Summerson
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Summerson
[…] Hablaré de la arquitectura como lenguaje, y lo único que quiero dar por supuesto en este
momento es que ustedes son capaces de reconocer el latín de la arquitectura cuando lo oyen, es
decir, cuando lo ven.
[…] Un edificio clásico es aquel cuyos elementos decorativos proceden directa o indirectamente del
vocabulario arquitectónico del mundo antiguo, del mundo “clásico” como a menudo se le llama:
estos elementos son fácilmente reconocibles; por ejemplo, columnas de cinco variedades estándar
aplicadas de modos también estándar; maneras estándar de tratar los huecos, puertas y ventanas, y
remates, así como series estándar de molduras aplicables a tosas estas cosas. Pese a que todos estos
“estándares” se aparatan continuamente del modelo ideal siguen siendo identificables como tales en
todos los edificios susceptibles de llamarse clásicos en este sentido.
Esta es, creo yo, una descripción clara de la arquitectura clásica, pero a un nivel muy superficial; nos
permite reconocer el “uniforme” que viste cierta clase de edificios, los que llamamos clásicos. Pero
no nos dice nada de la esencia del clasicismo arquitectónico. Sin embargo, en esto hemos de
andarnos con mucho cuidado, porque las “esencias” son muy escurridizas y muchas veces, tras
investigar un poco, resulta que no existen. Con todo, incrustadas en la historia de la arquitectura
clásica, hay una serie de declaraciones sobre lo esencial de la arquitectura, declaraciones que han
estado de acuerdo durante largo tiempo hasta el punto de que podemos afirmar que la finalidad de
la arquitectura clásica ha sido siempre lograr una armonía demostrable entre las partes. Se
consideraba que tal armonía caracterizaba a los edificios de la antigüedad y que era en buena parte
“intrínseca” a los principales elementos antiguos, especialmente a los cinco “órdenes” que pronto
comentaremos. Pero una serie de teóricos han considerado también, ya a un nivel más abstracto,
que la armonía de una estructura, análoga según ellos a la armonía musical, se consigue mediante
proporciones, es decir, asegurando que las relaciones entre las diversas dimensiones de un edificio
sean funciones aritméticas simples y que los cocientes numéricos entre las diversas partes del
edificio sean los mismos o estén relacionados entre sí de modo muy directo. […] El propósito de
las proporciones es establecer una armonía en toda la estructura, una armonía que resulta
comprensible ya sea por el uso explícito de uno o más órdenes como elementos dominantes, ya sea
sencillamente por el empleo de dimensiones que entrañen la repetición de relaciones numéricas
simples.
[…] Sin embargo, en esta concepción bastante abstracta de lo clásico hay un aspecto que puede
provocar discusiones. Ustedes podrían preguntarme si es posible calificar de “clásico” un edificio
que no presenta absolutamente ninguno de los signos que se asocian normalmente con la
arquitectura clásica, en virtud únicamente de sus proporciones. A mi juicio, la respuesta debe ser
negativa. Al describir tal edificio, ustedes pueden decir que sus proporciones son clásicas pero
afirmar que el edificio es clásico sería simplemente inducir a la confusión y caer en un abuso
terminológico. […], debemos aceptar también el hecho de que la arquitectura clásica solamente es
identificable como tal cuando contiene alguna alusión, por ligera y marginal que sea, a los “órdenes”
antiguos.
[…] Entre tanto, es fundamental para nosotros que comprendamos, antes de seguir adelante, esta
cuestión de los órdenes, de los “cinco órdenes de la arquitectura”. […] Es un error pensar en los
“cinco órdenes de la arquitectura” como una especie de cartilla escolar utilizada por los arquitectos
para ahorrarse el esfuerzo de idear cosas nuevas. Es mucho mejor considerarlos expresiones
gramaticales que imponen una disciplina formidable, sí, pero una disciplina en la que la sensibilidad
personal tiene siempre cierta libertad de acción; una disciplina, además, que a veces puede saltar por
los aires bajo el impacto del genio poético.
[…] En cualquier caso, lo fundamental es esto: los órdenes ofrecen una especie de gama de
caracteres arquitectónicos que van desde lo rudo y fuerte a lo delicado y bello. En un diseño
genuinamente clásico, la elección del orden es algo vital: es determinar el espíritu de la obra.
Espíritu o talante que viene definido también por las proporciones que se fijen entre las diferentes
partes, por las ornamentaciones que pongan o se quiten.
2. La gramática de la Antigüedad
[…] ¿Qué son los órdenes? Columnas que descansan sobre pedestales (cuyo uso es opcional) y
sostienen vigas con salientes para sustentar los aleros de una cubierta. ¿Qué podemos hacer con
ellos? Bueno, si estamos diseñando un templo con pórticos delante y detrás y columnatas a los
lados, estar columnas y sus accesorios tienen que ver con casi todo, al menos en lo que al exterior se
refiere. En cada una de las cuatro esquinas del templo, las vertientes de la cubierta se separan de la
cornisa para formar, delante y detrás, un triángulo plano que llamamos frontón. Pero supongamos
que no estamos diseñando un templo. Supongamos que estamos diseñando una estructura grande y
complicada como un teatro o un palacio de justicia, una estructura de varias plantas que contiene
arcos, bóvedas y muchas puertas y ventanas. ¿Qué ocurre entonces? El sentido común nos dice que
hemos de descartar los órdenes como algo irrevocablemente asociado a los templos y que hemos de
empezar de nuevo por el principio para que los arcos, las bóvedas y la configuración de las ventanas
encuentren una expresión propia. Este puede ser el moderno sentido común, pero no es lo que ha
ocurrido siempre, y desde luego no fue la actitud adoptada por los romanos cuando aplicaron el
arco y la bóveda a sus edificios públicos. Lejos de abandonar los órdenes al construir anfiteatros,
basílicas, arcos de triunfo abovedados, los aplicaron del modo más explícito posible, como si
pensaran (seguramente lo pensaban) que ningún edificio podía comunicar algo a menos que
estuvieran presentes los órdenes. Para ellos, los órdenes eran la arquitectura. Quizá se tratase, en
primera instancia, de dotar a los grandes proyectos civiles con el prestigio de la arquitectura
religiosa. No lo sé. De todos modos, los romanos tomaron este tipo de arquitectura, altamente
estilizada pero estructuralmente muy primitiva, y la casaron con los complejos edificios arqueados,
abovedados y de numerosas plantas. Y al hacerlo elevaron el lenguaje arquitectónico a un nuevo
nivel. Idearon procedimientos para utilizar los órdenes, no simplemente como enriquecimientos
ornamentales de sus nuevos tipos de estructuras, sino como un control de las mismas. En muchos
edificios romanos, los órdenes son absolutamente inútiles desde un punto de vista estructural pero
hacen expresivos a los edificios, les hacen hablar; llevan al edificio, con sentido y ceremonia, con
gran elegancia a veces, hasta la mente del espectador. Dominan y controlan visualmente los
edificios a los que han sido agregados.
¿Cómo se consigue esto? Desde luego no se logra simplemente prendiendo con alfileres, columnas
entablamentos y frontones a una estructura, de otro modo desnuda. El conjunto –estructura y
expresión arquitectónica- debe constituir un todo integrado y esto implica introducir las columnas
de muy diversas maneras. Y es que hay columnas y columnas. Las columnas autoportantes o
exentas han de sostener algo. La mayoría soportan su propio entablamento y quizás un muro o a lo
mejor solamente los aleros de la cubierta que tienen encima. Pero también tenemos las llamadas
“columnas separadas”, que son casi tangentes a un muro situado detrás, que es el verdadero soporte
de su entablamento. Tenemos también las columnas adosadas, embebidas o “de tres cuartos”, una
cuarta parte de las cuales está embutida en el muro. Por último, tenemos las “pilastras” que son
representaciones planas de las columnas, labradas como en relieve sobre el muro (o si lo prefieren,
como columnas de sección cuadrada que se hubieran empotrado en el muro). Tenemos, pues,
cuatro grados de integración de un orden en una estructura, cuatro grados de relieve, cuatro
intensidades de sombra.
[…] Espero que ahora comprendan mejor lo que quería decir cuando afirmaba que en el leguaje de
la arquitectura clásica lo órdenes no se prenden con alfileres a la estructura, sino que están
integrados en ella. Unas veces penetran directamente en ella, otras salen a darse un paseo por un
pórtico autoportante o una columnata. Pero siempre el control del conjunto está en sus manos.