El Autonomismo Cubano 1878-1898: Las Ideas Y Los Hechos: Iuam)

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EL AUTONOMISMO CUBANO 1878-1898:

LAS IDEAS Y LOS HECHOS

Marta Bizcarrondo
IUAM)

«Situación dificilísima. La guerra pasada. Se quería la in-


dependencia. De buena fe abandoné la idea de independencia
al pie de la bandera autonómica. ~uestf() empeño es atraer
partidarios al campo de la autonomía. Debemos tender a au-
mentar nuestras fuerzas. ¿.Acaso estamos tan mal) No es
poco el camino andado. ¿Qué adyersarios tenemos') Tenemos
que luchar con las preocupaciones. La colonia no es estado
independiente. La independencia yendrá, sea cual fuere el ca-
mino» (José María Gályez. en Junta Central del Partido
Autonomista, l3-XII-18811.

El peso dominante de la guerra en la crisis del sistema colonial es-


pañol ha tenido como resultado privilegiar la imagen bipolar del enfren-
tamiento entre patriotas independentistas cubanos y defensores de la so-
beranía española. El carácter precario de la autonomía establecida por
los decretos de 25 de noviembre de 1897, refuerza esa idea de que todo
se jugó entre dos contendientes sobre el territorio de la Isla, hasta que
tuvo lugar la intervención de los Estados Unidos. El período 1878-1895
habría sido un simple paréntesis entre dos guerras.
Sin embargo, entre el convenio del Zanjón y el grito de Baire las
aspiraciones insulares habían encontrado un portavoz político muy só-
lido en el que acabaría llamándose Partido Liberal Autonomista. No
fue un simple recurso de ocasión para encubrir la ilegalidad forzosa del
separatismo. aunque algunas veces cumpliera también esta función,
tanto más cuanto que muchos de sus miembros habían militado por
Cuba Libre en el curso de la guerra larga. Pero su cohesión política, a
pesar de los fracasos a que les llevaba la intransigencia peninsular, fue
consolidándose en torno a un proyecto estratégico orientado a salvar
los principales obstáculos con que tropezaba la construcción nacional

Historia Contemporánea 19. 1999. 69-94


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para la burguesía cubana: un régimen colonial opresivo, los privilegios


de los peninsulares, la polivalente vecindad de los Estados Unidos, la
persistencia de la esclavitud, incluso el legado insurreccionalista de
una primera guerra de independencia que descubría los peligros de un
levantamiento popular para las clases acomodadas del centro y de occi-
dente de la Isla l.
El resultado desfavorable de la guerra de los diez años contó pode-
rosamente a la hora de determinar las adhesiones a este Partido Liberal,
pronto convertido en autonomista. Muchos notables de la insurrección
juzgaron, como el líder del movimiento, José María Gálvez, que resul-
taba imposible vencer la resistencia militar española y que además, tras
el levantamiento patriótico, se encerraba el riesgo revolucionario. Otros
patriotas creyeron imprescindible buscar refugio dentro de un partido
que buscase la libertad de la Isla dentro de la ley. Para ambos grupos
había que retomar la estela del reformismo y ningún símbolo más claro

I La bibliografía sobre el movimiento autonomista cubano es relativamente abundante


en Cuba hasta 1959. Apenas terminada la guerra, Luis Estévez y Romero publicó Desde el
Zanjón hasta Baire. Datos para la historia política de Cuba (Habana, 1899), una minu-
ciosa crónica de la evolución política del autonomismo de 1878 a 1898, reproduciendo
gran cantidad de documentos. Tambien es útil el opúsculo de Raimundo Cabrera, Los par-
tidos coloniales, publicado en 1914 por el antiguo propagandista del PLA. Hay resúmenes
de la historia del autonomismo en diversos trabajos centrados sobre la guerra: así en La
guerra de independencia de Cuba 1895-1898, de Miguel Varona Guerrero (La Habana,
1946, voLI, pp. 267-277), o en la Historia de la nación cubana, dirigida por Ramiro Gue-
rra y otros (La Habana, 1952, vol. VI, pp. 71-113). Veanse tambien los capítulos sobre el
autonomismo de Antonio Sánchez de Bustamante y Antonio Guiral en el Curso de intro-
ducción a la historia de Cuba, dirigido por Emilio Roig de Leuchsenring (La Habana,
1938, pp. 289-309), Y el volumen de la revista Universidad de La Habana, núms. 104-111,
1953, con utilísimos estudios biográficos sobre los principales políticos autonomistas. En
fecha más reciente, ya bajo el castrismo, se refieren al PLA, Jorge Ibarra, Cuba 1898-1921.
Partidos políticos y clases sociales (La Habana, 1992), Ramón de Armas y otros, Los par-
tidos políticos burgueses en Cuba neocolonial1899-1952 (La Habana, 1995) y María del
Carmen Barcia y otros, Historia de Cuba. Las luchas (...) (La Habana, 1996, cap. V), con
la mínima extensión que el dualismo habitual en la historiografía cubana de las últimas dé-
cadas otorga a quienes no coinciden con Martí. Ya redactado este trabajo, se acaba de pu-
blicar en La Habana el libro de Mildred de la Torre, El autonomismo en Cuba 1878-1898,
bien documentado pero con el lastre de tener por único objeto la demostración de que el
autonomista era un partido antinacional.
Los aspectos jurídico-políticos del autonomismo fueron recogidos por José Raúl Se-
dano, Legislación autonómica (Habana, 1898) y Ramón Infiesta, Historia de las Constitu-
ciones de Cuba (La Habana, 1942). Los filosóficos, centrándose en Montoro, por Antonio
Martinez Bello, Orígen y meta del autonomismo (La Habana, 1952). Apunta una nueva vi-
sión Rafael Rojas en El arte de la espera (Madrid, 1998). El interés en España por el tema
es reciente. Pueden verse los distintos artículos de Luis M. García Mora y mi edición de El
problema colonial contemporáneo (Oviedo, 1998)
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 71

que la presentación como candidato del viejo José Antonio Saco en las
primeras elecciones, cuando Cuba recupera en 1879 la representación
en Cortes. Se incorporaron también. segun cuenta Montoro, «otras per-
sonas que se habían mantenido durante la guerra dentro de la legalidad
y al lado del poder de España, y muchos jóvenes que llegábamos de la
Península o del extranjero»2, En general, casi todos criollos, con excep-
ciones como el impulsor del partido. Manuel Pérez de Malina y el eco-
nomista Francisco Augusto Cante, ambos peninsulares.
Sociológicamente fue el partido de las clases medias insulares: abo-
gados notables, médicos, profesores, hacendados medios. salvo alguna
excepción. Las principales figuras fueron abogados y ello se reflejó
tanto en la provisión de buenos oradores como en el carácter técnico-
jurídico que prevalece en sus principales textos. Fue «agrupación polí-
tica animada por el criterio de abogados, y abogados eminentes»3, Una
revisión de las principales figuras políticas del autonomismo nos per-
mitirá comprobar esta vinculación social.
En sus dos décadas de vida, el liberalismo autonomista mantuvo
una gran continuidad en sus órganos de dirección, con una Junta Cen-
tral elegida por el congreso o Junta Magna de 1881, a cuyo frente es-
tuvo siempre el líder indiscutible del partido desde sus primeros pasos,
el abogado José María Gálvez, matancero que colaboró intensamente
con los insurrectos de la primera guerra, durante la cual fue preso y
desterrado. Su desengaño hizo de él un firme evolucionista y en diver-
sas ocasiones fue director de una de las más importantes instituciones
de la Isla: la Sociedad de Amigos del País". Desde los primeros años,
jugó un papel destacado otro abogado también matancero, Antonio Go-
vín, siempre más radical que Galvéz, secretario de la Junta Central del
partido y Gran Maestro de la Masonería Cnida de Colon e Isla de
Cuba. Muy discreto, pero con intervenciones de gran relieve en la vida
del partido, el jurisconsulto habanero José Bruzón ocupó repetidamente
la presidencia de la Sociedad de Amigos del País y el decanato del Co-
legio de Abogados de La Habana. Otra figura destacada. de nuevo na-

2 El problema colonial conremporálleo. Madrid. s.a. pág. 25·t


3 Antonio Garcia Hernandez. «Evocación de Carlos Saladrigas y Dominguez» en Uni-
versidad de la Habana. 1953, 104-111, pág. t02.
-1 J. Conangla Fontanilles, «Semblanza de Gálvez>o en Ulli¡'ersidad de La Habana, cit.,
pp, 125-151. Los datos biográficos de otros dirigentes del PLA proceden del mismo nú-
mero de la revista universitaria habanera y Raimundo Cabrera, Cuba y sus jueces, 7." ed.,
Filadelfia. 1891. Veanse tambien los estudios sobre la personalidad de Eliseo Giberga que
preceden al tomo 1 de sus Obras (Habana. 1930) y sobre la de Montoro, tambien en el
tomo 1 de sus Obras (Habana, 1930),
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tural de Matanzas, hijo de catalán, fue Carlos Saladrigas, quien no


tomó parte en la guerra larga pero sí a continuación en la fundación y
en la propaganda del partido como vicepresidente del mismo, llegando
a presidir la Diputación Provincial de La Habana. Fue el mentor de un
joven abogado habanero que en 1878 regresó de la Península en difícil
situación económica: Rafael Montoro, que habría de convertirse en el
principal orador del partido y que saneó su hacienda contrayendo ma-
trimonio con la hija de Saladrigas. Montara resultó la figura más bri-
llante del partido, en su sector moderado, teniendo como contrapunto al
abogado matancero, descendiente de demócratas catalanes, Eliseo Gi-
berga. De más edad y sobrino de Domingo del Monte, Ricardo del
Monte fue la principal figura del periodismo autonomista, al dirigir su-
cesivamente sus principales diarios El Triunfo, El País e incluso El
Nuevo País, ya bajo la independencia. Si acaso como escritor popular
rivalizó con ellos en fama Raimundo Cabrera, habanero, encarcelado y
confinado durante la primera guerra, prototipo de dirigente y propagan-
dista liberal de provincias, como director del periódico La Unión en
Güines entre 1878 y 1895, Y autor del libro autonomista más difundido,
Cuba y sus jueces, que llegó a alcanzar nueve ediciones. Regresando a
la representación de los intereses económicos, encontramos al también
habanero, Rafael Fernandez de Castro, abogado y catedrático tras estu-
diar en la Andalucia natal de su padre durante el tiempo de guerra, y
que en Madrid será luego comisionado del Círculo de Hacendados de la
Isla de Cuba. Por fin, esos intereses económicos encarnaban de manera
directa en Emilio Terry, vocal de la Junta Central, gran propietario de
Cienfuegos, heredero de una familia de venezolanos leales a España,
cuyo ingenio Caracas pasaba por ser el mayor de la Isla. En conjunto,
era sin duda la representación de la élite criolla, procedente en su gran
mayoría del Occidente insular, con los hacendados medios en calidad
de brazo de la agrupación y los abogados como voz y cerebro de la
mIsma.
En calidad de complemento de este núcleo insular ha de mencio-
narse a su representante en Madrid durante todo el período de vida del
partido: el abogado y catedrático Rafael María de Labra, habanero de
origen asturiano vinculado al republicanismo que había sido ya dipu-
tado durante el SexenioS.

5 Existe una abundante bibliografía de y sobre Rafael María de Labra. Recordemos el


ensayo biográfico de Elena Hernández Sandoica, «Rafael María de Labra y Cadrana
(1841-1919): una biografía política», Revista de Indias, núm. 200, enero-abril 1994 y Do-
lores Domingo Acebrón, Rafael María de Labra, Madrid, 1997.
El autonomismo cubano 1878-1898: las idea, y los hechos 73

La primera definición ideológica del Panido Liberal tiene lugar el 3


de agosto de 1878, como resultado de una reunión de la Junta organiza-
dora en el restaurante «El Loune». que impulsaron el cubano Julián
Gassie y el peninsular Perez de Malina. Ante la próxima celebración de
elecciones para las Cortes de Madrid, el general Martinez Campos ha-
bía creado un espacio de libertad del que saldrán el nuevo partido y su
periódico El Triunfo. El primer manifiesto esbozaba ya los rasgos futu-
ros del partido. en cuanto al evolucionismo y a la crítica de la situación
cubana «<sus intereses sin representación legal, su pensamiento sin li-
bertad, su industria sin mercados, su riqueza sin arraigo, su sed, su an-
tiquísima sed de justicia»). Por eso pedía garantías constitucionales,
asimilación de derechos políticos a la Península y adaptación de las le-
yes de ésta a las Antillas, desde la municipal a la electoral, con reforma
arancelaria que abriera el mercado norteamericano e inmigración ex-
clusivamente blanca6 • El primer firmante era ya José María Gálvez y a
su lado figuraban, entre otros, Juan Spotorno, Saladrigas, Del Monte,
el médico Juan Bruno Zayas, Perez de Malina y Govín. De modo sig-
nificativo, la organización del Partido Liberal no alcanzó a Oriente
hasta 1886.
La definición autonomista es muy rápida. Llega sólo un año más
tarde, el 2 de agosto de 1879, con la circular de la Junta Central que
firma como secretario suyo Antonio Govín. Los acentos críticos son
muy intensos y aluden a las esperanzas del Zanjón pronto disipadas. Es
ya un tiempo de «descontento» (Cuba se encuentra en vísperas de la
guerra chiquita. que provocará la salida del partido de una mayoría de
peninsulares). Pero no es cuestión de volver a la guerra sino de «un pa-
triotismo inteligente y previsor». Las propuestas se radicalizan: ya no
se trata como en 1878 de aplicar la ley Moret de 1870, sino de la aboli-
ción inmediata de la esclavitud. No obstante. ante el problema racial
prevalecerán las posturas propias de una ideología blanca, frente a los
autonomistas que reivindican la igualdad de los habitantes de la Isla 7 •
Todos los derechos individuales reconocidos en la Constitución de
1876 habrían de ser puestos en vigor en la Isla. Y sobre todo la aspira-
ción central consiste en obtener un régimen autonómico, con separa-

6 Luis Estévez y Romero. Desde el Zanjón hasta Baire. Habana, 1899, pp. 25-32.
7 Vease el debate en la Junta Central sobre las peticiones del Directorio de la clase de
color que presidía Juan Gualberto GÓmez. el 23 de enero de 1893 en Archivo Montoro,
tomo XXXIX. Biblioteca Nacional José Martí. La Habana. Una alusión a las reservas de
José María Gáhez contra la gente de color en Camilo G. Polavieja, Relación documentada
de mi política en Cuba. Madrid. 1898. pág. 94.
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ción de poderes civil y militar, y gobierno responsable ante un parla-


mento que recibiría la denominación de Diputación insular:

«(...) pedimos e! gobierno de! país por e! país, e! planteamiento del ré-
gimen autonómico como única solución práctica y salvadora (...) De
consiguiente hemos de abogar franca y resueltamente por que se con-
ceda a la Gran Antilla una Constitución propia en que se consagre y or-
ganice con respecto a su gobierno, el principio de responsabilidad; y
por lo que a sus intereses generales hace, el principio de representación
local, a fin de que en esta Isla queden resueltos definitivamente y con el
concurso legal de sus habitantes todos los asuntos relacionados con los
intereses que son comunes a las seis provincias cubanas. Sin un go-
bierno responsable, sin una Diputación insular en que los mandatarios
del País discutan y acuerden lo que al bien general de Cuba importe,
continuaremos sufriendo todos los males de una centralizadción opre-
siva»8.

La larga cita se justifica porque Govín, experto en el régimen de


administración de Canadá, fija ya para lo sucesivo la meta política de
los posibilistas cubanos . Lo reitera dos años después el mismo Govín
en el artículo sin firma titulado «Nuestra doctrina», que publica El
Triunfo, el 22 de mayo de 1881 y que tiene la importancia adicional de
haber propiciado la legalización del autonomismo: el fiscal de Imprenta
denunció el artículo, pero éste fue absuelto y el tribunal dictaminó que
la descentralización de tipo autonómico «no constituye ataque alguno a
la unidad nacional» (Era el tercer intento de legalizar la aspiración, tras
dos artículos anteriores condenados, como a fin de cuentas lo será el
propio órgano autonomista). La presencia como gobernador de la Isla
del general Ramón Blanco debió contar en la benévola decisión. En el
artículo Govín explicaba el sentido de esa «mayor descentralización
posible» pedida por su partido: la autonomía, «el gobierno del país por
el país» (una fórmula procedente del general Dulce), es decir un sis-
tema de plena representación de los intereses insulares (llamados eufe-
misticamente «locales», en tanto que lo «nacional» se reservaba para
España). A ello se unía la petición de unos presupuestos generales de la
Isla votados por la Diputación Insular. Mientras en «la nación», la so-
beranía corresponde a las Cortes con el Rey, con igualdad ante la ley
para todos los españoles, la Diputación insular gobierna «los intereses
locales», de acuerdo con las leyes españolas y con sus propias resolu-
ciones. El problema de la soberanía era resuelto en beneficio de Es-

8 Luis Estévez y Romero, Desde el Zanjón hasta Baire, cit., pág. 54.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 75

paña, en tanto que la Diputación provincial y un consejo de gobierno


responsable ante ella y ante el gobernador «administra directamente los
intereses comunes de las seis provincias»9.
Sólo que un programa tan bien elaborado carecía de posibilidad al-
guna en la España de la Restauración. El gran debate parlamentario de
1880, con Cánovas y Labra como principales contendientes. se cerró
con la negativa radical del primero a efectuar cualquier reforma polí-
tica en la Isla, y con la consiguiente desesperación de Labra, al preveer
un futuro de sangre si no cambiaba la administración española de la
Isla. En 1881, con el liberal Fernando León y Castillo como ministro
de Ultramar y el autonomista Bernardo Portuondo como peticionario,
los resultados no fueron mejores. «La autonomía es imposible de una
manera irrevocable. Autonomistas, jamás», proclamó el ministro cana-
rio lo . Y pensemos que León y Castillo era uno de los hombres más
abiertos del arco parlamentario. Fue él quien ese mismo año puso en
vigor, no sin restricciones. la Constitución de 1876 en la Isla.
La desesperada posición que tocaba a un autonomista reformador
en Madrid fue reflejada por el citado Portuondo, al informar el 13 de
diciembre de 1881 a la Junta Central sobre su fracaso:

«Aislamiento en el Congreso; es más las simpatías a las personas


que respeto a las doctrinas. No son más que cuatro en medio de elemen-
tos hostiles. Amarguras y mortificaciones (... ) ¿Podrá esto remediarse
marchando hacia uno de los Partidos de la Península') ~o es ortodoxo,
dado nuestro criterio local. No encontramos un Partido en las Cortes
que acepte la autonomía. La situación es gra\'e y crítica. Hoy no hay re-
medio. ¿Podrá remediarse para lo adelante?»ll.

Como consecuencia. la historia del autonomismo contempla una


tensión nunca interrumpida entre la corriente dominante. que personi-
fica Gálvez. con los apoyos de Govín, Bruzón y Montoro, confiada en

9 «Nuestra Doctrina». El Triunt(). 22- V-1881. Los ensayos fallidos de introducir la au-
tonomía a través de El Triunfo son reseñados por Rafael Montoro en el apartado VIII de su
borrador «Historia del Partido Autonomista» en Arch. Montara. t. XXXVI. Biblioteca Na-
cional José Martí.
10 Vease la reseña de Estévez en Desde el Zanjón hasta Baire. pp. 57 Y ss. Sobre el in-
movilismo de Cánovas. Javier Rubio. La cuestión de Cuba \' las relaciones con los Esta-
dos Unidos durante el reinado de A(fonso XII, Madrid. 1995. pp.283-287. La contradicción
entre la sensibilidad descentralizadora de León y Castillo y su famoso «jamás» antiautonó-
mico. es subrayada por Rafael Montoro en su .. Historia del Partido Autonomista».
II «Junta Central del Partido libera!>,. Actas. en Archivo Montoro, t. XXXVII, Biblio-
teca Nacional José Martí. La Habana.
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el logro de reformas descentralizadoras para la Isla por vía evolutiva, y


quienes reivindican el legado patriótico y exhiben una y otra vez la ne-
cesidad de utilizar los recursos políticos del partido para una ruptura
con el sistema colonial. Es la postura que defiende una y otra vez en
estos años Enrique José Varona. De una y otra perspectiva se derivarán
actitudes enfrentadas en cuanto a la conveniencia de que los autono-
mistas estuvieran representados en el Congreso y en el Senado de Ma-
drid.
Por añadidura, la representación parlamentaria autonomista en Ma-
drid se configuraba como eternamente minoritaria en relación a los es-
pañolistas de la Unión Constitucional. Así, segun los datos que dan Ca-
brera y Giberga, en las elecciones generales de 1879, hubo siete
liberales sobre veinticuatro diputados a Cortes de la Isla y tres senado-
res sobre dieciseis. En las de 1881, sólo cuatro diputados y tres senado-
res autonomistas. En las de 1884, tres diputados autonomistas y dos se-
nadores. En las de 1886, cinco diputados y tres senadores, sobre
veinticuatro y quince respectivamente. Las mayorías de la Unión Cons-
titucional estaban compuestas además abrumadoramente por peninsula-
res. En vísperas de la guerra, con gobierno liberal, llegó a haber ocho
diputados autonomistas, siempre encabezados por Labra, pero sobre un
total de treinta y uno, y dos senadores. Al llegar los años 90, la admi-
nistración interior ofrecía un panorama semejante, según los datos de
El País: «La Diputación de la Habana está formada por 17 conservado-
res y 3 autonomistas. De los primeros, 2 son cubanos y 15 peninsulares
(oo.) En la Diputación de Matanzas, no hay sino 1 autonomista, cuya
acta hay empeño en anular: es un intruso a juicio de los integristas. La
inmensa mayoría se compone igualmente de peninsulares. Lo mismo
acontece respecto de las Diputaciones de Santa Clara, Santiago de
Cuba y Pinar del Rio. En el Ayuntamiento de La Habana, los 30 conce-
jales son conservadores y entre ellos no pasa de 2 el número de cuba-
nos, y así en la mayor parte de los Ayuntamientos de la Isla. ¿Puede
darse una prueba más patente de la política de dominación y del régi-
men de castas? ¿Hay espectáculo más triste que la proscripción de todo
un pueblo entero a la gestión de sus intereses?» 12. El título del artículo
reflejaba la situación: «Dominadores y dominados».
De ahí que cada vez más el discurso autonomista se centrase en las
dos asimetrías fundamentales que marcaban la relación entre la metró-
poli y la colonia: las relaciones comerciales y los aranceles de un lado

12 Cit. por Estévez, pp. 402-403. Tambien Raimundo Cabrera, Cuba y sus jueces, pp.
183-193.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 77

y el monopolio político y administrativo disfrutado por los peninsula-


res, de otro. El malestar autonomista quedó pronto reflejado en la Junta
Magna que celebró el partido elIde abril de 1882, donde se aprobó la
facultad de la Junta Central de acordar el retraimiento «cuando por no-
toria parcialidad del gobierno a favor del bando contrario fuese de todo
punto estéril la lucha electoral». e incluso la disolución del partido de
ser impedido el ejercicio de los derechos constitucionales 1'. En 1884,
los autonomistas apoyaron la iniciativa del Círculo de Hacendados con-
sistente en convocar una Junta Magna de fuerzas económicas y sociales
insulares para suprimir el derecho de exportación. conseguir la libre
entrada del azúcar en la península. rebajar el derecho sobre introduc-
ción del tabaco en la misma y negociar un tratado de comercio con Es-
tados Unidos. Gálvez. Montoro y Zayas intentaron sin éxito evitar que
las presiones oficiales agostasen el proyecto,
Tampoco tm'ieron mejor éxito las proposiciones de ley presentadas
en el Congreso por los diputados autonomistas cubanos. con el refuerzo
del autonomista y abolicionista portorriqueño Julio Vizcarrondo. el 26
de julio de 1886. Proponían la aplicación a las Antillas de la ley electo-
ral vigente en la Península, la reforma del régimen municipal y provin-
cial de Cuba y Puerto Rico sobre la base de ,da igualdad completa y
absoluta de los derechos de todos los españoles». Un nuevo orden de
relaciones financieras que acabase con el trato discriminatorio para las
Antillas, el reconocimiento explícito de identidad de derechos políti-
cos, la reforma de los sistemas tributario y arancelario y. en fin. sobre
el gobierno general de Cuba. la aplicación del programa de 1879, con
un gobernador general jefe de la administración. una Diputación insu-
lar de elección directa y un Consejo de administración. a modo de no-
vedad, órgano deliberante y consultivo. designado a partes iguales por
el gobierno de Madrid y las corporaciones pro\'Ínciales y locales de la
Isla. Ni siquiera fueron discutidas.
En las mismas Cortes de 1886. a] responder al discurso de la Co-
rona, Rafael Montora explicó la posición política del partido. animando
a los liberales peninsulares a extender el espíritu de reforma a las Anti-
Has donde «desde 1878, en el orden político. la Isla de Cuba vive de lo
arbitrario. de lo contradictorio». Montoro insistía en ]a importancia de
abolir definiti vamente el patronato, reformar los aranceles y asimilar la
ley electoral a la peninsular acabando con una legislación antillana que,
en palabras del anterior ministro de Ultramar conservador «tenía por

)3 Cít. por Luis Estévez. Desde el Zanjón a Baire. pág. 121.


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objeto facilitar el triunfo de un determinado partido», lease la Unión


Constitucional. La asimilación era imposible, por que en España no ha-
bía una entidad intermedia entre la provincia y el Estado, la región, ni-
vel en se situaban las Antillas. Montara resumía los objetivos de su
partido en el sentido que semanas más tarde 10 harán las proposiciones
de ley:

«(...) vamos sinceramente a lo que se llama la Autonomía colonial, es


decir, al sistema que asegura a las Colonias toda la vida propia, toda la
descentralización compatible con la unidad nacional. Y para que este
régimen pueda establecerse fijamos tres principios: ante todo, identidad
de derechos políticos, después, un cuerpo electivo (...) para que vote el
impuesto local, entienda y resuelva en todo lo que afecta a la vida insu-
lar, allí donde hay competencia bastante, intereses creados y donde tie-
nen todos y cada uno aptitudes para discurrir y resolver lo que con-
cierna única y exclusivamente a la Colonia. Y,por último, para que la
descentralización no sea un sueño y no se convierta en el régimen de la
arbitrariedad, es necesario instituir una forma seria de Gobierno respon-
sable»14.

El nulo resultado de la iniciativas generó el lógico desencanto en


medios autonomistas. De la atmósfera política así creada da idea dis-
curso que pronuncia Eliseo Giberga en el Círculo autonomista de La
Habana, el 31 de mayo de 1887, con el elocuente título de «El pesi-
mismo en la política cubana». Giberga arranca de la misma estimación
que Montara: Cuba vive en «estado de continua indecisión», sin cono-
cer su futuro político. Pero sí conoce un presente sumamente desfavo-
rable, dominado por «leyes mañosamente preparadas para anular en
Cuba la legítima influencia de los cubanos». El pésimo gobierno ejer-
cido sobre la Isla ha provocado incluso la resurrección del anexio-
nismo, «un anexionismo materialista, inspirado únicamente en el afán
de mejorar la situación del país, y con ella la de las fortunas priva-
das»15. Como sucederá una y otra vez en años sucesivos, Giberga re-
chaza la anexión por considerar que la enorme fuerza de los Estados
Unidos supondría para el cubano «la pérdida irremediable de su pa-
tria». Además, después del amor a Cuba, Giberga sitúa el amar a Es-
paña «como raíz y nervio de nuestra raza». Adelanta tambien otro de
sus temas preferidos: la superioridad de Cuba sobre España, gracias a

14 Rafael Montora, Discursos políticos y parlamentarios, informes y disertaciones, Fi-


ladelfia, 1894, pág. 80.
i5 Eliseo Giberga, Obras, Habana, 1930, t. 1, pág. 94.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 79

ser un pueblo que vive «en América y a las puertas de la nación más
grande, más libre y más progresiva de la tierra» 16. Es significativo que
Giberga no considere entre sus opciones la continuidad de la forma de
dominio ejercida por España y que base su autonomismo, no en una
oposición a los Estados Unidos, sino en la primacía que otorga al pa-
triotismo cubano, fundado sobre esa feliz integración de rasgos españo-
les y de avances políticos y culturales norteamericanos. «Cuando me
miro a mi mismo, y me comparo con muchos hombres de la misma Eu-
ropa, me encuentro más digno de la libertad que ellos: y así somos to-
dos los autonomistas» 17. En plena frustración política. el autonomismo
no es para Giberga un mal menor, sino la única fórmula política sus-
ceptible de conjugar los dos ámbitos de pertenencia de Cuba. en cuanto
«pueblo libre», sin experimentar la opresión del primero ni la absor-
ción por parte del segundo.
La década de 1880 no sólo contempla el auge infructuoso de la pro-
paganda autonomista, sino el establecimiento de unas relaciones muy
peculiares con el separatismo. Por un lado, la vertiente crítica del pen-
samiento autonomista, animada por antiguos insurgentes como Rai-
mundo Cabrera, aporta una denuncia tan viva del régimen colonial es-
pañol y una expresión de la singularidad histórica de Cuba, que los
independentistas habían de contemplar con sumo agrado. Por otro, los
órganos de expresión autonomistas gozaban de la legalidad a que el se-
paratismo no podía aspirar, de manera que éste se funde a veces delibe-
radamente con aquél para llegar a la opinión pública. y en todo caso,
con la gran excepción de Martí, muchos independentistas podían con-
templar con simpatía los esfuerzos realizados por el Partido Liberal
Autonomista para mejorar las cosas en la Isla.
Juan Gualberto GÓmez. residente forzoso en España, explica esta
actitud e incluso consigna un elogio abierto de los autonomistas en su
opúsculo La cuestión de Cuba en 1884, publicado en Madrid al si-
guiente año. A su juicio. el partido «representaba a la verdadera clase
media de Cuba» y sus gentes, «de verdadero arraigo en el país, sentían
la humillación a que los condenaba el viejo régimen colonial y pugna-
ban por modificarlo»18. Años más tarde, el mismo periodista patriota
evocaba el apoyo prestado en Madrid por los separatistas cubanos de-
portados a la península a los diputados autonomistas, siguiendo el con-

16 [bid.. pág. 100.


17 [bid.. pág. 101.
IR Juan Gualbeno GÓmez. La cuestión de Cuba en 1884.Historia y soluciones de los
partidos cubanos. Madrid. 1885. pág. 30.
80 Marta Bizcarrondo

sejo de su jefe moral, el general Calixto Garcia. Les iban a recibir a la


estación, concurrían a sus banquetes y se mostraban convencidos de
defender una causa común: «Estaban los dos bandos cubanos frente a
España y no obstante, combatíanse los dos y halagándose los dos y
convencidos los dos de su recíproca necesidad. Y es que siempre hubo
una estrecha correlación entre los autonomistas y los separatistas (... )
Lo que ellos querían, a nosotros no nos parecía mal; pero que nos dife-
renciabamos esencialmente en que mientras ellos estaban esperanzados
en conseguirlo, nosotros teníamos la convicción de que no habrían de
obtenerlo» 19.
El también independentista Manuel Sanguily destacó asimismo la
importancia primordial de la propaganda autonomista para difundir los
ideales patrióticos por todo el territorio cubano, desautorizando de an-
temano a quienes luego definirán toscamente al PLA como partido an-
tinacional: «Porque la propaganda autonomista se ejercitaba inmediata-
mente sobre el sentimiento y la inteligencia de los cubanos. Bajo el
dosel de la bandera española encendió un foco de luz ardiente que ha-
bría de consumirla al poner al descubierto, como un baldón, sus man-
chas imborrables. El pueblo inconforme e impacientado se amontonaba
continuamente alrededor de la tribuna autonomista y la palabra prodi-
giosa de aquéllos eximios oradores derramaba claridad tan viva, que to-
dos pudieron ver con horror cómo aquel organismo estaba gangrenado
en sus entrañas mismas» 20. Coincide con esta estimación el escritor es-
pañolista Tesifonte Gallego en su libro La insurrección cubana. En los
meses que preceden a la ola grande, es decir, al estallido del levanta-
miento, a pesar de las protestas de legalidad de El País, órgano del
PLA, «sus meetings resultaban verdaderas fiestas» y a las reuniones ce-
lebradas en el campo acudían los jinetes por centenares, llevando es-
tandartes con lemas expresivos»21. En Oriente, las fronteras entre auto-
nomismo radical y separatismo debían ser casi inexistentes, como lo
prueba la ambigüedad inicial del alzamiento de Baire, con sus vivas a
la autonomía, y la propia disolución, el 18 de enero de 1895, del comité
autonomista de Santiago de Cuba «por considerar completamente inútil
su existencia los patriotas que lo componían» para dedicarse a la pró-

19 Cit. por Miguel Varona, La guerra de independencia de Cuba, vol. l, La Habana,


1946, pág. 276.
20 Manuel Sanguily, «Céspedes y Martí» (1895) en Discursos y conferencias, Habana,
1918, pp. 427-428.
21 Tesifonte Gallego, La insurrección cubana. Crónicas de la campaña, Madrid, 1897,
pág. 234.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 81

xima insurrección: su secretario. Eduardo Yero. era «acérrimo partida-


rio de la guerra»22.
Es una corriente que adquiere una notable relevancia en el plano in-
telectual, siendo quizas su expresión más acabada la Re\'ista Cubana,
que con carácter mensual publica a partir de 1885 el polígrafo Enrique
José Varona. Exredactor de El Triunfo, militante desde 1878 del partido
liberal y diputado autonomista por Camagüey en 1884. Varona cambia
desde entonces el desencanto por la independencia 23 . Su revista utiliza
como coartada de legalidad la publicación por entregas de un libro es-
crito por el autonomista peninsular -de ideas muy radicales- Fran-
cisco A. Cante. pero el núcleo duro ideológico lo constituyen los ar-
tículos de Manuel Sanguily, del mismo Varona y de Juan Gualberto
Gómez, con el norte preciso de disipar las expectativas de reforma
alentadas por el autonomismo y de fijar de una vez por todas las distan-
cias insalvables entre el español y el cubano. Desde su primera colabo-
ración en 1887, Sanguily desarrolla el tema de que la única patria posi-
ble para los cubanos es Cuba y no España, a la que nunca conocerán
físicamente y con la cual solo tienen el contacto de sufrir su domina-
ción. Para el propagandista de la independencia, la patria conjuga la
tierra, las costumbres, el caracter y las tradiciones. Y en la Isla hasta el
viento reproduce «el eco estruendoso de miles de combates», Frente a
la anexión, «tendencia materialista y suicida» sobrevive «el espíritu se-
paratista» contrario a los herederos de la injusticia y la inquisición (<<La
Isla parece un inmenso campamento español», se lamenta)24. Enrique
José Varona confirma esa imagen, situandose entre quienes llevan «el
luto eterno del ideal que siempre defendieron». En cuanto al autono-
mismo como partido, cuenta con todo menos con la eficacia: «Es un
mecanismo admirable y perfecto, que funciona, sin aplicación. en el
vacio»2". Conforme se aproxima la insurrección. las críticas se harán

n Luis Estevéz y Romero. Desde el Zanjón hasta Baire. cit.. pág. 5·n.
23 El primero de Jos tres tomos de Actas de la Junta Central AUlOnomista. consen''1dos
en el Archivo Montoro. recoge frecuentes manifestaciones de Varona contrarias a la cola-
boración sin reservas del Partido con la autoridad española (eso .<será enajenarse el respeto
y la estima del país» advierte el 17 de noviembre de 1879: .. si se cree impotente. insiste el
13 de diciembre de 1881. ¿no debemos dejar el lugar a atrasO" l. Los textos que explican su
salida del partido, en La Colonia a la República. La Habana. 1919. pp. 9-16. Tambien Me-
dardo Vitier y Roberto Agramonte en Enrique José Varona: su \'ida. su obra v su influen-
cia. La Habana. ]937. pp. 211-215.
"" Manuel Sanguily. «Elementos y caracteres de la política en Cuba». Revista Cubana.
t. V, Habana. 1887. pp. 138-139. TexlO del artículo recogido tambien en Discursos y con-
ferencias. t,I, Habana. 1918.
25 Enrique José Varona...Los cubanos en Cuba". RerÍ.\ta Cubana. t. X. 1889. pág. 112.
82 Marta Bizcarrondo

más aceradas: «no es posible admitir que el Partido Autonomista de-


sempeñe constantemente el papel de gendarme de España en la gran
Antilla», proclamará Juan Gualberto Gómez en abril de 189426 .
En los años que preceden al desencadenamiento de la crisis, el au-
tonomismo proporciona al ideal patriótico cubano una visión singulari-
zada' cargada de acentos polémicos respecto a España, de la historia de
Cuba. Es Raimundo Cabrera, en el libro de gran éxito popular Cuba y
sus jueces quien da forma a ese enfoque nacionalista, ya que, según Es-
tévez, «mostraba la necesidad de que la sociedad cubana buscara por si
misma el remedio a sus muchos males»27. Como compensación, en el
prólogo Rafael Montoro razonaba la imposibilidad de la independen-
cia, por su escasa población que requería un incremento de la inmigra-
ción blanca. Al mismo tiempo Montoro, insistía en que «un amplio
self-government, fundado en la libertad y en la justicia, haga imposi-
bles a un tiempo mismo, la temeraria imposición de los poderosos de
ahora y el justo resentimiento de los oprimidos 28 . El hegeliano Montoro
aun creía posible salvar a Cuba para si misma y para España, pero Ca-
brera iba más lejos, llegando a configurar un breviario de los elementos
que componen la realidad nacional cubana: un notable desarrollo de la
cultura con escritores de gran valía, recepción actualizada de las publi-
caciones de Europa y sobre todo de la América anglosajona, incorpora-
ción rápida de los adelantos de la civilización en los aspectos técnicos
e incluso en las comodidades de la vida social. Si hay facetas negati-
vas, tales como la prostitución y el bandidaje, la responsabilidad no es
insular: «Cuba es una colonia civilizada, que honra a su metrópoli»29.
Lo que sufre Cuba es una triple opresión militar, política y económica.
«En Cuba -resume en elogio a los patriotas autonomistas y separatis-
tas-, se ama la libertad porque no se ha disfrutado nunca, y se de-
fiende por el legítimo anhelo de ser libre»3ü.
En los años noventa las razones de desánimo para los autonomistas
se acumulan. El proyecto de ley electoral de Manuel Becerra, discrimi-
natorio contra su base social, les había mostrado que ni siquiera los li-
berales peninsulares iban a otorgarles un trato justo. Como advirtiera
Cabrera, la Isla sufría un monopolio efectivo del poder político en ma-
nos de «1os elementos burocrático y peninsular», dejando en posición

26 Juan Gua1berto Gómez, «Crónica política», Revita Cubana, t. XVII, 1894, pág. 371.
27 Raimundo Cabrera, Cuba y sus jueces, cit., pág. 275.
28 [bid., pág. 17.
29 [bid., pág. 92.
30 [bid., pág. 214.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 83

subalterna al país auténtico, a los autonomistas. En poco tiempo se su-


cedieron el bill Mc-Kinley, el Movimiento Económico sofocado por
Polavieja y la contrarreforma administrativa de Romero Robledo. El
PLA decidió el 7 de enero de 1891 el retraimiento electoral, en medio
de una atmósfera interna muy tensa, donde los entonces moderados,
con Giberga a la cabeza, se opusieron a la medida en tanto que los más
críticos denunciaban que el partido era ya «un obstáculo». Estaba pró-
xima la influencia de Antonio Maceo. que durante su estancia en La
Habana había intentado obtener el respaldo del autonomismo para su
causa militar 3l . Un año más tarde, el 2 de febrero de 1892 hizo público
un manifiesto donde consignaba un sentimiento de total impotencia,
advirtiendo incluso sobre una posible autodisolución que cerraría la era
de la confianza cubana en las reformas legales. Pocos días después, dos
autonomistas moderados lo explicaron en un gran mitin en el Teatro
Tacón. Eliseo Giberga condenó el «régimen insensato que nos ani-
quila». «¡Daos prisa los que nos arruináis y nos vejáis, daos prisa, que
vuestros días están contados!», advirtió fina1mente 32 . «Un pueblo como
el nuestro -insistió a continuación Montoro- no puede ser sacrifi-
cado impunemente y no lo será»33.
El discurso de Montoro se cerraba con un rayo de esperanza, signo
de que los autonomistas estaban dispuestos a saludar el menos indicio
de cambio. Es lo que les lleva en 1893 a apoyar, a pesar de las críticas,
el proyecto de descentralización de Maura y lo que explica la confor-
midad del vértice del partido a principios de 1895 con la llamada «fór-
mula Abarzuza»34. El intervalo entre ambos proyectos marca un tiempo
de nueva desilusión, una vez que los autonomistas se atribuían a sí mis-
mos el éxito ante la opinión pública de la reforma Maura y el propio
nacimiento del Partido Reformista. «Dígase lo que se quiera ~onfiesa
Giberga ante la Junta Central, el 23 de noviembre de 1893-, es lo
cierto que nuestra política ha fracasado».
Es entonces cuando tiene lugar la mejor sistematización de las
ideas autonomistas, en vísperas del grito de Baire. Coincidiendo con la
tramitación parlamentaria de las reformas presentadas por el ministro

31 Vease la intervención del vocal Perez Trujillo. el25 (de diciembre) de 1890 en Actas
de la Junta CentraL Arch. Momoro. l. XXXVIII. así como la observación de Montoro en el
apartado XXII de su "Historia del Partido Autonomista». cit.
32 Eliseo Giberga. Obras. l. 1. cit.. pp. 133-134.
33 Rafael Montara.•• Discurso pronunciado en el Teatro Tacón en el Gran Mitin Auto-
nomista del n de febrero de 1892» en Obras. DisclIrsos políticos y parlamentarios. T. 1,
Habana, 1930. pág. 4D4.
34 Vease el tomo tercero de las Actas de la lunta Central en Arch. Montoro, t. XXXIX.
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84 Marta Bizcarrondo

de Ultramar, Buenaventura de Abarzuza, el exministro liberal Segis-


mundo Moret organizó una serie de conferencias en el Ateneo de Ma-
drid, con participación de todos los partidos legales cubanos, pero
donde la parte del león correspondía a los autonomistas. En efecto, la
conferencia introductoria corría a cargo de Rafael María de Labra, inter-
viniendo a continuación los diputados Eliseo Giberga sobre los aspectos
socioculturales, Rafael Montoro en el plano político, Emilio Terry sobre
las relaciones mercantiles entre metrópoli y colonia y José Antolín del
Cueto en torno a la situación financiera y administrativa de la Isla. Gi-
berga, Montoro y Del Cueto eran abogados, en tanto que Emilio Terry
poseía el gran ingenio «Caracas» y tenía la reputación de ser el mayor
propietario de la Isla. Con el complemento del abogado reformista
Eduardo Dolz y del conservador españolista Tiburcio Castañeda, el con-
junto de intervenciones ofrecía el mapa ideológico más completo tra-
zado hasta entonces de la política insular, mereciendo por ello ser reco-
gido en un volumen que al publicarse ya con la insurrección en marcha
recibió el título aséptico de El problema colonial contemporáneo.
Como siempre en los autonomistas, sorprende la conjugación de un
espíritu crítico muy acusado en la contemplación de las relaciones co-
loniales con una voluntad última conciliadora, que a través de reformas
busca el ejercicio del autogobierno de la Isla en el marco de la sobera-
nía española.
La clave de este compromiso reside en el texto presentado por el po-
lítico matancero de origen catalán Eliseo Giberga sobre la «personalidad
cubana». Giberga es un patriota cubano que marca perfectamente las dis-
tancias frente al modo de dominación colonial español y que al mismo
tiempo declara la conveniencia de intentar hasta el fin una reforma del
mismo que permita a los cubanos desenvolver su propia personalidad sin
ser absorbidos por el gran vecino del Norte. La singularidad del «pueblo
cubano» reside en que siendo «ante todo un pueblo esencialmente espa-
ñol» se ha caracterizado históricamente por su permeabilidad para reci-
bir las influencias y el dinamismo cultural propio de los Estados Unidos.
Frente a la conservadora España, los Estados Unidos y Cuba encarnan el
espíritu democrático del siglo. «No hay invento, no hay empresa -pro-
clama- que en Cuba no sea inmediatamente acogida. El espíritu cubano
está siempre abierto a la innovación»35.
España está en los orígenes, pero es la progresiva civilización norte-
americana la que configura la personalidad cubana en el plano positivo.

35 El problema colonial contemporáneo, cit., pág. 237.


El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 85

Cuba española habría sido en cambio una sociedad «fundada sobre la


esclavitud, regida por el sable, sometida a la censura, administrada por
la ignorancia y la indiferencia»36. Hay elementos suficientes en la crítica
de Giberga como para justificar la aspiración a la independencia, pero él
prefiere aún optar por una «estrecha unión» de la Antillas con la «madre
patria», siempre que fuera implantada la autonomía.
Poco tiempo atrás, en octubre de 1894, todavía Giberga expresaba
su pesimismo ante «la oligarquía confederada de unionistas y burócra-
tas» que inspiraba la resistencia a las reformas del gobierno español.
Pero a pesar de sus limitaciones, ahora la reforma Abarzuza le parecía
suficiente -postura no compartida por muchos otros autonomistas-,
por ofrecer un Consejo de Administración desde el cual dar los prime-
ros pasos hacia una autonomia parlamentaria. La explicación de este
posibilismo extremo puede encontrarse en el manifiesto que publica
una vez terminada la guerra, el 17 de enero de 1899: para salvaguardar
precisamente la «personalidad cubana», «su libertad colectiva como
pueblo», ante la presencia de los Estados Unidos, la formula óptima era
«un Estado autónomo unido a la Madre Patria» y no el separatismo.
La divisoria no era en todo caso fácil de trazar, como 10 prueba el
hecho de que uno de los dos diputados conferenciantes sobre temas
económicos, José Antolín del Cueto, permaneciera fiel a España hasta
el final de la guerra hispano-norteamericana, mientras otro, el poten-
tado Emilio Terry, desde muy pronto pasa a colaborar con la insurrec-
ción. Y una lectura atenta de sus intervenciones en el Ateneo no revela
diferencias sensibles entre las críticas expresadas por uno y otro.
Emilio Teny somete a una crítica implacable a la evolución que si-
guió a las leyes de relaciones comerciales de 1882, con la cual había
cobrado forma, bajo la etiqueta del «cabotaje», un intercambio desigual
favorable en todo para la metrópoli y perjudicial también en todo para
la colonia. En la base se encontraba una incompatibilidad de fondo: «ni
la Península podía comprarnos nuestra producción, ni ofrecernos los
artículos necesarios para nuestro consumo y trabajo agrícola e indus-
trial»3 7 . En las leyes se hablaba de introducción libre de derechos de to-
dos los productos antillanos, pero con unas pequeñas excepciones, el
azúcar, el aguardiente, el café, el cacao y el chocolate, más el tabaco en
situación especial, es decir, todas las exportaciones fundamentales de la
Isla. Los derechos sobre estos artículos habrían de reducirse progresi-
vamente, pero lo que ocurrió fue yna cascada de modificaciones siem-

'6 ¡bid., pág. 122.


'7 ¡bid., pág. 312.
86 Marta Bizcarrondo

pre favorables para la península. Luego, los avatares provocados por el


bill McKinley habrían dejado la Isla encerrada entre dos monopolios.
En suma, para Terry, en el marco de unas ventajas crecientes para la
península, la política arancelaria española provocaba «la ruina y el em-
pobrecimiento de uno de los paises más ricos del mundo»38. La reivin-
dicación era clara: libertad de comercio, reforma arancelaria con la
renta de aduanas en manos de la Isla y derogación lógica de la ley de
relaciones de 20 de julio de 1882. Es decir, un pleno autogobierno eco-
nómico para Cuba. La conferencia de Del Cueto prolongaba la visión
ácida del «primer productor de azúcar del mundo»: «el presupuesto de
Cuba, como el de toda colonia en vías de progreso, ha de cimentarse en
las inconmovibles bases de la libertad en el orden político y el fomento
de la producción en el orden económico»39.
Pero como el mismo José Antolín del Cueto advirtiera, los autono-
mistas no se proponían <<jugar los destinos y la civilización de Cuba
con dados de hierro»40. Seguían considerando como solución óptima el
autogobierno inspirado en el sistema colonial británico. La conferencia
de Rafael Montoro se centra en la presentación de esta propuesta, una
vez explicados los equívocos que a su juicio acompañaron al Pacto del
Zanjón. El leitmotiv de Montoro consiste en exhibir el ejemplo del sis-
tema colonial británico para solicitar la implantación en Cuba de «una
Constitución colonial expansiva» que acercaría, en vez de separar, a la
Isla y a la madre patria, siempre sobre la base de la igualdad de dere-
chos entre cubanos y peninsulares. Un gobierno responsable local, al
modo de Canadá o de Australia, garantizaría «el gobierno del país por
el país», siempre «bajo la autoridad de un gobernador general, repre-
sentante de toda la primacía y autoridad de la Metrópoli, jefe superior
de todos los ramos y servicios»41.
El fin de las conferencias y la aprobación parlamentaria de la «fór-
mula Abarzuza» coincidieron en el tiempo con el estallido de la «guerra
necesaria» preparada por Martí. Con ello caían por tierra los supuestos
del autonomismo. «El vértigo revolucionario -escribe Montoro en
unas notas inéditas de historia del partido- frustró la eficacia de todas
estas esperanzas, y de sus resultados obtenidos»42. En el plano econó-
mico, la destrucción de las cosechas y de las propiedades agrarias

38 [bid., pág. 330.


39 [bid., pág. 341.
40 [bid., pág. 363.
41 [bid., pp. 288-289.
42 Rafael Montora, «Historia del Partido Autonomista», cit., apartado XXVI.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 87

arruinó a muchos de los hacendados y colonos criollos, base social del


movimient0 43 .
Hubo comportamientos de todo tipo. El vértice del partido condenó
desde el primer momento la insurrección y allí donde pudo influyó para
frenar su desarrollo. Es la misión que también le confiaron jefes milita-
res en el interior de la Isla. Pero al mismo tiempo. autonomistas radica-
les se incorporaron al ejercito revolucionario y el solo hecho de ser au-
tonomista se convirtió en sinónimo de laborante. iniciándose las
deportaciones incluso antes de que en 1896 Weyler comenzase a gober-
nar con mano de hierro. «Estaban en suspenso las garantías constitucio-
nales -relata un autonomista-o En los campos ser autonomista era ser
sospechoso, y correr peligro. ¿Qué digo en los campos? ¿No fueron
presos en las capitales Cabarroca, y Berenguer y Zanetti, y otros auto-
nomistas, por infundadas sospechas?»44. Para entonces, figuras de pri-
mera linea como Emilio Terry se alinearon con Estrada Palma, otros se
retiraron cautelosamente al extranjero y otros en fin, como Raimundo
Cabrera y Nicolás de Heredia se sumaron a la propaganda independen-
tista desde Norteamérica. «Andando el tiempo --consigna Montoro en
las notas citadas- sufrió la Junta importantes desprendimientos, reti-
rándose de ella algunos de sus miembros de reconocido valor para ad-
herirse al movimiento revolucionario, como por ejemplo los señores
Diego Tamayo y Carlos de Zaldo. pero la mayoría de los jefes del Par-
tido se mantuvo fiel al programa del mismo»45. Eso sí, a costa de un
aislamiento casi completo de la Junta Central; incluso su secretario An-
tonio Govín emigró a Atlanta, en los Estados Unidos. para regresar
sólo cuando es designado para formar parte del gobierno autonómico.
En suma. el partido estaba roto.
En estas circunstancias dramáticas, la dirección del PLA mantuvo
hasta el final su lealtad a España, al negarse a seguir el ejemplo de los
reformistas que se autodisolvieron tras el grito de Vara. dejando vía li-
bre a la insurrección. El canto del cisne autonomista fue el manifiesto
de la Junta Central «Al pueblo de Cuba», de 4 de abril de 1895. réplica
involuntaria al Manifiesto de Montecristi martiano. y cuya redacción

.3 En l895, el 75'ié de los ingenios en la Isla pertenecía ya a cubanos. pero la guerra


sembró la ruina y la destrucción. De las 60.700 fincas de labor existentes al término de la
guerra, el total de destruidas se elevaba a 24.753. de ellas 483 ingenios y 785 colonias de
caña. Era "una burguesía cubana arruinada». que en buena proporción tuvo que vender
sus fincas al capital norteamericano. Seguimos aquí a Jorge Ibarra. Cuba: 1898-1921. cit..
pp. 67-68.
~ Eliseo Giberga. Obras, t. III. Habana, 1931. pág. 255 .
• 5 Rafael Montara, «Historia del Partido Autonomista», cit. apartado XXVIII.
88 Marta Bizcarrondo

corrió a cargo básicamente de Montoro. La condena de la insurrección


se fundaba sobre la confianza en la época de cambios iniciada y, sobre
todo, en la defensa del orden social que aquélla venía a suponer. La li-
bertad y el orden eran sus principios, es decir, el mantenimiento de una
sociedad de clases medias compatible con la pertenencia a España. El
manifiesto fue así la ocasión para una última confirmación de sus plan-
teamientos anteriores:

«El Partido Liberal Autonomista condena todo trastorno del orden,


porque es un partido legal que tiene fe en los medios constitucionales,
en la eficacia de la propaganda, en la incontrastable fuerza de las
ideas, y afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias entera-
mente excepcionales y extremas que se producen muy de tarde en
tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señala-
das calamidades para las sociedades cultas, que por la evolución pací-
fica, por la reforma de las instituciones y los progresos y el empuje de
la opinión llegan al logro de todos sus fines racionales y de todas sus
aspiraciones legítimas. Pero además nuestro partido es fundamental-
mente español. Porque es esencial y exclusivamente autonomista; y la
autonomía colonial, que parte de la realidad de la colonia, de sus fi-
nes, necesidades y peculiares exigencias, presupone también la reali-
dad de la Metrópoli, en la plenitud de su soberanía y de sus derechos
históricos»46.

Era el signo de un repliegue final contrarrevolucionario del pensa-


miento autonomista, en medio de tensiones crecientes en el Partido,
cuyo punto de arranque puede situarse dos años antes al frustrarse el
proyecto Maura y ser visibles los preparativos insurreccionales. Era,
según las notas de Montoro, un tiempo de «creciente pesimismo» en
el que se sitúa el «recado confidencial de José Martí a los jefes del
partido autonomista, a fines de 1893»47. Al producirse en abril de este
año el alzamiento de Holguín, según las actas de la Junta Central, se
registra el anticipo de lo que será la postura del 95: es una actitud ex-
plicable desde el punto de vista de los intereses económicos, ya que
por encima de los sobresaltos y -de las quejas el período de entregue-
rras arrojaba un balance de progreso para la burguesía criolla. Así,
frente a las observaciones de quienes comprenden las causas del le-
vantamiento, los hombres de orden, como Bruzón y Giberga, declaran
la exigencia de respaldar la legalidad, «la integridad nacional» para el

46 La Lucha, La Habana, 6-IV-1895.


47 Rafael Montaro, «Historia del Partido Autonomista», apartado XXV.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 89

segundo. «Nuestra política es española, insiste Bruzón, por ser nece-


saria para nuestros fines (oo.) Hay que demostrar que la garantía de la
soberanía es el Partido Autonomista». El presidente Gálvez propor-
ciona la explicación final de esta opción españolista. definiendo la
postura del partido como la propia de «españoles americanos», en-
frentados a la independencia a pesar del comportamiento de la metró-
poli. Estamos lejos de las declaraciones iniciales que conservaban el
aliento de la guerra larga:

«Hemos condenado los procedimientos de fuerza. Hemos de hacer


buenas nuestras palabras. No es el sentimiento: la independencia sería
una calamidad. Aunque se deba el movimiento a conductas miserables,
(Oo.), debemos condenarlo (ileg.) No por amor al gobierno sino al país.
Hace años que se conspira en la Isla. Debemos condenar a los que ven-
gan a perturbar nuestra obra. Ni silencio ni ambigüedades. El llama-
miento a las armas debe ser pronta y enérgicamente condenado para im-
pedir su desarrollo (Oo.). Somos españoles americanos cargados de
agravi os» 48.

Para Gálvez, el español americano debía «amar a la bandera espa-


ñola». La elección estaba hecha de antemano, aun cuando casi al
mismo tiempo autonomistas como Rafael Fernandez de Castro lamen-
tasen el papel del partido en su calidad de agente disciplinado que se-
cundaba la acción de un poder español insensible a la exigencia de re-
formas'¡9 . Hasta el propio Montoro manifestaba entonces desconfianza
ante el debate parlamentario español sobre la Isla: «Es una nueva fic-
ción propia tan sólo para entretener el sentimiento público aquÍ»50.
Quizás el auge de la implantación y de la propaganda autonomistas en-
gañasen a GáIYez y sus seguidores en cuanto al valor de su arriesgada
apuesta por España. que finalmente las reformas de Abarzuza parece-
rán avalar.

~8 Acta de 29-IV-1893 en Archivo '.fontoro. LXXXIX.


~9 La aurocrítica de Femandez Je Castro llegaba al ,arcasmo: "Continuaremos for-
mando la fila Je comparsas en el sainete gubernamental: seguiremos siendo los puntos
criollos (por que no roJos han de ,er puntos lilipino,) en ese burdo juego en el cual siem-
pre gana el que talla y nunca el que apunta (... 1: acondicionaremos de nuevo la
legalidad.para que siga la paz en Varsovia: pero no nos impona nada. vamos a demostrar
que poseernos una disciplina rigurosa ... El orador resaltaba el papel central del PLA dentro
de la colonia: "Si los liberales desaparecieran corno agrupación organizada, la legalidad vi-
gente quedaría herida Je muene». Citado por Juan Gualberto Gómez, «Crónica política»,
enero 1893. R""istll Cuhalla. LXVII. pp. 83-85.
511 Acta de 7-VI-1894. en Arch. Monroro. l. XXXIX.
90 Marta Bizcarrondo

En la Junta Central del PLA el tránsito de la esperanza al descon-


cierto se sitúa en un tiempo muy breve, entre la llegada de los dipu-
tados victoriosos, Montara, Giberga y Del Cueto, en marzo de 1895, en
las semanas que siguen al grito de Baire, y septiembre del mismo año,
cuando queda claro que Cánovas ha dejado en suspenso la aplicación
de la fórmula Abarzuza. La gestación del manifiesto del 4 de abril tiene
lugar precisamente al calor de estas expectativas que la insurrección
viene a perturbar. Es lo que registra la Junta Central en su reunión de
29 de marzo de 1895 y sobre todo en la de 2 de abril. Es Bruzón quien,
como en 1893, toma la iniciativa de modo rotundo para exigir la con-
dena de la insurrección y la reafirmación, tanto de la españolidad como
del evolucionismo en las reformas, a pesar de la constatación de que
los mambises progresan (a diferencia de lo que estima aún Montoro).
Bruzón plantea una línea de conducta opuesta a la de los reformistas
tras el grito de Yara:

«Es un hecho indudable que el movimientro insurrecional va ga-


nando en simpatías, que debemos contener pues de otra suerte perdería
nuestro Partido en autoridad moral marchando insensiblemente a su di-
solución. Pero ¿acaso será eficaz todavía nuestra acción? Tal vez no. El
equívoco en que venimos viviendo nos hace gran daño. Debemos vivir
y sentir como un partido sinceramente español, sin reservas ni reticen-
cias. Es necesario concluir con el sentimiento que nos lleva a simpatizar
con la revolución y hacer, por nuestra parte, que todo cubano al nacer
sea español. Constituimos un partido de paz, no ciertamente porque es-
peremos de la paz obtener lo que otros pretenden obtener por la fuerza,
sino porque nuestra fidelidad está igualmente en la paz, y de ningun
modo en la independencia. El Partido autonomista no es un compás de
espera (oo.). El terreno que pisamos está minado por el separatismo. Hay
que combatirlo sin tregua, vigorosamente, para mantener la vida en
nuestra Partido y robustecer los lazos de unión en nuestro seno»51.

El Manifiesto al País, respaldado en los mismos términos por Mon-


toro y Giberga, era una consecuencia necesaria de la mencionada valo-
ración. «Contra los separatistas -explicaba Montoro- debe ejercerse
nuestra acción exponiendo las excelencias de la Autonomía» y «contra
los reaccionarios invocando los principios de libertad y justicia». «De-
bemos ser un partido español de todas veras», concluía Giberga. «Es
una medida imprescindible», refrendó Gálvez. Los miembros de la
Junta más abiertos a la causa patriótica se limitaron a combatir la idea

51 Acta de Junta Central, 2-IV-1895, en Arch. Montora, t. XXXIX.


El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 91

del manifiesto por juzgarla innecesaria. Fueron derrotados por 20 votos


contra 5, y Montoro y Del Monte recibieron el encargo de redactarlo.
En nueva Junta de 5 de abril. el Manifiesto fue aprobado por unanimi-
dad, pero, signo de los tiempos, en la misma el presidente Gálvez dio
cuenta de las gestiones realizadas «en defensa de los correligionarios
injustamente encarcelados» por las autoridades españolas.
No sólo fue el manifiesto. El 4 de mayo de 1895 fue elaborado un
memorandum que el 16 Gálvez, Montoro, Giberga y Del Cueto entre-
garon al gobernador general Martínez Campos para que lo remitiese al
gobierno, cosa que «el pacificador» hizo el 19 de mayo. El repliegue
ideológico provocado por la guerra alcanzaba su máxima intensidad: el
Partido Autonomista olvida su meta política y se ciñe a pedir el desa-
rrollo del plan de descentralización de Abarzuza 52 . Confiaba indudable-
mente en la victoria militar española, pero esta no llegará y el verano
registra un progreso constante de la insurrección. Como Cánovas tam-
poco hacía concesión alguna. el autonomismo inició su descenso a los
infiernos. El 14 de agosto. una Junta extraordinaria daba audiencia a
las angustias de «preeminentes correligionarios» de Oriente y del cen-
tro de la Isla, entre quienes destacaban Marcos García, alcalde de
Sancti Spiritus y Juan E. Ramírez, de Manzanillo, ambos jefes insu-
rrectos en la guerra de los diez años. «La revolución en Oriente -ex-
plicaba Marcos García- es formidable. avasalladora. Cuantos recursos
traiga España serán ineficaces». En el Camagüey mandaba Máximo
Gómez a pesar de los diez mil españoles. Era imprescindible la Auto-
nomía, respaldada por un número creciente de junteros, frente a los
moderados que aún sostenían el plan Abarzuza. El desconcierto subsi-
guiente en la Junta fue total. Acudiendo a los fundamentos ideológicos
del PLA, Miguel Francisco Viondi hacía notar que <<la guerra es la pro-
testa del oprimido que aspira a mejorar de suerte bajo un régimen de li-
bertad y justicia». «Si es censurable pedir la Autonomía, concluye, no
hay otra alternativa que acordar la disolución del Partido». Frente a
ello, Montoro seguía confiando en el plan Abarzuza, y se negaba a «ce-
der a la presión de las muchedumbres»53. El doble espíritu del Partido,
demócrata y conservador. iba a parar a la ruptura. Dos días después, el
futuro mambí Zaldo hacía aprobar la redacción de una exposición

52 «Memorandum». 4-V-1895. en Arch. Montara. t. XXXVI. El original remitido por


Martínez Campos al ministro de Ultramar. Tomás Castellano, se encuentra en el archivo
Salas-Castellano. en una casa del Alto Aragón (sic l. según nos ha comunicado el praf. Car-
los Forcadell. a quien debemos tambien la consulta del texto de la Memoria autonomista.
53 Acta de la Junta Central. 27-VII-1895, en Arch. Montara, t. XXXIX.
92 Marta Bizcarrondo

donde la Autonomía se presentaba como único recurso para terminar la


guerra. Pero la proposición pasó sólo gracias al voto de calidad del pre-
sidente, tras un empate de doce contra doce. Y aún entonces, al redac-
tarse la exposición, su texto resultó tan edulcorado que Zaldo dimitió
de la Junta 54 . La orientación legalista a ultranza de ésta la aislaba del
país y de la propia militancia autonomista. Las deserciones eran cons-
tantes, según Viondi, y de haber elecciones partidarias, la Junta estaría
perdida55 •
En este callejón sin salida, fue el general Martínez Campos quien
proporcionó a los dirigentes autonomistas la razón para sobrevivir, aún
en precario. Según relata Montoro, Martínez Campos les tranquilizó
pronosticando que «la política de exterminio» de Weyler no podía
triunfar y «no quedaría entonces otra solución que la autonomía»56.
Aún a riesgo de quedarse casi solos, los autonomistas que pronto se lla-
marán «históricos» siguieron el consejo, cuyas previsiones se cumpli-
rán, con un retraso que tendrá por consecuencia el fracaso político del
movimiento, vacío ya de otra ideología en hombres como Gálvez (con-
decorado por Cánovas) y Montoro (hecho marqués por el mismo) que
la lealtad a España, dentro de una vaga expectativa de que las cosas
cambiasen en la península. Cuando en 1898 los autonomistas radicales,
apoyados en el reformismo, buscaba la aproximación a los patriotas de
la manigua, Montoro seguirá insistiendo en respetar la legalidad espa-
ñola, ahora encarnada por la Constitución autonómica. Fruto de esa su-
bordinación al principio de legalidad, olvidado de todos, el gobierno
autonómico encabezado por Gálvez seguirá funcionando y adminis-

54 Acta de la Junta Central, 29-VII y 18-IX de 1895. Con esta fecha fue elevada la Ex-
posición al Gobierno, solicitando «una política expansiva y liberal, cuyas fórmulas más
eficaces serían, en su concepto, la autonomía colonial y las demás soluciones de su pro-
grama»; ello «restaría fuerzas al movimiento insurrecional y precipitaría su declinación y
su ruina». Cito por E. Giberga, Obras, t. III, pág. 223.
La colección de actas registra un vacío desde la última citada hasta el 20-II-1896.
«Hay autonomistas, pero amedrentados -constataba Gálvez en esta última fecha-; mien-
tras subsista la nacionalidad, debe vivir el Partido». Incluso el moderado Bruzón advierte
ahora la necesidad de «decir al Gobierno que pedimos y no aceptamos más que nuestra
Autonomía, la Autonomía colonial de Gobierno responsable» (Acta de l8-V-1896). Arch.
Montoro, t. XXXIX.
55 «¿Cómo negar que la guerra será larga y ruinosa? ¿Cómo negar la soledad de esta
Junta? El descontento entre los autonomistas va creciendo y de no contenerse, se conver-
tirá en abierta hostilidad. ¿Nada significan las bajas numerosas en la lista de suscritores de
«El País»? Si ocurrieran en estos momentos unas elecciones, esta Junta se vería perdida».
Intervención de Viondi en acta de 8-VI-1895. Arch. Montoro, t. XXXIX.
56 Rafael Montoro, «Historia del Partido Autonomista», apartado XXIX.
El autonomismo cubano 1878-1898: las ideas y los hechos 93

trando hasta el 15 de diciembre de 1898. dos semanas antes de la


transmisión formal de la soberanía por España a los Estados Unidos 57.
Encalidad de ministro de Estado del Gobierno autonómico, Rafael
Montoro asistió el 1 de enero de 1899 al traspaso de poderes al go-
bierno interventor designado por McKinley, en tanto que «abigarradas
muchedumbres» pedían por las calles el ahorcamiento de los autono-
mistas al grito de «¡Los autonomistas a las guásimas!»58. La doble leal-
tad, al ideal autonomista y a la nacionalidad española, se mantuvo hasta
el final.
Ni Cánovas ni Sagasta habían querido entenderlo. El epílogo de
esta linea de pensamiento es el folleto Apuntes sobre la cuestión de
Cuba por 1m alltonomista. publicado desde su exilio, en Niza, en 1897,
por Eliseo Giberga, con la intención de explicar a partir de la historia
las causas de su fracaso político: «El Partido en que formaban los cuba-
nos adictos a la madre patria era denunciado como sospechoso. Cebán-
dose en él dos opuestas intransigencias. sólo en la firmeza de sus con-
vicciones y en la seguridad de su razón hallaba fuerzas para cargar su
cruZ... »59. Giberga. elegido senador en 1896. se había retirado volunta-
riamente de la escena política. pera con la muerte de Cánovas y el
anuncio por Moret de una próxima autonomía para las Antillas, vuelve
a la actividad. terminando por encabezar la corriente radical del partido
que busca a toda costa un acuerdo con los patriotas. frente a los des-
prestigiados «autonomistas históricos», que con Gálvez y Montara aun
encabezan el gobierno autónomo que a la sombra de la Constitución
colonial se instala en La Habana, casi a título póstumo. elIde enero de
1898. El PLA se encontraba practicamente desorganizado, asumiendo a
última hora su ala radical. apoyada en los reformistas. el intento deses-
perado por lograr un acuerdo con los mambises antes de que tuviera lu-
gar la intervención de los Estados Unidos 60 . El resultado de la guerra

57 "Consejo de secretarios autonomistas». acta de la última ,esión. 13-XII-1898 y de la


sesión de 5-XII-1898. Arch. ~tontoro. l. XL.
58 «Semblanza de Gálvez». cil.. en Uni¡'ersidad de La Habana. 1953. núms. 104-11 I.
pág. 139.
59 Eliseo Giberga. Af'ulltes sobre la cuestión de Cuba por uo autonomista (abril de
1897). en Obras, l. 1Il. pág. 316,
60 Un relato más amplio de este episodio en mi estudio preliminar a El problema colo-
lúal contemporáneo. Oviedo. 1998. pp. 64-66. El reformista Eduardo Dolz había sido el
encargado de presentar en el Consejo de secretarios la propuesta de buscar la paz "por to-
dos los medios a su alcance». incluida «una gestión directa con los jefes de la revolución»,
bajo el principio de «llegar a concesiones en todos los extremos sin más limitación que las
infranqueables barreras de la soberanía nacional ». Acta de la sesión de 15-II-1898, «Con-
sejo de secretarios autonomistas». Arch. ~tontoro. l. XL.
94 Marta Bizcarrondo

hispano-norteamericana significará el fin de su singladura política. Al-


gunos de sus miembros más destacados, como Giberga y Montoro, se
mantuvieron en la política cubana siempre dentro de opciones conser-
vadoras, pero su estrategia de ir construyendo el autogobierno de la Isla
desde laélites criollas, a la sombra de la metrópoli y sin experimentar
la absorción por parte de los Estados Unidos, había fracasado definiti-
vamente.

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