Del Infierno A Estar Tranquilo Por Osky VLK

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Del infierno a estar tranquilo

Ensayo sobre mis primeros dos años de terapia

Por Osky Vlk


PRIMERA PARTE: DE MI MENTE PARA AFUERA

Todo eso soy yo

“¿Cómo convive un tipo con canciones tan profundas con uno que hace chistes
con malas palabras? A veces me gusta lo que hacés y a veces no lo puedo ni ver”- me dijo
mi viejo hace unas semanas –“Porque todo eso soy yo”- le respondí. Después de un
breve silencio nos pusimos a hablar de otra cosa, y cuando volví a casa analicé lo
hermoso de esa respuesta.
En otra etapa de mi vida, ante la misma pregunta le hubiera dado a mi
viejo una explicación larguísima, casi pidiendo perdón. Si me voy más para atrás,
esa pregunta no hubiera sido necesaria porque en las redes sociales me portaba
como un robot perfecto ¿Qué pasó que perdí el miedo a ser quien soy? ¿En qué
momento empecé a divertirme y disfrutar de la vida después de años en la
oscuridad?
La respuesta corta es que todo empezó cuando la oscuridad se transformó
en infierno, y aprendí lo que ese infierno tenía para enseñarme. La respuesta
larga empieza a continuación.

El hábito

A los seis años mi vieja y mi viejo me mandaron al psicólogo. Yo tenía esa


edad cuando ellos se separaron y asumo que vieron en mí alguna actitud en
respuesta a eso que consideraron digna de resolver con un profesional. No
recuerdo que esas sesiones hayan tenido alguna injerencia importante en mí,
pero lo agradezco, y lo hago por dos motivos principales: Primero porque
renegarlo no va a hacer que el pasado cambie, entonces agradecer me abre la
puerta a sacarle a ese pasado incambiable el mayor jugo posible, y segundo
porque me generó el hábito de la terapia. Crecí viendo a ir psicólogo como algo
normal, y de más grande me daría cuenta de lo importante que es eso.
“Es muy difícil que alguien que nunca fue a terapia empiece de grande, y es muy
fácil que, aún animándose a ir de grande, caiga en un mal psicólogo” me dijo una vez
una patinadora estudiante de psicología que después de conocernos a través de
una amiga en común le escribí por Instagram y no me dio bola. Desde esa primera
vez que me psicoanalicé hasta principios del 2021, cuando a mis 28 años de edad
encontré al terapeuta que me sacaría del infierno, tuve periodos en los que fui al
psicólogo por otras cosas, que sin ser demasiado trascendentes, me mantuvieron
ese hábito hermoso de pedir ayuda cuando una cuestión de la vida me supera
mentalmente.
Si tenés algún problema que no te deja estar tranquilo, si hay situaciones
con las que sentís que te cuesta mucho lidiar y se llevan puesto tu bienestar,
recurrí a un profesional, sin vueltas. No te quedes con el consejo de tu tío, a tu
mente la mueven hilos mucho más profundos de lo que creés y encontrando
cuales son te vas a sorprender de lo linda que puede llegar a ser esta existencia,
y si ya estás yendo y sentís que el psicólogo no te sirve, cambiate hasta encontrar
uno con el que pegues onda. No te quedes por miedo al cambio o a que el
psicólogo se ofenda, no le sirve ni a él ni a vos.
Si yo no hubiera tenido el hábito de pedir ayuda, estos meses en el infierno
pudieron haber sido años, y el destino final de ese recorrido pudo haber sido
morirme.

La cronología

No es mi intención decir el nombre de mi psicólogo. Mis allegados saben


lo mucho que lo estimo y recomiendo, pero en esta ocasión elijo no exponerlo de
la misma manera que me abstengo lo más que puedo que usar terminología
científica. Este escrito no pretende ser un paper de psicología, es un relato
personal sobre las condiciones en las que yo siento que estaba mi mente cuando
se metió en el infierno, y los descubrimientos que fui haciendo acerca de mí
mismo para salir.
Conocí a mi analista en marzo de 2021 en una reunión por Skype y después
de aceptarme como paciente, nos encontramos en su consultorio semanalmente
en sesiones 45 minutos los jueves a la mañana, horario que mantengo al día de
hoy.
De marzo a noviembre de 2021 salí del infierno, y desde noviembre de
2021 hasta diciembre de 2022 analizamos los hilos psicológicos que me llevaron
ahí y cómo esos hilos me siguen afectando de maneras igualmente dolorosas
aunque ya no pongan en riesgo mi vida. Después de cada sesión, procuraba tener
un momento a solas conmigo mismo para anotar una reflexión. A veces era una
frase, a veces era un párrafo largo.
Lo que vas a leer en este ensayo es el resultante de la relectura y el
reordenamiento de esas reflexiones, realizado en enero de 2023, mes en donde
mi psicólogo me puso un mes de vacaciones.
De nuevo, no es mi intención nombrarte, ni decirte que te quiero, pero si
leés esto, ojalá sepas que mi corazón te nombra siempre, y que te quiero mucho.

La manera que elijo para contarlo

No es fácil escribir lo que voy a escribir, no porque me cueste exponerme


sino porque es muy difícil que una persona que no pasó por un episodio de este
estilo entienda lo que se siente. Yo, antes de vivir el infierno comprendido
aproximadamente entre febrero y noviembre de 2021 (con el que todavía convivo
pero en dosis mucho más chicas) me creía los discursos motivacionales que
hablan sobre que el que está triste es porque quiere y bla bla. Si, hay que tomar
las riendas del asunto y no dejarnos estar, pero la cabeza a veces nos juega una
pasada muy fea que sin ayuda profesional es muy difícil salir. Es como tener una
hernia y pretender recuperarse sin la ayuda de un cirujano.
¿Por qué lo llamo “El infierno”? Porque estar poseído por un demonio tipo
la película de El Exorcista me parece una manera muy acertada de resumir
metafóricamente lo que fue para mí entrar en el cuadro que me tuvo tan mal. Lo
llamo “El infierno” porque no había una cuestión puntual que me tenga bajón,
yo sentía que estaba todo mal: Cenaba con mi familia, dormía con mi novia, veía
a mis amigos, iba al estudio, daba shows, y un demonio me acompañaba a todos
lados clavándome un puñal en el cuerpo constantemente. Mi mente me ponía la
excusa que sea para impedirme disfrutar de lo que sea que estuviera haciendo.
“No te lo merecés”, “Esto se va a terminar pronto”, “Ya se van a dar cuenta quien
sos y te van a odiar”, “Merecés ir a la cárcel y no estar acá”. Es como si mi mente
hubiera sido reemplazada por una entidad maligna cuyo objetivo era meterme
pensamientos horribles de mí mismo, para que me suicide y listo.
Al igual que cuando se está poseído por un demonio, yo me hacía a mí
mismo cosas que me lastimaban el cuerpo como no comer, dormir mal, y también
cosas que me lastimaban la mente y las emociones como alejarme de tus amigos,
contestar mal a la gente que quiere ayudarme, y como cuando se está poseído, si
no ganaba la pelea, el destino final es la muerte. Lisa y llanamente.

La previa al infierno

Me acuerdo de que una mañana de sábado de febrero de 2021 un amigo


me escribe en respuesta a un debate que yo había iniciado en Instagram. Me dio
información legal errónea, sobre la que no quiero entrar en detalles para no
exponerlo, pero que en su momento creí, y que me llevó a pensar en una cosa, y
después en otra y al cabo de dos horas estaba duchándome con la música fuerte
sonando en mi parlante, pero yo no podía escuchar la música, ni hacer muecas
con la cara más allá de un gesto de angustia, ni prestar atención a la sensación
del agua corriendo sobre mi cuerpo. Yo estaba pensando cosas horribles,
acompañado por una sensación de vértigo en la panza como cuando estás con los
pies al borde de un precipicio. El demonio se había metido en mi cuerpo.
No es el objetivo principal de este escrito contar la historia de mi vida
durante esos meses en el infierno sino explicar qué pensaba mi cabeza para
meterse ahí y cómo fui cambiando esa manera de ver la vida para salir, pero a
sabiendas de que genera curiosidad, voy a relatar algunas cuestiones puntuales.
Yo pensé que esa sensación de miedo, culpa y paranoia posterior a la respuesta
de mi amigo se me iba a pasar, o que por lo menos solo me iba a aparecer cuando
estuviera solo en mi departamento. Fue ingratamente sorpresivo salir con mis
amigos esa noche y que el pensamiento me acompañara, adaptándose a esa
situación y a cualquiera estuviera viviendo.
La mañana siguiente fui al estudio de grabación y tampoco estaba ahí. No
podía cantar, no se me ocurría nada, yo seguía pensando, pensando y pensando.
“El velo semitransparente del desasosiego un día se vino a instalar entre el mundo y mis
ojos” dice Jorge Drexler en una de las tantas canciones que antes de pasar por esto
no entendía y ahora entiendo lo que estaba viviendo el autor cuando la escribía.
Yo estaba en los lugares pero no estaba, había un velo semitransparente en el
medio de mí y el mundo que me hacía ver todo como algo horrible. Estaba mi
mente diciéndome cosas horribles, haciéndome repasar eventos de mi pasado de
manera totalmente sesgada para hacerme creer que yo era una mala persona, que
no merecía nada de lo bueno que me pasara, y que tarde o temprano me iban a
descubrir por la mentira que soy y que hasta iba a ir a la cárcel. Un delirio total,
en el sentido más literal de la palabra, sobre el que ahora puedo escribir en paz,
pero que en ese momento me parecía totalmente real.
Una vez Luciana, mi novia de ese momento, me pregunto: “Pero ¿qué es lo
que sentís?” y mi respuesta fue: “Que me tengo que tirar del balcón ahora mismo y
morirme para nacer de vuelta en otra vida e intentar hacer las cosas mejor. En esta vida
ya no tengo salvación, soy una mala persona, y tarde o temprano todos lo van a
descubrir”.
Vuelvo al inicio: habiendo transitado dos semanas horribles desde esa
mañana de febrero, con la mente prendida fuego, con mi cuerpo perdiendo peso
porque no tenía apetito, con pocas horas de sueño porque llegaba de noche
agotado de tanto pensar y a las cinco de la mañana me levantaba pensando de
nuevo y ya no me podía volver a dormir, es que Luciana, mientras me sacaba a
dar una vuelta a la manzana una noche de domingo de esas que yo ya no podía
más conmigo mismo, me dice: Acepto que veas el mundo así, pero te pido que entiendas
que el mundo no es así, vos lo ves así pero no es real. Andá al psicólogo que te prometo
vas a volver a sentirte bien.
Esto parece una pavada, pero no lo es. Cuando te sentís así de mal, el
primer paso es entender que es tu mente y no el mundo. Vas a seguir sintiéndote
re mal, y tenés que tener paciencia porque la recuperación verdadera toma
mucho tiempo, pero que haya alguien que en el camino te recuerde que no es el
mundo, que es tu mente, es un primer paso importantísimo.
Pasaron muchas cosas mágicas durante este recorrido, Chano me invitó a
cantar con él en el Luna Park el 25 de noviembre de 2021 y yo lo tomé como el
universo diciéndome que siempre sale el sol si no te rendís durante la noche, pero
sin dudas la más mágica de todas fue haber vivido todo esto acompañado por un
ser humano tan luminoso durmiendo al lado mío todas las noches. Rueda una
lágrima en esto que escribo, porque esta es una historia con final feliz, que
termina conmigo escribiendo este texto sintiéndome bien, tal como me lo
prometiste vos Luciana, esa noche de Febrero que terminamos de ver una
película que ni me acuerdo el nombre porque estaba con la voz del demonio
diciéndome cosas horribles sin parar, y vos miraste mi cara de angustia, me
dijiste que nos vistamos para salir a dar una vuelta a la manzana y me hiciste
empezar el psicólogo al día siguiente.
Luciana, me enamoré de vos el primer día que te vi, te amé desde la
primera charla que tuvimos en la fiesta de esa conocida en común que hoy
preferimos no nombrar, y supe que sos el amor de mi vida desde la primera
mañana que amanecimos juntos el primero de diciembre de 2018 y nos fuimos a
desayunar al bar de la esquina. Entendí que sos mi familia y que nuestro amor
trasciende todo cuando decidimos separarnos y eso no cambió nuestra manera
de sentir, y escribo estas palabras amándote, como te voy a amar siempre, hasta
el último suspiro de mi existencia. Gracias por amarme así de imperfecto y falible,
gracias por salvarme la vida.

Nota al pie que no está al pie: A Luciana le escribí tres canciones. “Sin Maquillaje” cuando
la conocí, “El porqué” cuando estábamos recién separados y yo recién salía del infierno, y
finalmente “Simple” cuando transitaba el duelo de que ya no estaba en mi vida.
SEGUNDA PARTE: DE MI MENTE PARA ADENTRO

¿Qué explotó en mí?

Un día, sin previo aviso y detonado por un estímulo puntual (pero que
pudo haber sido cualquier otro) se desató en mí la sensación de que yo merecía
ser condenado por la vida que llevo: Merecía la condena de mis amigos y que no
me quieran, la de mis seguidores y que dejen de creerme, incluso de la ley y que
un juez me meta en la cárcel.
Merecía ser juzgado, y eso es lo que hacía mi mente continuamente: Nunca
estaba en el presente, desde ese momento en adelante, en todo momento mi
mente se la pasaba volviendo a hechos pasados y contándomelos de manera
sesgada para hacerme ver como la peor persona del mundo. De esos viajes
mentales volvía la creencia de que está mal ser quien soy, que no debería haber
hecho lo que hice, y que como al pasado no se lo puede cambiar, la única solución
es la muerte. Yo tenía que morirme para volver a encarnar e intentar hacer las
cosas correctamente. ¿De dónde viene esta paranoia? ¿En qué se fundó ese miedo
a ir a la cárcel que me tuvo en el infierno? ¿Qué explotó realmente en mí que se
tradujo en esos pensamientos?

Nota al pie que no está al pie: Quizás la canción que menos me gusta de mi repertorio y
probablemente nunca vuelva a tocar en vivo sea “Vos también querés” que escribí con la
intención de hacerle una canción a este periodo en el infierno, pero en un momento donde no
estaba preparado para hacerlo. A la mitad del proceso me volví a caer, y no pude terminarla como
quería. La canción suena mal, la letra no me encanta, y el estreno fue un desastre. Con ciertas
cosas no se jode hasta tenerlas superadas.

Un niño en un mundo de adultos

Estoy por cumplir 30 años y todavía me siento un niño. Lo noto en mi


manera de procesar ciertas emociones, en ciertos reclamos de cuidado a mi vieja
y mi viejo, entre un montón de otras cosas que me envían el mensaje de que no
puedo sobrevivir en este mundo sin la protección de mis padres.
En mi familia nunca se vio como una opción viable que mi profesión de
músico sea vista como un trabajo real, entonces en mi mente no estoy trabajando,
estoy jugando. Me puede incluso ir bien económicamente, pero estoy jugando, y
jugar no es trabajar, el trabajo tiene que ser en una oficina vestido con ropa fea
haciendo algo aburrido.
El mensaje que emite eso es que soy un niño, pero por mi edad me veo
obligado a vivir en el mundo de los adultos, mundo para el cual no siento que
tengo los recursos para sobrevivir. Ser un niño en un mundo de adultos me
genera paranoia de que me descubran, de que tarde o temprano todos los que me
estiman sepan que en realidad no pertenezco ahí, y como el niño que soy, utilizo
recursos de niño para disfrazarme.

Nota al pie que no está al pie: No es casualidad que la última canción que estrené
antes de entrar en el infierno haya sido “Buena persona”. Es una canción muy emocional que le
escribí a una chica que me encantaba y me dejó plantado en una cita para nunca más volver a
contestarme un mensaje. Si bien hoy la canto y la sostengo, porque no voy a dejar que una persona
que me trató así de mal apague mi fuego, tiene algunos atisbos de ese niño perfecto que un poco
dice “Yo soy buena persona, y vos no” y hoy creo que no es así. No existen las buenas y malas
personas, todos la pifiamos y hacemos cosas de mala persona alguna vez, y un error no te define.

Jugando a que soy grande

¿Cómo hace un niño para disfrazarse de adulto? Me gusta primero


definirlo por la negativa y decir lo que no hace: no se hace adulto, no elije el
crecimiento y no elije resolver sus problemas por sí mismo. El niño busca
conquistar desde el discurso, repartiendo promesas que sabe que nunca va a
cumplir.
El Osky niño le dice a su mamá escribana que de grande quiere ser
escribano como ella y le dice a su papá empresario que de grande quiere ser
empresario como él. El Osky niño ni piensa en ser escribano o empresario, de
hecho piensa que cumplir esa o cualquier otra meta del mundo real es demasiado
para él, porque este mundo es demasiado difícil para que sobreviva solo, pero
diciendo esas palabras se gana la sonrisa de sus padres y se garantiza su
protección.
No le importa ser, no le importa el valor de su palabra, él está dispuesto a
decir cualquier cosa con tal de mantener la ilusión de sus progenitores. Teniendo
eso en cuenta, comparte cenas con amigos de sus padres y estos lo felicitan “Qué
buen hijo tenés, qué inteligente que es Osky” repiten, y Osky ve que su plan funciona,
entonces ¿para qué cambiar lo que anda bien?
El Osky niño va en búsqueda de la foto, no de lo real. Lo real es demasiado
para él, pero la foto se puede lograr fácilmente. Puedo sacarme una foto
simulando que soy exitoso en tal o cual cosa, subirlo a las redes y obtener el
reconocimiento de mis allegados, al igual que los amigos de mis padres dándome
esa cuota de felicitación vacía que me servía de anestesia para seguir siendo un
niño y no enfrentar con adultez el camino de mi vida.
El problema aparece con el paso del tiempo y con la innegable realidad de
que ya no tengo edad de niño. Mis amigos se convirtieron en adultos y yo tenía
dos opciones: volverme adulto o disfrazarme de uno. Elegí la segunda opción,
porque atravesar las puertas de realmente cumplir el compromiso de vivir es
intimidante. De ahí el miedo a que me descubran, de ahí la necesidad de morir
para intentar hacerlo de nuevo bien (¿o será simplemente para volver a vivir la
etapa de niño?)

¿Qué significa ser adulto?

No hay más tiempo de disfrazarme. La vida me puso un ultimátum, mi


mente en el infierno era el destino hundiendo mi cabeza abajo del agua y
diciéndome que tenía esos pocos segundos aguantando la respiración para
sacarme el disfraz o morir ahogado ¿Cómo me lo saco? Empiezo por no cambiar
el discurso para agradarle a todos.
Ser un adulto es no hacer uso del carisma para decirle a la gente siempre
lo que quiere escuchar, implica no disfrazarse de la persona que el otro quiere
que seas para que te apruebe ¿Implica dejar de ser carismático? No, implicar usar
el carisma y no que el carisma me use a mí.
Soy quien soy, y por consiguiente va a haber quienes me aprueben, me
feliciten, y otros que piensen que soy un tonto, que opinen que mis canciones no
son buenas, incluso va a haber quienes no me crean. Que paradoja difícil, cuando
miento puedo hacer que todos me crean, pero cuando soy sincero va a haber
algunos que no compren mi corazón ¿Cómo lidio con eso? Haciéndome cargo
Ser adulto es elegir un camino y recorrerlo haciéndome cargo de las
consecuencias y beneficios, sabiendo que la voz que tengo que escuchar está
adentro y no afuera, porque al final del día soy yo el que goza de los beneficios y
lidia con las consecuencias de mis decisiones. Las opiniones ajenas son en este
sentido completamente irrelevantes y no definen quien soy. Yo defino quien soy,
y soy quien decido ser.

Nota al pie que no está al pie: Cuando empecé a salir del infierno, cuando empecé a ganar
fuerza, empecé a resentir mucho a mis actitudes de niño que me llevaron ahí, como también a
las personas que me lastimaron y plantaron en mí la semilla de mis peores paranoias durante
ese tiempo. Fue en esta etapa que estrené “Te perdono” para perdonar a quienes sentí que me
hicieron mal, y principalmente para perdonarme a mí mismo.

Ser antes que hacer

No voy a ahondar mucho en este tema puntal, y si querés profundizarlo


podés descargarte mi resumen de El Poder del Ahora que está en mi página web,
pero es importante que sepas que vos no sos tu mente. El hecho de que puedas
pensar acerca de tus propios pensamientos es el indicio más claro de que tu
mente pensante es una cosa y vos sos otra. A esa mente pensante que no se
detiene nunca, que nos cuesta tenerla de aliada, que nos genera miedos y
ansiedades, es lo que en este escrito llamo ego. Está todo bien con eso, no pasa
nada, tener un ego es lo que hace de la vida una aventura. El gran tema del ego
es que aprende y siempre tiene herramientas nuevas para mantenernos en el
laberinto e impedirnos avanzar, y cuando el ego se convierte en un demonio
dispuesto a matarte, la cosa se pone intensa.
Cuando después de varias sesiones de terapia llego a este descubrimiento,
y entiendo que la manera de salir de este laberinto (ahora infierno) en el que me
puso mi ego (transformado en demonio) es quitándome el disfraz y volviéndome
un adulto de verdad, y además llego a cierta idea de lo que ser adulto significa,
mi ego inmediatamente tradujo a todo en hacer.
Aumenté mis horas de trabajo, al extremo, y terminaba los días agotado,
pero fue una anestesia que duró poco hasta que la ansiedad volvió ¿Se supone
que tengo que trabajar todavía más horas? Al toque me di cuenta que hacer eso
era caer en un círculo vicioso, y después de darle vueltas al tema en terapia llegué
a la siguiente conclusión poderosa: No se trata del acto, se trata de observar el
acto para entender desde donde lo hago.
¿Estoy trabajando desde el niño miedoso que quiere agradar a todos o
desde el adulto que recorre con convicción su camino? ¿Mis horas de trabajo
están destinadas a construir mi carrera o quiero demostrarle algo a alguien
contándole todo lo que trabajo? Haciéndome estas preguntas entendí algo clave
que es que el ser precede al hacer. Hacer las cosas desde el lugar equivocado
puede incluso conspirar en contra de mi desarrollo, y darme solo agotamiento y
frustración. En cambio, una jornada normal de trabajo hecho desde el corazón,
alcanza para que la magia suceda y cosas hermosas pasen.
La forma avanzada de esta serie de preguntas y por consiguiente la que
lleva a una revelación mayor es ¿La motivación detrás de todo mi laburo es el
amor a lo que me apasiona o el miedo a que si no soy exitoso no valgo nada y
nadie me va a querer? Y respondiéndome esa pregunta me aparece lo más lindo:
Lo que soy es lo que me va a llevar a donde quiero estar, el hacer es solo una
creación de lo que soy, y lo que soy no cambia en función a lo que haga o lo que
me pasa. Lo que haga o lo que me pase no me define, yo me defino a mí mismo,
y por sobre todas las cosas la vida no es premio y castigo. La motivación principal
a hacer las cosas desde el amor y no desde el miedo, es que no hay nada que
temer. Salgan las cosas bien o mal, esté triste o alegre, haya tenido un éxito o un
fracaso, sigo siendo merecedor de todo el amor del mundo.

¿Desde dónde hago las cosas?

La pregunta siguiente es obvia ¿Cómo me doy cuenta desde donde estoy


haciendo las cosas? Escuchando a mi corazón, que habla el idioma más hermoso
y fácil de entender de todos
¿Lo que estoy haciendo me nutre el espíritu? Lo que estoy haciendo, si no
tiene la repercusión que quiero que tenga ¿Seguiría pensando que algo copado y
que valió hacerlo? Guarda, es muy importante discernir entre que algo me nutra
el espíritu y algo que siempre tenga ganas de hacer. No se trata de siempre estar
motivado y con las energías al palo, muchas veces me va a costar levantarme
temprano para ir al estudio o dedicarle largas horas grabar una parte complicada
de una canción, pero hay una voz adentro mío diciéndome que hacerlo es lo
correcto.
Saber desde donde hago las cosas tiene una aplicación práctica muy
poderosa, y creo que es la razón por la cual, al momento que redacto estas
palabras en enero de 2023, puedo decir que el 2022 fue el año más exitoso de mi
carrera hasta ahora.
Hacer las cosas desde el amor y no desde el miedo, me hizo dar shows
espectaculares sin preocuparme por si me iban a ver 10 o 1000 personas, y me
hizo estrenar canciones hermosas sin preocuparme si la letra o la producción eran
“las que tenían que ser para pegar”, mi corazón dicta mis letras y mis melodías y
se volvió mi faro más allá de cualquier regla. Cuando trasciendo al miedo
(atención, lo trasciendo, nunca lo pierdo) pasan cosas hermosas.
“Quizás vengan cinco personas a vernos tocar, pero esas cinco personas...qué
espectáculo van a ver eh” les repetía a los chicos antes de sacar a la venta las
entradas para un show. Aplico la misma lógica a las canciones y a las
publicaciones en las redes sociales: Antes de subir un contenido o estrenar una
canción, me pregunto a mí mismo si es genial, y si me seguiría sintiendo
orgulloso, aunque tuviera cero “me gusta”. Si mi respuesta es “sí”, lo subo.
Sigo armando planes para promocionar lo que hago, sigo siendo creativo,
esto no se trata de dejar de vender, sino que mis planes de venta y todas mis
creaciones no están supeditadas a la aprobación externa que vayan a
proporcionarme, sino al alimento que representan para mi espíritu.

Nota al pie que no está al pie: Transitando este descubrimiento es que escribí “Voy viendo”
ya bastante lejos del infierno y mirando el sol brillante en el cielo, como un tributo a estar
conectado al presente, a lo que siento, y actuar con espontaneidad y valentía desde ahí. Y si,
realmente a la primera estrofa la escribí con una chica desnuda en mi departamento, como dice
la canción.

No estás en una playa sin mar, estás en un desierto

Ya dije que el ego aprende y encuentra maneras de cambiar su disfraz para


atacar tus puntos débiles de maneras novedosas. Una cosa a la que intento estar
siempre atento es a no confundir como me siento con cómo me debería sentir.
Mis padres tienen un nivel de exigencia alto en sus vidas, los dos son muy
exitosos y los admiro mucho. Igualmente, una de las cosas que más me costó
admitir respecto de mí mismo, es que yo no necesito lo que ellos tienen para ser
feliz.
Toda la vida crecí con ellos mostrándome un “buen vivir” y diciéndome
“tenés que trabajar para tener esto para vos y tus hijos”. Me acuerdo de viajes al
sur, parando en la casa de mi vieja y dedicando meses enteros con jornadas súper
intensas a colaborar en la gestión de la empresa familiar y después volver a mi
monoambiente, con dos muebles y una cama, contabilizando mis pocas
posesiones y gastos y darme cuenta que estoy bien.
No es una cuestión menor esto: estoy bien. No necesito un auto, no
necesito muebles caros, no necesito una casa gigante. Puedo elegir comprarlos
cuando la guita me alcance holgadamente, y ese momento va a llegar, pero de
ahí a necesitarlos hay un abismo. Si saco de mi vida las minas interesadas, los
gastos impulsivos, y cosas caras en las que perdía guita por miedo a no ser
aceptado si no las tenía (ropa de marca por ejemplo), me quedaban mis amigos,
mis canciones, mis instrumentos, los cafés en el bar de la esquina, una vida
pagada tocando la guitarra. No necesito mucho para ser feliz, y es muy lindo
darme cuenta de esto.
Mucha gente me llevaba al desierto y me decía que es una playa sin mar,
entonces me insistía en que sonría, porque se supone que es una playa, que tengo
que sonreír, que tengo que estar bien ahí porque se supone que estoy donde todos
quisieran estar.
Mis padres, con las mejores intenciones del mundo, me motivaban a tener
lo que ellos tenían, y a bancarme las implicancias de su estilo de vida ¿Por qué?
Porque sí, porque se supone que estoy en una casa gigante con pileta que todos
los meses sale re caro mantenerla, gestionando una gran empresa que todos los
meses tiene un montón de cuestiones nuevas a resolver, con un auto que todos
los meses tengo que pagar seguro, patente, cochera y solucionarle cualquier tema
técnico, y tengo que bancármela porque ese es el estilo de vida copado. Si siento
que no me hace feliz, si mi corazón se siente en un desierto, lo reprimo y le explico
que no es un desierto, que es una playa sin mar, y que como estoy en la playa
tengo que, tengo que, ser feliz ahí.
Simulando ser feliz ahí y trabajando según el estilo de vida que mis viejos
me proponen, vuelvo a ser ese niño que complace a sus padres con abandonos
esporádicos a mi vida en Buenos Aires y esfuerzos intermitentes en el sur que
nunca terminan en algo realmente constructivo para mí, y que sirven de anestesia
para no vérmelas con mi propia vida. El ego me engaña y me dice que está siendo
responsable, pero todo lo contrario, estoy siendo irresponsable con mi propia
vida. Tremendo, casi vuelvo a foja cero. El ego aprende, y cuando entendí que la
posta es escuchar al corazón, me quiso engañar haciéndome escuchar al corazón,
pero el de otros, principalmente el de mis viejos.
No hay reglas ni fórmulas para la felicidad, nadie puede decirme que mi
manera de ser feliz está mal, ni siquiera mis papás. De ahí en adelante, lo que
nutre al espíritu, se queda en mi vida, y lo que hago solo para anestesiar el miedo,
se va afuera de mi vida, por más que todos me digan que es una cosa genial.

Nota al pie que no va al pie: En un encuentro conmigo mismo, ya despejado todo lo que en
realidad no quiero, me puse a pensar en todas las cosas que sí quiero. Algunas superficiales, otras
re profundas. Ahí escribí una de las canciones más lindas en mi vida hasta ahora: “Quisiera”.

Mi mamá y mi papá

Hablar de terapia psicoanalítica y no hablar de mis viejos es imposible,


pero recién ahora que estoy llegando al final es que les dedico un texto puntual.
Ellos hicieron lo mejor que pudieron. No fueron perfectos, pero no tengo dudas
de que me aman, y que todo lo que hicieron, lo hicieron pensando en mi
bienestar, con los recursos intelectuales y emocionales que tenían.
No compro con el 100% de ninguna de sus formas de criarme y sus estilos
de vida, pero amo, entiendo y perdono a ambos. Hablar de mis viejos en terapia
o en este texto no tiene nada que ver con encontrar culpables, eso sería volver a
foja cero, al niño echador de culpas. No sé ni me importa quienes tienen la culpa
de que mi psiquismo se haya desarrollado como se desarrolló, me importa quién
tiene la responsabilidad de tomar eso y hacer de mi vida, de mi camino, el más
pleno posible, y ese soy yo.
Este es mi camino, y es distinto a todos los otros. En este camino me
expongo tal cual soy, con mis virtudes y falencias, con los que me quieren y los
que no ¿Qué hago frente a las victorias que embriagan y las derrotas que dan
miedo? Me acuerdo de quien soy, y que lo que soy no cambia con lo que me pasa.
¿Está bien o mal haberme convertido en esto? No importa, juzgar no tiene
sentido, juzgar no va a cambiar nada, el sin sentido de juzgar me llevó al infierno.
En vez de juzgar lo que podría o debería haber sido, es momento de hacer desde
lo que soy.
Soy el mismo en la luz y en la oscuridad, soy el mismo en los aciertos y en
los errores, y lo que soy es digno, no voy a tener vergüenza recorrer mi camino y
contar mi historia.

Nota al pie que no va al pie: Al final del 2022 estrené la canción “¿Qué es la vida?” en cuyo
estribillo respondo esa pregunta, y lo siento una culminación de todo este proceso. A nivel lírico,
el estribillo me maravilla. Cuando tengo dudas sobre si hacer o no hacer algo, a veces repito la
letra en mi mente y ahí tomo la decisión.
¿Por qué hago esto?

Primero por mí, porque soy mi máxima prioridad, porque no puedo


hacerme bien a nadie si no estoy bien yo primero, porque el ejercicio de ordenar
estos dos años de terapia me sirve mucho para recordar donde estuve y tener
perspectiva de donde estoy ahora.
Segundo, porque quisiera que nadie se sienta solo, ni excluido. Quisiera
que a nadie le cueste todo lo que a mí me costó tanto, que nadie llore por todo lo
que yo lloré, y sé que es imposible. Este escrito puede ayudarte, pero nada ni
nadie puede evitar que sufras, que las cosas te duelan. Vos también estás
haciendo tu camino, y tu camino también es único. Ojalá siempre tengas la fuerza
para recorrerlo con tu corazón como faro, te lo merecés, merecés ser feliz, vales
mucho.
Este camino sigue, y lidio con focos de tristeza y estrés todos los días.
Gracias a lo recorrido, lo hago cada vez con más paz y estabilidad emocional.
Guarda, me corrijo, la estabilidad emocional no solo implica que los momentos
tristes no me hundan, también es esencial para que los momentos alegres no se
me suban a la cabeza y crea que estoy por encima de los principios y ciclos
naturales del universo.
Desde lo más sincero y profundo de mi corazón, te quiero mucho. Gracias
por acompañarme.

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