TEMA 05 Primera Gran Guerra Presencial

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TEMA V

PRIMERA GRAN GUERRA

Si bien Europa arrastraba siglos de enfrentamientos armados, hasta el año 1914 las
conflagraciones –cuya génesis parte del advenimiento de la segunda revolución industrial y no
tanto de la Edad Moderna– no pusieron en entredicho su hegemonía mundial ni habían adquirido
un carácter tan generalizado.

1. Causas y factores
Habiendo comenzado en función de las ambiciones coloniales, la guerra se convirtió en un
conflicto entre dos modelos de Estado; de un lado, los Imperios absolutistas de Alemania,
Austria-Hungría o Turquía, y, de otro, los Estados democráticos encabezados por los Estados
Unidos, y los países de régimen parlamentario, Inglaterra y Francia.

Cuatro son los factores que se concatenaron: a las rivalidades territoriales, como el litigio
enquistado de Alsacia y Lorena, se agregó la pugna diplomática, que a su vez aceleró la carrera
colonial intensificando las rivalidades económicas convirtiéndose en un círculo vicioso que abocó
a la diplomacia de las armas.
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1.1 Conflictos diplomáticos

Alemania, tras la guerra franco-prusiana, y una vez culminado su proceso de unificación,


se consolidó como primera potencia de la Europa continental. Este status era muy frágil por el
afán de revancha francés, el poderío colonial inglés y la amenaza rusa, de modo que la clave
radicaba en mantener desunidos a sus rivales. En tal sentido, Bismarck mantuvo el poder arbitral
del Reich a través de la Realpolitik, conjugando las amenazas y las promesas respaldadas por la
fuerza, promoviendo la Triple Alianza (1882), compuesta por Austria-Hungría, Italia y la misma
Alemania.

Sin embargo, el kaiser Guillermo II, tras destituir a Bismarck (1891), redefinió unas líneas
de acción exterior mucho más agresivas a través de la Weltpolitik, aspirando sin ambages a la
hegemonía mundial. Ello activó la diplomacia del resto de los países europeos que, después de
diversas visicitudes y rompiendo la tradicional neutralidad francesa, formó un bloque antagónico
liderado por Francia y el Reino Unido, a través de la Entente Cordial en 1904), a la que tres años
después de sumó Rusia, con la firma de la Triple Entente.

Cualquier incidente internacional que sucediera a partir de ahora se generalizaría


rápidamente, cuyo caldo de cultivo lo constituirán las sucesivas crisis coloniales de comienzos de
siglo. De hecho, como veremos más tarde, Alemania, cualesquiera que fuesen los errores
cometidos por su diplomacia a raíz del atentado de Sarajevo, sólo quería una guerra localizada,
que permitiera a Austria-Hungría recobrar su prestigio en los Balcanes y por la que se pusiese
coto al nacionalismo de los serbios. El sistema había funcionado hasta 1914. Pese a carreras
armamentísticas, rivalidades, nacionalismos, crisis ocasionales, conflictos locales y engranajes
de alianzas, la paz se mantuvo durante treinta años. Pero aquel sistema se colapsó en julio de
1914, en que los elementos que lo habían sostenido y protegido (cancillerías, diplomacias
personales, sistemas de alianzas) hasta entonces se vieron sometidos a presiones irresistibles,
desencadenando unas fuerzas que terminaron por destruirlo, atribuibles a graves errores de
percepción y cálculo
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1.2 Disputas coloniales

La expansión europea ya había producido conflictos localizados que se intensificaron en el


tránsito del siglo XIX al XX cuando se produjo una auténtica redistribución colonial a escala
mundial de la que Alemania salió fortalecida en el Congreso de Berlín (1985-86) que ella misma
había patrocinado.

Ello no era obstáculo para que Francia e Inglaterra siguieran manteniendo su


preponderancia, especialmente en la cuenta del Mediterráneo, sobre la que se asentaba casi la
mitad del volumen del comercio colonial. En este concierto, el protectorado de Marruecos,
encomendado a Francia y España en 1904 para cerrar el paso a los germanos, era un enclave
estratégico.

La primera crisis marroquí, tras la visita de Guillermo II a Tánger, se salvó garantizando a


estos últimos el libre comercio, pese a mantener el protectorado, en la conferencia de Algeciras
(1906). Tras la segunda crisis marroquí, suscitada por el apoyo armado del gobierno francés al
sultán tras declararse una rebelión, y el envío del cañonero Panther a Agadír, se saldo con la
cesión por parte de aquella de algunos territorios en Guinea y el Congo, en suma, nuevos
mercados para el Segundo Reich.

1.3 Rivalidades económicas

Frente al equilibrio establecido por el dominio inglés en los mares, la segunda revolución
industrial ocasionó el ascenso de nuevas potencias que muy pronto concurrieron por el mercado
internacional. El nuevo Estado alemán llevó a cabo una política proteccionista frente al
tradicional laissez faire que había preponderado hasta ahora, desafiando al Reino Unido en las
finanzas, el comercio, los transportes y la industria.

Los germanos impulsaron especialmente la producción de armamentos y la marina de


guerra, siendo emulada por los restantes gobiernos europeos, propiciando una ambiente de
sospecha y rearme, la llamada Paz armada, que preludió el estallido de la Gran Guerra. Decisiva
en el terreno económico fue la lucha por conquistar nuevos territorios y mercados, en la que la
política agresiva alemana obedecía a sus dificultades de expansión lastrada por la insuficiencia
de sus posesiones coloniales y al creciente proteccionismo e inaccesibilidad de resto del
mercado mundial.

1.4 Pugnas territoriales


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La conquista de nuevos mercados no sólo se libraba en territorios coloniales allende las


fronteras europeas. Nos referimos a las regiones de Alsacia y Lorena, que habían sido cedidas
en 1870 como indemnización a una triunfante Alemania, siendo una cuestión de honor para los
franceses su recuperación.

En los Balcanes, la decadencia del Imperio Turco había generado nuevas naciones,
incitando al avance de Austria-Hungría en búsqueda de una salida al mar, y que, apoyada una
vez más por Alemania, se anexionó Bosnia-Herzegovina (1908), topando con la resistencia en
los pequeños Estados coaligados en la Liga Balcánica (1912), respaldada por Rusia.

Tras un período convulso con enfrentamientos armados intestinos, Serbia lideró esta área
geoestratégica, convirtiéndose en una claro rival de las pretensiones expansionistas austriacas.
El asesinato del heredero a la corona austro-húngara el archiduque Francisco Fernando y su
esposa, la duquesa Sofía, a manos de Gavrilo Princip, vinculado a la organización nacionalista
clandestina Mano Negra, con ocasión de la visita girada a Sarajevo, capital de Bosnia-
Herzegovina, el 28 de junio de 1914, en un ambiente de exaltado nacionalismo, fruto de su
obstinación personal, pues había sido desaconsejado por motivos de seguridad. Aunque la
guerra pudo haber sido evitada, no fue así, tras el durísimo ultimátum que Austria-Hungría
presentó a Serbia, el 23 de julio, a la que se imputó la responsabilidad última, pues no en vano el
el coronel Dimitrijevic, dirigía los servicios de inteligencia de este país.

El juego de alianzas y la diplomacia de bloques, tras la movilización de las tropas rusas,


una vez que se formalizó la declaración de guerra por el gobierno austriaco, se extendieron
como un reguero de pólvora la contienda al resto de Europa. Sólo España, Suiza, Holanda, los
países escandinavos y Albania, en lo que se refiere al continente, permanecieron neutrales. Se
cumplió así la profecía que un anciano Bismarck vaticinó, un año antes de su muerte, que
advertía de los riesgos de "alguna maldita estupidez en los Balcanes", en lo que en un principio
parecía un incidente remoto e irrelevante.

2. Características específicas
La denominación de la contienda como Gran Guerra Europea o Primera Guerra Mundial,
obedece a una serie de factores que la diferencian por las dimensiones geoestratégicas y
demográficas que alcanzó, así como por los contingentes militares implicados, de las ocurridas
con anterioridad en el Antiguo Régimen.

2.1 Coordenadas espacio-temporales


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Iniciada en el continente, tras el enfrentamiento producido entre el imperio de Austro-


Hungría y Serbia, el juego de alianzas existentes –la Triple Alianza y la Triple Entente– arrastró a
un creciente número de potencias europeas, alguna de las cuales, tal es el caso de Francia e
Inglaterra, implicaron a sus respectivos imperios coloniales. Si bien, aunque los combates más
virulentos se disputaron principalmente en los territorios de Francia y Bélgica, el frente se
prolongó a lo largo de miles de kilómetros.

Desde la declaración de guerra austrohúngara a Serbia, el 28 de julio de 1914, hasta la


firma del armisticio por parte de Alemania, el 11 de noviembre de 1918, transcurrió más tiempo
que en cualquiera de los enfrentamientos armados de los siglos XVIII y XIX, si exceptuamos las
guerras napoleónicas o algunos conflictos civiles o coloniales.

En el preludio de los episodios bélicos las potencias europeas se vieron inmersas en una
escala armamentística y en la movilización de numerosos efectivos. El ejército alemán pasó de
620.000 a 820.000 hombres y Austria-Hungría había alineado a 450.000 soldados. Los efectivos
más numerosos los acreditaba Rusia con 1.800.000 hombres, mientras que Francia, que
contaba con 770.000 soldados, amplió el servicio militar obligatorio a tres años. A lo largo de la
contienda estas cifras se incrementaron ostensiblemente.

2.2 Tecnología y armamento

La segunda revolución industrial permitió aplicar las innovaciones tecnológicas a la


producción de la industria militar, diseñándose armas desconocidas hasta entonces y
perfeccionándose las ya existentes, sin que se erradicaran algunos medios clásicos (caballería,
armas blancas como la bayoneta, útil tan sólo en la lucha cuerpo a cuerpo).

Muy pronto la primera fase de la “guerra de movimientos” se enquistó en una “guerra de


trincheras”, de modo el frente se estabilizó en las fosas excavadas en tierra y túneles construidos
con hormigón, inmovilizando a los combatientes en una guerra de desgaste que se tradujo en un
alto índice de bajas y en la desmoralización, cuando no motines o intentos de deserción
conjurados con medidas ejemplarizantes, de miembros de ambos bandos. Por otro lado, el uso
de alambradas, armas químicas, ametralladoras y artillería de gran calibre, impedían avanzar a
la infantería.

Entre las innovaciones técnicas destacan el carro de combate o tanque, empleados en


unidades aisladas por los británicos en la ofensiva del Somme (1916), presentaba escasa
maniobrabilidad, y se limitó a la destrucción de las trincheras y como apoyo a la infantería. El
aeroplano y los globos dirigibles (Zeppelines) tenían asignado un papel de reconocimiento,
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ataques puntuales a la retaguardia, bombardeo de trincheras y combate en formación de caza,


aunque su protagonismo habrá de aguardar a la segunda conflagración mundial.

El submarino fue una apuesta tecnológica esencialmente germana, pues sus buques
presentaban una clara desventaja respecto a la británica, siendo letales para los navíos de
guerra y los barcos mercantes, in discriminar si pertenecían a países beligerantes o neutrales,
siendo esta una de las razones que empujaron a Estados Unidos a intervenir en la guerra
(hundimiento del trasatlántico Lusitania el 7 de mayo de 1915, que efectuaba el trayecto Nueva
York-Liverpool con pasajeros de esa nacionalidad); a partir de 1917 disminuyen su efectividad
por ser interceptados mediante cargas de profundidad, campos de minas, detección submarina y
la escolta de destructores que acompañaban a los convoyes.

Por otro lado, Alemania, pese a que las armas químicas habían sido prohibidas expresamente en
la Conferencia de La Haya (1899), no dudó en ser la primera en incorporarlas a su arsenal, quebrantando
el marco internacional, aunque las máscaras protectoras minimizaron en gran medida el efecto de los
gases tóxicos, añadiéndose los riesgos para los ejércitos atacantes, al depender de la fluctuación en la
dirección del viento

Otras armas clásicas incrementaron su capacidad mortífera. En primer lugar, la


ametralladora –el fusil siguió siendo una dotación universal del soldado complementado con la
bayoneta y adaptado a la guerra de trincheras–, empleada en la Guerra de Secesión americana,
se perfeccionó con la introducción del modelo Maxim y más tarde el Browning, el más extendido,
siendo muy eficaz en la defensa de las trincheras, al destruir con facilidad las grandes
formaciones de infantería. La artillería, que incrementó su calibre y precisión a lo largo de la
contienda, se utilizó como apoyo a la infantería y para romper las líneas de trincheras. A la par
que se idearon armas ligeras (lanzagranadas, morteros, lanzallamas) aparece por vez primera el
cañón antiaéreo.

La guerra en los mares fue protagonizada por las grandes formaciones de acorazados de
gran tonelaje, fuertemente blindados y dotados con artillería de grueso calibre. No pudiendo
competir con la armada británica, los alemanes dedicaron el mayor esfuerzo tecnológico a los
submarinos, que asestaron golpes muy significativos a los navíos de superficie hasta el año
1917. Entre los medios de transporte jugó un papel destacado el ferrocarril, pues permitía un
traslado masivo y eficaz de tropas y pertrechos, siendo imprescindibles en cuanto a los medios
de comunicación el telégrafo, la radio y teléfono para transmitir las órdenes desde los distintos
Estados Mayores a las tropas.

2.3 Propaganda
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La prensa y la imprenta –controlados y censurados de inmediato por los gobiernos– se


utilizaron para espolear el patriotismo y el nacionalismo, advirtiendo de los peligros, reales o
ficticios, que amenazaban el país. Alemania fue uno de las potencias que exacerbaron con más
intensidad el militarismo, consiguiendo crear un climax de sentimiento patriótico desmesurado
que alcanzó incluso las escuelas.

Además se utilizaron intensivamente las campañas propagandísticas, que en el fragor de


las rivalidades internacionales, apuntaló actitudes chovinistas y una confianza irracional hacia las
posibilidades respectivas del éxito militar. Esta manipulación estimuló la agresividad y el triunfo
de los sectores belicistas, máxime cuando debieron contrarrestar el decaimiento moral de
combatientes y de la retaguardia provocado por la duración, intensidad y rigor del conflicto. A tal
fin se desplegaban agresivas campañas de enaltecimiento de las hazañas patrióticas y se
ridiculizaba al adversario.

2.4 Modelo económico

A diferencia de las contiendas anteriores, la Primera Gran Guerra se desarrolló tanto en el


campo de batalla como en la retaguardia, pues el colosal esfuerzo que requería a las numerosas
naciones implicadas exigió una permanente conexión entre ambos para garantizar el
aprovisionamiento. Con este fin prioritario se puso en marcha una rigurosa planificación
económica que afectó a la estructura laboral, productiva y sanitaria, pues las ciudades debían
proveer de pertrechos militares, víveres y medicinas (fabricación de armamento y munición, y de
todo tipo de material de campaña: alambradas, vehículos, alimentos, combustibles, medicinas,
vendajes, uniformes, calzado, prendas de abrigo, herramientas, etc.), elaborados por una
industria que hubo de adaptarse a las demandas bélicas.

La necesidad de efectivos militares impuso el reclutamiento forzoso de amplias capas de


la población, incluyendo adolescentes y varones en edad madura, lo que repercutió muy
negativamente en la retaguardia por la escasez de mano de obra, cuyas carencias fueron
paliadas recurriendo al sector femenino de la sociedad. Es cierto que la mujer había intervenido
hasta entonces en la fabricación textil y en la minería, pero en su inmensa mayoría había
permanecido en el hogar, colaborando con las tareas agrícolas.

A todo ello se agregó una circunstancia agravante: le escasez de materias primas, a


consecuencia del bloqueo al que fueron sometidas las potencias centrales –la penuria de
alimentos se agravó especialmente en el caso de los ciudadanos alemanes, que hubieron de
sufrir restricciones a través de las cartillas de racionamiento– y al colapso del tráfico mercantil
que ocasionaron, en la primera parte de la contienda, los submarinos alemanes.
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Los países neutrales sufrieron importantes transformaciones pues, una vez convertidos en
proveedores de materias primas, alimentos y pertrechos de todo tipo, adecuaron su sistema
productivo a la demanda de los beligerantes, cuyas exportaciones crecieron exponencialmente
en España, Holanda, países escandinavos y Suiza, así como los países iberoamericanos (Brasil
y Argentina, fundamentalmente). La demanda de alimentos y materias básicas (trigo, azúcar,
caucho, madera, café, maíz, aceite, etc.) impulsó la producción agrícola de los países centro y
sudamericanos, asiáticos y africanos.

Los estados beligerantes incrementaron los presupuestos para hacer frente a las ingentes
necesidades derivadas de la guerra, sobreviniendo un déficit que alcanzó cifras astronómicas
que se sufragaron con créditos externos –sólo se lo pudieron permitir entre los aliados– y la
emisión de una onerosa deuda pública y bonos del tesoro.

No obstante, el principal soporte de los ejércitos aliados fue Estados Unidos, cuya
intervención militar en la última fase del conflicto aunque fue decisiva, al inclinar la balanza a
favor de estos, no lo fue menos su apoyo económico y financiero, durante y después de la
contienda en que se convirtió el acreedor por excelencia de Europa, permitiendo el flujo de
capitales desde el continente americano su lenta reconstrucción, incluida Alemania que tenía
ante sí el problema añadido del pago de las indemnizaciones (Plan Dawes). Ello le hizo caer en
una fase de euforia expansionista de superproducción que sirvió de pórtico a la Gran Depresión
de los años treinta. Si el liberalismo había primado hasta entonces, las diversas naciones
implicadas en la guerra prolongaron las políticas intervencionistas.

3. Consecuencias
Fueron numerosas las consecuencias derivadas de un conflicto de esta envergadura pues
no sólo supuso una auténtica hecatombe demográfica sin precedentes, sino que alteró
decisivamente el mapa europeo y colonial, en el que desaparecían los cuatro grandes imperios
heredados del Antiguo Régimen (Austria-Hungría, Alemania, Turquía y Rusia), trazando las
bases de un nuevo orden mundial.

3.1 Demográficas
A pesar de que el frente fue relativamente reducido, si lo comparamos con la Segunda
Guerra Mundial, el número de bajas mortales fue muy elevado, solo comparable, aunque en
distinta escala, con las campañas napoleónicas. Así, y atendiendo a las víctimas mortales,
fallecieron más de 4 millones entre las Potencias Centrales y 5 millones aproximadamente entre
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los Aliados, con un porcentaje notable de civiles, muy superior al de anteriores episodios
armados. A ello se añadirían los 6,5 millones de heridos o mutilados. Alemania perdió 1.950.000
hombres; Rusia, 1.700.000; Francia, 1.500.000; Gran Bretaña y sus colonias, así como Austria-
Hungría, 1.000.000 respectivamente, seguidos por Italia, con 533.000 muertos o serbia con
325.000. Estados Unidos sufrió 116.000 bajas.

El núcleo de las víctimas fueron hombres jóvenes –Francia perdió la mitad de los varones
de 20-23 años–, elevando la tasa de feminidad y una relativa superpoblación de mujeres. Como
consecuencia del descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población –agravada por la
epidemia de gripe que asoló Europa en 1919–, el sistema productivo se resintió, amén del
incremento de la mortalidad debido a las carencias alimentarias y sanitarias. Como efecto
colateral de la contienda, se registraron más de 4 millones de viudas y 8 millones de huérfanos,
lo que desbordó literalmente la acción asistencial de muchos gobiernos.

3.2 Socio-económicas

La guerra comportó una intensa destrucción material, especialmente en el norte de


Francia –se destruyeron 5.000 kilómetros de vías férreas y unos 300.000 edificios, mientras que
las minas de Calais quedaron anegadas– y Bélgica, pues los combates más intensos se
desarrollaron en su territorio, al igual que fueron duramente castigadas Rusia y la región
fronteriza entre Italia y Austria. La devastación se extendió a los campos de cultivo, la red
ferroviaria, vías de comunicación (carreteras, puentes, túneles), puertos y, en general todas las
infraestructuras. Numerosas ciudades y pueblos fueron total o parcialmente destruidos, así como
las fábricas.

La riqueza de los Estados sufrió un dramático descenso –el comercio internacional y las
inversiones en el exterior de los principales países europeos quedaron interrumpidos entre 1914
y 1918–, perdiendo una porción elevada de sus recursos: Francia (30%), Alemania (25%), Reino
Unido (32%) e Italia (26%). El coste de la guerra se estimó en torno a los 180.000-230.000
millones de dólares –expresado en valor de 1914– y el de los daños causados por la destrucción,
en torno a 150.000 millones.

Al concluir la guerra era imprescindible reconvertir el tejido industrial destinado a una


producción de guerra, cuyo proceso se vio entorpecido por crisis sucesivas que se alargaron
más allá de 1924. La economía de guerra desarticuló la política economía liberal de principios de
siglo, tendiendo a consolidarse políticas socialdemócratas impulsadas por gobiernos de
izquierdas. El proteccionismo e intervencionismo económico del Estado fue el leiv motiv en el
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período de entreguerras, salvo en el caso de los Estados Unidos hasta la llegada a la


presidencia de Franklin D. Roosevelt.

El gasto bélico fue financiado utilizando las reservas de oro y mediante emisión de deuda
pública, suscrita en su casi totalidad por bancos estadounidense, cuyos préstamos se cifran en
250.000 millones de dólares, creando una dependencia crónica de sus economías en el período
de reconstrucción. Paralelamente se recurrió a la emisión descontrolada de papel moneda, lo
que generó fuertes tensiones inflacionistas, agravada por el desequilibrio entre la producción y la
demanda.

Los grandes beneficiarios de la conflagración, como ya se ha dicho, fueron los países


neutrales, que vieron como sus balanzas comerciales crecían gracias a las exportaciones. No
obstante, la guerra fue fundamental para consolidar el crecimiento y consolidación de dos
grandes superpotencias: Estados Unidos –cuya marina mercante creció espectacularmente– y
Japón, cuyo comercio experimentó una expansión sin precedentes en detrimento de las
naciones europeas, que perdieron sus mercados exteriores y vieron cómo su espacio económico
se fragmentaba. El dólar se convirtió, junto con la libra esterlina, en la moneda de referencia
utilizada en los intercambios internacionales. Londres vio amenazada su posición de centro
financiero por la huida del capital a Suiza y New York.

No obstante, es ahora cuando se produce una revolución social por la incorporación de la


mujer a la producción industrial rompiendo el monopolio que habían ostentado los hombres,
alterando los esquemas clásicos del desarrollo capitalista. Durante la guerra adquirió conciencia
de su capacidad demandando un mayor protagonismo en el mercado laboral, que condujo a la
postre a la equiparación en los derechos políticos y civiles, uno de los cuales consistió en el
derecho al voto por el que abogaban los movimientos sufragistas.

Mientras que las clases medias salieron empobrecidas del conflicto en general, surgen
grandes fortunas al calor del tráfico armamentístico y la especulación de víveres y alimentos. El
proletariado experimenta fuertes pérdidas en poder adquisitivo de sus salarios mermados por la
inflación, protagonizando una oleada de huelgas a veces como factor mimético de la revolución
bolchevique. El país que más se resintió en estas coordenadas adversas fue Alemania, cuya
agitación social, producto de la crisis, se agudizó a causa de las ingentes cantidades de dinero
que debían entregar a título de indemnización a los vencedores. La pérdida de valores
humanistas se reflejó en el arte, la literatura y la música, emergiendo movimientos como el
expresionismo y el surrealismo.

4. Un nuevo orden mundial


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La sociedad de la posguerra afrontó una profunda crisis de conciencia e identidad. Las


secuelas del conflicto llevaron al cuestionamiento de los modelos político, social y económico
imperantes e incuestionados hacía décadas. El imperialismo, que partía de supuestos
eurocéntricos, otorgando a Occidente una supuesta superioridad sobre las restantes naciones,
fue puesta en tela de juicio por los pueblos colonizados que, sirviéndose de un incipiente
nacionalismo, comenzaron a reivindicar la independencia respecto a sus metrópolis. Europa
perdía para siempre su centralidad a la sombra de las dos nuevas superpotencias: Estados
Unidos y Japón, dando protagonismo a los océanos Atlántico y Pacífico.

4.1 Tratados de paz y cambios político-territoriales


La primera e inmediata consecuencia de los tratados de paz fue la extinción de los cuatro
grandes Imperios existentes antes de la guerra (Alemania, Rusia, Austro-Hungría y Turquía), con
sus respectivas casas reinantes (Romanov, Habsburgo y Hohenzollern), de la que surgieron
otras entidades nacionales (Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Yugoslavia,
Checoslovaquia y Hungría), que adoptaron, por lo común, un régimen republicano. Asimismo, la
revolución bolchevique, acaecida durante la guerra, marcaría un hito en la historia pues dio lugar
al nacimiento de un Estado comunista, cuyo papel sería determinante en la historia
contemporánea. Asistimos a una de las más profundas transformaciones del orden mundial de
toda la historia.

El punto de partida de los encuentros diplomáticos fueron los Catorce Puntos que el
presidente norteamericano Woodrow Wilson –que junto con Lloyd George, Clemenceau y
Orlando, jefe de gobierno italiano, fueron decisivos en la marcha de las negociaciones– había
hecho públicos en enero de 1918 y que constituían la única exposición sistemática de objetivos
de guerra de los aliados.

Este programa incluía interesantes propuestas: acuerdos de paz negociados abiertamente


y fin de la diplomacia secreta; libertad de navegación por los mares; supresión de barreras
económicas y establecimiento de condiciones comerciales iguales para todas las naciones;
reducción controlada de armamentos; acuerdos sobre los problemas coloniales, respetando los
derechos de las poblaciones autóctonas y los intereses de las metrópolis; evacuación de los
territorios rusos ocupados; restablecimiento de la soberanía de Bélgica; devolución a Francia de
Alsacia y Lorena; rectificación de las fronteras italianas; garantía de un desarrollo autónomo para
los pueblos de Austria-Hungría; evacuación de Rumanía, Serbia y Montenegro; seguridad para
las regiones no turcas bajo dominación del Imperio otomano; creación de una Polonia
independiente; y fundación de una asociación de naciones que regulara el orden internacional.
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Por lo que se refiere a Alemania, las consecuencias fueron fulminantes, ya que perdió el
15% de su territorio y el 10% de su población. Alsacia y Lorena retornan a sus primitivos dueños
franceses; el área del Sarre es administrado por la Sociedad de Naciones con una concesión
minera de quince años explotados por Francia; la zona de Eupen-Malmedy se entrega a Bélgica;
Prusia Oriental, Posen y el corredor de Dantzing se asignan a Polonia; Memel se otorgó a
Lituania; y parte de Schleswing (Alta Silesia) pasó a Dinamarca. Paralelamente, sus colonias se
repartieron entre diversas potencias: Reino Unido (África Oriental y Sudoccidental, y una porción
de Togo y Camerún), Francia (la otra parte de Togo y Camerún) y Japón (Marshall, Carolinas y
Marianas).

En el Este de Europa se consolidaron las fronteras que Alemania había impuesto a Rusia
en el Tratado de Brest-Litowsk, estableciendo un “cordón sanitario” de estados anticomunistas
(Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania) que impidiera la propagación del bolchevismo, de modo los
rusos perdieron prácticamente toda la costa del Báltico. Polonia se restableció su condición de
nación independiente a costa de los territorios desgajados de Rusia, Alemania y Austria-Hungría.

Por su parte, el Imperio Austro-Húngaro quedó desmembrado en el Tratado de Saint-


Germain, al perder sus territorios eslavos, de tal manera que el pequeño país resultante solicitó
su integración en Alemania, recibiendo una respuesta negativa, que sería consumada por Hitler
en 1938 (Anschluss). A su costa se crearon los estados independientes de Austria, Yugoslavia,
Polonia y Checoslovaquia. A Italia hubo de cederle parte del Tirol, Istria y Trieste, así como una
porción de Dalmacia, en la actual Croacia. A Yugoslavia, nacida de la antigua Serbia –entidad
que a causa de su heterogeneidad cultural, lingüística y religiosa, afrontó problemas étnicos y
políticos hasta su desaparición en la década de los noventa del pasado siglo, no sin antes sufrir
una guerra cruentísima–, hubo de entregarle Bosnia-Herzegovina. Hungría, la otra parte de la
monarquía dual del Imperio Austríaco, se independizó y hubo de entregar a Serbia Croacia y
Eslovenia, piezas importantes del nuevo estado yugoslavo. A la nueva Checoslovaquia hubo de
segregarle Eslovaquia y a Rumanía –que sale robustecida territorialmente a fin de aislar a los
soviéticos– Transilvania.

El Imperio Turco, por el Tratado de Sèvres, quedó reducido a la península de Anatolia


(Asia Menor) y solo conservó en Europa la ciudad de Estambul. Hubo de desprenderse de Irak,
Palestina, Líbano y Siria –en Oriente Próximo los árabes se sintieron defraudados por las
garantías que habían recibido de los aliados de ser reconocidos como una nación, a la par que el
movimiento sionista aspira a formar un Estado judío en Palestina–, convertidos en protectorados
bajo la administración del Reino Unido o Francia. Perdió asimismo parte de Tracia y las islas del
Egeo, que se transfirieron a Grecia; el Dodecaneso pasó a Italia, y Armenia se convirtió en
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Estado. Bulgaria, por el Tratado de Neuilly, hubo de ceder parte de Tracia a Grecia y perdió el
acceso al mar Egeo.

Por otro lado, el Tratado de Versalles obligaba a Alemania a cumplir unas severísimas
condiciones militares, con las que se pretendía neutralizar su poder ofensivo y evitar un futuro
conflicto. Entre otras cláusulas se derogó el servicio militar obligatorio; el ejército se redujo a una
dotación de cien mil hombres, carentes de artillería o aviación; se prohibió la fabricación y uso de
armamento pesado; se desmilitarizó una franja de cincuenta kilómetros en el sector oriental del
Rhin, mientras que la ribera izquierda sería ocupada por Francia durante quince años; y la
totalidad de la flota pasó a poder de los vencedores o destruida. Estas medidas, dado su
excesivo rigor, tuvieron un efecto inverso al previsto, pues alimentaron el nacionalismo y el
militarismo germanos, alcanzando su máxima expresión en la política de rearme emprendida por
Adolf Hitler.

En cuanto a las indemnizaciones de guerra, y dado que los países vencedores imputaron
la responsabilidad del conflicto a Alemania, fueron muy gravosas, ya que hubo de desembolsar
269.000 millones de marcos-oro entre 1921 y 1926. Amén de ello hubo de ceder una parte
considerable de su marina mercante y material industrial estratégico (locomotoras, vagones,
cables submarinos, etc). Ello comportó un freno decisivo a la reconstrucción de la economía
germana, que acusaba el problema de la hiperinflación, envenenando las relaciones franco-
alemanas durante toda la posguerra. En 1923 suspendió unilateralmente los pagos a Francia por
lo que ésta invadió la cuenca del Ruhr como represalia, creando un gravísimo incidente
internacional. Ante la imposibilidad objetiva de mantener estos pagos, estos fueron revisados y
rebajados. Es más, un año después, gracias a los acuerdos de Locarno y el Plan Dawes recibió
ayudas para salir de la crisis.

4.2 La Sociedad de Naciones


El presidente norteamericano Wilson pudo ver materializada una da sus mayores
ambiciones contenida en los Catorce Puntos citados, donde se proponía el establecimiento de
una Asamblea en la que se sintieran representados todos los Estados del mundo, al constituirse
la Sociedad de Naciones (SDN) en la Conferencia de París de 1919. En su carta fundacional
establece como objetivos prioritarios garantizar la paz en el escenario internacional y fomentar la
cooperación y el desarrollo social y cultural mundial.

Entre sus principios constitutivos se propugnaba el respeto a la independencia política y la


integridad territorial de los países miembros. En caso de conflicto entre los estados, las
diferencias deberían solventarse de forma pacífica, mediante la diplomacia y el arbitraje,
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acogiéndose al derecho internacional. Sin embargo, carecía de una fuerza militar disuasoria con
el fin de hacer cumplir las posibles sanciones la comunidad internacional acordara frente a quien
los vulnerara.

Su sede se estableció en la ciudad suiza de Ginebra. La Asamblea General, reunida en


sesión ordinaria con periodicidad anual, estaba integrada por cuarenta y cinco Estados, entre
cuyas facultades se encontraba la admisión de nuevos miembros o la expulsión de los que no
acataran sus normas. Fueron excluidos de este organismo la Unión Soviética, Alemania y,
paradójicamente, los Estados Unidos, de cuyo presidente había partido la idea, a causa de que
el Senado norteamericano no ratificó el Tratado de Versalles, germen de su creación. Durante
las dos décadas los procesos de incorporación fueron continuos.

En este organigrama destaca el Consejo, compuesto por cuatro miembros permanentes


(Reino Unido, Francia, Italia y Japón) y cuatro rotatorios, convocado cada dos años, salvo que
las circunstancias aconsejaran reuniones extraordinarias. Como organismo asociado se creó el
Tribunal Internacional de La Haya y la Organización Internacional del Trabajo.

Su mayor logro consistió en impulsar diversos programas de cooperación económica y


humanitaria. Sin embargo, su operatividad fue muy escasa pues nació lastrada por la
incapacidad de tomar decisiones y ejecutivas al requerirse que los acuerdos se adoptaran por
unanimidad; la inexistencia de medios eficientes para hacer cumplir y respetar las resoluciones; y
la falta de implicación de las potencias que la integraban. No en vano, su principal fracaso radicó
en su inoperatividad e incapacidad de evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial,
disolviéndose en 1946 y transfiriendo su patrimonio y competencias a la Organización de las
Naciones Unidad, su más inmediato precedente.

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