15 Nov 24

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15 de noviembre de 1922 ” La Gran huelga de trabajadores”

Dra. Matilde Hidalgo de Prócel


Obtuvo su Licenciatura en Medicina el 19 de julio de 1919.
En 1922 viajó hacia Guayaquil y consiguió un puesto en el Hospital
General hoy rebautizado como Hospital Luis Vernaza.
Durante la presidencia de José Luis Tamayo, Matilde anunció que
iba a votar en las siguientes elecciones presidenciales, en el
gobierno de José Luis Tamayo.

Los comerciantes y banqueros opuestos al gobierno pugnaron por


dirigir la protesta popular y plantearon que lo urgente era que bajara
el dólar. La incautación de giros se transformó en bandera de lucha:
“El dólar a dos sucres” era la consiga. En plena ebullición, detrás de
las protestas populares se movilizaron los intereses de sectores de
la burguesía interesados en un cambio en el manejo de las divisas,
monopolizadas por algunos banqueros.
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anonimos-masacre-15noviembre-guayaquil/

Quizá Ecuador nunca sepa cuántos trabajadores fueron


masacrados —disparados a mansalva, sin blindaje, escudo o muro
que los protegiera— por policías y militares el 15 de noviembre
de 1922 en el centro de Guayaquil.

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Hartos de las cruentas e inhumanas condiciones en las que
trabajaban, y bajo la convicción de que se reconocieran sus
derechos laborales, miles de hombres, mujeres, e incluso, niños,
se movilizaron masivamente en la ciudad portuaria.
Para contrarrestar la protesta social, el gobierno ordenó el envío de
tropas a Guayaquil. El 15 de noviembre de 1922, cientos fueron
asesinados por los agentes del Estado y enterrados en fosas
comunes, cementerios. Muchos cadáveres fueron lanzados al río
Guayas, con bayonetas incrustadas en sus vientres abiertos para
que no flotaran. Desde ese año, coronas y cruces son arrojadas al
Guayas, en memoria de la masacre obrera. Ayala E.
¿Qué pasaba en Guayaquil antes de la masacre y la
movilización popular?

Ecuador y Guayaquil de 1920 —escribe el investigador Silvio


Toscano— estaban ingresando en el mercado mundial en un pleno
auge del desarrollo “del imperialismo como fase superior y última
del capitalismo y experimentaba su crisis”, incluso después de la
Primera Guerra Mundial. Ecuador, dice Toscano, se conectó a ese
proceso, principalmente, por la producción y exportación de
cacao, el tesoro agrícola que ganó el nombre de “pepa de oro” a
escala internacional.

Para entonces, Ecuador se había convertido en el tercer


exportador mundial de cacao. Guayaquil era el corazón de la
exportación del producto y el puerto más importante del país —con
al menos 90 mil habitantes. Pero no solo creció la industria del
cacao, sino también de la electricidad, del gas, los alimentos y el
transporte urbano.

Dice Toscano que, a la par del incremento de las industrias,


también se instauró una “relación capital-trabajo asalariado, en
constante pugna desde sus inicios”. Explica, en sus escritos de
análisis, que, pese al desarrollo industrial que se generaba “en el
país existían aún formas pre capitalistas de producción y por ello,
había una gran cantidad de trabajadores artesanos, panaderos,
peluqueros, sastres, pero también los nuevos trabajadores
asalariados dependientes como los ferroviarios, tranviarios,
estivadores, cacahueros”, entre otros.

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También estaban presentes los agroexportadores, los banqueros e
industriales que estaban vinculadas al poder de turno.

Eran ellos, junto a una élite burguesa, cuenta Toscano,


quienes dirigían las dinámicas económicas.

Mientras los trabajadores crecían, en Guayaquil también se


desarrollaban organizaciones sociales. Pensaban, expone Toscano,
en un horizonte de luchas por mejores condiciones de trabajo y
bienestar colectivo “hasta la transformación de la sociedad
capitalista”, dice.

Tenía un antecedente: en 1896 —un año después de la Revolución


Liberal—, más de 4 mil carpinteros que laboraban en la
reconstrucción de Guayaquil, emprendieron la primera huelga de
trabajadores por el aumento de salarios y la reducción de la
jornada de trabajo. Y lo lograron.

Ecuador, durante esos años, era gobernado por el abogado liberal


José Luis Tamayo, que comenzó su gobierno en 1920 y lo terminó
en 1924. Tuvo conexiones con el sector financiero: fungió como
abogado del Banco Comercial y Agrícola. Y no perdió su vínculo
con la entidad, manejada también por banqueros y acaudalados
funcionarios.

Tamayo tenía un estudio jurídico en el que también trabajó Carlos


Arroyo del Río. Para el año de la masacre, Arroyo del Río cumplía
funciones como alcalde de Guayaquil y llegó también a la
presidencia de la República casi 15 años después, en 1940.

Pese a que el cacao era el principal producto de exportación


nacional —llegó a comercializarse en Francia e Inglaterra—, esas
mismas potencias comenzaron a comprar cacao en países
africanos. Entonces, Ecuador comenzó a depender aún más de
la otra potencia a la que exportaba: Estados Unidos.

En 1920, los efectos de la Primera Guerra Mundial llegaron al país:


el precio del cacao descendió y para 1922, el cacao costaba menos
de cinco centavos en el mercado de Nueva York.

Años antes, estuvo sobre los 20 centavos, reseña Toscano. Con el


declive del precio, las cosechas también bajaron. Para Ecuador, la
crisis del cacao fue uno de los puntos neurales que devino en la
crisis. 3
Incluso aparecieron pestes como la monilia, que destruyó gran parte
de las plantaciones.

La crisis económica fue inminente y quienes más sufrieron sus


efectos fueron los trabajadores: sus jornadas se extendieron y
sus sueldos fueron reducidos. Recuerda Toscano que los salarios
se vieron más afectados por “constantes devaluaciones decretadas
para transferir las pérdidas de los agroexportadores, comerciantes y
financistas, a los sectores laborales, que, por estas medidas
debieron pagar más sucres por menos dólares”.

Pero las élites de poder sí aseguraron su economía. “Llegaron a


beneficiarse de la emisión de billetes realizada por los bancos
principalmente el Comercial y Agrícola, que se efectuó por encima
de las ocho reservas de oro”, explica. Y tuvo efecto: hubo un
incremento de la inflación en el país y obligó al Estado a
endeudarse con esas mismas entidades.

Para Toscano, la crisis del cacao fue, entonces, provocada por una
economía mundial que estaba en recesión con efectos nefastos en
la economía del Ecuador. Pero, sobre todo, por la negligencia de los
dueños de las plantaciones, que “fue asumida por el pueblo a quien
le descargaron todo el peso de los efectos del momento económico.
Eso provocó un evidente repudio a tal situación de hambre, salarios
bajos y desocupación, que hará meditar a los trabajadores en la
necesidad de organizarse para enfrentar”, dice él, a dos causantes:
el sistema de producción y las clases dominantes.

Entonces, los trabajadores comenzaron a organizarse. Aunque,


antes de 1922, las organizaciones sociales tenían un carácter más
liberal y conciliador en Guayaquil —en la Sierra eran más
conservadoras aún— comenzaron a generarse nuevas con otro
pensamiento.

Una de ellas fue la sociedad Tomás Briones, que fue la que impulsó
la creación de la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana
(FTRE) en Guayas, durante ese mismo año. Entonces, su insignia
respondía a la lucha de clases para eliminar “la explotación del
hombre por el hombre” y su principal objetivo: “pan, libertad, amor
y ciencia”. Fueron doce las organizaciones adscritas a la coalición.
Antes, también se habían consolidado gremios de carpinteros,
panaderos, ferrocarrileros, azucareros, entre otros.

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La victoria que impulsó la huelga

La mecha que encendió la movilización del 15 de noviembre de


2022 tuvo un antecedente en octubre: más de mil trabajadores
ferroviarios de la estación de Eloy Alfaro de Durán —de la empresa
Guayaquil and Quito Railway Company— decidieron paralizar sus
actividades.

El 17 de octubre de ese año, el sindicato ferroviario presentó un


pliego de exigencias: jornada laboral de 8 horas diarias, la ley de
accidentes, incrementos salariales, reintegro de compañeros
despedidos y atención médica. Dieron plazo de cumplimiento
hasta el 19 de octubre.

Estas condiciones de trabajo existían ya en otras partes del mundo.


Por ejemplo, en 1906, el industrial alemán Robert Bosch
implementó en su fábrica de partes de automóviles la jornada
de ocho horas, el respeto del descanso de los trabajadores.

Pero en Ecuador, tales condiciones no existían, pues se mantenían


las prácticas feudales de un país aún sumido en una economía
netamente agrícola.

La paralización del ferrocarril fue muy grave. En aquellos años, era


imprescindible no solo para el flujo del comercio, sino de la
comunidad. La empresa rechazó las exigencias de los trabajadores
y fue respaldada por el gobierno. Entonces, los trabajadores
emprendieron la huelga y el presidente Tamayo ordenó al
Ejército que la disuadiera. No cedieron. Varios huelguistas —
envueltos con la bandera tricolor y apoyados por organizaciones
como la FTRE— se tendieron sobre los rieles del tren.

Días después, el 26 de octubre, los trabajadores y la empresa


llegaron a un acuerdo con la mayoría de sus exigencias
cumplidas.

Esa victoria impulsó la convicción de los gremios y las


organizaciones. Comenzó a gestarse una asamblea de trabajadores
para redactar pliegos de exigencias ahora en las empresas Luz y
Fuerza Eléctrica y de Carros urbanos, que declararon una huelga
el 9 de octubre.

A ella, se alinearon piladores, aserraderos de madera Santa Rosa,

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San Francisco, San Luis, el Molino Nacional, El Progreso, La María
La Romana, El Arsenal, La Universal, Jabonería Nacional, Casa
Americana y La Fama.

Dos días después, las empresas aceptaron las peticiones. El 13 de


noviembre, más trabajadores se unían: los voceadores de diario
El Telégrafo, los empleados de la Cervecería Nacional, los
choferes, el Centro Femenino Rosa Luxemburgo, la asociación 9 de
Octubre, talleres mecánicos, entre otros.

Los reclamos, entonces, ya no eran por empresa, sino


colectivos. Fue así que el 13 de noviembre, liderados por la FTRE,
los trabajadores se declararon en huelga general, la primera en la
historia del país.

El 14 de noviembre, Luis Maldonado, vocero de la FTRE, hizo


público que apoyaban la baja del dólar como objetivo central de la
huelga, ya no al alza salarial. Para los trabajadores, el problema
estaba en la diferencia entre el valor del sucre y del dólar. El
investigador Toscano dice que se convirtió en una “lucha por el
control de divisas”, que afectaba, principalmente, a las principales
élites económicas del país.

Un día después, la masacre

Ese 15 de noviembre era miércoles. Con la resolución de los


trabajadores, Guayaquil estaba bajo su control. No hubo
desorden, tampoco violencia durante las primeras horas de ese día:
los eléctricos suspendieron sus servicios y el tráfico estaba
paralizado, aunque los mismos trabajadores otorgaban
salvoconductos. Ese miércoles, también era día de elecciones de
las principales concejalías del gobierno municipal.

La avenida 9 de Octubre —que recorre el centro de la ciudad— era


tomada por los trabajadores que desfilaban y marchaban sobre el
asfalto. Era una huelga, pero no hubo desmanes, tampoco quiebres
en infraestructuras. Pero también había incertidumbre: el 14 de
noviembre, un dirigente de la FTRE, Alejo Capelo, fue advertido
sobre una arremetida del Ejército ecuatoriano.

Pero decidieron movilizarse. Gran parte de los manifestantes fue al


cuartel de la policía para exigir que decenas de trabajadores —
detenidos por agentes— fueran liberados.

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Fue ahí cuando empezaron los disparos contra los
manifestantes.

Policías y militares se dividieron para asentarse en las principales


calles de la ciudad.

Frente al ataque de los uniformados, los trabajadores buscaron


armas en almacenes en un intento por defenderse del fuego
cruzado. También se armaron con machetes, además cerraron los
locales abiertos de la ciudad. Ese día, el presidente Tamayo dijo —
ante los medios de comunicación, que decidieron replicar su
discurso— que los policías y los militares estaban actuando en
“legítima defensa”.

Por la tarde, los trabajadores fueron a la Gobernación de la ciudad


para exigir la liberación de los detenidos. El historiador Richard Milk,
en su libro Movimiento Obrero Ecuatoriano, El Desafío de la
integración, reseña que, aunque no se sabe quién comenzó “la
chispa del conflicto”, parece “indudablemente que, una vez
comenzados los disparos, y siguiendo órdenes previamente
entregadas, el ejército llevó a cabo una política deliberada de
matar cuanta gente pudiera”.

Lo demás, se puede imaginar. A la masacre del 15 de noviembre de


1922 la describen como el “bautismo de sangre” de la clase
obrera de Ecuador, que vio cómo cadáveres fueron lanzados al río
Guayas. Aunque los periódicos de la época decían que los
trabajadores estaban fuertemente armados, los historiadores
refutan esa afirmación oficial.

“En efecto, la policía y los batallones estratégicamente apostados


comenzaron a disparar contra la multitud totalmente desarmada. No
voy a describir la carnicería monstruosa que se realizaba por más
de una hora y produce la muerte de cientos y quizá miles de
trabajadores, incluyendo mujeres y niños”, escribe Manuel Agustín,
en su texto La masacre del 15 de noviembre de 1922 y sus
enseñanzas.

Después de la matanza, ejecutada por los batallones Constitución,


Zapadores del Chimborazo, Montúfar, Marañón, Artillería Sucre No.
2 y Cazadores de los Ríos, el Ejército desfiló por la avenida 9 de
octubre, aplaudido por un grupo de empresarios y personal de los
edificios acaudalados de la ciudad.

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La prensa de la época reportó 9 fallecidos y 76 heridos, según
los balances oficiales. Pero las calles evidenciaban otra realidad.
Historiadores hablan de cientos de muertos.

Las familias de varios de los fallecidos no pudieron recibir los


cuerpos de sus seres queridos: lanzaron ramos de flores atados en
forma de cruz. El escritor Joaquín Gallegos Lara tenía 13 años
cuando atestiguó la masacre, llevada a la literatura en su
novela Las cruces sobre el agua.

“Se erguían, flotando sobre boyas de balsa. Eran altas, de palo


pintado de alquitrán. Las ceñían coronas de esas moradas flores de
cerro, que consagra a los difuntos. A su alrededor, el agua se hacía
claridad líquida, pareciendo querer serles aureola”, escribió
Gallegos Lara.

Hoy, un siglo después, los trabajadores no han dejado de salir a las


calles. No han renunciado a la organización sindicalista y continúan
exigiendo sus derechos en movilizaciones y también en paros
nacionales, recordando a los deudos del 15 de noviembre. A
aquellas cruces que, decía Gallegos Lara, “eran la última
esperanza del pueblo ecuatoriano”.
Los mártires obreros de la matanza del 15 de noviembre de 1922,
en Guayaquil, tuvieron compañeras en la huelga que declararon por
el hambre que azotaba al pueblo.

El diario El Guante, en la edición del 19 de noviembre, informó de la


muerte de la cocinera Esther Balbina Rivera. Su cadáver fue llevado
a su barrio para el velatorio; el ataúd estaba cubierto con la bandera
de la patria, fue protegido por 70 mujeres que insultaron indignadas
a los integrantes de la Zona Militar cuando pasaron por ahí.

Los obreros de Durán contaron que Tomasa Garcés, mujer de un


dirigente ferroviario, para evitar que las fuerzas del gobierno
rompieran la huelga, se acostó con sus hijos delante de la
locomotora que iba a emprender la marcha. Los hombres siguieron
el ejemplo de esta valiente ciudadana.
7
Al Hospital General de Guayaquil llegaban los heridos, de cuyos
labios, la médica Matilde Hidalgo de Procel escuchaba las
aterradoras versiones; ahí madres, esposas e hijas buscaban a los
obreros desaparecidos. Los dirigentes obreros confirmaron que
muchas mujeres fueron asesinadas cobardemente: Ángela Meza,
Asunción Ramos, Balvina de Pausan, Ceferina Romero, Francisca
Casanova, Mercedes de Silva, Manuela Guzmán, María Mayorga,
María Morán, Otilia Gonzabay…
Cayeron junto a ellas, zapateros, peluqueros, sastres, ferroviarios,
hijos menores de edad; cerca de dos mil muertos aseguró el
historiador Benjamín Carrión, aproximadamente 200 mujeres.

“Son los héroes del pan que estaban hambrientos, porque el pan en
mendrugos se lo tasan”, escribió en un soneto Francisco Delcasty al
día siguiente de la tragedia.

César Burgos Flor


Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO.

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