El Secreto de J Gaby Franz
El Secreto de J Gaby Franz
El Secreto de J Gaby Franz
Manada Taylor 5
Gaby Franz
EL SECRETO DE J
Copyright © 2015 Gaby Franz
Portada y diseño interior: Fabián Vázquez
ISBN-13: 978-1517067069
ISBN-10: 1517067065
Khabox Editorial
www.khabox.com
KE-001-0105
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propiedad intelectual.
Bakú: Ciudad en donde se establece la comunidad de los cambiaformas oso
liderados por Ketan.
City Valley: Ciudad donde se establecía la manada Carter.
Albany: Pueblo en donde se establece la manada Taylor.
Bringtown: Ciudad en donde se establece la manada Bronson.
Truco o dulce para Samy
F altaban pocos días para Halloween y Samy estaba muy entusiasmado
con los disfraces. La casa estaba en caos. Con Iason embarazado y
sus gemelos a pocas semanas de nacer, nadie tenía tiempo para jugar a las
travesuras de Halloween.
Desde que había llegado a Albany, se había sentido aceptado por todos.
Por todos menos por su pareja que cada día se alejaba más de su lado. J era
el hombre más hermoso y sexy que había conocido. Quería lamer cada uno
de sus tatuajes y que J lo follara hasta perder la conciencia. El único
problema: J se negaba a tocarlo hasta que Samy tuviera la edad suficiente
para ser reclamado. Las consecuencias: Samy estaba demasiado caliente
para soportar el tiempo que le quedaba hasta cumplir los malditos dieciocho
años.
Había encontrado a su pareja. Bien. Pero si su pareja no lo tocaba iba a
tontear con otros chicos para aplacar el calor interno que lo estaba
consumiendo. Él pensaba que nadie podría culparlo por eso, ¿verdad? Era
un adolescente con sus hormonas haciendo ebullición y, si no hacía algo al
respecto, iba a morir de bolas azules. Literalmente.
Ahora, recostado boca abajo en el sofá de la sala de los Swift, le había
tocado cuidar a Coralle. La niña era una dulzura y casi nunca hacía
berrinches.
Mientras la niña dormía, Samy estaba mirando un catálogo de disfraces.
Quería un traje de demonio, pero no podía decidirse por el color: ¿rojo o
negro? Los diminutos shorts y el top parecían ajustarse al cuerpo como una
segunda piel en la modelo. La capa era grande llegando hasta los talones y
las botas altas pasaban las rodillas. Una corona con cuernos eran la frutilla
del postre. Ese disfraz había sido creado para infartar y él quería infartar a J.
Tendría a su compañero en la palma de su mano o perdería su virginidad
con alguno de sus muchos admiradores que había conseguido en el pueblo.
J tendría que elegir porque él no pasaría Halloween sin ser follado como los
dioses… o los demonios.
Decidido, tomó el teléfono e hizo el pedido del disfraz rojo. Sonrió,
sabiendo que J se volvería loco cuando lo viera enfundado en ese diminuto
y provocador vestuario. Pero esta vez, Samy estaba dispuesto a llegar a las
últimas consecuencias. Y por su vida que lograría seducir a J.
La puerta de entrada se abrió y un Iason muy hinchado y caminando
pesadamente entró.
Iason miró el catálogo que sostenía Samy en sus manos y puso los ojos
en blanco.
—¿Aun estás empecinado en los disfraces de Halloween?
—Sep. Ya encargué el mío. ¿Quieres que elijamos uno para ti?
Iason lo miró con los ojos como platos y señaló su hinchado abdomen.
—¿Estás bromeando?
—Puedes disfrazarte de calabaza —ofreció Samy batiendo sus pestañas.
Iason pudo los ojos en blanco nuevamente. —Seguro. Pareceré una
calabaza a punto de explotar.
—Por lo menos rellenarás el disfraz. Creo que serías una calabaza
adorable.
—Ni lo sueñes —sentenció Iason y cuando Samy le ofreció su mejor
sonrisa, supo que estaba perdido. No solo Samy se pondría el disfraz más
provocador del catálogo sino que lo obligaría a disfrazarse de una jodida
calabaza. Perfecto.
Iason se sentó en el sofá, abriendo exageradamente las piernas para
acomodar su pesada barriga. Estar embarazado apestaba: hinchazón,
dolores de piernas, mear a cada rato y no poder ver su polla porque tenía el
vientre tan hinchado que mirar hacia abajo lo mareaba. Quería una familia,
amaba a Ben con locura y los bebés eran el premio a su amor pero…
¿podría ser menos molesto? Y aún le quedaban unas cuantas semanas…
Simplemente ¡el infierno!
Samy bufó mientras apretaba las mejillas de Iason y hacía que sus
labios formaran la boca de un pez. —Deja de preocuparte tanto —ordenó, y
liberó la cara del coyote que ya echaba fuego por los ojos.
—No estoy para tus bromas, Samy —gruñó Iason. Impotente de no
saber cómo manejar su cuerpo, se movió, buscando una posición más
cómoda—. Joder, nadie me avisó que moverse sería tan complicado como
aterrizar un jet en una isla.
—Tú la tienes por partida doble. Ben va por todo, ¿verdad? —comentó
Samy guiñándole un ojo a Iason.
—¿A qué te refieres? —preguntó el coyote entrecerrando los ojos. Ese
niño era un provocador, lo sabía y siempre caía en sus trampas.
—¿Sabías que los osos entramos en época de celo en el invierno? —
preguntó distraídamente Samy.
—¿Y eso qué jodidos tiene que ver con el comentario que hiciste sobre
Ben?
—Pues… me preguntaba… si los gatos también entran en celo con la
luna llena. ¿Es un mito o es verdad?
Samy estaba saltando en su asiento, inquieto y excitado por saber más
sobre los felinos. Ese Halloween sería luna llena y si era verdad que los
felinos entraban en celo en esa época… J sería una presa fácil.
Iason apretó los labios, el niño se estaba buscando un coscorrón. —No
te diré nada. Estás planeando algo. Puedo ver los engranajes de tu cerebro
funcionar. Esta vez no caeré en tu trampa.
—Iason… —rogó Samy.
—Nop.
—Le preguntaré a Amber o a Camy.
—No te atreverás —chilló Iason agarrando a Samy del brazo para evitar
que hiciera pasar a las dos mujeres por una situación tan vergonzosa.
—¿Quieres apostar? —retó Samy.
Iason liberó a Samy. Vencido por el demonio dejó escapar un suspiro
largo que casi vació sus pulmones y luego confesó: —Es verdad.
Samy aplaudió haciendo que Iason cerrara los ojos. Había sido atrapado
y no quería estar cerca en la siguiente luna llena cuando J quisiera ahorcarlo
por revelarle ese pequeñito detalle al cachondo de su oso.
Samy siguió revisando el catálogo tratando de convencer a Iason para
que usara un disfraz de calabaza. Iason no se dejaría convencer. No,
definitivamente no lo haría. ¿O sí?
J estaba tallando las puertas de un mueble cuando Tobby entró al taller
algo cabreado.
—¿Pasa algo? —preguntó lleno de confusión. El oso era por lo general
muy pacífico y amable pero últimamente estaba de un humor de perros.
Tobby bufó y se puso a destrozar una tabla de madera con una cuña de
metal. —Remy —gruñó entre dientes.
—¿Tuvieron una pelea? —preguntó J muy sorprendido. De todas las
parejas, los que parecían comprenderse completamente eran Remy y Tobby.
¿Qué habría pasado para que el oso estuviera de este humor de perros?
—No quiere que nos vayamos a la casa del bosque en el invierno.
—Creo que no quiere tener su culo frío y, si fuera él, pensaría de la
misma manera —dijo J despreocupadamente y tratando de aligerar el
humor de Tobby.
Tobby lo fulminó con la mirada y J supo que había metido la pata.
¿Dónde se había ido el hombre dulce que había conocido?
—Tú no entiendes. Los osos entramos en celo en el invierno.
Necesitamos pasar con nuestras parejas más tiempo. Remy se niega a dejar
la cafetería, tampoco quiere que nos vayamos de Albany. ¡Voy a morir de
mal de bolas azules! —Se agarró el pelo entre sus manos y empezó a tirar
de los mechones salvajemente.
—Tobby, ¿no estás exagerando? —preguntó J algo asombrado y
acercándose para sujetarle las manos.
Tobby soltó su pelo y miró a los ojos a J. Una sonrisa diabólica se
asomó en sus labios. —Tienes a un oso de pareja. Ya entenderás de lo que
te estoy hablando. Samy se pondrá demasiado cachondo en el invierno,
apenas si podrás salir de la cama. Créeme, este invierno se hará muy difícil
para ti no reclamarlo.
J tragó duro. Samy era un demonio provocador y siempre estaba
tratando de seducirlo. Él había tratado de usar cada gramo de su voluntad
para evitar caer duro y sin retorno.
Acarició su pecho, seguro de que sus métodos para mantener su lujuria
controlada funcionarían. Tenían que funcionar. No podía tomar a Samy
antes de que tuviera la edad adecuada. Si hacía eso, jamás podrían unir sus
almas. Y él no correría ese riesgo. Su jaguar rugió en su interior y la piel de
su pecho se calentó, quemando. La luna estaba cerca y él tendría que irse
para no atacar a su compañero. Ya se le estaba haciendo muy dificultoso el
contenerse como para tener a Samy montado en su regazo tratando de ser
follado.
—¿Me prestas la cabaña del bosque por unos días? Voy a tener que irme
para la luna llena —preguntó J y Tobby lo miró comprendiendo lo difícil
que era la situación para el felino.
—Luego pasa por la casa para que pueda darte las llaves. Supongo que
tendré que apañármelas solo aquí por unos días.
—Gracias, Tobby. Te debo una.
—Te lo recordaré.
—Puedo hablar con Remy para ofrecerme a suplirlo en la cafetería. Tal
vez…
—Sería estupendo, pero no sabes lo jodidamente meticuloso que es mi
compañero con su repostería. Jamás dejaría que se cocinase algo que no
hiciera él en esa cocina.
—¿Lo siento? —J ya no sabía qué decir. Se encogió de hombros y
siguió trabajando. La tarde de Halloween saldría de Albany con la cola
entre las patas. No podía pasar esa noche de luna llena junto a su osito de
peluche. Su jaguar no lo resistiría.
Halloween llegó más pronto de lo que todos esperaban. La cafetería era
un hervidero de gente. Remy corría de un lado a otro tratando de terminar
los postres y dulces que le habían encargado. Joder, estaba muy atrasado.
Lo que menos necesitaba era a Tobby molestando a su alrededor. Pero… lo
que Tobby le dijo sobre J lo estaba cabreando.
—¿Por qué se lo contaste? —le preguntó furioso Remy a Tobby. El lobo
estaba enojado porque el oso le había contado a J algo que consideraba
dentro de su intimidad como pareja. Tener un compañero bocón a veces
apestaba.
—¿Porque eres testarudo?
Fuego salía de los ojos del lobo y Tobby estaba convencido de que esa
noche dormiría en la caseta del perro… una vez más. Dios, su compañero
estaba demasiado rezongón últimamente. La luna alteraba a los lobos y a
los felinos de una manera extraña. Y el frío se estaba acercando y él se
ponía cada vez más cachondo.
Inhaló el aroma de Remy y su polla respondió en un segundo. Agarró a
Remy de un brazo y lo llevó hacia la cocina de la cafetería.
—Detente, oso cochino. Leo tu mente perversa y jamás haremos esas
cosas en mi cocina —advirtió Remy con las manos en las caderas.
—Oh, sí, sí las haremos —respondió Tobby, sus ojos tenían un brillo
despiadado y su boca se torció en una sonrisa que prometía… algo.
Remy se estremeció. Conocía esa mirada y esa sonrisita y nada bueno
venía con ello. Tobby lo follaría hasta que no pudiera ni siquiera caminar.
Joder, aún tenía que terminar los pedidos de Halloween.
—¿Si acepto que vayamos unas semanas en invierno a la cabaña, me
dejarás terminar con los postes de Halloween? —ofreció Remy tratando de
convencer a Tobby batiendo sus pestañas y ocultando tras su espalda la
espátula. Si la seducción no funcionaba aún le quedaba su… espátula.
Tobby se quedó callado por un momento, estudiando a su compañero.
Joder si no era hermoso y seductor y... traicionero. No permitiría que Remy
se le escapara de las manos, no con la jodida santa erección que tenía
confinada tras sus pantalones.
—Un mes —sentenció Tobby.
Remy frunció el ceño e hizo un puchero. Cruzó sus brazos sobre su
pecho y… su espátula quedó revelada. Tobby se la arrebató en un segundo y
tuvo a Remy acostado sobre la mesa de madera de la cocina, jadeando y a
su merced.
—De acuerdo, un mes —ofreció Remy y Tobby lo besó como si ese
fuera el último beso de su vida.
Maldito oso del demonio. Sabía besar como un dios y Remy ya se
estaba derritiendo sobre la mesa. Pero tenía una misión que cumplir y no
dejaría a Albany sin los postres y dulces para Halloween. Era su deber
como el pastelero del pueblo.
—Santa jodida tarde —gimió Samy cuando entró en la cocina—.
Debieron haber colocado el cartel: “Prohibido para menores de dieciocho
años” —agregó maliciosamente—. Pero tal vez sea muy educativo observar
y aprender lo que tendré que hacer con mi compañero.
—Dios, ya entiendo por qué J quiere irse a la cabaña esta noche. —
Tobby casi se traga la lengua con el codazo que le dio Remy en el
estómago.
—¿J se va? ¿Por qué? —preguntó muy desilusionado Samy.
—Hola, es luna llena —acotó Remy con un tono burlón.
—Joder, tengo que detenerlo. Me voy —dijo Samy sin pedir permiso y
salió corriendo de la cafetería.
—Ups, creo que metimos la pata —dijo Remy en voz alta y Tobby sabía
que J lo degollaría por tener una boca tan floja.
Samy estaba enojado. No, furioso. Todos sus planes habían sido tirados
a la alcantarilla por tener un compañero jaguar más cobarde que una gallina.
Joder, joder, joder. Pero J no iba a escaparse tan fácilmente de sus garras.
Entró rápidamente en la casa y subió las escaleras sin saludar a nadie.
Se metió en su habitación y se denudó. Ya tenía su traje de demonio y la
caja de dulces “especiales” que había encargado.
Se dirigió al baño y se dio una ducha rápida.
Se vistió con mucho cuidado, obviando la ropa interior. Los
pantaloncillos diminutos del traje no permitían que pudiera usarla. Pero
¿quién necesitaba ropa interior de todos modos? Sabía que pronto estaría
desnudo si su plan tenía éxito.
Se sentó en la cama y se colocó las botas altas que se ajustaban a sus
pantorrillas como una segunda piel. Le costó bastante subir el cierre. Los
tacos de aguja eran sus preferidos y estas botas gritaban sexo.
El pequeño top apenas tapaba las argollas que se había hecho poner en
sus pezones. Anthony lo había convencido y ahora estaba contento de haber
escuchado al alocado lobo. Eran sexis como el infierno y estaba deseando
que J tirara de ellas con sus dientes. Joder, no tenía que tener una erección
con esos ajustados pantaloncillos, o rompía las costuras o su polla se
reventaría.
Se colocó la capa que cubría todo el disfraz y se la abrochó al frente.
Abrió la caja de los dulces y tomó el más grande. Un pirulín con la
forma de una gran polla. Le sacó el envoltorio y comenzó a lamerlo. Rico,
pero seguramente no tanto como la polla de J.
Estaba decidido, hoy perdería su virginidad aunque tuviera que atar a J
en una cama y empalarse él mismo en su dura polla.
Sonrió y salió de su habitación rumbo al taller donde seguramente
estaría trabajando su testarudo compañero.
J estaba lijando el mueble que había estado tallando. Al fin había
concluido y podría irse a la cabaña sin dejar su trabajo sin terminar.
EL sonido de la puerta abrirse y cerrarse a sus espaldas envió una
sonrisa pícara a su rostro.
—¿Conseguiste un pedazo del culo de Remy?
—No, pero me gustaría conseguir un pedazo de tu culo —declaró Samy
caminando sensualmente hacia él.
J se congeló en su lugar y lentamente giró. La imagen de Samy era la
personificación de un demonio. Su cabello rubio ceniza destacaba en el
brillante rojo del traje.
El oso desabrochó la gran capa que lo cubría y, con un giro de muñeca,
la hizo volar por el aire.
J se atragantó cuando su compañero, enfundado en el más diminuto
traje de demonio, se acercaba al acecho.
—S…S…S… —J balbuceaba.
—¿Qué pasa?¿Te comieron la lengua los ratones? —se burló Samy.
Samy levantó su mano derecha y se llevó el enorme pirulín con forma
de polla a la boca. Lo lamió, de arriba abajo, una y otra vez, cerrando los
ojos en el proceso, demostrando cuánto lo deleitaba.
J estaba como poseso, mirando con la boca abierta la lengua de Samy
sobre el caramelo. Joder si no quería que el caramelo fuera su propia polla.
Cerró los ojos y trató de alejar su lujuria… Bien, podía tratar porque su
polla estaba dura como concreto.
—Samy, debes volver a la casa y cambiarte de ropa. Esa… esa… —
decía señalando el traje de Samy—, no es ropa para que uses con este
clima.
—No te preocupes, los osos rara vez tenemos frío. Esa es una de las
ventajas que tendrás cuando estemos acoplados. Podré darte mi calor,
juntos, en la cama.
—Samy…
Samy ahora estaba enojado, quería que J entendiera de una buena vez
las cosas y ya estaba harto de jueguecitos. Caminó hasta estar al lado de su
compañero y apretó con su mano libre las bolas y la gran polla dura como
piedra que podía ver a través de los tejanos.
—Esto, señor mío —dijo gruñendo—, dice que me quieres. No me
apartes más de tu lado o buscaré a otro que me de lo que necesito.
Y eso fue lo que hizo que J rugiera y arrastrara a Samy hasta dejarlo
tendido sobre la mesa en la que Tobby había estado trabajando.
—¿Qué es lo que necesitas, Samy? ¿Correrte? ¿Algo de buen sexo? Si
quieres eso te lo daré, pero no te reclamaré. No pienso arruinar lo que
tendremos por una follada rápida. Sabes que si lo hago, si te follo hasta la
inconciencia como tengo ganas de hacer, nuestras almas jamás se unirán.
¿Lo sabes?
Samy se puso pálido, era evidente que no lo sabía. Ahora comprendía el
sacrificio que J había estado haciendo para no reclamarlo como todos sus
instintos le gritaban que hiciera.
J agarró el pirulín de la mano de Samy y se lo metió en la boca, lo lamió
un par de veces y luego lo devolvió a la boca del oso. —Lame —ordenó—.
Quieres una polla en tu boca, acostúmbrate a ello. —Y le metió más el
pirulín dentro de la boca haciendo que el oso se estremeciera.
J arrancó los pantaloncillos del cuerpo de Samy muy fácilmente.
Estaban unidos por velcros y fue pan comido el sacarlos. Luego fue por el
top y de un solo tirón lo arrancó.
Le dejó las botas ya que lo encendían como ninguna otra cosa.
El ver las argollas en los pezones hizo que su polla tomara nota y saltara
de alegría.
—J, ¿realmente va a suceder? —preguntó Samy, su voz cargada de
deseo, sus ojos vidriosos por la lujuria, su polla erecta y goteando
presemen.
J no respondió, solo actuó. Se agachó y se tragó la polla de Samy hasta
lo más profundo de su garganta. El oso arqueó su espalda y dejó escapar un
profundo gemido de placer.
Lamió, chupó y mordisqueó hasta que sintió las bolas de Samy
apretarse, entonces liberó la caliente carne de su boca, provocando un
quejido ronco de su compañero.
J agarró el pirulín de la boca de Samy y sonrió. —Ahora viene lo bueno
—prometió, y Samy se estremeció.
Sin perder tiempo, colocó las piernas de Samy en sus hombros y separó
las nalgas redondas y deliciosas del culo que se ofrecía a él. Divisó el
rosado agujero que latía con necesidad y anticipación. Se relamió y luego
lamió la abertura una y otra vez.
Samy estaba en el cielo y no sabía qué había hecho para merecer tanto
placer. Si esto se sentía el ser lamido, no podía imaginar lo que se sentiría
cuando J lo reclamara hundiéndose muy profundo en su cuerpo.
Entonces, J empezó a acompañar a su juguetona lengua con sus dedos,
provocando, tentando, haciendo que Samy se estirara y deseara más.
—Más, más, J, por favor —rogó Samy.
Cuando J tuvo cuatro de sus dedos metidos en el culo de Samy los retiró
y entonces comenzó la diversión.
Lamió una vez más el pirulín y lo introdujo lentamente en el culo de
Samy. Poco a poco el dulce fue ingresando dentro del caliente canal,
haciendo que el calor interno del cuerpo de Samy derritiera un poco el dulce
y lograra resbalar más fácilmente. J podía imaginar su polla deslizarse de la
misma manera, tocar el punto dulce de Samy y hacerlo estallar de puro
placer.
Pero aún no. Tenía que esperar. Su pecho ardía tratando de retener a su
bestia bajo las cuerdas. Sabía que los hechizos de sus tatuajes lo protegerían
de caer en la tentación, pero dolía como el infierno.
Samy se abría más a él y J metió completamente el dulce dentro.
Empezó a sacarlo y meterlo en un compás frenético y constante, tocando la
sensible glándula de placer de Samy en cada oportunidad.
Samy gemía y babeaba, sentía que su cerebro se estaba haciendo
papillas y que su polla podría estallar en cualquier momento.
Y todo pasó en un instante. Sus bolas se apretaron contra su cuerpo, su
polla se elevó más dura y chorro tras chorro de semen salió disparado hacia
J.
—JJJJJJJJJJJJJJ —gritó Samy cuando trataba de bajar de la cresta de la
ola de su orgasmo.
Cuando Samy estuvo relajado sobre la mesa, J retiró el pirulín del culo
y luego lo lamió varias veces. —Mmmm, delicioso.
Samy casi se traga la lengua ante la vista tan erótica que su compañero
le estaba dando.
—¿Estás satisfecho? —preguntó J con diversión.
—Quiero chuparte —declaró Samy y antes de que J registrara las
palabras, estuvo de rodillas ante él tironeando de los apretados pantalones
para liberar la dura y larga polla de los confines de la ropa.
—¡Samy! —gritó J pero luego gimió y tiró la cabeza hacia atrás cuando
la dulce boca del oso se tragó su polla por completo. Joder si esa no era la
boca más caliente y húmeda que alguna vez lo hubiera mamado.
Samy era torpe en sus movimientos pero decidido y audaz y J no se
quejó.
En pocos minutos J se corrió y Samy se tragó cada gota del semen que
salió de él.
Samy miró a los ojos a J y murmuró: —Mmmm, delicioso.
J no pudo evitar reírse y arrastrar a su compañero a sus brazos.
—Dios, ¿qué haré contigo? —preguntó J besando la cara de Samy por
todas partes.
—¿Amarme? ¿Desearme? ¿Soportarme?
—Creo que puedo hacer eso.
—Y podremos tener nuestras travesuras sin necesidad del reclamo —
aseguró Samy con picardía—. Definitivamente, los dulces y las travesuras
son lo mejor.
—Ya tuviste ambas cosas. Deberemos mejorar la parte de las travesuras,
pero me encantará practicar con un pequeño demonio como tú.
—Prometo mejorar las mamadas.
—Dios, vas a matarme —sentenció J poniendo los ojos en blanco.
Ambos se rieron y se besaron. Samy estaba feliz. Este no solo era su
mejor Halloween sino que también había conseguido que su compañero
bajara sus defensas y empezara a considerarlo.
Quería lo que las demás parejas tenían: amor, confianza, compañerismo
y… sexo. Ya quedaban pocos meses para su cumpleaños número dieciocho
y, esa noche, llegaría con J hasta el final del camino. Mientras tanto…
seguiría haciendo travesuras y disfrutando de ellas.
—¿Truco o dulce? —preguntó J moviendo sus cejas y mostrando el
pirulín.
—Definitivamente, truco.
El secreto de J
CAPÍTULO 1
J onathan salió de la casa de su hermano Alfred y se dirigió hacia el
taller donde trabajaba con Tobby.
El verano había llegado con todo su esplendor y ese día en particular el
sol picaba desde temprano.
Miró hacia la casa de los Taylor, donde vivía su compañero. Justo
cuando estaba por seguir su camino pudo ver a Samy salir hacia su trabajo
en la cafetería de Remi.
Maldijo en voz baja, el pequeño provocador se había vuelto a poner
esos shorts diminutos… y eso que se lo había prohibido.
Se debatió internamente en si alcanzar a su insolente y desobediente
pareja y llevarlo a rastras a la casa de regreso para que se cambiara, o seguir
su camino y dejar el castigo para más tarde.
Sonrió, nalguearía ese dulce culo… más tarde. Se acomodó su polla que
ya estaba llena y apretándose contra la bragueta de sus tejanos. Esa mañana
ya se había hecho dos pajas pensando en su compañero, pero parecía que
por más que lo intentara moriría de mal de bolas azules antes de que llegase
el momento de poder reclamar a su oso.
Maldición, faltaba solo una semana pero para él era demasiado tiempo.
Cuando entró en el taller, Tobby ya estaba tallando la puerta de un
mueble que les habían encargado de otro pueblo. El negocio había crecido.
Pronto deberían contratar más trabajadores ya que no daban abasto con la
cantidad de pedidos que llegaban a diario. Todos eran muebles con toques
artísticos, tallas únicas que hacían de las piezas resultantes invaluables.
Tobby quería contratar algunas personas más para que fabricaran el
mueble así él y J se podrían dedicar exclusivamente a las tallas. J estaba de
acuerdo y en breve llegarían algunos postulantes para ser evaluados. Tenían
tres potenciales candidatos, todos cambiaformas. Un castor, un hornero y un
león. Jamás había conocido a un cambiaforma ave y estaba ansioso por
conocer al hornero. Se sorprendió al saber que había cambiaformas castores
pero ¿quién era él para poner en duda algo así? Al fin de cuentas, él era tan
raro como el pobre castor.
—J, qué bueno que ya has llegado —exclamó Tobby secándose con un
paño el sudor de su frente—. Hace un calor de muerte.
—Voy a poner a funcionar los ventiladores —ofreció J con una sonrisa
fingida.
—Buena idea —acordó Tobby. Por un instante miró a J, el hombre
estaba tenso y su cara con el ceño fruncido. Sonrió, adivinando quién era el
motivo del malhumor del pobre jaguar—. ¿Samy otra vez?
J miró fijo a Tobby, sus ojos brillando con ira. —Voy a golpear su culo
apenas le ponga una mano encima —gruñó entre dientes, apretando las
manos en puños.
—¿Qué ha hecho ahora el mocoso? Esta mañana no lo vi.
J suspiró, sabía que Tobby no lo entendería, ¿o sí?
—Otra vez se puso esa ropa apretada que no deja nada librado a la
imaginación.
—Oh…, entiendo.
Tobby trató de ahogar la carcajada que quería salir de su garganta con
toda su furia. Se atragantó y empezó a toser.
—Eso te pasa por burlarte de mí —se quejó J haciendo un puchero.
Tobby se recuperó, tomó una bocanada de aire y luego trató de calmar a
su amigo.
—Mira, solo puedo decirte que trates de manejar lo mejor posible el
tiempo que queda hasta que puedas reclamar a Samy. Sinceramente te
admiro, no sé si hubiera podido soportar el estar junto a Remi por casi un
año y no poder tocarlo.
J se sonrojó y Tobby sonrió.
—Bueno…, precisamente no es que no nos hemos tocado o besado.
Pero eso me deja más caliente cada vez. Ya me han salido cayos de tanto
que he usado mis manos y no está funcionando. Estoy de mal humor,
frustrado y a punto de que mi cabeza explote. Siento que en cualquier
momento la acumulación del semen extra en mis bolas se me subirá a la
cabeza.
La sola idea de que eso sucediera en la realidad, hizo que Tobby
empezara a reírse muy, muy fuerte. Sabía que J estaba hablando
metafóricamente pero ¿cómo evitar reírse de esa imagen?
—Lo siento, hombre. Pero no puedo evitar el imaginarlo —se disculpó
sin éxito.
—Lo sé… —dijo al fin J, frustrado y abatido.
Tobby se miró sus manos, tenía muchos cayos por su trabajo con la
madera.
—También tengo cayos en las manos. Joder, pensé que era por trabajar
con la madera no por sacudir la polla de mi compañero.
—¡¡Tobby!!
J cerró los ojos muy fuerte y se tapó los oídos con las manos. Empezó a
gritar en voz alta: “bla bla bla bla bla bla bla…” para evitar seguir
escuchando.
Tobby se acercó a J y lo obligó a sacarse las manos de los oídos, luego
le puso una mano en la boca para silenciarlo.
—Dios, a veces pareces más mocoso que Samy.
—No quiero escuchar tus confesiones sexuales. No quiero imaginar
nada cuando te vea a ti o a Remi —exclamó con horror.
—No te preocupes, eso no pasará. Si Remi se entera que digo algo me
arrancará las pelotas.
—Eres un dominado.
—No lo niego, pero mi compañero es demasiado adorable para
resistirme.
Tobby batió sus pestañas y puso cara soñadora. Dios, ese hombre
babeaba cada vez que el nombre de Remi salía en alguna conversación, y
cuando estaba con su compañero no se separaba de su lado ni un segundo.
¿Todos los osos serían así? Él rezaba para que fuera así. Esperaba que Samy
fuera tan cariñoso como parecía serlo Tobby; pero el mocoso era demasiado
arisco, demasiado malcriado para reconocer que se derretía en sus brazos.
Pero él remediaría eso… muy pronto
Samy estaba atendiendo las mesas en la cafetería. El día era muy
caluroso y lo que se le antojaba era ir al río y darse un chapuzón, no estar
encerrado entre cuatro paredes. Tenía los pies hinchados pero se negaba a
dejar de usar sus zapatos rojos de tacones altos. Era lo único que aún
conservaba de su faceta rebelde cuando declaró su homosexualidad ante sus
padres y su grupo.
Dejó de maquillarse cuando J le dijo que era demasiado hermoso para
ocultar su rostro tras tanta pintura. Creyó derretirse ante ese comentario y
desde ese momento dejó de empolvarse la cara. Ocasionalmente usaba
delineador de ojos y brillo de labios, pero trataba de evitarlo ya que los
besos de su J eran los más dulces y adictivos. Pasaban horas en la hamaca
del porche de los Swift besándose y tocándose. También había cortado su
cabello, sus rizos revoloteaban alrededor de su cara en una corta melena, lo
suficientemente corta para no molestar y lo suficientemente larga como para
que su compañero pudiera enroscar un mechón en su dedo.
Él quería dejarse llevar, pero sabía que J nunca se perdonaría tomar su
inocencia antes de que “su pequeño demonio” cumpliera los dieciocho
años. Samy amaba demasiado a su compañero como para dejar que eso
sucediera. Y también amaba que le dijera pequeño demonio. Eso le
recordaba a Bart Simpson y se relamió imaginando armar semejantes
diabluras y molestar a J de la misma manera que Bart molestaba a Homero.
Jugar tenía su lado bueno. Pero jugar sin poder llegar al final... apestaba.
Remi ahora fabricaba también helados y el negocio se llenaba a todas
horas en esos días de tanto calor.
La puerta de la cafetería se abrió, el calor del exterior entró haciendo
que a Samy se le pusiera la carne de gallina ya que el aire acondicionado en
el lugar estaba trabajando a su máxima capacidad. Al girar vio a los
estúpidos de siempre. El grupito de tipejos que lo molestaba a diario. Puso
los ojos en blanco, cansado del constante acoso de Carl. El hombre no
aceptaba el rechazo y siempre estaba rodeado de sus amigotes para
acercarse a él, acorralarlo y pellizcarle el culo. Jodido cabrón de mierda.
Carl sonrió maliciosamente, devorando con sus ojos el cuerpo esbelto
de Samy. A este se le revolvió el estómago y frunció el ceño.
—Deja, me encargo de esos cretinos —dijo Anthony por lo bajo y se
acercó con una falsa sonrisa de oreja a oreja al grupito que acababa de
entrar.
Samy amaba a Anthony, se había convertido en su mejor amigo en poco
tiempo. El lobo llevó a los cretinos hacia una mesa bien alejada y entonces
él dejó escapar un suspiro.
Luego de un rato, Carl se acercó sigilosamente y cuando Samy se dio
cuenta, ya tenía al tipo pegado en su espalda, su dura polla apoyada contra
su culo.
—Eres jodidamente caliente, bebé —ronroneó Carl en el oído de Samy.
Samy se estremeció por la repulsión y trató de alejarse pero Carl lo
agarró de las caderas.
—Carl, suéltame —gruñó.
—No, me tienes al borde, cariño. Voy a follar ese dulce culo tuyo
pronto.
—Ni en tus sueños —rugió Samy y se separó de Carl usando su fuerza
de oso.
Carl pestañeó sorprendido ante la fuerza de Samy. El chico era esbelto
pero delgado y no parecía tener músculos desarrollados, no como los que
tenía él.
Sonrió antes de susurra en el oído de Samy.
—Me encanta que tengas esa fuerza, serás una cosita linda a tener en
cuenta en la cama.
—Tengo novio y lo sabes. No me molestes más.
—¿Ese bobo motoquero? No me hagas reír.
Samy estaba furioso, fuego salía por sus ojos. —J no es ningún bobo y
ya no eres bienvenido aquí. ¡Lárgate!
—No puedes hacer eso, no eres el dueño —se burló Carl.
—Pero yo sí puedo hacerlo y quiero que te largues de mi negocio. No
quiero ver tu estúpida cara nunca más asomando por aquí —gritó Remi más
cabreado de lo que Samy lo había visto desde que había conocido a su jefe.
El lobo agitaba una espátula en su mano, amenazando a Carl con darle unos
buenos azotes. Siempre andaba con una espátula en la mano, agitándola. El
chico era de temer con esa cosa en la mano y de seguro que no dudaría si
tenía que usarla—. Y llévate a tus amigos contigo. ¡¡Fuera!!
Carl estaba furioso pero no era tan tonto como para no irse. Antes de
hacerlo dejó deslizar una amenaza, una que estaba seguro cumplir: —Esto
no se quedará así. Serás mío, Samy.
—¡Jamás! —gritó Samy muy enojado. Estaba demasiado alterado, ese
idiota se había pasado de la raya y tenía miedo de que lo emboscara y le
hiciera algo irreparable.
Estaba harto de Carl. Jamás le había contado de los acosos a J pero creía
que había llegado el momento de confesarle todo a su jaguar. De seguro su
compañero encontraría la manera de protegerlo, sabía que lo haría. También
estaría muy cabreado pero prefería que estuviera enojado a que lo odiara si
Carl cumplía con su amenaza.
Él sería de J, de nadie más. Antes de ser de otro se quitaría la vida.
La noche era preciosa, la luna brillaba en lo alto y las estrellas parecían
luciérnagas bailando a su alrededor. La suave y fresca brisa que venía desde
el río era demasiado agradable. La manada había ido a correr y jugar. J y
Samy habían decido quedarse para cuidar de los bebés.
Samy estaba en la habitación de Coralle observando a los pequeños
dormir como ángeles. Cualquiera que los viera así no pensaría que esos
mocosos eran la encarnación del diablo, sobre todo cuando estaban juntos.
Tan lindos y tan revoltosos…
Nicholas era el líder, el más grande y el que ideaba las travesuras.
Coralle era una preciosidad pero demasiado precoz para su corta edad de
casi un año. En verdad… todos eran muy precoces. Nicholas hablaba
perfectamente, demasiado bien según pensaba él. Los gemelos eran otra
cosa, tenían pocos meses de edad pero se reían de las travesuras de los otros
dos y sus ojos bailaban en las órbitas, deseosos a tener las habilidades
motoras para unirse a Nicholas y Coralle. Se estremeció pensando en lo que
serían los cuatro juntos en un par de años más. Seguramente serían unos
malcriados e indomables diablillos. Y si los gemelos demostraban haber
heredado la temeridad de Ben… Su cuerpo tembló mirando esas
encantadoras caritas dormir con felicidad. No, Iason se encargaría que esos
pequeñines crecieran llenos de amor y transitaran por el camino correcto.
Pero, por ahora, los pequeños estaban dormidos, de tal manera que J y
él podrían echarles un ojo mientras jugaban un rato. Para algo habían sido
creados los monitores de bebés, ¿verdad? Sonrió a los angelitos durmiendo
y encendió el aparato, llevando el control móvil con él hacia la sala donde
lo aguardaba J.
Se relamía pensando en la piel tatuada de su compañero, en los besos
húmedos que depositaría en ella. «Yamy». Cuando entró en la sala J se
abalanzó sobre él, arrojándolo en uno de los sofás.
Luz, cámara, acción…
Sus piernas y brazos se entrelazaron, sus bocas se fusionaron, sus
lenguas batallaban por el triunfo. Los besos cada vez eran más calientes,
más salvajes, más necesitados. J desprendió el botón del pantalón de Samy
y bajó el cierre. El bajo ruido construyó más la excitación del oso, jadeaba,
su polla estaba goteando, necesitando ser tocada, lamida, succionada…
algo.
J tomó la erección de Samy en la mano y frotó arriba y abajo. La suave
piel como seda se sentía como el cielo entre sus manos callosas.
Dios, iba a correrse y sin poder evitarlo. ¡A la mierda con todo! Se dejó
llevar por el placer y dejó que J se ocupara de él. En pocos minutos su
cuerpo se estremeció y se corrió duro en la mano de su compañero.
—Joderrrrrrrr —gritó Samy mientras que su blanco y espeso semen
salía a borbotones de su cuerpo.
—Dios, Samy. No sabes cuánto te amo, cuánto te deseo —jadeó J.
El corazón de Samy se estremeció. J pocas veces le decía que lo amaba
pero, cuando eso sucedía, hacía que se derritiera. Él también amaba a su
jaguar, el felino se había metido bajo su piel y jamás podría sacarlo de allí.
—Yo también te amo, J. Te necesito…
Antes de que J pudiera responder, Samy bajó por el pecho tatuado y
liberó la polla de su hermoso compañero devorándola con la boca.
Correcto. No podía ser reclamado. No podía ser follado. Pero ¿quién
decía que no podía darle una buena mamada a su jaguar? Sonrió sin liberar
su presa de entre sus labios.
J estaba en el cielo y en el infierno al mismo tiempo. Amaba la boca de
Samy pero quería follarlo, enterrarse muy profundo en su cuerpo, marcar a
su compañero y reclamarlo de una buena vez por todas.
Una semana. Una jodida semana.
Por ahora iba a disfrutar de esa talentosa boca. Desde la noche de
Halloween Samy había perfeccionado su técnica y se había convertido en el
mejor chupapollas que hubiera conocido.
Perdido en una nebulosa de lujuria, J no supo cuánto tiempo pasó antes
de que uno de los más intensos orgasmos que había tenido lo golpeara y se
corriera dentro de la boca de Samy. Dios, su pequeño demonio se tomó
todo, cada gota del semen que dejó escapar.
J arrastró a Samy a sus brazos. Se besaron nuevamente, por un largo
tiempo, pudiendo saborearse en la boca del mocoso. Sabía que Samy iba a
matarlo. Un día su compañero iba a matarlo de puro placer.
Se abrazaron por un momento y luego que acomodaran nuevamente sus
ropas, Samy empezó a hablar. Necesitaba decirle a J todo acerca de Carl.
Ahora.
—J, hay algo que necesito decirte —comenzó Samy. Su voz temblaba y
J se tensó. Dios, esto no era bueno, pero Samy no podía evitar sentirse
asustado—. ¿Conoces a Carl?
—¿El que trabaja en el taller de reparaciones de autos? —preguntó J
tratando de mantener la calma.
—Ese —dijo Samy.
—¿Qué pasa con él? —gruñó J.
—Ha estado molestándome por un tiempo. Pero hoy… Creo que está
tramando algo. Tengo miedo que me fuerce… ya sabes.
J estaba furioso, quería matar a Carl y a cualquiera que mirara siquiera
lo que le pertenecía.
—¿Te ha tocado? —preguntó apretando a Samy fuerte contra su pecho.
Su pequeño oso no respondía, su cuerpo temblaba y J maldijo por lo bajo—.
Dímelo, Samy.
—Me ha pellizcado el culo un par de veces…
—¡Hijo de puta!¡Voy a matarlo!
Samy estaba más asustado que antes. Jamás había visto a J de esa
manera. Por lo general su jaguar era pacífico y tranquilo, pero su bestia
interior estaba asomándose. Era un depredador y ahora parecía que esa
parte de él se quería hacer cargo de su cuerpo y su mente.
—J, por favor —rogó Samy con lágrimas en los ojos—. Llévame lejos.
Quiero estar contigo hasta que me reclames. Necesito estar cerca de ti. No
quiero tener miedo.
El pedido de Samy sacudió a J. Pensó por un momento y una idea pasó
por su cabeza.
—Empaca esta noche. Mañana nos iremos a la cabaña que Tobby tiene
en el bosque. Nos quedaremos allí hasta que hayamos formado los lazos de
nuestra unión. Pero, cuando volvamos, ese bastardo me las pagará.
—J, ¿de verdad? ¿Nos iremos?
—Sí, cariño. Tú eres lo más importante para mí. Hablaré con Tobby y
con mis hermanos. Le pediré a Ben que vigile a Carl. Ese se las verá
conmigo luego, si Ben deja algo de él para cuando regresemos.
Samy se estremeció. Conocía al leopardo y lo letal que podía ser cuando
alguien se metía con su familia. Y, definitivamente, J era su hermano
preferido.
Samy casi sintió lástima por Carl, pero ahora lo único en lo que quería
pensar era en que pasaría mucho tiempo con J. Solos. Uno en los brazos del
otro. Besándose, tocándose, lamiéndose y finalmente… consiguiendo que la
hermosa y gran polla de J estuviera donde debía estar: en su culo, bien
profundo, marcándolo como suyo y uniendo sus almas para el resto de sus
días.
Sonrió, no podía esperar para que eso pasara.
CAPÍTULO 2
U nseisdíadíasnuevo, un día menos para el cumpleaños de Samy. Faltaban
y J sonrió. Entró al taller y vio a Tobby inclinado sobre un
mueble trabajando en un tallado. Se acercó y lo saludó. Iba a pedirle
prestada la cabaña. Esa no sería la primera vez que lo hacía pero era la
primera vez que iría con Samy.
—Tobby, necesito que me prestes la cabaña por unos días.
—¿Otra vez quieres alejarte de Samy? —preguntó Tobby algo
preocupado levantando la cabeza y mirando al jaguar directamente a los
ojos—. Pensé que lo peor había pasado cuando el invierno quedó atrás.
—No me recuerdes eso… Pero, no, no es eso. Quiero llevarme a Samy
lejos del pueblo hasta que formemos nuestro lazo.
—¿Y eso? ¿Pasó algo? —preguntó Tobby con evidente preocupación.
Había llegado a apreciar verdaderamente a J desde que llegara a Albany, el
jaguar se había convertido en el hermano que nunca había tenido. Que
tuviera problemas, apestaba, y no podía dejar de tratar de ayudarlo.
—Carl, el tipo del taller mecánico. Ha estado molestando a Samy y él
tiene miedo. No puedo verlo temeroso. Me lo voy a llevar lejos y cuando
volvamos seremos una pareja enlazada y vivirá conmigo, como debe ser.
Ese idiota no se acercará más a lo que me pertenece.
—La cabaña es tuya, amigo. Voy a vigilar al bastardo —gruñó Tobby
con evidente comprensión. Si alguien intentara acercarse a Remi de esa
manera… sería carne picada en un segundo, porque él no lo dejaría respirar
un instante más…, ni siquiera medio segundo.
—Gracias. Ben ya me dijo que se encargaría.
—Buenoooooooo, pobre estúpido. Carl no sabrá qué lo golpeó —
aseguró Tobby sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral ante la
mención del leopardo.
—Sep, mi hermano es bastante temerario, ¿verdad?
—J, los únicos que lo ven como la perfección son Iason y tú. Y supongo
que los gemelos van por ese camino.
—¿Será que somos los únicos capaces de ver al verdadero hombre que
es Ben?
—Tal vez… —respondió Tobby sin estar muy convencido.
—Como sea, me iré en un rato. Espero que no me mates por dejarte solo
cuando hay tanto trabajo —mencionó J con culpa en su voz.
Tobby le regaló una sonrisa. Comprendía perfectamente a J, ¿quién no
lo haría?
—No te preocupes. Lo primero es que pongas a salvo a Samy y logren
formar su vínculo. El trabajo no se irá a ningún lado. Mañana comienzo con
las entrevistas, puede ser que cuando regreses tengas nuevo compañero de
trabajo. —Estaba feliz, al fin recibirían ayuda.
—Pareces entusiasmado con la idea de las entrevistas de los nuevos
empleados —se burló J—. ¿Acaso me he perdido de algo?
—¿De qué hablas? —preguntó Tobby muy perdido sobre el rumbo de la
conversación.
—¿Tal vez esos hombre son muy calientes? —insinuó J burlándose de
la inocencia de Tobby. Sabía que Tobby jamás engañaría a Remi, ni siquiera
mirando a otro hombre.
—¡¡No!! —rompió Tobby con desesperación—. No tengo idea de cómo
son, pero nunca he conocido de esos tipos de cambiaformas. Simplemente
quería ver cómo eran. Simple curiosidad.
J se rio, alto y fuerte.
—No te preocupes, solo fue una broma.
—Que no te escuche Remi o los pondrá a hervir en una olla apenas
pasen el cartel de Bienvenidos al pueblo.
—¿Qué es lo que no tengo que escuchar? —La voz de Remi resonó
desde la puerta. Samy estaba a su lado llevando una mochila colgada en uno
de sus hombros.
—Amor, no te esperaba por aquí —dijo Tobby babeando y avanzando
hacia la puerta para abrazar a Remi.
—Alto, oso pervertido. He escuchado mi nombre, junto a las palabras
“caliente” y “hombre”. ¿De qué están hablando? —Remi pinchó el pecho
de Tobby con el dedo un par de veces para hacer el punto, estrechó los ojos
y estudió la cara de su oso—. ¿Qué me ocultas? Huelo tu miedo, oso.
J se apiadó de Tobby, al fin de cuentas el pobre hombre no había hecho
nada malo.
—No te oculta nada, Remi. Le estaba preguntando a Tobby si podría
arreglárselas sin mí por unas semanas. Hay mucho trabajo pendiente.
Afortunadamente mañana se presentan unos candidatos para cubrir el
puesto de carpintero. Esperamos que alguno cumpla los requisitos y pueda
comenzar lo antes posible.
Remi miró de Tobby a J un par de veces y se acercó más a su
compañero. —Si descubro algo raro, te cortaré las pelotas y las asaré a la
parrilla, ¿entendiste?
Tobby tragó a través del nudo que se había formado en su garganta,
luego dijo con mucho miedo: —¿Dónde está el dulce lobito con el que me
acoplé?
—Frente a ti, amorcito. Solo que no dejaré que nadie ponga un dedo en
lo que es mío. Y tú eres un oso muy pervertido. No puedo descuidarme un
segundo.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en la boca de Tobby y arrastró a Remi a
sus brazos. Afortunadamente el lobo no tenía ninguna espátula a mano. —
Soy tu oso pervertido, bebé. No soy así con ningún otro.
Remi dejó escapar un gritito cuando Tobby lo arrojó sobre la gran mesa
del taller.
—J, ya tienes las llaves. Será mejor que te vayas con Samy o vas a
presenciar cómo le hago el amor a mi compañero —dijo Tobby en voz alta
sin apartar la vista de Remi.
Tobby giró la cabeza y miró a J. La cara de horror del jaguar le dijo que
se iría más rápido de allí de lo que sus piernas pudieran moverse. Dejó
escapar una carcajada y luego se concentró en su compañero. Iba a
demostrarle a Remi que solo tenía ojos para él… Bueno, ojos y otras
cosas…
Samy estaba estático, tratando de mirar lo que Tobby y Remi hacían.
Pero J lo arrastró hacia fuera del taller, horrorizado de presenciar una escena
sexual entre esos dos. Las imágenes lo perseguirían por días, tal vez
semanas, en sus pesadillas.
—¡Yo quería ver! —se quejó Samy haciendo uno de sus lindos
pucheros.
—De ninguna jodida manera —rugió J—. ¿Trajiste tus cosas? —
preguntó a continuación tratando de cambiar radicalmente de tema y alejar
de su mente a Tobby y Remi.
—Si, en mi mochila —aseguró Samy mostrándole a J la pesada mochila
que llevaba colgada de su hombro.
—Bien, yo tengo muchas de mis cosas en la cabaña así que no llevaré
demasiado. Vamos a la moto, partimos ahora.
—Ya me despedí de todos, así que nada me retiene aquí —dijo Samy
algo nervioso y saltando de un pie al otro. Siempre se ponía a hablar
tonterías y hacer incoherencias cuando estaba nervioso y, estar a solas con J
en esa cabaña alejada de todos, lo ponía nervioso y ansioso como el
infierno.
J curvó sus labios en una sonrisa prometedora. Samy tragó duro y
tembló. Pronto sus sueños se harían realidad, pero eso lo asustaba como la
mierda. Sabía que J no se contendría y que lo follaría duro durante días.
Instintivamente se tocó el culo, pensando en el dolor que sufriría dentro de
poco. Mentalizado con eso, al subir en la motocicleta de J y acomodarse
detrás de su compañero, sintió su culo arder y doler. Ouch, ¿estaría
alucinando? Samy sacudió la cabeza, se abrazó a J y la motocicleta rugió a
la vida, sacando a ambos fuera del pueblo y rumbo a la cabaña del bosque
donde estarían solos durante semanas.
Nada podría impedir que en seis días J tomara lo que le pertenecía.
Samy sería suyo y todos sus poderes surgirían en el momento del enlace.
Confusión, miedo y ansiedad llenaron su cuerpo pero trató de
concentrarse en el viaje. Ese no era momento en pensar en la herencia que
portaban sus genes y en qué pasaría en el momento en que se acoplara a
Samy por el resto de sus días.
Alfred y Ben estaban en la sede de la ONG que sería inaugurada en
poco tiempo. Ya habían contratado a un eminente psiquiatra que sería el
director del lugar. Llegaría ese día en la mañana y se encargaría de contratar
al resto del personal que trabajaría allí: enfermeros, kinesiólogos, médicos y
psicólogos, serían necesarios.
Edward Adler era un antiguo compañero de la universidad de Michel y
gracias a la intervención del lobo pudieron tentar al hombre para que dejara
su acomodada posición en Nueva York y se trasladara a Albany, un pueblito
que apenas empezaba a levantar cabeza situado en algún lugar del mapa.
Edward era un lince, un cambiaforma muy perspicaz y extremadamente
inteligente.
Ben estaba emocionado, desde que Abel y Caín habían nacido su vida
estaba completa. Tanto los gemelos como Iason habían sido una bendición
para él. Jamás pensó que tanta felicidad pudiera estar en su vida, que la
esperanza y las ganas de ayudar a otros estuvieran en sus pensamientos y
que dedicara tantas horas día a día para llegar a concretar el sueño de la
ONG.
Había puesto mucho de él para que la ONG fuera una realidad. Asahi y
Alfred habían sido de gran ayuda, tanto en lo financiero como en lo legal.
Tobby y J habían hecho la mayoría de las reformas que involucraba madera
y la albañilería había sido llevada a cabo por una compañía constructora. La
antigua casa de Michel ahora era irreconocible.
Un gran cartel estaba siendo colocado. Un dibujo de Iason adornaba uno
de los extremos. Una familia, su familia en su forma animal. “Purgatorio”
era una realidad y en pocos días abriría sus puertas.
Iason había sugerido el nombre y todos concordaron con su explicación:
“El purgatorio es el lugar entre el cielo y el infierno y así es como se
sienten las personas que han caído en la adicción”.
Las drogas creadas por Michel para curar las adicciones había sido un
éxito rotundo. Pero Ben sabía que había muchos cambiaformas que aún no
podían costearlas. Las donaciones del laboratorio propiedad de su familia
hacia los hospitales para que la droga sea entregada gratuitamente a
aquellos que no pudieran pagarla, no estaban teniendo éxito. Embarques
habían sido robados y él sospechaba que los traficantes eran responsables
de esos actos de vandalismo.
Alan y Liam estaban investigando. Ahora se encontraban fuera del
pueblo siguiendo una pista. Anthony no estaba contento con la ausencia de
su compañero y Alfa de la manada. El mocoso hacía berrinches a diario
pero todos sabían que eso era una actitud para esconder su dolor y soledad.
Había volcado casi todas las horas de su día entre su trabajo ayudando a
Remi en la cafetería y el cuidado de Nicholas y los gemelos. La casa de los
Taylor estaba colmada de alegría con las risas de los tres pequeños
retumbando en las paredes. Ben había sorprendido una noche a Anthony
hablando con Caín, diciéndole cuánto anhelaba tener sus propios hijos. Se
le había estrujado el corazón, sabiendo que él tenía el tesoro más valioso
que ningún dinero podría comprar: sus hijos.
Penaba por Anthony, pero esperaba que pronto encontraran la mujer
adecuada que portara su bebé hasta que naciera. Sabía que el lobo no perdía
las esperanzas. Tampoco Alan lo hacía. Ambos merecían la completa
felicidad y él estaba seguro que la conseguirían.
Edward Adler ingresaba a través del cartel de “Bienvenidos a Albany”
con una sonrisa en su rostro. Hacía años que no veía a Michel y extrañaba
la simple camaradería que había entre ellos desde que se habían conocido.
Si bien jamás habían tenido nada romántico, él admiraba la belleza e
inteligencia de su amigo.
No había dudado ni un segundo en aceptar la oferta que se le estaba
haciendo. Nueva York era una perra de ciudad y allí su lince se estaba
ahogando. Trasladarse a Albany significaba un nuevo desafío, un reto no
solo a su carrera sino también a su vida…, su falta de vida en realidad.
Quería cambiar muchas cosas. Y empezaría por lo principal: tener una
vida propia, amigos, formar una familia.
Sabía que aquí, en el mismísimo culo del mundo, era poco probable que
encontrara a su compañero, porque no dudaba ni por un instante que si esa
persona existía sería un hombre, no una insulsa mujer.
Pero lo primero era rodearse de amigos y el único verdadero amigo que
había tenido era Michel. Y apenas escuchó a través del teléfono la voz
ronca y sexy del lobo recordó sus años de universidad como si hubieran
sido ayer.
Y aquí estaba, después de haber conducido por días, en el pequeño
pueblito que rebozaba con vida.
Su camioneta tosió, como pasándole factura por las largas horas en la
carreta. Tendría que llevarla a un taller mecánico para que le echaran un
ojo. No estaba particularmente apegado a ella, pero en ese lugar tan alejado,
necesitaba imperiosamente contar con un vehículo en buen estado para
movilizarse.
Al llegar a Purgatorio pudo divisar en la otra calle un taller mecánico.
Bien, después de todo, el lugar no era tan primitivo. Sería interesante ver
qué más podía encontrar.
Edward aparcó la camioneta frente al edificio que sería su hogar y
donde trabajaría a partir de ese mismo día. Pasó una mano por su rebelde
cabello. Tenía mechones de cabello parduzco y, cayendo sobre su frente, un
rebelde copete de cabello color negro. Infiernos, apestaba ser tan obvio en
su forma humana. Su cabello gritaba a los cuatro vientos: “Ey, ahí viene el
lince”.
Bajando de la camioneta, fue sorprendido por una ola de calor intenso
que goleó su cuerpo. Joder si en el pueblito no hacía un calor como si
estuvieran en el mismísimo infierno. Miró hacia el cartel que decía
Purgatorio y suspiró. No en el infierno, pero casi, casi allí.
Caminó hacia el edificio, esperando encontrar una calurosa bienvenida,
al menos el clima se la había dado.
CAPÍTULO 3
Y alaeracabaña,
de noche. Samy estaba a la orilla del lago que quedaba cerca de
pensando en todo lo que había vivido en el último año
desde que había llegado a Albany.
Tenía las piernas dobladas contra su pecho y su mentón apoyado en las
rodillas, los brazos alrededor de sus piernas. Un gran árbol le servía de
apoyo. Respiró el aire puro de la noche, inundando sus pulmones con los
aromas propios del bosque. Aquí todo se olía más fresco, más salvaje. Su
oso se removió en su interior, queriendo salir a jugar. Sonrió, hacía tiempo
que su oso no se comunicaba con él. Qué ironía que ahora que estaba en
medio del bosque, en una cabaña salida de un cuento de fábulas, junto al
hombre que amaba, buscaba unos momentos de soledad.
Desde que se había mudado a Albany, no había sabido nada de su
familia. Ellos no lo comprendían, ni sus gustos por el cabello largo, ni el
maquillaje y, sobre todo, su fascinación por los zapatos de tacones altos
rojos. Esos zapatos eran su perdición. Los amaba, se sentía tan distinguido,
tan él mismo cuando se los ponía, que jamás renunciaría a ellos. No los
había usado cuando montó en la motocicleta de J para el viaje, pero los
tenía muy bien guardados en su mochila.
Recordaba las palabras de disgusto de su padre cuando lo había visto
por primera vez con esos zapatos. La cara de horror del oso mayor fue
temible y Samy pensó que se transformaría y que lo despedazaría con una
de sus patas. Pero su hermana intervino y aplacó a su padre. Después de ese
día, las cosas se pusieron raras en su casa y en la escuela. Pero él siguió con
su rebeldía, queriendo hacer su punto. Le gustaban los chicos, le gustaba el
maquillaje, le gustaba llevar el cabello largo y amaba sus zapatos de tacos
altos. No quería esconder más lo que era, quién era. Ya estaba harto de
esconderse tras una mentira. Desde que había cumplido los doce supo que
las chicas no le movían un pelo, pero cada vez que miraba a un chico lindo
su cuerpo temblaba con deseo. Nunca se había atrevido a avanzar más allá
de admirar a lo lejos al chico con el que fantaseaba, con el que se
masturbaba, con el que soñaba perder su virginidad. Pero ahora, casi en su
mayoría de edad, apreciaba el no haber entregado algo tan importante a
quien no lo hubiera valorarlo. J era todo lo que había soñado de una pareja:
considerado, hermoso, cariñoso, protector… Sabía que no merecía a un
hombre como J a su lado. Y cada día agradecía el haber sido enviado a
Albany. Lo había odiado en un primer momento, hasta que conoció a J y
supo que era su compañero destinado. Y su mundo dio un giro y se puso de
cabezas. Dios, había luchado por no caer duro por el hermoso jaguar; pero
cada vez que esos ojos verdes se posaban en los suyos, su piel se erizaba y
un gruñido se construía en su garganta. La ansiedad en el último año lo
había estado matando, poco a poco, afianzándose en su interior. Quería
fervientemente pertenecer a J. Ya le pertenecía, su corazón era
completamente del otro hombre. Su alma estaba en camino de serlo. Cinco
noches más y al fin serían uno.
Suspiró, y se perdió en sus pensamientos, olvidándose de todo a su
alrededor, sin darse cuenta de que J lo observaba a poca distancia.
J estaba de pie, apoyado contra un grueso árbol, observando a Samy.
El pequeño demonio se veía triste y él quería borrar todas las líneas de
preocupación que podía ver, sin ver, en el rostro de su compañero.
El chico era una preciosura, y tenía una personalidad arrolladora y
adorable. Había aprendido a amarlo más que a su propia vida, y por su
pequeño oso lo daría todo.
Había estado corroyéndolo por dentro el no poder contarle su secreto.
Pero había llegado la hora de decirlo, de que su compañero lo supiera.
Instintivamente, acarició el tatuaje que tenía en su pecho, justo sobre su
corazón. El jaguar que representaba su animal pronto cambiaría. Sonrió,
deseando el enlace y el momento mágico que vivirían solo una vez en la
vida.
Cerró los ojos, la imagen de su abuelo apareció como en un sueño. El
gran chamán de su pueblo era un hombre fuerte y poderoso, el hombre que
le había enseñado todo lo que sabía, todo lo que un chamán necesitaba
saber para usar su magia.
Él había nacido con poderes, los grandes poderes de un chamán. El
tatuaje en su pecho era una marca de nacimiento. Los de su familia nacían
con la marca de su animal y ese era el símbolo distintivo de que eran
chamanes, que contaban con una magia antigua, una que se transmitía
genéticamente de generación en generación. Nadie sabía cómo ni por qué,
todo era tan misterioso como la existencia de los mismos cambiaformas.
Por consejo de su abuelo, había ido a una tienda de tatuajes para hacerse
varios tatuajes más en su cuerpo, para ocultar su verdadero poder, para
evitar que los que querían apoderarse de los beneficios que un chamán
poseía lo atraparan. Su abuelo había sido firme y claro cuando le dijo que
debía cuidar sus espaldas toda su vida si se iba de su pueblo. Pero él sabía
que debía partir, que necesitaba encontrar algo…, a alguien. Y no tardó
demasiado en encontrar a sus hermanos y luego a su compañero.
Era hora de la confesión y de que Samy tuviera conocimiento de los
peligros a los que estarían expuestos a partir de que consumaran su unión y
la magia en él se activara.
Caminó en silencio, directamente hacia Samy. Las ramas crujían bajo
sus pies y Samy lo detectó a poca distancia. Giró la cabeza y una hermosa
sonrisa se dibujó en su rostro.
—J, ven, siéntate junto a mí —ofreció el joven oso, dando golpecitos
con la palma de su mano en el suelo a su lado.
J obedeció y se ubicó donde Samy le había indicado. Sin tocarse, cuerpo
junto a cuerpo, muy juntos. Necesitaba algo de distancia para poder decirle
a Samy todo. Si abrazaba a su compañero, si lo besaba, si lo tocaba, sabía
que iba a perderse en la lujuria y ahora necesitaba su mente clara.
—Samy, necesito decirte algo muy importante. Algo que va a cambiar
nuestras vidas. Algo que no sé si estés dispuesto a aceptar.
—¿De qué hablas, J? —preguntó Samy lleno de confusión al ver tan
tenso y serio a su compañero.
J cerró los ojos, los apretó fuerte y luego los abrió y miró a Samy fijo,
memorizando cada rasgo de su hermoso rostro, una vez más.
—Tengo un secreto, uno que hace que estar a mi lado sea peligroso.
Debí habértelo dicho antes, pero tenía miedo. Miedo de que me rechazaras,
que no me quisieras... —Ahogó un gemido, sus ojos empañados con
lágrimas contenidas.
—J, nada podrá hacer que deje de amarte. Nada podrá alejarme de tu
lado. Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos.
Samy tomó una de las manos de J entre las suyas y la llevó a sus labios,
dejando en la palma rugosa de su compañero un cálido y suave beso.
J bebió del momento, grabando a fuego esa sensación en su memoria.
—No entiendes. Cuando nos enlacemos todo cambiará. Nuestras vidas
podrían correr peligro —siguió J sin apartar su mano del confinamiento que
Samy le daba.
Samy llevó la mano de J a su mejilla y lo obligó a acariciarlo.
—J, me asustas. Dime qué sucede.
Samy instaba a J a decir todo pero de una manera muy suave, sus
movimientos eran lentos, la mano de J era guiada por su cara como en
cámara lenta. Los ojos color miel de Samy estaban fijos en los verdes de J,
como hechizado por el magnetismo del jaguar dentro de J.
—Soy un chamán —dijo J al fin y sin más preámbulos.
Los ojos de Samy se abrieron como platos, una sonrisa empezó a
extenderse en sus labios. Las piezas del rompecabezas empezando a caer,
una a una, en su cabeza. Alargó la mano y desnudó el pecho de J, acarició el
tatuaje del jaguar.
—Este tatuaje siempre me pareció demasiado… perfecto. Demasiado
real. Has nacido con él, ¿no es así?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó J, atónito.
—Lo he leído en un viejo libro que tiene mi abuela. Un viejo libro de
leyendas. Pensé que eran eso, simples leyendas. Siempre me acordaba de
esas historias cuando tocaba este tatuaje.
—No, no son simples leyendas. ¿Ese libro decía qué pasará cuando nos
enlacemos?
Samy no dejaba de acariciar a J y este empezó a gemir por el intenso
placer de la suave caricia de su oso. El pequeño demonio sabía qué botones
activar para enloquecerlo.
—Sí. Decía que cuando un chamán encuentra a su compañero destinado
y se unen enlazando sus almas, la magia del chamán se desata en plenitud.
—Es verdad, pero no es solo eso. —J apretó los labios y tragó a través
del nudo que se había formado en su garganta. Apartó la mano de Samy de
su pecho, tratando de despejar su mente—. Para que esa magia sea efectiva
debemos actuar en conjunto. Una vez que nos unamos, te convertirás en
chamán también… de alguna manera.
—¿Qué clase de poderes tienes, J? —preguntó Samy lleno de
curiosidad. Sabía que su compañero era especial pero jamás imaginó que
sería un chamán y, joder si no le gustaba eso.
—Sanador. Soy un sanador, o lo seré una vez que nos enlacemos. Mis
poderes como chamán están encapsulados tras el tatuaje que tengo en mi
pecho, el del árbol celta. Es un tatuaje mágico que creó mi abuelo. Lo hizo
para protegerme. Para no usar nada de mi magia antes de tiempo. Cada vez
que estamos demasiado cerca de consumar nuestra unión, ese tatuaje
quema, recordándome que aún no es el momento, que debo esperar.
—Guau, es sorprendente. Me alegro que tu abuelo lo haya hecho. Sé
que he sido un grano en el culo con ese tema. Fui demasiado inmaduro,
pero te deseo tanto…
Samy se inclinó sobre J y le robó un casto beso. Sus labios apenas se
rozaron, como si fuera el toque de la cálida brisa de la noche.
—Lo sé, amor. También te deseo, más de lo que te imaginas.
Se dieron otro beso, uno delicado y tierno, más que el suave roce
anterior de sus labios, pero la pasión estaba allí, junto con el deseo y las
ganas de seguir. Se detuvieron, se separaron y se miraron uno al otro por un
largo momento.
—Esperaremos. No falta mucho. No quiero que nada salga mal. Quiero
que estemos juntos hasta el último aliento de nuestras vidas —declaró Samy
con determinación.
—¿No me odias por ocultarte mi verdad?
—No, jamás podría odiarte. Te amo demasiado, J. Eres todo para mí.
—Samy, mi precioso pequeño diablillo.
Se abrazaron y se quedaron allí, uno en los brazos del otro, mirando las
estrellas que brillaban en el cielo como luciérnagas en un salón de baile. La
luna estaba oculta tras unas nubes que anunciaban lluvia. La tranquilidad en
el bosque los relajaba. Pronto el cansancio y la tensión se fue alejando de
sus cuerpos y el sueño los venció, llevándolos a un mundo donde los deseos
se hacían realidad.
Edward ya se había acomodado en su apartamento. En el ala derecha de
la ONG se había construido una pequeña vivienda para él. El lugar era
acogedor y tenía todo lo necesario para que un hombre solitario como él
pudiera estar cómodo.
Ben y Alfred lo habían recibido muy bien. Michel estaba de viaje con su
compañero por lo cual no había podido verlo. Pero en breve su amigo
regresaría a Albany y podrían ponerse al día.
Estaba nervioso, había mucho trabajo que hacer y poco tiempo para
ultimar los detalles. Y la maldita camioneta no había querido volver a la
vida cuando la quiso usar esa tarde para ir al supermercado. Apestaba
caminar, sobre todo con el calor infernal que hacía. Definitivamente tendría
que llevar su vehículo al taller mecánico.
Se asomó por la ventana. La brisa de la noche y las brillantes estrellas
invitaban a su lince a salir. Su piel picaba por liberar a su bestia y dejarla
correr por el bosque que comenzaba detrás de la casa de los Swift.
Decidido a no esperar más por una carrera, salió del apartamento rumbo
al bosque.
La calle estaba desierta a esas horas, el aire era puro. Tomó una
profunda inhalación y llenó sus pulmones. Este era uno de los motivos por
los cuales quería huir de Nueva York. Ya no estaría rodeado de smog, de
humo y de ruidos molestos a todas horas del día.
Se adentró en el bosque, se desvistió y resguardó su ropa. Desnudo y
ansioso, se entregó al cambio.
Pronto estuvo en cuatro patas, su piel convertida en pelaje, su cuerpo en
el de un gran lince. Alegría inundaba su pecho, su espíritu salvaje lo llevó a
correr y cazar alguna liebre.
La noche avanzaba y Edward era feliz en el bosque.
De pronto, el ruido de ramas crujir llamó su atención y se ocultó tras un
gran arbusto.
Un hombre, alto y fornido, caminaba despreocupadamente por un
sendero. Parecía triste, buscando algo de paz, algo de lo que él mismo había
venido a buscar, también.
El hombre era humano, de eso no tenía la menor duda.
De pronto, un aroma a flores de lavanda y madera recién cortada lo
golpeó en la cara. A medida que el hombre se acercaba, el olor era más
intenso, más persistente, embriagándolo.
«Compañero». La palabra hizo eco en su mente. Edward quería gritar y
llorar de la alegría. Pero se quedó agazapado donde estaba. No quería
asustar a su compañero.
Pero el hombre se acercaba directo hacia donde él estaba oculto. Se
agachó a medio metro del lince y estiró la mano. Y luego dijo: —Ven,
gatito, no voy a hacerte daño.
Edward salió de su escondite y se arrastró hacia el hombre que pronto
empezó a acariciarlo con dulzura, despacio, suavemente.
—Eso es, eres hermoso. ¿Qué hace un lince por estos bosques?
La voz ronca y sexy del hombre hizo estremecer a Edward que
ronroneaba como un gato callejero. Estaba tan excitado que su lujuria lo
estaba cegando.
—¿Tienes hambre? Tengo leche y carne en mi casa. ¿Quieres venir a
casa conmigo? —ofreció el hombre y Edward levantó la cabeza
encontrándose con los ojos más oscuros del mundo. Parecían dos pozos
profundos y solo pudo pensar que no le importaría perderse en ellos para
siempre.
Se acercó más al hombre y olisqueó su cuello, lamiendo su mejilla. El
hombre se rio y acarició más el pelaje del lince.
—Parece que quieres venir a casa conmigo, ¿eh? Vamos, hagámonos
compañía uno al otro. Esta noche me siento muy solo. Pero ahora, ya no me
siento triste.
Edward casi saltó de la alegría, sabiendo que seguiría al extraño hasta a
la luna.
El hombre giró y comenzó a desandar sus pasos, saliendo rápidamente
del bosque.
Edward lo siguió hacia la puerta trasera de una casa muy bien cuidada
de una planta. Ambos entraron y el hombre lo guio hacia la cocina.
—Ponte cómodo. Iré por un tazón de leche y algo de carne.
Edward, sin poder evitarlo, cambió a su forma humana. El hombre se
quedó perplejo y casi se cae de culo al suelo ante la transformación.
—Un vaso estaría bien y… no como carne cruda —dijo Edward con
una sonrisa—. Me llamo Edward, ¿y tú?
—C…Carl —ofreció el otro hombre con la cara tan pálida como la de
un fantasma.
Edward se acercó y arrastró a Carl a sus brazos. —Hola, Carl. Me
alegra que me hayas invitado a tu casa. Parece que ya no estaremos más
solos.
Sin resistencia, Edward besó a Carl en un abrasador beso, uno
hambriento y cargado de deseo. Su excitación era imposible de ocultar
debido a su desnudez.
Carl respondió al beso y se entregó al desconocido que se transformaba
en un gran gato. Se sentía demasiado bien como para pensar, como para
preguntar qué mierda estaba pasando, qué era ese hombre…, si es que era
un hombre. Solo sabía que lo que estaba pasando entre ellos se sentía muy
bien. Por ahora iba a aceptar lo que ese extraño le ofrecía. Mañana sería
otro día.
Se sentía mareado, extasiado. Los besos y las caricias de Edward lo
estaban llevando a la locura. Jamás pensó sentirse así, quemándose por
dentro, con solo tan poco.
Sus gemidos llenaron la habitación hasta ese momento en silencio. La
penumbra invitaba a la seducción y al sexo. Hacía tiempo que no compartía
su cama con un amante. Había tenido folladas ocasionales con amigos con
derecho, pero nunca en su cama. Y desde hacía tiempo deseaba follar a
Samy. Dios, soñaba con ese pequeño twink debajo de él. Pero era solo el
deseo de un cuerpo caliente que lo complaciera dándole alguna liberación.
Con Edward se sentía distinto, quería someterse a ese hombre. Jamás fue un
sumiso pero ahora, aquí, con ese hombre-gato, no le importaba nada. Ni su
imagen de chico malo, ni sus amigos bravucones, ni siquiera se acordaba de
la cara angelical de Samy.
—Eddy… —gimió Carl en voz alta y Edward se congeló. Carl abrió los
ojos que ni siquiera sabía que había cerrado y miró la cara de confusión en
el otro hombre—. ¿Pasa algo? —preguntó tratando de alejarse de la niebla
de lujuria que se había apoderado de su raciocinio.
—Me dijiste Eddy. Jamás nadie me ha llamado de esa manera. —
Edward sonrió y Carl se derritió—. Me gusta.
—Bien, ¿dónde estábamos? —provocó Carl aferrándose al cuerpo
desnudo de su pronto amante.
—¿Quieres que te tome? ¿Quieres ser mío, Carl? —preguntó con
firmeza Edward, penetrando en el corazón de Carl.
—¡Sí! —gritó Carl con desesperación. Su polla latía en sus pantalones,
estaba desesperado por conseguir su liberación… pronto.
—Carl, si te tomo, si te reclamo como mío, es para siempre. No hay
vuelta atrás. Seremos solo tú y yo. ¿Estás dispuesto a eso?
Carl lo miró con evidente confusión y se apartó de Edward para poder
pensar. Estar cerca de ese hombre-gato enloquecía sus sentidos y tenía
miedo de aceptar algo de lo que pudiera arrepentirse después.
—¿Qué significa eso? —El miedo ahora hizo que su furiosa erección
desapareciera.
—Significa —comenzó Edward acercándose muy despacio—, que tú
has sido creado para mí y yo he sido creado para ti. Somos la mitad de uno.
Cuando nos enlacemos nos sentiremos completos. Pero es un compromiso
de por vida. Es un “para siempre”, ¿entiendes?
—¿Como un matrimonio? —preguntó Carl tratando de entender lo
mejor posible.
Edward sonrió y luego le dijo: —Sí, podría decirse que es como un
matrimonio. Pero aquí no hay divorcios.
La firmeza en las palabras de Edward le dijeron a Carl que se estaba
metiendo en algo muy serio y que tenía que pensar muy bien sus acciones.
—No sé… —balbuceó con mucho miedo a un compromiso de semejante
naturaleza—. Acabamos de conocernos.
—Cariño, tenemos toda la vida para conocernos. Te aseguro que no te
arrepentirás.
—Esto se está moviendo demasiado rápido, Eddy. Ni siquiera sé qué
eres.
Carl estaba nervioso, se estrujaba las manos y Edward sabía que tenía
que ser sincero con su compañero. No quería entrar con el pie izquierdo en
esta relación.
—Soy un cambiaforma lince. También hay otros tipos de cambiaformas.
—Edward se detuvo, casi develaba la identidad de los otros en el pueblo.
Tenía que ser cuidadoso, no podía alertar a Carl antes de asegurarse de que
el hombre entendía la importancia de mantener en secreto a la comunidad
de cambiaformas. Había cazadores al acecho, la seguridad de los suyos era
lo primero—. No sé cómo es que esto sucede, nadie lo sabe. Pero hay
hombres y mujeres que nacen con esta habilidad de… transmutar. —Se
encogió de hombros, como restando importancia al hecho. No quería
asustar más a Carl de lo que ya lo estaba.
—No sé… —volvió a repetir Carl—. Todo esto parece un sueño. Me
resulta difícil de asimilar. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos… no
sé si lo hubiera creído.
Edward respiró profundo y tomó una decisión.
—Hagamos una cosa. Iremos despacio. Nos conoceremos poco a poco.
No quiero forzarte a que tomes una decisión apresurada. ¿Quieres ser mi
novio?
La expresión de miedo en la cara de Carl cambió por una de relajación.
Bien, al fin de cuentas Edward era un jodido psiquiatra, tenía que saber
cómo lidiar con este tipo de situaciones, ¿verdad?
—Me parece justo, aunque no puedo negar que tengo algo de…
¿miedo? —dijo Carl estremeciéndose.
—No tienes que tenerme miedo. Jamás te haría daño. Tienes que confiar
en mí.
—Lo intentaré —aceptó Carl y señalando el cuerpo de Edward le
preguntó—. ¿Quieres que te preste ropa?
—Sería lo más acertado. Dejé mi ropa en el bosque.
—Ya regreso. —Salió de la cocina rápidamente y al poco tiempo volvió
con unos pantalones de chándal y una camiseta—. Soy más grande que tú
así que pienso que esto podría funcionar por el momento. Luego te llevaré a
tu casa. ¿Vives en el pueblo?
—Justo cruzando la calle —respondió Edward seductoramente mientras
se vestía—. Acabo de llegar al pueblo. Soy el director de la ONG que abrirá
en breve.
—Oh, un listillo —dijo Carl con asombro.
Edward se sonrojó y Carl pensó que era adorable.
—No sé si listillo, pero tengo varios doctorados en psiquiatría.
—Jamás pensé que alguien como tú pudiera interesarse en alguien tan
simple como yo. No soy inteligente. Trabajo con mis manos, soy el dueño
del taller mecánico del pueblo.
—Cariño, no te menosprecies. Mi camioneta no funciona y no tengo
idea de cómo repararla. ¿Ves? No soy tan listillo después de todo.
—Yo pudo arreglarla —aseguró con orgullo Carl.
—Claro que puedes. ¿Tienes algo de comer? Me muero de hambre.
—Te prepararé la cena. Soy bueno en la cocina.
—Dios, creo que me saqué la lotería contigo, cariño. Soy pésimo en la
cocina. Hasta he llegado a quemar el café.
—No te preocupes, yo cuidaré de ti.
Edward se sonrojó una vez más pero su corazón se hinchó de amor y
orgullo. Dios, nunca esperó caer tan rápido y tan profundamente por
alguien. Pero Carl era tan lindo que no podía evitar sentirse el hombre más
afortunado del mundo. Su compañero era perfecto, simplemente perfecto.
Le daría todo el tiempo que necesitara hasta que aceptara su unión.
Mientras tanto, disfrutaría de los cuidados de su compañero.
CAPÍTULO 4
—Jonathan. Mi nombre es Jonathan, abuelo.
—Tú para mí siempre serás Hinmaton Yalatkit.
—¿Y eso qué significa? —El pequeño niño de cinco años estaba muy
confundido.
—Trueno que viene de las montañas —respondió con cariño el anciano.
—¿Y por qué me llamas así?
La mirada de curiosidad del pequeño Jonathan hacía reír al viejo
chamán. Esos ojos verdes eran cautivadores y lo hacían diferente de todos
en la familia. Era el único de piel blanca y ojos verdes, los otros tenían la
piel tostada y ojos oscuros.
—Porque ese es el origen de tu poder, pequeño. La energía del trueno
es la que potencia tu poder de sanación —trató de explicar el anciano
sabiendo que su nieto era demasiado joven para comprender aún las
implicancias de sus palabras.
El pequeño abrió los ojos como platos, intrigado con las palabras
“poder” y “sanación”.
—¿Y cómo puedo hacer eso? —Jonathan se miró las manos, sin poder
comprender cómo esas pequeñitas manos de niño podrían ayudar a curar a
alguien.
—Yo te enseñaré cómo. Aún eres pequeño pero pronto comenzaremos
con las lecciones. Mientras tanto debes estar junto a tu madre. Ya llegará el
día en que debas extender tus alas y abandonar el nido. Por ahora, deja
que tu madre disfrute de tu compañía.
Jonathan se encogió de hombros y salió corriendo de la casa de su
abuelo hacia el patio donde sus primos estaban jugando. Aún era
demasiado pequeño para poder entender la profundidad de las palabras del
viejo chamán. Pero crecería y todo caería en su lugar, a su debido tiempo.
Jonathan se despertó de su sueño. Un sueño extraño de cuando era
pequeño. Estaba con su abuelo. No, no era un sueño, ese que había tenido
era un recuerdo.
«Hinmaton Yalatkit».
Ese nombre no lo había escuchado en mucho tiempo.
«El trueno que viene de las montañas».
Jonathan jamás había utilizado ese poder, su abuelo le había explicado
que solo podría utilizarlo cuando se enlazara con su compañero destinado.
Conocía más o menos la teoría pero ¿sería suficiente?
El amanecer estaba llegando. Aún estaban a la orilla del lago, Samy
acurrucado contra su cuerpo. Sentía los músculos agarrotados y
entumecidos por haber dormido durante horas sobre la hierba. Trató de
ponerse en pie sin despertar a Samy. El pequeño demonio parecía un ángel
mientras dormía. Levantó a su precioso compañero y caminó por el sendero
que conducía a la cabaña. Sería más cómodo pasar el resto de las horas de
sueño en la cama.
Al entrar, recostó a Samy en la cama, cerró las cortinas para evitar que
la luz del día los molestara y se acomodó junto al oso, envolviendo con sus
fuertes brazos a su pequeño demonio.
No durmió, se quedó despierto escuchando la rítmica respiración del
grande y más preciado regalo que se le había dado. El calor del cuerpo de
Samy lo envolvía y supo que a partir de ese momento jamás podría volver a
dormir sin ese calor envolvente, cálido y protector. Todo parecía perfecto y
comprendió lo que su abuelo había querido decir con lo de extender sus alas
y volar.
Los recuerdos de su niñez, de su abuelo, eran cada vez más persistentes.
Sus horas de sueño estaban plagadas con ellos, recordando sus dudas, el
descubrimiento de su primer cambio, de sus primeras enseñanzas como
chamán… Su abuelo se negaba a llamarlo por su nombre, siempre se dirigía
a él como Hinmaton Yalatkit. Un nombre que había olvidado, que había
quedado enterrado en su memoria y, por alguna razón, ahora resurgía claro
y alto en sus sueños y en la conciencia diaria en sus últimos días.
El árbol que su abuelo tatuara con magia en su pecho ardía. Lo miró y
se sorprendió de ver que empezaba a desvanecerse. El follaje era menos
espeso, las raíces más cortas. El día de su unión con Samy estaba muy cerca
y, cuando la hora llegase, el tatuaje del árbol desaparecería. Estaba ansioso,
expectante, y tenía miedo. Nada lo había preparado para ese momento, ni
siquiera las enseñanzas de su sabio abuelo. Pero, pasase lo que pasase,
estaría junto a Samy, siempre juntos, tal como su pequeño compañero le
había dicho.
Calor y una intensa paz, inundaron su interior. Y, sin poder evitarlo,
cayó en un profundo sueño, esta vez sin recuerdos.
La mañana llegó demasiado rápido. Al menos para Edward que durmió
en los brazos de Carl toda la noche.
Sin sexo.
Su polla dolía terriblemente; pero las caricias, los besos y el dormir
envuelto en el protector cuerpo de su compañero, había sido la gloria.
Por más que hubiera querido quedarse así el resto de su vida, tenía que
levantarse y prepararse para su primer día de trabajo.
Los oscuros ojos como obsidiana de Carl se abrieron y Edward se
perdió en la profundidad del intenso negro nuevamente.
—Dios, vas a ser mi perdición —dijo Edward robándole un casto beso a
Carl.
—Es tarde, tengo que abrir el taller pronto. Será mejor que nos
levantemos.
Carl decía las palabras pero apretaba a Edward contra su cuerpo,
negándose a dejar libre al otro hombre.
—Eso pensaba. Me espera un largo día de trabajo —respondió Edward
con una sonrisa. Necesitaban poner sus culos en marcha, les gustara o no
hacerlo.
—¿Quieres que pase a ver tu camioneta? —ofreció Carl. No estaba listo
para dejar ir al hombre-gato. Tal vez nunca lo estaría.
La cara de Edward se iluminó y Carl se derritió… una vez más. Ese
hombre-gato lo tenía en la palma de la mano y sabía que no podría resistirse
al intenso magnetismo que emitía Eddy atrayéndolo como una polilla a la
luz. Esos ojos eran de un color extraño, preciosos que brillaban
intensamente. Y el cabello de Eddy era magnífico. Le encantaba ese
mechón negro que caía sobre sus ojos felinos. Y, como si fuera poco, el
aroma que emanaba su piel era tan embriagador…
—Vamos, Romeo. Si no nos levantamos ahora, creo que toda mi
determinación de darte tiempo para que nos conozcamos se irá por la
alcantarilla —ronroneó Edward como un gatito en celo.
Carl se sonrojó y a regañadientes liberó a Edward de sus brazos.
—Iré a preparar el desayuno —ofreció Carl.
—Dios, eso suena a lo mejor que me pasará en el día —se quejó
Edward.
—Si quieres, puedo preparar el almuerzo para los dos. Cierro el taller al
mediodía —ofreció Carl algo sonrojado.
El humano claramente no estaba acostumbrado a estar en una relación
pero Edward podía apreciar el intento.
—¿De verdad? —La pregunta de Edward fue hecha con mucha
emoción.
—Dices que no sabes cocinar y, si vamos a ser novios, es justo que
cuide de ti. Haré tus comidas. No puedo permitir que enfermes con lo que
intentes cocinar.
Carl le guiñó un ojo y Edward se encontró asintiendo efusivamente ante
el ofrecimiento.
Edward se dio una rápida ducha y volvió a vestirse con las ropas que
Carl le había prestado. Cuando entró en la cocina, el olor de café recién
hecho y de huevos con tocino, hicieron que su estómago gruñera. La visión
del culo de Carl moviéndose mientras cocinaba era la imagen más sexy que
había visto en su vida. Su boca se hacía agua, y no precisamente por la
comida.
—Ey, sexy. ¿Piensas alimentar a un regimiento? —preguntó Edward al
ver la pila de comida que había hecho Carl.
—Te he visto comer anoche y no lo haces como un canario
precisamente —acotó el mecánico con una sonrisa maliciosa.
Edward se miró los abdominales, palpando su vientre plano y
musculoso. —¿Me ves gordo? —preguntó preocupado.
—¡Dios, no! No quise insinuar eso. Solo quería… —Se encogió de
hombros y desvió la mirada. Estaba demasiado avergonzado para enfrentar
a Eddy.
—Mírame —exigió Edward acercándose—. ¿Por favor?
—La cagué —dijo Carl con su voz temblorosa.
—No, dulzura. No lo hiciste. Quisiste asegurarte de que no pasara
hambre. Ha sido muy amable de tu parte. El que la cagó fui yo al ser tan
desconsiderado y responder a tu broma de la manera en la que lo hice. ¿Me
perdonas?
—Nunca tuve un novio —confesó Carl, su cara estaba tan colorada que
Edward pensó que iba a explotar en cualquier momento.
—Lo estás haciendo muy bien, bebé. —Edward abrazó a Carl y lo besó
profundamente—. Mmmm, este es el mejor desayuno que he tenido en mi
vida.
Carl sonrió y la tensión se fue.
Comieron manteniendo una charla casual, disfrutando de la mutua
compañía. Al salir de la casa, Carl se ofreció a ir a ver la camioneta antes de
abrir el taller y caminaron juntos hacia el edifico de la ONG.
Ben estaba en la puerta y cuando vio avanzar a los dos hombres hacia la
entrada su ceño se frunció. ¿Qué carajos estaba haciendo Carl con Edward?
El tipo realmente tenía bolas si después de la advertencia que le había dado
de que no se acercara a su familia se atrevía a poner un pie en su propiedad.
Sin saludar a Edward, se acercó a los dos hombres y empezó a gritarle a
Carl.
—¿Qué piensas que estás haciendo? Te dije que te alejaras de mi
familia. No te quie-ro cer-ca —puntualizó Ben presionando uno de sus
dedos en el pecho de Carl, con demasiada fuerza.
Los ojos de Ben escupían odio, su felino estaba cerca de la superficie.
Carl se puso pálido y tragó el nudo de su garganta. —¿Eres uno de ellos? —
preguntó tartamudeando.
—¿De qué hablas? —gruñó Ben más furioso que antes.
—Ya sabes…, como él —dijo señalando con su cabeza a Edward.
—Ben, es suficiente. No voy a dejar que le hables así a Carl —intervino
Edward sin poder contenerse más y colocándose entre ambos hombres.
—Este tipo estuvo acosando a la pareja de mi hermano. Si se acerca de
nuevo a él, va a ser lo último que haga en su vida.
—Nunca pensé que Samy fuera un bebé llorón —dijo Carl dejando salir
su lado brabucón colocándose delante de Edward y enfrentando a Ben. El
temor de que Ben fuera otro hombre-gato se esfumó en un segundo. Nadie
lo amenazaba, nadie.
—Retira tus palabras —ordenó Ben.
—No me apetece —provocó Carl cruzándose de brazos.
—Niño, no me provoques. Debo reconocer que tienes pelotas, otro se
estaría meando en sus pantalones —escupió Ben, ahora riéndose a
carcajadas y mirando de Edward a Carl.
—No veo qué es tan gracioso —dijo Carl muy ofuscado.
—¿Él es tu compañero? —le preguntó Ben a Edward, asumiendo que el
psiquiatra no saldría en defensa de un desconocido sin una poderosa razón.
—¿Algún problema con eso? —exigió saber lince sin dejarse intimidar
por el leopardo y sin confirmar nada en absoluto.
—Ninguna. Creo que Samy estará a salvo ahora. Si Carl se le acerca, tú
le cortarás las pelotas antes de que yo o Jonny lo hagamos.
—Él es mío y no buscará a ningún otro —continuó Edward más para
convencerse a sí mismo que a Ben. La revelación de que Carl parecía ser un
acosador le heló la sangre y le puso los pelos de punta pero, como había un
Dios, no permitiría que Carl se le escapara de las manos. Él no compartía.
—No necesito a Samy —interrumpió Carl tratando de calmar a Edward.
El hombre se vía alterado y él no quería perder la oportunidad de tener algo
con el caliente hombre-gato—. Es solo un niño, Edward es todo un hombre.
Prefiero no mojar mi cama con bebés.
—Creo que debes aprender a mantener tu bocaza cerrada, Carl. Te vas a
ganar una buena golpiza de parte de Ben. —La voz de Charly, uno de sus
amigotes, resonó en el lugar—. ¿Quién es este? —preguntó escaneando
apreciativamente a Edward de arriba abajo y sin dejar de observar la mano
de Carl que se posaba en la baja espalda del bello hombre.
—Aléjate de él, Charly —gruñó Carl—. Es mi novio.
Los ojos de Charly se abrieron como platos y tragó duro. —Pero...
pero… ¿qué pasa con lo nuestro?
—No existe nada como “lo nuestro” —dijo Carl bastante agresivamente
—. Hemos sido amigos con beneficios. Nunca hubo nada más que eso.
La expresión en la cara de Charly reveló que no pensaba lo mismo que
Carl. Edward sintió lástima por el chico pero se alegraba de que Carl no
sintiera demasiado afecto por él. Carl era suyo y nadie lo alejaría de su lado.
—Ya lo veremos —dijo Charly por lo bajo y caminó hacia su
automóvil. Lo puso en marcha y se alejó dejando una polvareda en su
camino.
—¿No me dijiste que no sabías nada acerca de los cambiaformas? —
chilló Edward en la cara de Carl, algo ofuscado.
—¿De qué hablas? —respondió Carl con evidente confusión.
—Tu amigo… es un ciervo.
—¿Un qué? —Carl no lo podía creer. ¿Charly podía cambiar a un
ciervo? ¿Desde cuándo?—. Santa jodida mierda.
—Edward, lamento interrumpir esta conversación tan interesante —dijo
Ben—, pero los candidatos a los puestos a cubrir empezarán a llegar en
cualquier momento para las entrevistas.
—Tienes razón —respondió Edward. Mirando a Carl prosiguió—: No
hemos terminado, Carl. Nos veremos después. Mi camioneta está allí —
agregó señalando con la cabeza una camioneta negra aparcada al costado
del edificio de la ONG—. Las llaves están puestas.
Sin decir más, Edward se dirigió hacia su apartamento para cambiarse y
prepararse para su intenso día de trabajo. Debía concentrarse y no estar
pensando en Carl y su jodido chico-juguete Charly. Joder, apestaba no
poder estar con su compañero. Apestaba no poder enlazarse con él y quitar
de su pecho esa sensación de necesidad y pesadez que lo estaba ahogando.
Apestaba no conocer al hombre que el destino había creado para él, saber si
era una buena persona o un reverendo hijo de puta. Carl emitía señales
confusas y él estaba más que mareado. Cuando habían estado solos había
sido tierno y considerado pero, hace un rato, se había comportado como un
cerdo con Ben y Charly.
Se pasó las manos por la cara, tratando de borrar la preocupación de su
mente y enfocarse en su trabajo. Ya tendría tiempo para Carl y para aclarar
algunas cosas. Pronto.
CAPÍTULO 5
L adehora de la cena llegó y la casa de los Taylor estaba llena de las risas
los niños. Alan llegaría mañana y Anthony estaba más que feliz.
Ben había comentado que Edward había encontrado a su compañero
pero que pensaba que le costaría enderezar al díscolo de Carl. Lo único
bueno de todo eso era que ya no tendrían que preocuparse de que Carl
lastimara a Samy. Edward mantendría a raya a su compañero pero ¿a qué
precio? Ben no lo sabía pero esperaba que el apuesto y agradable psiquiatra
pudiera encontrar en Albany un lugar donde quedarse y permanecer.
Tobby estaba muy entusiasmado por el nuevo empleado que había
contratado ese mismo día. Los tres candidatos eran buenos, pero el hornero
había resultado ser espectacular.
—No saben las maravillas que Fabricio puede hacer con sus manos. Me
he quedado asombrado y no veo la hora de que empecemos a trabajar juntos
—dijo Tobby, sus ojos brillaban con entusiasmo.
Un grito ahogado se escuchó saliendo de la cocina y todos quedaron en
silencio. Remi estaba jadeando, conteniendo a su lobo de salir y despedazar
algo. Estaba furioso y por Dios que nadie en la casa tenía la más remota
idea de qué era lo que le pasaba.
Tobby se puso de pie, rodeó la mesa y se acercó lentamente a su
compañero pero este levantó la espátula que ya parecía ser una extensión de
su mano y empezó a golpearlo con ella.
—Tú, oso cochino. Voy a matarte y a ese pajarito estúpido. ¿Qué te ha
hecho con sus manos? Dios, encima haces alardes de lo bueno que ha sido.
Remi estaba ofuscado y fuera de sí, las lágrimas salían como cataratas
de sus ojos. En un acto de rabia arrojó la espátula hacia el otro lado del
comedor. Los niños empezaron a llorar, y los adultos se los llevaron arriba.
Solo quedaron Remi y Tobby y el drama que se había desatado en un
instante.
—¿Me quieres explicar de qué hablas? —preguntó Tobby sosteniendo a
Remi entre sus brazos. El lobo no paraba de llorar y estremecerse por el
dolor que estaba oprimiendo su corazón.
—Tú… tú… me engañaste con ese pajarito que contrataste —logró
decir Remi entre sollozos.
—¿Estás loco? —preguntó Tobby ahora bastante enojado—. ¿Cómo
puedes pensar que te he engañado? Hace tiempo que tus celos cada vez te
ciegan más. Remi…, no podemos seguir así. Tienes que confiar en mí.
—Confío en ti, pero no en los otros.
—No te entiendo. Ya no sé qué más hacer para demostrarte cuánto te
amo. Mírame —ordenó y levantó la cara de Remi que sostenía entre sus
manos. Sus ojos se encontraron y Remi siguió llorando.
—Ahora me odias —dijo Remi casi sin aliento. Tobby nunca le permitió
alejar su mirada de sus ojos.
—Nunca podría odiarte. Te amo. Eres un lobo tonto y celoso. Pero,
tonto y todo, te amo. ¿Qué es lo que entendiste?
—Que ese pajarito te estuvo mostrando lo bueno que es con las manos.
Y que te gustó —escupió Remi y lloró aún más.
—Es verdad —dijo Tobby y Remi pensó que se le partía el corazón—.
Hizo unas tallas magníficas, tal vez mejores que las mías y las de J.
—¿Tallas? —preguntó Remi con esperanza, las lágrimas dejando de
salir de sus ojos.
—Sí, tallas. —Tobby suspiró y depositó un suave beso en la punta de la
nariz de su compañero, luego limpió las lágrimas de la cara con sus
pulgares y besó cada uno de sus ojos—. Deja de ver fantasmas donde no los
hay. Solo hay un hombre para mí y eres tú. Somos compañeros, estamos
enlazados y si eso no significa nada para ti, para mí lo es todo.
—Tobby… —sollozó Remi nuevamente.
—Cálmate, amor. Nadie me apartará de tu lado. Nadie logrará que deje
de amarte. Eres mío y yo soy tuyo. ¿Recuerdas cuando nos enlazamos en la
cueva?
—Sí —susurró Remi.
—Me dijiste que era hermoso y que era todo tuyo. ¿Aún piensas eso?
—Con todo mi corazón —asintió Remi sin vacilación—. Y tú me dijiste
que querías que ese momento, el de nuestra unión, quedara grabado en
nuestras memorias, para siempre.
—Y así es. Está grabado a fuego en mis recuerdos. Jamás podré
olvidarlo. Nunca podré olvidar lo sexy que te veías, el aroma de tu piel, la
suavidad de tu cuerpo…
—Y tú me tomaste y me hiciste tuyo —interrumpió Remi apretándose
contra el cuerpo de Tobby.
—¿Necesitas que te demuestre una vez más todo lo que te deseo? —
preguntó Tobby, sus ojos llenos de lujuria.
—¿Harías eso por mí?
—Oh, sí, amor. Pero… de ahora en adelante, las espátulas están
prohibidas en la cocina.
Remi se rio y para Tobby esa sonrisa fue lo más hermoso que había
visto en su vida. Besó profundamente a su compañero y pronto los besos se
hicieron más necesitados.
—Creo que será mejor que traslademos esto a nuestra habitación —
sugirió Remi.
—Será lo mejor —estuvo de acuerdo Tobby casi quedando sin aliento
ante la mirada seductora de su compañero.
Tomados de la mano subieron las escaleras y entraron en su habitación,
cerrando la puerta al mundo, confirmándose uno al otro, una vez más, que
para ellos no había nadie más. Eran dos almas unidas por el destino y jamás
nadie podría separarlos.
La familia se volvió a reunir en el comedor. El lugar estaba algo
revuelto pero pronto lograron acomodar todo y servir la cena.
—Creo que esos dos no cenarán esta noche —dijo Zachary con
picardía.
—Dios, papá. Debes hablar con el tío Remi. Sus celos van a acabar con
Tobby y con el resto de la familia. —Anthony dejó escapar un bufido de
frustración. Remi cada día estaba más obsesionado con su compañero y eso
no era nada bueno.
—Voy a hablar con él. Creo que Edward tal vez pueda ayudarlo. Algo le
está preocupando. Está nervioso y demasiado pendiente de los movimientos
de Tobby.
—¿Piensas que se está volviendo loco? —preguntó Anthony con los
ojos abiertos como platos.
—No, claro que no —protestó Zach al instante—. Solo creo que algo le
preocupa terriblemente y descarga sus frustraciones en Tobby. Además, los
celos no son nada bueno.
El sonido del timbre interrumpió la conversación familiar.
—¿Esperamos a alguien? —preguntó Anthony.
—No —respondieron varios al unísono.
—Bien, iré a ver quién es —ofreció Anthony y caminó apresuradamente
a la puerta.
Cuando la puerta se abrió, un muchacho de unos quince años, con el
cabello rubio ceniza, de ojos azules profundos y gafas, lo miraba con
miedo.
—Hola —dijo el chico con voz temblorosa—. Busco a Alan Taylor.
—Hola, me llamo Anthony —se presentó Anthony con una sonrisa—.
Alan está de viaje. Regresará al pueblo mañana por la mañana. Tal vez
pueda ayudarte en su lugar.
El muchacho negó con la cabeza, una lágrima rodó por su mejilla.
Anthony lo hizo pasar, cuando lo agarró del brazo se dio cuenta de que
estaba temblando.
—Pasa, hablemos adentro —ofreció con una sonrisa.
—Gracias. Necesito ver a Alan Taylor, de verdad necesito verlo ahora.
—No puedo hacer nada al respecto. Alan no está en Albany.
—No tengo dónde quedarme. He llegado al pueblo hace unos
momentos. Vengo de lejos.
—¿Qué hace un muchacho tan joven viajando solo?
—Mi madre me envió. Me dijo que tenía que presentarme ante Alan
Taylor antes de mi primer cambio. Que él me explicaría todo.
—¿Explicarte todo? No lo entiendo.
—Ella me dio una carta para él. Necesito entregársela. Necesito
quedarme con él.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Anthony de repente lleno de temor.
El muchacho lo miró fijo, sus ojos brillaban tras los cristales de sus
gafas.
—Brandon. —Tragó duro y luego agregó—: Brandon Taylor. Alan es
mi padre.
El mundo de Anthony se derrumbó y todo comenzó a dar vueltas a su
alrededor. Ese niño decía ser el hijo de Alan. Dios, ¿podía ser eso cierto? Él
sabía que Alan había sido un promiscuo antes de que ellos se acoplaran, que
había follado con todo lo que se le cruzaba en el camino —hombre, mujer,
cambiaforma, humano— sin importarle nada. Por lo que sabía, era muy
probable que el muchacho dijera la verdad.
—Yo soy el compañero de Alan. Te quedarás aquí hasta que él regrese y
podamos aclarar este asunto.
—No hay nada que aclarar —dijo Brandon con resolución—. Él es mi
padre y mi madre dice que es hora de que se haga cargo de mí.
—Ya lo veremos. Ahora será mejor que comas algo y luego te vayas a
dormir.
—¿Tú eres el compañero de mi padre?
—Soy el compañero de Alan. Él es mío y si tu madre piensa que puede
arrebatármelo por haberle dado un hijo, está equivocada. —No permitiría
que nadie le arrebatara a Alan. Ahora podía entender algo la actitud de
Remi, el temor de perder lo que tanto amabas era terrible.
—No. Ella está casada. Es feliz. Me dijo que lo de mi padre había sido
el rollo de una semana de lujuria. No hubo amor, pero yo resulté de eso y…
—Se encogió de hombros—, no fui muy deseado que digamos. Ella se lavó
las manos de mí, dice que no está preparada para afrontar mi primer
cambio. Está casada con un humano y él no lo entendería.
—Así que simplemente te dio una patada en el culo —dijo Anthony con
algo de compasión.
—No. Me dio un beso, el billete del autobús y me despachó directo a
Albany.
—Guau, yo pensé que el amor maternal era diferente —dijo Anthony
con sarcasmo.
—Ella me ama… a su manera.
—Prefiero no tener esa clase de amor —aseguró Anthony guiando al
chico hacia el comedor.
Al entrar, todos se quedaron mirando al muchacho que se puso todo
colorado por la vergüenza.
—Familia —dijo Anthony sin soltar el brazo de Brandon—. Este es
Brandon Taylor, el hijo de Alan. Desde hoy se une a la manada.
Bien, podía ser que Anthony prefiriera comenzar con un bebé para criar
como un hijo, pero, el destino había querido otra cosa y él no era quién para
despreciar lo que se le estaba dando. Un hijo era un hijo y él iba a ser todo
lo posible para que Brandon fuera aceptado por toda la familia y pudiera
tener una vida feliz en Albany.
Alan se llevaría una gran sorpresa cuando regresara a casa y Anthony
tenía la intensión de interrogar al gran Alfa sobre otros posibles hijos que
pudieran existir. Oh, sí, su compañero tendría mucho que aclarar pero ahora
tenía que ocuparse del nuevo integrante de su familia.
CAPÍTULO 6
U nmanada
nuevo día llegó a Albany y con él el regreso del apuesto Alfa de la
Taylor.
Alan estaba cansado, el viaje había sido una pesadilla y no habían
logrado descubrir nada. Él y Liam estaban agotados no solo física sino
mentalmente. Las pistas que habían seguido eran falsas. Infiernos, eso era
lo que más lo enojaba, que habían sido llevados por varios estados de las
narices, habían jugado con ellos. Esos jodidos traficantes eran muy astutos.
Necesitaban idear un plan para atraparlos y conseguir recuperar las drogas
robadas. Al menos les quedaba como consuelo que mientras ellos
custodiaron los últimos embarques, todo había llegado a su destino y las
medicinas habían sido distribuidas a las personas correctas. Muchos
cambiaformas habían salido ya de la adicción, salvando sus vidas. Después
de todo, el viaje había valido la pena… al menos un poco.
Apenas entraron en la casa, el olor del café recién hecho los atrajo hacia
la cocina como si fuera el hechizo de un mago.
La familia estaba desayunando. Alan posó sus ojos sobre el muchacho
rubio que estaba junto a Anthony. Ambos conversaban animadamente y él
sintió un nudo en el estómago. Celos lo cegaron y un gruñido salió desde su
garganta. Todos quedaron en silencio y miraron hacia la puerta de la cocina
donde el Alfa apretaba sus puños a sus costados con un Liam demasiado
cansado tras él.
Los ojos de Anthony se iluminaron, sonrió y salió corriendo hacia su
compañero, tirando en su avance la silla en la que estaba sentado. Se
abalanzó sobre Alan y llenó su cara barbuda con múltiples besos.
Alan se relajó y abrazó a su compañero devorando su boca con un
abrasador beso. Cuando el beso se cortó por la necesidad de aire para
respirar, desvió su mirada al muchacho que lo mirada como un ciervo
deslumbrado.
—¿Quién eres, muchacho? —preguntó groseramente mirando con ojos
duros a Brandon.
La cara de Anthony se transformó de felicidad a ira en un segundo.
—Ah, no, señor mío. Esos no son los modales que se usan en esta casa.
Vuelve a salir, ráscate las pulgas y entra civilizadamente o no vuelvas.
Alan quedó perplejo, su compañero lo había puesto en su lugar. El
mocoso había crecido y se había transformado en todo un hombre, uno que
lo calentaba más que nadie en el mundo cuando se enojaba.
—Lo lamento —se disculpó el Alfa agachando la cabeza.
Anthony sonrió nuevamente, puso un dedo en la barbilla de su
compañero para levantar su cara y así poder depositar un beso casto en los
labios amados.
—Perdonado. Ahora ven, te presentaré. —Anthony arrastró a Alan
hacia la mesa y cerca de Brandon que estaba temblando como una hoja de
papel al viento—. Alan, este es Brandon.
La sonrisa de Anthony se esfumó y su cara seria no le decía nada bueno
a Alan.
Anthony suspiró y luego agregó—: Tu hijo.
Las rodillas de Alan se aflojaron de repente y la sangre se drenó de su
cara. Tan pálido como estaba ahora, parecía un fantasma. Tanteó en busca
de una silla y Zachary se acercó para ayudarlo a sentarse.
—¿Mi qué? —preguntó el Alfa casi sin aire.
—Tu hi-jo —deletreó Anthony—. ¿Alguna vez pensabas decírmelo?
—Si lo hubiera sabido… —respondió Alan muy confundido.
—Creo que mejor nos vamos así pueden hablar tranquilos —propuso
Zachary.
Anthony lo miró entrecerrando los ojos. Odiaba que su padre dijera algo
correctamente político cuando lo único que quería era estar a solas con su
compañero. —No pongas excusas, papá. Quieres ir a revolcarte con Liam.
No me engañas.
Zach se puso pálido, Anthony era demasiado directo a veces. Sin decir
más nada, Zach giró sobre sus talones y se llevó a Liam fuera de la cocina.
Remi y Tobby los imitaron. Los niños no se veían por ninguna parte,
seguramente estarían con Iason y Ben que tampoco se divisaban en la
planta baja de la casa.
—Bien, ahora que estamos solos. Brandon, ¿podrías darle a Alan la
carta que te dijo tu madre debías entregarle? —Anthony estaba en calma, no
así Alan y Brandon. Sería el que manejara la situación, no tenía problema
con eso.
Brandon sacó un sobre del bolsillo de su pantalón y se lo entregó a su
padre con manos temblorosas.
Alan rasgó el sobre y sacó el papel pulcramente doblado que se
encontraba adentro. La letra era prolija y las oraciones cortas. Leyó la carta
y luego tomó una profunda inhalación.
—Bien, recuerdo a tu madre. Era la hija del Beta de la manada Carson.
Tuvimos un romance durante unas semanas. Jamás me dijo que esperaba un
hijo mío. —Levantó la vista y estudió las facciones de Brandon. El color
del cabello era el de Marie, pero los ojos y las facciones eran las suyas—.
Eres tan parecido a mí. —Alargó la mano y tocó la mejilla de Brandon.
Estaba verdaderamente emocionado. Un hijo. Jamás había esperado tener
un hijo. Su sueño se había hecho realidad. Esperaba que Anthony no lo
odiara por esto y que aceptara a su hijo como suyo también. Soñar no
costaba nada, ¿o sí?—. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis —dijo Brandon mirándolo fijamente.
—Hay una escuela a la que puedes ir aquí en Albany —dijo Alan sin
pensar demasiado. Quería que el muchacho se quedara a su lado.
—Ya terminé la escuela. Ingreso a la universidad el año próximo.
—¿Cómo es eso posible? —preguntó el Alfa muy confundido.
—Bien, es impropio de mí decirlo, pero soy un chico superdotado.
Tengo un coeficiente intelectual muy elevado y he ingresado a la mejor
universidad del estado. Tengo una beca completa y estudiaré medicina.
—Guau, un listillo —apuntó emocionado Anthony aplaudiendo con las
manos efusivamente. Luego se detuvo y mirando a Alan agregó—: Eso no
lo ha sacado de ti.
—Muy gracioso, cariño.
—Soy realista —sentenció Anthony y le sacó la lengua.
«Bueno, parece que mi diablillo no ha crecido tanto después de todo»,
pensó Alan con una sonrisa en los labios.
—Permaneceré aquí por el verano. Se supone que mi primer cambio
será en la próxima luna llena y mi madre se sintió superada para lidiar con
el asunto. Como le dije a Anthony, ella se ha casado con un humano y tiene
miedo que su esposo no lo entienda. Viven apartados de la manada.
—Eres bienvenido a quedarte el tiempo que quieras. Esta es tu casa
ahora —ofreció Alan, las manos le picaban por tocar a su hijo, apretarlo en
un fuerte abrazo y sentir al muchacho contra su pecho.
—Gracias, pero he soñado con ser médico toda mi vida y esta beca es lo
mejor que me ha pasado. Si mis planes salen bien, en tres años obtendré el
título.
—Espero que vengas en las vacaciones a quedarte con nosotros y a
establecerte aquí con la familia cuando acabes tus estudios.
Alan estaba ilusionado con tener a su hijo a su lado. Dios, apenas
conocía al chico pero ya un intenso cariño había empezado a inundar su
corazón.
—Es posible que lo haga. Sé que son propietarios de un laboratorio
donde realizan investigaciones muy interesantes y me gustaría trabajar allí.
—Lo hablaremos llegado el momento, aunque los dueños son otros
integrantes de la manada —aclaró Alan, demasiado abrumado por las
declaraciones de su hijo—. Y no te preocupes por tu primer cambio, puede
ser traumático pero aquí tienes toda una familia dispuesta a apoyarte.
Brandon sonrió y abrazó a su padre, necesitando los fuertes brazos del
hombre alrededor de su cuerpo. Se sentía demasiado bien, cálido y
protegido.
—¿Puedo decirte papá? —preguntó en un susurro.
—Me enojaría si no lo hicieras —respondió Alan.
—Alan… —interrumpió Anthony—. ¿Tienes más hijos por ahí de los
que deba saber?
La pregunta de Anthony lo tomó con la guardia baja. Jamás esperó
siquiera tener uno, ¿cómo esperaba su diablillo que supiera si tenía más? Lo
miró y tragó a través del nudo que se había formado en su garganta, sin
saber bien qué contestar. —Sinceramente, no tengo la más jodida idea.
—Bien, eso es lo que imaginaba.
La mirada penetrante de Anthony no le auguraba nada bueno. Sabía que
algo se estaba gestando en esa cabecita loca y, por todos los dioses,
esperaba que no fuera ningún plan descabellado.
—¿En qué estás pensando, cariño? —preguntó con temor.
—Voy a pedirle a Michel que escanee la base de datos de los
cambiaformas y vea si hay algún otro hijo tuyo perdido por ahí. Quién sabe,
tal vez tengamos que agrandar más la casa.
El tono de burla de Anthony hizo gemir a Alan. Sabía que su
compañero estaba bromeando, ¿verdad?
El sol se filtraba por las cortinas de la cabaña. Un nuevo día nacía y
Samy sonreía ante la cercanía de su cumpleaños. Los brazos de J lo
rodeaban, la erección matutina de su jaguar estaba perforando su espalda.
Dios, el hombre era grande y él aún tenía temor de que toda esa hombría no
pudiera entrar en su cuerpo. Habían estado jugando con dildos y los dedos
de J. Dios, y con esas piruletas tamaño polla que había comprado para
Halloween. Se relamió pensando en ellas y recordó que había guardado una
en su mochila. Se sentía demasiado pervertido esta mañana, pero se había
jurado no tentar al diablo hasta que llegara el día de su cumpleaños.
Tenía que ser un niño bueno, un angelito con alas blancas y no el
pequeño demonio que tan bien conocía J. Bien, ¿qué le costaría portarse
muy bien durante tres días más? Seguramente no se aburriría, ¿verdad?
Joder, ya estaba aburrido como un hongo bajo la sombra de un árbol y no
sabía qué más hacer aparte de darle una mamada a su compañero, permitir
que J saboree su cuerpo y perderse en la neblina de la lujuria…
Salió de la cama cuidadosamente, tratando de no despertar a J. Sacudió
la cabeza, esperando eliminar de su cerebro todas esas imágenes sexis como
el infierno que incluían la hermosa y gran polla de su compañero dentro de
su culo. Diablos, apestaba no tener la edad suficiente para jugar
completamente con J. Si fuera así, ahora estaría pasándosela a lo grande.
Pero quedaba poco y habría luna llena el día de su cumpleaños. Pasó la
lengua por sus labios, saboreando el buen sexo que seguramente le daría su
jaguar. El felino estaría enloquecido de deseo por el efecto de la luna
llena… además de la acumulación de lujuria por no poder haber hecho todo
el camino durante el último año. Sí, la espera sería una tortura dulce, pero
valdría la pena cada minuto de ella.
Se acercó a la pequeña cocina y empezó a preparar el desayuno.
Sorprendería a su compañero con algo rico y tal vez podrían hacer un día de
campo a la orilla del lago. Hacía mucho calor y estar en el agua
refrescándose era muy tentador.
El ruido de ollas y cacerolas despertó a J que observaba desde la cama
los avances de su pequeño demonio en la cocina, tratando de hacer el
desayuno. Sonrió, sintiendo crecer el profundo amor por su oso a cada
segundo que pasaba a su lado. Los últimos días habían sido muy
reveladores. La calidez de su arisco compañero, la dulzura que sabía poseía,
habían salido a la luz desde que habían llegado a la cabaña. Sabía que Samy
había tratado de erigir una pared durante ese último año, seguramente no
había sido fácil la espera. No más de lo que lo había sido para él.
Estaba ansioso por presentar a Samy a su madre y su abuelo. Sabía que
ellos lo amarían. Tenía planificado hacer un viaje hacia su pueblo natal
cuando regresaran a Albany después de que su unión hubiera finalizado.
Jamás les habló a sus hermanos de sus poderes y de su familia materna.
Tenía que hablar con ellos y contarles su verdad antes de partir y esperaba
que no lo odiaran por eso. Entendería que no quisieran que volviese al
pueblo, su presencia pondría en peligro a toda la familia y lo último que
quería era que alguno de los que amaba con todo su corazón fuera lastimado
por su culpa.
Se sentó en la cama, mirando su erección matutina y suspiró. Tenía que
esperar unos días más para poder aplacar el intenso deseo como quería. La
luna llena estaba cerca y sus hormonas estaban en revolución. Dios, era
demasiado difícil estar cerca de su sexy compañero y no tocarlo, saborearlo,
lamerlo y mordisquearlo como tenía ganas de hacer. Sonrió, sabiendo que la
dulce y agónica espera terminaría en tres días.
Pronto, muy pronto tendría a Samy en sus brazos, lo haría suyo y
estarían unidos por el resto de sus vidas. Tocó el tatuaje del árbol en su
pecho, ahora sin follaje y casi completamente desvanecido. La magia de su
abuelo apenas si lo ayudaba a contener sus impulsos de arrastrar a Samy a
la cama y follarlo hasta que ambos se desmayaran.
Tomó una respiración profunda y se levantó caminando hacia Samy,
embriagándose con el aroma único de su compañero, sabiendo que la
felicidad había llegado a su vida el mismo día en que él llegó a Albany y
conoció a su pequeño demonio.
Ahora todo lo que necesitaban era esperar tres días y todo sería más
fácil.
CAPÍTULO 7
E l primer día de luna llena había llegado.
Edward no había visto a Carl desde que se separaran la mañana
posterior a la noche en que se conocieron. Los efectos de la luna ya estaban
haciendo que la lujuria casi los cegara y no sería nada bueno si a eso se le
sumaba el ansia que lo consumía por acoplarse a su compañero. Los celos
lo estaban torturando a fuego lento. Charly trabajaba en el taller mecánico
con Carl y el maldito ciervo no desaprovechaba cada oportunidad que tenía
en tocar a Carl. Él los observaba desde la ventana del frente de su
apartamento. Podía ver la interacción entre los dos hombres, el sudor
corriendo sobre el torso desnudo de Carl mientras trabajaba en los coches
bajo el sol agobiante del verano. Estaba seguro de que no soportaría mucho
más tiempo. Había prometido ir despacio, lograr conocer al hombre que el
destino había creado para él y que Carl lo conociera a él. Parecían ser tan
distintos uno del otro. Y Edward no sabía si podría vivir con un hombre que
parecía tener dos personalidades. No le gustaba el arrogante gallito que se
había mostrado delante de Ben. Pero estaba seguro que podría enamorarse
perdidamente del gentil hombre que se acercó a un lince salvaje sin miedo
alguno en el bosque. Su compañero lo desconcertaba, pero estaba dispuesto
a descubrir al verdadero Carl.
Su cuerpo se tensó cuando vio la mano de Charly deslizarse por el torso
desnudo de Carl. Este sonrió y dejó que el otro lo tocara, que bajara la mano
y apretara su polla erecta. Edward cerró los ojos, no podía soportar ver
cómo otro hombre tocaba lo que le pertenecía. Cuando levantó los
párpados, el taller parecía estar abandonado. ¿Dónde se habrían metido esos
dos? Sin poder resistirse a la curiosidad y el dolor que estaba creciendo en
su pecho, salió de su apartamento directo hacia el taller.
Gemidos y el ruido del choque de cuerpo contra cuerpo llegaron a sus
oídos y Edward dejó escapar un grito de dolor. Corrió hacia la trastienda del
taller y vio a Carl follando a Charly. Ambos perdidos en el acto. Se
abalanzó sobre los dos hombres, separándolos y atacando a Charly como si
fuera un enemigo mortal. Sus uñas se convirtieron en garras, sus dientes se
alargaron y sus ojos tomaron la forma aún más de felino. Quería destrozar,
matar, mutilar. El ciervo lo miraba con miedo, aterrorizado, inmóvil bajo su
agarre.
—Edward, suéltalo, vas a lastimarlo —gritó Carl tratando de separarlo
de Charly.
—Él no tiene derecho a tenerte. Sabe que eres mi compañero. Es un
vínculo sagrado. Ningún cambiaforma se atrevería a interferir. —El gruñido
de Edward estaba cargado de dolor y furia—. Merece morir.
—¡No! —gritó Carl—. Él es mi amigo, no lo lastimes.
—¿Él te importa más que yo? —Edward giró para enfrentarse con la
mirada de Carl. El agarre que tenía sobre Charly comenzó a aflojarse al ver
la cara de espanto de su compañero—. Tú no me quieres. No te interesa lo
que podamos tener juntos. Prefieres ser un díscolo y fornicar con todo
hombre que se te ofrezca. Pensé… —Trató de contener las lágrimas que se
estaban formando en sus ojos. No iba a llorar, no delante de Carl al menos
—. Pensé que querías una relación… conmigo. ¿Qué era eso de que éramos
novios? Ahora veo que estaba muy equivocado. Quédate con tu chico-
juguete. Yo buscaré alguien que quiera estar conmigo y me ame.
Edward soltó a Charly, le dio una última mirada a Carl y se fue directo a
su apartamento. Se encerraría durante días para llorar y así poder ahogar su
pena. Hubiera querido no haber recibido nunca la llamada de Michel.
Hubiera querido no haberse trasladado jamás a Albany. Al menos así no
hubiera sabido que un dolor tan grande como el que estaba sintiendo podía
existir. Era más doloroso haber encontrado a su otra mitad y haberla perdido
que no haberla encontrado nunca. Y ahora tenía que encontrar la manera de
vivir con su corazón destrozado y con la mitad de su alma hecha trizas.
Michel y Benji regresaron a Albany justo a tiempo para la luna llena. El
gatito de Michel ya estaba sufriendo los efectos. No es que él se quejara en
absoluto, pero quería estar en su casa, en su cama, cuando la lujuria cegara
a su compañero y lo follara hasta el desmayo. Dios, amaba las noches de
luna llena.
Estaba ansioso por encontrarse con Edward, hacía años que no veía a su
mejor amigo y ahora tenía la imperiosa necesidad de correr para verlo y
abrazarlo.
—Benji, ¿te importaría si paso a ver a Edward por un momento? —
preguntó con algo de esperanza. Los ojos del felino estaban casi
transformados y había estado ronroneando durante todo el camino en
carretera desde Bringtown.
Benji cerró los ojos y respiró profundamente. Trataba de calmarse.
Entrar en los días de celo era una tortura si requería estar separado de su
compañero aunque fuera solo un instante. Pero no podía ser tan grosero con
Edward. Después de todo, el hombre había dejado su vida de lujos y
prestigio para asentarse en Albany a pedido de Michel. Y tendría a su lobito
para él solo durante los próximos días… y noches.
—Ve, pero no tardes mucho. Mientras tanto desempacaré y me daré una
ducha.
—No tardaré. Luego te daré un masaje —ofreció Michel
sugestivamente.
Los ojos de Benji brillaron, amaba las manos de Michel sobre su
cuerpo. Su lobito era muy bueno con los masajes, con las mamadas y… con
todo lo demás. «Yamy», no podía esperar para saborearlo.
Michel le dio un tierno beso en los labios y salió de la casa de los Swift
rumbo al edificio de la ONG, su antigua casa.
Entró en el edificio y encontró a muchas personas que no conocía en sus
uniformes blancos. Médicos, enfermeras, terapeutas, todos trabajando
haciendo el inventario de las instalaciones. Sonrió ante el avance de todo.
Ya estaban las contrataciones hechas y en unos pocos días las puertas se
abrirían para empezar a recibir consultas y a aquellas personas que
necesitaran ayuda. Quién iba a imaginar que Ben Cassidy había sido el
fundador de una obra tan inmensa y con tanto espíritu humanitario.
Ciertamente no él.
Siguió caminando por el edificio, directo a la puerta que comunicaba la
ONG con el apartamento de Edward. Tocó a la puerta pero nadie contestó.
Con su audición privilegiada pudo escuchar el llanto de alguien provenir del
otro lado de la puerta. Asustado, giró el picaporte. Afortunadamente la
puerta no estaba cerrada con llave. Entró y le costó acostumbrar sus ojos a
la oscuridad del lugar. El gemido lastimero de alguien se hacía más fuerte a
medida que avanzaba dentro de la negrura que lo envolvía.
—¿Edward?¿Eres tú? —preguntó Michel.
—¿Michel? —la voz temblorosa de Edward respondió.
Michel avanzó hacia un cuerpo acurrucado en un rincón en el suelo.
Edward estaba temblando. Enseguida empezó a comprobar los signos
vitales de su amigo.
—¿Te duele algo? —indagó mientras revisaba el pulso de Edward.
—No estoy enfermo.
—¿Qué te ha pasado?
—Conocí a mi compañero destinado y él no me quiere. Lo descubrí
follando con otro. Dios, Michel, me siento morir.
—Edward, lo siento mucho.
Michel abrazó a su amigo y lo ayudó a ponerse de pie. Tenía que hacer
algo para ayudarlo. No podía dejar que Edward se sumergiera en la miseria.
—No te preocupes. Haré mi trabajo. Esto no afectará mi desempeño.
—Dios, Edward. Me importa una mierda el trabajo. Quiero saber quién
te hizo esto. ¿Quién es tu compañero?
La mirada de odio amedrentó a Edward. Si bien estaba dolido no quería
que Michel lastimara a Carl. Él era suyo y lo defendería aunque le costara la
vida y su cordura.
—Es humano. No entiende lo que me está haciendo.
—Su nombre… —gruñó Michel dispuesto a desgarrar la garganta del
maldito bastardo que había reducido a su amigo a una piltrafa humana.
—Carl —respondió al fin Edward dejando escapar un suspiro de
frustración en el proceso.
Michel abrió los ojos como platos. Dios, de todos los idiotas posibles
tenía que ser el peor de todos.
—¿El dueño del taller mecánico?
Edward asintió con la cabeza y Michel supo que su pobre amigo la
tendría muy difícil con Carl. Era uno de los rufianes de Albany. El pueblo
estaría muchos mejor sin él y sus amigotes.
—No sé cómo podré vivir sin él.
—Lo sé, Edward, lo sé. Aunque te aseguro que él no merece una sola de
tus lágrimas.
Michel sabía que por más idiota y patán que fuera Carl, tenía que hacer
algo para que el tipo entrara en razones. No iba a dejar que Edward se
revolcara en su miseria. No, algo tenía que hacer, pero ¿qué? Lo primero
sería que su amigo se diera una ducha y saliera del lugar oscuro en el que
estaba ahogando sus penas. Luego idearían un plan para que Carl cayera a
los pies de Edward. Tenía una gran familia que seguramente colaboraría.
Había una batalla que pelear y se juró en ese momento que la ganarían.
Con una sonrisa triunfal, ayudó a levantarse a Edward del suelo.
—Date una ducha y cámbiate de ropa. Hoy cenarás con mi familia.
Obedeciendo, Edward se dirigió hacia el baño y Michel se asomó por la
ventana que suponía utilizaba su amigo para mirar furtivamente a lo lejos a
su compañero. Efectivamente, el cretino de Carl estaba trabajando en una
camioneta y Charly estaba rondado a su alrededor. Ahora entendía la
desesperación de Edward. Ya aclararía las cosas con ese ciervo traicionero
y, cuando lo hiciera, estaba seguro que se iba a arrepentir de haber
interferido entre Carl y Edward. Él podía ser muy tranquilo y odiar la
violencia pero, cuando se trataba de los que amaba, sacaba sus garras y
peleaba como el más malo de todos. Aunque suponía que esa tarea se la
dejaría a Ben, de seguro estaría deseoso por tener una pelea. El leopardo se
había estado comportando demasiado bien en los últimos meses y un poco
de acción le vendría bien para alejar las tensiones. De seguro que Charly se
mearía del miedo cuando se enfrentara con Ben. Y cuando eso pasase
quería tener un lugar en la primera fila para presenciarlo.
J se despertó con un humor de perros el día en que, al fin, Samy cumplía
dieciocho años. Aún podía sentir la magia de su abuelo fluir del tatuaje del
árbol que casi había desaparecido. Viejo loco, seguramente el árbol se
desvanecería por completo y con él la magia que encerraba, justo a la hora
en la que Samy había nacido. Y eso era por la noche. Joder, odiaba seguir
esperando.
Pero eso le daba la oportunidad de aprovechar e ir a la ciudad para
recoger el pastel que Remi había preparado para su oso. Traería su regalo a
la cabaña. Le daría la sorpresa a su pequeño demonio. Dejaría a Samy solo
durante el día para que la anticipación hiciera su efecto.
—Buenos días —ronroneó Samy envolviendo una pierna por el torso
desnudo de J—. Llegó el día —continuó entre gruñidos y besos.
J se estaba volviendo loco. El calor, los besos y las caricias de Samy
estaban acabando con la poca fuerza de voluntad que aún le quedaba.
—Amor, tenemos que esperar hasta la noche, justo al momento en el
que naciste.
Samy se quedó quieto, como congelado. La mirada de asombro que le
dio a J no presagiaba nada bueno.
—No me jodas.
—Por desgracia no lo haré hasta la noche —dijo J queriendo hacerse el
gracioso, pero el ceño fruncido de Samy le di a entender que no había
tenido éxito en aligerar el estado de humor de su compañero—. Iré al
pueblo, tengo algunas cosas que hacer. Volveré a tiempo.
—¿Vas a dejarme solo el día de mi cumpleaños? —Samy estaba muy
enojado, su cara estaba muy colorada y sus ojos lanzaban chispas. Estaba a
solo un paso de ahorcar con sus propias manos a J y el jaguar lo sabía.
—Es por el bien de los dos —afirmó J—. No creo poder resistir mucho
más si me quedo a tu lado. Te deseo tanto, amor mío.
La expresión de anhelo en J hizo que Samy se relajara, abrazó a su
jaguar y lo besó con todo lo que tenía.
—Está bien, lo acepto. Pero te juro que a partir de esta noche no te
separarás de mi lado nunca más.
—Yo también lo juro.
Se abrazaron y se besaron de nuevo. El calor comenzó a crecer en el
interior de ambos, la excitación se incrementaba y, de mala gana, J se
separó del hombre que amaba con todo su corazón.
—Mejor voy a preparar el desayuno —ofreció Samy levantándose de la
cama y mostrando su perfecto culo a J mientras se agachaba para recoger
unos shorts y colocárselos.
—Vas a matarme —anunció entre dientes J mientras apretaba las manos
en las sábanas, su polla erecta levantando el fino material que cubría la
parte inferior de su perfecto y musculado cuerpo. Su eje estaba duro como
granito, pareciendo tener vida propia. Quería follar a Samy, tanto como
necesitaba su próxima respiración.
Samy giró y sonrió, guiñándole un ojo a su precioso jaguar.
—Esta noche, seré todo tuyo. Ahora será mejor que llenemos tu
estómago si vas a hacer el viaje al pueblo.
J entrecerró los ojos, su pequeño diablillo había aceptado demasiado
rápido sus planes. ¿Qué estaría tramando? Él no lo sabía y esperaba que no
fuera alguna de las diabluras de su osito de peluche.
CAPÍTULO 8
J ya se había ido y Samy tenía mucho que hacer hasta la noche.
Había traído en su mochila todo lo necesario para su trasformación.
Corrió hacia la cama y sacó su mochila de abajo. La dio vuelta y dejó
que todo el contenido cayera sobre las sábanas revueltas.
Lo primero que agarro, fueron los zapatos rojos de tacón alto. Los
apretó contra su pecho y luego inhaló el aroma de cuero. Lo amaba.
Apartó los zapatos y buscó su vestuario. Un conjunto de camisola y
shorts de gasa rojo transparente. Había visto el traje en un catálogo gay,
enamorándose de la ropa en el instante en que había puesto sus ojos en el
modelo. Se parecía mucho a él, y supo sin lugar a dudas que era el ajuar
perfecto para su primera vez con J. Anthony lo había ayudado en la compra
y en idear todo para esa noche tan especial.
Apartó la ropa junto con los zapatos. Revolvió y encontró las medias de
red rojas que pensaba llevar junto con el portaligas. Sabía que era
demasiado, pero añoraba vestirse de esta manera y había encontrado un
ajuar que no era demasiado femenino, algo único que lo hiciera verse sexy
y deseable. Un vestuario en el que pudiera sentirse él mismo.
Sonriendo, apartó las medias con el portaligas y siguió con su búsqueda.
Encontró su porta cosméticos. Sabía que a J no le gustaba el maquillaje
pero él quería hacerse una limpieza de cutis y un tratamiento en el cabello.
Hacía mucho que había descuidado su piel y su cabello estaba algo
desteñido por el intenso sol del verano.
Apartó el estuche con todos los productos de belleza y encontró el
frasco de perfume que le había regalado Iason. Amaba a sus amigos, todos
y cada uno de ellos había colaborado para que este día fuera especial para
él.
Remi le había prometido que de alguna manera le proveería de lo
necesario para una cena romántica a la luz de las velas. Tenía fe ciega en el
lobo, siempre cumplía con su palabra.
El ruido del motor de una camioneta llamó su atención. ¿Quién podría
ser?
Corrió la cortina de la ventana y pudo ver la camioneta de Remi
estacionarse frente a la cabaña y a Remi salir con una sonrisa triunfal de
oreja a oreja.
Samy dio saltitos de alegría y salió corriendo de la cabaña a abrazar a su
amigo.
—¡Viniste! —gritó lleno de euforia.
—Por supuesto que lo hice —respondió Remi con un tono de reproche
—. He esperado este día más que tú. Será tan romántico.
—Dios —dijo Samy poniendo los ojos en blanco—. Cualquiera que te
escuchara pensaría que ves la telenovela del mediodía y que lees novelitas
rosas. —Remi se sonrojó y Samy bufó—. No me lo creo.
—No puedo evitarlo. ¡Me encantan! —chilló Remi.
—Bien, no entremos en esos detalles. ¿Qué me has traído?
Remi le guiño un ojo y caminó hacia la parte de atrás de la camioneta,
abrió la puerta y empezó a sacar cajas y más cajas colocándolas sobre el
suelo de tierra.
—Remi, ¿estás seguro que esto es solo para una cena de dos? —
cuestionó Samy muy sorprendido por la cantidad de cosas que el lobo
estaba bajando de la camioneta.
—Confía en mí, sé lo que hago. —Remi movió sugestivamente sus
cejas arriba y abajo. Eso hizo que Samy se riera y que Remi frunciera el
ceño.
—Tú eres el jefe —dijo Samy levantando las manos en señal de
rendición.
—Es bueno que lo recuerdes, niño. —El tono de Remi era cariñoso,
para nada mandón, y eso le decía a Samy que su amigo realmente lo
apreciaba. Era bueno sentirse querido por las personas que lo rodeaban por
una vez en la vida.
Llevaron las cajas dentro de la cabaña y Remi empezó a desempaquetar
un par manteles de distintos colores, servilletas, vajilla, cubiertos, y todo lo
necesario para adornar una mesa de forma glamorosa.
Acomodaron la mesa y entre los dos la dejaron lista para la noche.
—No pensé que traerías todo esto, creí que solo harías la comida.
Samy aplaudió con las manos saltando como un niño de cinco años,
estaba más que entusiasmando.
—Las cosas hay que hacerlas bien, acostúmbrate a eso.
—No sé qué decir.
Estaba muy emocionado. Su familia jamás había mostrado esta clase de
amabilidad hacia él. Remi era un gran amigo y se lo demostraba en cada
acto.
—Bien, no digas nada y ayúdame con la comida. Hay que guardarla en
el refrigerador. Tengo que explicarte cómo calentarla y servirla.
—¿Qué? —No le gustaba nada eso. Apenas pensaba que iba a tener una
neurona funcionando cuando regresara J del pueblo.
Remi levantó una ceja cuestionadoramente, nadie arruinaría sus
creaciones. Había elaborado cada platillo cuidadosamente. Samy no iba a
arruinarlos… ¿verdad?
—Te escribí las instrucciones. Sé que no tienes buena memoria.
Samy dejó escapar el aire que estaba reteniendo en sus pulmones. Remi
lo conocía bien después de todo.
—¿No hay pastel? —preguntó desilusionado.
Remi se puso colorado antes de responder. —Esa será una sorpresa de J.
No puedo decirte más.
Samy abrió los ojos como platos ante esa revelación. Así que su
precioso compañero había ido al pueblo por un pastel para él. Amor y
devoción se mostraron en su rostro y Remi lo sacudió cuando lo llamó y él
no respondió.
—¿Eh? —balbuceó Samy mirando a un Remi con el ceño fruncido.
—¿Necesitas algo más? Tengo un viaje de dos horas y será mejor que
me ponga en marcha o J sospechará algo. Dejé a Anthony en la cafetería así
que no se dará cuenta de que me escabullí para venir aquí.
—Anthony se encargará de todo. Es bueno con la gente. Y no, no
necesito nada más. Ya lo que has hecho es más que suficiente.
—¿Tienes lubricante? —preguntó Remi con una sonrisa torcida en su
rostro.
La cara de Samy se encendió y asintió con la cabeza. —Es mejor que te
vayas —dijo Samy empujando a Remi hacia la puerta. Infiernos, estaba
demasiado avergonzado. Amaba a sus amigos pero ninguno tenía un filtro
entre su cerebro y su boca. Bien…, él tampoco así que eran tal para cual.
Puso los ojos en blanco ante ese pensamiento.
—Ya voy, no hace falta que me empujes. Entendí la primera vez.
Además, todo está listo. Nos vemos en unos días. Espero que todo salga
bien.
—Gracias, Remi. No sé qué hubiera hecho sin tu ayuda.
Abrazó a Remi, despidiéndose del lobo.
Miraba la camioneta irse y dejar polvo tras de las ruedas mientras
pensaba en lo que tenía que hacer y el poco tiempo que le quedaba.
Decidido, tomó el estuche con sus cremas, una enorme toalla y se
dirigió hacia el lago. Llevaría tiempo, pero en unas horas lograría la
trasformación que buscaba.
Esa noche su jaguar comería de la palma de su mano y babearía sin
poder evitarlo. Y él amaría cada momento de ello.
J llegó al pueblo y estacionó su motocicleta frente al taller en el que
trabajaba con Tobby. Necesitaba hablar con su amigo y saber si su ausencia
no había perjudicado el negocio, aún se sentía culpable.
Al entrar encontró a Tobby trabajando junto a un hombre que no
conocía. Era alto, delgado, de cabello negro. Estaba de espaldas haciendo
una talla que le sacó el aliento. Era algo bellísimo y las manos del hombre,
tan grandes pero delicadas, trabajaban la madera como si le estuvieran
haciendo el amor. Los largos dedos se desplazaban por la pieza
acariciándola, buscando las imperfecciones para arreglarlas.
Estaba embelesado, observando al artesano trabajar y no se dio cuenta
de que Tobby se acercó a él.
—J, ¿qué haces aquí? —preguntó Tobby arrastrándolo a un fuerte
abrazo—. Ven, acércate, quiero que conozcas a Fabricio.
—Veo que ya has contratado a alguien para que trabaje en el taller —
observó elevando una ceja cuestionadora a Tobby.
—Sep, así es. Fabricio es un maestro con la madera. Fue una suerte para
nosotros que quisiera trasladarse a Albany.
El entusiasmo de Tobby le decía que los días en los que había estado
ausente no habían atrasado demasiado el trabajo pendiente. Por un lado
estaba agradecido pero por el otro… estaba algo celoso de la habilidad de
Fabricio con la madera.
Fabricio dejó la talla y giró para enfrentarse a él. Una amplia sonrisa en
su rostro mostraba que el hombre era amable además de habilidoso. J no se
perdió la belleza extraña en su rostro. Demasiado anguloso, pero
armoniosamente construido. Cuando estrecharon sus manos, la de Fabricio
dio un apretón decidido pero no brusco. Sorprendentemente, esa mano no
tenía callos como las de Tobby y las suyas.
—No tienes callos —dijo sin poder evitarlo.
—Soy un hornero. Para mi trabajar con la madera y la cerámica es
como para ti el ronronear. —J frunció el ceño pero Fabricio elevó una mano
y continuó—: No me malinterpretes, lo que quiero decir es que está en mi
naturaleza el trabajar con estos materiales, por eso no tengo callosidades.
Tal vez si me pusiera a hacer otro trabajo manual seguramente tendría
callos.
—Así que también haces piezas en cerámica —quiso saber J. Algo se le
estaba ocurriendo.
—Sí, de hecho, soy mejor en eso que con la madera.
—Joder, no me lo creo —bufó lleno de asombro—. Se me ocurre que
podríamos extender el taller y ofrecer piezas finas de cerámica con los
muebles. Sets de cocina, adornos, estatuillas, no sé, lo que sea que se nos
ocurra.
—Sería fabuloso —aceptó Tobby dando saltitos con intenso entusiasmo
—. Fabricio, ¿te interesaría?
—Me encantaría. Podría hacer traer mis herramientas e instrumentos.
Afortunadamente aún no los he vendido. Deberíamos buscar alguna persona
que sepa pintar bien. Sería bueno que las piezas tuvieran algún adorno. En
eso no soy muy bueno.
—¿Iason? —sugirió J.
—Se lo propondré. Seguramente estará interesado. La pintura es algo
que ama y creo que le vendrá bien para relajarse del cuidado de los gemelos
—Tobby dijo pensativo.
—Bien, me alegro que estés en el barco —le dijo J a Fabricio—. Me
tengo que ir. Solo vine a saludar y a buscar el pastel de cumpleaños de
Samy.
Los ojos de Tobby se abrieron como platos, se había olvidado por
completo del asunto.
—Ups, me había olvidado. Lo siento.
J se rio con fuerza y le dio a Tobby unas palmaditas en la espalda.
—No te preocupes, hombre. Cuando termine el ciclo de la luna llena
volveré y podremos trabajar como equipo.
Tobby empezó a restregar sus manos nerviosamente y supo que el oso
tenía algo que contarle.
—¿Tobby, ha pasado algo en mi ausencia? —preguntó con
preocupación.
—Pues… Hace un par de días llegó un muchacho al pueblo. Justo en la
puerta de nuestra casa. Y…
—¿Y?
—Es hijo de Alan.
—¡Joder! ¿Cómo se lo tomó Anthony?
—Pues, bastante bien. Adora al muchacho. Creo que tiene dieciséis
años. Alan no sabía ni que el chico existía. La madre del muchacho lo envió
para que Alan se ocupara de él. La mujer está casada con un humano y
Brandon aún no ha afrontado su primer cambio. —Tobby se encogió de
hombros—. Supongo que el anhelo de Anthony de tener hijos supera
cualquier tipo de recelo que pudiera tener por la situación.
—Espero que nada más pase en mi ausencia. Este pueblo parece
tranquilo pero suceden cosas todos los días.
—Pues… —agregó Tobby.
—Escúpelo —ordenó. Sabía que lo de Brandon había sido una
distracción para la verdadera noticia.
—¿Recuerdas que iba a llegar un psiquiatra amigo de Michel para
hacerse cargo de la ONG?
—¿Y?
—Pues…, parece ser que Carl es su compañero destinado. —Tobby
bufó despreciativamente—. El pobre Edward está devastado. Carl es un
cretino.
J se refregó las manos por la cara. Le tenía jurada una paliza a Carl y
parecía ser que en cualquier momento se daría el gusto.
—Dios, lo lamento por Edward. No lo conozco pero ya me da pena el
hombre.
—Bueno, al menos Carl no molestará a Samy de nuevo —dijo Tobby
como al pasar.
Se dio cuenta que Tobby deslizó el comentario sobre Carl para que
estuviera tranquilo sobre el bastardo.
—Mejor será que pase a buscar el pastel de Samy y me vaya. Tengo el
impulso de pasar por el taller mecánico y darle una golpiza a Carl.
—No lo hagas. Si bien el tipo se está portando como un canalla con
Edward, es su compañero. Nos guste o no.
J miró hacia el techo y bufó.
—Lo sé. Mejor me voy.
Se despidió de Tobby y Fabricio y se dirigió a la cafetería de Remi por
el pastel para Samy. Su pequeño demonio se moriría cuando viera la
sorpresa.
Miró hacia el cielo. Parecía que se avecinaba una tormenta. Sería mejor
que se apresurara y emprendiera el regreso a la cabaña antes de que la lluvia
comenzara.
Subió a su motocicleta y se dirigió a la cafetería de Remi. Recogería el
pastel y volvería con su amor, el tatuaje del árbol en su pecho ya se había
desvanecido. Nada podría ahora impedir que Samy fuera suyo. Para
siempre.
CAPÍTULO 9
J aceleró su motocicleta en los últimos kilómetros hacia la cabaña. El
cielo estaba completamente encapotado y podía escuchar el ruido de la
tormenta aproximarse. Necesitaba llegar a tiempo, no permitiría que el
pastel de cumpleaños de su pequeño diablillo se arruinara.
El polvo del camino se levantaba delante de sus ojos. El viento era
implacable y empezaba a sentir el olor del agua en el aire.
Ya podía ver la cabaña a lo lejos, solo iluminada por una tenue luz que
se percibía desde una de las ventanas del frente.
Cundo las primeras gotas de la lluvia fría comenzaron a caer, ya estaba
estacionando la motocicleta bajo un provisorio toldo que había colocado a
un costado de la cabaña. Era suficiente para guarecer su motocicleta del
intenso calor del día y de las posibles lluvias.
Se bajó de la moto y tomó la caja del pastel. Afortunadamente había
llegado ileso. Dejó escapar el aliento que no sabía que estaba conteniendo.
Miró al cielo, la luna estaba oculta tras la gran tormenta, pero aún podía
sentir su efecto en él. Estaba en celo, estaba cliente y quería a su
compañero.
Cuando abrió la puerta de la cabaña, la imagen que lo recibió casi hace
que su corazón saliera disparado directo por la boca.
Completamente a oscuras, la cabaña solo estaba iluminada por dos velas
encendidas en el centro de una majestuosa mesa. Fina mantelería y vajilla
de porcelana estaban acomodadas como el preludio de una cena romántica y
elaborada.
Lágrimas de emoción se acumularon en sus ojos, parpadeó y las alejó.
No era el momento de lágrimas. Ahora tenía que buscar a Samy y abrazarlo,
estrecharlo entre sus brazos.
Se acercó al refrigerador y al abrir la puerta se encontró con un
banquete digno de unos reyes. Tragó el nudo que se estaba formando en su
garganta y colocó el pastel en un estante que aún quedaba libre.
—¿Se te perdió algo, J? —preguntó la voz de Samy desde la oscuridad
de un rincón de la cabaña.
J giró sobre sus talones, la luz del refrigerador le daba una buena
imagen a Samy del perfecto cuerpo de su compañero —cuerpo que en breve
recorrería con su boca sin restricciones—. Se pasó la lengua por los labios,
saboreando anticipadamente la tersa piel de su jaguar.
—Samy, sal a la luz, quiero verte, amor.
—Aún no. Siéntate en una de las sillas ante la mesa. Vamos a cenar.
Remi ha preparado una verdadera cena romántica para nosotros y no vamos
a arruinarla porque se cabreará mucho.
—¿No me dejas verte? —protestó J.
—Todo a su tiempo —respondió Samy riéndose por lo bajo.
El sonido de la dulce risa de Samy envió ondas de placer a las bolas de
J, su polla empezó a endurecerse aún más bajo la gruesa tela de sus tejanos.
El ruido de tacos sobre la madera rústica del suelo le dijo que Samy
estaba seguramente “vestido para matar” y eso hizo que su cuerpo temblara
en anticipación. Cerró los ojos tratando de imaginar el atuendo que su
pequeño demonio había elegido para esta ocasión. Rememoró el traje de
Halloween y estuvo a segundos de correrse en sus pantalones.
Antes de que sus recuerdos tomaran posesión de su mente y
enloqueciera, Samy se acercó por el lado derecho y depositó en la mesa un
plato con una exquisita entrada.
No se perdió la delicada mano de Samy, embellecida con una perfecta
manicure, las uñas pintadas de rojo rabioso. La manga transparente de una
camisola de gasa roja llegaba hasta la muñeca de la estilizada mano de su
pequeño compañero.
Gimió pero no se atrevió a moverse.
Samy apagó una de las velas y solo dejó la iluminación necesaria para
que se vieran los platos. No podía ver a Samy desde allí, ni aun con su
visión agudizada. Joder si eso no lo llevaba a la locura.
—Come y disfruta de la entrada. Ya se está calentando el plato
principal. Remi dejó instrucciones precisas para cada plato.
—¿Y esos son…? —preguntó queriendo que la cena terminara antes de
empezar.
—Tres. Entrada, plato principal, postre. No hay sopa debido al intenso
calor.
J suspiró, pero apenas llevó a la boca el primer bocado de la entrada un
gemido de placer se escapó de sus labios. La comida estaba deliciosa. Remi
era fantástico en la cocina y si tenía que comerse la puta cena enterita al
menos la disfrutaría.
—Está delicioso —murmuró.
—Vi que trajiste algo. ¿Puedo saber qué es? —pregunto Samy con
ansiedad.
J sonrió y sus dientes blancos como perlas brillaron a la tenue luz de la
vela.
—Tendrás que esperar —fue la simple respuesta que ofreció.
Samy se pasó la lengua por los labios. Su jaguar quería seguir su juego
y él estaba más que encantado. Gruñó su satisfacción y J ronroneó. Dios, su
gatito estaba en celo, podía oler la excitación que emanaba su hombre y
embriagaba sus sentidos.
—Me parece justo —respondió tratando de mantener el control de sus
emociones.
J era hermoso, un ejemplar digno de admiración, y era todo suyo. Su
mano temblaba cuando tomó el tenedor para llevarse otro bocado a la boca.
Quería tocar a J, desesperadamente. Pero tenía un plan trazado y lo iba a
cumplir. Aunque le llevara toda la paciencia que tenía almacenada…, y esa
era muy poca.
La cena transcurrió en una conversación casual, intermitente con
silencios cómodos.
Luego del postre, Samy tomó de la mano a J y lo llevó hasta la cama.
—Es hora de que desenvuelva mi regalo —anunció Samy
seductoramente.
—Aún no te lo he dado —respondió J con picardía.
—Ya lo tengo, aguardándome a fuego lento desde hace casi un año.
Samy empujó a J a la cama.
Un rayo cayó cerca de la cabaña y la luz que proyectó iluminó el lugar
por completo. J se quedó con la boca abierta al ver a Samy en un atuendo
rojo digo de un infarto. Gimió y rugió y se estiró en la cama para encender
la pequeña lámpara al lado.
—Necesito verte —exclamó con voz ronca y cargada de lujuria.
Cuando la luz fue encendida, Samy supo que el juego había terminado.
Era la hora de la verdad. Giró sobre sus tacones, dándole a J una vista de
todo su atuendo.
La camisola estaba anudada en la cintura, los shorts eran tan
transparentes que se veía su piel a través de ellos y el vello púbico
asomando entre la V que se formaba entre sus piernas. Los zapatos rojos de
tacones altos alargaban sus estilizadas piernas que estaban enfundadas en
medias de red rojas. El portaligas se veía a través de los shorts y J se
relamió imaginado cómo iba quitar cada prenda, lamer cada centímetro de
piel descubierta.
Algo brillante se destacaba debajo de la camisola y J recordó los
piercings que Samy se había hecho por insistencia de Anthony. Infiernos, su
polla latía bajo la cremallera de sus pantalones, queriendo salir de su
confinamiento. Pero primero lo primero.
Tomó uno de los pies de Samy y olió el cuero del zapato. —Amas estos
zapatos, ¿verdad? —preguntó sabiendo ya la respuesta.
Los ojos verdes de J relucían como gemas, haciendo estremecer a Samy,
provocando que los vellos de su piel se erizaran. Sentía que J podría
perforarlo con su mirada. Podía sentir al felino en la superficie, gritando por
salir.
Pero J tenía otros planes. Retiró el zapato del pie de Samy y lamió el
empeine lentamente. La saliva traspasó la red de la media e hizo cosquillas
en la piel del oso.
Samy gimió pero J no se detuvo. La seducción recién comenzaba.
Recorrió con ambas manos toda la pierna de Samy, desde el pie hasta la
ingle, lentamente, haciendo que los callos de sus manos rasparan la media.
Deslizó los dedos por debajo del dobladillo de los shorts y desprendió el
liguero, liberando la media. Despacio, fue enrollando la media hasta sacarla
por completo de la pierna de Samy. La piel blanca de su oso brillaba a la luz
de la lámpara. No pudo resistirse y la lamió, recorriendo con su lengua todo
el camino que habían hecho sus manos, de ida y vuelta.
Los gemidos de Samy retumbaban en las paredes de la cabaña y
competían con el ruido seductor de la lluvia cayendo en el techo de chapa.
Samy temblaba pero no se atrevió a moverse un milímetro. El jaguar
estaba en celo y su oso quería disfrutar cada momento de su reclamación.
Temía que si se movía, J terminara la seducción previa para follarlo sin
sentido contra el colchón de la cama, sin la parte romántica que tanto lo
estaba excitando.
J pudo leer el temor en los ojos dorados de Samy y lo arrastró a su
regazo.
—No temas, amor. Haré que recuerdes este momento por el resto de
nuestras vidas.
Entonces, depositó un beso en los rosados labios de Samy pero se alejó
antes de que se perdiera en el sabor dulce de esa tentadora boca.
Con cuidado, hizo que Samy se pusiera de pie nuevamente y repitió el
ritual con la otra pierna.
Ambas medias y ambos zapatos fueron retirados, el liguero suelto, los
shorts ya estaban mojados por el presemen que exudaba de la polla del oso.
Observó a Samy un momento, se puso de pie desde su lugar sentado en
la cama y desbrochó la camisola, botón por botón. La dejó caer al suelo
desde los hombros de Samy, depositando un beso en cada uno.
Las argollas en los pezones brillaban como estrellas en una noche clara,
llamando a J a jugar con ellas.
Samy sabía lo que J quería y tembló antes siquiera de que la primera
lamida tocara su sensible piel. Sus pezones estuvieron erectos en el acto, las
lamidas y mordidas de J lo estimularon de tal manera que la corriente
eléctrica de deseo viajaba de sus pezones directo a su polla.
El jaguar levantó a Samy en brazos y lo depositó en la cama, como si
fuera una doncella desvalida.
La ternura y el amor con que lo miraba y lo tocaba J, hicieron que Samy
lo amara aún más, si es que eso fuera posible.
J se recostó sobre las piernas de Samy, y empezó a lamer un camino por
su pecho, deteniéndose en el ombligo, saboreando la piel con lengua en esa
depresión, escuchando los gemidos de placer y las súplicas de su
compañero.
La tortura iba en ambos sentidos. J estaba duro como piedra y sabía que
no iba a durar mucho una vez que penetrara el canal virginal de su oso.
Cuando llegó al elástico de los shorts, lamió el contorno y metió los
pulgares dentro, deslizando suavemente el material de gasa hacia abajo,
muy lento, revelando centímetro a centímetro de cremosa piel blanca. Los
ligueros aún estaban en su baja cintura por debajo de la gasa. No tenía
intenciones de levantarse, estaba muy cómodo en esa posición, disfrutando
de la vista y recorriendo con su lengua la piel de su oso. Cuando no pudo
bajar más el material lo desgarró, arrancándolo del cuerpo de Samy. Un
gemido gutural se desprendió de la garganta de su pequeño demonio. La
espalda de Samy se arqueó y J tomó en su boca la dura erección que tan
gloriosamente se le ofrecía.
Samy enredó sus dedos en el cabello de J, ahora un poco más largo de lo
que habitualmente lo llevaba. Las suaves hebras se deslizaron por sus dedos
mientras la lengua áspera y resbaladiza estaba enloqueciendo su polla. Él ya
no pensaba, las pocas neuronas que aún le funcionaban dejaron de hacerlo,
solo respondía a los impulsos naturales para que su cuerpo siguiera
viviendo. Se entregó en cuerpo y alma a su jaguar, dejando que se hiciera
cargo y que le ofreciera el ansiado placer que durante tanto tiempo se
habían negado uno al otro.
El liguero desapreció, Samy no sabía cómo y los dedos húmedos de J
empezaron a sondear su entrada. Placer, deseo, lujuria y anhelo embargaron
su cuerpo y mente.
—J… J… Por favor —rogó Samy.
—Shhh, relájate, amor mío. Disfruta el momento. Te juro que te va a
encantar.
Samy no dudaba de las palabras de J, solo esperaba estar consciente
para poder disfrutar del exquisito placer que estaba experimentando.
Asintió y abrió más las piernas, dejando más expuesto su roseta ahora
dilatada y a la espera de ser desflorada por la gran erección de J, que ya
lloraba por querer estar dentro de su compañero.
J introdujo un dedo, luego dos, hasta que logró llegar a cuatro. Sus
dedos entraban y salían con facilidad y tocaban esporádicamente la próstata
de Samy. No quería que su pequeño demonio se corriera, aún no.
Samy agarró la sábana con ambas manos, empuñando la tela con fuerza,
queriendo tener un ancla para liberar las intensas emociones que lo estaban
abrumando.
Cuando los dedos de J salieron de su cuerpo, Samy gimió por la pérdida
y una lágrima se deslizó por una de sus mejillas. J la lamió y lentamente se
fue introduciendo en el estrecho canal de su oso. Las piernas de Samy se
sentían como gelatina, sus huesos se habían desintegrado, todo raciocinio
había sido quitado de su mente, estaba a merced del depredador que lo
estaba consumiendo.
Cuando J estuvo metido dentro hasta la empuñadura y sus bolas
golpearon la carne de Samy, dejó escapar el aire que había retenido en sus
pulmones y esperó. Miró a Samy fijo a los ojos, los dorados ojos estaban
tan dilatados y tan brillantes que era como si llamas de fuego pudieran salir
por esos hermosos ojos en cualquier momento.
—¿Estás listo, amor mío? —preguntó J.
Samy asintió, se sentía tan lleno, tan dichoso, tan en plenitud que las
palabras habían abandonado su garganta.
J empezó a mover sus caderas a un ritmo lento y regular, tocando en
cada envite el punto dulce de Samy. Ambos gemían y se ahogaban en su
placer. Sus bocas se fundieron y sus lenguas danzaron al compás de sus
cuerpos.
Una fina capa de sudor cubrió a ambos hombres, el roce de piel caliente
contra piel caliente quemaba.
J empezó a sentir su pecho en llamas, su corazón acelerado, galopando,
queriendo salir de su cuerpo. Una luz azul salió del tatuaje de su jaguar, el
animal corriendo en dirección al corazón de Samy.
Dolor y placer se mezclaron y supo que era el momento de reclamar lo
que era suyo.
Lamió el cuello de Samy, justo en la unión con la clavícula. Sus dientes
se alargaron y cuando penetró la tierna carne, el rugido que salió de su
pecho provocó que llenara el canal de Samy con el orgasmo más intenso de
su vida.
Samy se sacudió en sus brazos y blanco semen se regó desde su polla
bañando sus cuerpos con su liberación.
Los ojos de Samy se pusieron blancos, luego, sus ojos estuvieron en
llamas. El fuego era mágico, no quemaba pero formaba una llama roja que
formó una bola y de allí un oso gruñó, comenzando a correr hacia J.
El jaguar de J penetró en el corazón de Samy y el oso de Samy se
dividió en dos y penetró a J por los ojos.
Ambos hombres se estremecieron y temblaron por la magia haciendo
efecto en ellos.
La polla de J tembló de nuevo y liberó una segunda carga dentro de
Samy. Este se sacudió en otro intenso orgasmo y luego ambos cayeron en la
cama, exhaustos, satisfechos y sin conocimiento.
En la piel de Samy, allí donde su corazón residía, se estaba formando la
imagen del jaguar de J. Era del color del fuego, ardía, estaba como en
llamas.
En donde antes estaba el jaguar de J, ahora se formaba en su pecho la
imagen del oso de Samy, de un color azul y gris, el color del cielo antes de
una tormenta.
Después, los ojos de ambos se abrieron y Samy parpadeó sin entender
cómo ahora los ojos de J eran del mismo color que los de él. El dorado era
precioso, más claros que los suyos.
—J, tus ojos… —susurró Samy—. Han cambiado de color.
—Los tuyos también. Ahora son verdes.
Los dos quedaron atónitos ante los cambios. Los tatuajes, el color de sus
ojos… No sabían qué otros cambios habían experimentado o
experimentarían. Lo único que sabían era que ahora sus almas estaban
unidas, por fin, juntas, formando una sola.
Abrazados se besaron, lento, dulcemente, tenían toda la noche para
hacer el amor.
Afuera, la tormenta ya se había detenido, adentro, en la cama, todo
recién comenzaba.
Brandon estaba ansioso. No notaba ningún cambio en su cuerpo, no
sentía su sangre burbujear ni su piel picar. No sentía nada.
Extraño, ya que su madre estaba más que convencida de que en ese
ciclo de luna llena su primer cambio sucedería. Pero su padre le había
asegurado que eso podía variar en cada uno. Si no era ahora, podría ser en
la siguiente luna llena. No es que le importara demasiado tener pelaje y
caminar en cuatro patas. Él era un intelectual y su parte animal a veces le
molestaba. Su agudeza auditiva le había hecho escuchar más de una vez
algo que hubiera querido desconocer. Como el repudio de sus amigos por
ser gay o por ser tan listillo como todos lo llamaban. Eso apestaba pero qué
podía hacer si había nacido así, con un coeficiente intelectual más elevado
de lo normal.
En Albany todo parecía funcionar diferente. La homosexualidad no era
repudiada. En la manada la mayoría de las parejas estaban compuestas por
hombres.
Él sabía que hasta que no experimentara su primer cambio, no podría
detectar a su compañero destinado o viceversa. Podría estar caminando en
círculos a su alrededor ahora y jamás saber que era el que había sido hecho
para él.
Pero, por otro lado, esperaba no encontrarlo todavía. Quería ir a la
universidad y obtener su doctorado en medicina. Además, era muy joven
para pensar en enlazarse con alguien. Pero la ansiedad del desconocimiento,
de la providencia, lo desconcertaba. Estaba acostumbrado a los hechos, no a
algo mágico o aleatorio. Jamás había querido que algo en su vida quedara
librado al azar, pero parecía que lo más importante que le pasaría sería de
esa manera.
La lluvia se había detenido y la manada completa había ido a correr por
el bosque. Podía escuchar el aullido de los lobos y el rugido de los felinos.
Suspiró, esperando que su cambio por fin sucediera pronto.
La noche había avanzado lentamente. Samy y J habían disfrutado uno
del otro repetidas veces. Estaban saciados… por el momento.
—¿Qué guardaste en el refrigerador cuando entraste en la cabaña? —
preguntó Samy lamiendo la oreja de J.
—Tu regalo de cumpleaños —ronroneó el gatito juguetón al que Samy
había despertado nuevamente al deseo.
—¿Y no piensas dármelo?
Hizo un puchero y J le mordió los labios.
J se levantó como un resorte de la cama y corrió hacia el refrigerador.
Su culo redondo y duro se balanceaba de un lado al otro mientras avanzaba.
Samy no perdió ni un segundo de la hermosa visión.
J sacó una caja del refrigerador y la llevó hacia la mesa. Con una cerilla
encendió unas velas. Lentamente caminó hacia la cama con el pastel en las
manos y cantando el feliz cumpleaños. Lágrimas de felicidad corrían por las
mejillas de Samy que rápidamente se las secó con el dorso de su mano.
—Feliz cumpleaños, pequeño diablillo.
Samy miró asombrado el pastel. Era de chocolate —su favorito— y
tenía un muñeco de mazapán que representaba un diablillo. Dios, Remi y
sus ocurrencias…. Sopló las velas pidiendo un deseo: “Por favor, que nunca
tenga que separarme de mi jaguar, y que podamos vivir juntos felices para
siempre”.
J se sentó en la cama a su lado, metió la mano en el pastel y levantó un
trozo con sus dedos manchados de chocolate. Samy frunció el ceño pero
luego devoró pedazo a pedazo el pastel de la mano del jaguar. Lamió cada
gota de chocolate, dedo a dedo, mientras su compañero gemía y su polla se
llenaba con necesidad.
—Parece que hay un gatito cachondo en esta cama —anunció Samy
provocativamente.
J manoteó la polla erecta de Samy y este saltó un poco sobre su culo
sorprendido por la acción de su jaguar.
—No soy el único cachondo en esta cama —replicó J.
El pastel fue olvidado y ambos se consumieron en un fogoso beso.
Pronto volvieron a hacer el amor, una y otra vez, hasta que los rayos del
sol comenzaron a desplazar la oscuridad de la noche.
Se quedaron exhaustos y dormidos uno en brazos del otro. Samy tenía
dibujada una sonrisa en su rostro. Jamás había sido tan feliz. Este sin duda
había sido el mejor cumpleaños de su vida.
CAPÍTULO 10
E lpreparando
ciclo de la luna llena había concluido. Samy y J se estaban
para regresar al pueblo.
Habían pasado las mejores dos semanas juntos, fortaleciendo su
vínculo. Nunca había pensado que hacer el amor con su jaguar sería tan
maravilloso. Habían tenido muchos avances desde Halloween, dándose
mamadas mutuamente, jugando con dildos, con sus manos y sus lenguas.
Pero ser poseído completamente por J había sido el cielo. Habían
consumado todas y cada una de las fantasías de ambos. A Samy aún le dolía
un poco el trasero, habían sido días muy intensos y su jaguar estaba algo
desenfrenado por la influencia de la luna.
Gimió al ver la motocicleta, sabiendo que el viaje en ella hacia el
pueblo sería una pequeña tortura.
—Amor, ¿estás listo para irnos? —preguntó J con una sonrisa matadora.
Él estaba más que listo para seguir su vida junto a su hombre. Aún tenía
miedo y estaba muy confundido con la confesión que había hecho J sobre
que era un chamán. Y no entendía muy bien qué participación le tocaba a él
en todo el asunto. J le había dicho que cuando se instalaran partirían en un
pequeño viaje hacia su pueblo natal para que conociera a su madre y su
abuelo. Allí encontrarían más respuestas de las que su compañero conocía
ahora. El nombre que le había dado a J su abuelo daba vueltas en su cabeza.
El elemento del trueno viniendo de las montañas… Hinmaton Yalatkit.
¿Sería algo al estilo Frankenstein? No tenía ni la menor idea, pero estaba
sumamente intrigado. Siempre había sido un oso curioso… demasiado.
Se encogió de hombros, no tenía sentido quemar su cerebro con
ridículas hipótesis. Ya hablarían con el abuelo de J para poder obtener todas
las respuesta a las miles de preguntas que se formaban constantemente en
su cabeza. J le había dicho que sería importante contarle todo a la familia,
los cambios producidos durante su acoplamiento eran demasiado obvios
como para pasar desapercibidos. Seguramente Michel estaría encantado y
querría investigar sus cuerpos. El hombre no podía evitarlo y era adorable
cuando se sumergía en su laboratorio buscando alguna respuesta. Aunque
eso enloqueciera un poco a Benji. El felino era una potencia a tener en
cuenta y J no quería cabrearlo.
Terminaron de acomodar todo en la cabaña, la cerraron y se
acomodaron en la motocicleta. Antes de colocarse el casco, Samy dio un
último vistazo al maravilloso lugar en el que había tenido lugar la
concreción de su anhelo más grande en la vida.
J puso en marcha la moto, Samy se aferró a la cintura de su jaguar y
comenzaron el regreso.
Carl había terminado de arreglar la camioneta de Eddy. El motor estaba
arruinado y había tenido que encargar piezas para hacer algunos cambios y
dejar la camioneta como nueva. Ahora la preciosidad ronroneaba como un
gatito. Joder, hablando de gatitos… No podía sacar de su cabeza a Eddy, la
mirada de dolor que había mostrado cuando lo había descubierto teniendo
sexo con Charly en la trastienda del taller lo perseguía a cada momento.
Sabía que había sido un idiota pero Charly lo había provocado toda la
mañana y estaba demasiado caliente como para negarse. Eddy había
desaparecido, como si se lo hubiera tragado la tierra. No sabía dónde se
habían ido los planes de conocerse poco a poco. En verdad, luego de la
maravillosa noche que pasaran juntos cuando se conocieron, no volvieron a
verse más. ¿Y Eddy le reprochaba que no hubiera sido un buen novio? Él
no sabía nada de novios…
Pero ahora tenía la excusa para ir y presentarse ante el hombre. Y no iba
a desaprovecharla en absoluto.
Subió a la camioneta y la condujo directo frente al apartamento donde
vivía Eddy.
Bajó del vehículo y caminó hacia la puerta. Presionó el timbre. Nada.
No entendía qué sucedía pero necesitaba ver a Eddy y no se quedaría con
los brazos cruzados. Iría a la casa de los Swift a preguntar. Eddy le había
dicho que era amigo del médico que vivía allí.
Decidido, caminó por la vereda y cruzó la calle directo a la entrada de la
casa de los Swift. Justo antes de que pudiera tomar el camino hacia la
puerta, la motocicleta de J pasó serpenteando a su alrededor. Carl se
congeló en su lugar, esperando que el maldito hombre solo estuviera
jugando.
Cuando J detuvo la motocicleta y Samy se apeó, este se dirigió hacia
Carl caminando rápidamente. Se quitó el casco y lo miró fijo a los ojos.
—¿Qué buscas aquí, Carl?
—A ti no te incumben mis asuntos, pequeño.
Carl estaba furioso, no iba a permitir que esa hadita lo interrogara.
Joder, el muchacho era un enclenque.
—Carl, no le hables así a mi compañero —gruñó J, sus dientes se
alargaron y sus ojos brillaron como dos bolas de fuego dorados.
Carl se quedó quieto en su lugar, aterrorizado.
—Ustedes… los dos… son como ellos —murmuró en un gemido
ahogado. El terror lo estaba consumiendo. Dios, estaba rodeado de jodidos
cambiaformas y nunca se había dado cuenta. ¿Había estado viviendo en la
luna durante toda su vida?
—No sé de qué hablas, Carl —dijo Samy con cara de inocente.
—Ustedes… cambian a animales —sentenció Carl casi tartamudeando.
—Bueno, bueno, parece que el bueno de Carl al fin descubrió nuestro
secreto —se burló J.
—¡No te burles de mí! —gritó Carl y se olvidó de su miedo.
J levantó una de sus cejas cuestionadoramente.
—Bien, ¿qué quieres viniendo a mi casa? Dudo que alguien de mi
familia tenga tratos contigo.
—Necesito ver a Eddy.
Samy bufó y uno de sus rizos rebeldes voló de su cara en el proceso.
—Edward debe estar queriendo olvidar que alguna vez te conoció. Si
me hubiera tocado un idiota como tú de compañero creo que me hubiera
suicidado —aseguró Samy.
—¿Piensas que él hizo eso? —preguntó atónito Carl. Ahora estaba
preocupado. Muy, muy preocupado.
—No lo creo, pero tal vez se lo plantee si no sacas la cabeza de tu culo
y empiezas a comportarte como un hombre y dejas de ser el idiota que
siempre has sido.
—Mira quién habla, el hadita del pueblo —retrucó Carl y J se abalanzó
sobre él.
J se la tenía jurada y vio rojo cuando Carl llamó “hadita” a su
compañero. Samy era perfecto y nadie le pondría motes de ninguna índole.
Los hombres se revolcaron sobre el césped. Puños y arañazos volaron
en el aire. Samy contenía el aliento. No quería que ninguno de los dos
resultase lastimado. J era suyo y Carl era el compañero de Edward. Si bien
no conocía al otro hombre, tenía simpatía por la situación de que le tocara
semejante estúpido como compañero.
De pronto, Ben salió de la casa y corrió hacia los hombres que estaban
luchando.
—¡Basta los dos! —rugió Ben y ambos se quedaron congelados en su
lugar, jadeando y mirándose amenazadoramente—. Carl, ¿qué has venido a
hacer aquí?
—Ya terminé el trabajo con la camioneta de Eddy, pero nadie contesta
en su apartamento. Recordé que me dijo que era amigo del médico que vive
aquí y quería saber si sabían algo de él.
—No está en Albany. Salió en un corto viaje con Michel y Benji.
—¿Volverá? —preguntó esperanzado Carl.
—Volverá —respondió Ben evaluando la reacción de Carl—. Tienes
mucho que meditar, Carl. Espero que cuando Edward regrese sepas qué
quieres de tu vida y si quieres compartirla con él o no. No permitiré que
vuelvas a jugar con sus sentimientos.
—¿Jugar con sus sentimientos? ¡Él me hizo promesas que no cumplió!
¿Quién es el que está jugando aquí?
Ben se quedó mudo, mirando a Carl a los ojos. El hombre se veía
sincero pero no entendía a qué se refería.
—No sé qué clases de promesas te hizo Edward. Pero, como te dije,
debes pensar bien qué quieres y hablar con él a su regreso. ¿Tal vez haya
habido un mal entendido entre ustedes?
—No lo sé… —Carl no quería decir nada más. Estaba demasiado
avergonzado como para exponerse más ante esos extraños.
—Edward regresará en dos días. Espero que ese tiempo te alcance para
aclarar tu mente.
—Gracias —respondió Carl y saludó a Ben con un gesto con la cabeza.
Se alejó de la casa de los Swift de regreso a su taller mecánico. Como
bien había dicho Ben, tenía mucho que pensar y era hora que empezara a
hacerlo. ¿Sería que tenía la cabeza metida en el culo como le había dicho
Samy?
J y Samy estaban en la sala de la casa de los Swift. Toda la familia
reunida, esperando.
—¿Y bien? —preguntó Alfred. Nunca había sido paciente y no
comenzaría a serlo ahora mismo—. ¿De qué quieres hablar con nosotros, J?
—Bien… como ustedes saben, Samy y yo ya nos hemos enlazado.
—Ya nos hemos dado cuenta —dijo Anthony con una sonrisa—. Se
nota en sus caras de felicidad.
—¿No notan nada más? —preguntó Samy con timidez.
Iason estudió a Samy y J por un momento y sus ojos se abrieron como
platos cuando el reconocimiento se vio reflejado en ellos.
—Santa jodida mierda. Sus ojos… han cambiado de color. ¿Qué ha
pasado?
—Bien, alguien inteligente en la manada al menos —exclamó Samy
dejando escapar un suspiro.
Alfred bufó pero no dijo nada. Ben se veía demasiado satisfecho por el
cumplido que se le había dado a su compañero. Su hermano había cambiado
mucho en el último año y todo gracias a Iason y los gemelos. Nunca haría
nada para ensombrecer esa sonrisa tonta que ahora tenía en su rostro.
—Les tengo que contar algo que les he ocultado todo este tiempo —
comenzó J—. Sé que será difícil para algunos entenderlo. Provengo de una
familia algo particular.
—Creo que todos lo hacemos, Jonny —dijo Ben con humor.
—Hablo de mi familia materna, Ben. Somos chamanes. Nacemos con
un tatuaje en nuestro pecho con la imagen de nuestro animal. Lo he tratado
de ocultar con otros tatuajes.
—Y yo que pensé que te los hiciste de puro rebelde y por seguir una
moda —agregó Alfred con sorpresa.
—Dejen de interrumpir y esperen a que J diga todo lo que tiene que
decir —reprendió Alan y nadie se atrevió a discutir con el Alfa de la
manada.
—Como les decía, mi familia desciende de los más antiguos chamanes.
Cada uno nace con un poder especial, el mío es el de la curación. Mis
poderes siempre fueron limitados. Siempre es así hasta… hasta que nos
acoplamos con nuestro compañero destinado. Si tenemos esa suerte,
nuestros poderes como chamanes se liberan por completo. No sé bien lo que
significa, mi abuelo me ha entrenado desde pequeño pero hay muchos
secretos que aún no me ha rebelado. Él me dijo que lo haría en el momento
en que regrese a él con mi compañero enlazado. Por eso, en unos días,
Samy y yo viajaremos a mi pueblo natal y nos quedaremos allí hasta que
podamos descubrir cómo usar este don. Volveremos, si aún quieren que lo
hagamos…
—¿Por qué dices eso? Esta es tu casa, tu familia, J. Por supuesto que
queremos que regreses. —Alfred estaba algo enojado, no entendía cómo es
que su hermano no se daba cuenta de todo lo que era amado.
—Lo digo, porque al estar a nuestro lado correrán peligro. Si alguien
descubre lo que soy, podrán querer usar mi don para su propio bien.
—Si alguien se atreve a tocar un solo de tus cabellos, se arrepentirá de
haber nacido. —Ben estaba furioso, sus manos en puños. Nadie tocaría a su
precioso hermano. Nadie.
—Gracias. Esperaba que no me rechazaran, pero tenía que preguntar. En
todo este tiempo he aprendido a amarlos y a sentir este pueblo como mi
hogar.
—Samy, tu madre se ha comunicado hace dos días —interrumpió Alan
con el ceño fruncido. Si Samy y J iban a irse pronto del pueblo, tenía que
darle el recado ahora.
—¿Qué quería? Jamás me ha llamado desde que me enviaron aquí.
—Tu padre, ha tenido un accidente. Estuvo en terapia intensiva, ahora
ya está recuperándose satisfactoriamente. Pero quiere verte.
—No me interesa verlo. Ni a él ni a nadie de mi antiguo grupo. Desde
que se deshicieron de mí como si fuera algo erróneo, algo fallado, ya no me
importa lo que les pase. Me repudiaron. Ya no tengo otra familia más que
esta.
Las palabras frías de Samy preocuparon a J pero aun así sabía que su
osito de peluche sufría con esa decisión. Pero si su pequeño demonio no
quería enfrentarse a su antiguo grupo, que así fuera. Nunca iba a forzar a
Samy a hacer algo que no quisiera. Y no dejaría que algún otro lo obligara.
—Samy no quiere verlo. Fin de la historia.
Las palabras terminantes de J fueron un bálsamo para el corazón de
Samy. Pero tenía que ser fuerte. Ahora tenía una nueva vida, aquí, en
Albany.
—Bien, si es eso todo lo que tienen para decirnos, niños — Alfred dijo
interrumpiendo el silencio incómodo que se había formado—. Será mejor
que vayamos a comer. Remi y Amber prepararon una cena estupenda para
toda la familia.
Alan presentó a su hijo a los recién llegados. El muchacho era muy
agradable y ya parecía uno más, como si hubiera estado allí desde siempre.
J miraba a Tobby que parecía preocupado. Conocía bien a su amigo y
sabía que algo estaba mal en su paraíso. Y eso significaba que pasaba algo
malo con Remi. Esperaba que se abriera a él y le contara lo que lo estaba
amargando. Tal vez él podría ayudarlo, o al menos escucharlo y que su
corazón se aliviara un poco.
Pero ahora, solo quería encerrarse en su habitación y envolver su cuerpo
en el de su compañero. Estaba demasiado agotado y solo quería descansar.
Mañana sería otro día, y esperaba que fuera uno lleno de amor y
esperanza para todos los que amaba.
Una semana después, J y Samy se preparaban para partir.
—J, ya es hora de irnos.
La feliz voz de Samy hizo que el corazón de J palpitara en su pecho.
Nunca había sido más feliz en su vida. Ahora tenía a su compañero y al fin
se sentía completo.
—Samy, espero que no hayas colocado tus zapatos de tacones rojos en
tu mochila. Recuerda lo que te dije sobre mi abuelo.
El sonrojo en las mejillas de Samy le dijo a J que su pequeño demonio
lo había desobedecido. Meneando la cabeza estiró la mano esperando que
Samy sacara los zapatos y se los entregara.
—No es justo —chilló Samy haciendo que el corazón de J se estrujara
por el precioso puchero que su pequeño niño hacía.
—Samy…
—Prometo solo usarlos cuando estemos solos… solo para ti —prometió
Samy muy seductoramente batiendo sus pestañas.
¿Cómo negarse a esos labios carnosos y seductores y al pedido tan
inocente de su compañero? Sin corazón para hacerlo, J cerró los ojos y bajó
la mano.
—Está bien, pero si los usas en público eres hombre muerto.
Samy dio unos saltitos y aplaudió con las manos. Se abalanzó hacia J y
se trepó a su cuerpo como si fuera un árbol. Envolvió sus piernas y sus
brazos alrededor de su hombre y dejó muchos besos pequeños en torno a la
cara de su amor.
—Te amo, te amo, te amo, te amo —decía Samy entre beso y beso.
—Eso no te salvará de las nalgadas que te daré si me desobedeces.
Samy lo miró fijo y elevó una de sus cejas.
—¿Lo prometes?
—¡Samy! —exclamó J y luego se echó a reír. Samy era incorregible y
lo adoraba.
—No puedes culparme por intentarlo —respondió Samy y se bajó de su
compañero—. Será mejor que nos vayamos antes de que me obligues a
dejar alguna otra cosa.
Samy se tapó la boca ante sus palabras y abrió los ojos como platos.
—Samy, ¿qué pusiste en tu mochila?
El pequeño demonio sonrió y solo dijo: —Ya lo averiguarás a su debido
momento.
La polla de J tomó nota de la sensual frase y se elevó hasta quedar dura
como roca. Se acomodó como pudo y supo que su viaje en motocicleta iba a
ser muy incómodo y… doloroso. Su pequeño demonio se encargaría de
enloquecerlo todo el jodido camino.
—Vamos, tenemos un largo viaje hasta Stelton —ordenó J tratando de
ser duro con Samy.
—Como ordene, mi capitán —bromeó Samy y J no pudo mantener su
expresión seria.
Se despidieron de la familia y partieron de Albany rumbo a Stelton a
buscar respuestas. Ambos esperaban regresar sabiendo exactamente cómo
utilizar los poderes de J. Solo el abuelo de J y el tiempo podrían decir eso.
La motocicleta tomó el camino de salida del pueblo dejando detrás una
nube de polvo. Dejaban su hogar y su familia. Pero sabían que regresarían y
serían recibidos con los brazos abiertos.
EPÍLOGO
D esde la Navidad, Michel había ido y venido desde Albany a
Bringtown para hacer un seguimiento de Will y Alexis, los únicos
humanos que conocía estaban enlazados a cambiaformas.
El científico estaba fascinado con Anton. Si bien había sentido repulsión
por las cobras con las que se había visto obligado a trabajar en el pasado,
Anton era un hombre dulce y se desvivía por su compañero. Fuera de sus
prácticas sexuales kinky, al menos para él así lo eran, Anton y Alexis eran
una pareja perfecta, se complementaban muy bien el uno al otro y vivían en
paz y armonía.
Benji lo había acompañado en sus largos viajes y todos habían llegado a
ser verdaderos amigos.
Michel había analizado los cambios que tanto Will como Alexis estaban
experimentando en sus cuerpos. Parecían que habían absorbido las
habilidades especiales de cambiaformas que tenían sus compañeros.
Seguían siendo tan humanos como siempre, pero ahora eran más fuertes y
sus sentidos estaban más agudizados, aquellos que sus compañeros tenían
más desarrollados. Y esto lo fascinaba y lo intrigaba, debido a que no había
podido encontrar hasta el momento nada físico a qué atribuir dicho cambio.
Ya había calmado a todos diciéndoles que ni Will ni Alexis iban a
transformarse en cambiaformas. No se había perdido la cara de desilusión
de Will, pero ¿qué podía hacer? No había nada científico que lograra ese
cambio. Alguien nacía cambiaforma, no se hacía uno con el tiempo.
En el último viaje, Edward los había acompañado. El hombre estaba
muy interesado en el tema al tener un compañero humano. Si bien las cosas
entre él y Carl no estaban bien, no quería hacer nada que pudiera dañar al
hombre del que se estaba, muy a su pesar, enamorando.
Los días que estuvieron alejados de Albany, Edward los había utilizado
para pensar en Carl y su relación, o falta de ella. Había decidido pelear con
uñas y dientes por lo que era suyo. Ningún ciervo encandilado le robaría a
su hombre.
Michel ahora estaba en Albany, en su laboratorio, analizando las últimas
nuestra de tejido y sangre que tomara de Will, Alexis, Jack y Anton.
Una idea se le ocurrió... Tal vez…
Sacudió su cabeza, seguramente se estaba volviendo loco como esos
científicos que se la pasan días y días encerrados tras un microscopio. Pero
hacer la prueba de lo que se le había ocurrido ¿qué mal podría traer? Se
encogió de hombros y se puso manos a la obra. Tenía mucho tiempo, nadie
lo apuraba con nada, podría aprovecharlo saciando su curiosidad y
averiguando si podría tener éxito.
No muy lejos de Albany, Sigfrido Brunner se encontraba en la
seguridad de su mansión a varios metros bajo tierra, en su laboratorio
secreto. Estaba trabajando para salvarle la vida a su hijo. Alois estaba
gravemente herido, su cuerpo quemado seriamente, su vida pendiendo de
un hilo.
Alois había logrado escapar de la muerte pero Sigfrido aún no podía
restaurar todo el tejido dañado. No podía creer que su hijo hubiera tenido la
fuerza suficiente para llegar hasta su casa. Ahora estaba conectado a varios
tubos, su cuerpo en criónica[1]. Sigfrido había refinado esa técnica y sabía
que su hijo estaría a salvo hasta que lograra encontrar lo que estaba
buscando. Necesitaba nuevo tejido para reconstruir el de su hijo
realizándole los trasplantes necesarios. Hasta ahora sus esfuerzos con tejido
de sus propias células no habían dado un resultado satisfactorio. Tenía que
buscar nuevos donantes y no los tenía.
Ya no podía esperar más. El viaje hacia Albany, donde se encontraban
sus otros hijos a los cuales nunca había conocido, no podía ser postergado
por más tiempo.
Él había tenido conocimiento de todos sus hijos, los había seguido y
sabía todo de ellos. Sabía sobre sus penurias, sus alegrías, sus errores y sus
aciertos. Había permanecido como un observador omnisciente, en las
sombras, viendo a cada uno de ellos crecer, sufriendo en silencio, pero sin
poder acercarse sin revelar su identidad.
Había alargado su vida, casi al punto de no envejecer, debido a su
enlace con Samanta, la madre de Ben. La mujer era hermosa, seductora,
excitante, y había resultado ser su compañera destinada. Pero ella no estaba
hecha para formar una familia, para educar a un hijo. Lo abandonó cuando
Ben era apenas un bebé, borrando todo rastro de su paradero.
Sigfrido había estado deprimido y angustiado por un tiempo, pero luego
conoció a la madre de Alois y se casó con ella, formando la familia que
siempre había añorado. Años después encontró a Samanta pero la mujer se
había deshecho de su hijo y Sigfrido enloqueció. Repudió a su compañera y
juró nunca más verla ni buscarla. Encontró a Ben cuando ya era adulto y se
culpó por el hombre en el que se había convertido. Ahora sabía que había
enderezado su camino y que vivía feliz junto a su compañero y sus hijos.
Estaba feliz por él y por sus otros hijos. Todos habían encontrados a sus
compañeros y vivían en paz y armonía, unidos como familia.
Él había amado a todas sus amantes felinas a su manera. Y amaba a sus
hijos aun sin haber tenido contacto con ellos. Sabía que ellos no lo
recibirían con los brazos abiertos, que no se emocionarían por conocer al
hombre que les había dado la vida, y menos cuando les dijera que estaba allí
para intentar salvar la vida se Alois, uno de los hombres que más odiaba a
los cambiaformas y que había acabado con la vida de cientos de ellos.
Pero él no se daría por vencido. A pesar de lo ciego que estaba Alois
por sus celos hacia los cambiaformas, pensando que le habían robado el
amor de su padre, sabía que su hijo podía cambiar. Al menos esperaba que
pudiera hacerlo.
[1]
La criónica (a menudo denominada erróneamente criogenia, ambas palabras comparten la
etimología griega: [kryos]: frío, helado) es una práctica que consiste en conservar mediante frío
humanos o animales a quienes la medicina actual ya no puede mantener con vida, hasta que su
reanimación sea posible en un futuro. Se denomina a este proceso criopreservar.
FIN
GABY FRANZ
Es argentina. Está felizmente casada y es madre de una niña a la que
malcría demasiado.
Desde pequeña le apasionó la lectura y las buenas novelas. Ya de
grande le empezaron a fascinar las historias de ficción hombre/hombre.
Comenzó escribiendo cuentos y cortos. Gracias a la insistencia de algunos
amigos se decidió a escribir historias más largas.
Siempre se encuentra pensando nuevas tramas sobre las que escribir y
su inspiración nace a diario en el subte cuando, sin nada en qué pensar,
mientras espera que su estación llegue, sueña despierta con nuevos
personajes para sus futuros proyectos.
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