Reva Pa 20036003
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Mesa redonda
• ARNALDO SMOLA, DAVID CHERNIZKY, VIRGINIA UNGAR Y
FELISA L. DE WIDDER: El lugar del analista en
la clínica de hoy 621
Entrevista
• MAURICIO KNOBEL, por Adriana Sorrentini y Ana Rozenbaum 697
Contribuciones teórico-clínicas
• CARLOS MARIO ASLAN: Psicoanálisis del duelo 705
• ALCIRA MARIAM ALIZADE (COORD.),
LILIANA ABRAHAM DE TROVARELLI, RAFAEL ABRAMOVICI,
ROSALÍA ÁLVAREZ, SUSANA DE SIMONE DE PESCE,
OLGA LÓPEZ DE ILLA, BLANCA MANUEL Y JACOBO TACUS:
Género y función familia. Contribuciones teórico-clínicas 727
• JORGE AHUMADA: Transgresión y reparación:
dos vertientes del arte y de la vida cotidiana 741
• ANA DELIA LEVÍN DE SAID: Encuentro y proyecto analítico:
el lugar de las problemáticas 755
• PATRICIA ALKOLOMBRE: Parentalidad y nuevas técnicas reproductivas 765
• RICARDO A. RUBINSTEIN:
Placer del movimiento, competencia y deporte 779
• Respuesta a las discusiones de “A favor de la enseñanza de la
psicoterapia en los institutos psicoanalíticos”,
por Cecilio Paniagua 801
Mesa on line
• DIEGO LÓPEZ DE GOMARA (coord.): “El concepto de
objeto en la teoría psicoanalítica” 877
Revista de libros
PAUL VERHAEGE: El amor en los tiempos de la soledad.
Tres ensayos sobre el deseo y la pulsión,
por Liliana Beatriz Novaro 897
JEAN GUILLAUMIN Y OTROS (POSTFACIO DE ANDRÉ GREEN):
L’invention de la pulsion de mort, por Paulina Landolfi 899
MANFREDO TEICHER: Vivir en pareja. Un desafío al narcisismo,
por María Rosa Iacchetti 904
LEONARDO PESKIN: Los orígenes del sujeto y su lugar
en la clínica psicoanalítica, por Jaime Szpilka 906
JOAN CODERCH: La relación paciente-terapeuta. El campo
del psicoanálisis y la psicoterapia psicoanalítica,
por Yako Román Adissi 910
Revista de revistas
Journal of European Psychoanalysis:
“The Femme Fatale – Lou Andreas-Salomé”,
de Viktor Mazin, por Alicia Lotufo de Wainstein 915
En memoria
RAQUEL CRISTINA GACEK DE BARSKY, por Adalberto L. A. Perrota 925
Nota editorial
Comité Editor
REV. DE PSICOANÁLISIS, LX, 3, 2003, págs. 581-605
La horrorosa bestia que se erguía amenazante ante él, era en realidad un hermoso prínci-
pe al que una hechicera había encantado. Pero el hombre no podía saberlo; él sólo había
entrado a ese jardín para arrancar una rosa que regalaría a su hija Bella. Y se había to-
pado con el monstruoso amo del castillo, que vivía aislado desde hacía años, condenado
a ser una bestia por un hada a la que había despreciado. Sólo en el caso de que lograra
enamorar a una muchacha, el conjuro se rompería.
El hombre negocia su libertad a condición de que la hija tome su lugar. Bella, dispues-
ta a cumplir con la promesa del padre, ingresa al castillo de la bestia. La relación entre
ellos, tormentosa en un principio, va transformándose a medida que Bestia se revela como
un ser capaz de dar ternura y que Bella logra ver más allá de las apariencias.
Bella, sin embargo, extraña a su familia y pide a la Bestia que la deje volver. Éste ac-
cede, pero es tal su desconsuelo que queda a punto de morir de amor. Bella retorna y, de-
sesperada al ver su estado, suplica por su vida, lo besa, y con ello consigue anular el he-
chizo. El joven príncipe surge entonces, ante sus ojos asombrados, listo para desposarla.
Introducción
Existe un momento peculiar en la vida de un varón en el que éste se desprende del niño
e ingresa en el recorrido que lo llevará a intentar consolidar su lugar de hombre. La relati-
va estabilidad de los años prepuberales se ve conmovida por las tentaciones y los miedos
que lo asolaron ya una vez y a los que dio una solución que definió su identidad y su su-
peryó infantil. Intentaremos una mirada sobre una vicisitud habitual en este período, por la
cual el adolescente se ubica en una posición que relacionamos con “la Bestia” del cuento,
como búsqueda de recursos y expresión de conflictos en la afirmación de su virilidad.
La imagen de “la Bestia”, al modo de un síntoma, condensaría a nuestro entender múl-
tiples aspectos. En un primer plano, parece una defensa ante la madre, recusada como
objeto incestuoso y como modelo de identificación. Otro plano la muestra como reacción a
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. del Libertador 5312, 11º,
(C1426BXO) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico:
<[email protected]>.
582 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
adoptar una actitud femenina ante el padre. Y podemos entenderla también como expre-
sión de la fijación a una escena sexual, como ligazón a un fantasma donde el varón queda
identificado a un padre feroz e inhumano, que es a la vez aproximación y obstáculo en la
búsqueda de su identidad masculina. También corresponde a un cumplimiento de deseos
“femenino”: la existencia de un hombre “puro falo” que desmienta la castración.
Puntualizaremos las distintas significaciones, los distintos ángulos de abordaje, a
través de los cuales procuraremos comprender el sentido de la representación de “la
Bestia”:
terminan su heterosexualidad.
La madre suele transferir sobre el hijo varón todas las ambiciones que debió sofocar
de su propio complejo de masculinidad y su intento de reivindicarse por una posición de
inferioridad nunca restañada totalmente. Con semejante “privilegio” debe arreglárselas el
hijo. En un momento, esta tarea parece posible para ambos, pero luego la ilusión se res-
quebraja.
Cuando el hijo, que se había identificado al falo que representa para su madre, cae
como tal, se sume en una debacle identificatoria, en una crisis narcisista que lo enfrenta
con su pérdida de ubicación, el vacío, el sin sentido. El riesgo de la pérdida del pene le es
evocado por la misma persona que en un momento fue su cómplice en crear una ilusión
de completud. El peligro que implicaba en un principio verse separado de la madre, se tras-
tocará por el riesgo de reeditar el vínculo con la mujer y repetir el momento traumático de
la pérdida de sus referencias.
El padre, a la par que lo confronta con su limitación, lo libera de la tarea imposible de
ser todo para la madre. Acercarse al padre, identificarse con él, le permite reafirmar la po-
sesión de un órgano con el cual abordar el deseo femenino y realizar el deseo propio, aun-
que ya no con el objeto original. Al mismo tiempo, con la alianza de hombre a hombre, se
defiende de las siempre acechantes tentaciones pasivas que lo ubicarían en posición de
objeto frente al deseo de la madre.
Pero el camino de la identificación con el padre también choca con dificultades, ya que
implica encontrarse con la anhelada y temida posición femenina ante él. Es que la identi-
ficación, además de un carácter activo (devorar, incorporar), supone otro movimiento de
signo opuesto: quedar ubicado en una posición pasiva frente al objeto tomado como ideal.
El complejo de Edipo en el varón naufraga a raíz del complejo de castración, que posee
efectos inhibidores y limitadores de la masculinidad y promotores de la feminidad (Freud,
1925).
La conciencia de la diferencia sexual termina de consolidarse en la adolescencia. Su
efecto conmocionante es mitificado en el episodio trágico de la expulsión del Paraíso: el ser
humano toma conciencia de su desnudez, queda establecida su sexualidad y se ve forzado
a abandonar una idílica simbiosis con la madre Naturaleza. Afrontará trabajos y dolores por
su “falta” (interpretada como “pecado”). Es el precio que paga por la preciada adquisición del
conocimiento, la conciencia de sí, su separación del objeto primordial que lo convierte en su-
jeto y que le abre los ojos al deseo y al castigo. Aquel habitante del “Paraíso”, ignorante del
“abismo entre hombre y animal” (Freud, 1925), que hacía predominar lo olfatorio por sobre
lo visual, que traspasaba el límite entre las especies transgrediendo las barreras del asco,
del incesto, desconociendo la diferencia entre los sexos y el papel de lo genital como orde-
nador sexual, se ha transformado.
El adolescente ve florecer nuevamente, junto con su madurez sexual, los deseos que
había reprimido por su raíz incestuosa y revive junto a ellos la amenaza que lo había di-
suadido de sus primeras elecciones. En el momento en que necesita afirmarse como
varón, el resurgimiento del complejo de castración lo complica con su tendencia pasivi-
zante. En el camino a forjar una identidad masculina, el varón que ingresa en la adoles-
cencia intenta reafirmar una posición sexual activa; es entonces cuando puede llegar a ex-
584 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
perimentarse como una “bestia”. Algunos llegan a plasmar esta figura en su carácter y su
aspecto físico.
La bestia
Los cuentos de hadas circulan en todo el mundo y se conocen desde la Antigüedad. Los
mismos argumentos y detalles del contenido se repiten a lo largo del tiempo en culturas
diferentes y se relacionan con los enigmas universales acerca de los orígenes (de la se-
xualidad, la diferencia de los sexos, etcétera). La falta de una respuesta que dé cuenta to-
talmente de estos interrogantes es el motivo de la insistencia con que la repetición inten-
ta su tarea de ligar y nombrar lo traumático, en este caso, a través de estas historias
fantásticas. Además de su función recreativa, los cuentos de hadas tienen un sentido mo-
ralizador y son portadores de modelos normativos culturales con función estructurante
(Zak de Goldstein, 1977). Resulta esclarecedor tomar su argumento a la manera del con-
tenido manifiesto de un sueño o un síntoma, que intenta elaborar y encubrir fantasías y
angustias típicas del complejo de Edipo.
“La Bella y la Bestia” pertenece al tipo de cuentos en los que uno de los personajes ha
caído bajo un hechizo o maleficio que lo ha transformado en animal. Es tarea del héroe o
la heroína reconocer la persona que hay detrás del hechizo. Este cuento se ha transmiti-
do en forma oral y conoce varias versiones escritas. Tomaremos para su análisis la más
conocida, el texto de Madame Jeanne-Marie de Beaumont publicado en 1756, y la versión
más moderna realizada por un equipo creativo (Ashman, Rice y Woolverton) en la obra te-
atral para Disney.
Si bien este cuento dramatiza distintos aspectos del encuentro y desencuentro entre
los sexos, es especialmente rico para representar ese particular período en que un mu-
chacho deja de ser niño y va transformándose en el camino de ser hombre:
La hechicera alzó las manos y el cuerpo del muchacho comenzó a cambiar –dice una ver-
sión–. En sus manos y su rostro empezó a crecer una oscura pelambre. Las puntas de sus
dedos se convirtieron en garras y gritó de dolor mientras sus dientes se hacían largos y afi-
lados. Su voz era un áspero gruñido.
El crecimiento y los cambios de un cuerpo que aún no puede manejar, que aún no siente
suyo, desorientan al adolescente y lo llenan de emociones contradictorias; en este con-
texto puede llegar a sentir que es poderoso o que es un monstruo. La Bestia debe librar-
se del conjuro pero el enemigo contra el cual debe luchar es, en parte, él mismo: su carác-
ter, su posición frente a la sexualidad y a la cultura. La búsqueda de una distancia res-
pecto de la dulzura y la desexualización infantil lo impulsan a enfrentar a la madre y pro-
vocar su rechazo. Su mal genio, que posiblemente lleve las marcas del consentimiento
maternal hacia el hijo varón, se refuerza en una dureza reactiva. Y este poner distancia
con la madre como objeto amoroso y de identificación puede configurar, para él o para
ambos, una “traición”. Peter Blos (1979) se refiere a la agresividad del varón en los co-
mienzos de la adolescencia y la vincula con un permanente temor a la pasividad; el obje-
—¿Pero quién demonios podrá aprender a amar a una bestia? —se pregunta el muchacho de-
sesperado.
para colmo percibe a sus renacidos impulsos hostiles y sexuales contenidos como a
punto de estallar. Debe aislarse, protegerse, castigarse. El vínculo de la madre con el hijo
varón debe cambiar, pero existe un momento en que ninguno de los dos parece encon-
trar el camino. Sólo cuando el hijo logre consolidar con mayor firmeza su identidad mas-
culina podrá rescatar sus aspectos “femeninos” y ponerlos en juego en un vínculo en el
que pueda recibir y dar ternura sin temor a feminizarse.
El falo materno se activará nuevamente pero en otra relación, con otra mujer. Si la
Bestia falla en la operación simbólica que permite hacer la transferencia desde el falo ma-
terno hasta la consolidación de su propia potencia fálica, y desde esa posición hasta la
posibilidad de entregar su potencia en el encuentro amoroso, si rechaza definitivamente
“la rosa”, ésta finalmente se marchitará. Y si logra emprender la travesía al final de la cual
resurge el príncipe amante, éste ya no será para mamá.
La intensidad de la angustia de castración del varón probablemente quede oculta tras
la ostentación de emblemas masculinos. También la frecuencia con que es la mujer quien
debe tomar la iniciativa en el encuentro amoroso para tranquilizarlo acerca de que no será
rechazado. La idealización de una postura fálica que se atribuye al hombre resta impor-
tancia a cuánto necesita y necesitará ser confirmado en su potencia, en su capacidad de
gozar y hacer gozar a una mujer.
El hombre enamorado queda en posición pasiva, a merced de la aceptación femeni-
na, viendo nuevamente amenazado su narcisismo o a punto de caer en una actitud de ser-
vidumbre. En particular, el adolescente no se siente a la altura de lo que se espera de él
como hombre, y posiblemente no se equivoque. Duda de poder sostener la expectativa
femenina, vislumbra sus propias carencias, comienza a tomar contacto con lo que le falta.
Cabeza de Medusa
En su artículo “La cabeza de Medusa”, Freud (1940a) intenta explicar el terror asociado a
una visión: la cabeza decapitada de una de las Gorgonas, con serpientes por cabellos,
que tenía la facultad de convertir en piedra a cuantos la miraban. La cabeza de Medusa
sustituye la figuración del genital femenino que horroriza por su castración. Freud inter-
preta la petrificación como un sustituto de la erección, que contiene un desafío, una ma-
nera de decir: “No tengo miedo de ti, te desafío, tengo un pene”. Propone, además, que
enseñar los genitales tiene un efecto apotropaico, es decir que aquello que provoca ho-
rror en uno mismo despertará igual efecto en el enemigo contra el cual se lucha.
La visión de la figura feroz de la Bestia provoca también horror. A primera vista, im-
presiona el alarde de fuerza, violencia, agresividad. Todo él parece encarnar una repre-
sentación agresiva del falo. Según Lacan (1958), el parecer el falo sustituye al tenerlo
como un modo de protegerlo. Al modo histérico, convierte todo su cuerpo en falo, “es” el
falo, lo que probablemente conlleve la dificultad de “tener” el falo como atributo viril. Esta
dificultad puede quedar representada por lo interferido que se encuentra el acceso al ob-
jeto amoroso.
Pero la Bestia también se avergüenza de su aspecto y se oculta. Por eso se podría
asociar el impacto causado por la imagen bestial con el provocado por la cabeza de
Medusa, que condensa elementos fálicos y castrados, e incluso con la agresión del exhi-
bicionista, que ostenta aquello que “posee” para superar su complejo de castración.
Podemos pensar que tras la imagen impresionante de la Bestia que aterroriza, el prínci-
pe esconde su inseguridad, su angustia.
Podríamos decir que el muchacho mismo está aterrorizado por el despertar de poten-
tes deseos sexuales que teme no poder controlar y que inevitablemente lo llevarán a en-
frentarse con la castración. Entonces, al modo apotropaico, horroriza con su horror y de-
safía desde su fuerza física, su rigidez caracterológica. Es una sustitución fallida de la for-
taleza y potencia de una posición masculina lograda, la que incluiría la aceptación de la
falta como intrínseca al ser humano y la necesidad de ser amado.
En el cuento, lo monstruoso y lo que despierta horror queda del lado del hombre. La
mujer, en cambio, aparece encarnando la belleza, la excelencia estética; ella misma es el
falo.
La Bestia intenta transformar su propio horror a la castración en un arma para ame-
drentar al otro, pero el muchacho oculto tras la Bestia sufre al comprobar que causa el es-
panto de quien ama:
Le daba vergüenza mostrar su cara en presencia de una hermosura tan perfecta. Pero en el in-
terior de la Bestia centelleó una esperanza. Tal vez no le importara lo que viese. Quizá le gus-
tara. Avanzó despacio hacia la luz. Bella se quedó atónita y horrorizada y dio la espalda a la
Bestia.
Carácter alterado
Freud (1925) compara los caracteres del hombre y de la mujer en referencia a la distinta
actitud adoptada por ambos ante la castración. Se exige como ideal masculino un superyó
implacable, impersonal, independiente de sus orígenes afectivos. La mujer se deja guiar
con más frecuencia por sentimientos tiernos u hostiles.
Para el varón, el abandono de la identidad infantil conocida para configurar una iden-
tidad masculina que es una incógnita, crea una condición de angustia. Y más aún cuan-
do esto supone enfrentarse al misterio del deseo femenino. Intentando apoyarse en la cer-
teza de la posesión del falo, buscará apropiarse de aquellos rasgos y emblemas que den
forma a su reacción frente a la pasividad. Alteraciones del carácter como la rigidez o la se-
veridad constituirán modos de ofrecer una ilusión fálica.
El carácter de la Bestia parece reproducir este tipo de reacción; lleva las huellas de las
disposiciones pulsionales que aún no logran ser domeñadas. Probablemente su intento
por sofocarlas dé por resultado el aislamiento que queda expresado en el relato por su
apartamiento en el castillo que puede contener, entre otras, la fantasía de regreso al seno
materno. El castillo es refugio pero también prisión.
El modo de ser “bestial” parece delatar rasgos de carácter descriptos por Freud con
relación al erotismo anal, quien también señala “un pequeño fragmento de histeria que re-
gularmente se encuentra en el fondo de una neurosis obsesiva”. Tal vez podamos hallar
588 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
este fragmento en lo fálico que queda colocado en el cuerpo de Bestia, un cuerpo que
simboliza la fuerza aterradora, a la manera de la identificación histérica al falo, pero a
costa quizás de la ubicación de la potencia en el órgano viril. En la clínica es frecuente la
observación de problemas de impotencia en hombres que ostentan tanto un carácter es-
pecialmente fuerte como un físico especialmente desarrollado.
Además de las pulsiones descriptas, surge un componente oral que se deriva de su
similitud con un animal depredador. Para Freud (1917), en la organización sádico-anal se
discierne un desarrollo de la oral, por la cual el violento quehacer muscular sobre el obje-
to aparece como un acto preparatorio del devorar. Crueldad y pulsión sexual están estre-
chamente vinculadas y los apetitos canibalísticos marcan la participación de impulsos de
apoderamiento que sirven a una satisfacción ontogenéticamente antigua (Freud, 1905).
También dan cuenta de una interpretación del vínculo sexual desde una teoría infantil.
En el cuento leemos: “[...] mientras la Bestia sacaba por la fuerza al padre de Bella de
las tierras del castillo, en su mente sólo había un pensamiento: la muchacha era suya por
completo y para siempre”. Bella, por su parte, tenía una expectativa definida acerca de las
intenciones de su captor. Aunque, al ser ubicada en una hermosa habitación, reflexiona:
“Seguramente la Bestia no se habría tomado tantas molestias si pensara comerme ense-
guida”.
Zoofobia
El niño “juega” a ser el falo de la madre, o sea, todo lo que ella necesita, hasta que este
juego compartido cambia de cariz (Lacan, 1956). Es que crece, comienza a experimentar
erecciones, y ya no es todo él un falo sino que surge con preponderancia un órgano que
tiene sus apremios. Toma relevancia la masturbación y su pene se transforma en algo
muy concreto que lo enfrenta con la distancia entre cumplir con una imagen y tener algo
real que ofrecer.
La dimensión necesaria para la constitución de “un mundo humano pleno” depende no
sólo de la maduración genital sino de esta adquisición simbólica. Es ahí donde tendría que
intervenir un padre que se haga cargo del deseo materno, para sacarlo de esta dialécti-
ca; pero no siempre ocurre así.
En la infancia, este momento suele ser el típico para el surgimiento de la angustia, y
de la fobia como un intento de ligar, de convertir la angustia en simbólica, pensable. Es
una manera fallida de introducir la castración, transformando la angustia en miedo, un
modo de establecer lugares, límites, un “adentro/afuera”, un permitido y prohibido. Cuan-
do se desarrolla una zoofobia, el animal elegido parece una representación del padre
feroz de la mítica horda, que asume este papel castrador.
En la adolescencia se revive la angustia ante un crecimiento que lo enfrenta nueva-
mente con la alternativa entre poder y no poder, y sus consecuencias. En el cuento, el en-
cierro de la Bestia en el castillo marca de manera extrema el límite que lo separa de lo
conflictivo, al mismo tiempo que expresa su estar preso en las redes endogámicas. Pero
esta situación fóbica parece revertirse: es él quien despierta miedo. Tal vez sea un inten-
De la rosa
590 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
Un elemento significativo alrededor del cual gira parte de la dramática del cuento lo cons-
tituye la figura de la rosa. Ésta se presta para simbolizar lo femenino; si bien en las dos
versiones que consideramos aquí, este contenido aparece bajo facetas distintas. En la
versión antigua, la rosa parece aludir propiamente a la feminidad, mientras que en la mo-
derna parece representar al falo materno.
Según el relato de la autora francesa, el padre de Bella, para refugiarse de una tor-
menta de nieve, ingresa en un palacio desconocido y sin moradores visibles. Allí encuen-
tra la cena preparada para él y un lecho para dormir; a la mañana lo espera un traje para
reemplazar el suyo mojado y el desayuno. “Ésta debe ser la casa de algún hada buena”,
reflexiona. Sale al jardín lleno de flores y recuerda el pedido de su hija menor. Al arrancar
una rosa para ella, escucha un gruñido y aparece Bestia enfurecido acusándolo por su in-
gratitud: “Te acojo en mi castillo, te alimento y cuido, y en compensación robas mis rosas,
que amo más que cualquier cosa en el mundo. ¡Morirás por ello!”. El hombre se puso de
rodillas y dijo: “¡Perdonadme, señor, os lo ruego! Sólo arranqué una rosa para mi hija, que
me había pedido una”.
Bestia agregó: “No me llaman señor. Mi nombre es Bestia, y no me preocupa quién lo
sepa. Pero ahora que me dices que tienes una hija, estoy pensando en dejarte marchar.
Con una condición. Ella debe venir aquí por su propia voluntad, para morir en tu lugar. Si
no es así, debes volver tú mismo dentro de tres meses”.
El reproche que Bestia dirige al padre parece ser la inversión, producto de la culpa, de
aquel que el padre podría formular al hijo: lo ha criado para finalmente encontrarse con un
rival que quiere robarle su objeto amoroso. La rivalidad edípica, como consecuencia de la
ambivalencia afectiva, le genera al hijo la recriminación de ser una bestia asesina.
Podemos interpretar que la rosa en el jardín de Bestia alude a sus aspectos femeni-
nos, sus anhelos pasivos. En este sentido, el padre aparece ejerciendo una función de
corte: “castra” a Bestia su parte femenina. El padre no sólo prohíbe la utilización del pene
del hijo como instrumento de su deseo hacia la madre, sino que lo separa como falo de la
madre. Y más profundamente actúa como interdictor de su identificación femenina. Según
Hugo Litvinoff (1993),
[...] cuando el padre, en pleno ejercicio de su rol, separa al hijo de la madre instaurando la prohi-
bición del incesto, además de privarlo del goce con la madre determina la imposibilidad de ac-
ceso al goce de la madre dejándole como única posibilidad obtener placer en tanto hombre. De
modo que a la conocida sentencia: “No gozarás a tu madre” podríamos completarla afirmando:
“No gozarás a tu madre ni gozarás como tu madre, es decir, como mujer”, con lo cual advertimos
que el efecto de la amenaza de castración es sexuante y que la inhibición del incesto conlleva el
esfuerzo de desalojo de la bisexualidad.
La reacción que provoca en la Bestia da cuenta del odio que despierta la renuncia a estos
deseos pulsionales. Siguiendo esta línea interpretativa, la rosa aludiría a los anhelos fe-
meninos de Bestia, a los que, como parte de la elaboración del complejo de castración,
deberá renunciar para consolidar su identidad masculina.
El padre mismo debe encontrar una barrera en la apropiación gozosa de su hijo. Si el
padre hace de una mujer la causa de su deseo, introduce la falta y marca para el hijo el
camino hacia el deseo heterosexual. La función paterna, al tiempo que señala la necesi-
dad de ganarse como hombre a la mujer propia, marca a su vez un límite en el amor hacia
el padre. El hijo debe renunciar a “tener al padre” para “ser como el padre” (Freud, 1918).
En este camino de renuncia al padre es posible que, como reacción, surja la confron-
tación. En este caso, el adolescente puede sentir que debe luchar con el padre para que
éste le ceda los emblemas masculinos con la consiguiente persecución y culpa. La Bestia
ostenta su fuerza, pero también se avergüenza de su aspecto, de su condición de bestia
devoradora, “hambrienta” de identificaciones. Con la imagen de la Bestia, el adolescente
echa mano a un recurso que le permite rápidamente revestirse de emblemas masculi-
nos sin pasar por el doloroso proceso de reconocerse castrado, de asumir el aspecto pa-
sivo que conlleva toda identificación.
En este episodio del cuento vemos que es apelando al padre que la Bestia logrará su ac-
ceso a la mujer; frustrado en su amor por él, incapaz de saldar su deuda, lo enfrenta. Bella
ocupa el lugar del padre cuando Bestia renuncia a ser amado por él y pide a cambio una
mujer. “Deja ir” su amor homosexual para aventurarse en el terreno de la heterosexualidad.
Una de las salidas posibles para eludir la posición homosexual es colocarse en acti-
tud de servidumbre sexual frente a la mujer, cumpliendo inconscientemente los anhelos
masoquistas y pasivos (Freud, 1937).
Veamos cómo encara Bestia, en principio, su relación con la mujer:
La Bestia cenó con ella la noche siguiente y le dijo que mientras estuviera con él, sólo tenía que
pedir lo que quisiera y lo tendría.
—Tú eres la señora aquí —dijo—, y yo el sirviente. Dime, ¿soy muy feo?
—Sí —dijo Bella—. Pero también eres muy amable.
—Probablemente es porque soy muy estúpido —dijo la Bestia.
—En absoluto. La gente estúpida piensa que es muy inteligente. Tú tienes buen corazón,
así que no puedes ser estúpido.
Y la Bestia contestó: —En este caso, Bella, ¿te casarás conmigo?
—No —dijo Bella—, no lo haré.
En la versión moderna del cuento, la hermosa flor le es ofrecida al príncipe por la hechi-
cera, disfrazada de anciana: “Siento no tener dinero, pero puedo ofreceros esta pequeña
y perfecta rosa como muestra de mi gratitud”. El príncipe la rechaza con desprecio y cruel-
dad por lo cual es convertido en bestia. El hada luego alza la rosa y le dice: “Esta rosa flo-
recerá hasta que cumplas veintiún años y luego se marchitará y morirá. Hasta entonces
tienes tiempo de romper el conjuro, pero si no lo haces, serás condenado a ser una bes-
tia para siempre. Puso la rosa sobre la mesa y la cubrió con una campana de cristal”.
Freud, en el historial del “Hombre de los lobos”, dice que su paciente está “hechizado”
y lo relaciona con el hecho de haber quedado fijado a una escena que se volvió decisiva
para su vida sexual. Lacan destaca un parentesco etimológico entre “hechizo” y “fetiche”.
El personaje hechizado esta “fetichizado”, o sea, encarna, más allá de la madre, el falo
que le falta. Y lo encarna en la medida en que él no lo posee, que todo él es un falo.
En este sentido, podemos pensar que el “paciente” que ahora nos ocupa, la Bestia, ha
592 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
quedado fijado a una escena que lo convierte a él en lobo, en el padre inhumano. Bestia
ha quedado hechizado por una imagen de lo fálico que responde a una fantasía infantil, y
que configura además un típico cumplimiento de deseos femenino, ya que responde a la
angustia de castración: la del hombre todo fálico. O sea que el castigo, ser una bestia, en-
cubre que de esta manera cumple también con un deseo inconsciente que pesa sobre él.
La fijación que lo captura parece corresponder a la identificación con el protopadre de la
horda, un padre que “es” el falo. Podemos pensar que la figura del arbitrario poseedor de
todas las mujeres seguramente configura una fantasía desiderativa, que deja de lado que
semejante posicionamiento cierra precisamente el camino al amor y a veces hasta al sexo.
De todas maneras, esta identificación constituye un avance en el intento de librarse de la
“trampa” materna, demanda que parece no dejarle otra salida que ponerse en el lugar del
padre terrible para frenar la pasivización.1
El “lobo” en el que deviene, lo condena a ser el falo y no poder tenerlo, no poder ha-
cerlo entrar en el diálogo amoroso del dar y recibir. No puede ser tierno, no sólo como de-
fensa frente a la tentación incestuosa, sino como consecuencia de una investidura narci-
sista que le impide conectarse con su falta y buscar un objeto al cual poder ofrecer su falo
como un “regalo”. Queda fuera de lo humano, en un sentido, a causa de algo que debió
simbolizar y no lo hizo: la diferencia entre masculino y femenino, la posibilidad de aludir a
algo faltante.
Deberá poder salir de esta identificación (yo ideal), dejar de ser él mismo el falo, para
poder poseerlo como atributo viril y entrar en el terreno de la elección de objeto. De esta
manera le será posible adueñarse de su pene y colocar el ideal (ideal del yo) en un obje-
to a través del cual superar el narcisismo. Recién en ese momento podrá acceder al ena-
moramiento.
La Bestia esconde la campana con la rosa en un ala del castillo a la que prohíbe ac-
ceder a Bella; pero ella, no obstante, la descubre. “¡Ah!, ¿así que ésta es el ala oeste?”,
inquirió Bella recordando la advertencia de la Bestia. “Me gustaría saber qué esconde
ahí.”
Entonces, la muchacha vio la rosa. Aunque estaba bastante marchita y había perdido
casi todos los pétalos, parecía brillar. Se acercó y alargó la mano para tocarlos... Estaba
tan cautivada por la rosa que no vio la voluminosa sombra de la Bestia: “¡Te dije que no
vinieras aquí! –gritó–. ¿Te das cuenta de lo que podrías haber hecho?”. “No quise hacer
ningún daño”, suplicó Bella.
Lo que “brilla” por su ausencia es justamente un objeto que no puede poner en juego,
su propio falo.
Agregaremos aun otra interpretación sobre el tema de la rosa que pierde sus pétalos
o que es robada. Probablemente simbolice una conflictiva en torno a la desfloración.
Desde que el adolescente admite la existencia de la vagina, la virginidad, entre otros con-
tenidos, adquiere significación de tabú.
También el varón deberá atravesar una “desfloración” que implica no sólo vencer el
temor al incesto, sino también abandonar tanto la pasividad infantil como la preservación de
un falo intacto. Y habrá llegado el momento de poner a prueba su virilidad. Pero el fin acti-
vo de la pulsión puede encontrar el obstáculo del temor a dañar y ser acusado de poner en
juego un grado de agresividad que la latencia había sofocado. Nuevamente aparece la som-
bra de la Bestia, aquel a quien se teme y se rechaza.2
Viñeta clínica
“Todos tienen apodo en la empresa, forma parte del folclore” –dice el paciente en su pri-
mer año de análisis–. A mí me dicen… me causa gracia, pero bueno, cada cual tiene el
suyo, hay quien es el pelado, o el gordo, y a mí me dicen: ‘la bestia’”. Y él se ríe y cuen-
ta que representa ese papel, como diciendo: “Cuidado conmigo”. Pero a veces se irrita,
porque si se rompe algo, o si alguien encuentra la tapa de un frasco enroscada demasia-
do fuerte, enseguida le echan la culpa a él: “Fue la bestia”. Pero en general le gusta que
piensen que con él no se tienen que meter. Y agrega que trabaja en un lugar asilado, “ais-
lado”, se corrige; a veces está durante toda la jornada laboral solo.
“Como encerrado en el castillo”, acota la analista. “Sí –se ríe él–, encima estoy en un
primer piso y desde los ventanales puedo ver toda la planta, estoy como en una torre mi-
rando; y los vidrios son tornasolados, de día viene bien por el sol, el calor, pero a la noche
se transforman como en un espejo, pero al revés, desde afuera me pueden ver, pero yo
no, sólo veo siluetas.”
Y se queja de que el problema se da en la casa, porque allí el asunto ya no es broma
como en el trabajo, si a él se le está por caer algo y hace un movimiento violento como para
atajarlo, la esposa se asusta, se cubre como si él fuera a pegarle. Y él le pregunta: “¿Alguna
vez te levanté la mano?”.
Y la analista le recuerda que en el colegio él era el chico agresivo, el que pegaba, no
sabía por qué, y que ante la brutalidad del padre muchas veces se veía en la obligación
de defender a la madre, que tal vez ése fuera el lugar que ella esperaba que ocupara, que
fuera más brutal que el padre.
“Pero ella no me lo pedía –dice el paciente–, yo no era un suplemento de ella como el
vecinito que tenía, que era el suplemento de la madre, hasta hoy en día.” Y agrega que él
ahora también sale en defensa de la madre, pero eso no implica ser más bestia que el
padre. Y es cierto que en el colegio era el que pegaba y no lo querían, aunque él no en-
tendía qué pasaba.
La analista le pregunta si acaso se esperaba de él, en la familia, que ocupara ese
lugar; el hermano era el bueno, el estudioso, y él el bruto, el que no cumplía, como so-
metido a actuar ese personaje. Y él reconoce que era así, a pesar de ser más inteligente
que su hermano, pero estudiaba a último momento y estaba siempre a contramano, hasta
en el hecho de haber tenido experiencias homosexuales con los chicos del barrio. Ahora
se afeitó y se cortó el pelo, y trata de adelgazar, porque no le gusta la imagen que da,
pero, se pregunta, cómo dar otra. Entonces recuerda una película en la que
Schwartzennegger, el protagonista, sale de la película y se observa, y después vuelve
pero ya no es igual que antes, tampoco es invulnerable porque las balas lo lastiman.
La analista señala ahí una dificultad: a él no le gusta que le tengan miedo y lo vean
bruto, pero hay algo que le gusta de la bestia, que así él parece fuerte, firme. “Sí –confir-
594 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
[...] para la especie humana, la forclusión del significante de la mujer hace su delirio; ésta es la
locura genérica del ser humano, estaríamos todos atrapados en ella. Esto es lo que ocurre
cuando se produce la forclusión del Nombre del Padre que anula la significación fálica. La mujer
aparece más aún en lo real.
Podríamos decir que aquello que se repudia de la castración se restituye en una certeza:
la posesión del falo, donde el pene toma el valor de falo recuperado. Este criterio será
compartido por la mujer, que busca en el hombre su reaseguro, o se erige ella misma en
la certeza fálica como posición erotómana.
Al finalizar el Edipo, el varón, identificado a un padre que surgió como alternativa, des-
cubre que ha conservado su pene e intenta refugiarse en esa seguridad. El pene erecto
1. Otras obras literarias juegan también con el tema de la transformación del protagonista en un animal.
En “La metamorfosis”, la representación usada por Kafka para simbolizar la conversión que sufre un joven es
la de un insecto. Si comparamos la “metamorfosis” experimentada por la Bestia con esta kafkiana, podríamos
decir que la última resulta menos lograda. Termina siendo un sometimiento a la mirada materna desvalori-
zante, ya que la enfrenta a través de provocar horror convirtiéndose en el objeto degradado. También la Bestia
se convierte en aquello que “ve” la madre, pero en esta mirada materna la masculinidad está más conserva-
da que en la figura asexuada del insecto. Además, con la investidura de “la Bestia” combate al “niño bueno”,
aquel que según Winnicott (1949) todo ser humano debe dejar de ser para crecer.
Existe una “Bestia” en la tradición popular argentina: el Lobizón, superstición que deriva de una leyenda
de origen europeo y refleja también la exageración de elementos masculinos. Según cuenta, el séptimo hijo
varón en una familia, al llegar a la adolescencia, se transformará en un animal salvaje.
2. En un material clínico gentilmente aportado por la Licenciada Zarrella, el paciente relata su primera re-
lación sexual y dice: “Siempre estoy pendiente de la sonrisa del otro, y enseguida reacciono con eso de que
dejan de quererme, dejo de ser el chico querido. Bueno, la erección no la tuve esa noche pero volví a recu-
perar la tranquilidad como para disfrutar, no dormí nada esa noche. Ella sí se durmió, fue la primera vez que
tuve en mis brazos a una mujer dormida. Después sí, salió una imagen mía que es de agresividad, no de agre-
sividad sino de abrazar fuerte, que no quitaba la ternura, pero ella me decía: ‘Me mirás con esos ojos que te
arden’, se aterrorizaba. Y yo le decía: ‘Yo parezco el gato Silvestre y vos Tweety, no te puedo agarrar nunca’”.
596 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
Aunque el deseo femenino sea recuperar el falo, huye de esta posibilidad cuya con-
creción resultaría enloquecedora ya que equivaldría al cumplimiento del deseo, al hallaz-
go del objeto perdido, a recuperar el falo materno que cierra la posibilidad del acceso a lo
simbólico, que la deja sin respuesta ante la pregunta sobre su lugar como mujer.
En resumen, la diferencia sexual es un concepto que debe construirse a través de la
adquisición de una capacidad de simbolización que dé una ubicación a la feminidad, y po-
demos suponer que siempre vacila. La función paterna implica la separación del hijo como
falo de la madre, y apartarlo de esta identificación le permite la simbolización del mismo
y con ello la apertura al universo del deseo y las sustituciones. La falla de esta función (en
distinta medida siempre fallida) perturba lo simbólico, dando lugar a diversas formas de
retorno de lo reprimido, lo desmentido o lo repudiado. En este sentido, la existencia de un
ser puramente fálico y la inexistencia de la mujer serían cara y contracara de un mismo
proceso forclusivo.
El camino hacia la formación de una pareja suele tropezar con tantas complicaciones que
por momentos su posibilidad de concretarse parece cosa de magia. Sin embargo, la fuer-
za pulsional y las huellas de experiencias placenteras empujan a trascender el narcisismo
y a renovar la puesta en juego de los ideales en el encuentro con el otro.
Tanto el hombre como la mujer deben resignar los placeres atribuidos al sexo contra-
rio, que suelen revestirse de misterio e idealización. Pero probablemente la diferencia se-
xual pueda ser tolerada a condición de recibir parte de lo resignado por otra vía, a través
de la relación de pareja. En el encuentro íntimo con el otro probablemente exista la fan-
tasía de recuperar lo perdido rearmando la ilusión bisexual, buscando completar y ser
completado por el otro.
En el relato, Bestia aparece dispuesto a perder sus aspectos femeninos a cambio de
poseer a Bella. Pero luego caerá en la cuenta de que poseerla no es amarla, y mucho
menos la condición para ser amado. El “poseer” en la relación amorosa deberá diferen-
ciarse del típico apoderamiento del obsesivo. Será una relación donde la aceptación del
otro como sujeto separado permita dar y recibir sin esclavizar. O al menos intentarlo.
Cuando, contra todas las probabilidades, una mujer llega al castillo de la Bestia, uno
de los sirvientes dice:
—Príncipe, ¿habéis pensado que puede ser esa chica quien rompa el conjuro?
—¡Claro que sí! ¡No soy estúpido! Pero es inútil... Ella es tan hermosa, y yo... yo, bueno, ya me
veis.
—Tendrás que ayudarla a que vea más allá.
Y es precisamente Bella la mujer que logra ver la falta tras la Bestia. Pero no inmediata-
mente. Será necesario que él atraviese la humillación de reconocer que la necesita y re-
nuncie a hacer una ostentación fálica agresiva para luego entrar en el terreno de la se-
Ella lo contemplaba como si nunca lo hubiera visto... El príncipe se puso de pie. Todo volvió a
su mente: cómo caminar completamente erguido, cómo era ser humano... Pero se sentía dis-
tinto. Era más alto, más adulto, más fuerte. Y lo más importante, veía el mundo de una manera
por completo diferente. No con codicia, ira y rencor, sino con bondad, comprensión, fuerza y
amor.
A modo de conclusión
A través del cuento hemos visto las alternativas en el juego de la seducción erótica con
los distintos semblanteos: la fuerza bruta en el hombre, la hermosa fragilidad en la mujer
y la discordancia entre ambos, que se muestra y se supera en la conmovedora escena del
baile. A lo largo de la historia, el varón ha mostrado sus delicadezas y la niña ha resulta-
do más decidida de lo previsto. Y este permanente cambio de lugares nos muestra, como
ya lo enunciara Freud, la dificultad de definir lo masculino y lo femenino. Y por ende, lo ilu-
sorio de pretender consolidar una identidad masculina o femenina en forma absoluta, ya
que el interrogante se renueva ante los cambios y accidentes que presenta la vida y que
obligan a dar nuevas respuestas.
Nos resta un último interrogante: ¿quién escribe? ¿Quién es el sujeto que habla a
través de “La Bella y la Bestia”? Una de las voces que creímos escuchar es la del varón,
al comenzar su adolescencia. Pero los cuentos de hadas, amén de un cumplimiento de
deseos, contienen un mensaje moralizador. Y adivinamos, tras el conjuro, la voz de la
mujer irritada con su hijo varón, con la ostentación fálica. Tal vez este cuento exprese una
reivindicación femenina que rompe con el alarde fálico, ya que el discurso femenino pone
tope a la pretensión de hacer entrar todo en el campo del saber, cuestiona a un discurso
totalitario que agrede todo lo relacionado con la falta. La mujer ha logrado domesticar al
ser orgulloso que detentaba el falo en exclusividad y lo ha desnudado en su angustia de
castración. Lo tiene a sus pies, suplicándole amor, diciéndole que no puede vivir sin ella.
Pero en todo este avatar, la mujer no ha salido indemne. A pesar de todos los defec-
tos se ha enamorado de ese ser que encarnaba la fuerza, ya que concretaba el secreto
deseo de un falo todopoderoso. De ese ser irascible pero ingenuo, porque aún desco-
nocía las astucias y los dobleces de la seducción; que era violento pero sufriente y solita-
rio, que buscaba imponer su masculinidad pero ansiando que se descubriera su anhelo
de amar y ser amado por una mujer. El príncipe ya no necesita ponerse en posición de
servidumbre frente a la mujer; él es el que tiene y puede dar, y esperará a su vez retribu-
ción. Por eso la mujer puede por momentos añorar a la Bestia, para la cual ella era única
princesa. Y compartimos con Bella, en secreto, el fugaz desencanto con que mira al prín-
cipe y que evidencia las contradicciones del vínculo amoroso. Es que se extraña a la
Bestia. ¡Nos habíamos encariñado!
Resumen
El adolescente, en el camino de forjar una identidad masculina, puede experimentarse como una
“bestia” cuando intenta reafirmar una posición sexual activa. Algunos llegan a plasmar esta figura
en su carácter y su aspecto físico.
La imagen de “la bestia”, al modo de un síntoma, condensaría múltiples aspectos. En un pri-
mer plano, parece una defensa ante la madre, recusada como objeto incestuoso y como modelo
de identificación. En otro plano, la muestra como reacción a adoptar una actitud femenina ante el
padre. Y podemos entenderla también como la expresión de la fijación a una escena sexual, como
ligazón a un fantasma donde el varón queda identificado a un padre feroz e inhumano, que es a la
600 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
Summary
“THE BEAUTY AND THE BEAST” OR THE METAMORPHOSIS
OF THE ADOLESCENT MALE
The adolescent, in the process of achieving a masculine identity, may feel like a “beast” when he
attempts to affirm an active sexual position. Some incarnate this figure in their character and phys-
ical appearance.
The image of “the beast”, like a symptom, condenses many aspects. On the surface, a defense
against the mother, rejected as an incestuous object and model of identification. Another level
shows it is a reaction to taking a feminine position in relation to the father. And we can also see it
as an expression of the fixation to a sexual scene, a tie to a fantasy in which the boy has identified
with a ferocious and inhuman father, both a way of approaching as well as an obstacle on the road
to his masculine identity. This fantasy corresponds to the fulfillment of a "feminine" wish: the exis-
tence of a "purely phallic" man to disavow castration.
KEYWORDS: ADOLESCENT / MALE SEXUALITY / CASTRATION / ANXIETY / PHALLUS / FEMININE / MALE IDENTITY
Bibliografía
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 21 de junio de 2002; su primera revisión tuvo lugar el 28
de enero de 2003, y ha sido aceptado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 25 de marzo de
2003.)
602 DIANA SAHOVALER DE LITVINOFF
*Mónica Armesto
La autora analiza un cuento para niños, especialmente atractivo para los latentes, inter-
pretándolo como la representación de un período de la estructuración psíquica: la adoles-
cencia masculina. Dentro de un marco conceptual cuyas raíces se encuentran en Freud y
Lacan, se acerca al material elegido, acertadamente, como si fuese un sueño, centrando
su elaboración en el personaje de la Bestia. Construye un pormenorizado y profundo es-
tudio de psicoanálisis aplicado que promoverá seguramente ricas discusiones desde dis-
tintas conceptualizaciones teóricas. Quizá sea un tanto arriesgado hacer extensivas sus
hipótesis a los procesos de estructuración de todos los adolescentes varones, así como la
interpretación de un sueño no alcanza para explicar toda la complejidad psíquica de un
analizando. Seguramente una amplia validación clínica haría posible tal extensión.
Esta salvedad, sin embargo, no impide que, como ejercicio teórico, este trabajo sea
considerado un valioso aporte para la comprensión de algunos fenómenos psíquicos ado-
lescentes, especialmente aquellos relacionados con el desequilibrio narcisista que el ad-
venimiento de la genitalidad adulta provoca.
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. de los Incas 4043, (C1427DNE)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>
REV. DE PSICOANÁLISIS, LX, 3, 2003, págs. 609-611
sión; es decir, debe haber elegido una mujer para hacerle hijos, y mostrarle a su hijo que
él no tiene lugar como objeto de su deseo, puesto que éste se dirige a su mujer, la madre
del niño. Es por eso que en una cita la autora agrega:
Según Hugo Litvinoff (1993), [...] cuando el padre, en pleno ejercicio de su rol, separa al niño
de la madre instaurando la prohibición del incesto, además de privarlo del goce con la madre
determina la imposibilidad de acceso al goce de la madre dejándole como única posibilidad ob-
tener placer en tanto hombre. De modo que la conocida sentencia: “No gozarás a tu madre”
podríamos completarla afirmando: “No gozarás a tu madre ni gozarás como tu madre [...]”.
El padre, entonces, debe tener una barrera en la apropiación gozosa de su hijo. Si al niño
se le facilita el duelo de “tener el padre” para “poder ser como él” por identificación, ad-
vendrá ese alguien que tenga la potencia que posee el padre para poder enfrentarse con
el deseo de una mujer.
Tal vez, ser una Bestia –nos dice la autora– es una reacción del adolescente para evi-
tar ser engullido por la madre o mostrarse pasivizado ante el padre. Manera fallida de bus-
car una posición masculina. Sólo cuando el hijo logre consolidar con mayor firmeza su
identidad masculina, podrá rescatar sus aspectos “femeninos” y ponerlos en juego en un
vínculo en el que pueda recibir y dar ternura sin temor a femenizarse.
Si la versión del padre no ayuda, aparece la necesidad de una fobia, y la identificación
con el animal totémico permite elaborar precariamente este momento, identificándose con
un padre excepcional que lo pone a él como excepción en el mundo al ubicarlo en lo in-
humano. Momento de borde de los adolescentes que se sienten distintos de sus pares,
caída de lo imaginario que lo muestra como semejante, visión de sí mismo como mons-
truo aislado en el “castillo”. Defensa, entonces, contra la castración. Pretensión horrorosa
e imposible de seguir siendo el falo materno.
Esta posición le trae dificultades para dirigirse a una mujer y tener el falo como atribu-
to viril. Es decir, tras la imagen impresionante de la bestia que aterroriza, se esconde la
inseguridad y la angustia. Ser el falo sustituye al tenerlo como un modo de protección. “Al
modo histérico, convierte todo su cuerpo en falo. Debe salir de esta posición donde el su-
jeto queda fetichizado.”
La sexualidad femenina se manifiesta como la necesidad de dar un lugar a la falta en
todas sus expresiones. Poder confrontarse una y otra vez con la pérdida de la ilusión de
reencontrar una satisfacción ideal o una completud que en realidad no existe. Y que la
mujer lo evoca desde la equivalencia con lo castrado.
Es por eso que deberá salir de esta identificación para poder entrar en la elección de
objeto. “‘Encontrar el falo en el otro’, o ‘ser tomado como falo’, son dos posiciones que
pueden alternarse en una pareja, generando complementariedad o desencuentros cuan-
do ambos aspiran a ocupar [...] el mismo lugar”.
La autora concluye que la diferencia sexual es un concepto que debe construirse a
través de la adquisición de una capacidad de simbolización que dé una ubicación a la fe-
minidad, inscribible como falta de completud, y podemos suponer que siempre vacila.
Además, la autora nos deleita con temas referentes al amor y a la resolución del comple-
jo de Edipo de manera que el real, categorizado por un agujero en lo simbólico a lo largo
de todo el trabajo, parece que en algún momento puede tener un final feliz. Pero sólo lo
parece.
Por último, debe decirse que la lectura de este trabajo resulta enriquecedora y que la
historia de la Bella y la Bestia es un buen camino para explicar las complicaciones de la
sexuación.
*Liliana Landes
Propongo desarrollar dos líneas para introducirnos en el trabajo de Diana Sahovaler. Ella
nos invita a capturar, si acaso es posible, algo del devenir adolescente; aunque probable-
mente surjan infinitos caminos, como ocurre cuando nos adentramos en el universo del psi-
quismo humano.
Me aproximaré al cambio corporal y lo que ello implica, y luego intentaré hacer una lec-
tura desde otro lugar acerca de la figura de este padre.
Primero me detendré en el escenario del cuerpo. El cuerpo visto, sentido y vivido como
monstruoso. El vínculo libidinal es lo que permite al sujeto simbolizar su cuerpo y el de sus
progenitores. La doble naturaleza del vínculo, reunión o separación, hace a la simboliza-
ción.
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Arenales 1732, 3º “B”, (1061) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
¿Cuál será el lugar, si queda colocado como yo ideal, para poder realizar la reapertu-
ra de las zonas erógenas? ¿Cómo responderá a sus propios interrogantes? ¿Cómo se
desprenderá del deseo de los otros para apropiarse de su propio deseo? ¿Cómo recono-
cerá su propio cuerpo?
¿Cómo evitará sentirse bestia? Difícil tarea, cuando todo es pulsión, y además la mi-
rada de los otros le devuelve la ajenidad.
Lo monstruoso es la visión de la perentoriedad de la pulsión en la resignificación de lo
polimorfo perverso del infantil sujeto que deja de ser, para ser adolescente.
Ese cuerpo, escenario de todas las inscripciones, no es sentido como propio, pues el
yo ha sido avasallado por la fuerza de la pulsión. La imagen del cuerpo es la sumatoria
de nuestras emociones, de lo propioceptivo, lo sensorioperceptivo, las experiencias con
uno y el otro, las zonas erógenas arcaicas o actuales, lo somático y lo psíquico.
El cuerpo, durante largo tiempo, es a la vez receptor y receptible, espectador y actor,
uno mismo y el otro. Es un universo de marcas visibles e invisibles de nuestra historia li-
bidinal e identificatoria. Y es fundamentalmente lo que se ofrece a la mirada.
Freud, en 1891, en “La contribución a la concepción de las afasias”, liga con un doble
trazo la imagen sonora de la palabra y la imagen visual del objeto. Es una línea única la
que liga el objeto y la palabra con lo visual. En el capítulo VII, Freud considera que lo vi-
sual, como percepción electiva, se asocia al contacto corporal como eslabón intermedio
con lo auditivo, prefiguración de la palabra.
Lo visual se encuentra entonces en una situación privilegiada, puesto que mantiene el
contacto al mismo tiempo que prepara su abandono.
El joven es bestia por los otros que lo inscriben como tal, más que por él mismo. Es la
imagen que le devuelven en su mirar. Este adolescente tiene la fantasía de no ser verda-
deramente dueño de su propio cuerpo, la fantasía inconciente de que su cuerpo está bajo
el control del otro.
Y es allí donde queda atrapado en una imagen en la cual la emoción terrorífica modi-
fica el soma y, en consecuencia, los signos corporales quedan en un juego de sombras
proyectadas en lo simbólico.
Cuando Bestia descubra que lo que está en juego es el Edipo y que deberá respon-
der a los interrogantes (propios y del deseo), recién podrá salir a la luz.
R. Moury dice:
Acaso exista para nosotros algo parecido a una necesidad permanente de reencontrar las hue-
llas de eso visual originario que perseguimos sin cesar, a veces en nuestros sueños, en otras
ocasiones en el arte, y siempre en el objeto de nuestros amores.2
y que el decurso de la excitación dentro de éste es regulado automáticamente por las per-
cepciones de placer y displacer, nos lo enseña el sabio maestro.
Ardua tarea la de precisar por qué vía el deseo de cada sujeto se disimula en los jue-
gos de la metáfora, y darle un sentido a su propia historia para captar ahí su capacidad
simbólica.
Sería ingenuo seguir viendo a nuestro joven como un monstruo, significaría que no lo-
gramos atrapar la magia de la propuesta.
La autora del trabajo se detiene en este personaje, pero podemos encontrar muchos
otros: Holden Caulfield, de la mano del enigmático Salinger –el joven de La Metamorfosis
de Kafka–, el Utkin de Andrei Makine, todos personajes de las transformaciones, de lo
oculto y por descubrir, sólo modificable si se puede sortear el enigma de la Esfinge (que
en última instancia es un acertijo infantil).
Bestia ya no pide que se lo reconozca como ser humano, sino algo más: ser sujeto y
objeto de amor, reestructurado en su identificación, con un cuerpo catectizado libidinal-
mente. Así podrá inscribir una otra historia destragedizada, abandonando el mito e ins-
talándose en las vicisitudes del deseo.
Me coloco ahora en otra línea de esta historia que se inicia con un elemento trágico. No
es la soledad de los dominios de Bestia ni la desfiguración de su cuerpo, sino el texto al-
terado. Este mensaje confuso y aterrador se inscribe como la entrega de una hija.
Este padre está dispuesto a la pérdida de un atesorado objeto de amor, por sostener
su integridad narcisística.
Interesante planteo el de la autora con respecto a los pasajes, el corte con el padre,
la renuncia y la salida hacia la heterosexualidad en la exogamia; pero en este canje hay
una transgresión. Y no cualquier transgresión.
Retomo lo alterado del texto a través de algunos cuestionamientos:
– ¿Qué de él entrega el padre? ¿Cuál es la deuda con su propio padre? ¿Cuál es el mito
retrospectivo de un otro objeto perdido?
– ¿Se inscribe en el orden del filicidio, pues la fallida resolución edípica no puede actuar
como ordenador?
– ¿Es la entrega del hijo como no-inscripción de una diferencia entre una falta y una pre-
sencia para sostenerse como Ideal?
– ¿Es la representación de la renuncia incestuosa del padre? ¿Acaso este precio tan ele-
vado da cuenta de la ambivalencia de la misma?
– ¿Es la metáfora de la entrega de un hijo para tener la redención, que tan bien nos ex-
plica Freud en el Moisés? Y de ser así, ¿cuál sería la dimensión de esa redención?
La fábula poética de la partición del ser humano en dos mitades –macho y hembra– que aspi-
ran a reunirse de nuevo en el amor se corresponde a maravilla con la teoría popular de la pul-
sión sexual.4
3. J. Lacan, “Dos notas sobre el niño”, publicado por Jenny Aubry en 1983 con la autorización de Jacques-
Alain Miller.
4. S. Freud (1905), Tres ensayos de teoría sexual, A. E., IV y V.
*Rodolfo Urribarri
Consideraciones generales
Algunas puntuaciones
En la página 581, la autora dice: “Existe un momento peculiar”. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por
qué? ¿Es un “momento”, o un proceso? “La relativa estabilidad [...] se ve conmovida por
los miedos y las tentaciones”, ésta es una formulación fenoménica que no se continúa con
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Junín 1397, 12º “A”, (C1113AAK) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina.
Correo electrónico: <[email protected]>.
1. Peter Blos: Psicoanálisis de la adolescencia, México, Joaquín Mortiz, 1971, pág. 95.
618 RODOLFO URRIBARRI
padre?
“Pero esta situación fóbica [?] parece revertirse: es él quien despierta miedo [las bes-
tias siempre despiertan temor]. Tal vez sea un intento de revertir la zoofobia [¿de dónde
saca que Bestia tenía una zoofobia, o cree que es un paso evolutivo inexorable?], a la ma-
nera de una identificación con el agresor [?], mecanismo que está en la base de toda iden-
tificación” (pág. 590). ¿Por qué semejante afirmación? Ni Anna Freud se habría animado
a hacerla.
Finaliza el acápite a toda orquesta con una generalización y conclusión, otra vez sin
aclarar su procedencia.
En el primer párrafo de “De la rosa” vuelve a aparecer la oscilación entre las dos ver-
siones del cuento.
El desarrollo del reproche que Bestia le dirige al padre de Bella es interesante pero no
está formulado con claridad.
“En este episodio del cuento vemos que es apelando al padre que la bestia logrará su
acceso a la mujer; frustrado en su amor por él, incapaz de saldar su deuda, lo enfrenta.
Bella ocupa el lugar del padre cuando Bestia renuncia a ser amado por él y pide a cam-
bio una mujer. ‘Dejar ir’ su amor homosexual para aventurarse en el terreno de la hetero-
sexualidad” (pág. 593). ¿En qué se basa la autora para realizar estas afirmaciones? ¿El
amor de quién por quién? Pareciera confundir el padre del cuento con la renuncia del
amor al padre en el varón para acceder a la mujer. Como mostró en la transcripción del
texto del cuento en las páginas 591 y 592, Bestia se aprovecha bajo extorsión y riesgo de
muerte de acceder a su hija, ¿dónde está el frustrado amor?
La autora no ahonda en que el príncipe es convertido en Bestia por “su desprecio y
crueldad”, su arrogancia y soberbia a la muestra de gratitud que se le ofrecía. “En este
sentido, podemos pensar que el ‘paciente’ que ahora nos ocupa, la bestia [...]” (pág. 594),
otra vez la extrapolación y el deslizamiento, que se continúan en los siguientes párrafos.
La nota 1 es un recorrido de Kafka al Lobizón, pasando por Winnicott; no está claro
para qué incluye a este último.
“El ‘lobo’ en el que deviene, lo condena a ser el falo y no poder tenerlo [¿es que se
puede tener el falo?]” (pág. 594).
Tampoco es claro el sentido de la inclusión de la viñeta clínica y qué relación tiene con
el texto.
En el acápite “El milagro del encuentro amoroso” (¿acaso la autora cree que es un mi-
lagro?), los párrafos que comienzan “Pero solo puede...” y “En el enamoramiento...” están
bien logrados.
Arnaldo Smola
David Chernizky
Virginia Ungar
Felisa L. de Widder
DAVID CHERNIZKY: Esta actividad científica del Departamento de Niños y Adolescentes está
enmarcada en el área “praxis psicoanalítica”, que en sus dos aspectos, teórico y clínico,
es debatida por psicoanalistas que se dedican a niños y adolescentes, promoviendo la
participación, así como la confrontación de diferentes posturas teórico-clínicas. Las trans-
formaciones sociales y científicas que impone nuestro tiempo generan la necesidad de re-
plantearnos nuestra praxis y nuestra psicopatología, volviendo a la metapsicología para
rescatar su fecundidad y generar nuevas aperturas.
a) El lugar del analista está hoy amenazado, desde afuera y desde adentro. Desde aden-
tro, por lo que desde una visión benigna sería la querella de escuelas, algo que en otro
momento y con elevada dosis de optimismo veíamos como el testimonio de la vitalidad
del análisis pero, dado que hoy no podemos dejar de ver que el disenso atraviesa nues-
tro concepto de inconsciente, la polémica no ofrece condiciones para ser fructuosa y edi-
ficante. Además, esto conduce a un cierto desacompasamiento entre teoría y práctica a
favor de la primera, a la cual se le otorga el dudoso privilegio de crecer sola, sin la im-
prescindible compañía de la aplicación y los pasos de descubrimiento. Lo que amenaza
desde afuera es el ataque conjunto de las prepagas y los laboratorios, que, a veces bajo
el paraguas de las neurociencias, procuran los resultados pragmáticos, y cuando admi-
ten una derivación hacia la psicoterapia analítica, “para que resuelva la dificultad”, asig-
nan un número de sesiones exiguo. Brutalizado por el “apuro planillero y contractual”,
tampoco el terapeuta psicoanalítico puede hacer mucho. El psicoanálisis de niños, que
estaba hasta ahora libre del giro pragmático-organicista, viene siendo atacado desde la
promoción de nuevos síndromes formados por conjuntos de síntomas que pueden apa-
recer, en realidad, a raíz de variadas clases de conflictos. Igualmente, no es tan fácil que
una serie de entidades clínicas sean tratadas desde la farmacopea, por más velocidad y
confort que se pretenda. Mi temor, sin embargo, es que “la carrera armamentista” se
combine con nuestra falta de respuestas clínicas. Por otra parte, no por amenazada
menos valiosa, la función que el analista de niños realiza es importante porque la in-
fluencia de su accionar, cuando es exitoso, tiene enorme proyección. No quiero exage-
rar ni insistir sobre lo que ya sabemos: la persistencia de síntomas neuróticos produce
posiciones duraderas en la vida de las personas. En principio somos consultados para
destrabar un desarrollo. Ahora bien, en general se observan dos posiciones: la del ana-
lista que se reserva únicamente para el análisis, y que no interviene en las decisiones
que se tomen acerca del chico, y la del que sí interviene, considerando que somos con-
sultados acerca de muchas cosas que tienen gravitación en nuestro paciente. Creo que
en tanto pueda intervenirse, en especial si se es requerido y si se conoce sobre el parti-
cular, y siempre evitando practicar alianzas con los padres por fuera de la voluntad o el
conocimiento de su paciente, hay que hacerlo. Entiendo que es mejor que lo haga el ana-
lista –si sabe– porque conoce al chico, y porque pudiendo ayudar, el no hacerlo dificulta
la relación con los padres. Hay que saber, también, que es una posición difícil, pues debe
desprenderse del poder con que se lo inviste, que deviene de las transferencias; el ana-
lista que trabaja con niños sabe que coinciden sobre él transferencias múltiples y com-
promisos con el rédito terapéutico: es por eso que su rol es difícil, y también codiciado.
b)La palabra “lugar”: ventajas y desventajas... es una metáfora espacial, que expresa que
la persona tiene ya algún tipo de asignación que está fuera de su voluntad y su conoci-
miento. Por lo general, se traduce como que uno fue puesto en ese lugar, que ese lugar
lo esperaba. Si no se toma esto como una verdad única, hay que asumir, sin embargo,
que suele resultar cierto. Estas determinaciones aparecían desde los comienzos del psi-
coanálisis. Hay una pieza teatral de Strindberg, un dramaturgo que fue muy afecto al psi-
coanálisis, en donde uno de los hermanos descubre para el otro el origen (consigna ma-
terna) de cierto rasgo caracterial de éste. En la tragedia original, la tragedia griega, lo que
se narra es la lucha del hombre contra el destino, dictado éste por algún dios; luego
vendrá la tragedia isabelina, la de Shakespeare, en la que el hombre lucha contra otro
hombre; en la tragedia actual, el hombre suele sostener una lucha contra sí mismo. No
me atrevería a decir cuál de estas características debería tomar el psicoanálisis si fuera
con exclusión de los otros, pero sí que del primer tipo, del hombre contra el destino, los
dioses-padres, deviene un insight que no es útil para tratar el conflicto, aunque a corto
plazo resulte consolador. El lugar que a uno le está reservado por los demás es impor-
tante, como es importante que la persona tome conciencia de ello, para poder salir de él.
Pero, ¿es un único lugar? Cuando este concepto es utilizado como marca inexorable, co-
agula lo que toca y produce psiquiatrización.
Pasaré ahora, como lo anuncié, a la descripción del caso “Martín”. Martín tiene 12 años,
casi 13, es gordito, con misteriosos ojos grises, inteligentes juegos de palabras y respues-
tas filosas. También, muchos silencios. El aprendizaje escolar es sólo uno de sus proble-
mas; su síntoma se extiende a una inadaptación de la vida en la casa y en la escuela.
Negativista y oposicionista, consigue influir fuertemente en el ambiente familiar, aunque
eso lo supe bastante después de comenzado el tratamiento.
Los padres: ella, ejecutiva, importante en lo suyo, y el papá es algo así como consul-
tor de empresas, o de negocios, pero bien sui generis. Ambos son seres muy personales,
inteligentes, dialogan con fluidez, una cultura humanística a la vista y sin exhibicionismo,
en especial el padre. Disienten en lo que debería ser el trato hacia Martín. El padre quie-
re razonar con él y exigir, y a veces criticar; en tanto que la madre quiere consentir, y siem-
pre tiene en cuenta los traumas de Martín. Se la ve más dada a la sobreprotección que
su esposo, es una mujer que habla en forma terminante y simpática; en tanto que el papá
es calmo y lento en su dicción: sus mensajes en el contestador son lentos y dan la im-
presión de vacilación, que en general contrasta con su lucidez de contenido. Ambos son
personas maduras, entre 50 y 55 años. Martín es adoptado desde el primer día de vida;
más aún, la madre biológica fue conocida por ellos bastante antes del parto. La protegie-
ron, pagaron su manutención, su internación, etcétera. Todo razonable, prolijo y, sincera-
mente hablando, muy considerado.
Cuando Martín tiene 8 años se producen dos hechos traumáticos: se declara una os-
teopatía de origen genético (displasia epifisaria múltiple) que le produce dolores e impo-
tencia motriz, y que es progresiva, aunque con lentitud. También se suicida un primo de
15 años, arrojándose desde un piso alto. Era un chico que había pasado mucho tiempo
en casa de su tía, la mamá de Martín; en realidad, el suicidio ocurrió pocas horas después
de haber estado en su casa. Era dulce y querido por Martín. Cuando le dijeron “X se
murió”, contestó: “Ahora va a estar en paz”. Hay que tomar en cuenta esa respuesta. La
hermana de X vive ahora con ellos, a raíz de la locura de su madre. Dicen que es brillan-
te, lúcida y buena.
Tuve con los padres dos entrevistas, al igual que con el niño: traté que fueran en dos
ocasiones diferentes, en distintos momentos del día y semana, en especial las de Martín.
Tanto con él como con los padres intervine con comentarios casi interpretativos, y me apli-
qué en la segunda entrevista a observar cómo fue asimilado; podría decir “cómo les caí”.
También estaban destinadas a darme un poco de tiempo para que las impresiones que
me causaron decantaran. Esto seguramente lo hacemos todos; creo que se trata de lle-
var esas impresiones consigo hasta que producen algún esclarecimiento al entrar en co-
nexión, es una prolongación de la atención flotante.
Los padres me parecieron dispuestos a apoyar un proceso analítico sin demasiados
inconvenientes. En Martín, en cambio, encontré obstáculos que anunciaban dificultades fu-
turas. Si bien el nivel intelectual y el desarrollo de símbolos es, sin duda, más que bueno
para la edad, tanto el relato parental como las entrevistas me confirmaron factores nega-
tivos: los rasgos anales de conducta, rigidez, obstinación, las situaciones traumáticas y el
pronóstico desfavorable de su enfermedad física, el fuerte oposicionismo intelectual y cier-
ta tendencia al retraimiento, anunciaban un análisis muy trabajoso. El balance del cual
Sus juegos: pasa largos ratos en un juego (skate en miniatura) cuyo carácter repetitivo
queda encubierto por una finalidad de entrenamiento-perfeccionamiento, donde llega a
mostrarse muy hábil. Obviamente, pude interpretar su deseo de llegar a hacerlo de ver-
dad, como todos los chicos. Ese juego me producía buena impresión, como que no se
rendía a su destino, y al mismo tiempo veía su penoso y obsesivo esfuerzo. Un día llegó
a la sesión, practicó como siempre y me pidió que construyéramos una pista para su
skate. Lo hicimos, se mostró satisfecho dentro de su estilo sobrio, y a las pòcas sesiones
me dijo que estaba practicando en uno de verdad. Recordé entonces que me había pre-
guntado por un adolescente mayor que llegaba después que él utilizando un skate como
vehículo. Interpreté que este ambiente era para él como el lugar donde se aprendía a
hacer las cosas que a uno le resultaban difíciles, que él no quería decir mucho acerca de
esto por no ilusionarse ni mostrarse tal. La realidad era que él tenía cifradas muchas es-
peranzas en aprender ciertas cosas que lo integrasen a los demás chicos, y que eso le
resultaba importante.
Sus modelados con crealina: eran realmente muy hábiles y llamativas sus realizaciones
plásticas. Repitió muchas veces el busto de un hombre flaco, de mejillas hundidas y
mentón saliente, todo lo cual daba un aspecto patético a la figura, que tenía, además, la
cabeza llena de agujeros. Por otra parte, contemporáneamente, en juegos bastante re-
gresivos con animales, un pequeño ternero era el “comeseso” que ganaba al toro y al tigre
subiéndoseles a la cabeza, literalmente, en escenas de lucha. Negó en forma explícita
que eso pudiera tener algo que ver con él, pero se rió discretamente cuando interpreté,
en transferencia, que él podría ser mi “comeseso”, que hay un desafío de su parte en no
dejarme cumplir mi labor de mejorar su rendimiento escolar y social. Ya podría romperme
yo los sesos… etcétera. Al mismo tiempo, algo de su enfermedad le perturbaba el seso,
pero él sentía eso compensado con los cuidados que se le prodigaban. (Por supuesto,
también es de tomar en cuenta la representación de las cabezas de sus huesos largos,
llenas de agujeros.) En el “cuerpo a cuerpo” transferencial nunca planteó, como muchos
chicos de su edad, juegos de competencia, sino breves diálogos de oposición. Es un chico
626 MESA REDONDA
con una interesante capacidad simbólica, que disfruta de esa aptitud, pero con dificultad
para desprenderse del tema conflictivo, quizá para retener al objeto del que se apodera
con su sufrimiento y que le debe toda la atención.
Juegos de ingeniería: un camino, mezcla de tobogán y montaña rusa, por donde viaja un
objeto a gran velocidad, y que debe arribar al fin sin caerse. Esto estaba construido con
alambre de hierro, cartón, adhesivos e hilo. Mientras iba haciéndolo, para lo cual solicitó mi
ayuda, me explicaba. Al llegar a la palabra estructura, dice mascullando: “estructura ósea”,
y agrega “maldita estructura ósea”. Comenté que ese término lo habrá escuchado alguna
vez, quizá, en consultas médicas a raíz de su enfermedad… ósea. ¿Querrá él hablar con-
migo sobre eso, sobre su problema?
zar a forcejear. Llego a convencerme de que Martín va a bajar y, en todo caso, no puedo
hacer la experiencia. Tampoco se puede hablar ni razonar con él, estaba ciego en la
porfía.
Consigo retirarlo, ya haciendo bastante fuerza, pero tratando de no ser violento. En
cuanto lo suelto, va corriendo (al menos, todo lo rápido que puede) hacia la otra ventana,
ya fuera del cuarto de juegos. Allí hay otra lucha, algo más fácil, e intenta también con el
balcón. Lo siento en una silla, y yo me ubico enfrente en otra, y organizo mi interpretación
mientras recobro el aliento. Se basó en lo siguiente: aunque él no se diera cuenta, su
gesto expresó un deseo de muerte, o un desafío a ésta. Como hace poco hablábamos de
la muerte del primo, esto podría tener que ver. Martín responde: “No digas boludeces”.
Él estuvo por hacer una boludez, sin saber por qué, y eso es lo que pasa cuando algo
surge, a veces bruscamente, del inconsciente. Además estaba la desvalorización, que él
expresó en términos de “rengo de mierda”. Si uno es eso, si no le importa a nadie, en-
tonces se puede tirar… ¡como una mierda!
Finalmente, él probó mi voluntad de cuidarlo, testimonio de que sí me importaba.
Como se ve, una perdigonada, donde se ve que quería cubrir todos los aspectos. No me
gusta, no suelo hacerlo, y hasta me sentí molesto conmigo mismo y con él, por obligar-
me. Pero, sobre todo, porque su actuación me tomara de sorpresa. La atención del ana-
lista sostiene el análisis, a veces es el único factor, en especial cuando hay un repliegue
autista. (Hay trabajos al respecto.)
Llamé a los padres esa misma noche para advertirles que lo observaran un poco más
que de costumbre, pero que no hicieran nada especial. Hicieron algo: se enojaron conmi-
go, bien que temporariamente. No me defendí mucho.
En la siguiente sesión, y para mi sorpresa, Martín me dedica una mirada clara y una
expresión de simpatía.
ANALISTA: —¿Mejor?
MARTÍN: —Sí, pero lo que vos dijiste no tiene nada que ver.
ANALISTA: —¿Y qué buscará un chico que salta al vacío?
MARTÍN: —Mi avión, pero no era que quería suicidarme, como insinuaste.
ANALISTA: —No insinué, dije; y allí no estaba más tu avión, cosa que también te dije.
Parecía que ibas a caerte por no haber podido rescatarlo. Entonces, ¿quién era ese avión,
que vos ibas a parar al mismo lugar que él?
MARTÍN: —Estás diciendo mentiras.
ANALISTA: —Si no lo hubiera visto…
MARTÍN: (Con voz de niñito.) —Estás diciendo mentiras.
ANALISTA: —Así es cuando te ponés chiquito, estás hablando así, mimoso y siempre que
no.
ANALISTA: —Si quiero suponer que vos tenés razón y que no se trata de una intención de
suicidio, puedo pensarlo así: quisiste salvarlo (a tu avión, claro), pero ya no te fue posible
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y concentraste allí toda tu impotencia, y así de grande fue también tu empeño, porque yo
estaba mirando, y capaz que saltabas al vacío porque Arnaldo te decía que no. Hay
mucho de esto en tu vida, con tus padres debe ser parecido, andar probando a ver quién
puede más. Y como ocurre en el colegio…
MARTÍN: —¡Yo tengo discalculia!
ANALISTA: (Aprovechando la expresión.) —Una discalculia muy calculada, parece… Al res-
pecto, estoy en la misma que con el salto. Te encontrás con lo que buscás, pero de un
modo que te perjudica, y ahí están tus padres para compensar tu rechazo escolar, o
Arnaldo para, directamente, atajarte.
MARTÍN: —Directamente…
ANALISTA: —Si eso es todo lo que tenés para criticar, ha de ser que estuvo bien.
MARTÍN: (Con cierto énfasis.) —Pero lo de X pasó hace mucho; yo, ¿qué tenía que ver?
ANALISTA: —Nada en el sentido en que vos lo decís, pero habrás sentido impotencia, por
no haber estado allí para evitarlo, ni en la mente de él.
A la siguiente sesión trae una bolsa un poco disimuladamente, sin abrirla, y se pone a bus-
car en el cajón de uso común.
contacto en el aire, esto es, que sigamos hablando. Martín tiene una defensa que se basa
en el corte, la interrupción y salida de tema, ya sea con silencio o con algún gritito regre-
sivo. La fluencia de palabras y de respuestas de él me aseguraban el contacto, que es
una de sus defensas que aportan mayor dificultad en este caso. Desde luego, esto debe
ser hecho sin sacrificar “el lugar del analista”.
En la siguiente sesión, me dice que el boomerang se le perdió. Allí me entero de que
es una pieza de cierto valor, que confecciona un artesano de la vecindad, varios modelos,
correspondientes a diferentes tribus de hotentotes, etcétera. Esto me permite decirle que,
bueno, yo sé que este tipo de objetos arrojadizos pueden perderse, pero, sobre todo,
señalo el riesgo de que lo que arreglemos en el análisis se pierda. ¿No será por lo que
hablamos en la sesión anterior?
MARTÍN: —Ya sabía que ibas a decir algo así, no se te puede contar nada…
ANALISTA: —Vos temés que todo lo que digas sea un boomerang, y me pagás con la misma
moneda a mí. Es interesante que nunca pienses que es para ayudarte.
Ha ido sacando de su canasta unos modelados en arcilla, muy ingeniosos, que represen-
taban el monstruo de Loch Ness. Como son de hace tiempo, están endurecidos, y,
además, fueron pintados por él. La figura completa tiene mucha gracia. Luego hace un di-
bujo donde un pájaro con enorme pico tipo pelícano habla con otro; en suma, uno le dice
al otro: “No sé de dónde sacaste eso, pero ella no va a comerlo” (era un conjunto de ge-
nital masculino). Ríe, hay que aclarar que es la primera vez que trae el tema a sesión. Va
diciendo: “Vida dura la del pene… cuando se calienta, vomita… su mejor amiga huele mal,
y sufre de gases… Ahora me pide que le abra un nuevo paquete de arcilla, y comienza a
modelar algo que es, visiblemente, un pene. Cuando yo hablo algo en ese sentido, él lo
cambia por el monstruo de Loch Ness. Ya no como el anterior, éste se parece claramen-
te a un pene erecto. Y dice: “Pobrecito, él es bueno, pero se asustan de él”. Le digo que
ahora sí quiere que le ayude a entender esto. Él está sintiendo el deseo de hacer algo con
su pene; como siempre, siente temor del rechazo de los demás, también de su pene
agrandado que le gusta y lo asusta, y piensa que nadie va a aceptarlo y que, por lo tanto,
ninguna mujer va a quererlo como para que él pueda gozar. Se pone muy serio, y en tono
levemente más fuerte dice: “Ni aunque quieras vas a poder ponerte en mi lugar”.
Quisiera ahora decirles lo que pasó por mi mente cuando él dijo eso: una tendencia a
darle la razón (piedad paralizante, lástima, que no protege al objeto). Por supuesto, de-
presión.
Recordé Caminito, el lugar y el tango (había estado pocos días atrás con visitantes).
Recordé a un “pintor sin manos” que allí había, vendiendo su producción.
Evoqué –se me evocó– el verso “y que el tiempo nos mate a los dos”. Enseguida re-
cordé una conversación con mi supervisor de hace treinta y cinco años, acerca de la dis-
capacidad (este supervisor, además de enseñarme, ofició para mí de compañía parental,
y supongo que lo sabía). La idea sobre la discapacidad, idea de la que salgo y vuelvo, era
más o menos así: “no importa la condición que tenga o la que le falte, lo que importa es
lo que haga con ello”. Bien sencillo y claro, como se ve. También optimista y exigente.
Entonces pude hablar. Le dije que él sentía que esa enfermedad que padece lo hace
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una persona diferente de las demás; eso agrega sufrimiento a sus limitaciones, justamen-
te ahora que tanto quiere y necesita relacionarse y entenderse con los otros chicos, y eso
complica su vida. Por eso ensaya tanto; el sentirse especial, en ese sentido negativo, le
hace creerse incomprensible. Y que los demás sí pueden ponerse en lugar del otro con fa-
cilidad. Martín agregó: “Con facilidad no, pero pueden”.
También habrá pensado que el psicoanalista sí puede ponerse en lugar de otros chi-
cos, y que el de él sea muy difícil. Espera eso de mí, y por eso me desafía. Pero vamos
a ver: “vida dura la del pene…”. Me comunica que ya se le pone duro, como para me-
terse con alguna amiga, y que el deseo es tan fuerte que en ese momento no le impor-
taría el olor ni el sufrimiento (“sufre de gases”). Eso que él me comunica de su deseo tan
duro y fuerte es algo que le gusta, y lo empareja con todos los demás, siente que eso sí
lo voy a entender, y se pone contento porque tiene algo que funciona como el de todos,
bien sano, algo de lo cual enorgullecerse.
Quiero decir que no interpreté, dejando para mejor ocasión, el tema de la penetración
anal, de la relación sexual anal, y tampoco quise vincular con esa teoría de la relación se-
xual su condición de adoptado.
En una reciente entrevista con los padres, el padre recuerda que cuando era chiquito
Martín saltaba con las piernas muy rígidas, tanto que a él le daba temor que se dañara, y
así le advertía a Martín. Me pregunta si eso no será señal de que la displasia haya co-
menzado mucho antes de los 8 años, y más solapadamente. No tengo inconveniente en
confirmárselo. Al respecto (ya no en el diálogo con el padre), diré que mi hipótesis es que
Martín es tomado por los primeros signos de la enfermedad muy tempranamente, a la sa-
lida del control de esfínteres, cuando todavía los intereses anales están en plena activi-
dad; que la combinación de ambos factores produce rigidez para todo lo que sigue, en el
conjunto de la personalidad. Al fin de cuentas, todo es psicosomático en un niño, dado que
el cuerpo, en su organización, tiene un lugar privilegiado.
El padre resalta, bonachonamente, la indulgencia materna de los primeros tiempos, su
orgullo, el extenso y exquisito vestuario del nene. También las habilidades de éste, la mo-
tricidad fina adelantada, y evoca una reflexión de Martín a los 4 años: “Yo los quiero más
a ustedes que ustedes a mí, porque si no me hubieran adoptado yo sería ahora un huer-
fanito”. Yo leo detrás de esa conmovedora frase su desvalorización, una desvalorización
que complica y fija la analidad en ese argumento. La discapacidad interviene, en ese sen-
tido, como factor confirmatorio de su inseguridad, y todo el caudal afectivo no alcanza a
traducirse en un amor-gratitud, sino en un reclamo ambivalente que se sirve de la disca-
pacidad y el fracaso.
En la actualidad, me refiero a las últimas sesiones, Martín se encuentra más comuni-
cativo, parece tener mejor humor, y el material continúa presentando elementos fálico-ge-
nitales, mezclados con fantasías pregenitales; por ejemplo, modelado de espermatozoides,
donde dice “vio el óvulo y entró, dejando la colita afuera, y ahí, ¡zas! se puso a comer todo
(el contenido del óvulo, se entiende), y el ya mencionado encuentro con la amiga que sufre
de gases”. Creo que, como se sabe, el primer período adolescente presenta las pulsiones
pregenitales y genitales en mezcla que lleva con frecuencia a confusión; en Martín, y hasta
ahora, viene produciendo una movilización de los elementos pregenitales estereotipados.
Conclusión: lo que estas primeras etapas de análisis vienen mostrando es que se trata de
un niño con buenas condiciones de simbolización, a juzgar por sus palabras y su capaci-
dad plástica. Por ejemplo: comentando sobre una reciente prueba de física, habló de
energía potencial y energía cinética… Luego dijo: “Sin ética…”. Una sonrisa pícara de él
me llevó a decirle que estaba hablando de una energía que crecía en él, que lo llevaba a
acciones de las que no estaba seguro que fueran muy éticas, pero que lo divertían mucho
(obviamente, estaba aludiendo a la masturbación).
Martín pone a prueba constantemente el afecto de sus padres; algo más profunda-
mente, crecer es para él, a la vista de factores traumáticos, separarse de sus padres, en-
contrarse con el fantasma del abandono. Su mala respuesta a la solicitación de los pa-
dres, la escolaridad, es utilizada para convocar un afecto sólo regresivo; es allí donde su
capacidad simbólica cede, no puede ir adelante y prescindir del objeto. Esta defensa,
como valor agregado, lo exime de gratitud. Por eso, es un chico mimoso, pero que no gra-
tifica sino regresivamente. Los padres no se han “hecho” con el chico, no han marcado en
él su autoridad, no han sabido decirle “en esta casa viviremos así”, y eso se nota en cier-
ta artificialidad, en las explicaciones largas y concienzudas que ocultan el temperamento,
como cuando hay visitas. En la pulseada con el padre siempre ganó él, bien que ayuda-
do por la mamá. Y siendo su arma el estoicismo, el no deseo, deja inermes a los padres.
Lo que fue traumático para Martín, a ellos les resultó debilitante, supongo que por un au-
mento de la ambivalencia. Así, con el patetismo de su figura doliente y su potente asce-
tismo, Martín pretende hacer lo que puso en el espermatozoide: comerse todo el conteni-
do.
13 años, edad complicadísima para comenzar un análisis, cuestión muy meditada por
Arnaldo antes de tomarlo en tratamiento. Está en pleno tumulto puberal. Es negativista y
oposicionista, otro problema, e inadaptado. Se le suman dos handicaps muy grandes: es
hijo adoptivo y discapacitado. Cuando digo lo de los dos handicaps, no me refiero sola-
mente a la vida de Martín, sino también a la situación del analista, que, en mi experien-
cia, va a tener que luchar durante todo el tratamiento para que esos dos datos no saturen
su mente a la hora de intentar comprender el material que produce su paciente.
Comencemos con los juegos que relata Arnaldo. El del miniskate tiene, como él bien
dice, una aparente intención de entrenamiento sobre la que logra un cambio cualitativo
cuando le pide a su analista que colabore en la construcción de una pista. Me parece que
gana en la dimensión transferencial al incluir Martín a su analista en su proyecto. Arnaldo
le interpreta muy agudamente su esperanza de desarrollo en la relación transferencial.
Después volveré sobre esta secuencia.
En lo que sigue aparece el “comeseso”, y aquí asistimos al despliegue de la transfe-
rencia negativa bajo la forma de querer comer los sesos del analista hasta dejarlo hecho
una figura patética y la vertiente del temor paranoide de ser alguien a quien le van a comer
el “seso”.
Los juegos de ingeniería impactan al dejarnos observar cómo el campo de la transfe-
rencia-contratransferencia se ha complejizado. Ya se ha iniciado una ruta que es una mez-
cla de camino, tobogán y montaña rusa. La neurosis de transferencia se ha desatado, el ca-
mino está iniciado y ya no se vuelve de esta experiencia siendo el mismo que al comienzo.
Martín parece percibir esto porque enseguida va a mostrar el drama de su vida mental de
manera descarnada. Empieza cuando habla de la “maldita estructura ósea” que lo hace ser
“un rengo de mierda”, alguien en quien Arnaldo se interesa solamente porque tiene dinero.
Retengamos esto.
Aparece inmediatamente, traído por el mismo Martín, el dolor por la muerte del primo.
El analista nos dice que las dos sesiones siguientes muestran escenas dramáticas y sig-
nificativas. En la primera sesión reaparece el monótono juego del miniskate, con efecto
hipnótico para el analista. A la sesión siguiente, viene el dramático material del avioncito,
al que tira por la ventana e intenta rescatar con el alambre de la montaña rusa. El avión
se cae y Martín trepa, lo que obliga a Arnaldo a retirarlo de la ventana, forcejeando. Martín
se va enojado, más bien furioso, a otra ventana de otra habitación e intenta por el balcón.
El analista lo frena, lo hace sentar y le interpreta que lo que hizo significó un deseo de
muerte o un desafío a la misma. Luego le agrega que Martín se siente una mierda y que
a nadie le importa, así que se puede tirar como tal. Le señala que además probó su ca-
pacidad de cuidarlo.
Luego, Martín le dice que él no quiso suicidarse, a lo que Arnaldo responde mostrán-
dole su identificación con el avión.
Quiero aquí introducir otra mirada sobre el material, la cual no implica ningún desa-
cuerdo con la línea tomada por el analista. Se trata de ofrecer un punto de vista comple-
mentario, como dije antes, y lejos del calor de la sesión y del intenso dramatismo que tiene
la escena de un chico que parece estar intentando arrojarse no por una sino por dos ven-
tanas.
Vuelvo a la escena del miniskate y de la pista. ¿No podría tratarse de que además de
intentar dominar al objeto y poseerlo en plenitud nos esté transmitiendo otra fantasía, como
la de realizar un nuevo nacimiento y ser recibido y sujetado por el analista para que lo re-
ciba y acepte-adopte?
La escena del intento de suicidio me trajo a la mente el historial de la joven homose-
xual, a quien Freud interpreta su intento de suicidio a partir de la expresión niederkomen,
interesante vocablo alemán que conjuga “caer” con “parir-ser parido”.
Les recuerdo brevemente que Freud trata allí el intento de suicidio en tres vertientes:
Ella caía (niederkomen, “caer” y “parir”) por culpa del padre. La dama en cuestión habló
igual que el padre en el sentido de que no debían tener esa relación.
Hice este largo prolegómeno, y quizás necesité recordar a Freud, sólo para mostrar esta
otra fantasía posible. Martín se siente un rengo de mierda y seguramente capta algo de
la inevitable herida narcisista causada a los padres por su discapacidad, sobre todo a pa-
dres exitosos, inteligentes y mundanos, sobreocupados. Una vez instalado en la neurosis
de transferencia expone su drama y su fantasía de que sus padres seguramente quisie-
ran arrojarlo, devolver el producto que resultó “fallado”. Luego presiona a su analista, en
el sentido del tan mentado actualmente enactment, a que realice su deseo de ser “naci-
do, parido y recibido-captado-sujetado” por él.
Esta escena es de hondo dramatismo, como dice Arnaldo, pero además es uno de los
ejemplos más vívidos de cómo un analista de niños, en este caso, es comprometido no
sólo con su mente, sino también con su cuerpo y con todo su ser en un verdadero proce-
so de análisis.
De todas maneras, el acto analítico radica en que el analista pudo dar el paso nece-
sario para que éste sea posible; es decir, además de sujetarlo, fue capaz de pensar, tra-
tar de comprender y luego formular la interpretación.
Unos momentos después, Arnaldo le habla de su impotencia y creo que también se
refiere a la omnipotencia que Martín proyecta en el analista, a quien hace quedar como
su salvador.
Según mi manera de pensar el material del boomerang roto y el pedido de ayuda, en-
cauzan el material en una línea más simbólica pero que sigue el mismo camino, resulta-
do del eficaz manejo de la situación por parte del analista. El avión arrojado-salvado es
ahora un boomerang roto. Como bien insinúa Arnaldo, remite al eterno retorno, pero tam-
bién es un pedido concreto de que ayude a arreglar eso que no puede dejar de volver y
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que apela a su condición. Quiere que lo agarren aunque esté quebrado. El boomernag ar-
tesanal se pierde, y sabemos que es necesario que el objeto se pierda para que su re-
gistro quede.
Ahora sí puede venir el material sexual, tan presente en la turbulencia puberal.
Recuerdo, a propósito de esto y del motivo de consulta de Martín, ligado a su inadapta-
ción en la casa y la escuela, algo que dice Bion en su artículo “Acerca de la turbulencia”
al referirse a la pubertad como un momento en que los límites de quien es Jack o Mary
dejan de estar circunscriptos por su propio cuerpo y se extienden e involucran a personas
de su entorno. Bion dice que el grado de gravedad de un cuadro va a depender del nú-
mero de personas involucradas en él.
Retomando el material ligado a la sexualidad, según mi experiencia es bastante difí-
cil, quizás más si se trata de un analista del sexo contrario, abordar esta temática y poder
interpretar.
El material que trae Martín es, a mi juicio, de bastante crudeza. El analista va siguien-
do paso a paso lo que el chico despliega. Pero creo que también hay elementos ligados
a fantasías homosexuales, como el chiste del pene que se calienta y vomita porque su
amiga huele mal y tiene gases, que Arnaldo ve y decide en ese momento no interpretar.
Quizás lo más difícil, y para esto falta tiempo, es ligar estas fantasías con el momento en
que Arnaldo tuvo que sujetarlo, y seguramente ¡¡¡por detrás!!!
Mi conclusión es que a lo largo del material que nos presenta Arnaldo es posible ver
el transcurso de un análisis de un púber de manera muy vívida. Es un material sincero,
evocativo y que deja ver a un analista con lo que denomino actitud analítica.
Lo que a mi entender es esencial de la actitud analítica es la receptividad, la disposi-
ción a la observación, la tolerancia tanto al misterio como al desconocimiento y la inclina-
ción a tratar de reflexionar antes que actuar.
Creo que si el analista le hace saber al paciente, metacomunicativamente, que está
disponible, esto produce efectos que de modo obligado tienen que ver con el movimiento
de la transferencia.
La cuestión del comienzo de un análisis se hace presente en este punto.
Personalmente, entiendo el comienzo de un análisis como el punto de encuentro de una
disposición transferencial natural por parte del paciente y la disponibilidad del analista
que ofrece un nicho para que la transferencia se desarrolle a lo largo de las etapas del
proceso analítico.
La noción de disponibilidad puede dar lugar con facilidad a algún malentendido y re-
sulta importante aclararlo de entrada. De lo que se trata es de disponibilidad para ningu-
na otra cosa que no sea la transferencia. No es estar a disposición del paciente, es estar
a disposición de recibir la transferencia para permitir el desarrollo del proceso analítico.
Creo que el caso que discutimos nos permite asistir a un encuentro logrado de la di-
ponibilidad de un analista con actitud analítica y la transferencia de un paciente con im-
pulso al desarrollo a pesar de los enormes obstáculos que la vida le ha impuesto.
DESCRIPTORES: LUGAR DEL PSICOANALISTA / SITUACIÓN ANALÍTICA / PSICOANÁLISIS DE NIÑOS / RELACIÓN PSICOTER-
APÉUTICA / INTENTO DE SUICIDIO / SUICIDIO / ENACTMENT / ACTUACIÓN / LETARGO / ADOPCIÓN / ENFERMEDAD ORGÁNI-
CA / MATERIAL CLÍNICO / JUEGO
Arminda Aberastury
plazamiento de zona. Los deseos de succión del pecho desplazan a los deseos de suc-
ción del pene (Klein, 1948), entrando el niño en la fase pasivo-femenina, que es el punto
de partida de la homosexualidad en el varón y de la heterosexualidad en la niña.
Desde mi punto de vista, la angustia que impulsa al niño a alejarse del pecho –y que
surge fundamentalmente de la aparición del diente– lo impulsará también a alejarse del
pene como objeto de gratificación oral.
Por este motivo no sólo es necesario un desplazamiento de objeto –del pecho al
pene–, sino también de zona: en la niña, de la boca a la vagina, con fantasías de incor-
poración del pene como objeto de gratificación; y en el varón, de la boca al ano.
Podría objetarse a este planteo el hecho de que el ano no es un órgano de incorpora-
ción; sin embargo, Freud nos ha acostumbrado a considerar que si algo acontece en la
patología, debemos también encontrarlo en el desarrollo normal. La homosexualidad mas-
culina nos muestra cómo el ano puede ser equiparado a una vagina y ello –es lo que sos-
tengo– acontece en este período. Trataré luego de mostrar cómo el niño se satisface y se
orienta posteriormente hacia la heterosexualidad.
El análisis de varones me ha hecho suponer la existencia de fantasías de incorpora-
ción del pene del padre por el ano, que cuanto más aceptadas, más lo conducen a la po-
tencia eréctil y de allí, por identificación con el pene del padre, al deseo de penetrar. En
la niña, en cambio, surgen desde el primer momento –cuando descubre su vagina– las
fantasías de ser penetrada.
Podemos interrogarnos cómo es posible que un niño se represente el genital y sus
funciones si es tan precaria su posibilidad de conocerlo en la realidad. No ve sino ex-
cepcionalmente los genitales de sus padres, y aun sus propios genitales son poco ex-
plorados, con culpa, ansiedad y misterio, en gran parte por las prohibiciones del medio
externo, que se expresan entre otras cosas en la forma de vestir a un bebé, haciendo
casi imposible la exploración. Es verdad que cuando lo cambian o lo bañan puede ver o
explorar sus propios órganos, pero ¿cómo conoce sus funciones y las del otro sexo? La
hipótesis de Freud de un conocimiento filogenético resulta insuficiente y parecería un re-
manente del concepto de herencia, contra el cual luchó él al estudiar la etiología de las
neurosis.
Para los que trabajamos con niños se nos hace evidente que este conocimiento, si
bien se apoya en la herencia filogenética, tiene además una relación directa y fundamen-
tal con las experiencias biológicas y su corolario mental. Trataré de mostrarlo apoyándo-
me en algunos conceptos de P. Heimann (1952) y desde luego, en el concepto de fantasía
inconsciente (Isaacs, 1962).
Basándose en un concepto de Winnicott (1948), P. Heimann señala que el bebé al
nacer alucina un objeto capaz de satisfacer sus necesidades y, desde el primer contacto
con el objeto real pecho-mamadera, empieza a modificarlo de acuerdo a la realidad ex-
perimentada.
Aplica este concepto a la genitalidad, ofreciendo una hipótesis –para mí satisfactoria–
de cómo puede surgir en el niño la representación de los genitales y sus funciones.
Pienso que ya cuando surgen las tensiones genitales en la segunda mitad del primer
año fantasea un órgano capaz de satisfacerlas; la niña, algo que penetre y llene su vagi-
na, y el varón, algo donde él pueda penetrar, y el modelo de esa penetración es la rela-
ción de la boca con el pecho.
Agregaría a esto que la experiencia biológica del cortar la encía para que el diente
emerja, contribuye a la estructuración de la imagen de los genitales, ya que se trata tam-
bién de una cavidad –alveolo– y de algo que emerge y es penetrante –el diente–. Los me-
canismos que describe M. Klein como necesarios para que el bebé alucine el pecho nos
permitirán comprender bajo qué condiciones y mediante qué mecanismos mentales
puede alucinar una satisfacción genital.
Hablando de la alucinación del pecho, M. Klein (1962) dice:
Podemos suponer que el lactante alucina el añorado estado prenatal. Como el pecho alucina-
do es inagotable, la voracidad es momentáneamente satisfecha, pero tarde o temprano la sen-
sación de hambre vuelve al lactante al mundo externo y entonces la frustración, juntamente con
todas las emociones que origina, es nuevamente vivenciada.
Del mismo modo, podemos suponer una gratificación genital alucinada sobre el modelo
de la gratificación oral, pero parecería más correcto utilizar la denominación de “gratifica-
ción fantaseada”. Así como las experiencias reales van modificando paulatinamente la
imago originaria del pecho, las experiencias genitales tempranas modificarán esta prime-
ra imagen fantaseada.
La experiencia oral da al niño no sólo el modelo de la penetración, sino también el de
cómo se calman las tensiones dolorosas. El hambre desaparece por introducción de un
objeto en la boca y el vaciamiento del mismo mediante la succión. Algo penetra en la boca
y desaparecen el malestar y el hambre. Éste es el pattern de las fantasías genitales en la
segunda mitad del primer año, pattern que hace comprensible la ya conocida equipara-
ción del pecho y el pene.
Existe en la niña, tal como lo muestran el material clínico y la observación de lactan-
tes, un descubrimiento de la vagina en la segunda mitad del primer año; y en el varón, un
reconocimiento manual de su pene y la percepción de su capacidad erectil, acompañados
del conocimiento de sus funciones y de la búsqueda de satisfacerlas no sólo a través de
la masturbación.
Me trajeron una niña de once meses que no podía dormirse sin un chupete para la
boca y otro para los genitales. Ana, de nueve meses, introducía en su vagina casquitos
de mandarinas que eran su fruta predilecta. Dora, de once meses, guardaba en su bom-
bacha un poco de cada comida favorita para la otra boca. Juanita, de once meses, se
masturbaba en el baño, echando gotitas de agua en su dedo, que introducía en su boca
o en su vagina, dándoles agua a ambas. También Rosa, de once meses, trataba de in-
troducir agua en la vagina cuando se bañaba, y tomaba de esa misma agua.
En la experiencia clínica vemos que un niño pequeño tiene una clara representación
de la diferencia de sexos y de la unión genital; vemos luego cómo en el desarrollo repri-
me y olvida estos conocimientos, siendo a veces necesario reenseñárselos. En su mente,
el genital masculino tiene las características de un pecho que nutre y que también puede
destruir. Son las experiencias de hambre y de frustración por una parte, y las de gratifica-
ción por otra, las que sirven de marco a sus fantasías genitales.
646 ARMINDA ABERASTURY
La naturaleza bisexual del hombre explica por qué la libido se desarrolla por un pro-
ceso dialéctico de pérdida y recuperación y por qué, ya cuando el bebé descubre sus ge-
nitales, sale en busca de la “otra parte” en el mundo exterior –animado o inanimado– y re-
aliza todas las experiencias de penetrar o ser penetrado, no satisfaciéndose en la mas-
turbación sino impulsado desde el primer momento a la búsqueda de la pareja y de la
unión con ella.
La madre de un bebé de ocho meses me relató que el mismo día que su hijo descu-
brió la capacidad eréctil del pene, lo manipuló hasta lograr varias erecciones y, paralela-
mente a eso, descubrió en la bañera los pequeños agujeros que sirven de desagüe su-
plementario. Por primera vez su juego en el baño consistió entonces en meter el dedito
en cada uno de los agujeros, explorando sus capacidades de penetración.
Una madre integrante de un grupo de orientación me relató que la única forma de ves-
tir tranquila a su hijo de nueve meses después de bañarlo en el catrecito era dejarlo jugar
a meter y sacar el dedo del caño de goma que servía para el desagüe, y que este juego
fue descubierto por él paralelamente al comienzo de su actividad masturbatoria.
En general, por las inhibiciones genitales de los adultos, este período de masturbación
en el lactante, así como su curiosidad y su necesidad de exhibirse, son negados y otras
veces impedidos, ya sea por una abierta prohibición o castigo cuando lo hace, o más sutil-
mente vistiéndolo con ropas que le hacen imposible la exploración. Otras veces, se limita el
tiempo de cambiarlo o el del baño, en el cual podría satisfacer sus necesidades. Por un me-
canismo similar, sus juegos son censurados y a veces impedidos.
Cuando el bebé descubre sus genitales, este descubrimiento, que le impone la acep-
tación de la diferencia de sexos, entra en conflicto con la angustia de castración actuante
en esos momentos. Melanie Klein señaló que en los primeros estadios es normal en
ambos sexos que la angustia de castración se exprese en el temor de ser vaciados, man-
teniéndose como tal en la niña durante toda su vida, pero modificándose en el varón cuan-
do se centra en el temor a perder los genitales.
Ubico esta modificación de la angustia de castración en la fase genital previa, una de
cuyas fuentes de gratificación es la curiosidad, exploración y exhibición de los genitales.
A veces, el conflicto entre la necesidad de aceptar la diferencia de sexos y la angustia de
castración que conduce a negarla puede producir una inhibición de la curiosidad o a un
temor a la diferencia, que se desplaza a cualquier detalle perceptivo o se expresa como
miedo a los desconocidos. En el desarrollo normal, este temor va dando paso al placer
por curiosear, tocar y explorar todo lo nuevo y también el propio cuerpo.
Si dejamos a un bebé de ocho meses desnudito, explorará sus genitales así como ex-
plora todas las cavidades y saliencias de los seres y objetos que lo rodean. En sus jue-
gos hará intentos de penetración. Su curiosidad se referirá a todos los cuerpos que lo ro-
dean, tanto como al suyo propio. Necesitará exhibirse desnudo y tratará de ver desnudos
a los seres a su alrededor. Otra fuente de gratificación es la que obtiene a través de la
identificación proyectiva con la pareja de sus padres.
Hasta ahora se habían señalado con frecuencia los aspectos angustiantes de la es-
cena primaria. La observación de niños me ha mostrado que tiene también una función
positiva, la de impulsarlos hacia la genitalidad.*
*Partiendo del análisis de niños, he podido confirmar así lo que Ángel Garma (1964), basándose en el
análisis de adultos, sostiene acerca de la vida genital de los padres y su influencia sobre el desarrollo genital
del niño.
menta que la palabra lo pone en contacto con el mundo y que es un medio de comuni-
cación. De esta manera, la marcha y el lenguaje tienen el mismo significado que el naci-
miento: separarse para recuperar en otra forma el contacto con el objeto perdido.
Considero este enfoque imprescindible para comprender muchos de los síntomas fre-
cuentes en el lactante durante la segunda mitad del primer año, que se conocieron du-
rante años con el rótulo de “trastornos de la dentición”. También las zoofobias, tan fre-
cuentes en este período del desarrollo, encuentran su explicación en la existencia de la
fase genital previa. Hace algunos años publiqué un caso en el cual estudiaba una fobia
en una niña de once meses (Aberastury, 1950). Los mecanismos de defensa que deter-
minaron este síntoma no difieren de los de una fobia como la de Juanito, que Freud (1909)
describió como correspondiente a la etapa fálica. Admitiendo la existencia de la fase ge-
nital previa comprendemos que es sólo aparente la contradicción con lo descripto por
Freud: la fase fálica que él señaló corresponde al fin del complejo de Edipo y la que no-
sotros estudiamos es la que marca su iniciación. El punto de fijación para la fobia sigue
siendo para nosotros la fase genital, pero una fase que es previa a la organización anal.
Si además pensamos que en el curso del desarrollo los síntomas obsesivos aparecen en
el niño después de los fóbicos y son un intento de elaboración de los mismos (Klein,
1948), se comprende que la fase anal se estructure después de la oral y la genital a con-
secuencia y como solución de los conflictos creados durante esta fase.
Al señalar la existencia de una fase genital previa a la fase anal se modifica el esque-
ma del desarrollo de la libido, facilitando la comprensión de algunos tempranos trastornos
infantiles que acompañan este proceso y que se presentan en la segunda mitad del pri-
mer año, y destacando al mismo tiempo la importancia fundamental de la vida genital del
lactante y sus consecuencias en la genitalidad del adulto.
DESCRIPTORES: ETAPA GENITAL PREVIA / NIÑO / DENTICIÓN / PECHO / SEPARACIÓN / MARCHA / DESARROLLO
KEYWORDS: PREVIOUS GENITAL STAGE / CHILD / TEETHING / BREAST / SEPARATION / WALKING / DEVELOPMENT
Bibliografía
Arminda Aberastury
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. del Libertador 1750, 1º “A”,
(C1425AAQ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <aldo_susana_ferrer@ciu-
dad.com.ar>.
654 ELFRIEDE LUSTIG DE FERRER
**Isidoro Gurman
La vida del hombre atraviesa por tres grandes períodos delimitados por diferentes formas de se-
paración y reencuentro. El primero es el trauma de nacimiento, con el abandono de la vida prena-
tal; el segundo, la aparición de los dientes, con el abandono de la unión oral y la eclosión de la ge-
nitalidad, acompañada de la bipedestación, la marcha y el lenguaje; y el tercero, la maduración ge-
nital que inicia la adolescencia, con la entrada al mundo del adulto y con el duelo definitivo por los
padres de la infancia (Aberastury, 1964, págs. 205-206).
Pérdida y duelo ubicados como condición fundante, lo que lleva a Aberastury a enunciar
una proporción entre cuatro términos: “la fase genital que describo es a la fase oral, lo
que ésta es al trauma de nacimiento” (ibíd.).
Sigámosla en una cita que toma de Melanie Klein (1962):
Podemos suponer que el lactante alucina el añorado estado prenatal. Como el pecho alucinado
es inagotable, la voracidad es momentáneamente satisfecha, pero tarde o temprano la sensa-
ción de hambre vuelve al lactante al mundo externo y entonces la frustración, juntamente con
todas las emociones que origina, es nuevamente vivenciada (Aberastury, 1964, pág. 207).
Aberastury sugiere entonces: “Del mismo modo podemos suponer una gratificación geni-
*Este trabajo se inscribe en la serie de relecturas de los autores fundadores del psicoanálisis en la
Argentina. Sugiero leerlo teniendo presente que se trata de un intento de diálogo entre el escrito original y una
lectura actual. Todas las citas corresponden a la “Fase genital previa” (REV. DE PSICOANÁLISIS, XXI, 3, 1964).
tal alucinada sobre el modelo de la gratificación oral, pero parecería más correcto utilizar
la denominación de ‘gratificación fantaseada’” (ibíd.).
Atendamos entonces a los aportes clínicos:
Me trajeron una niña de once meses que no podía dormirse sin un chupete para la boca y otro
para los genitales. Ana, de nueve meses, introducía en su vagina casquitos de mandarina que
eran su fruta predilecta. Dora, de once meses, guardaba en su bombacha un poco de cada co-
mida predilecta para la otra boca. Juanita, de once meses, se masturbaba en el baño echando
gotitas de agua en su dedo, que introducía en su boca o en su vagina, dándoles agua a ambas.
También Rosa, de once meses, trataba de introducir agua en la vagina cuando se bañaba, y to-
maba de esa misma agua (ídem, pág. 208).
Es llamativo que todos los ejemplos que nos proporciona sean de niñas; quizás en un in-
tento de dar respuesta al “¿qué quiere una mujer?”, pregunta que Freud deja como inte-
rrogante luego de haber afirmado que el inconsciente sólo reconoce la diferencia
fálico/castrado y que la libido es masculina.
Arminda afirma:
En la experiencia clínica vemos que un niño pequeño tiene una clara representación de la dife-
rencia de sexos y de la unión genital; vemos luego cómo en el desarrollo reprime y olvida estos
conocimientos, siendo a veces necesario reenseñárselos. En su mente el genital masculino
tiene las características de un pecho que nutre y que también puede destruir. Son las expe-
riencias de hambre y de frustración por una parte y las de gratificación por otra, las que sirven
de marco a sus fantasías genitales.
La naturaleza bisexual del hombre explica por qué la libido se desarrolla por un proceso
dialéctico de pérdida y recuperación, y por qué, ya cuando el bebé descubre sus genitales, sale
en busca de la “otra parte” en el mundo exterior –animado o inanimado– y realiza todas las ex-
periencias de penetrar o ser penetrado, no satisfaciéndose en la masturbación, sino impulsado
desde el primer momento a la búsqueda de la pareja y de la unión con ella (ibíd.).
Por lo tanto el inconsciente “sabe de la diferencia”, también del logro en el acto sexual, de
la búsqueda de la pareja y de la unión con ella.
Aberastury se refiere entonces a M. Klein:
[...] analizando niños, y en especial niños pequeños, llegó a conclusiones que modificaron en
parte el esquema de Freud sobre el desarrollo sexual, al descubrir que, desde el nacimiento,
actúan tendencias orales, anales y genitales. Sostuvo que, si bien las orales toman pronto la de-
lantera, no se extinguen totalmente las otras (ídem, pág. 204).
Recurre luego a Paula Heimann, quien distingue entre rasgos y organización.
La distinción por ella señalada entre rasgos y organización permite comprender por qué la fase
genital previa, al organizarse [...] no excluye la actuación de rasgos orales y anales (Aberastury,
1964, pág. 204).
nominado “esquema”, podríamos pensar la “etapa genital previa” como la condición para
pensar la apuesta freudiana del “lecho de roca”, concebido como el obstáculo fundamen-
tal de toda cura analítica. En el decir de Freud: cómo superar la angustia de castración en
el hombre y la envidia del pene en la mujer. Si la roca es concebida como obra de la re-
presión, entonces habría que reaprender el saber inconsciente de la diferencia. Se trataría
de un problema que se resolvería en un final de análisis, recuperando un saber sin pérdi-
da. El saber que el levantamiento de la represión procuraría, permitiría el acto sexual con
la “otra parte”, complemento concebido como el logro de la pareja. Habría dos, concebi-
dos como diferentes desde el comienzo y destinados a ser uno en el acto sexual. Es tam-
bién la idea que encontramos en Jones: “Dios los hizo hombre y mujer”.
Pero si seguimos esta forja a la que acude Jones, podemos decir que la mujer fue
hecha con la costilla del hombre.
Es entonces en cierto sentido verdad que lo que le falta al hombre cobra la dimensión
de lo que emerge como mujer, tal como la Biblia lo enuncia. Pero ¿es posible que hagan
un solo cuerpo en la conjugación sexual? ¿Es posible hacer coincidir lo genital con lo que
se pierde en una supuesta concepción genética a nivel oral? O como lo quiere Arminda,
¿lo genital es “previo”? ¿Es posible pensar que la maduración genital en la adolescencia
dota al individuo del instrumento efector para realizar la unión total, otorgándole la capa-
cidad de crear el hijo, cerrándose de este modo el círculo inicial de pérdida y recupera-
ción? ¿Cómo ubicar entonces el juicio de realidad definitivo que, tal como Freud lo pos-
tula en “La negación”, sólo se conquista cuando se dan por perdidos los objetos que an-
taño procuraron satisfacción?
Si bien en Tres ensayos de teoría sexual Freud consigna que el hallazgo del objeto ge-
nital es en realidad un rehallazgo, marca que este tiempo no consuma el cierre de un cír-
culo, sino que más bien apunta a la diferencia de nuevas síntesis y conexiones centradas
en aquello que como deshacimiento parental da cuenta de lo que Arminda denomina
“duelo definitivo por los padres de la infancia”.
Tomemos una cita al pie de la página 209:
Partiendo del análisis de niños, he podido confirmar así lo que Ángel Garma, basándose en el
análisis de adultos, sostiene acerca de la vida genital de los padres y su influencia sobre el de-
sarrollo genital del niño.
Si hay en lo genital “algo previo”, se trata entonces de la “gratificación [...] que obtiene a
través de la identificación proyectiva con la pareja de sus padres”. Escena primaria que
“tiene una función [...] impulsarlos hacia la genitalidad”.
Lo genital previo podía ubicarse entonces en ese fantasma parental, que como esce-
na primaria designa el lugar que el niño tendrá en el fantasma de sus padres. Pero en-
tonces el círculo no se cierra en el logro genital y el nacimiento del niño, sino que el naci-
miento de todo niño lo reabre en tanto arroja un producto que no forma parte de que los
cuerpos hagan uno, sino que un niño pone en juego la ruptura de “un coito continuo”.
La insatisfacción no es sólo del niño, y la disociación entre madre-pecho idealizada y
una madre genital perseguidora ya fue señalada por Freud en sus artículos sobre la fe-
658 ISIDORO GURMAN
minidad, donde rescata la fantasía de toda mujer que supone que genitalmente está cas-
trada, porque no fue suficientemente alimentada por el pecho de su madre. Modo en que
desde lo genital se resignifica lo oral. No se trata entonces del “hambre” en cuanto nece-
sidad, lo “real” que intenta ser tramitado, sino más bien que
[...] la proyección de la tensión genital en los padres haga que el niño fantasee a éstos unidos
a través de los genitales, y si el coito es continuo en sus fantasías, es porque la tensión no des-
cargada le impone esa idea, nacida de la insatisfacción. El aspecto destructivo o sádico de la
escena primaria estaría explicado no sólo por el sadismo oral [...] sino también por la frustración
genital.
Las condiciones en las que se desarrolla la fase genital temprana a través de la satisfacción
adecuada de la curiosidad, la exhibición, la masturbación, la actividad de juego y la identifica-
ción proyectiva con la unión de los padres, permitirán o no modificar esta imagen persecutoria
de la madre genital, y la buena unión de los padres, fuente de satisfacción genital para el niño,
permitirá a éste una actividad masturbatoria más libre de culpa, ya que las fantasías que la
acompañen serán entonces menos destructivas. Al mismo tiempo, padres con una buena geni-
talidad comprenderán mejor la genitalidad de sus hijos (Aberastury, 1964, pág. 210).
Por ende, la etapa genital previa tiene su apoyatura en lo que se llama la genitalidad de
los padres. Pero si ésta puede ser fallida, connotada como buena o mala, ¿podemos con-
cebir la genitalidad como una maduración que cierra el círculo? Quizás nos sea necesa-
rio tomar el descubrimiento clínico que nos es aportado, recurriendo a otra figura, aquella
que nos permita ubicar “la escena primaria” como la que comanda lo “genital previo”,
como la escena desde la cual las tensiones son ubicadas en una organización.
Las tensiones en tanto pulsiones, cuya magnitud Freud denominó libido, encuentran
sus destinos en un montaje, cuyas vicisitudes son concebidas en los términos de “vuelta
contra sí mismo”, “transformación en lo contrario”, “represión” y “sublimación”. Estos des-
tinos no son sin una fuente, una dirección, una satisfacción y un objeto. Este último es
concebido como diverso del objeto de necesidad (el que satisface el hambre). Y retomo
aquí a un autor que es citado en el texto, Winnicott, quien lo concibe en términos de ob-
jeto trancisional.
Es en torno de este objeto que
Debo aclarar para quien lea este trabajo teniendo presente el de Arminda Aberastury, que
omito la referencia a la dentición, a la que la autora recurre reiteradamente.
Resumiendo: la aparición de las tendencias genitales en el lactante han sido señaladas por mu-
chos autores, en especial por M. Klein y su escuela, pero mi aporte es establecer la relación de
esas tendencias con el abandono del pecho provocado por la dentición, y postular el hecho de
que no sólo se trata de tendencias que permiten la primacía de la fase oral y anal, sino también
de la estructuración de una fase genital, cuya renuncia obligada por el desarrollo es determi-
nante de los trastornos que acompañan a la dentición, así como de las múltiples sublimaciones
y logros que se producen al final del primer año de vida (ibíd.).
Más adelante, Aberastury dice:
El fracaso repetido del intento de mantener la unión con su madre le impulsa a la elaboración
de esta pérdida y a la búsqueda del padre y de nuevos objetos en el mundo externo (Aberastury,
1964, pág. 211).
Fracaso de hacer “uno” con la madre y aparición en la escena del padre y de nuevos ob-
jetos: los hermanos.
Fracaso también de la madre que no puede reintegrar su producto, acorde a la ley de
prohibición del incesto. Aparición entonces del padre como terceridad, a la cual tanto el
niño como la madre quedan remitidos. Lugar de esa identificación primaria, que como
rasgo simbólico es concebido por Freud como identificación al padre de la prehistoria per-
sonal.
En Tótem y tabú, Freud pone de relieve la primacía simbólica como nombre del padre
asignado al niño. Es en términos de equivalencias simbólicas que él concibe los inter-
cambios en torno a: pecho, heces, niños, regalo.
Sabemos también que el niño es uno de los avatares de la feminidad, en tanto pro-
mesa, y por el destino fálico que simbólicamente cobra. Es en torno a estas cuestiones
que lo fálico comporta, que es difícil concebir un destino a la angustia de castración por
un “saber temprano de las diferencias”.
Pero debemos señalar que para que el pene y la vagina oficien como atributos del niño
es necesario que éste deje de ser el falo anhelado por la madre.
Dejar de serlo para poseerlo es quizás la conquista que se dibuja en el horizonte del
“drama del desprendimiento inicial”.
Si para Freud la libido es masculina, el significante fálico es el inscripto en el “saber
inconsciente”. Pensar en “la organización genital previa” a partir de los ejemplos de juego
aportados por Arminda Aberastury, como ilustración de sus ideas, implica, si los pensa-
mos psicoanalíticamente, un camino diverso, aquel que no iría de la experiencia al saber
inconsciente, sino de cómo el saber inconsciente da cuenta de la experiencia. No dudo de
660 ISIDORO GURMAN
que hay un reconocimiento temprano de la diferencia pene/vagina, aquella que Freud con-
signa ya en el caso Juanito. Pero la pregunta que Freud se hace es: ¿por qué el niño no
dice lo que ve? ¿Por qué pone algo donde nada hay? ¿Por qué dice que a su hermanita
la cosita ya le va a crecer? ¿Por qué pedirle a un pequeño investigador lo que nuestros
científicos tampoco hacen?
En “Lo inconsciente”, Freud subraya que éste no es sólo reproductivo, sino que hay
un trabajo de lo inconsciente; por lo tanto, es productivo. Esta producción concebida como
condensación y desplazamiento da lugar a las formaciones del inconsciente.
La fantasía inconsciente como producción no es meramente el “correlato mental” del
funcionamiento corporal. El llamado cuerpo libidinal se forja en torno a las zonas de in-
tercambio con el Otro primordial, al cual Freud hace ya una temprana alusión en el
“Proyecto de psicología”.
Freud ubica en el comienzo lo que designa como pre-requisito ético, aquel que como
Otro auxiliador proporciona los cuidados y determina con su auxilio la posibilidad de vida
del niño. Entonces, el grito, el llanto y el pataleo son tomados por el Otro de los cuidados
como llamado. De este modo, la respuesta al niño es aquello interpretado como deman-
da del mismo.
Los trabajos de Spitz son señeros en cuanto a lo que acontece en el primer año de
vida. La depresión anaclítica muestra que el hambre no es suficiente para guiar al niño a
la realidad, puesto que puede dejar de comer, y la clínica así lo consigna si no hay un otro
que conciba al niño bajo la condición del deseo de que viva.
Las tres condiciones “reales” que Freud señala en Inhibición, síntoma y angustia, pre-
maturación, dependencia puntual de un objeto único, evolución de la sexualidad en dos
tiempos, pivotean sobre la segunda: la dependencia puntual.
Las “tensiones” se organizan como orales, anales, genitales, sobre la base de “ras-
gos”, es decir, marcas, huellas que configuran un “cuerpo erógeno” desde un deseo del
“otro originario de los cuidados”. Para que emerja el “hambre” y el llamado objeto oral se
configure como tal, es necesaria una “organización genital previa” que como deseo guíe
los cuidados del objeto auxiliador. Así:
Cuando un niño nace, se estructura la fase oral de succión, que es imprescindible para la
supervivencia del ser humano, no sólo por el suministro de alimentos, sino también porque
le permite rehacer un vínculo con la madre mediante el cual supera el trauma del nacimien-
to (Aberastury, 1964, pág. 211).
Trauma que, como lo quiere Freud, cae del lado de la madre, en tanto es ésta la que ex-
perimenta la angustia de castración que el nacimiento del niño supone.
Los juegos tempranos que Arminda recoge, encuentran entonces su significación y
sentido en la afirmación siguiente: “salir de la madre para ir hacia el mundo”.
Volvamos al texto:
En general, por las inhibiciones genitales de los adultos, este período de masturbación en el lac-
tante, así como su curiosidad y su necesidad de exhibirse, son negados y otras veces impedi-
dos, ya sea por una abierta prohibición o castigo cuando lo hace, o más sutilmente vistiéndole
con ropas que le hacen imposible la exploración. Otras veces, se limita el tiempo de cambiarle
o el del baño en el cual podía satisfacer sus necesidades. Por un mecanismo similar, sus jue-
gos son censurados y a veces impedidos.
Cuando el bebé descubre sus genitales, este descubrimiento que le impone la aceptación
de la diferencia de sexos entra en conflicto con la angustia de castración actuante en esos mo-
mentos (Aberastury, 1964, pág. 209).
Este período de la vida del niño se caracteriza por una aprendizaje múltiple y convergente, con
la adquisición de logros que lo llevan a un cambio fundamental frente al mundo externo, cam-
bio tan significativo como el de nacer; el niño se pone de pie, camina, habla, se produce el des-
tete y surge la genitalidad. [...]
En este sentido la bipedestación y la marcha surgen como una necesidad imperiosa del
niño de separarse de la madre [...]. Lo mismo acontece con el lenguaje [...]
De esta manera, la marcha y el lenguaje tienen el mismo significado que el nacimiento: se-
pararse para recuperar en otra forma el contacto con el objeto perdido.
Admitiendo la existencia de la fase genital previa, comprendemos que es sólo aparente la
contradicción con lo descripto por Freud: la fase fálica que él señaló corresponde al fin del com-
plejo de Edipo y la que nosotros estudiamos es la que marca su iniciación (ibíd.).
Tenemos entonces una primacía fálica que comanda desde el comienzo, y a la que es ne-
cesario recurrir para dar cuenta de los avatares de la angustia de castración.
En el comienzo, Aberastury concibe a la madre y a sus cuidados velando los genita-
les del niño, éste es entonces el falo de ella. A través de los juegos, el niño deja de serlo
para tenerlo. Es por medio de este trámite que se ubican logros y fracasos. Importante
descubrimiento: el falo del comienzo no es el del final del complejo de Edipo. Falo que
opera como trámite de una pérdida.
Ser y tener giran en torno al significante fálico, que es entonces el que hace obstáculo
a lo que Arminda concibe como el círculo madurativo.
Leemos:
vela el antológico diálogo entre Juanito y su madre, la “cosita” devendrá esa “porquería” que
él no puede tocar. Si el niño se afirma en que tocarla le trae placer, la angustia de castración
pivotea entonces en que debe dejar de ser objeto para la madre, y así se dirige al padre para
ser como él. El Hombre de los Lobos ilustra las consecuencias de lo que ocurre si él se ofre-
ce como objeto para el padre.
De este modo:
Hagamos nuestra la pregunta que se hace Arminda Aberastury. “¿Cómo es posible que
un niño se represente el genital y sus funciones, si es tan precaria su posibilidad de co-
nocerlo en la realidad?”. “La hipótesis de Freud de un conocimiento filogenético resulta in-
suficiente y parecería un remanente del concepto de herencia, contra el cual luchó él al
estudiar la etiología de las neurosis” (ídem, pág. 207).
Reformulando la pregunta en términos de cómo se liga una generación a la que la pre-
cede, es decir, cómo se hace posible una transmisión, es que en Tótem y tabú Freud la
concibe como una combinación entre la herencia y las capacidades individuales. El lazo,
tal como es formulado en el texto citado, como herencia, se centra en el lugar de una falta
y el surgimiento simbólico, punto de partida del malestar en la cultura, como respuesta de
Freud a Romain Rolland, donde cuestiona la posibilidad de fusión, de hacer uno.
Se trata entonces no de una herencia sustantiva, sino de atributos y funciones. Tanto
las zonas erógenas como los otros significativos para el niño se anudan en torno a la frase
que elegí como título de este trabajo: “El drama del desprendimiento inicial”. Herencia de
una falta, cuyo trámite, como ocurre con la transmisión de los mitos, intenta dar cuenta de
lo que el psicoanálisis aporta como “objeto”, diverso al “objeto objetivo”, y de un signifi-
cante que abre a la significación a título de connotar los intercambios llamados sexuales.
Retomando la cita de Paula Heimann, podemos decir que la realidad se percibe desde
la fantasía inconsciente, que es la que da soporte al deseo en los tiempos iniciales y ter-
minales del Edipo.
En síntesis, el trabajo de Arminda Aberastury da cuenta de un hallazgo clínico que por
su verdad sigue vigente, habilitando a un debate entre una concepción evolutiva del psi-
coanálisis de niños y aquella que introduce el inconsciente y su lógica en los tiempos de
la constitución subjetiva en un niño.
DESCRIPTORES: ETAPA GENITAL PREVIA / REPRESIÓN / ESCENA PRIMARIA / DENTICIÓN / MARCHA / INCONSCIENTE / SIG-
NIFICANTE
KEYWORDS: PREVIOUS GENITAL STAGE / REPRESSION / PRIMAL SCENE / TEETHING / WALKING / UNCONSCIOUS / SIG-
NIFIER
Bibliografía
Aberastury, A.: “La fase genital previa”, REV. DE PSICOANÁLISIS, XXI, 3, 1964.
Freud, S. (1912-13): Tótem y tabú, A. E., XIII.
— (1915): “Lo inconciente”, A. E., XIV.
— (1926): Inhibición, síntoma y angustia, A. E., XX.
— (1950 [1887-1902]): “Proyecto de psicología”, en Los orígenes del psicoanálisis, A. E., I.
Gurman, I.: “Jugar jugando con A. Aberastury”, REV. DE PSICOANÁLISIS, L, 2, 1993.
*Aiban Hagelin
Primera parte
Actualizar la teoría de “La fase genital previa” de Arminda Aberastury implica un trabajo pre-
vio: definir los términos utilizados en los textos. En este caso deberemos explicar lo que en-
tendemos por una teoría general; luego hacer lo propio con teorías en psicología del de-
sarrollo y, posteriormente, por comparación y contraste, analizar si las hipótesis de Arminda
Aberastury responden a las definiciones que estamos manejando.
Patricia Miller (1993) considera que, para el tratamiento de las teorías del desarrollo,
es fundamental analizar las cinco preguntas siguientes:
Es obvio que hay una gran diferencia entre lo que las teorías deberían ser idealmente y lo
que son en la práctica. Especialmente en ciencias sociales, las teorías nunca cumplen con
las exigencias de una formulación completa. Desde un punto de vista ideal, una teoría
completa y científica sería un conjunto de afirmaciones interconectadas, definiciones, axio-
mas, postulados, constructos hipotéticos, variables intervinientes, leyes, hipótesis, etcéte-
ra. Muchas de las afirmaciones, habitualmente expresadas en formas verbales o matemá-
ticas, son deducidas lógicamente a partir de otras afirmaciones. La función de las teorías
(conjuntos de afirmaciones interconectadas) es describir estructuras observables, meca-
nismos o procesos, y relacionarlos entre sí y con eventos observables. Se suele postular
que mientras más lejos están las afirmaciones de las conductas observables, menos apo-
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. Las Heras 1851, 11º, “14”,
(C1127AAA) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico:
<[email protected]>.
666 AIBAN HAGELIN
Siempre refiriéndonos a la tercera tarea, se afirma que una teoría evolutiva ofrece una
serie de principios generales o reglas para los cambios. Estos principios especifican an-
tecedentes necesarios y suficientes para cada uno de ellos. Por ejemplo, Freud propuso
que los impulsos instintivos biológicamente basados se mueven de la organización oral a
la anal. Sin embargo, y a pesar de los pasajes de una etapa a otra, existe una continui-
dad subyacente a los cambios. Según Miller (1993, págs. 17-18), “los principios de cam-
bio hipotetizan un conjunto de procesos necesarios para producir uno de ellos. Estos pro-
cesos han sido tan diversos como el equilibrio dinámico en las teorías de Piaget; los pro-
cesos de maduración en las teorías freudianas y etológicas, y el refuerzo de una res-
puesta por reforzamiento en la teoría del aprendizaje”.
Organización de la información
Poincaré (1952) solía decir: “la ciencia está constituida por hechos de la misma forma que
una casa está construida con ladrillos; no obstante, una acumulación de hechos no cons-
tituye de por sí una ciencia como tampoco es una casa un montón de ladrillos acumula-
dos”. Una teoría del desarrollo debe organizar y dar sentido a hechos del desarrollo; debe
proveer un marco contextual para los hechos, jerarquizar los hechos más importantes a
los cuales integra.
Es muy relevante aclarar de qué modo se relacionan los hechos con las teorías. Los
hechos pueden definirse como afirmaciones basadas en la observación y también pueden
ser aceptados con la misma descripción por distintos observadores. Marx (1976) descri-
bió cuatro modalidades interactivas básicas entre los datos (hechos de la observación) y
las teorías, característicos de la formulación de teorías: modelos; teorías funcionales; te-
orías deductivas y teorías inductivas.
Según Miller (1993, págs. 11-12), “estos cuatro modos de construcción de teorías pueden
generar investigaciones por analogía (como los modelos), o por deducción, tal como ocu-
rre en tales teorías deductivas y funcionales. Los datos, a su vez, generan teorías por in-
ducción, testean las deducciones o modelos específicos que se derivan de las teorías y
por último modifican teorías, excepto en los casos de modelos generales. La observación
668 AIBAN HAGELIN
empírica no puede probar nunca completamente que una teoría es verdadera por que fu-
turas observaciones podrían ser disconfirmatorias”.
Sería interesante seguir discutiendo las relaciones de proximidad o distancia entre las
teorías y los datos en los grupos teoréticos mencionados pero debemos abandonar este
campo y pasar a otro tema de nuestro interés.
1) Según Overton (1984) y Reese (1991) ha habido tres visiones del mundo principales que
han dominado el estudio de la psicología: el mecanicista, el organísmico y el contextual.
El primero considera al mundo como una maquina compuesta de partes, operando en el
tiempo y el espacio, dentro de la física de Newton y del empirismo británico. El desarro-
llo sería consecuentemente causado por fuerzas externas y sucesos que actuarían
sobre un sujeto pasivo (al estilo de las máquinas). En cambio, la visión organísmica de
la vida, a la manera de Leibniz, está más bien basada en sistemas vivientes, tales como
plantas y animales. Para Leibniz, el mundo estaría compuesto por mónadas, las que
tendrían una regulación inherente, espontánea, y serían autónomas. La totalidad y la uni-
dad serían lo importante, y no las partes.
Si tomamos como ejemplo la adquisición del conocimiento del mundo por parte del
niño, la teoría mecanicista dirá que el niño adquiere su visión del mundo de manera
pasiva (una copia de la trefilada), mientras que la tendencia organísmica dirá que el
niño adquiere su visión del mundo formulando activamente y testeando hipótesis
sobre categorías y objetos y también causas de eventos. Por su parte, la tercera po-
sición (W. James y G. H. Mead), el contextualismo, dirá que una conducta tendrá sen-
tido y sólo podrá ser explicada por el contexto histórico-social. La metáfora es utiliza-
da para sus hipótesis.
2) ¿El desarrollo es cualitativo o cuantitativo? Las escuelas mecanicistas sostendrán que
los cambios del desarrollo son cuantitativos; la orientación organísmica dirá que son
cualitativos. Un contextualista puede sostener ambas posiciones. Los cambios cuali-
tativos pueden referirse a clase o tipo e involucrar cambios en estructura u organiza-
ción. Los cambios cuantitativos son de cantidad, de frecuencia o de grado. Las con-
ductas se van haciendo más eficientes pero siempre ocurren lentamente a lo largo del
desarrollo.
3) ¿Quién contribuye más al desarrollo, natura o nurture? Teóricamente se debe estable-
cer las causas subyacentes del desarrollo: ¿qué es más importante, la herencia o la
experiencia? ¿El nativismo o el empirismo? ¿La biología o la cultura? ¿La madurez o
el aprendizaje? La discusión es histórica, surgió en Grecia y no podemos desarrollar
el tema aquí. En la actualidad, todos los autores piensan que los cambios en el cono-
cimiento, la conducta, etcétera, se deben a la interacción entre lo innato y los factores
Segunda parte
aspectos maternos tanto en el mundo interno como en el mundo externo. La pérdida del
pecho-madre impuesta por la presencia de los dientes manifiesta un retiro de cargas que
deben ser investidas sobre nuevos objetos tanto internos como externos. Lo que eran
meras fantasías destructivas se modifica; la presencia de dientes peligrosos da realismo
a la fantasía; ahora se es capaz de destruir pero también puede ser abandonado por ello.
La capacidad destructiva del diente lleva a su acmé la angustia depresiva, impulsa el
duelo por el pecho y la búsqueda de objetos para nuevas uniones. Este objeto para-
digmático es el padre o el que cierra el triángulo edípico (justificado por la bisexualidad
humana). Para mostrar cómo se produce el paso de lo oral a lo genital Aberastury postu-
la que, al perder el niño el vínculo oral, se organiza la fase genital previa porque los ór-
ganos genitales son los únicos aptos para permitirle recuperar la unión perdida.
Para esta época, el niño experimenta diversos fenómenos evolutivos: busca al padre,
aparece la genitalidad, se oralizan los genitales, se genitaliza la boca, aparece la capaci-
dad de simbolización, e inicia la bipedestación, la marcha, la masturbación, la curiosidad,
el exhibicionismo, y aparece un fuerte interés por la escena primaria.
El diente sería en este momento el gran efector, cerrando el círculo inicial de pérdida
y recuperación. En la vida humana hay tres momentos cumbre, caracterizados por dife-
rentes formas de separación y reencuentro: el trauma de nacimiento, la aparición del dien-
te y la pubertad genital adolescente. La fase genital, de acuerdo con Arminda Aberastury,
es a la fase oral lo que ésta es al trauma de nacimiento.
Con la nueva primacía genital, con el descubrimiento de los órganos genitales, el bebé
se aleja de la madre e inicia la búsqueda del padre, para lo cual comienza a gatear, a po-
nerse de pie, invadiendo el mundo. Aberastury coincide con Klein en cuanto a la presen-
cia de un complejo de Edipo temprano heredero del pecho, pero difiere con ella cuando
Klein considera que hay un desplazamiento del deseo de succión del pecho al pene pa-
terno, mientras que Arminda Aberastury considera que hay alejamiento del pecho y del
pene paterno como objeto de gratificación. La secuencia incluiría un desplazamiento de la
boca a la vagina en la niña y de la boca al ano en el varón. La evolución del varón iría
desde las fantasías de incorporación anal del pene del padre hasta la identificación pe-
netrante con éste. En la niña, en cambio, existiría de entrada un deseo de ser penetrada
vaginalmente.
¿Cómo es posible que un bebé se represente sus genitales y sus funciones con re-
cursos tan precarios? Aberastury apoya estas formulaciones en las hipótesis de una he-
rencia filogenética y en una relación directa y fundamental con las experiencias biológi-
cas y sus corolarios mentales. Aberastury toma conceptos de Paula Heimann basados
en Winnicott, y que suponen que al nacer el bebé alucina un objeto capaz de satisfacer
sus necesidades y que, desde el primer contacto con el pecho-mamadera, empieza a
modificarlo de acuerdo con la realidad experimentada; la niña fantasearía con un obje-
to capaz de penetrar y llenar su vagina, y el varón con algo donde él pueda penetrar; el
modelo de esa penetración sería la relación pecho-boca. Otro elemento sería la expe-
riencia biológica de cortar la encía para que el diente emerja y contribuya a la estructu-
ración de la imagen de los genitales. La experiencia oral da al niño no sólo el modelo
de la penetración, sino también el de cómo se calman las tensiones dolorosas. El ham-
bre desaparece por introducción de un objeto en la boca y el vaciamiento del mismo por
succión. Aberastury sostiene que algo penetra en la boca y desaparecen el malestar y
el hambre. Éste sería el pattern de las fantasías genitales de la segunda mitad del pri-
mer año de vida (ecuación pecho-pene).
1) Una nena de 11 meses que no se podía dormir sin un chupete para la boca y otro para
los genitales.
2) Una nena de 9 meses que introducía en su vagina casquitos de mandarinas, su fruta
preferida.
3) Una nena de menos de 1 año guardaba en su bombacha un poco de cada comida pre-
dilecta para la otra boca.
4) Una nena de 11 meses se masturbaba en el baño echando gotas de agua en su dedo,
el que introducía en su boca o en su vagina, dándole agua a ambas.
5) Una nena de 11 meses trataba de dar agua a su vagina cuando se bañaba, y tomaba
de la misma agua.
La experiencia clínica demuestra que el niño pequeño tiene una clara representación de
la diferencia de sexos y de la unión genital. El desarrollo y la amnesia infantil borran este
conocimiento, el cual se readquiere más tarde. Las fantasías genitales infantiles tienen
como contenidos las experiencias de hambre y de frustración, por una parte, y las de gra-
tificación por otra parte.
Arminda Aberastury sostenía sagazmente que “la naturaleza bisexual del hombre ex-
plica por qué la libido se desarrolla por un proceso dialéctico de pérdida y recuperación,
y por qué, ya cuando el bebé descubre sus genitales, sale en busca de la “otra parte” en
el mundo exterior –animado o inanimado– y realiza todas las experiencias de penetrar o
ser penetrado, no satisfaciéndose con la masturbación sino impulsado desde el primer
momento a la búsqueda de la pareja y de la unión con ella. Dos ejemplos ilustrativos:
1) La madre de un bebé de 8 meses relató que el mismo día que el bebé descubrió la ca-
pacidad eréctil de su pene, lo manipuló hasta conseguir varias erecciones y, paralela-
mente, metía sus deditos en todos los agujeros de desagüe de la bañadera, ejercitan-
do sus capacidades de penetración.
2) Una madre contó que para poder vestir a su hijo de 9 meses, después de bañarlo en
el catrecito, era inevitable dejarlo jugar a meter y sacar el dedo del caño de goma que
servía de desagüe.
Aberastury hacía notar que, en general, dadas las inhibiciones de los adultos, el período
de masturbación y de exhibición del lactante son negados o impedidos por los mayores,
672 AIBAN HAGELIN
Tercera parte
Como bases teóricas, se apoyó en las clásicas teorías freudianas que postulaban la
existencia de una sexualidad infantil ubicada en la etapa fálico-edípica, inmediata a la
etapa anal del desarrollo, por una parte. Por otra parte se apoyó en los clásicos trabajos
de la escuela kleiniana, de los cuales se nutrió, caracterizados, entre otras cosas, por pos-
tular un desarrollo muy temprano del aparato psíquico y por la presencia de tendencias
orales, anales y genitales a partir del nacimiento mismo, cuya consecuencia sería la con-
figuración de un complejo de Edipo temprano con todas las cualidades del Edipo freudia-
no.
En cuanto a la precondición necesaria para formular una teoría del desarrollo, con-
sistente en un conjunto de afirmaciones interconectadas, Arminda describe hechos ob-
servables y no observables. El teatro de observación está cronológicamente ubicado al
final de la primera mitad del primer año de vida del ser humano. El punto central de este
momento, para la autora, consiste en la eclosión de los dientes de leche, los que impo-
nen el abandono del pecho materno, por la peligrosidad de los mismos.
Entre los hechos observables, como ya dijimos, se encuentran la salida de los dientes
mismos, la bipedestación, los comienzos de la marcha, el gateo, la adquisición del len-
guaje, el claro interés por conectarse con otros objetos (y no solamente con la madre).
Otros observables se refieren a ciertas conductas del bebé, tales como la exploración de
los genitales, la manipulación de los mismos induciendo la erección de su pene el varón
y penetrándose la nena, mostrando placer por exhibirse (y, por inferencia, por la escena
primaria).
Entre los hechos no observables, pero atribuidos al bebé, se encuentran atributos
como poseer un aparato psíquico complejo que, a la sazón, se encuentra al final de la
posición esquizo-paranoide kleiniana con su constelación de relaciones objetales, an-
siedades, defensas, complejo de Edipo temprano, etcétera; y en un pasaje hacia la po-
sición depresiva, con una viraje de las ansiedades hacia las depresivas. La escuela klei-
niana y Aberastury atribuyen al ya temprano bebé la regia función de fantasear. Entre
sus fantasías se encuentran las canibalísticas. Estos deseos antropofágicos, ahora, con
la eclosión de los dientes, se encuentran con un poderoso efector, que ataca al pecho
y que, por ende, debe abandonar perentoriamente. Es obvio que muchas de estas ca-
pacidades atribuidas al bebé, incluyendo la postulación de que posee claras represen-
taciones de sus genitales hombre-mujer, no provienen de la observación directa, sino
que son un componente altamente inferencial de la teoría de Aberastury (y kleiniana).
Por todas estas explicaciones podemos preguntarnos qué tipo de teorizaciones son las
de Aberastury. Creo que es una teoría enunciada por un camino esencialmente hipoté-
tico-deductivo. Sus proposiciones están bastante lógicamente organizadas. Es aprecia-
ble una doble dirección entre base empírica y teorías, que resultan así permanente-
mente testeadas. Se podría objetar a su pretensión de científica que posee un alto
grado de inferencia, ya que sólo una parte de su base empírica es observable. Como
descargo podríamos aceptar que con los componentes observables de su base de
datos sería posible emprender una investigación empírica per se, lo que no es poco
decir.
En cuanto teoría psicológica del desarrollo, la fase genital previa de Aberastury impli-
674 AIBAN HAGELIN
ca una concepción del ser humano mixta, es decir, tiene aspectos tanto mecanicistas
como organísmicos, y también contextuales. Esto tiene una consecuencia directa sobre la
valoración del desarrollo, el que sería tanto cuantitativo como cualitativo. Es indudable
que hay cambios mecanicistas que son de cantidad, de frecuencia o de grado. Los cam-
bios organísmico-cualitativos pueden referirse a clase o tipo e involucrar cambios de es-
tructura u organización.
Con respecto a qué es más relevante para el desarrollo, si la herencia o la experien-
cia, la biología o la cultura, o la madurez o el aprendizaje, me parece obvio que en la forma
de teorizar de Aberastury la música de fondo sigue los acordes de las series complemen-
tarias de Freud, y no parece haberle provocado ninguna preocupación teórica ni nomoló-
gica.
Me ha parecido superfluo destacar que la teoría económica de Freud, con todas las vici-
situdes de la libido, es otro leit motiv implícito y explícito.
Antes de finalizar este breve análisis de la fase genital previa de Arminda Aberastury,
quiero expresar mi admiración por la consistencia y solidez de las teorizaciones de La
Negra, considerando los tiempos que corrían. A ella le debo una perdurable gratitud por
sus enseñanzas científicas y por su apoyo humano.
DESCRIPTORES: DESARROLLO / ETAPA GENITAL PREVIA / DENTICIÓN / MARCHA
Bibliografía
Aberastury, A.: “La fase genital previa”, REV. DE PSICOANÁLISIS, XXI, 3, 1964.
Marx , M. H.: Formal Theory, Nueva York, Mac Millan, 1976.
Miller, P.: Theories of Developmental Psychology, Nueva York, W. H. Freeman and Company, 1993.
Overton, W. F.: “World Views and their Influence on Psychology Theory and Research”, en
Advances in Child Development and Behavior, vol. 18, Orlando, FL. Academic Press, 1984.
Poincaré, J. H.: Science and Hypothesis, Nueva York, Dover, 1952.
Reese, H.W: “Contextualism and Developmental Psychology”, en Advances in Child Development
and Behavior, vol. 23, San Diego, Academic Press, 1991.
*Alejandro M. Wagner
1) El de haber sido escrito por Arminda Aberastury, quien fue, junto con Betty Garma, una
verdadera fundadora y maestra del psicoanálisis de niños y adolescentes en América
Latina.
2) Muchas de las ideas de este artículo han sido comentadas por ella con los fundadores
del psicoanálisis internacional (Melanie Klein, Herbert Rosenfeld, Betty Joseph y
Françoise Dolto, entre otros) y fueron consideradas originales y de avanzada en el pen-
samiento psicoanalítico, ya que ella nunca fue una repetidora de frases ni de ideas.
3) La amplia bibliografía utilizada.
4) Éstas son ideas clínicas que han surgido del trabajo psicoanalítico con niños, adoles-
centes y adultos, de las supervisiones clínicas y de los relatos obtenidos de los grupos
de padres. Así enseñó Arminda Aberastury el psicoanálisis.
Este trabajo nos muestra que la “salida del diente” –la dentición– es causa y consecuen-
cia de una serie de cambios que vive el niño durante el período llamado “fase genital pre-
via”; forma parte del “complejo de Edipo temprano” y finaliza con la formación de la “pala-
bra-gesto-actitud” como símbolo cultural.
Al seguir el proceso de duelo por el pecho materno, la dentición y la bipedestación, po-
demos ver cómo se va estructurando la genitalidad, la sexualidad y la representación men-
tal que el niño tiene de su familia.
Menciona que los tres puntos de clivaje fundamentales en el proceso evolutivo del su-
jeto son: “el nacimiento”, “la etapa de la dentición” y “la etapa de la maduración genital”.
Se los puede observar a través del proceso de desprendimiento de la madre, la búsqueda
y aproximación al padre y la gestación de la heterosexualidad. La dentición es uno de
estos procesos estructurantes que culminan con la maduración psíquica y mental del niño.
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Rodríguez Peña 1657, 2º “B”, (C1021ABI)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
678 ALEJANDRO M. WAGNER
Arminda Aberastury mantiene este enfoque en otros trabajos –en los que puede ob-
servarse su interés por los estudios de S. J. Soumi–, precursores de las más modernas
teorías psiconeurobiológicas, por ejemplo, acerca de las teorías sobre el “apego”.
Su vocación educativa le permitió ser maestra y alumna a la vez. Nos enseñó que du-
rante el proceso evolutivo el niño va sustituyendo los objetos de su entorno por los sím-
bolos. Este proceso es el producto de los cambios en la etapa de la masturbación primi-
tiva o primaria, vinculada con la “fase genital previa” (a la anal); dicho proceso se continúa
hasta la finalización del complejo de Edipo. Estos cambios se pueden observar en el juego
y en el comportamiento social del niño, y se configuran finalmente como lenguaje.
Siguiendo estas ideas, he observado que todo niño construye su propio camino con lo
que extrae de su medio familiar, sostenido por la genitalidad y por su sentimiento de in-
dependencia. La “fase genital previa” es un momento precoz, y el complejo de Edipo es
el tramo final en la conclusión de dicha ruta. A través de la actividad lúdica, el niño va ela-
borando gran parte de sus realizaciones. En esta ruta se pueden observar: los conflictos
del niño, los de su medio familiar y el camino de su individuación, los que darán lugar a
su identidad definitiva y a las manifestaciones de su propia iniciativa.
El proceso de dentición es un ejemplo en el que se puede ver cómo los cambios cor-
porales generan cambios familiares y sociales que motivan la aceptación, el rechazo, la
negación, el duelo, etcétera, configurándose de ese modo, poco a poco, la identidad adul-
ta. Si los deseos, acciones y expectativas del chico le generan miedo, ello va a apagar su
voluntad y sus iniciativas. Si luego de conocerlos, quiere materializar sus decisiones a
pesar de los obstáculos, nos da una idea de su futura personalidad.
Los niños que pertenecen a familias donde predomina la violencia familiar general-
mente son traídos a la consulta a manera de compromiso para encubrir estas situaciones.
en ocasiones se muestran agresivos y es necesario que el terapeuta pueda poner límite
a esa violencia que los desconcierta y los aísla; no juegan, tratan de encerrarse y recha-
zan todo intento de ayuda del psicoanalista. Ésta es una prueba que el niño y su familia
le ponen al terapeuta y es el producto de la orfandad en que viven. Una vez que se logra
el cese de la violencia a través de trabajarla en la situación transferencial y aparece el
mutuo respeto, pueden comenzar a escucharse. Este proceso nos permite ver lo difícil
que es para cada miembro vivir en esa familia. A veces transcurren meses hasta que estas
situaciones son elaboradas y puede comenzar un diálogo que produzca “gratificación”.
Así como normalmente al comienzo de dicha fase el niño empieza a jugar y a simbo-
lizar, en los chicos con una patología neurótica he observado que, cuando no juegan,
equivale a lo que en un adulto sería no poder hablar acerca de quien se lo impide.
En los chicos con patologías orgánicas severas, las transferencias adquieren una fije-
za característica. Estos niños tienen en general dificultades en la capacidad de simboli-
zación y ello depende de la gravedad de su patología. Temen la destrucción de su cuer-
po y perciben su infeliz futuro. En la administración del test del “Constructor infantil” apa-
recen construcciones inseguras, inestables y próximas a derrumbarse: “su mundo se les
viene abajo”.
En los niños con patologías psicosomáticas, los síntomas son fluctuantes; general-
mente, dependen de la situación que están viviendo en su mundo interno y en su medio
vos conceptos de vida, sino en extirparles los impedimentos y las barreras que no les per-
miten desarrollarse libremente. Ése es el único método que hay para rescatar la esponta-
neidad y la libertad. Es lo que yo aprendí de A. Aberastury.
El término “fase genital previa” fue analizado y pensado con Eduardo Salas, quien,
desde un punto de vista evolutivo, prefirió utilizar el nombre de “fase genital precoz”. Es
importante también marcar la coincidencia temporal entre esta fase genital previa y la fase
del espejo de Jacques Lacan.
Espero que este trabajo del pasado se constituya en soporte de nuevas ideas. Esto lo
hubiera anhelado La Negra.
Arminda Aberastury
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. Cnel. Díaz 2636, P. B. “A”,
(C1425DQZ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
**Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. Cabildo 3846, 1º, (C1429AAW)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
682 MÓNICA SUSANA CRUPPI Y MARÍA ESTHER GLUSMAN DE GREGORIO
Gracias por su carta del 3 de marzo, me agrada mucho saber que usted ha obtenido mucho pro-
vecho de mi labor y que está teniendo éxitos con sus casos de niños. Si su trabajo ha sido tra-
ducido me interesaría mucho leerlo: es muy agradable saber que el psicoanálisis se está ex-
pandiendo en la Argentina y que se ha formado un grupo tan satisfactoriamente vital.
En relación con su primera pregunta –con respecto a su trabajo– yo le diría que de ningún
modo se discuten los honorarios con el niño, pero está sobreentendido que al analista se le
pagan honorarios. Es preferible que el niño no conozca el monto de los honorarios porque se-
guramente le parecerían exorbitantes. Los padres deben decirle que es como pagar la escuela
o alguna cosa así. De ninguna manera pienso que hay que hacerle creer al niño que al analis-
ta no se le paga.
En cuanto a su segunda pregunta, referente a lo indeseable que es tener a la madre pre-
sente en la sala de espera, es una de esas normas para las cuales hay excepciones. Siempre
es conveniente que el analista consiga que la madre no se quede en la sala de espera, ya que
con niños muy pequeños, sobre todo, con toda facilidad aparece la ocasión para que el niño
vaya a buscar a la persona que está en el hall, y esto dificulta mucho el análisis. En realidad,
Por fin puedo enviarle algunos comentarios sobre sus artículos. Le diré que de todos sus tra-
bajos, el mejor fue las Notas sobre “El extranjero” de Camus. (Le interesará saber que en el libro
que saldrá a la luz en primavera, en el número ampliado de la revista, yo también tomé al héroe
de una novela con mi tema.) Pienso que su artículo es muy interesante y le sugeriría que lo en-
viara para ser publicado en el International Journal of Psicho-Analysis. Un detalle que destaco
es que en sus referencias, usted debería dar el título exacto del libro y la página, en inglés, en
la nota del pie, pero probablemente usted ya pensaba hacerlo así. Podría ser de utilidad (y yo
lo hice así en mi artículo) que, antes de comenzar el análisis del libro, hiciera un corto resumen
de su contenido. Usted lo hizo, pero pienso que sería más eficaz que dijera algo más sobre el
contenido mismo del libro.
Con respecto a su trabajo sobre “Dentición”, etc., quiero hacerle algunas sugerencias.
Yo creo que hay un malentendido sobre la “Fase polimorfa” de Paula Heimann, así como
sobre uno de mis conceptos. Yo no pienso que el estadio genital en el primer año de vida es de
tipo tentativo. Usted recordará que yo tomé como base de mis ideas sobre el complejo de Edipo
el hecho de que aparece alrededor de la mitad del primer año, y considero muy en serio el punto
de que, aunque en sus primeros estadios el complejo de Edipo se encuentra aún bajo el domi-
nio de la tendencia oral, es genitalidad verdadera. Naturalmente que las tendencias y los dese-
os se van desarrollando más y más, pero esto no altera el hecho de que considero las tempra-
nas etapas del complejo de Edipo como ya una fuerte expresión de genitalidad.
Las consideraciones de Paula Heimann acerca de que las tendencias anales aparecen muy
firmemente en el segundo año no contradicen mi creencia sobre las etapas tempranas del com-
plejo de Edipo.
Si usted lee nuevamente en “Desarrollos” mis “Conclusiones teóricas” y “Observando la
conducta del bebé”, encontrará que yo también ofrezco alguna explicación de por qué las ten-
dencias e inclinaciones anales que ya se presentan activas al comienzo de la vida, se hacen
particularmente importantes en el segundo año. En conexión con el desarrollo del yo y el cam-
bio de defensas. Si usted relee la última parte del artículo, estoy segura de que verá a qué me
refiero. También verá que en ese artículo he mencionado destete, dentición, deambulación y
lenguaje en conexión con el enfrentar y resolver la posición depresiva, pero sin duda me alegra
sobremanera que usted dé un informe mucho más completo y muy interesante sobre sus pro-
pios puntos de vista de ello. La conexión que usted ve entre dentición, deambulación y lengua-
je y la fase polimorfa no es contradictoria con lo que yo digo acerca de la genitalidad en el pri-
mer año de vida.
Yo digo que la posición depresiva surge en el segundo cuarto del primer año de vida (así lo
hace usted también, pero en cierto lugar dice “entre el tercero y quinto mes”). Presume que la
posición depresiva llega a un clímax alrededor de la mitad del primer año, conjuntamente con
la aparición de los estadios tempranos del complejo de Edipo.
Hay un punto que creo que podría ocasionar malentendidos; en la página 4, las últimas lí-
neas, y el comienzo de la página 5. Al caminar el niño no solamente se reasegura que él puede
abandonar a la madre, sino que también puede volver a reunirse con ella. Pienso que el se-
gundo punto, que usted también menciona más adelante, debería ser quizás un poco más en-
fatizado, porque es igualmente un modo de reasegurarse en sus sentimientos depresivos y pa-
ranoides de que él escapa por sí mismo de encontrarla nuevamente, y no está inmovilizado
como lo estaba cuando era bebé y sentía su pérdida.
Aumentaría el valor del artículo si pudiera agregarle usted, de modo más específico, algu-
nas de sus observaciones clínicas.
En la página 6 también hablando de la niña que usted llama “M”, sería necesario indicar su
edad cuando comenzó el análisis. Quizás podría usted aumentar la parte sobre esa paciente,
en particular, proporcionando más material y posiblemente también algunas de sus interpreta-
ciones. Es posible, empero, que no encuentre usted esto dificultoso. De todos modos, el artícu-
lo es bastante corto y podría muy bien ser alargado. Sugiero que lo que usted tiene que decir
sobre Ribble anteceda a la bibliografía, de modo que sus observaciones no se mezclen con ella.
Lo mismo se aplica para la página 9. Creo que es más claro si la bibliografía se pone al final del
artículo, después de haber tratado [...] su referencia a los autores.
A las varias razones que usted menciona, al final de la página 8 y comienzos de la página
9, le sugeriría yo un punto más al que me refiero en “Contribuciones para la psicogénesis de los
686 MÓNICA SUSANA CRUPPI Y MARÍA ESTHER GLUSMAN DE GREGORIO
P.D.: también le sugeriría que aunque usted pone especial énfasis en la dentición, la deambu-
lación y el lenguaje en las últimas dos líneas de la primera página, cuando usted habla de estos
tres importantes acontecimientos de la vida del niño, el destete debería ser mencionado tam-
bién. Me doy cuenta de que usted considera aún más importante la dentición, pero, sin embar-
go, pienso que sería conveniente mencionar también el destete.
He vuelto a releer el artículo y pienso que es tan bueno que valdría la pena ampliarlo y como
ya le dije, creo que ganaría con ello.
no, la adopción, una mudanza, una intervención quirúrgica, el divorcio de los padres. No
escribió cuentos, sino relatos, testimonios de situaciones verdaderas vividas en las fami-
lias, dirigidos a pequeños lectores de más de 5 años y también a sus padres.
En la introducción de los mismos explica así su intención de compromiso para con la
verdad subjetiva de niños y adultos:
Estos relatos van dirigidos a niños de más de cinco años, van dirigidos también a padres.
Las incógnitas que han de acompañarnos a través de toda la vida, a las que damos res-
puestas influidas por situaciones individuales, culturales y religiosas, tienen un sustrato básico
que el niño conoce o desea conocer. Son el origen de la vida, la muerte, y todo cuanto va vien-
do evolucionar en él y en los otros.
Los adultos hemos creído durante muchos años que el niño ignoraba esos problemas y que
no se los planteaba. También creíamos que su mundo era un paraíso, el paraíso de la infancia.
Freud fue el primero en terminar con ese mito, y a partir de 1900 muchos investigadores
confirmaron sus observaciones y agregaron otras nuevas.
El niño tiene una aguda capacidad de observación, pero no sólo para el mundo físico sino
también para el psicológico. Sufre de angustias muy intensas que a veces se revelan y a veces
se esconden detrás de síntomas o de dificultades de adaptación. Capta todo cuanto acontece
a su alrrededor, a veces puede expresarlo con palabras y otras veces no. A veces lo expresa y
no es comprendido.
Uno de los más agudos dolores de la infancia es sufrir la incomprensión del adulto o la falta
de respuesta a sus preguntas, o más aún, el sentir que la respuesta a esas preguntas es una
mentira.
Cuando el adulto miente, cree defender al niño del sufrimiento, pareciendo a veces un ser
primitivo, que piensa que negando el dolor mágicamente lo anula.
Es así que el adulto suele mentir cuando muere un ser querido y piensa que no hablar de la
muerte es hacer que esa muerte no exista para el niño. Confunde el dolor de la situación con la
explicación de esa situación dolorosa.
El que una madre o un hermano o un padre mueran es un gran dolor; hablar de la muerte
no es crear dolor, es aliviarlo, es ayudar a que el niño lo vaya elaborando y comprendiendo.
Si no se responde a sus preguntas, necesitará responderse a sí mismo, confundiendo la
percepción inconsciente de los hechos; de este modo las incógnitas se siguen acumulando sin
respuesta. Hay verdades muy difíciles de explicar y otras muy difíciles de aceptar. Si se les
miente, se suma al dolor una terrible confusión y un desolado sentimiento de desesperanza,
dejan de creer en los adultos y suelen dejar de preguntar.
En todos nuestros relatos describiremos los conflictos y sufrimientos que se crearon por no
esclarecer a tiempo situaciones vitales o por haber mentido.
Son casos reales por los que fuimos consultados y en los que siempre corroboramos lo que
hemos sostenido en el comienzo de esta introducción.
El niño percibe la realidad y está en condiciones de que se le hable de ella.
Esto es difícil pero no imposible, y al ofrecer a los padres estos relatos queremos mostrar-
les un camino para hablar libremente con sus hijos y vencer así el tabú de hablar de la verdad.
Estas palabras, tan profundas como sencillas, muestran la clarísima comprensión del
modo en que, desde la infancia, los seres humanos se enfrentan con los experiencias más
difíciles de la vida.
Pero, como además La Negra era una apasionada por la literatura y la música, tam-
bién tomó estos temas como motivo de sus escritos científicos. Algunos de estos artícu-
los no han sido aún publicados.
688 MÓNICA SUSANA CRUPPI Y MARÍA ESTHER GLUSMAN DE GREGORIO
Cada vez que un psicoanalista toma contacto con la obra de Arminda Aberastury, re-
descubre el enorme valor de su pensamiento y sus trabajos, muchas veces pioneros. Se
hace patente en esos escritos un pensamiento psicoanalítico a la vez riguroso y original,
un trabajo creativo, incisivo y abierto a las inquietudes que su mentalidad, siempre curio-
sa, seguía elaborando.
Está claro que muchas de sus ideas conservan una plena vigencia, como puede verse
por ejemplo en los artículos de técnica en psicoanálisis infantil, con la inclusión de los pa-
dres en el tratamiento con niños, o los trabajos en los que aborda los conceptos de psi-
coanálisis aplicándolos a la práctica de la odontología; o aquellos escritos en los que pro-
pone que los dibujos infantiles son relatos de los pequeños pacientes. Lo mismo puede
decirse de sus trabajos acerca de la observación de bebés, o aquellos que trabajan con-
ceptos sobre ansiedades pre y posquirúrgicas, entre otros muchos artículos y libros de su
producción.
Contamos en la historia del psicoanálisis argentino con una pionera en el tratamiento
de niños, en el trabajo interdisciplinario y de prevención, una autora y una trabajadora de
la salud mental, cuyas ideas fundaron las bases para los actuales desarrollos de la clíni-
ca psicoanalítica de la infancia y la adolescencia.
A modo de colofón cerramos nuestro escrito dejando la palabra a la misma Arminda
Aberastury en dos de sus “relatos”.
LA MUDANZA
Era la última tarde que pasarían en ese jardín y lo miraban con rabia; hubieran querido arran-
car cada árbol para que no lo usaran los nuevos.
Su madre les avisó que deberían acostarse temprano porque la mudadora llegaría a las
siete, y les recomendó mil veces que tiraran las cosas inútiles y que aprovecharan para hacer
una buena limpieza general de los cajones.
Nunca se decidían, era demasiado feo tirar las cosas. Sin embargo no había más remedio,
porque a las seis vencía el último plazo. Su madre dijo que si no lo hacían lo iba a hacer ella
personalmente y esto les daba temor.
Después que les ordenaba los cajones siempre faltaba algo importante y no podían correr
ese riesgo.
—Vamos —dijo Matías—, pero primero vamos a arrancar todas las naranjas, yo me las
llevo. Y saquemos las ramas, porque las vamos a necesitar en la otra cosa.
—Y yo me saco las flores —dijo Marta—, se las pongo a mamá y a papá en el cuarto.
—Por lo menos eso nos llevamos —dijo Marcos, mientras entraba cabizbajo en la casa.
Cada uno se llevaba recuerdos. Matías nació allí, Marta también; Marcos llegó cuando tenía
dos años. No se acordaba nada de la otra casa; sus padres decían que era linda pero chica.
Ahora también iban a una casa linda, era un departamento. Adiós jardín.
Marta pensaba en su madre; la observó cuando vinieron los compradores, y aunque parecía
segura y contenta, ella la conocía bien y estaba triste. Una vez, cuando dijo “ésta es mi hija la
segunda”, la tomó de la mano pero con demasiada fuerza, y le acarició la cabeza, pero no era
una caricia. Tenía ganas de decirle “un poco más suave, no toqués el piano en mi cabeza”.
El piano no cabe en la nueva casa, eso es una suerte. Adiós escalas, se acabaron los retos.
Tenía ganas de ir a esa nueva casa; su cuarto era mejor que el de sus hermanos, era más
grande y tenía el baño al lado. Había un baño para ella, color rosa con cortinas rosas.
Se miró en el espejo del living y se rió; parecía grande. Si la dejaran ponerse tacos altos,
seguro que la sacaban a bailar. Se arregló el pelo, se puso en puntas de pie y siguió caminan-
do.
—Tarada —le dijo Marcos—, mirá por dónde caminás.
Ella le dio un beso y le dijo:
—Perdoname, estaba distraída.
Su hermano la miró con asombro, pero no siguió pensando en ella, estaba frente a sus sol-
daditos y a sus autos.
—¿Dejo esto que no tiene ruedas?
—No —le dijo Matías—, me dijo Santiago que en la esquina de la escuela van a poner una
juguetería para arreglar los juguetes. Mejor lo guardo.
Llenó la valija con soldaditos y con autos, pero todos, uno encima de otro. “No tiro nada —
pensó—, a mamá le diré que tiré muchas cosas. Ah, sí, tiro los cuadernos y los lápices cortos.
No, mejor no tiro nada.”
Echó una mirada a los juguetes y dijo triunfante:
—Ya terminé.
A su lado estaba su hermano.
—¿Terminaste?
—Sí, me llevo todo.
—Yo también.
Y se fueron a la cocina a tomar Coca-Cola y se sentaron a charlar.
—No podemos volver a vivir acá, se acabó.
—Allá estaremos más a mano de mamá.
—Control reforzado.
—Acá era más fácil despistarla. ¿Te acordás qué plato aquel día del jardín?
—¿Y te acordás del día del avión que nos trajo papá?
—Ese día papá le ganó; no nos bañamos y pudimos comer a las nueve.
—Me parece que al irnos de aquí nos despedimos un poco de los juguetes, va a ser inútil,
todo está tan pulido, tan pintado, tan perfecto.
—Y lo peor es que es lindo y que me van a dar ganas de cuidarlo.
—¿Te dijo Martín que en el cuarto piso está ese chico del colegio que antes cambiaba re-
vistas con nosotros?
—Sí, también está Roberto, el hijo del socio de papá.
No es que dudaran de lo bien que iban a estar en esa casa, el problema era irse de esta
casa.
A Marcos se le ocurrió un juego, recorrer toda la casa, y en cada lugar, el primero que tu-
viera un recuerdo, lo contaba y ganaba un punto. Pero ganaba siempre Marcos; empezaron a
aburrirse y dejaron de jugar.
De golpe, la casa tomó un aspecto como de fiesta, llegó el padre cargado de paquetes.
Organizaron la comida entre todos, y, en un momento dado, el padre les dijo a todos y a la
madre también que había que aprender a perder para ganar algo nuevo. Que él también esta-
ba triste pero que había que aceptar la tristeza para poder estar feliz después.
Estaba muy bien el padre esa noche; después de todo, sabía bastante, aunque muchas
veces les parecía que no entendía nada.
Pocas veces como esa noche, cada uno tenía apuro para llegar a su cama para seguir pen-
sando.
Dos camitas estaban vacías esa noche, la de Diego y Victoria. Eran chiquitos y la madre
pensó que perturbarían mucho para la mudanza. Desde la mañana de ese día fueron a la casa
de la abuela, e irían a la casa nueva cuando todo estuviera ya arreglado.
***
690 MÓNICA SUSANA CRUPPI Y MARÍA ESTHER GLUSMAN DE GREGORIO
No era la primea vez que Diego y Victoria dormían en la casa de la abuela, y como siempre ju-
garon hasta tarde. Vencido por el sueño, Diego se quedó dormido con su autito rojo en la mano
y la fila de autos tirada a los pies de la cama; así dormía también en su casa, los llevaba siem-
pre con él en su bolsita.
Antes de dormirse pensó: “¿Qué se habrá hecho de mis otros juguetes? ¿Qué habrá hecho
mamá con mis cosas? ¿Se habrán acordado de juntar las partes del constructor, ésas que es-
taban tiradas por el suelo? ¿Se habrán perdido los tornillos? Ya tenía cinco ruedas de un autito
guardadas en un cajón —¿se las habrían tirado?—. Qué miedo tengo. ¿Estará todo en orden
en la nueva casa? Ni siquiera sé cómo es mi cuarto. A los chicos porque son grandes los lleva-
ron, a nosotros no”.
Le hubiera gustado mucho viajar en el camión de la mudanza. Santiago, que es su amigo,
le contó que un amigo de él que vivía en Martínez, cuando se vinieron a Buenos Aires, viajó en
el camión y que era muy divertido. A él también le hubiera gustado, y también llevar toda su ropa
en la valija, y todas sus cosas, como habían hecho sus hermanos mayores.
Él quiso hacerlo y empezó a ordenar todo, pero su madre lo retó diciendo que estaba ha-
ciendo lío, y después de eso lo sacaron y lo llevaron a casa de la abuela.
Cuando se durmió, su cara era tan triste que parecía haber llorado.
***
Victoria está en su cama, al lado de su hermano, pero no puede dormir.
Piensa en la casa vieja y no entiende por qué le han dicho que no puede volver a esa casa.
Se da cuenta de golpe que no tiene con ella a Mariana, su muñeca predilecta, y se pone a
llorar.
La abuela la acaricia y le canta; es buena, pero ella extraña a su mamá, extraña su cama,
extraña la casa vieja, extraña a su muñeca Mariana.
Sollozando se queda dormida en brazos de la abuela y sueña.
Sueña que ve a su mamá, pero es como si su mamá no la viera a ella, ella le habla y no le
contesta. Sueña que los cubos se le caen sobre la cabeza y se despierta sollozando. Piensa
que la casa está sola, su mamá ya no está, no están los muebles.
Se duerme y sueña que pasa por corredores largos, largos; encuentra una salida, se sien-
te solita y se despierta sollozando nuevamente.
***
Esa noche terrible pasó y ahora están en la casa nueva. Es linda pero todas las noches sueña
con la casa vieja. Se despierta llorando y pidiendo volver a la casa vieja. Dice que en la casa vieja
quedó Mariana, que en la casa vieja quedó la ropa de su otra muñeca y muchas cosas que ella
quería y que ya no están.
Se despierta tantas veces en la noche que la llevan al médico y le preguntan si es necesa-
rio darle un calmante, que la notan muy nerviosa.
El médico habla largamente con la madre y la interroga sobre qué ha pasado esos días,
sobre qué ha pasado con la mudanza.
—No es la mudanza lo que ha incrementado la angustia de Victoria —dice—. La angustia ha
crecido por no haber estado con ustedes durante la mudanza, por no haber participado, porque
no se le ha explicado qué significaba una mudanza, porque no se le ha permitido despedirse
bien de la casa y de sus cosas.
La madre lo mira asombrada.
— Pero si tiene dos años y medio, doctor, ¿cómo va a entender todas esas cosas? Además,
parecía tan contenta con ir a la casa de abuela...
Pero en ese momento recuerda que su hija mayor discutió con ella el día de la mudanza
y le dijo: “Cuando yo sea grande como vos, si tengo hijos chiquitos no voy a hacer como vos
hacés con Victoria y Diego. ¿No ves que ellos quieren jugar acá en casa, por última vez, con
sus juguetes? ¿No ves que ellos quieren mirar cómo se hacen todas las cosas? ¿No ves que
ellos también quieren despedirse de la casa?”.
Siente con dolor que Marta tenía razón.
Ya muchas de las cosas no podrán arreglarse. Es verdad que tiró los trajes viejos de las
muñecas de Victoria, y es verdad que Mariana quedó olvidada en la casa vieja y no se podrá
recuperar. Comprende que otro muñeco no será lo mismo para Victoria, pero esta experiencia
va a ser muy importante: sabe que desde ese momento, cada cambio en la casa, cada nueva
situación, buena o mala, triste o alegre, debe ser hablada entre todos.
Ha aprendido mucho sobre Victoria y sobre sus hijos. Sabe que a los dos años se piensa
profundamente sobre muchas cosas, y aunque es difícil expresarlas en palabras, ella podía ha-
berlas comprendido si los hubiera mirado bien ese día.
UN DIVORCIO
Ayer papá se fue de casa. Hicieron valijas con mamá como para irnos de veraneo, pero esta
vez ponían nada más que la ropa de papá.
No me dijeron nada, parecía que ni me veían.
Cuando papá se despidió de mí, los dos lloraban; era la primera vez que los veía llorar jun-
tos. A mamá la vi llorar muchas veces, a papá dos o tres veces, pero nunca cuando lloraba uno
estaba el otro.
No entiendo por qué no pregunté, ahora me resulta cada vez más difícil.
Esa noche, mi mamá me dijo que mi abuela estaba enferma, y que papá se fue a vivir con
ella, que como el abuelo murió hace mucho tiempo está sola y papá tiene que cuidarla.
Abuela y mamá me hablaron de eso tan importante –mi papá se había ido– y me lo decían
como si no tuviese ninguna importancia. Sin embargo, yo vi que las dos lloraban cuando papá
se fue.
Había algo que yo no entendía, lo miré al abuelo pero no dijo nada. Sentí que si no pre-
guntaba en ese momento ya cada vez iba a ser más difícil, pero no me animé.
Me acosté muy preocupado y me desperté en mitad de la noche, asustado. Soñé que papá
se había puesto chiquito y al lado de él había una bruja horrible que lo quería poner en una olla.
Era como la lámina de uno de mis libros, creo que el de Hansel y Gretel. Siempre me asustó
verla pero ahora más, porque papá estaba allí, y era tan chiquito.
En el sueño, papá tenía puesto mi sobretodo, ese gris oscuro parecido al de él.
Como grité fuerte, vino mamá y se quedó conmigo, teníamos frío y me llevó a su cama. Yo
estaba feliz porque sentía el calor de su cuerpo.
Entonces, cada noche, sin decirnos nada, cuando yo lloraba, me llevaba a su cama.
De noche era feliz, pero de día me sentía muy desgraciado; me imaginaba cómo sería a los
diez años, a los veinte, a los treinta, cuando tuviera la edad de papá, cuando tuviera la edad del
abuelo, se me embarullaba todo.
Empecé a despertarme muchas veces en la noche, ya no me hacía dormir el sentir a mi
madre al lado mío. Al contrario, me ponía cada vez más enojado al despertar.
Comía cada vez menos, y mi abuela dijo que no dormía porque tenía hambre, y me empezó
a preparar una mamadera para que tomase a la noche.
Yo tenía siete años, me daba vergüenza, pero ella insistía y yo la tomaba.
No sé qué sentía; por un lado me gustaba, pero me avergonzaba y me daba un poco de
asco.
¿Qué pensaría papá si lo supiera, él que siempre me impulsaba a ser más hombre?
Decidí contárselo cuando lo viera. Sentía que algo estaba muy equivocado, que él durmie-
ra con su madre y yo también. Desde que dormía con mamá, me sentía cada vez más solo.
692 MÓNICA SUSANA CRUPPI Y MARÍA ESTHER GLUSMAN DE GREGORIO
Mi madre y mi abuela decían: “Claro, sufre por lo que pasó”. Mi abuelo no decía nada.
Yo estaba seguro que “lo que pasó” no era mi padre, que venía a buscarme dos veces por
semana, no me animaba a hablar con él.
Como estaba cada vez más flaco y pálido, “muy desmejorado”, como decía mi abuela, mi
padre insistió en que me llevaran al médico.
Me examinó con más cuidado que de costumbre, y luego dijo a mi madre que yo debería
tener problemas o preocupaciones porque de mi cuerpo estaba bien, estaba sano. Recomendó
que me viese una señora que entiende de problemas de chicos, una psicoanalista de niños.
Me dejó jugar y me hizo dibujar; también me dio para construir una cama y me pidió que le
contara mis sueños. Mirando mis dibujos descubrió que me pegaban, y era cierto, mi abuela
cuando no comía, pero también mi madre; ella por cualquier cosa, cuando estaba nerviosa.
Por la casa que construí me descubrió lo de papá. Sin darme cuenta puse dos dormitorios:
uno para los abuelos y otro para mamá y para mí, me olvidé de papá.
Le interesó mucho cuando le conté mi sueño, ése de cuando papá se volvió chiquito.
Me sentí muy bien con ella; no era linda como mamá, pero me escuchaba y me miraba
siempre.
Me vio tres veces, me explicó qué era el divorcio, y después los llamó primero a mi madre
y luego a mi padre.
Por lo que hablé con ella me di cuenta que mis padres estaban separados desde hacía
mucho tiempo y que yo lo sabía pero me había confundido con lo de la abuela y todas las men-
tiras.
Para mí, el divorcio es que papá no duerme en casa. No lo veo al despertar pero lo veo más
que antes, y ahora cuando charlamos me escucha y me entiende más.
Él se iba temprano a la mañana, estaba con él cuando se vestía, desayunábamos apura-
dos y me llevaba al colegio sin hablar, después no lo veía porque a la noche cuando él llegaba
yo estaba dormido.
Pero la verdad es que entonces dormía bien, no como ahora.
Ahora me lleva al cine y al circo, y después me cuenta cosas de cuando era chico. Nunca
me habla de mamá.
Mamá siempre lo critica, pero ahora menos que antes.
Dice la abuela que mamá es nerviosa y por eso a veces no parece buena. Con papá era te-
rrible, siempre le gritaba y lo retaba. Ahora la casa es más tranquila.
Eso es lo bueno del divorcio, no los oigo pelear.
Desde que no tomo más la mamadera tengo menos lío en la cabeza, y cada vez me gusta
más mi cuarto. Ahora puedo jugar.
Oí que le prohibieron a la abuela que me hablara de la mamadera, a veces pienso cómo
aguantaba el asco antes.
Todo sería mejor si mi mamá dejase de hablar de mi papá. Siempre tiene que criticarlo.
Yo quiero tenerlos juntos adentro mío, pensarlos juntos, pero no juntos para llorar.
Papá me dijo que no habían sido felices, que él tenía cosas que a mamá no le importaban,
y que ella también tenía muchas cosas buenas pero que a él tampoco le importaban, y a los dos
sí les importaban las cosas malas que tenían. Que habían probado muchas veces seguir jun-
tos, pero que no eran felices, y pensaba que cada uno por su lado podría volver a ser feliz.
Me pareció bien lo que me decía; yo lo entendía. Ahora papá me explicaba cosas y me es-
cuchaba.
Cuando de noche me despertaba, pensaba en lo que iba a conversar con él, y me dormía.
No la llamaba más a mamá, tenía miedo que me quisiera llevar a la cama o que la abuela vol-
viera con la mamadera.
Me dijo mi padre que en el verano nos haríamos socios de un club, y tendríamos que ex-
plicar a los chicos por qué voy con mi papá y sin mi mamá. Ésa es otra parte fea del divorcio,
lo que me preguntan. Pero la doctora me dijo que es mejor decir la verdad, y creo que tiene
razón, al final es más fácil.
Ayer oí una discusión de mi madre con mi abuela. “Es tremendo –decía la abuela– que pue-
dan decirle eso a los chicos, es una temeridad.”
No me gustó oír esa palabra, porque no es la verdad. Mañana voy a hablar con mamá y voy
a explicarle que yo ya lo sabía, pero que es mejor ahora que me lo explicaron. No me habían
dicho nada tremendo, me habían dicho al fin la verdad.
Siempre se peleaban, y eso sí era tremendo para mí.
Pasaron muchos días, y una tarde que la abuela no estaba en casa, mamá me habló. Fue
diferente que con papá, entendí mal algunas cosas. Por ejemplo, cuando me dijo algo de un her-
mano que había muerto y que ella sufrió mucho, pero eso no tenía nada que ver con mi padre.
Me dijo que a mi padre no le gustaban las mismas cosas que a ella, pero no dijo nada de
las cosas que a papá le gustaban y a ella no.
Cuando me dormí tenía mucha pena, era triste que no se quisieran.
Cuando esté solo y quiera, los pensaré juntos y no habrá pelea que me los separe.
Bibliografía
*Entrevista al doctor
Mauricio Knobel
hacer, le gustara o no, varias entrevistas con los seis o siete analistas didactas, que
además exigían que constara su trabajo en la bibliografía. Entre ellos estaba Joel Zak,
quien también fue mi compañero en el primer año de la facultad; éramos muy amigos,
pero él pesaba mucho, además de ser gordo y grande.
Él pesaba en los dos sentidos. Lo llamé y me dijo: “¡Ah, bueno, venite!”. En ese en-
cuentro me sugirió: “Bueno, mirá, yo tengo un trabajo... ¿por qué no lo incluís?”. Ésa era
la forma de hacerlo, y además me cobró la entrevista.
A. ROZENBAUM: Sí, antes se cobraba.
M. KNOBEL: Sí, pero como era tan amigo... Por ejemplo, yo consulté varias cosas con
Cesio y jamás se le ocurrió decirme que tenía que pagarle veinte minutos de conversa-
ción... te cobraban como una sesión.
A. ROZENBAUM: Tal vez no debió cobrarte.
M. KNOBEL: Yo creo que no, porque éramos amigos. Mi supervisor oficial fue Grinberg,
que ahora lamentablemente está muy mal, mi hijo mayor es su médico en Barcelona.
Entonces, que Grinberg me cobrara en aquella época estuvo bien.
Grimberg me cobraba una hora extra porque yo quería ver lo del trabajo, ¡perfecto!
Ahora bien, la gente que era muy amiga mía... Por ejemplo, Liberman era súper amigo
mío, pero para ser titular, cuando me ponía de acuerdo con él, me cobraba.
A. SORRENTINI: Como para mantener una especie de encuadre hiperortodoxo. Ahora no
ocurre eso.
M. KNOBEL: Espero que no, lo que más bronca daba era que vos tenías tus ideas y te
decían que incluyeras su trabajo, y después salía una ensalada de citas que no tenían
sentido alguno.
A. SORRENTINI: Sería para satisfacer los pequeños narcisismos.
M. KNOBEL: Exactamente.
A. SORRENTINI: Entonces no estuviste leyendo las últimas revistas. Estamos apuntan-
do a eso, a que haya más trabajos clínicos y más aportes de la clínica.
M. KNOBEL: Y ahora, con la cosa de que cada vez hay más notas, digo internacional-
mente... Estuve conversando con Sarita Arbiser y le pregunté si había recibido de la IPA,
como fue mi caso hace 15 o 20 días, por correo regular, un diploma de la IPA como es-
pecialista en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes firmado por Peter Blos, Widlöcher y
no me acuerdo quién más.
A. ROZENBAUM: Es que la IPA creó desde hace un par de años la especialidad de niños
y adolescentes.
M. KNOBEL: Pero yo no pedí el diploma.
A. ROZENBAUM: Bueno, pero cada país, cada Sociedad, tuvo que informar a la IPA quié-
nes eran sus analistas de niños. En la APA no tuvimos problemas porque hace más de 25
años que tenemos la carrera de especialista. Todo aquel que hizo la carrera consta como
tal en el Roster. A partir de que enviamos el listado de esas 120 personas, se oficializó y
ellas son también analistas de niños y adolescentes de la IPA. Otras sociedades tuvieron
muchos más problemas porque no tienen la carrera de formación. La APdeBA no la tiene,
por ejemplo.
M. KNOBEL: En San Pablo tampoco la tienen, ni en Río de Janeiro.
A. ROZENBAUM: Esas sociedades a las que me referí tuvieron que rastrear cuáles de
sus miembros tenían una formación en niños como para que les otorgaran el título de es-
pecialista.
M. KNOBEL: Sí, especialista; aunque no sea de valor oficial, tiene su importancia. Pero
este de la IPA sí tiene importancia y prestigio, interno, para nosotros; es una certificación
interna.
A. ROZENBAUM: Era lógico que a vos te llegara porque fuiste maestro de maestros.
M. KNOBEL: Sí, eso es lindo. Yo soy miembro de la Asociación Americana de
Psiquiatría. Era Miembro Asociado, pero después, por los trabajos que publiqué, me
nombraron Miembro Efectivo. Y cuando volví acá me nombraron Corresponsal. Hace un
año me llegó también una categoría que inventaron ahora, la de International Fellow de
la American Psyquiatric Association, la cual tiene mucho prestigio internacional.
A. SORRENTINI: ¿En qué época hiciste la formación allí?
M. KNOBEL: La hice del ’56 al ’60, en Psiquiatría y Psiquiatría Infantil. Entonces me die-
ron, yo tampoco lo pedí, la categoría de Miembro Internacional, una categoría especial.
A. SORRENTINI: ¿Y cómo es tu trabajo en Campinas?
M. KNOBEL: En pleno Proceso Militar me llega justamente una invitación de la
Universidad de Campinas para reorganizar al Departamento de Psicología Médica y
Psiquiatría.
Fui y tuve una entrevista con el Rector, y me dijo: “Ésta es una universidad que está
creciendo, y tiene mucho apoyo”. Al tiempo recibo un telegrama de la Universidad de
Campinas: “Mire usted, ya está designado Profesor y hay un sueldo depositado en el
Banco del Estado; si no se presenta antes del día 12, consideramos que no quiere el
cargo”. Así que fui corriendo.
A. ROZENBAUM: ¿Y vos pensás que desde tu lugar en esa universidad pudiste expan-
dir el psicoanálisis en la zona?
M. KNOBEL: Sí, claro. Yo ingresé como Profesor Titular y conté con el apoyo del Rector
para nombrar a la gente que necesitaba.
Mi cátedra es de Psiquiatría y Psicología Médica, y en ese entonces tuve la libertad
de hacer el programa, un programa de Psiquiatría Dinámica. Así incluí teoría analítica en
el programa de Psicología Médica y en Psiquiatría, con lo cual tenía prácticamente dos
cátedras, porque era Jefe de Departamento. Yo quedé como Profesor Titular de
Psiquiatría y Jefe de Departamento, y todos los programas empezaron a ser de base
analítica. Fue la primera universidad en Brasil que tuvo realmente programas de estudio
en Medicina con una orientación analítica.
A. ROZENBAUM: Con respecto al psicoanálisis que se practica ahora allí, ¿dirías que
guarda semejanza con lo que se hace aquí?
M. KNOBEL: Mirá, no sé mucho acerca de lo que se hace aquí ahora, pero el psico-
análisis en Brasil es el tradicional: el psicoanálisis de cuatro sesiones, aunque tal vez en
la actualidad no tanto.
A. ROZENBAUM: ¿Y el psicoanálisis de niños?
M. KNOBEL: El psicoanálisis de niños lo inicié yo con Arminda y con Kalina, y está ahora
comenzando en San Pablo.
700 ADRIANA SORRENTINI Y ANA ROZEMBAUM
Introducción
“Y espero que pronto se consolará usted de mi muerte y que me permitirá seguir viviendo en
su recuerdo amistoso –la única clase de inmortalidad limitada que reconozco–.”
Carta de Freud a Marie Bonaparte (1937)
El duelo es un fenómeno que forma parte habitual de la vida cotidiana. Todos hemos to-
mado contacto, tanto vivencial como observacional, con pérdidas propias y ajenas, cerca-
nas y lejanas y sus duelos consiguientes. Es decir que el duelo forma parte integral del
vivir.
Con todo, es un aspecto displacentero y penoso de la vida, y quizá debido a esto su es-
tudio y consideración psicoanalíticos no ha tenido, a mi juicio, una atención acorde a su im-
portancia. “Duelo y melancolía” es una obra relativamente corta en la producción de Freud,
ubicada por una parte casi como ilustración del narcisismo –obra escrita sólo un año
antes–, y por otra parte dentro de un contexto social de guerra y muerte, con los tres hijos
varones de Freud movilizados en el ejército por la guerra de 1914, y su otro “hijo” intelec-
tual, S. Ferenczi, también movilizado.
Si bien “Duelo y melancolía” ha introducido nociones importantes en la teoría psicoa-
nalítica, tales como el comienzo de la noción de superyó y de formas de internalización es-
tructurante como la introyección del objeto y la identificación secundaria. Freud nunca co-
rrigió “Duelo y melancolía” a la luz de sus hallazgos teóricos posteriores pertinentes, como
por ejemplo, y principalmente, la pulsión de muerte y la teoría estructural. Contrasta esto
con las continuas revisiones y agregados a otras obras suyas, como Tres ensayos de te-
oría sexual, La interpretación de los sueños y otras. Existen muchos ejemplos de esta evi-
tación en los escritos psicoanalíticos. Un ejemplo contemporáneo es el Diccionario de psi-
coanálisis de Laplanche y Pontalis, en el cual no figura el ítem Duelo.
Creo que hay una evitación inconsciente de un tema penoso y angustiante. Una evita-
ción social más aparente se observa en la contemporánea atenuación (o a veces total de-
saparición) de ritos y costumbres concernientes al duelo, que en muchos casos responden
a una tentativa de desmentida (Verleugnung) social y colectiva de la angustia frente a la
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Demaría 4470, 3º “A”, (C1425AEB) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
706 CARLOS MARIO ASLAN
Es claro que el proceso de cada caso individual se nos presenta a través de los múltiples y
diversos “ropajes psíquicos” (psychische Umkleidungen) de cada uno en su vida y en su
contexto psicosocial en ese momento determinado. Con esto quiero decir que interpreta-
ciones del tipo “se identifica con el objeto a fin de mantenerlo vivo” son atribuciones de
sentido a posteriori.
Como he dicho, el duelo es parte constitutiva del vivir; no hay quien no tenga pérdidas
y duelos. De no ser por su habitualidad, el duelo podría ser considerado una enfermedad.
Así lo hace notar Freud (1917, pág. 242): “En verdad, si esta conducta [la del sujeto en
duelo] no nos parece patológica, ello se debe a que sabemos explicarla muy bien”. Más allá
ha ido Engel. En un trabajo titulado “¿Es el duelo una enfermedad?”, argumenta que exis-
te un factor etiológico conocido, una evolución “normal” también conocida, que se mani-
fiesta por síntomas psíquicos dolorosos, a veces incluso tiene manifestaciones orgánicas,
trastornos en la capacidad de funcionar –a veces por días, semanas o meses–, un curso
relativamente acotado en el tiempo, posibilidad de complicaciones, y finalmente una “cura-
ción” o “cicatrización” más o menos lograda.
El duelo, siendo un proceso individual, trasciende esos límites; es también un fenó-
meno social y cultural. Diferentes culturas tienen normas de comportamiento aparente-
mente diversas, pues en el fondo son similares. Básicamente apoyan al sujeto en duelo,
lo “obligan” a meterse en él, a transcurrirlo y a salir. Aquí hay, a mi juicio, un proceso de
realimentación positiva: a través de la exteriorización de los procesos psíquicos del duelo,
se crean normas sociales, religiosas, etcétera, que a su vez refuerzan y devuelven, con la
fuerza de lo colectivo, los sucesos y procesos intrapsíquicos. En el caso princeps de la
muerte de seres significativos, nos ha permitido ponernos en contacto con civilizaciones
primitivas (Freud, 1913; Roheim, 1945) y civilizaciones adelantadas ya extinguidas.
Lo que venimos observando en nuestra cultura actual es una tendencia a la marcada
disminución de los ritos mortuorios, generales e individuales (Colonna, 2001). Si bien este
fenómeno puede indicar una propensión desmelancolizadora, una desgraciada conse-
cuencia de esto, traspasados ciertos límites, sería la negación y/o la banalización de la
muerte.
El sentido del duelo indaga en los desarrollos profundos e inconscientes del proceso y su
caracterización metapsicológica. Según diferentes autores, podemos distinguir dos senti-
dos principales. Éstos no son excluyentes entre sí, pero varía el monto de su proporción
en los duelos.
de a dos” (due, “dos”, y llum –proveniente de bellum–, “guerra”). Como se ve, en la eti-
mología misma se refleja la dualidad de sentidos. Ambas variantes de sentido se en-
cuentran en todo duelo; sin embargo la segunda variante, la más persecutoria, me pare-
ce que ha sido menos destacada en general. La experiencia clínica y la vivencial apoyan
con la fuerza de la evidencia el predominio de la segunda postura descripta. Uno de los
objetivos principales de este trabajo es darle sustento metapsicológico a esta hipótesis.
“Duelo y melancolía”
No voy a intentar aquí ni una exégesis ni una revisión crítica de esta trascendental obra.
Ya he enunciado algunos de los conceptos del mismo Freud que hubiera sido pertinente
aplicar al duelo y por lo tanto a la melancolía.
Hay otros conceptos posfreudianos que también son importantes para la mejor com-
prensión del duelo, por ejemplo: la distinción clara entre introyección e identificación, entre
identificación primaria y secundaria, entre identificaciones pasajeras e identificaciones es-
tructurantes, la teoría de las relaciones de objeto internas, etcétera. Sólo me quiero ocu-
par en este lugar de una idea central en “Duelo y melancolía” que a mi juicio no se puede
seguir sosteniendo actualmente, una diferencia básica entre los mecanismos del duelo y
los de la melancolía. Freud postulaba que en el duelo, una vez producida la desaparición
del objeto externo, el yo procedía a retirar paulatinamente sus investiduras del objeto.
Pienso que aquí Freud se refiere al objeto externo y quiero hacer una reflexión acerca de
su ambigüedad respecto a ese “objeto”. No resulta claro si se trata del objeto externo o de
su representación psíquica. Tanto es así que Strachey (1953), comentando otro texto de
Freud, de 1905, se ha visto obligado a señalar: “Es escasamente necesario explicar que
aquí, como en toda otra parte, al hablar de libido que se concentra en ‘objetos’, se retira
de ‘objetos’, etc., Freud tenía en mente las representaciones mentales (Vorstellungen) de
los objetos, y no, por supuesto, objetos del mundo externo”.2 Es “escasamente” necesa-
rio, pero finalmente “es necesario”. Por otra parte, Strachey ya conocía la evolución pos-
terior del pensamiento de Freud. Por ejemplo, en el Esquema del psicoanálisis (1940)
Freud escribe: “[...] Llamamos narcisismo primario absoluto a este estado. Dura hasta que
el yo comienza a investir con libido las representaciones de objeto, a trasponer libido nar-
cisista en libido de objeto”.
Pero todavía en 1915 Freud distingue a la melancolía del duelo, porque cree que en
la primera se introyecta el objeto y en el duelo no. De ahí que Fenichel hable de la “intro-
yección patgnomónica” del objeto externo en la melancolía.
Del destino ulterior de las investiduras retiradas del objeto (¿externo?) Freud no dice
nada en ese texto. Como ya lo he señalado, en el Apéndice C de Inhibición, síntoma y an-
gustia estas investiduras acumuladas (¿en el yo?), llamadas por Freud “cargas de nos-
talgia”, producirían dolor (psíquico) por efecto de la mera cantidad.
1. Para una completa revisión antropológica véase también Roheim (1945), “Animism and Dreams”,
Psychoanalysis Review, vol. 32, págs. 62-72.
2. La traducción es mía (S. Freud, Three Essays on the Theory of Sexuality, S. E., VII, pág. 217).
710 CARLOS MARIO ASLAN
El duelo comienza con la renegación, desmentida (Verleugnung) del hecho: “¡No!”, “¡No
puede ser!”, “¡No lo creo!”, etcétera. Este estadio puede ser más o menos largo, con perío-
dos fugaces de renegación, y de aceptación más prolongados, coexistiendo a veces en al-
ternancia rápida. Finalmente el criterio de realidad se impone y el sujeto acepta la pérdida.
Freud (1917) dice:
[...] El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más y de él emana
ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una
712 CARLOS MARIO ASLAN
Por mi parte hago notar que “una comprensible renuencia; universalmente se observa que
el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando un sustituto
asoma” y “Pero la orden que ésta imparte no puede cumplirse enseguida”, no son expli-
caciones psicoanalíticas de procesos inconscientes, sino descripciones fenoménicas.
Creo que el proceso es diferente y más complejo que lo que dice Freud, y puedo dar
una descripción metapsicológica más precisa –a la luz de los desarrollos actuales– y más
adecuada a los hechos clínicos y fenoménicos.
He aquí mi hipótesis: el yo, acatando su juicio, que deriva del examen de la realidad,
retira sus investiduras libidinales del objeto interno que representa al objeto externo per-
dido. Este retiro comienza de inmediato y tiende rápidamente a hacerse masivo.
Se produciría entonces una defusión, una desintrincación de la libido retirada de su
unión con la pulsión de muerte, que llevaría a la desneutralización de la pulsión de muer-
te en el objeto interno representante del objeto perdido. Aquí conceptualizo a la pulsión de
muerte como tendencia a deshacer las estructuras complejas y llevarlas a un estado es-
tructural más simple, a la inercia, a lo inorgánico: “[...] suponemos una pulsión de muerte,
encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte [...]” (Freud, 1923). Esto se
referiría al nivel más primitivo, diría orgánico. Y en el ámbito clínico sus efectos se obser-
van en las estructuras investidas de pulsión de vida, y se manifiestan como conductas au-
todestructivas y heterodestructivas.
El objeto interno en cuestión no permanecería meramente “sin vida” al serle retiradas
las investiduras libidinales, sino que, efecto de la pulsión de muerte, sufriría un rápido pro-
ceso de deterioro, desorganización y autodestructividad. Esta hipótesis, que planteé por
primera vez en 1978, parecería similar a la de Green, según la cual la función de la pul-
sión de muerte sería el retiro de la investidura libidinal significativa, objetalizante de un ob-
jeto interno, pero a mi juicio no lo es.
Creo que este retiro libidinal debe completarse con las nociones de desneutralización
o desintrincación de la pulsión de vida respecto de la pulsión de muerte, liberando el ac-
cionar más o menos puro de la auto y heterodestructividad de la pulsión de muerte. Así
también opina Roheim (1945, pág. 69): “La presencia de la muerte y la disrupción de un
lazo libidinal libera a Tánatos en su forma original, que entonces se manifiesta en la au-
tomortificación de los sobrevivientes”. De no ser así, no veríamos las intensas manifesta-
ciones persecutorias observadas comúnmente en los duelos ni aquellas que, según
Green, están “más allá del displacer: el desvalimiento, la desdicha, etc.”. En mi opinión, si
el proceso sólo consiste en que a un objeto se le retira su investidura significativa, enton-
ces, dejaría de existir psíquicamente, se borraría del psiquismo.
Los procesos que estoy describiendo representan una situación de peligro para el yo
que contiene este objeto en proceso de morir/vivir, activamente destructivo y amenazador.
El yo produce ante esta situación de peligro intenso su angustia señal y moviliza sus de-
fensas. Creo que la defensa más importante es la recarga erótica, libidinal, masiva del re-
presentante interno del objeto externo desaparecido, en una tentativa de volver a investir
libidinalmente el objeto interno “muerto” y neutralizar la pulsión de muerte en él. Esta de-
fensa es del tipo que Freud (1920) describe en Más allá del principio de placer cuando se
produce una ruptura en el aparato amortiguador de estímulos: “De todas partes es movi-
lizada la energía de investiduras a fin de crear, en el entorno del punto de intrusión, una
investidura energética de nivel correspondiente. Se produce una enorme ‘contrainvesti-
dura’ [...]”.
Dado que todos estos procesos no ocurren sucesivamente ordenados, es difícil des-
cribir con exactitud su correspondencia con estados anímicos del sujeto. Pero diré que a
la defensa de renegación (Verleugnung) inicial corresponderían los “¡No!”, “¡No lo creo!”,
etcétera. Al retiro masivo de las investiduras libidinales, con la liberación de la pulsión de
muerte, concierne el estado de estupor, shock, inmovilidad y desconexión. Postulo que
atañe a una transitoria identificación con el muerto, también expresada por los deseos y/o
ideas de morir con o como él. También puede presentarse en esta etapa una aguda sen-
sación de dolor psíquico y angustia y/o una sensación de vacío doloroso.
Con el comienzo de las defensas contra este peligro interno (verdadero “agujero
negro” del yo) aparece el temor a la muerte (el temor a la identificación excesiva). Y el im-
portante aporte libidinal defensivo, sobre el objeto interno que ha sufrido previamente el
retiro libidinal, la liberación tanática, lleva a que el sujeto tenga presente en su mente, en
sus pensamientos y sentimientos, al objeto desaparecido, de un modo predominante: “No
puedo pensar en otra cosa”; “No me lo puedo sacar de la cabeza”, etcétera.
Esta situación había sido descripta de un modo parecido en “Duelo y melancolía”, aun-
que allí Freud pretendía que eso sucediera solamente en la melancolía y no en el duelo
normal, lo que es, obviamente, erróneo. Freud (1917) decía:
El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas par-
tes energías de investidura (que en las neurosis de transferencia hemos llamado “contrainves-
tiduras”) y vacía al yo hasta su empobrecimiento total.
Percibimos una sutil diferencia: en esta formulación es el “complejo melancólico” que “se
comporta como una herida abierta” que atrae hacia sí energías de investidura. En la hipó-
tesis que he planteado, es el yo (o el self) quien envía contrainvestiduras defensivas. Creo
que la diferencia proviene de si se atiende en primer término la experiencia subjetiva o la
descripción metapsicológica. Considero que desde la metapsicología las cosas son tal
como las he descripto, tanto en el duelo como en la melancolía. Desde la experiencia del
sujeto en duelo se tiende a experimentar las cosas tales como las describe Freud (es el
“complejo melancólico” que atrae hacia sí, etcétera). Eso me ha llevado a describir la sen-
sación subjetiva del sujeto en duelo como si el “objeto interno muerto” se comportara
como un “agujero negro”, tal como los describen los astrónomos, y fuerza al comienzo a
identificaciones con el muerto. Esto se ve con mayor claridad cuando ya ha empezado la
defensa por contrainvestiduras eróticas y, por lo tanto, una defensa contra esa tendencia
a la identificación.
714 CARLOS MARIO ASLAN
Estoy contenta, hay mucha gente caminando. Veo un puente pintado de color ocre, parece
el Pontevecchio (viejo = el padre). Veo agua, es verde, parece un río o un lago. En la orilla,
mucha gente camina. De pronto, un enorme monstruo, especie de dragón, color celeste
grisáceo, surje de la profundidad del agua. Avanza sobre la costa. La gente huye en medio
de una situación de pánico. Cuando despierto estoy angustiada”.
De entre sus asociaciones destaco: “Recuerdo que este monstruo se parece a un per-
sonaje (el malo) de una película para chicos Monsters Inc que vi con X... su nombre es
Randall, nombre de vaquero malo. El film ronda sobre los miedos infantiles. La empresa
se encarga a través de los monstruos de provocar gritos de niños para luego aspirar los
gritos. Estos gritos se transforman en energía que sirve para iluminar la ciudad donde ha-
bitan los monsters. Los monstruos entran en el cuarto de los niños. Cuando éstos duer-
men los asustan para que griten. Los monstruos no deben llevarse nada del cuarto de los
niños, ni los niños deben pasar la puerta. Pero sucede un error. El mejor de los monstruos
asustadores, Sullivan, comienza a proteger a una niña a quien llama Buu, por los llantos
que ella emite. Sullivan, al ver el daño que causa a los niños, y al darse cuenta que ob-
tenía más energía con la risa que con el llanto, cambia su actitud y la de la corporación.
Randall, el malo, es derrotado por Sullivan con ayuda de Buu y otro de sus amigos”.
Del análisis de este sueño selecciono lo pertinente al punto de este trabajo.
Garma describió a los sueños por colores, como significando contenidos de muerte y
excrementicios. Los monstruos aspiran el aliento de los niños ya sea que griten de miedo
o se rían. Encuentro una similitud con lo descripto como “agujero negro”.
El agua es un símbolo universal de embarazo y nacimiento. Es claro que en el sueño
surge el monstruo enorme, especie de dragón, color celeste grisáceo, que simboliza los
embriones fecundados que no pudieron prosperar. Con su carácter sorpresivo, que surge
de la profundidad de un paisaje-psiquismo aparentemente apacible, aunque en realidad
cargado de muerte. Pero en las asociaciones hay una doble mutación: de maldad a bon-
dad (Randall a Sullivan) y de espanto a risa. Su esperanza/deseo es que con mi ayuda
(Sullivan) ella (Buu) y su marido (el amigo de Buu) podrán derrotar a Randall, es decir
avanzar en la elaboración de su duelo y cambiar el cariz de su objeto interno.
El segundo ejemplo es más corto. Un viudo joven, cuya esposa había fallecido en un
accidente de auto en el que él manejaba, estuvo largo tiempo sin poder relacionarse con
mujeres. Luego pasó un tiempo en que no podía establecer contacto amoroso con las mu-
jeres con las que salía, hasta que finalmente se enamoró y decidió casarse. Pero no pudo
hacerlo hasta que fue a la tumba de su esposa y le “pidió permiso” para casarse. Sólo así
pudo hacerlo. La muerta actuaba como objeto superyoico que por efecto del análisis fue
mutando, haciéndose más permisivo.
Breve resumen de la cronología del origen de la agresividad del objeto interno persecu-
torio
Freud postuló que la agresividad del objeto dependía de la porción de odio de la ambiva-
lencia previa hacia el objeto exterior, ahora internalizado. Por lo tanto, como ya he seña-
lado antes, los autorreproches aparentes, en realidad, son reproches al objeto ahora
muerto afuera y vivo, internalizado, dentro del sujeto.
716 CARLOS MARIO ASLAN
Luego, Abraham describió que esta internalización sucedía también en el superyó (yo
diría como superyó). Es decir que no sólo el sujeto reprocha al objeto (internalizado), sino
que el objeto (internalizado) reprocha al yo del sujeto.
Finalmente me parece que, si tomamos en cuenta la pulsión de muerte, la hipótesis
que aquí he presentado como productora de la persecución (o de su incremento) por parte
del objeto interno es debida a la desneutralización de la pulsión de muerte en él. Y repito,
este objeto puede actuar como yo o como superyó, y eventualmente, al fin de un duelo
normal, como ideal.
Identificaciones
La teoría clásica señala que el duelo termina con identificaciones con el objeto perdido.
Postulo que existen identificaciones tempranas. En grado variable se van produciendo
identificaciones parciales –algunas transitorias y otras más perdurables– con el objeto
perdido, pero con la característica de ser identificaciones con aspectos negativos del ob-
jeto: con sus falencias, sus defectos, sus síntomas (o lo que el sujeto supone que fueron
los síntomas del objeto). A estas identificaciones, parciales y precoces, junto a las más
masivas descriptas anteriormente, las he denominado identificaciones tanáticas (Aslan,
1978a). Otra manifestación observable de estas identificaciones tanáticas son las vesti-
mentas de luto. El blanco, el morado, el negro son colores de duelo en diversas culturas
y reflejan la identificación con la palidez, la cianosis, la corrupción corporal del muerto.
Hasta ahora he reseñado situaciones, ideas y aspectos predominantemente persecu-
torios. Debo nombrar también las muy importantes reacciones realistas y racionales fren-
te a la pérdida: tristeza, dolor, angustia, desamparo, soledad. El llanto es típico de estos
estados e implica el alivio de una necesidad interna, un cierto grado de regresión y tam-
bién una comunicación hacia los demás (Engel, 1962). La mezcla de estas dos tenden-
cias (eróticas y tanáticas) producen a veces identificaciones como las siguientes.
Se trata de un hombre de 39 años, casado, con cuatro hijos. Su esposa muere a causa
de un accidente. Se trataba de una familia católica, muy religiosa, integrantes de grupos
de catequesis. Me consulta a la semana de ocurrido el fallecimiento. En la entrevista, el
paciente relata que había estado separado por un tiempo de la esposa, que él había te-
nido una relación extramatrimonial y la esposa, “un amigo con el que no había pasado
nada”. Todo eso había terminado unos meses atrás y reanudaron “una relación matrimo-
nial feliz”. De los primeros días de duelo relata que en un momento sintió como una luz y
vio a su esposa, que le decía: “¿Por qué a mí?”, y se desvanecía. El paciente continúa
con su relato y dice que eso lo interpretó como que la mujer lo exculpaba a él, que ella es-
taba feliz con Dios y se preguntaba por qué la había elegido a ella para ese feliz destino.
Luego de esta obvia defensa maníaca contra la culpa y la angustia persecutoria relata
que, aunque siempre ha sido muy creyente, recién comprendió el verdadero significado
de la Eucaristía después de la muerte de su esposa. En la primera misa después del fa-
llecimiento sintió que la esposa estaba en la hostia, y que la consubstancialización con
Dios era también la consubstancialización con la mujer, y que entonces ahora ella era
parte de él. Uniendo estos pensamientos con la “aparición” de la esposa pudimos cons-
truir su pensamiento: la esposa, al estar con Dios, formaba parte de él, y ahora, por vía
de la Eucaristía, también formaba parte del paciente. Esta racionalización placentera de
su identificación con la muerta respondía, al menos, a las siguientes razones: 1) al esta-
do hipomaníaco en que se encontraba el paciente; 2) a la disociación mente/cuerpo que
decía tener, el dolor estaba en el cuerpo (se señalaba el tórax a la altura del corazón) y
su cabeza era capaz de pensar y ordenar todo fríamente; 3) a sus convicciones religio-
sas, y 4) a la renegación parcial de la muerte de su esposa. Unas semanas después el
paciente relata una conversación con su hijo menor, de 8 años. El chiquito le dice muy
compungido que no va a poder ver más a su madre, que no va a poder tocarla. El paciente
le contesta que se mire al espejo porque su madre está dentro de él, que se toque el co-
razón que ella está ahí. El hijo le dice que no va a poder besarla más, el paciente le con-
testa que se ponga la punta de los dedos sobre el corazón y luego se los bese, estará be-
sando a la madre.
No todas las identificaciones son tan dramáticas ni tan graves. Por ejemplo, una pa-
ciente joven se enteró de la muerte de una tía muy allegada. A pesar de que había deja-
do de fumar años antes, la paciente compró un paquete de cigarrillos para fumar y “cal-
mar la angustia”. Sólo días después se dio cuenta de que había comprado la misma
marca de cigarrillos que fumaba la tía, fumadora empedernida.
to, con una herida en el cuerpo. Y así como éste reacciona con dolor (físico), aquella re-
acciona con dolor (psíquico). Creo que esta hipótesis suplanta con ventajas metapsicoló-
gicas, o por lo menos complementa, la hipótesis de Freud antes mencionada.
5) La preexistencia y permanencia en la literatura psicoanalítica de una concepción to-
pográfica, en vez de estructural, ha dado origen a innumerables discusiones sin fin ni so-
lución sobre qué objetos introyectados “iban” al yo o al superyó, en qué condiciones, etcé-
tera. La concepción que he planteado al principio sobre el carácter funcional de las es-
tructuras psíquicas termina con ese falso problema. Un objeto interno o una identificación
pueden funcionar como (y no está en el) yo o como superyó. Un ejemplo banal y es-
quemático podrá aclarar la cuestión: si un viudo intenta tener una relación sexual y reac-
ciona con impotencia, podemos suponer:
a) La identificación de la esposa como superyó le hace sentir culpa y dolor; por ejemplo,
se acusa de infiel o le presenta a su recuerdo escenas de sexo con la esposa, todo lo
cual lleva a que al paciente se le impida el acto sexual.
b) Si la mujer muerta está identificada como yo, puede ser que ni siquiera sienta deseos;
“está muerto” para la sexualidad y el deseo, y/o también lo están sus genitales.
c) Lo que es más frecuente, una combinación de ambos.
En una evolución favorable del duelo, i.e., hasta su resolución, la presunción básica es
que el continuado aporte de investiduras libidinales va produciendo tal evolución. ¿De qué
modo íntimo se produce esto? No lo sabemos.
No tenemos ninguna comprensión fisiológica de los modos y medios con los que puede reali-
zarse esta doma (Bändigung) del instinto de muerte por la libido. En lo que al campo psicoa-
nalítico de ideas se refiere, sólo podemos asumir que tiene lugar una muy extensa fusión y
amalgama, en variadas proporciones, de las dos clases de instintos [...] (Freud, 1924).
1) Las identificaciones “tanáticas” van cambiando hacia identificaciones más eróticas, esto
es, con rasgos más positivos, con los logros y con los ideales del objeto perdido. (“Voy
a estudiar medicina, como quería papá”.)
2) Las partes más persecutorias del objeto (objetos internos persecutorios: “objeto muer-
to-vivo”) van disminuyendo y/o perdiendo ese carácter.
3) Los afectos dolorosos evolucionan desde una preocupación predominante por el suje-
to en duelo (dolor psíquico, angustias, miedo) hacia una preocupación predominante
por el objeto perdido (tristeza, aflicción, pena, nostalgia), y luego se atenúan o desa-
parecen. Un paciente relata que se puso a llorar durante el velatorio de un tío muy que-
rido. Una persona allegada se acercó a consolarlo: “Si no sufrió, si ya era muy mayor”.
El paciente comentó: “Yo no lloraba por él, lloraba por mí”.
Duelo patológico
Cualquier duelo que se detenga –por razones internas o externas diversas– en cualquier
punto de su desarrollo, se constituye en un duelo patológico. Se entiende que cuanto
más precoz es el estadio en que el proceso se detiene, más grave será el cuadro resul-
tante. Así, los cuadros clínicos pueden ir desde la renegación psicótica, la melancolía es-
tuporosa, variedades de melancolías, pasando por la depresión neurótica crónica, etcé-
tera, hasta la “infelicidad común” que ha mencionado Freud, dependiendo de las series
complementarias de cada uno. Todo duelo patológico es una variedad de depresión, aun-
que no toda depresión responde a un duelo patológico.
Otras formas de duelo patológico pueden ser del tipo de la aparente “ausencia de
duelo” o “duelo detenido”, por una especial escisión y encapsulamiento de parte del yo y
el superyó que contienen el objeto “muerto”, como uno de los casos que he descripto. O
bien el duelo prolongado, por diversos factores. Hay una rara especie llamada “duelo por
testaferro”, estudiada por W. Greene, en la que el sujeto desplaza todas sus investiduras
del objeto perdido hacia otro objeto, y el duelo queda suspendido hasta la pérdida del
nuevo objeto. Hay también duelos “desplazados” o vividos a través de enfermedades
orgánicas.
Resumen
Escrito en 1915, Freud nunca actualizó “Duelo y melancolía” a la luz de sus ulteriores teorías, tales
como la de la pulsión de muerte, la hipótesis estructural del alma, la angustia señal, etcétera. En
este trabajo, utilizando dichas teorías, y otros conceptos actuales derivados de ellas, el autor pro-
pone una descripción metapsicológica que se correlaciona mejor y más adecuadamente con los
hechos clínicos observables, tanto en el duelo normal como en el duelo patológico. Sostiene que
la representación psíquica del objeto externo perdido es anterior a la pérdida de dicho objeto; por
lo tanto, no existe la “introyección patognomónica”. La libido no se retira del objeto externo sino de
su representante psíquico, al que también se denomina objeto interno.
Contrariamente a lo descripto por Freud, el autor postula que el yo (yo, sí mismo, self, según
el esquema referencial), una vez aceptado su juicio de realidad que le indica que el objeto se ha
perdido, tiende a retirar masivamente la libido del representante psíquico de dicho objeto. Esto pro-
duciría una defusión instintiva, con una liberación importante del efecto destructivo de la pulsión de
muerte así desneutralizada, lo que constituiría una situación de peligro para el yo. Frente a esta si-
tuación, el yo movilizaría sus defensas, especialmente la recarga libidinal masiva del objeto inter-
no en cuestión, y, de ahí en más, la desinvestidura se haría más lenta y discriminadamente como
la describió Freud. Todos estos movimientos descriptos metapsicológicamente se infieren de su co-
rrelato clínico. El proceso de duelo se jugaría entonces centralmente en el representante psíquico
del objeto perdido, compleja estructura yoica, superyoica e ideal, con cualidades preconscientes e
inconscientes. El proceso de duelo es abordado de un modo prototípico: a partir de la pérdida sú-
bita de un objeto significativo, pasa por diversas vicisitudes y alternativas hasta su finalización. Las
diversas modalidades del duelo patológico consistirían en la detención del proceso en algunas de
sus etapas, o menos frecuentemente por otros mecanismos. Se ilustra con material clínico.
DESCRIPTORES: DUELO / OBJETO INTERNO / DESMEZCLA DE LAS PULSIONES / PULSIÓN DE MUERTE / CONTRAIN-
VESTIDURA / IDENTIFICACIÓN / DUELO PATOLÓGICO
Summary
PSYCHOANALYSIS OF MOURNING
The author briefly reviews the proposals in a work that Freud never updated: “Mourning and
Melancholia”, written in 1915, in the light of his later theories such as the death drive, the structural
hypothesis of the soul, the anxiety signal, etc.
The author uses these theories and other current concepts deriving from them to propose a me-
tapsychological description that he considers better and more adequately correlated with observa-
ble clinical facts, both in normal and pathological mourning. Briefly: the psychic representation of
the lost psychic object precedes the loss of this object; therefore, there is no “pathognomonic in-
trojection”. The libido is not withdrawn from the external object but from its psychic representation,
which we also call internal object. Differing from Freud’s description, the author postulates that the
ego (ego or self, depending on the referential scheme), once it has accepted the reality judgment
indicating that the object has been lost, tends to withdraw libido massively from its psychic repre-
sentation. This produces a de-fusion of instinct, with an important release of the destructive effect
of the death drive, thus de-neutralized, which presents the ego with a situation of danger. In this si-
tuation, the ego mobilizes its defenses, especially the libidinal re-cathectization of the internal ob-
ject involved; from that point on, the de-cathectization proceeds more slowly and discriminately, as
Freud described it. All these movements, described metapsychologically, can be inferred from their
clinical correlates.
The mourning process is played out, therefore, mainly in the psychic representative of the lost
object, the complex ego, superego and ideal structure, with preconscious and unconscious quali-
ties. The mourning process is described in a prototypic way as beginning with the sudden loss of a
significant object, going through various vicissitudes and alternatives that are described in the
paper, until it terminates. The diverse modes of pathological mourning are due to the arrest of the
process in any of its stages or, less frequently, other mechanisms that are discussed briefly. The
author illustrates with clinical material.
KEYWORDS: MOURNING / INTERNAL OBJECT / UNMIXTURE OF THE DRIVERS / DEATH DRIVE / COUNTER-CATHEXIS / IDEN-
TIFICATION / PATHOLOGICAL MOURNING
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722 CARLOS MARIO ASLAN
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 28 de noviembre de 2002; su primera revisión tuvo lugar
el 25 de julio de 2003, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 19 de agosto
de 2003.)
1. Presentación
En este trabajo articulamos los conceptos género y función. Aplicamos la idea de función
a la familia, y proponemos el término “familia interna” para dar cuenta de la organización
internalizada de un sistema complejo de relaciones vinculares. Destacamos el trabajo psí-
quico adulto como un conglomerado de funciones intrasubjetivas e intersubjetivas que fa-
cilitan el desarrollo de los seres humanos. Las viñetas que presentaremos ilustran distin-
tas situaciones clínicas a la luz de nuestras hipótesis.
La tesis central del trabajo plantea que la función familia estimula o dificulta el desa-
rrollo del psiquismo, dentro y fuera del espacio de la familia nuclear convencional. Esto es
posible porque tanto el psiquismo individual como la familia forman parte simultáneamen-
te del espacio psíquico y de la psicología social.
En este sentido, Viñar (2000, pág. 322) expresa:
Para hacer un individuo se necesita una matriz grupal. El nosotros precede al yo, y la trama
lingüística, afectiva, identificatoria, condiciona las conductas individuales y las modela en situa-
ción.
Con la propuesta de los términos “función familia”, “familia interna” y “trabajo psíquico
adulto” elegimos hacer un recorte metodológico que relaciona y distingue ciertos compo-
nentes de la vida anímica y social.
La salud o su quiebre dependen de múltiples componentes en interacción que abarcan
desde las series complementarias hasta el modo en que las formas culturales y sus ma-
lestares determinan al sujeto y su singularidad.
Nuestro objeto de estudio, el ser humano y su mundo interno, la forma en que se vin-
cula con otros y con la realidad circundante, es cambiante y diverso, en un sentido lon-
gitudinal a lo largo de las épocas históricas y en un sentido transversal de acuerdo con
la cultura y con la realidad socioeconómica en que está inserto. Hay estructuras psíqui-
cas constitutivas, y otras que se transforman, algunas con más velocidad que otras.
Las instancias más cambiantes del psiquismo están relacionados con el superyó nor-
mativo, con los ideales, los valores, las costumbres, y con el modo de agruparse en la
convivencia con otros. Los ideales culturales actúan vía superyó, como Freud lo señalara
en 1914. El superyó se forma por la internalización de las admoniciones de los padres, los
educadores y la opinión pública. Al variar la opinión pública, varían los mandatos super-
yoicos.1 Sostener la atemporalidad de las estructuras sociales conlleva el riesgo de con-
vertir al pensamiento en monolítico y atenta contra el desarrollo futuro de nuestra joven
disciplina.
La palabra género proviene de la gramática. Indica conjuntos de elementos que gozan
de determinada propiedad (género social, género de una especie animal, etcétera). Fue
utilizada por John Moyne, quien la extrapoló de la gramática a la medicina en la década
del ’50. Con esa palabra señalaba las conductas atribuidas a varones y mujeres (gender
role). Stoller, años después (1968), demarca con minucia los territorios correspondientes
a sexo y género (Burin, 1998).
Según Butler (2001), el género en sí no se restringe a los dos géneros varón/mujer.
Los géneros no son verdaderos ni falsos, sólo se producen como efectos de verdad de un
discurso de identidad primaria y estable.
La orientación sexual está regida por los deseos, los fantasmas y las investiduras que
perduran desde la infancia, ya sean actuados o no. El reconocimiento de la alteridad es se-
guido por el descubrimiento –no sin angustia para ambos sexos– de la diferencia de los
sexos, previo a los conflictos edípicos. Dicho descubrimiento tiene un efecto de madura-
ción diferente en uno y otro sexo, una vez superado un cierto nivel de angustia.
Según McDougall (1998), en la fase edípica, con su dimensión homosexual y hetero-
sexual, el niño se ve obligado a llegar a una conciliación con el deseo imposible de pose-
er a los dos progenitores, de pertenecer a los dos sexos y de encarnar los dos órganos
genitales. Sostiene que el niño o la niña alcanzan la identificación en tanto sujetos mas-
1. Los valores y sus modificaciones tienen tiempos y velocidades diferentes. Los religiosos son menos
cambiantes que los económicos y políticos, y éstos son más lentos que los epocales.
les de la madre o de una figura sustituta, en primer lugar. Posteriormente incluye repre-
sentaciones del entorno y del sí-mismo en interacción con cada uno de los miembros de
la familia dando lugar a diversas configuraciones vinculares. La familia interna constituye
una suerte de Gestalt del yo (Freud, 1913), cuyos elementos constitutivos darán cuenta
del sentimiento vivencial del sujeto en su interrelación con el medio.
Dentro de las múltiples funciones de la familia consideramos el sostén (autoconserva-
ción) y amparo, la satisfacción de la pulsión sexual y de sus derivados, la educación y es-
tructuración psíquica, el aprendizaje de hábitos elementales de salud, limpieza y alimen-
tación, el aprendizaje de roles a través de la identificación, el espacio de transmisión de
valores. No dejamos de lado la función social familia que es responsabilidad de una pa-
ternidad del Estado y que puede ser ejercida también a través de múltiples modalidades
de protección comunitaria.4 A estas funciones tróficas se suman las disfunciones destruc-
tivas, desorganizativas, que obstaculizan la estructuración psíquica y la evolución del su-
jeto.
La importancia de la familia interna de cada individuo y la de los efectos función fami-
lia que recibe del medio ambiente consiste en suplir carencias familiares primarias permi-
tiendo que esa persona se desarrolle en una dirección saludable. Las funciones familia
deben sostenerse a lo largo del ciclo vital de los niños y los adolescentes en un constan-
te reacomodamiento que les permita, en el mejor de los casos, sortear las crisis y los
obstáculos vitales sin que esta función caiga o se pervierta. Las frecuentes disfunciones
familiares abren un importante campo de la psicopatología vincular.
Podemos pensar a la familia como la forma que el individuo elige para agruparse con
otros a lo largo de su vida. En la actualidad observamos diferentes formas de familia y no
podemos circunscribirnos a un solo modelo. Las nuevas parejas se organizan en función
de legitimar proyectos y sostener su deseo más que en función de cumplir con reglas le-
gales establecidas.
Por otra parte, el tema de la filiación es de capital importancia en psicoanálisis al per-
mitir que el hijo pueda ocupar su lugar en la estructura de la familia. Es uno de los puntos
de partida de la estructuración psíquica.
Los criterios que determinan la filiación son múltiples, se relacionan con referencias
genéticas, biológicas, psicológicas, familiares, sociales, culturales, religiosas, legales. Al
mismo tiempo implica por parte de los padres, deseos, afectos e ideales. Este entramado
influye en la construcción de la identidad.
M. Mead, al referirse a la crisis de la familia, a pesar de su escepticismo acerca de la
ruptura generacional, sugiere crear nuevos modelos para que los adultos puedan enseñar
Entonces, según Freud, “la pulsión social acaso no sea originaria e irreductible [...] los comienzos de su
formación pueden hallarse en un círculo estrecho, como el de la familia” (pág. 68).
3. Engels (1884) cita una importante frase de Morgan: “La familia es el elemento activo, nunca permane-
ce estacionaria, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad evolu-
ciona de un grado más abajo a otro más alto. En cambio, los sistemas de parentesco son pasivos; sólo des-
pués de largos intervalos registran los progresos hechos por la familia en el curso de las edades, y no sufren
radical modificación sino cuando se ha modificado radicalmente la familia”.
4. Como suele observarse en situaciones de intensa crisis social, tal es el caso de la crisis argentina, en
a sus hijos no lo que deben aprender sino cómo deben hacerlo, y no con qué deben com-
prometerse sino cuál es el valor del compromiso. Frente a la crisis de los paradigmas de
la modernidad, ella plantea que estamos criando hijos desconocidos para un mundo des-
conocido.
4. Viñetas clínicas
Estos jóvenes describen a sus familias tal como las ven y sienten. Cuando el joven ex-
presa “no hay familia”, alude a una constelación vincular que impide la instalación de una
organización familia interna suficientemente adecuada para su evolución. El riesgo del
adolescente miembro de este grupo familiar con este modelo operante internalizado es-
triba en que tenderá a imponer inconscientemente este tipo de relación en el futuro como
modo de asegurarse un vínculo de apego posible, que, si bien le hará sufrir, siempre será
preferible a la soledad catastrófica de contar con nadie y de ninguna manera.
las que se incrementa la solidaridad y la instrumentación de acciones de ayuda social fuera del ámbito del go-
bierno.
734 A. M. ALIZADE, L. ABRAHAM DE TROVARELLI, R. ABRAMOVICI, R. ÁLVAREZ, S. DE SIMONE
DE PESCE, O. LÓPEZ DE ILLA, B. MANUEL Y J. TACUS
1) Desde la madre, por su historia personal. Claudia es una mujer que se angustia frente
a las situaciones de dependencia, su defensa primordial es la autosuficiencia. Este
rasgo se hizo muy evidente no tanto en la relación con su hija, sino en la imposibilidad
de depender de una persona que la suplante en su hogar cuando ella trabaja. Prefirió
optar por la guardería no por motivos económicos sino por ser más impersonal, perju-
dicando a su hija.
Es interesante observar cómo en este caso la psicopatología y los ideales cultura-
les o ideales de género vigentes se entrecruzan y potencian. Esta madre, cuyo tras-
torno narcisista de personalidad le impide establecer un vínculo simbiótico con su
bebé, se ampara en un ideal de ejecutiva exitosa que encubre su genuina dificultad.
Ambos ideales (ideal de madre/ideal de profesional) no logran armonizarse y crean
conflictos en el funcionamiento familiar de notorias consecuencias psíquicas. Tampoco
debemos desconocer o asignar un lugar secundario al padre, quien aceptaba las de-
cisiones de su mujer e ignoraba y dejaba de promover el desarrollo de una función ma-
terna suficientemente buena.
2) Desde la actitud de su pediatra. La pediatra no supo acompañar a Claudia en su pro-
ceso de maternalización. Identificada con la supuesta madre moderna que necesita
fundamentalmente rendir en su trabajo, no pudo orientar a su paciente e incluso sugi-
rió que la primera papilla fuera dada en la guardería al mediodía para no sobrecargar
a la madre a la vuelta del trabajo. Se observa cómo la ideología cultural imperante con-
diciona conductas e indicaciones (en este caso pediátricas).
3) Desde la empresa, que representa parte de la sociedad actual. Claudia pidió reincor-
porarse a la empresa trabajando media jornada, no le fue permitido, si lo hacía perdía
el puesto.
Una imagen elocuente grafica el conflicto y el ataque al vínculo madre-hija. Al finalizar una
de sus sesiones, Claudia tiene en su camisa celeste de ejecutiva una enorme mancha: al
no encontrar la boca adecuada su leche se derramó en forma incontenible. Este derrame
remite simbólicamente a la falta de contención psicosociocultural en el cuidado de los se-
mejantes.
Esto muestra la repetición de la relación con su propia madre, mujer distante y fría que
nunca promovió una relación en la que la dependencia normal del vínculo ocupara un
lugar importante.
En la transferencia, esto se hace evidente en sus comentarios sobre el temor a de-
pender de la analista y sumergirse así en un tratamiento interminable.
En la contratransferencia aparecen sentimientos de dos tipos. Por momentos hostili-
dad, al sentir que la paciente no se vinculaba con su bebé, hasta el punto de hacer peli-
grar su salud (identificación del analista con el bebé desprotegido). En otras situaciones
surgían sentimientos maternales, de intensa ternura, ya que la paciente también se pre-
sentaba como una bebé desprotegida, portando una coraza defensiva que la mostraba
autosuficiente.
Hasta el mundo físico en el que la familia se movía ha cambiado: la cocina es más pequeña, las
comidas en conjunto son menos frecuentes, han desaparecido los grandes salones y el dormi-
torio es cada vez más un lugar de paso. Durante muchas horas la casa es un lugar desierto; sus
integrantes están en la guardería, o en la escuela, o en el trabajo, o en la residencia geriátrica
(Biagi, 1999).
Resumen
Summary
GENDER AND FAMILY FUNCTION
This investigation project shows the influence of socio-cultural factors in psychic structuring and un-
derscores the importance of gender studies in the understanding of the new forms the family ac-
quires today. It investigates the concept of family function, a fundamental indicator that, regardless
of the form it may take, has the function of offering the child a reliable environment in which to com-
plete his or her development and become an autonomous individual. Other concepts the project
proposes are “adult psychic work” and “internal family”.
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738 A. M. ALIZADE, L. ABRAHAM DE TROVARELLI, R. ABRAMOVICI, R. ÁLVAREZ, S. DE SIMONE
DE PESCE, O. LÓPEZ DE ILLA, B. MANUEL Y J. TACUS
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 18 de diciembre de 2001; su primera revisión tuvo lugar
el 29 de noviembre de 2002, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 25 de
marzo de 2003.)
*Transgresión y reparación:
dos vertientes del arte
y de la vida cotidiana
**Jorge Ahumada
Existe una tendencia creciente en la últimas décadas a concebir el psicoanálisis según los
lineamientos del modelo del arte. En el contexto de la omnipresencia de los fenómenos de
hiperrealidad de la vida cotidiana en la actual era de los medios, esto plantea la necesidad
de ahondar en los diversos modelos del arte que inciden en la vida cotidiana. El punto de
partida de mi reflexión lo dan las declaraciones del compositor Karlheinz Stockhausen poco
después del Martes Negro, signado por los ataques terroristas sobre la costa este de los
Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Dichas declaraciones dejan en claro –y fuer-
zan hasta el extremo– una postura surgida con el romanticismo: la visión del arte como
transgresión impactando en la experiencia límite como vía hacia la autocreación.
Encontramos la contrapartida de tal postura en la visión del arte como reparación, para lo
cual tomaré como modelo las reflexiones de Peto en su trabajo –a un tiempo memorable y
casi olvidado– sobre La Piedad Rondanini de Miguel Ángel.
La violencia inusitada de los acontecimientos del Martes Negro, golpeando como una maza
sobre el diapasón de nuestro adormilado universo, despertó ecos disímiles. Entre los más
insólitos están las declaraciones del ya mencionado célebre compositor Karlheinz
Stockhausen, quien provocó una ola de escándalo al sostener desde Alemania que los ata-
ques terroristas del 11 de septiembre fueron la mayor obra de arte en el curso de la historia:
Esa gente puede provocar en un solo acto lo que en la música no podemos siquiera alcanzar a
soñar, pues practicamos para un concierto durante diez años de modo totalmente fanático, y
luego morimos. Es la mayor obra de arte de todo el cosmos. Yo no podría hacerla. Comparados
con eso, los compositores no somos nada (New York Times, 2001).
*Este trabajo es una versión ampliada del publicado en portugués en Psicanálise em Revista (Recife,
2002). Agradezco a la doctora Thelma Barros su autorización para esta nueva publicación.
**Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. Las Heras 2063, 5º “A”,
(C1127AAC) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
742 JORGE AHUMADA
Osama bin Laden (“La tormenta de aviones no se detendrá, y hay miles de jóvenes dis-
puestos a morir tal como los americanos están dispuestos a vivir”), el psicoanalista inglés
Ron Britton (2001) se preguntaba qué cosa de utilidad, si es que hay algo, podemos apor-
tar los analistas ante tales asuntos. Citaba Britton viejas sagas nórdicas del siglo IX que
parecen evocar por anticipado el credo de Al Qaeda: “Quienes mueren en el servicio del
dios, en muerte violenta en batalla o en el sacrificio, tienen entrada en su ámbito... el
héroe será bienvenido con festines y hospitalidad pues murió libre de temor”. También re-
cordaba a la primera analista que describió el impulso destructivo, Sabina Spielrein, con
su trabajo “Destruction as the cause of coming into being” (1912), quien apoyándose en
Nietzsche afirmaba que el amor y la muerte están juntos desde la eternidad, y que la vo-
luntad de amar implica la voluntad de morir. En las sagas nórdicas y en las óperas wag-
nerianas que ahí se fundan, las mujeres sólo podían acceder al Valhalla en calidad de
siervas de Odín, ofreciendo a los guerreros manjares de carne y brindándose a ellos se-
xualmente desde un papel de servidumbre. Recién después de la muerte sacrificial, tras
quemarse en la pira del guerrero, podían acceder en la otra vida al matrimonio que les era
vedado en ésta. Vida y muerte pasaban entonces a revertirse, pues, según hace notar
Britton, en tales ámbitos la idea de la muerte implicaba una unión eterna más bien que
una pérdida, en tanto que, al contrario, la continuación de la vida era vivida como una per-
sistencia de la separación.
El romanticismo introdujo, según el historiador de las ideas de Oxford Isaiah Berlin, un
punto de viraje, un cambio radical del marco conceptual. En el modelo romántico del arte,
dice Berlin (1960, pág. 168), toda creación es creación a partir de la nada, ex nihilo: el arte
pasa a ser la actividad autónoma fundamental del hombre, no es imitación ni representa-
ción, es expresión, siendo la creación la chispa divina de cada uno, sicut Deus. En ese
marco de autocreación las palabras de Fichte, “soy en un todo mi propia creación”, hallan,
dice Berlin, su pleno lugar. La esencia del hombre, sostiene, pasa a identificarse con la
fuente de acción, con la voluntad como espejo transfigurante. El filósofo polaco-nortea-
mericano Leszek Kolakowski ubica el borramiento de la distinción entre verdad y falsedad
en la raíz misma del romanticismo, el discurso inaugural de Schiller en Jena en 1789: los
hechos y los eventos son sólo construcciones arbitrarias, lo cual lleva a una apoteosis de
la subjetividad donde “cualquier construcción, cualquier selección, cualquier ‘estructura’
[...] vale tanto como cualquier otra” (Kolakowsky, 1975, pág. 242). Tal como señala tam-
bién Britton (2001), el romanticismo trasladó ideas que expresaban la relación del hombre
con la deidad a su relación consigo mismo.
La idea de que el mito heroico nos hará libres arraiga en las tradiciones germánicas del
Volk y de la Dichtung, del pueblo y de su enunciación, que compartían Wagner y Nietzsche.
El romanticismo representaba para Wagner, nos dice Burrow (2000, pág. 210), a la vez “la
aprehensión inmediata, poética, de lo verdadero en formas inaccesibles al pensamiento
analítico, y [...] la creación colectiva de un pueblo, de un Volk”, conduciéndolo hacia la re-
dención espiritual por la vía de la revitalización del mito en el arte. Por su parte, Enrique
Racker (1948, págs. 32-33), en una medulosa consideración psicoanalítica sobre la obra
y la personalidad del músico, cita a Thomas Mann, quien precede su estudio sobre
Wagner, y dice: “Wagner reconoce que su arte y su dolencia son una sola y misma enfer-
medad”, luego señala que no vacilaba en llamar delirio conciente a su arte. Su minucioso
estudio de la estructura de las relaciones amorosas tal como aparecen en sus obras,
desde las iniciales inéditas de su adolescencia hasta sus óperas finales, y además en la
vida del artista, muestra a las claras su ambivalencia y su perturbada capacidad de amar,
que el artista reconoce diciendo: “Nada sé del verdadero placer de vivir; para mí el placer,
el amor, son imaginarios en vez de experimentados. Mi corazón ha debido absorberse en
mi cerebro” (Racker, 1948, pág. 55). Lo cual ponía en marcha una demanda de amor in-
condicional en un ciclo culpa-castigo-redención, donde la redención se logra, nos dice
Racker, en la mutua unión-muerte con el objeto amado. Aquí la obra musical apunta al
triunfo omnipotente sobre la frustración y la ausencia conjurando la presencia del objeto
perdido, en tanto que la rebelión va dirigida hacia el mundo sin amor. La defensa contra
la regresión a las tendencias pasivas y femeninas se establece a través de la intensa
agresividad, la conducta dominadora y una supervirilidad donde el sujeto castra al padre
por temor a la castración. Racker indica además que Wagner crea al “superhombre”
Sigfrido, “el que no conoce el miedo” superando la angustia y el deseo de castración. En
una hipérbole fálico-narcisística, Sigfrido, héroe por antonomasia, se abre paso hacia la
mujer amada haciendo añicos la lanza de Wotan: el hijo de la horda arcaica castra así al
protopadre colocándose en su lugar (Racker, 1948, págs. 77-78). En verdad, señala, casi
todos los héroes wagnerianos son a la vez deicidas y crucificados, en tanto que el mismo
Wagner, el antiguo revolucionario de 1848, va convirtiéndose cada vez más en sumo sa-
cerdote de su “obra de arte total”, añadiendo Racker que en sus meses finales, cuando
cae en plena enfermedad mental, también Nietzsche se identificaba plenamente con el
Crucificado.
El exultante sentido wagneriano de una misión singular se potencia en el mensaje re-
dentor nietzscheano por su convicción sobre la profunda afinidad de los filósofos y los fun-
dadores de religiones (Nietzsche, 1872b, pág. 19). La pérdida del mito, insistirá Nietzsche
una y otra vez en su obra primera, El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la
música, obra que dedicara justamente a Wagner, es la pérdida del hogar mítico, del míti-
co regazo materno, del gozo artístico primordial más elevado, de la ilusión extática, y es
la pérdida de la autoaniquilación orgiástica del impulso dionisíaco en el regazo de la
Unidad Primaria. La ruina de la tragedia y la dimisión del héroe épico, que tras la másca-
ra de distintos individuos –Prometeo, Edipo, Orestes– era siempre el Dionisos de los mis-
terios eleusinos sufriendo los desgarros de desmembramiento de la individuación fue, nos
dice, la ruina del mito. En un mundo fragmentado en individuos, sólo la esperanza de un
renacer de Dionisos puede alegrar la eterna pena de su madre Démeter (Nietzsche,
1872a). En A Psychoanalytic Study of the Myth of Dionysus and Apollo: Two variants of the
Mother-Son Relationship, Helene Deutsch (1969, pág. 33) destaca las diversas variantes
del retorno al regazo materno en pos del objetivo último de “un estado permanente de uni-
ficación bendita con su madre”, así como el rol que el éxtasis y la rabia desempeñan en
este camino a la eternidad. Por su parte, Habermas (1985, págs. 306-307) añade que las
fuerzas vitales clivadas redescubiertas por el romanticismo –los sueños, las fantasías, la
locura, la excitación orgiástica, el éxtasis– pasan en la posmodernidad a operar como lo-
catarios a la moda de un otro de la razón, encarnando la felicidad primordial de la com-
744 JORGE AHUMADA
pletud fusional.
En búsqueda de un prototipo clínico infantil viene aquí al caso lo que mencionara John
Steiner (2001) refiriéndose a un paciente suyo, quien ante el desastre de las Torres re-
cordaba que en su infancia su hermano solía construir torres de cubos para luego des-
truirlas triunfalmente, lo cual lo ponía a él tan nervioso que apenas podía participar del
juego. Lo cual –salvadas, por cierto, las notorias diferencias de edad y método– parece
no diferir en demasía del nihilismo apocalíptico que Stockhausen se adjudica y adjudica
al arte.
Tratando de hallar el contexto donde se hiciera inteligible la explosiva postura de
Stockhausen, y bajo el título “La violencia, ¿una obra de arte?” el crítico de arte Fermín
Fèvre (2001) concluía que una visión a vuelo de pájaro del arte del siglo XX con sus sem-
piternas rupturas y sus forcejeos desacralizantes lo muestra insertado en un paradigma
de violencia. Desde los esfuerzos de las fauves (fieras) en cuanto a destruir las armonías
cromáticas hasta los expresionistas, desde la prosecución de los automatismos psíquicos
por parte de los dadaístas y la fragmentación del plano por los cubistas, se supuso que
los impulsos heroicos hacia la transgresión de lo dado se verían legitimados en un futuro,
lo cual asentó a su vez en una especie de infalibilidad hegeliana. Los impulsos hacia la
transgresión fueron alimentados por todas las ideologías dominantes del siglo, desde el
marxismo hasta el capitalismo liberal, al tiempo que las tecnologías de los medios masi-
vos arrimaban la violencia a la vida cotidiana. De tal modo, dice Fèvre, nos vemos rode-
ados de violencia tanto en la vida como en el arte.
Podemos suponer que Walter Benjamin y Bataille hubieran coincidido en lo que al su-
rrealismo respecta. En un artículo escrito entre las dos guerras, titulado “Surrealism”,
Benjamin (1955, pág. 190) planteaba que tanto el futurismo como el dadaísmo y luego el
surrealismo tuvieron como objetivo llevar a cabo una política poética para “ganar las
energías de la intoxicación para la revolución”. El surrealismo descubrió en la escena
política una esfera reservada en un ciento por ciento a la imagen: en la fusión de arte y
tecnología la acción, apoyando en la tecnología, “pone en juego su propia imagen y exis-
te en el absorberla y consumirla” hasta que no queda miembro sin arrancar, en una des-
carga donde la realidad se transciende a sí misma (págs. 191-192). Bataille, por su parte,
sostuvo en 1944 que el objeto surrealista “se encuentra esencialmente en la agresión,
siendo su tarea aniquilar o reducir a la nada” (Bataille, 1945, pág. 190). La nada, afirma
Bataille, monta un juego de rivalidades sin motivo o razón, que se implementa como ri-
validad.
Tanto desde la izquierda –tal el caso de los surrealistas y de los suprematistas rusos–
cuanto desde el llamado “modernismo reaccionario” del nazismo, la estetización de la
política adoptó a partir de la primera década del siglo XX la forma de la obra de arte total
que suponía abarcar la sociedad toda, apuntando a la creación de un espacio social con-
gregante: Hitler –dice Sebreli en “Las aventuras de la vanguardia” (2000, pág. 304)– había
aprendido de Gustave Le Bon y de Georges Sorel que “la imagen, antes que la palabra,
es el más poderoso instrumento para movilizar a las masas”.
Por extraño que esto pueda parecer, no han faltado tras los atentados del Martes
Negro comentarios periodísticos ubicados en vetas similares. Planteando la autoexpre-
sión como la tarea esencial del artista contemporáneo, para Plagens (2001) el videoclip
del segundo avión explotando en la torre posee una belleza indudable y terrible, y lo com-
para con las fotografías de la detonación del dirigible Hindenburg en 1937. Plagens (2001,
pág. 55) recuerda al futurista fanático Filippo Marinetti, admirador de Mussolini, quien fue
capaz de sostener que “La guerra es bella porque crea nuevas arquitecturas tales como
[...] las espirales de humo de las aldeas incendiadas”. Es bien posible que dicho autor no
deje de tener razón en un aspecto, pues cabe suponer que ninguna obra de arte que tome
como tema la calamidad del 11 de septiembre podrá reemplazar en nuestra memoria esas
imágenes tremendas.
En esta visión apocalíptica del arte, rastreable en los comienzos del siglo XX hasta el
futurismo de Marinetti, inspirador del dadaísmo y el surrealismo y en no desdeñable me-
dida también del fascismo, se inscriben las sorprendentes declaraciones de Baudrillard en
cuanto a que “si el arte es bueno, es fundamentalista. Es radical y destruye la realidad.
Pero cuando el terrorismo de verdad llega, el arte se repliega” (Libedinsky, 2001, pág. 10).
Como he dicho, no está de más acercar la queja fundamentalista –y a la vez tan pue-
ril– de Stockhausen por no conseguir emular en la música la potencia destructiva y la su-
puesta belleza del ataque terrorista, con la explosión agresiva del hermanito del paciente
de John Steiner. Comparación similar efectuó hace poco la crítica literaria Angela Leighton
(2001, pág. 14) recordando una frase del poeta T. S. Elliot: “es preferible, de un modo pa-
radójico, hacer el mal que no hacer nada: eso, al menos, nos hace existir”. Coincido con
Leighton en que asistimos allí al grito del enfant terrible inflándose en la excitación exul-
tante de la transgresión.
El clamor de Stockhausen por los panteones de lo cósmico y lo eterno puede ser útil
por ilustrativo, al mostrar a viva luz que el artista puede alimentar sea en forma solapada,
sea en forma manifiesta, el disfrute del papel del héroe guerrero. Hace ya casi un siglo y
medio el historiador del arte Jacob Burckhardt exponía en sus conferencias en la
Universidad de Basilea, publicadas póstumamente en 1905, que el dicho de Heráclito “la
guerra es el padre de todas las cosas” solía citarse como prueba del carácter divino de la
guerra en cuanto ley suprema de la naturaleza.
El guerrero está henchido del gozo de la destrucción: la guerra limpia el aire como las tormen-
tas, acera los ánimos y restaura las virtudes heroicas (Burckhardt, 1905, pág. 232).
Si el terrorista-héroe supone devenir artista del futuro, a su vez y tal como surge con cla-
ridad meridiana de los explosivos comentarios de Stockhausen, el artista intenta asumir el
rol mítico del héroe guerrero.
En cuanto al tema de la violencia de las idolatrías con las que nos topamos en la vida
cotidiana en esta Sociedad del Espectáculo, viene al caso –también por ilustrativo– un co-
mentario periodístico de Barone (2001) narrando una reciente visita de cortesía a un ex
presidente argentino preso, enjuiciado por delitos en la función publica, por parte de ese
ídolo persistente, el ex futbolista Diego Maradona luciendo con total desparpajo una ico-
nografía hereje: en su cabeza un turbante a la bin Laden, y en su cuerpo sendos vistosos
tatuajes del Che Guevara y Fidel Castro. El ídolo Maradona consiguió convertirse, decía
746 JORGE AHUMADA
[...] hoy, la realidad misma es hiperrealística. El secreto del surrealismo era que la realidad más
banal podía volverse surreal pero sólo en momentos privilegiados, que todavía derivaban del
arte y de lo imaginario. Ahora toda la realidad cotidiana, sea política, histórica o económica, se
incorpora a la dimensión simulativa del hiperrealismo; vivimos ya en la alucinación “estética” de
la realidad [...] la fascinación estética está en todos lados.
En el contexto de la orgía de obliteración eufórica del decurso del tiempo a la que apunta
la omnipresente eclosión de lo novedoso encontramos, dice no sin sarcasmo Milan
Kundera (2001), que sólo quien celebra ser (pos)moderno es auténticamente (pos)mo-
derno, y que la única (pos)modernidad digna de ser tal es la que se erige en antimoder-
na. La euforia de la posmodernidad asentará pues en festejar un sempiterno canibalismo,
una apoteosis transgresiva donde la celebración perpetua de lo novedoso asume como
función propia el aniquilar y reducir a la nada lo hasta ahí existente.
Como señaló hace poco el literato austro-franco-norteamericano George Steiner
(2001), los ambientes académicos no están ajenos a la violencia: el odium permea las dis-
putas y una acidez sin perdón signa las luchas de los mandarines aun ante lo efímero o
lo trivial. Con lo cual este abanderado del esteticismo y desde siempre enemigo acérrimo
del psicoanálisis se aventura ahora a pensar que en las luchas académicas debe poner-
se en juego –de manera, concede por una vez, “quizás subconciente”– la envidia del in-
telectual enclaustrado ante quienes son capaces de poner a prueba sus capacidades y
creencias en una pragmática de la vida cotidiana. Pero más allá de dichas rivalidades,
cabe destacar con Simpson (1995, pág. 136) que la clave del posmodernismo, y más es-
pecialmente del postmodernismo académico, reside en la construcción de una autoima-
gen retórica erigida en base a la negación de cualquier filiación significativa, en forma tal
de presentarse a sí mismo como encarnación de lo novedoso.
Me parece útil tratar de recuperar algún grado de sensatez frente las interfases y las
vastas áreas de superposición entre lo sublime y el disparate, y entre el esteticismo y un
belicismo con que nos topamos en la vida diaria y en los contextos del arte y de la aca-
demia y del cual las desvariadas expresiones de Stockhausen son ejemplo mayor. Tomaré
como guía lo señalado por Richard Wollheim (1993, pág. 11) acerca de los límites del mo-
delo del arte y de la creatividad artística, afirmando que, para ser viable, la creatividad del
artista debe tener como componente central el autoconocimiento, pues si el artista al re-
alizar su obra de arte fracasa en acceder a un insight, se deslizará hacia el error o el de-
lirio en una visión ideal de sí que por muchos motivos debiera haber podido reconocer y
rechazar como falsa.
En otros términos, para Wollheim, la obra de arte no goza de un más allá respecto de
lo que desde otros ámbitos conocemos en términos de la articulación y los interjuegos
entre la posición depresiva y la posición esquizoparanoide. El arte tiene la capacidad de
funcionar en ambos sentidos, hacia el insight y hacia el delirio, hecho que como vimos más
arriba Wagner reconocía abiertamente al llamar a su arte “delirio conciente”. La realización
de la obra de arte pone en tensión, muchas veces extrema, dicha articulación, y por ende
las interfases entre cordura y locura.
Sirva como ejemplo de esto último lo observable en la vasta exposición retrospectiva
de uno de los mayores pintores argentinos de la primera mitad del siglo XX, Benito
Quinquela Martín, realizada hace poco en Buenos Aires. Quinquela, hijo de padres des-
conocidos, criado en un orfelinato hasta los 6 años y pintor por antonomasia de la boca
del Riachuelo, el antiguo puerto de Buenos Aires, realizó durante una larga estada en
Europa su mejor ciclo, que culminó con un célebre cuadro, Atardecer en la Boca, un ver-
dadero descenso a los infiernos. A partir de allí, Quinquela fue dejando los colores vio-
lentísimos que en medida creciente signaron ese ciclo, volviendo de a poco hacia la do-
minancia de los azules de su pintura anterior. Podríase suponer que sintió en carne pro-
pia que en las turbulencias emocionales de su descenso hacia sus infiernos interiores
corría riesgo de perder pie en la cordura.
Valdría, creo, para ejemplificar ciertos aspectos del papel de la reparación en el pro-
ceso artístico donde asienta la postura de Wollheim, el trabajo señero de Freud, Un re-
cuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910), mostrando que la rememoración del vínculo
amoroso con la madre en su pintura es condición central de la creatividad de su arte; pero,
habiéndome ocupado del tema en otra ocasión (1990), prefiero retomar un magistral tra-
bajo de Andrew Peto, “The Rondanini Pietà. Michelangelo’s infantile neurosis” (1979).
Este autor recorre la historia de la última y más trágica labor del artista, ocupado en la dé-
748 JORGE AHUMADA
actitud del hermanito del paciente de John Steiner derribando sus torres de cubos. La ló-
gica fálica, dice Franca Ferraro (2001), se absolutiza al no tolerar dependencias, vulnera-
bilidades ni límites.
Que las vivencias fusionales puedan coexistir con la implosión del choque con la muer-
te lo avala la convicción de los terroristas del Martes Negro de que cuarenta vírgenes los
esperaban en el paraíso. Aunque Stockhausen supone colocar su fascinación por las imá-
genes del Martes Negro en el contexto de una apoteosis del arte, corresponde encuadrar
su exabrupto –así como la fascinación ante la espectacularidad de los atentados– en el
marco más amplio de la apoteosis de los protagonismos en la Sociedad del Espectáculo.
De todos modos no importa cuantas vírgenes supongan ponerse en juego en los es-
cenarios celestiales en pro de restaurar la mítica vivencia de Unidad Primordial, esto no
dejará de ser parte de las autoterapias del delirio. Éstas, como ilustrara de modo precla-
ro Enrique Racker hace más de medio siglo en el caso del delirio conciente de Richard
Wagner, buscan atajos militantes o artísticos hacia la eternidad. Resulta, empero, por
demás obvio que ninguna obra de arte traerá a la vida a los muertos, ni podrá tampoco
calmar el dolor de los deudos o atenuar los desgarros en nuestra condición humana.
Resumen
A partir de las declaraciones del compositor Karlheinz Stockhausen tras los atentados del 11 de
septiembre de 2002 y de las apreciaciones de Baudrillard acerca del carácter esencialmente trans-
gresor del arte, postura rastreable en los orígenes del movimiento romántico, el autor realiza un re-
corrido a vuelo de pájaro sobre algunos movimientos artísticos del siglo XX partiendo del futurismo
de Marinetti, mencionando las resonancias políticas y académicas de ese modelo del arte en el ac-
tual contexto de la era de los medios. Dicho modelo del arte como transgresión se contrapone y
compara con el modelo del arte como intento de reparación, tomando como ejemplo un trabajo casi
olvidado de Andrew Peto sobre la Pietà Rondanini de Miguel Ángel.
Summary
TRANSGRESSION AND REPARATION:
TWO ASPECTS OF ART AND EVERYDAY LIFE
Starting with declarations by the composer Karlheimz Stockhausen following the attacks of
September 11th, 2002, and Baudrillard’s opinions on the essentially transgressive nature of art, a
position that can be traced back to the origins of the Romantic movement, the author reviews some
20th century artistic movements beginning with Marinetti’s futurism, briefly mentioning the political
and academic resonance of this model of art in today's context of the era of mass media. This model
of art as transgression is compared and contrasted with the model of art as reparation, exemplified
by a nearly forgotten paper by Andrew Peto on Michelangelo’s Pietà Rondanini.
Bibliografía
750 JORGE AHUMADA
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 2 de septiembre de 2002; su primera revisión tuvo lugar
el 7 de abril de 2003, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 17 de junio de
2003.)
752 JORGE AHUMADA
“En el espacio recoleto de un psicoanálisis [...] el analista restaura para el paciente lo que me
parece que puede llamarse una subjetividad genuina [...].”
Ch. Bollas (1987)
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Av. Figueroa Alcorta 3029, piso 13,
(C1425CRJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina.
Correo electrónico: <[email protected]>.
756 ANA DELIA LEVÍN DE SAID
1. La cura es, primordialmente, un acto de atención, de cuidado, que se dispensa a una persona.
por un paciente relativa a una zona psíquica (Marucco, 1998-2002), a un fragmento psí-
quico no reprimido (Levín de Said, 2000), y a un “estado de ser primario” que remite a una
falla en los enlaces de la identificación primaria.
La situación clínica es la siguiente: se trata de un paciente adulto, de mediana edad.
Profesional exitoso, casado y padre. Antes de consultar con Winnicott (1966a) se había
analizado durante veinticinco años.
Escuchemos lo que expresa en la consulta: “Sé que no he llegado a lo que buscaba”.
Este convencimiento le hace pensar al paciente que “el análisis jamás podrá terminar”.
En el transcurso del análisis, a Winnicott se le hizo evidente que el tipo y el contenido
de sus interpretaciones transferenciales no generaba cambios en el paciente. Al mismo
tiempo, Winnicott se preguntaba si el análisis de este paciente correría también el mismo
destino que los anteriores. Esta inquietud, en filigrana, nos va ubicando en los interro-
gantes que habitan y anidan en el analista, en su función, en su contratransferencia, en
sus referentes teóricos y en sus “convicciones” (Levín de Said, 1999a); aún más, en los
modos de abordar y de concebir los encuentros-desencuentros-reencuentros.
Prueba de ello es que en una sesión el paciente habló sobre la “envidia del pene”.
Winnicott (1966a) pensó que si bien la “expresión” se adecuaba con el material que traía
el paciente, no le parecía común a la descripción de un hombre. Según Winnicott (1966b),
esto generó en él otra “actitud” y otra escucha que lo llevó a producir cambios operacio-
nales en el “manejo” (handling). Entonces, le dijo al paciente (Winnicott 1966a):
W.: —Estoy escuchando a una niña. Sé muy bien que usted es un hombre pero yo escucho3 a
una niña... y a esa niña le digo que está hablando de la envidia del pene.
P.: (Pausa.) —Si le hablase a alguien sobre esa nena me diría que estoy loco...
W.: —... Soy yo quien ve una niña y oye hablar a una niña... lo cierto es que en mi diván hay un
hombre. Soy yo quien está loco.
Winnicott reflexiona: “Esa locura mía le permitía verse desde mi posición como una niña.
Él sabe que es un hombre y jamás ha dudado de eso”.
Winnicott y su paciente concluyeron que, cuando éste había nacido, su madre vio en
él una niñita antes de acatar la evidencia de que era un niñito. Ésa fue la “locura” de la
madre del paciente: ver una niña donde había un varón. En la sesión, Winnicott trajo al
presente el “delirio materno” diciendo: “Soy yo quien está loco”. Mediante este tipo de in-
tervención interpretativa que apela a la figurabilidad, Winnicott alcanza a sentir un alivio:
el de saber que el análisis de este paciente había dejado de ser “inevitablemente intermi-
nable”.
Para Marucco (1998), éstos serían privilegiados “momentos transferenciales” en los
que el analista aguza “sus sentidos analíticos”, marcando de esta manera otro sendero en
2. Creatividad: “lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse” (Winnicott, 1966b).
758 ANA DELIA LEVÍN DE SAID
la dinámica de la cura.
Es evidente que lo que garantizó el cambio de la escucha en Winnicott no fue sola-
mente el diseño del encuadre, sino también la función del mismo, que permitía que tuvie-
ran lugar y se reconocieran las problemáticas que irrumpían en su práctica analítica.
En ese sentido, entonces, subrayamos que entre el encuadre y el proceso no hay re-
lación de exterioridad, sino de solidaridad fuertemente complementaria, es decir, uno pasa
a formar parte del otro. Ya no se trataría de encuadre y/o proceso, sino de encuadre-pro-
ceso-problemática.
No obstante, en algunas circunstancias, en esta tarea se crean pausas. Con estas
pausas se crea una distancia necesaria para habilitar ciertos cambios que darán lugar a
nuevas articulaciones, nuevas solidaridades y nuevos reencuentros.
Asistimos al “cambio” que tiene lugar cuando Winnicott incorpora el delirio materno:
“Soy yo quien está loco”. Instrumenta un enunciado que ofrece una repostulación más am-
pliada de la contratransferencia y la transferencia al incluir el manejo y la actitud.
Asimismo, Winnicott generó modificaciones en la regla fundamental: asociación libre y
atención flotante; en la concepción de abstinencia y neutralidad; en el concepto de cura y
en la técnica. Por ejemplo, la atención flotante derivó en “teorización flotante”. Aulagnier
(1984) alude con este último concepto a un subterráneo trabajo de ligazón en el analista,
el cual le permite oír lo novedoso, operación que liga lo ya conocido de una teoría y lo to-
davía no conocido que nos enfrenta al discurso del paciente.
Retomando la intervención interpretativa que apelaba a la figurabilidad, dejamos en
claro que Winnicott (1960) enuncia la función de la figurabilidad como modo de conten-
ción. En 1981, Auglanier trabaja el lenguaje pictórico, figural, pero fueron César y Sara
Botella (1997) quienes a lo largo de su obra configuraron y aportaron a la teoría psicoa-
nalítica el llamado “terreno de la figurabilidad”, para la comprensión del funcionamiento
psíquico con relación al más acá o al más allá de la representación.
Acerca de la cuestión de la figurabilidad, retomemos nuevamente a Winnicott, al pre-
sentarse en dicha sesión un fragmento psíquico temprano no reprimido: “envidia del
pene”. Winnicott arma una escena, cuenta una story. Se trata, en suma, de posibilitar la
ligadura de esos estados, vivencias, sensaciones, emociones, convicciones y malestares
carentes de vitalidad en el complejo mundo representacional.
La meta de esta tarea es que pasen a ser recuerdos, fantasías y deseos, logrando de
este modo entrar en la vía de otra causalidad y temporalidad psíquica con mayor eficacia
simbólica. Winnicott escenificó y reconstruyó lo que en el paciente constituía su padeci-
miento, en términos de conflicto identificatorio.
Como decíamos, se otorga otro espacio, otro sentido, y otra significación a aquellos
primeros capítulos de su historia. Queda habilitado el pasaje desde huellas-simbolizacio-
nes primarias o creencias (envidia del pene) al plano de la representación en el aconte-
cer psíquico que implicaría el advenimiento de la subjetividad. De esta manera, el pa-
ciente recupera, diría Winnicott, la continuidad de su ser cuando juntos abordan el “delirio
materno”.
Postulamos también una “doble puesta en figurabilidad”. Esto es desde el lado del pa-
ciente. Éste en un movimiento proyectivo no defensivo transfiere, mueve, una expresión
que, como fragmento psíquico no reprimido, puja por ser figurada y escenificada. A su vez,
desde un pensar identificatorio en el analista, puja también un ver no visto ni oído hasta en-
tonces. Ese encuentro se le figuró a Winnicott al ver, oír, escuchar.
Asistimos a una puesta en consideración, a un miramiento por su propio vivenciar afec-
tivo y su trabajo de memorización que lo situó de otro modo frente al mirar y escuchar. Más
aún, como decíamos anteriormente, permanecía latente en Winnicott una teorización sobre
el “Ser” y el “Hacer” que estaba pujando para armarse y desarrollarse. De este modo se
produjo en el analista un encuentro, un abrochamiento: lo creado-encontrado. Se trataría,
para Donnet (2000), de “crear el acontecimiento”.
A partir de entonces, Winnicott comenzó a dar cuenta de sus nuevas postulaciones: el
Ser y el Hacer, tanto en hombres como en mujeres. Conceptos que conllevan una poten-
cialidad generativa y simbolizante. Temas que apuntan una vez más al proceso de la iden-
tificación primaria, a los estudios de género y sexualidad, que sólo son insinuados mere-
ciendo un desarrollo exhaustivo posterior.
El analista figurando-ligando inviste una singularidad de un modo de funcionamiento
psíquico y también la ilusión de un sentido a encontrar. Sentido que, a su vez, se sostie-
ne en el encuentro no sólo por la relación “entre” el analista y el paciente, sino “por modos
y maneras de estar en/con el otro”.
Es necesario recordar aquí cuando en 1913 Freud resalta el modo en que el paciente
se allega al tratamiento y al analista. Estos modos de allegamiento inscriben, invisten y
reinvisten “representaciones relacionales”. Ya no es sólo escuchar o mirar, sino ver y oír
tanto en el paciente como en el analista, como forma de tocar viendo y allegarse oyen-
do, lo que nos lleva a interrogarnos: ¿qué y desde dónde ve el analista cuando ve?
¿Qué se miró cuando vio? ¿Desde qué carga previa vieron los dos?
En la actualidad, la vía figurativa que el analista aporta nos convoca a trabajar nueva-
mente la “metapsicología de la percepción” (Botella y Botella, 1997).
En síntesis, lo que se juega frente a la irrupción de estratos psíquicos no reprimidos,
como representaciones pictográficas (Aulagnier, 1975) o “zonas indiferenciadas” (Cahn,
1983), “pone a dura prueba la contratransferencia del analista” y esto deviene más pro-
blemático. En función de ello, la posición del analista sufre modificaciones. Se trata de
cuestiones complejas y refinadas, especialmente en el campo de la transferencia y tam-
bién en los objetivos que todo analista persigue de alguna manera en su quehacer coti-
diano. Campo que se ha ampliado notablemente, y lejos de ser simétrico incluye distintos
modos de funcionamiento psíquico del paciente y el analista.
Aquel aparato psicoanalítico (Green, 1984) adquiere otra significación, ya no sólo en
su constancia y permanencia acompaña procedimientos y procesos, sino que también
permite reevaluarlos. Brinda un regazo, enmarca, no como marco sino como una malla,
una red, una envoltura que irá también adquiriendo forma, sentido, normas y valor en su
función. Dicho de otro modo, esa función será absolutamente solidaria al darle envoltura
no sólo a las vicisitudes de un proceso (actos, disrupciones, logros), sino aún más a las
760 ANA DELIA LEVÍN DE SAID
Resumen
El encuentro analítico no posee equivalencias en imágenes de otros tipos de encuentro. Las con-
diciones dinámicas del proceso que se genera en dicho encuentro hacen de la experiencia analíti-
ca un hecho no lineal; es decir, no retrocede ni progresa, sino que avanza por problemáticas.
Asimismo, el encuadre-proceso comprende una serie de parámetros con normas genéricas y con-
sensuadas, reguladas por el principio de permanencia y cambio. Todo ello en función de regular el
encuentro analítico.
La autora presenta una ilustración clínica de Winnicott, elocuente por las problemáticas que
anidan en ese proceso del cual surgen modificaciones respecto a la posición del analista, la regla
fundamental, el trabajo de la transferencia y los distintos tipos de intervenciones interpretativas
(entre ellas, el trabajo de la figurabilidad y el de la doble puesta en figurabilidad). Los cambios que
se presentan en el proceso analítico se sustentan en el analista a partir del modelo de psiquismo,
de su concepción de cura, de su sufrimiento psíquico, y de su posición como analista. Otra función
del analista es también evidente: el ligar-figurar, un modelo diferente que produce otra causalidad,
espacialidad y temporalidad psíquica.
Summary
ENCOUNTER AND ANALYTIC PROJECT: THE PROBLEM PLACE
The analytic encounter has no equivalent in images of other types of encounter. The dynamic con-
ditions of the process generated in this encounter make the analytic experience a non lineal fact;
that is, it neither goes backward nor does it progress, but advances by means of problems. Also,
the setting-process includes a series of parameters with generic and consensual norms, regulated
by the principle of permanence and change. All this in function of regulating the analytic encounter.
The author presents a clinical vignette by Winnicott, eloquent for the problems nesting in this
process, from which several modifications emerge: the analyst’s position, the basic rule, the work
of the transference and different types of interpretive interventions (among these, the work of rep-
resentability, as well as the work of double representability). The changes in the analytic process
are supported by the analyst on the basis of his or her model of the psyche, conception of the cu
re, psychic suffering and position as analyst. Another function of the analyst is also evident: bind-
ing-representing, a different model that produces a different causality, spatiality and temporality.
The author discusses Kuhn’s concept of “disciplinary matrixes” and its contribution to our disci-
pline.
Bibliografía
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 3 de abril de 2002; su primera revisión tuvo lugar el 8 de
octubre de 2002; su segunda revisión, el 27 de mayo de 2003, y ha sido aprobado para su publicación en la
REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 15 de julio de 2003.)
Parentalidad y
nuevas técnicas reproductivas
*Patricia Alkolombre
“Desde ahora un niño puede nacer de una tercera persona de la que no sabrá nunca
su identidad; un hermano menor puede nacer antes que el mayor; una mujer puede
dar a luz un niño que no es el suyo o traer al mundo un niño de un hombre muerto
años atrás; un niño puede tener cinco padres; unos mellizos pueden nacer con diez
años de diferencia; un niño puede ser el gemelo de su padre…
Ahora bien, estos niños de la lucha contra la esterilidad, estos niños de la con-
gelación, ni prohibidos ni protegidos, están fuera de la ley. No hay un cuadro jurídi-
co ni ético para estas técnicas de procreación artificial.”
René Frydman,
L’irresistible désir de naissance, 1986.
En este trabajo quiero compartir algunas reflexiones a la luz de los cambios que se están
produciendo a partir del advenimiento de las nuevas técnicas reproductivas, con el anhelo
de profundizar los interrogantes que se plantean desde el campo de la clínica y su articula-
ción con la teoría.
Pensar acerca de las transformaciones en la parentalidad, desde esta perspectiva, im-
plica la tarea de reconocer elementos nuevos dentro de lo dado, aquello que ha ido más
allá de los márgenes del formato tradicional de familia, lazos de parentesco, filiación y con-
sanguinidad.
Hasta hace veinticinco años –fecha en que nace el primer bebé “de probeta” en
Londres–, las parejas con trastornos reproductivos tenían la posibilidad de adoptar o bien
continuar viviendo sin hijos. Pero este avance técnico de fines del siglo XX –el acceso a
los gametos femeninos y masculinos: óvulo y espermatozoide– permitió que algo que era
invisible e intocable, hoy sea visible y materia de investigación.
Somos testigos de los cambios que se están produciendo día a día con los nuevos
avances en medicina reproductiva y comparto con Piera Aulagnier la inquietante extrañe-
za (Aulagnier, 1992) que plantean estas nuevas procreaciones –descriptas y anticipadas
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Ciudad de la Paz 2139, 4º “C”, (C1428CPI)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
766 PATRICIA ALKOLOMBRE
por Frydman en el epígrafe–, a las que podríamos hoy agregar los futuros niños “clones”.
Lo que en un comienzo consistió en subsanar un problema reproductivo de una pare-
ja, por medio de una técnica determinada, se fue ampliando de modo tal que el uso de
dicha técnica y sus efectos no se produjeron solamente en el ámbito científico, sino tam-
bién en el ámbito extracientífico: en las parejas, en los niños, e incluso en el cuerpo so-
cial.
Uno de los interrogantes es el lugar que ocupa un niño dentro de las reglas de paren-
tesco si su madre biológica es su tía, o si anidó en el útero de su abuela, si nació por do-
nación de gametos anónima, u otras variantes. ¿Qué lugar le va a dar el discurso paren-
tal y el discurso del campo social, cuando ambos operan como matrices de referencias
identificatorias que participan en la construcción de la identidad de un sujeto? ¿Qué su-
cede si estas situaciones son habladas, o si permanecen en forma de secreto? ¿Se inau-
guran así parentescos naturales y parentescos artificiales?
Otra pregunta es si la aplicación de las nuevas técnicas reproductivas se ciñe a las pa-
rejas con problemas de esterilidad, o si lo que se privilegia es la voluntad de otras de-
mandas: inseminación en parejas homosexuales, inseminación con semen de banco de
esperma a mujeres solas, solicitud de embarazo en mujeres añosas, por nombrar algunas
demandas existentes.
En este sentido, Françoise Héritier Augé (1992) sostiene que, al abordar estas temá-
ticas, entramos en una zona de fronteras entre los intereses y las responsabilidades indi-
viduales, los derechos del niño y las respuestas del cuerpo social, y sostiene que ningu-
no de estos órdenes puede ignorarse.
Estas nuevas formas de acceder a una parentalidad plantean una cantidad enorme de
interrogantes y exigen una tarea de investigación y seguimiento, ya que es imposible pre-
decir qué efectos podrán tener. Pero estamos en condiciones de afirmar que se intensifi-
can las demandas con predominio narcisista, podemos hablar de una “reproducción nar-
cisista” en algunos casos. También se amplían las ofertas provenientes de algunos sec-
tores de la medicina reproductiva que proponen una “medicina del deseo” (Frydman,
1986), dando cabida a la realización de demandas bizarras en las que podemos pregun-
tarnos cómo se juega el deseo de hijo. Un periódico informó que un matrimonio de una
secta raeliana solicitó la clonación de su hijo recientemente fallecido en un accidente. De
este modo, el hijo clon sería quien reemplace a otro “idéntico”, dentro de una lógica del
doble, en un escenario que roza lo siniestro.
Los interrogantes formulados a partir de la implementación de las nuevas técnicas re-
productivas en estos casos se ubican en la intersección de varias disciplinas: médicas,
psicológicas, legales, éticas, religiosas, sociológicas y económicas.
Lo permitido y lo prohibido en este nuevo campo no está delimitado y la relación entre
la ley y el deseo es ambigua. El enunciado “deseo un hijo” es tomado empáticamente
como un deseo que debe ser satisfecho.
Desde el psicoanálisis podemos ampliar la mirada e interrogarnos sobre estas “nue-
vas parentalidades”, nuevas formas de concebir un hijo.
En todas las sociedades encontramos formas de unión entre hombres y mujeres que por
convención llamamos “matrimonio”; una legalidad que permite dar una filiación, una per-
tenencia a los niños, una inscripción social de los mismos. Estas representaciones ase-
guran y afianzan el lazo social y le asignan al niño por nacer un lugar de identificación y
a sus padres, un marco estable para el ejercicio de las funciones materno-paternas.
En este sentido, las representaciones de procreación y orden familiar, que forman parte
de un marco identificatorio para el devenir de un sujeto, están cuestionadas por estos cam-
bios que se vienen produciendo. En todo caso, hoy ya no podemos afirmar tan tranquila-
mente, como lo hacíamos antes, que “madre hay una sola”. Tanto la filiación biológica como
la “novela familiar” van modificándose conjuntamente con tales cambios.
Un punto que debemos considerar es si estamos frente a un mero cambio de “ropa-
jes” dentro de las problemáticas familiares, o bien si hay algo nuevo que ha ingresado
junto con la técnica y las nuevas demandas. ¿En qué medida estas intervenciones sobre
el cuerpo, que movilizan la concretización de fantasías provenientes de representaciones
arcaicas, pueden ser procesadas?
En ocasiones, la falta de deseo de hijo puede manifestarse a través de una búsqueda
compulsiva de embarazo, y el accionar tecnológico no da lugar a pensar qué se está bus-
cando y cuál es la dinámica en juego en cada vínculo.
Pensamos que una pareja, como estructura vincular, es considerada tradicionalmente
como el origen de la familia desde el punto de vista evolutivo y convencional, y a su vez
se desprende de la familia en donde se originaron sus modelos.
La función parental es la que posee las claves de la transmisión de los valores y de la
cultura. El mecanismo a través del cual esto se produce está constituido por los procesos
de identificación del niño con sus padres. Esta transmisión permite perpetuar en el tiempo
la memoria de las generaciones.
“No hay filiación sin transmisión. La filiación es la red simbólica primera, recibida ‘sin
razón’, pero al servicio de la razón”(Rosolato, 1992).
Una pregunta es cómo transmite una pareja la experiencia de la gestación producida
por técnicas de fertilización asistida cuando se accede a un embarazo de un modo dife-
rente de como lo hicieron sus padres, sus abuelos y todas las generaciones que la pre-
cedieron. En este sentido, se trata de una ruptura en el modo de concebir.
¿Qué posibilidades hay de ponerle palabras a experiencias que aún están en tensión
entre los modelos “tradicionales-naturales” y los modelos “nuevos-tecnológicos”?
Para una pareja, ¿hay diferencias entre la fertilización natural y la asistida? Si partié-
ramos de que no es lo mismo, ¿cómo pensarlo, con qué categorías y con qué significa-
dos? Es algo “decible” o guarda aún algo de inasible, de imposible.
Guite Guérin (1986), en su libro L’enfant inconcevable, pivotea lo concebible/inconce-
bible referido a la reproducción con lo concebible/inconcebible referido a la posibilidad de
ser pensado.
Cuando el embarazo se logra a partir del material genético ajeno a la pareja (por do-
nación de gametos), reflexionamos acerca de lo siniestro o lo idealizado que puede re-
768 PATRICIA ALKOLOMBRE
Ésta se hace de a tres, así la técnica médica se insinúa como una instancia fecundante y pa-
rental. Cuáles son las modificaciones que introduce dentro de las relaciones entre las genera-
ciones, en el status del niño, no lo sabemos muy bien todavía. Tampoco cuáles serán los efec-
tos de estos nacimientos técnicamente asistidos sobre las representaciones de la filiación. Los
efectos de ruptura entre generaciones son necesarios para la distinción entre las generaciones,
pero en este caso los efectos son particularmente acentuados y requieren alguna forma de re-
solución.
Lo cierto es que todos estos interrogantes sólo podremos responderlos como psicoana-
listas en un a posteriori y a partir de cada singularidad, ya que es imposible generalizar
acerca de las problemáticas psíquicas de estas demandas.
MARTA: —Lo que pasa es que faltan espermatozoides, ya hicimos todos los estudios.
JUAN: —Todo esto nos cayó muy mal.
MARTA: —El problema es si vamos a tener un bebé de la panza o por adopción, porque Juan
quiere un bebé de la panza y yo la adopción.
JUAN: —Yo prefiero que viva la experiencia de la maternidad…
MARTA: —Yo preferiría la adopción, poder tener un bebé y saber de quién es. (Juan se queda en
silencio.) Yo en lo que pienso es en cómo puede ser esta familia con un hijo adoptado o por
semen de donante.
[...] Estaba con mi esposo y también estaba Alejandra. De pronto Alejandra se transformó en
una cajita, en una cajita de cartón chiquita [...]
Al preguntarle con qué lo asocia dice que no se le ocurre nada. Le pregunto si puede estar
referido a lo que estábamos trabajando en relación con la maternidad. Me contesta que
puede ser, y se queda en silencio.
En ese momento pienso en una fantasía de la paciente de revivir el embarazo de
Alejandra, que sea nuevamente pequeña, que esté dentro de su vientre-cajita, aún no na-
cida, desapareciendo de su percepción. Ella recuperaría así alucinatoriamente un emba-
razo que fue exitoso. Le formulo esta interpretación.
Ella dice que últimamente se da cuenta de que está con mucha angustia, tiene temor
de que le pueda pasar algo malo a su hija. Se trata de una paciente que ha sufrido crisis
de angustia muy intensas a raíz de la muerte de su padre cuando su hija era bebé. Le
muestro la relación entre el nacimiento de Alejandra y la muerte de su padre.
Al preguntarle si asocia algo más en relación con el sueño, la paciente dice que la ca-
jita era una cajita gris, se queda pensando, y agrega:
[...] gris, de cartón, como esas cajitas donde vienen los huevos, los huevos de pascuas [...]
Me sorprendo pensando en los embriones que no nacieron en los intentos previos de fer-
tilización asistida, que pudieron ser otras Alejandras, otros hijos. Pero dudo acerca de si
esto puede tener algún sentido. Reconozco que esta asociación me resulta extraña, sin
embargo, era el material con el que yo había asociado. Se trataba de una fantasía referi-
da a los embriones, mi interés se había desplazado al laboratorio, las “cajitas” donde
están los huevos-embriones.
Era difícil pensarlo y aún más formularlo; sin embargo, decido seguir adelante con esta
línea. La cajita con huevos podría representar los embriones que ella tuvo en su cuerpo y
no se implantaron. Le formulo esta idea a modo de una interrogación.
La paciente comienza a llorar, dice estar muy triste y muy angustiada, relata que
quería decidir si volvía a intentar un nuevo tratamiento, sentía que a su edad ya no podía
esperar más. Vimos también que la cajita con huevos representaba también su reloj bioló-
gico, el paso del tiempo vinculado a la fertilidad.
Este sueño produjo contratransferencialmente mucho impacto, y su análisis y sus de-
772 PATRICIA ALKOLOMBRE
Es difícil saber cuáles son las mejores condiciones para la subjetivación de estas expe-
riencias, y para la llegada de estos niños al mundo.
Piera Aulagnier (1992) planteó que es imposible generalizar ni dar diagnósticos psico-
patológicos como un “a priori” sobre las parejas que requieren las técnicas de fertilización
asistida. Sin embargo, afirma que sí está dada la posibilidad de volver a creer en la om-
nipotencia del deseo que tanto costó abandonar en la infancia.
Renunciar al deseo es el equivalente de una muerte psíquica, pero no poder aceptar los límites
que encontrará su realización puede concluir en un resultado equivalentemente catastrófico
(Aulagnier, 1992).
Las parejas con trastornos reproductivos se ven confrontadas con nuevas posibilidades
para constituir una familia, pero también con nuevos enigmas a resolver en una cultura
que está en la búsqueda de una legitimación para estas prácticas.
Los psicoanalistas nos vemos confrontados a develar cuáles son las apuestas incon-
cientes de estas consultas y a interrogar los efectos de las nuevas técnicas reproductivas.
Resumen
En este trabajo la autora analiza las transformaciones en la parentalidad a partir del advenimiento
de las nuevas técnicas reproductivas. En un comienzo, éstas se implementaron para subsanar un
problema reproductivo, a partir de una técnica determinada, pero se fue ampliando el uso de la
misma y sus efectos no se produjeron solamente en el ámbito científico, sino también en el extra-
científico: en las parejas, en los niños e incluso en el cuerpo social. Se intensifican demandas con
predominio narcisista en algunos casos, y también las ofertas provenientes de algunos sectores de
la medicina reproductiva. Esto da lugar a una gran cantidad de interrogantes y exige una tarea de
investigación y seguimiento.
La autora investiga las conexiones entre el psicoanálisis, la esterilidad y las nuevas técnicas
reproductivas, y presenta material clínico.
Las parejas con trastornos reproductivos se ven confrontadas a resolver estos nuevos enigmas
en una cultura que está en la búsqueda de una legitimación para estas prácticas. Los psicoanalis-
tas se encuentran confrontados a develar cuáles son las apuestas inconcientes de estas consultas
y a interrogar los efectos de estas nuevas técnicas reproductivas.
Summary
PARENTALITY AND THE NEW REPRODUCTIVE TECHNIQUES
The author analyzes the transformations in parentality that have arisen from the arrival of the new
reproductive techniques. At the beginning, they were applied to overcome a reproductive problem
with a certain technique, but their use has progressively expanded, and their effects have been felt
774 PATRICIA ALKOLOMBRE
not only in the scientific field, but also in extra-scientific areas: in couples, in children and also in the
social body. Predominantly narcissistic demands intensified in some cases, as well as offers from
some sectors of reproductive medicine. This prompts a large number of questions and demands ef-
fort applied to research and follow-ups.
The author investigates the connections between psychoanalysis, sterility and the new repro-
ductive techniques, the questions posed by clinical work on the basis of the diversity of particular
problems these demands present. She presents two clinical vignettes.
Couples with reproductive difficulties are faced with resolving these new enigmas in a culture
that is seeking to legitimize these new practices. Psychoanalysts are faced with revealing the un-
conscious factors at stake in these consultations and questioning the effects of these new proce-
dures.
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(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 17 de abril de 2002; su primera revisión tuvo lugar el 16
de diciembre de 2002, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 25 de marzo
de 2003.)
776 PATRICIA ALKOLOMBRE
**Ricardo A. Rubinstein
Introducción
El deporte y el ejercicio físico, si bien son prácticas de antiquísimo origen, evidencian, es-
pecialmente a partir de la última mitad del siglo XX, una difusión más masiva que nunca.
Están integrados a la vida cotidiana formando parte de los usos y las costumbres de nues-
tra época: el ejercicio físico, a raíz de la propagación de su uso en función estética, re-
creativa o terapéutica; los deportes, en tanto participantes activos o como espectadores
(en estadios o a través de la pantalla del televisor).
Sin embargo, no es éste un terreno del que se ha ocupado mayormente el psicoanáli-
sis. Algunas contribuciones realizadas desde el terreno de la psicología del deporte se li-
mitan, en general, a modelos fenomenológico-descriptivos.
La escasez o ausencia de referencias al tema en la bibliografía psicoanalítica me ge-
neró la inquietud de indagar las causas de semejante exclusión.
En toda la obra de Freud apenas fue posible rescatar una cita a pie de página en Tres
ensayos de teoría sexual (1905).
El mismo Freud era un infatigable trabajador e intelectual que no practicaba actividad
deportiva alguna tal como hoy se conocen.
E. Jones (1961), refiriéndose a sus hábitos de vida, comenta:
[...] en su juventud solía divertirse jugando a los bolos, pero su ejercicio consistía principalmen-
te en largas caminatas [...], actividad ésta que realizaba en sus ratos libres o luego de la cena
[...].
Debemos tener en cuenta que Freud provenía de una familia tradicional judía, cultura que
pone énfasis en el desarrollo intelectual más que en el físico.
Se puede ver cómo este modelo del siglo XIX sigue manteniendo vigencia en nuestros
días, ¿debido quizás a la persistencia de un modelo de identificación?
Observé también que el psicoanálisis ha privilegiado el análisis de los significados por
sobre el de la acción y su estructura (Issaharoff, 1999; Avenburg, 1999).
En este sentido han incidido la utilización del diván (técnica que apunta a la inmovilidad
y el alejamiento de la acción) y el énfasis en lo que Freud llamó introversión de la libido
desde el mundo externo al mundo de la fantasía, como paso previo a la reflexión (pospo-
niendo la acción).
Nuestra tarea como psicoanalistas, entonces, tiene que ver con procesos reflexivos,
introspectivos, que demandan tiempo; la exploración de los procesos inconcientes,
además, no busca la obtención de un resultado predeterminado. El deporte, en cambio,
se conecta con la acción y apunta a obtener resultados. Sus tiempos son breves y apre-
miantes.
Por último, sabemos que muchas especulaciones psicoanalíticas se realizan a partir de
la clínica y la psicopatología y que las consultas de deportistas en nuestro ámbito han sido
relativamente infrecuentes hasta hace poco tiempo. Podría deberse a que muchos de ellos
utilizan el deporte y la acción como una forma de sustituir la elaboración mental de sus si-
tuaciones conflictivas. Sin embargo, desde Freud hasta nuestros días los psicoanalistas
hemos indagado en las diversas producciones humanas con fines científicos, clínicos y es-
peculativos. Deberíamos, por ende, hacer lo mismo con una actividad tan profundamente in-
tegrada en la sociedad.
A partir de mi experiencia personal en la práctica deportiva y de mi trabajo clínico, a
través del análisis de personas que practican deportes (tanto a modo de recreación como,
en algunas ocasiones, en forma profesional), procuraré emplear herramientas psicoanalí-
ticas para comprender la psicología profunda del deporte, por un lado, y a los deportistas,
por otro.
Varios interrogantes se presentan al emprender el camino de la investigación. ¿En qué
consiste el deporte? ¿Qué lugar ocupa en la vida humana? ¿Qué dinamismos psicológi-
cos subyacen a su práctica? ¿Siempre fue así, o existe una historia, una evolución?
Dado lo vasto del tema, tras hacer una breve reseña histórica, ceñiré mi indagación
sólo a algunos aspectos:
1. La relación entre cultura y deporte, planteando centralmente cómo éste posibilita libe-
rar de manera controlada la agresividad que la cultura, en su génesis, coarta.
2. El movimiento como fuente de placer; su determinación desde lo psíquico y su función
en la economía psicosomática.
3. El juego y la competencia.
Reseña histórica
Una somera mirada hacia el pasado nos revela que en culturas muy antiguas, incluso en
formas de vida primitivas, aparecen vestigios de costumbres deportivas vinculadas al
aprestamiento para la cacería o la guerra, los festejos por el triunfo bélico, los ritos mági-
co-religiosos o la representación lúdica de la rivalidad. Aparecen ya 2000 años antes de
Cristo el polo en los Persas, la tauromaquia en la India, las competiciones hípicas de los
tibetanos, las luchas chinas, los juegos de pelota mayas, el sumo y el Jiu Jitsu en Japón.
La concepción de “lo deportivo” no se encuentra hasta entrar en la cultura griega clá-
sica, que perseguía la belleza del cuerpo como objetivo digno de todos los esfuerzos hu-
manos para honrar a los dioses. Sus ceremonias religiosas estaban estrechamente liga-
das a la danza, el drama, la música, así como a toda clase de ejercicios físicos basados
en una institución: el gimnasio.
El culto del cuerpo que se concretaba en los gimnasios es evidente en el origen de su
nombre: gymnós significa “desnudo”. En el año 776 a. de C. se instituyeron en Grecia los
Juegos Olímpicos, que fueron celebrados sin interrupción cada cuatro años hasta el 396
de nuestra era. (El barón Pierre de Coubertin los restauraría en 1896, esta vez para atle-
tas de todo el mundo, tal como los conocemos hoy.)
Roma heredó la afición deportiva, que culminó degenerando –al mismo tiempo que su
cultura– en el siglo I con los excesos del circo: luchas a muerte de los gladiadores, en-
frentamiento de cristianos con leones, carreras de cuadrigas con resultados usualmente
fatales.
La aparición de la caballería andante en la Edad Media con sus demandas de fuerza,
estrategias y destreza, generó la necesidad de entrenamiento de caballeros y aspirantes
a serlo mediante confrontaciones singulares que muy pronto se convirtieron en espectá-
culo. Los abusos cometidos durante esas prácticas obligaron a fijar leyes, como las que
en la actualidad tiene cualquier juego.
En la misma época surgieron la caza y la esgrima como deportes favoritos de los
reyes.
En realidad, la palabra “deporte”, proveniente del latín deportare, “trasladar”, y de ahí
“distraer la mente”, pasó al inglés medieval sport con el sentido de “actividad al aire libre”,
“diversión”, “pasatiempo” (pero no para todos, sino para el que se practica en el interior de
los ocios diestros de la nobleza. El “juego de manos, que es juego de villanos” queda re-
servado a los pobladores de la aldea o la villa, a los trabajadores manuales).
La educación física propiamente dicha resurge de manera definitiva tras la Revolución
Francesa y se desarrolla favorablemente en Alemania, Suecia e Inglaterra, pero es en
América del Norte donde aparecen con mayor énfasis los clubes atléticos y los gimnasios,
que se extenderán luego al resto del mundo.
Recién desde fines del siglo XIX el deporte deja de pertenecer a la clase privilegiada
y pasa a formar parte de la vida cotidiana de toda la sociedad. Este fenómeno no es ajeno
al proceso iniciado con la revolución industrial y la ideología competitiva propia de la so-
ciedad capitalista, que pasará a teñir el deporte destacando el rendimiento como uno de
sus valores princeps (Vázquez Montalbán, 1972).
1. Cultura y deporte
1.1. Es interesante analizar la relación existente entre cultura y deporte. Sin duda pode-
mos considerar el deporte como un producto de la cultura. Constituye una distracción, un
pasatiempo que, tal como planteara Freud (1927), “[...] nos haga valorar en poco nuestra
miseria o, quizás también, un sustitutivo que la reduzca ante lo gravoso de la vida que nos
es impuesta, así como los dolores, desengaños y tareas insolubles que requieren de un
calmante para ser soportados”.
782 RICARDO A. RUBINSTEIN
1.2. Si consideramos una perspectiva evolutiva, veremos cómo el deporte deriva de acti-
vidades que en la prehistoria de la especie estaban destinadas a la supervivencia.
Seguramente el hombre comenzó a correr para atrapar presas o huir de peligros, a lan-
zar la jabalina para matar a distancia a otros animales cuya aproximación le resultaba ries-
gosa, a nadar cuando necesitaba cruzar ríos o salvarse de naufragios de naves precarias.
Para conseguir alimento, enfrentarse y protegerse de las amenazas ambientales fue me-
nester no sólo ser capaz de correr, nadar, cazar, sino también de luchar, trepar, pescar,
etcétera.
A ello debió de seguir una etapa de ejercitación para el mejor logro de sus cometidos. La
posterior adquisición de destrezas fue implicando beneficios en la lucha por sobrevivir y ven-
tajas materiales sobre los menos aptos.
En ese contexto van asociándose el juego y la competencia con otros hombres, y la
aparición de reglas aceptadas por el conjunto constituyó otro paso más en esa evolución.
Paralelamente, en el desarrollo individual, observamos cómo la musculatura irá ad-
quiriendo una cualidad erógena.
En Tres ensayos de teoría sexual, Freud (1905) adjudica inicialmente la condición de
erogeneidad a “los sectores de piel y mucosas susceptibles de originar excitaciones de ín-
dole sexual [oral, anal, uretrogenital]”. Más adelante lo hará extensivo a todos los órganos
internos y, finalmente, al cuerpo todo.
En otro párrafo utiliza la función nutricia para mostrar cómo, apoyándose en las fun-
ciones de autoconservación (alimentación), se produce un plus de placer de índole sexual
(chupeteo).
Si bien Freud nunca hizo una exposición de conjunto acerca de los diversos tipos de
pulsiones de autoconservación, se ha referido a ellas en forma colectiva, admitiendo la
existencia de varias, tantas como las grandes funciones orgánicas (nutrición, defecación,
micción, actividad muscular, etcétera).
Sabemos que el tránsito de la utilización del auxilio ajeno a la autonomía se realiza
1.3. Veamos ahora la relación entre cultura y agresividad en lo que al deporte se refiere.
En El malestar en la cultura, Freud (1930) muestra de qué manera la cultura coarta tanto
la sexualidad como las tendencias agresivas. La agresión es introyectada, internalizada y
dirigida finalmente contra el propio yo como consecuencia del proceso que ésta desarro-
lla. Plantea, además, que la inclinación agresiva del hombre encuentra en la cultura uno
de sus obstáculos más poderosos.
Considero que el deporte actúa a la manera de una transacción que realiza la cultura,
por la cual libera hacia afuera, de forma controlada, parte de esa agresividad coartada ha-
ciendo posible satisfacer lo ordinariamente prohibido: el deseo de matar y de liberar las pul-
siones destructivas.
Este placer se vería incrementado por tratarse de una de las mociones pulsionales
más groseras, de aquellas que conmueven nuestra corporeidad (junto al canibalismo y al
incesto).
El deporte sirve bien a estos fines: es una actividad con fuerte compromiso corporal.
La musculatura se utiliza a los efectos de la descarga de tensiones del aparato psíquico
pero, conjuntamente, es la fuente de la pulsión sádica y el instrumento del que nos vale-
mos para deflexionar al exterior la pulsión de muerte.
La mayoría de las acciones realizadas durante el deporte incluyen golpear, patear,
arrojar con los brazos o las manos, acciones éstas que forman parte del ejercicio de la
agresividad más directa o primitiva (excepto en el ajedrez, donde es más simbólica).
En la misma línea podríamos pensar que la cultura se vale del deporte para controlar
como juego las tendencias bélicas. El periodismo recurre muy frecuentemente a las ana-
logías entre los partidos y las batallas. Y, por otra parte, muchas veces esa delgada fran-
ja que separa la sublimación instintiva inherente a la situación de juego se rompe para dar
lugar a la descarga instintiva directa, a la batalla campal, a la guerra, ya sea entre los pro-
tagonistas o entre los espectadores identificados (no importa la divisa, el bando o el país
que representan) con la dramática que allí se despliega.
La identificación que allí se produce ha sido propiciada por la cultura, como medio de
participación simbólica en la competencia, proponiendo la euforia del éxito y la victoria al
alcance de cualquiera.
Los líderes autoritarios lo han explotado dando un fuerte estímulo al deporte para co-
784 RICARDO A. RUBINSTEIN
2. El movimiento
2.1. Existe en el ser humano una tendencia al movimiento, que comparte con otros orga-
nismos, que vinculamos a la conservación de la vida y ligamos a los instintos de vida.
Sobre esta tendencia proveniente de lo biológico cabalga un andamiaje psíquico que,
de manera constante, provocará un empuje, pulsará a la actividad (movimiento). Esta pe-
rentoriedad de la pulsión (que es una de sus características) es el factor motor, es la suma
de fuerza o la cantidad de exigencia de trabajo “impuesta a lo anímico por su conexión
con lo somático” (Freud, 1915).
La cualidad de placer, que en el modelo económico se traduce en reducción de la ten-
sión e implica, también, la satisfacción de la necesidad, quedará, entonces, consistente-
mente ligada al movimiento.
Encontraremos una multicausalidad en la obtención de placer con el movimiento.
A nivel corporal, “[...] el movimiento produce tres clases de efectos estimulantes, a
saber: sobre el aparato sensorial de los nervios vestibulares, sobre la piel y sobre partes
más profundas, esto es los músculos y las articulaciones [...]” (Freud, 1905).
Desde lo biológico, el ejercicio físico provoca la liberación de sustancias endógenas,
las endorfinas, de efecto estimulante.
Existiría, entonces, un placer pasivo, producido por la repetición de movimientos
mecánicos (mecerse, el viaje en coche o en ferrocarril, etcétera) (Freud, 1905), ligado al
autoerotismo, y otro activo, que encontramos evolutivamente en la autopercepción de los
logros conseguidos en el tránsito de la dependencia a la autonomía, más ligado a lo que
sería el narcisismo.
Una parte de este placer narcisista deriva de vivencias relacionadas con el control y
el dominio del propio cuerpo, y del aparato motor, y otra parte se relaciona con el víncu-
lo con los objetos y el medio circundante. Así, al afirmarse el yo en la conquista del ob-
jeto, también lo hace el poder de la omnipotencia infantil que se instaura no por la ten-
tativa de fusión con él sino por la supresión de la resistencia del objeto. Desde el narci-
sismo de autoafirmación o de vida hay una aspiración a expandirse a costa de los obje-
tos (Guiter, 1991). No se trata de someter al otro solo para satisfacer una necesidad o un
deseo, sino también para ser reconocido.
En el niño observamos la necesidad de movimiento para separarse de la madre (ale-
jarse del objeto primario), actividad necesaria para el desarrollo mental y psicológico que
se manifiesta primero en el gateo y, más tarde, en la marcha.
En la vida adulta, el movimiento es frecuentemente utilizado para apartarse de una si-
tuación vivida como apremiante, engolfante, tóxica, y también para oponerse a las viven-
cias de quietud y de muerte (física y psíquica).
La vivencia de dominio disminuye la sensación de desamparo (Alizade, 1996), no la
anula, y contrarresta la de descontrol psíquico.
Vemos confluir las variadas tendencias antes señaladas en el “cultivo” que muchísima
gente en nuestros días realiza del placer del movimiento bajo la forma de deportes, cla-
ses de gimnasia individual o colectiva y jogging o caminatas.
Del mismo modo podemos ver la actualidad que tiene la única referencia de Freud al
deporte, la cual se encuentra en una cita a pie de página en Tres ensayos de teoría se-
xual (1905):
2.2. Otro elemento al que debemos prestar atención es el sistema motor. En los textos
psicoanalíticos hay múltiples referencias al mismo pero considerado desde los modelos
de aparato psíquico y las teorías pulsionales.
El músculo es observado no sólo como órgano del movimiento sino también de la des-
carga energética, fuente de erotismo y forma de lenguaje y expresión. Su lugar es el de
una vía eferente, que exterioriza y ejecuta productos del mundo interno con una finalidad.
Como órgano del movimiento, el músculo es el que posibilita la satisfacción de la ne-
cesidad y el deseo en el mundo externo. Sabemos que frente a los incrementos de ten-
sión “la primera vía que es recorrida lleva a una alteración interna, pero que ninguna des-
carga de esta especie puede agotar la tensión, la estimulación sólo puede ser abolida por
una acción en el mundo exterior” (Freud, 1895).
En condiciones normales, el movimiento se utiliza para ir en busca del objeto de la sa-
tisfacción.
El movimiento puede representar o significar una simple descarga o constituir el pro-
ducto final de un conjunto de procesos psíquicos más elaborados.
De hecho, en un nivel de constitución psíquica rudimentario la musculatura es utiliza-
da con el fin de la descarga, lo que implica la evacuación hacia el exterior de la energía
aportada al aparato psíquico por las excitaciones, ya sean de origen interno o externo.
Ya sea derivada hacia el movimiento o a través de inervaciones enviadas al interior del
cuerpo (mímica, expresión de afecto), la descarga es utilizable como forma de alivio ante
la imposibilidad de tolerancia a los acrecentamientos de tensión, que puede devenir en
786 RICARDO A. RUBINSTEIN
Antonio concurre a consulta derivado por su médico clínico a partir de presentar espasmos mus-
culares muy intensos que son diagnosticados como crisis de tetania.
Ex jugador de voley de primera, actualmente practica los fines de semana en el club, mati-
zando a veces con golf.
Antonio es renuente a admitir inicialmente que lo que le ocurre tenga algo que ver con su
psiquismo. Sin embargo, en el transcurso de las sesiones va relatando que se encuentra en un
estado de tensión insoportable, producto de su situación laboral y familiar.
Antonio está muy endeudado, y siente hostilidad, resentimiento e impotencia hacia su sue-
gro y cuñados, en cuya fábrica era gerente, pero de “cartón”, ya que lo desautorizaban, lo re-
bajaron de rango y le quitaron un porcentaje de las utilidades que percibía. “Esto me lo hacen
porque yo descubrí que están por hacer un vaciamiento de la empresa”, acota.
Las descargas musculares, derivaciones somáticas de afectos y representaciones que no
puede procesar, lo llevan a confrontarse con su crisis vital.
Antonio es un hombre de pocas palabras. Está habituado a un hacer pragmático y motor
donde los negocios y el deporte son sus canales favoritos y facilitados de expresión y comuni-
cación.
Sabemos que un importante paso en la evolución del yo está dado por la posibilidad de pen-
samiento ligado a la palabra, y sobre todo por su capacidad anticipatoria. A Antonio le cuesta pen-
sar, y especialmente pensar con palabras.
Esta exigua capacidad de lenguaje verbal es común a muchos deportistas, en contraste con
su posibilidad de manifestarse en un lenguaje de acción utilizando el aparato motor.
En las sesiones, el discurso de Antonio es una catarata catártica y evacuativa, asimilable a
lo que Bion (1966) describe al referirse a los elementos beta: “[...]impresiones sensoriales y ex-
periencias emocionales que no son transformadas psíquicamente y por lo tanto no resultan
apropiados para pensar, soñar, recordar o ejercer funciones intelectuales. Estos elementos son
vividos como ‘cosas en sí mismas’ y generalmente son evacuadas a través de la identificación
proyectiva”.
ANTONIO: —A mí lo que me interesa es no tener más crisis musculares, hablar de negocios
o de cuántos hoyos bajo el par.
ANALISTA: —Y no sentir nada.
ANTONIO: —¿Para qué? Para que me duela, para que me explote el bocho.
ANALISTA: —Justamente porque pudiendo hablar de su dolor lo contenemos y no explota.
Es un muy lento el trabajo de ir poniéndole nombre y palabras a los afectos, establecer li-
gaduras con las representaciones pertinentes y, en el aquí y ahora de la transferencia, conse-
guir que Antonio pueda reconocer y conectarse con lo que surge de su interior.
Él busca que otros se hagan cargo de lo que no puede, y en esto incluye el pago del trata-
miento, al que concurre diariamente, ya que “le paso la factura a la empresa por enfermedad la-
boral, ellos me enfermaron”.
Por eso es un hito significativo en su proceso analítico que él se hiciera cargo del pago de
su tratamiento.
Surgen luego sus temores de transformarse en un adicto dependiente del tratamiento, de-
pendencia vivenciada como sometimiento.
De a poco Antonio va encontrándose con que la musculatura ha funcionado como una co-
raza, una cáscara como él dice, en la que ha venido sustentando a través de la acción y el éxito
deportivo (ganarle a otros hombres) la necesidad de afirmación de su masculinidad.
Ideales éstos (éxito y acción) muy promovidos por la cultura de nuestro tiempo.
En casos como el de Antonio parece expresarse una oposición entre una tendencia a los
procesos de ligadura y pensamiento y una tendencia al alivio y la descarga mediante la
musculatura.
El aforismo popular opone el músculo al cerebro. Nos preguntaríamos, entonces, si en
quienes practican deportes sólo opera la descarga muscular. Pero para llevar adelante un
partido se requieren complejos mecanismos de sincronización psicomotora, tácticas y es-
trategias que denotan determinadas formas de pensamiento y, por ende, carga y ligadu-
ra. Y esto aparecería como contrapuesto a lo afirmado anteriormente.
La Escuela Psicosomática de París (Marty, 1992), describió una forma de pensamien-
to común a pacientes con estructura psicosomática caracterizado por procesos de inves-
tidura de nivel arcaico y precaria conexión con las palabras: el pensamiento operatorio. La
utilización del modelo operatorio salvaría esta aparente contradicción. Pero si bien el pen-
samiento, durante la actividad deportiva, está orientado hacia la realidad sensible externa
(más que a la interna) y es rico en comportamientos automáticos, presenta algunas dife-
rencias.
Podría decirse que durante la práctica deportiva el pensamiento toma una cualidad
operatoria, ya que: a) es de un bajo nivel de investidura, b) está orientado hacia lo exte-
rior, y c) predomina la carga de los órganos de los sentidos por sobre lo interoceptivo. Sin
embargo, y a diferencia de éste, tiene una mayor ligazón fantasmática y posibilidades de
satisfacción pulsional (juego).
Vemos más operatoriedad en el deportista profesional, en la alta competencia, donde
se manifiesta con mayor claridad la adquisición de automatismos (para muchos de ellos
la conexión con sus estados emocionales es una interferencia poco deseable, pues los
“desconcentra” del desarrollo del partido). También se estaría trastocando aquí la pree-
minencia del principio de placer por la del principio de realidad. (Es más, se transforman
en hiperrealistas.)
Las exigencias de la situación competitiva, la presión por obtener resultados exitosos,
que traen como correlato importantes gratificaciones narcisísticas y materiales, lleva a
788 RICARDO A. RUBINSTEIN
2.3. Por último, para la mayor parte de los autores la idea de acción queda asociada a
descarga y, a la vez, a insuficiencia psíquica (entendiéndose por tal el escaso desarrollo
yoico o incapacidad en el procesamiento y ligadura de afectos y representaciones): lo
motor y el cuerpo han sido tomados como vía de descarga de aquello que la mente no es
capaz de contener, ya sea bajo la forma de comportamientos o conductas de acción o bajo
la forma de enfermedad somática.
Sin embargo, contrastando con estos enfoques centrados en lo psicopatológico, algu-
nos autores, como Winnicott, plantean la idea de la integración psicosomática como logro
madurativo (“desarrollo sano”) y la de goce de la unidad psicosomática en la experiencia.
Durante el movimiento se suscita una particular interacción psicosomática, diferente
de aquella que ocurre durante la enfermedad. Si bien hay una exclusión o clivaje de lo
mental en ambos casos, en la enfermedad vemos prevalencia de mecanismos de escisión
del yo.
Si interpretamos la enfermedad psicosomática como la ruptura del “equilibrio psico-
somático”, el proceso que genera el movimiento tendría una función homeostática en el
sostén del mismo.
Según D’Alvia (1995),
[...] ciertas experiencias corporales (por ejemplo una cefalea vespertina luego de un día intenso
de trabajo) serían la expresión corporal de una desorganización momentánea por fallas en el
sistema psíquico para procesar situaciones traumáticas. Esta alteración llevaría a una sobre-
carga pulsional con la aparición de síntomas que desorganizan momentáneamente al Yo [...].
Por su parte, Bleger (1978) ubica el cuerpo como un amortiguador o buffer, una suerte de
protector del nivel mental cuando se sobrepasa cierto umbral de reintroyecciones tolera-
ble para el psiquismo.
A diferencia de ambos, diría que más que un pasaje al cuerpo, se trataría de un pa-
saje por el cuerpo.
Quizás la usual recomendación de “hacer ejercicio porque es saludable” implique la
idea de una protección, de una defensa, ante la posibilidad de que se produzcan pro-
cesos desorganizativos que luego impliquen a lo somático. En este sentido, el movi-
miento actuaría como una defensa intermedia ante la enfermedad psicosomática.
Habría una utilización de la descarga motriz semejante a la psicosomática, pero por vías
de derivación diferentes. En el psicosomático intervendría prevalentemente el sistema
nervioso autónomo y los órganos internos del cuerpo dando como producto la enfer-
medad somática. En el movimiento “normal” puede participar el cuerpo todo pero, en es-
pecial, el sistema músculo-esquelético, y la descarga se deriva hacia el mundo externo.
Dado que a lo largo de los textos freudianos la noción de cuerpo está unida a la de yo,
este pasaje implica un repliegue narcisista y libidinal, una “descarga” de lo mental y una
“recarga” desde la fuente corporal al punto de partida del placer autoerótico.
Aludiendo a este aspecto, en el lenguaje cotidiano se repite “voy a hacer gimnasia por-
que me carga las pilas” y –con la perspectiva de un rebalanceo psicosomático– “voy a ca-
minar un rato para despejarme las ideas”.
Precisamente, en el terreno de las ideas y representaciones es posible conjeturar que
al poner afuera, a través de la descarga muscular, aspectos negativos y destructivos,
aquello que impide pensar, se generaría una suerte de “liberación” cuya vivencia es la de
un efecto revitalizante y, a veces, clarificador.
En este sentido, habría un funcionamiento mental (equivalente al de los niños y los pri-
mitivos) que opera inconcientemente con un pensamiento mágico y omnipotente, de ma-
nera que con el movimiento se expulse hacia afuera todo lo tóxico para el psiquismo.
Al respecto, W. Baranger y M. Baranger (1993) plantean:
[...] es verdad que niños y grandes necesitan desplegar actividades varias (inclusive muscula-
res) y experimentar emociones diversas (por ello los espectáculos), pero no como formas de
descargar lo que sea, sino de expresar su mundo interno y actuar simbólicamente sus fantasías
[...].
De allí que el ejercicio físico y el deporte implicarían no sólo una descarga pura, sino tam-
bién un rango de posibilidad representativa.
Plantearía, entonces, que en la actividad deportiva se suscita un movimiento regresi-
vo del psiquismo en varios niveles:
3. El juego y la competencia
3.1. Para comprender los elementos lúdicos del deporte y el juego propiamente dicho con-
tamos con una profusa bibliografía psicoanalítica que, aunque sustancialmente referida a
la comprensión del juego en el niño, nos estaría aportando, también, observaciones apli-
cables a los adultos.
El juego no es sólo una actividad mental, sino que en él participa el cuerpo. Ocurre en
un tiempo y un espacio externo. Conviven en él lo externo con lo interno.
Entre los animales de corta edad el juego cumple una función de aprendizaje y explo-
790 RICARDO A. RUBINSTEIN
ración de capacidades y habilidades propias, como también de las respuestas del medio.
Es una forma de ir “ejercitándose”. Algo análogo ocurre con los niños. El juego es también
un modo de expresar fantasías. Implica un intento de elaborar situaciones traumáticas, de
transformar lo experimentado pasivamente en algo activo, como plantea Freud (1920) en
Más allá del principio de placer.
El juego ocurre “en salud” ya que, en cierta medida, implica salir del ensimismamien-
to y vincularse con el otro.
Melanie Klein, en La personificación en el juego de los niños (1929), escribe:
[...] hasta el presente mi experiencia es que los niños esquizofrénicos no son capaces de prac-
ticar juegos en el verdadero sentido de la palabra. Ejecutan ciertas acciones monótonas [...].
Klein ejemplifica luego el empleo del juego que realizan los niños neuróticos para dar vida
o crear personajes que son proyección de su mundo interno. Estos mecanismos provocan
alivio de la angustia interior, ya que por intermedio de la personificación se ponen afuera
(se proyectan) y pueden ser tratados, en parte, como no-yo algunos aspectos del sujeto.
Asimismo, el juego proporciona placer, puesto que poder liberar y descargar las fan-
tasías suprime el gasto energético de la represión. Sus manifestaciones tienen valor
simbólico, constituyen un lenguaje y una forma de expresión.
El juego es una actividad en la que el principio de realidad es parcialmente suprimido.
El componente de retorno o repliegue narcisista a ese estadio de negación parcial lo con-
vertiría en una forma de evasión de la realidad cotidiana. Y esto es lo que dicen muchas
personas: “Quiero desconectarme un poco, quiero evadirme un rato de los problemas;
mientras juego un partido, es como si me olvidara de todo”.
En “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”, Freud (1911) plan-
tea que existe una tendencia de los procesos psíquicos inconcientes a funcionar con el
principio de placer, y a retirarse de lo que ocasiona displacer. Alude luego al fantasear
como:
[...] una actividad del pensamiento que se escindió y permanece apartada del examen de reali-
dad, sometida al principio de placer. Esto comienza ya con el juego de los niños [también de los
adultos], y más tarde proseguirá como sueños diurnos, abandonando el apuntalamiento en ob-
jetos reales [...].
[...] el retiro del principio de placer por el principio de realidad no se cumple de una sola vez ni
simultáneamente en toda la línea. Pues mientras ese desarrollo se cumple en las pulsiones yoi-
cas, las pulsiones sexuales se desasen de él de manera muy sustantiva, encuentran satisfac-
ción en el cuerpo propio; de ahí que no llegan a la situación de frustración, esa que obliga a ins-
tituir el principio de realidad [...].
En cierto sentido, el espacio que se crea en el deporte sería transicional. Hay una virtua-
lidad de tiempo y espacio. Lo que allí sucede es real, está delimitado temporoespacial-
mente, pero en cierta medida queda suspendido de la realidad exterior.
En el sentido de instrumento de obtención de placer y repliegue narcisista, se descu-
bren puntos de contacto con lo observado respecto del placer de movimiento.
ción hacia el objeto de la pulsión de muerte, y el aparato muscular como el medio por el
cual ésta es deflexionada hacia el exterior. La tendencia última a asegurarse el dominio
del objeto no se atribuye ya a una función específica, sino que aparece como una forma
que puede tomar la pulsión de muerte cuando entra al servicio de la pulsión sexual.
Cotidianamente nos encontramos con referencias a la descarga muscular como fuen-
te de “alivio de tensiones”.
Asimismo, jugar un partido descarga y libera la tendencia a matar, a destruir y apode-
rarse de los objetos. Para ganar hace falta sadismo, “instinto asesino”. El arma privilegia-
da para realizarlo es, nuevamente, la descarga muscular, complementada muchas veces
con un palo, un bate, una raqueta, o con una pelota de por medio.
Veamos otro ejemplo clínico:
Leonor, una joven de 16 años, es la menor de cinco hermanos. Juega al tenis desde los 10 años
y actualmente representa a su club en su categoría. Se inicia siguiendo a su madre, quien prac-
ticaba ese deporte. Su madre, mujer temerosa pero omnipresente y aferrada simbióticamente a
sus hijos, y en especial a Leonor, la acompaña a entrenamientos y partidos, y da fuerte impul-
so a que se dedique al tenis. El padre, profesional eficiente y muy dedicado al trabajo, delega
mucha de la atención de sus hijos en la madre.
El profesor sugiere a Leonor que realice una consulta psicológica, ya que es muy buena téc-
nicamente pero tiene miedo de ganar. Ella puede jugar para divertirse, para descargarse, para
encontrarse con sus amigas, pero la situación de competencia y tener que ganar los partidos la
enfrenta a una paradoja: si satisface el ideal materno, queda más encerrada en ese vínculo sim-
biótico; sin embargo, situarse en posición de dominio la llevaría a buscar ser reconocida como
alguien diferente, para lo cual debe hacerse cargo de su hostilidad.
Coincido con la apreciación de Del Valle Echegaray (1996): “las pulsiones yoicas de afir-
mación y apoderamiento como fuente de poder llevan a una lucha a muerte dentro de la rela-
ción dual para lograr el propio reconocimiento”.
Esta lucha era actuada afuera y evitada dentro del vínculo analítico.
Leonor prefería que le hiciera preguntas a manifestar su asociación libre. “No puedo. No me
sale nada, la cabeza me queda en blanco”. Era la forma de no hacerse cargo de sus propios
deseos, tanto eróticos como agresivos.
Dos años después de iniciado el análisis, viajó por tres meses a Europa para jugar tenis.
Ante el hecho sólo manifestó una intensa fobia al viaje en avión.
Un año más tarde, y con un proyecto de estudiar y jugar para una universidad en los
Estados Unidos, adonde iría totalmente sola, puede manifestar explícitamente el deseo de ser
acompañada por su padre. Leonor comenta que ya no teme más ganar (lucha a muerte con la
madre), ahora le preocupa perder y defraudar (al padre).
que le permitió ponerse a pensar y luego comenzar a reconocer toda su ambivalencia con
el proyecto que iba a emprender.
edípico. Para otros, tiene su propia envergadura estructural y se articula o no con el Edipo.
Desde esta perspectiva, el hermano puede ser un aliado y “aflojar” las dependencias edí-
picas o bien puede actuar reforzándolas (Kancyper, 1998; Landolfi, 1998).
También se podría relacionar con la dinámica narcisista y paradójica del doble en sus
variadas formas: inmortal, ideal, bisexual y especular.
El primer asesinato que encontramos en la Biblia es el de Abel por parte de su hermano
Caín. Más adelante se relata la saga de José y sus hermanos. El hermano es el “primer pró-
jimo”. Es “ese insoportable otro”, el igual pero exterior a uno, el “redundante” que amenaza
la unicidad.
Desde la óptica del narcisismo, el semejante, aquel que es visto como amenazando la
unicidad y la perfección ilusoria del ser, es el rival a eliminar.
Por su parte, Freud plantea magistralmente el “narcisismo de las pequeñas diferen-
cias”.
Desde estas miradas, para que ese yo exista, la autonomía del otro debe desapare-
cer. Sólo hay lugar para que uno sea reconocido como ideal, perfecto: el triunfador.
A modo de conclusión, veamos otra situación clínica.
Esteban es el quinto de trece hermanos. De origen muy humilde, es el único que ha logrado
triunfar deportivamente y adquirir bienestar económico gracias a ello. Juega al fútbol en uno de
los clubes más importantes de primera división.
Sin embargo, en momentos fundamentales de su carrera (como ser convocado a la
Selección Nacional) Esteban tiende a lastimarse.
Él pide consulta por decisión propia. Anhela superarse, ser cada vez mejor; no obstante, du-
rante los últimos seis meses ha padecido una lesión tras otra. Esteban dice: “Yo vivo a mil kiló-
metros por hora”.
El paciente representa para sus padres y hermanos el benefactor al que recurren no sólo
en busca de ayuda económica, sino también en su calidad de consejero e incluso de árbitro de
sus disputas.
Todo ello le resulta muy gratificante y a la vez gravoso. Se debate entre ocuparse más de
sí mismo, de su esposa e hijos, o prestar atención a los problemas de su familia de origen, que
son incesantes. Su sentimiento de culpa es intenso, pero muy negado a la vez. En ese tironeo,
las lesiones representan una transacción posible para poner un límite a la situación omnipoten-
te y canibalística en la que se ve envuelto. Tampoco es sencillo para él renunciar a ser el héroe.
Las distintas vicisitudes del agonismo –rivalidad edípica, complejo fraterno y complejo del
semejante– se activan y operan entonces, independientes o articuladas, en ocasión de cada
encuentro, de cada contienda. Más intensamente para los profesionales, alejados de lo lú-
dico y recreativo.
Resumen
El deporte y el ejercicio físico, si bien son prácticas de antiquísimo origen, han evidenciado en los
últimos tiempos una difusión masiva, constituyendo parte de los usos y las costumbres de nuestra
época.
La reflexión psicoanalítica acerca del tema ha sido escasa o nula. En este trabajo el autor analiza:
a) la relación entre cultura y deporte, planteando centralmente cómo ésta posibilita liberar de manera
796 RICARDO A. RUBINSTEIN
controlada la agresividad que la cultura, en su génesis, coarta; b) el movimiento en tanto fuente de pla-
cer, determinada desde lo psíquico, así como su función en la economía psicosomática (como defen-
sa ante la irrupción de procesos desorganizativos), y c) el juego y la competencia, en tanto posibilidad
de elaboración fantasmática, así como fuente de placer.
Summary
PLEASURE OF MOVEMENT, COMPETITION AND SPORTS
Sports and physical exercise, though very ancient practices, have recently acquired massive pop-
ularity and are now part of the uses and the customs of our times.
Psychoanalytic thinking about this subject has been notably lacking. The author analyzes: a)
the relation between culture and sports, the latter viewed mainly as means of freeing, in a controlled
way, the aggressivity that culture has thwarted from the outset; b) movement as a source of plea-
sure, determined by the psyche, as well as its function in psychosomatic economy (as a defense
against the irruption of disorganizing processes) and c) games and competition, as a possibility to
elaborate fantasies, as well as a source of pleasure.
Bibliografía
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 3 de diciembre de 2002, y ha sido aprobado para su pu-
blicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 27 de mayo de 2003.)
798 RICARDO A. RUBINSTEIN
*Cecilio Paniagua
En primer lugar quiero dar las gracias a los autores de las discusiones de mi artículo. Me
han servido para reflexionar más sobre algunas hipótesis del texto que me dispongo ahora
a ampliar y aclarar. Desearía que el lector encontrase tan estimulante como yo este inter-
cambio de ideas. Estoy muy de acuerdo con la sugerencia del doctor Eizirik de que con-
vendría que recurriésemos a la discusión de material clínico para fundamentar posturas te-
rapéuticas alternativas y para mejorar nuestra precisión conceptual. El hecho de no ha-
cerlo incrementa el peligro, ya proverbial en nuestra profesión, de la comunicación babéli-
ca. Me gustaría saber que nuestras controversias teóricas podrían generar discusiones
fructíferas sobre, por ejemplo, los resultados probables de distintos abordajes psicote-
rapéuticos a un mismo caso clínico.
El doctor Eizirik dice que quizás podría discutirse el tema en cuestión estudiando cuá-
les son las bases de las prácticas actuales de los analistas e investigando “qué hay de psi-
coanalítico en nuestros procedimientos”. Mi idea es que las intervenciones de los analis-
tas están, por lo general, basadas en fundamentos psicoanalíticos –distintos de los de
otros terapeutas, como aquellos de orientación cognitivo-conductual– aun cuando no tra-
bajemos siempre en un encuadre típico de psicoanálisis. Me vienen a la mente cinco casos
tratados por mí con psicoterapia dinámica de una sesión semanal. En uno, el foco del tra-
tamiento giró en torno al significado de un incidente traumático reciente; una paciente,
psicóloga, presentó sueños en casi todas las sesiones; con otro trabajé especialmente
sobre los aspectos psicogenéticos de su relación con un padre brutal; con otro exploré casi
exclusivamente la incorporación a su personalidad de ciertos rasgos caracteriales de su
madre; y con otro centré la terapia en descubrir cómo sus episodios de acting ocultaban
un masoquismo moral inconciente. Estos tratamientos resultaron productivos desde mi
perspectiva y la de los pacientes, y una catamnesis de varios años me permitió constatar
la estabilidad de los progresos conseguidos. No me cabe la menor duda de que estas te-
rapias no podrían haber sido llevadas a cabo por un no-analista. Sin embargo, nunca con-
ceptuaría estos satisfactorios tratamientos como “psicoanálisis”, a pesar de mis interpre-
taciones de algunas manifestaciones transferenciales selectivas.
Puede verse como legítima la postura de quienes afirman que “trabajar analíticamen-
te” equivale a hacer análisis. Posiblemente sea una cuestión de semántica. Sin embargo,
sigo sosteniendo que es ventajoso diferenciar los diversos tipos de psicoterapia dinámica
de la modalidad de tratamiento que por medio de una alta frecuencia de sesiones, el uso
del diván y el énfasis en la abstinencia analítica, induce esas formas de regresión que lla-
mamos neurosis transferencial, con el fin de poder examinar junto con el paciente e in vivo
la repetición de patrones emocionales anacrónicos. Trabajar con algunos aspectos trans-
ferenciales es muy distinto de analizar una neurosis transferencial. Esta consideración
tiene importantes repercusiones para la técnica. Paul Gray (1988, pág. 175) dijo:
Cuando el terapeuta es capaz de aceptar sin problema la idea de que si no existe situación
analítica no habrá psicoanálisis, resulta posible relajar ciertas normas analíticas y hacer uso óp-
timo de buen número de otras acciones terapéuticas.
candidatos harían caso de semejante consejo? Además, aunque esté yo lejos de menos-
cabar la esencial labor de la supervisión de los casos analíticos, ¿cómo asegurarse de
que las recomendaciones técnicas de un supervisor serán más sabias que las de Freud?
El doctor Eizirik aboga porque nuestros institutos cierren filas, manteniéndose “sólidos
como centros de formación de psicoanalistas capaces de ejercer una práctica dentro de
los criterios que nos caracterizan y diferencian”. Sin embargo, hemos de preguntarnos de
quiénes hemos de diferenciarnos. ¿Acaso de los psicoterapeutas, cuando la realidad es
que la mayoría de los psicoanalistas jóvenes en casi todas las sociedades del mundo
están tratando un mayor número de pacientes en psicoterapia que en análisis? Creo que
hemos de admitir que lo que a estos colegas les conviene aprender pronto y sólidamente
en su carrera es que existen múltiples aplicaciones técnicas de la ciencia básica psicoa-
nalítica, de las que el análisis clásico es la más paradigmática, pero sólo una de ellas (cf.
Gitelson, 1951).
El doctor Eizirik señala con razón que nuestras concepciones teóricas y clínicas han
de enmarcarse en nuestras distintas culturas psicoanalíticas, aduciendo que la opinión de
autores franceses y latinoamericanos “sobre la cuestión psicoanálisis versus psicoterapia
podría llevar a conclusiones diferentes”. Echo de menos la mención específica de estos
autores y su argumentación de posturas alternativas. No obstante, he de recordar que el
desarrollo de la psicoterapia dinámica como forma diferenciada de tratamiento fue un
fenómeno principalmente norteamericano que tuvo lugar durante las décadas de los cua-
renta y los cincuenta, cuando los analistas emigrados de Europa fueron incorporados pro-
fesionalmente dentro de las corrientes de prevención primaria e “higiene mental” en los
Estados Unidos. Se hizo entonces evidente el enorme potencial de aplicaciones de los
principios del psicoanálisis al tipo de tratamientos que resultaba posible practicar en las
recién instituidas clínicas comunitarias de salud mental (cf. Budman y Stone, 1983;
Paniagua, 1990). En palabras de Robert Wallerstein (1991, pág. 20):
textos culturales” puede ocultar intereses ajenos a lo científico. Existe una ley sociológica
que dicta:
Cuando quiera que haya una organización dedicada a una finalidad particular, acaba sirviendo
invariablemente, además de a esta finalidad y, ocasionalmente, en vez de a ésta, a sus propios
objetivos y a la expansión de poder de sus miembros (citado en Waelder, 1955, pág.7).
“grupos de estudios optativos, paralelos o de posgrado”, manteniendo que “el ámbito na-
tural de esta enseñanza es la supervisión y siempre lo fue”, y calificando de “académica
y libresca” la lectura de textos sobre el particular. Ciertamente, tiene razón al observar que
en nuestra profesión se aprende técnica en la supervisión “al lado de maestros que trans-
miten una larga experiencia”, pero lo que no parece considerar es que un énfasis des-
proporcionado en la sapiencia de los supervisores puede transmitir también un adoctrina-
miento basado en creencias subjetivas y en argumentaciones del tipo magister dixit. En
mi opinión, no tenemos por qué privilegiar la supervisión de modo tan asimétrico –i.e., el
modelo francés versus el tripartito clásico de Eitingon–.
Existe un gran volumen de literatura acumulada sobre las indicaciones diferenciales
de las psicoterapias (cf., por ejemplo, Wallerstein, 1986, o Gabbard, 2000). Poseemos ac-
tualmente muchos más conocimientos que antaño acerca de sus técnicas. Los candida-
tos deben familiarizarse con ellas, si aspiran a estar al día en su profesión. El analista del
futuro ha de ser capaz de examinar con interés y ánimo crítico la multiplicidad terapéutica
existente. Me siento identificado con la idea del doctor García de que, en nuestros trata-
mientos, la función analítica se manifiesta “en la capacidad de escucha de la transferencia,
en la oportunidad, dosificación y tipo de intervención”, pero mi impresión general es que la
formación en la mayoría de nuestros institutos no incluye discusiones adecuadas sobre
asuntos referentes a “la oportunidad, dosificación y tipo de intervención” en la psicotera-
pia. Por tanto, como resultará evidente a cualquier lector, estoy en frontal desacuerdo con
la opinión del doctor García de que, en los tiempos que nos ha tocado practicar la profe-
sión, nuestros colegas más jóvenes no requieren para su formación “adiestramiento en
técnicas especializadas”.
El doctor Peskin concuerda conmigo en que deben definirse indicaciones terapéuticas
específicas para diferentes casos clínicos y en que la enseñanza de la psicoterapia du-
rante la formación de los candidatos ayudaría a singularizar las nociones sobre qué cons-
tituye técnicamente el psicoanálisis propiamente dicho. Erlich (2003) ha escrito reciente-
mente acerca de cómo el conocimiento adecuado de la psicoterapia permite al candidato
comparaciones informadas sobre la escucha e intervención que facilitan la “transformación
de rol” hacia una identidad psicoanalítica. El doctor Peskin también se une a mi crítica de
nuestra inveterada tendencia a la idealización áurea del psicoanálisis, concediendo, al
igual que la señora Baranger, que la realidad clínica obliga a amalgamas con otros ingre-
dientes menos “nobles”. Refiriéndose a las interpretaciones en análisis, ya había señala-
do Strachey (1934) que no se podía hacer un plumcake sólo con pasas. Sin embargo, creo
que el doctor Peskin cae, quizás inadvertidamente, en la equivocada –y también invetera-
da– idea de que el principio activo fundamental de las psicoterapias ha de ser la sugestión,
y que no puede aspirarse con éstas más que a “la fuga a la salud”, ya que, supuestamen-
te, son incapaces de conseguir otro objetivo que no sea la “ortopedia afectiva”.
La señora Baranger glosa sobre la interesante división de André Green en tres grupos
del “trabajo del psicoanálisis”, i.e., la labor terapéutica que puede llevar a cabo el profe-
sional con un modelo analítico del funcionamiento psíquico. Entre las categorías pro-
puestas por Green está la de “las psicoterapias ejercidas por psicoanalistas”. Pero la
señora Baranger llega a una conclusión para mí sorprendente: “En función de estas ideas
806 CECILIO PANIAGUA
de Green es que disiento con la propuesta del trabajo [de Paniagua] de recomendar la en-
señanza de la psicoterapia en el currículo de los candidatos de los institutos de psicoaná-
lisis”. Quizás sea oportuno mencionar aquí que, de los seminarios sobre psicoterapias que
se ofrecen en Europa, seguramente no haya ninguno tan popular como el que imparte
precisamente Green en París con el título “Principios y práctica de la psicoterapia practi-
cada por los analistas” (comunicación personal de Luis F. y Pilar Crespo).
Juzgo muy positivamente las recomendaciones de la señora Baranger de ampliar pro-
gresivamente las aplicaciones posibles del psicoanálisis, de afinar la comprensión clínica
y teórica, e incorporar recursos que hagan más eficaces las técnicas derivadas de nues-
tra ciencia. En esta línea, y para concluir, voy a hacer mías las palabras de un mensaje
inspirador de Jacob Arlow (1991, pág. 21) a los candidatos:
Bibliografía
Introducción
Entre los temas que siempre me interesaron se encuentra en un lugar preeminente y pro-
videncial el arte. El arte en sí mismo, el arte y la estética, el arte y el psicoanálisis.
En algunos escritos de Freud referidos a las producciones artísticas se señala que ra-
ramente el psicoanálisis se ocupa de estas últimas a partir de la Estética, entendida no
sólo como “ciencia de lo bello”, sino como aquello que designaría las cualidades de nues-
tro sentir. El psicoanálisis se ocupa de “otros estratos de la vida anímica”, dice Freud, aun-
que reconoce que en algunas circunstancias, aquí y allí, puede que éste se interese por
un ámbito de la estética, por ejemplo, ante algunas cuestiones “marginales” o descuidadas
por los estudiosos de los “efectos supremos” del arte (Freud, 1919, pág. 219).
¿Cuáles serán esos “efectos” que el arte está destinado a producir? Y ¿qué interpre-
taciones podrían explicarlos tratándose de una experiencia estética? (Freud, 1914, pág.
217).
Propongo pensar en las cuestiones que relacionan arte, experiencia estética y psico-
análisis a partir del escrito de Freud titulado “Carta a Romain Rolland (‘Una perturbación
del recuerdo en la Acrópolis’)” (1936, pág. 209), donde relata un “fenómeno inusual” y
enigmático que le sucede en Atenas.
Entiendo que en el “sentimiento de enajenación” que Freud dice haber tenido se re-
lanzan y precipitan unos efectos e interrogantes que, más allá de su interpretación, dan
cuenta de que allí también acontece una experiencia estética.
Así, encuentro que en la Acrópolis se da inicio a una secuencia: en el “pasaje” de la
pequeña vivencia a la enajenación se pone de manifiesto un espacio de experiencia que,
en las condiciones en que dicho pasaje sucede, asume la institución de experiencia esté-
tica.
Presentaré en primer término el análisis que hace Freud de lo que vivió en la Acrópolis,
ya que partiendo del acuerdo con su interpretación de la experiencia sobre la base del
campo del Edipo y de la culpa propongo otra aproximación, en la que creo poder demos-
trar que allí sucede algo más. También sucede otra cosa, y lo extraño de su vivencia re-
sulta ser, me atrevo a pensar, lo que introduce la misma experiencia estética.
Primera parte
La tarde de nuestra llegada, estaba yo sobre la Acrópolis y abarcaba con mi vista el paisaje
cuando de pronto me acudió este asombroso pensamiento: “¡Entonces todo esto existe efecti-
vamente tal como lo aprendimos en la escuela!”. Descrito con mayor exactitud: la persona que
formuló la proferencia se separó, de manera más notable y tajante que de ordinario, de otra que
percibió esa proferencia, y ambas se asombraron, si bien no de lo mismo. Una se comportó
como si bajo la impresión de una observación indubitable se viera obligada a creer en algo cuya
realidad parecía hasta entonces incierta. Con leve exageración: es como si alguien, paseando
en Escocia por el Loch Ness, viera de pronto escurriéndose en tierra el cuerpo del tan mentado
monstruo y se encontrara forzado a admitir: “¡Entonces existe efectivamente esa serpiente del
lago en que yo no creía!”. Ahora bien, la otra persona se asombró, y con derecho, pues nunca
había sabido que alguna vez se hubiera dudado de la existencia real de Atenas, de la Acrópolis
y de ese paisaje. Más bien esperaba una proferencia de arrobamiento y exaltación” (Freud,
Segunda parte
– En primer lugar, el sentimiento de culpa y “los que fracasan al triunfar”, ambos en el eje
conceptual: Edipo-represión, culpa y parricidio. Éste es el camino central que Freud
elige para delimitar el campo del análisis de la “pequeña vivencia”.
– Aparece luego, incipiente, el problema del yo y los mecanismos de defensa. Tema que
sólo anuncia, diciendo que Anna –su hija– se está ocupando de esto en su libro.
– Y finalmente el problema del sentimiento de enajenación, tema sobre el cual avanza,
abriendo espacios en zonas inquietantes, superpuestas, pero decide “prohibirse seguir
elucidando”, como él mismo expresa luego, “llegar tan lejos”…
Las obras de arte, empero, ejercen sobre mí poderoso influjo, […] Ello me ha movido a perma-
necer ante ellas durante horas cuando tuve oportunidad, y siempre quise aprehender a mi ma-
nera, o sea, reduciendo a conceptos, aquello a través de lo cual obraban sobre mí de ese modo.
Cuando no puedo hacer esto –como me ocurre con la música, por ejemplo–, soy casi incapaz
de obtener goce alguno. Una disposición racionalista o quizás analítica se revuelve en mí para
no dejarme conmover sin saber por qué lo estoy, y qué me conmueve (Freud, 1914, pág. 217).
Entendemos que a partir de la separación de Freud en dos personas, que él mismo des-
cribe como la escisión, producto de la desmentida de lo que ve, comenzará esta expe-
riencia que se desata. Y como encadenamiento asociativo y cual cadena significante se
despliega de un recuerdo a otro, de una a otra huella acercándose a zonas remotas que
parecía no querer recordar, y que en un esfuerzo represivo –ta l como él lo dice– consi-
gue alterar mediante la perturbación del recuerdo. Pero éste, irremediablemente, por
efecto de la atracción de lo inconsciente, ya había sido activado.
Freud pensaba que no creía en la existencia de la Acrópolis, mas su recuerdo le decía
que en realidad desmentía un ambicioso deseo: llegar allí algún día, superando así a su
padre; y recuerda las palabras de Napoleón a su hermano en el momento de la corona-
ción: “Si me viera ahora mi padre”, aunque éste ya no vivía.
El recuerdo perturbado, cual recuerdo encubridor, esconde un fragmento de verdad en
el deseo olvidado, oculto y desmemoriado, como real encarnado.
[...] no vale, no vive, a nuestros ojos más que por lo que nos mira [...] es la escisión la que se-
para en nosotros lo que vemos de lo que nos mira de una forma irremediable. Por lo cual, habría
que partir de la consideración de la paradoja en la que el acto de ver sólo se despliega al abrir-
se en dos. Lo que Joyce llamó: ineluctable modalidad de lo visible, […] como un remontarse a
esa antigüedad que lleva a la huella de una semejanza perdida.
816 MARÍA GABRIELA GOLDSTEIN
Consideramos entonces una modalidad de escisión dialéctica que entiende como es-
tructurante la admisión de la duda, como conciencia escindida, donde la desmentida sos-
tenida en los aspectos no patológicos de sentimientos de enajenación estaría arrojando
sobre nosotros mismos la posibilidad de la experiencia estética. Ambas como parte de lo
mismo, la escisión del yo y la enajenación, dan lugar a la experiencia admitendo la irrup-
ción de lo inconsciente en la pretendida conciencia.
En el extrañamiento sucede algo parecido a ciertos “fenómenos inusuales” que, a la
manera del déjà vu, déjà raconté, o la fausse reconnaissance, nos hacen dudar de nues-
tra percepción. Freud los analiza como la momentánea admisión de un fragmento de ver-
dad introducida en la conciencia a la manera de espejismos mentales en los que quere-
mos reconocer algo como perteneciente a nuestro yo, o en las enajenaciones queremos
excluirlo. Cuando esto se esclarece podemos decir que el trabajo analítico se cumple; a
su vez, en el caso de la experiencia estética, ésta cumple con su trabajo: un fragmento de
algo oculto sale así a la luz, y lo escindido y proyectado ya no vuelve como extraño, al ser
admitida la experiencia que permite volver a ver aquello antes no bien soportado. Y el ins-
tante de verdad es revelado, enhebrando fantasías, entre los sueños diurnos y los re-
cuerdos olvidados. “Qué no daría yo por la memoria (la tuve y la he perdido)”, dice Borges
en “Elegía de un recuerdo imposible” (1996).
Recuerdo y añoranza que intentamos atrapar y buscamos irremediablemente en el
enigma de la vida:
[…] y buscamos algo más. Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy segu-
ro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como veremos, a la vuel-
ta de la esquina (Borges, 2001).
Y así, Freud, buscando un recuerdo, sigue el camino psicoanalítico, Edipo, el padre, la es-
cuela; viajar y ver el mundo; añoranza que se mezcla con deseo, con culpa y extraña-
miento, trasformadora experiencia, belleza, poesía y sorpresa, como acechando en la
Acrópolis… a la vuelta de la esquina.
Tercera parte
seos oníricos ejercen, en la lucha por hacerse recuerdo, una atracción desde lo incons-
ciente sobre el pensamiento desconectado de la conciencia; el recuerdo pugna por ser re-
animado (Freud, 1900).
El sueño diurno, o fantasía consciente, procede de idéntico modo que el sueño, donde las
desfiguraciones de su contenido representacional se valen del presente, como tiempo en el
que se figura el deseo como cumplido.
época, los cuales, mediante una planificación sobre los efectos ópticos, engañan al es-
pectador con las precisas y sutiles proporciones. El orden dórico da su buscada armonía
mediante unas contradicciones frente a la pretendida razón clásica. Así vemos el modo en
que la densa columnata toma corporeidad, como escultura que transforma lo espacial en
materia y altera la perspectiva que se vuelve una “pantalla”.
Esta elaboración de los efectos visuales es lograda con el diseño “paradójico” que re-
suelve conflictos estéticos con curvaturas, en vez de rectas, y alargamientos o inclinacio-
nes progresivas. Una geometría perfectamente premeditada da la gracia y vitalidad al
conjunto, construyendo su condición humanística.
Introducir “distorsiones controladas” es la clave “secreta”, donde reside la dimensión
“emocionante” del genio de la antigua Grecia. Según Bellucci, ahí está la “fusión” de las
artes resuelta en una experiencia integradora que enuncia con belleza el romanticismo
alemán, al decir que, para los griegos, la Acrópolis “cantaba al atardecer” (Belucci, 1989).
[...] el lugar de la experiencia cultural es el espacio potencial que existe entre el individuo y el
ambiente, tiempos de las primeras experiencias que allí existen entre el objeto subjetivo y el ob-
jeto percibido en forma objetiva, entre las extensiones del yo y el no-yo.
Conclusión
Resumen
DESCRIPTORES: SIGMUND FREUD / ENAJENACIÓN / ARTE / ESTÉTICA / ESCISIÓN / OBJETO / EXPERIENCIA ESTÉTICA /
SUJETO / ACONTECIMIENTO / EXTRAÑAMIENTO
Summary
THE AESTHETICS OF MEMORY: FREUD ON THE ACROPOLIS
A PSYCHOANALYTIC STUDY ON THE AESTHETIC EXPERIENCE
822 MARÍA GABRIELA GOLDSTEIN
The author proposes a psychoanalytic study of the aesthetic experience, taking a specific position
in relation to psychoanalysis, art and aesthetics.On the basis of Freud's text, “A Disturbance of the
Memory on the Acropolis”, in which he describes an “unusual” and engimatic phenomenon that oc-
curs to him in Athens, the author postulates a sequence: the “passage” from the small experience
of alienation manifests an experiential space that, considering the conditions in which it occurs, im-
plies the institution of an aesthetic experience.
Based on the conceptualization she proposes vis-à-vis the aesthetic experience, the author in-
terrelates the disavowal and splitting that come into play on the Acropolis when Freud perceives
himself as a part of himself, exteriorized, as a part of the landscape, while another part of him does
not admit reality and remains doubtful.
The author points out that the object that was initially the Acropolis becom as an object of doubt
at that moment, something ambiguous and unsettling, similar to the condition of possibility for ob-
jects of art, which involve the subject as a part of the aesthetic experience itself, at the paradoxical
meeting point between object and subject.
The author postulates the place of the aesthetic experience as an intermediate place that im-
plies a momentary fusion in which the limits between reality and fantasy melt and “fade”, time and
space combining in a transfigured experience. She also relates dreaming and awaking to the pro-
gredience and regredience of the aesthetic experience, and suggests simultaneity and oscillation
between them. This leads to the definition of a “zone” of experience, a correlate of the transitional
space or zone, but whose potential develops with specific aspects inherent to the aesthetic experi-
ence, which means bordering on the beautiful and the uncanny, a borderline experience between
what is forbidden and what is permitted, the ultimate veil that art never lifts.
KEYWORDS: SIGMUND FREUD / ALIENATION / ART / AESTHETICS / SPLITTING / OBJECT / AESTHETIC EXPERIENCE / SUB-
JECT / EVENT / STRANGE FEELING
Bibliografía
APA, 2002.
Meltzer, D. y Harris Williams, M.: La aprehensión de la belleza, Buenos Aires, Spatia, 1990.
Rose, G. J. ( 1980): The power of form, Nueva York, International Universities Press, 1992.
— (1996): Necessary Ilusion, Nueva York, International Universities Press, 1996
Winnicott, D. (1971): Realidad y juego, Barcelona, Gedisa, 1998.
Zak de Goldstein, R.: “La sexualidad. El trauma y lo transgeneracional en la técnica de la cura” (se-
minario), APA, 2001.
*“Et in Arcadia ego”, que según Claude Lévi-Strauss significa “y yo también estoy aquí, existo aún en
Arcadia”, y así se nos recuerda que incluso en la más feliz de las moradas los hombres no escapan a su des-
tino.
824 MARÍA GABRIELA GOLDSTEIN
Introducción
Me interesé por el concepto de bisexualidad porque creí que podría servirme de introduc-
ción para seguir investigando otros temas que despertaron mi curiosidad en la clínica y
que, directa o indirectamente, estarían relacionados con él. A poco de avanzar sobre este
concepto comprendí que su profundidad dentro de la teoría psicoanalítica trascendía am-
pliamente sus posibilidades de aplicación a ciertos cuadros clínicos y que la bisexualidad
constituiría un elemento estructurante del psiquismo. Tal sería su trascendencia, que Freud
llegó a considerarlo parte del “lecho de rocas” de la teoría y la clínica psicoanalíticas.
Supe que sería complejo abordar este concepto porque está presente prácticamente a
lo largo de toda la obra freudiana. Porque Freud lo presenta muchas veces de manera am-
bigua, como un “titular” que no desarrolla en profundidad. Porque fue, es y sigue siendo
fuente de fuertes controversias no sólo en su conceptualización, sino también en la valo-
ración que se le da a la noción entre los psicoanalistas, a juzgar por la bibliografía con que
contamos.1
Profundizar acerca de la bisexualidad deja abiertas importantes cuestiones para seguir
pensando. ¿Qué representa para la teoría psicoanalítica aquello que tiene su anclaje en la
biología? ¿Existe una bi(psico)sexualidad, o bisexualidad psíquica? ¿Qué relación tiene
este concepto con las categorías psicoanalíticas de lo femenino y lo masculino? ¿Cuál es
1. Así, Simona Argentieri (1999) afirma: “el concepto de ‘bisexualidad’, con toda su ambigüedad y poca
consistencia teórica, ha logrado mantenerse a lo largo del tiempo debido a que puede ponerse, clandestina-
mente, al servicio de las defensas tanto del paciente como del analista”. Con otros fundamentos, y apuntando
a otros aspectos de la problemática, Indalecio Fernández (1992) se pregunta: “¿Es posible sostener la teoría
de la bisexualidad?”.
828 ALEJANDRA VERTZNER DE MARUCCO
la relación entre la bisexualidad y las pulsiones? ¿Qué papel desempeña en las formacio-
nes de la fantasía? ¿Cómo se vincula con las teorías sexuales infantiles?, ¿y con el com-
plejo de castración y el complejo de Edipo? ¿Cuál es su relación con las identificaciones?
¿Cómo interjuegan la bisexualidad y la diferencia? ¿Cómo abordar la cuestión de la iden-
tidad sexual y la identidad de género? ¿Se puede trascender el límite, “la roca”, de la con-
flictividad que genera el horizonte fantasmático de la bisexualidad en la clínica y la teoría
psicoanalíticas? ¿Cómo podemos, a partir de su entendimiento, avanzar en la compren-
sión de la psicopatología?
Sólo puedo dejar planteadas algunas preguntas, o apenas incursionar en ellas en este
trabajo monográfico. Sí me interesa introducirme en el laberíntico recorrido que Freud y
otros autores han hecho del tema, a fin de ir dejando mojones que alguna vez me permi-
tan volver sobre las huellas del pensamiento, para seguir adelante.
1. Fuente de controversias
“Cada vez que una comparación parecía resultar desfavorable a su sexo, nuestras damas
podían exteriorizar la sospecha de que nosotros, los analistas varones, no habíamos podido
superar ciertos prejuicios hondamente arraigados contra la feminidad y lo pagábamos con el
carácter parcial de nuestra investigación. Y a nosotros nos resultaba fácil, situándonos en el
terreno de la bisexualidad, evitar toda descortesía.”
Freud (1933 [1932]), Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis
En la carta 52, al fragor del entusiasmo que le despertaba el intercambio de ideas a través
de la correspondencia con Fliess, Freud (1896) escribe: “Para elucidar la decisión entre
perversión o neurosis me valgo de la bisexualidad de todos los seres humanos”. A partir
de allí se embarca en una compleja explicación de la psicopatología, en términos que se-
guramente habrán podido ser mejor comprendidos por el amigo que por el lector no fami-
liarizado con las teorías de Fliess. En la nota introductoria de Tres ensayos de teoría se-
xual (1905), Strachey dice que Freud estaba en deuda con Fliess a raíz del tema de la bi-
sexualidad, “que más tarde llegó a considerar como un ‘factor decisivo’”; si bien sus di-
vergencias posteriores, y ciertas suspicacias respecto a la paternidad del concepto (que
Fliess reclamó para sí), originaron su distanciamiento definitivo. Freud no aceptó el punto
de vista de que la represión era explicada por la bisexualidad. Explicitó sus discordancias
con Fliess y Adler a este respecto en 1918, al recapitular sobre el historial del Hombre de
los Lobos, y en “Pegan a un niño” (1919), apuntando que considera a ambas teorías “de-
sacertadas y engañosas”. Y subraya: “La teoría psicoanalítica, apoyada en la observa-
ción, sostiene que no es lícito sexualizar los motivos de la represión”.
Más allá de estas primeras controversias, o más “acá” en los desarrollos psicoanalíti-
cos posteriores a los de Freud, considero –como explicitaré más adelante– que existe una
controversia más actual que estaría en el meollo del concepto de bisexualidad: la que se
plantea entre aquellos psicoanalistas que enfatizan el papel que desempeña en la consti-
tución del psiquismo la fuente pulsional anclada en lo biológico, y los destinos de la pul-
sión; y aquellos que dan primacía a la importancia del objeto, el deseo del otro, el fantas-
ma parental, etcétera. Es en el estrecho interjuego de ambos factores que el concepto de
bisexualidad adquiere pleno sentido.
2. El anclaje biológico
Desde el principio y hasta el final de su obra, Freud hizo alusión al tema de la bisexuali-
dad, aunque por largo tiempo no explicitó qué entendía él bajo esta denominación, y no
fue más allá de considerarlo un factor de disposición constitucional, universal, de los seres
humanos. En el epílogo de Dora (Freud, 1905 [1901]) lo adscribe junto a la “solicitación
somática”, los gérmenes infantiles de la perversión y las zonas erógenas, a los “funda-
mentos orgánicos de los síntomas”. Y en Tres ensayos... (1905) dice que “cierto grado de
hermafroditismo anatómico es la norma”, y suscribe la idea de una disposición originaria-
mente bisexual que “en el curso del desarrollo se va alterando hasta llegar a la monose-
xualidad con mínimos restos del sexo atrofiado”.
El anclaje biológico de la bisexualidad ha sido fuertemente cuestionado aun desde el
lado de la biología. No siempre han podido cotejarse las hipótesis de Freud con los de-
sarrollos científicos de esta ciencia; en el seno de la cual, a su vez, también se revelan
profundas discordancias que algunas veces confirman y otras veces refutan los postula-
dos metapsicológicos de Freud.2 Green (1986) aclara:
La bisexualidad biológica supone una secuencia de relevos escalonados en el tiempo, cada uno
de los cuales desempeña su papel en la determinación del sexo (sexo cromosómico, gonádico,
hormonal, genital interno, genital externo, caracteres sexuales secundarios). [...] Se puede en-
tonces hablar de un desarrollo de la sexualidad biológica, de la concepción a la pubertad, que
se efectúa según un proceso discontinuo y diferenciado. Ahora bien, en la especie humana apa-
rece un nuevo relevo mutativo (organizador 1), que se superpone al desarrollo biológico. Este
relevo está en el origen de un desarrollo psicológico autónomo, diferente del desarrollo biológi-
co y responsable de la psicosexualidad.
Así, Green afirma: “La teoría freudiana de la bisexualidad tuvo el mérito de distinguir la bi-
sexualidad psíquica de la bisexualidad biológica”. Yo hago mía su idea de que la teoría
psicoanalítica introduce una ruptura entre lo somático y lo psíquico, aunque Freud haya
querido sostener, por medio del rodeo de lo constitucional, un referente biológico para ga-
rantizar la bisexualidad psíquica.3 Se trata entonces de un referente, de un sustrato y no
de una causa.
2. Por ejemplo, Sandor Rado (1967) afirmaba: “La vaga noción de bisexualidad biológica y la manera in-
creíblemente poco rigurosa como se le ha utilizado en el psicoanálisis han tenido consecuencias deplorables.
[...] es imperativo suplantar el engañoso concepto de bisexualidad por una teoría psicológica fundada en ci-
mientos biológicos más firmes”.
830 ALEJANDRA VERTZNER DE MARUCCO
3. El término “bisexualidad psíquica” fue propuesto como tema del XXXV Congreso de Psicoanalistas de
Lenguas Romances (1975), y retomado por Christian David en su informe titulado “La bisexualitè psychique:
elements d’une revaluation”.
[...] la bisexualidad psíquica se gana, que es el final de una evolución de curso irregular, difícil,
siempre en peligro de detenerse. [...] uno se siente tentado de definir la bisexualidad esencial,
como una exigencia de elaboración impuesta al aparato psíquico, lo cual hace pensar en la de-
finición de la pulsión. [...] La bisexualidad esencial no es un factor de morbidez, sino un hecho
básico que el aparato psíquico debe tratar, es decir, elaborar, y no disolver, como algunos de-
searían.
Estimo de gran importancia esta idea que liga la bisexualidad al concepto mismo de pul-
sión en tanto la considera como una exigencia de trabajo para el psiquismo.
La libido se define como activa, pues la pulsión lo es siempre, aun en los casos en que se
ha puesto una meta pasiva. Todos los individuos humanos “a consecuencia de su dispo-
sición {constitucional} bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres mascu-
linos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo cons-
trucciones teóricas de contenido incierto” (Freud, 1925). Pero, sembrada ya la duda ante
su propio pensamiento, en 1930 reconoce: “demasiado apresuradamente hacemos coin-
cidir la actividad con lo masculino y la pasividad con lo femenino”. En 1933, afirma: “[...]
notarán enseguida cuán insuficiente es hacer corresponder conducta masculina con acti-
vidad, y femenina con pasividad. [...] se los desaconsejo. Me parece inadecuado y no
aporta ningún discernimiento nuevo”.
Así Freud contradice sus afirmaciones de 1905. Continúa pensando que existe sólo
una libido que “entra al servicio de la función sexual tanto masculina como femenina”, pero
ha cambiado de posición en cuanto a que no podemos atribuirle sexo alguno, “no debe-
mos olvidar que subroga también aspiraciones de metas pasivas”.4
Winnicott (1972) postuló la existencia de elementos masculinos y femeninos separa-
dos que se encuentran en hombres y mujeres retomando como base la idea de masculi-
no/actividad y femenino/pasividad. Pero desexualiza la cuestión cuando hace referencia a
un elemento femenino puro que establece una relación con un objeto subjetivo: ese pri-
832 ALEJANDRA VERTZNER DE MARUCCO
mer objeto, aún no repudiado como un fenómeno no-yo (identificación primaria). La rela-
ción de objeto del elemento femenino puro establece “la que quizás sea la más simple de
las experiencias, la de ser”. El ser se transmite de una generación a otra por la vía del ele-
mento femenino de hombres y mujeres. Un clivaje o disociación puede afectar en cada
uno de los sexos los elementos del sexo opuesto. Mientras el elemento masculino en es-
tado puro es de esencia pulsional (sobre la idea freudiana de que la libido siempre es de
esencia masculina) e incluye un aspecto activo y otro pasivo, ya que concierne a la rela-
ción del bebé con el pecho y con las otras zonas erógenas, el elemento femenino en es-
tado puro no tiene relación alguna con la moción pulsional, sino que es fuente de la rela-
ción con el ser. “El elemento femenino es, el elemento masculino hace.”
Pese a lo que se afirma en el epígrafe, entiendo que Freud sí habría dejado traslucir ele-
mentos como para que hiciéramos ese enlace. La anatomía condiciona cierto destino, pero
mediante el rodeo de la pulsión y sus representantes. Ésa es la diferencia entre la carne
del cuerpo y la encarnadura en el psiquismo de lo que de él parte. Freud nos hizo saber
que las pulsiones están ancladas en lo somático pero que son ya lo psíquico.
La idea de la bisexualidad aparece enlazada a las pulsiones desde diferentes pers-
pectivas. A lo largo de todo el presente trabajo se muestran estos enlaces: cuando, par-
tiendo del “zócalo” de la bisexualidad biológica, Freud apunta a señalar las metas pulsio-
nales “activas” y “pasivas”, las elecciones heterosexuales y homosexuales de objeto.
Cuando se refiere a la existencia de deseos, fantasías, imágenes y representaciones bi-
sexuales (como las que describe en la paciente del ataque histérico [1908], o en el re-
cuerdo infantil de Leonardo da Vinci [1910]). Cuando enmarca el derrotero pulsional en las
vicisitudes del narcisismo, y del complejo de Edipo y el de castración. Todo esto permite
plantear y desarrollar el concepto de bisexualidad psíquica.
Freud también nos habla de la relación de este concepto con su última dualidad pul-
sional (vida y muerte). Tanto que al final de su obra pone a la bisexualidad, junto a la pul-
sión de muerte, en los límites del psicoanálisis (Freud, 1937). Recapitulemos:
– En cuanto a la meta pulsional, en “El interés por el psicoanálisis” (1913), Freud dice: “en
sentido estricto las diferencias entre los sexos no pueden reclamar para sí una carac-
4. Jean Laplanche (1996) dice que sobre el problema de la pasividad, y de una definición correcta de ella,
Freud está definitivamente extraviado: “‘Una pulsión de meta pasiva’: nunca nos dijo claramente qué entendía
por ello. Intenté, por mi parte, llenar esa laguna, proveyendo un criterio preciso: el de un ‘plus’ de representa-
ción en el activo (el adulto con sus representaciones concientes e inconcientes) sobre el pasivo (inicialmente,
el lactante)”.
terística psíquica particular. [...] Lo que en nuestra vida corriente llamamos ‘masculino’
o ‘femenino’ se reduce para el abordaje psicológico a los caracteres de la actividad y
de la pasividad, es decir, a unas propiedades que no se enuncian sobre las pulsiones
mismas, sino sobre sus metas. En la relación de comunidad que de ordinario muestran
en el interior de la vida anímica tales pulsiones ‘activas’ y ‘pasivas’ se espeja la bise-
xualidad de los individuos, que se cuenta entre las premisas clínicas del psicoanálisis”.
– En cuanto al objeto de la pulsión, Freud (1905) expresa: “[...] entre pulsión sexual y ob-
jeto sexual no hay sino una soldadura”. Y volvía a recordarlo en 1909 (a y b): “El pri-
mero de estos dos conflictos corresponde a la oscilación normal entre varón y mujer
como objetos de la elección amorosa, que le es acercada al niño por primera vez con
la famosa pregunta: ‘¿A quién quieres más, a papá o a mamá?’, y lo acompañará toda
la vida a pesar de las diferencias en cuanto a la plasmación de las intensidades de
sensación y a la fijación de las metas sexuales definitivas”. En 1920, a propósito de la
joven homosexual, Freud exhortaba que no perdiéramos de vista la universal bise-
xualidad del ser humano: “La libido de todos nosotros oscila normalmente a lo largo
de la vida entre el objeto masculino y el femenino”. Y en 1922, con respecto a los
celos, Freud decía: “[...] es digno de hacer notar que en muchas personas son viven-
ciados bisexualmente” (en el hombre: dolor por la mujer amada y odio hacia rivales
masculinos / duelo por el hombre al que se ama inconcientemente y odio hacia la
mujer-rival frente a aquél).
– Cuando ya había sido reformulada la dualidad pulsional, Freud (1937) sostenía: “[...]
sólo la acción conjugada y contraria de las dos pulsiones primordiales, Eros y pulsión
de muerte, explica la variedad de los fenómenos vitales, nunca una sola de ellas”.
Vuelve a sostener que todos los seres humanos son bisexuales en el sentido de que
distribuyen su libido de manera manifiesta o latente entre objetos de ambos sexos. Y
esas dos orientaciones se hallan en el estado de un conflicto no coinciliado: “Se podría
ensayar la explicación de que sólo se dispone de un monto preciso de libido, por el
cual se ven obligadas a luchar las dos orientaciones que rivalizan entre sí [...]. Uno
tiene toda la impresión de que la inclinación al conflicto es algo particular, algo nuevo
que viene a sumarse a la situación, independientemente de la cantidad de libido. Y se-
mejante inclinación al conflicto que aparece de manera independiente, difícilmente se
pueda reducir a otra cosa que a la injerencia de un fragmento de agresión libre”.
El significado bisexual de síntomas histéricos, por lo menos en numerosos casos, es por cierto
una prueba interesante de la aseveración, por mí sustentada, de que la disposición bisexual que
suponemos en los seres humanos se puede discernir con particular nitidez en los psiconeuróti-
cos por medio del psicoanálisis. Un proceso por entero análogo en este mismo campo es el que
sobreviene cuando el masturbador, en sus fantasías concientes, intenta compenetrarse empá-
ticamente tanto con el varón como con la mujer en la situación representada.
Así advierte que “en el tratamiento psicoanalítico es muy importante estar preparados
para el significado bisexual de un síntoma”.
Para Green (1998), destacar la importancia del ingreso de la escena primaria en la teoría
de la sexualidad es marcar el momento en que ésta no se limita ya a la del niño, sino que
debe comprender (en todos los sentidos del término) la irrupción de la sexualidad adulta
en la infantil:
Los enigmas de la sexualidad –que aquí se refuerzan, pues conciernen a la sexualidad de los
padres, percibida, adivinada, fantaseada en proporciones diversas según los casos– se articu-
lan sobre las experiencias de la sexualidad del niño, vivida y fantaseada a su vez y que inclina
en determinadas direcciones la sexualidad más tardía del adulto.
Creo que cabe aclarar que la sexualidad de los padres “adivinada y fantaseada” aludiría
a una creación subjetiva del psiquismo, mientras que la sexualidad “percibida” haría refe-
rencia a un registro de representaciones pre-verbales, a aquello que la percepción ha po-
dido capturar en imágenes que no se han podido ligar a representaciones de palabra.
La elaboración de la escena primaria constituiría el presupuesto necesario para la dife-
renciación entre lo masculino y lo femenino. La fantasía de la escena primaria aporta la
imagen de las figuras parentales fusionadas en una completud bisexual. Su dramatización
adquiere encarnadura en las fantasías onanistas que acompañaran la voluptuosidad in-
fantil.
Para Joyce McDougall (1998), en el mundo psíquico de la infancia, donde coexisten el
odio y el amor en una corriente de investidura libidinal incesante sobre los objetos paren-
tales, estos intercambios fantasmáticos contribuyen a erigir una imagen seductora, aun-
que angustiosa, de la escena primaria. Esto genera, a la vez, deseos y miedos arcaicos:
el deseo incestuoso que tiene el niño de poseer a sus dos progenitores y obtener el poder
mágico que les atribuye, con todos los fantasmas que esto implica; y el miedo a la des-
trucción que engendra la fantasmatización de esa escena como violenta, o el miedo a per-
der los límites corporales o la identidad personal. La autora explora los fantasmas bise-
xuales engendrados por la escena originaria en sus formas pregenital y arcaica, y también
sus efectos dinámicos vinculados a las desviaciones sexuales, la comprensión de los tras-
tornos psicosomáticos y neuróticos, y su expresión sublimatoria en todos los campos de
la creatividad. Cuando el amor ya no equivale a castración, a destrucción, a muerte, y
cuando los padres son al fin reconocidos en su individualidad separada, su identidad se-
xual diferente y su complementariedad genital, la versión transformada de la escena pri-
mitiva internalizada se convierte en una adquisición psíquica que le da al niño-adulto el
derecho de poseer su cuerpo, su sexualidad, su lugar en la constelación familiar.
Didier Houzel (1991) sostiene que de la integración de las capas más profundas de la bi-
sexualidad psíquica dependerían las que llama “cualidades plásticas de la envoltura psíqui-
ca”, en virtud de las cuales la estructura dinámica sería capaz de mantener la cohesión del
self y, al mismo tiempo, preservar su propia continuidad. Para él, la integración de esas cua-
lidades maternas y paternas en la hechura de la envoltura psíquica es “un intrincado tejido
de aspectos maternos y paternos en un solo entretejido. La imagen de intimidad sexual entre
los padres, la escena primaria en que los aspectos maternos y paternos se encuentran es-
trechamente entrelazados, es la que más se aproxima a la idea”. Para este autor,
[...] la integración de los elementos bisexuales en la envoltura psíquica debe preceder al esta-
blecimiento de la constelación edípica, al reconocimiento y la aceptación de la diferencia sexual,
a la elaboración de la angustia de castración y a la posibilidad de catectizar un objeto amoroso
heterosexual a largo plazo. Si no se logra tal integración, la mera fuerza bruta del deseo por el
sexo opuesto se transforma en una fuente de terror, por no ser contrarrestada ni atemperada
por identificaciones bisexuales tempranas de las cuales depende la envoltura psíquica.
Green (1998) dice que, si bien la bisexualidad responde a un “zócalo” biológico, ésta tam-
bién es psicosexual (como Freud lo plantea cuando habla del Edipo positivo y el Edipo ne-
gativo en ambos sexos): “Freud confía a la bisexualidad el papel de estructuración funda-
mental del complejo [de Edipo]”. Este último es un organizador en el que es puesta a prue-
ba la bisexualidad: “[...] siempre doble –positivo y negativo–, desemboca en la doble iden-
tificación masculina y femenina. [...] En el momento del complejo de Edipo, el conflicto
cobra la forma de la oposición entre la realidad sexual del individuo y la realidad psíquica”
(Green, 1986).
J.-B. Pontalis (1980), por su parte, subraya: “Freud no reconoce plenamente el papel
de la bisexualidad sino cuando ha logrado insertarlo en una estructura cuyos efectos de-
terminantes serán descubiertos y especificados sólo progresivamente: Edipo y castración”.
Luego agrega:
[...] todo mito de la bisexualidad [...] contiene dos fantasmas muy diferentes y hasta opuestos,
cuya conciliación (imposible) intenta: un fantasma, absolutamente positivo, que apunta a ase-
gurar la plena posesión de un falo (paterno y materno), cuya excelencia sólo imperfectamente
se la podría encarnar y significar en uno y otro sexo; y un fantasma, absolutamente negativo,
que tiende a resguardarse de toda separación-castración-muerte, que conduce a un desvane-
cimiento cada vez más acentuado del sujeto deseante. [...] No cabe duda de que ambas ten-
dencias se juntan en lo que el psicoanálisis ha descrito, por el modelo del fetichismo, como re-
836 ALEJANDRA VERTZNER DE MARUCCO
Todos los niños deben aceptar la idea de que no pertenecerán jamás a los dos sexos, y de que
sólo serán una mitad de la constelación sexual. Esta afrenta imperdonable a la megalomanía in-
fantil se complica con la necesidad de resolver la crisis edípica, tanto en su dimensión homo-
sexual como en la heterosexual, y de aceptar que no se poseerá al padre ni a la madre.
Bisexualidad e identificaciones
En el capítulo III de El yo y el ello (1923, pág. 3), Freud refiere que la génesis del ideal del
yo nos reconduce a la identificación primera, “y de mayor valencia, del individuo: la iden-
tificación con el padre de la prehistoria personal”. Y aclara en la nota al pie: “con ‘los pro-
genitores’, pues padre y madre no se valoran como diferentes antes de tener noticia cier-
ta sobre la diferencia de los sexos”. El texto continúa:
A primera vista, no parece el resultado ni el desenlace de una investidura de objeto: es una iden-
tificación directa e inmediata {no mediada}, y más temprana que cualquier investidura de obje-
to. Empero, las elecciones de objeto que corresponden a los primeros períodos sexuales y
atañen a padre y madre parecen tener su desenlace, si el ciclo es normal, en una identificación
de esa clase, reforzando de ese modo la identificación primaria. Y bien, estos nexos son tan
complejos que requieren ser descritos más a fondo. Dos factores son los culpables de esta com-
plicación: la disposición triangular de la constelación del Edipo, y la bisexualidad constitucional
del individuo.
originaria del niño. [...] Esta injerencia de la bisexualidad es lo que vuelve tan difícil penetrar con
la mirada las constelaciones {proporciones} de las elecciones de objeto e identificaciones pri-
mitivas, y todavía más difícil describirlas en una sinopsis. Podría ser también que la ambivalen-
cia comprobada en la relación con los padres debiera referirse por entero a la bisexualidad, y
no, como antes lo expuse, que se desarrollase por la actitud de rivalidad a partir de la identifi-
cación (Freud, 1923).
Así, entonces, el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo, en armonía con
la disposición bisexual. “Inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto, y no nos
asombra que el varón lo retenga para el complejo de Edipo. Pero, ¿cómo llega la niña a
resignarlo y a tomar a cambio al padre por objeto?” (Freud, 1925).
Aquí Freud atribuye a la envidia del pene en la niña un valor fundamental. A partir de
ella, el reproche hacia la madre y la procura de resarcimiento a través de la ecuación
simbólica pene = niño volverán su interés hacia el padre, ingresando así en el complejo
de Edipo.
[En el varón, el complejo] no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de
la amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en
parte sublimadas; sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó y
prestan a esta neoformación sus propiedades características. En el caso normal –mejor dicho:
en el caso ideal– ya no subsiste tampoco en lo inconciente ningún complejo de Edipo, el su-
peryó ha devenido su heredero. [...] En la niña falta el motivo para la demolición del complejo
de Edipo, puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar
mucho en la vida anímica que es normal para la mujer (Freud, 1925, págs. 275 y 276).
Aquí Freud introduce su cuestionable afirmación de que el superyó femenino nunca de-
viene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como
lo exigimos en el caso del varón.
Freud (1931) afirma:
[...] es innegable que la bisexualidad, que según nuestra tesis es parte de la disposición {cons-
titucional} de los seres humanos, resalta con mucho mayor nitidez en la mujer que en el varón.
En efecto, éste tiene sólo una zona genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer
posee dos de ellos: la vagina, propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril.
Para Freud, es como si la vagina no estuviese durante muchos años, y acaso sólo en la
época de la pubertad proporciona sensaciones; para él, lo esencial tiene que desenvolver-
se en la mujer en torno del clítoris. Así la vida sexual de la mujer se descompone por regla
general en dos fases, de las cuales la primera tiene carácter masculino; y sólo la segunda
es la específicamente femenina. Me pregunto: ¿por qué adscribir el clítoris a lo masculino?
(“clítoris viril”). Freud (1933) aclara: “El psicoanálisis, por su particular naturaleza, no pre-
tende describir qué es la mujer –una tarea de solución casi imposible para él–, sino inda-
gar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual”.
Agnes Faure-Oppenheimer (1980) se pregunta, junto con Laplanche y otros autores:
“¿No existe acaso una confusión entre teoría psicoanalítica y teoría sexual infantil en el
mismo Freud?”. Emilse Dio (1985) dice: “La idea freudiana de la bisexualidad siempre
descansó sobre una bipolaridad del deseo, no del género. [...] La bisexualidad atañe al
838 ALEJANDRA VERTZNER DE MARUCCO
5. Bisexualidad y narcisismo
Green (1986), en un trabajo de 1973 que tituló “El género neutro”, explica:
Parece que es preciso considerar que la atribución de un sexo al hijo por un progenitor obra a
modo de una impronta psíquica [...]. Esa impronta se constituye a raíz de la percepción del cuer-
po del hijo como forma sexuada, que en esa forma será confirmado o refutado por el progeni-
tor. Es preciso entonces atribuir al fantasma parental, en particular materno, un papel de poten-
te inductor en el establecimiento de la monosexualidad individual. [...] El hecho a destacar es
que esa impregnación está sometida a la influencia de un progenitor, cogido él mismo en un
conflicto con relación a la bisexualidad psíquica. [...] Podemos entonces suponer que la psico-
sexualidad de un individuo está dominada por el fantasma de la madre. Este fantasma de la
madre se constituye siguiendo diversos parámetros: deseo infantil de tener un hijo del padre o
de la madre; sexo de este hijo imaginario; aceptación, por la madre, de su propio sexo; lugar
que el deseo del marido, padre del hijo, ocupa en su deseo; deseo de este deseo, etc.
Sin embargo, Michel de M’Uzan (1978) “acota” (podríamos decir, haciéndolo terciar en el
relato):
Es cierto que la actitud inconciente de la madre interviene más o menos ampliamente en esta
diferenciación [psicosexual]. [...] Pero lo que me parece esencial es que, en la inmensa mayoría
de los casos, la anatomía del recién nacido y las fuerzas biológicas que la condicionan poseen
un peso absolutamente decisivo. La mirada intensamente “sexualizada” que pone la madre
sobre el sexo de su recién nacido (sexo inmediatamente reconocido por el inconciente como
portador de una capacidad de goce) influye en su actitud mucho antes que las ambigüedades
de su fantasmática personal.
Todo esto nos lleva a considerar como particularmente importante el papel que desem-
peña la sexualidad materna. Green (1986) en otra parte de su trabajo “El genero neutro”,
afirma:
El papel determinante de los factores que pertenecen al ambiente materno permite suponer, con
Winnicott [1972], que el elemento femenino de origen materno, por su intrincación con la de-
pendencia biológica y psicológica del recién nacido, por la prematuración del pequeño ser hu-
mano, debe ser aceptado e integrado en los dos sexos. Esta pasivación originaria acaso es ob-
jeto de una represión primordial, lo que daría razón del punto de vista de Freud, según el cual
la feminidad es la más difícil de aceptar en los dos sexos. Ni qué decir que, en el varoncito, la
aceptación de la feminidad no debe hipotecar la aceptación de la masculinidad como el sexo
real del individuo. A la inversa, en la niña, esta feminidad originaria y real es diferente de la fe-
minidad secundaria, que sólo se constituye después de la fase fálica, y que deja su sitio a la
identificación materna secundaria.
Años más tarde, Green (1998) dirá: “[...] la madre, en pleno ejercicio de su libido materna
y femenina, no puede sino ser portadora de mensajes sexuales para su hijo. Éstos están
presentes, aunque ocultos, y transmiten algo de la pertenencia a lo sexual, incluso a es-
paldas de aquella que los emite”. Subraya que la madre es la única componente del trián-
gulo que tiene una relación carnal con los otros dos. Esta distinción entre sexualidad “ma-
terna” y “femenina” permite distinguir la sexualidad “de meta inhibida” de la madre con el
niño y la sexualidad consumada con el padre. En este estadio no se distinguen la niña del
niño en su oposición al padre como objeto sexual. Propone modificar la fórmula sobre el
repudio de lo femenino en los dos sexos: el objeto de repudio es lo materno, no lo feme-
nino.
Entonces, según lo entiendo, lo materno resulta esencial para dar auxilio al desampa-
ro original del ser humano, satisfacer la necesidad y coadyuvar a la autoconservación. La
sexualidad materna, en este sentido, habilita el apuntalamiento de las pulsiones sexuales,
y aporta la mirada sexualizada que identificará primariamente al hijo acorde a sus dese-
os y su fantasmática personal.
La imposibilidad de desasirse de la fusión diádica (por intermediación de la función pa-
terna que despertaría la sexualidad femenina de la madre) y habilitar el circuito del deseo
resulta altamente peligroso para el suceder psíquico. Tal fijación a un “objeto de la nece-
sidad” termina por “disolver” el deseo, desexualizarlo. Esto sería lo materno repudiado:
desde un posicionamiento semejante, la sexualidad materna se impondría acaparando
para sí la sexualidad del sujeto, pasivizándolo al servicio de mantener la ilusión de su pro-
pia completud. Pero esta completud remitiría a un fantasma de bisexualidad “negativa”: la
pulsión ha quedado capturada en lo neutro (ni femenino, ni masculino).
Por el contrario, la sexualidad femenina de la madre no sólo da cuenta de su propia
pulsionalidad, sino también de la presencia de un padre que ha sido eficaz para desper-
tarla. Manifiesta, tanto con relación al hijo como con su hombre, esta sexualidad femeni-
na de la madre, habilita la expresión de la pulsión sexual y re-crea la fantasmática de la
bisexualidad en sus dos vertientes, femenina y masculina, mientras aporta la posibilidad
de representar una pareja parental eróticamente unida (la de los progenitores): bisexuali-
dad “positiva”, erógena.
La bi(psico)sexualidad podría pertenecer a aquello que se estructuró no sólo en fun-
ción de la represión de las cargas eróticas hacia el objeto, sino fundamentalmente a par-
tir de la identificación primaria pasiva (Marucco, 1998), del “ser identificado” por el deseo
840 ALEJANDRA VERTZNER DE MARUCCO
de los progenitores que selló en el sujeto un deseo ajeno a sus pulsiones. Y yo agregaría,
para acercar las reflexiones de Norberto Marucco a las mías sobre el tema de la bise-
xualidad: identificaciones con la figura combinada de ambos progenitores, fusionados en
la escena primaria, que constituirían entre otras cosas el yo inconciente no reprimido.
Norberto Marucco (1998) sostiene:
[...] tanto la inscripción inconciente del deseo de los padres que insinuaría Leclaire, como la
apertura de las zonas erógenas que constituirán el ello reservorio pulsional, tienen en común
que el proceso es puesto en marcha por un objeto externo. La importancia decisiva del objeto
externo en la constitución del yo nos permite sostener la existencia de una parte inconciente es-
cindida, detenida en el yo de placer que tiende a desmentir, conformando ese inconciente no re-
primido de las identificaciones primarias. Estructura “previa” (en sentido lógico) al Edipo, narci-
sista, que no actúa alternadamente sino en coexistencia con el Edipo.
Norberto Marucco se pregunta aquí quién desmiente. ¿Edipo o Narciso? Se inclina por
Narciso, y dice: “Si el cambio de espejos desilusiona a Narciso, es porque descubre que el
poder... lo detenta la fuente”. (La fuente de los estímulos: los deseos de los padres que
abren las zonas erógenas.) Y yo pregunto: ¿qué desmiente Narciso? Sea lo que fuere, lo
que sí podría asegurar es que como resultado de esa desmentida surgirá incuestionada-
mente el “sobre-entendido” de la completud que aportará la imagen “bisexual” de los proge-
nitores de la identificación primaria que, tiempo después, o simultáneamente, dará lugar al
“mal-entendido” del monismo fálico, cuando el niño, aguijoneado por sus propias pulsiones,
comience a elaborar teorías sexuales para hallar respuestas para sí mismo, una vez inau-
guradas las conflictivas inherentes al complejo de castración y al complejo de Edipo.
Considero que esto permitiría plantear de qué modo “compaginarían” la bisexualidad y la te-
oría infantil del monismo fálico.
Para Freud (1905), “sólo con la pubertad se establece la separación tajante entre el carác-
ter masculino y el femenino”. Freud acepta que ya en la niñez son reconocibles disposi-
ciones masculinas y femeninas, pero la activación autoerótica de las zonas erógenas es
la misma en ambos sexos, y esta similitud suprime en la niñez la posibilidad de una dife-
rencia entre los sexos como la que se establece después de la pubertad.
En 1973, Jean Laplanche (1988) decía:
La distinción del sexo y el género es indispensable en psicología [...] En particular es insosteni-
ble emplazar uno de los términos del lado de la anatomía y el otro del lado de la psicología.
Conviene llamar sexo al conjunto de determinaciones físicas o psíquicas, comportamientos, fan-
tasmas, etc., directamente ligados a la función y al placer sexuales. Y género, al conjunto de de-
Así, para Green (1986): “[...] la bisexualidad es solidaria de la diferencia de los sexos.
Donde hay bisexualidad hay diferencia”.
Agnes Faure-Oppenheiner (1980) afirma:
El niño puede percibir pronto la diferencia de sexos y de género. [...] Las teorías sexuales in-
fantiles pertenecen a un orden diferente al de la percepción. El destino sexual es investido antes
de ser percibido; en este caso, el niño conoce los géneros y los sexos antes de que cobren sen-
tido y de que estén vinculados entre sí. De un modo implícito Freud captó la diferencia entre
sexo y género. El niño, nos dice, capta la diferencia entre los hombres y las mujeres sin rela-
cionarla con los órganos genitales. Conoce, pues, la diferencia de géneros antes que la de
sexos o paralelamente, pero no lleva a cabo el nexo entre sexo y género. [...] La dialéctica fáli-
ca rige, pues, el desarrollo libidinal de las niñas y los niños. La masculinidad y la feminidad exis-
ten de entrada pero no están vinculadas al yo corporal: esta distinción toma cuerpo por un de-
rrotero simbólico. [...] Cuando Freud dice que antes del conocimiento de la diferencia de sexos,
los niños y las niñas tienen un comportamiento semejante, esto no quiere decir que los géneros
sean idénticos, sino que el modelo libidinal es el mismo. Las teorías sexuales infantiles de-
muestran la primacía del falo en la organización sexual infantil y hallan su origen en los com-
ponentes de la pulsión sexual. [...] Lo que la mujer desea no es el género masculino sino el
pene, el sexo masculino. Por el contrario el hombre reprime sus deseos de ser mujer; el hom-
bre reprime el género femenino en él, mientras que la mujer reprime o acepta la envidia del sexo
masculino.
Tal como subraya J.-B. Pontalis (1980): “Preciso es considerar de manera conjunta la
‘roca’ de la experiencia y la ‘roca’ de la teoría, que parecen por igual irreductibles al aná-
lisis”.
En “Análisis terminable e interminable” (1937), cuando Freud se refiere a los límites de
la teoría, y también a los de la clínica (las fuentes de resistencia a la cura analítica e im-
pedimentos del éxito terapéutico), dice:
A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado,
con el deseo del pene y la protesta masculina, a la ‘roca de base’ y, de este modo, al término de
su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el
papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede
ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad.
Y agrega en una nota al pie que la designación de “protesta masculina” no debe inducir al
error de suponer que la desautorización del varón recaiga sobre la actitud pasiva, sobre
el aspecto por así decir social de la feminidad. El hombre sólo se defiende de la pasividad
frente al hombre, no de la pasividad en general. Y aclara: “[...] la ‘protesta masculina’ no
es de hecho otra cosa que una angustia de castración”.
Para Freud (1940): “El hecho de la dualidad de los sexos se levanta ante nosotros a
modo de un gran enigma, una ultimidad para nuestro conocimiento, que desafía ser re-
conducida a algo otro. El psicoanálisis no ha aportado nada para aclarar este problema,
que, manifiestamente, pertenece por entero a la biología”. Para él, este hecho de la bise-
xualidad, biológica y psicológica, “entorpece todas nuestras averiguaciones y dificulta su
descripción”. Y concluye: “Si se demanda al analista que diga, guiándose por su expe-
riencia, qué formaciones psíquicas de sus pacientes se han demostrado menos asequi-
bles al influjo, la respuesta será: en la mujer, el deseo del pene; en el varón, la actitud fe-
menina hacia el sexo propio, que tiene por premisa la pérdida del pene”. O sea, éstos son
obstáculos que remiten a la idea de la “bi(psico)sexualidad”, más que al basamento bioló-
gico contra el cual, para Freud, parece estrellarse todo esfuerzo analítico.
Para Green (1992), la “roca biológica”, que impondría un límite a la posibilidad de aná-
lisis (el repudio a la feminidad por parte de ambos sexos), remite tanto al varón como a la
niña al complejo de castración (angustia de castración en el varón, envidia del pene en la
niña): “Cabe decir que se trata de la roca de la teoría freudiana, esto es, lo que para su
creador cobra el valor de núcleo, no solamente duro sino irrompible”. Esa roca se consti-
tuye bajo la acción conjugada de la bisexualidad y de la última teoría de las pulsiones (pul-
siones de vida y de muerte). “Lo cual reclama un prolongado desarrollo reflexivo sobre las
relaciones entre la clínica psicoanalítica y la teoría freudiana, con un análisis profundo de
sus opciones interpretativas” (ibíd.).
Tomada en este sentido, la bisexualidad psíquica más que “cerrar” el campo analítico lo
“abre” hacia nuevas y necesarias reformulaciones. Si la “roca de base” está constituida por la
sobreestimación del pene y el repudio a la feminidad en ambos sexos, esto más que remitir
al límite de lo biológico aludiría a una problemática más compleja. Como ya he dicho, Freud
se refirió a la “protesta masculina” ac larando que la desautorización del varón no recaería
sobre la actitud pasiva (el aspecto social de la feminidad), sino que se defendería de la pasi-
vidad frente al hombre (la homosexualidad). Más bien creo que si convenimos con Green
(1992) en que más allá del repudio a la feminidad se halla el repudio a “lo materno” en ambos
sexos, esta pasividad, a la que Freud refiere que el sujeto se resiste, ten dría que ver con la
“ultimidad” que representa el sometimiento hacia el objeto (los progenitores) de la identifica-
ción primaria –pasiva (Marucco, 1998)–. Otro representado como completo, bisexual y omni-
potente.
Este “límite” remitiría entonces a la presencia del otro, del objeto, en el terreno analí-
tico. Pero no olvidemos que también este límite remite a la pulsión de muerte: si por un
lado la bisexualidad psíquica conlleva una representación de completud, de fusión eróti-
ca (femenino/masculino), por otro lado hace referencia a lo neutro, la pasivación, la defu-
sión extrema, nirvánica (ni femenino, ni masculino).
¿Cómo volver “asequible” al influjo analítico esta “presencia” que se ha vuelto parte de
la estructura intrapsíquica? Sin duda a través del análisis de la transferencia y de la con-
tratransferencia. Por el derrotero del vínculo transferencial/contratransferencial, la pulsión
podrá desasirse de la fusión engolfante, liberándose para encontrar un destino de placer
vinculado al propio deseo del sujeto. Y por su parte el analista tendrá que examinar su
contratransferencia, sus propios deseos, a fin de evitar que el sujeto pueda volver a caer
en una nueva re-edición de la vieja dependencia.
Resumen
El concepto de bisexualidad está presente en toda la obra de Freud, quien lo presenta muchas
veces de manera ambigua, sin desarrollarlo en profundidad. Fuente de fuertes debates no sólo res-
pecto de su conceptualización, sino también por la valoración que se le da a la noción entre los psi-
coanalistas, contendría en su meollo una controversia bien actual: la que se plantea entre quienes
enfatizan el papel que desempeña en la constitución del psiquismo la fuente pulsional anclada en
lo biológico, y los destinos de la pulsión; y aquellos que dan primacía al objeto, el deseo del otro,
el fantasma parental, etcétera.
La bisexualidad ha sido presentada como el límite y “la roca” en la clínica y en la teoría psico-
analíticas. Sin embargo, la concepción de bi(psico)sexualidad más que “cerrar” el campo analítico,
lo “abre” hacia nuevas y necesarias reformulaciones. Tiene el vértigo del límite (necesario e inasi-
ble): el de la omnipotencia infantil, la figurada completud parental, la aceptación de la diferencia se-
xual... El de la teoría, sus aproximaciones conceptuales, sus puntos de convergencia y divergen-
cia, sus polémicas intra y extrateóricas. El de la clínica... con sus resistencias últimas (o las que se
nos resisten a nosotros, psicoanalistas, por nuestras propias limitaciones).
La autora se plantea a la bisexualidad psíquica como un elemento estructurante del psiquismo.
La bisexualidad estaría ligada al concepto mismo de pulsión en tanto representa una cierta “exi-
gencia de trabajo” para el psiquismo. A partir de este punto el texto relaciona el tema de la bise-
xualidad y las pulsiones. Se vincula la bisexualidad a las fantasías (en especial a las fantasías pri-
mordiales; la escena primaria). Se desarrolla el tema de los complejos de Edipo y de castración; y
especialmente se vincula la bisexualidad a las identificaciones y al narcisismo. Se entrelaza el con-
cepto de bisexualidad con las categorías de lo femenino y lo masculino. Así se introduce el tema
de la diferencia: identidad sexual e identidad de género.
Summary
ON THE CONCEPT OF BISEXUALITY
The concept of bisexuality can be found throughout the works of Freud, who often presents it in an
ambiguous way, without going into it in depth. A source of fierce debate, not only for its conceptual-
ization but also for the value given this notion by psychoanalysts; its core contains a very current con-
troversy: the one between those who emphasize the role, in the constitution of the psyche, of the
source of the drive, anchored in biology and the vicissitudes of the drive; and the others who give pri-
ority to the object, the desire of the other, parental fantasy, etc.
Bisexuality has been presented as the limit and “the bedrock” in clinical practice and in theory.
However, the conception of bi(psycho)sexuality, instead of “closing” the analytic field, “opens” it to-
ward new and necessary reformulations. It is a dizzying limit (also necessary and ungraspable): that
of infantile omnipotence, imagined parental completeness, acceptance of the difference between
the sexes... That of theory, its conceptual approaches, its points of convergence and divergence, its
intra- and extra-theoretical polemics. That of clinical practice... with its ultimate resistances (or those
that confront us psychoanalysts because of our own limitations).
The author proposes psychic bisexuality as an element that structures the psyche. Bisexuality
is linked to the very concept of drive, since it presents a certain “demand of work” for the psyche.
From this point of departure, the text relates the subject of bisexuality to the drives. Bisexuality is
related to the fantasies (especially to the primal fantasies, the primal scene). The author discuss-
es the Oedipus and the castration complexes; and especially links bisexuality to identifications and
narcissism. She links the concept of bisexuality to the categories of the female and the male. This
introduces the subject of the difference: sexual identity and gender identity.
KEYWORDS: BISEXUALITY / PSYCHOSEXUALITY / FEMININE / MASCULINE / DRIVE / FANTASY / ŒDIPUS COMPLEX / CAS-
TRATION / IDENTIFICATION / NARCISISSM / GENDER
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La clínica actual con niños nos permite dar testimonio de la importancia de la entrevista a
padres. Lejos de ser una anamnesis o una repetición de consignas vacías, posibilita el des-
pliegue de la fantasmática parental y la historia pulsional del niño por el que consultan.
Arminda Aberastury, pionera del psicoanálisis de niños en la Argentina, tiene las mar-
cas de una producción propia y original. Si bien ella postula que la entrevista inicial debe
tender a aliviar las angustias y la culpa de los padres y a asumirnos como terapeutas del
niño y no de ellos, en sus historiales vemos cómo articula la trama familiar con el síntoma
del niño. Aberastury guardaba secreta convicción de la responsabilidad de los padres en
el enfermar. Sus fallas y la compulsión del niño a repetir situaciones que lo dañan dan por
resultado su enfermedad.
La razón por la cual los padres consultan (el motivo de consulta) es porque algo no
anda bien en y con el hijo.
Saber del embarazo de la madre nos orienta sobre su sexualidad y, más allá de su
decir conciente, nos permitirá inferir el lugar predeterminado al que el niño ha llegado:
desde la sexualidad femenina puede ser el hijo esperado por la promesa edípica del falo
o un hijo concebido bajo una fantasía preedípica con la propia madre.
El parto, que según Freud (1892-1893) es el momento más conmocionante por el que
una mujer atraviesa, revela cómo ha vivido la madre esa separación. Sabemos que puede
llegar a tener las más diversas consecuencias: desde la depresión hasta la psicosis puer-
peral, pasando por reacciones más leves.
La lactancia no sólo nos informará acerca de cómo el niño ha atravesado la oralidad,
sino también sobre la sexualidad de la madre. Freud (1892-1893) dice que las dificultades
y la imposibilidad de amamantar obedecen a un conflicto neurótico: el deseo y la defensa.
Por lo tanto, pueden aparecer dolores, anorexia, aumento excesivo de peso, etcétera, en
lugar del placer.
En la oralidad se instala una doble demanda, la del lactante y la de la madre: frente al
“tengo hambre” aparece el “déjate alimentar”. Así escuchamos en el discurso materno las
más diversa frases: “El bebé no me come”, “Me vació los pechos por voracidad”, etcétera.
*Este trabajo fue presentado para el XLIII Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional que
debía realizarse en Toronto en julio de 2003 y que ahora tendrá lugar en Nueva Orleans, en marzo de 2004.
**Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Av. Cabildo 2040, 5º “H”, (1428) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina.
852 SUSANA LENTINO DE PACHECO
El control de esfínteres nos permite acceder al erotismo anal del niño, pero también a
su ingreso a la cultura. El niño, por amor a la madre, depone sus heces donde ella se lo
pide. Renuncia a su placer autoerótico de expulsión y retención para un gran logro cul-
tural: el domeñamiento de la pulsión. Dar o no dar las heces (oblatividad) como regalo a
la madre nos mostrará cómo se ha iniciado en su capacidad de amar, pasaje del narcisis-
mo a la libido objetal.
Arminda Aberastury pone énfasis en la dentición, la marcha, el lenguaje, como mo-
mentos de desprendimiento materno. El diente no sólo separa y corta, sino que a partir de
su aparición los impulsos agresivos adquieren consistencia.
La marcha permite al niño separarse, así como también gozar de la motilidad. La pul-
sión de apoderamiento se satisface vía musculatura, y en esa descarga el niño obtiene un
placer sexual. Sabemos que esta pulsión parcial es esencial para la sexualidad masculi-
na.
Para esta autora, la adquisición del lenguaje se relaciona con la figura del padre, y sus
perturbaciones son índice de una seria adaptación al mundo. El lenguaje, tomado en el
sentido del habla, permite al niño poner palabras a sus vivencias corporales y empezar a
nombrar las cosas presentadas por sus padres, las cuales comenzarán a formar parte de
sus objetos del conocimiento.
La manera en que se manifiesta la sexualidad del niño y cómo es la respuesta de los
padres frente a sus preguntas nos mostrarán el despliegue o las trabas de la investiga-
ción sexual. La pulsión de saber que caracteriza a los niños en la primera infancia se
apoya en la pulsión de ver y en la de apoderamiento. Las teorías sexuales infantiles, que
luego vemos desplegadas en las horas de juego, serán facilitadas o reprimidas precoz-
mente por los padres. La información sexual chocará con estas teorizaciones, pero el prin-
cipio de realidad se irá instalando mediante la intervención parental.
Todo esto lo veremos actuar luego en la escolaridad. Un niño que no ha podido subli-
mar y desplazar sus investigaciones, tendrá serias perturbaciones en el aprendizaje.
Saber acerca de enfermedades, operaciones, accidentes, y en qué momento ocu-
rrieron, es esencial para ver la tendencia del niño a responder con su cuerpo. Arminda
Aberastury (1962) afirma: “Las complicaciones que se presentan en las enfermedades
comunes de la infancia son de por sí un índice de neurosis y es importante registrarlas
en la historia”.
A través del relato de lo cotidiano de un día de vida, de los cumpleaños y de los días
de fiesta detectaremos la neurosis familiar.
En cuanto a las relaciones familiares, Arminda Aberastury (1962) dice: “[...] se com-
prende que muy poco podremos saber sobre las verdaderas relaciones entre ellos [...], o
sea que será nuestra tarea de psicoanalistas extraer del material el mito familiar. Los sín-
tomas, en tanto formaciones del inconciente, tienen un valor subjetivo y enigmático. Para
Aberastury, el niño sabe qué lo enfermó y qué necesita para curarse. Así, en la hora de
juego desplegará su fantasía inconciente de enfermedad y su fantasía de curación.
Maga es una niña de 3 años y medio que tiene un “ritual” para hacer caca. Ése es el
motivo por el que la traen: retiene y, cuando llega al máximo de aguantar, se esconde de-
bajo de una mesa, acurrucándose, y hace fuerza. La llevan al baño y no hace nada, luego
Resumen
La clínica actual con niños permite dar testimonio de la importancia de la entrevista a padres. Lejos
de ser una anamnesis o una repetición de consignas vacías, posibilita el despliegue de la fan-
tasmática parental y la historia pulsional del niño por el que consultan.
854 SUSANA LENTINO DE PACHECO
Arminda Aberastury, pionera del psicoanálisis de niños en la Argentina, tiene las marcas de una
producción propia y original. Saber del embarazo de la madre, el parto, la lactancia, no sólo nos in-
formará del niño sino también de la sexualidad de la madre.
Para A. Aberastury, el niño sabe qué lo enfermó y qué necesita para curarse. Así, en la hora de
juego desplegará su fantasía inconciente de enfermedad, y su fantasía de curación.
A través del material clínico de una niña de 3 años, la autora muestra la articulación del dis-
curso parental de las entrevistas preliminares con el juego de la niña, anudando así los fantasmas
paterno y materno.
Summary
INTERVIEWING PARENTS TODAY
Parent’s interview is very important wen we work with children. It is not a medical history neither
empty repetition instruction. In the interview we can hear parent's fantasy and pulsional history of
the child.
Arminda Aberastury was a pioneer in Children Pshycoanalisis in Argentina and she has an orig-
inal production. We need to know about de pregnance, how the child was born and how he was
nursed, not only for himself, but also too de mother sexuality.
The child knows why he is ill and how to bee cured. We are going to see it through his playing.
This will be ilustrated with the material of a little girl of about 3 years old.
Bibliografía
Aberastury, A.: Teoría y técnica del psicoanálisis de niños, Buenos Aires, Paidós, 1962.
Freud, S. (1892-1893): “Un caso de curación por hipnosis, con algunas puntualizaciones sobre la
génesis de síntomas histéricos por obra de la ‘voluntad contraria’”, A. E., I.
— (1905): Tres ensayos de teoría sexual, A. E., VII.
— (1931): “Sobre la sexualidad femenina”, A. E., XXI.
Ante todo quiero señalar que el encuentro con Marilia Aisenstein a raíz del panel sobre psi-
cosomática que compartimos en el Congreso de Niza, y la organización con dicha autora
y Diane L’Hereux-Le Beuf de este nuevo panel para el XLIII Congreso de la Asociación
Psicoanalítica Internacional, ha dado lugar a un fluido intercambio previo de nuestras
ideas, lo que me ha resultado estimulante para pensar tanto en nuestras afinidades como
en posibles diferencias. Además creo que ello ha sido facilitado por la organización de este
congreso, el que ha promovido la comunicación científica entre los colegas.
Pienso que en este evento sobre el trabajo en las fronteras es pertinente tratar de diluci-
dar si la tarea que realizamos con los pacientes que padecen trastornos somáticos y las
conceptualizaciones teóricas que devienen de ella remiten a un trabajo sólo en las fronte-
ras y/o a un trabajo psicoanalítico.
Entiendo que el encuadre clásico de la sesión, cuyo modelo paradigmático es el sueño,
es la indicación de elección para las psiconeurosis. En cambio, la flexibilización del en-
cuadre, cuyo modelo es el juego enunciado por Winnicott (1967), es la indicación para las
estructuras no-neuróticas.
Con un criterio riguroso podemos pensar que la cura clásica es para las psiconeurosis
y el abordaje de las estructuras no-neuróticas es una extensión de nuestro campo psicoa-
nalítico, se trata de la psicoterapia individual realizada por psicoanalistas.
Los problemas que nos crea en la práctica la singularidad de cada paciente exige cier-
*Este trabajo fue presentado para el XLIII Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional que
debía realizarse en Toronto en julio de 2003 y que ahora tendrá lugar en Nueva Orleans, en marzo de 2004.
**Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Av. Callao 1801, 9º, (C1024 ADE)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina.Correo electrónico: <[email protected]>.
858 ELSA RAPPOPORT DE AISEMBERG
Pienso que frecuentemente debemos aceptar lo variable o creativo del encuadre –el es-
tuche– para sostener lo constante, la joya, la matriz activa, el encuadre interno o pensa-
miento analítico.
El autorretrato
Para abordar las estructuras no-neuróticas, como los trastornos somáticos, a veces tene-
mos que hacer ciertas modificaciones en el encuadre, como por ejemplo las sesiones cara
a cara. Tema muy vigente para la patología narcisista o patología de frontera, que me ha
llevado a elaborar el concepto de “autorretrato” (Aisemberg et al., 2000). Metáfora que
construí a partir de la exploración psicoanalítica del arte, estudiando el singular sentido de
los autorretratos en la vida y la obra de Frida Kahlo y de Francis Bacon. Mi hipótesis es
que estos artistas luchan contra la desorganización psíquica y las angustias de aniquila-
miento o de muerte cuando construyen o reconstruyen su propia imagen en la obra.
Articulando estas ideas con las conceptualizaciones psicoanalíticas acerca del doble y del
narcisismo, como así también con el estudio de material clínico de pacientes que deman-
dan un encuadre cara a cara, es que he utilizado la formulación del autorretrato para darle
un estatus teórico a dicho abordaje técnico.
Considero que esta metáfora remite a la dimensión narcisista de la transferencia, a la
búsqueda de la mirada que sostiene, intentando así dar cuenta del tratamiento cara a cara
como una construcción o reconstrucción de la imagen unificada de sí mismo, a la mane-
ra del “acto mítico” descripto por Freud en 1914. La función del analista, en estos casos,
es la de devolver al paciente una imagen unificada de sí mismo a la manera de un auto-
rretrato. El despliegue del doble en la transferencia funciona como un sostén, siendo la in-
terpretación y el encuadre el tercero que realiza la función de interdicción.
Creo además que este doble metafórico, como lo señala Green (1972-1986), es un
Acuerdo con Laplanche (1969-1970) en que las neurosis actuales se originan en una su-
presión de la excitación sexual somática, pero pienso que se trata también de la supre-
sión de la agresión como señalan tanto Laplanche como Green (1998). O tal vez tendre-
mos que pensar en el concepto de sexualidad arcaica, descripto por Joyce McDougall
(1989), donde sexualidad y agresión están aún indiscriminadas.
Dos organizaciones
La excitación endosomática
Considero que este exceso de excitación endosomática es una cantidad que desorgani-
za, que desobjetaliza. Me hace pensar en la descripción de Green (2000) acerca de la pul-
sión de muerte, o pulsión de destrucción como nos propone dicho autor cuando está orien-
tada hacia el interior.
Mientras que Eros organiza, objetaliza la psique, a partir de la huella mnémica de la
experiencia de satisfacción se va construyendo un circuito estructurante que dará lugar a
la representación-cosa y luego a la representación-palabra. Hasta podríamos conjeturar
que un inconciente reprimido construido con estas representaciones es receptivo, no es
sordo a las excitaciones somáticas y las puede traducir en pulsión y en representante de
la pulsión, a diferencia del circuito del exceso de cantidad descripto anteriormente.
El ataque al pensamiento
Quizás se trate de lo mismo, aunque con otras formulaciones, que lo planteado por Marilia
Aisenstein y Claude Smadja en su excelente trabajo “De la psicosomática como corriente
esencial del psicoanálisis contemporáneo” (2001) y puesto a trabajar por Diane L’Hereux-
Le Beuf. Me refiero a la idea de que la sexualidad da lugar a los procesos de pensamien-
to, procesos que están atacados en los funcionamientos no-neuróticos, posibilitando entre
otros desenlaces las somatosis.
Esta conceptualización sobre el ataque al pensamiento como subyacente al cortocir-
cuito somático es central en la formulación de los autores mencionados y lo considero un
aporte muy importante en la comprensión teórica de estos fenómenos. Pareciera tener un
cierto parentesco con las formulaciones de Bion acerca del ataque al pensamiento en el
funcionamiento psicótico.
Esto nos abre otro capítulo que no vamos a recorrer en este momento, me refiero a
las cercanías y las diferencias entre psicosis y somatosis. He podido observar en la clíni-
ca, en varios casos de pacientes con somatosis severas, la existencia de un hermano o
una hermana menor con un cuadro esquizofrénico.
La investidura de objeto
De la excelente evolución del caso clínico de Jean que nos trae Diane L’Hereux-Le Beuf
(2003), como en los presentados por Marilia Aisenstein en otros contextos, o en los estu-
diados por mí, se puede inferir la importancia de la relación transferencial-contratransfe-
rencial, la investidura de objeto que ello implica, la objetalización como la denomina Green
(1995).
Creo que podríamos pensar que en este caso se organiza la pulsión, a la vez que se
objetaliza. Como nos recuerda dicho autor (1995), la pulsión es buscadora de objetos, que
a posteriori devendrán en representaciones de los mismos.
Todo ello se origina, a mi juicio, a partir de la experiencia emocional del encuentro po-
sitivo entre paciente y analista, que sumado a las intervenciones intrepretativas van trans-
formando la cantidad desorganizante en pulsión organizante, objetalizante, que va a dar
lugar a las representaciones.
862 ELSA RAPPOPORT DE AISEMBERG
Releyendo el material de L’Hereux-Le Beuf (2003), entiendo que con la evolución del pro-
ceso analítico emerge o éste da lugar a la aparición de un funcionamiento psiconeurótico,
expresado en transferencia, sueños, sexualidad infantil y en el relato de su violencia, que
ahora no está suprimida como cuando prevalecía el funcionamiento somático. Esto con-
firmaría mi hipótesis de la coexistencia de los dos funcionamientos.
Por ello, cuando Diane L’Hereux-Le Beuf (2003) –refiriéndose a su estilo interpretati-
vo con su paciente Jean– nos dice que hace concientes los conflictos que originan la ex-
citación del paciente, pienso que ésta es una formulación que daría cuenta de la psico-
neurosis; en cambio, creo que ella interviene (y muy bien) ligando lo que estaba desliga-
do. Ella actúa sobre el funcionamiento no-neurótico o somático en este caso.
Metapsicología de la cura
Pienso que la investidura del objeto analista organiza al paciente a través del circuito: ex-
periencia de satisfacción, que dará lugar a la huella mnémica, que permitirá la traducción
de las excitaciones endosomáticas en pulsión, la construcción del representante de la pul-
sión, la representación-cosa, la representación-palabra. Todo ello conducirá a la represión
estructurante y la construcción del inconciente reprimido. Como señalé anteriormente,
donde había inconciente escindido, tratamos de construir inconciente reprimido.
Me pregunto si esta experiencia de campo analítico, de esa relación singular pacien-
te-analista, como la denominan Madeleine y Willy Baranger (1961-1962), no tiene algo de
los encuentros inaugurales, de la construcción temprana del psiquismo, o si se trata de
una reconstrucción paliativa del déficit del objeto inicial.
Esta experiencia nos ofrece una perspectiva optimista (en medio de tantas dificultades
actuales), ya que el yo, como dice Piera Aulagnier (1982), está condenado a investir, y al
ser investido por el analista reacciona positivamente, como se ve en el caso de Jean que
nos presenta L’Hereux-Le Beuf, o en los casos tan interesantes que ha publicado Marilia
Aisenstein, o en los propios.
Para finalizar
En este breve recorrido he intentado transmitir cómo el abordaje a los trastornos somáti-
cos en ocasiones implica extensiones clínicas de nuestro campo analítico, que a su vez
pueden dar lugar a extensiones teóricas que, articuladas con la metapsicología básica
freudiana, enriquecen y complejizan las teorías de las pulsiones, las representaciones, los
afectos, el narcisismo, la diversidad del funcionamiento psíquico.
Es por ello que me pregunto si este trabajo que se inicia en las fronteras no será el
abordaje al funcionamiento no-neurótico que cada uno de nosotros, posfreudianos, trata-
mos de ir creando con mayor o menor éxito. Y si esto no constituirá el psicoanálisis para
las estructuras no-neuróticas, formando parte del psicoanálisis contemporáneo.
Resumen
La autora se plantea si el trabajo clínico con los pacientes somáticos y las conceptualizaciones teó-
ricas que devienen de ellos remiten a un trabajo sólo en las fronteras o a un trabajo psicoanalítico.
En su recorrido por las extensiones clínicas considera que éstas dan lugar a hipótesis que enri-
quecen y complejizan nuestros fundamentos teóricos. Por ello se pregunta si este abordaje al fun-
cionamiento no-neurótico no será un intento de crear el psicoanálisis para dichas estructuras, for-
mando parte del psicoanálisis contemporáneo.
Summary
THEORETICAL-CLINICAL APPROACH TO SOMATIC DISORDERS:
WORK ON THE FRONTIERS OR PSYCHOANALYTIC WORK?
The author discusses whether the clinical work with somatic patients and the theoretical conceptu-
alizations that derive from it belong to work at the frontiers only or to a psychoanalytic practice. She
considers that the clinical extensions she examines give rise to hypotheses that enrich and expand
our theoretical bases. Consequently she wonders whether this approach to non-neurotic function-
ing might not be an attempt to create a psychoanalysis for those structures, as a part of contem-
porary psychoanalysis.
En un pie de página de 1914, Freud (1900) ubica los orígenes de la idea de regresión en
Alberto Magno –filósofo del siglo XIII–, en el Leviatán de Hobbes (1651) y en el mismo
Breuer (1895), y dice:
*Este trabajo fue presentado para el XLIII Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional que
debía realizarse en Toronto en julio de 2003 y que ahora tendrá lugar en Nueva Orleans, en marzo de 2004.
**Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: 9 de julio 91, (B6000) Junín, Pcia. de
Buenos Aires, R. Argentina.
Correo electrónico: <[email protected]>.
868 CRISTINA ROSAS DE SALAS
Distinguimos entonces tres modos de regresión: a) una regresión tópica, en el sentido del es-
quema aquí desarrollado de los sistemas, y b) una regresión temporal, en la medida en que se
trata de una retrogresión a formaciones psíquicas más antiguas, c) una regresión formal, cuan-
do modos de expresión y de figuración primitivos sustituyen a los habituales.
Sin embargo, relaciona los tres tipos de regresión agregando: “Pero en el fondo los tres
tipos de regresión son uno solo y en la mayoría de los casos coinciden, pues lo más an-
tiguo en el tiempo es a la vez lo primitivo en sentido formal y lo más próximo al extremo
perceptivo dentro de la tópica psíquica” (Freud, 1900).
También realiza algunas precisiones en relación con lo que sucede en el sueño y la vi-
gilia. “En los sueños quizás contribuye a hacer más fácil la regresión (tópica) el cese de
la corriente progrediente que durante el día parte de los órganos sensoriales, factor auxi-
liar éste que en la otras formas de regresión tiene que ser compensado por el fortaleci-
miento de los otros motivos para ella.” Se refiere a la puesta en acción de resistencias
ante la posible emergencia de lo reprimido desde donde vendría el empuje progrediente.
Es decir que en la vigilia, el carácter progrediente necesita ser controlado y “resistido” por
sus efectos en la actualización de formaciones tópicas, temporales y formales regresivas.
De todas formas, a pesar de señalar que en el sueño el cese de la corriente progre-
diente favorece la regresión, Freud (1900) no deja de analizar exhaustivamente el traba-
jo del sueño en tanto sostiene: “Según esta concepción, el sueño puede describirse tam-
bién como el sustituto de la escena infantil, alterado por transferencia a lo reciente”.
Trabajo al que Freud le irá dando cada vez más importancia a lo largo de su obra.
Sin duda lo más conocido es lo referido a la neurosis y el sueño, donde se conjeturan
procesos regresivos a puntos de fijación, a contenidos representacionales (derivados de
la represión de las mociones del complejo de Edipo ante la amenaza de castración), los
que en su marcha progrediente son sometidos a las diferentes formas de trabajo psíqui-
co: sueño, síntoma...
Ahora bien, si se quiere ampliar el campo del psicoanálisis más allá de la neurosis y
pensar en las repercusiones clínicas que esto implica, considero que Inhibición, síntoma
y angustia (1926) es un texto fundamental. Allí retoma sus casos clínicos y describe con
claridad la regresión como defensa y destino pulsional.
Y puede hacerlo porque al momento de escribir ese texto, Freud cuenta con: la se-
gunda tópica; el segundo dualismo pulsional y Más allá del principio de placer; el meca-
nismo de la desmentida y su consecuencia, la escisión yoica; el lugar del objeto analiza-
do en textos fundamentales como “Introducción del narcisismo” y “Duelo y melancolía”, y
los cuestionamientos sobre los afectos del yo.
Estos desarrollos complejizan tanto el tema de la regresión como el de la repetición y
considero que son de particular importancia a la hora de pensar el trabajo en las fronte-
ras, ya se trate de sus aspectos metapsicológicos o clínicos.
Como he dicho, en Inhibición, síntoma y angustia Freud retoma sus casos clínicos,
sobre todo Juanito y el Hombre de los Lobos, y dice:
Esta transposición (de libido erótica) en libido yoica conlleva, desde luego, una resignación de
las metas sexuales, una desexualización. Al apoderarse así de la libido de las investiduras de
objeto, al arrogarse la condición de único objeto de amor, desexualizando o sublimando la libi-
do del ello, trabaja en contra de los propósitos de Eros, se pone al servicio de las mociones pul-
sionales enemigas (Freud, 1923).
Por otra parte, Freud complejiza su posición respecto del masoquismo en tanto ya no lo
refiere solamente como resultado de la regresión a lo sádico anal, sino también como
consecuencia de la regresión de la pulsión al yo, vía identificación narcisista. Así, la iden-
tificación que deviene de una elección narcisista de objeto pasa a cobrar particular rele-
vancia para entender fenómenos tan dispares como la melancolía y el enamoramiento.
Otro punto importante a tener en cuenta es la conjunción de la regresión con la des-
mentida, que ya había sido planteada por Freud al hacer el “complemento” al tema de los
sueños (Freud, 1917). Allí se pregunta por los mecanismos propios de las alucinaciones
y el lugar del examen de realidad al que denomina “institución del yo”. Plantea algo im-
870 CRISTINA ROSAS DE SALAS
portante para el tema que nos ocupa: “La amentia es la reacción a una pérdida que la re-
alidad asevera pero que debe ser desmentida (Verleugnung) por el yo como algo inso-
portable. A raíz de ello el yo rompe su vínculo con la realidad [...]”. Es decir que en las alu-
cinaciones se conjugarían mecanismos regresivos y de desmentida.
Rosolato piensa que en relación con la desmentida hay algo que no son deseos ni imá-
genes inadmisibles, sino una manera original de situarse conjuntamente ante la percep-
ción, la realidad y las construcciones imaginarias de ésta que entran en el campo más
vasto de la creencia y la ilusión. Entiendo que esto supone hacer elucidaciones metapsi-
cológicas que expliquen la incidencia de dicha conjunción en el examen de realidad, en
procesos que irían de la ilusión a las alucinaciones y el delirio, pasando por las conviccio-
nes y las creencias.
Considero que la desmentida requiere conjugarse con mecanismos regresivos en
parte por la importancia que cobra lo perceptivo, que necesita ser neutralizado aun cuan-
do lo desmentido se trate de “velar” con el cumplimiento del ideal. Ahí estará la dureza del
ideal en su imposibilidad de cumplimiento, abriendo una y otra vez las injurias del yo para
mostrarlo.
Esto lleva al tema de los afectos sentidos por el yo, según mi opinión, en tanto rela-
cionados con mecanismos defensivos y regresivos diferentes.
Freud se pregunta cuándo la separación del objeto provoca angustia, cuándo duelo
y cuándo quizá sólo dolor. En lo que denomina tímidas puntualizaciones que reclaman
indulgencia, trata de diferenciar tres posibles afectos del yo frente a la pérdida del ob-
jeto: la angustia, frente al peligro que esa pérdida conlleva; el estado doliente y el tra-
bajo del duelo, frente a la pérdida de un objeto que se tuvo y se perdió; y el dolor, al que
califica como la genuina reacción frente a la pérdida del objeto. Resulta interesante des-
tacar que sostiene que la angustia y el dolor, originariamente indiferenciados, se “cuali-
fican” por acción del objeto materno. Es dicho objeto el que permite elaborar lo que es
una ausencia temporaria de una que se considera como permanente y que dejaría al
sujeto indefenso e impotente frente a sus demandas pulsionales. Elaborar, dice, “una
añoranza no acompañada de desesperación”, lo cual entiendo que señala el lugar del
objeto en el proceso de representación.
De este modo, será un logro psíquico que la angustia pueda ser generada por el yo
como señal ante la posible emergencia de contenidos representacionales reprimidos que
impliquen el peligro de la pérdida. El dolor, en cambio, sería sentido por el yo frente a la
pérdida del objeto y es explicado por Freud a través de una analogía con el dolor cor-
poral. Quiero destacar que habla de “analogía”, ya que en lo psíquico se trataría del in-
cremento de la “investidura de añoranza”, de carácter irrestañable, dice Freud, frente a
la pérdida del objeto. Lo cual lleva a pensar en las consecuencias de las fallas en el tra-
bajo que supone la representación del objeto y en la participación del mismo en esas fa-
llas. La revalorización de los trabajos de autores como Winnicott y Bion lo muestran.
La hipótesis que propongo es que ante el dolor el yo pondría en funcionamiento me-
canismos regresivos que, como he señalado, implican desmezcla pulsional y desexuali-
zación, y, por lo tanto, mayores montos de pulsión de muerte a enfrentar en la clínica.
Quiero además resaltar en este punto que, según Freud, si el displacer tiene el carác-
ter específico del dolor y no de la angustia, esto se debe a un factor que no ha sido total-
mente tenido en cuenta: “[...] el elevado nivel de las proporciones de investidura y ligazón
con que se consuman estos procesos que llevan a la sensación de displacer” (Freud,
1926).
Entiendo que estos procesos implican representaciones del objeto y deben distinguir-
se de aquellos en los que se conjeturan déficit representacionales o destinos del objeto
diferentes de su representación inconciente reprimida.
Acerca de la repetición
Acercándome a la clínica y al valor que en ella cobra la repetición, creo que es necesario
contar con una concepción amplia del agieren, y una alternativa que considero válida es ar-
ticularlo con el tema de la representación.
Con respecto a “qué” se repite (Marucco, 1999) se pueden discriminar repeticiones de
fragmentos, ramificaciones del Edipo organizadas en el marco de la neurosis de transfe-
rencia.
En este caso se puede conjeturar que se trata de repeticiones ligadas a complejos re-
presentacionales que se despliegan en el campo de la situación analítica fundamental-
mente a través de la palabra. Expresiones como “siempre hablo de lo mismo”, “siempre
me dice lo mismo” o “siempre hablamos de lo mismo”, dan cuenta de este tipo de repeti-
ción y del necesario trabajo de reelaboración. Los procesos regresivos operantes son los
descriptos en el sueño y la neurosis.
Considero que puede pensarse en otro tipo de repeticiones desligadas de complejos
representacionales. Es el caso de las relacionadas con lo que está más allá de principio
de placer, en las que se reeditaría el narcisismo herido, las injurias narcisistas.
En este tipo de repetición predominan, en la clínica, los afectos, fundamentalmente los
relacionados con la tensión del yo con el ideal y suponen el abordaje clínico de las iden-
tificaciones y de mecanismos defensivos diferentes de la represión, como la desmentida.
Esto implica tener presente destinos del objeto diferentes de su representación incons-
ciente reprimida.
Otro tipo de repetición desligada de complejos representacionales es la referida a las
huellas del tiempo primordial, que tendrían relación con traumas preverbales y que con-
vocan la imagen de agujero representacional, por efecto del trauma o por la acción de de-
sinventidura. Entrarían dentro de lo que De M’Uzan denomina repetición de lo idéntico y
que relaciona con la Verwerfung.
Estimo que las repeticiones desligadas de complejos representacionales son las que
presentan formas de expresión más alejadas de la palabra y las que desde Más allá del
principio de placer son tomadas como formas de expresión de la pulsión de muerte.
Es en este tipo de repeticiones en el que deberíamos pensar cuando se analizan me-
canismos regresivos que implican una vuelta de la pulsión al yo.
Puntualizaciones clínicas
una posición del analista y un encuadre que enfrentan la posibilidad cierta de repeticiones
más cercanas al acto. De todas formas también aquí el “obstáculo” puede ser la “palanca
para el éxito”, si se consigue que las mismas se desplieguen en el campo analítico
(Baranger y Baranger, 1993). El concepto mismo de campo analítico implica no confundir
los “procesos regresivos espontáneos” con los propios del proceso analítico, y supone
preguntarse por las posibilidades del psicoanálisis cuando lo intemporal (Baranger, 1969)
aparece como destino, como repetición en acto. Entiendo que dicha confusión hace que
en ocasiones se evalúe con excesivo optimismo o con excesiva cautela las posibilidades
de manejo de los procesos regresivos por parte del analista y del encuadre.
Se trata de poder pensar con qué procesos regresivos nos estamos enfrentando y de
considerar su repetición en el campo analítico, en toda la variada gama en la que pueden
entramarse los procesos regresivos y repetitivos. Por ejemplo, la emergencia de repeti-
ciones desligadas de complejos representacionales se asocia con una mayor “sensibili-
dad” a los cambios en el encuadre, y al mismo tiempo se las invoca como fundamento a
la hora de proponerlos. En ocasiones son los mismos analizados quienes los llevan a
cabo. En cualquier caso, parece fundamental que el analista tenga en cuenta la posibili-
dad de que dichos cambios pueden responder a expresiones resistenciales diferentes a
las de las neurosis. Esto supone, si se quiere trabajar en las fronteras, la necesidad de
ampliar la relación fijación-regresión e indica la importancia de pensar en procesos regre-
sivos y repetitivos sin anclaje representacional. Es en este punto cuando se plantea la im-
portancia de las construcciones y la contratransferencia. Sin embargo, entiendo que
puede haber una tarea previa, en tanto el descompromiso y la desligazón subjetal (Green,
1993) hagan obstáculo en la transferencia intersubjetiva como consecuencia de mecanis-
mos regresivos. André Green (1993) dice: “Con todo, esta regresión no podría caracteri-
zarse por el retorno a una fijación dispensadora de un placer menos conflictivo”. Hay re-
gresión, sin duda, pero no retorno a un modo de placer que pudo escapar a la represión,
porque su obtención no halló obstáculo en el pasado.
Encontramos aquí una variedad de narcisismo que tiene escasa relación con el amor que el yo
se dirige a sí mismo [...] y que parece ejercerse particularmente respecto del objeto cuya parti-
cipación indispensable en el placer es portadora sobre todo de una potencialidad traumática que
hace de él –como lo hemos denominado en otro lugar– un objeto-trauma (ibíd.).
Es entonces necesario considerar que también el analista puede ser “una alteridad im-
pensable” (un objeto-trauma) con la que se repetirán los mecanismos regresivos, a los
cuales se deberá desarmar como punto de partida para los procesos de repulsionaliza-
ción objetal.
En este punto surgen todas las preguntas y las incertidumbres. Sin duda no resulta
fácil sobrellevar la preocupación que genera en estos casos la sensación que siempre se
está trabajando sobre hechos consumados. El paciente viene, más que a asociar libre-
mente, a contar lo que ya hizo sin poder evitarlo, sin poder pensar cómo se generaron las
circunstancias en las que quedó atrapado, como si “un destino fatal lo persiguiera”.
Sin pretender dar respuestas conclusivas sino hipótesis para seguir pensando, creo
necesario imaginar formas de “allegamiento” (Bollas, 1991) que faciliten la apertura de
Resumen
Trabajar en las fronteras ha significado reconsiderar importantes temas y autores del psicoanálisis.
El objetivo en este trabajo se centra en los procesos de regresión y repetición, y a partir de él se
hacen algunas consideraciones acerca de la clínica. Esto implica tomar una posición respecto a los
alcances del campo del psicoanálisis al considerar que tiene, en lo que está más allá de las neu-
rosis, un prometedor terreno de investigación.
Tomando como punto de partida la idea de que la transferencia y las posibilidades de su aper-
tura son fundamentales para pensar en un proceso analítico, la autora establece hipótesis acer-
ca del impacto sobre el sitio analítico y su utilización en aquellos casos que trascienden la cono-
cida relación descripta por Freud: puntos de fijación, regresión, resistencia, transferencia, propios
de las neurosis.
La autora trata de repensar estos temas a partir de la discriminación de diferentes formas de
regresión y repetición particularmente cuando se trabaja en las fronteras, es decir, más allá de las
neurosis.
Summary
REGRESION AND REPETITION WORKING AT THE FRONTIER
Working on the frontiers has involved re-consideration of important themes and authors in psycho-
analysis. This paper focuses on the processes of regression and repetition; on this basis, the au-
thor discusses clinical issues. This of course means she takes a position in regard to the scope of
the field of psychoanalysis when she considers that, beyond the neuroses, it faces a promising field
874 CRISTINA ROSAS DE SALAS
of investigation.
The author begins with the idea that transference and the possibilities of its expansion are fun-
damental for thinking in terms of this possibility; in an analytic process, hypotheses are formulated
concerning the impact on the analytic place and its possible uses in cases that go beyond the re-
lation described by Freud: neurotic fixation, regression, resistance and transference.
In this text the author tries to review these themes by differentiating different types of regres-
sion and repetition, particularly in work on the frontiers; that is, beyond the neuroses.
KEYWORDS: REGRESSION / REPETITION / UNMIXTURE OF THE DRIVERS / DEATH DRIVE / REPRESENTATION / OBJECT /
PSYCHOANALYST
Bibliografía
– Lo perdido del objeto, ¿es causa de tristeza o de deseo? ¿Cuándo la pérdida da lugar a
una erótica y cuándo a una melancolía?
– Objeto e identificación. El nacimiento de la subjetividad: ¿a qué cosa del objeto se iden-
tifica un sujeto? ¿Cómo el objeto constituye al sujeto y cómo el sujeto al objeto? ¿Hay
conaturalidad, conacimiento de estos términos, o preexistencia de uno sobre el otro?
– ¿A qué podría llamarse “lo auténtico” de un sujeto? ¿Qué habría propio de la subjetivi-
dad no marcado por un objeto? ¿O es precisamente esta marca lo propio de la subje-
tividad?
– Das Ding, la Cosa freudiana, ¿qué tipo de cosa es? ¿El objeto del psicoanálisis es el
mismo que el de la filosofía? ¿En qué sentido lo es y en cuál no?
– Objeto y lenguaje. En el campo humano entre el objeto y el sujeto encontramos la re-
presentación. ¿Son las representaciones opacas o cristalinas en su capacidad o no de
representar al objeto? ¿A cada teoría del lenguaje le corresponde una teoría del suje-
to?
– La responsabilidad subjetiva en la contemporaneidad. El objeto exterior: ¿hasta dónde
llega la responsabilidad subjetiva en aquello que a un sujeto le sucede?
*Este debate fue realizado en la página web de la APA (www.apa.org.ar) y tiene como antecedente la
mesa redonda “El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica”, publicada en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS,
LVIII, 3, julio-septiembre de 2001, págs. 635-657.
878 MESA ON LINE
AMADA LLORET: Del amplio recorrido en torno del objeto que nos ofrecen los participantes
en la mesa redonda voy a recortar dos cuestiones que, en prinicipio, han alimentado mis
propios interrogantes.
En primer lugar, Lucía Paschero aborda uno de esos puntos que siempre merecen ser
vueltos a pensar, y dice: “Los objetos arcaicos están en el yo por identificaciones prima-
rias y los edípicos también [...]. Pero qué es eso que está, cuál es la materia de la identi-
ficación, ¿algo con relación a un objeto que haya sido el objetivo de la pulsión en un mo-
mento o en una circunstancia eventual? [...] una persona entera no es el objeto de la pul-
sión, sí es un rasgo, un detalle [...]”.
El objeto, del cual ahora el sujeto ha adquirido un rasgo, un detalle, ha sido un objeto
pulsional, un objeto que es tal en cuanto permite alcanzar el objetivo de la pulsión.
Siguiendo a Freud, Jorge Winocur responde señalando que en el caso de la identifi-
cación transitoria, o histérica, es el proceso subyacente, el deseo de ocupar un lugar de
derivación edípica, lo verdaderamente importante.
Entiendo que en el caso de las identificaciones secundarias que constituyen al yo,
permanentes, es también el proceso de trabajo inconciente el que cuenta; trabajo tam-
bién derivado de la constelación edípica. Pero en cuanto a las identificaciones primarias,
¿cómo sería este proceso que lleva a cabo el sujeto? ¿Se trata también de deseo, o más
bien de satisfacción pulsional, parcial? ¿O prevalece el ser identificado “por”?
Oscar Paulucci se ha ocupado de diferenciar el objeto en relación con la pulsión, el
deseo o el amor y, creo entender, de configurar modos de identificación en relación con
ellos. Pero, ¿piensa también que hay un proceso de pensamiento inconciente? ¿Cómo
podría conceptualizarse?
En este tema está incluida la cuestión acerca de lo indiferente o no del rasgo adquiri-
do, la tos de Dora, el resto diurno de un sueño. Sin embargo, ¿no sería posible sostener
que en relación con la experiencia del sujeto con el objeto no podría ser otro sino ese
rasgo, en función de la dinámica subyacente, aunque a nuestra visión sea indiferente? Por
ejemplo, por estar ligado –supongamos la tos de Dora– a un particular momento, pulsio-
nal, fantástico, amoroso...
En segundo lugar desearía que los participantes desarrollaran un poco más la com-
pleja cuestión de culpabilizar/responsabilizar, y su relación con el objeto, o tal vez más
precisamente el vínculo interno con el objeto.
A mi modo de ver, aquí está en juego un rechazo intenso al conocimiento de la implica-
ción persona (conocimiento que sí existe), y creo que el camino es despejar esta resisten-
cia. La implicancia “implica”, enfrenta con la necesidad de obrar en consecuencia de la res-
ponsabilidad reconocida. Pienso que está en juego también un proceso de duelo de sepa-
ración “final” del objeto, un reconocimiento de soledad, en última instancia.
JORGE O. WINOCUR: En relación con la identificación primaria, considero que ese calificati-
vo no lo es tanto por un factor cronológico sino por su importancia y significatividad. En mi
concepción, es un producto del trabajo identificatorio con el representante pulsional edí-
pico heredado, cuyo contenido representacional corresponde a la categoría de las proto-
AMADA LLORET: Gustavo Jarast trae en un breve párrafo una cuestión central de la que me
hago eco. Entiendo que cuando Jorge dice inmediato se refiere a no mediado por el ob-
jeto y, en este sentido, no significa sin tiempo de proceso, por ello la identificación prima-
ria podría ser “inmediata” –sin el objeto–, y a la vez un proceso, un trabajo que requiere
su tiempo. Jorge, ¿sería esta tu idea?
En cuanto a la figura del protopadre, ¿adquiere ésta características particulares en
cada individuo en el sentido que incluye toda la serie de padres que han dejado su hue-
lla a lo largo de una cadena tanto universal como familiar? ¿De qué modo, si lo hay, se
puede enlazar con la herencia transgeneracional?
Aunque estas preguntas están motivadas por la intervención de Jorge Winocur, tam-
bién las dirijo a Lucía Paschero y a Oscar Paulucci, quienes también han tocado el tema
en la mesa que hoy discutimos.
Finalmente, quiero insistir pidiéndole a los participantes que desarrollen la compleja
cuestión de culpabilizar/responsabilizar y su relación con el objeto, o más precisamente el
880 MESA ON LINE
vínculo interno con el objeto. En otros términos, ¿soy yo, y no ninguna de la interminable
cadena de objetos a los que puedo culpabilizar o disculpar eternamente, el responsable de
lo que me sucede?
JORGE WINOCUR: En primer lugar, tenemos que recordar que, en relación con la teoría de
las identificaciones, existen criterios dispares de acuerdo con los diversos esquemas re-
ferenciales. Así, por ejemplo, hay quienes no diferencian la identificación narcisista de la
identificación primaria, que no es mi caso. En segundo lugar, considero –como ya he
dicho– que lo de primaria –en singular, para distinguirla de otras primeras o tempranas–
no es tanto por un orden cronológico sino por su importancia y significatividad.
Amada Lloret me interpreta correctamente cuando dice que yo entiendo lo de directa
en el sentido de un pasaje directo del ello al yo. Y que lo de inmediata se refiere a “sin me-
diación” del objeto. Lo cual, a mi criterio, ya implica un trabajo del inconciente. Freud
señaló la dificultad de poder hacernos una representación cabal de estos procesos. Pero
en general los podemos pensar de un modo similar a como se pueden describir las trans-
cripciones de un sistema a otro.
Hay algo más. Yo entiendo la identificación primaria como la emprendida con el re-
presentante pulsional edípico heredado. Su contenido representacional corresponde a la
categoría de una protofantasía y constituye el soporte de la matriz simbólica universal edí-
pica.
Este paso constituye el primer tiempo de la identificación primaria, transcurre de modo
latente y tiene un doble destino: por una parte se esconde tras el ideal del yo, a cuya gé-
nesis contribuye, y, por otra, sus efectos se evidencian sólo más tarde, cuando se actua-
liza y exterioriza en la identificación con el padre de la prehistoria personal, en lo que yo
considero que ya es una identificación secundaria. Es decir que el trabajo identificatorio
es, como se desprende del texto de Freud, un proceso en dos tiempos. La identificación
secundaria refuerza y completa la identificación primaria. O sea, la identificación primaria
iniciada con el representante pulsional edípico se completa y exterioriza en la identifica-
ción secundaria con el objeto del Edipo de cada cual.
La segunda parte del comentario de Gustavo se refiere al carácter definitivo, o no, de
las identificaciones primaria y secundarias. Considero que son definitivas en el sentido de
que lo constituyen a uno de una vez y para siempre, lo cual tiene el carácter de contra-
ponerlas a las histéricas y narcisistas, que son transitorias, fugaces, y no dejan rastros.
Pero no son totalmente inamovibles. Un resultado a veces espectacular puede suceder
cuando se descubre una identificación, por ejemplo, como sustento de toda una biografía,
o –como señala Freud– de una reacción terapéutica negativa. Ni totalmente inmodifica-
bles, por más difícil que sea: un mínimo cambio puede producir grandes efectos.
JORGE AHUMADA: Quizá una parte de la dificultad para intervenir en la discusión de la no-
ción de objeto provenga de la multiplicidad de nociones de objeto en distintas vertientes
conceptuales y aun dentro de una misma corriente (objeto interno/objeto externo, objeto
bueno/objeto malo, objeto parcial/objeto total, objeto narcisístico, pre-objeto/objeto, obje-
to del self, objeto oral, objeto anal, objeto fálico, objeto a, para no seguir la lista). La no-
ción de objeto se asemeja a la biblioteca infinita de Borges y uno teme perderse en el la-
berinto.
Además, la noción de objeto remite a arcanas regiones de los orígenes del psiquismo,
donde incluso un mismo autor presenta distintas versiones. Así, Balint deslinda tres te-
orías de los orígenes en la obra de Freud: el narcisismo primario, el autoerotismo prima-
rio y el amor objetal primario, implicando formas diferentes de vínculo con los objetos.
En tal sentido, me parece relevante notar que mientras Freud tendió a describir el psi-
quismo desde el vértice de un aparato psíquico planteado en una perspectiva unipersonal
(lo cual no quiere decir que entendiera los procesos de esa manera: valga la centralidad
de la noción de Besetzung), Ferenczi se ubica desde los inicios de su obra en función del
tipo de unidad dual, de donde surgirá luego la línea de la simbiosis –desarrollada entre
nosotros por José Bleger– que signa a la escuela de Budapest y a su vez influirá a través
de Balint en el pensamiento de Winnicott. De allí que en la obra de Freud toma preemi-
nencia cómo se establece la conexión con el objeto (por ejemplo, mediante el apuntala-
miento), en tanto que en las corrientes derivadas de Budapest la conexión de entrada se
da por supuesta y cobran relevancia los temas de fusión y diferenciación entre el indivi-
duo y sus objetos, en especial la madre como objeto primario.
Sería difícil soslayar, pues podemos observarlo cuantas veces se quiera, que en el
amamantamiento el bebé fija de entrada su mirada en los ojos de la madre. Esto bastaría,
pienso, para considerar que un grado significativo de intersubjectividad (en el sentido del
contacto intenso de un psiquismo con otro psiquismo) se da de entrada como componente
de la instintualidad.
En cuanto a la pregunta de Amada Lloret acerca del pensamiento inconciente, Freud
–al menos desde Estudios sobre la histeria– no duda de que el pensamiento es funda-
mentalmente inconciente y sólo se hace conciente por momentos y en forma parcial.
En la idea de que el pensamiento es inconciente (y también en la oposición entre re-
presentación de cosa como nivel de base y representación de palabra) asoma lo que to-
mará lugar oficial en la segunda tópica, la idea amplia de un inconciente no reprimido.
En esta noción amplia de inconciente, que a su entender opera en términos de clases
y no de individuos como tales, Ignacio Matte-Blanco apoyará su idea de una bi-lógica del
funcionamiento psíquico, donde en mayor o menor medida se harán siempre presentes
los funcionamientos conciente e inconciente. Con lo cual habría, como si lo anterior fuera
poco, nuevos añadidos a las nociones de objeto: objetos-clase y objetos-individuo.
Para terminar, y volviendo a los terrenos freudianos, la noción de representación de
cosa hace centralmente a la noción de objeto: para el inconciente, los objetos son obje-
tos-cosa, sólo más tardíamente se añade a ésta la representación de palabra en el nivel
del preconciente-conciente. Y además Freud aclara (no me pregunten dónde lo dice) que
en el inicio todos los objetos son objetos animados “pensables” en función de los deseos,
y que sólo por evolución ulterior se irán desglosando como inanimados, esto es, como ob-
jetos sin ánimo propio. Aquí también la simple observación cotidiana muestra el acierto de
Freud: recuerdo bien cuando mi hijo, con 1 año y medio, se paraba frente a la puerta del
ascensor y lo llamaba de viva voz, sorprendiéndose y enojándose cuando el ascensor no
le respondía según su deseo.
882 MESA ON LINE
JOSÉ LUIS VALLS: Quiero agregar a la nota de Ahumada que la representación de cosa lo
es esencialmente del objeto. Al inconciente no le interesa, que yo sepa, la mesa o el ce-
nicero (para tomar un ejemplo clásico en filosofía y que es lo primero que uno tiene de-
lante al dar un seminario o una clase: plantearse la mesidad de la mesa o la ceniceridad
del cenicero; tema que hace a la ontología, a la metafísica, pero no a la psicología), sino
la medida en que éstos remiten de diversas formas al objeto; es decir, la mesa de la casa
de mis padres o el cenicero en que mi viejo dejaba las cenizas de su cigarrillo, por ejem-
plo, o el hecho de que mesa remite a comida (totémica, por un lado, y madre nutricia, por
otro).
Es más, me atrevería a decir que en el inconciente no hay representaciones del yo,
todas lo son del objeto; a las representaciones del yo en todo caso habría que llamarlas
identificaciones, que son una categoría de las representaciones, diferentes. Muy poco tra-
bajadas en ese sentido. Por lo tanto, los deseos inconcientes son siempre objetales, in-
cluso los de la fantasía (las fantasías lo son de situaciones con el objeto). El objeto es cen-
tral en la teoría freudiana porque las representaciones de él forman en esencia su psi-
quismo. El mismo narcisismo y el yo devienen del vínculo con el objeto, son secundarios
a él.
La suma de la representación de cosa más la representación de palabra forma la re-
presentación objeto, dice Freud. Es decir que, según mi manera de entender, así se puede
hacer conciente, por acción de la palabra, el deseo del objeto, además de poder comu-
nicárselo a él y actuar en consecuencia.
Freud no es un electricista, sino un psicólogo que hace una psicología en serio tra-
tando de relacionar lo biológico con lo social, de lo cual nace (como huella representacio-
nal de las experiencias con el objeto) lo psicológico. Debemos destacar este punto por-
que la mayoría ha leído más a Fenichel que a Freud, y también más a Laplanche y
Pontalis, o han leído a Freud a través de esos autores, no lo han leído directamente. Creo
que Fenichel sí era un elecricista, y el mismo Strachey, por ejemplo, al traducir catexias
en lugar de investidura.
Decir que para Freud el objeto comienza a tal edad, que hay un período anobjetal,
como lo hace Fenichel, es un disparate. Lo que Freud dice es que el objeto, como tal, es
reconocido después de un tiempo, hasta ese momento no es que no exista, simplemente
se lo considera parte del yo (cualidad, en todo caso, que quiere decir placer). Con el tiem-
po el chico se da cuenta de que esa persona que le producía placer y que él creía que era
él mismo, en realidad, es el objeto. Cuando se da cuenta de eso pasa a tener angustia de
pérdida de objeto y quiere retenerlo, quiere tenerlo, pues ya no lo puede ser. Lo que Freud
describe es una forma de concebir al objeto, reconocido está desde la primera vivencia de
satisfacción, que fue con él y que dio origen al psiquismo al dejar huella en la memoria.
Así que adjudicarle la teoría de las relaciones objetales a Melanie Klein vendría de ese
malentendido fenicheliano. La psicología (más aún el psicoanálisis) es en su esencia una
teoría de las relaciones objetales. JORGE O. WINOCUR: En principio, quiero responderle a
Amada Lloret, con quien me siento en deuda por esta demora. Y lo de la deuda me co-
necta de inmediato con el tema que ella (y en su momento también Diego López de
JORGE AHUMADA: Me alegro de haber intervenido en esta discusión porque sirvió para
poner en marcha la memorable respuesta de José Luis Valls. Me gustaría pedirle que la
amplíe transformándola en un trabajo, desarrollando sus diferencias con Laplanche y
Pontalis, por un lado, y con Fenichel (y Anna Freud), por otro. Un trabajo así nos resul-
taría –pienso– muy útil a todos.
La idea de que al menos en el inicio la representación de cosa lo es solamente del ob-
jeto y que las representaciones del yo se van construyendo a partir de las interacciones
en el vínculo con el objeto me parece completamente coherente. Pienso que se articula
al dedillo con asertos clave de Freud, tales como la idea de que en el inicio la relación de
objeto y la identificación son indiscernibles una de otra, afirmación sobre la cual en 1987
Widlöcher construyó su ponencia para el Congreso de Montreal.
Además, tal visión se articula con hallazgos muy posteriores, tales como los trabajos
de Alessandra Piontelli sobre la sorprendente capacidad de interactuar/rivalizar entre sí
que presentan en el útero los embarazos gemelares.
Quería agregar, respecto de la intersubjetividad del bebé en el amamantamiento,
cuando, desde el vamos, fija su mirada en los ojos de la madre, que el carácter perento-
rio de su requerimiento de la atención materna es manifiesto a los pocos meses. En ex-
periencias donde la madre aparta su mirada apuntándola a la frente del bebé en vez de a
sus ojos, el bebé entra primero en hiperactividad ansiosa, luego en furia y finalmente en
apatía-marasmo.
Esto parece conectarse bien con las ideas sobre el duelo de Carlos Mario Aslan, en el
sentido de que el vínculo del bebé mostraría con cierta claridad una doble vertiente (libi-
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JORGE O. WINOCUR: Me parece que Jorge Ahumada, con su intervención, reencauzó la dis-
cusión centrándola en el tema del objeto. Ésta se había desviado demasiado hacia la pro-
blemática de la identificación. Lo que además suscitó la “memorable” respuesta de Valls,
tal como la denominó Ahumada. Quiero agregar algunas cosas. En primer lugar, mi acuer-
do con Ahumada en lo referente a la diversidad de concepciones acerca del objeto. Creo,
como ya dije en la mesa, que son diversas formas de cortar el mismo pastel, según los di-
ferentes esquemas referenciales o las distintas maneras de acercarse al objeto aun den-
tro de una misma teoría.
No me parece que Freud haya descripto un psiquismo unipersonal, y en eso estoy de
acuerdo con Valls. Desde la vivencia de satisfacción, en donde la huella dejada por la ex-
periencia corresponde no sólo al objeto sino a los movimientos y sensaciones del sujeto
(lo que se inscribe es un vínculo en una interacción sujeto/objeto), hasta los fenómenos
de la transferencia que son, en esencia, reediciones de vínculos, escenas y relaciones de
objeto.
Es cierto que Freud no conceptualizó el tema del objeto del modo en que lo hicieron
autores posteriores, como Klein y otros. Sin embargo, el tema de la indiferenciación/di-
ferenciación es característico de Freud: el yo y el ello se van diferenciando a partir de un
ello-yo indiferenciado inicial; lo mismo el yo y el objeto. Al comienzo todo era yo, luego se
va diferenciando un yo de un espacio exterior. Pero acuerdo en lo que Ahumada señala
de Ferenczi y la escuela de Budapest en relación con la unidad dual y el tema de la fu-
sión/diferenciación. Esos, como otros desarrollos posteriores, muestran magnificados as-
pectos que pudieron pasar más desapercibidos. Por ejemplo, algo del objeto aglutinado
descripto por Bleger yo mismo lo he conceptualizado siguiendo ideas de Bick y Meltzer en
relación con la identificación adhesiva como propia del objeto narcisista.
No concuerdo con la idea de que para el inconciente los objetos sean objetos-cosa. Sí
lo son para el pensamiento esquizofrénico. En el pensamiento considerado normal, los
objetos están representados en el inconciente por –valga la redundancia– representacio-
nes inconcientes de objeto, o sea, representaciones-cosa; no objetos-cosa.
Coincido con Valls en su consideración acerca de que el objeto del psicoanálisis no es
el mismo que el de la filosofía o el de otras disciplinas.También con su afirmación de que
el objeto –tanto como la pulsión, agrego– es central en la teoría freudiana. No concuerdo
con que “en el inconciente no hay representaciones del yo”. La vivencia de satisfacción,
que Valls mismo cita, es un ejemplo de que las huellas que ella deja, sobre todo incon-
cientes, no son sólo del objeto sino también del yo (movimientos y sensaciones) y de la
interacción recíproca entre ambos, yo y objeto.
El yo –el yo instancia, por supuesto– está conformado en buena medida por identifi-
caciones; y él mismo, al final de cuentas, puede ser considerado una representación. Pero
también dispone de representaciones: inconcientes, preconcientes y concientes. Con al-
gunas podrá identificarse, y otras quedarán como representaciones.
Las representaciones inconcientes del yo (como imagen inconciente del sí mismo)
JOSÉ LUIS WALLS: A mi querido amigo Jorge Winocur (los “Jorges” se han puesto a discu-
tir hoy conmigo, estoy muy complacido por ello) también le agradezco su interés, sus coin-
cidencias, y por qué no sus discrepancias. La obra de Freud es demasiado vasta y com-
pleja como para que todos la entendamos igual, como para que no podamos “hincar el
diente” en ella y sacarle cosas nuevas e inteligentes. El tema de las representaciones del
yo fue una aventurada mía, dicha en el fragor de la batalla teórica con un amigo, y así fi-
gura en el texto. De cualquier manera, llevado quizá por los elogios del otro Jorge
(Ahumada) así quedó, y llevó a esta discusión pública. Pero bueno, aquí estoy, dispuesto
a defenderla.
Lo primero que quise enfatizar en esa contestación era que las representaciones de
cosa investidas constituían el deseo, como dice Freud, y que el “deseo” no es el deseo
sin más, es el deseo de percibir idéntica (proceso primario) o lo más parecida posible (pro-
ceso secundario) a esa representación que es la del objeto (unida a la acción a realizar
con él y a la sensación con él sentida, obvio). Por lo tanto, las representaciones de cosa,
no son sólo las fotografías del recuerdo de otras épocas, constituyen los deseos actuales
además de ser los recuerdos del pasado. Ahora bien, lo que sucede es que el aparato psí-
quico pensado por Freud quiere siempre repetir de alguna manera, en este caso busca
encontrar en el futuro experiencias parecidas a las pasadas. Bueno, ése era el énfasis que
quería poner en aquella afirmación, y en esa lucha dije que el yo no era deseable (no por-
que sea un indeseable, como le diría el superyó, sino porque es el que desea). En ese ca-
mino también dije que no era representación, por lo menos inconciente y reprimida.
Cuando digo que la vivencia de satisfacción inaugura el psiquismo, también es discu-
tible. Pero quizá me refiero a un psiquismo deseante. La vida intrauterina, según la defi-
ne el mismo Rascovsky, no tiene tensión de necesidad, por lo que no tiene deseo como
motor, vos me dirás que puede tener representaciones heredadas e instinto, y yo tendría
que asentir, pero me parece que si así fuera sería un psiquismo diferente del posterior al
nacimiento. El psiquismo que yo conozco, con los motores del deseo, la libido y la pulsión
(definidos todos por la unión del quantum de afecto con la representación del objeto ex-
traída de la experiencia satisfactoria con él, en cada uno de ellos con diferentes matices),
no me parece posible en la vida intrauterina, que se ha definido como un paraíso con un
fluido continuo, al que luego sí se desea en todo caso volver (una de las protofantasías
es ésa).
Jorge Ahumada llama memorable a mi respuesta, agradezco el elogio (obviamente exa-
gera), pero bueno, al fin y al cabo de eso se trata: de la memoria. El psiquismo pensado por
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Freud es memorable en todos los sentidos, por coherente, por creativo y, además, porque
proviene de la memoria y reside en ella. Es un psiquismo que Freud piensa, esencialmen-
te, a posteriori de las experiencias (si bien hay “a prioris” en él, como las protofantasías que
ordenan a las experiencias o a la manera de comprenderlas), o sea que se va formando a
medida que uno tiene esas experiencias y luego las interrelaciona. Lo que las experiencias
van dejando en ese psiquismo, Freud lo llama representaciones, no son copias de las cosas,
sino recuerdos de las experiencias vividas con ellas (verdades históricas). Siempre se vuel-
ve a desear las experiencias que fueron satisfactorias (deseos), y las dolorosas a temer –ge-
neran angustia– (todo esto dentro del principio de placer). También existirán experiencias
que se podrán clasificar en lugares intermedios, pero se remitirán por algo a unas u otras.
Ahora bien, ¿con quién tiene uno esencialmente experiencias de esa índole sino con
los objetos? Ahumada dice “en el inicio”. Desde luego que sí, aunque yo diría “siempre”,
pues hasta en el más recóndito lugar de la naturaleza, hasta la furia más temible de ella,
siempre va a representar para el psiquismo humano la furia del padre del complejo de
Edipo. Por lo tanto, siguiendo a Freud, sostengo que la representación de cosa es la re-
presentación del objeto, ésta adquiere toda su validez cuando la representación de pala-
bra la representa ante la conciencia. La representación de cosa es la memoria de las vi-
vencias con el objeto. Freud describe su proceso de formación cuando habla de la viven-
cia de satisfacción y ahí mismo demuestra cómo esta misma representación de eso que
pasó deviene en deseo de que vuelva a pasar en el futuro (el proceso es mucho más com-
plejo, pero le quito elementos para simplificar este discurso). Por lo tanto, el deseo es siem-
pre un deseo objetal. No hay un deseo del yo, no se desea al yo, en todo caso el yo es el
que desea al objeto.
JOSÉ TRESZEZAMSKY: Desde que apareció este espacio de discución en la APA, he tenido
intención de intervenir. Tengo diez años de experiencia en discusiones por medio de co-
rreo electrónico y fui el promotor de dos listas que aparecieron entonces: una acerca de
la clínica y otra acerca del superyó.
En esta ocasión quisiera exponer cómo entiendo el concepto de objeto en psicoanáli-
sis y su relación con el instinto. El objeto es componente inseparable del instinto, no exis-
te instinto sin objeto. La compulsión a la repetición está tanto ligada al trauma como al ins-
tinto, y muestra historias de relaciones objetales. La biología, fuente del estímulo instinti-
vo, es, para nosotros, historia filogenética. Tanto es así que Freud consideraba la evolu-
ción de las zonas erógenas en el hombre como marca de la evolución de la sexualidad en
las especies. Y así se apoyaba en biólogos que mostraban de qué modo la sexualidad es-
taba ligada primero a la oralidad, luego a la analidad, hasta llegar a los genitales como ór-
ganos independientes.
Así como en la biología la sexualidad nace como un factor que busca al objeto (y ya
de entrada se diferencia sexualidad de reproducción, pues primitivamente había repro-
ducción por división sin necesidad de que un ser vivo busque a otro), en el ser humano el
instinto sexual (hay uno solo, “instintos sexuales parciales”, a mi criterio, es una mala tra-
ducción de “componentes parciales del instinto sexual”) contiene una historia de relacio-
nes objetales.
De este modo, el hallazgo del objeto, en mi opinión, es siempre en la vida de una per-
sona el reencuentro con el objeto. Pero no en la pubertad, sino ya desde el comienzo,
desde el encuentro del bebé con el pecho de la madre. Esos modos de relación con el ob-
jeto se harán de distinto modo cuando cada uno de ellos entre en decadencia (Untergang)
y dé lugar al siguiente desde el punto de vista evolutivo. Y siempre será con el mismo ob-
jeto inconciente, porque, si no lo es, no será atractivo para el sujeto. Es decir que consi-
derar la elección, por ejemplo, de una mujer, como una transacción entre la madre dese-
ada y la posible de acuerdo a la ley (con tu madre no, pero con otra sí) es una teoría tran-
saccional y no la considero psicoanalítica, pues, si esa mujer no es la madre (y digo “es”
porque para el inconciente un sustituto es lo mismo que lo sustituido), entonces, no hay
deseo de esa mujer. La cuestión con que se enfrenta la neurosis no es no poder resignar
el objeto original, sino la prohibición de la sexualidad con el objeto original.
Coincido con Jorge Ahumada en la idea de que los objetos son en función de los de-
seos, y con José Luis Valls en la consideración de la relación de la representación de cosa
y el objeto del instinto. No entiendo cuando Valls insinúa que no hay yo inconciente, pues
al mismo tiempo dice que el yo es una marca de un objeto y puede ser objeto del instinto
sexual, como en el narcisismo.
Con respecto al “riesgo de pérdida del objeto” al cual hace referencia Amada, coinci-
do con Winocur, y agrego que justamente ésa es la función del superyó: separar al yo del
objeto y hacerle creer que es autosuficiente. En este sentido, insisto, el análisis no apun-
ta a la aceptación de la pérdida del objeto sino al levantamiento de las represiones que el
yo ha llevado a cabo y que lo conducen justamente a perder el objeto.
Por eso muchos pacientes, luego de un tiempo de análisis, ven al mundo mucho más
poblado de objetos que antes de comenzarlo.
JOSÉ LUIS VALLS: A mi gran amigo José Treszezamsky, con el que estoy de acuerdo en tan-
tas cosas, le quiero aclarar lo que dije, ya que veo que ha sido mal interpretado. No dije
que el yo no fuera inconciente, sino que en el inconciente no había representaciones del
yo y que sólo lo eran del objeto. Me expresé así en el esfuerzo de enfatizar el hecho de
que la representación de cosa (y la de palabra, que es un representante de ella ante la
conciencia) no es un simple recuerdo del pasado, sino un deseo futuro. En ese sentido
me parece que no puede haber representaciones de deseo del yo porque éste no es algo
que se desea tener, es algo que se es, por lo cual es una identificación (una o muchas,
se entiende). Aclaro, como al pasar, que el anhelo de ideal no lo veo del lado del deseo,
sino como mandato superyoico.
Entonces, la identificación constituyente del yo es otra manera de aprehensión del ob-
jeto también, pero no una representación de él. No es una representación aunque sea in-
conciente, preconciente o conciente. Quiero subrayar esto porque es lo que explícita-
mente describe Freud sobre cómo se forma esa entidad (el yo).
Creo que Freud, al hablar de identificación, postula otra forma de funcionamiento psí-
quico que no había sido considerada hasta entonces, además de constituir a las estruc-
turas psíquicas. Es otra forma del pensar que compromete al ser que piensa con lo que
está pensando, sintiéndolo. Si a esto le agregamos el proceso primario, la revolución es
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demasiado grande.
Mi postura es que la identificación, pese a estar descripta fenomenológicamente, no lo
está metapsicológicamente. En ese sentido es que proponía ubicarla en la parte corres-
pondiente a la modalidad de acción de cómo describí que se formaba la representación
de cosa, tomándolo de la descripción que Freud hace de la vivencia de satisfacción, ya
que él mismo dice que la representación es lo que queda en la memoria de cada vivencia
que fue registrada por el aparato perceptual; y podríamos tomar a la vivencia de satisfac-
ción, así como a la de dolor, como paradigma. Si es así, la identificación sería una parte de
la identificación, la ligada con la manera de accionar del sujeto, y así sería una parte de la
representación. Entonces, para nada dije, mi querido José, que el yo no es inconciente,
en todo caso intento pensar que su manera de ser inconciente no va por el lado del con-
cepto de representación, a ésta la veo por el lado del deseo, es su generadora y el deseo
lo es de los objetos.
JOSÉ TRESZEZAMSKY: José Luis, te agradezco el esfuerzo de ampliar la aclaración con res-
pecto al yo como objeto. Es ésta otra oportunidad para seguir aprovechando el intercam-
bio de colegas, de quienes siempre hay algo para aprender, aun en el disenso. Ya el estí-
mulo para seguir pensando las cosas y trayéndolas de la clínica tiene un efecto positivo
en nuestro trabajo. Haría una pregunta, y no sólo a ti, sino a todos los demás participan-
tes: si uno siguiera la idea de Valls, ¿cómo se explica que el yo se haga presente de
modos tan diversos en un sueño? ¿Podríamos entender allí que el yo es un objeto?
¿La diferenciación ser/tener es inherente o se va formando con la evolución? Desear
ser como un modelo, ¿es muy distinto a desear tener algún atributo suyo?
cuyo significado pueda ser una especie de “lo que pasa es que amás al yo”, a eso me re-
fiero, siempre el significado del sueño es un deseo reprimido del objeto por incestuoso o
por lo que sea) por más que estén incluidos en ellas aspectos del yo (identificaciones).
José, tu pregunta me resulta interesante. ¿Cómo están metapsicológicamente esos
aspectos identificatorios en el sueño? ¿Son un aspecto de la representación, el referido a
la acción o a la manera de hacerla, que es lo que Freud aclara cuando habla de atribu-
to, como en este caso? ¿O es otra cosa?
También habría que diferenciar el narcisismo secundario, que es volver a libidinizar el
yo retrayendo la libido de los objetos y de las fantasías de ellos, como sucede en la pato-
logía narcisística.
Otro punto es diferenciar elección narcisística de objeto y narcisismo. Considero que
la elección de objeto narcisista es deseo de un objeto que se parece al yo, como tu ejem-
plo del sueño, es decir, un objeto infectado de narcisismo secundario. Pero no olvidemos
que éste también proviene del objeto, así que, sea como sea, es objetal, aunque tenga
diferencias obvias.
En fin, espero que se entienda mejor mi postura y sirva para incentivar la discusión.
Me parece que ésta va ganando interés y profundidad.
JOSÉ LUIS VALLS: Quisiera redondear mi posición. El objeto es central en la teoría freudiana,
si bien es cambiable y el vínculo con él adquiere una gran complejidad, las representacio-
nes de objeto configuran los deseos inconcientes, motor del aparato todo. No sé bien a qué
se refieren algunos autores cuando mencionan al objeto como objeto de la pulsión. Desde
luego que sí: la pulsión, para ser pulsión, necesita, además de lo cuantitativo (el Drang), la
representación de un objeto. La representación del objeto es la esencia del psiquismo. Las
representaciones de los primeros objetos, a partir de los cuales se desplegará la transfe-
rencia sobre los del resto de la vida, serán las representaciones de cosa pertenecientes al
inconciente, las otras serán las de las imágenes y sus palabras correspondientes, pertene-
cientes al preconciente y al pensamiento del yo.
Otro tema es la distinción yo/objeto. Freud habla de un yo placer purificado en el que
el yo es el objeto (porque éste es el placer; es la manera que puede tener un bebé sin po-
sibilidades de realizar actos, al no dominar sus músculos, de contar siempre con el placer
de su lado). Esto implica un reconocimiento del objeto, pero formando parte de uno, y ca-
racterístico de la “primera forma de amar”. Con el tiempo, y a medida que el movimiento
de sus músculos y con ellos su acción pasa a su poder, el niño deberá reconocer que el
objeto es el objeto y que él es él, con lo cual comenzará la angustia de pérdida de obje-
to, y luego la situación se complejizará más aún en el complejo de Edipo y en el resto de
la vida. Pero en todos estos pasos el objeto es esencial, desde siempre, desde la prime-
ra vivencia de satisfacción con ese objeto, verdaderamente fundante del psiquismo, del
deseo psíquico, un psiquismo que en última instancia está absolutamente referido a ese
objeto (no a él sólo, sino a todos los demás que lo siguen en la vida). Sostener lo contra-
rio, y peor, decir que Freud dice lo contrario, siempre me pareció uno de los tantos ab-
surdos con los que uno puede enfrentarse en este mundo, absurdos que a veces toman
el poder político sobre las ideas y actúan lamentablemente como “formadores de opinión”.
apunta, sobre todo, a quienes analizan niños pequeños, pues es posible que materiales
clínicos suficientemente detallados puedan ilustrarnos bastante.
JORGE O. WINOCUR: Quiero aprovechar la última intervención de José Luis Valls para hacer
unas breves puntualizaciones.
En primer lugar reitero mi acuerdo con José Luis en lo que respecta al papel central
del objeto en la teoría freudiana. Pero no sólo del objeto, agrego, sino también de la pul-
sión y del yo. Ya desde la vivencia inicial de satisfacción, los tres términos –yo, objeto, pul-
sión– quedan involucrados en esa experiencia fundamental. Sé que José Luis piensa lo
mismo, pero conviene explicitarlo.
En segundo lugar me parece interesante señalar que el papel central que Freud le atri-
buía al deseo en 1900 –tanto en la formación del sueño y como motor del aparato psí-
quico– cada vez más, a partir de 1915, fue tomado por la pulsión. Ambos conceptos
–deseo y pulsión– aunque Freud escriba, a veces, deseos pulsionales, no son del todo in-
tercambiables. Ni tampoco expresiones de lo mismo a niveles distintos.
Por ejemplo, Freud dice que el sueño permite a una moción pulsional reprimida la sa-
tisfacción en la forma de un cumplimiento alucinatorio de deseo. En esta formulación,
como en otras anteriores y posteriores, el deseo pasa de ser el motor a ser una mera for-
mación sustitutiva. Y creo que no es válida la objeción de que en un caso se trata del
deseo y en el otro del cumplimiento del mismo. A partir de Más allá del principio de placer
hay un algo anterior al deseo y al principio de placer.
Pienso que Valls tiene razón al reafirmar la importancia del objeto, ya que habría su-
puestas “lecturas” que afirmarían lo contrario.
JORGE O. WINOCUR: Así como la anterior, me parece muy interesante la nueva intervención
de Jorge Ahumada. Señala, a propósito del comentario de José Luis Valls, que el tema de
las representaciones del yo debe ser relevante, en especial en el campo de las patologías
narcisistas, y, además, la importancia que para ello tiene el estudio del primero y el se-
gundo año de vida.
Sin desdeñar la importancia de la observación directa –como en el ejemplo que
Ahumada trae del juego del carretel–, lo que Freud hacía era construir y reconstruir eta-
pas anteriores de la organización libidinal a partir, fundamentalmente, de la psicopatología
clínica del adulto. Es interesante recordar que él relata que, en otro momento, el chico ju-
gaba a la desaparición y reaparición de su propia imagen (la representación del yo) fren-
te al espejo. Es decir que, así como en el primer tiempo jugaba a la pérdida y reaparición
del objeto, en este segundo tiempo la desaparición y la aparición estaban referidas al pro-
pio yo.
El punto importante de esa patología a la que Ahumada hace referencia tiene que ver
con la pérdida temprana –del pezón o del pecho– en un momento en que aún los límites
yo/objeto no están suficientemente definidos. Por lo cual dicha pérdida es experimentada
no como una pérdida de objeto, sino del yo. Winnicott, citado por Tustin, se refiere a dicha
pérdida como catastrófica. Apoyándome en Bick y Meltzer me pareció útil considerar el in-
tento reparatorio, en realidad restitutivo, de esta pérdida a través de la modalidad adhesi-
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va de la identificación narcisista.
Freud mismo, no sólo Ferenczi, parte de una indiferenciación inicial –ello/yo, yo/obje-
to– que progresa hacia una paulatina diferenciación. Esta línea es retomada por H.
Rosenfeld (estados confusionales previos a la posición esquizoparanoide) y, entre noso-
tros, por Bleger. En la clínica con pacientes adultos muchas veces es posible inferir estos
estados previos a partir de factores en apariencia triviales –como podría ser, por ejemplo,
una simple separación– pero que por su repercusión catastrófica remiten a experiencias
de desintegración y muerte.
Revista de libros
Comisión: María Susana Pedernera (coord.),
Águeda Giménez de Vainer, Paulina Landolfi, Rosalía Álvarez,
Cristina Tate de Stanley, Liliana Beatriz Novaro
cias humanas ni en el de las ciencias puras y miedo; familias monoparentales. “La sociedad en
duras. Cuenta cuál es, para él, el modelo de base sus nuevas galas”; una nueva estructura de clan
del amor y cómo da forma a las relaciones de ha llegado. Incluso le permite comprender la
amor que le siguen, según el descubrimiento de nueva categoría psiquiátrica en boga, los pacien-
Freud de la transferencia. tes borderline. Analiza ejemplos de solución clá-
El amor es... total y exclusivo... causa de la sica, frente a la caída del complejo monoteísta
falta y el deseo. Describe dos formas de amor. El patriarcal, desde la religión y las ideologías o
primer amor, preedípico, es del orden del goce; el desde el “mito del matriarcado en tonos pastel”.
segundo amor, edípico, del orden del deseo. El Verhaeghe afirma que hay de hecho algo nuevo
primero, amor en espejo, relación dual imagina- en el horizonte, otra relación, o mejor aún, otras
ria; en él se presume que el deseo y la falta relaciones.
podrían ser totalmente colmados. El segundo es El autor denuncia el poder de los medios de
el amor triangular que incluye el yo, el otro y la comunicación, dominados por la publicidad, que
falta; se abre a la creación y propicia el encuen- rigen a las personas como antes lo hacían la
tro. Iglesia o las ide ologías. Señala que la psicología
El amor es poesía. El contexto cultural, como y su práctica se ha desplazado de los laborato-
decisión colectiva, prescribe la forma que toma la rios universitarios a las oficinas de marketing. Un
relación entre los sexos en cada sociedad y en fenómeno de nuestro tiempo que muestra la in-
cada época. Ver haeghe considera que el aspec- fluencia de la publicidad es que la palabra crea la
to biológico, natural, es en el momento actual cosa, la realidad. La regla promulgada por cada
menos determinante que nunca; el “software” de mensaje publicitario es ¡Gocen!, representando al
la cultura ha superado a la naturaleza. Esta re- superyó perverso. Así no se instaura el deseo,
gulación cultural del vínculo de pareja, hoy re- que queda aplastado por el exceso de objetos y
chazada y sustituida por “consentimientos mu- se genera un nuevo mito, el de que cada deseo
tuos” individuales, es necesaria ya que el amor y puede ser saciado por un objeto que se vende.
la pulsión jamás tienen las mismas necesidades
encontrándose cada sujeto escindido entre el Liliana Beatriz Novaro
deseo y el goce. Es la convención del grupo, que
tiene autoridad, la que determina “la estructura ***
de parentesco” como fuera desarrollado por Lévi-
Strauss. Estas estructuras son de hecho muy di- L’invention de la pulsion de mort
versas y no existe una relación originaria hom- Jean Guillaumin y otros
bre-mujer. (postfacio de André Green), París, Dunod, 2000
¿Y en qué se convirtieron los padres? Desde
la segunda mitad del siglo XX, el patriarcado co- Jean Guillaumin dice en el prefacio que la pulsión
mienza a tambalearse y un padre originario susti- de muerte surge en Más allá del principio de pla-
tuye a otro, toda forma de autoridad llegó a ser cer a la manera de un cometa desconocido en el
sospechosa. Sobre el final de dicho siglo, el com- cielo de la teoría psicoanalítica. El concepto, ver-
plejo monoteísta patriarcal se ha agrietado, pero dadero organizador extraño, le permitió a Freud,
a diferencia de otros períodos de vacilación de la después de 1920, relanzar todo su pensamiento
historia se cuestionan los principios de base y introduciendo vivas claridades pero también som-
aún nada convincente toma su lugar. “Edipo a la bras todavía impenetrables.
deriva.” En el primer capítulo, “La invención de la pul-
Verhaeghe discute el mito freudiano de la sión de muerte y el duelo por el padre en la eco-
horda primitiva que establece el fundamento del nomía creadora de Freud”, Guillaumin estudia la
orden social en la era interglaciar. Describe el introyección pulsional del padre, de un padre ob-
censo actual: mujeres solas y emancipadas; ado- jeto de un duelo que quedó largo tiempo inaca-
lescentes treintañeros reagrupados; hombres bado.
solos y divorciados que prefieren la soledad al Guillaumin hace mención a circunstancias
cuestión del narcisismo, aparece la reflexión cerse desaparecer para satisfacer al objeto y lo-
sobre la cuestión psicoanalítica de la muerte de grar, en esta última tentativa, su amor.
sí mismo. René Kaës, en el capítulo sobre “Trabajo de
Para abordar metapsicológicamente la cues- la muerte y teorización. El grupo de los primeros
tión de la muerte, el pensamiento necesita que psicoanalistas alrededor de Freud entre 1910 y
ella sea interpretable, es decir que no sea igual a 1921”, trata de describir, imaginarse e interpretar
sí misma, que una separación pueda introducirse lo que habrá sido la invención de la pulsión de
entre ella y ella; una separación que la refiera a muerte, antes, durante y después de la guerra de
otra cosa que ella misma. Pero, al revés, la muer- 1914-1918, y la función del grupo de los primeros
te aparece p aradójicamente como lo que tiende a psicoanalistas reunidos por Freud. La hipótesis
suprimir las diferencias, lo que tiende a lo idénti- de Kaës es que el trabajo de la muerte en el
co, o lo que resulta de la supresión de las sepa- grupo de los primeros psicoanalistas no es ex-
raciones y las diferencias. Aparecerá como repe- traño a la invención teórica de la pulsión de muer-
tición de lo idéntico, deseo o compulsión de re- te.
petición de lo idéntico. El autor sigue el concepto en sus etapas
La dificultad de la articulación de la pulsión previas en Tótem y tabú y Psicología de las
de muerte con el concepto de destructividad masas y análisis del yo, y observa los efectos de
surge de que esta noción se evoca a propósito de la pulsión de muerte en la desagregación del vín-
las for mas manifiestas de la agresividad o de la culo, en el odio y la violencia que atraviesan y
violencia, antinómicas de una pulsión de muerte que a veces organizan las relaciones de grupo.
que supuestamente actúa en silencio y es sólo Aparece una primera paradoja: todo ocurre
reconocible a partir de las desligaduras que pro- como si la especulación teórica sobre la pulsión
duce. de muerte viniera a ligar lo que ha sido separado
Cuando la pulsión tiende a producir lo idénti- por los procesos de desligadura simultáne amen-
co, cuando tiende a la identidad de percepción, a te en el grupo de los primeros psicoanalistas y en
la alucinación perceptiva, sea libido o destructivi- la civilización (efectos de la guerra de 1914-
dad, la pulsión es de muerte. Es de vida o se vuel- 1918).
ve de vida cuando se contenta con una identidad Freud y su grupo, tan unidos en el Comité,
de pensamiento, con una identidad simbólica, con pero también tan divididos por la rivalidad y el
una identidad que respeta la diferencia, que se odio, sólo se reúnen ahora (1914-1918) en la au-
nutre de ella. sencia. La guerra es el enemigo externo contra el
La sexualidad o la muerte pero quizás ya la cual se refuerzan los vínculos del grupo de freu-
sexualidad y la muerte, la cuestión de la muerte dianos dispersos.
en la sexualidad, “la pequeña muerte”, el orgas- Kaës traza una historia del grupo desde 1910
mo. y da una dato intersante: sería una mujer, Sabina
Lo que el yo no puede simbolizar o ligar de la Spielrein, la verdadera introductora del concepto
pulsión, como ocurre en la sexualidad infantil, en 1911. Ella prefigura una idea que devendría
amenaza a su organización, amenaza de muerte. fundamental: el componente de muerte está con-
Existe otra forma de muerte que viene del tenido en el instinto sexual mismo.
objeto, en lo que el objeto y no la pulsión es el La idea, inspirada en los trabajos de Jung, es
agente. La muerte podría también venir del obje- rechazada por Freud pero luego adoptada, per-
to primero, de los objetos parentales, bajo la feccionada y hecha propia, sin referencia a su
forma de movimientos o deseos de muerte provi- autor.
niendo del medio primario. Más tarde el movi- Kaës afirma que no podemos p ensar la pul-
miento desde el interior, efecto de la pulsión de sión de muerte solamente a partir de su determi-
muerte, sería heredero directo de antiguas ma- nación intrapsíquica, sino que debemos situarla
niobras de los objetos maternal o paternal inte- en las vicisitudes del encuentro con el objeto, con
riorizados. Como si le fuera necesario al sujeto, la experiencia del objeto, con lo mortífero trasmi-
en una forma extrema de amor desesperado, ha- tido por él.
La pulsión de muerte trabaja los grupos vimiento hacia delante de la pulsión construye al
como la psiquis individual: instituye, transforma, sujeto con vínculos cada vez más complejos; im-
desagrega. Los términos del pacto narcisista que plica el duelo por los objetos primitivos bajo la
liga unos a otros en la identificación con Freud no égida de la prohibición del incesto.
deja a los contratantes otra alternativa que la Si el principio de placer conduce a la muerte,
muerte (exclusión) o el vasallaje. Un pacto tal, la tendencia a su desca rga directa por ejemplo,
fundado sobre el narcisismo de muerte, segrega en las psicosis, es un camino corto, mientras que
un cierto cultivo de muerte. la alianza de Eros con la pulsión de muerte per-
Christine Lamothe y Christian Vasseur titula n mite los desvíos que alargan el trayecto y consti-
su capítulo “Pulsión de muerte, pulsión de tuyen la vida psíquica misma. Freud precisa en
madre...” y aclaran que asociar muerte y madre 1925 que la introyección en el yo compete a Eros
no es una facilitación poética (mort y mere en y que la expulsión fuera de sí es una manifesta-
francés) ni una provocación. ción de la pulsión de muerte.
El concepto de imagen materna primitiva Los autores dedican un apartado a la anore-
aparece en Freud al final de su obra en 1938 y al xia.
final de su vida. Los autores se refieren a Monika El libro te rmina, muy dignamente, con un
Zajic, Nannie, la nodriza católica de Freud en postfacio que André Green titula “La muerte en la
Freiberg, encofrada, perdida, reencontrada en el vida. Algunas referencias para la pulsión de
autoaná lisis, de nuevo perdida o escondida bajo muerte”. El autor dice que él forma parte de los
el peso de un Edipo triunfante, puede ser pensa- que jamás dudaron de la utilidad y de la verdad
da como condensando lo materno primario que del concepto. Sin embargo, al releer las concep-
Freud elabora al final de su vida. Por materno pri- ciones de Freud hoy o tomando conocimiento de
mario entienden la identificación precoz con la las formulaciones posfreudianas que se han pre-
madre en las dos fases, una homosexual prima- sentado para refutarlas, raramente adhirió , sin
ria y la otra narcisista originaria. Hay una biparti- reservas, a unas o a otras. La muerte es cierta,
ción de la imagen materna en la “madre arcaica” pero la explicación de las manifestaciones de la
y la “madre edípica”. muerte en la vida es incierta.
En est a arca (rechazada, clivada, críptica o Freud distingue las pulsiones de muerte, a
reprimida) se encuentra en sufrimiento elaborati- las que atribuye una orientación interna, auto-
vo la “seducción originaria”, por lo tanto, la se- destructiva, y las pulsiones de destrucción orien-
ducción narcisista, la violencia, la pasividad, la tadas hacia el exterior. Pulsiones de destrucción
analidad. La teoría de la pulsión de muerte la y pulsiones de agresión serían sinónimos. Green
contendría. propone una solución diferente a f in de despren-
El concepto de pulsión de madre es para los derse de las resonancias demasiado especulati-
autores un impulso puesto en movimiento fuera vas de la expresión pulsión de muerte. Sugiere
del espacio y fuera del tiempo, y constituido tam- reemplazarla por la expresión pulsión de destruc-
bién por las parte s mortificantes de lo materno ar- ción, reservando la de pulsión de agresión para
caico. la manifestación de la destrucción dirigida hacia
El último capítulo pertenece a Henri y el exterior.
Madeleine Vermorel: “La pulsión de muerte en la Hasta si se supone que la amenaza del reti-
obra freudiana y su incidencia en la psicosis”. ro de amor es anterior al superyó, puede imagi-
Ellos encuentran que la compulsión a la repeti- narse que cuando existen relaciones madre-niño
ción de un retorno a un estado anterior hallaría d emasiado alejadas de la tolerancia del niño,
su fundamento último en la fantasía de retorno al éste es presa de reacciones destructivas impor-
seno materno, al estado de no-vida. El movi- tantes, sin considerar la amenaza de la pérdida
miento regrediente de la pulsión está cargado de de amor. Estas reacciones destructivas repre-
muerte a raíz de su connotación incestuosa (lle- sentan una tentativa desesperada para hacer
vada al extremo realiza el núcleo blanco de la cesar la situación intolerable. Green postula que
psicosis descrita por Green), mientras que el mo- la destructividad puesta en movimiento, en la me-
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dida en que la separación entre sujeto y objeto es decir, evitan provocar una activación incontrolada
defectuosa en este momento, es vivida como de las fuerzas destructivas.
orientada hacia el exterior y el interior a la vez. La pulsión de muerte no implica, en relación
Está claro que tales estados no tienen la posibili- a su opuesto, ni la supremacía ni la irreversibili-
dad de diferenciarse en afecto y representación y dad. Cuando el análisis logra hacer trabajar el
que, muy a menudo, dan lugar a estados psíqui- conflicto por medio de la transferencia y la inter-
cos irrepresentables; ulteriormente, tenderán a pretación, la tendencia hasta allí dominante, la
repetirse tomando a veces la forma de un acci- que colocaba la destructividad en primer plano,
dente somático o de una compulsión a actuar. puede invertirse a favor de Eros.
Estos estados representan situaciones extremas Con respecto a ambas pulsiones, Green pri-
a menudo difíciles de comprender al resurgir en vilegia la idea de un estado dinámico de equili-
el adulto. El analista se impacta por la despro- brio inestable. La pulsión de muerte depende en
porción que existe entre las causas aparentes de mucho de la relación de objeto. Es necesario re-
estas reacciones y su intensidad. pensar el fu ncionamiento psíquico en la relación
Lo que está en juego en la discusión actual es de la pulsión con el objeto.
qué otra hipótesis que una pulsión de destrucción No sorprende que Freud designe a Eros
a predominancia autodestructiva puede dar cuen- como pulsión de vida o de amor. ¿No es decir
ta de configuraciones clínicas como el masoquis- que, tratándose del humano, la vida depende del
mo, el sentimiento de culpa (inconciente) y la re- amor? La pérdida de amor, o la amenaza de su
acción terepeútica negativa. retiro puede, con ayuda de las circunstancias,
El autor se pregunta si en el momento de desempeñar un papel mortífero.
descubrir Freud la compulsión a la repetición no Lo que impacta en las manifestaciones de
se modifica la estructura del campo analítico. Si agresión cuando no están al servicio de las pul-
la relativa frecuencia de la reacción terapeútica siones sexuales, cuando no hay placer, cuando
negativa, la constatación de los efectos devasta- la agresión sería pura, es el desinvestimiento del
dores del sentimiento inconciente de culpa y del objeto. Hay ausencia de reacción de identifica-
masoquismo no son referidos a estructuras que ción, insensibilidad a lo que pueda experimentar
es difícil incluir entre las psiconeurosis de trans- el objeto. El otro no es un semejante, se lo con-
ferencia. sidera con indiferencia y se lo puede hacer obje-
Green marca un punto débil en la teoría freu- to de no importa qué destrucción sin culpa y sin
diana: la elaboración insuficiente del papel del placer. Green llama a esto “desobjetalización” y
objeto. Dice que no comparte las opiniones de postula la exist encia de una función desobjetali-
los que postulan la existencia de un objeto desde zante.
el comienzo de la vida. En el inicio el niño oscila Después de la introducción por parte de
entre tiempos de fusión-indiferenciación y tiem- Freud de la pulsión de muerte, descuidó decir
pos de sep aración-diferenciación, pasando alter- cuál era el lugar del narcisismo en la teoría.
nativamente de uno a otro. La función del objeto Green piensa que debe completar la teoría del
es favorecer la intrincación entre libido y destruc- narcisismo de Freud postulando, junto al narci-
tividad. sismo unitario o narcisismo de vida, la existencia
La pulsión de muerte no existe siempre en de un narcisismo de muerte que tendería al cero,
estado activo, pero ese estado puede sobrevenir es decir, a la aniquilación del sujeto.
a consecuencia de una activación. És te es un libro de gran riqueza y presenta
El autor afirma que el conjunto de actitudes un panorama profundo sobre un concepto que es
que implican la crianza de los niños –cualesquie- fundamental para intentar la comprensión de las
ra sean las diferencias culturales–, tod as, giran patologías y los sucesos del nuevo siglo.
alrededor de la dependencia hacia los encarga-
dos de criarlos, tienen por objeto prevenir un ex- Paulina Landolfi
ceso de frustración, por lo tanto de angustia, de
dolor, de cólera y de otros efectos negativos; es ***
nas supuestamente originarias, inscriptas ya en trarse en la angustia va más a la causa misma del
las profundidades del inconsciente. A partir de allí deseo.
es interesante la referencia a la división lacaniana ¿Cómo concebir una lógica del inconsciente
entre “visura” y “mirada”. Recordando que Freud más allá del falo y la castración? ¿Hay un salto
buscó los orígenes escriturales del inconsciente, entre el inconsciente estructurado como un len-
Lacan llegó a la marca, o a la letra como litoral, guaje y el inconsciente dando cuenta de lo real?
como borde o desnivel entre lo concebible y lo no ¿Ir más allá del falo es ir también más allá del in-
concebible, con lo cual el significante quedaría consciente, o es querer marcar a un inconsciente
anclado a lo real. De este modo lo escrito permi- radical fuera del estatuto de la represión secun-
tiría aludir a cuestiones que, estando, sin embar- daria, ubicándolo más en los límites de la repre-
go no podrían ser dichas (¿lo no representable?) sión primordial? No sabemos cuánto se gana o
y que, induciendo efectos, sin embargo no se pierde en la clínica que apunta a lo real, pero
podrían ser discurseadas. sí sabemos que siempre nos encontramos una y
En el capítulo 4, “El síntoma”, el autor hace otra vez con el riesgo de olvidarnos del entrama-
un delicado y minucioso recorrido de lo que éste do de los tres registros, con lo que también el
implica para el psicoanálisis. Así, comienza plan- riesgo del corte y el instar al pasaje al acto nos
teándonos que hablar de psicopatología desde la hace olvidar que una clínica de lo real que se
perspectiva lacaniana es altamente problemático, aparta de lo simbólico y de lo imaginario quizás
porque psicopatología a secas implica que una aleja de la posibilidad misma de psicoanalizar.
estructura pueda ser pensada en su estabilidad, Porque ¿qué sería psicoanalizar sin una interro-
en forma independiente de la escucha analítica y, gación al padre, en cuya lógica se cree mínima-
sobre todo, de la experiencia clínica en la trans- mente y con quien hay una identificación en la
ferencia. Justamente cuando, como psicoanalis- significación inconsciente de la madre como lo
tas, debemos destacar más la singularidad que el real interdicto al goce?
saber estandarizado. Los capítulos 6, 7 y 8 son una muy rica des-
De este modo, las estructuras tradicionales, cripción de las neurosis clásicas: la fobia, la his-
más ligadas al saber psiquiátrico, dejan su lugar teria y la neurosis obsesiva. Peskin nos presenta
a las estructuras existenciales, que a su vez se el esquema del Seminario 10 en relación con la
van sustituyendo por los diferentes discursos que inhibición, el síntoma y la angustia. Esta última no
Lacan supo construir y por el modo en que se or- pertenece a lo imaginario ni a lo simbólico, sino
ganiza un discurso determinado en la escucha que es una consecuencia en lo imaginario y en lo
psicoanalítica. simbólico del acercamiento a lo real; real que,
En el capítulo 5, “La transferencia”, creo que una y otra vez, viene a ocupar el espacio que en
es fundamental la crítica que hace el autor a la Freud ocupaba lo incestuoso. La ausencia simbó-
veneración de la transferencia sacralizada como lico-imaginaria del objeto presentifica lo real de la
una referencia estereotipada al “aquí, ahora y angustia, y se parecería a lo que dice Freud res-
conmigo”. Si bien el analizante erige al psicoana- pecto a que la ausencia simbólico-imaginaria ma-
lista en poseedor de un saber privilegiado, este terna pondría al sujeto en presencia de sus pul-
último debe constantemente poder excusarse de siones, de aquello que se relaciona con lo real.
ese protagonismo tentador, ocupando en cambio Pero aquí no deberíamos olvidar que, para
el lugar que promueve el análisis, como simple Freud, por ejemplo en Inhibición, síntoma y an-
semblante del objeto a. Desde allí, pasa a una in- gustia, todo lo que tiene que ver con la ausencia
teresante descripción diferencial entre transferen- materna en lo real carece de significación psíqui-
cia, pasaje al acto y acting-out, ilustrada con grá- ca, y por lo tanto no incide en la organización de
ficos muy esclarecedores de los seminarios 14 y lo inconsciente, que solamente se estructura en
15 de Lacan, “La lógica del fantasma” y “El acto torno al falo y a la castración.
psicoanalítico”. Luego discrimina entre centrar la Peskin nos muestra que en la fobia se con-
cuestión en el deseo o en la angustia. Centrarse sensualiza al Nombre del padre, a diferencia de la
en el deseo nos aleja de lo real, mientras que cen- psicosis o de la perversión, mediante un orden to-
davía materno de la ley, versión materna de la cas- Finalmente, en el capítulo 11, “Aportes de
tración, con lo cual lo que se constituye como Lacan a la psicosomática”, Peskin comienza su
madre desempeña un papel raro, ya que simultá- desarrollo con la interesante cita donde Lacan
neamente sería ley y objeto de deseo. La fobia es afirma que en lo que respecta a lo psicosomático
así la forma más primaria de neurosis, la neurosis se debe esperar que la invención del inconscien-
mínima que ni siquiera tiene la riqueza o la posibi- te sirva para algo, con la esperanza de dar senti-
lidad de un fantasma plenamente logrado. do a lo que se trata, aunque lo psicosomático
Mientras que en la neurosis plenamente instituida, está en sus fundamentos profundamente arraiga-
histeria o neurosis obsesiva, operó plenamente la do en lo imaginario. En lo psicosomático podría
metáfora paterna –por lo tanto, siempre hay una hablarse de una cierta juntura entre lo imaginario
posible interpretación porque detrás existe una y lo real, donde faltaría el distanciamiento simbó-
trama simbólica constituida–, en la fobia, el objeto lico. Lo psicosomático, aunque no es un signifi-
real de alguna manera sigue arrastrado y el sujeto cante, solamente puede concebirse en la medida
no se lo ha quitado totalmente de encima. en que la inducción significante ocurrió de tal ma-
En el capítulo 9, “Entre el duelo y la melan- nera que no puso en juego la afánisis subjetiva. Y
colía. Fin de análisis”, un punto muy destacable lo importante es que hay una inducción signifi-
es la consideración sobre la zona más enigmáti- cante pero sin respuesta adecuada. Entra en
ca del duelo alrededor de la pregunta rectora: juego también toda la cuestión de la holofrase.
“¿qué falta colmaba yo en el otro?”. En ese sen- Hay que descifrar difícilmente algo del orden de
tido, el lugar culminante del duelo giraría alrede- lo escrito, algo similar a la signatura, que como
dor de lo que uno taponaba en el Otro y con qué una firma no es legible y queda fuera del orden de
clase de objeto a, con qué deseo se vinculaba el lo sígnico. No pertenecería al orden de la letra
Otro con uno. Así, eso indecible de lo que se fue sino al orden del número, como si se tratara de
solamente puede expresarse indirectamente en una fotocopia o del escaneo de una computado-
un retoño como, por ejemplo, “fui la luz de sus ra, como una inscripción directa en el cuerpo in-
ojos”. dependientemente de toda significación simbóli-
Peskin establece una relación entre la fobia ca.
como una privación ausente y la melancolía Libro meritorio, en fin, por sus múltiples valo-
como una privación excesiva. Sin descuidar la res. Sencillo pero no por eso romo, didáctico pero
conjunción RIS, nos dice que el psicoanalista no por eso superficial, posee sobre todo la sabi-
debe ubicarse evitando antes que nada el pade- duría de mantenerse constantemente entre
cimiento o la muerte, tratando de restituir en lo Freud y Lacan, y de mostrar que el sentido y el
posible la función imaginaria fallida. sin sentido forman una dialéctica por donde el ser
El capítulo 10 presenta, entre varios puntos humano necesariamente se desliza sin poder
interesantes, las diferentes líneas de Jacques caer en la tentación de bascular solamente sobre
Lacan acerca de la gestación de las psicosis, que uno de ellos.
van desde la forclusión del Nombre del Padre Me gustaría agregar que el sin sentido de la
hasta la consideración de un momento constituti- existencia, responsable de que ella exceda cons-
vo originario, que hasta podría pensarse previo a tantemente al saber, no tendría ninguna determi-
la vigencia del Nombre del Padre, donde habría nación eficaz en nuestra trayectoria humana fuera
una cierta debilidad de respuesta yoica para pos- del sentido ambiguo y para siempre fallido de la in-
tular algo relacionado con las fases primeras de terdicción en lo real del goce que constituirá pri-
la agresividad imaginaria. Peskin teoriza la identi- mariamente nuestro significado fundamental como
ficación primordial en tanto asunción de un cuer- “la madre”.
po gozante. Y sobre esa doble vía, ausencia de Vale la pena recurrir a Philippe Julien cuando
agresividad constitutiva imaginaria o efecto de nos habla de la importancia de dar lugar a lo real
forclusión del Nombre del padre, comienza a per- para que ese saber que es lo inconsciente pueda
geñarse una posible constitución subjetiva en inscribir la imposible e irreductible completud de
torno a lo que Lacan concibe como “sinthoma”. lo simbólico y la imposible relación sexual, a lo
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que yo agregaría el imposible incesto. También sus ideas que conduce, al comprender sus con-
nos dice por qué Lacan utiliza la figuración del ceptos, a establecer un contacto más íntimo con
nudo borromeo para distinguir entre la “religión la realidad conceptual que ya habita al lector,
verdadera” y el psicoanálisis. La verdadera reli- efecto de haber transitado el camino del desequi-
gión es RSI, realizar lo simbólico de lo imaginario, librio que las nuevas ideas recibidas y ordenadas
realizar la verdad que no cesa de dar sentido en según su valor conceptual y creativo producen.
su semidecir, “mi-dire”. Por el contrario, el psico- Abrir un libro con la disposición inicial de le-
análisis es IRS, imaginarizar lo real de lo simbóli- erlo no es tarea sencilla, porque escondido en
co, pero por un imaginario agujereado y no un ese inerte objeto se manifiesta un sujeto, alguien
imaginario yoico de plenitud narcisista. Él insiste que habiendo viajado por una realidad cultural
en que el psicoanálisis no se contenta en dejar singular se ha visto impulsado a dejar huellas de
hablar a la verdad en un “mi-dire”, sino que apun- su evolución intelectivo-afectiva. Escribir es, en-
ta a la invención de un saber sobre lo real, que se tonces, un acto de entrega a los otros, similar al
descifra a través de las formaciones del incons- efecto que produce el despliegue de la inteligen-
ciente, y que hace que las resistencias al psico- cia en la relación amorosa. Así, el objeto libro
análisis sean mayores cada vez. trasmutó su objetalidad en subjetividad.
Entonces, Peskin, en su delicado trabajo y en Sí, un libro es un sujeto, cambiante como
un constante borde, podría hacernos partícipes de cualquier otro sujeto, porque es lo que el lector
la pregunta: el Edipo, ¿es la introducción del sen- puede hacer de él. Se muestra como una cuali-
tido, la epifanía?, ¿o la ruina del sentido, la castra- dad y como tal es una adjetivación de un aspec-
ción? Decir que el Edipo es la verdad última del in- to del mundo porque predica no sólo en el senti-
consciente representa reducir la escisión del sen- do gramatical de este término, sino también en el
tido y del goce y restaurar la armonía subjetiva o que remite a relato, narración y finalmente en
mostrar su imposibilidad, en tanto es sentido cons- aquel otro que se refiere al prestigio adquirido, a
truido sobre el sin sentido del Nombre del Padre, la autoridad, es decir, al predicamento logrado.
justamente porque el primer gran significado que Esta propiedad, alcanzada como consecuencia
es la madre no significa más que una interdicción del contacto con la letra impresa, relaciona al
absoluta de goce con lo real, que recién deviene lo libro con una de las singularidades de la que sólo
real después de la primera asunción significante el hombre es capaz: la libertad. Los vocablos
en toda su eficacia determinante. En síntesis, libro y libertad están íntimamente ligados no sólo
Leonardo Peskin nos introduce explícita o implíci- por la amplitud de visión que los libros donan a
tamente en ese sinfín de interrogaciones con el quien los hace propios, sino también porque tie-
mérito magnífico de que se juega constantemente nen igual raíz etimológica, el vocablo latino liber.
en el psicoanálisis desde el lugar de la cura. Otra particularidad conmueve al lector de li-
bros psicoanalíticos: la cualidad de su referencia.
Jaime Szpilka Todos los libros son, por derecho propio, relatos,
narraciones relacionadas con personajes ficticios
***
–no importa que tengan existencia real, porque al
La relación paciente-terapeuta. perder su especificidad de objetos, en el sentido
El campo del psicoanálisis y la psicoterapia de lo que está delante del sujeto, adquieren la vir-
psicoanalítica tualidad que la mediación de la palabra les otor-
Joan Coderch, ga–; y cuando de escritos técnicos o científicos
Fundación Vidal y Barraquer, Barcelona, Paidós, se trata, sus referencias alcanzan siempre cierta
271 páginas antropomorfización en la psique de los lectores o
estudiosos, lo que los caracteriza como simula-
La lectura y aprehensión del contenido de un libro dos.
y su posterior comentario despierta en quien Lo conmocionante en el relato psicoanalítico
debe realizarlo distintos estados anímicos. Uno es su discurrir sobre personas reales que, si-
de ellos es consecuencia de la metabolización de multáneamente, tienen atributos ficticios. Lo fic-
cional y lo real, en el sentido de verdadero, de sis relacional, como metateoría, el que ha puesto
efectiva, cierta, positiva existencia, están unidos el acento en el aspecto creador del lenguaje –aun
de consuno. Dos universos, como dos constela- coincidiendo con sus argumentos–, sino que ello
ciones con sus adjetivaciones disímiles y en cier- es consecuencia del descubrimiento de la trans-
to transcurso temporal opuestas, conviven en un ferencia. Prueba de esto es la importancia que
mismo organismo. Lo afectante es el compromiso tiene el discurrir fantaseoso del analizante y la
que el analista adopta con los distintos persona- dinámica transferencial. En este sentido, dejar de
jes, quienes, vestidos con un solo ropaje, acuden lado el concepto de pulsión como dinámica bási-
a su consulta a la manera de aquellos que bus- ca para la organización del psiquismo, puede dar
caban autor para que les confiriese vida repre- lugar a que quienes se forman como psicoanalis-
sentacional. tas utilicen teorías valiosas –como la que postula
La escritura psicoanalítica se manifiesta el doctor Coderch– como pantalla defensiva para
como un relato conmovedoramente virtual y real, obviar la consideración y elaboración de la se-
por ser la única narración que es secuela de la xualidad infantil y del complejo de Edipo.
captura de intelecciones, emociones, sentimien- Es menester entender que la pulsión como
tos que encarnados en personajes deben ser li- concepto no sólo representa a poderes orgánicos
berados de las fantasías dolientes y por cierto li- sino que deslinda, es decir, separa, distingue lo
mitadoras del transcurrir patológico, siempre co- anímico de lo corporal indicando así que, a dife-
nectado con el pasado, para simultáneamente rencia de lo que acontece en la animalidad donde
señalarles el derrotero del futuro, temido en tanto el psiquismo reifica lo corporal organizando una
ello comporta la conciencia de la propia respon- capacidad de intelección sujetada a las necesida-
sabilidad en la organización de una historia. Es des orgánicas, la pulsión organiza un psiquismo
una captura que al liberar compromete. que se sostiene y desarrolla en contacto con la al-
No crea el lector que estas líneas son un en- teridad.
sayo sobre el libro, o lo que lo hace posible: la es- En el capítulo primero, Coderch analiza la in-
critura, es sólo expresión de lo que en mi imagi- cidencia de los cambios culturales en las teorías
nario ha dejado la lectura del excelente libro del psicoanalíticas y su repercusión en la relación pa-
doctor Joan Coderch, miembro titular en función ciente-analista, sosteniendo que Freud intentaba
didáctica de la Sociedad Española de eliminar el factor subjetivo en las investigaciones.
Psicoanálisis. Investigador conspicuo, docente Tal aseveración es contradicha por lo sostenido
versado, estudioso de las relaciones humanas a en Psicología de las masas y análisis del yo.
las que lo ha llevado su formación y desarrollo Freud no tenía, como sostiene el doctor
psicoanalítico, y autor de varios libros que dicen Coderch, una fe ciega en la razón, en la ciencia y
de su versación. en la existencia de verdades esenciales, la inteli-
El texto que me ocupa es un estudio minu- gencia era para él un arma poderosa para do-
cioso de las dinámicas que relacionan a paciente meñar y ennoblecer la vida pulsional, tal como lo
y terapeuta desde la órbita de la escuela psicoa- expresara en su trabajo de 1915, De guerra y
nalítica relacional, dispuesto en seis capítulos muerte. Temas de actualidad.
acompañados de una introducción en la que El lector es introducido en el segundo capítu-
enuncia lo que desarrollará en sus seis divisio- lo dedicado al cambio psíquico como objetivo de
nes. la relación paciente-terapeuta de la mano de
Desde el epígrafe con el que encabeza su in- quienes inicialmente se ocuparon del problema
troducción, el doctor Coderch da cuenta de lo que del cambio en la filosofía occidental, para acer-
será uno de lo númenes de su trabajo: el lengua- carse a la concepción de “la mente como algo
je, entramado de aquello que sucede entre los que se halla en un estado de movimiento ininte-
dos protagonistas de la terapéutica psicoanalítica rrumpido”.
y que da lugar a distintas modalidades relaciona- Considerando a quienes sostienen que el
les. hecho de que se produzcan cambios en el yo de
No es, disintiendo con el autor, el psicoanáli- los individuos no conlleva al desarrollo de cam-
910 REVISTA DE LIBROS
bios estructurales, el doctor Coderch expresa que Podríamos también definir a Freud, considerando
los cambios significativos son siempre produci- su historia personal y la creación del psicoanáli-
dos por la interpretación y el insight consecuente, sis, como un franco opositor a las manifestacio-
habida cuenta que la profundidad y cualidad de la nes afectivas, puesto que muchas veces las tilda
modificación lograda supera con amplitud la ob- como procesos resistenciales. Cualquiera de
tenida con otros procedimientos. estas dos opciones, según la lectura que de ellas
El capítulo tercero está dedicado a funda- se hiciese, nos mostrarían a una personalidad
mentar que la unidad básica de investigación es con cualidades positivas o negativas. Pero el es-
la relación paciente-analista, objetivo por el cual plendoroso valor de su obra es haber conseguido
se adentra el autor en los antecedentes históricos hacer de las razones del corazón razones de la
de la teoría relacional del psicoanálisis como pro- razón y viceversa. Asimismo, Freud jamás pre-
ducto de la convergencia de distintas escuelas o tendió que se renunciara a los deseos infantiles y
corrientes del pensamiento analítico, a las que sí propendía al ennoblecimiento de la dinámica
considera con un lenguaje atractivo que de inicio pulsional.
conduce hacia la clara comprensión de lo ex- El libro finaliza con un capítulo dedicado al
puesto. diálogo y la comunicación en el proceso psicoa-
El capítulo cuarto está dedicado a la conside- nalítico, relevando los tres usos que pueden ha-
ración de la empatía en el diálogo psicoanalítico. cerse del lenguaje: el estratégico, el comunicativo
Para ello, el doctor Coderch recurre a distintos y el desinformativo, y con la exposición de frag-
autores que se han ocupado del tema, destacán- mentos de un caso de análisis que realzan las
dose para la práctica psicoanalítica la actitud del concepciones teóricas sostenidas. Se trata de un
terapeuta que escucha a su paciente desde la in- texto evidentemente necesario para todos aque-
terioridad de aquél, lo que lo conducirá a viven- llos que practican la psicoterapia y el psicoanáli-
ciar el proceso terapéutico como el campo psi- sis.
cológico formado por la intersección de dos sub-
jetividades distintas. Estas ideas son enriqueci- Yako Román Adissi
das con el relato de un material clínico atrayente,
con el cual ilustra lo que entiende por cualidad
empática, que orienta al analista a escuchar
desde la interioridad del paciente.
El capítulo quinto está dedicado a la conside-
ración de la perspectiva intersubjetiva en el pen-
samiento psicoanalítico como aquella en la que el
otro no es sólo percibido como el objeto de las
necesidades, los impulsos o la búsqueda de co-
nocimiento, sino como un self separado y análo-
go, objetivo por el cual comenta algunas de las
opiniones más relevantes sobre el tema. Hacia el
final de este capítulo, Coderch presenta al crea-
dor del psicoanálisis como un típico racionalista
de su tiempo, y a su método terapéutico como un
derrotero para conocer conflictos y renunciar a
deseos infantiles. Definir a una persona como ra-
cionalista implica aceptar una de las condiciones
básicas de la humanidad. La utilización de los
procesos inteligentes ha dado lugar a magnas
creaciones de la cultura que dicen de la honora-
bilidad del hombre, así como a conductas abe-
rrantes que lastiman la condición humana.
Revista de revistas
Comisión: Cristina Tate de Stanley (coord.), Gloria Gitaroff,
Diana Pollak de Lisenberg, Beatriz Agrest, Graciela V. Consoli,
Rosa Petronacci de Hacker, Alicia Lotufo de Wainstein
En cuanto a la segunda pregunta, el autor mujer fatal fue creada por los hombres que la ro-
señala que Andreas-Salomé no se sentía atraída dearon. Su entorno la caracterizó como una
por la forma habitual de los vínculos entre ambos mujer brillante intelectualmente y con una increí-
sexos, sino que privilegiaba las relaciones inte- ble capacidad para comprender a los otros con
lectuales; en este sentido, desalentaba tanto a una mente fría, analítica, masculina. La posibili-
burgueses como a bohemios. Supone además dad de escuchar en silencio y el talento para
que el sueño de esta mujer consistía en vivir en comprender funcionaban como un receptáculo
una suerte de comunidad fraternal unida por vín- vacío propicio a ser llenado, demostraba una pa-
culos intelectuales, suposición que basa en la sividad que llevaba a revelar el deseo masculino.
historia familiar de Lou, hermana menor de cua- La actividad femenina se manifestaba en la iden-
tro hermanos varones: podía ver a un hermano tificación con este deseo y, de este modo, des-
escondido en cada hombre. Se resistió a la mo- truía la lógica de la alienación que gobierna el
nogamia y al matrimonio, huyó siempre de la po- modelo patriarcal de las relaciones amorosas.
sibilidad de constituir una familia. En sus escritos El silencio y la frialdad, combinados con un
enfatizó la ambivalencia como inherente a su cálido interés por el otro, se constituían en una
constitución, que se evidenciaba en su relación pantalla que reflejaba y representaba el deseo
con los hombres en un movimiento simultáneo de masculino. El autor cita a Nietzsche, quien se re-
acercamiento y alejamiento. Es por esto que esta firió a ella en estos términos: “No es el eterno fe-
relación puede caracterizarse con una metáfora menino lo que mueve a esta chica, es el eterno
acerca de su ambivalencia: fuego y hielo con la fi- masculino”. Mazin considera esta sentencia
gura retórica de oxímoron, una fría pasión. El como una proyección que demuestra que en el
autor supone que esta ambivalencia puede haber espejo masculino ella se reflejaba como una
sido el resultado de un conflicto entre dos dese- mujer fatal, como una mujer que compelía al
os, el deseo sexual y el deseo de ser reconocida hombre a sufrir, o quizás como una mujer que no
por sus valores intelectuales. Su meta sexual es- se restringía a ser reducida a un objeto. El autor
taba alejada de una posible unión marital y se di- recuerda que la mujer fatal tiene una comunidad
rigía a una fraternidad intelectual. La integridad de idea con el deseo masoquista, el deseo que
de su cuerpo no podía quedar resguardada a par- suma las experiencias de amor y de dolor como
tir de la dependencia de un solo objeto porque indisolubles y que incluye la muerte en la relación
esto le significaba esclavitud espiritual, su integri- hombre/mujer. La mujer fatal constituye una pro-
dad quedaba resguardada con la existencia de yección de los mecanismos de autodestrucción.
un escudo protector fraternal.
La idea particular sobre esta “integridad fe- Alicia Lotufo de Wainstein
menina” quizás haya sido el motivo por el cual
Lou Andreas-Salomé comenzó su vida sexual
después de los 30 años. Esta preservación de la
virginidad por largo tiempo es considerada por el
autor como ligada no solamente a los deseos in-
cestuosos, sino también a la angustia sobre la
propia integridad. Esta idea de integridad queda
así opuesta a la idea de incompletud y de castra-
ción.
Para el autor, el concepto de narcisismo des-
crito por Andreas-Salomé –los propios límites en
continua expansión– constituye un mecanismo
de defensa contra la incompletud y la castración
y coloca al ser narcisista femenino como el lugar
de la imagen de los otros.
La imagen de Lou Andreas-Salomé como
Correo de lectores
Comentario sobre la mesa redonda del 30 de poder pensar”, en el cual habló de su inquietud
octubre de 2001: acerca de la regla fundamental que exige “decir-
“Reanálisis, autoanálisis, análisis del analis- lo todo”. Haciendo una extrapolación podríamos
ta” manifestar nuestra intranquilidad frente a la su-
puesta necesidad de un “blanqueo”, proponiendo
Quizás ningún otro momento tan oportuno como un derecho al secreto como condición para el
el de hoy para leer la transcripción de esta mesa análisis. En ese caso, la falta de “confesión” es-
que en el après-coup nos invita a pensar el análi- taría vinculada a la necesidad de defender una
sis del analista, único garante de la tarea imposi- intimidad y no a un sentimiento de vergüenza que
ble, psicoanalizar. Diálogo a distancia, sólo inten- justifique un “silencio púdico” o una “piadosa
taré arrimar algunos interrogantes que continúan mentira”.
insistiendo. Agrego unas preguntas: ¿por qué reanálisis?
Mónica Armesto se manifiesta preocupada ¿Es que acaso no pensamos que el análisis es un
por la baja incidencia de reanálisis entre los psi- proceso que se desarrolla en un tiempo diferente
coanalistas. Menciona una encuesta en la que del cronológico, con un comienzo y un final difícil-
consta que solamente el 35 % lo transita a pesar mente fechables? Supongamos un candidato que
de la conocida sugerencia freudiana. En esta ac- comienza su formación, ¿su análisis didáctico es
titud ella percibe resistencias y expresa su des- un reanálisis porque cambió de analista, porque
confianza acerca de la capacidad del autoanáli- entró en un régimen institucional, por qué?
sis. También Madeleine Baranger duda, y opina Personalmente preferiría hablar de proceso analí-
que quizás haya que “reacondicionar el aparato tico si tal proceso se sostiene aun desde antes de
mental que pudo haberse desgastado” por el tra- la primera entrevista y cursa con interrupciones,
bajo con los pacientes (a veces sucede exacta- autoanálisis y eventuales cambios de analistas
mente lo contrario) y cuestiona si el empeño de hasta el final de la vida. De no ser así, diría que
resolver todo mediante el autoanálisis no es una no hubo instalación de trabajo analítico.
trampa por identificación fantasmática con Freud. Coincido con Madeleine Baranger cuando
Carlos Basch, por su parte, confía en que hay dice que lo que podemos esperar de un analista,
muchos más reanálisis, pero cree que sólo algu- más que de un paciente común, es que el análisis
nos pocos lo “confiesan”. no lo suelte más. Pero quiero agregar que esto es
Algunas disquisiciones. Sabemos que los diferente a que un analista didáctico, haciendo
candidatos que comienzan su formación poseen abuso de su poder, “no lo suelte”, no lo deje ex-
un análisis previo, generalmente muy largo, en perimentar las posibilidades de su autoanálisis y
cuyo caso el didáctico es ya un reanálisis. le genere entonces comprensibles resistencias al
Asimismo cabría preguntarse cuántos son los análisis.
analistas que han aceptado “confesar”. Estas ob- Estos comentarios nos arrojan de lleno en el
servaciones quizás nos llevarían a concluir que la tema del vínculo entre el análisis del analista y la
metodología estadística, camisa demasiado elás- institución. Norberto Marucco, con su proverbial
tica y, no obstante, tan cara para la investigación sinceridad, afirma que las dificultades en la articu-
empírica, no es sin embargo la más conveniente lación pueden deberse a puntos ciegos en el ana-
para ser aplicada en las disciplinas humanas. lista didáctico y a imperialismos teóricos de turno
Viene a mi memoria el artículo de Piera que conciben el fin de análisis desde una postura
Aulagnier, “El derecho al secreto: condición para dogmática que deja de lado la prioridad del ámbi-
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juego como vía regia para el acceso al inconcien- a otra, estas “memorias procedimentales” no
te, pero enfatizando que ésta no es suficiente en trasladan a un texto, sino a “un modo de estar,
la comprensión de la problemática actual del pa- sentir y actuar con el otro”. Así también, una re-
ciente por el cual se consulta. presentación desencadena un afecto que, a su
En definitiva, la autora plantea una vez más vez, desencadena otro, produciéndose una es-
el debate ínter-intrasubjetivo y, en el desarrollo de pecie de autoentonación de la cual no se sale
su artículo, hace una puesta en acto de las impli- con una interpretación o reconstrucción exclusi-
cancias teóricas de las corrientes psicoanalíticas vamente, sino con una operatoria específica del
actuales que postulan “la intersubjetividad como analista que pueda destrabar ese proceso afecti-
paradigma del origen y la estructuración del psi- vo que se retroalimenta a sí mismo.
quismo”. La actividad del analista se ve convoc ada
centralmente, a partir de una ampliación y con-
Leonardo Martín Solvey cepción particular de la represión. Hugo
Bleichmar plantea que no todo es reprimido, ya
*** que un deseo puede no estar, no porque haya
sido reprimido, sino porque se encuentra inhibido,
Comentario sobre el artículo “La multiplici- pues nadie lo estimuló para su desarrollo. La
dad de procesamientos inconscientes y sus tarea analítica, en este sentido, se piensa no
consecuencias para el tratamiento como un desreprimir, sino como un dar lugar a
psicoanalítico”, de Hugo Bleichmar (Revista aquello que no lo tuvo, no por prohibición, sino
de Psicoanálisis, LIX, 2, 2002) por falta de estímulo de las figuras significativas
de ese sujeto.
Este interesante trabajo nos trae nuevos aborda- En este punto, el autor plantea un incons-
jes teóricos que implican un punto de vista de la ciente originario, que no es el de la represión pri-
clínica distinto del modo clásico de concebirla. En maria. Un inconsciente que contiene “estados
este planteo, si bien se incluyen las representa- afectivos del self tal como se van formando en el
ciones y las palabras, también se introducen “me- lactante, esquemas sensorio-afectivos-motrices,
morias procedimentales”. Las mismas resultan de bajo los que están inscritas las relaciones del su-
la interacción con otros significativos y suponen jeto con el otro”.
el modo en que uno se relaciona “más allá de las Durante el tratamiento, entonces, tenemos
palabras”, donde predominan afectos y actos, diferentes modos de procesamiento: el que se da
que no remiten a representaciones que hay que de acuerdo al modelo clásico, el de las palabras
traducir con palabras. Es el “modo de estar con el y las representaciones, y el propio de esta me-
otro, la manera de interactuar, lo que predomina moria procedimental que se recupera en la inte-
en el campo de la memoria procedimental. De racción actuada de analista y paciente.
manera que acá no se trata de buscar el texto in- Un campo que, según entiendo, va más allá
consciente al que remite tal afecto o tal acto. de la transferencia. En tanto dilucidación de un
El autor plantea diferentes modos de estruc- texto inconsciente representacional, resulta más
turación de lo inconsciente: el inconsciente origi- un dispositivo que incluye diversos modos de es-
nario de las interacciones con el otro; el incons- tructuración del inconsciente: uno que implica a
ciente originario de la identificación; el incons- las palabras (el clásico) y otro que abarca los
ciente efecto de procesos defensivos; el incons- afectos, los actos y los esquemas sensorio-moto-
ciente desactivado. res tanto del paciente como del analista. Estos
El inconsciente clásico del sueño no es sufi- campos corren por cuerdas separadas, o por lo
ciente para comprender la vida anímica total de menos uno no subsume al otro.
una persona, donde predominan afectos, actos y Sabemos hace tiempo que las palabras tie-
posturas que responden a modos de interacción nen un límite en ciertas patologías como las psi-
primitivos. cosis y las personalidades borderline.
Así como las palabras llevan de una cadena En este artículo, el autor pone el acento en
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En memoria
Adalberto L. A. Perrota
Fe de erratas
En el índice de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS, tomo LIX, número 4, año 2002, junto a los nombres de
Leticia Glocer Fiorini, Julio Woscoboinik, Inés Hercovich y Susana Vinocur, debió aparecer el de
Oscar Paulucci.