Mercader de Venecia

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Príncipe de Aragón

El Mercader de Venecia: Acto 2, Escena 9

ARAGÓN: Y así me he preparado.¡Fortuna, responde ahora a las esperanzas


de mi corazón!... Oro, plata y plomo vil. Quien me escoja debe dar y aventurar
todo lo que tiene. Haréis bien en tomar más bello aspecto antes que yo dé o
aventure alguna cosa.; ¿Qué dice el cofrecito de oro? ¡Ah, veamos! Quien me
escoja ganará lo que muchos desean. ¡Lo que muchos hombres desean! Ese
muchos debe, sin duda, entenderse de la loca multitud que escoge por la
apariencia, que no sabe más que lo que le muestran sus ojos enamorados de
la superficialidad, que no penetra en el interior de las cosas, sino que, como el
vencejo, fabrica su nido a la intemperie, sobre el muro exterior, en medio de los
peligros y en el camino mismo de los accidentes. No escogeré lo que muchos
desean porque no quiero ponerme al nivel de los espíritus vulgares y
confundirme en las filas de las bárbaras muchedumbres. Bien; ahora a ti,
palacio de plata; recítame de nuevo la inscripción que llevas. Quien me escoja
obtendrá tanto como merece. Y está muy bien dicho, porque quién intentará
engañar a la fortuna y pretender elevarse en honores si no tiene méritos para
ello? Nadie presuma investirse de una dignidad inmerecida. ¡Oh, si fuera
posible que los bienes, las jerarquías, los empleos, no se alcanzaran por medio
de la corrupción! ¡Si fuera posible que los honores se adquirieran siempre por
el mérito del que los obtiene! ¡Cuántos hombres andarían vestidos que ahora
van desnudos! ¡Cuántos son mandados que mandarían!¡Cuánta baja rusticidad
se encontraría al separar el buen grano del verdadero honor, y cuánto honor se
recogería entre los escombros y las ruinas hechas por el tiempo, para restituirle
a su antiguo esplendor! ¡Bien, hagamos nuestra elección! Quien me escoja
obtendrá tanto como merece. Me detengo ante el mérito. Dadme la llave de
este cofrecito, y abramos inmediatamente la puerta de mi fortuna.
¿Qué es esto? El retrato de un idiota parpadeando que me ofrece un rollo. Voy
a leerlo. ¡Oh, cuán diferente eres tú de Porcia!¡Cuán diferente de mis
esperanzas y de mi mérito! Quien me escoja obtendrá tanto como merece. ¿Es
que no merezco nada mejor que una cabeza de idiota? ¿Es esto todo lo que
valgo?¿Mis dotes no tienen más precio?
Mercurio
Romeo y Julieta: Acto 1, escena 4

MERCUCIO: iOh! Veo por lo dicho que la reina Mab os ha visitado. Es la


comadrona entre las hadas; y no mayor en su forma que el ágata que luce en
el índice de un aderman, viene arrastrada por un tiro de pequeños átomos a
discurrir por las narices de los dormidos mortales. Los rayos de la rueda de su
carro son hechos de largas patas de araña zancuda, el fuelle de alas de
cigarra, el correaje de la más fina telaraña, las colleras de húmedos rayos de
un claro de luna. Su látigo, formado de un hueso de grillo,tiene por mecha una
película. Le sirve de conductor un diminuto cínife, vestido de gris, de menos
bulto que la mitad de un pequeño, redondo arador,extraído con una aguja del
perezoso dedo de una joven. Su vehículo es un cascaroncillo de avellana
labrado por la carpinteadora ardilla, o el viejo gorgojo, inmemorial carruajista de
las hadas. En semejante tren, galopa ella por las noches al través del cerebro
de los amantes, que en el acto se entregan a sueños de amor; sobre las
rodillas de los cortesanos, que al instante sueñan con reverencias; sobre los
dedos de los abogados, que al punto sueñan con honorarios; sobre los labios
de las damas, que con besos suenan sin demora: estos labios, empero, irritan
a Mab con frecuencia, porque exhalan artificiales perfumes y los acribilla de
ampollas. A veces el hada se pasea por las narices de un palaciego, que al
golpe olfatea ensueños un puesto elevado; a veces viene, con el rabo de un
cochino de diezmo, a cosquillear la nariz de un dormido prebendado, que a
soñar comienza con otra prebenda más; a veces pasa en su coche por el cuello
de un soldado, que se pone a soñar con enemigos a quienes degüella, con
brechas,con emboscadas,con hojas toledanas, con tragos de cinco brazas de
cabida: Bate luego el tambor a sus oídos, despierta al sentirlo sobresaltado,y
en su espanto, después de una o dos invocaciones, se da a dormir otra vez.
Esta misma Mab es la que durante la noche entreteje la crin de los caballos y
enreda en asquerosa plica las erizadas cerdas, que, llegadas a desenmarañar,
presagian desgracia extrema. Ésta es la hechicera que visita en su lecho a las
vírgenes,las somete a presión y, primera maestra, las habitúa a ser mujeres
resistentes y sufridas. Ella, ella es la que..
Leonato
Mucho ruido y pocas nueces: Acto 4, escena 1

LEONATO: ¡Por qué! ¡Cómo! ¿Todo lo que hay sobre la tierra no grita su
deshonra? ¿Puede negar aquí el relato que lleva impreso en su sangre?
No vivas, Hero; no abras los ojos. ¡Porque si supiera que no querías morir de
golpe, que tu ánimo tuviera más fuerza que tu infamia, yo mismo, en ayuda de
tus remordimientos, atentaría contra tu vida! ¿Me apenaba el tener una hija tan
sólo? ¿Acusé a la naturaleza por haberse mostrado avara? ¡Oh! ¡Fue
demasiado pródiga en darme a ti! ¿Por qué te tuve? ¿Por qué has sido siempre
tan grata a mis ojos? ¿Por qué con mano caritativa no recogí mejor del umbral
de mi puerta la descendencia de un mendigo, para al verla así enlodada y
sumida en la infamia, haber podido decir:

«Nada tiene mío; esta vergüenza procede de lomos ignorados»? Pero ¡mi
propia hija! ¡Una hija que amaba, que ensalzaba, de la que me enorgullecía
hasta el extremo de no ser yo mismo, de no estimarme ni pertenecerme sino
por ella! ¡Oh! ¡Verla caída en una cisterna de tinta, que el ancho mar no tiene
gotas para lavar lo bastante su mancha y escasísima sal para devolver la
frescura a su carne corrompida!

¡Confirmado, confirmado! ¡Oh, la verdad es más sólida, aunque ya fue


reforzada con barrotes de hierro! ¿Iban a mentir los dos príncipes? ¿Iba a
mentir Claudio, que la amaba de modo que hablando de su impureza la lavaba
con sus lágrimas? ¡Dejadia! ¡Dejada que muera!
Paulina
Cuento de Invierno Acto 3, escena 2

PAULINA: ¿Qué estudiados tormentos tienes para mí, tirano? ¿Qué ruedas,
qué potros, qué piras?
¿Qué desollamiento o qué cocción de plomo o aceite? ¿Qué tortura antigua o
moderna habré de sufrir si cada una de mis palabras merece hacer
conocimiento con lo que puedes inventar de peor? Esos antojos de tu tiranía,
trabajando de concierto con tus celos, caprichos que serían demasiado fútiles
para los niños, demasiado ingenuos y demasiado absurdos para niñas de
nueve años, joh!, piensa en lo que han hecho, y luego vuélvete enseguida loco,
loco de atar, pues todas tus extravagancias pasadas no eran sino gérmenes de
lo que sucede. El haber traicionado a Políxenes no era nada, puesto que no ha
servido sino para mostrarte un loco inconstante y negramente ingrato. Has
pretendido emponzoñar el honor del buen Camilo, haciéndole asesinar a un
rey; esto no era nada tampoco; pobres crímenes, en verdad; pues más
monstruosos esperaban su vez, y entre ellos cuento aún por nada, o casi nada,
el hecho de haber arrojado a los cuervos tu hijita de pecho, aunque un diablo
hubiera vertido lágrimas de sus ojos de fuego; ni se te debe culpar
directamente de la muerte del joven principe, cuyos sentimientos de honor, tan
elevados para una edad tan tierna, han roto el corazón, que se vio obligado a
comprender que un padre brutal e insensato ultrajaba a su bondadosa madre.
No, no se debe poner eso a tu cargo; pero ésta última catástrofe..., joh
señores!, cuando os he dicho que claméis "¡Día funesto!"..., la reina, la reina, la
más preciosa de las criaturas, acaba de morir, y el cielo no ha hecho todavía
caer su venganza.

Os digo que ha muerto, y lo juraré. Si ni palabras ni juramentos pueden


convenceros, id y mirad; si podéis devolver el color a sus labios, el resplandor a
sus ojos, el calor a sus miembros exteriores, la respiración a su pecho, os
serviré como serviría a los dioses. Pero, joh, tú, tirano!, no te arrepientas de
estas cosas, pues son demasiado pesadas para que todas tus penitencias
puedan levantarlas..
Lady Macbeth
Macbeth: Acto 1, escena 5

LADY MACBETH: Enronquece el cuervo que grazna anunciando la entrada


fatal de Duncan en mis murallas. ¡Venid, espíritus que ayudáis los
pensamientos asesinos, despojadme de mi sexo, y de arriba abajo infiltradme
la crueldad más implacable! Prestadme sangre fría, detened el paso al
remordimiento para que ni un solo punto de compunción agite mi propósito
sanguinario ni evite su realización. ¡Acorredme, vosotros los ministros del
crimen, dondequiera que en vuestra invisible esencia os halléis esperando la
perversidad, y convertid en hiel la leche de mis senos de mujer! ¡ Ven, negra
noche, y envuélvete como en sudario con el humo infernal más denso, para
que mi vehemente puñal no vea las heridas que causa, ni el cielo atisbe a
través del manto de las tinieblas y me grite: «¡Tente, tente!»

¡Oh, no verá el sol de ese mañana.! (A Macbeth) Vuestro rostro, barón mío, es
un libro en el que los hombres pueden leer cosas singulares... Para engañar al
mundo, nada como acomodarse a los tiempos: mostrad agasajo en la mirada,
en las palabras, en las acciones, y asemejaos a una flor sencilla, pero sed
serpiente escondida debajo de la flor. Preparémoslo todo para recibir a quien
viene, y dejad a mi cargo el gran asunto de esta noche, que dará imperio y
dominio soberanos a todas las noches y a todos los días que para nosotros han
de venir.

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