cuando volvió a hablar.
—Si lo que quieres es que ellos no te busquen mientras estés bajo un
techo en el que vivir, ya sabes que hay un lugar donde ninguno podrá verte
si es lo que deseas —soltó, pillándome por sorpresa.
—¿Cómo?
Yerik tomó una respiración profunda y me miró por encima del hombro.
—Ya te dije que nadie se atrevería a pisar mis terrenos sin mi
consentimiento —me recordó—. Y aquí tienes que venir a menudo para
trabajar.
Me quedé pasmada por su ofrecimiento. El Diablo me estaba dando la
posibilidad de mudarme a su casa. ¿Por qué él haría eso por mí? No lo
entendía.
Por un momento, me imaginé viviendo aquí, rodeada de personas que
deseaban matarme o hacerme cosas peores. Un fuerte escalofrío me recorrió
por la columna vertebral.
—No creo que sea bienvenida en tu casa —murmuré.
De todos ellos, los gemelos, Zaria y Dimitri serían los únicos que no me
darían problemas, o eso pensaba yo.
—Nadie te pondrá una mano encima si es eso lo que temes. —La
amenaza en su voz fue muy clara.
—Pero ¿por qué quieres ayudarme? —quise saber.
Yerik se me quedó mirando lo que parecía una eternidad hasta que se
levantó, mostrándome su desnudez, y fue buscando su ropa con parsimonia.
—No me cabrees otra vez —espetó sin mirarme.
—¿Qué?
—Cada vez que haces que me cuestione mis pensamientos, me
enfureces.
Cuando se puso los calzoncillos y los pantalones, recogió mi ropa y la
dejó a los pies de la cama, donde podía alcanzarla desde mi posición.
Últimamente me decía cosas muy extrañas que no tenían sentido, o yo
no se lo veía. Aproveché que entró en el cuarto de baño para vestirme con
rapidez.
La idea de mudarme a esta casa me causaba repelús por tener que ver a
Makari y a Karlen, aunque algo dentro de mí me decía que Ivanna e Irina
serían peores, incluso Nadia con sus pasos fantasmales. Tal vez estaría
tentando mucho a la suerte si aceptase su oferta. Sin embargo, viviendo bajo
el mismo techo que el Diablo me acercaría más a él y manipularía la
Satamina con más facilidad, eso ayudaría a acelerar mi venganza personal.
Además, tendría a toda la familia a mi alcance, donde podía encargarme de
cada uno de ellos también sin tantas complicaciones, dejando a Yerik para
el final, mi billete de vida.
Puse las ventajas y desventajas de vivir aquí en una balanza. Solo sería
por un tiempo determinado, hasta que consiguiera lo que me proponía.
Comparé los dos grupos en ambos platos y la balanza se inclinó más al de
las ventajas, informándome así de que eso tenía más peso e importancia que
el miedo a estar cerca de los que ansiaban destruirme. Con un poco de
suerte, Yerik les pondría un alto.
Pese a la gran verdad que me ocultaron Dylan y mis amigos, los amaba
y haría cualquier cosa por ellos, hasta exponerme al peligro. No obstante,
continuaba enfadada. Además, Damian merecía su justicia.
Cuando el Diablo salió del cuarto de baño, le miré con fijeza.
—Acepto tu oferta —sentencié.
CAPÍTULO 47

Yerik Petrov

Y a había amanecido y todavía no había pegado ojo. Por lo visto, esta


discusión iba para largo. Cuando Cynthia se marchó a su
apartamento con Zaria para recoger sus pertenencias, me reuní con mi
familia en el despacho para informarles de estos cambios en los
acontecimientos.
La niña se llevaría la maleta al hospital para hospedarse aquí una vez
que saliese de su jornada laboral. La Ivanova se ofreció a acompañarla todo
el día para no dejarla sola, puesto que Cynthia estaba reacia a enfrentarse a
sus amigos.
En cualquier momento iba a explotarme la cabeza por tantos gritos y
reproches por parte de mi familia, que seguían atacándome por mi decisión.
¿Cómo podría darles una explicación coherente si ni siquiera yo me
comprendía a mí mismo?
Indagué en mi mente para buscar una respuesta y no la encontraba por
más que insistía. No controlé mi boca y le ofrecí cobijo a Cynthia cuando
debería de importarme una mierda sus sentimientos y sus problemas.
Como era tan cabrón, quise mantenerla bajo mi mismo techo. De esta
manera, no vería tanto a Vladimir y pasaría más tiempo conmigo. Al
menos, eso era lo que creía porque ese maldito rubiales me sacaba de
quicio.
—Yo no lo veo tan malo —aportó Alexei, que estaba acomodado en
frente de mí y al lado de Andrei. Le había dado una pequeña patada en la
espinilla por debajo del escritorio con disimulo para que me echara una
mano en esto.
—Yo tampoco veo ningún problema —coincidió Makari, quien
permanecía sentado en el sillón con la vista clavada en la daga que giraba
entre sus dedos. Ese simple gesto ya me hacía ver cuánto le agradaba que
Cynthia viviera aquí, así que lo fulminé con la mirada una vez que levantó
la vista—. Me portaré bien —me aclaró con una sonrisa socarrona.
—Las únicas que se oponen aquí sois vosotras dos. —Andrei acusó a las
dos víboras que echaban veneno por la boca sin control—. No entiendo
tanto drama.
Claro. Mi primo estaba más que gustoso de tener a Cynthia cerca de él
porque sería como estar con Victoria, la mujer que amó y que tuvo que
perder. Me sorprendí que me molestara este hecho. Aún no había mantenido
una conversación con Andrei para saber hasta qué punto estaba interesado
en la niña.
—¡Pero que trío de imbéciles! —chilló Ivanna, dando una fuerte
palmada en la mesita de centro que había delante del sillón.
—Cálmate, hermanita —le pidió Karlen disgustado. La pequeña víbora
le despertó con sus chillidos estridentes en cuanto abrí la boca. Debería de
tener los tímpanos perforados ya. Él pasaba del tema, tan solo estaba
presente para hacer bulto—. Le cogerás el gustillo. —Sonrió con ironía.
Ivanna le lanzó una mirada reprobatoria a su hermano y puso su
atención en mí.
—¿La vas a meter a esta casa por lástima o porque te la follaste anoche?
—me acusó. Ya estaba tardando en sacar el tema y ponerme en evidencia
delante de todos.
—Qué lenguaje más ordinario, chica. —Por primera vez, habló Nadia
—. Tanto como tú.
—¡¿Cómo te atreves a insultar a mi hija?! —saltó Irina, arrimándose a
mi tía con la mano alzada.
Las dos no podían estar reunidas en la misma habitación muchos
minutos o llegarían a las manos. Todos los aquí presentes sabíamos que se
odiaban, nunca se llevaron bien.
—¡Ya basta! —gritó mi tío, que por fin apartó la mirada del jardín para
meterse en la discusión, aunque fuera para poner orden. Había permanecido
ajeno a esta discusión desde un principio y se mantuvo apoyado en el marco
de la ventana mirando el exterior—. ¡Me vais a poner la cabeza como un
bombo siendo golpeado por una bestia!
—Así la tengo yo desde que esta mujer ha abierto la boca tan sucia que
tiene —espeté, señalando a Ivanna con la barbilla.
—¿Y tú no vas a decir nada? —ladró Irina, lanzándole una mirada
asesina a su esposo.
Dimitri tomó una respiración profunda y sus ojos volaron a los míos.
—¿Es lo que quieres, hijo? —preguntó Dimitri, refiriéndose a la
mudanza de Cynthia. Yo no sabía ni lo que quería. Estaba tan confuso como
todos aquí, pero asentí con la cabeza de todas formas—. Entonces, no se
hable más.
—Largaos de aquí —ordenó Ivanna con malos modales—. Necesito
hablar a solas con Yerik.
—¡Genial! —escupí, poniendo la vista en la estantería que tenía al lado.
Lo único que deseaba ahora mismo era dormir. ¿Tan difícil era cumplir mi
deseo?
—Buena suerte —me bromeó Alexei antes de ponerse en pie.
En cuestión de segundos, escuché la puerta del despacho cerrarse. Solté
un suspiro de cansancio y me acomodé en la silla giratoria, brindándole a la
pequeña víbora una mirada fría.
—Hay un asunto que tengo que tratar contigo. —Anduvo hacia el
escritorio y se sentó encima, cruzando las piernas de manera sugerente.
—Como bien sabes, anoche quedé bien servido. No necesito tu ayuda
para nada —contesté mordaz.
Ivanna ignoró mi comentario y sacó su móvil del bolsillo de su bata
extremadamente corta. Se le había subido tanto el camisón que desde aquí
podía ver que no tenía ropa interior.
—Quiero que escuches esto antes de firmar nuestro acuerdo. —Fruncí el
ceño, pero, antes de poder preguntarle al respecto, me puso una grabación
de voz.
Mi rostro se crispó cuando oí dos voces diferentes. Una estaba
distorsionada y no sabía de quién se trataba, pero la otra fue el detonante de
mi estado de estupor.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la niña—. ¿Has venido a matarme?


—¿Por qué piensas eso? —dijo la voz distorsionada—. Cynthia Moore,
como te he dicho, no eres ninguna amenaza porque no existen esas pruebas
que dices que tenías de que Makari mató a ese vigilante de tu hospital.
—¿Cómo? Por supuesto que las tengo
—Ah, ¿sí? —Unos segundos de silencio—. Sabes muy bien que me estás
mintiendo. No tienes ni una sola prueba de que Makari asesinó a Luigi.
Agudicé mi audición para poder captar algún ruido de fondo, sin
embargo, solo mantenían una conversación.
—Y tus manos están tan sucias como las de su asesino, ¿no crees? —
prosiguió el extraño—. Es tan culpable el que mata como el que encubre un
crimen limpiando las huellas y enterrando el cuerpo. Dime, Cynthia, ¿tu
conciencia está tranquila? ¿Te ha merecido la pena hacer todo lo que
hiciste?
—Ahora ya no me sirve para nada lo que hice —murmuró Cynthia.
—¿Ves? Fuiste una ilusa manchándote las manos de sangre.
—Yo limpié la escena del crimen y enterré el cuerpo, pero no lo maté —
espetó ella antes de que la grabación llegara a su fin.

Ivanna tenía una confesión válida y concisa del crimen de Luigi, donde
Cynthia dejaba bien claro su implicación. Distorsionó la voz de la otra
persona para no quedar expuesta en la misma acusación, ya que estaba claro
aquí que ese extraño sabía sobre el dichoso crimen. Aquí no se inculpaba a
nadie, solo a la estúpida niña. Se mencionó perfectamente su nombre y
también el del vigilante del hospital.
Apreté tanto la mandíbula que pensé que me la partiría y clavé mi
mirada en la de esta arpía.
—¿Qué pretendes con esto? —exigí saber.
La pequeña víbora se puso en pie y volvió a guardarse el móvil. Podría
lanzarme a ella y reventarle ese aparato, pero ¿de qué serviría? No era
estúpida y tendría esa grabación guardada en más sitios. No sabía quién fue
la otra persona que le hizo confesar a Cynthia, sin embargo, le rompería la
crisma en cuanto lo tuviera delante.
—Quiero que firmemos un acuerdo para que esto —señaló el bolsillo de
su bata con el dedo índice— no llegue a manos de la policía. Y, créeme, ni
Andrei ni su padre podrán hacer nada para evitar que esa mujerzuela acabe
pudriéndose en la cárcel.
—¿Y de qué acuerdo estás hablándome? —ladré, apretando los puños
por encima del escritorio.
Ahora mismo necesitaba destrozar algo, lo que fuera, con tal de sacar la
furia que crecía en mi interior a pasos agigantados. La imprudencia de
Cynthia me había puesto en un aprieto delicado. Y, como no, otro chantaje
iría destinado a mí para conservar la libertad de la niñata.
—Mis confidentes y yo mantendremos la boca cerrada y las manos
quietas si tú te entregas a mí las veces que te demande. —Apoyó las manos
en el escritorio y se inclinó hacia adelante, mostrándome su escote tan
pronunciado.
—¿Me estás queriendo decir que quieres sexo a cambio de dejar intacta
la libertad de Cynthia? —Alcé una deja—. ¿Solo eso? —No me supondría
ningún esfuerzo sobrehumano, no obstante, odiaba sentirme obligado.
—Quiero mucho más de ti —murmuró con voz sensual—. Te esperaré
en mi habitación personal para mostrarte un aperitivo.
Mis músculos se tensaron por instinto. Jamás había entrado en esa
habitación, pero allí era donde Ivanna atrapaba a varias de sus víctimas para
sus juegos sexuales, aunque desconocía cómo eran. Algo dentro de mí me
decía que no iba a sentir precisamente placer.
—Zorra vengativa. —Me levanté de sopetón y la cogí del cuello,
apretándole unos segundos para que le faltara el aire—. Sé que haces esto
por celos, porque sabes muy bien que no quiero volver a tocarte y solo lo
conseguirías obligándome.
—Bien podrías no aceptar mi acuerdo —dijo en un hilo de voz por la
presión de su cuello, que ahora era menor—, pero lo haces porque, quieras
aceptarlo o no, esa niña con cara angelical te importa.
Oír eso fue como recibir un puñetazo en toda la cara y la liberé,
echándome hacia atrás, como si su contacto me hubiera quemado.
—Tú no sabes nada sobre mí —gruñí.
—Ah, ¿no? —Tuvo la desfachatez de reírse en mi cara—. Deberías
reflexionar contigo mismo de vez en cuando, querido. —Se dio la vuelta y
caminó hacia la salida del despacho—. Te doy diez minutos para ir a mi
habitación personal…
—¿O qué? —escupí.
Ivanna me lanzó una mirada arrogante.
—Se acercan lluvias torrenciales, Yerik, y la agresividad que esas aguas
destilan podría destapar a los muertos enterrados —me amenazó—. Ven a
mí y obedece, Diablo. Tampoco comentes nada de esta conversación con
nadie.
Antes de que pudiese mediar más palabras con ella, se fue, dejándome
solo y desorientado en el despacho.
No sabía lo que Ivanna me tenía preparado, pero no era tan iluso como
para hacerme ideas placenteras. A esa arpía le gustaba infringir dolor a los
hombres, de eso éramos todos conscientes, aunque ninguno nos metíamos
en sus asuntos.
—Maldita niñata —rugí con mis labios apretados de la ira que ya
empezaba a desbordarse de mi interior.
Sin poder contenerme más, tiré todos los objetos que había encima del
escritorio, hasta el ordenador con el que trabajaba. Grité de frustración y me
propuse a agarrar una vara de hierro que escondíamos en un rincón, entre la
estantería y la pared, para destrozarlo todo, no obstante, conseguí retener
mis impulsos más salvajes. Cerré los ojos y apreté la vara entre mis manos
hasta que sentí dolor en las palmas. Inspiré y espiré repetidas veces,
buscando serenarme con desesperación. Destruyendo mi casa no
solucionaría este problema y no se me ocurría ninguna excusa que contarles
a todos de por qué la vivienda acabó hecha un caos.
Volví a dejar la vara en su lugar y salí del despacho a grandes zancadas.
Fui directo a la habitación personal de Ivanna, que se ubicaba en el último
piso, muy cerca de la de Makari.
Cuando llegué a la puerta, mi mano se quedó paralizada en el pomo y un
escalofrío me recorrió todo el cuerpo, no por miedo, sino por impotencia.
Mi pecho se hinchó con una respiración profunda y entré, adentrándome
prácticamente en la oscuridad. Esta habitación apenas estaba iluminada,
pero podía distinguir por donde pasaba.
Mis ojos evaluaron el entorno, prestando más interés en la cama y en las
cadenas que se amarraban al cabezal. Había otras que colgaban del techo.
Giré la cabeza hacia una mesa de trabajo, donde había múltiples jeringuillas
y botes con una sustancia transparente.
De pronto, sentí un fogonazo de dolor en la espalda, la cual también se
mojó con un líquido. Me tambaleé hacia adelante con los dientes apretados
y casi caí de bruces contra el suelo. Ivanna no me dio tiempo de
recomponerme y volvió a azotarme en el mismo lugar. Esta vez tuve que
apoyar las manos y las rodillas en el suelo. No contenta con dejarme la
espalda tremendamente dolorida, me golpeó en el costado y un fuerte jadeo
salió de entre mis labios. Caí de lado y la muy desgraciada aprovechó mi
debilidad temporal para ponerme unos grilletes en las muñecas.
No pude ni mirarla, solo resollaba como un poseso en busca de aire.
Solté un gruñido cuando mis brazos se vieron obligados a separarse de mi
cuerpo al mismo tiempo que me levantaban hasta dejarme de puntillas sobre
el suelo.
Abrí los ojos y ahí estaba Ivanna, sonriéndome con malevolencia
después de poner en funcionamiento la polea para dejarme en esta
exposición tan expuesta.
—Sé que no te gustan las marcas y por eso he usado una porra envuelta
en toallas mojadas —ronroneó, mostrándome el instrumento con el que me
había golpeado para dejarme fuera de combate el tiempo suficiente para
amarrarme como a un animal—. Duele horrores y no deja marcas.
—¿Esto es lo que vas a hacerme? —pregunté apenas sin aliento—. ¿Vas
a pegarme como castigo?
—No solo eso, querido. —Fruncí el ceño cuando dejó la porra en la
mesa de trabajo y cogió unas tijeras—. Te voy a someter como la bestia que
eres. —Las usó para cortar mi camiseta, dejando mi pecho y abdomen al
descubierto—. Antes de empezar te explicaré algunas cosas para poder
sentir tu corazón latir desbocado por los nervios. —Hizo el mismo
procedimiento por mi espalda y se deshizo de la tela—. Y por lo visto, esa
mujerzuela te dejó marcas aquí, al igual que en tu labio. A ella se lo has
permitido. Interesante —Sus manos sobre mis omóplatos me produjo tal
hastío que intenté apartarme, haciendo resonar las cadenas—. Chicas,
podéis salir —levantó la voz.
Mi cabeza giró abruptamente hacia la parte más oscura de la habitación,
donde Ivanna estaba mirando con una sonrisa ladeada. Dos mujeres se
presentaron ante mí, dejándome descolocado. No había ninguna vestida con
más que una minúscula ropa interior.
—¿Qué significa esto? —pregunté furioso, enfocando mi vista en la
pequeña víbora, que ya empezó a cargar dos jeringuillas con sustancias
diferentes.
Cuando una de esas mujeres se atrevió a pasarme la palma de la mano
por el pecho, me tiré hacia atrás, haciéndome daño en las muñecas. Ivanna
se rio a carcajadas de ver mi expresión de querer salir corriendo. La muy
zorra estaba disfrutando viéndome débil, vulnerable y a la merced de su
mente enferma.
—Tendrás que cumplir como un hombre con las tres y más te vale
hacerlo bien —explicó. Ahora fui yo quien soltó una carcajada.
—¿Me estás sugiriendo una orgía? ¿No estabas tan enamorada de mí
que no querías compartirme con nadie? —me burlé—. ¿Y estás montando
este follón porque anoche me acosté con Cynthia? —Ivanna hizo caso
omiso de mis preguntas y le tendió una jeringuilla a la morena que estaba
empeñada en tocarme—. ¿Qué demonios es eso? —quise saber algo más
nervioso.
—Esta sustancia te dejará sumiso un buen rato. Inhibirá tu voluntad y no
recordarás nada de lo que suceda en esta habitación cuando se te pasen los
efectos —explicó.
—¡Claro! ¡Tienes que drogarme para conseguir que te toque! —
continué burlándome, aunque por dentro estaba tan acelerado que sentí mi
corazón aporrear bajo mi pecho, tal cual ella lo quería.
La pequeña víbora le entregó la otra jeringuilla a la rubia que me miraba
de arriba abajo con lascivia. No tenía ni idea de dónde habían salido estas
chicas, pero supuse que antes de mí hubo aquí otro pobre desgraciado con
el que se habían divertido las tres.
—Y esto hace la función de provocarte una erección involuntaria que te
duraría horas —aclaró Ivanna ante mi mirada dubitativa—. Tu pene tiene
que ser funcional mientras estés aquí.
—Puta —espeté sin poder retenerme.
Me soltó un bofetón tan fuerte que me fui hacia el lado, pero gracias a
las cadenas no caí al suelo.
—Deberías agradecerme que no recordarás nada de lo que hagas aquí
con nosotras mientras estés drogado con la primera jeringuilla porque tengo
otra sustancia mucho mejor para más adelante, Diablo. —La miré con asco.
Si no estuviera atado la habría golpeado hasta saltarle los dientes—. La
toxina que te administraré otro día, porque tendremos muchos más, hace
que no puedas moverte ni hablar, ya que te paralizaría, pero sí lo sentirías
todo y serías plenamente consciente, no pudiendo hacer nada por evitar tu
destino. Hoy quiero que sea suave para que te vayas adaptando, así que
serás un sumiso que no recordará nada después. Iré alternando esas dos,
excepto la que te provoca erecciones, ya que esta última la necesitaré
siempre para que cumplas como un hombre.
Ivanna le hizo un gesto a las chicas que tenían esa mierda en las manos
y asintieron sonrientes. Por más que intentaba resistirme, esquivando y
dando patadas, las dos consiguieron pincharme en los brazos.
Estuve más pendiente de notar los efectos de esas drogas que de las
mujeres que se dispusieron a quitarme los pantalones. Por primera vez en
toda mi vida, me sentí peor que una basura, como un objeto sin valor.
Lo último que se implantó en mi mente antes de que una nebulosa me
cegara fue el rostro de Cynthia, recordándome que por ella estaría
aguantando esto. Me acababa de ganar el carné de imbécil porque el Diablo
soportaría esta humillación y violación por una niñata que ni quería, donde
sería sometido en contra de mi voluntad a las malas intenciones de estas tres
desgraciadas.
CAPÍTULO 48

Cynthia Moore

Z aria me acompañó esta mañana a mi apartamento para recoger mis


pertenencias y después al hospital. Mi maleta permanecía en el
maletero del coche, así que nada más salir de trabajar me iría con ella a la
casa de los Petrov.
Mientras estaba en mi jornada laboral, la Ivanova se paseaba por el
hospital y de vez en cuando visitaba a Daniell, que ya se encontraba en su
habitación de la primera planta. Tenía pensado hablar con él antes de acabar
mi turno, en el cual Luciano era mi compañero de hoy.
Serafina y él se quedaron muy preocupados por lo que sucedió anoche.
Tuvieron que presenciar mi estado decadente por enterarme de la verdad de
una forma poco apropiada. Nada más entrar en el hospital, Luciano me
abordó a preguntas, asegurándose de que me encontraba mejor, pese a tener
la cara hecha un zombi por no haber dormido ni una sola hora. Sabía que él
le pasaría los detalles a Serafina, así que los dos se quedarían más
tranquilos de que todo seguía bien.
Me levanté de la silla giratoria en cuanto terminé de hacer el registro en
el ordenador y fui decidida hacia la habitación de Daniell. Había visto salir
a Zaria de allí hacía unos minutos, así que dudaba de que volviese tan
pronto, dejándome el camino libre para conversar con el Petrov.
Toqué a la puerta antes de abrirla y lo vi asomado por la ventana con
aire ausente.
—Buenos días —lo saludé, llamando su atención.
No contestó, tan solo se limitó a mirarme sin pestañear, lo que me daba
mal rollo. Sin embargo, él era así de frío y misterioso.
Cerré la puerta y me senté en la silla que había en frente de la cama,
donde él tomó asiento, muy pendiente de mí.
—Enhorabuena por tus logros, Cynthia Moore —empezó, dejándome
confusa—. Has conseguido acercarte demasiado al Diablo, tanto que te ha
metido en su cama. —Sonrió de lado y yo abrí los ojos como platos.
—¿Cómo sabes…?
Sentí mis mejillas arder de la vergüenza. Zaria tuvo que contárselo, ya
que escuchó más de la cuenta sobre mi encuentro sexual con Yerik. A estas
alturas, toda la familia ya estaría al tanto.
—Debiste de clavarte hondo en él para que te permitiera entrar en su
dormitorio. —Fruncí el ceño, sin entender nada—. El Diablo jamás dejó
que una mujer entrara ahí, así que siéntete afortunada por conseguir lo que
ninguna otra logró —aclaró.
Intenté no darle vueltas a esa revelación y conduje esta conversación a
lo que me interesaba de verdad.
—Me he fijado en que la bajada de dosis de la Satamina ha cambiado su
actitud conmigo y tú me dijiste que para acceder a su corazón necesitaba
manipular esa droga —dije, dispuesta a obtener respuestas—. Dime,
Daniell, ¿qué tiene que ver la Satamina con su personalidad?
Una sonrisa siniestra fue grabándose en el rostro del Petrov. Pensé que
no contestaría, pero lo hizo, dejándome asombrada.
—Esa droga actúa en la parte del cerebro que regula los sentimientos y
las emociones, suprimiéndolos —explicó—. Comenzó a consumirla cuando
vivía con sus padres en Moscú. Al parecer, a Igor y Alina no les hicieron
mucha gracia que Yerik estuviese locamente enamorado de Alexandra. Al
fin y al cabo, eran hermanos.
—¿Y él decidió eliminar ese amor con la Satamina? —pregunté con
curiosidad.
Daniell apoyó los codos en sus rodillas y se inclinó hacia adelante,
acercándose más a mí.
—Eso fue cosa de sus padres, Cynthia. Yerik no tiene ni idea de que la
droga que consume es para eso, entre otros motivos.
—¿Y cuáles son?
—En una ocasión, oí a mi padre decirle algo de unas crisis. Al parecer,
el Diablo se hizo tan adicto que sufre brotes si su organismo carece de esa
sustancia un solo día. Por eso te sugerí que le bajaras la dosis muy despacio.
—Puso su espalda recta y se cruzó de brazos con su vista fija en mí—. En
las pocas ocasiones que me hospedo en casa, tengo el afán de escuchar
conversaciones ajenas. —Esto no lo ponía en duda. Daniell se enteraba de
todo por cotilla y con ayuda de Zaria.
—¿Y Dimitri decidió continuar dándole la Satamina para que no sienta
nada? —quise saber.
—Mi tío Igor le informó de su adicción cuando Yerik se mudó aquí
porque mi padre tenía que seguir encargándose de que no le faltara esa
droga. —Ahora todo tenía más sentido para mí.
—Y cuando sus padres le hicieron consumir esa droga, ¿él se
desenamoró de Alexandra, así sin más? ¿Qué excusa le pusieron para que
tomara la Satamina?
—Haces muchas preguntas. —Fruncí los labios, molesta por percibir
que ya dejaría de aclararme las dudas—. No lo sé todo, Cynthia, por muy
observador y peligroso que sea.
No le presté atención a su clara advertencia o amenaza, dependiendo de
cómo lo mirase. Esta información revelada me conducía a los actos tan
desmedidos de Yerik. Si no sentía nada por culpa de esa droga, ¿eso quería
decir que era tan malvado a causa de eso? ¿Él no era así antes de consumir
la Satamina?
«¿Y a ti qué te importa si lo vas a matar igualmente?», me reprendí a mí
misma, dando gracias de que Daniell no tenía ni idea de mis planes.
—Supongo que ya hemos acabado con nuestro trato —dije,
manteniéndole la mirada—. Acordamos que me ayudarías a obtener la
protección del Diablo y ya la tengo…
—¿Eso piensas? —me interrumpió, ladeando la cabeza—. Has
conseguido llamar su atención de varias maneras y posiblemente su
protección, pero yo también tengo mis intereses, Cynthia.
Reprimí un bufido. Ya sabía yo que detrás de su gentileza en ayudarme
se encondía algo más perverso.
—¿Y qué quieres que haga? —pregunté, resignada a que seguiría atada
a él.
—Serás mi espía en esa casa ahora que vivirás allí y quiero que prestes
especial atención a la víbora —dijo con dureza.
—¿Víbora? —Recordé que Yerik me nombró el nido de víboras, pero no
supe a quiénes se refería.
—Irina —pronunció ese nombre con repugnancia—. Quiero más cosas
de ti, evidentemente, pero podrías empezar por ella.
—¿Solo tengo que vigilarla?
—Esa mujer esconde demasiado y necesito tu ayuda… —dejó la frase
en al aire.
—¿Y por qué te empeñas en continuar ingresado pudiendo estar en casa
y espiarla por ti mismo? —Esto era algo que nunca iba a entender—. Iban a
darte el alta y montaste un espectáculo violento para permanecer aquí.
—Me gusta este lugar. —Se encogió de hombros—. Es tranquilo. —
Entrecerré los ojos, estudiándolo con detenimiento.
—¿Odias a tu familia? —Parecía más una afirmación que una pregunta.
Daniell me devolvió la mirada con la misma intensidad. Hoy estaba más
receptivo que de costumbre y, con suerte, saldría de aquí con nuevos
descubrimientos.
—Irina es la arpía que envenena todo lo que toca con sus zarpas —soltó
sin más—. Ojalá se muerda a sí misma y se emponzoñe hasta que su
corazón deje de latir.
—¿Qué te hizo esa mujer, Daniell? —murmuré.
Este Petrov no era tan malvado como me quería hacer creer. Estaba
encerrado aquí injustamente y los locos verdaderos de esa familia seguían
libres, merodeando por la ciudad. Esto era lo que yo creía y, dijera lo que
me dijese para pensar lo contrario, no me haría cambiar de opinión.
—Algún día, Cynthia Moore. —Esa fue su única contestación.
Deslicé la mirada a mis manos que yacían encima de mis muslos.
—Veré qué puedo hacer dentro de esa casa para ayudarte —musité.
Solté un suspiro y mis ojos volvieron a él, quien me observaba de una
forma muy diferente a como lo solía hacer. Abrió la boca, pero sus palabras
murieron antes de que saliesen por ella. Tomó una respiración profunda.
—¿Te has planteado alguna vez qué se esconde al otro lado de los
quirófanos? —preguntó con suavidad. No me pareció que fuera eso lo que
quería decirme.
—¿Qué? —pregunté dubitativa.
—Feddei es el hijo mayor de mi tía Nadia. —Me quedé perpleja—. ¿Lo
conoces?
—Solo he tenido la oportunidad de conocer a Larissa. En ningún
momento he oído ese nombre que acabas de decir… —Guardé silencio al
venirme un recuerdo de golpe—. Espera, sí lo escuché. —Daniell alzó
ambas cejas, esperando a que prosiguiera—. En la fiesta enmascarada, uno
de tus hermanastros se acercó a Yerik y le dijo que Feddei se había
escapado. Al parecer, fue algo grave porque se fueron inmediatamente.
—Feddei reside en las mazmorras y su sola fuga podía ser letal para
cualquiera.
Abrí los ojos como platos y pensé en los gruñidos extraños que escuché
en mi primer día de trabajo en esa casa. Eran similares a las de un animal.
—¿Por qué lo mantienen ahí? ¿Es peligroso?
—Es una bestia encerrada en el cuerpo de un niño —dijo,
confundiéndome más de lo que ya estaba—. Feddei es un arma mortífera
para quien la empuña, pero, si no sabes manejarla, esta podría dispararse
contra ti.
—¿Qué quieres decir? —Ahora tenía la curiosidad de ver al niño.
—Piénsalo muy bien, Cynthia. —Daniell se levantó y me miró desde su
altura—. Piensa en cómo y cuándo utilizarla porque solo puede usarse una
vez.

✯✯✯

Durante el trayecto en mi coche hacia la casa de los Petrov, Zaria y yo


permanecimos en silencio. Ella intentó entablar una conversación conmigo,
sin embargo, solo tenía cabeza para pensar en lo que hablé con Daniell.
Excusé mis pocas ganas de charlar con los nervios de ver a su familia
porque ahora tenía que convivir con ellos en la misma casa.
¿Por qué mi paciente me explicó lo de Feddei? Tal vez él pensaba que
me podría hacer falta en algún momento, pero ¿por qué me daba ideas
peligrosas que podrían lastimar a su propia familia?
Al acabar mi jornada laboral, tuve que salir por la puerta de atrás para
acceder al aparcamiento, ya que Luciano me dijo que Vladimir y Dylan me
esperaban en la puerta del hospital. Él me lo dijo para que me preparara
para el abordamiento, pero yo usé su chivatazo para huir por la puerta de
atrás.
Si mi hermano y el justiciero me hubiesen visto con Zaria, sospecharían
de mi supuesta amistad con la Ivanova y se enterarían de mi decisión de
mudarme, algo que evitarían a toda costa.
Luciano y yo habíamos creado una cuartada antes de marcharme, no
obstante, solo serviría para hoy, así que después me tocaría enfrentarlos.
Serafina se ofreció a comunicarles a mis amigos que me iría con ella de
viaje con la excusa de desconectar la mente, uno corto hasta mañana para
que me dejasen tranquila hasta mi supuesta vuelta. Esto tenía una
consecuencia para mi amiga, y era que tendría que quedarse encerrada en
casa para que no la vieran por ahí sin mí o la mentira se acabaría. Mañana
ya me daba igual que se enterasen de la verdad, los enfrentaría a todos.
Sin embargo, tanto Luciano como Serafina querrían mis explicaciones
después porque ellos no tenían ni idea de que esto se debía a que me iría a
vivir con los Petrov, sino a que no quería recibir visitas en mi apartamento,
y no me creyeron demasiado. Me sentía mal por usarlos para esquivar a mi
gente, pero después les aclararía todo.
Aparqué mi vehículo en la puerta de la casa gigantesca con apariencia
de castillo gótico y salimos a la intemperie. Mis nervios ya empezaron a
resultarme una molestia y Zaria se dio cuenta de mis manos temblorosas.
Ella sacó la maleta del maletero y se colocó a mi lado.
—No te preocupes, Cynthia, yo estaré contigo tanto como necesites y
nadie te hará daño —dijo en un intento por tranquilizarme, aunque yo no
estaba muy segura de que tuviera razón en lo último—. Vamos. —Me instó
a caminar junto a ella y nos pusimos en marcha.
Lo primero que me encontré nada más cruzar el umbral fue a Dimitri,
quien me recibió con una sonrisa aparentemente sincera.
—Bienvenida a esta casa —dijo en modo de saludo—. Espero que tu
estancia aquí te sea agradable. —Lo dudaba mucho, pero era lo que me
convenía hacer, así que, con mi mejor sonrisa, asentí con la cabeza—. Bien.
—Miró a Zaria con la misma cortesía—. Por favor, querida, ¿podrías
hacerte cargo de ella y enseñarle su dormitorio?
—Eso haré —contestó ella. Cuando nos encaminamos a las escaleras
principales, paró en seco—. ¿Y Yerik? Creí que estaría aquí para recibirla.
—Está en su habitación durmiendo. Por lo visto, siguió en vela después
de informarnos de la llegada de Cynthia. —Dimitri se encogió de hombros.
Cuando íbamos a subir los escalones, volvió a hablar—. ¡Ah, se me
olvidaba! Esta noche tenemos una cena especial. Los Kovalev han venido a
pasar unos días en Milán y se hospedarán aquí.
Zaria parecía entusiasmada con la noticia y casi saltó de alegría.
—¿Están aquí? —quiso saber ella.
—Vendrán directamente para la cena. —Dimitri se despidió de nosotras
y se marchó de la casa, dejándome con más preguntas.
Cuando Zaria y yo ascendimos al primer piso, ayudándome ella a
transportar la pesada maleta, nos giramos hacia la izquierda y no pude
evitar preguntarle.
—¿Quiénes son los Kovalev?
—Matvey Kovalev es amigo íntimo de Dimitri y nos visitará con sus
tres hijos: David, Anna y Yulian —respondió.
—¿Y la mujer? —Al ver que su rostro se crispó, me arrepentí de
habérselo preguntado—. Lo siento, no debí…
—No pasa nada —me cortó—. Anastasia murió y te aconsejo que no la
nombres en ningún momento. Su recuerdo marcó a su esposo y a sus hijos.
—Era comprensible y no pensaba hacerlo.
Mis músculos se tensaron cuando pasamos por la puerta del dormitorio
del Diablo y nos paramos en la siguiente que había en frente de la suya.
—¿Dormiré tan cerca de Yerik? —Zaria reprimió una carcajada—. ¿Qué
pasa?
—Anoche te metiste en su cama, aquí todos lo sabemos —dijo,
corroborando mis sospechas—. Se os oyó desde todas las posiciones de esta
casa, pero no te preocupes. —Me dio unos leves codazos en el costado—.
Es mejor que te hospedes cerca de él y no en el otro pasillo, donde te
podrías cruzar con Makari frecuentemente. —La miré con horror.
—Este dormitorio parece una muy buena opción.
Una vez dentro, mi mirada recorrió la habitación de rincón a rincón.
Esta era similar a la de Yerik, a diferencia de que estaban en contrarias
distribuciones y la mía era más pequeña.
La cama de matrimonio se ubicaba en el frente y nunca vi una así en
toda mi vida. Disponía de un dosel redondeado con arquitectura gótica, de
donde colgaban unas cortinas granates y traslúcidas que estaban amarradas
en los pósteres, a juego con la colcha. Este mueble seguía la redondez de la
misma pared, en la que había cuatros pequeñas ventanas con la misma
forma. A cada lado de la cama había otras dos ventanas grandes. Dentro del
mismo dosel, no solo estaba la cama, también las dos mesillas con las
lámparas, y la rodeaba una alfombra mullida de color gris, como las
sábanas.
A la derecha se encontraban unas puertas correderas, siguiendo el
mismo diseño de las ventanas, que daban a una pequeña terraza. Y a la
izquierda se hallaban el cuarto de baño y el vestidor, separado de la
habitación por un arco.
—¿Te gusta? —preguntó Zaria.
—Me encanta. Siempre he admirado la arquitectura gótica —respondí y
no era mentira.
—¡Genial! —Me arrebató la maleta y la arrastró hasta la cama,
dejándola encima—. Yo te ayudo a organizar tus cosas, si no es molestia. Y
así te voy poniendo al día de los chismorreos familiares y te hablo un poco
de los Kovalev.
—De acuerdo.
No pude evitar mirarla con lástima ahora que ella andaba despistada
sacándome la ropa de la maleta y depositándola en la cama. Zaria era buena
conmigo y parecía sincera en todo momento. Esperaba que no fuera toda
una fachada, pero me sentía mal porque tendría que utilizarla en mi
beneficio para obtener información o lo que me surgiera. Sin embargo, no
me veía capaz de hacerle daño a ella, aunque se lo haría de todas formas
cuando acabase con la vida de su familia, en especial la de Yerik. Quizás,
incluso Zaria también tendría que caer.
EPÍLOGO

Cynthia Moore

M e miré en el espejo por enésima vez, comprobando que iba vestida


acorde a la cena familiar de esta noche. Visto que los colores
predilectos de esta casa eran el granate y el negro, quise emplear los
mismos en mi atuendo.
Iba enfundada en un largo vestido negro con un escote pronunciado que
se amarraba en el cuello con dos finos tirantes. Mi espalda quedaba
descubierta, al igual que mi pierna izquierda gracias a una apertura que me
llegaba hasta la mitad del muslo. Mi cabello lo recogí en un moño informal,
donde varias greñas caían por mi rostro. El toque granate se lo puse a mis
labios, que quedaron geniales y salvajes con el delineador negro que usé
para perfilarme los ojos.
Me sentiría fuera de lugar en una reunión tan íntima, ya que yo no era
nadie en esta familia, aunque tenía la función de enfermera en este negocio,
pero eso carecía de importancia en esto.
Mis ojos volaron hacia la puerta de mi dormitorio cuando alguien llamó.
Antes de que pudiese contestar, se abrió y Zaria asomó la cabeza.
—Siento interrumpir. Quería acompañarte al comedor —se excusó.
Le hice una señal con la mano para que entrara. Le agradecía que no me
dejara sola y que me acompañase a todos lados, al menos hasta que se me
presentara oficialmente como huésped porque desde que llegué aquí no me
crucé con nadie, solo con Dimitri. Lo poco que había comido fue en mi
propia habitación y Zaria me acompañó hasta para eso.
—Oh, vaya. Estás preciosa —dijo Zaria a mis espaldas, observando mi
reflejo en el espejo.
—Gracias.
Me di la vuelta, complacida por mi aspecto dentro de lo que cabía, y me
fijé en su vestimenta. A ella también le gustaba los colores oscuros. Su
vestido era negro y corto, pero con el cuello alto y brazos descubiertos. Lo
que más llamó mi atención fue su collar dorado, que le llegaba hasta por
debajo de los pechos, cuyo colgante tenía la forma de un águila. Con sus
botas altas de tacón me superaba en altura, pese a tener mis zapatos ya
puestos. Desde luego que Zaria era hermosa; y yo, bien bajita.
—Estás hecha toda una diablesa, aunque tengas una cara angelical —
comentó, y no pasé por alto el tono jocoso que empleó.
—¿Están todos ya en el comedor? —pregunté mientras ordenaba mi
dormitorio.
—Los Kovalev todavía no han llegado, pero mi familia sí que están ya
esperándonos —contestó.
—Entonces, vamos.
Cuando salimos de mi habitación, un escalofrío me recorrió la espalda, y
no precisamente por el frío. Mi mirada se fijó en la puerta del dormitorio de
Yerik. Desde que nos acostamos anoche, no supe nada más de él, tan solo
que dormía cuando yo llegué.
—Está abajo con un humor de perros —dijo Zaria a mi lado. Me reñí a
mí misma por haberme puesto en evidencia mirando la puerta del Diablo
con cara de pasmada—. Tal vez contigo se relaje un poco.
—Si las emociones se contagian, créeme, lo único que le pondré es
nervioso —lo dije en serio porque así era como me encontraba, pero ella
soltó una carcajada.
—Te aseguro que esta noche se pondrá así, ya lo verás.
No dije nada al respecto y caminamos hacia las escaleras principales.
Antes de doblar la esquina para bajar por ellas, me agarró del brazo y me
detuvo.
—Espera aquí. Se me ha olvidado el móvil en mi habitación. —Asentí
con la cabeza y ella retrocedió a trote.
Su dormitorio se hallaba en el lado izquierdo de la casa, como el de
Yerik y el mío, pero no en el mismo pasillo. Mis pies empezaron a taconear
ligeramente y no pude evitar mirar en todas las direcciones con
nerviosismo. Recé para no cruzarme con Makari. De toda la familia, era el
que más enferma me ponía.
—¿Nerviosa, señorita Moore? —Di un respingo y giré sobre mis talones
con el corazón en un puño.
Nadia acababa de subir las escaleras principales y ni siquiera la había
oído, y eso que tenía tacones. No andaba sola, ya que su hija Larissa
colgaba de su mano. La niña tenía su muñeca horripilante apretada contra
su pecho y me miraba con una fijeza escalofriante. No creía en la brujería ni
en el mal de ojo, sin embargo, sus ojos parecían engullirte de tal manera que
podías ver tu propia muerte reflejada en sus pupilas.
—Estoy bien —mentí con soltura y le brindé una pequeña sonrisa para
darle más credibilidad a mi respuesta.
—Eso espero, por su bien. —Un nudo se formó en mi garganta, y, por
más que tragaba, no se deshacía—. Los nervios son muy traicioneros,
Cynthia, y muchas veces podrían ser fatales. Si a eso le sumas el miedo,
despídete de tu instinto de supervivencia, uno que necesitarás a partir de
ahora si pretendes hospedarte aquí mucho tiempo. —Nadia se acercó a mí
con sus pasos acojonantemente silenciosos—. Más que evitar el peligro, lo
buscas. No sea necia, señorita Moore, y márchese antes de que llegue otro
amanecer.
No dijo más, ni yo podía contestar. La mujer se dio la vuelta con su hija
y volvió a bajar por las escaleras. Larissa torció el cuello y me lanzó otra
advertencia con sus ojos mientras continuaba caminando agarrada de la
mano de su madre.
—Joder, qué simpáticas —musité.
—¿Quiénes? —Zaria me provocó otro sobresalto. Hoy no iba a dar
abasto con tantos sustos.
—Hablaba conmigo misma. —Puse una mano en mi pecho y me reí
como una tonta—. ¿Por qué sois todos tan silenciosos en esta casa? —No
pude evitar soltar.
—Yo creo que eres tú la que anda despistada —bromeó y ahí le di la
razón. De ahora en adelante tenía que entrenar todos mis sentidos.
Continuamos nuestro camino hacia el comedor, que estaba al lado del
salón. Antes de poner un pie en esa estancia, ya podía escuchar el pequeño
escándalo que había dentro. Zaria no mintió, estaban todos ya en el
comedor, en pie, tomando sorbos de sus copas de champán y soltando
carcajadas.
Mi vista lo buscó a él, curiosa por lo que me dijo la Ivanova. Yerik se
encontraba más apartado del resto, apoyado en un mueble cercano a la
enorme mesa del comedor. Estaba tan ausente que no se dio cuenta de mi
presencia hasta que los demás se callaron y me miraron. Había una gran
diversidad de miradas, desde interrogantes y cálidas hasta frías y
amenazantes.
«Aguanta, vamos. Recuerda por lo que estás aquí. No vienes a hacer
amigos», me recordé.
—¡Oh, vaya! ¡Pero qué pibón tenemos aquí! —escandalizó uno de los
gemelos y se acercó a mí a grandes zancadas—. Es un placer tener otra
belleza en esta casa. Y, por lo visto, estás a la altura de competir con mi
hermanastra. —Me cogió la mano sin ofrecérsela y me dio un sonoro beso
en el dorso.
Zaria le dio un manotazo para apartármelo como si fuera una mosca
puñetera, y yo solo podía mirar atónita a este chico.
—No piques, Alexei —le riñó la Ivanova. ¿Cómo demonios distinguía a
los gemelos? Tomé nota mental de preguntárselo más tarde.
La pulla del gemelo no le sentó nada bien a Ivanna, quien me lanzó una
mirada envenenada, exactamente igual que la de Irina. Esto prometía guerra
y yo era el epicentro.
—Solo estoy definiéndola. No soy un mentiroso, Zaria, no puedo decirle
fea o cuerpo escombro —se defendió Alexei antes de poner su atención en
Yerik, que no se había movido de su lugar—. Esta vez has tenido buen ojo,
hermano.
Alexei parecía el más cercano al Diablo, algo que tenía que tener en
cuenta. Además, este gemelo estaba deseoso de recibir una bofetada de
Ivanna, ya que esta pulla también iba para ella.
Yerik puso su mirada en mí y se llevó la copa a los labios. Le dio un
sorbo sin liberarme de su magnetismo.
—Mne nuzhen byl luch sveta v moyey bezmernoy t’me[17] —murmuró.
No sabía qué dijo en ese idioma que no conocía, pero tuvo un efecto
curioso en los demás. Todos se quedaron callados, parecían asombrados.
—Y no tiene nada que competir con Ivanna, y mucho menos envidiar —
aclaró el Diablo con una pequeña sonrisa. La aludida lo fulminó con la
mirada y lo que vi en ella prometía cosas muy malas para él.
El timbre de la casa nos salvó de más tensiones y Nadia fue a hacerse
cargo de los invitados, dejando a la niña demoniaca sola. Dimitri dio una
palmada para llamar la atención de todos los presentes.
—Familia, por favor, haced que nuestros invitados se sientan cómodos
en esta casa. No queremos ocasionar mala impresión. —El patriarca miró a
cada uno con seriedad—. Y eso también va para Cynthia.
Me sentí observaba de una manera tan intensa que paseé la vista por el
comedor, buscando al causante. Yerik no me había quitado el ojo de
encima, lo que me puso más nerviosa. ¿Habría descubierto cuál era mi
propósito en esta casa? ¿El justiciero traidor se había ido de la lengua?
Intenté tranquilizarme. Si el Diablo lo supiese, ya me habría pegado un
tiro, él u otro miembro de esta familia. En vez de eso, me metió en su cama
que, al parecer, era impropio en sus costumbres.
—¡Ya están aquí los invitados de honor! —anunció Dimitri con
entusiasmo, dirigiéndose a la puerta del comedor.
Giré sobre mis talones y observé las nuevas caras que se habían
presentado. Matvey Kovalev tendría una edad similar a la del juez y fue el
primero en estrechar a Dimitri entre sus brazos. Saltaba a la vista que eran
muy buenos amigos y cercanos. Los dos se enfrascaron en una discusión
divertida mientras fueron saludando a los demás Petrov e Ivanov.
Mi vista se dirigió a los tres hijos del Kovalev, y fruncí el ceño. Uno de
ellos me observaba precisamente a mí con una seriedad que me puso los
pelos de punta. Sin embargo, no aparté la vista de él y decidí retarlo en
silencio.
—¿Quién es esta hermosa mujer? —La voz risueña de Matvey rompió
mi guerra visual con su hijo.
—Es la amante del Diablo —soltó Ivanna desde el otro lado del
comedor, que estaba atenta a todo lo que pasaba a su alrededor.
—En realidad, es más que eso. —Yerik alzó la voz y caminó hacia mí
con pasos decididos, pero pausados. Cuando se puso a mi lado, me cogió de
la cintura y me pegó a él—. Es mi novia. —Otra vez se hizo el silencio.
—Buen gusto, Petrov —contestó la chica Kovaleva, adelantándose a su
padre. Entonces, sus ojos fueron a mí—. Me llamo Anna y estos de aquí son
mis hermanos —primero señaló al mirón—, David —luego cabeceó hacia
el otro— y Yulian —me presentó con amabilidad.
Los dos asintieron con la cabeza y, por primera vez desde que entraron,
David me sonrió, aunque más bien parecía una mueca. Los tres hermanos
compartían la misma similitud de tener el cabello castaño muy claro y los
ojos azules. Según me contó Zaria esta mañana, David era el hermano
mayor, siguiéndole Anna y después Yulian.
—Encantados de conocerte. —Matvey se presentó en condiciones y me
dio dos besos en las mejillas.
Una vez hechas las presentaciones, tomamos asiento alrededor de la
gran mesa. Enseguida apareció la servidumbre para servirnos abundantes
platos. Era la primera vez que veía al servicio, y supuse que serían de
confianza para la familia o estarían bajo extorsión. No me quería imaginar a
una sirvienta indagar en el segundo piso, donde se ubicaba la habitación
personal de Makari. Suponía que los sirvientes tendrían prohibido el acceso
a ciertas zonas de esta casa.
Dimitri presidía la mesa y en el otro extremo se sentó su mujer Irina.
Zaria y yo nos fuimos más cerca del juez, dejando al resto de hijos cerca de
ella. En el lado derecho del patriarca se pusieron Ivanna, Nadia, Larissa y
los Kovalev; en el izquierdo, Karlen, Makari, los gemelos, el Diablo, Zaria
y yo, quedándome encajonada entre los dos últimos.
—Yerik solo pretende que los Kovalev te relacionen con nuestra familia.
La mafia no tiene que ser conocida entre los desconocidos, ya me entiendes
—susurró Zaria en mi oído. Por supuesto que lo sabía. Por eso el Diablo me
presentó como su novia.
Empezamos a cenar. Mientras que unos y otros se enfrascaban en
conversaciones poco interesantes para mí, yo me centré en masticar mi
comida con la vista fija en el plato. De vez en cuando sorprendía a David
echándome miraditas inquisitivas, pero esta vez no me intimidaban tanto,
puesto que también me daba mi espacio de descanso entre vistazo y vistazo.
Di un respingo cuando sentí una mano en mi rodilla descubierta por
debajo de la mesa. Miré a Yerik de sopetón, que continuaba comiendo y
hablando con Alexei, quien estaba a su otro lado. Me tensé cuando la
movió, ascendiéndola lentamente por todo mi muslo hasta que paró casi en
mi ingle. El muy condenado me estaba tocando mientras hablaba con sus
primos, como si no estuviese haciéndome nada.
No le aparté la mano, al fin y al cabo, tenía que acaramelarlo y no
espantarlo. Además, como ya me dije a mí misma, me apetecía compartir
intimidades con él mientras siguiera con vida. En lugar de eso, lo que hice
fue abrir ligeramente las piernas, lo que provocó que su pulsera del águila
se moviera y rozara la piel desnuda de mi muslo, produciéndome un
escalofrío que terminó siendo un cosquilleo en mi bajo vientre.
—¿Qué estáis haciendo? —me preguntó Zaria en voz baja y con la boca
llena.
Ella había captado nuestro comportamiento tan poco apropiado porque
estaba a mi otro lado, y Yerik tampoco es que se ocultara. De hecho, sabía
perfectamente que él había escuchado a la Ivanova, pero la ignoró y siguió
acariciándome con suavidad.
—Dinos, Cynthia, ¿cómo conseguiste seducir al Diablo? —Mis ojos
volaron a David, que había conseguido callarnos a todos con su pregunta
tan inesperada. Hasta la mano de Yerik se quedó paralizada sobre mi muslo
—. Es curioso que un hombre como él decida ser de una sola mujer. —
Movió su copa, removiendo el champán, con su vista fija en mí.
Mi supuesto novio no pareció ofendido porque sonrió con arrogancia.
—Cynthia tiene algo especial que tú nunca tendrás la oportunidad de
saber —dijo Yerik, provocando algunos carraspeos y toses por
atragantamiento de sus bebidas.
—Su especialidad está más que claro. —David me sonrió con picardía y
la mano del Diablo se tensó en mi muslo. Algo pasaba entre estos dos y no
tenía ni idea del qué—. Y entiendo que tenga la exclusividad.
—Y fecha de caducidad —intervino Ivanna con burla.
Todas las miradas, excepto la mía, fueron directas a ella.
—Tú ya te caducaste desde que ella apareció en su vida —continuó
picándole Alexei.
Andrei y Makari soltaron una sonora carcajada. Era evidente que
ninguno de los hijos de Dimitri que compartía con Irina se llevaban
demasiado bien con Ivanna.
—Hermana, deberías callarte —le aconsejó Karlen, aunque su diversión
también saltaba a la vista.
Ivanna, ya roja de la furia, obedeció al Ivanov y agarró la copa con
demasiada fuerza para beber de ella.
Matvey cambió de tema para aliviar el ambiente ya tenso y la cena
continuó con normalidad, como si nada hubiese pasado. Los minutos
pasaban y yo cada vez estaba más sofocada. Necesitaba ir al cuarto de baño
y respirar otro tipo de ambiente menos cargado. Los miré a todos, y
ninguno me prestaba atención, excepto el Diablo, que seguía con su mano
puesta en mi pierna. No obstante, en la mesa faltaban dos personas: Irina y
Nadia. Solo esperaba no cruzarme a ese par de bichos.
Me puse en pie, pidiendo perdón por tener que ausentarme unos
minutos, y la mano de Yerik se deslizó por mi pierna, liberándola de su
roce. No me molesté en mirar a nadie y fui hacia el pasillo de esta sección
de la casa. Desconocía dónde estaba el baño, pero dudaba perderme, aunque
iría con los cinco sentidos en alerta por si escuchaba a las dos mujeres que
faltaban en la mesa.
Conforme caminaba y me adentraba más en la casa, unas voces
llamaron mi atención. Disminuí el ritmo y mantuve mis pasos sigilosos,
siguiendo la dirección de esos murmullos. Cuando localicé el lugar preciso
donde se estaba dando una discusión secreta, fui con cuidado hacia esa
puerta entreabierta. Me asomé despacio y di gracias de que ninguna de las
dos podía verme.
Desde aquí no las escuchaba con claridad, así que solo intuía que
discutían y estaban furiosas, nada más. Las dos hacían el intento de no
levantar las voces, lo que me fastidió porque, según sus rasgos coléricos,
podría sacar información interesante de esto.
Mi cuerpo dio un espasmo cuando Nadia empujó a Irina y esta última
casi se cayó al suelo. Iban a llegar a las manos si el ambiente se caldeaba
más. Una idea cruzó por mi mente, aunque más bien fue un instinto. Mis
intuiciones no solían fallar, así que opté por llegar a mi dormitorio y volver
aquí sin ser vista.
Miré alrededor, localizando mi posición en la casa, y fui hacia las
escaleras de esta sección. Subí por ellas al piso superior, ignorando la
tentación de fisgonear en el próximo ahora que Makari estaba ocupado en la
cena.
Entré en mi habitación como un huracán y agarré mi móvil. Sin perder
más tiempo, volví a donde esas dos mujeres discutían por el mismo camino,
rezando para que continuaran peleándose y poder sacar algo productivo de
esto.
Mis plegarias fueron escuchadas y preparé la cámara de mi teléfono para
enfocarla en ellas. Se podía apreciar perfectamente que discutían, incluso
que llegaban a las manos. La desventaja era que seguían murmurando y no
podía escuchar nada con precisión. Lo único que distinguí fue las palabras
«víbora» y «bruja».
Estuve así un par de minutos y, por desgracia, tenía que volver a la mesa
antes de que alguno me echara demasiado en falta. Cuando me dispuse a
apartar el móvil, un violento movimiento en la cámara me dejó paralizada.
Irina le dio un fuerte bofetón a la Petrova y esta última se tambaleó
hacia atrás con la mala suerte de que perdió el equilibrio y se golpeó la nuca
contra una pequeña mesa. Me puse una mano en la boca para acallar un
jadeo al ver que Nadia no se movía. Fui capaz de grabar un poco más, pero
tuve que esconderme en cuanto Irina hizo ademán de mirar en mi dirección.
—Maldita bruja, muerta tendrías que estar —espetó y eso sí que se
grabó bien en mi móvil.
Sus pasos se oían muy cerca, así que corrí hacia la primera puerta que
tenía más cerca y entré en esa habitación oscura y desconocida para
esconderme de Irina. Con mi respiración acelerada y el corazón latiéndome
desbocado, pegué la oreja en la puerta y escuché sus pasos alejándose cada
vez más. No quise salir todavía, así que esperé un minuto, asegurándome de
que no me vería nadie al salir de aquí.
Conté hasta tres y puse un pie en el pasillo, escaneando a mi alrededor
en busca de algún peligro que me acechara. No detecté nada inusual y volví
a acercarme a donde estaría Nadia. Ella seguía tirada en el suelo sin
moverse y un temblor trepó por mis piernas. ¿Estaba muerta?
Tragué saliva con dificultad y me guardé el móvil en mi escote después
de desconectar la cámara. La grabación que acababa de coger era de vital
importancia y no me podía permitir el lujo de perder mi teléfono.
Ingresé en la habitación, que parecía una pequeña sala de estar. Sin
embargo, solo tenía ojos para Nadia y no para el entorno. Anduve despacio
hacia su cuerpo y me agaché para tomarle el pulso en el cuello con cuidado.
«Sigue viva».
Los temblores de mi cuerpo empeoraron y sentí las piernas como
gelatina. Mi mente trabajaba a mil por hora y vinieron a mí múltiples
pensamientos, la mayoría de ellos macabros y despiadados. Me quedé
bloqueada como una imbécil, sin saber qué hacer.
Levanté la mirada y vi mi reflejo en el espejo que había colgado en la
pared. Nadia Petrova era una amenaza potencial que ponía en riesgo mi
vida. Ella misma me lo había advertido antes de entrar en el comedor.
Mi misión aquí era erradicar a esta familia porque si dejaba a un solo
miembro vivo, este querría cobrarse su venganza y la guerra jamás acabaría
porque la mafia era así. No solo estarían los Petrov y los Ivanov, también
los hombres que trabajaban para ellos.
—Joder, joder, joder —susurré cada vez más nerviosa.
Me moví de un lado a otro. Tenía que volver al comedor antes de que
alguien viniera en mi busca y me pillara aquí cuando yo no tenía nada que
ver con la caída de Nadia.
Tomé unas cuantas respiraciones profundas para serenarme y recordé la
grabación que tenía en el móvil, donde se veía claramente que Irina la había
empujado y que la Petrova se golpeó en la cabeza contra la mesa.
«¡Es tu oportunidad de comenzar con tu venganza!», pensé agobiada.
Miré a Nadia, que ya empezó a soltar quejidos y a moverse con lentitud.
La víbora quedaría como la única culpable de lo sucedido con esta mujer.
La Petrova estaba viva, sí, ¡pero en el vídeo no se distinguía el pulso!
Mi corazón aporreaba bajo mi pecho a tal intensidad que ya me dolía.
Era consciente de que empezaba a desvariar y nada más pensaba
incoherencias, sin embargo, mi instinto volvió a inclinarme por un
camino…
Nadia llevó las manos a su cabeza dolorida y yo pasé por detrás de ella.
Cogí la lámpara que había encima de la mesa, la desenchufé y le quité la
tulipa para quedarme solo con la base maciza.
Apreté con fuerza mi arma y me preparé para atacar. Nadia se inclinó
hacia adelante, quedando sentada sobre el suelo, y se frotó la cabeza.
—Hija de puta —gruñó entre quejidos.
Tenía que golpearla en la nuca porque en el vídeo se vio que ella se
golpeó en esa zona contra la mesa y no debía salirme del patrón.
Cuando la Petrova hizo el ademán de levantarse, cogí impulso con mi
propio cuerpo y estrellé la base de la lámpara en la parte trasera de su
cabeza con todas mis fuerzas.
Nadia se desplomó nuevamente en el suelo, y esta vez con los ojos
abiertos, donde ya no se les veía la vida reflejada en ellos.
—Dios mío —musité con la voz temblorosa. ¿En qué clase de monstruo
me estaba convirtiendo a pasos agigantados?
No podía quedarme aquí o me expondría innecesariamente. Armé la
lámpara y la dejé como la había encontrado. Con mis manos cada vez más
temblorosas, me agaché y le cerré los ojos al cadáver de Nadia, en el que ya
salía abundante sangre de la cabeza.
Esto era la mafia y en un mundo tan turbio como este no se buscaba el
escándalo, sino la discreción. Estaba segurísima de que el cadáver de Nadia
acabaría en el crematorio de Irina, sin la necesidad de indagar más en el
crimen al estilo CSI.
Me incorporé y retrocedí asustada. No era la primera vez que le quitaba
la vida a alguien, pero sí de esta manera tan rastrera y cobarde.
«Tenías que hacerlo, Cynthia. Vamos, sal de aquí. Ya pensaremos con
más calma en tu dormitorio».
Di media vuelta y me estrellé contra un cuerpo. Abrí los ojos como
platos y se me cortó la respiración. David pasó su mirada por el cuerpo de
Nadia, evaluando su estado ausente de vida, y después la enfocó en mí.
Ladeó la cabeza y una sonrisa se plasmó en su rostro.
—Por favor… —le supliqué casi en el borde del llanto.
Si el Kovalev se chivaba de lo que había hecho, los demás me matarían
de un plumazo. ¿Hasta dónde había presenciado David? Tal vez no vio que
lo hice yo…
—Yo no he… —Puso un dedo en mis labios para silenciarme.
Lo miré con pavor y sentí las lágrimas arder en mis ojos. No iba a
desistir de suplicar, incluso me ofrecería a hacer un trato con él con tal de
que no hablase.
No me dio tiempo a decirle más. David pasó por mi lado, golpeándome
en el hombro. Me giré nerviosa y vi que él anduvo alrededor del cadáver
con aires pensativo.
—Todo acto tiene sus consecuencias, Cynthia Moore —murmuró con la
vista fija en Nadia.
—Yo…
—¡Dimitri! —gritó a todo pulmón—. ¡Matvey!
—¡No! ¡Por favor! —Fui hacia él y me amarré a su brazo, dándole
pequeños tirones para que me escuchara—. Espera…
Iba incluso a ponerme de rodillas, pero el grito de Zaria que se produjo
detrás de mí me dejó petrificada.
—¿Qué demonios…? —soltó Andrei.
Enfoqué mi mirada en la de David, que me observaba fijamente, hasta
que decidí darme la vuelta y enfrentarme a las consecuencias por haber
matado a Nadia.
Poco a poco fue juntándose más gente en la entrada de esta habitación.
No había cara que no mostrara asombro por la escena que tenían delante.
Estaban tan consternados e impactados como yo, pero no por la misma
causa.
Dimitri fue el primero en salir del estupor y se acercó al cadáver con los
ojos abiertos como platos.
—Hermana —susurró, temblando de pies a cabeza.
Yo solo tenía ojos para Yerik, que acababa de aparecer y lo primero que
hizo fue mirarme a mí, en vez de a su tía fallecida. Hizo ademán de
acercarse, pero Alexei lo detuvo. Este último me observó con desconfianza.
—¿Se puede saber qué ha pasado? —exigió saber el juez, arrodillándose
junto a Nadia.
Todas las miradas se posaron en mí en busca de la explicación, una que
yo no podía darles, aunque David se encargaría de hacerlo por mí.
—Lo siento muchísimo, señor Petrov —empezó David, poniéndome los
pelos de punta—. Cynthia y yo no pudimos evitar este fatídico accidente.
—Muy despacio, me di la vuelta y lo miré entre lágrimas con el ceño
fruncido—. Hemos coincidido en el cuarto de baño y nos hemos encontrado
a Nadia así. —Tragué saliva con dificultad y mi vista se deslizó a la
alfombra. Había una esquina doblada, y juraría que cuando yo entré eso no
estaba así—. Al parecer, la señora Petrova tropezó y se golpeó contra la
mesa.
David y yo nos miramos con atención mientras que el caos se desató en
la habitación. Gritos, lamentos, llantos…
Todavía no podía asimilar que el Kovalev me había ayudado, pero ¿con
qué propósito? Sus palabras intencionadas de ayuda fueron claras, no
obstante, en su mirada pude ver que sus intenciones reales eran más oscuras
y malévolas de lo que me podía imaginar.
Esta noche había caído el primer miembro de esta familia en mis manos,
sin embargo, un testigo me tenía en sus manos. Mi destino ahora dependía
de David Kovalev.
LA HISTORIA CONTINÚA

La Tentación del Diablo continúa con su segunda entrega: La Perdición


del Diablo. Esta historia está formada por una trilogía.

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AGRADECIMIENTOS

Quiero dedicarles este espacio a todos mis lectores y a algunas personas que
han sido y siguen siendo muy especiales para mí. ¿Cómo no darles mis
palabras llenas de amor?
Agradezco de todo corazón a todos los lectores que se van sumando a
mi pequeña comunidad por darme una oportunidad y brindarme su tiempo
en conocerme; también a mis lectores que ya me conocieron con mi historia
anterior y siguen confiando en mí, quedándose a mi lado leyendo mis
locuras. ¡Os doy mil gracias!
Sin embargo, quiero mencionar específicamente a unas maravillosas
chicas porque, de una forma u otra, han participado en mi carrera como
escritora.
Empezaría por Milena Expósito y Fátima Patio, que fueron las primeras
que conocí en mis inicios, cuando estuve en Wattpad en 2016. Desde que
dieron conmigo, no me soltaron la mano en ningún momento, ni siquiera
cuando tuve que desaparecer sin dejar rastro por motivos personales.
Siempre estuvieron ahí, esperándome pacientemente.
Ahora tengo que continuar con mis reinas de la oscuridad, un grupo de
blogueras que se metieron en mi corazón e hicieron que diera mis primeros
pasos en el mundo literario. Sara (@sara_cazadoradelibros) fue mi puerta
grande y a raíz de ella di con Claudia (@booksbyclau) y con Ana
(@lendoconana). Estos tres demonios me llenaban de mensajes y me
volvían loca con sus suposiciones en mis historias. Muchas gracias por esos
maravillosos momentos que me hicisteis vivir. Sara, tu sonrisa permanente
en la cara roba muchas mías y yo suelo ser una persona muy seria; Claudia,
tus vídeos son únicos y especiales, sobre todo originales, y cada vez que oía
tu voz me alegrabas el día; Ana, ¿qué decir de ti cuando te tengo un aprecio
enorme? Esta maravilla de mujer siempre está conmigo de la mano,
aguantando mis quejas, inseguridades, altibajos y subidones de adrenalina.
Nuestras conversaciones diarias son como una droga, no puedo dejar de
consumirla día a día. ¡Muchas gracias a las tres por haber aparecido en mi
vida! ¡Os adoro!
Hay una persona que ya no está en mi vida, pero merece su
reconocimiento porque hizo mucho por mí mientras estuvo a mi lado.
Beatriz, me ayudaste muchísimo a evolucionar en la escritura con tus
continuas enseñanzas y te debo mucho de mis avances. Te ganaste un
espacio en mi corazón.
Tengo a una persona igual de especial que, desde que dio conmigo, me
demuestra cuánto disfrutó de mis libros. Nati (@natii.books), te doy mil
gracias por ofrecerme tu ayuda constante en hacerse conocer mis libros, en
permitir aferrarme a tu cuenta de Instagram para realizar sorteos y que otros
lectores que no tienen los recursos económicos necesarios tengan la
oportunidad de conseguir mis libros sin complicaciones. Me diste tu mano y
eso jamás lo voy a olvidar.
Por último, no puedo dejar este espacio sin mencionar a mi marido. Es
mi enciclopedia humana de conceptos interesantes para mis historias, entre
otros. Cariño, me has enseñado muchísimo de este mundo para poder
plasmar una buena ficción en mis libros. Es el hombre más maravilloso que
me he podido cruzar en la vida y a su lado lo tengo todo, me trata como a
una auténtica reina. ¿Qué más puedo pedir? ¡Te amo con locura!
SOBRE LA AUTORA

María del Mar Castellanos (España, 1993) es escritora y enfermera. Le


apasiona la música cinematográfica, que se convirtió en un elemento
imprescindible para escribir. Vive con su marido, a quien ama con
devoción.
En 2016 escribió su primera novela y la fue publicando poco a poco en
una plataforma literaria bajo un seudónimo (Mar Castiz) para conservar sus
datos personales en el anonimato. En nueve meses obtuvo bastante
reconocimiento, sin embargo, una serie de factores la obligó a irse de dicha
plataforma y perdió toda su visibilidad online, pero no quiso renunciar a su
pasión.
En 2020 decidió comenzar a autopublicar sus libros en Amazon,
empleando su nombre propio. La Saga Rosa Negra, formada por cuatro
libros, es su debut literario y fue publicada en su totalidad en 2023. Al final
de ese mismo año, autopublicó La Tentación del Diablo, la primera entrega
de la Trilogía Caída del Ángel.
Anima a que sus lectores pasen por sus redes sociales, en especial
Instagram, ya que allí hay información que les puede interesar sobre sus
libros y lanzamientos, entre otras cosas.
Instagram: @mariadelmar_castellanos
TikTok: @mariadelmar_castellanos
Facebook: María del Mar Castellanos
E-mail: [email protected]

[1]
Traducción del italiano al español: Buenas noches, amigo.
[2]
Jefe de la familia de la mafia, el que tiene más poder en ella.
[3]
Traducción del italiano al español: Paraíso.
[4]
Persona a la que, por cualquier motivo o pretexto, se le echa la culpa de algo, especialmente
de lo que han hecho otros.
[5]
Traducción del italiano al español: Pecado Mortal.
[6]
Traducción del italiano al español: Bienvenida a los brazos del Diablo.
[7]
Traducción del italiano al español: Los ángeles caen a menudo.
[8]
Traducción del italiano al español: ¿Qué ven mis ojos?
[9]
Traducción del italiano al español: Dentro de ese cuerpo del pecado se esconde una mujer
insegura.
[10]
Traducción del italiano al español: Porque el Diablo es incapaz de sentir.
[11]
Traducción del italiano al español: Blancanieves.
[12]
Traducción del italiano al español: Buenas noches.
[13]
Traducción del ruso al español: Espero que sea la última vez que te acercas a Cynthia sin mi
consentimiento. No me gustaría enfadarme contigo.
[14]
Se trata del jefe superior, convertido en el miembro más poderoso de toda la mafia.
[15]
Traducción del ruso al español: Tal vez ya he empezado a caer.
[16]
Traducción del ruso al español: Pero nunca seré tu sirviente.
[17]
Traducción del ruso al español: Necesitaba un rayo de luz en mi inmensa oscuridad.

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