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Sueños de una Noche
Despierto en mi cama, y me encuentro en mi habitación. Mis
muebles, mi escritorio, mi cama, mis cosas. Estoy casi a oscuras, por lo que debe de ser madrugada, o muy temprano aún. Los sucesos ya me vienen pareciendo extraños. En mi espíritu siento un nudo difícil de ignorar, que me aprieta estoicamente mis intentos de calma y certeza. Al parecer, esta noche estuve sumido en una caravana de malos sueños, donde gente desconocida me indicaba caminos a seguir, con una atmósfera pesada e inquietante. Finalmente, en mi habitación estoy. He despertado, pero no recuerdo nada de lo acontecido con mis sueños. En este lugar todo está bien. Me acurruco un poco en la cama. El verano acaba de marcharse, y el otoño marca su llegada con ganas. Me siento cálidamente bien, mientras observo a mi alrededor, entre una tenue luz colada por la ventana cerrada, que daba un leve coloreado a la oscura habitación. Debe de ser muy temprano aún. Noto un gran detalle que llama mi atención repentinamente: a la débil luz del alba, se encuentra mi madre. Quizás vino a dejarme algún dulce o pertenencia, pero… ¿Tan temprano? Ella me mira, pero no la veo denotar ningún gesto. Seguro no notó mis ojos abiertos, cree que yo sigo dormido. La verdad que me sorprendo al verla acá, pero no le digo nada. Finjo que estoy dormido. Ayer fue un domingo movido, hoy lunes volvemos al ruedo. La de ayer fue una hermosa tarde de camping con mi novia Paula. El clima estuvo ideal, el río se alineaba cerca nuestro, con un arrullo exquisito, mientras degustábamos unos sándwiches recién preparados. Hacía mucho tiempo que deseábamos hacer esa salida, así que disfrutamos muchísimo. En un momento, nos abrazamos mirándonos de frente, y nos decimos “te amo”. Curiosamente es lo último que recuerdo antes de estar inmerso en estos sueños surreales. Nos levantamos, decididos a regresar a casa, puesto que se está poniendo el sol y tenemos casi una hora de viaje en moto. Nos tomamos las manos y sonreímos. “Gracias”, me dice Paula, mientras parece feliz. Muy feliz. Observo disimuladamente mi reloj electrónico, situado altanero y solitario en mi mesa de luz. Son las 6,30 AM. Logro escuchar algunos alegres y armónicos cantos de pájaros afuera. Si, es temprano. Mi reloj sonará recién a las 7,15 para levantarme a estudiar. Esa tesis de la facultad no se hará sola. Desde que terminé el cursado en la universidad estoy más tranquilo con los horarios y el ir y venir a clases. Pero me comprometí a levantarme temprano cada mañana a estudiar y continuar con la tesis, porque la verdad, no veo las horas de recibirme. Quisiera dormir un rato más, siento los párpados pesados. Me doy la vuelta en la cama, para ponerme del lado en que está mi mamá, y así poder espiar que hace. Simulo cerrar los ojos, pero los tengo muy levemente entornados para ver. Ella está sentada en mi silla de escritorio, parece observar papeles… ¿Estará buscando algo? Su nariz acusa que está resfriada. ¿Justamente ella, que siempre está por demás abrigada, que me aconseja de los resfríos hasta el hartazgo? Ayer cuando la vi, no parecía resfriada. Y ahora que lo pienso, anoche recuerdo haberla visto… ¿Cené con ella? ¿O cené con Paula? Al parecer, tengo un agujero negro en la mente respecto a la noche anterior. De pronto, presto atención a algo. Mi mamá se levanta de la silla. Noto sus movimientos cautelosos, lentos, diferentes a cómo es ella normalmente. Supongo que no desea despertar a nadie en casa, dada la hora temprana. Ella debe entrar ahora a su trabajo, así que habrá venido a buscar algo a mi habitación antes de salir. Ella se voltea hacia mi un momento, pone ambas manos en su cara, las quita y con la poca luz que entra por el resquicio de la ventana, veo mejor su rostro. Está ajado y preocupado, extraño. Qué raro… En eso, me recuerdo caminando por la ruta, solo, de noche. ¿Eso sucedió anoche? ¿Qué estaba haciendo ahí? No puede haber pasado, porque con Paula nos fuimos del camping cuando aún era de día. Me acuerdo perfectamente estar con ella a bordo de la moto, camino a la ciudad, al atardecer, con la puesta de sol aportando diversos tonos de naranja y rojizo al firmamento. Claro, entonces lo de la caminata nocturna por la ruta fue uno de los sueños molestos que tuve esta noche. Soñé que caminaba solo por esa ruta, y buscaba ayuda por alguna razón. Estaba muy, muy oscuro. Tenía miedo, nada estaba bien. Fue una pesadilla. Empezó a dolerme la cabeza. Una leve pero molesta puntada en la sien, como si del otro lado estuviera picoteando un loro. Todavía confundido y afectado por el recuerdo de mi pesadilla en la ruta, decido hablarle a mi mamá. Siento que sucede algo que no entiendo. Le pregunto desde la cama: - “Mamá…buen día. ¿Te sucede algo? ¿Todo bien?” Aquí es donde todo se torna más extraño. Mis palabras salen en especies de… burbujas, ahogadas, sin emitir sonido alguno, y me doy cuenta de esto porque ella no me responde absolutamente nada. No me escucha. Da media vuelta y encara hacia la puerta para salir. ¿Qué está sucediendo? Me levanto rápidamente de la cama, descalzo y dejando caer la sábana al suelo, alcanzo a mi madre antes mientras abre la puerta, e intento tocar sutilmente su brazo. Mis movimientos son torpes e inconexos. No siento mucho dominio de mi cuerpo, como si hubiera tomado mucho alcohol. Toda la habitación me da vueltas, y no soy libre de moverme como quiero. Mi cabeza ahora me taladra desde el interior. Mi mamá sigue sin mirarme, aunque se detuvo un instante, sobresaltada. - “¡Mamá! ¡Te estoy hablando! ¿Qué pasa?” Otra vez la sensación burbujeante al hablar, y las palabras que no me salen. Ella solo dirige otra preocupada mirada a la habitación, por encima de mi hombro, y sale raudamente, dando un portazo. En este momento caigo en una conclusión que pasó brevemente por mi cabeza hace unos momentos, pero que ahora confirmo: esto también es un sueño. Claro, a veces en los sueños nos sentimos torpes: no podemos movernos a nuestro gusto, se suele experimentar una cierta inconexión del cuerpo en sí mismo y con la mente. ¡Claro que sí! Es completamente normal esta sensación de confusión y desequilibrio. Recuerdo haber tenido miles de pesadillas en mi vida en las que intento correr y lo hago en cámara lenta, o directamente no puedo hacerlo. Donde mis piernas o brazos no me responden como quisiera. Si, es lógico que se trata de otro sueño, de los tantos que vengo teniendo esta… ¿noche? Se me despierta otro recuerdo de esta maratón enfermiza y onírica de sueños continuados: en uno de ellos me pasó exactamente lo mismo: caminaba por la ciudad, en una intersección harto conocida, en horas nocturnas, buscando algo que ahora quisiera recordar. El instinto y la percepción me hicieron notar una presencia a mis espaldas. Al voltear, veo que una figura esquelética camina tras de mí. El cráneo estaba quebrado y despedía un líquido color castaño que chorreaba en parte de su cara y su hombro. Por la hendidura se asomaba una masa oscura, seguramente materia cerebral. Sus ojos eran cuencas vacías, su cara y cuello con jirones de carne y su vestimenta normal, aunque embebida en sangre. Los brazos eran huesos. Parece seguirme, a su ritmo, por lo que, sumamente aterrorizado, intenté apurar el paso. Fue un intento vano. Mis piernas no reaccionaron ante el estímulo, y no me sentía a gusto con mi andar. Sentí a mi corazón acelerar en mi cabeza, por lo que, agitado y desconcertado, volví a mirar atrás para asegurarme de mantener la distancia con este ser repugnante. Estaba mucho más cerca, miré su ropa bañada en sangre fresca, y abriendo desmesuradamente la boca me gritó “¡Conducía solo a 120, amigo! ¡Tomé solo un poquito!”. Ahí fue que sentí mi cuerpo tal cual lo siento ahora, descoordinado y rebelde. En efecto, la noche está transcurriendo demasiado larga y pesada. Primero, mi caminata solitaria en la noche en una ruta desierta. Después, ese ser cadavérico siguiéndome y gritándome. Ahora, mi mamá que no reacciona y mis palabras que no salen. Ya deseo despertar. Me siento agitado, no me gusta tan larga secuencia de pesadillas y sensaciones. Es como si estuviera brincando de sueño en sueño, sin poder lograr una reacción tal que me haga, por fin, despertar. La atmósfera de cada sueño es confusa, como si ocultara algo indebido que no debe pasar desapercibido.
Habrá que esperar a despertar, nomás. Todas son imágenes y
visiones falsas, nada es real, como todo sueño. Lo de mi madre fue una jugada de mi cabeza, me pregunto por qué se habrá colado en mis sueños. Esa horrible experiencia de intentar hablar con ella y soltar burbujas en lugar de palabras me pareció traumatizante, siniestro. Es un sueño, y los sueños no suelen tener lógica. Al despertar voy a contarle que la soñé, sin dudas. A ella le encantan los relatos bizarros. Espero recordar luego de despertar, eso sí. Muchas veces uno olvida sus sueños al despertar, por más vívidos que hayan sido. Así como había olvidado los sueños anteriores de esta noche, que voy recordando de a poco. Por lo tanto, no sería nada raro que suceda tal cosa. Decido acostarme nuevamente en mi cama, con todo el peso e incoherencia de mis movimientos, para intentar despertar. Sucede algunas veces que uno es consciente de estar soñando, y es tan mala la experiencia que desea despertar, emerger de ese mal momento como si fuera vomitado por una galaxia o dimensión desconocida, para volver a tener total dominio de sí mismo y de la situación. Y allí es cuando uno respira, mira alrededor y agradece que aquello no existió, o no existe realmente, y que tiene una oportunidad más de continuar con su vida tranquilamente. O tal vez uno está soñando con algo tan hermoso, apacible, placentero que, a la inversa de lo anteriormente citado, no quiere abandonar ese estado de cosas. Ahí es cuando uno no quiere despertar, esta vez no quiere ser vomitado por esa dimensión desconocida que nos posée. Ahí queremos que esa sea la realidad, que nuestra vida tome ese giro agraciado que haga de nuestras vidas un lugar mejor y más deseable. La vida misma: la eterna búsqueda de la felicidad, de aquello que se supone que es el significado de la vida. Porque si no, ¿Cuál sería ese significado? Mi sentir ahora ya no es de curiosidad o escepticismo como al comienzo. Realmente me siento confundido, alarmado, e incluso asustado. Todo tomó un giro que no cuadra demasiado. Parece todo tan real… que se me encoge el estómago. Noto también la vista un tanto entumecida, la oscuridad parece haberse vuelto más intensa de repente, como si una gigantesca nube pasara por encima de mi habitación. Miro hacia arriba: el ventilador apagado y el cielo razo parecen saludarme, apenas visibles entre tanta penumbra. Ya no soy capaz de distinguir casi nada, es como si estuviera anocheciendo en lugar de amanecer. Los débiles rayos de luz que entraban por las rendijas de la ventana parecen haberse esfumado casi por completo. Escucho unas tenues voces, como gimiendo y… seguramente son las primeras personas que van saliendo a la calle, poblando la jornada naciente, rumbo a sus trabajos, escuelas, universidades, actividades deportivas. Seguramente la realidad va envolviendo mi sueño, como una cáscara que cubre el contenido hasta dejarlo invisible, estéril. Es lunes, y la pereza posé miles de cuerpos y mentes que, rogando descansar un poco más, son arrastradas del reposo. No escucho bocinas, andar de vehículos, arrancar de motos, pasar de colectivos. Pero si escucho pequeños susurros, como si provinieran de aquí adentro, de mi habitación. Calma, aún estoy en mi sueño, iré despertando de a poco, y todo irá normalizándose. “¡Ayúdenme!” escucho que alguien dice. Lo dice en voz tan baja, que seguramente sea en la esquina. Los susurros van multiplicándose, y ahora voy escuchando que es lo que dicen. ¿Otro que pide ayuda? Una mujer parece llorar desconsolada. También hay otras personas que parecen estar muy agitadas y balbuceantes. ¿Qué rayos está sucediendo afuera? ¿Por qué sigo sin despertar? ¿Habrá sido un accidente? No escuché impacto alguno. Me gustaría abrir la ventana y mirar, siempre fui un poco chusma. - “Loreindr acbam” (o algo similar) escucho de repente en un volumen altísimo, que me hizo saltar de la cama. Abro los ojos, asustado, tratando de identificar de donde provino semejante sonido. Todo está muy oscuro. - “Loreindr acbam” – vuelvo a escuchar, retumbante en todo el sitio. En la espesura de las tinieblas, mi vista distingue una figura muy opaca en el rincón, erguida y mirándome. No puedo distinguir detalles, pero sé que me mira. No: me azota con la mirada. - “¿¿Quién está ahí??” grito desde la cama, incorporado y con el corazón que parece latirme a toda velocidad. - “Loreindr acbam”- parece responder en su extraño idioma, con voz metálica y potente. Una sensación de perturbación me invade, y vuelvo a mirar alrededor. ¡Mi cama ahora parece gigante! Agitado, recuerdo algo que me tranquiliza de cierta manera “Esto es un sueño”. Decido probar la vieja confiable de pellizcarme, como un arrebato desesperado con fines de confirmar mi teoría. No siento nada. No hay dolor, lo cual responde a lo anterior: Es todo parte del sueño, o pesadilla, hablando con propiedad. Sentí mucho asombro de la manera en que la mente juega con uno en los sueños. Incluso llega a molestarme, porque es como si alguien me moviera a su antojo con hilos de marioneta y me quisiera hacer creer cosas estúpidas. Miro a la especie de sombra o cosa negra parada en el rincón. Ahora que tengo en claro que es un sueño, me siento mejor. Pero esa presencia me sigue produciendo temor, rechazo. Vuelve a dirigirse a mi con ese lenguaje incomprensible y latoso, pero yo ya no respondo. ¿Para qué? No miento si digo que mi corazón parece una locomotora fuera de control, y mi respiración zigzaguea, totalmente irregular, mientras observo a ese sujeto oscuro y desagradable moverse lentamente. Distingo dos luces tenues como sus ojos, que siguen posados en mí. Es una pesadilla, pero grito. Es tanta la tensión formada en mi cuerpo, que grito. Y grito fuerte. Porque si no puedo despertar por mí mismo, necesito que vengan a despertarme. Me despierto sobresaltado. ¡Por fin! Estoy en mi cama. Mi cama verdadera. El cuarto está muy oscuro, como en la pesadilla, pero esta vez sí lo siento mi cuarto. Aún es de noche. Ahora noto que realmente he despertado y que todo es real. Como era lógico, lo anterior había sido otro mal sueño. Miro a los cuatro rincones, y si bien hay oscuridad, no veo nada extraño ni fuera de lugar. Ese ser maligno que me hablaba ya no estaba allí. Respiro profundo. Ya no quiero dormir, no importa si aún no ha llegado el amanecer. Me siento en la cama, aún un poco dormido y anestesiado por el alivio de que todo esté bien. Busco las ojotas y me pongo en pie, estirándome. Creo que es mejor dejar la cama. Decido ir al baño, por lo que me dirijo a la puerta de la habitación. Mis movimientos son normales, naturalmente. Pero… ¡Qué alivio notar eso! La oscuridad es absoluta, aunque mis ojos comienzan a acostumbrarse a ella. Comienzo a sentir un poco de frío. ¿Habrá descompuesto el clima? Estamos en pleno verano, aunque pueden tocar días más frescos. Ayer en el camping hacía calor. Bastante calor. Cuando comenzó a bajar el sol y tuvimos que regresar con Paula, corría una brisa muy agradable. El regreso en moto estuvo bien con ese vientito en la cara. Porque no llevábamos cascos. En realidad, estaban, solo que colgando de nuestros antebrazos. Nos los pusimos al llegar al control policial de entrada a la ciudad, porque una multa por no llevar cascos es elevada. ¿Nos los pusimos? ¿Llegamos al control policial? Caminé un poco en esa oscuridad espesa y vil de mi cuarto, cruzando los brazos para escaparle un poco al frío. Salgo al pasillo. Pero inmediatamente percibo con horror que no hay pasillo. Esto no es mi casa. ¿Dónde estoy? Un espacio kilométrico totalmente oscuro y pesado, cargado de niebla, con sombras y esos sonidos… son esos sonidos otra vez. Los balbuceos y llantos que había escuchado antes, en mi último sueño. Otra vez los pedidos de ayuda, pero ahora se oyen claros. Comienzo a desesperarme, porque todo se siente demasiado real, y sin embargo esto también debería ser parte de mi maratón de sueños confusos y macabros. Me siento perdido, estoy en un terreno desconocido y … ¡está pasando de nuevo! Me pesa el cuerpo y me descoordino al moverme. No puede ser. Realmente no puede ser. Empiezo a apurar el paso, pero pierdo el equilibrio con gran facilidad. No puedo correr, o terminaré en el piso. Me siento sumamente angustiado, al borde del llanto, como sumergido en un nefasto laberinto de fantasía. Necesito gritar, para ver si de esa forma puedo despertar finalmente de esta tortura, pero la voz no me sale aún. No la escucho. Sinuosas sombras se alargan en torno a mí, me da el aspecto de gente que va y viene. Es como si estuviera en un reproductor gigante de filminas, en el que algún loco bromista pasa sus manos una y otra vez delante del foco. Se intensifican los murmullos y lamentos, como los que yo estoy también emitiendo, o intentando emitir. Las sombras comienzan a cambiar… o soy yo quien, totalmente acostumbrado ya a esa oscuridad, voy encontrando sus detalles. ¡Tienen caras de personas, las sombras tienen caras de personas! Me están hablando a mi paso. Me ruegan, lloran… ¡piden mi ayuda! ¿Pero cómo voy yo a ayudarlos? Si no tengo idea qué sucede, ni quienes son, ni dónde estoy. Soy… ¿uno de ellos? Yo también necesito ayuda para volver a la realidad. Puedo ver la camioneta. Si, ahora la veo de nuevo. Pero dudo si eso sucedió o no. Vamos en la moto con Paula, por la ruta de regreso, ayer por la tarde. Adelante nuestro tenemos un molesto camión Scania, casi a paso de hombre. “No vamos a llegar más a casa” coincidimos con ella. Cuando lo creí conveniente, acelero doblando tenazmente mi muñeca derecha. Y ahí aparece la camioneta. Blanca, último modelo. De frente, a toda velocidad. Mis ojos se llenan de lágrimas. Mi cuerpo se estremece ante el inevitable impacto, se retuerce por última vez conscientemente. No siento nada físico. Todo es vacío y angustia. Me niego, todo es negación. Nada de eso ocurrió. No puede haber ocurrido. Hay personas yendo y viniendo por todos lados, como si se tratara de una terminal de micros en horario pico. Sus caras son pálidas, delgadas, como si estuvieran gravemente enfermos. Sus ojos son huecos oscuros, que apuntan al suelo. Pasan de largo, gimiendo y lamentándose por algo, imploran mi ayuda, pero no puedo hacer nada. Ni ellos pueden hacer nada por mí. Solo necesito salir de aquí, alguien debe poder ayudarme a despertar. Trato de volver sobre mis pasos hacia mi habitación (o lo que haya sido ese lugar), pero la niebla es tan espesa que no puedo ver. Gritando vanamente y con los ojos mojados y la boca seca, comienzo a esquivar a esa gente, a esos seres vacíos y espantosos. De pronto, una persona encapuchada, con harapos negros por ropas y ostensible fragilidad, se cruza por delante de mí, cerrándome el paso. Inmediatamente después de clavar en ella mi mirada, su cabeza da una vuelta grotesca de 180° y, una calavera con tonos marrones y verdosos metida en esa capucha, con una mueca que intentaba sonreír, me espeta: - “Mientras más rápido lo aceptes, mejor será. Relajate”. Grito, una vez más, con todas mis fuerzas, pero como ya había sucedido durante toda la noche (o lo que rayos fuera ese espacio temporal) no escucho ningún sonido articularse en mi boca. Mi voz continúa ahogada, mi garganta burbujea como un sifón de soda congelado que lucha por recuperar su funcionamiento atascado con el hielo atravesado. La angustia de lo inevitable, de lo que ya no tiene vuelta atrás… de saber que ya no hay una segunda oportunidad, porque la que había ya se utilizó. Mi andar dubitativo y lloroso se transforma en un trote de horror, horror por esa noche maldita, por mi voz que no se expresa, por la calavera girando para hablarme, por mi mamá llorando, por mi novia que no tengo idea donde está, pero lo presiento… Caigo invariablemente, mientras esa cosa que me había hablado lanza, a lo lejos, una carcajada que retumba en mi confundida mente. Las sombras continúan proyectándose, llorando y rogando con desesperación, al igual que lo hago yo ahora. Me arrastro, corro, lloro mil veces, recorro escenarios oscuros, otros claros, algunos conocidos y otros ajenos totalmente a mí, visibilizo gente conocida y desconocida, seres espectrales, pero siempre sin poder comunicarme de ninguna manera. Yo soy también una de esas sombras con cara humana que se trasladan errantes en medio de lamentos y pedidos desesperados de ayuda, porque no entendemos que nos sucede, no sabemos cómo salir de ese lugar. Todo va más allá de lo que alguna vez aprendimos y vivimos, mucho más allá. Normalmente medimos nuestra existencia en tiempo, sea éste traducido en minutos, horas, días, semanas, meses, años…eso parece desaparecer por completo en mi situación, por lo cual no pude saber cuánto tardé en percatarme de que estoy… muerto.