Derecho de Familia y Sucesiones 2024 - 1 Clase 5-6

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Derecho de Familia y

Sucesiones
Caucasia 2024 – 1
Unión Marital de Hecho es un estado civil:

A partir del Auto del 18 de junio de 2018, la CSJ Sala de Casación Civil, dentro del
expediente 2004-00205, M.P. Jaime Arrubla Paucar, estableció la CSJ que la Unión
Marital de Hecho sí es un Estado Civil.

La ley, es cierto, no designa expresamente a la unión marital de hecho como un


estado civil, pero tampoco lo hace con ningún otro, simplemente los enuncia,
aunque no limitativamente, y regula, como acontece con los nacimientos,
matrimonios y defunciones, y lo propio con la referida unión. Por ello, el artículo 22
del Decreto 1260 de 1970, establece que los demás “hechos, actos y providencias
judiciales o administrativas relacionadas con el estado civil”, en todo caso,
“distintos” a los que menciona, deben inscribirse, al igual que éstos, en el registro
respectivo, así sea en el libro de varios de la notaría, como lo permite el artículo 1º
del Decreto 2158 de 1970.
Unión Marital de Hecho
Antecedentes Históricos
"El concubinato etimológicamente viene del latín concubinatus que deriva del latín “cum cubare”
(acostarse con) y traduce una comunidad de hecho, sea de una persona casada con otra soltera o de
dos solteras que sin contraer matrimonio se unen". De acuerdo con esto, el concubinato implicaba e
implica una comunidad de lecho y relaciones sexuales mantenidas fuera del matrimonio. (GARCÍA,
Álvaro y ROCA, Luz. Unión marital de hecho y sociedad patrimonial. 2 ed. Bogotá: Doctrinas y ley
LTDA, 2001. p. 4.)
En el Derecho Romano el concubinato emergió de la tradición de tomar como
concubina una mujer que por alguna circunstancia o en virtud de la ley no podía
tener el rango de esposa. Son efectos del concubinato en Roma, los siguientes: i) La
concubina siempre era tratada en condiciones de inferioridad tanto en público
como en privado, bajo la prohibición de disfrutar o ejercer el rango de su
concubinato; ii) Los hijos nacidos en una relación concubinaria no estaban
sometidos a la autoridad del padre y eran cognados de la madre y los parientes de
aquella (sólo pertenecían y derivaban derechos de la familia de la madre)”.
En la época del feudalismo fue de gran importancia para la evolución del concubinato, pues en esta
etapa se estableció la diferencia entre el concubinato perfecto e imperfecto. El concubinato
perfecto o regular estaba conformado por las relaciones concubinarias que no contrariaban la ley,
pues eran aquellas uniones entre un hombre y una mujer, solteros o viudos, sin impedimento para
casarse. El concubinato perfecto se caracterizaba no solamente por la estabilidad en las relaciones
sexuales sino por la comunidad de vida que llevaban los concubinos; así se encuentra que entre
concubino y concubina había comunidad de lecho, comunidad de domicilio, igualdad de tratamiento,
exterioridad del matrimonio, permanencia en las relaciones y mantenimiento del régimen de la vida
en común. (CAÑON RAMIREZ, Pedro Alejo, Derecho Civil T.I.V.II: Sociedad Conyugal y Concubinato.
Bogotá: A B C, 1988. p. 205. 21 LAFONT, Op. Cit., p.12. 21)

En este sentido, los elementos del concubinato perfecto para la época eran: 1. Relaciones
sexuales entre un hombre y una mujer. 2. Comunidad de vida entre los concubinos. 3. Estabilidad o
permanencia en la comunidad de lecho y de vida. 4. Mutuo consentimiento o acuerdo de voluntades
susceptibles de presumirse por la sola cohabitación. 5. Ausencia de cualquier impedimento para
contraer matrimonio. 6. Que la vida en común sea con apariencia matrimonial.
El concubinato imperfecto o irregular es el que existía en una unión más o menos
estable o permanente entre una pareja que con dicha unión contrariaban la Ley,
"porque no pueden estar casados entre sí, por parentesco, edad o cualquier
impedimento legal". En este sentido, estos concubinos eran considerados ilícitos
civil y penalmente, adicional al reproche social del que eran objeto, ya que eran
repudiadas como relaciones anormales o depravadas dentro de la comunidad. En
razón de esto, para el profesor Pedro Lafont, el concubinato imperfecto se
presentaba en el caso que se constituyera adulterio, amancebamiento, o se
estableciera con clérigos, o entre parientes de línea recta o hermandad.
Quienes decidían conformar una relación concubinaria, sea bajo la
modalidad de concubinato perfecto o imperfecto, debían afrontar
una fuerte desaprobación social, pues decidir conformar una familia
sin acudir a la institución del matrimonio civil o religioso daba lugar a
que la familia de hecho sufriera recriminación social.
La influencia de la Iglesia Católica en la situación del concubinato:

En lo que respecta a la Iglesia Católica y su gran influencia en occidente desde la decadencia del
Imperio Romano, a partir de la imposición de sus orientaciones morales y políticas, "el concubinato
desapareció como forma de organización familiar, y toda unión sexual extramatrimonial era
considerada por la Iglesia como ilícita, pecaminosa y eran considerados despreciables las
personas así concebidas y nacidas". Por su parte, "el Concilio de Trento infundió la calidad de
anatema al concubinato, estableciendo la excomunión para quienes persistieran en él; y desde
entonces, la "denominación de bastardo” formó pánico y se constituyó en arma para combatir el
concubinato, tanto más en la edad media en que las normas de la Iglesia Católica se convirtieron en
fuente u origen de todas las instituciones por haber monopolizado el poder bajo el régimen
teocrático.
En vigencia del Código Canónico de 1917 de la Iglesia Católica, los concubinos que vivían
públicamente incurrían en el delito contra las buenas costumbres, eran sancionados con penas de
exclusión de los actos legítimos eclesiásticos y considerados como infames, no podían ser
padrinos de bautismo y se les excluía de la sepultura eclesiástica. Para este tiempo la situación de
los católicos casados civilmente no se distinguía de la simplemente concubinaria y estos también
eran considerados como pecadores públicos e incursos en penas de los infames. Lo anterior
demuestra la recriminación por parte de la religión católica contra las personas que vivían en
concubinato.
En la actualidad, con la expedición del más reciente Código Canónico sancionado por Juan Pablo II
en 1983 se eliminó la calificación que se le daba al matrimonio civil como "Abominable
Concubinato" y adicional a esto se reconoció la existencia del concubinato propiamente dicho; sin
embargo, hay quienes evitan emplear el término "concubinato" y prefieren llamarlo situación
matrimonial irregular o amor libre como lo denominó el Concilio Vaticano II.
LA UNIÓN CONCUBINARIA O CONCUBINATO EN COLOMBIA ANTES DE
1990:
La situación jurídica del concubinato en Colombia antes de la
promulgación de la Ley 54 de 1990 (la cual consagró la unión
marital de hecho), fue un período caracterizado por la falta de
protección legal a dichas uniones concubinarias.
Nuestro país se ha caracterizado por la gran influencia social de la religión católica
desde la época de la conquista, pero no ha sido ajeno a la existencia de relaciones
concubinarias ni al reproche social del que éstas fueron objeto, pues desde
mediados del siglo XX "la unión marital de hecho se constituía en un patrón cultural
significativo en las subculturas de las Costa Atlántica y Pacífica, en la meseta
cundiboyacense y en otras regiones con antecedentes históricos y antropológicos
entre ellos, los departamentos de Nariño y el Cauca, como muy bien lo señaló
Virginia Gutiérrez de Pineda en su libro pionero sobre la familia en Colombia". Si
bien éste fenómeno era propio de la población de zonas rurales o urbanas
populares, con los más bajos niveles de ingresos y educación, así como con el
mayor número de hijos, cuyo origen obedecía a una tradición cultural indígena o
negra que permitía "el amaño" o bien uniones simultáneas para el hombre tanto en
culturas patriarcales con rezagos de una cultura feudal.
Al crecimiento que tuvieron las relaciones concubinarias en el país se le suma un
fuerte rechazo o discriminación de la que gozaron estas relaciones y los hijos
nacidos en ellas, fundada en un fuerte moralismo y en la ideología impulsada por el
Catolicismo, por ejemplo en el caso de las mujeres estas eran conocidas
socialmente como "la concubina", "la barragana" y en el caso de los hijos a estos se
les denominaba de manera peyorativa como "hijos ilegítimos", "hijos naturales" y
"de dañado y punible ayuntamiento".
Adicional a lo anterior, los hijos crecían en medio de un fuerte
reproche social, puesto que era común que les negaran el ingreso a
establecimientos educativos, principalmente de orden religioso y que
tuvieran que vivir en la incómoda y penosa situación de tener que
explicar porque llevaban un sólo apellido y no dos, inclusive en materia
sucesoral no tenían el mismo tratamiento que los hijos nacidos en el
matrimonio, conocidos para la época como legítimos o matrimoniales.
Intentos de Regulación del Concubinato en Colombia
• Proyecto de Código de Derecho Privado 1980 Arts. 1561, 1562, 1583,
1589 y 1590- Arturo Valencia Zea

• Proyecto de Código Civil 1982 – Alejandro Bonivento, Pedro Lafont y


Arturo Valencia

• Proyecto de ley 112 de 1979 – Nahir Saavedra de Devis. – Fuente de


la ley 54 de 1990
Proyecto de ley 107 de 1988
La representante María Isabel Marulanda presento este proyecto que
luego de algunas modificaciones se convirtió en la ley 54 de 1990-
UNIÓN MARITAL DE HECHO – LEY 54 DE 1990
“La ley 54 de 1990 reconoció que el concubinato, también llamado
Unión Libre, es un fenómeno social que se hizo común en las relaciones
familiares en Colombia, lo tipificó en una norma, lo denominó unión
marital de hecho, lo situó en el derecho de familia, reguló sus efectos
patrimoniales, (…).
La constitución de 1991, meses después de la ley 54, en el artículo 42,
vino a reconocer que la familia también se formaba por la voluntad
responsable de conformarla (no solamente por la celebración de un
vínculo solemne) y reconoció su protección a todos los miembros que
la integraran.
DESARROLLO DE LA LEY 54 DE 1990:

ARTICULO 1o. <Ley CONDICIONALMENTE Exequible> A partir de la vigencia de la presente ley y para
todos los efectos civiles, se denomina Unión Marital de Hecho, la formada entre un hombre y una
mujer, que sin estar casados, hacen una comunidad de vida permanente y singular.

lgualmente, y para todos los efectos civiles, se denominan compañero y compañera permanente, al
hombre y la mujer que forman parte de la unión marital de hecho.
Antecedentes legislativos de la ley 54 de 1990:

(Sentencia C-098-1996)

La Ley 54 de 1990 se inscribe en una línea de sucesivas reformas legales que progresivamente
han introducido el principio de igualdad, equidad y mutuo respeto en el ámbito de las
relaciones familiares.

Este proceso se inició con la expedición de la Ley 28 de 1932 sobre derechos de la mujer casada,

prosiguió con la Ley 75 de 1968 relativa a la paternidad responsable (ICBF - FILIACIÓN),

y continuó con la Ley 29 de 1982 que equiparó los derechos sucesorales de los hijos
extramatrimoniales y los matrimoniales.
la Ley 54 de 1990, sin equiparar a los miembros de las uniones libres y a los cónyuges vinculados
por matrimonio, avanza en el sentido de reconocer jurídicamente su existencia y regular sus
derechos y deberes patrimoniales. Si bien la jurisprudencia con base, primero, en la teoría del
enriquecimiento sin causa y, más tarde, en la de la sociedad de hecho, había ofrecido su apoyo a la
parte débil de la pareja que con su actividad y esfuerzo participaba en la creación de un patrimonio
común, las dificultades probatorias y la complejidad de los procedimientos para su reconocimiento,
limitaban notoriamente la eficacia de los instrumentos con que podía contar para su defensa.
Precisamente, las disposiciones sustantivas y procedimentales de la ley se orientan a suplir esta
falencia. Las presunciones legales sobre la existencia de la unión marital de hecho, la configuración
de la sociedad patrimonial entre los miembros de la pareja, la libertad probatoria para acreditar la
unión, comportan mecanismos y vías diseñadas por el legislador con el objeto de reconocer la
legitimidad de este tipo de relaciones y buscar que en su interior reine la equidad y la justicia.
. Unión Marital de Hecho vs Concubinato:

Magistrado Luis Armando Tolosa Villabona:


Sentencia de casación SC15173-2016

5.2. En el derecho patrio, a partir de la vigencia de la Ley 54 de 1990, modificada por la Ley 979 de
2005, toda “comunidad de vida permanente y singular” entre dos personas no casadas o con
impedimento para contraer nupcias, da lugar a una unión marital de hecho y a originar un auténtico
estado civil, según doctrina probable de la Corte, que es otra de las formas de constituir familia
natural o extramatrimonial, al lado del concubinato.
Sentencia de casación SC8225-2016

4.2. Las relaciones de familia, el matrimonio y la unión marital de hecho, o las


surgidas de los hechos, como el concubinato, no nacen para satisfacer sólo
necesidades de tipo personal, sino también repercuten en los campos social y
patrimonial. Este último, resultante del trabajo, ayuda y socorro mutuos, adquiere
capital importancia, puesto que se erige en el medio para facilitar la supervivencia
y cumplir las obligaciones de la convivencia en los ámbitos personal y social. De
modo tal, las uniones concubinarias igualmente son fuente de un vínculo
económico, sujeto a los requisitos de una verdadera sociedad de hecho.
4.3. En efecto, el concubinato, es una realidad social, histórica y jurídica que ha acompañado la
evolución de la familia, y aún subsiste. Es la convivencia more uxorio, que entraña una modalidad
equivalente al matrimonio porque una pareja hace vida común duradera con el propósito de
formar una familia, cohabitar e integrar un hogar; viven juntos, no en procura de simples
devaneos, no como mero noviazgo ni en pos de un trato sexual casual, es la práctica sostenida
de una vida común con carácter permanente.

Concubinato no significa pluralidad simultánea de uniones maritales, ni una unión marital


paralela al matrimonio (en el sentido de la Ley 54 de 1990), porque en el ordenamiento patrio y,
en general, en la tradición jurídica del civil law, el matrimonio o la unión marital -cada cual en su
campo-, contienen como elemento de su existencia, la singularidad; sin que por lo mismo,
admitan asimilación. Tampoco, per sé, engendra sociedad de hecho.
En el derecho nacional, para identificar esta unión, deben deslindarse dos etapas, antes y
después de la Ley 54 de 1990. En la primera, toda convivencia no formal, entre hombre y mujer
con carácter permanente y singular, por regla general se asimiló como una relación concubinaria.
En la segunda, toda unión de hecho entre dos personas no casadas, cuando satisface las premisas
del precitado cuerpo normativo, se considera una unión marital de hecho que eventualmente puede
engendrar sociedad patrimonial, pero con plenos efectos jurídicos, al punto que según la doctrina
probable de esta Corte, es un auténtico estado civil como el mismo matrimonio. Sin embargo, junto
a la unión marital o al matrimonio, subsisten uniones de personas carentes de vínculo legal entre
sí, o simples convivientes que no reúnen los requisitos de la Ley 54 de 1990.

Por lo tanto, el concubinato corresponde en Colombia a una institución claramente


diferenciada de la unión marital, de tal modo que puede definirse como unión de hecho no
matrimonial de convivencia afectiva y común, libremente consentida y con contenido
sexual, sin que revista las características del matrimonio o de la unión marital, pero que
supone continuidad, estabilidad, permanencia en la vida común y en las relaciones
sexuales.
Hoy, tan patente realidad halla asiento en la regla 42 de la Constitución Política, cuando señala: “La
familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos,
por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad
responsable de conformarla”. Este precepto, no es nada más y nada menos que el desarrollo del
numeral tercero del artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, según el
cual: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la
protección de la sociedad y del Estado”.
De ahí, más allá de la carga despectiva con que por décadas se ha saturado a las uniones
concubinarias, el concubinato encaja propiamente en el marco de la familia constituida por
vínculos naturales desde la configuración del artículo 42 citado.

No empece, esta familia sui géneris, como se advierte, anclada hoy en la regla 42 citada, per sé,
no engendra sociedad patrimonial ni de gananciales, tampoco sociedad universal; pero
paralelamente o sobre sus hombros, germina una auténtica sociedad de hecho, cuando en la
vida de la pareja hay: 1. Aportes recíprocos de cada integrante, 2. Ánimus lucrandi o participación
en las utilidades o beneficios y pérdidas, y 3. Ánimus o affectio societatis, esto es, intención de
colaborar en un proyecto o empresa común; al margen de aquélla vivencia permanente con
carácter afectivo. En consecuencia, puede existir una relación concubinaria con o sin sociedad de
hecho (artículo 98 Código de Comercio).

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Sentencia de Casación Civil, SC 3466-2020/2013-00505, septiembre 21 de 2020:

5.1. En sede de instancia, la Sala, advertida la presencia de una unión marital con sociedad
patrimonial, cuyo asiento fue el municipio de Zipaquirá, como también la existencia de otra relación
personal de la misma naturaleza, domiciliada en Fusagasugá, ambas del mismo demandado,
considera necesarias algunas precisiones. Las uniones maritales de hecho irregulares o atípicas,
son instituciones familiares que no se encuentran cobijadas por las disposiciones del
matrimonio en el Código Civil ni por las especiales de la Ley 54 de 1990. Sin embargo, no
pueden obtener un trato injusto o discriminatorio, por ello, cuando la Sala ha utilizado la palabra
"concubinato", no las ha querido calificar peyorativamente ni en forma denigrante, como algunos
críticos censuran el término; ni tal forma de opción familiar de una pareja, puede ser vista como como
un delito, porque esa cualificación desapareció.
La jurisprudencia de la Sala, justamente, ha sido vanguardista y acudiendo a la equidad, y al margen
de todo prejuicio moralista o criminal, pues la mujer no es posesión del hombre, sino esencia y motor
de la familia y de la sociedad, ni el varón puede desplegar un rol machista, desde la década de los
treinta del siglo pasado, por el contrario, le otorgó derecho a demandar la existencia de una sociedad
de hecho, utilizando la estructura de la acción "in rem verso", legitimando a las parejas de esa
relación familiar irregular, para impedir el enriquecimiento sin causa, línea dentro de la cual se hallan
sentencias de esta Sala, como la emblemática del 30 de noviembre de 1935 C.S.J.( G.J. Tomo XLII,
pág. 483), las del 7 de mayo de 1947, del 12 de diciembre de 1955. Luego, también hizo posible la
acción, pro socio, para repartir bienes comunes, como en el caso de la sentencia del 5 de diciembre
de 2011, en consonancia con la del 22 de junio de 2016. La familia colombiana, por tanto, es una
institución fuerte y dinámica, históricamente tradicional con estirpe conservadora, católica,
matrimonial, heterosexual y regida por la monogamia. Pero también han existido las uniones de
hecho irregulares, uniones maritales atípicas, no singulares o concubinarias;
(…). Todas ellas, son formas familiares a cuyos miembros no se les puede tratar con desigualdad e
iniquidad y que demandan un trato digno, con mayor razón por parte de los jueces, porque ellas
caminan bajo criterios de pluralismo, diversidad, convivencia, permanencia, ayuda y trato familiar,
cobijadas, en forma indiscutida, en el articulo 42 de la Constitución de 1991, que bajo el principio
de supremacía constitucional se impone sobre el propio Código Civil y la Ley 54 de 1990. Lo dicho
significa que todo tipo de familia diversa a la del matrimonio tradicional y a la prevista en la Ley
54 de 1990, o atípicas, como es esa histórica unión de hecho irregular, frente a esas regulaciones
específicas, tienen derechos y deberes pero no puede ser desamparada por los jueces, por cuanto
la regla 42 de la Carta Política, en virtud de la prevalencia de la Constitución con aplicación directa
para la familia, comprende todas las instituciones familiares, sean típicas o atípicas, cuando forman
una comunidad de afecto, de convivencia, de ayuda, de solidaridad y de permanencia, como células
edificantes de la sociedad y del Estado Constitucional.
Tesis UNIVERSIDAD EAFIT:

Clases de relaciones concubinarias que existen en la actualidad y son reconocidas judicialmente,


como uniones de hecho diferentes a la unión marital de hecho.
Requisitos Clases de concubinato
1. Unión de hecho entre una pareja de igual o diferente sexo Hombre y mujer que deciden iniciar una convivencia de hecho permanente
y no singular, donde uno o ambos concubinos tienen un vínculo matrimonial
anterior vigente, del cual todavía hay convivencia permanente entre los
cónyuges.

2. Unión de hecho entre una pareja de igual o diferente sexo sin estar Hombre y mujer que tienen convivencia y permanencia, pero no
casados entre sí singularidad entre ellos, porque existe a la par una unión marital de hecho
con sus respectivos compañeros permanentes.

3. Con o sin prohibición legal para casarse (en el segundo caso, cuando hay Hombre y mujer solteros o viudos que sin estar casados entre sí, tienen
vínculo matrimonial vigente) convivencia permanente y no singular, paralela a otras relaciones
concubinatos.

3. Comunidad de vida permanente


4. Mutuo consentimiento susceptible de presumirse por la cohabitación
5. Estabilidad de las relaciones sexuales
Clases de concubinato que no se reconocen judicialmente por ser situaciones de hecho sancionadas por la Ley

Hombre y mujer clérigos o religiosos obligados a guardar el celibato, que tenían una convivencia permanente y singular.

Hombre y mujer solteros o viudos, con parentesco de consanguinidad entre sí, que tenían una convivencia permanente y singular.

Hombre y mujer solteros, en la que ambos o uno de los concubinos sean menores de 14 años.
De acuerdo con lo anterior, se confirma que el concubinato conocido antes de 1990 no quedó incluido
en todas sus modalidades por la Ley 54 de 1990, y por ende hoy existen relaciones concubinarias
que están siendo declaradas a través de procesos judiciales. No obstante, al observar las clases de
concubinato que existen en la actualidad se evidencia que se trata de relaciones donde hay una
latente intención de sostener convivencias permanentes paralelas, contrario a la tradición
monogámica del país.

Profesor JORGE PARRA BENITEZ:


¿El concubinato y la Unión Marital de Hecho son una misma figura?.
Al final de cuentas puede decirse que no lo son, (CSJ SC 8225 DEL 22/06/2016 y CSJ SC 15173 del
24/10/2016), y en apoyo podría citarse la doctrina de la Corte Constitucional contenida en la
sentencia C-239 “En síntesis, la ley 54 de 1990 representa una actitud diametralmente opuesta al
concubinato: en tanto que la legislación anterior no le asignaba consecuencias económicas por sí
mismo, la nueva ley, no solo lo denomina unión marital de hecho, sino que hace de esta unión el
supuesto de hecho de la presunción simplemente legal que permite declarar judicialmente la
existencia de la sociedad patrimonial entre compañeros permanentes”. Según este pasaje, la unión
marital remplazó lo que se llamaba concubinato, atribuyéndole consecuencias patrimoniales.
Unión Marital de Hecho
• Un hombre y una mujer

• Comunidad de vida permanente

• Singular

• Qué no exista matrimonio entre los miembros de la pareja


Del requisito de la heterosexualidad – Sentencia C – 075 de 2007
En la actualidad, dieciséis años después de expedida la Ley 54 de 1990, más de diez
años después de producida la Sentencia C-098 de 1996, teniendo en cuenta los
cambios introducidos por la Ley 979 de 2005 y el nuevo contexto social y jurídico en
el que se desenvuelve el régimen patrimonial de los compañeros permanentes,
puede decirse que, sin dejar de lado los criterios de protección a la familia y a la
mujer que inspiraron la expedición de la ley, cobra mayor relevancia la dimensión
regulatoria de la situación patrimonial de la pareja en condiciones de equidad y de
ello es testimonio el énfasis que en el análisis del régimen previsto en la ley y en la
consideración de los elementos que le dan sustento se pone en las condiciones de
convivencia como expresión de un proyecto de vida en común con solidaridad y
apoyo mutuo.
Tampoco puede dejar de observarse la insuficiencia de la regulación en relación con el objeto que le
es propio, puesto que hoy, junto a la pareja heterosexual, existen -y constituyen opciones válidas a
la luz del ordenamiento Superior- parejas homosexuales que plantean, en el ámbito patrimonial,
requerimientos de protección en buena medida asimilables a aquellos que se predican de la
pareja heterosexual.
En efecto, tal como se plantea en la demanda y en varias de las intervenciones, los homosexuales
que cohabitan se encuentran desprotegidos patrimonialmente, porque al terminarse la
cohabitación no tienen herramientas jurídicas para reclamar de su pareja la parte que les
corresponde en el capital que conformaron durante el tiempo de convivencia, desprotección que es
también evidente en el evento de muerte de uno de los integrantes de la pareja, caso en el cual, por
virtud de las normas imperativas del derecho de sucesiones, el integrante supérstite podría ser
excluido de la titularidad de los bienes que conformaban ese patrimonio, por el derecho de los
herederos del causante.
A la luz de los anteriores criterios y sin desconocer el ámbito de configuración del legislador para la
adopción, en proceso democrático y participativo, de las modalidades de protección que resulten
más adecuadas para los requerimientos de los distintos grupos sociales, encuentra la Corte que es
contrario a la Constitución que se prevea un régimen legal de protección exclusivamente para las
parejas heterosexuales y por consiguiente se declarará la exequibilidad de la Ley 54 de 1990, tal
como fue modificada por la Ley 979 de 2005, en el entendido que el régimen de protección allí
previsto también se aplica a las parejas homosexuales.

Quiere esto decir que la pareja homosexual que cumpla con las condiciones previstas en la ley
para las uniones maritales de hecho, esto es la comunidad de vida permanente y singular,
mantenida por un periodo de al menos dos años, accede al régimen de protección allí dispuesto,
de manera que queda amparada por la presunción de sociedad patrimonial y sus integrantes
pueden, de manera individual o conjunta, acudir a los medios previstos en la ley para establecerla
cuando así lo consideren adecuado.
Del requisito de la comunidad de vida permanente:

• Sentencia de casación (CSJ SC de 5 ago. 2013, rad. 2008-00084-02).

La permanencia, elemento que como define el DRAE atañe a la “duración firme, constancia,
perseverancia, estabilidad, inmutabilidad” que se espera del acuerdo de convivencia que da origen a
la familia, excluyendo de tal órbita los encuentros esporádicos o estadías que, aunque prolongadas,
no alcanzan a generar los lazos necesarios para entender que hay comunidad de vida entre los
compañeros.
La ley no exige un tiempo determinado de duración para el reconocimiento de las
uniones maritales, pero obviamente “la permanencia (…) debe estar unida, no a
una exigencia o duración o plazo en abstracto, sino concretada en la vida en común
con el fin de poder deducir un principio de estabilidad que es lo que le imprime a la
unión marital de hecho, la consolidación jurídica para su reconocimiento como tal”
(…), de ahí que realmente se concreta en una vocación de continuidad y, por tanto,
la cohabitación de la pareja no puede ser accidental ni circunstancial sino estable.
Es por lo que esta Corporación explicó que tal condición “toca con la duración
firme, la constancia, la perseverancia y, sobre todo, la estabilidad de la comunidad
de vida, y excluye la que es meramente pasajera o casual” (…). Incluso, en otra
decisión sostuvo que los fines que le son propios a la institución en estudio “no
pueden cumplirse en uniones transitorias o inestables, pues, según los principios y
orientaciones de la Carta Política, es la estabilidad del grupo familiar la que permite
la cabal realización humana de sus integrantes y, por ende, por la que propende el
orden superior” (CSJ SC de 5 ago. 2013, rad. 2008-00084-02).
Así, por ejemplo, la procreación o el trato carnal es factible que sea el resultado de
disposición o de concesión de los miembros de la pareja, o impuestas por distintas
razones, por ejemplo, impotencia o avanzada edad, etc., sin que por ello la
comunidad de vida desaparezca, porque de ese modo dos personas de la tercera
edad no podrían optar por la unión marital; tampoco, necesariamente, implica
residir constantemente bajo el mismo techo, dado que ello puede estar
justificado por motivos de salud; o por causas económicas o laborales, entre
otras, cual ocurre también en la vida matrimonial (artículo 178 del Código Civil); y
la socialización o no de la relación simplemente facilita o dificulta la prueba de su
existencia.
Singularidad:
Sentencia de casación SC15173-2016:

5.3.4. Precisamente, la singularidad comporta una exclusiva o única unión marital de hecho,
en respuesta al principio de monogamia aplicable a la familia natural, como una de las células
básicas de la sociedad, igual y al lado de la jurídica, pero esto no quiere decir que estén
prohibidas las relaciones simultáneas de la misma índole de uno o de ambos compañeros con
terceras personas, sólo que cuando existen los efectos previstos en la ley quedan
neutralizados, pues no habría lugar a ningún reconocimiento.

Lo anterior, desde luego, no puede confundirse con el incumplimiento del deber de fidelidad mutuo
inmanente a esa clase de relaciones, exigido en general en el artículo 42 de la Constitución
Política, según el cual las “relaciones de familia se basan en la igualdad de derechos y de
deberes de la pareja y en el respeto recíproco de todos sus integrantes”.
Como tiene explicado esta Corporación, “(…) establecida una unión marital de
hecho, la singularidad que le es propia no se destruye por el hecho de que un
compañero le sea infiel al otro, pues lo cierto es que aquella (…) solo se disuelve
con la separación física y definitiva de los compañeros permanentes (…)”.

No se desconoce, la infidelidad generalmente conduce a la ruptura de la unión


marital, pues constituye una afrenta a la lealtad y al respeto recíproco debido.
Empero, pese a conocerse la falta, al pervivir la relación de pareja, se entiende
que el agraviado la perdonó o toleró, sin afectar la comunidad de vida, pues como
se indicó, con esa finalidad se requiere la separación física y definitiva, bastando
para el efecto que “(…) uno de los compañeros, o ambos, decidan darla por
terminada (…)”, como allí mismo se señaló.
Sentencia de casación SC15173-2016
5.3. Así, entonces, la “voluntad responsable de conformarla”, expresada o surgida
de los hechos, y la “comunidad de vida permanente y singular”, se erigen en los
requisitos sustanciales de la una unión marital de hecho.

5.3.1. En los albores de la Ley 54 de 1990, la existencia de una relación de esa


naturaleza ineludiblemente necesitaba declaración judicial (artículo 4º), razón por
la cual no era dable dejar sentada su existencia mediante un acuerdo expreso de
voluntades, como sí en la actualidad. En un comienzo, supuestas las respectivas
hipótesis normativas, limitada al resultado de una conciliación (artículos 40,
numeral 3º de la Ley 640 de 2001 y 52 de la Ley 1395 de 2010 – Art. 69 # 3 Ley
2220 de 2022); posteriormente, además, por el mutuo consentimiento de los
compañeros permanentes, elevado a escritura pública (artículos 1º y 2º de la Ley
979 de 2005).
La voluntad implícita, en cambio, en los eventos en que la pareja no la manifiesta mediante uno
cualquiera de los modos dichos, requiere declaración judicial. Se impone, cuando sus integrantes
en forma clara y unánime actúan en dirección de conformar una familia, por ejemplo, disponiendo
de sus vidas para compartir asuntos fundamentales de su ser, coincidiendo en metas, presentes y
futuras, y bridándose respeto, socorro y ayuda mutua.

Como tiene explicado la Corte, “(…) presupone la conciencia de que forman un núcleo familiar,
exteriorizado en la convivencia y la participación en todos los aspectos esenciales de su
existencia, dispensándose afecto y socorro, guardándose mutuo respeto, propendiendo por el
crecimiento personal, social y profesional del otro (…)”.

De ahí, si el trato dispensado recíprocamente por sus componentes se aleja de esos principios
básicos del comportamiento familiar, esto es, en cuanto lo contradicen, verbi gratia, una relación
marital de independientes o de simples amantes, esto significa que el elemento volitivo en la
dirección indicada no se ha podido estructurar.
5.3.2. La comunidad de vida, precisamente, se refiere a la conducta de la pareja en cuyo sustrato
abreva, subyace y se afirma la intención de formar familia. El requisito, desde luego, no alude a la
voluntad interna, en sí misma considerada, sino a los hechos de donde emana, como tales, al
margen de cualquier ritualidad o formalismo.

(…)

Lo esencial, entonces, es la convivencia marital, donde, respetando la individualidad de cada


miembro, se conforma una auténtica comunión física y mental, con sentimientos de fraternidad,
solidaridad y estímulo para afrontar las diversas situaciones del diario existir. Es el mismo
proyecto de vida similar al de los casados, con objetivos comunes, dirigido a la realización
personal y en conjunto, y a la conformación de un hogar doméstico, abierto, si se quiere, a la
fecundidad.
La presencia de esas circunstancias no puede significar el
aniquilamiento de los elementos internos de carácter psíquico en
la pareja que fundan el entrecruzamiento de voluntades,
inteligencia y afectos para hacerla permanente y duradera, pero
que mucha veces externamente no aparecen ostensibles por
circunstancias propias de los compañeros permanentes, por
ejemplo, la cercanía en el parentesco, la diferencia de edades,
las discriminaciones de género, la fuerza mayor, el caso fortuito
o la satisfacción de las necesidades para la propia comunidad
familiar, como cuando uno o ambos deben perentoriamente
aceptar un empleo o un trabajo lejos del domicilio común, eso sí,
conservando la singularidad.
Que no exista matrimonio entre los miembros de la pareja:
Sentencia de casación civil: Exp. 7291 del 25 de noviembre de 2004, M.P. Pedro Octavio Múnar
Cadena.

Que los compañeros permanentes no estén casados entre sí, pues de estarlo, sus relaciones tanto
personales como económicas serían las dimanantes del matrimonio. Por consiguiente, la existencia
de un matrimonio, así este esté viciado de nulidad, impide la formación de la unión marital de
hecho.

“Desde luego que el objetivo de la ley 54 de 1990 no fue otro, que el de regular aquellas relaciones
concubinarias (designación peyorativa que cambió con acierto) establecidas al margen de la
formalidad del matrimonio. No se ocupa la ley, ni esa es su finalidad, de crear sociedades
patrimoniales en aquellos casos en los cuales la ley las proscribe para las uniones matrimoniales.
Subsecuentemente, si la pareja contrajo matrimonio, cualquiera que fuese su naturaleza, queda
sustraída del régimen propio de las uniones maritales de hecho, debiendo someterse, por tanto, a la
regulación propia del derecho matrimonial; (…)”.
“3. Visto lo anterior, no puede decirse, entonces, que el matrimonio nulo debe tenerse como
absolutamente ineficaz, o como si no hubiese existido, pues, de un lado, como ha quedado
establecido, mientras no se declare su invalidez, produce, por regla general, todos los efectos que le
son propios, de modo que los contrayentes se reputan casados y son titulares de los mismos
derechos y obligaciones que aquellos que no están afectados de vicio legal alguno, y no de manera
aparente o artificial sino real y verdadera; y, de otro lado, porque la nulidad judicialmente declarada
no produce efectos retroactivos de tal modo absolutos que pueda colegirse que se tiene por no
celebrado.
En ese orden de ideas, tampoco puede decirse que el matrimonio cuya nulidad se declara por razón
de existir respecto de ambos o uno de los contrayentes el vínculo de un matrimonio anterior, deba
tenerse como ineficaz y, por ende, que no constituye obstáculo para que se forme entre la pareja una
sociedad patrimonial similar a la de los compañeros permanentes, pues esa unión conyugal existe
como tal y produce los efectos que le son propios mientras no se declare su invalidez. Más
exactamente: Mientras no se decrete judicialmente la nulidad, existe vínculo matrimonial y los
contrayentes tienen la calidad de cónyuges y, obviamente, los derechos y obligaciones que la ley les
impone.
El régimen de la ley 54 de 1990, reitérase, aún a riesgo de fastidiar, tuvo por
finalidad regular las uniones maritales que no estuviesen precedidas de vínculo
conyugal, bajo el entendido de que de existir éste, así no generase sociedad
conyugal o estuviese viciado de nulidad, debía sujetarse a las normas que lo
reglamentan, las cuales, no sobra decirlo, no fueron reformadas mediante tal
estatuto.

Habiendo, pues, admitido el casacionista que la demandante y el demandado


contrajeron realmente nupcias en la República de Venezuela, matrimonio que el
Tribunal invalidó por existir, respecto de él, vínculo conyugal no disuelto, debe
concluirse que no hay lugar a la formación entre ellos de unión marital de hecho y
que, subsecuentemente, se encuentran sometidos al régimen legal previsto para
el enlace matrimonial, incluso, los declarados nulos”.
Unión Marital de mayores de 14 años y menores de 18 años:

LA CAPACIDAD EN LA UNIÓN MARITAL DE HECHO a unión marital de hecho


¿Cuál es la edad requerida para conformar una unión marital de hecho?, ¿cuál es la
edad requerida para el despliegue de los efectos patrimoniales de la unión marital
de hecho?,¿cuáles serían las consecuencias de imponer un límite a la capacidad por
razón de la edad en la conformación de la unión marital de hecho? Estas son
algunas de las preguntas que surgen ante la ausencia de una regulación expresa —
de forma consciente o no— por parte del legislador, sobre la capacidad en relación
con la edad requerida en la unión marital de hecho.
Aspectos problemáticos de la capacidad en razón de la edad en la unión marital
de hecho - Doctrina
Ante la ausencia de una reglamentación expresa, la doctrina ha planteado una diversidad de
esfuerzos interpretativos frente al régimen de capacidad en relación con la edad —si es que se
exige—, que debe aplicarse a las uniones maritales de hecho.

Sostiene Blanco Rodríguez (2010) que aunque en la unión marital de hecho no se requiere
expresamente una declaración de voluntad como en el matrimonio, sí se exige cierta capacidad de
los compañeros permanentes y la clasifica dentro de los requisitos de su esencia. Sin embargo, no
ofrece una postura clara respecto a cuál debe ser la capacidad exigida para la tal figura jurídica.

Autores como Sánchez Mercado (1995) utilizan el concepto de capacidad física como un requisito
para constituir una unión marital de hecho, junto a la posibilidad de procreación que, sostiene, deben
tener quienes se unen bajo esta figura, pues, según esta autora, no se puede separar lo marita de la
procreación.
Por una línea similar, Gutiérrez Sarmiento (2001) expresa que la
capacidad sexual es un requisito comprendido dentro de la
legitimación marital para constituir una unión marital de hecho.

En el mismo sentido, Lafont Pianetta (2009) asevera que la


capacidad sexual es un requisito para darle carácter marital a la
unión, y esta comprende la pubertad, la capacidad física para la
ejecución de un acto heterosexual y la aptitud para procrear.
Ante las anteriores posturas debe enunciarse que no ofrecen una solución real a la
problemática, en primera medida, porque acuden a criterios estrictamente
biológicos como la capacidad sexual, la pubertad o la posibilidad de procreación de
los seres humanos, lo que en muchos casos no permite determinar un criterio
claro, dado lo incierto de elementos como la pubertad de los individuos. Además,
se advierte que estas posturas están orientadas a la capacidad de procreación
propia de la heterosexualidad, lo cual no resulta acertado frente al estado actual de
la jurisprudencia, en el que se reconoce claramente a las parejas homosexuales el
derecho a conformar familia a través de la unión marital de hecho
- Declarar la nulidad de la UMH (No se podría ordenar que cese la
convivencia)
García Restrepo (2002), quien califica la unión marital de hecho como un hecho jurídico, sostiene que
la capacidad exigida por la ley para la realización de actos jurídicos no es tenida en cuenta para la
realización de hechos con consecuencia jurídica; además, señala de forma acertada que a diferencia
de actos contractuales o para el contraer matrimonio en los que se debe probar la capacidad
establecida en la norma, para iniciar una convivencia no se requiere probar una capacidad; en virtud
de ello, pueden encontrarse uniones entre dos incapaces o entre un capaz y un incapaz.
Frente a la posibilidad de exigir determinada capacidad jurídica para la
conformación de una unión marital de hecho se señala que la Ley 54 no tuvo en
cuenta la capacidad, por tanto, creemos que si se cumplen los demás requisitos
legales, entre ellos surge la sociedad patrimonial así uno o ambos sean incapaces,
porque se está regulando un hecho y no un acto jurídico y por lo tanto no podrá
aplicarse ninguna nulidad. Los hechos son o no son. (García Restrepo, 2002, pág.
11). Posición similar tiene Parra Benítez (2017), pues al referirse a la capacidad
requerida para la unión marital de hecho, indica que si tal exigencia no está
prevista en el ordenamiento jurídico, no puede aceptarse válidamente su
requerimiento. Más recientemente, este autor sostiene con mayor énfasis que “el
requisito de la edad no está previsto expresamente por el ordenamiento y no
puede aceptarse válidamente, por cuanto hacerlo implicaría la interpretación
restrictiva de la norma legal y una muy posible infracción de principios de rango
superior” (Parra Benítez, 2019, pág. 383).

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