The Boyfriend Effect Kendall Ryan

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 211

¡Ayuda al autor adquiriendo sus libros!

Este documento fue realizado sin fines de lucro, tampoco


tiene la intención de afectar al escritor. Ningún elemento
parte del staff del foro Paradise Books recibe a cambio alguna
retribución monetaria por su participación en cada una de
nuestras obras. Todo proyecto realizado por el foro Paradise
Books tiene como fin complacer al lector de habla hispana y
dar a conocer al escritor en nuestra comunidad.
Si tienes la posibilidad de comprar libros en tu librería más
cercana, hazlo como muestra de tu apoyo.

¡Disfruta de la lectura!
Staff
Moderación y traducción
Molly & Tolola

Corrección y revisión final


Tolola

Diagramación
Bruja_Luna_
Índice
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Epílogo
Escena extra
Siguiente libro
Sobre la autora
Sinopsis
No se me da bien ser el típico novio.
Si una fila de corazones rotos y una lista de relaciones de
mierda fallidas me han enseñado algo, es eso. A mis amigos
les gusta meterse conmigo por mi última ruptura durante una
eternidad. Gracias, pero preferiría que me sacaran una
muela.
O que me hicieran una vesctomía.
Al mismo tiempo.
El alivio viene en un paquete iensperado: la hermosa y
peleona Maren. Es soloq ue resulta que es la hermana de mi
mejor amigo, así que no es incómodo en absoluto.
Pero soy un hombre con una misión, y a Maren le parece
bien enseñarme todas las maneras en las que he estado
fracasando como novio. Al parecer, hay muchas. Y es muy
informativo, hasta que empiezo a sentir algo.
Ahora no solo es mi reputación lo que está en juego, sino
mi corazón también.
Frisky Business, #1
Capítulo 1
Hayes
Me gustaría decirte que tengo mi vida en orden. Que lo
tengo todo resuelto.
Pero, si me vieras aquí ahora mismo, en la acera con mis
calzoncillos, para que Dios y todo el mundo me vea, sabrías
que estoy mintiendo como un bellaco.
Mi ahora exnovia está en el balcón de su apartamento en
el segundo piso, mirándome, vestida solo con una bata de
seda color melocotón. Su cabello está suelto y su cara roja de
ira, pero no hay lágrimas.
—¡Bastardo! —grita Samantha, y lanza de nuevo todas la
ropa que le cabe en un brazo por el balcón. Uno de mis
calcetines se atasca en la rama de un árbol.
Agarro mi camiseta de la acera y me la pongo. Es mayo,
pero todavía hace frío por las mañanas, y el aire fresco me
pica en la piel desnuda.
Tira mis zapatos al suelo después, de uno en uno. Uno
rebota en la calle, y espero a que pase un autobús urbano
antes de recuperarlo.
Vuelvo a mirar a Samantha, preparándome para lo que
viene después. En sus manos está la bolsa de mi
computadora portátil. Joder. Llena con mi computadora,
porque anoche vine directo del trabajo.
Algunos vecinos han salidos a sus balcones para ver de
qué se trata todo ese ruido. Tragándome mi orgullo, inclino mi
barbilla hacia la señora Hendrickson del apartamento 202 y
sonrío. Sus ojos se abren de par en par, sorprendida.
—Jesús, Sam, sé razonable —grito.
Mi bolso con la computadora viene navegando sobre el
balcón y aterriza con un fuerte ruido en la acera. Ahí va mi
computadora.
No tengo ni puta idea de dónde vino esta Samantha. Me
despertó esta mañana con sexo, parecía una buena señal,
¿verdad? Solo llevamos dos meses saliendo, pero pensé que
las cosas iban bien. Resulta que no sé una mierda sobre la
mierda.
¿Quizás quería un último paseo? ¿Algo para recordarme?
Maldición, estaba muy equivocado.
Me froto las manos en la cara.
—Nunca te comprometerás —dice Samantha, su voz
temblando de rabia.
Eso no es cierto. He comido la misma marca de cereales
durante los últimos doce años. Sé un par de cosas sobre el
compromiso. Pero decido que ahora no es el momento
adecuado para señalarle esto.
Después de tener sexo esta mañana, se acurrucó en su
almohada, mirándome con una expresión suave.
—¿Adónde crees que va esto entre tú y yo? —Me tocó el
pecho, con la punta de sus dedos trazando círculos perezosos
en mi piel.
Le dije la verdad, que no estaba seguro pero que me
gustaba salir con ella. Aparentemente, esa fue la respuesta
equivocada.
Se sentó de repente, tirando de la sábana para cubrir su
pecho desnudo.
—¿Eso es lo que crees que es? ¿Pasar el rato?
—No, por supuesto que no —dije, instintivamente dando
marcha atrás.
—Tengo casi treinta años, Hayes. —Entrecerró los ojos en
mi dirección.
Yo también tengo casi treinta años, pero no estaba seguro
de qué tienen que ver nuestras edades.
—Quiero más —dijo ella, frunciendo el ceño—. Una
relación. Un compromiso real. Matrimonio. Bebés. Una
familia.
Las cosas fueron a peor rápidamente después de eso.
La conozco desde hace dos meses, así que pensé que lo
que teníamos era algo casual. Aún no le he presentado a mi
abuela, que vive conmigo. Demonios, Samantha solo ha
estado en mi apartamento una vez. Nunca ha pasado la
noche, un hecho que me recuerda regularmente con desdén.
Otro vecino asoma la cabeza por la ventana con una taza
de café en una mano y un perro ladrador en la otra.
Pasan autos, algunos disminuyen la velocidad para ver
cómo se desarrolla el drama. No puedo decir que los culpe.
Esta es ciertamente la forma más emocionante en la que he
empezado un viernes por la mañana en mucho tiempo.
Finalmente tira mis vaqueros por el balcón, y me apresuro
a agarrarlos. Mi teléfono sigue en un bolsillo, milagrosamente
intacto. Me pongo los vaqueros y meto los pies en el par de
zapatillas Vans que rescaté.
Sin decir una palabra más, Samantha entra y cierra de
golpe la puerta corrediza de cristal.
La señora Hendrickson vuelve a entrar también.
Se acabó el espectáculo, amigos. No hay nada más que ver.
Después de agarrar la bolsa de mi computadora de la
acera, me dirijo a la calle. Me paro en la gasolinera de la
esquina y me compro un café de mierda antes de ir a buscar
mi auto. El vecindario de Samantha está en una zona muy
animada de Chicago. Nunca hay estacionamiento. Pero tuve
suerte anoche, y mi auto está a solo dos cuadras. Envolviendo
con una mano el calor de mi taza, me dirijo en dirección a mi
Lexus.
Una vez que llego a mi auto, tiro la bolsa de la
computadora portátil con ella rota en el asiento trasero.
Cuando salgo al tráfico, suena mi teléfono. Supongo que es
Samantha, pensando que tal vez quiere seguir regañándome,
y casi no respondo. Pero el nombre en la pantalla dice
WOLFIE.
Emito un gemido silencioso y respondo en altavoz.
—Oye, hombre. ¿Qué tal? —pregunto después de dar otro
trago del horrible café.
—Necesito que me hagas un favor —dice con voz ronca.
Ningún hola. Sin decir buenos días. Típico de Wolfie.
Pero el bastardo sabe que haría cualquier cosa por él. Igual
que él por mí. Por eso le dejo salirse con la suya con su
comportamiento de cavernícola.
—Es mi primer día libre en unos dos años, imbécil.
—Lo sé, lo sé —dice riéndose.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Cuál es el favor? —Es inútil discutir con él. Voy a hacer
lo que sea que necesite que haga.
—Necesito que vayas a ver a Maren.
Excepto por eso.
Maren es la hermana menor de Wolfie. Se graduó el año
pasado con un título en trabajo social. Es una buena chica.
Quiere ayudar a los demás. Marcar una diferencia en el
mundo.
El problema es que nunca he sentido por Maren Cox lo que
debería. Me siento cauteloso cerca de ella, como un león en el
zoológico, justo antes de la hora de comer.
—¿Estás ahí? —pregunta Wolfie sobre mi silencio.
—Estoy aquí.
Emite un largo suspiro.
—Está enferma. Dice que se queda en casa y no trabaja.
Pásate por su apartamento y comprueba su estado por mí.
Recuerdo todas las otras veces que Wolfie o Maren me
llamaron así, necesitando un favor, como cuando se quedó
fuera de su apartamento o cuando su auto se averió en la
carretera, o cuando su pez dorado murió y no podía tirar de la
cadena. Qué jodida molestia.
La recuerdo como una niña con una sonrisa dentada y
grandes ojos, siempre unos pasos detrás de nosotros y
pidiéndonos que la esperemos. Por supuesto que Maren tiene
un aspecto muy diferente estos días. Ahora tiene veinticinco
años, y se ha convertido en una gran mujer. Cada vez que
estoy cerca de ella, tengo que apartar la mirada de sus pechos
llenos, su boca exuberante y esas largas y tonificadas piernas
suyas.
Estuve ahí con ella la noche de su vigésimo primer
cumpleaños, sosteniéndole el pelo cuando vomitó por la
ventana del auto. Estuve ahí cuando le rompieron el corazón
por primera vez, cuando el imbécil de su novio la dejó
después de seis meses de noviazgo. La llevé contra mi pecho
con un suspiro de enfado y se rompió con lágrimas en los
ojos, haciéndome sentir aún peor.
Pero eso no fue nada comparado con el dolor que sentí
cuando supe que había roto con ella solo después de quitarle
la virginidad. Quería cazarlo y castrarlo. Quería hacerlo sufrir.
Pero, por supuesto, le prometí a una Maren desconsolada que
no haría tal cosa. En vez de eso, tuve que verla llorar por ese
inútil pollacorta durante semanas.
—¿Por qué no puedes ir? —pregunto, aunque ya sé la
respuesta a esa pregunta.
Wolfie deja escapar un suspiro.
—Día de inventario. Caleb, Connor y Ever llevan aquí
desde las cinco.
Trago, sintiéndome mal porque yo también debería estar
allí.
Soy dueño de una compañía de juguetes, Frisky Business,
con mis mejores amigos. Sí, ese tipo de juguetes. Del tipo
muy adulto. Nuestro negocio es mi pasión, pero no me he
tomado un día libre en años. Mis socios insistieron en que lo
hiciera... tomarme un fin de semana largo para mí.
Prácticamente me forzaron.
—No hay nadie en quien confíe más —dice Wolfie.
Es como familia para mí, y eso significa que Maren
también lo es. Le hice una promesa y nunca traicionaría su
confianza.
Lo tuvieron difícil de pequeños. Wolfie lo hizo todo por
Maren. Cuando su padre se bebió todo su sueldo, fue Wolfie
el que consiguió un segundo trabajo en su último año de
secundaria. Mientras el resto de nosotros jugábamos a los
videojuegos y jugábamos en la cancha de baloncesto, él
atendía mesas en el restaurante para pagar las clases de
ballet y el nuevo material escolar.
—Sí, iré —digo después de una larga pausa.
A pesar de lo leal que es Wolfie, siempre ha sido un
solitario. El tipo raramente llama o manda mensajes a menos
que necesite algo, pero también sería el primero en apuntarse
si le pidieras un favor.
—Gracias, hombre. Te debo una —dice.
Gruño y termino la llamada. Quince minutos después, me
detengo en el estacionamiento debajo de mi edificio.
Mi abuela y mi compañera, Rosie, me sonríen cuando abro
la puerta principal y entro en la cocina.
—Te convencieron, ¿eh?
—¿Qué?
—Te hicieron tomarte un día libre.
—Oh, claro. —Me paso las manos por el cabello—. Sí, lo
hicieron. —Suelto una risita sin sentido del humor.
Ella se sirve una taza de café y me la pasa.
—Pensé que estarías durmiendo hasta tarde. Te has
levantado temprano.
Asiento y acepto la taza de café, decidiendo ahorrarle la
historia de mi ruptura de esta mañana.
—Wolfie me pidió que fuera a ver a Maren. Supongo que
está enferma.
Rosie hace un ruido contemplativo.
—Eres un buen amigo.
—Supongo que sí.
Se ríe y me da una palmada en el antebrazo.
—Tengo planes con Marge más tarde. Iremos al mercado
de los granjeros.
—Tengan cuidado. —Mi abuela todavía conduce, y tengo
sentimientos encontrados sobre eso.
Ella se ríe de nuevo.
—No te preocupes tanto. ¿Vas a ver a esa chica tuya hoy?
Sacudo la cabeza.
—Ya no salimos.
Rosie me levanta una fina ceja color plata.
—Qué rápido las dejas. Espero que sepas lo que estás
haciendo.
¿Yo? Ni delejos.
Después de terminar mi café, me siento más humano.
Pensarías que que Sam me dejara de una forma tan
espectacular me habría desequilibrado, y lo ha hecho un
poco. Pero no se trata tanto de Sam como del hecho de que
estoy empezando a notar un patrón.
Ninguna de mis relaciones ha durado más de unas pocas
semanas, unos pocos meses como mucho. Y el único
denominador común soy yo. Y Sam tenía razón en algo: tengo
casi treinta años, lo que no es exactamente viejo, pero es lo
suficientemente mayor.
¿Por qué no puedo hacer que las cosas funcionen? La
respuesta a esa pregunta me molesta, pero no estoy listo para
oírla.
Dentro de mi habitación, cierro la puerta y me dirijo al
baño contiguo. Abro el grifo y me coloco bajo el chorro de
agua. Me enjabono y me lavo para quitarme el olor de
Samantha de mi piel.
Después de vestirme con una camiseta limpia y otro par de
vaqueros, tomo mis llaves y el teléfono. Dejo un beso en la
mejilla de mi abuela y salgo.
El apartamento de Maren está en una ordenada fila de
casas antiguas que se convirtieron en dúplex en los años
ochenta. El alquiler es razonable, y el estacionamiento en la
calle es abundante. Aparco delante del edificio de ladrillos y
salgo.
Llamo a su puerta y, después de un momento, abre. Maren
va vestida con un par de pantalones de yoga y una camiseta,
con su cabello largo y oscuro atado en un moño desordenado.
Mide metro sesenta y cinco, pero apenas llega a mi barbilla.
—Hayes. —Sonríe cuando me ve, poniéndose de puntillas
para abrazarme. Envolviendo con sus brazos mi cuello, me
acerca.
Toco la mitad de su espalda, dándole una palmadita, y
luego la suelto, necesitando poner algo de distancia entre
nosotros.
Si supiera todos los pensamientos sucios que tengo
cuando presiona sus suaves tetas contra mi pecho de esa
manera no vendría tan voluntariamente a mis brazos. Pero
Maren siempre ha sido cariñosa. Es así con todos. No creo
que entienda el significado del espacio personal, así que trato
de no leerlo.
Sonriéndome, me pregunta:
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Wolfie me envió. Dijo que estás enferma. Pero no pareces
estar enferma. —Tiene las mejillas sonrosadas y sigue
sonriendo.
Los ojos de Maren se abren de par en par y sus mejillas se
ruborizan.
—Um, no. No lo estoy.
Cambio mi peso de pie en su porche delantero.
—Dijo que hoy te llamaste al trabajo enferma.
Se encuentra con mis ojos de nuevo. Los suyos con del
color de las esmeraldas brillantes y las hojas doradas de
otoño con chocolate con leche derretido en el centro.
Técnicamente la palabra es avellana, pero es demasiado
simple para describir toda la vida y la profundidad que veo
cuando la miro a los ojos.
Hay muchas cosas que siento por Maren. Confusión.
Lujuria fuera de lugar. E irritación, porque nunca he sentido
lo que debería por esta chica.
—Bueno, esa parte es verdad.
—¿Te importaría ponerme al corriente?
Ella gime.
—Bien podrías entrar.
La sigo a su apartamento de una habitación. No es
elegante, pero está limpio y siempre ordenado. Hay un sofá
gris colocado en la sala de estar encima de una alfombra de
colores. Hay plantas en macetas desparejadas sobre el alféizar
de la ventana, y su pequeña cocina está impecable.
—¿Café? —pregunta.
—Estoy bien.
Cuando Maren se dirige a la sala de estar creo que detecto
una cojera, pero toma asiento en el sofá antes de que pueda
estar seguro.
Me siento a su lado.
—Háblame, paloma. —Es un apodo que le puse hace años
porque es tan hermosa e inocente como una paloma blanca, y
se me quedó grabado.
—Es totalmente vergonzoso. —Frunce el ceño, metiendo su
regordete labio inferior entre los dientes.
Su boca es literalmente perfecta. Quiero besarla. Y luego
follarla.
¿Ves mi problema?
Si Wolfie supiera lo que pienso de su hermana, me cortaría
las pelotas y me las haría tragar. Y me merecería cada
segundo de ello. Todo el mundo sabe que las hermanas están
fuera de los límites, y vivimos según un estricto código de
hermanos. No solo somos amigos, somos mejores amigos, y
llevamos un negocio juntos. Mantener las cosas apropiadas y
el PG son mis únicas opciones.
Me sonrío.
—¿Quieres oír lo vergonzoso? Te contaré mi mañana y por
qué estaba casi desnudo en la calle Halsted si me cuentas la
tuya.
Sus ojos se abren de par en par.
—Qué diablos —dice con una risa.
—¿Quieres que empiece yo?
Asiente.
Le cuento que Samantha me echó de su cama a
empujones y me desterró de su apartamento cuando solo
llevaba calzoncillos. Le hablo de los vecinos que miraban
desde sus ventanas. Los niños en pijama señalando y riendo.
Pero, si esperaba alguna simpatía de Maren, eso es lo
último que obtengo.
Se ríe contra su puño, con sus ojos bailando sobre los
míos.
—Te juro, Hayes, que tienes la peor suerte con las mujeres
que he visto.
Puedes decirlo otra vez.
—Créeme, lo sé.
Ella sacude la cabeza.
—Uno de estos días te tomaré bajo mi ala y te enseñaré a
ser un buen novio.
Una profunda risa cae de mis labios.
—En cualquier lugar, en cualquier momento. Pero,
primero, ¿por qué no me dices por qué faltaste hoy al trabajo
y le mentiste a tu hermano?
Su mirada cae al suelo.
—Tuve un pequeño accidente.
Mi corazón se estremece una vez.
—¿Un accidente de auto?
Aun evitando mis ojos, ella sacude la cabeza.
—Un accidente con la cera.
Estrechando mis ojos, digo:
—¿Un qué?
Ella suelta una risa nerviosa, y sus bonitas mejillas se
ruborizan de nuevo. Toca una con su mano.
—Quería ahorrar algo de dinero. Así que en lugar de ir a la
sala de depilación como suelo hacer para mi depilación de
bikini... compré uno de esos kits para el hogar. Pero creo que
la cera estaba demasiado caliente.
Que. Me. Jodan. Si pensé que mi mañana había empezado
mal, no es nada comparado con la agonía de tener que
sentarme aquí y enfrentarme a esta hermosa chica
diciéndome que se quemó el coño con cera caliente.
—Mierda. ¿Estás bien? —pregunto, apenas logrando decir
las palabras.
Ella muerde su exuberante labio inferior.
—Estaré bien. Solo estoy un poco dolorida. Y no te atrevas
a decirle una palabra de esto a mi hermano.
Levanto ambas manos.
—Créeme, no voy por ahí hablando de tu vagina con tu
hermano, y no tengo planes de empezar pronto.
Esto le saca una sonrisa a Maren.
—Ya es bastante mortificante que lo sepas.
Asientom, de acuerdo. Porque ahora me imagino el suave y
desnudo coño de Maren, y definitivamente me siento un poco
homicida por la idea de que hiciera esto por un tipo que no se
lo merecía.
—No tienes que avergonzarte a mi alrededor —digo,
abriendo los brazos—. Ven aquí.
Maren se acerca en el sofá, suspirando mientras se inclina
lo suficiente como para apoyar su cabeza en mi pecho. Mi
corazón late a un ritmo desigual mientras su olor a vainilla y
su fragante champú me rodea.
Su confianza en mí es como un castigo silencioso, algo que
tengo que soportar, porque estar cerca de Maren no es fácil
para mí. Miles de pensamientos pornográficos que no me
permito entretener me llegan desde todos los ángulos.
Cerrarlos es como un trabajo a tiempo completo, uno en el
que soy muy bueno.
Cuando libero a Maren del abrazo, se sienta y enarco una
ceja.
—¿Quieres que eche un vistazo? —pregunto, mayormente
bromeo.
—¿Estás loco? —Me mira fijamente—. ¡No!
Me encojo de hombros.
—Confía en mí, esto tampoco es fácil para mí. Solo... ¿qué
pasa si tienes quemaduras de tercer grado o algo así? Puede
que necesites tratamiento médico.
Su mirada se aleja de la mía otra vez.
—No es tan malo. Solo un poco rosa. Y sensible.
Me lamo los labios. Escuchar a Maren usar palabras como
rosa y sensible para describir su coño es una verdadera
tortura.
¿Quieres que lo bese y lo mejore?
Aprieto la mandíbula y lucho por el control. Años de
frustración sexual reprimida se agitan en mis entrañas.
—¿Quieres hablar de tu última ruptura? —pregunta ella,
probablemente desesperada por cambiar de tema, y soy
consciente—. Sobre... ¿Samantha? —Maren dice el nombre
como una pregunta, como si no estuviera segura.
Suspiro y me recuesto en su sofá.
—La verdad es que no. ¿Qué sentido tiene?
Sacude la cabeza y da un pequeño suspiro.
—Cambias de mujeres más rápido que yo de ropa interior.
Me lame los labios.
—Bueno, ya no. Ya he terminado.
Me mira de forma dudosa, como si no pudiera creer las
palabras que salen de mi boca. Para mi grupo de amigos
tengo la reputación de ser un Casanova. No un mujeriego
exactamente, más bien un monógamo en serie, saltando de
una chica a otra. Pero eso tiene que cambiar.
—Necesito un descanso. Sin más relaciones. Sin más
mujeres.
Mientras digo las palabras, sé que son ciertas. Necesito un
descanso de las mujeres. Si no puedo concentrarme en una
relación, no debería estar saliendo con nadie. Es tan simple
como eso.
Maren se endereza como si tuviera toda su atención.
—¿Cuánto tiempo?
—El que sea necesario.
Capítulo 2
Maren
Nunca sentí por Hayes Ellison lo que debería. Tal vez es
porque he tenido un asiento en primera fila para ver la puerta
giratoria de su dormitorio.
Eso no quiere decir que sea un mujeriego, sino más bien
un monógamo en serie, saliendo constantemente con alguien
nuevo. Hayes es un romántico de corazón, que se enamora
duro y rápido, pero la mayoría de sus relaciones parecen
desvanecerse después de un par de semanas.
Solo en los últimos meses estuvo la terapeuta de masajes
con la que empezó a salir y le prestó varios miles de dólares
para que abriera su propio consultorio. Entonces ella lo dejó.
Luego la aspirante a chef a la que ayudó a ingresar en la
escuela culinaria solo para que ella rompiera con él una vez
comenzado el semestre. Siempre ha sido así. No tengo ni idea
de lo que pasó con Samantha.
Pero, incluso con todas las emociones confusas que he
soportado, hay una cosa que siempre supe.
Hayes Ellison nunca será mío.
Mi atracción por él es casi sofocante. Decir que tenemos
una relación complicada sería quedarme corta. Cuando está
cerca, ardo más candente que el sol. Su grande y ancho
cuerpo parece absorber todo el oxígeno de la habitación hasta
que me mareo y casi me quedo sin aliento.
Y ahora está aquí, sentado en mi sofá, diciéndome que se
despide de las mujeres, y mirándome con lástima por mi
pobre y dañada entrepierna.
—¿Ya has desayunado? —me pregunta.
Sacudo la cabeza. Son las nueve de la mañana. Hice café,
pero aún no he desayunado.
—Salgamos a buscar algo. Así podré decirle a Wolfie que te
he dado de comer.
Asiento, sintiéndome un poco avergonzada. He vivido con
la idea de que Hayes solo es amable conmigo para apaciguar
a mi hermano, y que solo me cuida por responsabilidad
familiar. No hay nadie en quien confíe más, pero Hayes no es
un hombre con el que sea fácil tratar. Puede ser exigente e
intimidante.
Pero, cuando me mira, hay una amabilidad en sus ojos.
Siempre ha sido así conmigo. Soy su único punto débil,
supongo. Como todas las veces que busqué consuelo en sus
brazos, cuando mi novio de la secundaria me rompió el
corazón, cuando mi padre murió...
Aparto esos pensamientos porque ahora no es el momento
de hacer ese viaje por el camino de los recuerdos.
—¿Puedo ducharme primero? Seré rápida.
Aprieta su mandíbula cuadrada. Aparentemente lo agoto.
Como una niña pequeña.
—Claro —dice finalmente.
Y lo hago. Con el cabello recogido en un moño, me doy la
ducha más rápida del mundo. El agua caliente me pica la piel
rosa entre las piernas, pero no es nada comparado con la
agonía de tener que hablarle a Hayes de mi lesión.
¿Por qué le dije la verdad? Fácilmente podría haber
inventado alguna mierda sobre causar un tirón en la cadera
haciendo yoga. Pero, en vez de eso, me sinceré. Una mirada a
esos ojos dulces como el whisky, y de repente estoy
confesando mis secretos más oscuros. Una sensación de
hormigueo se retuerce en la parte baja de mi vientre.
Bueno. No todos los secretos.
Si Hayes supiera lo atraída que estoy por él, iría en una de
dos direcciones. Se reiría de mí hasta tener la cara roja, o se
sentiría súper incómodo y me evitaría el resto del tiempo.
Ambas opciones me parecen un infierno.
Suspiro, frotándome la piel un poco más fuerte que de
costumbre. Pero por mucho que me frote, nunca me quitaré
mis pensamientos sobre Hayes. He pasado horas fantaseando
con besar esa sonrisa sensual de su cara, envolver con mis
brazos sus anchos hombros, empujar mis caderas contra su
dura como una roca...
Para. Cuanto más me dejo caer en esta madriguera de
conejo, más enloquece el calor pulsante entre mi corazón y mi
núcleo. Mis dedos corren distraídamente sobre mi resbaladiza
y sensible piel.
¿Sería increíblemente pecaminoso masturbarme en la ducha
con Hayes a menos de tres metros de mí, separados solo por
una fina puerta?
Aparto el pensamiento, sumergiendo mi cara bajo la
repentina ráfaga de agua fría que sale del cabezal de la
ducha, y alcanzo el grifo. Siempre hay una brutal ráfaga de
agua fría justo al final. Normalmente salgo antes de apagar el
chorro, pero esta mañana necesito la llamada de atención
para refrescar mi ahora recalentado cuerpo.
Con Hayes esperando, termino de prepararme en un
instante. Me pongo una camiseta y un par de leggins del
cajón, y me doy una patada mental por saltarme el día de la
colada esta semana. El trabajo ha sido algo estresante. Miro
la fila de polos que cuelgan en mi armario, cada uno con el
logo bordado de Riverside, y se forma un bulto en mi
garganta. Cada vez que pienso en lo que le pasa a Riverside,
la casa de retiro más antigua de Chicago en el lado norte,
todo lo que quiero hacer es acurrucarme en la cama bajo diez
mantas, ver mis películas favoritas y llorar.
No tengo tiempo para esto.
Con momentos preciosos malgastados, me esfuerzo por
estar presentable. Después de una docena de toques de rímel,
unas cuantas líneas de corrección en las cejas y un vigoroso
peinado con los dedos de mi enredado cabello, ahora estoy
lista para irme. Agarro el pomo de la puerta, ya preparando
mis disculpas al paciente Hayes.
Y me paro en seco. ¡Desodorante!
Me coloco desodorante bajo los brazos agresivamente,
sacudiendo la cabeza ante mi propio reflejo. Veinticinco años
y todavía no tengo mi rutina matutina en orden. La presencia
de Hayes esta mañana me ha convertido en un desastre
agotado. Ojalá Wolfie no interviniera tanto en mi vida.
Cuando salgo del baño, menos de veinte minutos después
de que me escapara, Hayes sigue en el sofá. Pero, en vez de
mirarme con esos grandes y cálidos ojos, se quedó dormido,
con sus largas pestañas proyectando sombras sobre sus
pómulos.
Me acerco de puntillas a él, debatiendo entre cada paso
qué clase de hermana pequeña voy a ser. ¿Dulce y cariñosa?
¿O una molesta plaga? Un pensamiento tan claro como el
cielo de verano de Chicago me calienta tanto con la emoción
como con la vergüenza.
No quiero ser la hermana pequeña de Hayes.
Suavemente, acaricio su mandíbula con el dorso de mis
dedos.
—Hola, dormilón.
Sus ojos se abren de par en par, ardiendo. Su mano se
acerca a la mía con un agarre impactante, apretando.
—No hagas eso. —Sus ojos arden con algo intenso, sus
pupilas brillan como la miel bañada en lava fundida.
—Lo siento —susurro, y mis cejas se fruncen, confundida
por su reacción.
Su mirada viaja lentamente por mi cuerpo, como si se
tomara su tiempo antes de posarse en mi cara una vez más.
Su expresión es aburrida, desinteresada, ya que dice:
—Sabes que no hay que despertar a un hombre
hambrienojado.
Y entonces su expresión cambia. Está esa sonrisa
exasperante, extendiendo suaves líneas en sus labios
regordetes y sus ojos imposibles de leer.
Es mi turno de parpadear. No puedo mirarlo mucho
tiempo antes de correr el riesgo de hacer algo increíblemente
estúpido, como besarlo.
—Estar hambrienojado no es excusa para ser malo. —
Hago pucheros con el labio inferior, flexionando la mano como
si estuviera herida.
No, no me ha hecho daño. Pero eso no significa que no le
deje pensar que lo hizo. Bajo la mirada al suelo y luego la
llevo de nuevo a él a través de mi mascara. Soy una experta
en el aleteo de pestañas. Es la primera cosa que aprendes
cuando tu hermano tiene amigos sexis.
Pero Hayes es inmune a mí. Ya está en pie, buscando en
sus bolsillos su cartera y sus llaves. Provocar una respuesta
emocional de este desequilibrado hombre solo hace que me
caiga de culo. Y mi ego ya ha sido suficientemente herido por
él a lo largo de los años.
—¿Lista? —pregunta.
Le doy una sonrisa débil.
—Síp.
—Después de ti, paloma. —Hayes me sonríe, y salimos
juntos.
Mi cerebro es una perra traidora. Cosas que no debería
permitirme imaginar aparecen en mi cabeza sin mi permiso, y
normalmente en el peor momento imaginable.
Cuando me abre la puerta del restaurante de la esquina,
me encuentro visualizando su gran cuerpo moviéndose
encima del mío. Cuando toma su primer precioso sorbo de
café humeante, siento su boca caliente presionando mi
garganta. Cuando me lee sus platos favoritos del menú de
tres hojas laminadas, oigo las palabras sucias que caen de
sus labios exuberantes mientras sus dedos trabajan entre mis
muslos. Todos esos elegantes músculos masculinos
reclamándome, poseyéndome, usándome...
—¿Maren?
Me doy cuenta con una sacudida de que Hayes está
esperando que responda a algo que acaba de decir.
—Lo siento. ¿Qué es lo que has dicho? —Mi mirada se
encuentra con la suya, y vaya, Hayes parece enfadado. Si no
lo conociera tan bien, estaría seriamente preocupada.
—¿Salado o dulce?
Dulce. Siempre dulce.
—Dulce, supongo. —Me encojo de hombros, dejando caer
otro cubo de azúcar en mi café.
La tensión tallada en su mandíbula apretada se relaja
mientras su expresión se convierte en una sonrisa. Cómo
pasa de cero a cien, y de nuevo a cero, siempre será un
misterio para mí.
—No has cambiado nada desde que tenías ocho años,
¿verdad? —Suspira, inclinándose sobre la mesa. Incluso unos
pocos centímetros de espacio eliminado entre nosotros me
hacen sentir como si el clima en este pequeño y sucio
restaurante hubiera cambiado. Tropical.
Con las mejillas en llamas, pongo los ojos en blanco.
—Lo que sea, Hayes.
Me encanta y odio cuando saca a relucir nuestra historia.
Me encanta porque me hace muy feliz que conozcamos las
personalidades del otro probablemente mejor que nadie. Lo
odio, porque soy egoísta. Quiero tener la oportunidad de
causar una nueva primera impresión. Demasiado a menudo
me pregunto si giraría la cabeza mientras camino por la calle
si no me viera ya como la hermana pequeña de su mejor
amigo.
¿Cómo sería nuestra primera cita?
—Estar hambrienojado no es excusa para ser mala —dice
con fingida ofensa.
Fijándome en sus ojos abiertos, sus labios caídos y la
mano puesta sobre su corazón, no puedo evitar reírme.
Rápidamente llevo mi taza de café a mi boca para ocultar mis
labios pícaros sonriendo.
—Muy gracioso —susurro, poniendo los ojos en blanco por
enésima vez hoy. Hemos estado juntos cuánto, ¿una hora? No
creo que ninguno de los dos haya dicho una palabra sin
burlarse.
Si le gustara de verdad, no se burlaría tanto de mí.
Eso está en contradicción directa con una de las charlas
favoritas de mi padre sobre que no se permiten chicos.
Cuando los chicos se burlan de ti significa que les gustas,
Maren. Pero callo su voz con un hirviente sorbo de café. Eso
es solo mi subconsciente, tratando de salvar un
enamoramiento que lleva dos décadas rancio. No, papá.
Cuando un chico se burla de ti, solo se burla de ti.
Cuando aparece un camarero, hacemos nuestros pedidos.
Pido mi habitual tostada francesa con fruta, y Hayes se
conforma con claras de huevo revueltas con espinacas. Somos
criaturas de hábitos, así que cuando Hayes pide un lado de
panqueques, mis cejas se disparan de incredulidad.
—He tenido una mañana dura, ¿de acuerdo? Primero,
prácticamente me tiraron por una ventana. Luego descubro
que estás mortalmente enferma. —Cuando me burlo, me calla
con una mirada suplicante—. Me merezco esto. ¿De acuerdo?
Su tono es severo, rogándome que no esté de acuerdo con
él. No es que no lo fuera a hacer. Comer carbohidrato de vez
en cuando no lo matará, a pesar de lo que pueda pensar.
—No creo haberte visto comer panqueques en una década.
Hayes es muy cuidadoso a su físico, lo cual se muestra en
un grado molesto. Mientras tanto, yo probablemente podría
encontrar espacio en mi vientre sin fondo para nuestras dos
comidas. Especialmente si pudiera lamer el jarabe de su...
—Tal vez no me conoces tan bien como crees —murmura
ontra ecn su café, con las cejas moviéndose. Intenta ser tonto,
pero es innegablemente sexy.
Cruzo las piernas, consciente del dolor entre los muslos.
—¿Podemos no hacer esto durante unos cinco minutos? —
Resoplo, cruzando mis brazos sobre mi pecho.
Hayes enarca una ceja.
—¿Hacer qué?
—Jugar. Burlarnos, bromear, etc. —Ahora soy yo la que
murmura. Se me conoce por iniciar una pelea y luego agitar
la bandera blanca de la rendición en el primer asalto. Siempre
he sido una pacificadora. Simplemente es mi personalidad—.
¿Podemos ser amables con el otro?
—Bien, podemos hacerlo. Podemos ser amables. —Hayes
se endereza y agarra su servilleta de tela de la mesa, con la
platería de dentro haciendo ruido por todas partes, solo para
meterla en el cuello de su camisa.
Yo resoplo de risa, cubriéndome la cara y rezando para que
nadie en este restaurante me mire.
Agita mi servilleta frente a mi cara. La agarro con una risa
y me la meto en el cuello de mi polo.
—Dígame, señorita Maren, ¿cómo está esta mañana?
—¿Se supone que esto nos hace sentir bien? Porque me
siento tonta.
—Nunca te has visto mejor. ¿Cómo va el trabajo?
No tengo tiempo para reaccionar a su cumplido. Mi sonrisa
cae con un solemne ceño fruncido.
—Está bien.
—No... parece bien. —Lo quiera o no, Hayes copia con mi
ceño, y su frente está surcada por profundas líneas de
preocupación. Se quita la servilleta del cuello, y luego saca la
mía también. De repente la broma ha terminado.
—¿Qué pasa, paloma? Háblame.
Suspiro. No le he hablado a nadie de esto todavía.
Supongo que es apropiado que sea Hayes. ¿Cómo puedo decir
que no a esos ojos color miel?
—Hubo una reunión en Riverside ayer por la mañana.
Supongo que uno de los grandes donantes con los que
solemos contar para que haga una contribución anual decidió
dársela al museo de arte en su lugar. Lo cual es, como, genial
para el museo de arte. Ellos también necesitan dinero. Pero...
—¿Riverside va a estar bien? —pregunta, sabiendo lo
importante que es para mí.
Me encojo de hombros, parpadeando lágrimas.
—No lo sé. La reunión muy tan seria. Normalmente, Peggy
trae pastel de café o algo así, pero ayer... estaba destrozada.
Me di cuenta de que había estado despierta toda la noche,
llorando. Nos dijeron directamente que empezáramos a
buscar otros trabajos.
—Vaya.
—Sí. —Ahora tengo mocos que gotean de mi nariz, así que
los limpio con la servilleta de tela.
Hayes extiende la mano sobre la mesa, casi como si fuera
a tomar la mía. Pero sus dedos se paran a centímetros de los
míos. Cerca, pero no lo suficiente.
La tristeza se cuece dentro de mí, lista para atravesarme
de nuevo.
En ese momento, nuestro camarero reaparece con platos
humeantes de comida que me hacen la boca agua. Me limpio
las lágrimas con una sonrisa vergonzosa, aceptando mi plato.
Huele delicioso y, mientras inhalo, mi tristeza se desvanece.
—Nota para mí. Si Maren está triste, tráele dulces —dice
Hayes riéndose.
Ni siquiera me importa que se burle de mí otra vez, porque
estos panqueques son increíbles. Y, aunque me preocupa
Riverside, sé que preocuparme ahora mismo no resolverá
nada.
Pero ese lugar es mucho más que un trabajo para mí. Es
casi como un segundo hogar. Y lo hago todo, lo que sea
necesario... contestar teléfonos, responder correos
electrónicos, hacer seguimiento a las reclamaciones de
seguros, la lista continúa. Pero lo que más me gusta hacer es
hablar con los residentes. Averiguar sus historias.
—Oye —dice Hayes, reclamando mi atención de mi plato
hasta que me vuelvo a centrar en el hombre de enfrente, cuya
expresión es extraña. Debajo de la preocupación, hay algo
como... ¿determinación?— Vamos a resolver esto. Te ayudaré
a salvar Riverside.
Vuelvo a parpadear en sorpresa.
—¿Vas a ayudarme de verdad?
—Dije que lo haría. ¿Qué se supone que significa eso?
—¿No será como aquella vez que me dejaste en el cine para
ir a jugar un poco con Missy Carter? —Le sonrío.
—Está bien, te abandoné, pero en ese entonces, a los
diecisiete años quería que Missy me chupara la polla más de
lo que quería vivir. Volví a buscarte cuando la película
terminó —añade con una sonrisa.
Estirando la mano hacia el otro lado de la mesa, lo golpeo
con el dorso.
—Idiota —murmuro, pero le devuelvo la sonrisa.
Cuando Hayes extiende su mano sobre la mesa, nuestras
manos se encuentran y mi corazón se acelera.
—Prometo ayudarte —murmura, y sus ojos se entrelazan
con los míos—. Lo que sea que pueda hacer y lo que sea que
pueda ayudar, lo haré por ti... por Riverside. Tienes mi
palabra, paloma.
Mi corazón se desborda.
Capítulo 3
Hayes
Cenar fuera con los chicos es algo casual, y normalmente
uno que espero con ansias. Pero hay algo que no me gusta de
esta noche.
Para ser honesto, no quiero estar aquí. Supongo que es
porque no he podido quitarme a Maren de la cabeza, pero
también podría ser porque mis supuestos amigos me
obligaron a tomarme un tiempo libre la semana pasada, y
todavía me siento culpable por ello.
Las hamburguesas con queso y las cervezas de McGil's
resuelven la mayoría de los problemas, así que las cosas
empiezan a mejorar. Nuestro camarero nos entrega la comida
junto con un montón de servilletas extra que no pedimos pero
que seguramente necesitaremos.
Después de dejar los platos, se queda en nuestra mesa un
momento demasiado largo. Estoy seguro de que ve a tres
solteros exitosos y atractivos cuando nos mira, y no se
equivoca. Pero la noche de chicos es sagrada, e incluso
Connor sabe que no debe ir a la caza de coños durante la
noche de chicos en McGil's.
—Estamos listos, gracias —le dice Wolfie, echando una
mirada molesta, y ella huye.
Connor sacude la cabeza hacia él.
—Parece agradable.
Observo su interacción con un distante tipo de desapego,
sabiendo que tengo que librarme de lo que sea. Estoy
distraído y nervioso, y es solo cuestión de tiempo que Wolfie
se dé cuenta. El tipo se da cuenta de todo, y es casi imposible
ocultarle algo.
—¿Estás bien? —pregunta Wolfie, evaluándome desde el
otro lado de la mesa con la frente arrugada.
—Sí.
—Vamos, Hayes. Te conocemos mejor que eso. ¿Qué te
pasa? —Wolfie me calla con una mirada seria.
Sabiendo que no debo rechazarlo, me froto con una mano
la barba incipiente de mi mandíbula y decido seguir con la
respuesta que no revela que he estado pensando en cómo se
vería su hermana desnuda.
—Um, la mierda salió la semana pasada con Samantha.
No es gran cosa.
—¿Samantha? Fue tu sabor del mes, ¿verdad? —Connor
se ríe contra su cerveza—. ¿Qué diablos pasó esta vez?
Gimoteo un sonido que mis amigos interpretan
correctamente.
—Así de malo, ¿eh? —Connor me mira de forma burlona.
Agarro un par de servilletas y escudriño mi comida. He
tenido relaciones más largas con una de estas hamburguesas
que él con una mujer. El tipo es alérgico a la monogamia. Un
mujeriego total. No estamos de acuerdo en muchas cosas,
pero somos amigos desde la universidad y es uno de mis
socios, así que hago todo lo posible por ser amable.
Como Connor es un soltero perpetuo, no espero que
entienda mi necesidad de compañía. Pero siempre he sido así;
es como estoy conectado. Me siento más yo mismo cuando
formo parte de un dúo. Pero debo estar haciendo algo mal,
debo ser el peor novio del mundo para terminar siempre en
esta misma posición después de unas semanas o meses.
Wolfie me mira fijamente.
—Dinos, Hayes.
Dios, ¿mataría al tipo sonreír de vez en cuando?
—Ella quería compromiso, y yo no estaba listo,—digo
alrededor de un bocado de mi hamburguesa.
Connor sonríe.
—Así que lo de siempre, entonces.
—Vete a la mierda. —Sonrío y le arrojo una papa frita a la
cara.
Wolfie sacude la cabeza.
—Compórtense, niños.
Si yo soy el Casanova del grupo, buscando constantemente
a mi otra mitad, y Connor es conocido por la puerta giratoria
en su dormitorio, Wolfie es como el padre de nuestro equipo.
Con su severa reputación y ese ceño fruncido perpetuo en su
cara, diría que eso lo solidifica. Siempre siento que lo estoy
decepcionando y nunca puedo decir que no, por lo que
siempre voy a ver a su hermana cuando me lo pide. Es lo
menos que puedo hacer. Especialmente porque sé cuánta
mierda pasaron él y Maren de pequeños.
—Conociéndote, probablemente ya has pasado a la
siguiente alma desafortunada —añade Connor antes de
meterse dos papas fritas en la boca.
Sacudo la cabeza con firmeza.
—No. Esta vez no. Necesito un descanso, hombre. Voy a
dejar de salir con nadie.
Wolfie se encuentra con mi mirada y asiente.
—Eso probablemente sea sabio.
Asiento, pero mis sentimientos sobre este tema no están
nada claros. Una parte de mí se preocupa de que no pueda
hacerlo. Otra parte se preocupa de que nunca encuentre una
buena mujer con la que asentarme. Y otra parte de mí se
pregunta por qué mis relaciones nunca parecen funcionar.
La conversación cambia a los negocios, lo que no es una
sorpresa, y me encuentro asintiendo y gruñendo en los
momentos apropiados. Ofrezco mi opinión cuando se necesita
o se pide, pero mi mente divaga.
Más específicamente, vaga directamente hacia Maren.
Cuando se abrió durante nuestro desayuno juntos sobre
sus problemas en el trabajo, la mirada sombría de su cara me
destripó. Tiene el peso del mundo sobre sus hombros, y no
hay manera de que pueda no ofrecer mi ayuda. Riverside es
más que un trabajo para ella, es el lugar seguro al que iba
después de la escuela. Es donde pasaba las tardes visitando a
su abuelo antes de que muriera. Es parte de lo que la
convierte en Maren
Cuando ya no tengo hambre, aparto mi plato medio vacío.
Un rápido vistazo a Wolfie confirma que no puede leer mis
pensamientos, y gracias a Dios, porque no siempre son tan
puros cuando se trata de su hermana pequeña.
Por mucho que intente evitar pensar en Maren como
cualquier otra cosa que no sea la hermana de Wolfie no es
fácil, y se hace más difícil cuanto más tiempo paso con ella.
Quiero ayudarla a conservar su trabajo, pero no es solo eso.
Quiero hacer muchas cosas con ella, si soy honesto, tanto
platónicas como no tan platónicas. Pero, si voy a permanecer
soltero un tiempo, necesito ignorar todos esos pensamientos,
y bien podría usar mi nuevo tiempo libre para algo bueno.
Y ahí es cuando me doy cuenta. Puede que haya pensado
en la solución perfecta para ayudar a Maren. Y, si también
implica pasar mucho tiempo extra con ella, que así sea.
Tal vez ponga fin a este extraño mal humor que tengo,
siempre y cuando me controle y tenga en mente el objetivo
final.
Capítulo 4
Maren
—¡Hola, Maren! —grita la señora Jones desde su silla de
ruedas en el pasillo.
Saco la cabeza de mi oficina para saludarla. Su asistente
de enfermería espera pacientemente a que el intercambio
termine, envolviendo con sus dedos con manicura perfecta las
manijas de la silla de ruedas.
La señora Jones es una residente que necesita supervisión
y cuidado constante. Desde que se resbaló en la bañera la
primavera pasada, ha estado rodando sobre cuatro ruedas. Si
me preguntas a mí, creo que le gusta el servicio de chofer.
—Hola, señora Jones. ¿cómo esta su espalda hoy?
—Mejor. —Sonríe, y las arrugas se profundizan alrededor
de sus grandes ojos marrones—. El masajista que trajo fue
maravilloso. No sabía que los hombres hicieran ese tipo de
trabajo.
Sonrío a través de la vergüenza. Es extraño para mí lo que
algunos de estos ancianos se aferran a sus pasados...
especialmente los prejuicios anticuados que parecen llevar a
estos pequeños comentarios improvisados. Pero luego
recuerdo que tal vez no vuelva a ver a la señora Jones
después de este mes. Si Riverside cierra, puede que no vuelva
a ver a ninguno de mis residentes. Y sé que extrañaría mucho
estas conversaciones.
—La gente está haciendo todo tipo de trabajo en estos días.
Mírame a mí —digo encogiéndome de hombros.
—Hora de desayunar y del club de lectura —dice
suavemente la enfermera.
Le doy un saludo a la señora Jones.
—Debería pedirle prestada ese masajista la próxima vez —
digo mientras la enfermera la aleja—. No lo canse, ¿de
acuerdo?
Todavía puedo oír a la señora Jones riéndose cuando las
puertas del ascensor se cierran detrás de ellas.
Mi estómago se queja. Normalmente desayuno antes de
venir a trabajar, pero desde la reunión de personal, me cuesta
salir de la cama a tiempo para el trabajo, y mucho menos
para comer.
Después de terminar un correo electrónico, me embolso mi
identificación de Riverside y cierro con llave la puerta de mi
oficina detrás de mí, recorriendo el corto trayecto por el
pasillo hasta el ascensor. Cuando me lleva al cuarto piso, la
señora Jones y su club de lectura ya están situados en el
restaurante con tazones de fruta fresca y avena.
Tomo una bandeja y opto por un sándwich de desayuno.
La cajera asiente cuando le muestro mi identificación,
presionando los botones que ponen la comida en mi cuenta,
palabras elegantes para descontar de mi sueldo unos pocos
dólares. La comida aquí es sorprendentemente buena, así que
no me importa ni un poco.
Durante las comidas, me esfuerzo por sentarme con los
residentes. Parte de mi trabajo es ser el punto de contacto
entre un residente y su equipo médico. Tengo reuniones
bimensuales con cada residente, según lo permita el horario.
Las charlas con café y galletas son una forma fácil de evitar la
burocracia y mantener mi dedo sobre el pulso literal de
Riverside.
El sol de la mañana fluye agradablemente a través de las
altas ventanas que dan al patio interior, atrayéndome a través
del suelo. Allí encuentro a una de mis personas favoritas,
Donald, relajado en un sillón naranja. Tiene los ojos cerrados,
y su pecho sube y baja mientras duerme tranquilamente.
Coloco mi bandeja en la mesa de café tan silenciosamente
como puedo. Llevandome mi sándwich de salchicha y huevo a
los labios, doy un mordisco cauteloso. El crujido es lo
suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.
—¿Y esta es la canción de cuna que merezco? —se queja
Donald mientras abre los ojos, siendo la imagen perfecta de
un viejo gruñón.
Pero sé que en realidad no es gruñón. Siempre hay un
brillo en sus tormentosos ojos azules, prometiendo buen
humor y bromas interminables. Me vendría bien un poco de
entretenimiento hoy.
—Lo siento, Don. —Me río, cubriendome la boca con una
mano—. El pan está tostado.
—¿Tostado? Por ese crujido, habría adivinado que está
hecho de grava.
—Espero que no. —Finjo preocupación, inspeccionando el
sándwich.
—Eres nueva aquí, chica. Te acostumbrarás —me dice con
un guiño.
Compartimos la misma sonrisa de siempre cuando me dice
lo nueva que soy. Para Don, un par de años aquí significa que
sigo siendo nueva. Pero no me siento nueva. De cualquier
manera, no me importa la burla, y es seguro que no me
importa que me llamen niña cuando es Don quien lo hace.
Supongo que, de todos los residentes de aquí, él es el que más
me recuerda a mi abuelo.
—¿Cómo lo llevas hoy, Don?
—Oh, la pregunta obligatoria —dice, enderezando su
postura como el buen estudiante que estoy segura que fue—.
Bien. Muy bien. ¿Y cómo estás tú?
—Oh, estoy bien. —Sonrío de forma poco convincente, y él
levanta una ceja blanca y enjuta.
—No me mientas —dice, con tono severo en su voz.
Érase una vez, Don era un profesor de universidad, y uno
estricto me han dicho. No tiene sentido ocultarle nada al
hombre. Pero técnicamente no tenemos luz verde para hablar
con los residentes sobre los problemas financieros de
Riverside, así que tendré que andarme con rodeos.
—Solo estoy cansada. Pasé las últimas noches despierta
hasta tarde, tratando de resolver un problema.
Ya está. Es cierto, pero lo suficientemente vago como para
no levantar ninguna bandera roja. Don es escéptico, sin
embargo, me entrecierra los ojos como si tratara de leer mi
mente.
Ni hablar, Don.
Finalmente se rinde, inclinándose hacia adelante con un
resoplido y extendiendo una mano. Tomo su palma con la
mía, suave y áspera al mismo tiempo, su piel blanca marcada
con manchas de edad. Me duele el corazón cada vez que
recuerdo su edad. Noventa y cuatro en su último cumpleaños.
No puedo soportar más pérdidas en mi vida, pero también sé
que no estará para siempre.
—Llevo vivo más de noventa años, Maren. Y no he visto a
mucha gente trabajar tan duro y tanto como tú. Si trabajas
por ello, sucederá. —Con eso, me da una palmadita en la
mano y se reclina en el sillón con un suspiro—. Ahora toma
tu desayuno para que puedas volver a ello.
Mis ojos pican con lágrimas, pero parpadeo. Aún no he
llorado delante de un residente, y no pienso cruzar esa línea
hoy.
—Sí, señor —susurro con una sonrisa irónica.
Sin decir una palabra más, termino mi desayuno mientras
Don reanuda su siesta matutina. De camino de vuelta a mi
oficina, señalo a una enfermera y le pido que vea a Don en
una hora. Su cuello se acalambra si duerme mal, después de
todo.
En mi oficina, Peggy está esperando en la puerta.
—Lo siento, ¿olvidé una reunión? —pregunto,
reflexivamente buscando mi teléfono para revisar mi
aplicación de calendario.
—No, no, para nada. Solo me preguntaba si podíamos
hablar un segundo, —dice, sonando preocupada.
—Por supuesto.
Peggy me sigue al interior, cerrando la puerta tras de sí
antes de caer en la silla frente a mi escritorio con un pesado
suspiro. En el momento en que hacemos contacto visual,
estalla en lágrimas.
Entro en acción, agarrando los pañuelos de encima de mi
archivador y deslizándolos por el escritorio hacia ella. Toma
un pañuelo con un suave agradecimiento y se limpia las
lágrimas de sus sonrojadas mejillas. Las abultadas cuentas
de su collar retumban con cada respiración temblorosa.
—¿Qué está pasando? —pregunto, con un bulto que se
forma en mi garganta mientras me preparo para lo peor que
podría decir.
—Oh, ya sabes —dice sorbiéndose los mocos—. Facturas
por pagar que dicen que tenemos hasta el final del mes antes
de que tengamos que recortar la nómina. Me veré obligada a
despedir a muchos empleados —dice, y luego se disuelve en
otro charco de lágrimas.
Necesito todo el profesionalismo que hay en mí para no
ceder a la tragedia de todo esto y llorar con ella.
—¿No hay nada que podamos hacer? —pregunto, con la
garganta apretada—. Tiene que haber algo.
—Bueno, no que yo haya encontrado. Podemos buscar
préstamos, pero no sé cómo los pagaríamos. A menos que un
gran donante llegue y salve el día, Riverside como lo
conocemos está acabado. Se ha vuelto demasiado caro de
operar. —Peggy se ahoga.
Se recompone y se endereza en la silla, con una nueva
determinación en sus ojos.
—Maren, eres una joven maravillosa y trabajadora.
Deberías buscar otro trabajo más pronto que tarde, antes de
que todos los demás empiecen a buscar. Apúntame como tu
referencia. Le diré a cualquier empleador potencial lo increíble
que eres. Serías una bendición para cualquiera.
—Gracias, Peggy —digo con una débil sonrisa, deseando
que esta conversación termine. En realidad desearía que esta
conversación fuera una que nunca tuviera que suceder. Todo
lo que quiero hacer es salir corriendo de aquí, saltar al metro
y llevarla directamente a mi apartamento en la parte alta de la
ciudad donde pueda llorar en paz, lejos de todo el mundo.
Peggy me acerca y me da un gran abrazo antes de irse.
La abrazo con fuerza, sabiendo que lo que siento debe
estar multiplicado por diez para ella. Ha estado aquí más de
una década, así que no puedo imaginar lo que esto le debe
estar haciendo.

***

El resto de mi mañana transcurre como un borrón de citas


e informes. Me detengo de revisar mis correos electrónicos
solo por el sonido de mi teléfono con un recordatorio.
Almuerzo con Scarlett.
Todavía adormecida, empaco mi bolso y cierro mi oficina,
saliendo al brillo del mediodía del verano en Chicago. La
cafetería que elegimos está a un corto paseo, y estoy llegando
a la puerta justo cuando Scarlett se acerca.
—¡Oye! —grita, con todo el sol y el calor en su blusa rosa y
su chaqueta de color crema, y su bolso arco iris de ganchillo
colgado sobre un hombro.
Todo lo que necesito es una mirada a mi mejor amiga y las
emociones del día vienen a raudales, liberando las lágrimas
que llevo reteniendo todo el día.
Scarlett se precipita hacia mí con los brazos abiertos y una
expresión de preocupación.
—Oh, Dios mío, Mare. ¿Estás bien?
—La verdad es que no —me las arreglo para decir,
resoplando fuerte y secándome las lágrimas que ahora corren
libremente por mis mejillas.
—Tomemos una mesa y me lo puedes contar todo, ¿bien?
Scarlett es la que habla, gracias a Dios. Pide mi combo de
sopa y ensalada favorito para mí y un sándwich de ensalada
de pollo para ella antes de guiarme a la mesa más apartada
del patio. Para cuando nos sirven la comida, le he confiado
con lágrimas la deprimente situación de Riverside.
—Eso es desgarrador. —Scarlett suspira, inclinándose
para frotarme la espalda en pequeños y reconfortantes
círculos—. Lo siento mucho, Mare. Qué desastre.
—Gracias por escuchar. —Me sorbo los mocos, frotándome
los ojos con una servilleta de papel—. ¿Podemos hablar de
cualquier otra cosa ahora? ¿Por favor? —Le soplo a una
cucharada de sopa de arroz con limón.
—Sabes que siempre estoy aquí para una buena
distracción. No creerás la cita que tuve anoche. El bastardo
apareció con una camisa hawaiana de mangas cortas;
estampado de flores, colores chillones, todo el conjunto de
circo.
—Nooo. —Me río, sacudiendo la cabeza con alegre
conmiseración.
Scarlett tiene muchas citas, y normalmente son bastante
terribles en general. En su búsqueda del señor correcto, ha
compilado un extenso canon de historias de desastres, todas
contadas con un increíble sentido del humor. Aunque me da
pena su último desastre de citas, ya me estoy animando con
la divertidísima situación en la que se ha encontrado una vez
más. Tenía razón, siempre es una gran distracción.
—Sé que es verano y todo eso, pero pensé que habíamos
quemado colectivamente todas las camisas hawaianas a
principios de los años dos mil. ¿Como una sociedad
avanzada? Como, no, ¡amigo! ¡Hay reglas!
Ahora me estoy riendo a carcajadas, con el drama del día
casi olvidado. Siempre puedo contar con Scarlett para
levantarme el ánimo.
Cuando terminamos nuestros almuerzos y nos
despedimos, la abrazo un poco más fuerte que de costumbre.

***

El resto de la tarde pasa en una neblina. Mis reuniones


con los residentes no tienen incidentes, y mi papeleo aún
más.
Para cuando recojo y me voy, mi humor se ha hundido de
nuevo. El caluroso sol de verano se burla de mí, todavía en lo
alto del cielo a las cinco de la tarde.
Dirigiéndome a la estación de tren, hago la tranquila
caminata por el vecindario residencial donde Riverside está
cómodamente ubicado. Normalmente me encanta esta parte
del día, cuando el trabajo está hecho y la única preocupación
en mi mente es qué cenaré.
Esta noche estoy adormecida por la decepción y la
impotencia. Mi mente está abrumada por tratar de averiguar
qué puedo hacer para ayudar a salvar Riverside, pero hasta
ahora no he encontrado nada, lo que hace que mi humor se
hunda aún más. Por una vez no hay retrasos en los trenes,
así que llego a casa en tiempo récord.
Estacionado frente a mi dúplex hay un Lexus conocido, así
que no me sorprende mucho a quién encuentro esperándome
en mi puerta.
—Hola, paloma. —Hayes sentado en la escalera, una
sonrisa perezosa en sus labios. Las mangas de su camisa
están arremangadas, revelando intrincados tatuajes en su
antebrazo izquierdo.
Al verlo tengo un escalofrío en la columna vertebral.
—Eh —digo en voz baja, dándole un pequeño e incómodo
saludo. ¿Qué hace aquí?
—Pensé que podríamos hablar de las opciones para
Riverside. ¿Estás libre esta noche? Podríamos pedir la cena —
pregunta, apoyando los codos en el escalón superior.
Dudo que se dé cuenta, pero esta postura muestra sus
pectorales como ninguna otra. Es tan injusto.
—No tienes que hacer eso —digo, con mi voz saliendo un
poco sin aliento.
Levanta un hombro.
—Sé que te pesa ti, y he estado pensando en ello desde que
desayunamos la semana pasada. Creo que se me ha ocurrido
una idea que funcionará.
—¿En serio? —chillo, rodeando sus extremidades,
intentando ignorar lo cerca que está su cara de mi
entrepierna—. Pasa.
Una vez en el interior, Hayes se instala en su lugar
habitual en mi sofá, sintiéndose como en casa. Siempre me
sorprende lo natural que es en mi pequeño apartamento, casi
como si viviera aquí él también. Una vez más, es hora de
frenar mi loca imaginación de ir lo que nunca podría ser.
Me quito los zapatos y me reúno con él en el sofá,
metiendo los pies debajo de mí.
—Gracias por esto, Hayes. No esperaba que tuvieras
ninguna idea.
—Estoy pensando hacer una recaudación de fondos —dice,
con sus ojos color whisky brillando sobre los míos—. Un
evento elegante en el que podamos cobrar un par de cientos
de dólares por entrada. Podría haber una rifa y subastas
silenciosas. Premios, artículos de subasta y el catering puede
ser donado, todo. ¿Qué opinas? ¿Funcionaría?
Apenas puedo oír lo que dice por el martilleo de mi
corazón, pero por lo que deduzco, en realidad suena como
una muy buena idea.
—Creo que podríamos hacer eso.
—Genial. Hagamos una propuesta. ¿Qué quieres para
cenar? —Hayes saca su teléfono de su bolsillo, buscando su
aplicación de entrega preferida.
Me acurruco contra su hombro. Tal vez lo toque demasiado
con él, pero no me importa. Él sopla y se lleva la niebla con
facilidad. No puedo evitar querer tocarlo. Agradecerle. Obtener
consuelo de él.
—Pizza suena bien —murmuro, mirando la pantalla de su
teléfono.
—Pizza es entonces.
Lo veo armar la pizza perfecta: salchichas, pimientos
verdes, cebollas y queso extra. Mi corazón se agita cuando me
doy cuenta de que ha memorizado mi pizza favorita, y eso es
lo que está pidiendo. Tengo que recordarme que la mayoría de
los amigos conocen lo que piden de los demás, y que esto no
es nada sobre lo que asumir nada. Scarlett lo demostró hoy
en el almuerzo, así que por supuesto que Hayes conoce mi
pedido de pizza.
—Bien, debería estar aquí en media hora. Agarraré mi
computadora portátil, y podremos empezar a trabajar en un
plan de juego. —Se pone en pie y camina hacia la puerta
donde dejó su bolso para sacar su computadora.
Cuando regresa y se sienta, hay treinta centímetros de
espacio entre nosotros en el sofá. Es un poco humillante lo
deprimida que estoy, pero intento no centrarme en ello...
demasiado.
—Muy bien —dice—, así que te dejaré inventar un nombre
llamativo para el evento. Yo puedo investigar los proveedores
mientras haces una lista de potenciales artículos para la
subasta, y a quién podemos acercarnos para hacer
donaciones, ¿sí?
Asiento, buscando mi propia computadora, escondida bajo
la mesa de café. De mala gana decido darle el espacio que
obviamente quiere, colocando las piernas debajo de mí
mientras me sitúo en la alfombra. Una vez que estamos
cómodos, bajamos la cabeza y nos ponemos a trabajar. En
poco tiempo me he olvidado completamente de la pizza. En su
lugar, mis pensamientos están atrapados en cestas de regalo
y paquetes de experiencias.
El timbre de la puerta me asusta, y siento como si saltara
un metro en el aire. Hayes se ríe abiertamente de mi
conmoción, lo que solo hace que mis mejillas se vuelvan más
rojas y que ponga los ojos en blanco en su dirección.
—Cállate y trae la pizza —murmuro, señalando hacia la
puerta.
—Sí, señora —dice, poniéndose en pie desde el sofá.
Mirar su trasero cubierto de tela vaquera no hace nada
para calmar mis nervios. ¿Cómo mantiene su trasero tan
perfectamente musculoso?
Mientras Hayes mueve nuestras computadoras para hacer
espacio para la caja y los platos de la pizza, yo me excuso a
mi habitación para ponerme algo un poco más cómodo.
Cerrando la puerta detrás de mí, me quito los pantalones y la
camisa y me quedo en ropa interior.
¿Tengo que llevar sujetador alrededor de Hayes? Ruedo mis
hombros, las tiras pellizcan incómodamente. Al diablo, ni
siquiera se dará cuenta. Estiro la mano para desabrochar el
sostén y dejar que las tiras caigan de mis hombros.
Cuando salgo de mi habitación, llevo una camiseta de
rayas sueltas y mis leggins más cómodos. Hayes me observa,
pero luego vuelve a mirar fijamente a la pantalla de televisión
apagada, con su ceño fruncido.
—Gracias por esperar —digo, inclinándome sobre la pizza
para tomar el primer trozo de la caja. Cuando le ofrezco el
siguiente trozo a Hayes, él extiende su plato sin siquiera
mirarme. Bien, entonces.
—¿Quieres ver algo mientras comemos? —Su voz es baja y
grave, y aún no me mira.
—Claro.
No estoy segura de cómo supo que necesitaba esto esta
noche. Pizza, película y un buen amigo. No sé por qué, pero
esa combinación hace que la mayoría de los problemas
parezcamás pequeños.
Sube el volumen y se pone a ver cualquier película de
superhéroes que estén emitiendo en un bucle esta noche. Me
hundo en el sofá junto a él, disfrutando del calor de otra
persona tan cerca de mí. Pero Hayes no es una persona
cualquiera. Nos sentamos en silencio durante los créditos de
apertura. Doy un mordisco a la pizza, reuniendo el valor para
mirarle.
Hayes ya está trabajando en su siguiente trozo de pizza
para cuando le echo un vistazo.
—¿Quieres quedarte un rato? Quiero decir, ¿al menos
hasta que termine la película? —pregunto, apenas
reconociendo mi propia voz. Sueno mucho más segura de mí
misma de lo que realmente soy.
Ese pequeño y misterioso músculo de su mandíbula se
mueve. El mismo que veo saltar mucho cuando estoy cerca.
—Claro, me quedaré.
Capítulo 5
Hayes
Este es un interesante giro de los acontecimientos.
¿Mi estado actual? Estoy sentado en el sofá de Maren
viendo una película con ella. Lo cual está bien y no es nada
inusual.
Excepto por el hecho de que tengo una tienda en mis
calzoncillos ahora mismo, y no puedo dejar que Maren lo
sepa. Incómodo, cambio de posición, pero no es nada
comparado con la vergüenza que sentiría si supiera lo caliente
que me pongo con ella, y la reacción que tiene mi cuerpo
cuando está cerca.
¿Qué demonios hace con esa endeble camiseta sin nada
debajo? Necesito cada gramo de autocontrol que tengo para
mantener mis ojos fijos en la pantalla del televisor y no donde
quieren ir.
Por ahora, tengo que concentrarme. Al menos la película
es buena. Y la pizza está bien, aunque lo que quiero probar
está entre sus piernas.
Maldición.
Mi concentración duró cinco segundos.
Nuevo plan.
Tal vez alguna conversación me ayude a quitarme de la
cabeza todos los pensamientos asquerosos que corren por mi
cerebro.
—Entonces, ¿has visto esto antes? —Señalo con la barbilla
la pantalla, donde el personaje principal está el lateral de un
edificio con facilidad.
Maren asiente, con la boca llena de pizza. Se limpia la
comisura de la boca con el dorso de la mano, como imagino
que haría después de chupármela.
¡Por el amor de Dios! Tranquilízate, Hayes.
—¿Estás bromeando? Es un clásico —dice después de
tragar, cruzando las piernas debajo de ella.
Mis cejas se levantan con sorpresa.
—No te tomé por una aficionada a las películas de
superhéroes.
Se encoge de hombros.
—Cuando creces con Wolfie como hermano...
Gruño en comprensión, y un cómodo silencio se interpone
entre nosotros. La charla ayuda, así que trato de pensar en
otra cosa que decir.
—Así que, ¿cómo está...? —digo, justo cuando ella dice—:
Me preguntaba...
Maren se ríe y asiente, pero muevo las manos.
—No, sigue.
—Iba a preguntar sobre los proveedores de comida. ¿Ha
habido suerte?
Sí, claro. Charla de trabajo. La razón por la que estoy aquí.
Salvar su lugar de trabajo que también es muy cercano y
querido para su corazón es la meta y, por supuesto, ahí es
donde su mente está ahora mismo. Soy el único que no puede
mantener su mente fuera de lo sucio más de dos segundos.
—Sí, tengo algunas buenas ideas. Aquí, echa un vistazo. —
Saco mi computadora de la mesa de café y lo llevo a mi
regazo.
Maren se sube al sofá y se acurruca a mi lado. Gracias a
Dios por el medio kilo de plástico y metal en mi regazo, que es
todo lo que me está salvando de un mundo de pecado en este
momento.
Nos desplazamos a través de los frutos de mi trabajo
mientras una escena de lucha se desarrolla de fondo.
Maren hace pequeños sonidos de aprobación en cada sitio
web, lo que solo hace más difícil mantener la calma.
—Son increíbles —dice, agarrándome el brazo con más
fuerza y presionando su mejilla contra mi hombro—. Muchas
gracias, Hayes. No sé cómo podré pagarte.
Se me ocurren un millón de ideas...
—No lo menciones. Estoy feliz de ayudar.
Volví a guardar mi portátil, el nuevo que tuve que comprar
para reemplazar el que Sam tiró a la acera.
¿La sensación de hacer feliz a Maren, de ayudarla cuando
lo necesita? Podría ser mejor que el sexo. No es que no quiera
demostrar esa teoría antes de sacar cualquier conclusión.
Me suelta el brazo y recuesta la cabeza contra el sofá con
un suspiro de alivio.
—Ya me siento mucho mejor —dice feliz—. No me
malinterpretes, hay mucho más que hacer, pero parece que
las cosas están mejorando en todos los aspectos de mi vida.
—¿Sí? Incluso... —Asiento en dirección a su regazo, y me
mira fijamente—. ¿Te sientes mejor... ahí abajo también? —
Dirijo mi mirada brevemente a sus leggins antes de mirarla a
los ojos.
Un bonito rubor llega a sus mejillas y su cuello. Intenta
suprimir una sonrisa y mira al suelo, moviéndose en su
asiento.
—Sigue un poco sensible. Pero sí, está casi todo curado.
Todavía puedo besarlo y mejorarlo.
—Bien. Estaba preocupado.
—¿Estabas preocupado por mi... ahí abajo?
Joder, joder, joder.
—No, quiero decir, en sentido médico. Solo quiero que
estés segura y saludable, paloma.
—Oh. Claro. —Su pecho salta con una inhalación.
Mi voz baja.
—Las quemaduras deben tomarse en serio. Especialmente
en.… las partes delicadas del cuerpo. —¿Por qué demonios
sigo hablando?
—No le has dicho nada a mi hermano, ¿verdad?
—Por supuesto que no.
Suspira, respirando lentamente.
—No dejaría de hablar de esto hasta que me muriera.
Tú y yo, ambos.
No sé exactamente qué haría Wolfie o cómo reaccionaría si
se enterara de que su mejor amigo y su hermana menor
hablan del estado de su coño, pero algo me dice que no
estaría muy contento.
—Lo que no sabe no...
Me detengo a mitad de la frase. Maren no me está
escuchando. Está fingiendo ver la película. Pero, en realidad,
está acurrucada en una bola con la cabeza en las manos, las
lágrimas brotan de sus ojos y sus hombros tiemblan.
—Paloma, ¿qué pasa?
—Lo siento. Estoy muy avergonzada —susurra—. Primero
el accidente de la depilación con cera, y ahora Riverside.
Debes pensar que soy un desastre. —Se limpia la esquina de
los ojos, dándome una mirada triste que me destroza.
—Ven aquí.
La acerco a mí, rodeando sus hombros con mi brazo, y ella
coloca su cabeza contra mi pecho. Me rompe escucharla
hablar de sí misma de esa manera. Maren es la última
persona que debería sentirse culpable por algo. Y quiero
asegurarme de que lo sepa.
—Estoy aquí porque quiero estarlo, ¿bien? No porque me
sienta mal, y ciertamente no porque te compadezca. Eres
fuerte, inteligente y hermosa. A veces la vida es una mierda, y
todos necesitamos un poco de ayuda a veces.
—¿Realmente crees que soy hermosa? —pregunta,
lloriqueando.
Maldición. Esta chica será mi muerte.
Sonrío, tratando de restarle importancia a lo espectacular
que acabo de meterme el pie en la boca.
—No dejes que se te suba a la cabeza.
Nos quedamos así el resto de la película, Maren con su
cabeza contra mi pecho y yo haciendo lo mejor para controlar
al tigre agazapado en mis pantalones. No le tomó mucho
tiempo dejar de llorar y relajarse contra mí. Digamos que esta
noche demostró que no le gusta mucho el espacio personal.
Si Maren supiera todas las formas en que he fantaseado
con ella, con empujarla contra la pared, doblando su curvado
trasero sobre una mesa, se horrorizaría. Ciertamente no
vendría voluntariamente a mis brazos ni colgaría de mí como
si fuera su entretenimiento personal.
Sé mucho sobre mujeres, tanto por mi época de citas como
por mi trabajo. Pero no sé mucho sobre asuntos del corazón.
El corazón humano me confunde. ¿Cómo puedo sentir tantas
cosas por Maren pero ser demasiado cobarde para hacer algo
al respecto?
Poco después de que la película termine, me pongo en pie
y Maren me acompaña a la puerta.
—Gracias por venir esta noche.
Asiento, tratando de no mirarle el pecho. Sí, quedarme solo
dejaría más tiempo para la tentación.
—Por supuesto. De hecho, también me está ayudando a
mí, ya sabes.
—¿Cómo te ayuda estar aquí? —Me lanza una mirada
inquisitiva.
Me muevo, de repente deseando no haber dicho nada.
Pero, ahora que lo he hecho, sé que Maren no parará, así que
debo ser honesto.
—Con mi autoimpuesta ruptura con las citas, tengo más
tiempo libre en mis manos.
La expresión de Maren se vuelve pensativa, y asiente.
—Entonces podemos ayudarnos mutuamente.
—Me gustaría. —A medida que las palabras salen de mi
boca, me doy cuenta de que son absolutamente ciertas.
Sus labios se separan, partiéndose con una sonrisa feliz.
—¿Seguro que no te importará que te señale todas las
formas en que eres un asco como novio?
Esto me hace reír, a pesar de mi mal humor.
—No soy un asco como novio.
Maren estrecha sus ojos.
—Hayes.
Me río.
—Bien. Explícamelo todo.
Se apoya en el marco de la puerta, evaluándome con una
expresión fría.
—En primer lugar, contrariamente a la creencia popular, a
las mujeres no les gustan las fotos de pollas. Y se las
muestran a sus amigas, ¿sabes?
Aferrándome a mi pecho fingiendo horror, sonrío.
—No soy un completo hombre de las cavernas. Nunca lo
haría.
—¿Nunca? —pregunta.
—Mi polla nunca ha sido fotografiada. Prometido.
Maren se ríe.
—Eso es bueno. Y sabes que todo eso de que las mujeres
son el sexo débil es basura, ¿verdad?
Yo cambio mi peso.
—¿Más o menos? —digo, mi voz se eleva—. Pero todavía
abro puertas y pago en las primeras citas.
Se muerde el labio, y sigue mirándome.
—Puede que aún haya esperanza para ti.
Asiento, sintiéndome inseguro de repente.

***

De vuelta a mi apartamento, entro para encontrar la


cocina brillante y acogedora. Rosie siempre deja una luz
encendida. Agarro un vaso de la estantería y lo lleno de agua
antes de ir a su puerta y tocar suavemente.
—Oh, bien. Estás vivo —dice Rosie sarcásticamente.
Con una risita, abro la puerta y la encuentro metida en la
cama, con rulos en el pelo y un libro en el regazo.
—Te traje un poco de agua.
Gruñe, estrechando los ojos.
—¿Dónde estuviste tan tarde?
—Con Maren. Necesitaba ayuda. Cosas de Riverside.
—Últimamente pasas mucho tiempo con Maren. —Sus ojos
se abren de forma sugerente.
—Solo estaba ayudando a una amiga. Ya lo sabes.
—Mmm. —Parece escéptica.
—Buenas noches, abuela.
—Buenas noches, cariño.
Cierro la puerta de su habitación y atravieso el
apartamento hacia la mía. Una vez a solas con mis
pensamientos, finalmente me permito respirar tranquilo por
primera vez en toda la noche.
Lo hice. Sobreviví. Logré pasar una noche a solas con
Maren sin poner mis manos sobre ella.
Y fue una maldita tortura absoluta.
Bien, esto es más difícil de lo que pensé que sería... todo el
asunto de “mira pero no toques” que tenemos. No juega
limpio. Tal vez porque esto no es realmente un juego. Es la
vida real. Y mi relación con mi mejor amigo y socio está en
juego.
Pero hay más que eso, porque ahora Maren necesita mi
ayuda. Solo tenemos un mes para salvar Riverside. No tengo
ni idea de cuándo se convirtió esto en algo importante para
mí, pero lo es. Tengo que ver a Maren tener éxito.
Incluso verla vacilar un segundo esta noche me rompió.
Tal vez porque Riverside era el lugar seguro al que iba
después de la escuela a ver a su abuelo, cuando seguía vivo.
Tal vez porque es donde trabaja ahora, y no quiero verla
despedida y de repente en el mercado laboral. Pero, más que
nada, Maren quiere esto, simple y llanamente. Así que yo
también lo quiero para ella, y haré lo que pueda para que
suceda.
Maldición, hace todo esto muy complicado. Estar con ella
esta noche, solo sentado mirando sus ojos y su bonita boquita
fue suficiente para volverme loco. Añade el recuerdo de lo
guapa que estaba y lo bien que me sentía con ella acurrucada
a mi lado, y hola, tienda de campaña, mi viejo amigo.
Respiro profundamente, luchando por controlarme.
Pero entonces recuerdo que me habló de su coño. Que está
casi curado, pero sigue sensible. El inocente rubor que cubrió
sus mejillas mientras hablaba.
Es inútil. Me ha arruinado.
No puedo permitirme cometer el pecado capital de
fantasear con la hermana de mi amigo.
Así que hago lo que cualquier hombre haría.
Aprieto los ojos, me muerdo el interior de la mejilla, y me
saco la polla solo en la oscuridad de mi habitación, rezando
para que el karma no exista realmente.
Capítulo 6
Maren
Por primera vez en toda la semana, no puedo esperar a
salir de la cama.
Después de que Hayes se fuera anoche, puse mi alarma
temprano, a las seis de la mañana, pasa poder trabajar un
poco más de tiempo en la recaudación de fondos antes de ir a
Riverside. Pero dormir no es fácil cuando todo lo que quieres
es empezar un nuevo día. Estoy bien despierta para cuando
suena mi despertador.
Tan pronto como mis pies tocan el suelo, mi mente está
llena de detalles del evento. El tiempo es limitado, y no
podemos permitirnos usar un servicio de planificación de
eventos, así que tendremos que ser creativos. Lo bueno es que
siempre estoy dispuesta a aceptar un desafío.
Una vez que me ducho, me envuelvo con mi toalla
esponjosa favorita y me dirijo del baño a la cocina, dejando
un rastro de gotas de agua a mi paso. En el rincón adyacente
a mi cocina se encuentra mi lavadora, escondida detrás de
puertas dobles sin terminar.
Abriendo la tapa de la secadora, me doy palmaditas en la
espalda por haber tenido la previsión de lavar la ropa anoche
antes de dormir. Mi polo es fresco y fragante con el olor a
suavizante de vainilla. De vuelta en el baño, me recojo el
cabello en una cola de caballo y me aplico maquillaje natural.
Me siento tan revitalizada que incluso me aplico un poco de
labial rosado para acentuar mi sonrisa.
El Wi-Fi de mi apartamento es extrañamente exigente esta
mañana, así que meto mi computadora portátil personal en
una bolsa de lona y traslado mi operación a dos manzanas al
este de mi cafetería favorita, Early Bird. La cafetería está
ubicada entre un banco y un restaurante italiano, todos
comparten el mismo complejo de edificios. Los pequeños cafés
de moda (que no son Starbucks) son difíciles de encontrar en
este vecindario, pero Early Bird supera las probabilidades
transformándose en un pequeño y elegante bar de cócteles
llamado Night Owl después de las siete de la noche. Admiro la
versatilidad de los pequeños negocios, un rasgo que espero se
me pegue mientras planeo.
Después de situarme en la ventana, sentada con mi
computadoras y un café con leche caliente, me pongo a
trabajar. Por mucho, el proceso de asegurar los artículos de la
subasta será el que más tiempo consuma, por lo que estoy
buscando una ventaja.
Cuando llega el momento de subirme a un tren hacia el
norte, he redactado más de una docena de solicitudes de
donación a empresas locales que han apoyado a Riverside en
el pasado, además de algunos nuevos lugares que creo que
tendríamos una oportunidad de ganar. Hay restaurantes,
teatros, cervecerías e incluso una bolera en la lista.
Considero añadir la compañía de Hayes, Frisky Business,
pero tengo la sensación de que una cesta de regalo llena de
consoladores podría no ir bien con esta multitud. Para mi
hermano y sus amigos su compañía es totalmente normal, y
para mí ya no es tan impactante como antes. Pero debo
recordar que no todos son tan abiertos de mente.
Mi cola de caballo se balancea de un lado a otro mientras
subo con confianza las escaleras de la plataforma del tren. El
mayor desafío en todo esto será convencer a Peggy, quien se
ha resignado a la derrota, de que esto funcionará.

***

—Tengo un contacto en un proveedor de licores que


definitivamente estaría interesado en proporcionar el vino
para la degustación, y tengo todas las solicitudes de donación
para la subasta listas para enviar. Mi amigo incluso redactó
un concepto de diseño...
Doy la vuelta a mi computadora sobre mi escritorio y la
deslizo hacia Peggy, cuyas cejas han estado profundamente
surcadas por la confusión desde que empecé a compartir con
ella los planes para la recaudación de fondos para salvar
Riverside. Agarra sus gafas de lectura de la solapa de su
camisa y entrecierra los ojos ante el diseño.
En algún momento entre la compilación de una lista de
posibles proveedores y el atiborramiento de pizza, Hayes armó
un hermoso logo para el evento, usando los colores azul
marino y gris de Riverside con acentos de plata. “Gala
Riverside” prácticamente brilla en mi pantalla, brillando en el
reflejo de las gafas de Peggy
—¿Qué te parece? —pregunto, esperando que diga algo por
primera vez desde que se sentó para esta improvisada reunión
matinal—. ¿Crees que el precio de la entrada es demasiado
alto? ¿Ya has desayunado? ¿Podemos ir a la cafetería a tomar
un café y hablarlo? ¿Peggy?
Sus ojos están llenos de lágrimas. Mierda. La he abrumado
con información. ¿Cómo puedo dar marcha atrás?
Respiro, con una disculpa posada en mi lengua, pero
cierro la boca cuando Peggy levanta un dedo. Espero mientras
lee la propuesta una vez más.
—Creo que es una idea maravillosa —dice finalmente,
levantando la mirada de la pantalla de la computadora.
La esperanza florece en mi pecho mientras toda mi tensión
se disipa con un gran suspiro de alivio.
—Me alegra mucho que pienses así.
Estoy tan contenta, de hecho, que podría inclinarme sobre
este escritorio y darle un gran beso húmedo en la mejilla. En
vez de eso, solo le doy una amplia y tonta sonrisa,
prácticamente zumbando de emoción.
Peggy, por otro lado, se ha limpiado las lágrimas y es todo
negocio.
—¿Cómo puedo ayudar? —pregunta, cerrando el
ordenador para mirarme.
Yo frunzo los labios por un momento, pensando.
—Bueno, tienes una relación maravillosa con nuestros
donantes... ¿qué te parece esto? Hoy, puedes llamar a los
donantes y hablarles del evento y los precios de las entradas.
Entonces puedes ofrecer dos entradas adicionales por solo
doscientos dólares más. De esta manera, tenemos más gente
en la puerta, más ojos en nuestros artículos de subasta, y un
poco de dinero extra en el banco. ¿Cómo suena eso?
—Puedo hacer eso. —Peggy asiente, desplazándose a
través de los contactos de su teléfono. De repente levanta la
mirada, preocupación marcando sus facciones de nuevo—.
¿Tendremos suficiente tiempo para prepararnos?
—Haremos lo que podamos con el tiempo que tenemos.
Después de esto, voy a llamar a un amigo para hablar de un
lugar para la noche. —Extendiendo la mano sobre el
escritorio, aprieto suavemente una de las de Peggy para
tranquilizarla—. Prometo que haré todo lo que esté a mi
alcance para salvar a Riverside del colapso.
—Si alguien puede hacerlo, creo que eres tú, Maren. —Su
tono es decidido, y rezo para que tenga razón.
Después de que Peggy salga por la puerta, soy una mujer
con una misión, saco mi teléfono y llamo a la única persona
que puede ser capaz de aceptar todas mis grandes ideas y
hacer algo con ellas.
—Hola, nena, ¿qué pasa? —La voz de Scarlett suena por
teléfono. Está masticando algo, probablemente el desayuno de
yogur y granola que sé que le encanta.
—Oye, me preguntaba si podrías ayudarme con un
proyecto —le digo, poniendo mi teléfono contra mi hombro
mientras enciendo mi computadora de escritorio.
—Cualquier cosa que necesites. Soy tu genio mágico en
una botella.
Me río, disfrutando de esa imagen mental por un momento
antes de sumergirme.
—De acuerdo. ¿Qué probabilidad hay de que el Loft done
espacio a una casa de retiro para una elegante gala de fin de
verano? —Ahora que lo he dicho en voz alta, puedo oír lo
absurda que es mi petición. Pero Scarlett no salta un golpe.
—Depende de la agenda. Dame un segundo.
Mis cejas saltan de sorpresa. Esperaba al menos una sola
pregunta o preocupación. Entonces me recuerdo que, como
coordinadora de eventos, Scarlett trata con este tipo de
preguntas a diario. Por suerte para mí, y para Riverside, esta
es su especialidad.
—¿Qué tal a principios de verano? Tuvimos una
cancelación de boda para el veinte de junio. Triste para ellos,
pero afortunado para ti.
—¿El veinte de junio? —Me ahogo, buscando
frenéticamente la fecha en mi calendario. Falta menos de un
mes. Ups.
—Sí. El sexy solsticio de verano. En este punto dudo que
encontremos otros que lo alquilen, y definitivamente nos
quedamos con su depósito porque, lo diré, los fastidia a ellos
y a su asqueroso compromiso. Entonces, ¿qué piensas?
Casi quiero preguntar, ¿hay cualquier otra cosa más
tarde? Pero me muerdo la lengua.
—El veinte de junio sería perfecto. Apúntanos y hazme
saber lo que necesitas de mí.
—Claro, Mare. Te enviaré un contrato a la hora del
almuerzo. Tengo que reescribir algunas cosas si no te vamos a
cobrar. Vaya, qué bien. ¡Estoy emocionada de trabajar
contigo! —Scarlett se ríe entre bocados de desayuno, y yo me
uno felizmente.
—Yo también. Eres la mejor.
—No, chica. Solo hazme unas galletas y estaremos en paz.
Ahora es mi turno de llorar.
—Claro que sí.
Nos despedimos, y paso los siguientes diez minutos
mirando las fotos del Loft en su página web. Es íntimo,
precioso, y puede que funcione.
No quiero arruinarlo... pero creo que esto va a funcionar,
después de todo. Estoy deseando contárselo a Hayes.
Capítulo 7
Hayes
—Estamos buscando algo... discreto.
—No podemos dejar que los niños se tropiecen con un
consolador rosa fuerte de treinta centímetros, ¿verdad?
¿Treinta centímetrosas? Alguien es ambicioso.
Wolfie y yo estamos en la parte de atrás de nuestra tienda,
haciendo balance de las hojas de cálculo. Pero, durante los
últimos diez minutos, hemos estado en primera fila con
Connor intentando ayudar a una pareja de mediana edad a
encontrar el juguete perfecto para darle sabor a su
matrimonio.
Tiene mucho trabajo por delante porque, a juzgar por la
mirada de la esposa, visitarnos no fue su idea. Por suerte
para ella, esto podría ser lo mejor de que su marido la haya
convencido. La satisfacción del cliente es un requisito básico
en este negocio. Y la nuestra está garantizada.
Mis amigos y yo creamos una línea ecológica de juguetes
sexuales. Sé que probablemente estés poniendo los ojos en
blanco, cinco amigos varones que fundaron una empresa de
juguetes sexuales, pero vimos un mercado y quisimos marcar
la diferencia. Así fue como Wolfie, Connor, Caleb, Ever y yo
nos encontramos como co-propietarios de Frisky Business.
Nuestros juguetes están centrados en la pareja y son buenos
para las mujeres, y nuestra tienda no tiene ninguna vibración
espeluznante.
Connor deja salir una risa de buen humor y los guía a
nuestra esquina de parejas en la parte de atrás. No somos
como esas sórdidas tiendas sexuales al final de un centro
comercial, llenas de plumas y maniquíes y exhibiciones
horteras. Estamos en la intersección de la sofisticación y la
sensualidad. Claro, el sexo vende, pero no tenemos que ser
unos jodidos cavernícolas por eso.
—Veinte dólares a que intenta venderles Joie de Vivre, y se
conforman con un anillo de polla básico —digo en voz baja,
arqueando las cejas en dirección a Wolfie.
Gruñe y estrecha los ojos hacia la pareja, que en este
momento está bailando para descubrir qué hace una vagina
artificial particularmente bien camuflada
—No puede ser. Ella se va con un LT.
El tubo de luxe es nuestro juguete más vendido. Es
pequeño y fácil de ocultar, pero lo que le falta en tamaño lo
compensa en fuerza. Con ocho potentes ajustes de vibración,
dejará a cualquier mujer rogando más. ¿Y la mejor parte?
Parece exactamente un lujoso lápiz labial.
—No hay manera de que el marido vaya a por eso. Te toca
a ti, hombre.
Wolfie y yo nos damos la mano y discretamente volvemos a
la pareja.
Como adiviné, Connor les señala el Joie de Vivre, un
juguete para parejas destinado a mejorar la experiencia de
todos. No es exactamente el juguete delicado y discreto que la
esposa decía estar buscando, pero tampoco es un consolador
rosa de diez pulgadas. También es uno de nuestros juguetes
más caros, por lo que siempre es la recomendación de
Connor.
Connor tiene algo que a todos nos falta. Puede que yo lleve
mi corazón en la manga y me deje llevar por los sentimientos
cuando no debería, pero Connor nació con un gran corazón.
Tal vez por eso sea este el trabajo adecuado para él, el tipo
realmente quiere ayudar a la gente, incluso si esa ayuda es
para mejorar su vida sexual. Le importa. Quiere hacer del
mundo un lugar mejor. Y disfruta hablando con la gente.
¿Yo? Me pierdo demasiado en mi cabeza, y soy demasiado
egoísta para preocuparme de verdad por el juguete adecuado
para esta pareja. Compra los dos. O no lo hagas. En serio, no
me importa. Y nunca se me ha dado bien la charla.
Aunque supongo que soy mejor que Wolfie, conocido por
comunicarse con gruñidos y cabeceos. Connor, por otro lado,
complace a la gente. Sabe lo que hay que decir para romper el
hielo con esta pareja, probablemente algo ingenioso, porque
ahora los tres se están riendo juntos.
—¿Son...? —Wolfie se aleja, con la boca abierta.
—Mierda. Se van con Joie de Vivre.
—¿Qué es un Joie de Vivre? —pregunta una voz ligera y
familiar a nuestras espaldas, una que no esperaba oír en un
tiempo.
Especialmente ahora. Especialmente no aquí, en el trabajo,
rodeados de juguetes sexuales. Con su hermano mayor justo
a mi lado.
Maldición.
Es Maren, vestida con un par de pantalones de yoga que
abrazan sus curvas perfectamente y envían mi mente a todos
los lugares equivocados. Mantengo mis ojos centrados en la
pareja, que ahora está en la caja registradora con Connor.
Que me jodan. ¿Cómo demonios debo hacer nada con ella
aquí?
—¿Qué haces aquí? —pregunta Wolfie bruscamente.
Me alegro de no ser el único que se muere por saber la
respuesta a esa pregunta.
—Hola a ti también, hermano mayor. Me alegro mucho de
verte. Estoy bien, gracias —dice, con una sonrisa de irritación
en la cara.
—Es raro que estés aquí —digo bruscamente.
Wolfie gruñe de acuerdo.
—¿No deberías estar en el trabajo?
Al darme cuenta de que yo podría saber más sobre la
situación laboral de Maren que su hermano en este momento,
busco respuestas en su cara, pero no encuentro nada.
Apenas parpadea ante la pregunta de Wolfie, y en cambio
mira nuestras vitrinas. Mordiéndose el labio, deambula por
un pasillo lleno de tapones anales de varios tamaños y
colores.
Mi polla se estremece al ver sus dedos sobre uno de los
juguetes. Esto va a ser peor de lo que pensaba.
—Hoy trabajé desde casa —dice, y me mira directamente
—. Y en realidad estoy aquí por negocios.
Wolfie mira entre nosotros, confundido, y mi estómago cae.
Lo último que necesito es que sospeche de algo entre Maren y
yo.
—¿Estás buscando entrar en la industria del juguete? —
pregunta.
Maren pone los ojos en blanco.
—Hayes me está ayudando con una recaudación de fondos
para Riverside.
Las cejas de Wolfie se disparan, y no quiero ni pensar
hacia dónde podría ir su mente. Me mira y cruza los brazos.
Haciendo todo lo que puedo para fingir que es casual, me
encojo de hombros.
—Me dijiste que vigilara a tu hermana, y desde ahí se hizo
una bola de nieve.
Me devuelve el encogimiento de hombros y se coloca un
bolígrafo detrás de la oreja.
—Siempre eres el caballero de brillante armadura.
No me pierdo el tono de sarcasmo en su tono. Sabe que
algo pasa, pero lo deja pasar. Y, ahora mismo, esa es mi única
gracia salvadora.
—Mierda. ¿Maren Cox? ¿Estás finalmente lista para
dejarme venderte el vibrador que cambiará tu vida? —Connor
aparece al lado de Maren y envuelve con su brazo la cintura
de ella.
El tipo ya me ha cabreado antes, pero nunca así. La vista
del voluminoso antebrazo de Connor alrededor de su estrecha
cintura me da palpitaciones en el corazón. No está bien. Estoy
a punto de arrancarle la cara si no le quita las manos de
encima en los próximos cinco segundos.
Por lo que parece, no soy el único. Las fosas nasales de
Wolfie se ensanchan, y parece que está listo para golpear a
Connor.
Maren se ríe nerviosamente.
—Me preguntaba si podrías decirme qué es Joie de Vivre.
Estos dos aparentemente se quedaron sordos cuando
pregunté sobre ello.
Connor le da una sonrisa que me hace querer arrancarle
las bolas y metérselas por la garganta.
—Espera aquí.
En unos momentos, regresa con un montón de juguetes y
los pone en la mesa delante de ella. Sus ojos se abren de par
en par y, cuando empieza a rebuscar entre ellos, tirando
algunos y jadeando cuando se encienden o vibran, mi
mandíbula cae directamente al suelo. Esto es totalmente
injusto.
Connor pone el elegante juguete en forma de U en sus
manos, y su sonrisa se amplía.
—El Joie de Vivre puede ser usada en cualquier posición,
aunque recomiendo a las parejas que intenten el misionero
para empezar. También es muy eficaz en solitario —añade con
un guiño.
Wolfie suelta un largo e irritado aliento a mi lado.
Bienvenido al maldito club, amigo.
No sé qué es peor: ver a Connor coquetear con Maren o ver
a Maren acariciar un juguete sexual. Mi mente sigue
parpadeando con fantasías salvajes, y mi corazón late en mi
garganta.
Sus manos se mueven hacia nuestra colección de
vibradores de varias formas: corazones, tubos, vaginas. Uno
incluso parece un osito de goma. Cuando encuentra el tubo
de luxe en el montón, lo abre con una pequeña sonrisa en sus
labios.
—Ahora este me es familiar —dice, dándome una mirada
que gotea de pecado.
No. Es. Justo. Joder.
Aprieto la mandíbula y respiro profundamente. Está
jugando conmigo. Eso está claro. Qué pequeña sádica tan
sexy.
Sin romper el contacto visual, presiona el botón de
encendido y el motor comienza a zumbar.
—Mmm. Muy familiar —ronronea.
Wolfie le quita el vibrador de las manos y lo apaga.
—No es un maldito juguete.
Una risa cae de sus perfectos labios.
—Eso es literalmente lo que es.
—Ya sabes lo que quiero decir. Solo... para. —dice,
pareciendo cada vez más el severo hermano mayor que es.
—Solo tengo curiosidad —dice ella inocentemente.
Wolfie estrecha los ojos y vuelve a su computadora,
refunfuñando en voz baja.
—¿Y éste? —pregunta, sosteniendo un grueso vibrador
negro con un forro de látex rosa. Pasa la punta de su dedo
por el borde, y siento una tensión detrás de mi cremallera.
—Esa es para nuestros clientes masculinos —dice Connor
con una sonrisa astuta, pasando sus dedos a través de su
cabello rubio oscuro.
—Podrías hacer muy feliz a un hombre sacando eso en el
dormitorio.
Su mirada revolotea hacia la mía, y mis pantalones se
ajustan aún más.
Mi mente se queda completamente en blanco, excepto por
cada pensamiento que no debo pensar. Besando su estómago,
su coño desnudo y afeitado. Empujando mi longitud hacia
ella. Viendo cómo me la chupa...
—¿Estás teniendo un maldito ataque? —pregunta Wolfie,
su voz me saca del trance.
Juro que veo a Maren sonreír, con sus labios temblando
ante mi evidente incomodidad, antes de que me dirija a Wolfie
y trate de actuar como si no me estuviera follando a su
hermana menor en mi mente.
—Lo siento, me distraje.
—Caleb está al teléfono. Quiere asegurarse de que siga en
pie lo de la casa del lago este fin de semana. —Wolfie está
nervioso. Su mandíbula se tensa mientras espera mi
respuesta.
—Sí. Salimos temprano el sábado por la mañana. —
Afortunadamente, mi voz se equilibra.
—El lago va a ser increíble, hombre. No puedo esperar —
dice Connor, poniendo otro juguete en las manos de Maren.
Asiento. Es tradición que todos vayamos a la casa del lago
de mi familia cada año, y este no es diferente. Tenemos todo
un fin de semana de beber, nadar y hacer hogueras.
—Dale las gracias a tu abuela de nuevo por dejarnos
quedarnos en su casa. Me estoy muriendo por un tiempo
fuera —dice Maren, dándome una mirada de aprecio.
Asiento y aparto la mirada. Si los otros juguetes eran
demasiado para lidiar con ello, viendo que tiene en sus manos
un consolador anatómicamente adecuado, de color carne, es
donde trazo la línea. Es imposible dejar de imaginarme
bombeando el juguete hacia ella, viéndola retorcerse como...
—Hayes, ¿tienes los números del último trimestre?
Algunas de estas mierdas no tienen sentido —gruñe Wolfie,
frunciendo el ceño ante el ordenador.
Números. Hojas de cálculo. Esto es en lo que debería
centrarme.
Me aclaro la garganta, pensando que tal vez poner algo de
distancia entre Maren y yo ayude.
—Sí, déjame correr a la parte de atrás y agarrar mi
computadora.
Camino rápidamente hacia la parte trasera de la tienda
donde tenemos un pequeño armario de suministros, unas
pocas filas de stock y otros pocos cientos de metros
cuadrados de espacio de oficina. Cuando llego a mi escritorio,
la puerta de atrás se abre de nuevo y unos pasos se acercan.
—Mira, Wolfie, sé que tengo los números aquí en alguna
parte, ¿de acuerdo? Solo dame un minuto.
Pero la voz que responde no es la de Wolfie. Es la de
Maren.
—Esperaba que pudiéramos hablar sobre la subasta. —Se
para incómodamente al otro lado de mi escritorio, con el
consolador todavía en la mano. Cuando me sorprende
mirándolo, lo sostiene con una pequeña y pícara sonrisa.
—No estoy tratando de robarlo ni nada. Solo quería tener
un momento a solas contigo.
¿Por qué nuestras conversaciones siempre empiezan como
el principio de una película porno?
Me siento y le hago un gesto para que se siente. Sin
embargo, en lugar de hacerlo en una de las sillas junto a mi
escritorio, apoya su trasero en el borde de este, mucho más
cerca de lo que esperaba.
Pone el consolador delante de mí.
—Me preguntaba si tal vez podrías armar una cesta para la
subasta —dice, bajando la mirada a sus manos.
—Claro, puedo encontrar un vendedor adecuado y elaborar
un contrato. Será fácil.
—No, me refería a ti. Como empresa. Se lo pediría a Wolfie,
pero hasta el pensamiento es demasiado mortificante.
—¿Quieres vender una cesta de juguetes para adultos... a
los ancianos? —Intento mantener mi tono lo más mesurado
posible. Quiero ayudarla, más de lo que probablemente
debería, pero esto es algo de lo que no estoy tan seguro.
—Sé que parece una locura, pero invitaremos a gente de
todas partes, de todos los ámbitos de la vida. Además, la
gente mayor es más activa sexualmente de lo que crees.
—De acuerdo, no es una imagen mental que quisiera tener
en mi cabeza.
Nos reímos, y ella pone su mano sobre la mía.
—A todo el mundo le gustan los orgasmos —dice
suavemente, haciendo que mi ritmo cardíaco suba aún más.
Se me ha secado la boca, y he olvidado cómo formar una
respuesta que no sea solo un ruido de acuerdo. Qué buenos
tiempos.
Pero Maren está tan compuesta como siempre. Cruzando
un tobillo sobre el otro e inclinando su barbilla, dice:
—Piénsalo y ya, ¿bien? No necesito una respuesta ahora
mismo.
Asiento, tratando de ignorar el flujo extra de sangre a mi
entrepierna.
—Oh, ¿y Hayes?
—¿Sí?
—Gracias de nuevo. Por todo. Realmente no sé cómo voy a
compensarte por todo. —Mira desde el consolador a mi
regazo, y luego mi cara—. Pero estoy emocionada por la casa
del lago este fin de semana.
Se da la vuelta y se va. Sin nadie más alrededor para
verme, miro su trasero mientras se va, y juro que lo sabe.
Honestamente, no sé qué acaba de pasar realmente. Pero
sí sé que quiero averiguarlo.
Capítulo 8
Maren
El sol de la mañana brilla a través del parabrisas del auto
de Wolfie, arrojando calor sobre mis pecosos hombros. El
viento azota las ventanas abiertas mientras mi hermano
acelera por la autopista, y el pronóstico de radio promete un
hermoso tiempo para el fin de semana que viene.
Detrás de nosotros va Caleb en su Jeep, con Scarlett en el
asiento delantero y Connor y su hermana pequeña Penelope
juntos en la parte trasera. Si me siento derecha, puedo ver a
Scarlett por el espejo retrovisor, tocando la lista de
reproducción que esté forzando al resto del auto a soportar.
Por un momento, me arrepiento de haber optado por ir con
mi hermano. Lo amo, pero Wolfie no es el tipo más fácil con el
que hablar, especialmente si estás sentada en un auto con él
casi tres horas. Por suerte para mí, no fui la única que optó
por un viaje más tranquilo.
¿Pero soy afortunada, ? La verdad es que no puedo decidir
cómo me siento por estar metida en este pequeño espacio con
Hayes como pasajero.
Fui reacia a dejar Chicago en primer lugar, con todas mis
obligaciones por la recaudación de fondos. Pero ahora, con la
promesa de un tiempo de descanso y de tomar el sol, estoy
agradecida de que Wolfie y Scarlett insistieran en que viniera.
Tratando de ahuyentar cualquier preocupación fugaz,
cierro los ojos. Tal vez pueda dormir el resto del viaje y,
cuando me despierte, ya estaré en Saugatuck. No hay tal cosa
como trabajo en Saugatuck, no con la playa llamándome a
gritos.
Con los ojos cerrados, mi sentido del olfato se eleva. No es
solo el dulce aroma del aire fresco lo que me excita. Es Hayes
y su limpio y masculino aroma lo que siempre me marea con
deseo.
Cediendo a mi curiosidad, abro los ojos y le echo una
mirada de reojo.

Hayes mira fijamente el parabrisas, con sus ojos agudos se


centrados en la carretera delante de nosotros. A la luz del sol,
parecen oro líquido. De alguna manera ya ha perfeccionado
su bronceado de verano, evidente por su antebrazo esculpido
que descansa en el reposabrazos. Me encuentro mirando sus
largos dedos, golpeando al ritmo de la canción en la radio
contra el cuero del asiento del auto.
Cuando mira por el espejo retrovisor y me atrapa mirando,
me cuesta inventar una excusa.
—¿Te... te gusta esta canción?
Me pellizco la pierna, con fuerza. ¿Dónde está el botón que
expulsará mi asiento directamente a la estratosfera?
—Nunca la había oído —murmura Hayes con un
encogimiento de hombros apático, más gruñón de lo que
debería estar de camino a la casa del lago de su familia. De
mal humor o no, sigue siendo precioso.
Tarareo al ritmo de la música, agradeciendo que esta
conversación terminara antes de que pudiera avergonzarme
más. Capto la mirada de Wolfie, mirándome por el espejo
retrovisor. Le ofrezco una sonrisa despreocupada e
inmediatamente desvío la mirada.
Sí, este borroso paisaje que pasa zumbando es muy, muy
interesante.
No, no me preocupa que mi hermano mayor sospeche el
enamoramiento que tengo por su mejor amigo y socio de
negocios.
Hayes parece estar completamente ajeno a mi interés por
él, gracias a Dios. Y dudo seriamente que Wolfie tenga alguna
sospecha. Por muy aguda que sea su perspicacia en todo lo
relacionado con los negocios, es bastante ciego a todo lo que
incluya emociones. A diferencia de mí, que estoy
constantemente consumida por ellas.
Estoy tan perdida en mis pensamientos que no me doy
cuenta de que hemos llegado a nuestro destino hasta que el
auto se detiene. Me enderezo, con ganas de salir del auto y
estirar las piernas.
He estado en la casa del lago de la familia Hayes antes,
pero es aún más hermosa de lo que recordaba. El exterior
oscuro y rústico está rodeado por tres lados de árboles
oscuros sorprendentemente altos. El porche rodea la casa,
proporcionando mucho espacio para que todo el grupo pase el
rato y disfrute de un cóctel, o para pasar un tiempo de
calidad introvertido a solas en el columpio del porche.
Mi parte favorita es la brillante vista del lago Michigan, a
solo unos treinta metros de la casa. Si sales del porche y
subes a la cubierta, tienes una vista sin obstáculos del
camino que baja a la playa y su agua milagrosamente azul.
—Abran paso. —Hayes pasa a mi lado, con las correas de
nuestros dos bolsos en una mano y un paquete de doce
cervezas en la otra.
—No tienes que llevar el mío —grito, trotando para seguirle
el ritmo. Debió llover anoche, porque mis zapatos se hunden
en la grava embarrada del camino de entrada a cada paso.
—No me digas que olvidaste las llaves —dice Wolfie, con su
voz clásicamente severa. Ya está en la puerta, sentado encima
de una nevera y pareciendo impaciente.
Estoy segura de que nadie olvidará el año en que Hayes
olvidó las llaves. Un vecino nos vio entrar por una ventana y
llamó a la policía. A Hayes le llevó casi veinte minutos
convencerles de que era la casa de su abuela.
—Mierda —murmura Hayes, y luego se vuelve hacia mí—.
Las llaves están en mi bolsillo. ¿Quieres ayudarme? A menos
que no te importe tener barro en tu bolso.
—Oh, um, las traeré. ¿Qué bolsillo?
—El delantero izquierdo.
No pienses en su pene, no pienses, no pienses, no pienses.
Metiendo mi mano en su bolsillo, hago lo que puedo para
ignorar el ángulo duro de su hueso de la cadera, el firme
músculo de su muslo, el embriagador olor de su piel tan cerca
de la mía. Saco las llaves, un solo aro con dos simples llaves:
puerta delantera y puerta trasera, supongo.
Cuando me encuentro con los ojos de Hayes de nuevo, está
completamente imperturbable, sin ningún indicio de emoción
en sus profundidades color miel. Basándome en el ardor de
mis mejillas, yo debo parecer un tomate. Me doy la vuelta
rápidamente, tirándole las llaves a Wolfie y corriendo de
vuelta al auto para encontrar cualquier resto de comida para
llevar al interior.
El Jeep de Caleb cruza el camino de grava para unirse a
nosotros. Sale Scarlett, con los brazos extendidos para darme
un abrazo. Me vendría bien un poco de energía de Scarlett
este fin de semana.
—Hola, nena. —Me suspira felizmente al oído,
meciéndonos de lado a lado.
—Hola. —Me río, abrazándola fuerte—. Este va a ser un fin
de semana divertido.
—¡Claro que sí!
Momentos más tarde, Penelope y yo subimos una nevera a
la escalera del porche. Con una última inhalación, dejamos la
nevera delante de la puerta, intercambiando sonrisas
triunfantes. Ahí es cuando escucho el crujido de los
neumáticos en la grava de nuevo.
¿Quién más viene?
De un pequeño sedán azul bajan un par de piernas largas
y bronceadas. Con un largo vestido de verano y su cabello
negro como un cuervo cayendo en cascada sobre sus
hombros, una mujer levanta la mirada, encontrándose con
mis ojos con una sonrisa y un saludo. Me lleva un momento
ubicarla, y me sorprende mirándola fijamente.
—Hola, Maren. ¿Te acuerdas de mí? —Colocando su bolso
sobre su hombro y subiéndose la falda, camina hacia
nosotros.
Oh, la recuerdo. Demasiado vívidamente, quizás.
Detrás de mí, oigo el golpe de la puerta delantera cuando
Hayes sale de la casa, murmurando en voz baja:
—¿Qué coño...?
—¿Quién es esa? —pregunta Penelope, con sus grandes e
inocentes ojos llenos de preguntas.
En tiempo récord, soy capaz de tragarme el nudo en la
garganta y devolver la sonrisa.
—Holly, ¿verdad? Ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo estás?
—pregunto, pero lo que estoy pensando es, ¿qué estás
haciendo aquí?
Hayes, sin tacto como siempre, hace la pregunta no dicha.
—¿Qué estás haciendo aquí, Holly?
Sus labios rojo mate se retuercen en un mohín.
—No seas malo, Hayes. Sé que me has echado de menos.
Hola, Wolfie. ¿Cómo estás, guapo?
Antes de que pueda comprender la presencia de Wolfie,
Holly está subiendo los escalones para envolverlo en un
gigantesco abrazo de oso. ¿Desde cuándo es Wolfie amigo de
la ex de Hayes? Ex es exagerado... Fueron amigos con
beneficios durante años.
De todas las mujeres que pasaban por la puerta giratoria
de su dormitorio, Holly era la única habitual. Fue la única
chica con la que Hayes tuvo una aventura consistente, algo
que duró años, no semanas o meses como todas las demás.
¿Es demasiado tarde para volver a la ciudad?
—Hola, Holly —refunfuña Wolfie a su manera típica,
dándole palmaditas en la espalda. Esa es su señal para decir
que ya terminó con este abrazo, gracias.
Casi quiero reírme, pero tengo demasiadas preguntas. ¿La
invitó Hayes? ¿Se va a quedar todo el fin de semana? ¿Dónde
va a dormir?
—Wolfie y yo estábamos a punto de limpiar la parrilla. Si
nos disculpan, —dice Hayes escuetamente, pareciendo
molesto.
Si no sabía que Holly iba a venir... ¿quién la invitó?
Hayes pone una mano en la nuca de Wolfie, llevándolo a
un lado de la casa y alejándolo de la vista. Las cejas de
Penelope se arrugan por la confusión, pero la sonrisa de Holly
no ha cambiado. Es más de superioridad, en realidad.
Claramente cree que ha ganado algo, o que ganará algo, o a
alguien, por estar aquí.
Mi estómago se retuerce con un doloroso nudo. Ya es
bastante difícil estar cerca de Hayes, pero tener que ver a su
amiga con beneficios reclamando su derecho y garras sobre él
este fin de semana será una maldita tortura.
—¿Te gustaría entrar? —me escucho preguntar, con una
mano extendida como oferta para agarrar su bolso. ¿Qué soy,
un mayordomo?— Puedo darte un recorrido rápido.
—Gracias, pero ya he estado aquí muchas veces —dice con
un guiño antes de pasar entre Penelope y yo y desaparecer en
la casa.
El corazón me golpea en los oídos cuando una leve
frustración amenaza con transformarse en una furia total.
Penelope debe sentir mi incomodidad porque extiende la
mano y me da un apretón reconfortante antes de seguir a
Holly al interior.
No estoy lista para entrar, no con Holly allí. En vez de eso,
voy de puntillas por la casa hasta que puedo oír las voces
profundas de Hayes y Wolfie.
—¿Estás bromeando, hombre? ¿Cómo pudiste invitarla?
Una oleada de alivio me recorre. Hayes no está feliz de que
Holly esté aquí. Está enfadado.
—Mira, vino a mí. Hizo que sonara como si se estuvieran
viendo otra vez.
—¿Qué demonios? No lo estamos. —El tono de Hayes es
mordaz, mientras que mi hermano suena más arrepentido.
—Maldición, hombre. Lo siento. Te lo habría preguntado,
pero habías jurado que no había mujeres, y no quería
empezar una maldita intervención.
Wolfie realmente suena arrepentido. Sabe que la ha
cagado.
—Maldición, está bien, hombre. Lo resolveremos. —Hayes
suspira, y la ira de su voz se desinfla en una cansada
resignación.
Tal vez sea el solucionador de problemas en mí, pero
quiero ayudar. Golpeo suavemente un lado de la casa cuando
salgo a la vista, tratando de no asustar a nadie.
Los ojos de Hayes se dirigen a los míos, una ráfaga de
emoción ardiente que se convierte en hielo.
—¿Qué pasa, Mare?
—¿Hay algo que pueda hacer? Escuché que Holly... fue
una sorpresa.
Hayes se ríe sin humor, frotándose la frente.
—Sí, no me digas —murmura, dándome la espalda.
¿Por qué no me mira?
—¿Te importaría compartir habitación con ella? Ayudaría
mucho —pregunta mi hermano, poniendo una mano en mi
hombro y dándole un apretón.
Se me aprieta la garganta. No me esperaba eso. Dromir
con Holly será... un desafío. Pero si puedo hacer que esta
incómoda tensión sea más fácil para Hayes, lo haré. Además,
si puedo mantenerla fuera de la habitación de Hayes, mejor,
¿verdad?
—Claro. —Sonrío, pero probablemente no llegue a mis
ojos.
Hayes murmura algo en voz baja y se aleja.
Unos minutos después, tenemos la situación de
alojamiento finalizada.
Penelope y Scarlett tomarán la cama de matrimonio en el
dormitorio de abajo, y yo la litera con Holly. Wolfie se alojará
con Connor en la habitación doble, ya que ellos tienen esa
dinámica de compañeros de habitación. Caleb tomará el sofá,
y Hayes dormirá en su propia habitación.
Que resulta que comparte un pasillo con la mía.
Decido evitar fantasear con visitas nocturnas de un
hombre que claramente nunca me verá como más que la
hermana pequeña de su mejor amigo. Si algo va a pasar esta
noche, será entre Holly y Hayes, un pensamiento que pica
como un metal ardiendo cortándome la piel.
Dentro, Wolfie y Hayes convocan una breve reunión de
todos los huéspedes de la casa del lago para establecer los
arreglos y algunas reglas básicas: no fumar en la casa,
zapatos fuera de la alfombra, etcétera.
—¿Alguna pregunta? —pregunta Hayes, escudriñando la
habitación.
—¡Si! —gorjea Holly, levantando la mano—. ¿Quién quiere
ir a la playa conmigo?
Caleb, Connor, Penelope y Scarlett levantan sus manos en
respuesta, un murmullo de aprobación flotando por la
habitación. De mala gana levanto mi propia mano. La sonrisa
de satisfacción que tengo en la cara es lo más creíble que
puedo hacer.
Veinte minutos más tarde, estamos todos vestidos y
caminando hacia el agua. Hayes se fue primero con Holly
cerca de sus talones, así que me quedo atrás con Wolfie.
—¿Estás bien? —pregunto, preocupada de que este viaje
ya esté arruinado para él por la confusión con Holly.
—Sí, estoy bien —dice—. A veces desearía que Hayes se
comprometiera con una sola persona. Entonces mierda como
esta no sucedería.
Aparto la mirada, y miro la arena que se asoma a través de
la grava.
—Yo también.
Un poco más adelante, oigo la risa de Penelope flotando
con la brisa mientras Scarlett gesticula salvajemente,
probablemente contando otra historia de citas. La mayoría
llevamos algún tipo de ropa o pareo, pero Penelope camina
confiada con su lindo bikini azul. Es absolutamente adorable,
con su alta cola de caballo rebotando con cada paso.
—Estoy tan contenta de que Penelope tenga finalmente
veintiuno, ¿sabes? Siento que podemos perdernos juntas y...
Pierdo el hilo de lo que digo, con mi tren de pensamiento
completamente cortado por la desconcertante expresión de la
cara de mi hermano. Está sonrojado, y sus ojos están pegados
a.… oh, Dios mío, ¿le está mirando el culo a Penelope?
Le doy un codazo fuerte en el costado.
—¿Qué? —refunfuña, frotando sus costillas.
—Sutileza, hombre. Necesitas un poco.
Justo cuando Wolfie está a punto de defenderse, Caleb nos
pasa en un sprint, llevando dos chanclas que definitivamente
no le pertenecen. Llamando por encima de su hombro, grita:
—¡El último en llegar a la playa pierde sus chanclas!
Segundos más tarde, Connor pasa a nuestro lado,
descalzo, persiguiendo a Caleb como si su vida dependiera de
ello.
—¡Solo he traído un par! ¡Vete a la mierda, hombre! ¡Que
te jodan!
Me río, viendo cómo se desarrolla su bromance.
Para cuando Wolfie y yo llegamos, Connor se enfrenta a
Caleb en el agua, una batalla que solo puedo suponer que
terminará con alguien con un ojo moradoen el peor de los
casos, o con agua en la nariz en el mejor.
Scarlett y Penelope tienden sus toallas, ignorando
completamente el festival de salpicaduras que tienen por
delante. Holly, por otro lado, está dando un espectáculo de
quitarse la ropa, pieza por pieza, revelando un cuerpo
cubierto en un bikini blanco que debería estar en una revista
y no a esta casa del lago. Está haciendo ojitos en dirección a
Hayes, pero mientras sigo su mirada me complace ver que
está ocupado de otra manera.
Hay unos pocos árboles cerca, uno lleva más recuerdos
que los otros. Un grueso columpio de cuerda cuelga a lo largo
del agua, donde la arena cae y el agua se vuelve profunda y
oscura. De niña, apenas tenía el valor de columpiarme sobre
el agua, negándome a saltar a pesar de las burlas de Wolfie y
Hayes. Ahora, los chicos se turnan, volando sobre el agua,
golpeando la superficie con un salpicón y finalmente saliendo
a por aire.
Verlos me recuerda a cuando todos éramos adolescentes.
Solo que ahora Hayes es más alto, más musculoso e incluso
más hermoso de lo que nunca imaginé que llegaría a ser. A
pesar de mis esfuerzos, es el hombre con el que siempre
comparé mis relaciones pasadas. Y de alguna manera nunca
estuvieron a la altura. Hayes siempre me hacía sentir segura.
Y, cuando perdí a mis padres... él estuvo ahí para mí. Siempre
he dependido de él. Siempre quise más de él.
Una punzada baja golpea mi vientre y un escalofrío recorre
mi columna vertebral. ¿Cuánto tiempo he sentido esto por él?
¿Cuánto tiempo he querido lamer las gotas de agua de su
piel?
Viéndolo caminar hacia la orilla de nuevo, es imposible
apartar la mirada. Ese amplio y esculpido pecho. Esos
antebrazos voluminosos que anhelo sentir a mi alrededor. El
culo apretado que se presiona contra su traje de baño con
cada zancada deliberada. Los cursos de excitación e
insistencia a través de mis venas.
—Oye, chica, ¿por qué te quedas ahí parada?
La voz de Scarlett me devuelve a la realidad, y me giro para
verla mirándome, con las gafas de sol en la nariz.
—¿Quieres pasar el rato con nosotras? —me pregunta,
saludándome.
Mis mejillas todavía arden, y el palpitar de mi corazón no
ha disminuido ni un poco. Necesito refrescarme primero.
—Después de nadar. Volveré enseguida.
Me quito la camiseta de gran tamaño que he usado
durante años como pareo, permitiendo finalmente que el sol
bese mis hombros y vientre expuestos. Mi traje de baño fue
un hallazgo de liquidación en los grandes almacenes locales.
La parte de arriba es negra con una capa de color cereza a
crochet, que complementa mi piel naturalmente pálida y
acuna mis pechos cómodamente. Loa parte de abajo de
cintura alta que llevo es negra, con un cinturón trenzado de
color verde azulado alrededor de mis caderas.
No me paro a comprobar si Hayes se fija en mi nuevo traje.
En lugar de eso, salgo hacia el muelle y me sumerjo. El agua
está absolutamente congelada, pero no me importa. Es
exactamente lo que necesito para refrescarme.
Una vez que me sumerjo, mis pensamientos finalmente se
calman. Con cada brazada, me distancio de mis
preocupaciones e inseguridades. Había olvidado lo mucho que
me gusta nadar. Me pregunto si hay un gimnasio cerca de mi
apartamento que pueda...
Algo me agarra el pie, me asusta, y salgo del agua,
pateando salvajemente.
—¡Oye, oye, oye!
Para mi completa sorpresa es Hayes, flotando cerca de mí.
Su cabello estça empapado, con pequeñas gotas cayendo
sobre sus pómulos. Mi corazón late con fuerza, y me gustaría
poder decir que es solo por el shock.
—¿Qué estás haciendo? —exijo, slpicándolo.
—Solo quería alcanzarte antes de que llegaras demasiado
lejos. —Se ríe, salpicándome—. No te enojes, paloma.
Un lado de su boca se levanta con una sonrisa torcida, y la
ira en mí se derrite en algo pegajoso y cálido.
—Ay, ¿estabas preocupado por mí, Hayes? —Lo salpico de
nuevo, esta vez de forma más burlona.
—Tal vez. —Me mira con una sonrisa hipnótica—.
Salpícame una vez más. Te reto.
Me muerdo el labio, simulando sopesar mis opciones. Con
una risa, me inclino hacia atrás en el agua, salpicándolo
repetidamente con el chapoteo de mis pies.
—Oh, eso es —dice, su voz baja pero juguetona.
Con eso, Hayes me aborda, bajándome bajo la superficie
con él. Mientras una de sus manos me rodea el tobillo y la
otra serpentea detrás de mi espalda, de repente me siento
presionada contra él de todas las formas íntimas. Mi cuerpo
reacciona antes de que pueda pensar con claridad, y mis
brazos envuelven esos anchos hombros con una urgencia que
nunca antes había sido capaz de actuar.
Maren, no le dejes saber nada.
Pero entonces, la más extraña de las cosas ocurre. Siento
algo largo y grueso endureciéndose contra mi muslo.
Cuando volvemos a la superficie, mis brazos sigue
envolviendo sus hombros, con mis pechos presionados contra
su resbaladizo y desnudo pecho. Nuestros ojos se encuentran,
y su mirada de color whisky me atraviesa con un calor
sofocante. Sus dedos aprietan mi cintura mientras me
presiona firmemente contra su impresionante erección.
—Hayes...
Abruptamente, me quita los brazos de su cuello. Sin su
apoyo, vuelvo a flotar agua con facilidad, pero Hayes no se
queda.
Me estremezco con el movimiento de su partida, viendo
cómo sus musculosos brazos cortan el agua mientras nada de
vuelta a los demás. Se impulsa y se sube al muelle, sin
detenerse ni siquiera por Holly, que intenta interceptarlo en
su camino de regreso a la casa.
¿Qué acaba de pasar?
Capítulo 9
Hayes
Qué. Mierda. Pasó. Hermano.
Si fuera un emoticono, sería la cara gritona con vapor
saliendo de sus oídos.
No se puede negar que Maren sintió la respuesta de mi
cuerpo al suyo. Y me di cuenta en el momento en que lo hizo.
Un minuto estábamos chapoteando en el agua, y al siguiente
tenía sus suaves curvas presionadas de cerca mientras su
piel mojada hacía contacto con la mía. Entonces se acabó el
juego. Necesitaba poner la mayor distancia posible entre
nosotros, así que hui sin decir una palabra ni echar una
mirada hacia atrás.
Subo las escaleras y doy un portazo una vez que entro en
mi habitación.
Mi polla sigue tan dura como una roca, necesitando
desesperadamente masturbarme. Abro la parte delantera de
mi traje de baño y me doy un apretón en advertencia. A este
ritmo, voy a explotar demasiado pronto.
Pero un pensamiento errante me detiene en seco.
¿Y si Wolfie me vio coqueteando con su hermana y viniera
ahora mismo a confrontarme? No quiero que entre y me vea
con la polla en la mano. Eso sí ser ser atrapado con las
manos en la masa.
Con mis nudillos volviéndose blancos mientras agarro el
borde de la cómoda, agacho mi cabeza e intento respirar.
Abandonando mi plan anterior, me cierro mi traje de baño y
doy otro suspiro.
Wolfie me quita el sexo y ni siquiera lo sabe. Además,
invitó a Holly. Es una prueba de lo despistado que está sobre
lo que siento por su hermana que pensara que querría a Holly
aquí.
Decidiendo que no puedo masturbarme, respiro hondo y
calmado e intento darme una charla de ánimo.
Solo pasa esta noche. Es todo lo que tienes que hacer.

Esto es una maldita tortura, y no hablo solo de la


respuesta física de mi cuerpo a la de Maren. Todo este juego
es una tortura. El deseo de tocarla y burlarme de ella hasta
que sonría... Lo quiero todo. Pero no tengo otra opción que
fingir que no hay nada entre nosotros.
Decidiendo seguir como si todo fuera normal, me pongo un
par de pantalones cortos secos y una camiseta, y luego bajo y
empiezo a preparar la comida para la cena. Cuando todos
vuelvan del agua en una o dos horas, hambrientos y un poco
achispados, lo tendré todo listo. Con suerte, la necesidad de
comida los distraerá de preguntar por qué dejé el agua.
Marino los filetes y creo una docena de hamburguesas con
la carne de vacuno picada. Pero mantener mis manos
ocupadas hace poco para calmar mi mente. No puedo dejar de
pensar en lo que Wolfie diría si supiera cómo me siento.
Probablemente me frunciría el ceño y citaría mi horrible
historial con las mujeres como la razón por la que nunca
apoyaría la idea de Maren y yo.
Cuando he cortado las limas y añadido la mezcla para
margaritas a la licuadora, la puerta metálica se abre y los
primeros tripulantes entran. Caleb y Connor están
discutiendo sobre algo mientras que Scarlett y Penelope
hablan sobre cuál de las dos se duchará primero.
Holly hace un sonido agradable cuando me ve trabajando
en la cocina. Siempre fue así, efusiva por las cosas más
pequeñas. Después de robar un puñado de patatas fritas,
afortunadamente desaparece por arriba.
Mantengo la mirada baja en mi tarea para no tener que
mirar a Maren ahora mismo. Tengo quizás una hora, como
mucho, hasta que todo el mundo se duche y no tengan arena,
y entonces no tendré más remedio que enfrentarme a ella. Y
no tengo ni idea de cómo disculparme por lo que pasó en el
agua.
—¿Estás bien? —pregunta una voz ronca detrás de mí.
Me doy la vuelta y veo a Wolfie, con expresión impasible.
Aunque eso no es anormal para él, una parte de mí desea que
sonría, que me dé alguna señal para hacerme saber que
estamos bien y que no está planeando secretamente mi
muerte. Pero ese no es Wolfie, y no puedo esperar que cambie
cómo es solo para apaciguar mi frágil ego.
—Sí —miento—. Bien. Solo pensé que debería útil.
Estoy entumecido y no puedo ver sus ojos, pero Wolfie no
me llama la atención por mis tonterías. En vez de eso, solo
asiente.
Es una tradición que ase a la parrilla en nuestra primera
noche aquí, así que esto no es fuera de lo común. Sin
embargo, no es común que solo pase quince minutos en la
playa.
Pero Wolfie no me dice nada, y por eso estoy agradecido.
No sé cuánto tiempo más podré seguir mintiéndole, pero
tengo que hacerlo. Tengo que actuar con normalidad y tratar
de seguir adelante, tengo que reírme con mis amigos. Y, lo
más importante, tengo que mantener mis ojos alejados de las
tetas de Maren en su bikini.
Para ser honesto, no estoy seguro de cómo es posible que
Wolfie no lo sepa. Siento que cada emoción y cada rayo de
lujuria que siento por Maren debe estar escrito en mi cara.
Resulta que asar a la parrilla para todos es lo mejor para
ocupar mis manos ya que no se pueden usar para tocar lo
que más deseo: las curvas de Maren. Cuando la comida está
lista, todos agarran un plato y se alinean en la parrilla del
porche trasero. Con una espátula y una sonrisa, sirvo la
comida. Todo lo que me falta es un sombrero y un delantal de
chef.
Maren es una de las últimas en la fila y, cuando coloco la
hamburguesa de hongos portabella que hice para ella en su
plato, sonríe, y me fijo en la suavidad de sus ojos cuando me
mira.
—Gracias, Hayes.
—Por supuesto. —Asiento una vez.
No se mueve.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
Ella se mueve, pareciendo incierta.
—Si hice algo malo en la playa...
—No lo hiciste —digo rápidamente—. Siento haber huido
así. —Bajo la mirada, dándole la vuelta a una hamburguesa
que no lo necesita, solo para tener algo que hacer con mis
manos.
—Entonces, ¿no estás enfadado conmigo? —pregunta, en
voz baja.
Una punzada de culpa me atraviesa.
—No, por supuesto que no.
Lo último que quería era hacerla sentir mal. Nada de esto
es culpa suya.
Antes de que pueda averiguar cómo decir algo de eso, Holly
aparece de la nada.
—¿Puedo hablar contigo? —Se encuentra con mis ojos con
una expresión seria.
Abro la boca para responder, pero Maren se escabulle con
su comida y se dirige a unirse a su hermano y a Penelope en
la mesa de picnic situada en el césped bajo un grupo de
abedules.
—Claro —digo, agarrando un plato para mí.
—En algún lugar privado —añade Holly.
Con paciencia renovada, apago el gas de la parrilla y llevo
mi plato, siguiendo a Holly por el lado de la casa. Se detiene
para apoyarse en la barandilla del porche, dejando su plato a
un lado.
—Si mi presencia aquí es una distracción, lo siento. No
quise causar ningún problema.
—Está bien, Holly. Solo... —Respiro despacio—. Un aviso
habría estado bien.
No he visto o hablado con Holly en más de seis meses.
Érase una vez, llenamos un vacío en la vida del otro. Pero eso
fue hace mucho tiempo. Nuestra química era buena... hasta
que no lo fue.
Holly dejó claro que no le interesaba asentarse y tener
unos cuantos niños. Lo cual estaba bien, al principio. Pero,
cuando me di cuenta de que nuestras metas nunca iban a
compaginarse, perdí el interés. Era divertida y era fácil de
estar con ella, pero sabía que yo quería algo más que pasar
un buen rato.
Eventualmente quería un compromiso real. Una familia. Y
esa no era Holly. Pero no podía culparla por eso. Sabía lo que
quería y fui honesto al respecto.
¿Pero venir aquí hoy a la mera sugerencia de Wolfie? Es
típico de Holly, siempre dispuesta a pasar un buen rato. Tal
vez pensó que estaría soltero y caliente, y que podríamos
retomarlo donde lo dejamos.
Tal vez por eso Wolfie la invitó, pensando que necesitaba
relajarme con un poco de sexo casual. Lástima que eso sea lo
último que necesito ahora mismo. Necesito concentrarme y no
estar pensando con mi polla. Especialmente ya que parece
que tiene la intención de meterme en problemas.
Holly asiente.
—¿Estás saliendo con alguien?
Pongo mi plato al lado del suyo y me pellizco el puente de
la nariz.
—¿Podemos no hacer esto?
Con una mano bien cuidada en su cadera, me mira con
atención.
—Cálmate, Hayes. No estoy tratando de empezar algo que
no te guste.
Respiro y asiento.
—Bien.
Se ríe y sacude la cabeza.
—Qué manera de esquivar la pregunta.
—Estoy soltero ahora mismo, y así es como quiero estar.
—Entendido. —Me sonríe—. Si cambias de opinión, sabes
dónde encontrarme.
Mi expresión se queda en blanco mientras Holly sigue
sonriendo.
Maldita Holly. No quiero que se haga una idea de nosotros.
Esta es la última maldita cosa que necesito ahora mismo.
Ignorando el diría que sí a follar brillando en sus ojos,
agarro mi plato. Con un último asentimiento en su dirección,
me alejo para encontrar un lugar tranquilo para comer.

***

Milagrosamente, me las arreglo para evitar a Maren


durante las próximas horas.
Cuando ella está dentro con Scarlett y Penelope recogiendo
los platos, yo estoy fuera comenzando la fogata. Cuando ella
está acostada en la hamaca del porche con un libro, yo estoy
arriba tomando una ducha.
Ahora estoy sentado fuera en una silla de jardín cerca del
fuego con una cerveza fría.
—Buen trabajo con el fuego —dice Scarlett, frotándose las
manos mientras se acerca al cálido resplandor. Las sillas
están esparcidas en un círculo alrededor del fuego, y todos
están aquí excepto Maren. No tengo ni idea de dónde está o
por qué no se ha unido a nosotros.
Holly está sentada justo delante de mí, y sus ojos me
desafían a ir allí y destrozarla. Ni loco.
Connor y Wolfie están discutiendo sobre qué saltoen el
lago fue más épico, y acabo de empezar a sentirme asentado
cuando Maren se une a la hoguera.
Mira a su alrededor, rápidamente notando que todas las
sillas están ocupadas. Luego mira hacia mí y se acerca.
—¿Está ocupado este asiento?
Estoy a punto de levantarme y ofrecerle mi silla cuando
Maren casualmente se deja caer en mi regazo como si fuera la
cosa más natural del mundo. Aunque para Maren tal vez sea
normal, porque siempre ha sido una persona muy sensible.
Para mí, la sensación es... inquietante, porque parece que
nunca puedo controlar mi cuerpo con ella tan de cerca.
Murmuro algo inarticulado cuando procede a usarme
como una silla. Wolfie refunfuña algo en voz baja y yo miro
fijamente al fuego, tratando de concentrarme en cualquier
cosa menos en la forma de ella en mi regazo.
Por un momento, creo que puedo hacerlo, pero el suave
peso de su culo presionando mi ingle rápidamente se
convierte en demasiado. El aroma de su champú hace que mi
ritmo cardíaco se acelere, y mi cuerpo comienza a responder.
Mi polla se hincha, y estoy seguro de que Maren está a punto
de darse cuenta.
Cuando cambio su peso se encuentra con mi mirada, y no
puedo evitar notar el desafío en su expresión. Es la misma
sensación que tuve cuando vino a visitar la tienda.
Compartimos un momento de silencio, con ninguno de los dos
apartando la mirada. Sabe exactamente lo que me está
haciendo, así que, ¿por qué no se aleja?
Estoy tan distraído y nervioso que apenas puedo
concentrarme en las conversaciones que suceden a nuestro
alrededor.
Después de un rato, un par de personas se alejan, listas
para ir a la cama, y muy pronto solo quedamos unos pocos.
—Creo que me voy a acostar —digo.
Maren se levanta de mi regazo y le da a Wolfie un abrazo
de buenas noches.
—Yo también —dice, dándome una mirada acalorada.
Agarro la botella de cerveza vacía de mi silla y choco puños
con Wolfie y Connor.
—¿Se aseguran de que el fuego esté apagado?
Connor asiente.
—Controlado.
Ojalá pudiera apagar mi furiosa atracción por Maren de la
misma manera que apagan el fuego.
—Gracias por la parrilla —dice Wolfie.
—Es un placer. Buenas noches, chicos.
Maren ya está subiendo las escaleras y entrando en la
casa. La sigo, pero me quedo en la cocina mientras ella sube
las escaleras a los dormitorios. Lo último que necesito ahora,
después de ese encuentro con la hoguera sexual, es un
encuentro incómodo con ella en el pasillo.
Después de varios minutos, finalmente subo las escaleras
y hago una pausa en la parte superior. La puerta del
dormitorio compartido de Holly y Maren está cerrada, pero
también la del baño, y la luz se escapa por debajo. Escucho el
agua corriendo y supongo que es Maren lavándose los
dientes.
Dentro de mi habitación, me quito la ropa que ahora huele
a hoguera y me enjuago rápidamente en la ducha. Después de
ponerme un par de calzoncillos limpios, retiro las mantas y
me meto en la cama.
Cuando por fin hay silencio y me hundo en el colchón, me
doy cuenta de que algo va muy, muy mal. El sonido de los
gemidos femeninos viene del dormitorio de al lado, y es fuerte.
Muy fuerte.
¿Qué coño?
Conozco esa voz. Es Holly, y suena como si se estuviera
divirtiendo de verdad, quizás incluso un poco demasiado.
¿Pero con quién?
Me levanto de la cama y me aventuro a salir al pasillo para
investigar. Pero, cuando abro la puerta, me paro en seco
porque Maren está ahí de pie, con un aspecto tan confuso
como yo, vestida solo con una camiseta que apenas le cubre
las bragas.
Los gemidos se convierten en pantalones y luego en gritos.
Mis ojos abiertos se encuentran con los de Maren.
—Es...
—Holly —dice ella.
—¿Pero con quién?
—Estaba en el baño cuando empezó. Me imaginé que
habías entrado ahí. —Su voz es suave, casi tímida, y deja caer
la mirada al suelo.
—Dios, no. No tengo ningún interés en ella.
La postura de Maren cambia, y su espalda se endereza.
Levanta la camiseta unos centímetros más, así que ahora
puedo ver la parte delantera de sus bragas. Son de suave
algodón blanco. Quiero quitárselas con los dientes.
—Bueno, si tú no estás ahí, ¿quién lo está?
Me encojo de hombros.
—Creo que es solo ella.
En esto, los ojos de Maren se abren de par en par.
—¿Está tratando de ponerte celoso?
Sacudo la cabeza.
—No, creo que está tratando de ponerte celosa a ti.
Las cejas de Maren se unen.
—No lo entiendo.
Me lamo los labios, tratando de sacudir la extraña
vibración que llena el pasillo. Los gemidos no han parado. Ni
siquiera cerca.
—Holly siempre pensó que sentía algo por ti. Tal vez quiera
que pienses que ella y yo estamos en esa habitación.
Maren se ríe nerviosamente ante la sugerencia de que
sentía algo por ella.
—Bueno, eso obviamente no es verdad.
Mi garganta se seca, y no digo nada más. Maren se mueve
nerviosamente, tirando de su camiseta hacia abajo.
Después de un silencio incómodo, le digo:
—Vamos, puedes dormir conmigo. —¿Qué opción tengo?
No es que pueda estar en el pasillo toda la noche.
Maren me sigue al interior del dormitorio, oscuro salvo por
la luz de la luna. Nos tumbamos con cautela, cada uno toma
un lado de la cama y le doy todo el espacio que puedo, con
cuidado de no hacer contacto inadvertido.
No tengo ni idea de cómo voy a mantener las manos
quietas. Realmente debería haberme masturbado antes
cuando tuve la oportunidad.
Pero hay una pequeña bendición. Parece que Holly ha
terminado su actuación. No puedo creerlo, y realmente no sé
lo que vi en ella.
Ahora que está en silencio de nuevo, mi corazón late tan
fuerte que no tengo ni idea de cómo Maren no lo oye.
Justo entonces, se vuelve hacia mí.
—No puedo dormir —susurra—. ¿Tú puedes?
—No.
Con el toque más ligero que una pluma, Maren extiende la
mano, poniendo la punta de sus dedos contra mi mandíbula.
Lentamente, gira mi cara hacia la suya. Nuestros ojos se
encuentran en la oscuridad, y yo sigo tratando de entender el
calor reflejado en mí cuando se inclina y me besa.
Es el movimiento más pequeño... al principio. Solo el suave
roce de su boca llena contra la mía.
Pero luego me muevo, empujando mi codo para inclinarme
sobre ella, y Maren responde con un pequeño y agradable
sonido. Su boca está hambrienta y caliente y se mueve contra
la mía, haciendo que las endorfinas inunden mi sistema.
Cuando separo mis labios y su lengua se desliza fácilmente
dentro, todo mi cuerpo se sacude por lo bien que se siente. Su
cálida boca es increíble.
Mi cerebro es un revoltijo de lujuria y deseo. Calor y
emoción.
Debería irme. Pero como mi control se desmorona
rápidamente, me rindo y toco su mejilla, inclinando su
barbilla para poder saborear más de ella. Me sorprenden mis
acciones, pero su boca se siente demasiado bien para
detenerme, y pronto me ahogo en ella.
Respirando profundamente, lucho por controlarme, pero es
inútil. Me ha arruinado.
El calor pulsa entre nosotros. Inclino su barbilla y, con mi
otra mano, le doy a mis bolas un apretón de advertencia
debajo de las mantas. No sirve para calmarme.
A Wolfie no le importaría que fuera Maren la que se me
insinuara. Solo sabría que lo he traicionado. Y eso es lo que
sería esto. A pesar de lo bien que se siente, y créeme, ahora
mismo se siente jodidamente bien, sería una completa y total
traición a veinte años de amistad.
El deseo arranca el aire de mis pulmones. No se me sacude
fácilmente, pero esto...
Lucho por mantener el control, sabiendo que debo irme.
Huir de la cama, de la habitación, de la casa del lago, y poner
la mayor distancia posible entre Maren y yo.
En lugar de eso, me rindo completamente. Nada importa
ahora excepto entrar en ella. Recobra el aliento, y hace otro
sonido lleno de deseo.
La indecisión me paraliza, un dolor agudo dentro de mi
pecho.
Vete. Detén esto ahora, me ruega mi cerebro.
La idea de tener que mirar a Wolfie a los ojos y decirle que
he profanado a su hermana es lo único que puede frenar el
deseo que me desgarra como una bomba. No puedo. No lo
haré.
Ella se sienta a horcajadas sobre mí, y el contacto de su
calor sobre mi dura polla es el cielo.
Oh, mierda. Tal vez solo unos minutos más.
¿Qué demonios, Hayes?
—Paloma —digo con voz ahogada, sin aliento y duro como
una roca.
—Espera.
Se aleja para encontrarse con mis ojos en el brillo de la
pálida luz de la luna que llena la habitación.
—No podemos.
Con un movimiento de cabeza y la barbilla pegada al
pecho, Maren hace un ruido de acuerdo.
—Lo sé. Lo siento. —Se mueve de mi regazo.
—Es que...
—Lo entiendo. —Su expresión es increíblemente triste, y
sale de la cama y desaparece de mi habitación y hacia el
pasillo.
Puede que diga que lo entiende, pero su expresión dice lo
contrario. Está herida, y yo soy el que la causó.
No puedo borrar de mi cerebro la mirada de sus ojos
cuando le dije que no podíamos.
Mierda.
Maren no entendió nada. Pensó que la estaba rechazando,
pero es todo lo contrario. La estaba protegiendo.
Y ahora no tengo otra opción que ir detrás de ella.
Capítulo 10
Maren
Necesito cada gramo de resolución que queda en mí para
no llorar.
Me pongo contra la puerta, mirando la pared entre la
habitación de Hayes y la mía... bueno, la de Holly. Su
pequeña actuación, los golpes y los gemidos, se ha detenido,
pero ha reclamado su territorio.
Además, no quiero que nadie me vea así, y menos aún
Holly. Mis labios están hinchados, mis bragas están
empapadas, y mi corazón... Está latiendo tan fuerte que me
sorprende que nadie pueda oírlo excepto yo. Me duele la
garganta duele por la emoción, y cierro los ojos y ordeno a mi
tembloroso cuerpo que se concentre en respirar. Entra por la
nariz, sale por la boca.
Pero, tan pronto como cierro los ojos, puedo sentir los
labios de Hayes en los míos. Calientes e insistentes,
empujando y tirando contra mi boca con una pasión que
nunca había experimentado, hasta que de repente sus labios
desaparecieron. Hasta que llevé las cosas demasiado lejos y
me pidió que me fuera. Qué vergüenza.
Un escalofrío caliente se desliza sobre mi piel. Dios, ¿qué
esperaba? ¿Que después de veinte años de tratarme como
una hermana pequeña, Hayes me viera de repente como una
especie de monumento y me llevara a la cama? La vida no
funciona así. No para mí, de todas formas. Años de ver a
Hayes salir de fiestas con diferentes chicas, y luego, más
tarde, de bares con diferentes mujeres, debería haberme
consolidado eso en el cerebro.
No soy su tipo. Y punto. Fin de la historia.
No quiero enfrentarme a Holly ahora mismo, pero ¿qué
opción tengo? Solo estoy considerando escabullirme a la
cocina a por algo fuerte y potente para beber por mi
vergüenza cuando la puerta de la habitación de Hayes se
abre, y su profunda voz retumba mi nombre.
—Maren.
La esperanza florece en mi pecho, acunandose dentro de
mí, bajando más. Respiro profundamente otra vez para
estabilizarme. Dios, lo deseo tanto que duele.
Cuando me vuelvo hacia él, sus ojos son oscuros y
conflictivos. La promesa de sexo caliente y poder irradia de él
en ondas. Ladea la cabeza, todavía esperando. No tengo ni
idea de qué decir.
Bajo mi mirada, incapaz de encontrarme con su mirada.
No puedo soportar más su rechazo, especialmente no ahora,
aquí a la luz del pasillo donde tengo que ver su mirada oscura
moviéndose sobre mi piel expuesta. Donde puedo sentir el
deseo que irradia entre nosotros.
Es exasperante. Y embriagador.
Finalmente, mis ojos se encuentran con los suyos, y el
calor me recorre.
Se acerca, sus dedos presionan bajo mi barbilla, y levanta
mi cara hacia la suya. Su boca sensual se presiona en una
línea firme, y mi estómago se aprieta.
—Vuelve a mi habitación. —Es menos una petición que
una exigencia, y no puedo domar el deseo ardiente que me
recorre retorciéndose una vez más—. Por favor —añade, con
la voz firme.
Cuando me atrevo a encontrarme con su mirada de nuevo,
sus ojos se han suavizado. Me recuerdan al whisky de
centeno, que es extrañamente relevante para mi plan de
escape de beber hasta dormirme. Es la única manera de
calmar este dolor.
—No necesitamos tener esta conversación. Te has
explicado bien. —Me ahogo, triste por lo patética y rota que
parezco. Una sola lágrima se desliza por mi mejilla,
amenazando con convertirse en una llorera total.
—Lo siento, ¿de acuerdo? De verdad que lo siento. Es mi
culpa.
—No, no, paloma —murmura, limpiando la lágrima de mi
mejilla con su pulgar—. Créeme, apartarte fue la cosa más
difícil que he hecho.
¿Es condescendiente conmigo? Parece sincero, pero la
compasión puede ser sincera. Muy sincera.
Respiro con dificultad, mirando por encima del hombro.
Esta escena sería sospechosa para cualquiera que se
levantara de la cama para ir al baño o tomar un vaso de agua.
Wolfie podría caminar por este pasillo en cualquier...
—Maren.
Los dedos de Hayes rozan mi cabello despeinado, metiendo
mechones rebeldes detrás de mi oreja antes de inclinarse, con
sus labios rozando mi oreja en un susurro.
—Por favor, paloma. Vuelve a la cama conmigo.
Y, así como así, me derrito, y mi cuerpo responde de
nuevo.
Su mano rodea mi cuello, masajeando los tensos músculos
mientras me lleva de vuelta a su habitación. Cuando la
puerta se cierra, nos quedamos a oscuras, conectados solo
por sus dedos que pasan por mi cabello.
Me siento tan bien que apenas puedo respirar... y apenas
me atrevo a esperar lo que pueda pasar después.
—Encenderé la luz —murmura finalmente, soltándome y
volviendo a la cama. Se sienta en el borde, inclinándose para
encender la lámpara, que proyecta una tenue luz amarilla
sobre sus rasgos.
En el pasillo, no me di cuenta de lo desaliñado de su
aspecto. Su cabello está desordenado y tiene las manos
apretadas, con un par de boxers grises colgando de sus
caderas. Su rubor no se puede comparar con el mío, pero aún
tiene un color distintivo en los pómulos.
Me dirijo cuidadosamente a la esquina opuesta de la cama
y me siento. Hayes se mueve para mirarme directamente.
¿Cómo puede estar tan seguro de sí mismo?
—¿Qué pasaba por tu cabeza cuando me besaste? —
pregunta, bajando su mirada al tramo de sábanas arrugadas
entre nosotros.
Qué pregunta. Casi me quita el aliento de los pulmones.
—No lo sé. Supongo que …. Siempre me lo he preguntado,
¿sabes? Qué tenían esas otras chicas que yo no tengo. —
Decirlo en voz alta es como llevar un cortapernos a los
candados de mi corazón. Me preocupa que se escape algo más
de la bóveda.
—Nada. No tenían nada que tú no, paloma.
Resoplo. Ahora estoy segura de que me está tratando con
condescendencia.
—Sé realista —le digo, echándole una mirada escéptica
mientras mis dedos se ocupan del dobladillo de mi camiseta.
—Lo soy.
Por la expresión de su cara, la misma cara que he
conocido casi toda mi vida... no está mintiendo. Mi corazón se
salta un latido.
—Mi turno —digo, mi garganta apretada—. Hoy en el agua,
te sentí... —Hago una pausa y bajo la mirada, y luego me
encuentro con su mirada de nuevo cuando encuentro mi
coraje—. Sentí que te ponías duro. ¿Fue eso real?
Hayes cierra los ojos un momento, y sus cejas se arrugan
en una especie de confusión interior. Cuando abre los ojos de
nuevo, casi parece triste.
—Real. Muy real —dice, con una voz más suave de lo que
nunca antes había oído.
Parece tan vulnerable ahora mismo, tan diferente de la
fuerza del hombre que he llegado a conocer y admirar. ¿Solo
intenta ser amable conmigo? Porque la expresión vulnerable
de su cara está haciendo cosas por mí que preferiría no decir
en voz alta.
Te deseo tanto.
Lentamente, me inclino sobre la cama, arrastrándome
hacia él. Cuanto más me acerco, la aprensión de sus ojos se
funde en lo que solo puedo describir como lujuria.
¿Él también me desea?
Solo me detengo cuando estamos a un suspiro de
distancia. Todavía de rodillas, me acerco con un dedo a su
afilada y apretada mandíbula. Los oscuros y dilatados ojos de
Hayes están ahora fijos en mis labios. Con mi dedo, trazo el
contorno de su regordete labio inferior. La pregunta no
planteada flota en el aire entre nosotros.
Y, cuando lo beso de nuevo, sé que no podré detenerme.
Hayes suspira dentro de mi boca, y sus grandes y fuertes
manos se extienden para acariciar mi cara antes de apartar
mi cabello. Sus labios se mueven contra los míos con
urgencia, y su lengua caliente entra, golpeando la mía con un
delicioso deslizamiento. Agarrando un puñado de mi cabello
con firmeza, pero no dolorosamente, hace que nuestros besos
sean más profundos que antes. No puedo contener el gemido
que se me escapa de mi garganta.
Cuando jadeo por aire, Hayes desliza su boca caliente
contra mi mandíbula, mi cuello, mi hombro aún vestido.
Levanto los brazos, y él capta la indirecta, levantando la
camiseta de gran tamaño sobre mi cabeza. Cuando su mirada
baja a mis pechos desnudos tomo un aliento y, cuando sus
palmas rozan la tierna piel de sus lados, mis pezones se
ponen erectos.
—Tan jodidamente perfecta. —Habla con la voz ronca en
mi oído, pellizcando ligeramente un pezón.
Casi me sobresalto. Mierda. Ha pasado mucho tiempo
desde que un hombre me tocó. Y este es Hayes.
Todo parece electrificado. El fuerte golpe de mi corazón.
Sus grandes manos sosteniendo las mías. Pero son sus ojos
los que me desarman. Largas e imposibles pestañas gruesas.
Tanta emoción caliente reflejada en mí.
Tantas veces he imaginado el tipo de amante que sería
Hayes. Exigente. En control. Generoso.
—Acuéstate —susurra, y obedezco sin pensarlo.
Su musculoso cuerpo se extiende sobre el mío,
envolviéndome en su calor y su peso. Se apoya en sus
antebrazos, y abro mis piernas para él, levantando mis
caderas para rozarme con su abdomen. Cuando su erección,
dura como una roca, se frota contra mi núcleo, jadeo con
sorpresa. Es más larga, gruesa y caliente de lo que recuerdo
del lago.
Trazando con mis dedos las definidas líneas de sus
pectorales, abdominales y oblicuos, me mareo de deseo.
Cuando empuja su longitud contra la parte delantera de mis
bragas húmedas, lo hace con movimientos lentos y
deliberados. Agarro sus caderas, y mi cabeza gira con
atracción. Nunca he deseado más a nadie, y trato de empujar
sus calzoncillos con mis pies, pero se aleja.
Hayes deja un sendero de besos desde mi cuello hasta mis
pechos, y su lengua se mueve para rozar un pezón
endurecido. Grito, mi espalda se arquea en éxtasis mientras
él envuelve con sus labios la tensa y sensible carne,
chupando, pellizcando y lamiendo como si mi teta fuera su
helado favorito. Enredo mis dedos en su cabello, tirando
fuerte cuando siento la punta de sus dedos explorando la piel
de mis muslos, el borde de mis bragas. Sin quitar el algodón
mojado, Hayes encuentra mi punto más sensible y le da un
suave golpecito.
Gimoteo, cubriendome la boca con una mano para
amortiguar el sonido.
Se ríe contra mi pecho, bajando la cabeza para besar la
piel expuesta de mi vientre. Sus dedos bailan alrededor de mi
centro cubierto de algodón, parándose solo para frotar mi
clítoris en círculos precisos y uniformes. Ya me estoy
desmoronando para cuando Hayes engancha sus dedos en
mis bragas, bajándolas por mis piernas. Con dos manos,
extiende mis rodillas, bajando la mirada al punto desnudo
entre mis piernas por primera vez.
—Paloma —dice suavemente, deslizando una mano por mi
muslo.
Me estremezco cuando me toca, agarrando las sábanas a
mi alrededor. Nunca había estado tan expuesta, ni siquiera lo
había imaginado. Pero, con los ojos de Hayes sobre mí, me
siento viva.
De repente, me besa desde el muslo hacia el centro, y se
detiene para burlarse de mí con golpes calientes de su
húmeda y talentosa lengua.
—Tú... ahh… no tienes que... —tartamudeo entre jadeos.
Envolviendo con un brazo mi muslo y acariciando una
mejilla de mis nalgas con la otra mano, Hayes me mira desde
entre mis piernas, con sus ojos parpadeando.
—Quiero hacerlo. No sabes cuánto tiempo —dice,
deteniéndose para dar otro beso en mi punto más sensible—,
he querido...
Arqueo mi espalda una vez más, rindiéndome al placer
entumecido de Hayes haciendo algo en lo que claramente
sobresale. Mis dedos se flexionan y se mueven mientras me
masajea el trasero con una mano, con su lengua rodeando mi
clítoris.
Continúa así un tiempo, Hayes lamiendo mi coño con
besos húmedos y descuidados y yo jadeando contra su boca
codiciosa. Justo cuando siento que no puedo soportarlo más,
siento uno de los largos dedos de Hayes trazando mi carne.
Sus labios agarran mi clítoris, chupando fuerte mientras
su dedo se sumerge en mí, curvándose en el punto justo.
Puedo sentir mi orgasmo impactando hacia mí, perdida en las
sensaciones de placer tan intensas que no recuerdo haber
sentido nada así. Cuando mete otro dedo en mí, me pierdo,
mordiéndome el puño para silenciar el gemido animal que se
me escapa mientras me vengo más fuerte, más rápido y
durante más tiempo que nunca.
Cuando vuelvo a la tierra, mi cuerpo está cubierto de
sudor y mis pechos se agitan con el esfuerzo que me lleva a
recuperar el aliento. Hayes todavía deposita suaves besos en
mi centro, causando que sacudidas de placer me recorrarn
con cada contacto. La mitad de mí podría flotar en las olas de
esta dichosa existencia para siempre, pero otra mitad, más
insistente, preferiría devolver el favor.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, con voz baja y dulce. Sus
labios hacen cosquillas en la piel desnuda de mi muslo.
—Siento... que aún no hemos terminado aquí.
Levanta una ceja cuestionante mientras bajo mis piernas a
un lado de la cama, con una nueva energía burbujeando en
mí. Cuando mis rodillas tocan el suelo, la expresión de Hayes
cambia cómicamente de maravilla a pura lujuria.
Posicionándome entre sus rodillas separadas, froto con
una mano su longitud erguida a través de sus calzoncillos,
disfrutando de cómo se mueve bajo mi toque. Un fuerte
aliento escapa de sus labios entreabiertos mientras agarro la
goma, dando a la tela un suave tirón.
El algodón cede e inhalo, de repente me quedo sin
palabras.
Su polla es enorme. Dura. Desconcertante. Pero el deseo
que tengo de tocarlo, de chuparlo, de montarlo, es una
necesidad urgente.
Pero, antes de que pueda terminar de desenvolver mi
regalo, Hayes me agarra las manos y me detiene.
Capítulo 11
Hayes
Mientras miro a Maren arrodillada frente a mí, mi corazón
late con anticipación. Dios, es perfecta. Pequeña y curvilínea y
tan deliciosa que quiero devorarla de nuevo.
Sé que debería impedir que lo haga, pero no puedo.
Cuando suelto sus manos, me da una pequeña sonrisa.
Sus pechos llenos aún se mueven con su falta de aliento, y
quiero enterrar mi cara entre ellos y besar y chupar. Pero todo
lo que puedo hacer es sentarme aquí en el borde de la cama
como una estatua y ver cómo baja su boca hasta mi polla.
Con un toque tentativo de su lengua caliente, se burla de
mí al principio. Entierro mis puños en las mantas mientras
ella abre más y trabaja para encajar la cabeza de mi polla en
su perfecta boca.
—Joder. Sí, eso es. —Levanto mis caderas del colchón,
dándole más.
Maren hace un sonido sofocante, y su lengua me provoca
mientras toma una muy necesitada bocanada de oxígeno. Me
agarra las pelotas con una mano y me acaricia mi punta
dolorida con la otra. Cierra los ojos lentamente cuando me
toma en su boca de nuevo
—Paloma... —Digo la palabra sin aliento.
Voy a ir al infierno. Eso es obvio. Porque Maren me está
dando una mamada caliente y húmeda, y es lo más cerca que
he estado del cielo.
Le toco el cabello, poniendo mi pulgar a un lado de su
garganta para sentir que me acepta, y Maren suelta un
pequeño e indefenso gemido. No puedo evitar hablarle sucio,
decirle lo sexy que es con la boca llena de mi polla, lo bien
que se le da esto. Y saboreo cada una de sus reacciones. La
forma en que murmura contra mí y aprieta sus muslos
juntos... es sexy como el pecado.
Antes de correrme, le advierto, pero Maren no se detiene,
forzandose a tomar aún más de mí en su garganta justo
cuando exploto.
—Diablos, nena. —Jadeo mientras ella se sienta sobre sus
talones, pareciendo complacida. ¿Quién habría sabido que
ese era uno de los muchos talentos de Maren? Este tipo no.
Subirla a la cama y ponerla contra mi pecho después es lo
más natural del mundo. Suelta una pequeña risa y pone su
cabeza en mi hombro. Acostado aquí con ella, acurrucado en
un montón de calor y rubor, me hace sentir casi tan bien
como la intimidad que acabamos de compartir. Todo esto es
muy inesperado, pero al mismo tiempo parece correcto.
Mientras la abrazo y paso mis nudillos suavemente sobre
la suave piel de su columna vertebral, intento convencerme de
que tal vez mi traición a la confianza de Wolfie no cuente a
través de las fronteras estatales.
Casi funciona.

***

Nos acurrucamos hasta que me duermo. En algún


momento, Maren debe haber huido de la cama. A la mañana
siguiente, me despierto solo y lleno de culpa.
¿Qué coño pasó anoche? ¿Dejé que las cosas fueran
demasiado lejos? Casi me convenzo de que todo era un sueño
húmedo hasta que bajo a desayunar y encuentro a Maren y
Wolfie sentados a la mesa, con el olor a café colgando en el
aire.
Wolfie está pegado a su teléfono, con su cabello
sobresaliendo en ángulos extraños y su cara fruncida por el
ceño. Todos sabemos que no hay que hablar con él antes de
su tercera taza. Maren se lleva la taza a los labios y me mira
por encima de la fina brizna de vapor.
—Buenos días, Hayes. ¿Dormiste bien? —Su voz es como
el terciopelo, con sus párpados pesados mientras sorbe su
café sin apartar su mirada de la mía.
Está bien. Definitivamente no fue un sueño.
Menos mal que Wolfie está muerto para el mundo ahora
mismo, porque no hace falta ser psíquico para interpretar el
aire entre nosotros.
—Eh... sí —me las arreglo para decir antes de apartar mi
mirada de ella y servirme un café.
Estoy jodido. Estamos jodidos. Voy a ir al infierno. Y no
ayuda que el hecho de estar en la misma habitación que
Maren me excite.
Uno por uno, el resto del equipo se une a nosotros en la
cocina.
Connor baja las escaleras, golpeando a Wolfie en el
hombro con un fuerte:
—¡Buenos días! —Wolfie gruñe en respuesta. Penelope y
Scarlett llegan juntas y se sientan junto a Maren en la mesa,
y Caleb empieza a romper huevos en un tazón.
Finalmente, Holly baja las escaleras, la única de nosotros
ya vestida con traje de baño y con un camisón encaje que
parece más lencería que ropa de dormir. Después de anoche,
estoy a punto de matar a Wolfie por invitarla.
—Buenos días a todos —dice con voz cantarina, rodeando
la isla de la cocina—. ¿Dormiste bien? Claro que sí. Maren,
espero no haberte molestado anoche. Se me conoce por dar
vueltas y hacer mucho ruido por la noche. —Riza un mechón
oscuro alrededor de su dedo y bate sus pestañas en dirección
a Maren.
Con cada segundo que paso alrededor de esta mujer, se
hace cada vez más difícil creer que alguna vez me sintiera
atraído por ella.
Maren me mira, y sus ojos me dicen todo lo que necesito
saber. Está pensando en anoche. En cómo el pequeño
espectáculo de Holly nos llevó a la misma habitación. En lo
que pasó después... cómo la probé, la hice gemir y mover la
lengua, cómo tragó hasta la última gota de mí por su
garganta.
Maldición. Tengo que controlarme.
Aparto la mirada y ocupo mis manos haciendo otra
cafetera y tratando de pensar en cualquier otra cosa. Connor
y Caleb están hablando de nuestros planes para la mañana
en el agua, así que asiento y finjo que estoy prestando
atención. Pero en realidad estoy escuchando a Maren, que le
dice a Holly que no la molestó en absoluto y que durmió en
perfecta felicidad. No tengo que ver la mirada en la cara de
Holly para saber que no es la respuesta que esperaba.
Después del desayuno, todos nos ponemos nuestros trajes
y nos encontramos en el muelle. Caleb, Connor y Wolfie llevan
unos kayaks al agua e intentan persuadir a las chicas para
que se metan con ellos. Yo agarro un par de tablas de
paddleboards del estante y le hago una seña con la cabeza a
Maren.
—¿Tu equilibrio sigue siendo tan bueno como en el
instituto? —pregunto, sosteniendo una tabla hacia ella.
Ella sonríe y abre la boca para responder, pero la voz de
Wolfie la corta.
—¡Hayes! ¿Podrías venir aquí y explicarle a Penelope que
estos kayaks están diseñados para dos personas?
Suspiro y dejo caer las tablas.
—Vuelvo enseguida.
Maren se encoge de hombros y me dirijo al agua, donde
hay algo que no puedo entender entre Wolfie y Penelope.
¿Están... coqueteando?
—¡No me voy a meter en esa cosa contigo, Wolfie! —grita,
golpeándole el brazo con el dorso de la mano.
La boca de Wolfie se tuerce con una sonrisa de lado.
¿Qué demonios? Parece que no soy el único que piensa
cosas que no deberían en estos días.
—¿Cuál parece ser el problema aquí, amigos? —pregunto,
juntando mis manos y dándole a Wolfie una sonrisa fácil.
Penelope se cruza de brazos y Wolfie extiende los suyos a
los lados.
—Pensé que sería bueno para los dos hacer un pequeño
viaje alrededor del lago, pero Pen no parece tan segura —dice,
con su habitual gruñido menos enojado y más juguetón que
de costumbre.
—No creo que sea seguro —dice Penelope, mirando con
preocupación al kayak.
—Llevamos a estos al agua todo el tiempo. Si no fueran
seguros no los tendríamos —le digo con un guiño
tranquilizador.
—Bueno, si son tan seguros ustedes dos pueden
soportarlo. Voy a ir a remar con Maren —dice Penelope,
echándose el cabello por encima del hombro y marchándose
enfadada.
Wolfie gruñe y la observa irse, con una mirada de estupor
en su rostro.
—Cuidado, hermano —digo, dándole a su brazo un buen
golpe. Ahora nuestros planes para el día se han arruinado.
—Cállate.

***

Pasamos la mañana en el agua, en kayak, con las tablas


remeras, flotando en tubos de aire, haciendo cualquier
actividad que podamos. Más tarde, empacamos y nos
amontonamos en los autos para regresar a la ciudad,
agotados y un poco quemados por el sol de nuestro fin de
semana fuera.
En el auto, Wolfie pone la radio en la misma estación de
siempre. Tamborilea con sus dedos sobre el volante una
canción de rock clásica, y hago lo que puedo para evitar mirar
el reflejo de Maren en el espejo retrovisor cada vez que puedo.
Está callada, y no es propio de ella. Mi plan de robar unos
momentos a solas en el agua fue arruinado por Penelope, así
que no tengo ni idea de dónde está la cabeza de Maren. Solo
puedo imaginar lo que debe pensar de mí ahora, el mejor
amigo de su hermano mayor que se aprovechó de ella cuando
estaba en una situación vulnerable. Nunca debí haberla
invitado a mi cama anoche. Fue un error, y me disculparé a la
primera oportunidad que tenga.
O tal vez no sea así. Tal vez esté callada porque está
planeando cómo decírselo a Wolfie. O. tal vez está planeando
cuándo lo haremos de nuevo. De cualquier manera, tengo que
saber lo que está pensando. Necesito hablar con ella y
asegurarme de que esté bien.
Mi casa está de camino a la de cada uno de ellos, así que
Wolfie me deja a mí primero. Fuera de mi apartamento, me
despide desde el lado del conductor mientras Maren sonríe
desde el asiento del pasajero.
—Gracias de nuevo por un fin de semana divertido, Hayes.
Fue muy dulce de tu parte tenernos a todos en casa —dice.
—Cuando quieras.
—Nos vemos mañana temprano —dice Wolfie, y sube la
ventanilla antes de irse.
Subo con mi maleta al piso de arriba, deseando que Maren
me hubiera dado algún tipo de código para descifrar en vez de
un cortés y genérico agradecimiento. Todavía no tengo ni idea
de lo que está pensando, pero ahora sé lo que tengo que
hacer.
Wolfie será el próximo en dejar a Maren. Su casa no está
lejos de la mía, así que diría que tengo unos buenos diez
minutos antes de que esté sola en su apartamento. Me pongo
al día con Rosie unos minutos, para empezar a informarle
sobre el fin de semana. Cuando llega el momento, me
disculpo y subo a mi habitación y marco el número de Maren,
conteniendo inconscientemente la respiración mientras
suena.
—¿Olvidaste algo? —El tono de Maren es burlón, juguetón.
Demasiado juguetón para que ella estar aun con Wolfie.
—¿Estás sola?
—Me acaba de dejar.
—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien.
No responde de inmediato, y puedo oír sus llaves
tintineando y la puerta cerrándose detrás de ella.
—¿Estás bien? —repito.
—¿Qué me estás preguntando, Hayes?
—Bueno, quería asegurarme de que no me pasara de la
raya anoche-
Se ríe, pero no la risa ligera, aireada y femenina a la que
estoy acostumbrado. Esta viene de algún lugar profundo en
su garganta, de algún lugar sensual.
—Por supuesto que estoy bien. —Se ríe un poco, y parece
que quiere decir algo más, pero no es así.
Dejo salir un aliento aliviado.
—Bien. Me alegra oír eso.
Se ríe de nuevo.
—Sabes, me alegro de que hayas llamado, en realidad.
Tengo algo de lo que quería hablarte.
—¿Ah, ¿sí?
—Me preguntaba si querías venir a la recaudación de
fondos conmigo el próximo fin de semana.
—¿Como tu cita?
—No. No lo sé. Pensé que, ya que fuiste importante y
decisivo para que todo sucediera, sería bueno tenerte allí con
nosotros. Pero entiendo perfectamente si...
—Estaré allí.
—¿En serio?
—Por supuesto. No me lo perdería por nada del mundo.
Charlamos un poco más sobre los últimos detalles de la
recaudación de fondos antes de colgar. Cuando salgo a la
cocina a por un vaso de agua, encuentro a Rosie sentada a la
mesa, pintandose las uñas de un brillante tono de rosa.
—Tienes un aspecto horrible —dice, mirándome por
encima de sus gafas.
—Yo también te eché de menos.
—¿Qué pasa? ¿Pasó algo en la casa del lago? Sabes, a
veces demasiado sol puede hacer que la gente haga cosas que
no quiere hacer.
Y tanto.
Tomo un sorbo de agua, con el líquido enfriando mi
garganta.
—Estoy bien. No ha pasado nada. Todos nos divertimos.
Ella estrecha los ojos.
—Bueno, asegúrate de beber dos de esos. Probablemente
estés quemado por el sol bajo esa camisa. Nadie se aplica
protector solar correctamente hoy en día.
Asiento y relleno mi vaso.
—Estoy agotado. Te veré por la mañana, ¿de acuerdo? Te
quiero.
—Yo también te quiero.
Vuelvo a mi habitación y cierro la puerta detrás de mí.
Esa llamada con Maren debería haberme hecho sentir
mejor, así que ¿por qué me siento como un pedazo de mierda
que acaba de ser atropellado por un camión? Puede que ella
no piense que hemos cruzado una línea, pero empiezo a
preguntarme si ambos nos equivocamos. Puede que la desee,
y puede que ella me desee a mí, pero eso no hace que lo que
hicimos esté bien.
Más tarde, me quedo dormido, acurrucado solo bajo las
mantas. Como todas las noches.
Capítulo 12
Maren
La mañana de la recaudación de fondos, me despierto con
mariposas en la barriga. Es mitad emoción y mitad energía
nerviosa, y mi estómago se revuelve porque necesito que esta
noche salga bien.
Reflexivamente busco mi teléfono, ojeando la información
de los medios sociales en un esfuerzo por calmar mi mente.
Inmediatamente aterrizo en una foto de Wolfie y Hayes en la
playa el fin de semana pasado, empapados por el agua del
lago y la luz del sol. Mi hermano, siempre estoico, está
frunciendo el ceño. Pero la enorme y genuina sonrisa de
Hayes hace que mi corazón se hinche de emoción.
Lo que pasó en la casa del lago fue... surrealista. Desde
entonces, he pasado cada noche entre recuerdos vívidos y
sueños nebulosos de los labios de Hayes en mi piel, su lengua
trazando líneas sensuales por mi cuerpo, adorando mis
puntos más sensibles. Cuando cierro los ojos, aún puedo oír
su gemido mientras acariciaba su cuerpo antes de cubrirlo
con besos calientes y húmedos.
¿Estás bien?
Cuando me hizo esa pregunta tan sinceramente, quise
decirle que estoy mejor que bien. Pero ahora estamos
explorando un territorio completamente nuevo, territorio que
no fue tocado durante años de amistad platónica y miradas
de reojo. Tengo que frenar mi entusiasmo si quiero
permanecer en la mente de Hayes como algo más que la
hermana de su mejor amigo. Pero no me preocupa
demasiado... después de todo, tengo mucha práctica en ello.
Abro mis mensajes y empiezo a redactar uno para Hayes
antes volverme loca.
¿Listo para esta noche?
Aunque estoy tentada de sentarme en mi cama y esperar
su respuesta, vuelvo a poner mi teléfono en el edredón y me
dirijo al baño.
El agua caliente de la ducha alivia la tensión en mis
hombros y cuello, un pequeño alivio que no doy por sentado.
Me pongo crema de afeitar en las manos y me cubro las
piernas una por una. Me encanta la acción repetitiva de pasar
una navaja de afeitar tan suavemente sobre mi piel. Cuando
estoy limpiando la línea de mi bikini, el recuerdo de los ojos
de Hayes brillando hacia mí desde entre mis piernas me da
un golpe directo a mi corazón.
Dejo que el agua se enfríe antes de salir de la ducha, una
ráfaga de realidad para recordarme mi primera prioridad: ser
amable con los amigos ricos de Riverside esta noche. No tener
sexo que me cambie mi vida con Hayes Ellison.
Cuando vuelvo a mi habitación envuelta en una toalla
húmeda, un zumbido me lleva de vuelta a la cama.
Te recogeré a las siete.
Su mensaje es corto y directo. No hace nada para aliviar la
ansiedad que se está cociendo dentro de mí.

***

Sentada en el Lexus de Hayes esa noche, reviso


periódicamente mi teléfono para asegurarme de que el lugar
no se haya quemado hasta los cimientos o que los
proveedores no hayan olvidado las opciones vegetarianas.
Como la recaudación de fondos fue mi idea, Peggy insistió
en que dejara todos los preparativos para el evento a ella y a
su equipo de estudiantes voluntarios. Cuando la llamé hace
unas horas para sugerirle que podía llegar temprano para
coordinar los arreglos de la subasta, me detuvo en seco.
—No, no, no, ya basta de eso. Nosotros nos encargaremos
de los preparativos. Tómate tu tiempo. ¡Llega con estilo!
Esto es lo más elegante que tengo, pero no es un traje para
ser ignorado. Los vestidos de fantasía en el fondo de mi
armario parecían un poco gastados por demasiados bailes y
bodas, así que recurrí a mi buen amigo Internet para algunas
opciones de diseño en alquiler.
Mis piernas bronceadas se asoman por la larga rendija a lo
largo del lado del cremoso vestido de seda. Los acentos
dorados alrededor del corpiño enmarcan mi cuello y mis
pechos perfectamente, ni muy sutiles ni muy llamativos. Mi
largo cabello castaño está recogido a un lado, una cascada de
rizos asegurados sobre un hombro con un elegante clip que
mi abuela me dio una vez. Mi maquillaje es todo natural
excepto por un lápiz labial color nuez moscada mate que
compré por capricho durante un viaje de compras en el
centro. Puede que me haya llevado tres horas prepararme
para esta noche, pero estoy espectacular.
Y mi cita, bueno, parece salido de la portada de la revista
GQ, su cabello se vuelve a tener una onda natural, y su
esmoquin bien confeccionado acentúa esos hombros anchos y
sexys. Cuando los ojos imposibles de Hayes se encuentran
con los míos, tengo que recordarles a mis pulmones que sigan
respirando.
—¿Cuál es el plan para esta noche? —pregunta, mirando
entre yo y la carretera—. Estás cortejando para conseguir
mucho dinero, ¿eso me convierte en tu compinche?
—Esa es la idea —digo, sacando una carpeta del muy poco
elegante bolso que planeo dejar en el auto—. He memorizado
el nombre de cada invitado, su vocación y su relación con
Riverside, pero si quieres echar un vistazo antes de entrar
debería haber tiempo.
Mirando la carpeta, Hayes se ríe.
—Confío en ti. Aún nos quedan otros cuarenta minutos,
así que dame la versión resumida.
—Claro.
Después de media hora de describir a cada invitado, de
más a menos influyente, Hayes se acerca y cierra la carpeta
con una mano firme.
—Me estás matando —dice con un gemido—. No puedo oír
hablar de otro empresario filantrópico que prefiera a los White
Sox a los Cubs. ¿Cómo diablos encontraste tiempo para
armar todo esto?
—Unas cuantas noches de dormir —digo encogiéndome de
hombros—. Todo está en línea si sabes dónde buscar.
Suspira, sonando ya aburrido.
—Apuesto a que sí.
Me acerco para poner una mano en su antebrazo.
—Esto va a ser divertido, ¿sí? No sé tú, pero yo me voy a
tomar una copa de champán.
—O doce —murmura con una sonrisa.
—O doce. Puedes beber todo lo que quieras. Por si acaso,
reservé un cuarto de hotel en el lugar, en caso de que no
queramos arriesgarnos a volver a casa.
El aire entre nosotros se carga de repente, y las puntas de
mis dedos en la manga de su chaqueta se electrifican.
Ninguno se ha atrevido a mencionar de nuevo lo que pasó en
la casa del lago, pero puedo sentir nuestra atracción en cada
mirada acalorada, en cada mirada llena de tensión.
Hayes finalmente gruñe, con los ojos fijos en la carretera.
—Probablemente sea una buena idea.
Exhalo un suave suspiro de alivio.
Reservar solo una habitación de hotel fue un gran paso de
mi parte, pero no parece molesto o incómodo. La verdad es
que mi cuenta bancaria nunca se recuperaría de hacer dos
reservas tan cerca de tener que pagar alquiler. También es
verdad que la idea de compartir una habitación con Hayes
después de una noche de lujo como esta me excita mucho.
Más de lo que probablemente debería.
Cuando llegamos, Hayes y yo pasamos por el guardarropa
y un grupo de jóvenes voluntarios, directamente cruzando las
puertas dobles. La vista es asombrosa.
El techo abovedado gotea pequeñas bombillas Edison,
proyectando un profundo resplandor sobre todos los invitados
que llegan. Las altas mesas del cabaret están decoradas con
simples pero llamativos centros de mesa florales. En el otro
lado de la habitación hay una amplia mesa donde tendrá
lugar el buffet, toda la comida caliente sobre planchas para
ello. Alrededor del perímetro de la sala hay exhibiciones de los
artículos de la subasta de los codiciados recuerdos y
coleccionables de Chicago, y paquetes de experiencias de
populares estudios de masaje, líneas de cruceros de lujo y
prominentes compañías de teatro.
Debo estar embobada porque Hayes pone su cálida palma
contra la curva de mi espalda y me impulsa suavemente hacia
adelante.
—Vamos a trabajar, ¿sí? —me susurra al oído.
Cuando mis ojos abiertos se encuentran con su mirada
confiada, su boca sensual se mueve con una sonrisa relajada.
Enderezando sus hombros, entrelazada mi mano con su codo.
Mi piel se ilumina como fuegos artificiales a su toque,
despertándome de mi estupor.
Asiento en dirección a un hombre mayor que mira una
vitrina cercana y le susurro su nombre al oído a mi cita. Me
siento más segura con los tacones, así que puedo seguir
fácilmente los largos pasos de Hayes mientras nos acercamos
al caballero.
Antes de llegar a nuestro objetivo, veo a Peggy desde el otro
lado de la habitación donde está entreteniendo a un círculo
de invitados familiares. Está absolutamente encantadora con
su vestido púrpura hasta el suelo. Me da un entusiasta
pulgar levantado y, en poco tiempo, la mitad de los ojos de la
habitación están sobre mí. No solo en mí... en Hayes. Se me
ocurre que probablemente tenga la cita más guapa de la
habitación.
Aprieto su brazo con fuerza mientras nos acercamos a
Gene Westwood, director ejecutivo de una de las firmas de
inversión más respetadas de la ciudad, conocida por su
participación en varios esfuerzos filantrópicos.
—¿Gene?
Se da la vuelta con una mirada de interés, con sus cejas
blancas levantadas.
—¿Sí?
—Me llamo Maren. Hablamos por teléfono a principios de
esta semana. Es un placer conocerte en persona —digo
mientras extiendo una mano.
Gene acepta con un fuerte apretón de manos, y una
amplia sonrisa que se extiende por su amable y envejecido
rostro.
—Excelente. Encantado de conocerte. ¿Y este es tu
marido?
Mi corazón salta a mi garganta, pero me recupero
inmediatamente, enmascarando mi rubor con una sonrisa.
—No, Hayes es... la inspiración detrás de la noche. Y un
amigo mío muy cercano.
—Inspiración, ¿eh? —dice el hombre de mi brazo mientras
me lanza una mirada pícara antes de extender su propia
mano hacia Gene, que la acepta con otro firme apretón de
manos—. Encantado de conocerte. ¿Te estás divirtiendo? —
pregunta Hayes, exudando confianza y hospitalidad.
Dios, es así de sexy.
—Vaya, sí. Qué evento tan fantástico han organizado —
dice Gene, señalando hacia los artículos de la subasta.
—Gracias —digo, casi segura ahora que puedo convencerlo
de que puje generosamente. Con una mirada agradecida
alrededor de la sala, murmuro—: Hemos tenido mucha
suerte. Todos han sido muy compasivos.
—Bueno, bueno, no dejes que nadie se lleve el mérito de tu
duro trabajo —dice Gene, inclinándose para hacerme un
guiño secreto—. Mi esposa y yo estábamos hablando de la
puja por este tesoro de la Serie Mundial que has conseguido.
Es más fanática del béisbol que yo, así que puedes
considerarnos vendidos.
—Es maravilloso oír eso. —Honestamente, estoy aliviada
de que el tema haya surgido tan naturalmente.
—Ese jersey en particular se convertirá en una pieza de
coleccionista muy buscada en quince o veinte años —dice
Hayes, señalando para que Gene mire más de cerca la tela
gastada—. El parche en la manga es lo que lo hace
invaluable. Debería estar en las manos de alguien que lo
apreciará de verdad.
—Sí debería —murmura Gene, asintiendo con entusiasmo.
Viendo la emoción en sus ojos, me acerco para apretar la
mano de Hayes. Gracias.
La noche continúa así, con nosotros dos conversando
casualmente pero con determinación con algunos de los más
grandes magnates de Chicago, solo parando para llenar
nuestros platos con comida del buffet.
Cuando la banda en el escenario de la esquina empieza a
tocar un poco de jazz suave y cantante, Hayes me extiende la
mano.
—¿Me concedes este baile?
—Por supuesto —digo, domando mi sonrisa con una más
casual.
Tomo con mi mano la suya y lo sigo hasta la pista de baile,
un tramo ligeramente levantado de caoba brillante y pulida.
Hayes se detiene, y una mano se desliza por mi brazo para
levantar mi mano con su fuerte y seguro agarre, y la otra se
desplaza hasta la parte baja de mi espalda.
Me dejo arropar por su abrazo oscilante, apoyando mi sien
en su hombro. Huele dulce y a tierra, como una mañana de
primavera después de una noche de lluvia. Cerrando los ojos,
suspiro profundamente, con el estrés del destino de Riverside
aflojando sus garras alrededor de mi corazón.
—Hacemos un gran imán de dinero, ¿no? —dice Hayes,
con su voz retumbando contra mi pelo. Sus dedos trazan
formas a lo largo de la seda de mi vestido, quemando la piel
debajo con excitación caliente.
—Ayuda que tengas el carisma para llevar la conversación
—digo entre risas—. Yo no puedo improvisar así. Solo de
pensarlo me da urticaria.
Hayes resopla.
—Mi carisma no haría una mierda sin tu seriedad. Es muy
fácil enamorarse de ti.
Me inclino hacia atrás para mirarlo severamente a los ojos,
lo que resulta ser un error. Hacer contacto visual con Hayes
es como meterse de cabeza en una tina de la más dulce y
pegajosa miel. Buena suerte para escapar.
—Eso suena como una existencia encantadora —digo,
mirándolo a través de mis pestañas—. ¿Qué te parece?
¿Debería dejar mi trabajo para convertirme en la sórdida
amante de alguien?
—Me reiría, pero seamos realistas. Nunca dejarías
Riverside.
Sorprendido, parpadeo.
—¿Por qué dices eso?
—Hiciste todo esto. Pasaste el último mes trabajando para,
qué, ¿renunciar y pasar a otra cosa? —murmura, soltándome
la mano para acariciarme la mejilla. Nuestros pies dejan de
moverse, nuestros ojos bailan mientras nos miramos—. Por
eso eres especial. El trabajo nunca ha sido por dinero para ti.
Siempre se ha tratado de cuánto te importa, paloma.
Cuando me quedo sin palabras, Hayes sonríe y vuelve a
balancearse conmigo en sus brazos.
¿Cómo es que cada vez que intento tener un momento
ligero y casual con Hayes siempre se convierte en esto? ¿Esta
ardiente sensación de corazón en llamas que no puede
respirar?
—Me conoces bastante bien, ¿verdad, Hayes Ellison? —
susurro, buscando en sus ojos algún tipo de señal, alguna
pista de que no esté imaginando este fuego que todo lo
consume entre nosotros.
—Presto atención, Maren Cox. —Su pulgar acaricia mi
mejilla, sus ojos se fijan en mis labios.
Por favor, bésame. Por favor, bésame.
—Hayes…
—¡Maren! —llama a una voz femenina desde detrás de mí.
Me trago mis palabras, girándome para ver a Peggy
caminando hacia nosotros, agitando un sobre legal en el aire.
—Maren —dice, jadeando—. Te he estado buscando.
—¿Qué pasa? —pregunto, tratando de ignorar la sensación
de los dedos de mi cita, todavía presionados contra la seda de
mi vestido.
—No pasa nada. —Resplandece, sus ojos llorosos
amenazando con derramarse sobre sus toscas mejillas—.
Acabo de hacer el recuento de la lista final. Es un milagro.
¡Mira!
El papel que me está mostrando es la lista de los mejores
postores. Sigo su dedo a lo largo de la página, hasta llegar al
artículo final de la subasta: Jersey de 2016 de la Serie
Mundial de Cubs contra Indiana. Hay un nombre familiar
garabateado junto a un número con muchos más ceros de los
que creo haber visto fuera de un episodio de Mad Men.
—Gene y Miriam Westwood... ¿sesenta mil dólares? —
Jadeo, la música y el parloteo de la sala solo son ruido blanco
al ritmo de mi corazón martillado.
—Me preguntaba si te gustaría hacer los honores de
recompensar a los mejores postores, querida —dice Peggy,
extendiendo la mano para que la apriete—. Te lo mereces. El
escenario es tuyo.
Mirar a Hayes y sus ojos alentadores es suficiente para
solidificar la verdad por la que he estado rezando. Riverside
está salvado.
—Nada me gustaría más.

***

Después de que los últimos invitados se despidan y se


vayan, Hayes y yo nos quedamos para limpiar lo que
podamos.
Estoy en modo basura, cojeando con los pies doloridos y
una bolsa de basura gigante, tirando los escombros de la
noche en el interior. Hayes, mientras tanto, ayuda a un
puñado de voluntarios a desmontar el escenario y llevar las
mesas al armario de almacenamiento. Se quitó la chaqueta de
su esmoquin cuando empezamos a ayudar, y es imposible no
mirar fijamente a esa musculosa espalda. Un bajo cosquilleo
en mi vientre me recuerda qué más me depara la noche.
Paramos en el auto para recoger mi bolso, que contiene un
pijama para mí, mi cepillo de dientes, y uno extra que compré
para Hayes a principios de esta semana. Apoyándome en el
auto con el aire fresco de la noche, tiro mi espeluznante
carpeta de acosar donantes al asiento trasero. Cuando
alcanzo la bolsa de nuevo, Hayes me intercepta.
—La tengo.
—Sabes, no tienes que hacer todo el acto de caballero
todavía —digo antes de inclinarme a susurrar—: Creo que la
parte elegante de la noche ha terminado.
—Oh, en ese caso...
Hayes le da la vuelta a mi bolso, amenazando con tirar
todo su contenido en el aparcamiento.
—¡No, Hayes! —Me río, alcanzándolo—. Vale, vale, cinco
minutos más de comportamiento caballeroso y entonces serás
libre de ser un salvaje.
Hayes suspira dramáticamente, murmurando que cinco
minutos es demasiado tiempo. Endereza sus hombros,
pasando un brazo por las tiras de mi bolsa antes de ofrecerme
el otro para que me apoye. Sonriendo, envuelvo con mi mano
su firme bíceps y me arrastro a su lado hacia el hotel.
Solo lleva unos minutos firmar y conseguir la llave de
nuestra habitación. En el ascensor, me apoyo en la pared, con
una pequeña sonrisa en los labios por lo bien que ha ido el
evento de esta noche. Hayes se inclina contra la pared
opuesta, mirándome.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, su voz tan tierna que
debería ser ilegal.
—Exhausta. —Suspiro, ladeando la cabeza para darle una
sonrisa de cansancio—. Feliz. Libre.
—¿Libre?
—Es como si me hubieran quitado un peso de encima —
murmuro, cerrando los ojos—. Es como si hubiera estado
bajo el agua todo el mes, y ahora por fin pudiera respirar de
nuevo.
Cuando abro los ojos, Hayes está mirando su reloj de
pulsera.
—Lo siento —le digo con una rabieta—. ¿Te estoy
aburriendo?
—No, en absoluto. —Sonríe, pero sus ojos se quedan fijos
en el accesorio de plata.
—Entonces, ¿a qué estás esperando? —pregunto, poniendo
los ojos en blanco.
Levanta un dedo, un gesto molesto de que espere.
Finalmente, deja caer sus brazos, y mi bolsa y su contenido
junto con ellos.
—¿En serio, Hayes? ¿Qué te pasa...?
Con una larga zancada está sobre mí, con sus manos en
mi mandíbula, inclinando mi boca hacia la suya en un beso
tan ardiente que me atraviesa. Todas las preguntas mueren
en mis labios mientras el beso me abruma.
Agarro sus hombros con dedos desesperados y mi mente
deliciosamente en blanco. Codiciosa de más, abro mi boca a
su insistente lengua, que entra ansiosamente para acariciar
la mía. Una larga pierna se mete entre las mías y frota mi
núcleo con una urgencia satisfactoria. Cuando me suelta,
nuestros labios se separan y sus ojos están casi negros de
deseo.
—¿Por qué fue eso? —pregunto, sin aliento.
Hayes se inclina, trazando un camino por mi cuello con su
lengua caliente y húmeda.
—Tus cinco minutos han terminado. Es hora de ser un
salvaje.
Capítulo 13
Hayes
La puerta se cierra de golpe detrás de nosotros, y presiono
a Maren contra ella.
Es como si la tensión que ha estado creciendo toda la
noche finalmente hubiera estallado, y estamos indefensos
contra ella. Yo estoy indefenso contra eso. He querido esto
mucho tiempo y, en el momento en que su boca se encontró
con la mía en el ascensor, supe que ella también lo quería. Así
que estar aquí ahora, sabiendo lo que viene después, es casi
demasiado para soportarlo.
Casi.
Llevo mis manos a sus caderas y cerco su cuerpo más para
que estemos bien juntos. Ella hace un pequeño sonido de
sorpresa cuando siente lo duro que estoy. Y créeme, estoy lo
suficientemente duro para clavar clavos.
Joder. Más despacio, Hayes.
Aprieto mi frente contra la suya y respiro, mi voz ronca
mientras digo
—Paloma.
Ella me toca la mandíbula, inclinando mi boca hacia la
suya.
—Más.
Gruño y me rindo, besándola profundamente. Mi lengua se
enreda con la suya y me siento impotente para hacer otra
cosa que no sea darle todo lo que quiere. Y es obvio que
quiere esto: más besos y menos charla.
Sus manos agarran mi chaqueta, y quita la primera capa
de ropa que hay entre nosotros. Yo alcanzo su cabello,
acunando su nuca mientras meto mi lengua en su boca. Ella
gime y se inclina hacia mí, enviando por telepatía claramente
sus pensamientos. Menos ropa. Ahora.
Nos guío a la gran cama, quitándome la camisa en el
proceso. Maren se desabrocha el vestido y comienza a
pasárselo sobre la cabeza, pero la detengo, sosteniendo sus
manos por las muñecas.
—Déjame.
Ella asiente, y yo levanto sus brazos sobre su cabeza antes
de agacharse para agarrar el dobladillo de su falda.
Lentamente y con placer, le quito el vestido, besando cada
nueva porción de piel que descubro mientras tanto. Sus
rodillas, sus muslos, sus caderas, su vientre. Cuando llego a
su boca, dejo caer el vestido al suelo, y caemos juntos en la
cama.
—Eres tan hermosa —digo en voz baja, tomando su pecho
con mi mano y girando su pezón entre mis dedos, y ella
suspira y echa la cabeza atrás.
Quiero saborear cada momento de nuestra primera vez
juntos. Quiero que disfrutemos de esto. Quiero que ella
disfrute de esto. Quiero que esté preparada.
—Ven aquí —digo, y Maren obedece, trepando sobre mí
para que mi polla, detrás de mi cremallera, presione contra su
centro—. Móntame.
Me mira por un momento, con ojos llenos de lujuria y
hambre y una pizca de confusión. Me estremezco contra ella.
Ella se estremece y sonríe en comprensión. Con una mano
extendida sobre mis abdominales, gira sus caderas sobre las
mías, gimiendo al instante. Solo me pone más duro verla así,
usándome para su placer, para venirse.
Arrastro su cara hacia la mía y la vuelvo a besar, más
profunda y urgentemente que antes, moviendo mis caderas a
su ritmo. Suspira contra mi boca y, cuando se aleja jadeando,
tiene la cara sonrojada y su cabello sobre un hombro. Dios, es
hermosa así.
—Te necesito —dice ella, jadeando las palabras entre
aliento y aliento.
Se baja de mí solo lo suficiente para quitarse las bragas.
Bajo la cremallera de mis pantalones de vestir, y Maren me
los baja por las caderas.
Casi podría reírme de lo ansiosa que está. Pero, ahora
mismo, no hay humor. Solo un montón de tensión sexual que
se ha estado acumulando durante años.
Estoy tan desesperado por ella que podría explotar. Pero
prometo no hacerlo, no hasta que ella se venga primero. Me
quito los calzoncillos y los dejo caer a un lado de la cama. Los
ojos de Maren me examinan, abriéndose ligeramente cuando
se posan por un momento en mi entrepierna.
Presiono mis labios contra su cuello mientras ella se sube
a mí. Esta vez siento lo mojada que está, y gimoteo mientras
mueve sus caderas y nos frotamos juntos.
Agarrando su cadera con una mano, hago que sus
movimientos sean más lentos.
—¿Podrías venirte así? —me pregunta, con una sonrisa
pícara inclinando los labios.
¿Podría venirme así? No tiene ni idea de lo que me hace.
—¿Es eso lo que quieres?
Se muerde el labio inferior y sacude la cabeza.
—Te quiero dentro de mí.
—¿Condón? —pregunto en voz baja.
Ella se encuentra con mis ojos.
—Estoy bien si tú también.
—Estoy… bien —digo, exhalando la palabra. Siempre he
usado condones. Siempre. Pero Maren es diferente. Y, como
no he estado con nadie desde que Samantha me dejó y me
hice la prueba justo después, sé que no pondré a Maren en
riesgo.
Levantándose sobre sus rodillas, pone una mano entre
nosotros para levantarme la polla del estómago y luego...
jooooder.
Respira, Hayes.
Está caliente y apretada y es perfecta.
Gimo por el increíble calor que me da. Baja, deslizándose
lentamente mientras se ajusta a la sensación de que la estoy
estirando.
Sus ojos se cierran y hace un sonido bajo y lleno de placer.
—Hayes.
—Joder, te sientes tan bien. —Gruño las palabras, usando
mis codos para subir y morder el punto blando entre su oreja
y su hombro.
Jadea mientras me introduce más en ella, cada centímetro
es estar más cerca del cielo. Me toma hasta que estoy
completamente dentro de ella, y cada músculo de mi cuerpo
se tensa para evitar el orgasmo pendiente que puedo sentir
construyéndose en la base de mi columna vertebral.
No le lleva mucho tiempo encontrar su ritmo. Los sonidos
que salen de su boca son de otro mundo.
Maren es lo mejor que he sentido nunca, y ese
conocimiento no me sienta bien. Es peligroso darme cuenta
de que no tengo tiempo para pensar en ello porque empieza a
moverse más rápido, y sus gritos son cada vez más fuertes.
A medida que se va desmoronando, es la cosa más
hermosa que he presenciado. Sus mejillas están sonrojadas,
sus labios hinchados y su cabello salvaje. Ojalá pudiera parar
el tiempo, ojalá pudiera concentrarme en cada pequeño
detalle de este momento, pero Maren está empezando a
romperse, y sé que no me quedaré atrás. Cuando termina, la
agarro con fuerza y siento un salvaje rayo de placer a través
de cada terminación nerviosa. Después, volvemos a caer
juntos en la cama, con los pechos agitados.
Empiezo a quedarme dormido cuando ella pone la punta
de sus dedos en mi hombro.
—Probablemente deberíamos limpiarnos, dormilón —
susurra. Su cara sigue sonrojada, el sudor brilla en su pecho,
y sus rizos están salvajes y desordenados alrededor de su
cabeza. Es perfecta.
—Sí, señora —murmuro con un tierno beso en la sien.

***

—¿Tuviste un buen fin de semana? —pregunta Wolfie, con


su voz tan uniforme como siempre.
No sospecha nada.
—Sí. —Me ahogo con mi respuesta mientras nos dirigimos
a la mesa de conferencias para unirnos a los chicos para la
reunión semanal del equipo.
Estamos en la oficina, supervisando el desarrollo del
producto como siempre. Excepto que no como siempre.
Porque la mayoría de los días, no acabo de follarme a la
hermana menor de Wolfie el fin de semana.
—¿Qué hiciste? —Dobla las manos sobre la mesa,
mirándome.
—No mucho. —Otra mentira. Ahora me resultan tan
fáciles.
La culpa se agolpa dentro de mí. Por mucho que intente
fingir que lo tengo todo solucionado, estoy muy nervioso. Mi
corazón late dentro de mi pecho.
¿Cuál es el final aquí? ¿Qué pasará cuando Wolfie se
entere? ¿O cuando lastime a Maren sin quererlo? Porque eso
va a pasar cuando no sabes qué coño estás haciendo. Y yo no
lo sé. No tengo ni puta idea.
Me siento en la mesa de conferencias junto a Wolfie y
cruzo un tobillo sobre mi rodilla.
Actúa normal.
Las imágenes mentales de la otra noche con Maren se
cuelan en mi cerebro. Su piel cremosa, sus mejillas
sonrosadas. Sus dedos tocando sus pechos mientras me daba
un festín entre sus piernas como si fuera mi última comida.
Respira, Hayes.
No importa lo bueno que haya sido el sexo. Y, créeme, ¿lo
que pasó entre Maren y yo? Fue jodidamente increíble. Pero
eso no cambia un hecho muy importante.
Estuvo mal, simple y llanamente.
Una cosa era cuando estuvimos tonteando en la casa del
lago. Pero otra cosa fue hacer lo que hicimos la otra noche.
Fue premeditado. La habitación de hotel que había reservado.
El condón que traje por si acaso. No hay vuelta atrás. Ya está
hecho. No puedo eliminarlo.
Respiro lentamente mientras el pánico amenaza con
abrumarme.
Una sensación burbujea en mi interior... Una sensación
tan grande y salvaje que inmediatamente sé lo que es. Pero no
le pondré nombre. No puedo. Las cosas entre Maren y yo son
solo físicas, y seguirán su curso. Tienen que hacerlo. Y,
cuando eso ocurra, me iré. Como siempre.
No puedo cambiar lo que pasó. Pero puedo controlar lo que
pasa en el futuro.
Aparte de Rosie, no tengo familia. El único lugar donde me
siento en casa es con los chicos. Wolfie. Connor. Caleb. Ever.
Son mi familia. Por eso nunca podré joder a Wolfie.
Nos conocemos desde hace años. A los otros los conocí en
la universidad, pero Wolfie y yo somos mejores amigos desde
el maldito tercer grado. ¿Y Maren? Maren era la niña con los
dientes separados y una mochila demasiado grande. Dios, esa
cosa casi la derriba. Siempre le prometí a Wolfie que la
ayudaría a cuidarla, a cuidarla.
No aprovecharme de un enamoramiento de colegiala y
follarla hasta dejarla sin sentido a la primera oportunidad que
tuviera.
—Vuelvo enseguida —digo tan casualmente como puedo.
Wolfie no levanta la mirada y gruñe en respuesta.
Me dirijo al baño y saco mi teléfono. Si esto no es una
señal de que lo que hago está mal, no sé qué es.
El contacto de Maren es uno de los primeros en aparecer, y
empiezo a escribir un mensaje explicando que ya no podemos
hacer esto. Que este fin de semana fue un error. Que lo
siento.
Pero luego recuerdo la mirada en su cara en la casa del
lago cuando pensó que fui yo quien invitó a Holly. La mirada
en su cara esa noche cuando pensó que la estaba
rechazando. Este es el tipo de noticias que la aplastarán,
especialmente después de lo que acabamos de hacer. ¿Qué
clase de hombre sería si no le dijera esto cara a cara?
Borro el mensaje y vuelvo a meter el teléfono en el bolsillo.
Me duele el corazón con solo pensar en lo que sé que tengo
que hacer. Pero también, por primera vez, sé que lo que hago
está bien. Que terminar las cosas con Maren es la única
manera de que todos podamos volver a la normalidad y
avanzar con la conciencia tranquila.
Entonces, ¿por qué me siento tan mal?
Capítulo 14
Maren
Cuando Scarlett insistió en que celebráramos el éxito de la
recaudación de fondos con bebidas, solo había un restaurante
adecuado para tal ocasión. El Signature Room.
El restaurante se encuentra en el piso noventa y cinco del
edificio Hancock, con vistas al centro de Chicago, y las luces
brillantes del horizonte contrastan con la extensión negra del
lago Michigan por la noche. El servicio es de primera
categoría, y la comida y los cócteles son de otro mundo, según
todas las críticas. En palabras de Scarlett, es muy elegante.
Un borrón de mensajes siguió, intercambiando fotos de
opciones de ropa y acabando con la logística. En poco tiempo,
el plan estuvo terminado. Esta noche, Scarlett, Penelope y yo
llegaríamos a las ocho con nuestras mejores ropas
semiformales. Dividiríamos el coste de un servicio de viaje
compartido para que todas pudiéramos beber hasta reventar,
sin necesidad de un conductor designado.
Cuando bajamos del ascensor, nuestros tacones chocan
agradablemente contra el suelo de madera. Scarlett lleva un
mono negro holgado que se ajusta a la cintura, con zapatos
rojos y lápiz labial a juego. Penelope hace alarde de su
hermosa figura con un vestido de coral que cae hasta la
rodilla, con un adorable par de tacones de gatita desnuda.
Mientras tanto, yo llevo mi vestido gris sin tirantes favorito de
la ciudad con tacones negros.
La anfitriona levanta la vista de su portapapeles y sonríe
con una cálida bienvenida antes de dirigirnos al bar de
cócteles en el loft de arriba.
Subiendo la escalera de caracol, veo la vista. El
restaurante es aún más elegante que las fotos en línea.
Encontramos una pequeña mesa junto a la pared de
ventanas, compartiendo risas emocionadas. Al examinar el
menú de cócteles, me sorprende lo razonable de los precios.
Scarlett pide un Martini sucio con extra de aceitunas,
Penelope orgullosamente muestra su identificación y pide un
vodka con soda, y yo opto por un vaso de vino blanco.
Mientras sorbemos nuestras bebidas, la conversación viene
fácilmente.
—Sinceramente, también es un desperdicio. —Penelope
suspira—. Estábamos teniendo tan buenas conversaciones.
Pero no he sabido nada de él en más de una semana. Puedo
captar una indirecta.
Sonríe a medias, y me duele el corazón por ella. Sus
experiencias con las aplicaciones para citas son menos
coloridas que las de Scarlett, pero aún así no son geniales.
—Odio esa mierda —refunfuña Scarlett sobre el borde de
su copa de Martini—. Solo sé sincero, ¿sabes? Como mujeres,
deberíamos ser nosotras las que las que los ignoremos a ellos.
Los hombres no se toman bien el rechazo. Lo admito, he
hecho algunas locuras a lo largo de los años. Pero
normalmente, si no me gusta, se lo digo directamente. No
entiendo por qué los hombres no pueden devolver la cortesía.
—Exactamente. —Penelope extiende sus manos sobre la
mesa mientras se inclina para susurrar—: Sé que teníamos
una conexión. Así que lo menos que podía hacer era respetar
mis sentimientos y decirme que no quería una relación
romántica conmigo. Es un asco, sí, pero al menos hay
transparencia.
—Juro que ambas son indestructibles —digo, agradecida
por la oportunidad de intervenir—. Nunca he tenido suerte
con las aplicaciones de citas. Con un bicho raro borré todas
mis cuentas.
—No sé nada sobre ser indestructible. —Scarlett se ríe,
revolviendo las aceitunas en su bebida.
Penelope toma un largo trago de su vodka antes de decir:
—Sí, hablando por mí misma, no soy indestructible, solo
estoy sola.
—Chica, nos tienes a nosotros. Las mujeres solteras son
las pioneras del futuro —dice Scarlett, levantando su copa.
Penelope se ríe, y veo sus copas tocarse con un suave
tintineo, sin saber si debo participar o no.
¿Estoy soltera en este momento? ¿O Hayes y yo somos
algo? La pregunta provoca un cosquilleo familiar en mi
corazón.
Antes de que me dé cuenta, ambas me están mirando. Una
de las cejas de Scarlett está marcada por el escepticismo,
mientras que Penelope la mira con inocente interés.
—A menos que alguna zorra de aquí ya no esté soltera...
—Maren, ¿estás saliendo con alguien?
Mi boca se seca, así que bebo mi vino y ordeno mis
pensamientos. Antes de que pueda responder, ¿qué puedo
decir?, Scarlett jadea.
—Oh, Dios mío. Por favor, dime que no es Hayes.
Me congelo, y siento como si mi sangre se precipitara hacia
atrás.
—Um, no. No es Hayes. —Hago una mueca, mirando
fijamente mi copa de vino, odiando tener que mentir.
Cuando Scarlett suspira de alivio, estoy un poco asqueada
conmigo mismo.
—Oh, gracias a Dios. Iba a decir que Wolfie lo mataría. A
los dos.
Penelope se ríe nerviosamente mientras busco
frenéticamente al camarero. Mi copa está casi vacía, y estoy
tentada de pedirle que me deje la botella entera.
—Lo siento, chica. —Scarlett se ríe entre dientes, agitando
una mano como para ahuyentar el pensamiento—. Ni siquiera
sé por qué pensé eso. No hay ningún universo en el que
Hayes se comprometería, ni siquiera con una chica increíble
como tú. Está así de ciego como eso, supongo. Un idiota
adorable, ¿tengo razón?
—Totalmente. —Me ahogo con la palabra, y mi garganta se
cierra con la emoción. Típico de Scarlett sacar la luz la
realidad de mis estúpidas y retorcidas fantasías.
Penelope debe ser muy perspicaz, porque salta,
salvándome a mí y al momento.
—Así que, si no es Hayes, ¿con quién estás saliendo,
Maren?
—Oh —digo, tratando de frenar mi voz temblorosa—. Solo
un tipo que conocí a través de un amigo del trabajo. Tomamos
café un par de veces, pero estoy segura de que no está
interesado en mí porque no quiso darme su teléfono.
Vaya, ¿quién sabía que fuera tan mentirosa? Sin embargo,
la mentira funciona, porque Scarlett golpea su bebida con
otro gemido.
—También odio esa mierda. Dame la maldita hora del día,
amigo. Mándalo a la mierda, Mare. Te mereces a alguien que
te dé prioridad a ti y solo a ti.
Sonrío, levanto mi copa, cerrando mi puño fuertemente
bajo la mesa.
—Por los tipos que se preocupan.
—¡Dondequiera que estén! —dice Scarlett con un
resoplido.
Con nuestros vasos levantados en solidaridad, todas
acordamos sin palabras terminar el resto de nuestras
bebidas. Para mi sorpresa, cuando el camarero regresa ni un
minuto después y pregunta si queremos pedir más, es
Penelope quien responde.
—¡Otro para nosotras, por favor! —dice, apretando la mano
de Scarlett. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, son
suaves y comprensivos—. ¿Y qué hay del resto de la botella
para mi hermosa amiga?
Resulta que la hermana pequeña de Connor es una lectora
de mentes.

***

El viaje en auto a casa está lleno de conversaciones


alegres. En algún momento, todas nos reímos a carcajadas de
alguna insinuación sexual que Scarlett ha hecho sobre “el
asiento trasero”, y en algún lugar de mi cerebro de vino hago
una nota mental para darle una generosa propina a nuestro
conductor, que no se queja.
Dejamos a Penelope en su apartamento en Lakeview
primero, soplándonos besos desde la entrada de su edificio.
Yo soy la siguiente, justo al norte de la ciudad. Cuando abro
la puerta del auto para salir al aire fresco de la noche,
Scarlett salta conmigo, pidiendo al conductor que espere “un
corto segundo”.
Me abraza con fuerza.
—Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad?
Nunca, nunca te juzgaré. Eres mi mejor amiga.
Mis ojos se llenan de lágrimas antes de que pueda
procesar completamente cualquier cosa más allá del abrazo
de oso.
—Lo sé, Pinky —susurro, usando el apodo con el que la
llamé en la universidad—. Te quiero.
—Yo también te quiero. Ahora entra —dice, dándome la
vuelta y golpeándome el trasero.
Entro con prisa a mi apartamento, parando para saludar
desde la puerta abierta antes de que el auto la lleve aún más
al norte. Mi teléfono suena una vez que estoy dentro del
edificio, notificándome que mi viaje compartido ha terminado.
Doy una propina del treinta por ciento al conductor, y el vino
me hace tan generosa como mareada.
Después de tropezar con las escaleras, paso lo que parecen
cinco minutos tratando de abrir la puerta con la llave
equivocada. Cuando encuentro la correcta, empujo la puerta
para abrirla triunfalmente, bailando al entrar.
Todos esos años de fiestas universitarias y de beber siendo
menor de edad me enseñaron una regla crucial por encima de
todo: Bebe tu peso en agua antes de ir a la cama.
Me quito los tacones y el vestido en el vestíbulo y me
deslizo al suelo en ropa interior, agradecida de nuevo por
ganar apenas lo suficiente para vivir sola. Lleno mi botella de
agua más grande en el filtro y me tomo la mitad del contenido
antes de volver a llenarla. Puede que esté borracha, pero
¿resaca? No, gracias.
No es hasta que me cepillo los dientes y miro mi propio
reflejo que recuerdo las palabras de Scarlett de esta noche.
Me recorren con cada pulso de mi cepillo de dientes eléctrico.
No hay ningún universo en el que Hayes se comprometería,
ni siquiera con una chica increíble como tú.
¿Cuántas veces me quedé aquí, imaginando la fantasía
doméstica de Hayes y yo cepillándonos los dientes juntos
antes de dormir? ¿Cuántas veces he imaginado compartir el
mismo espacio, la misma vida con el mejor amigo de mi
hermano?
Algo en mi estómago se agita violentamente. Escupo
apresuradamente mi pasta de dientes, esperando la inevitable
llegada del vómito. Pero no llega nada. Es solo mi propio
estrés, causando estragos en mi cuerpo. Todo por un tipo.
Una pequeña voz en mi cabeza grita “¡No es un tipo
cualquiera! Hayes es el único tipo que te ha hecho sentir así”.
Silencio la voz de la romántica niña que debería haber
muerto cuando me rompieron el corazón en la universidad.
Mirándome en el espejo, con la máscara de pestañas
corriendo y la pasta de dientes untada en mi mejilla, parezco
completamente perdida. No estoy segura de cuándo empecé a
llorar... pero no hay forma de detenerlo ahora.
De alguna manera, me las arreglo para lavarme la cara,
quitarme el sujetador y ponerme una camiseta de algodón de
gran tamaño. Acurrucada bajo las mantas, imagino una
versión de mí misma al otro lado de todo este drama. Es lo
único que me hace dormir.
Capítulo 15
Hayes
Nada podría haberme preparado para este momento.
Cuando le envié un mensaje a Maren para quedar para
tomar un café el domingo por la tarde, sabía lo que tenía que
hacer. Sabía por qué tenía que verla.
Pero sentarme aquí frente a ella, verla pasar las mangas de
su suéter por las palmas de sus manos, pasar los dedos por
su largo cabello castaño, es otra historia. No sé si puedo
hacer lo que vine a hacer. Es demasiado dulce, demasiado
inocente. Lo que estoy a punto de hacer la romperá.
Pero es exactamente por eso que tengo que hacerlo.
Porque, cuanto más tiempo pase, más difícil será terminarlo,
y terminarlo es lo correcto para ambos.
Entonces, ¿por qué es tan difícil sacar las palabras?
Tamborileo con mis dedos sobre la mesa y observo las
ondas en mi café negro. Maren sonríe débilmente al otro lado
de las tablillas de madera, con sus manos envolviendo
fuertemente su taza de café. El olor de los rollos de canela
calientes pasa, recién salidos del horno, y una lenta y
conmovedora canción suena suavemente por los altavoces.
Elegí este lugar por una razón. Es cálido, reconfortante.
Cualquier cosa para suavizar el golpe.
—Nunca he estado aquí —dice Maren, medio para sí, con
su mirada recorriendo el mosaico detrás de mí—. Es
agradable.
—El secreto mejor guardado de la ciudad. —Trato de sonar
casual y alegre, pero me sale forzado y enlatado.
Maren sonríe en respuesta, pero no se encuentra con sus
ojos.
Lo sabe. No puedo evitar que el pensamiento rebote en mi
cabeza mientras el pánico se extiende desde la boca del
estómago hasta los dedos de los pies. Si no lo hago pronto,
me temo que perderé los nervios.
—Bueno, Maren, quería hablarte de algo.
Se estremece al oír su nombre. No soy el único que se ha
dado cuenta de que no la he llamado “paloma”. Asiente para
que continúe, aplanando la boca en una línea apretada.
—Quería hablarte de lo que pasó entre nosotros. Fue un
error. Uno que no podemos repetir. —Digo las palabras
rápidamente, con la voz plana y sin emociones.
Es como si todo el aire saliera de la habitación. Como si yo
fuera el que lo hubiera sacado todo.
Maren mira fijamente su café con leche, con sus manos
aún envolviendo la taza. Tan apretadas que las puntas de sus
dedos empiezan a ponerse blancas.
—Bien —dice sin levantar la mirada.
—Lo siento si...
Se pone de pie abruptamente, con las patas de su silla
arañando el suelo.
—Me tengo que ir. —Antes de que pueda detenerla, se da
la vuelta y sale corriendo por la puerta y gira a la izquierda,
dirigiéndose directamente al tren.
Suspiro y me froto con las manos la cara. Los clientes a mi
alrededor murmuran, pero no puedo preocuparme. Me siento
como si me hubieran dado un golpe en el estómago con un
bate de béisbol, pero también como si fuera yo el que hubiera
lanzado el bate.
Bien hecho, Hayes. Has herido a Maren.
En mi casa, encuentro a Rosie sentada en la mesa de la
cocina con un libro en sus manos. Sonríe y mira por encima
de sus gafas de leer cuando me ve, con las esquinas de sus
ojos arrugándose suavemente.
—Tiene un aspecto de mierda —dice. Nunca hemos sido la
clase de familia que se habla entre sí.
Me siento al otro lado de la mesa y no digo nada. Me mira
fijamente, con sus cejas finas levantadas en su frente
arrugada.
—Tengo muchas ganas de comer pizza. ¿Puedo llevarte a
comer pizza? —le pregunto.
Sentarme me ha puesto ansioso. Inmediatamente quiero
volver a levantarme, salir de este apartamento. Necesito
moverme, hacer algo para no pensar en lo que acaba de
pasar. Dudo que pueda comer, pero Rosie siempre es una
compañía fácil.
—Me encantaría que me dieran una rebanada de Pauly’s.
—La sonrisa en la cara de Rosie es bastante casual, pero veo
en sus ojos que sabe que algo pasa. Por suerte para mí, no
hace más preguntas.
Conducimos en casi completo silencio, nada más que la
radio que suena entre nosotros. Puedo sentir a Rosie
escudriñando mi cara, pero la ignoro y mantengo los ojos en
la carretera. No estoy listo para hablar con ella sobre lo que
pasó. Es demasiado reciente. Demasiado sensible. Diablos,
apenas sé lo que diría al respecto.
Cuando llegamos a Pauly’s, acabo de hacer el pedido y
tengo a Rosie sentada en una mesa cuando mi teléfono
empieza a sonar en mi bolsillo.
Lo saco para encontrar el nombre de Wolfie en la pantalla.
—¿Hola?
Rosie frunce el ceño. Vocalizo el nombre de Wolfie, y ella
asiente y agita la mano en señal de comprensión.
—Dile que le mando saludos —susurra.
Asiento y trato de concentrarme en lo que Wolfie quiere.
—Maren no contesta el teléfono. Necesito que vayas a
verla.
Hola a ti también, Wolfie.
—¿Por qué no puedes tú? —pregunto.
Rosie agita una mano frente a mi cara.
—¿Es Maren otra vez?
¿Desde cuándo es Rosie tan condenadamente perceptiva?
—Porque estoy en una cita —dice Wolfie bruscamente.
¿Wolfie? ¿Una cita? ¿Qué coño está pasando ahora mismo?
—Por supuesto que iremos a ver a Maren. No te preocupes,
Wolfie —dice Rosie en voz alta, inclinándose para hablarle a
mi teléfono.
Joder. Ni siquiera puedo estar enfadado con Rosie. No
tiene ni idea de que acabo de romperle el corazón a Maren.
Pero eso no cambia la situación.
—Gracias, Rosie. Y gracias a ti, Hayes. Eres un buen
amigo —dice Wolfie.
—Wolfie dice gracias —le repito a mi abuela, y ella asiente
y me da una palmadita en la rodilla. Pero, por dentro, me
siento hueco y entumecido.
Wolfie no debería darme las gracias; debería estar
dándome una paliza. Pero, en vez de eso, sigo corriendo por
ahí jugando al caballero de brillante armadura. Y esta vez, me
llevo a mi abuela conmigo. Yupi. No hay nada raro en eso.
Tomamos nuestra pizza para levar y nos dirigimos a casa
de Maren. Rosie espera en el auto mientras yo camino hacia
la puerta. Mi corazón late a cada paso que doy. Llamo a la
puerta, pero nadie responde. Llamo de nuevo. Todavía nada.
Cuando vuelvo al auto, Rosie me mira confundida.
—¿No hay respuesta? —pregunta.
Agarro el volante y veo cómo mis dedos se ponen blancos.
—Sé dónde está.
Nos llevo al este. Maren siempre ha tenido el mismo lugar
al que va cuando las cosas se ponen difíciles. El mismo lugar
al que se retira cuando un idiota la lastima, cuando necesita
un lugar para estar sola. Nunca habría pensado que yo sería
el que la enviaría allí.
Pasamos un cartel que dice PLAYA DE MONTROSE, y yo
estaciono y le digo a Rosie que espere en el auto.
Pone su mano suave y cálida sobre la mía y me da una
pequeña sonrisa.
—Ve a buscar a tu chica.
Le devuelvo la sonrisa débilmente. Si supiera lo que esas
palabras significan realmente…
Una brisa fresca me saluda mientras me dirijo a la playa.
Las olas se estrellan suavemente en la distancia, y no tardo
mucho en ver a Maren acurrucada en una pequeña bola a
unos metros de distancia en la arena.
Cuando me acerco, me oye venir y lanza una curiosa
mirada por encima del hombro. Tiene los ojos hinchados de
tanto llorar, y me mira con ojos en blanco cuando me acerco.
Ay. Me lo merezco.
—No tengo nada que decirte —dice ella, envolviendo con
sus brazos sus rodillas y mirando a las olas otra vez.
—Wolfie está preocupado. Me pidió que te buscara.
Se burla.
—¿Por eso estás aquí? Vete a la mierda, Hayes. No
tenemos nada de qué hablar. Llama a mi hermano y dile que
estoy bien.
Se levanta y empieza a quitarse la arena de los pantalones,
lista para irse, cuando ambos oímos el sonido de otra serie de
pasos que se acercan por detrás de mí.
—¿Es mi nieto la razón por la que estás enfadada? —Es
Rosie, envuelta en su chaqueta de punto color crema, con la
brisa levantando su delgado cabello gris.
Maren me mira sorprendida, y luego a Rosie.
—Lo siento, Rosie. No sabía que estabas aquí.
Rosie aprieta la lengua y desliza su brazo alrededor de los
hombros de Maren.
—Entra en el auto, pequeña. Podemos solucionar esto sin
que todos se resfríen.
—Tiene razón —le digo—. Creo que está empezando a
llover. —La brisa se ha levantado, y definitivamente he
sentido caer algunas gotas.
Maren mira entre nosotros, y Rosie le da una mirada
tranquilizadora.
—Tengo masa de galletas lista para hornear en la nevera, y
nos prepararé una taza de té caliente en cuanto entremos por
esa puerta.
Maren asiente y deja que Rosie la guíe hasta el auto.
Durante todo el camino a casa, no puedo evitar sentirme
intranquilo. ¿Qué debo decirle a Maren? ¿Y cómo hizo Rosie
para leerme así?
No puedo evitar que mi mirada se dirija al espejo retrovisor
para echar un vistazo a Maren en el asiento trasero, pero
parece que se queda mirando directamente por la ventanilla,
mirando a cualquier parte menos directamente a mí.
Cuando volvemos a mi casa, Rosie cumple su promesa. En
diez minutos, los tres estamos sentados en mi cocina y el olor
de las galletas flota en el aire.
Rosie nos sirve a cada uno una taza de té, seguida
rápidamente por un saludable chorro de whisky.
—No puede hacer daño —dice con un guiño.
Maren sonríe y le da las gracias, pero no puedo evitar
notar que su sonrisa no llega a sus ojos.
Me bebo mi taza de un solo trago. El calor y el whisky me
queman la garganta. Es exactamente lo que necesito. Dentro
de mí hay todo tipo de confusión. La mitad de mí quiere
arreglar las cosas entre Maren y yo, y la otra mitad promete
seguir siendo fuerte.
Rosie saca las galletas del horno. Mientras las arregla en
un plato, me ordena que le dé a Maren algo seco para que se
ponga. Voy a mi armario y agarro un par de pantalones de
chándal y una camiseta, y Maren los lleva al baño para que se
cambie.
Rosie me sirve otra taza de té, y esta vez añado más
whisky. Arquea una delgada y delgada, pero no dice nada. Mi
estómago no ha dejado de revolverse en toda la noche, y
espero que un poco más de alcohol ayude a ahogar algo del
ruido.
Maren regresa, y se me sale el corazón del pecho. No es
justo. No puede estar tan guapa con mi camiseta y ms
pantalones. Especialmente después de que le dijera que no
podemos estar juntos nunca más.
—Se está haciendo tarde —dice Rosie, mirando entre
nosotros—, o al menos es tarde para mí. Los dejaré solos,
jóvenes. Buenas noches a los dos. No se coman todas las
galletas. —Me besa la frente y le da palmaditas en el hombro
a Maren antes de entrar en su habitación y cerrar la puerta.
El silencio cae entre nosotros. El whisky me ha hecho
estar un poco achispado, y veo que Maren también. Tiene las
mejillas sonrojadas y, cuando me mira, sus párpados son
pesados sobre sus ojos color avellana.
—Por favor, paloma, ¿podemos hablar? Tengo mucho que
decirte. —Mi voz es estable, pero por dentro estoy vacilando.
Me duele el corazón al verla así.
—Bien —dice con una voz pequeña, con los brazos
cruzados sobre el pecho—. Estoy escuchando.
Le toco el hombro para guiarla al sofá. Es un gesto
inocente, pero en cuanto nos tocamos siento una sacudida de
algo. Es agridulce, e inhalo y trato de componerme mientras
Maren toma asiento.
Me siento a su lado y lentamente suelto la respiración. Me
observa, tranquila.
—Nunca he sentido por ti lo que debería haber sentido —
digo lentamente, encontrándome con su mirada—. Mis
sentimientos estaban... lejos de ser fraternales. Siempre hubo
una atracción allí, una que luché duro por apagar. Pero
nunca debí haber actuado sobre ella. Ahora lo sé. Solo
intentaba protegerte.
—¿De qué? —Parpadea.
—De mí.
Maren sacude la cabeza muy ligeramente.
—Soy mayor, Hayes. No necesito protección.
Tiene razón, me doy cuenta. Es adulta. Los dos lo somos.
Podemos tomar nuestras propias decisiones.
De repente, la tensión que ha estado creciendo entre
nosotros toda la noche se rompe. Todo lo demás se desvanece,
y es como si estuviéramos de vuelta en la casa del lago. Todo
lo que importa es nosotros dos. Y hay demasiado espacio
entre nosotros.
Me acerco y ella cae en mis brazos, con sus manos
agarrando mi pecho mientras nuestras bocas chocan, todo
calor y desesperación. Esto es lo que he querido desde el
momento en que la vi en esa playa. Esto es lo que he querido
desde el momento en que la dejé ir.
La guio hacia mi regazo y me pierdo en el momento. Mis
manos en su cabello, sus manos en mi pecho, nuestros
cuerpos entrelazados. Todo es exactamente como debería ser,
como siempre debería haber sido.
Y entonces me doy cuenta.
Rosie.
—Aquí no, paloma.
Agarro a Maren en mis brazos, y ella grita y entierra su
cara en mi cuello. Ese es el tipo de sonido que quiero oír más
a menudo. Tengo algunas ideas sobre eso. La llevo a mi
habitación, asegurándome de cerrar la puerta suavemente
detrás de nosotros, y la acuesto en la cama.
Nada más importa ahora. Ni Wolfie. Ni mi abuela. Ni
siquiera lo que pensé que estaba bien o mal esta mañana.
Nada que se sienta tan bien, tan perfecto, puede estar mal,
¿verdad?
Me quito la camisa y ella hace lo mismo. Nuestros ojos se
encuentran cuando nos vemos desnudarnos, yo de pie a los
pies de la cama, Maren extendida ante mí. Arroja mi chándal
en la esquina, y una pequeña sonrisa se forma en sus labios.
Mi cuerpo responde instantáneamente cuando mi polla se
libera de mis calzoncillos, presionando mi abdomen.
—Eres tan hermosa —murmuro.
Se apoya en sus codos al verme acercarme. Mi polla se
mueve en anticipación y, esta vez, ella definitivamente se da
cuenta. Su sonrisa se amplía, y sus ojos se vuelven
hambrientos cuando me acuesto a su lado en la cama.
Nos besamos de nuevo, más profundo e intenso que antes.
Me coloco entre sus piernas y le rozo ligeramente el centro. Se
estremece, sonriendo contra mi boca, y responde
apretándome suavemente las bolas.
—Cuidado, paloma —gruño.
Me besa con más fuerza y toma mi polla con la mano. El
placer se extiende por todo mi cuerpo con su toque. Cuando
la aparto, me mira con confusión en los ojos.
—Tú primero —digo, poniendo mi mano entre sus piernas.
Maren gime, y dibujo círculos sobre su punto sensible,
mirando el placer que se mece a través de su cuerpo. Cuando
sé que está lista, entro en ella, y hacemos el tipo de amor que
solo he oído en canciones. El tipo de amor tan bueno, tan
sincronizado, que es difícil imaginar hacerlo con alguien más.
Cuando terminamos, se limpia en el baño y se queda en la
puerta, más sexy que el pecado con una de mis camisetas.
Sujetando un mechón entre sus dedos, dice:
—Entonces, ¿debería...?
—Quédate —digo antes de que termine de preguntar—. Por
favor. Quiero que te quedes.
Se sube a mi cama y se acurruca a mi lado. En el
momento en que nos instalamos, puedo sentirme a la deriva
para dormir, contento de saber que estará allí por la mañana
cuando me despierte.

***
—-¡Oh, Maren! No sabía que siguieras aquí.
Nada me hace sentir más como si tuviera dieciséis años de
nuevo que sorprender a mi abuela con una chica por la
mañana. Pero esta no es cualquier chica. Es Maren. ¿Y el
hecho de que siga aquí ahora mismo, huyendo de mi
dormitorio? Bueno, eso es más o menos nuestra arma
humeante.
Rosie nos da una sonrisa divertida, y Maren se ruboriza
tanto que todo su pecho se pone rojo.
—Buenos días, Rosie —dice mansamente, tomando una
taza de café y sentándose a la mesa.
Rosie se ríe y le da una palmadita en el brazo.
—No hay necesidad de tener vergüenza a mi alrededor,
cariño. Yo también fui joven una vez, sabes.
La miro y me devuelve la mirada. Yo también vivo aquí, me
dicen los ojos de Rosie, y no creas que no sé lo que está
pasando aquí.
—Entonces, Rosie, ¿algún gran plan para el día? —
pregunta Maren, claramente desesperada por un cambio de
tema.
—Probablemente otro día de jabones y tus libros favoritos,
¿verdad, abuela? —pregunto.
Rosie se encoge de hombros.
—¿Tan predecible soy?
—Deberías venir a Riverside —dice Maren, medio para sí.
—Oh, no, no querría imponerme —dice Rosie.
—No, no serías una imposición en absoluto. Los invitados
son siempre bienvenidos en el centro comunitario. Hoy es día
de bingo, si estás dispuesta a probar suerte. —Maren le
sonríe ampliamente, y no puedo evitar sonreír al verla.
—Bueno, me encanta el bingo —dice Rosie.
—¿Entonces vendrás? —Maren está prácticamente a punto
de caerse de su silla.
—Está bien, iré.
Maren grita y lleva a Rosie a un abrazo. Es agradable
verlas así.
—Las llevaré a las dos —digo.
—Bueno, necesito mi auto —me recuerda Maren.
—Vale, las dejaré a los dos en casa para que puedan ir, y
luego iré a recoger a Rosie cuando acabe el bingo.
—Está bien. —Maren le da a Rosie una sonrisa—. El bingo
es a las once. Y no te preocupes, Rosie, te cuidaremos muy
bien en Riverside. Tenemos café, pasteles, fruta. Quieras lo
que quieras, hay una buena posibilidad de que lo hagamos
realidad.
Rosie sonríe y mira entre nosotros.
—Oh, no te preocupes, querida. No estoy preocupada en
absoluto. De hecho, tengo un muy buen presentimiento sobre
todo esto.
Capítulo 16
Maren
—Siempre he dicho que Hayes debería sentar cabeza con
una buena chica como tú.
Rosie me mira a través de sus gafas de ojos de gato, y se
lleva a la boca otra menta del frasco de mi escritorio. Ha
accedido amablemente a dejarme pasar por mi oficina y
enviar unos cuantos emails antes de dejarla en el bingo. Pero
ahora, cómodamente sentada en la silla frente a mi escritorio,
parece no tener ningún interés en darme un tiempo de
concentración.
—Rosie —digo, lamentando el vestido de manga larga que
me puse después de que Hayes nos dejara en mi
apartamento. De repente hace mucho calor aquí—. No sé si...
—Es un verdadero encanto, mi nieto. Y un caballero,
cuando se esfuerza. Siempre le he dicho que si tratara a una
joven como trata a su abuela, ya estaría casado. Aunque no
me importa la atención —dice con una risa, con una mano
apoyada en su corazón.
Una sonrisa supera mis defensas. Hay algo tan
desarmante en Rosie, que no puedes evitar contarle todos tus
secretos.
La verdad es que me gusta donde Hayes y yo estamos
ahora, en esta especie de amigos con beneficios, escenario de
preguntarse si lo haremos o no. No puedo saber con seguridad
si durará más que una de sus típicas aventuras.
Me esfuerzo mucho en no pensar más allá de nuestra
próxima cita. Prefiero pensar en el sexo alucinante que hemos
tenido, el completo abandono con el que entrego mi cuerpo a
sus hambrientas boca y manos.
Los recuerdos de su gruesa longitud, que me golpean de
repente, despiertan una tensión familiar en lo profundo de mi
vientre, enraizándome en el presente donde la inocente
anciana frente a mí no tiene ni idea de mis sucios
pensamientos. Un poco de mala gana, cierro mi computadora,
dándole a Rosie toda mi atención.
—La verdad es que me gusta mucho Hayes. Mucho.
Rosie se ríe.
—Me doy cuenta.
Juro que la temperatura de esta habitación ha subido diez
grados desde que llegamos hace quince minutos.
—Creo que yo también le gusto a Hayes. Bueno... —Hago
una pausa, pensando—. Al menos le atraigo.
—Dudo que haya una diferencia en la cabeza de Hayes —
dice Rosie a sabiendas, y siento mi corazón apretar.
¿No sabe que podría estar preparándome para la decepción
de mi vida?
—Cierto —digo, rascándome la sien. Rosie se acerca e,
inconscientemente, yo también—. Es solo que nunca ha sido
realmente del tipo de compromiso. Siempre ha habido algo
que lo ha frenado.
Ella asiente antes de que las palabras salgan
completamente de mi boca.
—Lo ha habido. Pero una vez que esté con la chica
adecuada nada de eso importará ya. Créeme, lo sé.
Con un lento suspiro, me reclino. Por muy sabia que sea,
no tengo ni idea de si Rosie tiene razón en esto.
Me aclaro la garganta.
—Bueno, basta de hablar de todo eso. ¿Lista para ganar
algunas rondas de bingo de alto riesgo?
Rosie enarca una sola ceja enjuta, pero no dice nada más.
En cambio, recoge su bolso y me hace gestos para que le
muestre el camino.
Parece que a mi invitada le gusta Riverside más que a mí.
El bingo no es hasta las diez, y Rosie no es de las que
esperan, así que insiste en que le dé un recorrido por las
instalaciones. Está fascinada con cada rincón y grieta
mientras la acompaño por cada pasillo de residentes, a través
de la sala médica, pasando por el patio y de vuelta al pasillo
principal, para finalmente detenerse en el centro de
electrónicas.
Pero, cuando atravesamos las puertas dobles de la sala de
juegos, veo a un puñado de ayudantes reorganizando los
asientos y recuerdo que un coro del campamento de verano se
nos unirá esta mañana.
Asegurándome de que Rosie esté cómoda en la pequeña
cocina de la habitación, preparándose un poco de té, ayudo a
sentar a los residentes que entran uno a uno. Algunos están
confundidos, otros malhumorados, pero la mayoría están
ansiosos de que otro evento emocionante tenga lugar. El
grupo de unos treinta niños es un éxito total entre nuestros
residentes, que visitan por segunda vez esta semana un
campamento de verano para niños.
Por suerte para nosotros, nuestra recaudación de fondos
asignó a Riverside mucho más que dinero. Con la cobertura
de la prensa y la participación de la empresa, la atención
sobre nuestra pequeña operación ha rejuvenecido tanto
nuestra situación financiera como nuestra programación.
Incluso la oficina del concejal está ahora involucrada. Hay un
flujo constante de mensajes en mi buzón, propietarios de
pequeñas empresas y departamentos de recursos humanos
preguntando cómo puede contribuir su empresa.
Si el coro de niños locales no está de visita, entonces los
vendedores se dejan caer para donar frutas frescas, verduras,
mermeladas y quesos como en un mercado de granjeros,
recordando a nuestros residentes lo que es comprar comida.
Uno de los colectivos de arte del vecindario incluso visitó la
semana pasada, proporcionando toda la pintura, pinceles,
batas y lienzos para hacer un glorioso lío de piezas de arte
abstracto que ahora cuelgan a lo largo de las paredes del
corredor principal. Estoy muy entusiasmada con el programa
extracurricular Compañero de Lectura que ofreceremos a
finales de agosto, en el que los niños en edad escolar leerán a
nuestros residentes y viceversa.
En poco tiempo, unas pocas docenas de residentes se
apiñan en la sala, y las sillas de ruedas y los sofás se
reorganizan para servir como asientos del público. A las
nueve y media los niños entran en fila, con polos verdes y
pantalones cortos caqui a juego.
Escudriñando la habitación, encuentro a Rosie de pie
donde la dejé, pero ya no está sola. Don, tan encantador como
es, se inclina sobre su propia taza de té y murmura algún
chiste que tiene a Rosie meciéndose de risa.
—Uh-oh, eso no puede ser bueno. —Me río, acercándome
con los brazos cruzados sobre mi pecho y una severidad
juguetona en mi voz—. Veo que has conocido a Don, Rosie. No
creas nada de lo que te diga, especialmente si es sobre el
pastel de carne.
—No habíamos llegado tan lejos —exclama Don en tono de
burla, volviéndose hacia Rosie para preguntarle—: ¿Has visto
la película de 1973 Soylent Green?
No entiendo la referencia, pero Rosie se ríe a carcajadas.
Mi corazón se llena de alegría. Es raro ver florecer una
amistad entre dos personas delante de tus ojos. Creo que
nunca he visto a Don tan carismático o a Rosie tan
despreocupada.
—¿Dónde has estado escondiendo este tesoro, Maren? —
pregunta, frotándose los ojos con una servilleta—. Es un
absoluto alboroto.
Somos los únicos que seguimos hablando cuando el
director del coro da un paso adelante, aclarándose la
garganta frente al micrófono antes de presentar a los niños.
Riéndose como preadolescentes que acaban de ser
reprendidos, nos colamos en la última fila y nos apretujamos
en un sofá. La música es encantadora, incluso cuando los
niños olvidan la letra de una versión corta de “Let It Be” de los
Beatles. Cuando empiezan su tercera y última canción, tengo
que empujar a Don suavemente con el codo para evitar que
interrumpa el canto con otra broma a Rosie. Me lanza una
mirada de leve desdén. Sonrío y le hago un guiño antes de
asentir hacia Rosie.
—Una canción más, ¿de acuerdo? Luego puedes volver a
coquetear.
—¿Quién, yo? —pregunta, pero la sonrisa de sus labios es
imposible de perder.
La versión de los estudiantes del “Ave María” es un poco
torpe, pero a ninguno de los residentes parece importarle lo
más mínimo. Escucho una nariz a mi derecha y me doy la
vuelta para encontrar a Rosie llorando con las notas finales.
Cuando empiezan los aplausos, se levanta del sofá, gritando y
pidiendo un bis. Mientras que un puñado de nuestros
residentes más reservados parecen agitados por el estallido, la
emoción se va apoderando de las filas hasta que casi toda la
habitación está cantando, pidiendo más. La pobre directora
del coro parece nerviosa, buscando a tientas en su carpeta de
música.
—Lo siento —dice en el micrófono—. Esa es toda la música
que hemos preparado.
—¿Conocen “Estrellita del lugar”? —grita Don.
Los niños asienten y uno grita:
—¡Claro!
—¡Sí! —Rosie llora, poniendo sus manos sobre su corazón
—. Por favor canten para nosotros, estrellitas.
Yo también estoy bastante aturdida, pero tengo que
admitir que estos dos parecen hechos para el otro. Cuando el
director del coro dirige una temblorosa interpretación del
clásico de la canción infantil, Don y Rosie comparten una
sonrisa triunfal. Por primera vez en mi vida, me siento
honrada de ser la tercera en discordia.
Ni Rosie ni Don están tan interesados en el bingo como en
el otro, así que los dejo vagar juntos por el patio, charlando
hasta cansarse. Cuando mi teléfono suena a las once menos
cuarto, mi corazón se salta un latido cuando el nombre
ilumina mi pantalla.
Hayes.
—Hola —digo, pasando una mano por mi cabello.
—Hola, paloma. —Su voz baja suena deliciosa por teléfono,
como miel caliente derretida—. Estoy a punto de salir a
recoger a Rosie, pero no contesta al teléfono. ¿Está todo bien?
Me río, asomándome por la ventana para ver a Don
riéndose de uno de los comentarios sarcásticos de Rosie.
—Todo está totalmente bien. Solo está distraída.
—Un juego de bingo bastante acalorado, ¿eh?
—En realidad, se ha llevado bien con uno de los
residentes. Están dando un paseo por el patio ahora mismo, y
dentro de un rato almorzarán juntos en la cafetería.
—Oh, Dios. —Hayes suspira—. No dejes que Rosie aburra
a su amigo con cuentos de sus aventuras con la colcha.
—Por lo que parece, Don se aferra a cada palabra. —Hay
una larga pausa en el otro extremo—. Hayes, ¿sigues ahí?
—Sí, sí. ¿Es Dawn, como en A-W-N-o Don, como en O-N.
—D-O-N. Resulta que es mi residente favorito. Es muy
dulce... se han convertido en amigos rápidos.
Otra pausa.
—Huh. —La voz de Hayes suena estrangulada.
¿Qué podría estar molestándole? No es propio de Hayes ser
tan brusco conmigo.
—¿Qué es? —pregunto.
—Rosie no ha tenido una cita en unos sesenta años, Mare.
Me río, aliviada de que él solo se sienta raro por la
situación y no se moleste conmigo por dejar a su abuela sin
correa.
—Entonces tal vez sea hora de que vuelva a la silla de
montar.
—Oh, Dios, no menciones la silla de montar —dice con un
gemido—. Mi abuela no montará a nadie ni a nada.
Me río y murmuro una disculpa.
—Mala analogía. Culpa mía.
Hayes refunfuña algo suavemente. No puedo decir si está
realmente agitado por su encuentro con Don o simplemente
desconcertado por esta noticia.
—Bueno, hay una primera vez para todo —digo con una
sonrisa.
—Supongo —murmura. Después de otro silencio
incómodo, agrega—: Entonces pasaré alrededor de la una.
¿Eso les viene bien a ti y a D-O-N Don?
Oh, Dios mío, ¡realmente está molesto por esto! Tengo que
morderme la parte interior de la mejilla para evitar que se
divierta más.
—Por supuesto. Nos vemos pronto.
—Sí —gruñe Hayes.
Me guardo el teléfono, sonriendo de oreja a oreja. Afuera,
en el patio, Don y Rosie están sentados juntos en un banco
en profunda conversación, con expresiones serias en sus
rostros. Rosie pone una mano sobre la de Don, un gesto de
compasión.
Esto va a ser increíble.

***

Cuando Hayes llega, me encuentro con él en la puerta


principal y lo acompaño a la cafetería, donde amigos como
ningún otro. Hayes se congela al verlos, así que le doy una
palmadita suave en el hombro antes de tirar de dos sillas
para unirse a ellos.
—Hola, Don. Soy el nieto de Rosie. Encantado de conocerte
—dice Hayes con firmeza, ofreciéndole su mano a Don como
lo haría un robot.
Don acepta el apretón de manos con expresión estoica
salvo por el característico brillo de sus tormentosos ojos
azules.
—No hay necesidad de formalidades, Hayes. Tu abuela ha
hablado de ti y solo de ti durante las últimas tres horas, así
que siento que ya te conozco.
Rosie se ríe, golpeando a Don en el brazo.
—Oh, basta. Como si no me enseñaras un álbum de fotos
completo con las fotos de graduación de tus estudiantes.
—Solo porque me lo pediste —dice con un guiño.
Por la forma en que se derrite, puedo decir que Rosie está
absolutamente enamorada.
—Estoy impresionado —digo—. Don es un hombre
misterioso. Durante mucho tiempo, ni siquiera sabía si
hablaba.
—Eres nueva aquí, chica —murmura con una sonrisa, con
un leve rubor que se extiende por sus arrugadas mejillas.
No puedo evitar estrechar una de sus cálidas manos entre
las mías y darle un suave apretón.
—Así es como me dice que me ama —digo, aclarando para
el grupo.
—Ya veo. ¿Está tomado? —pregunta Rosie, con humor
parpadeando en sus ojos.
—Para nada, Rosie. —Suspiro con una decepción fingida
—. Don me rechazó hace años.
Mientras los tres nos reímos, Hayes se mueve
incómodamente en su asiento. Supongo que debería intentar
meterlo en la conversación. Pero, antes de que tenga la
oportunidad de idear una estrategia, finalmente abre la boca.
—¿Qué haces, Don?
—Oh, un poco de esto y aquello. Crucigramas y siestas de
la tarde, mayormente.
—Ja —dice Hayes con una risa falsa—. Quise decir antes
de Riverside. ¿Qué hacías para ganarte la vida?
—Era profesor en la Universidad de Michigan, enseñando
los clásicos. Historia romana y griega, literatura, etc. Por
suerte para mí, tu abuela es una gran aficionada a la
mitología.
Hayes no dice nada en respuesta, mirándolo fijamente
como si estuviera decidiendo si es moralmente reprensible
golpear a un anciano.
Meto la mano debajo de la mesa para frotarle la rodilla de
forma reconfortante. Relájate.
—¿Qué haces tú? —pregunta Don, genuinamente
interesado.
Uh-oh.
—Soy dueño de una tienda de juguetes sexuales aquí en el
lado norte. —La voz de Hayes es fuerte, orgullosa y rebosante
de arrogancia. Probablemente piense que mencionar algo
abiertamente sexual asustará a Don. Claramente, no conoce
al hombre.
—Fantástico —dice Don en voz baja, aplaudiendo
suavemente—. Tengo una docena de carteles eróticos para
mirar los frescos romanos antiguos. No se me permite
ponerlos aquí. ¿Querrías poner algunos en su tienda?
Hayes está aturdido en silencio, su boca se mueve.
Mientras tanto, Rosie y yo compartimos una mirada
agradablemente sorprendida.
—Eso sería perfecto para la tienda —digo, saltando—.
Podrían hacer un collage en la pared del fondo.
La conversación continúa fácilmente desde allí, Hayes se
pone a trabajar de vez en cuando en un intento de recuperar
su orgullo. Sé que todo lo que quiere es asegurarse de que las
intenciones de Don sean puras, pero aún hay tiempo para
eso.
Al final de nuestra visita, Rosie y Don se despiden con la
promesa de tener otra cita el sábado.
—Deberíamos tener una cita doble —exclama Rosie con
una expresión confiada que se jacta de su superpoder para
resolver problemas. Ella y Hayes son realmente parientes de
sangre, ¿no?
—Eso suena divertido —digo con una sonrisa.
Y es cierto. En una cita doble puedo hacer todas las cosas
lindes de pareja que quiera, y Hayes puede monitorear la
progresión de su relación. Por no mencionar que he estado
deseando pasar más tiempo con Hayes, dentro y fuera de la
cama.
Don se despide con la mano desde las puertas delanteras
mientras Hayes ayuda a su abuela en el asiento delantero del
auto. Estoy a punto de dar la vuelta y volver a entrar cuando
su mano alcanza la mía, dándome la vuelta. Sus dedos juegan
ligeramente con los botones de mi vestido, causando
escalofríos a través de mi piel.
—Oye —gruñe suavemente, con la pequeña sonrisa sexy
que reserva solo para mí.
—Hola. —Me río de nuevo, un poco sin aliento.
—¿Puedo invitarte a salir esta noche? No como cita doble.
Solo nosotros dos. —Su lengua se asoma para mojar su labio
inferior.
Le paso un dedo entre los pectorales, sobre su camiseta de
algodón, apreciando la firmeza de su torso cincelado.
—Me gustaría eso —murmuro, con el tic en mi corazón
imposible de ignorar.
—Bien —susurra, inclinándose para apretar sus labios
llenos contra los míos en un beso caliente y ansioso que
termina demasiado pronto. Después de liberarme, se dirige al
auto y enciende el motor.
Observo cómo él y Rosie se alejan. Sigo pegada al lugar
donde me dejó cuando oigo a Don acercarse a mí por detrás.
—Parece difícil —dice con un gruñido, dándome
palmaditas en el hombro.
No estoy segura de si se refiere a Rosie o a Hayes pero, de
cualquier manera, mi respuesta es la misma.
—No tienes ni idea.
Capítulo 17
Hayes
No he estado tan nervioso por una cita en... bueno, nunca.
Cenar y beber siempre me ha resultado fácil. Eso es lo mío.
¿Pero hacer esto con Maren? ¿Cuando las apuestas valen
mucho más que antes? Es un juego completamente nuevo.
Quiero que esta noche sea diferente. Especial. Quiero que
Maren se sienta adorada como nunca antes, como ningún
hombre la ha hecho sentir. Por eso, esta noche, tengo más de
un truco bajo la manga.
—Entonces, ¿me repites a dónde vamos? —La ceja de
Maren se arruga ligeramente, creando el más pequeño pliegue
entre sus cejas.
Está sentada en el asiento del pasajero, con el tipo de
vestido escotado verde esmeralda que me hace querer
detenerme y ponerla en mi regazo. Pero, por ahora, dejo de
lado esos pensamientos y me concentro en guiarnos a través
del tráfico de la hora punta.
—Fuera —digo, pasando mis dedos por los de ella sobre la
consola central.
Ella sonríe y aprieta la lengua.
—¿Vas a ser escurridizo y misterioso toda la noche?
—Bueno, eso depende. ¿Te gusta?
Se ruboriza, y puedo sentir el calor de su palma. Sé lo que
le hace el rubor. Su pecho se volverá rosa, y su respiración se
acelera. Me encantaría investigar lo que pasa entre sus
piernas, pero esta noche no busca una gratificación
instantánea. Es para darnos un ritmo y de exaltarnos. Esta
noche vamos a tomarnos nuestro tiempo.
Algo ha cambiado entre nosotros recientemente. Tal vez
sea lo cercana que es a Rosie, o tal vez sea porque la vi en su
elemento en Riverside. Ahora que la he visto en su entorno,
no puedo imaginar que ese lugar exista sin ella.
Maren les dio vida a los viejos pasillos de baldosas. Trajo
esperanza, positividad y alegría. Es especial de muchísimas
formas diferentes que nunca supe.
¿Alrededor de los ancianos? Yo soy torpe. ¿Gente que está
enferma y con dolor? Demonios, soy inútil. Nunca sé qué
decir. Pero Maren brilla como si hubiera nacido para esto,
para ayudarles a revivir sus mejores recuerdos, para
ayudarles a pasar a un nuevo capítulo con gracia. Es
reconfortante y divertida y tan natural que no tengo ni idea de
cómo lo hace. Estoy muy orgulloso de ella.
Llegamos al restaurante, y me acerco al valet. Los ojos de
Maren se abren de par en par y me mira con horror,
ignorando al hombre que espera para abrirle la puerta y
ayudarla a salir del auto.
—Hayes, esto es demasiado. ¡Este lugar es muy elegante!
Esto es como, donde mis abuelos fueron para su aniversario
de bodas número cincuenta.
Asiento y le doy una sonrisa tranquilizadora.
—Y aquí es donde tú y yo vamos a cenar esta noche.
—¿Estás seguro?
—Tienen esta crème brûlée que estoy casi seguro de que
será tu nuevo postre favorito.
Se detiene, masticando en el interior de su mejilla.
—De acuerdo, bien. Pero realmente desearía que me
hubieras dicho que íbamos a ir a un lugar tan bonito. Me
habría puesto mejores zapatos.
—Paloma, podrías llevar una bolsa de basura y seguir
siendo la chica más guapa de toda la ciudad. Estos imbéciles
tienen suerte de tenerte dentro de su establecimiento.
Se ruboriza de nuevo, y esta vez tengo la suerte de ver
cómo se extiende el color sobre ella. Dios, es jodidamente
hermosa.
Abajo, muchacho. Va a ser más difícil de lo que pensaba.
El portero nos escolta hasta el interior del lujoso edificio y,
una vez dentro, nos encontramos con un bullicioso comedor
lleno de manteles blancos y una vista de la ciudad que no he
visto en mucho tiempo. Hay luces centelleantes de los
edificios en la distancia y, más allá, el agua oscura del lago.
Maren da un suave jadeo, y pongo mi mano en la curva de
su espalda mientras una anfitriona nos lleva a nuestra mesa
junto a las ventanas del suelo al techo, tal como pedí.
Pedimos una botella de vino para la mesa, y la camarera
asiente antes de poner una cesta de pan de molde entre
nosotros. Cuando se va, Maren me mira, con los ojos todavía
abiertos y ligeramente vidriosos, y una pequeña y
complaciente sonrisa que se forma en sus labios.
—Esto es... exquisito —dice suavemente, mirando con
nostalgia desde el cesto de pan a la vista que está a su lado.
—Bueno, no hables demasiado pronto. Todavía tenemos
que ver si los filetes están bien. —Sonrío.
—No, Hayes —dice ella, tomando mi mano sobre la mesa
—. Quiero darte las gracias. No he tenido una noche como
esta en mucho, mucho tiempo. Así que gracias. De verdad.
Le doy un suave apretón de manos.
—De nada. De verdad.
Nos inclinamos y nos besamos sobre la mesa, y puedo
captar el dulce aroma a vainilla de su perfume. No me di
cuenta de que estar aquí significaría tanto para Maren, y hace
que esta noche sea más importante.
—Bueno, en ese caso, por favor dime que tienes hambre.
Ella sonríe y arquea una ceja desafiante.
—Me muero de hambre.
Tenemos la que probablemente sea la mejor cena de bistec
que he tomado en años, con todas las guarniciones clásicas.
Pido la crème brûlée de postre, como prometí y, como predije,
es inmediatamente el nuevo postre favorito de Maren. Gime
alrededor de la cuchara, y sus ojos se cierran.
Todo va exactamente como esperaba. Por suerte para mí,
nuestra noche apenas está empezando.
Nos llevo a mi casa para tomar una copa. Una suave
sonrisa se posa en los labios de Maren durante el camino a
casa mientras mi mano descansa en su rodilla, con mis dedos
vagando ociosamente sobre su muslo. Cuando estacionamos,
me cuesta todo no arrastrarla a mi regazo y besarla a la luz
del día.
Paciencia, Hayes. Tengo que recordar lo que he planeado
para nosotros.
Una vez dentro, Maren me mira expectante. Mira alrededor
de la cocina, susurrando:
—¿Está Rosie...?
—Está dormida —le susurro—. Te veré en mi dormitorio.
¿Puedo traerte algo? ¿Agua? ¿Vino? ¿Whisky?
Sacude la cabeza y me agarra por las solapas. Nos
besamos, y frota con su mano la creciente protuberancia en la
parte delantera de mis pantalones.
—No tardes mucho.
No tienes que decírmelo dos veces.
Se escabulle a mi dormitorio, desatando las correas de su
vestido antes de deslizarse detrás de la puerta cerrada. Qué
pequeña broma.
Me sirvo un vaso de agua y, antes de entrar en el
dormitorio, voy al armario de la ropa junto al baño. Allí,
detrás de pilas de toallas y sábanas cuidadosamente
dobladas, encuentro lo que busco: una elegante caja negra,
del largo de mi antebrazo. La saco del estante y la llevo al
dormitorio conmigo.
Cuando cierro la puerta del dormitorio detrás de mí,
encuentro a Maren tendida en la cama con nada más que un
par de bragas de encaje verde claro. Mi polla se ha puesto
dura al instante y se ha peleado con mis pantalones para
llegar a ella.
Dejo escapar un silbido bajo entre mis dientes.
—Joder, paloma. Vas a provocarme un ataque al corazón.
Una sonrisa tímida riza sus labios.
—Quería sorprenderte. Y agradecerte adecuadamente.
Pongo el vaso de agua en el escritorio de la esquina y
sostengo la caja negra a mis espaldas.
—Tengo una sorpresa para ti yo también, paloma.
—¿Oh? —Se apoya en sus codos, y sus tersos pechos se
burlan de mí.
Me siento en el borde de la cama a sus pies. Me observa
atentamente mientras pongo la caja en la cama delante de
ella.
—¿Qué es? —pregunta.
—Ábrela.
Toma la caja en sus manos y levanta la tapa, levantando
las cejas mientras valora su contenido.
—Oh —dice mientras saca un largo cilindro curvado de la
caja y lo sostiene en sus manos.
La silicona carmesí golpea su pálida piel, y un pulso de
excitación me recorre al ver el juguete en su mano.
La comprensión se extiende por su cara.
—Oh.
—Es uno de nuestros modelos más recientes —digo—.
Cuando lo vi, inmediatamente pensé en ti.
Ella asiente, todavía mirando el juguete en sus manos.
Mi boca se seca de repente, y tengo que tragar para que
mis cuerdas vocales vuelvan a funcionar.
—¿Quiere que te muestre cómo funciona?
Maren levanta su barbilla y, cuando sus ojos se
encuentran con los míos, están llenos de lujuria. Asiente de
nuevo y me lo entrega.
Le ordeno que se recueste y lo hace, separando sus
rodillas, ofreciéndose a mí. Se me hace agua la boca al ver su
coño, afeitado y desnudo. Emito un bajo silbido.
—Parece que a esas bragas les falta algo, paloma. Algo
muy importante —murmuro, desabrochándome el cinturón.
Ella asiente de nuevo y abre más las piernas. Bragas sin
entrepierna. Esta chica será mi muerte.
—¿Has estado con eso toda la noche? —Me quito la camisa
y la tiro al suelo—. Respóndeme.
—Sí. —Suspira y pasa sus manos por los lados.
Viéndola retorcerse sobre mis sábanas, viéndola
encenderse, es casi suficiente para matarme. Acerco a Maren
para que sus caderas estén en el borde de la cama, y
enciendo el juguete.
El bajo zumbido de su vibración trae una sonrisa alegre a
sus labios, y empiezo presionándolo contra la parte interna de
su muslo. Ella gime suavemente, y yo muevo el juguete sobre
su cuerpo, por todas partes excepto donde sé que lo quiere.
Sus piernas, su vientre, su pecho. Incluso le rodeo los
pezones hasta que se convierten en pequeños guijarros duros,
y me ruega que toque su punto más sensible.
Muevo el juguete a su clítoris con una mano y agarro su
cadera con la otra. Está mojada, lista, deliciosamente
excitada, y no puedo esperar más. Sostengo el juguete contra
ella mientras me muevo, para acariciarla por detrás. Está tan
mojada ahora que fácilmente llevo mi polla hinchada al calor.
Maren jadea ante la invasión y me agarra el culo.
Nos balanceamos al ritmo hasta que está salvaje y
sudando, y su cuerpo se retuerce bajo mi toque. Su cuerpo se
aprieta a mi alrededor, y me quita el juguete de la mano y
toma el control de su propio placer, montándome a mí y al
juguete en igual medida. Es muy sexy así, con toda la
confianza y tomando el control, y puedo sentir mis bolas
apretándose.
—Paloma, estoy cerca.
Se agarra más fuerte a mí, y otra ola la atraviesa. El placer
arranca un grito de su garganta, y siento que se contrae a mi
alrededor. Joder, qué bien sienta eso. Arroja el juguete sobre
la cama a su lado mientras termino, agarrando sus caderas
con fuerza mientras lo hago.
Nos desplomamos sobre la cama, gotas de sudor cubren
mi frente y mi pecho. Maren se pone mi camisa alrededor de
sus hombros y va al baño a limpiarse y, cuando regresa, se
acurruca en mi costado.
—Eso fue increíble —susurra—. Gracias. Por todo.
—No, gracias, paloma. Gracias a ti.

***

—No, en serio, Hayes, ¿cómo lo hiciste? —Connor me


entrecierra los ojos con incredulidad.
Es el día siguiente y, en vez de pasarlo en la cama con
Maren, estoy en el trabajo, rodeado de un montón de
imbéciles con la madurez de los doce años. ¿Pero qué
esperaba? Empezamos una compañía de juguetes sexuales
juntos. Hablar de nuestra vida sexual es literalmente parte
del negocio del otro.
Excepto cuando te estás follando a la hermana pequeña de
tu compañero de negocios, es decir.
—No te preocupes por eso, ¿de acuerdo? Ya lo hice. Es
todo lo que necesitas saber. —Apenas levanto la vista de mi
computadora mientras respondo, pero Connor y Caleb no se
lo creen. Se burlan y se miran con incredulidad, justo a
tiempo para que Wolfie se nos una en la oficina.
Genial. Justo lo que necesitaba.
—¿De qué se ríen, idiotas? —pregunta Wolfie, con una voz
un poco menos áspera que de costumbre.
—Hayes hizo algunas pruebas de productos durante el fin
de semana —dice Connor.
—¿Y qué?
—Y —dice Caleb—, ha renunciado a las mujeres.
Entonces, ¿cómo está probando el producto?
Wolfie deja caer la caja que ha estado llevando en un
estante con un fuerte golpe.
—Bueno, algunos de nuestros juguetes están optimizados
para su uso en solitario.
—A menos que Hayes sea de repente mucho anal —dice
Connor, sus cejas se mueven, y le interrumpo.
—Jódete, hombre.
Wolfie se ríe.
—Lo que sea que te guste
Emito un suspiro.
—El producto es bueno. ¿Desde cuándo nos interrogamos
mutuamente para obtener detalles?
Caleb levanta las cejas y cruza los brazos.
—Amigo, la única mujer en tu vida es tu abuela, así que a
menos que quieras que vomite mi batido de proteínas, por
favor explícate.
Connor y Wolfie se ríen, pero sacudo la cabeza y sigo
haciendo números.
—Que les jodan a todos —murmuro. Pero, en este punto,
entre esa opción y la verdad, honestamente no estoy seguro
de cuál es peor.
Capítulo 18
Maren
En preparación para nuestra noche fuera de casa, Rosie y
yo pasamos la tarde comprando en mi tienda favorita. El
verano en Chicago es implacable, así que el vestido que
seleccionamos para ella es un número azul marino ligero con
cuello, mangas cortas y un audaz patrón de flores amarillas.
Mientras tanto, yo estoy a la caza de algo especial. Cuando
lo veo, sé sin duda que es exactamente lo que necesito para
mantener a Hayes bien ocupado. Veraniego y divertido, el
pelele rojo rubí muestra mis largas piernas de una manera
que definitivamente lo hará tambalearse. Añade un par de
sandalias negras con tiras y una coqueta cola de caballo… y
estará muerto. No puedo esperar.
—Le vas a causar a mi pobre nieto un problema de
corazón. —Rosie se ríe para sí mientras nos vamos.
La sonrisa de mis labios se niega a desaparecer mientras
terminamos en la tienda.
De vuelta en el apartamento, Rosie tímidamente pregunta
si la ayudaré a prepararse. La invitación me calienta el
corazón, así que la sigo obedientemente por el pasillo hasta
su dormitorio.
La cremallera sube fácilmente por la mitad de su espalda
ligeramente encorvada, y un cierre la asegura en la base de
su cuello. La falda plisada hasta el tobillo roza las medias que
insiste en usar, todo el conjunto unido por un par de zapatos
Mary Jane azul mate de su armario.
Me asomo por encima de su hombro, mirándome en el
espejo de cuerpo entero para confirmar lo que ya sé. Está
encantadora.
—Dios mío. —Rosie se ríe, tirando de la tela sin descanso
—. ¿Segura de que esto no es demasiado moderno para una
vieja anticuada como yo?
Sonrío por su uso del término vieja anticuada. No puedo
decir que haya escuchado eso en mucho tiempo.
—Sí —le digo para asegurarme, apretando suavemente sus
hombros—. Estás perfecta. Tienes ese aire de Jackie Kennedy
con un poco de chic moderno.
—Gracias. —Se ríe, y sus labios pintados color bayas del
bosque se extienden en una tímida sonrisa cuando se gira
para verme a los ojos—. Gracias, querida. Esta noche es...
bueno, solo diré que no me he preparado para una cita en
décadas.
La envuelvo en un abrazo, con cuidado de no manchar su
meticuloso maquillaje.
—Ya lo veo.
Hay un golpe detrás de nosotros, y la voz de Hayes
atraviesa la puerta, llena de fastidio e impaciencia.
—Oye, ¿vamos a hacer esto o qué?
Pongo los ojos en blanco.
—Aún no es la hora, Hayes. Saldremos en cinco minutos.
Rosie me guiña el ojo. Ve la realidad de su actitud tan
claramente como yo. Ha estado enojado desde que conoció a
Don en Riverside.
Le diría a Hayes lo que pienso, pero sé que está incómodo.
Durante los últimos años ha sido el cuidador, confidente y
compañero número uno de Rosie. Debe ser difícil imaginar a
alguien más acercándose a su abuela, especialmente un
extraño.
Mientras tanto, yo estoy feliz por los dos, especialmente
por Don. Ha estado considerablemente menos gruñón desde
que conoció a Rosie. En los últimos días, ha hecho todo lo
posible para encontrarse “casualmente” conmigo en los
pasillos de Riverside, lo que ha dado lugar a apasionadas
conversaciones sobre las flores favoritas de Rosie, las
películas favoritas de Rosie, las comidas favoritas de Rosie. Es
lindo.
Después de contarme los detalles, Don decidió organizar
una noche completa de actividades, que incluye una visita al
cine histórico local, una parada en la heladería vecina y un
paseo por la orilla del lago para ver la puesta de sol.
Mentiría si dijera que no estoy un poco impresionada.
¿Quién sabía que era tan romántico?
Hayes y yo los acompañamos, ya que es una cita doble.
Pero todos sabemos que el giro de la cita doble es una
fachada total para la logística fundamental. Hayes no quiere
que Rosie conduzca de noche, y Don no ha tenido un coche
en al menos una década. Además, la logística es solo una
excusa para que Hayes espíe al astuto Don, que parece estar
armado con nada más que unas pocas bromas y un oído
atento.
Independientemente de cómo gaste Hayes sus energías
esta tarde, he elegido verlo como una cita doble. Una cita
doble en la que paso más tiempo con el chico más guapo que
conozco.
Cuando Rosie y yo terminamos, salimos de su habitación y
encontramos a Hayes esperando en el sofá, con su rodilla
rebotando nerviosamente mientras se desplaza por su
teléfono. Cuando sus ojos se encuentran con los míos,
inmediatamente recorren todo mi cuerpo, viendo mi alta cola
de caballo, hombros y clavículas al descubierto, cintura
ceñida y, finalmente, mis largas y bronceadas piernas. Su
rodilla se queda quieta, con su teléfono olvidado en su mano
mientras mira con los ojos mi lindo y sexy conjunto de
verano. Sus labios se separan y luego se convierten en una
linda media sonrisa.
Hayes no está nada mal, lleva un par de cómodos
pantalones verde oliva y una camiseta de manga corta blanca.
Compartimos una mirada que dice “estás guapa. Como,
realmente guapa”. Me gustaría que el momento fuera más
largo, pero tenemos un horario que seguir. Además, estoy
segura de que Rosie no apreciaría que me tirara a su nieto
delante de ella.
Metidos en el Lexus con Rosie cómodamente en el asiento
trasero, conducimos hasta Riverside para recoger a Don.
Cuando llegamos a la entrada circular, está esperando justo
dentro de las puertas delanteras. Con el cabello suelto, lleva
un jersey azul claro con pantalones marrones y una corbata
de lazo amarillo dorado. Hay un ramo de margaritas en sus
manos, las favoritas de Rosie, naturalmente. Mi corazón se
hincha por lo lindo que es todo esto.
Don es la imagen de un caballero elegante, que solo deja
de actuar para ahuyentar a un auxiliar que se cierne sobre él.
Salgo del auto para firmar su salida, luego le ayudo a subir a
uno de los asientos traseros, haciéndole un guiño de
felicitación mientras Rosie se arrulla sobre las flores. Me
sorprende que lleguemos al cine con la forma en que Hayes
mueve el volante.
Por algún brillante giro del destino, o alguna excelente
previsión por parte de Don, Soylent Green es la película vieja
de la semana. Nuestros adorables mayores están ansiosos por
encontrar los asientos perfectos, así que tomo a Hayes de la
mano y lo llevo hacia el puesto de concesiones.
—Muy bien, señor Acompañante, es hora de soltar la
correa de los niños —digo, golpeándolo con mi cadera.
Su brazo me rodea la cintura, y su mano se desliza en el
bolsillo de mi pelele para apoyar sus dedos en el sensible
bulto del hueso de mi cadera. Un escalofrío me atraviesa por
el contacto, y mi cuerpo se estremece con el recuerdo de esos
hábiles dedos operando ese juguete sexual. Desde esa
experiencia, me he sentido imprudente... y un poco salvaje.
—No hay niños aquí —dice, mostrándome una sonrisa que
es más bien una mueca—. Por lo que veo, es un viejo que
mira fijamente el trasero de mi abuela.
Me río de la insinuación, porque Don moriría antes de que
lo atraparan mirando el trasero de una mujer, es un
verdadero caballero.
—Tienes razón, sí son adultos. Razón de más para confiar
en ellos para que se cuiden, ¿hmm? —pregunto, frotándole la
espalda de forma reconfortante.
—No he dicho que no confíe en Rosie —gruñe Hayes,
escudriñando el menú de arriba—. No creo que siempre sepa
lo que es mejor para ella.
De acuerdo, la Operación Tranquilidad va a requerir un
poco más de esfuerzo del que pensaba.
Hayes compra cuatro bolsas pequeñas de palomitas,
rechazando mi sugerencia con una mirada aguda de dejar que
cada pareja comparta una bolsa grande. Nos colamos en el
cine justo cuando las luces se atenúan y la película cobra
vida en la pantalla de proyección.
Rosie y Don ya están absortos en la experiencia cuando los
encontramos. Es una proyección especial, así que no hay
preestrenos. Instalándome en los dos asientos libres detrás de
la pareja, estoy preparada para patear el trasero del asiento
de Don cada vez que se duerma. Milagrosamente nunca lo
hace, demasiado ocupado susurrándole al oído a Rosie, que
ahoga su risa incontrolable con bocados de palomitas de
maíz. Son demasiado lindos.
La rodilla de Hayes rebota incesantemente durante la
primera mitad de la película. Cuando por fin me canso,
extiendo la mano y la pongo sobre su rodilla, frotando
suavemente los tensos músculos que encuentro allí. Al
tocarle, empieza a relajarse lentamente, cediendo al masaje.
Hayes se recuesta en su asiento con un suave suspiro,
revisando sutilmente a nuestros compañeros.
Cuando la película termina, nuestro pequeño grupo se
amontona a la salida del cine y caminamos unas cuantas
cuadras hasta la heladería. Don y Rosie caminan unos pasos
delante de nosotros, envueltos en su propia conversación
sobre el argumento de la película.
Claramente están muy entusiasmados con el otro y, por mi
experiencia trabajando con gente de su edad, no es muy
común. Normalmente la desconfianza y las experiencias
previas pueden formar barreras de comunicación entre los
ancianos. Pero eso no es cierto en el caso de Don y Rosie. Su
entusiasmo y cariño por el otro llena mis entrañas con calor
almibarado, amenazando con salir por mis propios poros.
Encontrar el amor siempre es una cosa asombrosa. Tener una
segunda oportunidad de vivir a su edad es raro y muy
especial.
Mientras tanto, Hayes está un poco menos rígido que
antes. Mientras caminamos, su mano va de mi cintura a la
hinchazón redonda de mi culo, trazando líneas perezosas y
ligeras como una pluma justo debajo del dobladillo de mi
pelele para jugar con el borde de mis bragas. Es suficiente
para volverme absolutamente loca de deseo.
El sol de verano ya está bajando sobre los picos y valles de
los tejados y campanarios del barrio cuando llegamos a la
heladería. Don insiste en pagar, comprando dos cucharadas
de helado sabor Rocky Road para él, una cucharada de
chocolate con menta para Rosie, y una cucharada de espresso
de chocolate para mí. Hayes lo rechaza, probablemente por el
resentimiento de la amabilidad de Don.
Cuando la pareja mayor se dirige a la playa para ver el
atardecer, prometiendo volver en una hora, Hayes me susurra
al oído.
—¿Por qué comer un cucurucho de helado cuando puedo
mirarte?
Nos instalamos en una pequeña cabina en la parte de
atrás del salón, con nuestras piernas entrelazadas bajo la
mesa. De espaldas al mostrador y a cualquier otro cliente,
hago todo un espectáculo.
Hayes me mira con ojos oscuros mientras lamo y chupo el
remolino de comida suave con un vigor que solo puedo
atribuir a que está muy excitado. Dejo caer un poco de crema
por mi labio inferior, encontrando sus ojos mientras paso mi
lengua perezosamente sobre un dedo pegajoso. Eso es todo lo
que puede soportar. Me pone una mano en la nuca y me lleva
a su boca sucia con un beso hambriento.
En ese momento, el hijo de alguien deja caer su cucurucho
de helado con un lamento, la distracción perfecta.
Agarro la mano de Hayes, lo saco de la mesa y bajo por el
pasillo al baño, que por suerte está vacío (y limpio), donde
prácticamente lo meto y cierro la puerta tras nosotros. Está
encima de mí casi antes de que pueda cerrar la puerta, sus
manos agarrando mi culo y sus labios devorando los míos
mientras busco a tientas la cerradura. Una vez que encaja en
su sitio, lo empujo contra la pared, cayendo de rodillas para
acariciar la tensa tela de sus pantalones cortos.
Gime, esta vez en voz alta, metiendo sus dedos en mi ropa
interior y arruinando mi duro trabajo de la mejor manera
posible. En momentos, está desabrochado y sin cremallera,
con su gruesa longitud libre de sus pantalones. Beso un
camino caliente y húmedo a lo largo de su carne sensible, y
Hayes hace un sonido estrangulado.
—Joder, paloma... Jooooder —dice sin aliento, con su voz
baja crujiendo como carbones calientes.
El sonido desesperado de él, la sensación caliente y dura
de él en mis manos, es suficiente para volverme loca. Pero sé
que tendré mi recompensa más tarde, así que enfoco mis
esfuerzos en hacer que Hayes pierda la cabeza. Y lo hace...
rápidamente.
—Voy a venirme. —Sus dedos aflojan su agarre, dándome
una salida si la necesito.
No me echo atrás y me lo meto aún más. Cuando
finalmente recupera el aliento, lo miro fijamente.
—Santo cielo —dice entre risas. Ayudándome a ponerme
de pie, Hayes me envuelve con sus brazos, el calor irradia de
él como una hoguera. Murmura contra mi cuello—: Te he
estropeado el cabello.
—Está bien. —Sonrío, acurrucada contra él. Tengo tanto
afecto por este hombre que podría explotar.
—Lo necesitaba. —Suspira, reclinándose para encontrarse
con mi mirada—. Gracias.
—En cualquier momento —digo con una sonrisa, dando
un ligero beso a sus sonrientes labios.
—¿Puedo devolverte el favor esta noche?
Asiento una vez, mi corazón se acelera ante la idea de que
Hayes se arrodille ante mí, dándome un placer al rojo vivo.
—Por supuesto.
Su sonrisa se amplía, y sus ojos bailan traviesamente
sobre los míos.
Una vez que nos hemos recuperado y me he arreglado el
cabello, huimos del baño y salimos por la concurrida
heladería. La cajera está demasiado ocupada limpiando el
desastre de ese niño para preocuparse por nosotros.
Salimos, y es casi de noche cuando la pareja del año
regresa, y solo separan sus manos para saludar una vez que
nos ven en el borde de la playa. Hayes y yo les saludamos, y
Rosie asiente en respuesta a su sonrisa perezosa.
—Realmente tienes una manera de tratar a mi nieto —dice
mientras se acercan—. Está muy relajado después de un poco
de tiempo a solas contigo.
Le da una palmada en el hombro a Hayes, que apenas
logra mantener su cara de póquer. Mientras tanto, yo estoy
tan roja como una señal de stop. No sabe ni la mitad.
El viaje de vuelta a Riverside es extrañamente agradable.
Hayes invita a Don a sentarse en el asiento delantero con él, y
yo con gusto me reúno con Rosie en la parte de atrás. Los
hombres comparten una incómoda pero dulce conversación
sobre las mejores cosas para hacer en Chicago, mientras que
Rosie y yo compartimos una incómoda pero dulce mirada de
aprecio. Lo está intentando.
Cuando llegamos, Rosie insiste en llevar a Don de vuelta al
interior. Me arrastro hasta el asiento delantero, una maraña
de rodillas y codos que hace que Hayes se sumerja para
cubrirse.
—¿Por qué no saliste y volviste a entrar? —Se ríe,
quitándose la suciedad del hombro de mi zapato.
Me río, encogiéndome de hombros.
—¿Te importa?
—No —dice, y una pequeña sonrisa sexy se extiende por
su cara.
Me extiende la mano, y sus dedos rozan mi mandíbula
antes de presionar su pulgar suavemente contra mi barbilla.
Es un gesto simple y casto, pero causa que una cálida ola de
placer me recorra.
Cuando Hayes vuelve a mirar por la ventana, su sonrisa
cae como una bolsa de ladrillos. Sigo su mirada para ver a
Don y Rosie compartiendo un beso de buenas noches, y mi
corazón explota.
—Oh, Dios mío —susurro, rebotando en mi asiento—. Eso
es tan lindo.
—No es lindo, Mare. Es raro. Y valiente, pero no en el buen
sentido. No conozco a este tipo. Por lo que sé, solo intenta
robar los cheques de la seguridad social de Rosie.
Levanto una ceja en su dirección.
—¿Tiene Rosie una pensión considerable o algo así?
Suspira, pasando una mano por su cabello en frustración
antes de murmurar:
—No.
—Hmm. —Me inclino, dándole palmaditas suaves en el
muslo—. Puede que no conozcas a Don, pero yo sí. Así que no
tienes que confiar en él. Puedes confiar en mí. ¿De acuerdo?
Hayes lucha con esto por un momento. La verdad es que
mi paciencia se está agotando.
—Dime qué es lo que realmente te preocupa.
Suspira suavemente.
—Me preocupa lo que le preocupa a todo hombre cuando
su abuela se enamora de un hombre de noventa años.
Mis ojos se estrechan en los suyos.
—¿Se está muriendo?
Hayes se burla.
—Que le rompa el corazón.
—Relájate, cariño —murmuro, deseando que pudiéramos
pasar a la parte en la que todos son amigos.
—¿Cariño? —pregunta, volviéndose hacia mí con una
mirada divertida que supera la incomodidad que amenazaba
con establecer la base para siempre.
Ups... Supongo que es una forma de hacerle sentir mejor.
—¿Está bien así? —pregunto con cautela. Tal vez lo llevé
demasiado lejos.
—No, es genial. —Me da una gran sonrisa—. Solo que
inesperado.
—Lo dice el tipo que me llama regularmente paloma —le
respondo con una astuta sonrisa, subiendo mis dedos por su
pecho.
Con una sonrisa maliciosa, me agarra la mano y se lleva la
punta de mis dedos a su boca para morderlos suavemente.
Jadeando, los alejo y agarro esa mandíbula cincelada con la
que he pasado décadas soñando despierta. Sus ojos brillan a
la luz de la luna, oscureciéndose al inclinarse. Cuando habla,
su voz está envuelta en terciopelo.
—Pensé que te gustaba eso.
—¿Quién dice que no me gusta?
Nuestros labios están separados por un aliento cuando la
puerta trasera se abre y Rosie entra con un suspiro de
satisfacción. Nos separamos a regañadientes, con Hayes
aclarándose la garganta mientras abro la ventana para que
entre un poco más de aire.
—Oh, no se detengan por mí. Nosotros nos detuvimos por
ustedes —dice Rosie con humor en su inocente expresión.
Hayes se estremece, sacudiendo la cabeza mientras
arranca el auto. Tengo que morderme el labio para no reírme.
O chocar los cinco con Rosie. O besar a Hayes.

***

Por suerte para mí, hay muchos besos cuando Rosie se va


a la cama.
Presionada contra la puerta de su habitación, le dejo que
se salga con la suya, besándome profundamente, con
urgencia. Me siento mareada, borracha de su olor y sabor.
Cuando sus manos se deslizan desde mi cintura hasta mi
culo, levantándome contra sus pantalones, dejo escapar un
pequeño chirrido de sorpresa. Hayes sonríe deliciosamente
contra mis labios.
—No hay necesidad de callarte. —Se inclina para
pellizcarme el cuello, y jadeo, con mi espalda arqueada y mis
pechos presionando contra su pecho—. Estamos solos en este
lado del apartamento. Además, Rosie se quita los audífonos
todas las noches.
—¿No es eso peligroso? —digo en voz baja, tratando de
concentrarme a pesar del calor fundido en mi núcleo,
presionado contra su erección dura como una roca.
—Eso es lo que dije yo. ¿Qué pasa si suena la alarma de
incendios? —Suspira, y sus dedos se deslizan bajo el
dobladillo de mi pelele para jugar con mis bragas de algodón,
que ya están húmedas—. No le importa. Dice que no puede
dormir con ellos puestos.
Mis ojos se abren de par en par.
—Dejemos de hablar de Rosie. —Con eso, me da la vuelta y
me deposita en la cama con un suave golpe.
Mi ritmo cardíaco se acelera mientras lo veo desabrocharse
la camisa y mirarme con ojos hambrientos.
—Apuesto a que tienes práctica —digo, parpadeando en su
dirección.
—¿Con qué? —pregunta, deshaciendo lentamente la
corbata de mi camiseta.
—Tener sexo... aquí.
Se detiene, sus ojos parpadeando hacia los míos.
—Nunca he traído a nadie más aquí.
—¿En serio? —pregunto, a partes iguales sorprendida y
conmovida. Eso no parece posible.
—No —murmura, bajando sobre mí para dar suaves besos
a lo largo de mi clavícula.
—¿Realmente nunca has traído a un polvo aquí antes?
¿Una novia?
Hayes suspira, sentándose sobre sus talones y pasando
una mano por su despeinado cabello.
—Nadie más que tú... y tú no eres un polvo, paloma.
Me levanto hasta estar a su altura, rodeando su cuello con
mis brazos para besarle con fuerza la boca. Él gime contra
mis labios, y sus manos se ajustan a mi cintura mientras se
agarra a mí. Cuando nos separamos, ambos estamos sin
aliento.
—Me estás matando, cariño —murmura.
Me rodea para tirar de mi cola de caballo, permitiendo que
mi cabello se derrame sobre nuestros hombros. Con sus
dedos enredados en él, su beso es ahora más suave, más
dulce, como si yo fuera realmente preciosa para él.
Tirando de mi pelele, susurra contra mis labios:
—Ahora, vamos a sacarte de esta maldita cosa.
Mi ritmo cardíaco se acelera. Mi salvaje ha vuelto.
Nos besamos y nos fritamos juntos en el centro de la cama
hasta que estoy tan lista y encendida que apenas puedo
respirar.
—Sé que tienes un escondite de juguetes en alguna parte
—murmuro entre los besos.
Se encuentra con mis ojos con una mirada acalorada.
—¿Qué te hace decir eso?
—Ese juguete que usaste conmigo...
Él sonríe.
—Solo lo traje a casa para probarlo.
Puede que sea cierto, pero no me inmuto.
—Vamos, tienes una tienda para adultos. Solo dímelo. Lo
encontraré. ..Le sonrío, dándole una mirada atrevida.
—Por ahí, segundo cajón por abajo. —Señala con su
barbilla su mesita de noche.
Levantándome sobre un codo, me inclino sobre el lado de
la cama para abrir el cajón. Solo hay dos cosas dentro: una
botella de lubricante y un par de esposas que parecen más un
regalo de broma que otra cosa. La etiqueta de la tienda aún
sigue pegada, lo que me dice que nunca han sido usadas.
Agarro la botella que está medio llena y la sostengo.
—¿Lubricante? Hmm. ¿Usas esto cuando te masturbas?
Enarca una ceja.
—Sí.
Mi corazón salta. Por alguna razón, el pensamiento de
Hayes con su puño alrededor de su polla, acariciándose con
empujones húmedos y bruscos es una visión muy sexy.
Abro la tapa y rocío un poco de aceite sin perfumar en la
palma de mi mano. Cuando lo envuelvo con mi puño, su
amplio pecho tiembla, y exhala.
—Joder, Maren. —Es muy sexy así, tumbado a mi lado,
completamente a mi merced. Su voz es profunda, apenas más
que un gruñido, cuando dice—: Más fuerte.
Aprieto mi mano y lo muevo hasta que jadea y gime con un
sonido profundo y delicioso. Sus manos exploran mi cuerpo
mientras continúo mi pecaminosa tortura, llevándolo
lentamente al borde y de vuelta.
Cuando Hayes no puede soportar más mi dulce tortura, se
pone encima de mí. Cubriendo mi cuerpo con el suyo, empuja
hacia adelante, llenándome con un poderoso golpe.
Agarrándolo fuertemente, rezo en silencio para que la
suerte que he encontrado para ganarlo nunca se agote. Estoy
cayendo duro y rápido, y no puedo imaginarme volver a ser
solo amiga de este increíble hombre.
Capítulo 19
Hayes
Las cosas han ido bien últimamente. Casi demasiado bien.
Me hace sospechar. Me deja tenso. Como si en cualquier
momento todo pudiera desmoronarse, así de fácil.
Tal vez por eso estoy tan nervioso estos días. Sigo
encontrándome con que me estremezco cuando alguien abre
una puerta demasiado rápido, o cuando Wolfie me llama
desde el otro lado de la habitación. Incluso cuando no estoy
con Maren, no puedo relajarme. Está empezando a
confundirme.
No me malinterpretes, Maren es increíble. Mi paloma es
tan potente como siempre. Yo soy el que no puede dejar de
actuar como un niño pequeño que tiene miedo de irse a la
cama sin las luces encendidas.
Por eso he decidido escaparme, solo una noche. He hecho
una maleta para pasar la noche esta mañana y le he dicho a
Rosie que iba a ir a ver la cabaña. Al atardecer, seré yo, un
paquete de seis cervezas y una fogata junto al lago en la
cabaña. Espero que un tiempo a solas ayude a despejarme la
cabeza.
El día de trabajo pasa como cualquier otro. Ever y Caleb
charlan con algunos clientes mientras Wolfie y yo repasamos
la nueva línea de productos en la parte de atrás. Finalmente
ha dejado de lado lo de “cómo probaste la nueva mierda”,
gracias a Dios. No sé cuánto tiempo más podré insistir en que
no me estaba tirando a mi abuela sin vomitar.
Pensarías que podría haber inventado algún tipo de
mentira piadosa o algo para cubrir mis huellas, pero en mi
experiencia cualquier tipo de engaño, incluso algo que parece
pequeño, volverá para morderte el culo al final. Y ya tengo
suficientes problemas con la situación de Maren y Wolfie, no
quiero complicar aún más las cosas lanzando una falsa e
imaginaria chica cualquier a la mezcla.
—Oye, hombre, ¿estás bien? —me pregunta Wolfie cuando
me sorprende mirando el reloj por duodécima vez hoy.
—¿Qué, yo? Sí, no, estoy bien, todo bien aquí, hermano —
le respondo tartamudeando. Qué sutil.
Wolfie me mira mal, pero se encoge de hombros y no
presiona más.
Aún así, tengo que decir algo. No puedo dejar que se quede
así de raro.
—Quiero decir, estoy ansioso por salir de aquí hoy,
¿sabes? No es que no me guste este trabajo. Solo que me pica
tener un poco de tiempo, ¿me entiendes?
Wolfie sacude la cabeza y se ríe secamente.
—Tiempo para mí. Claro, hombre, lo que te guste. Solo
recuerda que ya has tomado tus muestras de producto para
este trimestre. Nosotros rastreamos esa mierda, ya sabes.
Joder. Ahora Wolfie cree que soy un pervertido superior. Lo
que sea. Mejor que que sepa la verdad, supongo.
—Ja, ja. Muy gracioso.
—No, pero en serio, amigo, si necesitas un descanso,
deberías haber dicho algo. ¿Por qué no te vas temprano?
Lo miro con incredulidad. ¿Este es el Wolfie que empezó
esta compañía conmigo? ¿El mismo Wolfie que creó el
programa que me da unos tres días libres al año?
Entonces miro el reloj. Las cuatro y cuarenta y cinco. Muy
bien, eso tiene más sentido.
Le doy una palmada en la espalda.
—Gracias, hombre. Aprecio tu comprensión.
Asiente y sigue escribiendo, solo medio registrando mi
gratitud. Pero me parece bien. De cualquier manera, estoy un
paso más cerca de mi tiempo en el lago y la hoguera.
Paso el camino a la casa del lago repasando todos los
posibles escenarios de lo que podría pasar con Maren en mi
cabeza. Históricamente, no soy el tipo de hombre con el mejor
historial.
Las cosas no me salen bien. Demonios, por eso es por lo
que me alejé de las mujeres en primer lugar. Y no puedo
evitar preocuparme de que lo mismo pase con Maren, sin
importar lo bien que parezca ir cosas ahora. Esa épica
ruptura con Samantha tirando mi mierda por la ventana no
es un escenario que quiera repetir, y no podría vivir conmigo
mismo si Maren me odiara alguna vez.
Porque no es que las relaciones empiecen obviamente mal.
Vale, quizás he tenido un par que empezaron de esa manera.
Pero en su mayoría me meto en las cosas por lo perfectas que
parecen en la superficie. Solo cuando empezamos a nadar
más profundo me doy cuenta de la oscuridad y las rocas
afiladas que esperan abajo.
Pero Maren tiene que ser diferente, ¿verdad? No es solo
una chica que conocí en un bar o, demonios, incluso una
chica que encontré en una aplicación. Es Maren. La hermana
de Wolfie. Nos conocemos desde siempre. Eso tiene que
significar algo. Lo que no puedo decir es si lo que significa es
algo bueno o algo muy, muy malo. De cualquier manera,
tengo miedo al fracaso y necesito aclararme la cabeza.
Cuando llego a la larga entrada de grava, me he
preocupado por una enorme bola de ansiedad. Perfecto.
Exactamente lo contrario de lo que necesitaba.
Tomo mi bolsa y el paquete de seis cervezas dentro del
maletero y, cuando enciendo las luces del vestíbulo, todos los
recuerdos de la última vez que estuve aquí vuelven a mí.
Maren y yo estábamos empezando entonces. Manos que se
rozan, ojos que se encuentran. La tensión sexual era tan
fuerte entre nosotros que podrías haberle dado un mordisco.
No es que nada de eso haya cambiado en las últimas dos
semanas.
La primera cerveza baja más rápido y fácil de lo que
esperaba, y la segunda está justo detrás de ella. Hago un
pequeño fuego en la fosa junto al lago cuando el sol comienza
a bajar sobre el horizonte. Su calor y su luz son suficientes
para cortar la fresca brisa del atardecer.
El agua se desliza por la orilla, y estoy a punto de alcanzar
mi nevera para la cerveza número tres cuando escucho el
sonido de los neumáticos en la grava.
¿Qué demonios?
No le dije a nadie que se reuniera conmigo aquí. Y, a
menos que uno de los chicos también decidiera hacer una
escapada de último minuto, algo me dice que estoy a punto de
tener una compañía no deseada.
—¿Hola? —Me levanto y llamo.
El auto aparca detrás del mío y apaga las luces. Después
de unos momentos, la puerta del lado del conductor se abre y
un par de piernas largas y bronceadas salen.
—Pensé que querrías algo de compañía.
Es Maren, vestida con un par de pantalones cortos
vaqueros y una camiseta de encaje, con un aspecto más dulce
que cualquier fantasía que pudiera haber soñado.
—Jesús, paloma. —Respiro con dificultad, la mitad por el
alivio y la otra por la excitación—. Una advertencia habría
estado bien.
Saca su labio inferior en un mohín.
—¿No te alegras de verme?
La acerco, así que el dulce aroma de su piel se mezcla con
el calor ahumado de la hoguera. No me di cuenta de que me
sentía solo hasta el momento en que llegó. Tiene razón. Es
bueno tener algo de compañía. Especialmente cuando esa
compañía es mi persona favorita en este momento.
Con mis manos en su cintura, me inclino y la beso. Toda
esa preocupación, todo ese miedo, se convierte en urgencia
entre nosotros. Me rodea con sus brazos el cuello y el viento le
levanta las puntas del cabello. Estoy perdido en ella, perdido
en este momento y, cuando nos separamos, no podría decirte
lo que me preocupaba tanto antes.
Apoya su frente contra la mía, y suelto un suspiro.
—Oye, ¿estás bien? —pregunta, poniendo su palma
suavemente contra mi mejilla. El gesto es tan suave, tan
tierno, que me lleva de vuelta a aquella noche en la casa del
lago en mi cama. Cuando me tomó por sorpresa al besarme.
Asiento y respiro profundamente.
—¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Rosie me lo dijo. Fui a tu casa después del trabajo para
saludarte y me sorprendió encontrarla sola.
—Sí. Necesitaba algo de tiempo... lejos.
—¿De mí? —pregunta Maren, su voz pequeña y tímida.
—No, paloma. De todo lo demás. De la ciudad. De tu
hermano. De los chicos del trabajo. Todo está empezando a
parecer demasiado.
Mira fijamente a nuestros pies.
—¿Estás diciendo que esto es demasiado? ¿Que somos
demasiado?
Agarro sus manos con las mías y busco sus ojos. Me
rompe el corazón escucharla decir esas palabras.
—Paloma, te deseo tan desesperadamente que apenas
puedo contenerlo. Es la situación la que empieza a hacerme
sentir como un loco. Me has observado todos estos años, así
que sabes que no se me da bien esto. Las cosas no funcionan
para mí. La fastidio, lastimo a la gente, y lo último que quiero
hacer es lastimarte a ti. No sé si sería capaz de vivir conmigo
mismo.
—Te lo dije, soy mayor. Puedo cuidar de mí misma.
—Ya lo sé. Pero no puedo quitarme el mal presentimiento
de que esto no terminará bien.
—Nunca fuiste un mal novio, Hayes —dice pensativa.
—¿Qué quieres decir?
Sus ojos se encuentran con los míos con una mirada
sincera.
—Simplemente no estabas con la persona adecuada.
Me dejo asimilar sus palabras, y me lleva un minuto
darme cuenta de que tiene razón. Tal vez Maren sea la
persona con la que esté destinado a estar. Con nadie más.
Esa es la razón por la que no podía hacer que una relación
durara.
El pesado peso asentado en mi pecho se alivia un poco al
darme cuenta.
Maren acuna mi cara con su mano, con su frente
presionando la mía. No responde, pero puedo sentir la
preocupación trazando líneas a través de su piel. Nos
sostenemos así un rato antes de apagar el fuego y entrar.
No sé adónde iremos desde aquí, pero sí sé una cosa: esta
noche me alegro de que estemos juntos.
Capítulo 20
Maren
El club nocturno está lleno de vida, lleno de pared a pared
con cuerpos cubiertos de brillo, pulsantes ritmos de bajo y
luces estroboscópicas. El aroma del sudor cuelga en el aire, y
empiezo a preguntarme por qué acepté salir esta noche.
Scarlett no me suelta la mano mientras me arrastra por
cada habitación, cumpliendo su promesa de no dejarme sola
aquí. No es la primera vez que voy a un club nocturno, pero
definitivamente no es el tipo de escena que frecuento muy a
menudo como ella.
Scarlett se mueve sin problemas entre la multitud de
veinteañeros que bailan, solo se detiene para tocarle el codo a
una mujer que lleva el mismo vestido de lentejuelas y le choca
los cinco.
Mi aspecto apenas encaja con un vestido negro hasta la
rodilla con bordes de encaje. Menos mal que Scarlett echó un
vistazo a mis razonables zapatillas grises y me ordenó volver a
mi apartamento para encontrar algo “con un poco más de
sexo incorporado”. Las botas de plataforma en blanco y negro
fueron una compra impulsiva después de una semana
particularmente difícil en el trabajo, pero ahora estoy feliz de
tener la oportunidad de usarlas.
Después de pasar por lo que siento como la vigésima
habitación nebulosa y sudorosa, veo a Hayes y a los otros
chicos parados junto a una mesa alta con bebidas en la
mano. Scarlett grita al ritmo de la música, y todas las cabezas
se giran para vernos acercarnos. Me deja sola un momento
para tomar tragos en la barra, habiéndome llevado con éxito a
nuestro grupo de amigos. Bueno, grupo de amigos además del
que no estoy segura de cómo categorizar.
Hayes está muy guapo con sus vaqueros oscuros y una
simple camiseta negra, pero ¿cuándo no está increíble?
Flanqueado por Caleb, Connor y mi hermano Wolfie, Hayes no
puede hacer mucho más que mirarme con lujuria, apreciando
mi ropa con sus ojos.
Estoy debatiendo el caminar hacia él y besarlo un poco
delante de todos y que les den a los secretos, cuando me
atacan por el lado.
—¡Perdón! ¡No quise asustarte! —Penelope se ríe en mi
oído.
Estoy un poco sorprendida, pero luego recuerdo que se
graduó de la universidad y regresó a Chicago para siempre.
Obviamente lo está aprovechando al máximo, con dos tazas
de cerveza apretadas en el labio entre su pulgar e índice y
una bebida mezclada burbujeante apretada en su otra mano.
—No sabía que ibas a venir.
—Wolfie me invitó.
¿Qué hizo Wolfie?
—Estás muy guapa —digo, y realmente lo está.
El cabello de Penelope está recogido en un lindo moño, y
su adorable vestido rosa está abrazando su cuerpo de la
manera correcta. Abre la boca para devolver el cumplido, pero
Scarlett se interpone entre nosotros.
—Tómate un trago —insta mi amiga, empujando un poco
de alcohol desconocido hacia mis labios.
Tomando la rápida decisión de que este será mi tercer y
último trago de esta noche, lo tomo, aferrándome al sabor.
Por supuesto que es tequila. Puaj.
—¡Así se hace! —grita—. ¡Bailemos!
Scarlett me empuja hacia la pista de baile, dándole un
beso a Penelope, que promete que nos alcanzará. Le pasa las
cervezas a Connor y Caleb, que inmediatamente empiezan a
tragar, su racha competitiva sigue siendo fuerte. Solo consigo
echarle un breve vistazo a Penelope, acurrucada muy cerca de
mi estoico hermano, antes de que bloquee mi vista por
completo.
Scarlett me gira, ayudándome a encontrar el ritmo con sus
manos apoyadas ligeramente sobre mis hombros. Juntas,
movemos nuestras caderas al ritmo, perdiéndonos con la
música que pasa por los altavoces. Scarlett baila con total
abandono, rozando la estupidez, lo cual sé que solo hace para
que me sienta más cómoda.
No tienes que ser bueno bailando para divertirte en el club.
Y Dios sabe que no soy muy buena bailarina… La última vez
que puse un pie en una pista de baile fue con Hayes, y no era
exactamente el tipo de música con el que te toparías aquí.
Con Hayes en mente, miro atrás para ver a Caleb y Connor
charlando con unas chicas guapas que no reconozco, y Wolfie
y Penelope absortos en una profunda conversación. Hayes
está solo, apoyando los codos en la mesa mientras toma un
trago lento de su bebida, que apostaría cien dólares a que es
bourbon con hielo. Incluso con la multitud, sus ojos están
fijos en mí, en mis caderas, mientras bailo.
La música se convierte en algo más lento, con más cabeza,
y el alcohol en mi sangre me hace más valiente.
Balanceándome, paso mis manos sobre mis muslos y mi
cintura provocadoramente. Me gusta bailar para Hayes, y él
ciertamente aprecia el espectáculo. Sonríe, señalando con la
barbilla hacia la pared más lejana, donde veo un letrero de
neón brillante hacia los baños.
¿Otro rapidito encubierto? Me apunto.
Me doy la vuelta para encontrar a Scarlett bailando con un
círculo de extraños, la pintura corporal de neón les da un
brillo etéreo.
Me inclino, gritando sobre la música:
—Ya vuelvo.
—¿Adónde vas?
—Al baño.
—Bien, iré contigo.
Aj, no pensé en el código del club. Siempre lleva a una
amiga contigo al baño.
—Está bien —digo, sabiendo que mi protesta caerá en
oídos sordos.
—Vámonos. —Se despide de sus nuevos amigos, porque
quién sabe si se volverán a cruzar después de esta noche.
A regañadientes, la sigo a través de la pista de baile y
hacia los baños. Cuando puedo oírme pensar de nuevo, tomo
su mano y la tiro suavemente hacia la pared. Sus ojos están
confundidos, pero espera que yo hable.
—No necesito usar el baño —digo, cruzándome
nerviosamente de brazos sobre el pecho. ¿Es ahora el
momento adecuado para decírselo? Ni siquiera sé si Hayes y
yo... bueno, nada todavía.
—¿Qué pasa? ¿Ya no quieres bailar? —Me frota el brazo
para protegerse, y la preocupación se extiende por sus rasgos.
Scarlett es realmente una buena amiga. No merece que le
mienta, aunque no apruebe los hábitos de Hayes en las citas.
—No exactamente —digo, tomando un respiro tembloroso
—. Iba a encontrarme con Hayes.
—¿Hayes? —pregunta, frunciendo el ceño. De repente se
da cuenta—. Oh, mierda, ¿tú y Hayes son algo?
Asiento, mis ojos pinchan de emoción. ¿Y si está dolida
porque le mintiera? ¿Y si acabo de arruinar la noche? Me
arranco una sola lágrima de la mejilla, maldiciendo el tequila
por hacerme siempre tan condenadamente emocional.
Pero Scarlett no parece herida o enfadada en absoluto. En
vez de eso, me alisa el cabello y me envuelve en sus brazos,
apretándome fuerte.
—Mañana, cuando hagamos el brunch de la resaca,
tendrás que dar muchas explicaciones. Por ahora, ve a
divertirte. Te quiero.
Ella puntúa sus palabras con un beso duro en mi mejilla,
y toda la tensión que he estado llevando cae como una
armadura que ya no necesito.
—Gracias. Yo también te quiero.
—Uy, te he puesto lápiz de labios. —Ella se ríe, lamiéndose
el pulgar y frotándolo—. Ve a por él, chica. Encontraré a
Penelope y esta vez la llevaré a la pista de baile conmigo. —
Con eso, Scarlett se pone de pie y vuelve a la mesa, donde
estoy segura de que le hará pasar un mal rato a Wolfie por
acaparar a nuestra nueva amiga favorita.
Aliso mi vestido de cualquier arruga y me dirijo a las
mesas de los borrachos, hasta la parte de atrás donde
encuentro a Hayes, apoyado en la pared con una expresión de
curiosidad en su cara. Cuando me acerco, me agarra, me
pone un mechón detrás de la oreja y su mano se queda a la
altura de mi mejilla.
—¿Estás bien? Pensé que te habías perdido.
—Estoy muy bien.
—¿En serio?
—De verdad.
—Bien —dice, inclinándose para besarme firmemente en
los labios.
Sabe a bourbon. Cien dólares imaginarios para mí.
El beso se vuelve ardiente cuando abro la boca, dejando
que su lengua explore la mía con la misma curiosidad que la
primera vez que nos besamos. Su mano se aventura desde el
lado de mi cara hasta mi oreja, sensualmente trazando su
forma antes de deslizarse detrás de mi cuello, profundizando
el beso. Me presiono íntimamente contra él, sintiéndolo vibrar
al tocarme, con su otro brazo rodeando fuertemente la parte
baja de mi espalda.
Mis pies casi se levantan del suelo cuando él rompe el beso
para preguntarme:
—¿Quieres salir de aquí
—¿Para siempre?
—No si quieres volver.
—Bien —susurro, capturando su boca perfecta en otro
beso ardiente. Besaría a este hombre todo el día si pudiera.
Eventualmente nos desenredamos lo suficiente para
encontrar la salida al callejón, caminando de la mano hacia la
calle más tranquila, una intersección de calles bordeadas de
árboles, cafeterías y licorerías. Me apoyo en la pared de
ladrillos, invitando a Hayes a unirse a mí con una sonrisa
tímida y un dedo que hace señas.
Nos enredamos en momentos, una ráfaga de bocas
hambrientas y manos codiciosas, empujando y tirando con la
familiaridad de los amantes de hace tiempo. Cuando mis
dedos presionan el firme bulto de la parte delantera de sus
pantalones vaqueros, me agarra la mano, con una risa sin
aliento calentando mi cuello donde sus besos se han
detenido.
—¿Qué pasa? —pregunto, levantando una pierna para
envolver la suya, acercando sus caderas.
Suelta mi mano, apoyándose en el ladrillo frío, y apoya su
frente contra la mía.
—Aquí no, paloma.
—¿Por qué no? —pregunto, rozándome contra él con una
sonrisa.
—Vamos, Mare...
—No, dime por qué —exijo, echando mis caderas hacia
atrás—. Sé que te has puesto juguetón con otras chicas en
lugares como este, así que no es una cuestión de principios.
¿Qué es?
—Tal vez ya no esté tratando de llenar algún vacío dentro
de mí.
Hago una mueca, más confundida que disgustada.
—¿Qué significa eso?
Suspira, con voz baja y dolorida.
—Solo estuve con esas otras chicas porque sabía que
nunca podría tenerte a ti, Maren. Pero nunca funcionó,
porque no eran tú. Y ahora... bueno, las cosas están
cambiando para mí. Para nosotros. Nunca me había sentido
así.
El aire entre nosotros es frágil, como si pudiera
incendiarse o romperse como un cristal en cualquier
momento.
Presiono suavemente mis manos contra su pecho hasta
que podamos mirarnos a los ojos. Con el corazón en la
garganta, hago la pregunta que ha estado colgando en el aire
entre nosotros desde aquella noche en la casa del lago.
—¿Sientes algo por mí, Hayes?
Sus ojos son tormentosos bajo el brillo de la luz de la calle,
su luminosidad normal oscurecida por la confusión interna.
Sin embargo, no aparta la mirada ni aprieta la mandíbula, ni
se echa atrás con ninguna de sus otras técnicas de evasión.
Solo me mira. Mucho tiempo.
—¿Hayes?
—Tengo miedo de que, si lo digo, tu hermano va a
matarme.
—Scarlett lo sabe y no le importa. A Wolfie tampoco le
importará.
—No lo sabes.
—Sí, lo sé —digo, agarrando su hombro con fuerza. Sus
manos caen de la pared y sus brazos cuelgan flácidos a sus
lados, en vez de rodearme donde deben estar—. Dilo y ya.
Hayes deja caer su mirada al cemento, y sé de golpe que lo
he presionado demasiado. Ahora me va a ignorar de nuevo,
cerrando la puerta para siempre a esta hermosa cosa que
hemos descubierto. Pero, incluso si me aplasta, necesito
escuchar la verdad.
Con el corazón entumecido, lo libero, poniendo un paso
tambaleante de distancia. Sin embargo, antes de que pueda
dar otro paso me tira hacia atrás, me gira y captura entre dos
brazos fuertes.
Hayes entierra su cara en mi cuello y me susurra:
—Te amo.
Mi corazón se enciende como un petardo. Lo beso con
fuerza, agarrando su cabello entre mis dedos como si fuera mi
única atadura al suelo, o de lo contrario me lanzaría al cielo.
Cuando los miro a los ojos esta vez, no veo una tormenta.
Solo el futuro.
—Yo también te amo, Hayes Ellison.
Capítulo 21
Hayes
Mi teléfono suena, cortando la canción que estaba tocando
en medio del estribillo. El nombre de Wolfie aparece en la
pantalla. Probablemente quiera hablar del horario de la tienda
o de la nueva línea de productos. Presiono ACEPTAR y coloco
el teléfono entre mi oído y mi hombro.
—Wolf, ¿qué pasa, hombre?
—Hola —gruñe, y luego hay silencio en la línea. Típico
Wolfie llamarme y no decirme de inmediato por qué llama.
Respiro lentamente y busco la paciencia.
—¿Sigues ahí?
Dejo los platos que he estado secando y escucho los
sonidos de la vida. La línea cruje y oigo a Wolfie aclararse la
garganta.
—Así que, tú y Maren, ¿eh?
Joder. Joder, joder. Un peso pesado se hunde en la boca
del estómago. No es así como quería que fuera esta
conversación.
—¿Habló contigo?
Gruñe. Supongo que eso significa que sí.
—Escucha, Wolfie, le pedí que no lo hiciera. Así no es
como quería que te enteraras. Quería ser yo quien te lo dijera.
—¿Qué coño, Hayes? Pensé que podía confiar en ti.
Otro golpe en el estómago. Esto va peor de lo que pensaba.
—Lo sé. Lo siento, hombre. Debería haber hablado contigo
sobre esto antes.
—No me digas. ¿Qué coño? Tienes que empezar a hablar, y
tienes que empezar a hablar ahora. ¿Qué demonios ha estado
pasando delante de mis narices?
Suspiro y me paso las manos por la cara. Bien. Si Wolfie
quiere la verdad, entonces es la verdad que obtendrá.
—Muy bien, de acuerdo. ¿Sinceramente? Soy un maldito
kamikaze, hombre.
—¿Eres un qué?
—Un kamikaze. Un terrorista suicida. ¿Todas esas
relaciones en las que he saltado y destruido en el pasado?
Saboteé cada una de ellas.
Hace una pausa.
—Está bien...
—Porque no eran Maren. He estado enamorado de ella
durante años. Estaba demasiado asustado y ciego para hacer
algo al respecto. Amo a tu hermana, hombre. Y ella también
me ama. Espero que puedas aceptarlo.
Silencio otra vez. Prácticamente puedo oír mi corazón
latiendo a través de mi pecho.
Finalmente, Wolfie se ríe.
—Entonces deberías estar con ella. Trátala como a una
reina.
El alivio inunda mi cuerpo. Cada miedo, cada
preocupación, cada estrés al que me he aferrado en las
últimas semanas desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
Tenemos la bendición de Wolfie. Podemos estar juntos, de
verdad, completamente.
—Prometo que lo haré. Gracias, Wolfie.
Cuelga con un clic y yo dejo caer el teléfono al mostrador.
Solo me queda una cosa en la cabeza. Tengo que ir a
decírselo a Maren.

***

Más tarde, estoy sentado en una cafetería con una mano


entrelazada con la de Maren y la otra apoyada en su rodilla.
Estamos al otro lado de la mesa, frente a Rosie y Don, que
está empezando a gustarme, aunque todavía me da
escalofríos ver su brazo envolviendo los hombros de mi
abuela.
Rosie no ha dejado de sonreír desde que le dimos la
noticia. Honestamente, nosotros tampoco.
Tener la bendición de Wolfie significa que podemos dejar
de escondernos y ser una pareja al aire libre, algo de lo que
no creo que me haya dado cuenta de que mi abuela apoyaba
tanto. Creo que estaba lista para ir a decírselo a Wolfie si
alguno de nosotros no lo hacía pronto.
—Bueno, no somos los cuatro una gran visión —dice
Rosie, con una amplia sonrisa que le arruga los ojos.
Don le frota el hombro y le da un beso en la mejilla. Si no
estuviera tan feliz por la bendición de Wolfie, eso es
exactamente lo que me habría molestado.
Maren pasa su pulgar por mis dedos y me da una mirada
tranquilizadora. Me conoce muy bien. Demasiado bien, casi.
Eso es lo que nos hace un gran equipo.
—Sabes, Rosie, no estaríamos aquí sin ti —dice Maren con
un agradecido movimiento de cabeza—. De verdad. Gracias
por creer en nosotros, incluso cuando nosotros no.
—Esa es mi Rosie —dice Don, sonriendo a mi abuela—. Es
una luz.
Maren me aprieta los dedos. Sé lo que está tratando de
decirme. Ni se te ocurra. Son adorables. Deja que Rosie sea
feliz.
—Sabía que se darían cuenta —dice Rosie con un saludo.
—Tu intromisión dice lo contrario —digo, medio en voz
baja, y Maren me golpea el brazo.
Rosie se ríe.
—Ustedes dos solo necesitaban un poco de ánimo, eso es
todo. La conexión era evidente. Para el ojo entrenado, eso es.
Maren y yo intercambiamos una mirada. Ella sonríe, y mi
corazón se aprieta. Dios, amo a esta chica.
—Esa de ahí, esa mirada entre ustedes. Es preciosa.
Aférrense a eso —dice Don.
Rosie asiente.
—Lo necesitarán. Junto con la amabilidad y el respeto. Su
relación sufrirá sin ellos.
Maren sonríe.
—¿Algún otro consejo de tu experiencia?
Rosie cierra la boca en una línea apretada por un
momento mientras piensa. Luego crea lentamente una suave
sonrisa mientras pone su mano en la rodilla de Don.
—¿Todo eso de que nunca debes irte a la cama enfadado?
Tonterías. A veces está bien dormir el enojo y volver a
intentarlo por la mañana.
Mis oídos se animan. Esperaba un tópico genérico. Esto es
genuino, viniendo de alguien que realmente quiere ayudarnos.
Maren y yo dirigimos nuestra atención a Don, quien
actualmente mira a Rosie con la mayor admiración que he
visto que una persona le da a otra.
—Siempre pongan las necesidades de la otra persona
primero —dice, mirando seriamente a los ojos a Rosie—.
Incluso cuando sea difícil. Incluso cuando es incómodo.
Incluso cuando pienses que tus necesidades son realmente
importantes. El amor es sacrificio, y tus acciones deben
reflejar eso.
Vaya. Una respuesta realmente asombrosa de Don.
Supongo que tengo que darle a este tipo más oportunidades
de las que pensaba.
Rosie se inclina y le da un pequeño beso en la mejilla, y
Maren apoya su cabeza en mi hombro.
Este no es el tipo de unidad familiar que imaginé para mí,
con solo yo, mi novia, mi abuela y el novio de mi abuela. Pero,
ahora mismo, en este momento, los cuatro parecemos una
familia.
Por supuesto que mi familia es más que esto. También son
los tipos con los que trabajo: Wolfie, Caleb, Connor y Ever.
Son la familia que elijo, la gente que elijo para tener cerca. Y
Maren, bueno, es la chica que elegí hace mucho tiempo.
No puedo creer lo afortunado que soy de tenerla ahora. Y
no hay forma de que la deje ir.
Epílogo
Maren
—Voy a necesitar un descanso después de esto —
refunfuña Caleb.
Hay un tocador muy viejo y pesado sobre su hombro
mientras sigue la pista de Wolfie para subir las escaleras.
Trato de mantenerme fuera de su camino, solo salto para
asegurarme de que no hacemos ningún daño a la antigüedad
ni al papel tapiz de Riverside de camino hacia el nuevo
apartamento de Rosie.
Rosie organizó todo muy bien en la preparación de la
mudanza, incluso se ofreció a contratar un equipo. Pero, por
suerte para ella, ya tenemos algunos jóvenes fornidos a
nuestra disposición, los dueños de Frisky Business deseosos
de tomarse el día libre de la tienda para hacer un poco de
trabajo manual. Bueno, lo más probable es que fuera el
soborno de la pizza caliente y la cerveza fría al final de un
largo día lo que los atrajo.
Mientras Wolfie y Caleb descargan el tocador y recuperan
el aliento, yo meto las cervezas en la nevera vacía y vuelvo al
camión. Scarlett está de pie en el dormitorio, pasándole cajas
a Penelope mientras Connor se echa al hombro una bolsa de
ropa tras otra.
El apartamento está completamente amueblado, así que
fue relativamente fácil empacar la vida de Rosie en cuestión
de días, poniendo a la venta en línea una mezcla interesante
de los artículos restantes. Don también insistió en que no
tenía traer ningún utensilio de cocina, asegurando que tenía
suficiente para ambos.
Así es, Rosie está a punto de mudarse con su novio.
Hayes está tomando la transición bastante bien, habiendo
recorrido un largo camino desde su primera presentación a
Don. Hace solo un par de meses Rosie nos sentó a los dos
para otra charla a la hora del té con whisky y nos contó sus
emocionantes noticias.
—Don y yo quisiéramos dar el siguiente paso en nuestra
relación, como a ustedes les gusta decir. Has cuidado de tu
abuela todo este tiempo, querido. Te estoy muy agradecida. —
Luego extendió las manos sobre la mesa para tomar las
nuestras, apretándolas suavemente—. Las dos.
—¿No crees que esto es un poco rápido? —preguntó Hayes,
con una preocupación genuina en su voz—. Solo conoces a
Don desde, ¿qué? ¿Ni siquiera un año?
—La vida es corta. —Rosie suspiró, pero su expresión era
alegre—. No quiero perder más tiempo preocupándome por la
forma correcta de hacer esto o aquello. Don y yo nos amamos
mucho. Merecemos ser felices.
Desde entonces, Hayes se ha esforzado activamente por
pasar más tiempo con Don, firmando su salida del asilo para
llevarlo a los partidos de béisbol y traerlo a la tienda. Estoy
orgullosa de él, y honestamente un poco celosa de su
incipiente amistad.
Con Rosie podría superarlo. ¿Pero luchar con Don por la
atención de Hayes? Me trajo una inesperada ola de inquietud.
Pero sabía que esto iba a ser bueno... para todos nosotros.
La profunda risa de Rosie me lleva de vuelta al presente, y
me giro para encontrarme con que los tres se acercan, tras
finalmente terminar de firmar el resto del papeleo. Me parece
que Rosie y Don se han tomado de la mano desde el momento
en que se conocieron.
El resto del día pasa rápidamente, una ráfaga de
reordenamientos de muebles y pedidos de pizza.
Después de que terminemos por la noche, me alejo de la
conversación y salgo al balcón del apartamento. Allí,
encuentro a Hayes apoyado en la barandilla, sus ojos
enfocados en el tapiz naranja y púrpura del sol poniente.
—Hola —digo en voz baja, apoyando mi cabeza en su
hombro.
—Eh. —Me rodea con un brazo, acercándome a su calor.
No hay nada mejor que acurrucarme junto a mi persona
favorita después de un largo día como el de hoy.
—¿Cómo estás? —pregunto, mirándolo a través de mis
pestañas. No puedo leer su expresión. Si soy sincera, no se
parece a nada que haya visto antes. Pensativo,
definitivamente. ¿Esperanzador, también?
—Estoy bien —murmura, y sus llamativos ojos dejan el
atardecer para encontrarse con los míos, llevando de alguna
manera ese calor residual con ellos.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Tienes algo en mente? —pregunto, sabiendo que Hayes
siempre necesita un pequeño empujón, ese gesto extra de
permiso para hacerle saber que puede decirme cualquier cosa.
—Bueno... —Suspira, presionando sus labios contra mi
frente—. Pensé que tendría más tiempo con ella. No sé si me
siento peor por tenerla encerrada en el apartamento tanto
tiempo o por no pasar suficiente tiempo juntos, solo nosotros
dos.
—Hayes, eres el mejor nieto que alguien podría pedir.
Rosie te quiere mucho. —Cuando no responde, continúo—:
No es como si estuviera lejos. Podemos visitarla en cualquier
momento.
—Tienes razón. Ya lo sé. —Se ríe y me acaricia el cabello
con la nariz, y yo me acurruco contra él, saboreando su
aroma masculino—. Todo está sucediendo muy rápido, ¿eh?
—Lo dice el tipo que se muda con mi hermana.
Nos volvemos, sorprendidos al encontrar a Wolfie apoyado
en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Ambos lo conocemos lo suficiente como para reconocer
cuando su ceño es del tipo “te voy a dar una paliza”, o del tipo
“te voy a hacer pasar un mal rato”. Por suerte, esta vez es lo
último.
—¿Ya pediste esa pizza? —pregunta, asintiendo hacia el
teléfono olvidado en mi mano.
Aspiro un rápido aliento a través de mis dientes, dándome
cuenta de que había abandonado completamente mi misión.
Estar cerca de Hayes me hace eso. Siempre lo ha hecho, y
siempre lo hará.
—Lo siento —murmuro, extrayéndome de los brazos de
Hayes para terminar lo que empecé.
—No te preocupes por eso. Lo tengo —dice Wolfie, sacando
su propio teléfono.
—No tienes que...
Pero el teléfono ya está presionado contra su oído mientras
vuelve a entrar para reunirse con los demás. Es menos un
hombro frío y más una decisión de dejarnos vivir nuestras
vidas en paz.
Miro a Hayes con una expresión desesperada, y él
simplemente me sonríe.
—¿Quieres irte después de la pizza? —me pregunta,
tomando mis manos frías entre las suyas y soplando su cálido
aliento en ellas—. ¿Ir a casa?
A casa. Mi corazón canta.
—¿Y desempacar más cajas? No lo sé —digo con un
suspiro.
Sí, Hayes y yo ya nos hemos mudado juntos, no hace ni un
año que nos dijimos que nos amábamos. No, no me preocupa.
—Conozco una caja específica que podríamos
desempaquetar —murmura, con una ceja levantada
sugestivamente.
Sé exactamente a qué caja se refiere. La indecente
colección de placeres cargados de pilas que hemos acumulado
durante el último año. No hemos tenido oportunidad de jugar
desde que las empaquetamos y las arrastramos de un
apartamento a otro.
Un escalofrío recorre mi columna vertebral, pero no por el
frío... oh, estoy bastante caliente ahora. Nuestros labios se
tocan, tan suaves y tiernos que estoy tentada de tomar su
mano y llevarlo a escondidas a su auto, donde podemos hacer
algo más que hablar de sexo.
—Oh, ¿sí? ¿Esa caja?
Hayes me acerca un poco más.
—Mmm. Estaba pensando en guardarla en la mesita de
noche. De fácil acceso.
—Probablemente deberíamos dejar uno o dos en la cocina.
Y en la sala de estar. Y el baño. Y el auto. Ambos autos. Ya
sabes, por si acaso. —Le doy un guiño coqueto.
Una risa rica y contenta resuena desde lo más profundo de
su ser, envolviéndome en amor.
—Lo que quieras, paloma. Lo que quieras.
Y sé que lo dice en serio. Hayes me daría lo que quisiera, el
mundo entero si pudiera. Es un sentimiento reconfortante, y
uno por el que estoy increíblemente agradecida.
Escena extra
Capítulo 19
Dentro de la cabaña, encontramos mi dormitorio. Está
oscuro excepto por la luna, que se cuela por la ventana,
bañándonos con su luz azul. De pie al lado de mi cama,
espero que Maren no se dé cuenta de lo nervioso que estoy.
Cuánta indecisión me invade. Vine aquí para pensar, para
tomar una decisión y obligarme a seguir con ella, sin importar
cuánto me destripara. ¿Pero ahora? Con Maren y yo a punto
de subir a la cama, estoy menos seguro que antes.
Levanta su cara a la mía y presiono mi boca contra su
cuello, besando su cálida piel, respirando su olor familiar.
Aunque me dije que esto no era lo importante esta noche, mi
polla empieza a endurecerse.
Su boca encuentra la mía y soy débil, impotente para
detener esto. Beso tras hambriento beso, me dejo beber hasta
saciarme. Mis manos exploran, sosteniendo su perfecto culo.
Gime débilmente contra mi boca y profundizo nuestro beso, y
mi lengua se desliza y se enreda con la suya.
Dios mío. ¿Por qué es esto tan bueno? ¿Por qué es tan
difícil alejarse de ella?
Con una fuerza sobrehumana, me alejo.
Maren parpadea hacia mí.
—¿Por qué te detuviste? —Su mirada está llena de lujuria
y mi cerebro sufre un cortocircuito.
¿Por qué me detuve?
Porque no quiero arruinar nuestra amistad. O mi relación
con Wolfie.
Pero no hay nadie que nos interrumpa y, en este momento,
de lo único que estoy seguro es de mi anhelo. Un anhelo
profundo y ahogado que me grita desde lo más profundo de
mi ser. Es primitiva, la necesidad de reclamarla, aparearme
con ella... tenerla de todas las maneras posibles.
Maren no espera a que responda, se pone de puntillas y
presiona su boca contra la mía una vez más. Su lengua se
mueve, tratando la mía con suaves y húmedos golpes
mientras su mano presiona mi polla.
Es como una fiesta de sensaciones.
Caemos de nuevo en la cama y empezamos a pelear con la
ropa del otro. No me lleva mucho tiempo desnudarla. Estoy
besando un pecho suave, con mis dedos pellizcando el pezón
del otro mientras ella envuelve con su puño mi polla. Sus
caricias no tienen prisa y yo me quedo sin aliento.
—Se siente bien —digo con un gemido, y mis dientes rozan
ligeramente la suave y regordeta carne de su pecho.
Hace un pequeño sonido lleno de placer y arquea su
espalda, metiendo más de su teta en mi boca.
Dios, no me canso de ella. Nos acomodo en la cama para
que se recueste contra las almohadas y me cierno sobre ella
apoyado en mis antebrazos. Es hermosa y me tomo un
momento para decírselo. Sus manos están en todas partes, en
mi cabello, en mi cintura, agarrándome el culo para que mi
polla presione la carne húmeda entre sus piernas.
Un pensamiento es más fuerte que el resto. Si puedo
entrar en ella, tal vez todo lo demás tenga sentido.
Ella abre sus muslos y sé que no puedo luchar más.
Me alineo entre sus piernas y me lanzo hacia adelante
lentamente, llenándola con un largo y profundo movimiento.
Maren levanta sus caderas, moviéndose para marcar el
ritmo que quiere. Hace un calor infernal y la sigo.
Con cada golpe profundo de mi cuerpo dentro del suyo,
puedo sentirlo. Algo está cambiando. Nosotros estamos
cambiando. Acercándonos. Me duele el corazón porque quiero
más, pero también porque es lo que me aterroriza desde que
esto empezó.
—Justo ahí —gime, el cuerpo se estremece.
Encuentro un punto profundo dentro de ella y Maren llora.
—Sí. Vente sobre mi polla. Eso es —gimoteo cuando la
siento apretarse a mi alrededor. Todos sus músculos se
tensan a la vez y tengo que luchar contra el profundo gemido
que sale de mí.
Qué bueno.
Luego me corro en largos y calientes pulsos que se
prolongan para siempre mientras Maren me besa el cuello y
me dice lo bien que se siente.
Cuando se acaba, soy reacio a retirarme, pero con un
último beso en su sien lo hago. Estoy mareado y agotado y
más satisfecho de lo que recuerdo haber estado nunca.
Siguiente libro
My Brother's
Roommate (Frisky
Business #2)
Hay algunas cosas que deberías
saber sobre el compañero de mi
hermano.
Wolfie Cox es… complicado. Es
terminalmente sexy y, más
importante, tiene un palo
impresionante tan metido en el culo
que está tan disponible
emocionalmente como una
chinchilla. De hecho, puede que eso
sea un insulto a la chinchilla.
Así que, por supuesto, quiero montarlo como a una
bicicleta.
Él cree que lo odio. Principalmente porque lo he llevado a
creer esto. Es más fácil que admitir la alternativa.
Y, mientras que Wolfie es tan blando y abrazable como un
tenedor, yo soy lo opuesto. Una buena chica. Digna de
confianza. Concienzuda. Oh, y completamente en pánico por
una conferencia de trabajo próxima.
Wolfie es normalmente alérgico al altruismo, así que
cuando mi hermano lo presenta voluntario para ayudarme
acompañándome a la dicha conferencia donde todos los
demás tendrán una cita… le digo que gracias, pero no,
gracias. Sorprendentemente, Wolfie no reacciona a esto. Y esa
es la historia de cómo terminé atrapada en una habitación de
hotel con el (enojoso) compañero de mi hermano.
Gracias por venir a mi monólogo.
En serio, esto no es un juego para mí y, dejando las
hormonas de lado, necesito impresionar a mi jefe esta semana
para que el ascenso por el que he trabajado tanto no se la den
a su estúpido sobrino. Pero al estar Wolfie y yo compartiendo
habitación, las cosas se vuelven confusas rápido.
Sobre la autora
Kendall Ryan

Kendall Ryan, es una autora de más de dos docenas de


títulos y éxito de ventas de New York Times, Wall Street
Journal y USA Today, ha vendido más de dos millones de
libros y han sido traducidos a varios idiomas en países de
todo el mundo. Sus libros también han aparecido en la lista
de los más vendidos del New York Times y USA Today más de
tres docenas de veces.
Vive en Texas con su esposo y sus dos hijos.

También podría gustarte