WATSON. La Doble Hélice
WATSON. La Doble Hélice
WATSON. La Doble Hélice
La doble hélice
Un relato autobiográfico sobre el
descubrimiento del ADN
SALVAT
Versión española de la obra original inglesa: The Double Helix,
publicada por Penguin Books Ltd, Middlesex
Escaneado: thedoctorwho1967.blogspot.com
Edición digital: Sargont (2018)
PRÓLOGO
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CAPÍTULO I
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CAPÍTULO II
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CAPÍTULO III
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CAPÍTULO IV
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CAPITULO V
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CAPÍTULO VI
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CAPÍTULO VII
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Un breve fragmento de ADN tal como fue imaginado por el grupo de investi-
gación de Alexander Todd en 1951. Se pensaba que todos los eslabones inter-
nucleótidos eran enlaces fosfodiéster que unían el átomo de carbono n.° 5 de
un azúcar con el átomo de carbono n.° 3 del azúcar del nucleótido adyacente.
En su calidad de químicos orgánicos, les interesaba la forma en que se unían
los átomos, dejando para los cristalógrafos el problema de la disposición en
tres dimensiones de los átomos.
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Las estructuras químicas de las cuatro bases de ADN, tal como solían ser re-
presentadas hacia 1951. Debido a que los electrones de los anillos hexagonales
y pentagonales no están localizados, cada base tiene una forma plana, con un
espesor de 3,4 angstroms.
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CAPITULO VIII
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CAPÍTULO IX
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CAPÍTULO X
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CAPÍTULO XI
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CAPITULO XII
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que pudieran deducirse los ángulos con que formarían sus res-
pectivos enlaces químicos. Muy probablemente, tendríamos
que conocer la correcta estructura del ADN antes de que se pu-
dieran hacer los modelos. Sin embargo, abrigaba la esperanza
de que Francis hubiera resuelto ya esta cuestión, y lo diera a
conocer en cuanto entrara en el laboratorio. Desde nuestra úl-
tima conversación habían transcurrido más de dieciocho horas,
y había pocas probabilidades de que los periódicos dominicales
le hubieran distraído a su vuelta a la “Green Door”.
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Hipótesis de cómo los iones Mg+ + podrían enlazar grupos de fosfatos de carga
negativa en el centro de una hélice compuesta.
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Willy Seeds. Pero aún más importante era que Rosy, junta-
mente con su alumno R. G. Gosling, vendría también con ellos.
Al parecer, estaban interesados en nuestra solución.
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CAPÍTULO XIII
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CAPÍTULO XIV
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Francis Crick y J. D. Watson durante un paseo por los jardines del King's Co-
llege. Al fondo, la capilla del King’s.
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Maurice Wilkins.
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CAPITULO XV
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CAPÍTULO XVI
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CAPÍTULO XVII
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CAPÍTULO XVIII
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CAPITULO XIX
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CAPÍTULO XX
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CAPÍTULO XXI
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CAPITULO XXII
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CAPÍTULO XXIII
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biendo que ella podía responder con el hecho de que era im-
probable que la secuencia de bases fuese regular, proseguí con
el argumento de que, puesto que las moléculas de ADN forman
cristales, el orden nucleótido no debe afectar a la estructura ge-
neral. Para entonces, Rosy apenas si podía contenerse, y su voz
se elevó para decirme que la estupidez de mis palabras sería
evidente si dejara de parlotear y mirara sus pruebas de rayos X.
Pero conocía sus datos más de lo que ella se figuraba. Va-
rios meses antes, Maurice me había explicado la naturaleza de
sus pretendidos resultados antihelicoidales. Como Francis me
había asegurado que poseían un carácter ambiguo, decidí co-
rrer el riesgo de una explosión. Sin más vacilaciones, di a en-
tender que ella era incompetente para interpretar sus fotogra-
fías con rayos X. Si estuviera dispuesta a aprender aunque fuera
sólo un poco de teoría, comprendería cómo sus supuestas ca-
racterísticas antihelicoidales provenían de las pequeñas distor-
siones necesarias para “empaquetar” hélices regulares en una
red cristalina.
Al oír esto, Rosy salió súbitamente de detrás del banco del
laboratorio y empezó a avanzar hacia mí. Temiendo que en su
violenta cólera pudiera llegar a golpearme, cogí el manuscrito
de Pauling y retrocedí precipitadamente hacia la puerta abierta.
Mi huida quedó obstaculizada por Maurice, quien, buscán-
dome, acababa de asomar la cabeza. Mientras Maurice y Rosy
se miraban uno al otro por encima de mi encorvada figura, le
dije a Maurice que la conversación entre Rosy y yo había ter-
minado y que me disponía a ir a buscarle al salón de té. Al
mismo tiempo, me fui apartando, hasta dejar a Maurice cara a
cara con Rosy. Entonces, al ver que Maurice no se retiraba,
temí que, por cortesía, invitara a Rosy a tomar el té con noso-
tros. Pero Rosy salvó la incertidumbre de Maurice dando media
vuelta y cerrando la puerta con fuerza.
Mientras caminábamos por el pasillo, le conté a Maurice
cómo su inesperada aparición había impedido tal vez que Rosy
me atacara. Me aseguró que muy bien podía haber sucedido tal
cosa. Unos meses antes, él mismo había sido objeto de una em-
bestida similar. Habían llegado casi a las manos, a causa de una
discusión que habían tenido en la habitación de él. Cuando
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CAPÍTULO XXIV
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alta fidelidad, Peter se vino conmigo al cine. Esto nos tuvo en-
tretenidos hasta la medianoche. Al salir del cine, Peter expresó
su creencia de que lord Rothschild estaba eludiendo su respon-
sabilidad como padre, al no invitarle a cenar con su hija Sarah.
Yo no podía manifestar desacuerdo, pues, si Peter entraba en
la alta sociedad, quizá tuviera una oportunidad para evitar el
terminar casándome con alguna muchacha de la Facultad.
Tres días después, los átomos de fósforo estaban listos, e
inmediatamente monté varias secciones cortas de la cadena
azúcar-fosfato. Luego, durante día y medio, traté de confeccio-
nar un modelo apropiado de dos cadenas con los ejes de azúcar-
fosfato en el centro. Sin embargo, todos los posibles modelos
compatibles con los datos de la forma B proporcionados por
los rayos X parecían estereoquímicamente más insatisfactorios
aún que nuestros modelos de tres cadenas de hacía quince me-
ses. Así que, al ver que Francis estaba absorto en su tesis, me
tomé la tarde libre para ir a jugar al tenis con Bertrand. Después
del té, volví y le dije a Francis que me sentía mucho mejor ju-
gando al tenis que construyendo modelos. Francis, indiferente
por completo al espléndido día de primavera, dejó el lápiz para
decirme que no sólo el ADN era más importante, sino que al-
gún día me daría cuenta de la naturaleza insatisfactoria de los
juegos al aire libre.
Durante la cena en Portugal Place, volví a sentirme preocu-
pado por la cuestión de qué era lo que marchaba mal. Aunque
seguía insistiendo en que debíamos mantener las cadenas en el
centro, sabía que todas mis razones carecían de solidez. Final-
mente, mientras tomábamos el café, admití que mi resistencia
a situar las bases en el interior se debía, en parte, a la sospecha
de que si adoptábamos dicha disposición, el número de mode-
los posible sería casi infinito, y entonces nos veríamos ante la
imposible tarea de decidir cuál era el correcto. Pero la verda-
dera dificultad radicaba en las bases. Mientras se hallaran en la
parte exterior, no teníamos que considerarlas. Si las disponía-
mos en el centro, se planteaba el terrible problema de colocar
dos o más cadenas con secuencias irregulares de bases. Aquí
Francis tuvo que admitir que no veía el menor indicio. Así que,
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CAPÍTULO XXV
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Emparejamiento de las cuatro bases con sus iguales tal como supuse que lo
harían para formar la molécula de ADN {los enlaces de hidrógeno aparecen
punteados).
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CAPÍTULO XXVIII
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nada con él, se dirigió sólo a Maurice, hasta que empezó a darse
cuenta de que Rosy también deseaba conocer su opinión cris-
talográfica y estaba dispuesta a cambiar la abierta hostilidad
por una conversación entre iguales. Con gran satisfacción,
Rosy mostró a Francis sus datos, y, por primera vez, él pudo
ver cuán justificada era su afirmación de que la cadena azúcar-
fosfato estaba en el exterior de la molécula. Sus intransigentes
declaraciones previas sobre este asunto reflejaban una autén-
tica actitud científica, y no la de una feminista descarriada.
Hipótesis de la multiplica-
ción del ADN, dada la natu-
raleza complementaria de
las secuencias de bases en
las dos cadenas.
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